domingo, 17 de enero de 2021

Simplemente por mí.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-Dylan y yo nos conocimos el último invierno que pasé en la casa que compartía con el padre de Alec y Aaron-empezó mamá, y Mimi se revolvió en el asiento, poniéndose cómoda. Le encantaba escuchar la historia de cómo se habían conocido sus padres, nuestra familia, a pesar de que mamá siempre la empezaba de la misma forma: como si fuera un cuento.
               Como si estuviera ensayando para el día en que tendría que explicarle a la chica de la que su hijo estaba enamorado de dónde veníamos todos, cuál había sido el camino a recorrer hasta llegar al punto en el que nos habíamos cruzado, qué esperanza estábamos viviendo ahora que ni siquiera teníamos en el pasado.
               Me giré para mirar a Sabrae, cuya cara de sorpresa había mudado rápidamente en un gesto de profunda concentración, conectando las piezas unas con otras. Habíamos hablado de lo que mi padre había supuesto en mi vida en una de nuestras primeras noches juntos, pero no habíamos profundizado mucho en lo que había supuesto para mi madre, o para mi padrastro, o incluso para mi hermana. 
               Deseé un único segundo que Sabrae tuviera una actitud abierta, que le diera tiempo a mi madre para explicar lo que en un principio parecía un acto censurable, pero que en realidad no era más que el único acto de salvación que se había permitido dedicarse a sí misma. Después, cuando ese segundo pasó, me acordé de que Sabrae era inherentemente buena. Que no juzgaba a las personas, siempre daba todas las oportunidades que le pidieras… y el feminismo en el que la habían educado haría que no viera en lo que mamá estaba a punto de contarle como una historia con luces y sombras otra cosa que no fuera una historia de salvación.
               Así que estiré la mano hacia ella, dejándosela bien cerca para cuando las cosas se pusieran feas, y me volví para mirar a mamá, cuya expresión de controlada angustia por haber visto de lo que éramos capaces sus hijos (Aaron, sí; pero también yo) se convirtió pronto en esa mirada soñadora de quien cuenta su cuento de hadas preferido.
               -Hacía muchísimo frío ese día. Llevaba nevando casi una semana, y a pesar de que me encantaba llevar a los niños al parque a jugar con la nieve en mis días de descanso o en las tardes en que no tenía que trabajar, lo cierto es que, esa vez, me gustaba un poco menos que de costumbre. El Starbucks al que siempre iba durante mi pausa para el café estaba cerrado, de modo que no me quedó más remedio que ir al del centro comercial en el que trabajaba, que estaba más hasta los topes que nunca: no cabía ni un alma, y ni siquiera las camareras tan amables que siempre estaban atentas para señalarme un hueco libre antes que a otro cliente un poco menos habitual que yo habrían sido capaces de encontrarme un hueco. Y eso que eran auténticas expertas.
               »Pero entonces, le vi-mamá miró a Dylan, que le dedicó una sonrisa resplandeciente a pesar de lo comedida que era-. O, más concretamente, vi el hueco que había frente a él en la pequeña mesa en el rincón en el que estaba sentado. Detestaba tener que hacerlo, pero no me quedaba más remedio: era molestar a un desconocido aparentemente inofensivo,  o quedarme sin café.  Lo cierto es que incluso me daba un poco más de lástima por él que por ningún otro: estaba demasiado ocupado en su sándwich de huevo y queso y en el periódico que tenía entre las manos como para dejar que el bullicio le molestara, y yo no quería perturbar esa paz. Odiaba el Starbucks de mi centro comercial precisamente por eso: nunca había ni un instante de silencio en el que pudieras saborear tu café a gusto, sin tener que concentrarte en la sensación de tu paladar en lugar de la de tus oídos. Pero, como te digo, no me quedaba otro remedio. Necesitaba desesperadamente un café, como las abejas necesitan que llegue la primavera o tú y Alec necesitáis estar juntos.
               Una leve sonrisa titiló en el rostro de mamá, y Sabrae y yo nos miramos, entendiendo cuánto necesitaba mamá ese café aquel día de invierno de hacía tantísimo tiempo. Dieciséis años, nada más y nada menos. Más de lo que Sabrae llevaba respirando. Más de lo que yo llevaba siendo un hermano mayor.
               -Me acerqué a él, en parte rezando por que me dijera que estaba esperando a alguien y así me diera una excusa para no meterme en un lío que me costaría caro si Brandon aparecía como por arte de magia por ahí y me veía sentada frente a un hombre bastante apuesto…
               -¿Bastante?-la interrumpió Dylan, y mamá puso los ojos en blanco, le dio una palmadita en la mano, sacudió la cabeza y continuó.
               -… y en parte suplicando por que me dejara sentarme aunque fueran cinco minutos. Mis tacones me estaban matando. Supongo que tenía una pinta horrible, porque la forma en que me miró cuando llamé su atención fue espectacular. Ojalá hubiera podido hacerte una foto.
               -Es que estabas guapísima, cariño.
               -Llevaba el uniforme de Harrod’s-respondió mamá con cierto fastidio, como si no le encantara el piropo que venía justo después.
               -¿Trabajaste en Harrod’s, Annie?-preguntó Sabrae, inclinada hacia delante como una niña fascinada con las historias que le cuentan, de princesas, príncipes, animales que hablan, hortalizas que se convierten en vehículos y hadas madrinas que dejan una estela de purpurina allá por donde pasan. Mamá asintió con la cabeza, las pestañas rozándole las mejillas como hacía cuando las clientas le preguntaban si algo que les quedaba bien les quedaba bien. Mamá era sincera en esa época (al menos, en ese sentido), y por ello la valoraban mucho en su departamento. Lamentaron su marcha casi tanto como ella, a pesar de que la razón de su partida fuera la llegada de un nuevo bebé a la familia, uno cargado de esperanza, sin miedos ni pesadillas-. ¡Qué clase!
               -Aun así seguías pareciendo una modelo-continuó Dylan-. Ninguna de tus compañeras lo llevaba como tú.
               -Eres un pelota…-mamá se echó a reír-. Siempre lo has sido.
               -Bueno, de tus dos maridos, el más pelota es el que más tiempo lleva contigo-ronroneó Dylan, acercándose a ella para darle un beso en los labios mientras la sujetaba por la cintura. Me hizo cosquillas por dentro verlos así. Así quería estar yo con Sabrae cuando llegara a su edad; claro que mamá era mayor que Dylan, cosa que a nosotros no nos pasaba.
               -El caso es que conseguí distraerlo de su lectura lo suficiente como para que no pudiera mantener sus ojos fijos en el periódico durante más de dos o tres minutos, mientras yo me iba tomando mi café poco a poco. Cada vez que me inclinaba a dar un sorbo de mi taza, me lo encontraba mirándome, y cuando yo levantaba la vista para hacerlo (las pocas veces en que me armé de valor para enfrentarme a su mirada), él apartaba la mirada rápidamente, como si le hubieran pillado haciendo algo que no debería. Cuando empecé a comerme mi magdalena, no obstante, por fin se concentró, y por un momento pensé que eso sería todo.
               »Hasta que algo dentro de mí le dijo que le pidiera el periódico. Que quería tocarlo. Menuda locura, ¿verdad? No le conocía de nada, no sabía su nombre, y lo único que compartíamos era esa diminuta mesa en la cual ni siquiera nos estábamos tocando, aunque eso pareciera imposible, pero… quería tocarle. Quería saber qué se sentía teniendo su piel bajo los dedos, y no sólo su alcance. Así que le pedí el periódico. Él me lo tendió con una sonrisa amable, balbuceé algo que no logré entender, y dejó que intentara concentrarme en la lectura sin sacarse el móvil del bolsillo, a pesar de que de vez en cuando le vibraba. Le reclamaban en la oficina, pero él seguía allí.
               »Me gustó el detalle del móvil. Después, Dylan me contó que lo había hecho para que no le sintiera inaccesible, pero en ese momento en lo único en que podía pensar era en lo bonitos que tenía los ojos, del color del caramelo, en lo cuidada que estaba su barba (un poco más corta que ahora, y también con menos canas)…
               -¿Me estás llamando viejo?
               -Sí-mamá le sacó la lengua a Dylan, que hizo una mueca y se sacó una daga ficticia del corazón. Mimi y Sabrae se rieron suavemente, haciéndole los coros a mamá, que le dio un beso en la mejilla además, como premio por su gracia-. En fin, en pocas palabras, que me enrollo mucho: me gustaba que Dylan me diera una excusa para ver algo más que sus cejas y su pelo mientras analizaba su teléfono.
               »A partir de entonces…
               -¿Qué pasó?-preguntó Sabrae con ansia, y mamá parpadeó.
               -¿Qué pasó con qué?
               -Con el periódico. ¿Te lo llevaste?
               Mamá y Dylan se miraron, sorprendidos, y mamá se puso roja como un tomate antes de continuar.
               -Bueno… eh…-balbuceó. No estaba acostumbrada a que nadie le preguntara por los detalles. Mamá solía irse mucho por las ramas, y aunque nadie en casa le metía prisa, lo cierto es que ni yo ni Mimi le pedíamos más detalles de los que ella nos daba. Con los que nos proporcionaba nos parecía más que suficiente; demasiado, incluso-. Se lo devolví.
               -Oh-jadeó Sabrae-. ¿Y os acariciasteis en el proceso?
               -Pues… no.
               -Oh. Jo-hizo un puchero y a mí me entraron ganas inmediatamente de tener trillizos con ella-. Bueno, en otra ocasión, ¿verdad?
               -Sí.
               -Qué guay. Esto es mejor que una comedia romántica-me confesó Sabrae, vibrando en el asiento igual que lo hacía Duna cuando algo la tenía emocionada. Ahora ya sabíamos de dónde lo había sacado. Esta vez, todos los Whitelaw nos reímos-. Sigue, sigue.
               -Le devolví el periódico y me fui un poco decepcionada, porque como de costumbre, no había conseguido reunir el valor suficiente como para hacer lo que me proponía en un principio, que era hablarle. Siquiera dedicarle algo más que un educado buenos días, que viera que tenía modales. Me marché sin decirle nada, me imagino que porque ya había gastado todo mi valor de esa noche pidiéndole que me dejara compartir la mesa con él, y cuando me incorporé a mi puesto de trabajo, me sentía un poco… desinflada-como queriendo ilustrarlo, mamá bajó los hombros y agachó ligeramente la cabeza-. Fíjate cómo sería el asunto, que incluso unas compañeras me preguntaron si me encontraba bien, y todo. No podía dejar de pensar en que había dejado que se fuera y ni siquiera sabía su nombre. Me parecía algo espantoso, el que hubiera por ahí un hombre tan bueno que me dejaba su mesa y su periódico y yo tuviera forma de volver a encontrarlo y darle las gracias como se merecía. Sólo conseguí animarme cuando regresé a casa y fui a buscar a mi pequeñín.
               -El pequeñín soy yo-le confié a Sabrae, que puso los ojos en blanco.
               -Creo que sé por qué te puso ese nombre.
               -¿DE QUÉ COÑO HABLAS, PAYASA?
               -De coños, precisamente, no-se burló ella, y yo puse los ojos en blanco.
               -Eres el demonio.
               Sabrae se rió más fuerte y trató de cogerme la mano, pero yo la aparté.
               -Cada vez que me tocaba turno, dejaba a Alec en casa de mi mejor amiga, que también era vecina mía, y…
               -La cual se llama Mary Elizabeth-anunció Mimi, hinchándose como un pavo-. Un gran nombre, ¿no crees?
               -Sí, para desastres naturales-apunté yo, soltando una risita. Mimi puso cara de enfadada y me soltó un cojinazo en el pecho-. ¡AU! ¡MAMÁ!
               -¡Deja a tu hermano, Mary Elizabeth! ¿No ves que está mal?
               -Je, je. Mamá te ha reñido-me burlé mientras Mimi me fulminaba con la mirada.
               -También ha dicho que estás mal, ¿no piensas rebatirlo?
               -No puede. Nació así.
               -Sabrae, en serio, me estás tocando los cojones más de la cuenta; ya veremos si eres tan graciosa cuando deje de comerte el coño con tanta alegría.
               -Ya has dejado de comerme el coño, Alec.
               -No me lo recuerdes, que tengo tendencia a los ataques de ansiedad-puse los ojos en blanco y emití un resoplido que hizo que mi chica se riera, y yo puede que me regodeara en ello. Sólo puede.
               -Ya volverás-me prometió Sabrae, dándome unas palmaditas en el dorso de la mano.
               -¿Me lo pones por escrito?
               -Así que-mamá se aclaró la garganta, recuperando nuestra atención- estando con Alec me di cuenta de que esas extrañas fantasías que me pasaban por la cabeza no eran más que una locura. Estaba cansada, eso era todo, y la convivencia con Brandon no era nada, pero que nada fácil, pero una parte de mí me decía que saldríamos de aquella. Que ver a otros hombres y desear saber sus nombres era serle infiel a mi marido, el padre de mis dos adorados hijos, que me quería a su manera, y me cuidaba a su manera, el hombre que me había jurado amor eterno, que nunca me abandonaría, y que estaba cumpliendo ese juramento. O al menos, eso creía yo-mamá puso los ojos en blanco-. Porque yo era consciente de que lo que me pasaba no era normal, que no debería estar pasando por aquello, pero si Brandon había sido perfecto una vez, bien podía volver a serlo.
               »De modo que, al día siguiente, volví a la cafetería con la férrea determinación de no seguir alimentando esas fantasías. Era una mujer casada, puede que no en el matrimonio más feliz del mundo, pero tenía dos niños de los que cuidar y a los que no quería poner en peligro bajo ninguna circunstancia.
               »Claro que la cafetería estaba de nuevo atestada, porque estaba acogiendo tanto a sus clientes como a los de la que yo frecuentaba. Así que tuve que buscar otra vez un sitio en el que sentarme…
               »… y no dudé adónde ir cuando me encontré los ojos de Dylan posados en mí.
               Sabrae emitió un gritito ahogado. Literalmente. Ojalá fuera mentira, pero lo hizo. Estaba como una cabra.
               -¿HABLASTEIS ESE DÍA?-casi bramó, demasiada emoción en su interior como para que su metro cincuenta fuera continente suficiente. Mamá se relamió los labios, rió, y negó con la cabeza.
               -Sólo nos dimos los buenos días.
               -Uf. No puedo. Por estas cosas odio el slow-burn.
               -¿No llevas no sé cuánto con un libro larguísimo en el que los protagonistas no han hecho más que cogerse la mano?-le pregunté-. Creía que te encantaba ese libro.
               -Sí, pero que un libro me encante no significa que no lo pase mal con él, ni que lo odie.
               -A decir verdad-intervino Dylan-, sí que dijimos algo, lo que pasa que a Annie siempre se le olvida contar esta parte-miró a mamá con una ceja alzada mientras ésta trataba de escurrir el bulto dándole la espalda.
               -¿Qué le dijiste?-Sabrae estaba hiperventilando. Cogí el botón para avisar a las enfermeras, por si acaso necesitaba atención sanitaria ante lo que estaba por venir.
               -Le dije que le había guardado el sitio.
               -Ay, madre mía. Ay, Dios mío. Ay, señor-Sabrae se levantó y cogió una revista de crucigramas de la mesa, con la que comenzó a abanicarse mientras correteaba por la habitación-. Alec, ¿lo has oído? ¡Le estaba guardando el sitio! ¡Me voy a desmayar!
               -¿Siempre es así?-se rió Mimi, y yo asentí.
               -¿Por qué crees que te he pedido opinión sobre libros románticos que te hayan gustado mucho? Pienso regalarle todos los que me has dicho, los veinticinco, para el cumpleaños. Me descojono viéndola así.
               -Sigue, por favor. Sigue, sigue, sigue-suplicó, multiplicando la palabra a la par que la velocidad, como cuando en una grabación las dos aspas de un helicóptero se convierten en cincuenta.
               Mamá se echó a reír.
               -Lo cierto es que no pasó mucho esos días. Yo iba al café, me sentaba con Dylan, apretujada en todas las mesas en las que él se sentaba primero, sobre las que siempre ponía algo para guardarme el sitio que retiraba con disimulo cuando yo llegaba, para no tener que hablar de ello, y comíamos en silencio. A veces nos atrevíamos a mirarnos. La gran mayoría, simplemente compartíamos el periódico.
               -Dios mío, es lo más romántico que he oído en mi vida.
               -Joder, qué fácil lo voy a tener para pedirte que te cases conmigo-solté, pero Sabrae me siseó con una serpiente-. ¡Oye! ¿Tú puedes interrumpir a mi madre, pero yo no?
               -Shh. Calla. Que empieza lo nuevo, lo presiento-Sabrae se revolvió de nuevo en el asiento, moviendo los dedos frente a su cara, y se inclinó de nuevo hacia mamá y papá.
               -De hecho, no-rió mamá, para desilusión de su nuera preferida. La única que tenía, ahora-. Seguimos así unos días más; pero un día, de repente, Dylan dejó de aparecer.
               -Todos los hombres sois iguales-escupió Mimi, fulminando a su padre con la mirada.
               -Os tendría que dar vergüenza-me acusó Sabrae.
               -¿Tengo que recordarte que yo, por aquel entonces, era poco menos que un cigoto?
               -No dejáis de ocasionar problemas desde el momento en que sois el espermatozoide ganador.
               -A veces simplemente preferiría que el coche me hubiera atropellado la cabeza y me tuvieran que quitar el cráneo del asfalto con una espátula-gruñí, poniendo los ojos en blanco.
               -Volví un segundo día. Y un tercero. Al cuarto, me rendí, y decidí que fuera lo que fuera lo que le había traído a mi Starbucks provisional, también se lo había llevado de él. Tenía pinta de ser alguien importante, con un futuro prometedor; quizá un empresario, así que puede que estuviera de viaje de negocios en Londres y ya lo hubiera concluido todo. Yo había sido sólo su compañera de mesa en el café más cercano a su hotel, y me había montado películas en la cabeza que no me atrevía a admitir en voz alta por miedo a darme cuenta de lo absurdas que sonaban.
               »De modo que volví a mi Starbucks de siempre. Las camareras, tan amables ellas, me recibieron con los brazos abiertos, creyendo que me había cogido unos días en Navidades. Las pobres en ningún momento pensaron que yo seguía en el otro Starbucks por voluntad propia. Estaba decidida a retomar mi vida y olvidarme de Dylan, y en ello estaba, intentando sacarme de la cabeza al desconocido que no miraba el móvil cuando, un día…-mamá hizo una pausa en la que Sabrae aguantó la respiración-, volví a verlo.
               -Los hombres enamorados sois lo mejor del mundo-festejó mi chica.
               -¿Yo también?
               -Tú el que más-me dio un sonoro beso en la mejilla, y yo silbé.
               -Toma castaña.
               -Te amo-me dijo, juguetona, y yo intenté no ponerme colorado. No sé por qué, fracasé estrepitosamente. Como si que Sabrae me dijera que me amaba fuera algo nuevo. Claro que eso que hacía cosquillas en el alma. O, más bien, diría que se parecía más a un terremoto de grado 13 en la escala Richter.
               -Me costó muchísimo encontrarte-le recriminó Dylan a mamá, como si Sabrae y yo no hubiéramos hablado.
               -Pues estaba en mi sitio de siempre. Incluso seguía en la mesa de la esquina, por si acaso, aunque no solía sentarme ahí antes de ti-mamá se encogió de hombros y se echó a reír-. No hacía más que ponértelo fácil.
               -¿Sabéis qué me dijo cuando la vi y me acerqué a ella?-preguntó Dylan, y aunque Mimi y yo asentimos, pues ya nos sabíamos la historia de memoria a pesar de lo larga que era, Dylan lo reveló de todos modos, para el más absoluto deleite de Sabrae-. Me dijo: “te he reservado un sitio”.
               A Sabrae se le llenaron los ojos de lágrimas, lanzó un sonoro quejido y gimió:
               -¡Me desmayo!
               -Creo que vamos a empezar a pasar más tiempo contigo, Saab-se rió mamá mientras Sabrae se abanicaba.
               -¡De eso nada!-protesté. Bastante poco estaba yo con ella como para ahora, encima, tener que compartirla con mi madre. Ni de coña.
               -A partir de ese día, todos los días que yo trabajaba, nos encontrábamos en la cafetería. Intercambiamos los números, Dylan comenzó a acompañarme de vuelta al puesto de trabajo, pero él nunca… nunca intentaba propasarse conmigo. Íbamos a mi ritmo, lo cual, para mí, era perfecto. No estaba acostumbrada a ser yo la que marcara el paso, y había descubierto que me gustaba, igual que me gustaba estar con él. Dylan fue el primer amigo que tenía en mucho, mucho tiempo, y a pesar de que creo que era palpable que los dos queríamos algo más el uno del otro, jamás me presionó para hacer nada que yo no quisiera. Siempre estaba dispuesto a dar él el primer paso, pero se aseguraba de que era exactamente eso lo que yo quería.
               »Lo cual era un cambio muy agradable, teniendo en cuenta lo que me esperaba en casa-el tono de voz de mamá cambió con esta última frase, y el ambiente de la habitación se cargó del nerviosismo que le producía pensar en su pasado. En lo que había perdido por estar con mi padre, en todo el sufrimiento que bien habría podido ser felicidad-. Conocer a Dylan hizo más complicada mi convivencia con Brandon. Yo había perdido la esperanza hacía bastante tiempo, tenía demasiadas cosas normalizadas estando a solas con él que ahora, sin embargo, sabía que no me ocurrirían con Dylan. Y a más bueno era Dylan, más malo me daba cuenta de que era Brandon.
               »Supongo que dentro de mí, Dylan y Brandon estaban librando una lucha. Era como ver a dos jaguares pelear a muerte por ver quién será el rey de la jungla. En el fondo de mi corazón, yo sabía a quién quería más, y ese hombre, por desgracia, era el padre de mis hijos.
               Noté que Sabrae se ponía pálida y miraba a Dylan, que sin embargo no parecía afectado por aquella información. Si le había dolido la primera vez que la escuchó, no lo sabía: yo era demasiado pequeño para comprender lo que implicaba aquello la primera vez que mi madre me lo contó, así que no tenía ni idea de si eso había resultado doloroso para Dylan. Sospechaba que sí, aunque una parte de mí me decía que no tenían sentido esos sentimientos, pues el amor que mi madre sentía por Dylan había terminado por crecer tanto que había proyectado una gran sombra sobre lo que, en el pasado, había sido la tierra de la que yo había surgido.
               -Pero también sabía que Brandon no era mi único amor, ni el único hombre en mi vida. No sé cómo, me convencí a mí misma de que lo que estaba haciendo estaba bien. Sé que no tiene excusa, pero decidí que necesitaba estar con Dylan. Ese pequeño rayo de esperanza que me había aportado me proporcionaba tanto alivio que, por mucho que ahora me resultara más insoportable estar con Brandon y aguantar lo que me hacía, me dije que eso no me mataría. Así que, cuando Dylan me propuso ir a cenar un jueves de febrero, le dije que sí. Sabía que Brandon no se daría cuenta de qué día era, y que un jueves era tan mal día como cualquier otro para salir sin él, pero conseguí convencerlo. Le dije que iría con Mary Elizabeth, que estaba pasando un mal momento, que no podía dejarla sola, que nos hacía demasiados favores como para darle la espalda, y lo que creía que ella hacía no eran más que paranoias suyas: Mary no hablaba mal de él, no le criticaba ni trataba de convencerme de que le dejara, de que era un mal padre y mis hijos estaban en peligro con él.
               »Por descontado, todo lo que él pensaba que Mary decía de él, era verdad. Pero no iba a decirle eso. No, cuando podía disfrutar de un San Valentín realmente romántico después de tanto tiempo que ni siquiera recordaba cómo era, y eso que había vivido bastantes. Brandon llevaba años trayéndome flores o teniendo algún que otro detalle bonito ese día, pero yo… yo quería más. Quería fuegos artificiales. Quería anillos de diamantes. Quería todo lo que veía que el resto de mujeres tenían, salvo yo.
               »Aunque, claro, no me lo esperaba en absoluto. Simplemente anhelaba esa sensación. Los nervios, el prepararse, el… la anticipación. Me encantaría tener un plan que me entusiasmara, que contar a mis hijas, si algún día llegaba a tenerlas, mientras las ayudaba a prepararse para sus primeras citas, aunque tuviera que cambiar el protagonista. Quería respirar polvo de estrellas una última vez, para poder saborearlo todo bien antes de que se desvaneciera para siempre.
               »Y, entonces, de la mano de Dylan, tuve el San Valentín más mágico que había tenido en mi vida. Me llevó a los Jardines de Kew, un sitio al que yo, que había dejado la carrera de Botánica por quedarme embarazada, llevaba deseando ir prácticamente desde que tenía uso de razón. Llevaba ahorrando tanto tiempo que no recordaba ningún momento de mi vida en el que no hubiera metido los peniques que me sobraran en una hucha con la esperanza de que, un día, pudiera atravesar esas puertas con un vestido precioso y sentarme en una de sus lujosas mesas.
               »Yo estaba que no me lo creía. No sólo por la situación en sí, por lo mágico de la velada, sino porque, a pesar de que sabía de sobra la ilusión que me hacía ese plan, Brandon no había hecho más que comerle la oreja con él. Jamás me lo había dicho en serio. Nunca me lo había propuesto, simplemente había teorizado, pero se había quedado todo en el aire. Dylan, en cambio, me conocía de hacía apenas dos meses y había removido cielo y tierra para dármelo. Me conocía mejor que mi esposo, que el padre de mis hijos, que el hombre que me había arrebatado mi apellido y mi soltería con palabras bonitas, y me había arrebatado la dignidad a puñetazo limpio.
               »Fue esa noche cuando me di cuenta. Quizá yo pensaba que quería a Brandon más que a Dylan, tan tormentosa era nuestra relación (así de confundida y tonta era yo por aquel entonces), pero hasta un ciego vería que Dylan me quería mil veces más que Brandon. Y que yo quería a Dylan mil veces mejor que a Brandon, porque me salía solo, me salía de dentro. Era amor, pura y simplemente, y no el producto del miedo. De Brandon me había enamorado como si un tren me hubiera pasado por encima, pero de Dylan… de Dylan me había enamorado como una flor abre sus pétalos.
               Mimi sorbió por la nariz. Siempre lloraba cuando mamá llegaba a esa parte. A mí me daban ganas, pero como soy un Hombretón™, me aguantaba.
               Claro que era un poco complicado pensar en ser fuerte, o valiente, o no hacer nada, si ya sabía lo que venía después de lo de a continuación.
               -Esa noche, terminé lo que había empezado en diciembre y me acosté con otro hombre que no era mi marido por primera vez. Y fue precioso. Fue… absolutamente maravilloso-mamá tragó saliva y miró a Dylan, quien la cogió de la mano y le dijo en silencio que la quería, moviendo sólo los labios-. Después de años odiando el sexo, Dylan había conseguido que volviera a gustarme. Que disfrutara otra vez. Sabía que me estaba arriesgando muchísimo, pero no podía dejar de estar con él. Pasé la noche en su casa, y tuve que limpiarme el maquillaje mientras volvía en metro a la mía, donde Brandon me esperaba hecho una fiera, dispuesto a arrancarme al felicidad a golpes.
               »Creo que se dio cuenta ese mismo día de que algo pasaba. Pero Brandon era más listo de lo que yo pensaba, y fingió que no. Después de una de las peores palizas que me pegó en toda mi vida (porque, a diferencia de las otras, ésta sí me la había buscado y ésta sí la merecía), los dos notábamos que algo había cambiado entre nosotros, a pesar de que todo seguía igual. Era como si alguien nos contara qué hacía el otro cuando no estábamos juntos, como si Brandon tuviera un espía que le dijera que, las tardes que yo le decía que doblaba, en realidad me iba a casa de Dylan. Es como si le oliera. Como si llevara escrito en la frente lo que estaba haciendo cuando volvía a casa.
               »Sé que fui una inconsciente, y que puse en un grave peligro a los niños y a Mary por mi imprudencia, y me avergüenza haber sido tan egoísta, pero es que no podía parar. Dylan me hacía fuerte, me hacía valiente, y aunque me resultaba muy complicado volver a casa y aguantar cosas que cada vez me parecían peores con Brandon, siempre volvía por nuestros hijos. Porque puede que yo detestara a Brandon por habérmelo arrebatado absolutamente todo, puede que le odiara y que deseara que se muriera, pero a la vez, no quería que le pasara nada malo, le adoraba y le amaba, porque él me había dado las únicas razones por las que yo me seguía levantando cada mañana, tanto antes como después de conocer a Dylan.
               Los ojos de mamá se perdieron en la distancia, anclados en un punto entre mi cama y el suelo.
               -Incluso si me hubiera matado, una parte de mí siempre le estaría agradecida porque Alec está aquí gracias a él.
               Noté cómo un ácido me ascendía por la garganta y me la anegaba en llamas. Después de todo lo que mi padre le había hecho pasar, después de todo el dolor, del miedo, de los traumas que aún la perseguían, y esa manipulación que todavía la mantenía bien atada en ciertos puntos, estaba seguro de que, si a mamá le dieran la opción de repetirlo todo, lo haría. Simplemente por mí.
               -¿Fue Dylan quien te animó a dejarlo?-preguntó Sabrae con inocencia, y mamá levantó la vista y la miró, con una ceja aún semiarqueada.
               -No. A Dylan siempre le bastaba con lo que yo estuviera dispuesta, o pudiera darle. Escucha, Sabrae, sé que sabes mucho de la teoría, y yo también pensaba saberlo, pero cuando te encuentras en esa situación, todo es mucho más complicado de lo que en realidad parece. Empieza de una forma tan sutil que ni te das cuenta. Cuando por fin percibes que nada está bien, está todo tan enredado que te resulta imposible salir sin hacerte más daño. Es un horrible círculo vicioso del que no hay escapatoria, a no ser que alguien de fuera te eche una mano. En cierto modo, ese alguien para mí fue Mary.
               -¿Qué hay de Mamushka?
               -A mi familia nunca les gustó Brandon, incluso cuando todavía era bueno conmigo, así que a él no le resultó difícil alejarme de ellos y convencerme de que todo lo que me dijeran era por envidia. Porque no tenían lo que teníamos nosotros. Lo que te he dicho del tren no es casualidad, Sabrae: con Brandon tuve la relación más espectacular que he tenido en toda mi vida. Ningún hombre me ha impresionado jamás como me impresionó él. Era igual que un rey. Hacía el amor igual que un dios; el sexo más salvaje de mi vida, lo tuve en la época en la que él y yo estábamos empezando, cuando tenía que eclipsarme. Y lo consiguió.
               »Pero, a lo que iba, incluso cuando yo sabía que aquello no estaba bien, no dejaba de ver motivos por los que quedarme. Al margen de que me decía que las cosas habían ido bien en el principio y que podían volver, le veía con los niños. Le veía con Aaron. Lo que sentía por él rayaba en la admiración. Sólo si hubiera sido una niña, y él hubiera sido Dylan, le habría adorado más. Brandon quería a Aaron todo lo que no me quería a mí. Con Alec, en cambio-me miró, y yo me estremecí-. A Alec lo quería, y punto. Lo quería porque era su obligación, porque era su hijo, y lo cuidaba si yo se lo pedía, pero… conoció a Alec en la época en la que es más fácil odiar a un hijo, cuando son bebés que dan mucho trabajo y muy poca gratificación. Él prefería volcarse en Aaron, que ya podía jugar, ya podía decirle que le quería, que era el mejor. Aaron podía alimentar su ego, pero incluso si no lo hiciera, creo que con Aaron siempre tuvo una conexión que yo nunca conseguí entender del todo bien.
               -Porque son iguales-escupí yo por lo bajo.
               -Así que para mí, todo era muy confuso. Porque le veía levantarme la mano, le escuchaba amenazarme, le creía cuando me decía que era la persona más miserable del mundo, que no me merecía nada… pero luego le veía jugando con nuestro hijo, dándole mimos, haciéndole gracias, y veía a Aaron feliz, y yo pensaba que tenía que ser buena madre antes que cuidar de mí misma. En el momento en que das a luz, tú ya no importas; los que importan son tus hijos. Por eso me quedé con Brandon hasta que fue él quien prácticamente me echó de casa.
               Sabrae frunció el ceño e inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Que él te…? No entiendo, Annie.
               Entonces, mamá se echó a llorar. Se cubrió el rostro con las manos, y sus hombros se contrajeron y se relajaron a intervalos irregulares, mientras Dylan y Mimi la rodeaban con los brazos, acunándola, tratando de tranquilizarla. Sabrae me miró con una expresión abatida, que nada tenía que ver con el gozo que había llenado sus ojos hasta hacía unos minutos.
               -Lo siento, no pretendía…
               -No es culpa tuya. Es culpa de él.
               -Creía que era ella la que se había ido, no…
               -Y así fue. Fue mamá la que se marchó.
               -Pero porque no me quedaba otra alternativa-se lamentó ella, sorbiendo por la nariz y limpiándose los ojos con un pañuelo, exhalando un jadeo en el que prácticamente se ahogó-. No lo hice por valentía, sino porque no me dejó elección. Creo que nunca me habría armado de valor si no me hubiera quedado embarazada de Mimi.
               -Pero te quedaste, y te fuiste. Eso no es que te echen, sino irte tú de casa-trató de consolarla Sabrae, pero mamá negó con la cabeza.
               -No, tú no lo entiendes, Sabrae. Verás, no sé muy bien cuándo descubrió Brandon que yo estaba embarazada, pero cuando se dio cuenta, no tuvo más que sumar dos y dos. Llevaba mucho tiempo más ocupada de lo habitual con el trabajo, hacía bastante que no me venía el período, y en las fechas en que lo había tenido por última vez, no habíamos hecho mucho. Las posibilidades eran muy escasas. Yo ni siquiera estaba pensando en ello cuando llegó San Valentín, pero me acosté con Dylan sin usar protección (la falta de costumbre, supongo, o quizás una parte de mí quería que pasara), y me quedé embarazada. Justo en una época en la que mi marido decide no tocarme, yo me quedo embarazada. Imagínate lo que le hace eso a un maltratador. Destruye la poca humanidad que le queda por dentro. Se siente traicionado, humillado, e incluso inútil. No tiene nada que perder. Absolutamente nada. Ni siquiera a ti, su trofeo de caza, porque ya no te tiene. Y entonces, decide hacer algo que tú rezas porque no haga nunca: lanzarse a la desesperada a por ti. Prenderse fuego a sí mismo sólo para quemar la casa también, contigo dentro. Y con todo el que venga.
               »A Aaron no iba a hacerle nada, porque probablemente le hiciera daño. Pero a Alec… Alec era más mío que de él. Alec era mi punto débil. La única razón por la que yo suplicaba, y lloraba, y le decía que no hiciéramos ruido, que haríamos lo que fuera, que le obedecería, pero que por favor, no hiciéramos ruido, íbamos a despertar al niño.
               »Así que una noche, cuando llegué de trabajar (y venía en serio de trabajar, no de ver a Dylan), me lo encontré en la habitación de Alec. Lo tenía en el regazo, cosa rarísima, porque hacía bastante que no lo cogía. A mí se me heló la sangre en las venas nada más verlo. Supe lo que iba a decirme antes de que lo dijera.
               Mamá tragó saliva, atragantándose con las palabras.
               -“Sé lo que me ocultas, jodida puta”-le citó, y a mí se me dispararon las pulsaciones en cuanto lo escuché. Se me nubló la vista y los pulmones se me llenaron de ceniza-. “Sé que llevas meses follándote a algún cabrón de mierda, y sé que estás preñada de él. Como no has abortado todavía, supongo que pretenderás que yo me haga cargo de esa aberración que llevas dentro. Pero la cosa…”-a mamá se le quebró la voz, emitió un gemido y negó con la cabeza. Sabrae apenas respiraba.
               -“La cosa-continué yo-, es que no podemos mantener a tres críos. O, más bien, no me da la gana. Así que vas a tener que elegir, cariño. El bebé de ese gilipollas, o el último que has tenido conmigo. Pero yo de ti, me decidiría pronto. Te sorprendería lo delicados que son los niños de la edad de este mocoso”.
               Sabrae estaba espantada. Espantada y furiosa.
               -¿Entiendes ahora por qué no lo quería cerca de mí?
               -Ya lo entendía antes.
               -Ya sabes a qué me refiero. Mamá…
               -¿Por qué no me lo dijiste?-acusó Sabrae.
               -Porque no es cosa mía.
               -¿Cosa tuya? Alec, ¡amenazó a Annie con hacerte daño! ¿De verdad has dejado que lo tenga delante y no lo mate? ¿De verdad…?
               -Él no se lo merece, Sabrae. No se merece que os rebajéis a su nivel, que Alec y tú fantaseéis con matarlo, con…
               -¿Quién está fantaseando? Porque yo no soy. Le pisaré la cabeza. Te lo juro. Te lo juro-repitió, mirándome-. Le pisaré la puta cabeza, y le romperé cada hueso de ese puto cuerpo suyo, le arrancaré la piel a tiras, le sacaré los ojos, y para cuando termine con él, llevará tres días suplicándome que lo mate.
               -Sabrae-la llamó mamá, y consiguió atraer su atención-. Entiendo que desde fuera esto parece horrible y ofensivo, y créeme, lo es, pero, a la vez, debes tener en cuenta que fue algo bueno. Fue algo genial. Fue lo único positivo que saqué de Brandon en todos los años que estuvimos casados.
               -¿Que amenazara a Alec?
               -Si no hubiera amenazado a Alec, yo jamás habría encontrado el valor para llevármelos. No sé qué habría sido de nosotros, seguramente me habría terminado yendo para que Mimi no tuviera que crecer con él, pero haciendo eso, lo único que consiguió fue ahorrarle más meses de pesadillas a Alec. La noche en que cogí a los niños y me los llevé a toda prisa, dormí mejor de lo que había dormido nunca; no porque durmiera con Dylan, sino porque ya no dormía con Brandon. Y eso fue algo que provocó él.
               Sabrae se me quedó mirando, esperando algo, lo que fuera, que le dijera que yo también pensaba que mi madre estaba chalada.
               -¿Ves? Tú no eres la única que podría tener una madre abogada, si quisiera.
               -¿Con eso realmente te basta, Al?
               -Me habría terminado matando, Sabrae. Tarde o temprano, habría terminado pasando. Si no fuera queriendo, también sería sin querer. Yendo a por Alec, consiguió darme en mi punto débil, sin saber que así yo ya no tenía nada que perder. Le quité la ocasión de acabar conmigo, de destruir lo único que me hacía feliz en el mundo. Por eso no quiero que Alec le haga nada. Ni tú tampoco. No porque le esté agradecida; lo mataría yo misma, si se me presentara la oportunidad. No quiero que le hagáis nada porque eso es precisamente lo que él quiere: que os rebajéis a su nivel. Que os convirtáis en él, y me dejéis sola. ¿Lo entiendes?
               Volví a mirar a Sabrae.
               -¿Qué tal como alegato final?
               -Pero, ¿cómo podía estar completamente seguro de que Mimi no era suya?
               -Porque…
               -Sabrae-insté-, que sea la última vez que te escucho preguntar por qué mi hermana, doña Mary Elizabeth Whitelaw aquí presente, no es hija de mi padre, ¿queda claro?
               -Pero…
               -¡¿Queda claro?!
               Sabrae asintió con la cabeza, impresionada por mi rabia. Nunca me había visto enfadarme así con ella tan rápido; a lo más que habíamos llegado a cabrearnos, yo había ido calentándome poco a poco como un volcán que avisa mucho antes de entrar en erupción, cuando habíamos tenido aquella bronca tan gorda que casi nos lo cuesta todo.
               Ahora, sin embargo, era distinto. No estaba enfadado con ella ni quería hacerle daño como ella me lo estaba haciendo a mí en aquella tarde de enero (gracias a Dios, habíamos superado esa etapa más tóxica de lo nuestro), pero un fuego extraño, que no acostumbraba a correrme por las venas tan rápido cuando se trataba de Sabrae, me destrozaba por dentro y tomaba el control de mi ser, como si mis células tuvieran la misma composición que la pólvora.
               Pero es que el simple hecho de que a Sabrae se le hubiera ocurrido, siquiera por un segundo, que Mimi pudiera descender de la misma rama familiar de la que lo hacíamos Aaron y yo me parecía tan aberrante que no podía soportar pensar que nadie pudiera albergar dudas sobre ello. Y mucho menos, alguien en quien confiaba tanto y me conocía tan bien como Sabrae.
               -Lo siento. No pretendía...-Sabrae miró a mi familia, de la que ella ahora también formaba parte, con una mueca de disgusto y arrepentimiento convirtiendo su boca en una medialuna tumbada. Mamá sacudió la cabeza, restándole importancia a su duda, haciéndole ver que yo estaba exagerando. Yo era muy consciente de que Sabrae no se merecía una contestación semejante, pero estaba fuera de mí. Lo único bueno que había tenido mamá en esos años había sido Mimi, y que alguien dudara de su pureza más absoluta…
               -No te preocupes, cielo. Son dudas normales.
               -Es que… no lo estoy poniendo en duda en ningún momento, ni mucho menos. El parecido salta a la vista. Incluso si me hubieras dicho que Dylan y tú no hicisteis absolutamente nada hasta que tú no te fuiste de casa, seguiría convencida de que Mimi es hija suya, pero… me parece muy valiente lo que hiciste, Annie. Muy, muy, muy valiente, y no creo que estuviera mal en absoluto. Supongo que la gente no tiene en cuenta a las mujeres maltratadas cuando se dice que los cuernos son imperdonables, pero visto esto, la verdad es que me hace replantearme muchas cosas. Te admiro un montón, en serio-Sabrae se llevó una mano al pecho, con los ojos fijos en los de mi madre, asegurándose de leer en ellos el significado de las palabras que le dedicaba-. Que te atrevieras a perseguir la felicidad aun sabiendo lo que eso significaba me parece lo mejor que podías hacer. Y lo más valiente. Y que, aun estando con él, estuvieras segura de a quién le pertenecía Mimi… no lo digo por hurgar en la herida, ni mucho menos-aclaró, extendiendo las manos frente a ella en un gesto de rendición. Mamá asintió con la cabeza, sonriendo, y volvió a encogerse de hombros, la voz de la razón y la sabiduría.
               -Cuando seas madre, lo entenderás-sonrió, inclinando la cabeza hacia un lado en un sutil gesto hacia mí. Todos los presentes deseamos en el acto que Sabrae no se viera en la tesitura de tener que escuchar a su interior para averiguar a quién le pertenecía el hijo que algún día llevaría dentro, pero nunca se sabía. Me quedé mirando a mi chica, que continuaba con la vista fija en mi madre, prestándole toda su atención, sin siquiera preguntarme si sería capaz de perdonarle a Sabrae que tuviera que pensarse de quién fueran sus hijos. Estaba seguro de la respuesta.
               Sí. Me dolería en el alma, me destrozaría tener que compartirla con otro, pero un poco de Sabrae era mil veces mejor que nada, por minúscula que fuera esa porción que ella me concediera. Lo que necesitaba era su compañía, aunque no su exclusividad.
               Claro que, si tenía su exclusividad, sufriría mucho menos.
               -Simplemente, lo sabes-mamá se encogió de hombros y miró a Mimi-. Me hacía sentir bien. Era buena incluso antes de ser siquiera, así que… no sé. Era una sensación parecida a la que tenía cuando estaba embarazada de Alec. Es como si su carácter ya se estuviera formando dentro de mí desde el principio; cuando le estábamos esperando, sentía que no había nada que no pudiera hacer. Él me cuidaba, incluso siendo un garbancito dentro de mí. Con Mimi me sentía igual de bien. Y como las sensaciones eran parecidas, como los dos embarazos me generaron más o menos la misma impresión, sabía que sólo podía ser… bueno, no de Brandon.
               -Oh, ¿así que ahora yo soy hijo de alguien que te encontraste por la calle?-me burlé, rebajando la tensión en el ambiente. Noté cómo Sabrae se relajaba a mi lado, interpretando mi pulla hacia mi madre como, en realidad, una indirecta hacia ella: perdona, bombón. No quiero que estés incómoda a mi lado, ni que tengas la sensación de que tienes que cuidar tus palabras.
               Todavía tenía los nervios demasiado a flor de piel.
               -Cállate, niño-espetó mamá, y yo sonreí y miré a Sabrae.
               -¿Ves? ¿Cómo no va a odiarla Aaron? Yo estoy acostumbrado, pero como él se fue hace mucho tiempo, le tiene unos celos tremendos a Mimi. Mamá la hizo con amor, es el producto de la infidelidad hacia nuestro padre, pero a la vez, es lo que la salvó. Y por eso la quiere más-añadí, mirando a mamá de reojo.
               -¡Yo no quiero más a tu hermana! ¡Os quiero a todos por igual!
               -Mami, Alec ya es adulto-Mimi se inclinó hacia ella y le tocó la rodilla-. Creo que es hora de que sepa la verdad.
               -A ti te quiere más, pero porque eres más aburrida. Mamá ya es demasiado vieja como para saber lo que quieren las chicas jóvenes, así que en lo único en que se centra es en el hecho de que yo no hago más que darle disgustos, y tú lo haces todo bien, aparentemente.
               -Eres un encanto, Alec-mamá puso los ojos en blanco y yo le hice ojitos.
               -No puedes enfadarte conmigo; estoy convaleciente.
               Dylan se rió cuando mamá puso los ojos en blanco, demasiado cansada de mis tonterías como para querer seguir escuchándolas más. Decidió ignorarme a partir de entonces, por la cuenta que le traía a su estabilidad emocional.
               -De modo que... eso es todo. Me fui esa misma noche, con Aaron y Alec bajo el brazo, y, cuando me quise dar cuenta, Dylan y yo ya habíamos empezado a vivir juntos. La convivencia con él era completamente distinta a con Brandon; cada uno tenía sus manías, Dylan estaba acostumbrado a vivir solo, y yo estaba más hecha a tener que ejercer de esposa, madre, ama de casa y también trabajadora a tiempo completo. Me resultaba bastante difícil conciliarlo todo con Brandon, pero con Dylan fue un camino de rosas. Quería que aprovechara mi baja maternal para holgazanear. Cuando le dije que iba a dejar el trabajo, me echó la bronca. Me dijo que no debía renunciar a mi carrera y a mi independencia económica por cuidar de los niños, que él me ayudaría, podría reducirse la jornada… pero no necesitábamos el dinero. Tenía un poco ahorrado, y ahora que no pagaba ninguna hipoteca ni nada por el estilo, y Dylan se negaba a aceptar el dinero que quería darle para ayudar con los gastos de la casa, me di cuenta de que no necesitaba trabajar. Así que decidí dedicarme a tiempo completo a lo que más me gusta en el mundo: ser madre.
               -De un impresionante jardín botánico-especifiqué, y Sabrae se rió.
               -La verdad es que tanta planta da mucho trabajo-accedió Sabrae, y mamá tuvo que admitir lo que había dicho.
               -Después de dejar el trabajo, tenía más tiempo para dedicarme a todo lo que me gustaba. Había tenido que dejar a un lado las plantas porque en un piso es imposible tener nada que merezca la pena cuidar, así que el cambio sólo pudo ir a mejor.
               -Lo que no entiendo es… vuestra casa es bastante grande. ¿Cómo es que vivías tú solo ahí, Dylan?
               -Acababan de terminar de hacerla. Era la primera en la que yo tenía libertad creativa absoluta, así que la diseñé conforme a mis gustos, pensando en cómo quería que fuera la casa en la que viviría dentro de diez años, cuando tuviera esposa, hijos y un perro-explicó, hinchándose de orgullo. Lo cierto es que Dylan no podría haber tenido más suerte: era como si hubiera estado diseñando con cuidado cada detalle de una vida que estaba a punto de comenzar a vivir, creyendo que todavía tendría que esperar mucho, mucho tiempo hasta conseguir todo lo que él deseaba. Nunca habíamos hablado de eso, pero algo me decía que, incluso, mamá era exactamente el tipo de mujer que le gustaba.
               Le había pasado un poco al revés que a mí: yo siempre me había visto terminando con una modelo, o algo por el estilo; una tía impresionante pero con muy poca sesera, con la que no dejaría de ponerme los cuernos, pero tendría un sexo increíble de reconciliaciones que ninguno de los dos nos mereceríamos. Sería alta, seguramente rubia, de ojos claros, piernas larguísimas, cintura de avispa, vientre plano y tetas y culo increíbles.
               Y luego, me había encontrado con Sabrae. Bajita, morena, de ojos oscuros, piernas más tonificadas que largas, anchas caderas, un poco de tripita… y tetas y culo espectaculares. Había salido ganando con el cambio, estaba claro. Pero Sabrae no era, ni de lejos, mi prototipo de chica; no, al menos, hasta que la había conocido como la conocía ahora.
               Donde las modelos eran rosas, Sabrae era una orquídea: exótica, de formas un tanto peculiares, mucho más delicada, y millones de veces más hermosa.
               Las rosas estaban tremendamente sobrevaloradas. Las orquídeas, en cambio… bueno, jamás podríamos darles el reconocimiento que se merecen.
               -Y en su lugar, tenemos a Trufas.
               -Adoras a mi hijo.
               -Oh, sí. Me encanta cuando tiene el día más gilipollas que de costumbre y se dedica a darse cabezazos contra las puertas de cristal. Es divertidísimo.
               -¿Brandon no os buscó?-preguntó Sabrae, ignorándonos a Mimi y a mí deliberadamente, con la gracia de una embajadora que no hace caso de una tremenda violación del protocolo.
               -Desde el primer día. Ésa fue una de las razones por las que yo dejé de trabajar en Harrod’s. Allí era demasiado… vulnerable. No iba a ser fácil separarnos si seguía yendo a los mismos sitios de siempre. Fue duro despedirme de mis compañeros, pero más de las chicas de la cafetería en la que Dylan y yo nos conocimos. Las adoraba-mamá suspiró-. Aún mantenemos el contacto, ¿sabes? Son un amor. Dos me invitaron a su boda. Fue precioso.
               -La primera boda lésbica a la que fue mi madre. Para que veas que es de mente abierta, Saab. No te juzgará si algún día traes a alguna chica a casa.
               -¿Como a Bey, por ejemplo?-acusó Sabrae, alzando las cejas. Me eché a reír.
               -Qué hija de puta…
               -Además, estaba Sherezade. Ya la había visto un par de veces en el parque antes de irme; había llevado a Aaron a jugar al parque donde luego jugasteis los demás para poder estar un poco más con Dylan, ver qué tal se le daban los niños y eso, y nos habíamos cruzado un par de veces. Como Alec y Scott tienen prácticamente la misma edad, era imposible que no nos hiciéramos amigas. Y era la única abogada a la que yo conocía, así que me parecía lógico y natural acudir a ella y explicarle mi situación. El mismo día que le conté mis problemas, firmamos el contrato y no lo hemos rescindido desde entonces.
               -O sea, que estás contenta con los servicios de mi madre-bromeó Sabrae, y mamá se echó a reír.
               -Tú no lo sabes porque no la has visto en acción, pero tu madre es un auténtico tiburón si se lo propone. En el juicio, casi hasta siento lástima por Brandon. Casi-miró a Mimi y, después, a mí-. Le dio su merecido. Le consiguió una condena muy buena, que muchos de su despacho le decían que era una fantasía. Pero Sher lo metió en la cárcel por el tiempo que me prometió el día que le conté todo lo que había pasado.
               -Y tú teniéndole miedo a mi padre-rió Saab.
               -Yo no le tengo miedo a tu padre; le tengo respeto, que no es lo mismo.
               -¡Pero si sudas si te mira más de tres segundos seguidos, Alec!
               -¡Es que no quiero que se cabree conmigo y escriba una canción poniéndome a parir, Sabrae! ¡Ese hombre tiene millones de fans chaladas! ¡Podría hacer que me descuartizaran con sólo pedírselo, y ellas me asesinarían al ritmo de la última canción que hubiera sacado!
                Sabrae negó con la cabeza, puso los ojos en blanco y se echó a reír.
               -Y, por si con Sher y mi precaución no fuera suficiente, evidentemente, también estaba Dylan. No tuvo la ocasión de defenderme en su momento, pero sé a ciencia cierta que lo habría hecho genial de tener que pelearse con Brandon.
               -No me imagino a papá pegándose con nadie.
               -¿Ni con Brandon?
               -Papá, que me levantas los castigos a los diez minutos de imponérmelos porque te carcome demasiado la conciencia.
               -Eso es porque te portas muy bien, hija.
               -¿Ves cómo es la favorita?-miré a Sabrae, que se rió.
               -No de todos-me acarició el brazo y me guiñó el ojo.
               -Qué bien acabas de quedar, reina. Te levanto el castigo de sequía de cunnilingus.
               -Entonces, ¿Brandon y Dylan no se han visto nunca? Más allá de en el Juzgado, quiero decir.
               -Creo que no le interesábamos una vez que yo di a luz. La primera vez que Brandon vio al hombre que me había rescatado de sus garras fue cuando ya no podía cumplir su promesa de que sólo tuviera dos hijos, así que poco podía hacer. Sabía que me haría más daño haciéndoles algo a los niños, así que ni se molestó en pensar en Dylan, estoy segura. Eso no significa que no lo odie-miró a Dylan, que se encogió de hombros.
               -Y yo, preocupado-se cachondeó Dylan. A partir de entonces, la conversación siguió por derroteros más ligeros, ya satisfecha la curiosidad de Sabrae, que se quedó callada, asimilando toda la información que acababan de darle, con la vista fija en la ventana mientras mis padres y mi hermana charlaban sobre cosas insustanciales, tratando de alejar de nuevo el fantasma de la pelea que mamá había tenido con Aaron, y que amenazaba con volver a asaltarla.
               Debieron de darse cuenta de que quería quedarme a solas con Sabrae para poder hablar con ella, preguntarle qué le ocurría y también pedirle perdón por mi salida de tono, que lamentaba sólo por haberla hecho sentir incómoda, y no porque no estuviera dispuesto a defender a Mimi con uñas y dientes, si era preciso. Así que, cuando llegó la cena, encontraron en ese momento la excusa perfecta para darnos ese momento de intimidad que mamá nos había impedido tener a lo largo de la tarde. Con el pretexto de ir a por la comida de Mimi, que me acompañaría esta noche, nos dejaron solos en la penumbra de la habitación, que poco a poco se iba oscureciendo al ritmo del resto del hospital.
               -Saab-la llamé, ver que ella no se percataba de que volvíamos a estar solos-. Saab-por fin, salió de su ensoñación y me miró-. Me he pasado un poco contigo. Y quería pedirte perdón.
               -No tienes por qué.
               -Claro que sí. No te mereces que me haya puesto borde contigo, así que lo siento. No hay cosa de la que más me enorgullezca quede poder llamarme tu novio, pero debo estar a la altura y no tratarte mal.
               -No me has tratado mal-ronroneó, inclinándose y dándome un beso en los labios. Dicho lo cual, rodeó la cama para sentarse a mi lado en la cama, del lado en el que tenía la bandeja con la cena, y la destapó. De nuevo puré de verduras. Qué aburrimiento.
               Claro que hacerme el enfermito para que así Sabrae me diera de comer como si fuera un bebé hacía que supiera un poco mejor. No es que no me apañara bien con la mano derecha, pero nunca está de más echarle un poco de cuento al asunto.
               A medida que yo iba comiendo, Sabrae se afirmaba en su interior. Era como si hubiera estado rumiando cómo afrontar una conversación que parecía que teníamos pendiente, pero a mí me imponía respeto pensar en hablar de mi pasado ahora con ella. Estaba demasiado reciente, y mamá se lo había contado de una forma en la que había conseguido que esos años no parecieran lo que en verdad habían sido: un auténtico caos, una pesadilla continua en la que el tiempo que pasaba con Dylan era un suspiro comparado con el infierno en el que mi padre la tenía encerrada, y a mí con ella.
               Para cuando me terminé mi yogur multifrutas, yo tenía muy pocas ganas de hablar del día.
               -Bueno, ¿quieres hablar, o vamos a aprovechar para morrearnos antes de que vuelvan?
               Pero Sabrae, no.
               -Prefiero hablar.
               -Me lo temía-suspiré, apartando la mesa con la bandeja-. Bueno, si lo que quieres es que entre en más detalles de los que te ha dado mi madre, lo cierto es que voy a decepcionarte. Me temo que mi versión de los hechos es bastante más sórdida que la de ella, y preferiría que te quedaras con esa.
               -Te agradezco la protección, pero mientras tú cuidas de los demás, ¿quién va a cuidar de ti? -respondió, balanceando los pies en la cama. Se había quedado sentada en mi lado malo, y me miraba con una expresión que lo decía todo. Que estaba enamorada, que me iba a cuidar, que no tenía que preocuparme de protegerla, porque nuestro amor era más fuerte que las adversidades que se nos presentaran.
               -Yo estoy bien.
               Sabrae inclinó la cabeza al lado con una ceja alzada, como diciendo “sí, ya”, y miró con intención los monitores en los que se mostraban mis constantes vitales.
               -Ya sabes, apertura en canal aparte, y eso-Sabrae tomó aire sonoramente, y tragó saliva, negándose a mirarme-. Oye, ¿no se supone que para hablar tenemos que, no sé, emitir palabras? Porque no sé muy bien qué significa eso.
               -Simplemente estoy organizándome las ideas aún, Al. Tengo demasiado que asimilar.
               -¿Te molesta que no entrara en detalles acerca de mi familia cuando me preguntaste por mi padre la primera vez?-quise saber, porque también estaba dispuesto a disculparme por eso. Sin embargo, Sabrae negó con la cabeza.
               -No. En cierto sentido, es lógico. Quiero decir, cuando te pregunté, no sabíamos muy bien en qué iba a terminar lo nuestro. Yo no te había dicho que así, así que no tenía derecho a pedirte que me contaras…
               -Para, por favor. Llevas teniendo derecho a que te lo cuente todo desde que naciste-repliqué, y ella sonrió. Se relamió los labios y me miró, esperando que yo marcara el ritmo de la conversación-. ¿En qué pensabas antes? Cuando estabas mirando por la ventana. ¿Qué se te pasaba por la cabeza? Me gustaría habértelo preguntado, pero no quería ponerte en un compromiso si no querías contármelo delante de mi familia.
               -Simplemente pensaba en cómo han cambiado las tornas. Cómo Annie pasó de estar completamente anulada a ser la mujer fuerte que es hoy. Ha recorrido un camino larguísimo, y lo que hizo ayer de enfrentarse a Brandon, o lo que ha hecho hoy, de mandar a la mierda a Aaron… sé que le habrá supuesto un tremendo esfuerzo. Aunque, si te soy sincera, también pensaba en la razón por la que no me lo contaste. ¿Te preocupaba que la juzgara?
               -Bueno, no es algo fácil de lo que hablar, ¿no te parece?
               -No has contestado a mi pregunta, Al-sonrió, paciente, apoyándose en el colchón al otro lado de mis piernas, y taladrándome con esos ojos suyos de chocolate-. ¿Por qué no me lo contaste?
               -¿A decir verdad? No lo sé. No estoy del todo seguro. Sé que no la habrías juzgado, pero a la vez, me preocupaba la mínima posibilidad que había de que lo hicieras.
               -¿Qué mínima posibilidad?
               -Tu familia-Sabrae se puso rígida, preguntándose por dónde pretendía salir yo.
               -¿Mi familia?
               -Una parte de mí confiaba en que serías comprensiva, pero la otra… la otra no deja de pensar que no dejas de ser hermana de Scott.
               -¿Qué tiene que ver Scott en todo esto?
               -Scott es súper duro con Zayn en este aspecto.
               -Ya, bueno-Sabrae se incorporó, dejando la espalda recta. Se miró las uñas y se apartó el pelo de los hombros, alejando sus ideas de la cabeza con ese mismo movimiento del cuello-. Yo no soy Scott. Y tampoco es que él esté mucho para criticar ahora, precisamente.
               -Lo sé. Pero tu padre sigue siendo Zayn.
               Sabrae parpadeó.
               -Que las actitudes de papá en el pasado me parezcan reprochables no significa que le quiera menos, y, por descontado, tampoco implican que le tenga un profundo rechazo a la infidelidad. Como te he dicho, cada persona es producto del cúmulo de circunstancias que ha tenido que ir viviendo.
               -Me encanta cuando empiezas a usar tus palabras científicas-comenté, no pudiendo evitar esbozar una sonrisa. Sabrae se rió, y se relajó automáticamente, comprendiendo por fin que yo no buscaba una confrontación, sino simplemente respuestas, tal y como lo hacía ella-. Te preguntarás cómo alguien como mi madre dejó que la manipularan de ese modo, ¿no? Ella, que es fuerte, es lista, confía en sí misma…
               -¿La verdad? No. A todas las mujeres podría pasarnos eso. Incluida a mí. Incluida mi madre. Creo que ninguna estamos a salvo de ese peligro.
               -¿No te sientes a salvo ni estando conmigo?
               Sabrae se relamió los labios, eligiendo las palabras con cuidado.
               -Para mí siempre va a haber un componente de riesgo en todas las relaciones que tenga porque… bueno, soy mujer. Tú no representas un peligro en ti mismo, Al. No por cómo eres, sino por lo que eres. Por eso es importante el feminismo, y tener una red de seguridad con la que comentar lo que te pase. Desde fuera, las cosas se ven distintas.
               -Entiendo.
               -No quiero que pienses ni por un segundo que creo que eso nos va a pasar a nosotros. No creo que influya cómo es tu padre en tu carácter, ni nada de eso. De verdad que creo que eres bueno para mí, Al, es sólo que… es lo que tú dices. Parece mentira con Annie, porque parece mentira con cualquier mujer. Y no dejaba de pensar en eso, en cómo puedes simplemente perderlo todo por enamorarte de alguien que te hace creer que te quiere, pero que no es, ni de broma, la persona adecuada para ti. Vemos la paja en el ojo ajeno, y ahora que ella lo cuenta, todo lo que le pasaba le parece una abominación, como debe ser, pero antes… antes, no era así. Cuando lo estaba viviendo, seguramente lo tenía tan normalizado que pensaba que se lo merecía. Por eso me sorprende que fuera capaz de iniciar algo con tu padrastro, o que consiguiera escapar y no mirar atrás. Muchas se van, pero la gran mayoría vuelven con ellos. Varias veces, incluso. Es un proceso horrible, como un efecto yoyó, que termina desgastándolas. Y yo, simplemente… bueno-se mordió el labio y se le empañaron los ojos. Agachó la cabeza, se apartó un mechón de pelo de la cara y se lo colocó tras la oreja-. Yo…
               -Eh, eh, bombón, ¿qué te pasa? ¿Por qué te has puesto así?
               -Yo sólo… yo sólo estaba pensando en lo agradecida que estoy de que Annie no cayera en la tentación de regresar con tu padre. No sabes lo agradecida que estoy-levantó la vista y me miró a los ojos, con las lágrimas a punto de desbordársele- de que no le diera la más mínima oportunidad de hacerte daño.
               Entonces, la primera de sus lágrimas se deslizó por su mejilla. Sabrae sorbió por la nariz, cerró los ojos, y se llevó el dorso de la mano a aquella, conteniendo un sollozo. Detesté entonces todas y cada una de mis fracturas, cada venda que tenía puesta, cada molécula de medicación y cada coche que había en el mundo por haberme puesto en esa situación, de estar tumbado en una cama de hospital, teniendo que ver cómo mi novia se echaba a llorar sin yo poder hacer nada para acercarme a ella y consolarla. Notaba algo dentro de mí que antes de levantarme para zurrar a Aaron no estaba en el mismo sitio, así que mi cuerpo me pedía prudencia donde mi corazón me pedía actuar.
               -Mi amor, ven-le pedí, sintiendo que el corazón se me resquebrajaba, pero, por suerte, Sabrae no se hizo de rogar. Se acercó a mí y me dejó estrecharla entre mis brazos, hundir la cara en su pelo y que éste me hiciera cosquillas-. No pasa nada, ¿vale? No pasa absolutamente nada.
               -No sabes lo que odio pensar que podría haberte perdido. Que podría no haber tenido lo que tenemos… que… que podríamos no habernos conocido nunca.
               -Vamos, nena, ¿de verdad crees que mi padre tendría ese poder?-repliqué, separándola de mí para poder mirarla-. Tú y yo estábamos destinados. Me extrañaría que ésta no fuera la decimoséptima vez que nos enamoramos.
               Se rió. Toma. Para que luego digan que no quedan superhéroes en el mundo.
               -Lo digo en serio, Al.
               -Yo también. ¿Tan fácil crees que te resultaría librarte de mí? Por favor-puse los ojos en blanco, y ella se rió un poco más, me miró los labios, y después de pensárselo un momento, me dio un beso, y luego otro, y otro, y otro más, y así hasta que se tranquilizó. Dejó la frente apoyada en la mía, su respiración normalizándose, y haciendo que la mía se alterara y yo me marease.
               Ojalá siguiera poniéndome nervioso tenerla tan cerca cuando tuviéramos 80 años y lleváramos 60 casados.
               -Y lo peor de todo-comentó-, es que tú has crecido sabiéndolo. Odio que hayas tenido que descubrirlo. Ningún hijo se merece eso. Ni Annie. Annie tampoco se merece tener que cargar con habértelo dicho.
               -Hay cosas mucho peores que sé de mis padres y que mi madre no me ha dicho, así que no te preocupes por eso, ¿vale?-le pedí, apartándole el pelo de la cara y besándole la frente. Sabrae sorbió por la nariz y me miró a los ojos.
               -No tienes que hacerte el fuerte conmigo.
               -No me lo hago. Es jodido, pero he aprendido a vivir con ello. A ti te resulta mucho más impactante porque todavía tienes que digerirlo. Yo ya lo sé. Sé las cosas más oscuras, lo que mi madre no quiere comentar, lo que mi padre usaría en su contra a la mínima ocasión que se le presentara…
               -¿Estás hablando de lo que te echó en cara Aaron?-quiso saber, y yo la miré. Mierda. No me había dado cuenta del callejón en el que me estaba metiendo hasta que no me había dado de bruces con la pared, y ahora la tenía allí, bloqueándome la salida.
               -¿De lo que me echó en cara Aaron?-me hice el loco, pero, por supuesto, Sabrae era demasiado lista como para tragarse eso.
               -Sabes de qué hablo. Aaron te dijo algo, que no habías asumido algo, que tratabas de hacer caso omiso de lo que eras realmente, y… te pusiste pálido. Por eso salió Annie en tu defensa. Te bloqueaste completamente. Es por eso, ¿verdad? Por lo que te odias tanto. Eso que Aaron dice que tienes dentro.
               -Yo no me odio, Sabrae.
               Sabrae se separó de mí y pus los ojos en blanco, dispuesta a pelear. Joder. Era más fiera de lo que pensaba. No iba a dejar el tema salvo si yo se lo pedía, pero sabía que, si se lo pedía, seguiría comiéndose la cabeza hasta conseguir llegar a la conclusión que llevaba pendiendo sobre mi cabeza como la espada de Damocles. Tarde o temprano, caería sobre mí y acabaría con mi vida.
               Las ideas horribles que me habían pasado por la cabeza cuando la agarré del cuello mientras lo hacíamos eran fantasías edulcoradas de un niño de seis años al lado de aquello que llevaba sobrevolándome la cabeza desde que tenía uso de razón, desde que había empezado a comprender por fin de dónde venía yo.
               -¿En serio? En una escala del uno al diez, ¿qué nota te pondrías?
               -¿Antes, o después del accidente?
               -No te salgas por la tangente.
               -No me salgo por la tangente, simplemente pido que me aclares la pregunta. ¿Antes, o después del accidente?
               -¿Ves? Considerar que estás bueno y que te mereces follarte a todas las tías que se te pongan por delante no es quererte, Alec.
               -¿Considerar?-escupí-. Sabrae, estoy bueno. Estoy buenísimo. No hay tío que se me compare, ni siquiera el payaso de tu hermano, que se puso un puto piercing para tratar de hacerme sombra. Joder, ¡si fuera gay, me follaría a mí mismo!
               -Ya lo haces, cuando te haces pajas.
               -Sí, bueno, pero me hago pajas pensando en ti, así que no es lo mismo.
               -Tienes que dejar de ponerte a la defensiva.
               -¿Cómo voy a dejar de ponerme a la defensiva si me has llamado feo, Sabrae?
               -¡Yo no te he llamado feo! Por si no te habías dado cuenta, decidí follar contigo antes de enamorarme de ti. ¿Crees que era una obra de caridad, o algo así?
               -Hombre, teniendo en cuenta que yo me corrí una vez y tú tres esa noche, me parece que el de la obra de caridad fui yo.
               Intentó no reírse, pero fracasó. Seré un payaso, pero soy bueno en lo que hago.
               -A esto es a lo que me refiero. Estamos hablando de cosas serias, y tú tratas de evitar que la conversación siga por ahí. ¿Qué es lo que te da tanto miedo?
               -No quieras saberlo.
               -¿Sabes? Respeto tu decisión si no quieres hablarlo conmigo, aunque a mí me encanta que hablemos de lo que sea, ya lo sabes. Pero sólo espero que no te pongas así también con el psicólogo.
               -¿Qué?
               -El psicólogo podrá ayudarte con lo que sea que te pase. ¿Mantendrás la misma actitud con él?
               -Todavía no ha venido a verme, Saab, mejor no nos lancemos al espacio.
               -No puedes rajarte-me recriminó con severidad, sus cejas uniéndose formando un valle azabache-. Me lo has prometido.
               -¡No voy a rajarme! Es sólo que… no sé.
               -¿Qué?
               -Pues que hay cosas que creo que es mejor fingir que no están ahí. Sólo servirán para hacerme daño.
               -¿Por qué lo dices?
               -¿Alguna vez me has visto quedarme pasmado ante algo que me han dicho?
               -Sí, conmigo.
               -Aparte de contigo, Sabrae. Ya sabes que tú me tocas la fibra sensible. Aparte de contigo, ¿alguna vez me has visto reaccionar como he reaccionado con Aaron?-negó con la cabeza-. Ah. Me parecía. Pues si no he reaccionado así nunca con nadie más que con mi hermano al decirme eso, supongo que te imaginarás lo jodido que es eso de lo que hablábamos ambos, ¿no?
               -No puede ser tan jodido si se trata de ti.
               Me eché a reír.
               -Ay, eres más tozuda…
               -Al, de verdad que no te lo digo para enfadarte, ni para presionarte y que me lo digas, pero tienes que entender que guardártelo dentro no hará más que destruirte. Y yo no quiero que a ti te pase nada. Si quieres inmolarte, problema tuyo, pero yo no te consiento que me dejes sin ti, ¿te enteras?
               -No te lo cuento por hacerme el interesante, ni porque me mole tener secretos contigo, nena. Créeme, es lo único que no te he contado, es sólo que… no puedo.
               -¿Por qué?
               Suspiré.
               -Porque es jodido, nena. Muy jodido. Jodido nivel…-me pasé una mano por el pelo-. No sé. Jodido nivel: probablemente el psicólogo se acojone, y eso que él vive de esto. Así que imagínate tú.
               -De nuevo, soy más fuerte de lo que parece.
               -No quiero que el concepto que tienes de mí cambie.
               -No me imagino qué podrías hacer para que dejara de pensar en ti como lo hago.
               -Mira, dejémoslo en que es algo en lo que no me apetece pensar, ¿de acuerdo?
               -Sólo si me prometes que se lo contarás al psicólogo.
               Gruñí por lo bajo.
               -¿Incluso si me hace daño?
               -¡Especialmente por eso, Alec! Tú no te mereces pasarlo mal.
               -¿Que no me…?-me eché a reír con amargura-. Sabrae, ¿tienes idea de…? ¿Tienes idea  de lo miserable que me siento, tanto diciéndote esto como simplemente sintiéndome así, si te digo que te tengo una envidia que te mueres porque tú no sabes quiénes son tus padres biológicos?-parpadeó, impresionada y un poco dolida-. Sé que sufres cuando hablamos de tu adopción, y de tus padres biológicos, y que una gran parte de ti se siente afortunada por ser una Malik, pero que hay otra, más pequeñita, que daría lo que fuera por saber qué fue lo que pasó para que no quisieran saber de ti. Y yo soy tan cabrón que me cambiaría contigo sólo para no tener que enfrentarme a mi realidad. Para mí, tu vida es un lujo, porque no sabes cómo eran, no sabes de qué eres producto, ni tampoco por qué te abandonaron, y aunque eso te hace sufrir muchísimo, yo soy tan hijo de puta como para pensar que tienes suerte de vivir en la ignorancia, porque yo preferiría mil veces no conocer a mi padre a saber cómo es, lo que le hizo a mi madre… eso me mata, nena, porque sé que es tremendamente egoísta, sé que a ti hay veces en que te corroen las dudas, y que soy la única persona, aparte de Amoke, con la que hablas de ello, porque no quieres que en tu casa se sientan mal, y yo… yo me siento, te escucho, te aconsejo, y por dentro estoy pensando “ojalá fuera ella”, incluso hasta cuando te echas a llorar de frustración. Así de cabrón soy. Así de hijo de puta.
               -Pues no creo que tengas que sentirte culpable-replicó, paciente, y yo bufé.
               -¿Ves? Eres tan buena que ni siquiera quieres dedicar un segundo a pensar en lo mal que está esto. Claro que tengo que sentirme culpable, bombón, porque me gustaría tener tu sufrimiento en lugar de que tú no sufrieras, directamente. Pienso antes en lo que me gustaría cambiarme contigo a lo que podría hacer para ayudarte a sanar esa herida.
               -Aunque quisieras, no podrías, Al. Además, ya estás haciendo muchísimo por mí.
               -Es que no te haces una idea del bagaje emocional que me supone todo esto. No lo sabes.
               -Pues cuéntamelo-me pidió, inclinándose hacia mí y cogiéndome la mano.
               -No puedo. ¡No! Es horrible, y yo soy un egoísta de mierda, y… y te quiero demasiado como para darte la posibilidad de que elijas abandonarme.
               -¿Abandonarte? Alec, esta es la decimoctava vez que nos enamoramos. No voy a abandonarte. Te lo prometí. ¿Por qué no puedes dejar de dudar de mí?
               -Si tú ya lo has descubierto y aun así sigues aquí, conmigo, yo no te lo voy a señalar para que recapacites. Y tampoco voy a hacerte caer en ello y que te alejes de mí.
               -Mi amor, yo jamás me alejaré de ti. Jamás, ¿me oyes? No hay nada malo en nacer donde naciste. Tú no tenías el control de lo que sería tu familia. De hecho, ya has oído a Annie. Tú le salvaste. La salvaste a ella, y salvaste a Mimi. Les hiciste un favor a ambas, simplemente por existir.
               -Dices eso porque no estabas allí.
               -Ni tú tampoco. No, realmente. Eras sólo un niño. No podías defenderla; eras demasiado pequeño.
               -Bueno, digamos que hay opiniones divergentes al respecto, ¿de acuerdo?
               -Pues no debería. Por eso he insistido tanto estos meses en que hablaras con un psicólogo. Porque de verdad creo que necesitas que te guíen en esto. Estás muy perdido en el daño que te hicieron, y no eres capaz de ver que eres la víctima en vez del agresor.
               -Puede que lo que hizo que mamá se fuera de casa fuera yo-suspiré-, pero también se quedó allí por mí. Si sufrió más tiempo, es mi culpa.
               -No es culpa tuya. Sólo de tu padre.
               -Era él quien le pegaba, pero si todo eso se prolongó en el tiempo, si tardó en ir con Dylan, fue por mí.
               -Y por Aaron, y él no lo lamenta lo más mínimo. Y eso que es más culpa suya que tuya.
               Vale, en eso Sabrae tenía razón. Pero, aun así, no tenía ni idea.
               Sabrae se me quedó mirando mientras yo trataba de escapar de aquella conversación. Sólo cuando vio que no iba a seguir con ello, se acercó un poco más a mí y jugueteó con mi pelo. Deslizó los dedos por mi cuello, y se relamió los labios de una forma que no pude evitar observar.
               -El psicólogo no deja de ser un médico-reflexionó, y yo la miré con desconfianza-. Y cuando vamos al médico, le señalamos la parte que nos duele para que nos la cure.
               -Sabrae…
               -Prométeme que le dirás eso que no quieres decirme a mí. Prométeme que te desahogarás con él. Por favor. No me importa si no me cuentas lo que te pasa, si haces que sea otra persona quien te salve. Casi te pierdo una vez. No voy a darte opción a irte una segunda.
               Y, entonces, Sabrae comenzó a acariciarme la nuca. Despacio, deleitándose en mi piel, haciendo dibujos con las yemas de sus dedos en el nacimiento de mi pelo. Yo empecé a deshacerme. Sabía que no podía resistirme.
               -Prométemelo-susurró contra mis labios, tan cerca que me costaba respirar-. Prométeme que dejarás que haga que te quieras como yo lo hago. Tienes razón en una cosa, Al: estás buenísimo. Pero lo que tienes dentro es todavía más bonito que tu exterior-presionó ligeramente sus labios contra mi labio inferior-. Eres como el regalo más valioso que hay en el mundo, envuelto con el papel de regalo más hermoso que se haya visto nunca. Y tienes que dejar que alguien te lo haga ver. Si no voy a ser yo, ni va a ser tu madre, ni tu hermana ni tus amigos, por lo menos deja que sea un psicólogo.
               Sus dedos bailaban en mi piel. Dibujaban intrincados diseños en el lugar más sensible de mi cuerpo a ese tipo de caricias. Jadeé en busca de aire, pero lo único que conseguí inhalar fue un deseo ancestral, abrasador.
               Sabrae. Necesitaba a Sabrae.
               -Vale-accedí-, vale, se lo contaré, pero cuando esté preparado-jadeé contra su boca, y ella suspiró, aliviada.
               -Claro. Cuando tú pue…
               No la dejé terminar. Me abalancé sobre ella como hacía semanas que no lo hacía. Como si fuera la primera comida que probaba en años. Como si llevara un mes con la cabeza bajo el agua, y su boca fuera la única fuente de oxígeno que quedaba en el mundo. Como si no estuviera lleno de aristas con las que poder cortarla. Como si estuviera bien.
               Porque, contra su boca, lo estaba. No era el hijo de mi padre, no era el subcampeón de Sergei, no era la roca de nadie. Era, simplemente, Alec. Y Alec era de Sabrae como las estrellas son de la noche.
               E, igual que las estrellas y la noche, cuando estaba con ella, yo estaba bien.


 
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
      

2 comentarios:

  1. Que capítulo más bonito por favor, me ha encantado. Tenía muchas ganas de conocer la historia de los Whitelaw y por supuesto no has decepcionado.
    Comento por partes jajajaja:
    - Toda la historia de Dylan y Annie es preciosísima. Me ha gustado cuando Alec la descrito como una historia de salvación, porque eso es exactamente lo que fue.
    - SABRAE DICIENDO QUE ODIA EL SLOW-BURN, MENUDA SINVERGÜENZA JAJAJAJJAJJAJAJA
    - Me he sentido super representada con Sabrae en serio osea su reacción a la historia de Annie y Dylan ha sido exactamente la mía (bueno literalmente esa soy yo leyendo siempre). Y luego Alec meandose de la risa y diciendo que esta como una cabra.
    - “Supongo que dentro de mí, Dylan y Brandon estaban librando una lucha. Era como ver a dos jaguares pelear a muerte por ver quién será en rey de la jungla. En el fondo de mi corazón, yo sabía a quién quería más, y ese hombre, por desgracia, era el padre de mis hijos.” Esta frase me ha dejado fatal, pero me encanta como la has formulado.
    - Que bonito lo de San Valentín por favor que monísimo Dylan en serio <3
    - “Mimi sorbió por la nariz. Siempre lloraba cuando mamá llegaba a esa parte. A mí me daban ganas, pero como soy un Hombretón, me aguantaba.” No puedo con Alec en serio JAJAJJJAJAJA
    - Brandon hijo de la gran puta, como se puede ser tan malo?? Amenazar con matar a tu propio hijo?? No puedo no puedo no puedo
    - La reacción final de Sabrae a la historia :’))) Pienso exactamente lo mismo.
    - Alec diciendo que no le tiene miedo a Zayn que le tiene respeto.
    "¡Es que no quiero que se cabree conmigo y escriba una canción poniéndome a parir, Sabrae! ¡Este hombre tiene millones de fans chaladas! ¡Podría hacer que me descuartizarán con sólo pedírselo, y ellas de asesinarían al ritmo de la última canción que hubiera sacado!” ME PARTO DE RISA EN SERIO, aunque no vamos a mentirnos, razón no le falta.
    “Tú y yo estábamos destinados. Me extrañaría que ésta no fuera la decimoséptima vez que nos enamoramos” DILO ALEC D-I-L-O
    - Me meo con Alec, pero necesito que hable todo esto con el psicólogo de verdad.
    - Lo enamorada que está Sabrae, lo enamorado que está Alec, lo muchísimo que se quieren estos dos. Soy una lagrima.
    - “Porque, contra su boca, lo estaba. No era el hijo de mi padre, no era el subcampeón de Sergei, no era la roca de nadie. Era simplemente, Alec. Y Alec era de Sabrae como las estrellas son de la noche.
    E, igual que las estrellas y la noche, cuando estaba con ella, yo estaba bien.” ME HA FLIPADO ESTO, LLORO ES QUE QUE BONITO DE VERDAD.
    Me ha encantado conocer la historia de los Whitelaw enserio. Deseando leer el siguiente capítulo y de ver todo lo que se viene!!

    ResponderEliminar
  2. LA HISTORIA DE DYLAN Y ANNIE ESTOY CHILLANDO FORTÍSIMO. QUIERO LA HISTORIA POR ESCRITO Y NARRADA EN PRIMERA PERSONA YA DE YA.
    Sabrae en modo fangirl me ha dado años de vida, esta cria es jodidamente graciosa también cuándo quiere, como la puto adoro.
    Me ha roto un poquito la conversación del final y a la vez me ha dado intriga ver como serán las sesiones de Alec con el psicólogo, al principio sólo quería que llegarán para leer el resultado pero ahora sin duda espero con ganas el proceso y todo lo que tenga que contarle al psicólogo.
    SIGO RAYADA CON LO QUE HAY EN LA PUTA CAJA DE AMAZON QUE TRAJO CHRISSY. YA VAN DOS CAPÍTULOS.

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤