domingo, 26 de julio de 2020

Pura energía.


¡Toca para ir a la lista de caps!

En cuanto se apagaron las luces rojas de los cinturones, Alec se desabrochó el suyo sin esforzarse en disimular su sonrisa. Como si fuera todo parte de un plan maestro cuyo único objetivo era derretirme, levantó el reposabrazos y se acurrucó contra mí. Empezó a besarme con calma, y tuve la sensación de que seguiría así todo el vuelo si yo se lo permitía. Su lengua exploraba tranquilamente el interior de mi boca, abriéndose camino por cada rincón como si estuviera en el espacio que el universo le había reservado específicamente.
               Su sonrisa, igual que una enfermedad, resultó tremendamente contagiosa. Nuestros dientes se chocaron un par de veces mientras iba asumiendo, poco a poco, lo que estaba pasando.
               Habían pasado unas semanas desde la primera actuación de Scott y el resto de la banda; semanas en las que, religiosamente, mi casa se atestaba de gente el día en que se emitía el programa. Tras cumplir con nuestro trabajo de apoyo social, en el que la estrella en redes era yo subiendo historias pidiendo el voto para mi hermano, los Nueve de Siempre (o lo que quedaba de ellos) se iban a sus casas, acompañando a mis amigas, para darnos a Alec y a mí un poco de intimidad en el salón de mi casa, que sentía tan suya ya como mía. Él se pasaba las tardes trabajando, cogiendo todos los turnos que podía para conseguir más y más dinero, y había conseguido gestionarse los adelantos de manera que pudiéramos ir a una discoteca pija de la que nos habían salido anuncios en nuestras redes sociales.
               Después de trabajar, siempre se pasaba por casa para ver cómo estaba. Habíamos pasado de hacerlo con muchísima urgencia, sin poder resistirnos a la presencia del otro, a empezar a acostarnos de forma un poco más espaciada. Me habría preocupado de la bajada en nuestro nivel de libido si no lo hubiera comentado él mismo, diciendo que nunca se había sentido así... y que le gustaba disfrutar igual de arrumacos que de un buen polvo. Yo sentía que nuestra relación acababa de pasar a la siguiente fase, ya asentados los polvos (nunca mejor dicho) que nos permitían echar un vistazo más allá del horizonte. Y me encantaba, porque le sentía muy mío. Le sentía muy mío y yo me sentía muy suya y la herida dejada por Scott ya no supuraba, sino que sólo me daba unos pinchacitos de advertencia cuando, duchada y con el pijama, me metía en la cama de mi hermano con mis hermanas, alargando en la medida de lo posible el aroma que poco a poco se desvanecía.
               Por suerte, Scott vendría a casa a pasar unos días, y la cama recuperaría la esencia a él que tanto estábamos explotando nosotras. En el programa les habían dado una semana de descanso, y después de mucho deliberar entre el grupo, nos habían dicho que finalmente se irían de vacaciones a un pequeño pueblecito de Ibiza, en el que nadie sabía quiénes eran y podrían relajarse. Aunque me dolió un poco pensar que tendría menos tiempo a mi hermano, lo cierto es que le comprendía: el programa había supuesto un subidón en su popularidad tal que todos los días era parte de alguna tendencia en Twitter, le subían varios millones de seguidores en Instagram, y se quedaba metido en el edificio del concurso todo el tiempo que podía; los paseos por Londres eran cosa del pasado. Scott era una estrella y necesitaba un lugar en el que saliera de nuevo el sol para no tener que liderar el cielo y así poder recargar las pilas.
               Así que, mientras yo volaba hacia Barcelona, Scott se ponía moreno en una playa de Ibiza, tirado a la bartola sin hacer absolutamente nada, cuando yo me disponía a vivir uno de los fines de semana más intensos de mi vida. No porque fuera con Alec, que también, sino porque tenía pensado aprovechar el viaje al máximo, lo cual incluía, evidentemente, disfrutar de las vistas que la ventana del avión me ofrecía.
               -¿Intentas distraerme de la ventana?-pregunté, riéndome, y separándome un poco de Alec para poder respirar. Aunque el ambiente cargado de ese oxígeno casi artificial solía resultarme asfixiante, el hecho de que él estuviera a mi lado mejoraba la situación, como siempre. Cuando se presentó en mi casa con la bolsa de viaje al hombro (pues él era un Macho™ que se las apañaba mejor cargando con algo que llevando una “ridícula maletita”, como se refirió a mi equipaje, con lo que se ganó un puñetazo bien fuerte en el antebrazo), vestido con una de sus infalibles camisas con el último botón sin abrochar, me había costado bastante concentrarme en ir al garaje sin ponerme a olisquearlo. Olía genial. Se había echado más colonia de la usual, “por si acaso”, lo que traía a mis hormonas por la calle de la amargura.

jueves, 23 de julio de 2020

Nota informativa

Por primera vez en 3 años, y debido al bamboleo emocional a que me está sometiendo el décimo de aniversario de One Direction, hoy día 23 no habrá capítulo nuevo de Sabrae.

Ruego comprensión y que me tengáis en vuestros pensamientos, pues no me encuentro nada bien.
Gracias por vuestra paciencia. Si me muero, mis flores preferidas son las orquídeas; no escatiméis en ellas para mi corona de flores.

domingo, 19 de julio de 2020

Lo bueno se da en pequeñas dosis.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Cuando terminó de hacer trizas mi alma, Sabrae se incorporó con una sonrisita de suficiencia que poco tenía que ver con su actitud cuando estábamos con gente. Pasándose un dedo por la comisura del labio tremendamente despacio, como si estuviera aplicándose bálsamo labial o corrigiendo la dirección que había tomado al aplicarse carmín en lugar de retirando los restos de semen que había dejado en su boca, parpadeó tan despacio que, por un momento, pensé que tendría que pedirle que volviera a ponerse de rodillas.
               Francamente y viendo el curso de acontecimientos, me sorprendió que no hubiera saltado sobre mí nada más verme en la puerta de su casa, llevando su paquete recién comprado como el gran profesional que era. No es por presumir, pero llevaba el suficiente tiempo con Sabrae como para saber el tiempo que nos quedaba antes de que uno de los dos se corriera, y en cuanto vi su expresión al abrir la puerta, no sólo supe que antes de acostarnos compartiríamos un orgasmo, sino que todas las papeletas para disfrutarlo las tenía yo.
               Me había costado Dios y ayuda contenerme en el baño para no hacerle caso omiso cuando, después de arrodillarme frente a ella, hundió los dedos en mi pelo y, jadeando, con todo su cuerpo suplicándome que me la follara, me pidió que parara. Como soy un caballero, y sobre todo porque sabía lo mucho que se comería la cabeza cuando empezáramos a hacerlo, simplemente le di un mordisquito en el muslo y le dije que de acuerdo, sin problema, antes de incorporarme de nuevo y empujarla lentamente hacia la ducha, donde yo sabía que no dejaríamos de besarnos. Lo que no me esperaba era que lo hiciéramos de aquella manera, acariciándonos como si hiciera dos milenios que no nos teníamos, jadeando con cada beso como si fuera un empellón en su interior, con los nervios a flor de piel.
               No es que la tensión sexual entre nosotros estuviera bajo mínimos, ni mucho menos: no sabía cómo, pero siempre nos las apañábamos para morirnos de las ganas en cuanto nos veíamos a pesar de que nuestra ratio de polvos no tendría nada que envidiar a la de una prostituta muy solicitada. Créeme, el sexo con Sabrae era peor que la heroína: cuanto más me daba, más quería yo, y más me costaba sobrevivir al contacto sin tenerla del todo. Habíamos conseguido sobrevivir a la semana anterior relativamente bien (si consideras “relativamente bien” a echar uno rapidito antes de que yo me fuera por la noche, lo cual para una persona normal estaría de puta madre, pero para nosotros era un ejercicio de autocontrol tremendo), porque yo sabía que lo estaba pasando mal y que no dejaría de pensar en su hermano salvo cuando estuviéramos haciéndolo. Y era normal. Sería normal que me buscara como lo hacía, pero tenía que aprender a manejar la ausencia de Scott de otra manera; bien sabía yo (y su hermano, ya que estamos) que el sexo podía ser un arma de doble filo que se volvía contra ti a la mínima de cambio, más caprichoso incluso que un gato malcriado, y no podía dejar que se convirtiera en eso para Sabrae.
               Eso era lo que me repetía una y otra vez mientras ella me tocaba en la ducha, mientras jadeaba y se frotaba contra mí como una gatita en celo, mientras me lamía despacio y después me miraba a los ojos. No lo quiere, no realmente, necesita sentirse viva, y bien, y ahora sólo se siente bien cuando… bueno, cuando está conmigo.
               La prueba palpable de que estaba desesperada era que le daba igual tener la regla.
               O eso pensaba yo. Estaba demasiado acostumbrado a verla acurrucada en el sofá, reclamando mimos y las atenciones de una delicada especie en peligro de extinción como para achacar su comportamiento precisamente a su período. Joder, si me esperaban toda la vida duchas de agua fría acompañado de ella, firmaría ya mismo.
               No fue hasta que me siguió a la cocina, me empotró contra la pared y me hizo una de las mejores mamadas de mi vida, que conseguí establecer la conexión. Sabrae no estaba ansiosa por estar juntos por los nervios por la falta de Scott. Estaba ansiosa de mí porque estaba cachonda perdida.
                -Parece-comentó, rompiendo el silencio que se había instalado entre los dos después de mi último gruñido, tan alto que seguro que me habían escuchado en el sótano-, que no eres el único capaz de hacer que alguien alcance un orgasmo en menos de tres minutos.
               Su voz era tan sensual, tan seductora, que mi cuerpo respondió en el acto. Noté que se me ponía dura de nuevo, espabilándose en un tiempo récord que a todas las chicas de Inglaterra les encantaba, y que a Sabrae la volvía loca, y tuve que contenerme para no agarrarla de la cintura y devolverle el favor. Tiene la regla, me dije a mí mismo.
               No es que para mí supusiera ningún impedimento. Si supieras en qué sitios he llegado a meter la boca… a veces me sorprende seguir teniendo dientes, o que mi lengua no esté tetrapléjica.
               Pero para ella, era diferente.
               -¿Seguro que no has tardado más de tres minutos?-repliqué, apoyándome en la encimera con las palmas de las manos bien abiertas, y reclinándome hacia atrás de manera instintiva, presionando suavemente mi erección contra ella. Casualmente, le rozaba los pechos.
               Lo único malo que tenía su estatura era que teníamos que ponernos un pelín más creativos para hacer el 69 que con otras chicas con las que lo había hecho antes, como por ejemplo, Chrissy o Pauline. Sin embargo, ese minúsculo detalle no iba a impedir la miríada de ventajas que tenía que Sabrae viniera en un formato prácticamente de bolsillo.
               Lo bueno se da en pequeñas dosis, ¿no?
               Sabrae se echó a reír, me puso una mano en la muñeca y me acarició el dorso de la mano con los dedos.
               -¿No has estado pendiente del reloj? Creía que mis mamadas tenían aún margen de mejora-ronroneó, inclinándose hacia mí. Tragué saliva, sintiendo la presión de sus pechos en la parte de mí que más la deseaba. Tenéis que ir a ver a Scott conseguir un millón de groupies esta noche, fue lo único que pude pensar para no agarrarla de las caderas, sentarla sobre la encimera y hacer que empapara esos pantalones estampados con su dulce éter.
               -La verdad es que había otro movimiento horario que me tenía un poquito ocupado. Estaré más atento la próxima vez.
               -¿Te apetece repetir?-ronroneó. Le acaricié los labios con la yema del pulgar, y Sabrae me mordisqueó la piel, lanzando una corriente eléctrica derechita hacia mi polla.
               -Si alguna vez te digo que no… mátame. Me habrá poseído un parásito alienígena.

viernes, 17 de julio de 2020

Para la chica de fuego que venció al agua.

               Es una verdad universalmente conocida que el agua vence al fuego si se encuentran en la misma cantidad. El fuego parece llevar las de perder a pesar de lo etéreo de su esencia, de no ser sustancia sino más bien un estallido de energía.
               Este es un principio que se lleva a rajatabla, sin importar el universo en que nos encontremos: el nuestro, uno ficticio en el que el cielo está poblado de dragones, otro en el que unas personas elegidas controlan los elementos, o en el que criaturas que parecen animales pero no lo son del todo campan a sus anchas, con las que te tienes que hacer.
               Y, a pesar de todo, tú te las apañaste para ser la excepción. Eran principios de la década pasada, quizá incluso los finales de la anterior. En Neox aparecían anuncios de una nueva serie cuyos protagonistas trataban de promocionar diciendo “Glee, ahora en Neox”. La serie prometía, y el hecho de que fuera un festival de covers como se llevaban hace seis, siete u ocho años hizo que decidiera empezar a verla. Todo estaba bien al principio, pero luego, la cosa empezó a torcerse. A medida que avanzaban las temporadas, el guión comenzó a arrastrarse en una única dirección, abriéndose paso como un torrente por terrenos que yo no estaba muy segura de querer atravesar. Como los rápidos de un río, cruzando terrenos escarpados que sólo eran para expertos, o para gente a la que verdaderamente le guste el riesgo. No era mi caso.



               A medida que el agua subía y el elenco se iba marchando, convirtiéndose la serie en una historia de una sola persona en lugar del caos coral que tanto me había llamado la atención al principio, sentí ganas de abandonar. Me ahogaba la corriente, no quería seguir, me aferraría a cualquier rama que hubiera a ambos lados de la orilla sólo para poder salir. Odiaba perder el tiempo, y sentía que lo estaba haciendo consumiendo una historia que no solo no me llenaba, sino que más bien me quitaba cada semana. Tiempo, ilusión, incluso un poco de mi corazón con el episodio del Quarterback.
               Sólo había una razón por la que decidía darle una oportunidad más, no dejarlo justo en ese desfile de nombres en los créditos, sino volver a la semana siguiente. Las covers ya ni siquiera eran lo suficientemente atractivas para mí, excepto por una: las que podía hacer tu personaje, Santana. Por el que tanto luchaste y que constituyó un faro de esperanza para tantísimas personas que, viendo todo en retrospectiva, ni siquiera me siento especial por sentirla mi favorita. Puede que Santana fuera mal hablada, maleducada, cabrona e incluso en ocasiones rayara en lo cruel, pero jamás, jamás dejó de ser auténtica, especial de una manera en que nadie en esa serie era capaz de serlo, por mucho que el guión le favoreciera o se hiciera todo a su medida. Llegué un punto en que para mí, lo único que me impedía dejarla era que me podía perder un capítulo en el que apareciera Santana, lo cual sería imperdonable.
               Lo cual, tengo que agradecértelo a ti, Naya. A ti, a tu increíble talento, a esa luminosidad de la que hablan tus compañeros, a la fiereza con la que conseguiste elevar una secundaria hasta el punto de robarle protagonismo a una principal para la que todo se estaba haciendo a su medida, a puro capricho. Esa fiereza de leona que te terminó costando la vida, arrebatándonos un futuro que el mundo parecía negarnos a ti y a tus fans. Una canción, un EP, una serie, no es suficiente. Nada sería suficiente para saciarnos de ti, para exhibir tu talento, tus colores y tu luz, como te merecías, pero incluso cinco minutos de pantalla servirían para que cayéramos rendidos a tus pies.
               Gracias, de corazón, por todo lo que nos has dado. Gracias por impedirme que añadiera una serie más a la lista de abandonadas. Aunque en ocasiones supusiera un esfuerzo para mí, tuvo su recompensa. Demasiadas actuaciones que me habría perdido de haber tirado la toalla, notas altas que con tu voz suenan fáciles y distintas, representación que no teníamos, una canción de Alicia Keys mejorada cuando yo pensaba que no se podía hacer una versión superior.
               Te merecías vestidos de satén, en lugar de una mortaja que pedías en una de las mejores actuaciones, la más auténtica, en toda la serie.
               Pero incluso una mortaja sería poco para ti, la única persona capaz de poner una excepción a la premisa universal de que el agua vence al fuego: de ser así, ¿cómo estaría escribiendo esto? ¿Cómo, si no siendo la excepción a la regla, una chica en llamas podría haber triunfado sobre la corriente?
               Te tendré presente, a mi manera, hoy, y siempre. Porque puede que no hablara tanto de ti como lo hago de otra gente, pero, desde luego, sé que me has marcado como pocos otros artistas lo has conseguido. En ocasiones, las heridas que más duelen y las que más supuran no dejan cicatrices que nos incomoden con el tiempo; la que tú dejaste en mí, y se ha abierto esta semana, sin embargo, no habrá ardido como ardieron otras… pero es tan profunda que me llega hasta el alma.
                 Tú misma lo dijiste, a fin de cuentas, ¿verdad? Puedes intentarlo, pero jamás olvidarás su nombre. Está en la cima del mundo, la más ardiente de las chicas ardientes.
               Tenemos los pies en el suelo, y lo estamos incendiando.
               Tenemos la cabeza en las nubes…
               Y jamás bajaremos.
hasta siempre💘
              

domingo, 12 de julio de 2020

CTS Squad.


¡Toca para ir a la lista de caps!


Lo único que me impidió saltar sobre él cuando salimos de la ducha, yo envuelta en una toalla como un canutillo de praliné, y él como Dios le había traído al mundo, cómodo con su desnudez como el dios que era fue el poco tiempo del que disponíamos para estar juntos, y a solas. Pronto llegarían mis amigas, con todo lo que ello implicaba: a pesar de que los amigos de Alec, mayores y por tanto más descontrolados por unas hormonas que en mí se iban elevando  mientras que en ellos estaban en plena ebullición, serían más que capaces de esperar a que termináramos de hacerlo para reunirse con nosotros, sabía que mis amigas eran mil veces más impacientes. Y que, si seguía en la cama con él (o en el baño, como quería hacer ahora mismo) cuando llegaran, no dudarían en entrar en el cuarto donde estuviéramos y cortarnos el rollo… un poco como habían hecho Scott, Tommy y Jordan hacía unas semanas con nosotros.
               Porque, vale, puede que Alec fuera el rey de los cien metros risos y, a la vez, el campeón indiscutido del maratón. Era increíble el control que tenía del tiempo, completamente absoluto, aprovechando al máximo hasta el último segundo: si quería, podía hacer que tuviera un orgasmo increíble en menos de un minuto. Y también si se lo proponía, era capaz de aguantar toda la noche follando. Era un auténtico dios, como se podía entrever de su aspecto físico. En cambio, yo… yo no era más que una mortal. Por mucho que se empeñara en hacerme creer que no, sabía de la naturaleza limitada de mi cuerpo, de mis medios. No sería capaz de darle lo que quería y tomar de él lo que me apetecía en el poco tiempo que teníamos juntos.
               Por eso era terriblemente frustrante verlo, gloriosamente desnudo, frente a mí. Sus piernas largas y tonificadas, su espalda musculosa, en la que aún se intuían los arañazos que mis uñas habían dibujado en su espalda durante nuestro último polvo…
               … y su culo. Dios mío. Menudo culo. Me apetecía salvar la distancia que nos separaba de dos largas zancadas y darle un bocado, literalmente. Postrarme ante él y ofrecerle mi cuerpo, en cada rincón: mis pechos, mi sexo, mis manos… mi boca.
               Eso es precisamente lo que se me secó cuando Alec se giró con una sonrisa en los labios, plenamente consciente de que me lo estaba comiendo con los ojos, deseando que me ordenara que me pusiera de rodillas y me la metiera hasta el fondo en cualquier de mis agujeros. No me importaba cuál; así de desquiciada me tenía.
               -¿Seguro que no quieres que intentemos batir un récord?-se burló, riéndose, girándose lo suficiente como para que la silueta de su miembro asomara entre sus piernas y toda la temperatura de mi cuerpo cayera varios grados, para poder concentrarse en el hueco húmedo y ardiente entre mis piernas. Recordé la deliciosa sensación de Alec llenándome mientras lo hacíamos, su tamaño abriéndose paso por entre mis pliegues… madre mía, había sido una auténtica boba por negarme a hacer nada con él. Le había tenido frente a mí, de rodillas, con la boca a unos centímetros de mi sexo, y yo había reunido toda la estupidez de mi cuerpo en la lengua al decirle que sería mejor que nos ducháramos y nada más. Nada de sexo.
               Si entendemos el sexo por la estricta penetración o la satisfacción de mis apetitos (vamos, que me comiera el coño hasta hacer que me desmayara), claro. Porque si lo entendíamos en el sentido más amplio de la palabra (caricias, besos, magreos e incluso un poco de masturbación), mi petición se había quedado en papel mojado en cuanto nos metimos bajo el chorro de agua. Ni yo podía resistirme a las riadas que los ángulos de Alec provocaban en la ducha, ni Alec podía resistirse a los tsunamis que producían mis curvas. Todavía me sorprendía que hubiéramos sido capaces de contenernos a base de recordarnos constantemente que estaba con la regla y que sería mejor esperar.
               Ya no estaba tan segura de que fuera a ser tan paciente.
               -No me interesa batir ningún récord contigo, Al. Ahora mismo, no.
               -No estaba hablando de tiempo-coqueteó él, jugueteando con un botecito de colonia que mamá se había dejado olvidado sobre el lavamanos. Se me secó la boca y se me inundó la entrepierna. Nos contemplamos en la distancia, nos relamimos ante la desnudez del otro, y finalmente, conseguimos entrar en razón. Había que vestirse y comportarse como criaturas civilizadas, en lugar de los animales primitivos que sólo pensaban en una cosa cuando estaban juntos (aunque era un poco complicado centrarse con Alec desnudo delante de mí). Como veía que me estaba costando un poco volver a mi yo más racional, trató de distraerme con el paquete que había llevado hasta el baño-. Bueno, ya hemos terminado de ducharnos. ¿Me dejas abrirlo ya?
               -Si no te gusta… finge que sí-le pedí, apartándome el pelo mojado de los hombros y anudándomelo en la nuca, intentando no mirarle las nalgas, cosa que era básicamente imposible. Alec sonrió.
               -¿Qué margen tengo?
               -O te entusiasma, o lo odias.
               -Ya hay bastante que me entusiasma aquí-ronroneó, mirándome de arriba abajo descaradísimamente, demostrándome que las cosas que se me pasaban por la cabeza no le era ajenas. Uh, Dios mío, empótrame, fue lo único que pude pensar. Suerte que él tenía más aguante que yo y conseguía controlarse mejor, después de años y años de práctica, y sabía respetar mis deseos incluso cuando ya estaban obsoletos.

miércoles, 8 de julio de 2020

El impacto de Scott Malik.


Estos días he atravesado una especie de bloqueo, más bien semanas atrás, y me he dado cuenta de que estoy llegando a una parte en la que Scott va a dejar de ser necesario. Y no quiero que deje de ser necesario, ni quiero que deje de estar ahí, porque… no voy a decir que me salvó la vida, pues eso es mucho cliché y realmente sería exagerar, pero sí que me mantuvo cuerda y feliz en una época bastante mala, y ahora siento que la historia que estoy contando, como no es su historia, cada página que avanzo es como atravesar una fina pared de cristal. Y, a medida que voy escribiendo, voy atravesando una pared detrás de otra y detrás de otra, y se me clavan las astillas de cristal, y me cuesta más escribir a medida que me voy acercando al final. Ese final que, el año pasado, pensaba “Dios, me queda muchísimo todavía por escribir”, y me daba pereza, pero no pasaba nada, porque como me quedaba mucho por escribir, era lejano. Pero ahora, no estoy ni de lejos cerca de ese final, pero lo que sí estoy es cerca de un punto y aparte que ha llegado demasiado pronto, y para el que yo no estoy preparada después de ese punto final, cuando terminé Chasing the Stars.”
Por lo menos, ya no afronto los capítulos como un deber que tengo que cumplir sí o sí. Hubo una época en la que prácticamente eran más trabajo que hobby, pues no en vano soy arquitecta y matasanos a la vez, levantando catedrales y curando enfermedades que yo misma ocasiono.
A principios de abril, el 17 concretamente, cuando me dicté a mí misma ese primer párrafo en Telegram, y me quedé mirando las ondulaciones que mi voz hacía hablando de Scott, no pensaba que fuera a angustiarme nada más que él pasando a un segundo plano. Por lo menos  había reconocido el problema, el  factor de contagio del que debía alejarme, y me aliviaba saber que no era una enfermedad crónica de la que me sería imposible escapar. Conseguir hacer clic, pasar de domingo a lunes para que las cosas estuvieran mejor hechas, me ha hecho mucho bien, pues ha eliminado frustraciones y me ha devuelto ese cariño por el que quise hacer el esfuerzo de escribir 30 folios en 3 días durante más de 2 meses, todo para llegar a otro 17, el de octubre, y poder poner punto final.
Un punto final que, ahora, temo, precisamente por la vuelta de ese cariño. Un cariño del que hablé en Instagram, no sé qué va a ser de mí cuando termine de escribir Sabrae. Porque eso es, creo, lo que me pasa también. Por un lado, me veo ante una inmensa montaña que tendré que escalar durante más tiempo del que a nadie le lleva escribir una novela; pero, a la vez… llevo muchísimo tiempo en esto. Ocho años, nada menos. A pesar de que los nombres, el tiempo e incluso el estilo de escritura ya no sea el mismo, en el fondo, sigo contando la misma historia. Por eso tengo tanto vértigo, y en ocasiones se me embota la cabeza ante la falta de oxígeno (la inspiración) y me cuesta echar a volar de nuevo.
Quizá aún me quede mucho trayecto y sacrificio hasta llegar a la cima, pero he llegado muy, muy lejos. He superado el límite de las nubes, y ahora sólo el cielo se extiende ante mí. Me alegra escribir esto con tanto cariño, morderme los labios mientras pienso cuál será mi siguiente movimiento, a pesar de que llevo dos semanas sin subir un capítulo. No me agobia pensar que puede que me abandonen (bueno, quizá un poquito) y dejen de leer a Sabrae.
Lo que me agobia es pensar que, algún día, seré yo quien deje de escribirla… igual que dejé de escribir a Scott. Al que, milagrosa y misteriosamente, sobreviví.


Y, si no sabes de qué hablo... puedes descubrirlo aquí.