miércoles, 23 de septiembre de 2020

Buscando a Alec.


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Lo primero que vi a través de mi cortina de lágrimas cuando salí de la UVI fue a Annie y Mimi levantándose como resortes, las dos temblando como hojas al ver en qué estado me sacaban las enfermeras. Estaba llorando a moco tendido y temblando como una hoja.
               Con toda la emoción del momento, me olvidé de que había quedado con mi madre al final de mi turno con Alec en la puerta principal del hospital, así que la dejé plantada. Mamá, temiéndose lo peor (que estuviera tan mal que ni siquiera hubiera podido enviarle un mensaje), apareció con el bolso bien afianzado en su hombro y un compás apresurado marcado por sus tacones en el suelo del hospital. Annie, Dylan y yo nos levantamos nada más verla, y por su expresión preocupada supe que la negatividad era contagiosa. Sin embargo, la felicidad lo era todavía más, y pronto esbozó una sonrisa cuando le contamos las novedades. Me estrechó entre sus brazos, feliz, le envió un mensaje a mi padre anunciándole que íbamos a tardar un poco más en llegar, pues quería quedarme hasta que saliera Mimi, convencida como estaba de que terminaría mi trabajo y lo despertaría, y se sentó a mi lado. Me miró de reojo un par de veces, disimulando, para estudiar mi atuendo, y supe que tendríamos una conversación acerca de mi aspecto, un pelín indigno de una sala de espera de un hospital. Por suerte, me había pasado dentro de la UVI todo el tiempo de las visitas, así que nadie me había visto vestirme como si pretendiera dar un braguetazo en la mansión Playboy, o algo así.
               Sabía que estaba ahí. Siempre lo había sabido. Si no fuera a volver, o estuviera a punto de morir, yo lo sabría, de la misma manera que sabía que era él quien me tocaba cuando alguien ponía la mano en mi espalda. Antes, pensaba que se debía a que nadie era capaz de tocarme como lo hacía él, con ternura y pasión, con sensualidad e inocencia, un niño en pleno despertar sexual y un hombre descubriendo el amor que se le ha negado durante años, todo mezclado en un cuerpo que yo consideraba mi hogar, incluso más que el mío.
               Qué estúpida había sido creyendo que se rendiría. Es fácil ponerse en lo peor en los pasillos de un hospital, donde la luz artificial te hace olvidar que el mundo está lleno de milagros; incluso su mera existencia era uno.
               Me llevó dos pasos convencerme a mí misma de que el apretón que me había dado Alec había sido un apretón de verdad y no un espasmo: mi instinto no me había engañado, había sido mi corazón y no mi cerebro quien llevaba la razón, pero yo me había vuelto demasiado racional cuando simplemente tenía que dejarme llevar.
               Estaba ahí, verdaderamente estaba ahí. Escondido en algún rincón en el que me estaba esperando, esperando una señal que le indicara el norte, algo que le hiciera recuperar la gravedad.               -No me extraña que las golondrinas siempre se las apañen para volver a casa-me había dicho en la azotea del hotel Wela en Barcelona, acariciándome los labios con el pulgar y haciendo que todo mi cuerpo se revolucionara como sólo él podía. La brisa marina nos alborotaba a ambos el pelo, y ahí, a tantos pisos por encima de las olas, era fácil pensar que la sensación de estar flotando se debía a la arquitectura, en lugar de esa intensa sensación que era el sentirse amada por él-. Tú eres mi hogar ahora, Saab.
               Yo no había podido evitar preguntarme por qué él se sentía tan a gusto conmigo cuando no hacía más que intentar poner límites en nuestra relación, en lugar de soltar las riendas y dejar que fuera la corriente la que nos llevara adonde tuviéramos que ir, pero ahora entendía sus palabras. Era el universo, comunicándose conmigo a través de Alec; Dios dándome una pista sobre lo que tendría que hacer la siguiente semana: estar ahí, cerca de él, señalándole el camino de vuelta, pues la diferencia entre un edificio normal y tu casa, es que en tu casa siempre hay alguien que deja la luz encendida de noche para que no tengas que pelearte con la oscuridad para poder entrar.
               Alec, ahora mismo, estaba a oscuras, y yo era la luz a través de la ventana mostrándole que había alguien preocupándose por él. El faro en la distancia impidiendo que chocara contra la costa y naufragara.
               Si me había mandado una señal, era porque sabía que ambos nos necesitábamos de la misma manera e intensidad. Yo no podía flaquear. Debía mantener la luz encendida a toda costa, y él lucharía con todas sus fuerzas para volver conmigo. Que pusiera tanto empeño en consolarme, acariciándome la mano y haciéndome ver que mis palabras tenían efectos físicos en él, hacía que lo quisiera un millón de veces más, si es que eso era posible.
               No podía esperar a que se despertara. Cada segundo que pasaba en coma era un suplicio, porque era otro segundo en el que yo no era oficialmente suya. Necesitaba pertenecerle. Había nacido para pertenecerle. Y me daba cuenta justo ahora, cuando no podía echarme en sus brazos y dejar que saboreara la resolución recién adquirida en mi boca, cuando aún estaba fresca y la idea no tenía ningún tipo de defecto. Ni uno solo.
               -¿Qué ha pasado? ¿Está bien? ¿Ha empeorado?-inquirió Annie con ansiedad, mientras a Mimi se le llenaban los ojos de lágrimas. Dylan rodeó a su esposa y su hija con un brazo protector, un brazo con el que desearía estar cubriendo a su hijo también en esos momentos. Incluso aunque Alec trataba de mantener las distancias con su padrastro (llamándolo por su nombre, dándole menos besos que a sus convivientes femeninas), sabía que el amor que se profesaban era tan puro y legítimo como el que yo sentía por mi padre. Aunque ninguno de los dos lleváramos la sangre de los hombres que nos habían dado nuestro apellido, Dylan y Zayn eran nuestros padres de una manera en la que los que nos habían engendrado jamás podrían soñar.
               Para él, todo esto estaba siendo muy duro. No sólo porque su casa fuera terriblemente silenciosa sin la presencia escandalosa de su hijastro, que ya no estaba para poner su música a todo volumen, pelearse con Mimi a voz en grito o arreglar algo en la casa; ni porque su cama fuera inmensa ahora que no la compartía con su esposa por las noches, o porque tuviera que hacerse el fuerte delante de su hija y darle un consuelo que él trataba de convencerse de que llegaría, sino porque lo estaba viendo igual que lo veía yo, puede que incluso mejor: aquello le estaba afectando físicamente a Mimi y Annie, pero sobre todo a la última. Annie había envejecido una década en dos días, y mirándola a los ojos veías que la esperanzas que los habían iluminado ya no existían.
               Si Al no mejoraba pronto, se despertaría con una abuela más y una madre menos.
               -Está bien-jadeé, aún sin poder creerme que, de todas las personas del mundo, hubiera sido yo la que Alec hubiera elegido para convertirme en la más especial. Para quererme de esa manera, en la que incluso estando en estados diferentes, seguíamos igual de juntos. Nada había cambiado un ápice entre nosotros, excepto, quizá, los miedos que habían oscurecido con sus largas sombras nuestra relación: llevaba sin sentirlos desde que vi su arritmia en el electrocardiograma.
               Mimi dio un paso ágil y amplio en dirección a la puerta. Era su turno, y si yo había salido así, hecha una magdalena, era porque Alec había mejorado. Y, para ella, “mejorar” y “despertar” eran sinónimos.
               -¿Se ha despertado?
               Detesté la forma en que se me cayó el alma a los pies cuando hizo aquella pregunta, pues empañó toda mi felicidad e incluso oxidó un poco mis esperanzas. Sin embargo, estaba tan deslumbrada por lo que acababa de pasar, que no dejé que mi estado de ánimo cambiara de positivo a negativo.
               -No, pero tengo muy buenas noticias. Nos escucha-revelé, cogiéndole la mano a Annie, que me miró con estupefacción-. Alec nos escucha. Ha… ha reaccionado a mi voz. Le he llamado “mi amor”, y le ha dado un vuelco al corazón.
               -¿Estás completamente segura, Sabrae?
               -Lo he probado varias veces. En todas ha pasado lo mismo. Puedo decirle un millón de cosas, pero sólo cuando le llamo “mi amor”, se le acelera el corazón. Las enfermeras lo han visto-aseguré, mirando a Mimi, cuyos ojos eran grandes como los de un búho de pura felicidad. Había llegado a la misma conclusión que yo: si Alec era capaz de reaccionar a algo tan simple como dos palabras, seguro que había algo que consiguiera hacer que se despertara. Mi trabajo de investigación no había sido en balde: los testimonios de la gente que hablaba de los seres queridos que se habían despertado gracias a estímulos externos, especialmente sonoros, no eran meros bulos de internet. Nadie los había escrito porque les interesara tener una especie de reputación online, o dar envidia, sino porque realmente querían ayudar.
               Y lo habían conseguido. Puede que Alec no se hubiera despertado aún, pero habíamos encontrado el camino que mejor le funcionaba. Al menos, con el que más fácil le resultaba hacernos saber que estaba aún ahí, luchando por todas nosotras. No sabía lo que hacía Mimi con él, pero a juzgar por su expresión, iba a cambiar de estrategia y centrarse en el oído de su hermano.
               -Eso significa que ya tenemos a algo a lo que aferrarnos-comentó Annie, maravillada, con los ojos chispeantes y abrazándome con fuerza. En lo que a ella respectaba, había descubierto la cura contra el cáncer-. ¡Es maravilloso! Con esto, seguro que los médicos ya tienen con qué trabajar.
               -No dejes de hablarle-le insté a Mimi, cuyos ojos saltaban de mí hacia su madre y vuelta hacia mí de nuevo, sin ser capaz de decidir en quién centrar su atención. El tiempo corría. Alec nos estaba esperando, en algún rincón de su conciencia, y teníamos que tirarle cuanto antes una escalera para que se aferrara a ella y pudiera ascender hacia la libertad.
               Se despertaría bien, me dije mientras Mimi atravesaba las puertas oscilantes y desaparecía por la ventana redonda de cristal. Una de nosotras conseguiría que volviera, y entonces todo volvería a ser como antes. Adaptaríamos nuestra rutina al hospital, le visitaría todas las tardes, agotando un horario de visitas mucho menos constreñido que el que teníamos en la UVI. Trasladaríamos nuestro centro de vida de mi casa a su habitación en el hospital; puede que incluso convenciéramos a las enfermeras para que nos dejaran ver el concurso de mi hermano en su habitación. Tiraríamos de promesas que cumpliríamos a rajatabla, sobre horarios y discreción, y sobre todo, del carisma de Alec. Incluso en su situación actual, aquella aura magnética que le rodeaba ya había conseguido que todo el personal que se pasaba por la UVI asomara la cabeza a su rincón para ver cómo se encontraba, con la esperanza de, un día, encontrárselo despierto. Sabía que ése era exactamente su trabajo, y sin embargo, había algo en la ansiedad con la que asomaban la cabeza que me hacía pensar que aquello era personal. Puede que no tuviera ninguna fe en ellos cuando estaban operándolo o la primera vez que visité a Alec, pero ahora que empezaba a reconocer sus caras y a pensar en ellos individualizándolos por nombres que memorizaba en sus etiquetas identificativas, me daba cuenta de que estaban verdaderamente involucrados, todos y cada uno.
               Y eso era gracias al carisma que desprendía Alec, ése que había hecho que yo me enamorara de él, apartando mis prejuicios a un lado y permitiéndome conocerle de veras. Aquel que había conseguido que nadie pudiera decir nada malo de él, pues sus defectos se veían ampliamente superados por sus virtudes. Como había leído una vez en un libro, “el carisma es encanto que inspira devoción”, y de eso Alec tenía a raudales.
               Sólo alguien así podría tenerme tan desesperada por que volviera a abrir los ojos y pudiera decirle que me había equivocado de cabo a rabo, que él había tenido siempre razón, que había sido una cobarde y que debíamos pasar el resto de nuestra vida proclamándonos el uno del otro a los cuatro vientos.
               Yo no podía dejar de moverme. Tenía el corazón acelerado, y mi cuerpo era por primera vez demasiado pequeño para contener tanta emoción. El dicho de que “lo bueno se da en pequeñas dosis” era cierto, porque en mí, la felicidad iba más concentrada, pero ahora había pasado a un nuevo estado en el que jamás me había encontrado hasta entonces: no es que mi alma volara fuera de mi cuerpo como lo hacía cuando hacía el amor con Alec, sino que ésta estaba en pleno proceso de expansión. La sentía como una burbuja que crecía y crecía en mi interior, y cuya tensión se liberaba haciendo que yo vibrara como las cuerdas de un Stradivarius tocadas por un maestro del violín.
               Lo cual hizo que fuera mucho más doloroso cuando Mimi salió con gesto tétrico, una cara tan larga que parecía la protagonista de El grito, de Munch. A veces, un corazón cargado de esperanzas duele más que pulverizado, pues al polvo no puedes romperlo más, pero las esperanzas pueden ser muy frágiles.
               -Nada. A mí no me escucha-jadeó, y se le anegaron los ojos con lágrimas. Se llevó una mano a la boca para intentar ocultar la sonrisa invertida que esbozó de puro disgusto.
               Me repugné a mí misma al darme cuenta de que una parte de mí (una parte egoísta, ruin, tremendamente mezquina) pensó en que yo tenía algo especial que Mimi no tenía. Quería que Alec se despertara conmigo, y no con nadie más, porque eso me otorgaría un poder sobre el resto de gente, un estatus, con el que nadie podía competir. Era absolutamente horrible. Tremendamente desconsiderado, y de ser una verdadera cabrona era el enorgullecerme de que no hubiera reaccionado a su hermana. Aquello no era una competición, por mucho que el átomo de mi cuerpo que había dado un brinco cuando la vio salir triste se empeñara en pensar lo contrario. Lo expulsé de mi ser antes incluso de que pudiera seguir contagiando a los demás con su radiactividad enfermiza, y me acerqué a Mimi para estrecharla entre mis brazos. No era una competición, me repetí. Era una misión. Éramos compañeras, no rivales. En las carreras de relevos de las Olimpiadas, ganaba el país, no el deportista que había cruzado la línea final en primer lugar, pues sin el buen trabajo del resto de su equipo, sería imposible aquella hazaña. Puede que yo hubiera puesto la primera piedra, pero las catedrales no se construían con un solo par de manos.
               Además, no tenía ningún derecho a sentir que podía restregarle nada a Mimi. Mientras que yo había llegado a la vida de Alec recientemente, ella había estado en ella desde siempre. ¿Cómo me sentiría yo si Scott quisiera más a Eleanor que a mí?  Bueno, seguro que lo hacía; era una tontería pensar que no era así, pero… sería horrible para mí escuchárselo decir. Nadie quiere que le quiten el sitio. Y, de nuevo, a mí no me correspondía el privilegio de ser la primera persona a la que viera Alec al despertarse. Quizá yo tuviera más papeletas, pero desde luego, no era la única.
               Debía dejar de pensar exclusivamente en mí. Había alguien que necesitaba más mi atención que yo misma. Una persona que debía ser mi prioridad, antes que yo. Acaricié la espalda de Mimi; su pelo me hizo cosquillas en el dorso de la mano cuando mi piel entró en contacto con el final de su melena.
               -No te preocupes, Mím. Puede que haya algo que se nos escapa. Quizá... no hemos probado con música-se me ocurrió, y Mimi me miró con ojos desconfiados-. Puede que eso sea lo que él necesita. Tiene pinta de que necesita algo en concreto. Deberíamos probar con música, sí.
               -Pero él responde a tu voz. No estamos seguras de si lo que necesita es oírte a ti u oír una canción.

               Aquello era cierto. De las tres, yo era la que más diversidad de reacciones había experimentado. Annie decía que había sentido una débil caricia cuando le cogió la mano una vez, pero con el paso del tiempo sin que Alec hiciera nada más, se había convencido de que no eran más que imaginaciones suyas. No podía culparla, ya que yo había pasado por lo mismo, pero ahora que había visto con mis propios ojos cómo su corazón reaccionaba a mi voz, todo había cambiado para mí.
               ¿Y si Alec estaba esperando que le hablara? ¿Y si realmente el único faro de esperanza que había en su vida era yo?
               -Puedo seguir hablándole-sugerí-. Puedo estar todo el tiempo parloteando, leyendo el diccionario hasta encontrar la palabra que él necesita-estaba bastante segura de cuál era la palabra, o más bien la frase, que Alec necesitaba, pero me daba muchísimo miedo decirla en aquellas circunstancias. Ninguno de los dos se merecía que el primer “te quiero” que le dedicaba fuera así.
               -Debería cederte el sitio para que puedas venir más tiempo-musitó, pasándose una mano por el pelo y despeinándose el flequillo. Annie negó con la cabeza.
               -Alec también te necesita a ti, Mimi.
               -Sí, exacto; no puedes dejar de venir. Seguro que le hace más mal que bien-negué con la cabeza-. Sí, deberías ponerle música. Hacemos eso, ¿vale? Yo le hablo y tú le pones música, y nos pasamos así la vida si hace falta, hasta encontrar la combinación de sonidos que le haga despertarse. Deberías empezar por The Weeknd. Ponle Often, y Starboy, y...
               -Es mi hermano, Sabrae-me recriminó-. Sé la música que le gusta.
               Me quedé callada, un poco cortada ante la rabia que manaba de su voz. Igual que yo, se había dado cuenta de que su posición se veía amenazada. Pero yo, además, tenía otra razón para callarme.
               Si con Often, que se había convertido en nuestra canción, Alec no se despertaba… no lo haría con ninguna.
               -Perdona-se disculpó ella-, es que… es duro. Todo esto es muy duro. Que conmigo no reaccione, si contigo ya van dos veces que… no sé qué pasa. No sé qué he hecho mal-sollozó, dando un paso atrás para apartarse de mí, como si nuestra cercanía nos tuviera que asquear a ambas.
               -Cariño, no has hecho nada mal-Annie abrazó a su hija y le dio un beso en la cabeza-. Sabrae es muy importante en la vida de Alec, pero tú también. Seguro que ha sido una casualidad. Puede que tú le dijeras algo en casa que pueda provocar la misma reacción en él, pero ahora mismo no te das cuenta. Dedícate a pensar esta tarde, ¿vale?-le dio un beso en la cabeza a su hija-. Tengo que entrar ya. No quiero dejarlo mucho más tiempo solo. Llévate esto a casa, ¿vale?-pidió, colocándole la bolsa con los efectos personales de Alec en las manos. Mimi los miró-. No quiero perderlos. Serás su custodio hasta que tu hermano se despierte y te los pida, ¿de acuerdo?
               -De acuerdo.
               -Ve a casa, mi niña. Estate con papá. Tranquilízate: cierra los ojos, respira hondo, y escucha lo que te dice el corazón-Annie le puso una mano en el pecho, le dio un beso en la frente y, cuando la vio más tranquila, le dio un apretón en el hombro. Se inclinó hacia su marido, le dio un beso en los labios, le dedicó una mirada en la que se dijeron todo lo que no podían decirse delante de Mimi, y atravesó las puertas oscilantes, con el estómago lleno y el corazón un poco más animado.
               Las palabras de su madre no hicieron todo el efecto que ésta hubiera deseado en ella, pero Annie tenía cosas más urgentes y personales de las que ocuparse. Comprendí que había dejado a su hija en manos no sólo de su marido, sino también de su nuera, quien, si era capaz de arrancar una reacción de su hijo vegetal, podría mantener a su hija alejada del colapso nervioso. Yo, por mi parte, no las tenía todas conmigo a ese respecto, pero sí era consciente de que tenía razones de sobra para pensar que sería capaz de distraer a Mimi.
               No perdí el tiempo en ponerlas en marcha. La enganché del brazo y eché a andar en dirección a la salida, acomodando mis pasos más cortos a los de ella, que caminaba con la reticencia de quien no quiere abandonar un lugar. La comprendía mejor de lo que creía: Mimi tenía una sensación de derrota carcomiéndola por dentro, como si estuviera abandonando a Alec a su suerte, que también me corría a mí por las venas.
                -¿Crees que nos dejarán volver por la noche?-inquirí en un susurro, esquivando a un par de enfermeras que llevaban sendos vasos de café de máquina en las manos. El sabor que flotó hasta mí tenía un deje de avellana, y no pude evitar recordar cuando Alec se sentaba a mi lado en la biblioteca, después de ir a por un café de avellana, y protestaba porque yo le daba un sorbo cuando le había dicho que no quería nada. Y era verdad la mayor parte del tiempo: no solía apetecerme café cuando me lo pedía, pero en cuanto lo traía, el mero hecho de que fuera suyo lo hacía más sabroso.
               Mimi me miró con expresión cansada.
               -Quizá será mejor que vuelvas tú sola esta vez. Ya sabes… todo es muy reciente. Puede que Alec esté perdiendo facultades.
               Me obligué a continuar andando, aunque no fui capaz de encontrar ningún argumento con que rebatirla. La idea también se me había pasado a mí por la cabeza: si tenía la sensación de que no teníamos tiempo que perder antes de que Alec me demostrara que me escuchaba, quizá era porque realmente era así. Además, en las páginas web que había consultado había unanimidad respecto a que el paso del tiempo era crucial. Si bien había mucha variedad de plazos de despertar, la inmensa mayoría lo hacían con algún tipo de secuelas, e incluso si se despertaban en perfecto estado después del accidente que los había llevado al trance, el paso del tiempo servía para trastornarlos. Que lo que para ti es un segundo suponga semanas, meses o incluso años para tus congéneres hace que algo en tu cerebro se desajuste, y ya no haya posibilidad de volver al momento anterior.
               Era cierto que con Alec todavía teníamos mucho margen de maniobra, pero yo no quería ceder ni un centímetro.
               -Pero el doctor Moravski nos ha concedido privilegio de horario a ambas-respondí, acariciándole el antebrazo, más fuerte de lo que parecía. Mimi podía parecer un bizcocho, pero era dura como una galleta pasada de cocción. Estaba tonificada como su hermano, pero a ella no se le notaban tanto los músculos-. Estoy segura de que es personal e intransferible. No creo que podamos pasarnos una tarde entera cada una metidas en la UVI, a cambio de no volver el resto de la semana. Fijo que no funciona así-sacudí la cabeza y Mimi tragó saliva.
               -Es duro ver que no puedes hacer nada por ayudarle.
               -Ni que yo hubiera hecho la gran cosa.
               -A ti, por lo menos, te escucha.
               -Te equivocas, Mimi. Nos escucha a todos, estoy segura. Yo sólo… bueno, soy capaz de tocarle una fibra sensible que a los demás os cuesta mucho más encontrar. Mira, tengo un buen presentimiento respecto a todo este tema de la música, ¿sabes? En cuanto tu madre lo ha mencionado, he sentido algo por dentro… estoy convencida de que no ha sido por casualidad. Hemos leído mucho sobre los efectos positivos de la música en pacientes en el estado de tu hermano, ¿cierto?
               -Sí. Así es.
               -Creo que deberíamos ahondar un poco más en ello. No sólo por él, sino también por nosotras. No sabemos cuánto nos va a llevar esto, y nos va a producir mucho desgaste… yo en nosotras no lo noto tanto, pero a tu madre ya se la ve agotada, y eso que ni siquiera llevamos tres días con esta cantinela. Necesitamos un plan.
               -¿Un plan?
               -Sí, algo que podamos diseñar con bastante detalle y aferrarnos a él cuando sintamos que nos desesperamos.
               -¿Como ahora, por ejemplo?-ironizó, poniendo los ojos en blanco. Uno de ellos se hundió en sus cuencas antes que el otro, y descubrí que en eso también se parecía a Alec. Alec era incapaz de poner los ojos en blanco a la vez; es más, incluso había un punto en el que podía tener uno en blanco, y el otro, no del todo. Yo había chillado de la grima que me daba verlo la primera vez que lo hizo, así que cuando quería ponerme nerviosa o enfadarme, se dedicaba a hacérmelo hasta que yo me ponía a la defensiva.
               -¡No te soporto!-le gritaba, y Alec se reía, me llamaba cínica, volvía a ponerlos en blanco y a mí me apetecía matarlo a almohadazos. Siempre que yo cogía la almohada, no obstante, él dejaba de hacerlo, se inclinaba hacia mí, me rodeaba con sus musculosos y firmes brazos, me sujetaba los míos frente al pecho y me besaba con tanta lentitud que me obligaba a perdonarlo.
               -¿Te han dado ganas de tirar la toalla?
               -Pronto, ¿verdad? Alec no se merece esto.
               -Qué va. Yo creo que has aguantado como una campeona-agité la mano en el aire-. A mí casi me da algo cuando me dejaron pasar a verlo por primera vez, lo toqué, y no pasó nada. ¿Sabes? Estaba segura de que se despertaría en cuanto yo le tocara. Así de importante me he creído yo siempre-suspiré, entristecida al recordar que mi poder sobre él no era tan fuerte. Esta vez, la que me apretó el antebrazo en gesto cariñoso y de ánimo fue Mimi.
                -Él te quiere muchísimo.
               -Lo sé.
               -Aunque, si te soy sincera, me sorprenda el autocontrol que tiene sobre sí mismo en esta situación. En casa, cada vez que alguien mencionaba tu nombre, o se le empezaba a caer la baba o se le cruzaban los cables y se ponía como una fiera-me reveló, sacudiendo la cabeza y volviendo a poner los ojos en blanco. Vi lo muchísimo que se parecía a Alec, aunque no fuera castaña, me sacara dos cabezas, ni me superara en peso. Era increíble lo iguales que eran, aun siendo tan distintos-. Sinceramente, siempre pensé que tú tenías que reanimarlo cuando le decías algo bonito.
               -Él es el romántico de la relación.
               -Te odiará cuando se entere de que me has dicho eso.
               -Lo sé. Por eso te lo he dicho-me eché a reír, cansada, y Mimi se unió a mí. Me anoté un tanto mentalmente por haber conseguido eso, especialmente porque sabía que Alec estaría orgulloso de mí si estuviera allí, viéndonos hacer tan buenas migas, apoyándonos la una a la otra como hacían las amigas de verdad.
               Lo bueno que sacaría del tiempo que Alec estuviera en coma sería cómo se estrechó mi relación con Mimi.
               -Así que… música-repitió Mimi, volviendo al tema que nos traía por la calle de la amargura-. Creo que… es una buena idea. Y no debería haberme puesto a la defensiva contigo. Tenéis gustos parecidos, así que seguro que sabes mejor que yo qué es lo que le puede gustar escuchar, con qué reaccionaría mejor…
               -Voy a cantarle-decidí en el momento, pero fue una de esas decisiones que sabes que son buenas aunque sean apresuradas. En ocasiones, la improvisación tiene mucho más sentido que seguir el guión. Hace que todo sea mucho más orgánico-. Si ha reaccionado así escuchando mi voz, seguro que si le canto conseguimos más avances. Adora oírme cantar-le dije, y ella asintió con la cabeza.
               -Sí, varias veces me lo ha comentado. Pero, ¿no crees que sería redundante? Yo poniéndole música y tú cantándole… quizá deberíamos organizarnos. Deberías decirme qué vas a cantarle para que yo no le ponga esas canciones, y evitar que llueva sobre mojado.
               -Empezaría por The Weeknd, evidentemente, así que si quieres, de esas canciones me ocupo yo. Son varias horas que ya nos podemos quitar de encima.
               -¿¡Varias horas!? ¿Cuánto crees que tardaremos?-había un deje de escándalo en su voz que me exasperó, sobre todo porque yo me estaba esforzando tanto en ocultarlo que me ardían las palabras en la garganta.
               -A ver, no le voy a cantar todas las que ha sacado Abel, sino sólo las que he escuchado con él, que son las mismas casi siempre. Tengo muchas esperanzas puestas en Often, pero también está High for this… en fin, canciones que tienen historia para nosotros. Y, si no, puedo pasar a Jason Derulo…
               -¿Qué pasa con Jason Derulo?
               Noté que me sonrojaba.
               -La primera vez que nos besamos, estaba sonando una canción suya.
               Mimi hizo un mohín, divertida.
               -Vaya. Típico de Al. Sólo él se daría el primer beso con la chica de la que va a enamorarse con Jason Derulo sonando. ¿Cuál era? ¿Swalla?
               -Bueno, él no sabía que íbamos a enamorarnos, así que tampoco te pases con él, que no puede defenderse. Pero no, para tu información, no era Swalla, sino Breathing.
               Mimi silbó.
               -Bueno, es mejor de lo que esperaba, las cosas como son. Pues lo hacemos así: tú le cantas las canciones que te parezca, y yo me meto en su cuenta de Spotify y le reproduzco sus listas preferidas. Tendré que encontrar unos auriculares que le entren en esas orejotas que tiene-Mimi puso los ojos en blanco, pero ahora, la noté más animada. Si hacía bromas, significaba que las cosas comenzaban a encauzarse de nuevo para ella-. Es una lástima que no puedas ver todas las canciones a las que les ha dado “me gusta”, pero supongo que las listas de reproducción son un buen lugar por el que empezar.
               Entonces, se me ocurrió una idea. Sí, las listas de reproducción públicas de Alec podían ser una gran pista, pero sospechaba que había canciones que le gustaban y que tenían más sentido para él que no estarían en ningún lugar público. Yo misma me había dedicado a inspeccionar sus redes sociales un día, durante las vacaciones de Navidad, en busca de algo que me hiciera sentir que empezaba a conocerle mejor que nadie. Como le había dicho en Camden, había partes de él a las que sólo yo tenía acceso, como la parte privada de un parque, y otros lugares que todo el mundo conocía salvo yo, como si fueran parte de un pueblo que no aparecía en el mapa y que yo, como forastera en el lugar, no había visitado jamás. Recordé que me había confesado que su canción preferida era la versión de Hallelujah que había hecho Alexandra Burke, un dato que jamás habría deducido de él, pues en ningún lado aparecía dicha canción en su Spotify. Ni siquiera seguía a la artista, así que era imposible seguir ningún rastro hacia aquella pieza, pero la seguridad con que Alec me había dado la respuesta cuando le pregunté algo tan básico, y sin embargo tan fundamental, había hecho que confiara plenamente en que me había dicho la verdad.
               -¿Me la dejas?-pedí, señalando la bolsa de plástico con las cosas de Alec que colgaba de los dedos de Mimi. Ella me la tendió con curiosidad, y estudió con desconfianza mi rostro cuando mis dedos se encontraron con el móvil de su hermano. Estaba completamente destrozado, con la pantalla hecha añicos; la carcasa estaba doblada, y a juzgar por las roturas y el óxido de los microchips, le había entrado agua en los componentes internos. Traté de encenderlo, pero si tenía batería suficiente para mostrar el icono de “batería baja” en la pantalla destrozada, los rayones me impidieron verlo.
               -¿Qué pasa?
               -Seguro que tiene su cuenta de Spotify en el móvil.
               -Claro, siempre escucha música con su teléfono cuando sale de casa, ¿por qué…? Oh. Oh. ¡Oh!-se llevó las manos a la boca y me miró-. ¿Quieres que use su móvil para mirar las canciones que le gustan?
               -Sería un buen comienzo. Pero está hecho una mierda-torcí la boca-. ¿Me dejas que me lo lleve? Shasha es muy buena con la tecnología-mi hermana no era sólo “buena” con la tecnología; era capaz de hackear, literalmente, la seguridad de Buckingham Palace, pero eso er algo que no vas contando por ahí, por la cuenta que le trae a tu familia-. Si a este pequeñín le falla algo más que la batería, seguro que ella es capaz de arreglarlo.
               Mimi me dio vía libre para que hiciera lo que creyera conveniente con el teléfono de su hermano. Caminamos en silencio hasta la salida, ella mirando en su teléfono las listas predilectas de Alec, en las que había más rap del que se esperaba (eso me desalentó un poco, pues conmigo escuchaba principalmente R&B, y con esas listas parecía estar tratando de dar una imagen externa que no se correspondía con la realidad); y yo, haciendo una lista mental de las canciones que le cantaría cuando volviera a verlo.
               Ya en el coche, me tocó enfrentarme a mi madre. Después de abrocharnos los cinturones, se me quedó mirando un momento, como temiendo iniciar la conversación, pero sabiendo que, por mi bien, era mejor que me pusiera los puntos sobre las íes antes de que yo terminara de descarriarme.
               -Sé lo que vas a decirme-me adelanté, temiendo que, si no reconocía el elefante en la habitación, éste se hiciera tan grande que terminara por aplastarnos a ambas. Mamá alzó una ceja.
               -¿Ah, sí?
               -Sí. Que este atuendo no es apropiado para un hospital. Y estoy completamente de acuerdo contigo, mamá. Pero, entiéndeme… situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. No sabemos si Alec puede verme de alguna manera, con alguna especie de tercer ojo o algo así que le haya dado una nueva percepción de la  realidad, así que no está de más probar tácticas nuevas, ¿no te parece? He tenido cuidado en el metro y viniendo para acá. No me he metido en líos, he ignorado a los tíos que me miraban de forma asquerosa, y no me he buscado problemas.
               -Sabrae-suspiró, negando con la cabeza y sujetándose al volante-. Sabes que no me gusta que justifiques tus decisiones de ropa. Tienes derecho a vestirte como te plazca sin que nadie te moleste.
               -Lo sé. Pero también sé que voy vestida de forma que intentarían justificar que iba provocando si me pasara algo, y…
               -¿Crees que me molesta que, supuestamente, les des algún tipo de justificación a los hombres? No-sacudió la cabeza-. Si te pasara algo, tu ropa sería la menor de mis preocupaciones, cariño.
               -Simplemente quería que lo supieras. Soy consciente de cómo están las cosas-me hundí un poco en el asiento y la miré con sumisión, dispuesta a que me riñera. Había decidido que era un riesgo a correr desde que había sacado la minifalda del armario.
               -Bueno, no voy a fingir que no me molesta que vayas así vestida-torció la boca y negó con la cabeza, mirando un momento por el retrovisor. Suspiró y me miró, haciendo una mueca-. Pero la próxima vez que me cojas una falda, ten el detalle de decírmelo, ¿quieres?-fue entonces cuando descubrí que su mueca no era más que el principio de una sonrisa-. La estuve buscando hace un par de meses, cuando salí con mis amigas, y pensaba que se había perdido. Estaba tremendamente disgustada, tesoro. Y no hablemos de la tragedia que supuso para tu padre-negó con la cabeza y las dos nos reímos-. Pensé que tendríamos que pedir una sesión urgente con el psicólogo cuando le conté que no la encontraba. Fue una situación crítica. Al borde del divorcio, estuvimos. ¡No te rías, niña!-protestó, dándome un manotazo en el muslo-. ¡Mi matrimonio corrió verdadero peligro, y todo por tu culpa!
               -Entonces, ¿no estás enfadada porque me haya vestido como si quisiera quedarme preñada de algún desconocido, puesta de coca, o algo así?
               -Me enfadaría muchísimo si te quedaras preñada de algún desconocido porque eso significaría que no habrías tomado precauciones. De la coca, ni hablemos.
               -Mamá, tú te quedaste preñada de un desconocido-le recordé.
               -No era un desconocido, era Zayn Malik. Y no me cambies de tema, señorita. Estamos hablando de la falda que me has cogido prestada sin mi permiso.
               Me eché sobre ella y le di unos cuantos besos, diciéndole que la quería mucho.
               -Eso, tú hazme la pelota-mamá se rió y se zafó de mí-. Necesitarás que te eche una mano con tu padre. A él sí que no le va a hacer ninguna gracia verte así. Aunque, claro, con la suerte que tú tienes seguro que consigues que no te diga ni dos palabras en mal tono. Me da la impresión de que vas a esquivar muchas balas hoy.
               -¿Ah, sí?
               -Bueno, has tenido la buena suerte de que Alec no pudiera verte. Francamente, Sabrae, me cuesta un poco decidir si quieres que se despierte o quieres que se muera. ¿Qué habría hecho si te hubiera visto así vestida, en condiciones normales?
               -Me habría obligado a convencerle de que no me había vestido para que me arrancara la ropa a mordiscos.
               Mamá agitó la cabeza.
               -Si es que esa falda es muy peligrosa…
               Arrancó el coche y aprovechó mi buen humor para disfrutar de mi compañía. Hacía demasiados días que no era su hija del todo, así que ese cambio a mejor que me había dado atesorar nuevas esperanzas se hacía notar, y mucho. Para cuando llegamos a casa, incluso nos habíamos reído juntas un par de veces, intercambiando anécdotas sobre nuestros hombres como si el suyo no fuera mi padre y el mío no estuviera en coma.
               En cuanto llegamos a casa, subí a mi habitación a cambiarme y a conectar el móvil de Alec a la corriente para que se le cargara la batería, no sin antes recibir las increpaciones de mi padre al verme con esa prenda que tanto le gustaba puesta en mi madre.
               -¿La tenía ella? ¿Y no me lo dijiste? ¡CASI TENGO UNA RECAÍDA EN LA DEPRESIÓN, SHEREZADE!-le recriminó a mi madre, y luego me apuntó con un dedo acusador-. ¡Tú! ¡Ya le estás diciendo al mocoso de Alec que, si quiere disfrutar de esa falda, te compre una! ¡Échala a lavar AHORA MISMO! Nada más comer, pongo la lavadora. Esta noche salimos por ahí, Sherezade. Te vas a cagar. Vas a volver a tus veinte. ¿Hace cuánto que no te follan en el baño de algún tugurio de mala muerte?
               -Muchísimo, porque a mí no me ha follado nadie en mi vida. Siempre he sido yo la que se folla a los demás-mamá se había reído y se había colgado del cuello de papá antes de darle un beso. Hacía días que no les veía así de acaramelados y de bien. Si no hubiéramos comido todos juntos, en familia, habría pensado que habían retomado su vida sexual. Me había fijado en que no habían hecho nada desde que Alec tuvo el accidente, y cuando se lo saqué a colación a mamá esa misma tarde, cocinando las albóndigas con las que iba a intentar despertar a Alec, ella se limitó a encogerse de hombros y decirme:
               -Alec es ya de la familia. Nos preocupa igual que vosotros. Y cuando estamos preocupados, no nos apetece hacer nada-me acariciaría la cara con cariño, recordándome que estábamos juntos en todo, en lo bueno y en lo malo. Celebrarían conmigo mis triunfos, y me ayudarían a levantarme cuando me cayera.
               -¿Cómo está?-preguntó Shasha, dando unos toquecitos con los nudillos en la puerta de mi habitación a modo de saludo. Ella jamás llamaba a mi puerta, pero sabía que necesitaba espacio en esos días duros, y estaba más que dispuesta a dármelo.
               -Sigue igual. Aunque ahora, por lo menos, sé que nos escucha. Estoy trazando un plan con Mimi, y, la verdad, vamos a necesitar tu ayuda, Shash.
               -Lo que sea-respondió ella, y yo estaba a punto de contarle lo que necesitaba que hiciera por mí, cuando escuchamos la puerta de la calle abrirse. Dado que Eri había traído a Duna a casa antes de irse con Astrid y Dan a la suya para la comida, sólo quedaba una posibilidad: era Scott.
               Había vuelto, al fin.
               Shasha y yo bajamos las escaleras al trote, pero Duna se nos adelantó: dado que ella ya estaba abajo, nos llevaba una ventaja que resultó crucial en echarse en brazos de nuestro hermano.
               Scott estaba raro. Apenas le devolvió el abrazo a Duna, pero pensé que se debía a que estaba cansado. No tenía ni idea de que Eleanor había dormido en casa de Mimi para darle todo el apoyo que necesitara, y se habían encontrado para hablar de algo terrible que mi hermano había hecho esa misma noche.
               Así que sólo pensé que estaba cansado. Pensaba que su mirada perdida se debía a que no había dormido lo suficiente, porque se había pasado la noche de juerga y aún no se había acostado. Apenas nos tocó a Shasha, Duna y a mí, y cuando papá y mamá celebraron que hubiera llegado ya a casa, se limitó a asentir con la cabeza, como si la cosa no fuera con él, y nos siguió a la cocina.
               Todo resultó muy extraño. Se quedó callado durante gran parte de la comida, respondiendo con monosílabos a las preguntas que le hacíamos, que no eran pocas. Todos éramos conscientes de que, la próxima vez que volviera a pisar nuestra casa, lo haría en condición de ganador o perdedor de The Talented Generation. No había término medio: o venía expulsado antes de tiempo, o llegaba a la final, dentro de más de un mes.
               Todos, excepto él. Parecía no estar presente. Parecía sumido en un mar en el que nadie más que él podía navegar, pero su barco había naufragado y era incapaz de salir a la superficie, a flote, a sobrevivir. Shasha pensaba que sólo estaba medio dormido. Duna, que estaba en su mundo. Mamá, que le preocupaba el concurso.
               Pero papá y yo… papá y yo notábamos algo raro.
               Y fue él quien preguntó.
               -Scott, hijo, ¿estás bien?
               Scott clavó sus ojos castaño verdosos en nuestro padre. Era como mirarse en un espejo que alteraba tu mirada, te añadía años y tatuajes, pero nada más. Se mordisqueó el piercing, considerando las opciones que tenía: podía decir la verdad, que no se encontraba nada bien, confesar sus pecados ante nosotros… o mentirnos, decir que tenía muchas cosas en la cabeza, y dejar que pensáramos que no había cambiado tanto en un mes que resultaba irreconocible.
               Se decantó por lo primero. Una conciencia cargada es un saco de piedras que te atas al cuello, y Scott estaba a punto de embarcarse en una travesía transoceánica. Necesitaba que hubiera un lugar en el que no tuviera ningún secreto acechándole.
               -No. Le he puesto los cuernos a Eleanor.
               Mamá, Shasha, Duna y yo dejamos caer nuestros cubiertos sobre los platos. Papá no se movió. Yo miré a mi hermano. Shasha hizo lo mismo. También Duna. Mamá miró a su hijo. Papá siguió sosteniéndole la mirada a Scott.
               Finalmente, cuando conseguí procesar lo que Scott acaba de soltarnos, como si fuera una bomba atómica convertida en broma de muy mal gusto, simplemente me concentré en mí. Así que cogí de nuevo mi tenedor, y me terminé mis verduras.

              

             

Estaba saliendo del cuarto de Shasha cuando me encontré la figura de Scott en el pasillo. Acababa de terminar de subir las escaleras cuando establecimos contacto visual, y algo me dijo que había estado esperando el momento para asomarse y forzar un encuentro.
               Cada uno había vivido una versión radicalmente opuesta de la misma comida. Mientras yo me terminaba mis verduras y empezaba a hacer una lista de canciones que podría interpretar al lado de Alec para traerlo de entre los muertos, Scott, alerta, había registrado todos y cada uno de los movimientos de los comensales. Incluidos los míos, sí, pero no reducidos a estos.
               Shasha parpadeó, tragó saliva y miró a papá y mamá de forma alternativa, olvidándose de repente de que estábamos en la mesa, degustando uno de sus platos preferidos. Duna, la más joven y la que menos idea tenía de lo que estaba sucediendo, miró a nuestros padres también, pero más por inercia de imitar a Shasha que por cualquier otra cosa.
               Mamá inspiró lentamente y exhaló aún más despacio, lo cual parecía imposible, como si estuviera en una de sus sesiones de yoga, intentando concentrarse en abrir todos sus chakras. Y papá… papá se mantuvo inmóvil. Lo único de él que no se había convertido en una estatua fueron sus ojos; el resto, bien podría haber estado hecho de mármol, que nadie notaría la diferencia.
               Fueras cuales fueran las emociones que ahora mismo le embargaban, estaban tan lejos de la superficie como las de Alec. Puede que incluso más: seguro que a él no se le conseguiría encontrar ni el pulso, mientras que con Alec al menos teníamos garantizado escuchar el bamboleo rítmico de su corazón.

               Lo que más les sorprendió a todos, y también a mí de haber estado mirando, era que papá no parecía extrañado. Decepcionado, sí, pero no extrañado. Era como si una parte de él supiera que Scott iba a decir lo que dijo desde que había entrado por la puerta; como si, al haberlo hecho hacía tantísimos años, se hubiera asegurado de añadir en él aquel componente que terminaría ocasionando aquella reacción en cadena.
                Mamá no abrió la boca. Estaba como en trance. Cualquiera habría dicho que estaba presente; ni siquiera se atrevía a mirar a Scott a los ojos, como si temiera ver en el cuerpo del que antes había sido su hijo a un monstruo.
               -¿Con Diana?-quiso saber papá, reclinándose en el asiento y frotándose las manos, chasqueándose los nudillos de modo que sus dedos ya no estuvieran agarrotados. Mamá lo miró, estupefacta. Acababa de hablar un idioma que ella desconocía, y que ni  siquiera sabía que existía, como si fuera su idioma materno. Papá no hablaba inglés, ni tampoco urdu: pensaba en otro idioma al que ninguno de nosotras tenía acceso… pero Scott sí.
               Scott, que no había sido capaz de tolerar a Diana ni dos días desde que la conoció.
               Scott, que ponía los ojos en blanco cada vez que Tommy la besaba.
               Scott, que lo había arriesgado todo, incluida su amistad con Tommy, por estar con Eleanor.
               ¿Scott… y Diana? A cualquiera le habría parecido imposible.
               A cualquiera que no viera las cosas como las veía papá. Porque él, al igual que Scott, había estado en ese lugar: había odiado a mujeres que se le habían cruzado sin ninguna razón aparente, pero también las había deseado con esa, o incluso más, pasión. Papá sabía lo que era odiar a una mujer que te atraía con la misma fuerza con la que te repelía. Y sabía lo que era ser un adolescente con las hormonas revolucionadas ante cuyos pies se postraba el mundo, haciéndolo dueño y señor de un destino que no era capaz de controlar.
               No lo estaba justificando… pero lo comprendía.
               Lo que no se esperaba era que Scott fuera tan ruin como lo había sido él. Creía que la bondad y rectitud que había en mamá había conseguido corregir el rumbo, pero había terminado siendo al revés: de tanto que los genes de mamá habían encorsetado a los suyos, estos habían ido ganando en presión y temperatura hasta terminar reventando en una explosión incontrolable.
               Y ahora, ahí estábamos: con Scott convirtiéndose en lo que más detestaba de papá, en lo que había hecho que su relación se afectara tanto que, a esas alturas, papá estaba convencido de que Scott apenas le quería.
               -No ha sido… sólo con Diana-acertó a decir Scott con un hilo de voz. Yo me levanté a por un yogur, no porque estuviera escuchando, sino porque ya me había terminado mi plato y no tenía apetito. Sabía que necesitaba comer para tener la mente ágil, pero cada bocado que daba era un esfuerzo malgastado. Podría estar pensando, en lugar de obligándome a rumiar.
               Papá asintió con la cabeza, se reclinó en la silla, cruzó las piernas y entrelazó los dedos, los codos anclados en unas rodillas que, sorprendentemente, estaban quietas a pesar de su nerviosismo.
                Cogí un yogur de frutas de la nevera, regresé a mi sitio, lo destapé y me metí una pequeña cucharada en la boca. Shasha me miró, pero no podía culparme de mi estado de abstracción. No podía lidiar con lo de Scott, ahora no. Tenía el corazón hasta los topes con la preocupación de Alec, no podía permitir que se me rompiera al procesar que mi hermano había dejado de ser la persona a la que yo había venerado con tanto fervor durante toda mi vida.
               Al menos, el yogur estaba fresquito.
               -¿Se lo has contado?-preguntó papá. Scott no dijo nada-. Debes contárselo.
               Scott asintió despacio con la cabeza.
               -Merece saberlo por ti. Tienes que ser lo bastante hombre como para apechugar al menos con eso.
               -Se lo acabo de decir. En cuanto me he despertado, he…-Scott carraspeó-. He ido derecho a verla y contarle todo lo que ha pasado.
               Papá esperó. Mamá esperó. Shasha y Duna esperaron. Yo le eché una cucharada de azúcar al yogur, lo revolví y continué comiendo.
               -Me ha dejado. Evidentemente-dijo con un hilo de voz. A Shasha se le llenaron los ojos de lágrimas. Duna parpadeó, confusa. No entendía muy bien lo que sucedía. A la corta edad de ocho años, poner los cuernos no es más que arruinar la foto de un amigo elevando dos dedos detrás de su cabeza. No tenía la trascendencia que tenía para nosotros.
               -Evidentemente-repitió papá, jugueteando con los cubiertos. Suspiró, se revolvió en su asiento y se acodó en la mesa. Scott lo miró con furia.
               -No era yo. Yo no… no es propio de mí hacer esto.
               -No-coincidió papá, asintiendo despacio con la cabeza-. No lo es.
               -Zayn-susurró mamá, pero ni papá ni Scott le hicieron el menor caso.
               -Estaba drogado. No sabía lo que hacía. Me arrepiento muchísimo, sé que estuvo mal, y daría lo que fuera por no haberlo hecho, pero no era yo del todo. ¿No? Incluso hay eximentes que contemplan la posibilidad de que no vayas a prisión si cometes un delito estando lo suficientemente borracho o lo suficientemente drogado.
               Papá asintió despacio con la cabeza.
               -Sí. Sé lo que quieres decir. A veces no eres del todo dueño de ti mismo cuando tomas drogas. Por eso hay que tener cuidado con ellas. Porque tú no eres tú, pero el resto de gente a la que quieres sí, y el daño que puedes hacerles es inmenso.
               Por fin, mamá consiguió comprender el alcance de lo que acababa de hacer su primogénito. Clavó una mirada rabiosa en él, con los ojos salidos de sus órbitas, las pestañas enredándosele en las cejas.
               -¿Y cómo piensas enmendarlo, Scott?-Scott la miró, cansado, se frotó la cara y le confesó que no lo sabía, que estaba muy cansado y sólo quería dormir-. Pues mira a ver por qué estás así de cansado. Yo no te crié para que hicieras esto.
               -Créeme, mamá, si hay alguien a quien le molesta más que a nadie lo que ha sucedido, es a mí.
               -¿Por qué? ¿Porque le has hecho daño a Eleanor, o porque la has perdido?-acusó mamá-. Es hora de que dejes de jugar a ser dios. No lo eres. Nadie lo es. No estás por encima de nadie.
               -Lo sé, mamá.
               -No, no lo sabes. Llevas toda la vida comportándote como si fueras el más digno de cada habitación en la que te encuentras. Incluso si estuvieras en presencia del Dalai Lama, estoy convencida de que te sentirías más que él-mamá se incorporó, recogió su servilleta con rapidez, de manera que ésta chocó contra el vaso de agua de papá y se vertió sobre el mantel, pero nadie le hizo caso.
               Me terminé mi yogur y me levanté para ir a tirarlo y dejar mis cubiertos en el fregadero; no me tocaba ocuparme ese día de la vajilla. Incluso si no me hubieran exonerado de mis tareas de un modo tácito desde lo de Alec, aquello no entraba en mi jurisdicción.
               Scott miró cómo me marchaba sin dirigirle ni una sola mirada.
               -Tu padre-acusó mamá con un dedo amenazante- te lo ha dado absolutamente todo. Todo. Un techo. Comida en la mesa. Tu nombre. Tu aspecto. Incluso tu voz, ésa por la que ahora te crees que manejas el cotarro. Y llevas despreciándolo desde que la perra con la que perdiste la virginidad te rompió el corazón, todo por algo que ni siquiera te ha hecho a ti, ni a nadie de esta familia.
               Subí las escaleras y me metí en mi habitación. Cogí el móvil de Alec y traté de utilizarlo, pero descubrí que la pantalla se encendía en lugares separados, con destellos que hacían imposible leer el mensaje de error que habría estado en el centro de la pantalla. El sistema operativo estaba desconfigurado. El disco duro, machacado y mojado. El móvil estaba para tirar.
                -Estoy intrigada por ver qué motivo encuentras ahora para machacarlo las veinticuatro horas del día-sentenció mamá-; lo mejor de todo esto es que ahora eres incluso peor de lo que le considerabas a él. No se puede echar cosas en cara a la gente tan a la ligera, Scott. Debería darte vergüenza. Ni siquiera te mereces que te hable…
               -Ya está bien, Sherezade-zanjó papá, clavando en mamá una mirada de advertencia. Ella lo miró, miró a Scott, sacudió la cabeza, emitió un bufido y abandonó el comedor. Shasha y Duna la siguieron, aliviadas de que alguien les hubiera dado una excusa para escapar.
               Scott y papá se quedaron en el piso de abajo, frente a frente, dos versiones de la misma persona con fechas de caducidad y cromosomas un pelín diferentes.
               Scott se echó a llorar. Ancló los codos en la mesa, se cubrió la cabeza con las manos y comenzó a sollozar como un niño. Papá se levantó. Scott pensaba que no se lo merecía, pero papá se levantó de todos modos, porque papá no le guardaba el rencor que ahora mismo Scott estaba acumulando contra sí mismo. Los padres son capaces de perdonar abominaciones, mientras que los hijos pueden cortar la relación por un simple malentendido.
               Papá rodeó la mesa y fue a colocarse al lado de Scott, apoyado en la mesa de modo que su cadera quedara a la altura de los hombros hundidos de él. Después de ver cómo varias lágrimas de su hijo caían sobre el mantel y dejaban una mancha oscura en éste, su fortaleza terminó de resquebrajarse y le puso una mano en el hombro. Scott se estremeció, pero no se apartó. Estaba empezando a comprender que había estado equivocado todo este tiempo, pero le dolía tanto lo que acababa de hacer que cualquier ayuda era bienvenida. A la única a la que no habría tolerado cerca era a Ashley, que había hecho que la situación con papá se volviera insostenible.
               Con la excepción, por supuesto, de Diana y Zoe, a las que empezó a culpar en ese mismo instante de lo que había pasado.
               -No te voy a decir que lo que has hecho está bien-comentó papá, y Scott levantó la cabeza y lo miró. A papá le dio un vuelco al corazón cuando vio el dolor en el rostro de su hijo, la mezcla perfecta de él y su esposa, la única motivación para seguir con vida hasta que llegamos mis hermanas y yo-, porque los dos sabemos que no es así. Pero que hayas afrontado tus errores con la madurez con lo que lo has hecho, y hayas sido sincero con Eleanor, es un gran paso en la dirección correcta. Estás dejando de ser un crío. Y eso conlleva unas responsabilidades que creo que serás capaz de asumir bien.
               Scott sorbió por la nariz. Papá esperó. Scott no dijo nada. Así que papá asintió con la cabeza. Puede que Scott no estuviera listo aún para hacer las paces con él, pero sí podía redimirse con mis hermanas y con mamá.
               -Ve a ver a tu madre y a tus hermanas. Te quedan muy pocas horas en casa; no es lo más inteligente que las pasemos enfadados unos con otros.
               Scott asintió con la cabeza, se levantó con desgana, y se quedó frente a papá un instante. Luego, se echó a sus brazos y terminó de llorar todo lo que necesitaba para recargar las pilas. Papá lo estrechó entre los suyos, detestando que un abrazo tan amargo le supiera tan dulce, pero es que lo echaba tanto de menos que le dolía. Papá llevaba sin tener completamente a Scott desde que éste había cumplido quince años y había descubierto a su novia engañándole. Lo mío, de Shasha, Duna y mamá era de chiste comparado con lo de él: ¿qué eran cinco semanas al lado de dos años?
               -Ya está, hijo-susurró, dándole un beso en la sien y acariciándole ese pelo que, a pesar de que era idéntico al suyo, Scott había sacado de mamá-. Todo saldrá bien.
               -No quiero perderla-jadeó Scott, sin especificar si se refería a Eleanor, a mamá… o a mí, con diferencia la más afectada por la noticia. Nadie en aquella casa idolatraba a Scott como lo hacía yo. Nadie en Inglaterra veneraba a Scott como yo. Poniéndole los cuernos a Eleanor, no sólo la perdía a ella: también se bajaba del pedestal en el que yo le había puesto desde el día que nos conocimos.
               Y Scott, sin mí, no era Scott.
               Ya no era un héroe. No era un dios. No era la persona más poderosa del universo. Era, simplemente, un chico muy guapo con una voz increíble y un piercing en el labio que volvía locas a las demás… pero ya no tenía el privilegio y el orgullo que suponía ser mi hermano.
               Por eso, subió las escaleras y se asomó a mi habitación. Como vio que no estaba, pero me escuchó hablando en la habitación de Shasha, decidió quedarse en el rellano entre los dos tramos de escaleras y esperar a que yo saliera. Necesitaría todas sus energías para hablar conmigo; si encima tenía que lidiar también con Shasha, no lo superaría.
               Mientras mamá le daba un repasito a Scott, y éste y papá estrechaban lazos, yo me dirigí a la habitación de Shasha y le entregué el teléfono. Shasha frunció el ceño, subiendo ambas piernas a la cama. No hizo mención a la bomba que acababa de lanzarnos Scott, y yo no la saqué a colación. Puede que las desgracias nunca vengan solas, pero yo necesitaba ocuparme de ellas de una en una.
               Mi hermana ni siquiera hizo amago de tratar de encender el móvil, no digamos ya conectarlo al ordenador y empezar a hacer su magia. Le dio un par de vueltas, examinó la parte trasera del teléfono, le dio la vuelta para mirar la pantalla, y con la boca torcida en una mueca de disgusto, me devolvió el teléfono y negó con la cabeza.
               -Lo siento mucho, Saab. Eso es trabajo de Alec, no mío.
               Recogí el teléfono y me lo quedé mirando, fingiendo que no veía las diferencias con la última vez que Shasha se había ocupado de arreglar algo por petición mía. Había sido en febrero, justo después de San Valentín, cuando Alec y yo aún no nos pasábamos la vida pegados el uno al otro, sino sólo el 90% del tiempo. Se le había estropeado el ordenador, no sabía cómo ni por qué, y cuando me lo había comentado, yo le había pedido que se lo llevara a mi hermana para que le echara un vistazo. Ya sabíamos que íbamos a ir a Barcelona, así que no quería que hiciera aún más horas extra para llevarlo a un informático… y, teniendo uno en casa, ¿qué necesidad había de ponerse en manos de alguien que le cobraría hasta por subirle la tapa?
               -¿Puedes arreglarlo?-le había preguntado a mi hermana, pasándose una mano por los lumbares con preocupación, cuando se lo entregó. Shasha lo había fulminado con la mirada.
               -Yo lo arreglo todo, Alec-sentenció, remangándose la sudadera-. Pero me va a llevar tiempo. Mejor coge a Sabrae-sugirió con ironía-, y llévatela por ahí.
               No necesitamos que nos lo dijera dos veces. Bajamos al centro, dimos una vuelta, nos enrollamos en varios bancos (y también un semáforo) y, cuando volvimos, nos la encontramos atiborrándose a gominolas y viendo una serie.
               -¿Shash? ¿Por qué no estás arreglando el ordenador de Alec?
               -Me estaba tomando un descanso-explico-. Estoy intentando descargar los archivos.
               -¿Vuelvo mañana?
               -Para mañana, debería tenerlo, sí-Shasha se había retorcido en el sofá, se había rascado la barriga y se había despedido agitando la mano cuando me llevé a Alec a la puerta. Hizo venir a Alec otros tres días más, hasta que, finalmente, terminé enfrentándola. Alec no tenía todo el tiempo del mundo para estar perdiéndolo con sus tonterías.
               -¿Qué coño estás haciendo, tía? ¿Puedes arreglarle el ordenador, o al menos descargarle los archivos para que no los pierda si tiene que comprar otro? Es de ser muy perra el hacerlo venir cada día para decirle que no has avanzado nada. Está preocupado por sus cosas; si estás metiendo mano sin tener ni idea, será mejor que…
               Shasha, cansada de mis gritos, me lanzó un CD. Lo cogí al vuelo y me la quedé mirando.
               -¿Qué coño es esto?
               -El disco duro de Alec. Le hice unas cuantas copias de seguridad. Tranquila-parpadeó, dando un sorbo de su batido. La muy cabrona comía y comía, todo basura, y no engordaba un gramo. La detestaba por ello-, tus fotos desnuda están a salvo. Las encripté nada más recibirlas en mi ordenador, y le cifré el disco duro para que nadie más pudiera colarse por el hueco que le hice yo en el antivirus.
               -¿Qué? ¿Tú… le estropeaste el ordenador a Alec?
               Shasha se encogió de hombros, mordisqueando la pajita y mirándome con inocencia desde abajo.
               -Necesitabais un empujón.
               -¡¿ACASO ERES ESTÚPIDA?!
               -No tengo un pelo de tonta, Sabrae. He usado tu móvil para rastrear la IP de su conexión a casa, gracias a los mensajes que le mandas de madrugada. Con un vídeo de 7 segundos ya puedo lanzar un gancho y conectarme en un micropuerto virtual con el wifi de su casa, y de ahí acceder a su ordenador, piratear su antivirus, abrir una brecha en el sistema operativo, y descargarme todos los documentos de la placa base a la vez que hago un barrido con un programa con pinta de malware que lo único que hace es, en realidad, invertir el código binario y convertirlo en un festival de bucles de Nyan Cat. Todo con un gusano desarrollado por mí. De estúpida nada. Soy un puto genio. Aunque no sé por qué te explico todo esto, si eres más tonta incluso que Scott-sonrió, cínica, y a mí me dieron ganas de darle una bofetada.
               -Pero, ¿por qué has hecho todo eso?
               Shasha simplemente se encogió de hombros, como si el hecho de que estuviera mirando por su hermana cuando decidió tomarse tantas molestias (sobre todo por proteger mi intimidad) fuera algo que no encajara con su forma de ser, cuando la realidad era bien distinta: las chicas Malik nos defendíamos las unas a las otras hasta las últimas consecuencias. De nuestros padres, de nuestra familia, y del resto del mundo, por supuesto.
               -Estás de mejor humor cuando te pasas la tarde con él y llevaba notándote un poco plof unos días, con todo el tema de lo de Scott-por aquel entonces, que Scott fuera a irse era una herida que aún dolía demasiado, así que procuraba no pensar en ello más de lo estrictamente necesario… lo cual no significaba que el dolor que sentía fuera voluntario.
               La marcha de mi hermano era una sombra en mi cabeza, un monstruo acechando desde debajo de mi cama esperando a que me durmiera para agarrarme del pie y arrastrarme a las tinieblas.
               No lo había podido evitar. Me había abalanzado sobre ella, invadiendo completamente su espacio personal, y la había cubierto de besos. Que se le hubiera ocurrido ese plan y no hiciera más que postergarlo con Alec me conmovía muchísimo: no es que Shasha no fuera detallista, todo lo contrario, pero que estuviera dejando que otra persona se pasara por nuestra casa tan a menudo, con lo territorial que ella era, me hizo ver cuantísimo me quería. Lo sabía, por supuesto… pero no está de más que te lo recuerden de vez en cuando.
               -Voy a ir contigo al próximo concierto de los chinos que te gustan-le prometí, para hacerle más llevadero el momento romántico. Shasha puso los ojos en blanco y trató de zafarse de mí.
               -Son coreanos-espetó-, y la gira está a punto de anunciarse, así que más vale que vayas a clases de control de twerk, porque como empieces a menear el culo en medio de una canción, yo me muero de la vergüenza.
               En aquella ocasión, sin embargo, no me eché a reír ni volví a cubrirla a besos simplemente por molestarla. Le di un único beso de agradecimiento, desanimada, y salí de su habitación notando que cada paso que daba consumía una ingente cantidad de energía que sería incapaz de recuperar hasta que todo aquello no se acabara. Parte de aquel cansancio se debía a, ¡sorpresa!, que no tenía ningún momento de descanso con Alec. No había cinco minutos diarios en los que enviarle un mensaje y que todos mis problemas desaparecieran, o con los que renovar mis risas cuando él me enviaba un videomensaje haciendo cualquier tontería para animarme o abstraerme. No había fotos nuevas, ni buenos días ahora que él no me enviaba vídeos del sol pintando el cielo de colores pastel.
               No pude evitar recordar la noche en que nos dormimos llamándonos por teléfono, la ilusión con la que me desperté y comprobé que él seguía allí, al otro lado de la línea. Puede que en aquel entonces hubiera adorado dormir junto a él, pero ahora, deseaba haberme pasado la noche escuchando un audio suyo. Algo con lo que pudiera volver atrás en el tiempo siempre que quisiera. Podría oírlo las veces que quisiera, fingir que dormíamos juntos de nuevo incluso si no se despertaba, torturándome todo lo que yo me merecía por no haber sabido valorar lo efímero de nuestras existencias, lo frágil de nuestros cuerpos.
               Era difícil considerar frágil mi cuerpo cuando él no paraba de decirme que era una diosa. Había hecho de sus palabras verdad, y me había terminando convenciendo de que éramos inmortales, nada nos haría daño jamás, la eternidad se había diseñado para nosotros… y, cuando descubrimos que no fue así, el dolor de la pérdida fue doble: no sólo nos perdimos a ambos, sino perdimos la ilusión de que teníamos todo el tiempo del mundo.
               Eso es exactamente lo que quieren todas las parejas: todo el tiempo del mundo. 
               Estaba ocupada pensando en lo que nos había negado el universo cuando me topé con Scott, al final de la escalera. Sin decir nada, pues no me apetecía comentar los pormenores de su caída en desgracia o que me obligara a reconocer que aquel terrible evento había sucedido, entré en mi habitación. Scott asintió con la cabeza, bufó por lo bajo, y me siguió, convencido de que yo era la casilla indiscutible de salida. Debía comenzar por mí, e ir subiendo de dificultad.
               Me senté en mi escritorio, cogí mi portátil y entré en Spotify. Me metí directamente en el perfil de Alec, al que le había dado con diferencia mayor cantidad de “me gusta”. No había ni una sola lista de reproducción con la que yo no hubiera interactuado, aunque si he de ser completamente sincera, no había escuchado aún todo lo que sus redes sociales musicales podían ofrecer.
               Recogí una libreta y empecé a garabatear títulos de canciones con letra descuidada y apresurada. Ignoré la sombra de mi hermano en la puerta, anclado en el rellano de un cuarto en el que antes había sido dueño y señor. Pero, ahora, le pertenecía a otro hombre.
               -Saab-susurró, metiéndose las manos en los bolsillos. Emití un murmullo de asentimiento y continué a lo mío, decidida a acabar con mi lista cuanto antes. Después de Often, escribí Love me harder, Starboy, Shameless, Blinding lights, y Earned it. Estaba a punto de añadir The hills cuando me vino a la cabeza el polvo que habíamos echado escuchando High for this, de manera que la escribí, la subrayé y la rodeé. Tenía que suceder con aquella canción. Sería la primera que probaría. Y si no, bueno, aún tenía mucho más que escuchar.
               -Saab, necesito que me prestes atención un momento.
               Bufé, alcé la cabeza y clavé los ojos en mi hermano, que se balanceó adelante y atrás sobre la planta de sus pies, como esperando que le diera permiso para pasar. El simple hecho de que creyera que lo necesitaba ya denotaba lo mucho que había cambiado todo. Mi habitación había sido suya antes que mía, y siendo un bebé había pasado más tiempo dormida en su cama que en la mía. Nos unía un vínculo lo suficientemente fuerte como para que las convenciones sociales resultaran redundantes.
               Además, a mí no me venía bien que se comportara así precisamente ahora. Necesitaba a mi hermano, no a un desconocido. Al chico que había sido mi favorito en el mundo antes de que mi chico favorito en el mundo cambiara.
               -¿Qué pasa?-pregunté, no en un tono beligerante ni cortante, pero la mera frase ya era una advertencia que Scott supo escuchar, incluso aunque yo no hubiera querido pronunciarla de esa manera. Quería ser comprensiva, pero no podía.
               No podía empezar a pensar en lo que había hecho Scott… en que nos había fallado a todos. Scott era mi roca, y no podía permitir que empezara a bambolearse. Necesitaba que estuviera tan fijo como lo había estado siempre, el anclaje principal en torno al cual giraba mi vida.
               -Ya sabes lo que pasa. Me voy en unas horas, y lo que os he dicho durante la comida…
               -No quiero hablar de eso ahora, S.
               -Pero necesito aclararte que…
               -No tienes nada que aclararme, S, de verdad-negué con la cabeza-. No quiero pensar en eso ahora.
               -Ya, y lo entiendo, pero no quiero que me vaya y las cosas estén mal entre nosotros. Te he echado muchísimo de menos, ¿sabes? No he tenido ocasión de decírtelo, pero es la verdad. Allí dentro no soy un hermano mayor, y ser un hermano mayor es algo que me apasiona-confesó, agitando la mano en el aire, gesticulando de manera que sus palabras llegaran a mí mucho antes-. Sé que la imagen que tienes de mí ha cambiado, y tienes todo el derecho del mundo a decepcionarte conmigo, pero mi vida ya es bastante mierda como para que al menos no intentemos arreglar lo que hay entre nosotros, Saab, así que…
               -No te preocupes por eso, Scott. A mí no me has hecho nada. Así que no te guardo ningún rencor. No tengo nada que perdonarte.
               Mi hermano parpadeó.
               -Me cuesta creerte.
               -No lo hagas, si no quieres-me encogí de hombros.
               -El hecho de que me hayas contestado así ya es prueba suficiente de que estás enfadada conmigo. Y yo no quiero que nos peleemos, Saab. De verdad. Sabes que odio estar a malas contigo; siempre lo he hecho y siempre lo haré, así que dime qué tengo que hacer para…
               -Scott-le corté, sintiendo que un monstruo despertaba en mi interior y arañaba las paredes de mis entrañas. Tenía que cortar el problema de raíz antes de que éste saliera disparado hacia el cielo-. No tengo tiempo, ni ganas, ni ya de paso fuerzas de vivir, para preocuparme por tus problemas-Scott se quedó helado ante mi tono cortante. Se me llenaron los ojos de lágrimas, y él permaneció inmóvil, sabiendo que cuando me ponía rabiosa, lo mejor era dejarme-. Ahora mismo no se me puede caer nadie de ningún pedestal, así que perdona si hago como que no eres un puto infiel de mierda mientras intento que el hombre de mi vida se despierte de un coma.
               Scott parpadeó. Horas después, me odiaría y le llamaría llorando para pedirle que me disculpara, y él no me tendría en cuenta mi salida de tono. Horas después, Alec no se habría despertado aún, y la culpa no sería de nadie más que de la hija de puta que se lo llevó por delante con el coche, y los jefes que le adjudicaron el turno en Amazon. No suya. No de Scott. Ni tampoco mía. De quienes le habían hecho daño.
               Pero por aquel entonces, con Scott en mi habitación y la esperanza incrustada en el corazón, sentía que era responsabilidad mía encontrar la cura para Alec. Creía que tenía que ser asertiva, en lugar de paciente. Que estaba todo el mundo en mi mano, cuando en realidad lo único que tenía que hacer era armarme de paciencia y resignación. Debía luchar con una técnica defensiva, no ofensiva, y aguantar, y aguantar, y aguantar.
               Scott se fue esa tarde, después de ducharse en casa, recoger sus cosas, hablar con Shasha, Duna y mamá, que le perdonaron con más facilidad que yo, y darnos un beso y un abrazo a todas. Por la noche, cuando llegara de la segunda sesión de terapia unidireccional con Alec, la garganta resquemada por cantarle a The Weeknd y el estómago cerrado al ver que no había servido de nada, me metí en la cama de mamá, me acurruqué contra su pecho, y lloré, y lloré, y lloré. Lloré por Alec, porque sólo respondía a mis “mi amor”, y yo sabía que con dos palabras no iba a ser suficiente.
               Lloré por Annie, que estaba viendo cómo el único signo de que Alec no estaba muerto era el subir y bajar de su pecho y la sombra de barba que poco a poco iba oscureciéndosele. Cuando fuera a verlo al día siguiente, incluso pincharía al darle un beso en la mejilla.
               Lloré por Mimi, que se había pasado una hora sentada en silencio, reproduciéndole a su hermano la música que había encontrado en su cuenta de Spotify, rodeándole la mano libre entre las suyas y los ojos fijos en los párpados de Alec, por si acaso estos se movían.
               Lloré por Dylan, que iba y venía del hospital, que dormía solo, que apenas veía a su mujer.
               Lloré por Trufas, que corría al recibidor para saludar a Alec, y se extrañaba cuando veía que la única que atravesaba la puerta era Mimi.
               Y, sobre todo, lloré por Scott, al que había tratado como una auténtica mierda por cosas que escapaban a su control. Lloré por mi hermano, el héroe que necesitaba y que había colgado la capa un momento antes de que llegaran los villanos a hacerse con la ciudad. Mamá me besó la cabeza, me dijo que no me preocupara, que Scott no me tenía en cuenta aquella salida de tono porque sabía cómo estaba, pero hacerle daño a alguien que no siente dolor no impide que sufras cargo de conciencia si esa persona te importa como me importaba mi hermano. Esa noche, se habían salido. Había salido guapísimo en televisión, sentado en un sofá en el centro del escenario a ver con el resto del público qué tal había ido la actuación grabada a la que sometían a todos los concursantes. Chasing the stars había aprovechado el estatus de modelo de Diana para presentarse en el desfile de Victoria’s Secret de ese año, y mientras Diana desfilaba, Scott, Tommy y Chad habían cantado Sexy bitch, de David Guetta. A continuación, había salido Layla a conmover al mundo cantando Dance like we’re making love, con un precioso vestido rosa vaporoso que la hacía parecer una princesa. Y, después, cuando Diana ya había terminado de desfilar, los cinco juntos utilizaron la larguísima pasarela a modo de escenario para hacer su propia versión de Work from home. Scott, Tommy y Diana habían mantenido la compostura delante de las cámaras, pero según me contaron papá y mamá, habían tenido un fuerte encontronazo entre bambalinas. Culpaban a Diana de lo que había sucedido, como si no se hubieran acostado con ella y con Zoe porque las deseaban, sino porque ellas las hubieran violado, o algo así. En circunstancias normales le habría cantado las cuarenta a mi hermano por pensar así y tratarla mal, pero en lo único en que podía pensar era en lo mezquina que había sido porque necesitaba tiempo… tiempo para nada, porque no había servido nada de lo que había intentado.
               Al día siguiente, llamé a Scott, aclaré las cosas con él y lo mandé a la mierda cuando sonrió al ver que me echaba a llorar mientras le pedía disculpas.
               -Es que estoy tan sobrepasada por todo…-jadeé, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano.
               -Menos mal que eres negra y los negros envejecéis menos. De lo contrario, parecerías la hermana de mamá en vez de su hija-bromeó.
               -Eres gilipollas, Scott-jadeé, llorando más fuerte. Le echaba mucho de menos. Puede que se me hubiera caído un mito con él, pero eso no hacía que le quisiera menos. Más bien al contrario: hacía que viera que él no era el ídolo que había pensado que era mientras crecía, sino un ser humano con sentimientos y tentaciones. No tenía la verdad absoluta ni una brújula que le indicara el camino; era buen hermano conmigo porque se esforzaba, porque le importaba. Resultaba esperanzador; me hacía ver que el esfuerzo puede llegar a ser suficiente para salvar a quienes quieres, si les quieres con la suficiente intensidad.
               -¿Te gustó la actuación de ayer?
               -Estabas muy guapo-jadeé, y él rió.
               -Anda. Y yo que pensaba que me iba a librar de lidiar con fans en casa, y resulta que se me ha colado la más hardcore.
               -Sólo le hago un cumplido a papá-comenté, y él rió-. Ojalá estuvieras aquí.
               -Ojalá pudiera estar ahí contigo, chiquitina-consintió él. Fue entonces cuando le perdoné. Podría haber dicho cualquier otra palabra, y yo me habría mantenido firme, pero “chiquitina” era mi punto débil, igual que “sott” lo era para Scott. Los vínculos con la infancia son los talones de Aquiles de todos, estaba segura.
               Esa misma tarde llegó la abuela de Alec a Londres. Apenas estuvo diez minutos de la media hora que había disponible para las visitas, porque cuando vio que Alec tampoco reaccionaba ante ella, ni corta ni perezosa, empezó a darle bolsazos. Dylan tuvo que salir a defenderla de las enfermeras, que querían ponerle medicación para que se tranquilizara. Y, como ni Mimi ni yo utilizábamos el horario de visitas general, Dylan pudo entrar a ver a Alec. La ilusión con la que atravesó las puertas me hizo sentirme la persona más egoísta del universo, pero enseguida me distraje con Ekaterina y su hija. Annie se había puesto a llorar de nuevo, superada por la situación: ella tampoco había sido capaz de conseguir una reacción de Alec, ni siquiera hablándole durante horas, de modo que se sentía impotente.
               -Si sólo responde a Sabrae con una arritmia, ¿a qué nos podemos aferrar los demás?-sollozó, negando con la cabeza-. Pensaba que oírte despertaría algo en él, mama-dijo, hundiendo la cara en las manos-. Estaba convencida de que tú podrías despertarle…
               -No era capaz de despertarle cuando dormía la siesta de pequeño, ¿voy a poder sacarlo de un coma, Anastasia?-ladró Ekaterina con voz señorial, y yo miré a Mimi, que puso los ojos en blanco y asintió con la cabeza. Dada la obsesión de su abuela con los Romanov, me extrañaba que a ella no le hubieran puesto un nombre cirílico.
                -Pero esto es distinto; tú lo sabes, mama… si él no se despierta, no sé qué va a ser de mí. No quiero dejar de ser su madre-se lamentó Annie, y me adelanté para consolarla, pero Ekaterina se me adelantó, aunque no en el buen sentido de la palabra. Se envaró como un soldado al que llaman a firmes, se aferró a su bolso y fulminó a su hija con la mirada.
               -Deja de llorar, Anastasia-espetó-. Mi nieto es descendiente directo de los Romanov, el heredero del mayor imperio de la historia. Es imposible que sea un bastardo igual que es imposible que muera en algo tan vulgar como un accidente de tráfico, tan insultantemente joven y sin descendencia… porque no esperas descendencia suya, ¿verdad, querida?-se volvió hacia mí y yo me quedé a cuadros, imaginándome embarazada de Alec, convirtiéndome en madre a la tierna edad de 15 años.
                -Si Sabrae estuviera embarazada, Alec se moriría-contestó Mimi. Su madre la fulminó con la mirada.
               -De la alegría-coincidió Ekaterina, aunque Mimi apretó los labios, no tan segura de que ésa fuera la impresión de Alec-. Subestimáis a la chica-y dicho lo cual, pasó a hablar en ruso, mirando a su nieta y a su hija de manera alternativa, posando los ojos en mí de vez en cuando de manera que no me quedó ninguna duda de que el centro de la conversación era yo. A juzgar por la expresión de las Whitelaw, Ekaterina las estaba convenciendo de algo.
               Resultó que pretendía que yo utilizara el privilegio de horarios de Mimi y me pasara dos horas al día con Alec, haciendo lo que fuera con tal de despertarlo.
               -Pero yo ya le canto y hago todo lo que se me ocurre, y aun así, no es suficiente. Además, Mimi también necesita verlo.
               -Sólo tú vas a despertarlo. Estoy convencida de ello-Ekaterina asintió con la cabeza, Annie me miraba con expresión calculadora… pero no se había convencido del todo, ni había tratado de convencerme a mí, cuando salió Dylan y le tocó volver a entrar a la UVI.
               -Tiene que haber una solución. Creo que lo de Sabrae es una pista, pero no podemos hacer que recaiga sobre ella el peso de todo esto. No me malinterpretes, cielo, pero creo que no serías capaz de sobrellevarlo.
               -Tranquila, Annie. Estoy completamente de acuerdo contigo. La única que podría pasar tanto tiempo al lado de Alec sin desesperarse eres tú.
               -Bueno, no estoy tan segura de que no esté desesperada a estas alturas. De todas formas, seguiremos probando, ¿de acuerdo? Algo se nos tiene que ocurrir. Por intentarlo, que no falte.
               Y sí, por intentarlo, no faltó. Entre canción y canción, llamaba a los amigos de Alec para que hablaran con él, intentando que consiguieran algún tipo de reacción por su parte; pero, al margen de los vuelcos que le daba el corazón cuando yo le llamaba “mi amor” (siempre que llegaba, y siempre que me iba, para asegurarme de que seguía ahí), Alec tenía la presencia  de una piedra.
               El fin de semana fue horrible. El viernes me llevé a mis amigas y nos pusimos a charlar a su lado, igual que hacíamos en la biblioteca, con la esperanza de que los recuerdos de las tardes que habíamos pasado fingiendo que estudiábamos mientras cotilleábamos al lado de Alec hicieran que algo dentro de él se conectara. Lo único que nos llevamos fue una bronca de la enfermera de jefe por alborotar demasiado, y sus amenazas de que, como se me ocurriera volver a montar una reunión familiar en la UVI, me vetarían el acceso.
               Mientras salían en tropel, Momo me sugirió que llamara a Chrissy y Pauline. Yo lo había estado postergando en parte porque pensaba que no serviría de mucho, y en parte porque me daba miedo que Alec sí reaccionara con ellas. ¿Qué supondría eso en mi autoestima? Toda nuestra relación cambiaría. Mi confianza en mí misma se vería reducida a microgramos. Me convencería a mí misma de que, si había hecho tanto con ellas, incluido tener relaciones sin protección, era porque con ellas tenía un futuro que para nosotros era una ilusión.
               Mentiría si dijera que no las llamé con el corazón en un puño. Y también mentiría si dijera que, en cuando escuché sus voces, les expliqué lo que pretendía y ambas accedieron (¡por supuesto que os ayudaremos, Sabrae!), se me quitó un enorme peso de encima. ¿Qué más daba mi autoestima si Alec se ponía bien? Le querría desde la distancia. Con eso me conformaría.
               Bueno, no me conformaría, pero era mejor que ese infierno en el que estaba viviendo sin sentirle a mi lado.
               Sin embargo, todas mis elucubraciones fueron en vano. Ni Pauline ni Chrissy consiguieron nada de él más que una firme y rítmica lectura en bucle de sus pulsaciones cardíacas. Tal y como había sucedido con Bey, Tam, Jordan, y el resto de amigos de Alec. Ni Scott y Tommy habían sido capaces de sacarlo esa hibernación. Incluso había llamado a Abel para que le cantara algo, pero ni por esas. Alec seguía en sus trece.
               Como ya era un ritual para mí, salí de la UVI y me eché a llorar a lágrima viva. Pasarme el viaje de ida y el de vuelta llorando a moco tendido en el transporte público se había convertido en parte del trayecto del día, y cuando lo hice delante de mis amigas, Momo se sintió tan mal al saber que lo había hecho sola (Dylan siempre se ofrecía a llevarme junto con Mimi, pero yo siempre rechazaba la invitación) que decidió acompañarme a partir de entonces. Me arropó como siempre con una bufanda que llevaba en el bolso a modo de manta, me rodeó los hombros con los brazos y me estrechó contra ella mientras me sacaba del hospital.
               -No sé qué más hacer, Momo… me estoy quedando sin ideas, le estoy fallando, no sé qué más puedo hacer para ayudarle.
               -Ya haces mucho. Lo único que tienes que hacer, es seguir así. Terminará despertándose, ya lo verás.
-¿Y si no lo hace?
               -Lo va a hacer.
               -Pero, ¿y si no?
               Momo me miró con expresión triste.
               -No quiero pensar en lo que pasaría. Te afectaría tantísimo que te perderíamos todos, y me da miedo pensar en cómo sería mi vida sin ti. Eres mi hermana, Saab-me estrechó entre sus brazos e inhaló el aroma a manzana de mi pelo. Yo me dejé llevar por aquel abrazo, encontrando una tímida hoguera de calidez y consuelo en una tundra helada y cruel.
               Amoke me acarició la espalda, y entonces, se le ocurrió una idea.
               -Oye, ¿y por qué no pruebas a llevarle a los demás? No sabemos si Alec reacciona a ti por teléfono. Quizá sepa diferenciar entre si alguien le habla por teléfono o está allí presente. Seguro que influye-asintió con la cabeza.
               La miré. El intento era tan obvio que resultaba imposible de ver a la distancia a la que yo me encontraba.
               Y la persona por la que debía empezar mi prueba era también tan evidente que no había manera de obviarla. De manera que, esa mañana de domingo, en lugar de ir rumbo a mi casa para pasarme la tarde llorando en mi habitación, me tragué mis lágrimas y fui con Momo a casa de Jordan. Miré la casa de Alec cuando llegamos a su calle; por fuera, parecía exactamente igual que siempre, pero saber que estaba vacía y que él no dormía allí le confería un aspecto deshabitado, abandonado.

               Atravesamos el sendero de gravilla en dirección a la puerta de Jordan y Momo llamó al timbre. Nos abrió la madre de Jordan, quien, sorprendida de verme allí, nos dijo que su hijo estaba en el cobertizo que usaban como salón de juegos.
                Jordan nos dijo que pasáramos sin preguntarnos quién éramos cuando llamamos a la puerta. Nadie podía hacerle más daño del que ya estaba sufriendo, solo y en silencio. Giró la cara, miró a Amoke, y cuando me miró a mí, se le llenaron los ojos de lágrimas. Negó con la cabeza, se inclinó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas, y se echó a llorar.
               El cobertizo daba pena. No porque estuviera en mal estado, sino todo lo contrario: estaba tan ordenado que era imposible que dos adolescentes pasaran la mayor parte de su tiempo en él. Y es que no era del todo así: cuando Alec tuvo el accidente, Jordan se distrajo poniendo orden. Trató de jugar a videojuegos, pero nada conseguía sacarle el sufrimiento de su mejor amigo de la cabeza.
               Mientras yo miraba como una autómata el cobertizo en el que tan bien me lo había pasado en el pasado, e incluso en el que me había casi desnudado para Alec por primera vez, Momo caminó hacia Jordan, se sentó a su lado, lo atrajo hacia sí y lo acunó contra su pecho. Jordan lloró como un niño mientras Momo los balanceaba de un lado a otro. Sólo cuando pudo tranquilizarse, levantó la vista y me miró otra vez.
               Tenía los ojos de alguien destrozado por el dolor. Lo sabía porque esos mismos ojos me devolvían la mirada todos los días por la mañana, al otro lado del espejo.
               -Está peor, ¿verdad?-preguntó con un deje en la voz que yo jamás le había escuchado. No sabía cómo sonaba Jordan angustiado, porque siempre que le había visto, estaba con Alec, y la presencia de uno hacía que el otro sintiera que todo estaba bajo control-. Si no estuviera peor, no habríais venido a buscarme.
               -Está bien. Como siempre-informó Momo-. Pero necesitamos pedirte algo.
               Jordan la miró, y yo me pregunté cuánto llevaba informándole de todo lo que pasaba en la UVI cuando yo no tenía fuerzas para hacerlo.
               Mi amiga me miró, y asintió con la cabeza.
               -Necesitamos que vayas a verle-dije con un hilo de voz.
               -¿Por qué?
               -Tienes que hablar con él. Necesitamos saber si reacciona a ti.
               -Sabrae… él te quiere más de lo que me quiere a mí.
               -Pero eso no importa ahora, Jor-respondió Momo, negando con la cabeza-. Sabrae no puede con todo ella sola.
               -Y tampoco es verdad. Él te quiere muchísimo-añadí. Jordan suspiró. Se frotó la cara con la mano.
               -¿Y qué pasa si yo tampoco consigo despertarlo?
               -Tendremos que seguir buscando-contesté-. Pero, por favor, ayúdame. Tú sabes que no puedes vivir sin él, y yo tampoco.
               -Me da miedo ver que no sirve de nada-se resistió. Se me puso el estómago del revés.
               -Te suplicaré si es necesario. Necesitamos que vengas, Jor. Tienes que venir. Te lo pediré de rodillas si es necesario-al ver que dudaba, yo no me lo pensé dos veces, y me postré ante él. Su reacción no se hizo esperar: se puso en pie de un salto y corrió hacia mí para ponerme en pie.
               -A él no le haría ninguna gracia que te pusieras de rodillas ante nadie. Y menos, ante mí. Vale. Iré. Claro que iré. Es mi mejor amigo-razonó, como si tuviera que convencernos de que lo dejáramos ir, en lugar de buscar excusas para quedarse.
               Jordan no consiguió despertarlo, ni le arrancó ninguna reacción, pero ver cómo se consumía tuvo el efecto contrario al que él vaticinaba: en lugar de desanimarse, consiguió mil y un motivos para seguir cuidando de Alec. Me prometió que no dejaría que viniera sola a verlo a partir de entonces, y juntos, encontraríamos la solución.
               En cuanto me mostró su apoyo, toda a adrenalina que llevaba acumulando esa semana y que había hecho que sobreviviera desapareció de mi cuerpo. Me derrumbé, literal y metafóricamente, ahora que sabía que había alguien cuidando de mí, dispuesto a recogerme. Le había escrito una carta que le había leído en voz baja, confiando en que nadie más que él la escuchara; era tan íntima que me daba vergüenza y rabia que alguien que no fuera Alec oyera las palabras que él me inspiraba. Ni por esas se había despertado, así que yo ya no podía más. Si no supiera que era crucial en su recuperación, habría tirado la toalla en ese mismo instante.
               Necesitaba alguien que me recargara las pilas. Es por eso que, cuando salí de la UVI, miré a Mimi y le pregunté si podía dormir esa noche en su casa. Dado que Jordan había venido con nosotras esa tarde, Dylan no ejercía de chófer de Mimi, así que tuvimos que regresar andando.
               -Podéis quedaros en mi casa, si queréis-ofreció Jordan, pero yo negué con la cabeza.
               -Necesito dormir en su cama. Alec ya no huele a Alec. Huele a hospital. Y la sudadera negra que me regaló huele a mí. Necesito algo que me inspire para seguir pensando.
               Jordan asintió, distraído.
               -Sí, sé lo que se siente. Yo llevo en el cobertizo desde el accidente. Es el único lugar de mi casa en el que puedo cerrar los ojos y fingir que está ahí. Dormido-sonrió, recordando sus ensoñaciones-, porque cuando está despierto no se calla ni debajo del agua, pero ahí.
               Eso era horrible. El silencio al lado de Alec, cuando él siempre decía algo para arrancarte una sonrisa, era lo más antinatural de todo. Era estar con él, y no estar.
               Nuestros pies chapoteaban en el asfalto mojado. Las nubes habían descargado con furia esa tarde, protestando al ver que ni con esas Alec se despertaba. Me sentía igual que ellas: yo también me estaba deshaciendo en ríos de agua que se condensaban por mi dolor.
               Nos detuvimos en la calle frente a las dos casas. Jordan se toqueteó las rastas, se metió las manos en los bolsillos y comentó:
               -Avisaré a Bey de que tiene que acompañarnos mañana. A ver si ella consigue algo.
               -Seguro que sí-dudaba que Bey arrancara algo de Alec, pero por probar que no faltara. Es decir, si ni Jordan ni yo éramos capaces de despertarlo, ella, que tenía un estatus un poco inferior que nosotros, por mucho que fuera su mejor amiga y su primer amor, no tendría tampoco mucho margen de maniobra. Pero toda ayuda, por pequeña que fuera, era bien recibida.
               -Le he prometido que me raparía, ¿sabéis?-nos confesó, con una sonrisa triste que no le escaló a los ojos-. Él no hace más que meterse con mis rastas, y a mí me encantan, pero prefiero tener que aguantar sus gilipolleces con el pelo rapado a seguir con ellas y que él no esté. Ya no sé si me gustan-capturó una entre sus dedos y la examinó a la luz de las farolas.
               -A mí sí me gustan.
               -Y a Alec también. Pero le gusta meterse contigo.
               -Razón de más para quitármelas. Me tiene hasta los cojones.
               Jordan volvió a echarse a llorar, y yo me puse de puntillas para abrazarlo y consolarlo. Me dio muchísima lástima darme cuenta de que, si bien yo había estado igual de hundida que él, o puede que más, había tenido gente manteniéndome a flote. Jordan, sin embargo, estaba solo. Se había aislado a voluntad, encerrado en su cobertizo para fingir que todo estaba bien, y ni Mimi ni yo nos habíamos preocupado de preguntarle si había algo que pudiéramos hacer por él. Me prometí que lo cuidaría mejor a partir de entonces; no sólo mientras Alec no estuviera allí para hacerlo, sino también después.
               Si algo bueno íbamos a sacar de esto, era que todos haríamos piña. No sólo en torno a Alec, sino también entre nosotros.
               -Intenta descansar, ¿de acuerdo? Mañana será otro día. Puede que mañana sea el definitivo.
               -Sí. Puede que tengas razón. Hasta mañana, Mím-abrazó a Mimi y se volvió hacia mí-. Saab… gracias por todas las molestias que te estás tomando.
               Negué con la cabeza, los ojos cerrados, el pelo encerrado en mis trenzas.
               -No me queda otra. Voy a pasar mi vida con él. Y tienen que ser muchos años; no me conformaría con menos.
               Jordan esbozó una sonrisa cansada que, sin embargo, fue sincera. Le alegraba tener a alguien que se preocupara por Alec tanto como él al pie del cañón, lista para hacer lo que hiciera falta por ayudarlo.
               Atravesamos el césped de la casa de Alec mientras el eco de la puerta de Jordan cerrándose se perdía en el horizonte. Justo en el momento en que Mimi giraba las llaves en la puerta y empezaba a hablarme sobre lo que tenía pensado hacer al día siguiente, una figura apareció por la esquina de su calle y la llamó por su nombre. Mimi se detuvo en seco, frunció el ceño y se giró a la vez que yo.
               Un chico de figura atlética, tan alto como ella, de pelo rizoso recogido en una bandana y piel color café, más oscura que la mía pero más clara que la de Jordan, avanzó hacia nosotras con movimientos ágiles y elegantes.
               -¡Mary!-celebró el chico, con una cadencia musical que me hizo pensar en un artista completo: claramente, era bailarín, a juzgar por su complexión. También tenía buena voz, y casi seguro que sabía actuar, de modo que en unos años estaría en una compañía de teatro, representando sus musicales en los escenarios más exclusivos de Londres-. ¡Qué alivio! En la academia estamos todos muy preocupados por ti. No has ido en toda la semana, y no te vi en las audiciones de la Royal. ¿Va todo bien?
               Mimi se apartó el pelo de la cara, y pude ver que se había puesto roja como un tomate. Antes de que dijera su nombre, sumé dos y dos.
               Aquel chico era Trey. El que le gustaba.
               Plantándose en su puerta después de que ella se pasara las tardes en su casa.
               No fue hasta entonces cuando me enteré de que Mimi no había acudido ni una sola vez a sus ensayos de baile. Llevaba toda la semana tan centrada en su hermano que no tenía apenas tiempo para nada más, y ese tiempo libre lo había reservado para sus estudios.
                -Trey, hola. Yo… no he tenido tiempo de prepararme. Así que no me he presentado.
               -¿Qué? Pero si llevas todo el año esforzándote como la que más. A mí también me parece algo muy intimidante, el plantarte allí y bailar para los maestros del país, pero te aseguro que no es para tanto. Es decir, las pruebas son duras, sí, pero una bailarina tan genial como tú lo tendría chupado para entrar. ¿Te han traicionado los nervios?
               -Me ha surgido una cosa.
               Trey parpadeó, visiblemente confuso. Sus ojos saltaron hacia mí, y luego, hacia ella, así que me abstuve de presentarme. No era el momento ni el lugar.
               -Esto… ¿te apetece contármelo? Quizá necesites desahogarte. Sé que no hemos hablado mucho fuera de la academia, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que quieras.
               -Te lo agradezco.
               Ante el silencio de ella, Trey carraspeó.
               -¿Volverás esta semana?
               -Aún no lo sé, Trey. Todo depende.
               -Oh. Vaya. Vale. No quiero ser pesado, ni entrometerme, pero…
               -Mi hermano ha tenido un accidente-reveló Mimi, y Trey se puso pálido. Mimi asintió despacio con la cabeza. Bajó la mirada y se mordió el labio-. Está en coma. Estamos intentando que se despierte. Por eso no he ido a ensayar ni a las audiciones.
               -Vaya, yo… lo siento muchísimo. ¿Estás bien?-preguntó, dando un paso hacia ella y tocándole el codo. Sospeché que era la primera vez que la tocaba fuera de una coreografía.
               Y que a Mimi eso no le hiciera ninguna ilusión me destrozó.
               -La verdad, no.
               -¿Quieres que haga algo?
               -No hay mucho que puedas hacer-respondió ella, pero no lo hizo en el típico tono borde en el que cortas la conversación, sino… con desesperación. Como si Mimi deseara que Trey pudiera hacer algo. Éste se pasó una mano por la nuca, asintió con la cabeza y carraspeó.
               -Si quieres, puedo… escuchar. A veces lo que hace falta es un hombro sobre el que llorar. Sin ánimo de ofender-añadió, extendiendo las manos en mi dirección. Negué con la cabeza, le di un apretón en la mano a Mimi.
               -Te veo arriba.
               Subí las escaleras tras interceptar a Trufas, que celebró mi llegada con gran emoción. Con un nudo en el estómago, entré en la habitación de Alec, consciente de que la última vez que había estado en ella, había sido con él. No me sorprendió descubrir que Annie la había dejado tal y como estaba cuando Alec se marchó por la mañana: las sábanas arrugadas, la ropa por el suelo, el bote de colonia sin cerrar, el cargador colgando de la mesilla de noche. Me paseé por la habitación, acariciando los muebles, la tele en stand-by. Aquel cuarto que bien podría haber sido mi segundo hogar en otra vida me era completamente ajeno. Sin Alec, su casa era territorio desconocido; su cama, un desierto irregular.
               Pero, al menos, estaba ahí. En cada rincón. Su aroma flotaba en la estancia como polvo de hadas en un bosque mágico. Era la luz del sol colándose a través de las vidrieras de una catedral. Me incliné para recoger una camiseta suya y me la llevé al rostro para empaparme de su olor. Trufas, mientras tanto, trotó por la habitación y decidió ensañarse con la bolsa de deporte de Alec.
               -No, Trufs. Sé bueno-le insté, apartándolo de ella. Al menos, me hizo caso. Se dedicó a corretear por la habitación de nuevo hasta que, aburrido,  saltó sobre el colchón y se acurrucó justo en el centro. Yo me detuve ante el tocadiscos que le habíamos regalado, en cuyo plato había dejado un vinilo de The Weeknd, cómo no. Me lo imaginé escuchándolo al volver de Barcelona, tumbado en la cama, sólo con sus calzoncillos puestos, sonriendo al techo al pensar en lo bien que lo habíamos pasado… y a qué precio.
               Sobre la mesilla de noche, la caja de condones que habíamos comprado en Barcelona había arrojado el último par que quedaba al suelo. Me lo imaginé despertándose sobresaltado con el sonido de su reloj despertador, bufando al darse cuenta de que tenía que ir a trabajar, y dando manotazos hasta conseguir apagarlo, sin importarle todo lo que se llevaba por delante. Se habría puesto los pantalones del pijama ahí mismo, y se habría ido al baño.
               En su escritorio, tenía un post it con la fecha del lunes siguiente a su vuelta y el código con el que tenía que fichar para que le contaran las horas extra. De nuevo, otro disco sobre la superficie; esta vez, Last year was complicated, el que le había regalado yo después de que lo estrenáramos a lo grande en mi casa.
               Por todas partes había pruebas de que sería con música con lo que Alec se despertaría. Estaba convencida de ello, aunque puede que no fuera música al uso. Su risa era música para mis oídos, igual que la mía lo era para los suyos, así que bien podía necesitar de otra licencia poética para despertarse. Me paseé por la habitación, temiendo tocar nada y alterar la energía del lugar, en busca de inspiración.
               No encontré nada. Cuando Mimi subió a acompañarme y se tumbó en la cama, decidí que yo también necesitaba terapia de choque. De modo que abrí el armario de la habitación, empujé las camisas y los pantalones, me hice un hueco y me metí dentro. Mimi se hizo un ovillo en la cama, con Trufas en su centro, como si fueran la representación en carne y hueso del yin y el yang.
               Cualquiera que viera cómo se relacionaban ellos dos habría pensado que Mimi estaría encantada de la vida cuando Alec se marchara, bien al voluntariado, bien para ir a la universidad, y le dejara la casa para ella sola. Sin embargo, viendo cómo se aferraba a todo lo que le pertenecía a su hermano hacía ver que no era así, ni de lejos. El vínculo que los unía era tan fuerte como el mío y el de Scott. Trascendía las barreras de lo físico, se sentían el uno al otro a distancia. Darían lo que fuera por su hermano, con la seguridad de que merecía la pena, pues era recíproco.
               Yo siempre había sabido que él la adoraba. Por mucho que protestara, por mucho que se quejara y la sacara de quicio, Alec besaba el suelo que Mimi pisaba. Él mismo lo reconocía.
               -Las hermanas pequeñas sois muy peligrosas. El día que seáis conscientes del poder que ejercéis sobre los hermanos mayores, estaremos jodidos.
               Cualquiera diría que lo había dicho por mí, pero viendo a Mimi, disfrutando de lo poco que quedaba aún intacto de su hermano, que la había salvado una vez.
               Mis pensamientos desaceleraron cuando llegué a ese punto de mi reflexión, como si estuviera a punto de llegar a una idea magistral. Allí, rodeada de la ropa de Alec, en la cama en la que me había poseído como un animal y me había hecho conocer un placer sin límites, tenía la cabeza más despejada que nunca. Por eso pude detenerme en detalles a los que antes no les había dado importancia.
               Concretamente, en dos.
               El primero tenía relación con Mimi. Cuando me contó la historia de sus padres, Alec me había contado que había pasado algo que había empujado a su madre a salir de la cárcel en la que habían nacido él y Aaron, en la que llevaba encerrada años. Nunca me había parado a pensar en que había una pieza que faltaba, o más bien que no encajaba del todo bien con mis ideas preconcebidas: Mimi.
               Porque, si lo había entendido bien, Alec sólo había pasado dos cumpleaños en casa de sus padres, con otro apellido diferente. No habían llegado a tres. Mimi, por su parte, había nacido seis meses y medio después de que sus padres se fueran a vivir juntos. Eso estaba en el límite de la supervivencia para los bebés, y de haber sido tan prematura, se le notaría.
               Algo dentro de mí hizo clic. Un engranaje encajó, y la maquinaria volvió a funcionar como siempre. Lo vi en ese momento. La razón por la que Alec era tan protector con ella, por lo que no soportaba decir el nombre de su padre y el de Mimi en la misma frase.
               Mimi había salvado a su madre, y también a Alec. Un Alec casi bebé, que no entendía lo que pasaba, que no sabía que el miedo no era un sentimiento normal que experimentar hacia un padre. Y, si lo había salvado una vez, volvería a hacerlo con el segundo detalle que acudió a mi mente.
               En esa misma cama en la que Mimi se acurrucaba, Alec y yo habíamos follado con The Weeknd de fondo por primera vez. Recordaba el polvo con claridad: había sido un punto de inflexión en nuestra relación, tanto por el episodio en el que me agarró del cuello y abrazó completamente su deseo y su desinhibición, como por el hecho de que me hubiera dejado saber cómo era en la cama cuando su cantante favorito sonaba.
               -Será mejor que haga una lista-le escuché decir, desnudo, glorioso, dispuesto para mí igual que yo lo estaba para él-, ¿no te parece?
               -¿Cuál es la clasificación que sugieres?
               -Follar guarro, polvo guay, y suavecito.
               Me saqué el móvil del bolsillo y entré en Spotify. Corrí al perfil de Alec. Lo miré uno, dos, tres, cuatro, hasta cinco veces. Se me paró el corazón.
               No había rastro de esas listas en su perfil. Eran privadas.
               Llevábamos una semana dando vueltas por la zona equivocada. No teníamos que buscar en lo que Alec exhibía, sino en lo que se reservaba. Igual que se había reservado a Mimi durante toda su vida. Igual que se había escondido del mundo hasta que yo lo encontré.
               Llevábamos una semana buscando a Alec Whitelaw. Por quien teníamos que preocuparnos no era por él… era por Al.


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2 comentarios:

  1. Erika tia creo que ha sido el mejor capítulo de toda la trama del accidente de Alec hasta ahora, tal vez porque es el que mejor me ha sabido a nivel personal porque me ha llegado a sentar casi como una recompensa. Me ha encantado la actitud de Sabrae en todo momento con respecto al tema de los cuernos de Scott, es una reinisima y es que el final del capítulo ha estado tan jodidamente bien que he pegado un chillidito.
    Gracias por el capítulo y aprovecho también para agradecerte estar siempre ahí y ser tan buena amiga.

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    1. ASDFGHJKLÑ me alegro mucho de que te haya gustado, quería haberlo subido antes pero ya sabes cómo soy estirándome, así que a la mierda mi intención de subir el despertar de Alec el 23 pero☺no☺pasa☺nada☺
      Me alegro de que te haya gustado y te haya sentado bien, espero que mereciera la pena la espera ♥
      Gracias a ti por comentar siempre y también por estar ahí, te quiero mucho *berwensita por decirlo en público*

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