Siento la tardanza, y que el capítulo sea algo más corto ☺ He empezado a trabajar (oleee los dineros), y todavía me estoy habituando a los horarios y demás. Gracias por vuestra paciencia, nos vemos en el siguiente capítulo, que, quizá, sea el último de Bombón. Gugulethu is coming!!!! ♥
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Ni en mis mejores sueños habría conseguido que aquel día
fuera tan especial como lo estaba siendo. Cuando los ojos de Abel se posaron en
mí, me recorrió un escalofrío, y se me retorció el estómago en una complicada
pirueta que apenas duró unos segundos, los segundos que él necesitó para
reconocerme.
La
razón principal de que hubiera cogido las entradas VIP era para darle a Alec la
experiencia que yo sabía que se merecía: pase preferente, tiempo de sobra para
comer o ver otros conciertos, y por supuesto disfrutar de la actuación de The
Weeknd sin preocuparse por lo que el resto del público podía hacerme. A pesar
de que nunca había estado en ningún festival (o, al menos, entre el público en
lugar de los camerinos), había visto los suficientes y había estado en
suficientes conciertos como para saber que la cosa podía torcerse rápidamente.
Y yo, a pesar de que la vena protectora de Alec parecía indicar que él creía lo
contrario, no era estúpida. Sabía que estaba en mayor peligro que él por mi
baja estatura, así que merecía la pena arriesgarse a un numerito que terminó
por no montarme, tal era su sorpresa, a cambio de que disfrutara de su regalo
de San Valentín como se merecía.
Pero
no voy a mentir: una parte de mí, esa parte romántica sin remedio que me
llevaba a dar lo mejor de mí con sólo pensar en el hombre del que estaba
enamorada, tenía la esperanza de que eso sucediera. ¿Qué podía haber mejor en
nuestro primer viaje juntos, que conseguir que Alec conociera a The Weeknd? He
de confesar que tardé aproximadamente cuatro segundos en pensar que, quizá, debería
tirar de contactos, dejar caer mi apellido y mi linaje, para conseguirle aquel
regalo a mi chico en cuanto descubrí que tenía pensado un concierto en
Barcelona. Papá y Abel eran grandes amigos: el hecho de que muchas veces fueran
rivales en las mismas categorías, ya que su música era parecida, y que hubieran
salido con las hermanas Hadid en la misma época, había hecho que su relación
pasara de lo profesional a lo personal. No me sería complicado hablar con los
representantes de The Weeknd, ya que pertenecía a la misma discográfica con la
que trabajaba mi padre, así que si quería reunirme con él después de la
actuación, lo tendría garantizado.
Sin
embargo, sabía que no sería capaz de ocultarle eso a Alec: una cosa era
conseguir entradas VIP para el festival al que íbamos, y otra muy diferente,
concertar una cita para que conociera a su ídolo. The Weeknd era demasiado
importante en nuestra relación. Lo habíamos hecho demasiadas veces con su
música de fondo, nos habíamos quedado tumbados en la cama, bien sin hacer nada
o bien después del polvo, escuchando su voz melosa acariciar nuestras pieles de
la misma manera que lo hacían nuestros dedos. Incluso habíamos quedado para
escuchar su música nueva en primicia, reaccionar juntos y compartir detalles,
sentados en la cama de Alec, con la espalda sobre el colchón y las piernas
dobladas, pies anclados en el suelo, mientras manteníamos la respiración, con
las manos cogidas y la cabeza fija en el techo. Cada vez que se terminaba una
canción y pasaba a la siguiente, Alec y yo nos mirábamos, nos sonreíamos, nos
relamíamos los labios y volvíamos a mirar hacia arriba para concentrarnos en
los versos de la siguiente. Lo habíamos hecho apenas un par de veces, pero con
la suficiente importancia como para que se convirtiera en un ritual sagrado,
sacrosanto, para nosotros.
No
dejaría de imaginarme su cara al verlo. Cómo reaccionaría, si se pondría a
chillar, a temblar, si se desmayaría, como hacían algunas fans. Me tendría un
poco intrigada en ese sentido, pero viendo cómo había reaccionado cuando lo vio
en el escenario por primera vez que salió, temía ya por mis pobres tímpanos. Y,
como estaría ocupada pensando en lo que haría Alec al encontrarse frente a frente con su ídolo,
no disfrutaría del concierto, quizá ni siquiera del viaje. El vuelo, la tarde
de turismo, los paseos por el festival y los conciertos se convertirían en los
molestos trámites por los que uno tiene que pasar para llegar a su destino,
unas aduanas particulares por las que muchos darían lo que fuera. Yo incluida.
No quería perderme eso. Nuestro primer viaje siempre sería nuestro primer
viaje, y sentada en casa, editando con el ordenador las entradas para que Alec
no supiera que eran VIP, supe que sería demasiado llevarlo apalabrado.
Lo
conseguiría de alguna manera, pero no podía llevarlo hecho de Inglaterra, o se
lo terminaría cascando, chafándole así la sorpresa. Me había pasado las noches
en que no podía dormir pensando cómo conseguir acceso al backstage si lo necesitaba por mi carácter irreverentemente organizado,
pero confiaba en la suerte. Era afortunada en todos los sentidos de la vida:
inteligente, amada, con una red de seguridad tan amplia que muchos matarían por
ella, compuesta para colmo por personas que me adoraban y que a veces sentía
que no me merecía, especialmente en lo referente a Alec.
Y las
estrellas me sonrieron de nuevo cuando Abel posó los ojos en mí.
-¿Sabrae?-preguntó,
y estábamos tan cerca que pude escuchar su voz en el escenario a la par que la
de los altavoces, amplificada y con un deje que no terminaba de favorecerle.
Siempre había pensado que papá sonaba peor en los altavoces que en persona,
pero lo había achacado a que cuando le escuchaba cantar sin un molesto
micrófono, era porque le cantaba a su familia y el amor que nos profesábamos
todos hacía que sonara mejor, y le escucháramos con más ganas. Ya no estaba tan
segura.
-¡Hola,
Abel!-grité, emocionada, dejando atrás todas las preocupaciones y sintiendo que
la adrenalina se me descargaba del torrente sanguíneo. Ahora que había cruzado
la línea de meta la primera, podía sentarme y descansar. Ignoré deliberadamente
el silencio que siguió mi nombre; seguramente a cualquier otra persona le
hubiera impresionado hasta el punto de dejarlo sin palabras no ya que el
artista final de un festival como aquel conociera su nombre, sino que miles de
personas se quedaran calladas, en un silencio sepulcral que no era nada
corriente en eventos como esos, esperando qué sería lo siguiente. Pero yo no
era ninguna otra persona. Pertenecía al selecto grupo de personas cuyos nombres
estaban grabados en placas de Grammys. Si ser una Malik me hacía especial, ser
Sabrae me convertía en única en mi especie.
Sentí
que Alec se ponía rígido detrás de mí. Fiel a su costumbre de mantenerme bien
cerquita, especialmente en espacios públicos, se las había apañado para meterme
entre su cuerpo y la valla, de manera que no me afectaran los empujones del
resto de VIPs, que se habían ido congregando en el escenario principal para
disfrutar de The Weeknd bien cerquita. Me regodeé en mi interior cuando noté
que me clavaba los ojos encima, estupefacto, y de reojo pude ver que mi cara
ocupaba las grandes pantallas de ambos lados del escenario. Una vez más, me
felicité a mí misma por haber sido tan precavida como para pedirles a mis
amigas que me ayudaran a hacer mi maquillaje del día la primera vez, para ver
si era posible llevar mis sueños a la realidad, y haberme dedicado a practicar
por las noches, antes de acostarme, cuando Alec se iba a su casa.
Miles
y miles de personas me miraban, y también veían a Alec, con los ojos
desorbitados clavados en mí. Incluso con esa expresión de sorpresa en la
mirada, seguía siendo la persona más guapa de España. Siempre se las apañaría
para ser el más guapo del país en el que se encontrara.
De
modo que yo debía estar a la altura. Y la chica que sonreía, feliz y un poco
chula, con un maquillaje perfecto, absolutamente espectacular, junto al chico
más guapo del universo, lo estaba.
-¿Qué
haces aquí?-preguntó Abel, como si no fuera un artista consolidado, de fama
internacional, cuyo estilo de música a mí me encantaba y con el que estaba
plenamente familiarizada. Cualquiera habría dicho que no estábamos en un
supermercado al que yo no iba nunca por encontrarse al otro extremo de la
ciudad.
Me encogí
de hombros visiblemente, riéndome y abriendo las manos. Ya no eran sólo los
ojos de Alec los que saltaban de mí a Abel como si fuéramos dos tenistas en una
final de tenis, sino los de todos a mi alrededor. Las chicas que me habían
mirado de arriba abajo mientras Alec y yo estábamos tumbados, compartiendo unas
gominolas en un tiempo entre cantantes, ya no parecían tan predispuestas a
juzgarme. Sí, vale, él estaba buenísimo y yo tumbada no es que ganara,
precisamente, pero… ¿mi estatus de celebridad, o de amiga de una, al menos?
Aquello era otra historia.
-¡Matar
el tiempo! ¡Sábado de tranquis, ya sabes!-me reí, y mi risa fue el impacto de
un meteorito, generando una onda expansiva que se extendió por todo el recinto
VIP. Al menos, alguien había escuchado mi chiste y lo había entendido, porque
Alec seguía tieso como una estatua, mirándome fijamente. Si no notara su
corazón latiendo en mi espalda y no estuviera aún de pie detrás de mí, habría
creído que le había dado un infarto. Claro que estaría plenamente justificado:
la chica con la que se acostaba estaba de colegueo con su ídolo, e incluso le
había hecho reír-. ¿Y tú?
Abel
se rió de nuevo, asintió con la cabeza, mirándose los pies, se relamió los
labios, todo eso sin soltar el micrófono. Sus manos no parecían ser capaces de
recordarle el motivo de nuestro encuentro: él era la atracción, y yo la
espectadora.
-Nada
especial, ya sabes-se encogió de hombros, y cuando empezaron algunos abucheos,
quise creer que en broma, se rió-. ¡Es broma, Barcelona! Sabéis que ir de gira
y estar sobre un escenario tocando para todos vosotros es lo que más me gusta
de la vida. ¡Os adoro!-Barcelona contestó rugiendo una celebración. Abel se
pasó una mano por el pelo, y añadió-: disculpad un segundo mientras me pongo al
día con una vieja amiga, pero uno tiene que lanzar todos sus dados antes de
retirarse del casino. Sabrae-se giró y me miró-, ¿cómo está tu madre?
-Genial.
-¿Sigue
casada con tu padre?
-¡Claro!
Abel
chasqueó la lengua, y esta vez quienes se rieron fueron los de su equipo. No se
molestaba en disimular lo mucho que le gustaba mamá cada vez que la veía,
aunque era algo que no causaba malos rollos entre papá y él. Papá estaba seguro
de que mamá jamás dejaría de sentir por él lo que sentía, y además… tenía cuatro
hijos con ella. Incluso si le dejaba por Abel, siempre tendría alguna excusa
para seguir viéndola.