domingo, 29 de agosto de 2021

Problemas.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Tommy le deslizó a Alec por la mesa el paquete de tabaco, en el que iba ya incluido el mechero. Mi chico lo sacó con una mezcla de elegancia y desprecio, como si no quisiera fumar pero se viera obligado por una convención social que detestaba. Los restos de los postres plagaban la mesa redonda con el mantel marfil, en el que aquí y allá se veían lamparones de la comida que se nos había ido cayendo de los platos a lo largo de la cena.
               Siempre había creído que las cenas de graduación eran una mezcla de lujo por el lugar al que se acudía, normalmente restaurantes en azoteas de edificios del centro desde los que había unas vistas increíbles del Támesis y del resto de Londres, recortándose a sí misma con un fulgor incandescente contra el cielo nocturno empapado de negro, y de la última expresión de juventud. En mi cabeza, se servían pizzas, hamburguesas, sushi o nuggets de pollo en mesas cuya mantelería ondeaba al fresco nocturno, sobre los que los aviones eran como luciérnagas flotando en el aire en direcciones opuestas, decididas a no mezclarse nunca. Luego, la fiesta continuaba (o, más bien, empezaba) en una sala de fiestas exclusiva de alguno de los mejores y más caros locales del centro, esos que hacían que te preguntaras por qué los ingleses nos íbamos de fiesta al Mediterráneo cuando podíamos perfectamente pasárnoslo mejor aquí.
               Por eso me había quedado pasmada cuando el autobús se detuvo enfrente de la fachada de uno de los hoteles más lujosos de mi ciudad, el Mandarin Oriental. Un escalofrío me recorrió la espalda, extendiéndose por mis extremidades como un tsunami, mientras levantaba la vista y estudiaba la fachada con miles de ventanas. ¿Íbamos a cenar ahí?
               -¿Qué pasa?-preguntó Alec, que como el caballero que era me había ofrecido la mano para ayudarme a bajar los peligrosísimos escalones del bus. Al ver que me quedaba plantada como una boba en la zona del aparcamiento, se había girado para mirar la fachada. Me apartó con disimulo de la puerta del bus para que los demás pudieran seguir bajando.
               -Es el Mandarin-dije, como si por el hecho de venir de un instituto no pudiéramos ir donde nos diera la gana. Scott se detuvo a nuestro lado, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón.
               -¿Qué pasa?
               -Creo que los zapatos le aprietan-dijo Alec, riéndose-, y no le llega demasiada sangre al cerebro.
               -¿Por?
               -¿Por qué estamos en el Mandarin?-le pregunté a mi hermano. Scott frunció el ceño, abrió las manos y atrajo mi atención a su indumentaria.
               -Saab, por si el tiempo que pasamos separados por el concurso ha hecho mella en ti, creo que debería recordarte que yo no me paseo por ahí en traje. Estamos en nuestra graduación, ¿sabes?-hizo un gesto con la cabeza en dirección al bus; y con la mano, en dirección a Alec.
               -Pero…
               -Vamos a cenar aquí-explicó mi hermano, poniendo los ojos en blanco.
               -A cenar y a la fiesta-le recordó Alec, y Scott asintió con la cabeza. Me quedé mirando la fachada una vez más mientras los graduados seguían entrando en la recepción, cuyas puertas estaban abiertas por dos botones de gesto serio. Muchos de ellos procedían de familias bien, así que no tendrían problema en pagar lo que costara la fiesta esa noche, que de seguro saldría por un ojo de la cara y saldría mucho más cara que si se hicieran los planes tal y como yo creía que se hacían, yendo a un restaurante y luego, de fiesta con barra libre a otro lugar. En las películas siempre era así.
               Sin embargo, también había alumnos becados, de familias pobres que a duras penas podrían costearse el uniforme cada año, y cuyas tarifas mensuales el instituto pagaba por igual. Mis amigas, por ejemplo.
               ¿Dónde estaban aquellos alumnos? ¿Se hacían dos graduaciones, una para pobres y otra para ricos? No estaba familiarizada con todas las caras del curso de Alec, pero, a juzgar por los dos buses que se habían llenado, diría que no faltaba nadie. Y nos habíamos subido en el segundo bus, así que éramos de los últimos en entrar al hotel.
               -¿Cuánto cuesta la graduación?-pregunté, mirando a mi hermano, agradeciendo que Scott hubiera conseguido convencer a Alec de que él pagaba lo mío. Nosotros podíamos permitírnoslo. La familia de Alec también, pero Alec no. Y con lo mirado que era por el dinero, seguramente había estado ahorrando todo el año para poder venir a esto, quizá incluso desesperándose cuando pensaba que había limitado el presupuesto de nuestros viajes o nuestros planes en general por algo en lo que no confiaba que sucediera.

lunes, 23 de agosto de 2021

Radiante.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Probablemente fuera la primera vez en mi vida que me satisfacía cómo me había preparado para un evento desde el principio. Era como si estuviera siguiendo un plan predeterminado, tan estudiado que resultaba infalible, sin fisuras. El pelo, la piel, la ropa, el maquillaje, los zapatos; todo estaba en su lugar.
               Me entretuve aplicándome un poco más de gloss en los labios para matar tiempo, perfeccionando algo que sabía que tenía muy poco margen de mejora, y que desde luego no estaba a mi alcance. Puede que Diana supiera cómo mejorar mi maquillaje, o estilizarme un poco más la figura, pero confiaba en que sólo una experta como ella me encontrara pegas.
               Y, dado que la única experta en moda que habría en la graduación sería ella, estaba tranquila.
               Así que me calcé los zapatos, subiéndome a unos tacones que confiaba que serían lo suficientemente cómodos para todo el uso que les daría esa noche (estaba acostumbrada a ir de tacones de fiesta, pero nunca unos tan altos; me aumentaban casi doce centímetros, aunque también es cierto que la parte delantera tenía plataforma, así que la aguja no sumaba tanto a mi estatura como el total del zapato), metí el móvil y unos preservativos en el bolso (una nunca deja de ser optimista) y salí de mi habitación, poniendo especial cuidado en no matarme cuando bajé las escaleras. Pude comprobar entonces que los zapatos eran cómodos, y amortiguaban mis pisadas con cada paso que daba, algo muy de agradecer.
               Me senté en el sofá al lado de Shasha, que me escaneó de arriba abajo y asintió ligeramente con la cabeza, dándome un visto bueno que yo no sabía que necesitaba, y que desenredó un nudo en mi estómago ni siquiera sabía que tenía.
               Sabía que estaba guapa. No me malinterpretes; no en esa forma chula en que las hijas de los famosos sabemos que tenemos a todo el mundo comiendo de nuestra mano y en que nos resulta difícil equivocarnos con un conjunto. No era esa clase de “guapa” cómodo y facilón que venía por el apellido: estaba guapa de verdad. Estaba increíble, me atrevería a decir. Me había contenido mucho para no subir a mis redes las fotos que me había hecho en el espejo, ya que quería que mi imagen fuera una sorpresa ese día.
               Iba toda de blanco, con un traje de pantalón cuyo pantalón apenas era un culotte que ni me apretaba ni me sobraba; un top lencero que moldeaba mi figura y mantenía mis curvas a raya, en una noche en que me relacionaría con más chicas de medidas perfectas que en un pase de modelos, y con una americana blanca de cuatro grandes botones cruzados sobre mi vientre, haciendo que pareciera una de las pasantes de mamá. Me había apartado la mitad del pelo de la cabeza con unos pasadores con adornos de orquídea que mamá había llevado a una de las galas del MET hacía unos años, y de las que no se había desprendido como hacía con el resto de su ropa de diseño, que donaba a los museos de los diseñadores que la vestían, por razones evidentes: la primera, que era algo tan personal por ser sus flores favoritas que no había manera de que las dejara ir; y la segunda, que eran tan bonitas que parecía un sacrilegio no dejarlas en casa, preparadas para una ocasión especial, como una boda, por ejemplo.
               O la graduación de un novio, en mi caso.
               El toque de color de mi conjunto lo ponían los bordados del zapato, que recorrían toda la abertura para el pie, en un azul turquesa precioso a juego con mi bolso. Tanto el bolso como los zapatos iban a juego, invirtiendo el diseño el uno del otro: mientras que los zapatos eran blancos con la típica cenefa griega de olas cuadradas en azul turquesa, el bolso era del mismo color y tenía la cenefa en blanco. Me había parecido una premonición cuando lo vi en el escaparate, y cuando me giré para mirar a Alec, que llevaba cargando con bolsas de cartón desde primera hora de la mañana (sólo cuando me ofreció oficialmente ir a Grecia con él me atreví a considerar que tenía una excusa para renovar mi armario), él simplemente suspiró resignado y asintió con la cabeza, indicándome con un gesto que entrara delante de él.
               El pobrecito llevaba todo el día siendo poco más que una montaña de ropa andante. Al menos se lo había compensado cumpliendo una de sus fantasías de hacerlo en un probador, cuando empecé a probarme bikinis.
               Sabía que tenía el aspecto de una reina de la moda. Como mínimo, saldría en las páginas de bien vestidas de las revistas del corazón; con un poco de suerte incluso me harían una mención especial en las revistas de moda, mucho más selectivas con sus apariciones, y en las que tenía ganas de aparecer, todo sea dicho. El atuendo era arriesgado, pero a la vez, lo había calculado tan bien que no podía dejar de verlo como una apuesta segura, como si tuviera los resultados de una carrera en el hipódromo por anticipado y hubiera apostado por el caballo que estaba en racha ese día, pero de cuya suerte nadie estaba enterada menos yo.
               Con todo, no me había arreglado porque anhelara la atención de Inglaterra. Quiero decir, aquello era un aliciente que me había empujado a esmerarme más en planearlo todo, pero la auténtica razón de que me hubiera tomado tantas molestias era porque sabía que aquel era un momento único en la vida. Por mucho que yo misma fuera a graduarme dentro de unos años, por mucho que Alec y yo también tuviéramos una graduación en la universidad, nunca más tendríamos una primera graduación. Además, ninguna significaría todo lo que significaba esta para nosotros: el resurgir de Alec de sus cenizas, salvando todos los obstáculos y alzándose triunfador en algo de lo que todos, salvo él, estábamos seguros. La confirmación de su destino, un destino en el que haría grandes cosas; la metamorfosis en la persona que sería, un hombre genial para el que el futuro tenía importantes planes.
               La medalla de oro que nunca había conseguido ganar. La final en la que se había alzado victorioso al fin. La recompensa a todos sus esfuerzos, la llegada a metra sin nadie delante, dejando estela en lugar de siguiéndola.
               La confirmación de que podía con todo, como todos creíamos.
               Lo que necesitaba para dejar de sentir que no valía nada. ¿Cómo no iba a valerlo, después de la increíble remontada que había hecho? No podía sentirse imbécil, ni sentirse inútil, ni sentir que había perdido el tiempo, cuando era la única persona que podría alcanzar la cima saliendo no del pie de la montaña, sino de debajo del agua en la bahía de la isla que pretendían coronar. Al no era alguien corriente, no era un paro en el camino para descansar: era la meta, el lugar ansiado, el valle encantado entre las montañas tenebrosas, el volcán alzándose sobre las nubes y ampliando poco a poco la isla que había creado, la más fértil y con las especies más exóticas que hubieran caminado nunca sobre la tierra.
               Una especie de génesis. Por eso, yo debía estar a la altura. Tenía que estar incluso mejor que en Nochevieja, la que se suponía que iba a ser la primera de muchas fiestas épicas los dos juntos, la primera vez que nos veríamos desnudos, la primera vez que estaríamos verdaderamente solos. En cierto modo, aquella noche era la recompensa por lo que habíamos perdido hacía tantos meses. El verdadero inicio de año, a pesar de que lo recibíamos en junio y él estaba a punto de marcharse.

lunes, 16 de agosto de 2021

Más allá de septiembre.

 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Reboté ligeramente en la cama cuando me dejé caer sobre ella, sudoroso y jadeante como lo había estado pocas veces en mi vida. Reconocí enseguida la deliciosa sensación de ese instante de gravidez cuando el colchón te repele durante un segundo, negándose a que lo sigas maltratando como has hecho hasta ahora. Una sonrisa boba se extendió por mi boca lentamente, pero con la seguridad de quien ha disfrutado y lo ha hecho en la intimidad, así que no tiene por qué esconderlo.
               Tomé aire y lo solté despacio, intentando escuchar por encima del tamborileo acelerado de mi corazón el sonido del cuerpo de Saab haciendo el mismo gesto que yo. Una de las cosas que más orgullo me producían de mis dotes en la cama era precisamente esto que yo le regalaba ahora a ella: el abandono absoluto a las necesidades de descanso después de un polvo salvaje y bestial, de esos que parece que sólo pueden echarse en un entorno controlado, con cámaras de alta resolución, focos de iluminación y profesionales interpretando un papel. Pero no, había veces que incluso la vida superaba a la fantasía, algo que muy pocas chicas jurarían hasta que yo no me cruzaba en sus vidas.
               Y ahora, era Sabrae la que se había cruzado en mi vida, y era yo el que me dejaba caer absolutamente agotado sobre las sábanas arrugadas, con la respiración agitada, la piel sensible, y un nada desagradable hormigueo en la punta de los pies, las manos y las sienes. Normalmente las chicas de mi pasado se comportaban así cuando no tenían ningún compañero de piso frente al que rendir cuentas, sus padres se habían ido a pasar la noche por ahí, o les daba absolutamente igual que sus vecinos, con los que no tenían ninguna relación de parentesco, las escucharan. El cansancio como éste que estábamos experimentando ahora sólo lo provocaba la conciencia absoluta de que la intimidad reinaba, así que no había que preocuparse de nada más que dar rienda suelta al propio placer.
               No fue así con nosotros. O, al menos, la situación no era exactamente idéntica a las otras veces que lo había hecho. Esta vez no me había escabullido por ninguna salida de incendios, no había recorrido a oscuras ningún pasillo ni había atravesado a toda velocidad un jardín al amparo de la luna, o un patio disimulado en el sonido de la ciudad bullendo a mi alrededor. Cuando Sabrae y yo habíamos dejado de besarnos, nos bastó mirarnos un momento para saber qué era lo que queríamos.
               No nos importó absolutamente nada que todos mis amigos y mi familia estuvieran en la casa cuando subimos las escaleras a toda velocidad. Teníamos algo glorioso que celebrar. Un éxito que ninguno de los dos se esperaba estas alturas, a pesar de que ambos nos habíamos acostado la noche anterior pensando que lo conseguiría.
               Hasta que no la tuve ante mí, jadeando excitada a pesar de que aún no habíamos hecho más que besarnos, no caí en lo jodido que había sido todo para Sabrae. Había sido intensísimo para mí, una putísima mierda que no le recomendaría a nadie, con diferencia el reto más duro al que me había enfrentado en mi vida. Pero para Saab… para Saab tampoco había sido un camino de rosas, ahora podía verlo.  Y que desatara toda su tensión conmigo ahora que por fin lo habíamos logrado me hacía sentir un poco miserable.
               Claro que enseguida se me pasó cuando cerró la puerta de mi habitación de una patada, se volvió hacia mí con la majestuosidad de un ángel vengador, y se quitó la camiseta que llevaba puesta, rescatada directamente de mi armario, y se quedó nada más con mi ropa interior cubriendo su sexo, que ya empezaba a llenar la habitación del perfume de su excitación, igual que una flor de loto abriéndose para mí.
               -Si hubiera sabido que este sería mi premio-dije en cuando me empujó a la cama y se peleó con mis vaqueros para abrirme la cremallera y liberar mi erección-, me habría puesto a estudiar por las noches.
               -Sí, hombre-replicó ella-, para que acabaras tan agotado que no pudieras celebrarlo como es debido.
               Estaba a punto de responder cuando ella se metió mi erección en la boca e hizo que dejara la mente en blanco. Me chupó la polla como una verdadera artista, haciéndome sentir por unos deliciosos instantes una piruleta, hecho nada más y nada menos que para ser consumido tal y como lo estaba haciendo ella. Cuando estuve a punto de correrme, Sabrae me liberó de la ropa que me quedaba, se sentó encima de mí y clavó las uñas sobre mi pecho.

domingo, 8 de agosto de 2021

Semidiós.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Ahora que estaba abandonado a mis pensamientos, no podía seguir resistiéndome a las mordeduras de los demonios que tenía en mi cabeza. Sabía que no lo había dicho con la intención de torturarme, y que si hubiera sabido que le daría tantas vueltas más tarde, no me habría regalado esa confesión de amor, pero lo cierto es que lo que Saab había dicho sobre el uno de agosto había hecho diana en mi corazón como si se tratara de una flecha en una final de tiro olímpico.
               No sé cómo sobreviviré el uno de agosto. Sus palabras rebotaban y rebotaban y rebotaban y rebotaban en mi interior, buscando un hueco por el que colarse en mi alma y hacerme aún más daño del que ya me hacía la cuenta atrás que pendía sobre nuestras cabezas. Si bien ésta hacía que nuestros besos fueran más deliciosos y nuestros polvos más intensos, lo cierto es que lo cambiaría todo por saber que tenía la seguridad de la monotonía extendiéndose ante mí. Daría lo que fuera por tener una máquina del tiempo y poder sentarme a hablar conmigo estando en coma, razonar con el fantasma que había sido durante aquellos días en los que había sentido de todo menos sensaciones físicas, en los que había sido el único semidiós existente en el mundo, a la altura de mi diosa.
               Ojalá me hubiera despertado del coma dándome cuenta de que el tiempo que me quedaba no me lo habían regalado para continuar con mis estúpidos planes, sino para consentirme a mí mismo. No tenía que cumplir con mis obligaciones, sino rendirme a mis caprichos.
               Ojalá no tuviera que conformarme con mirar a Sabrae durmiendo desnuda a mi lado, luchando por mantener la mente centrada en ella y memorizarla al detalle, para que cuando nos separaran dos continentes pudiera evocarla y fingir que aún estábamos juntos.
               Ojalá no hubiera subestimado la importancia de poner entre nosotros seis mil kilómetros de distancia. Ojalá no se me hubiera ocurrido esa inmensa gilipollez de “medio mundo no es nada”.
               Por supuesto que lo es. Medio mundo es media Sabrae. Y yo no tenía suficiente con media Sabrae. La necesitaba a ella entera.
               Pero estaba hecho. Habíamos sellado nuestro destino no con los materiales nobles con los que los héroes de la antigüedad alcanzaban la gloria, sino con la dolorosa e intangible tinta de un correo electrónico. Ni siquiera teníamos una lápida sobre la que postrarnos, o un pergamino que rasgar antes de echarlo al fuego y convertirlo en un ave fénix de miedo y desilusiones. Simplemente teníamos la bandeja de salida de mi correo electrónico.
               El billete de avión a mi nombre. Sólo de ida, ya que no puedes coger ida y vuelta si aún no sabes la fecha fija de vuelta (cuanto antes, demasiado tarde), y menos si es en un intervalo superior a un mes. A estas alturas, ni siquiera un mes sería tiempo suficiente como para que yo no me desesperara.
               Estaba demasiado acostumbrado a ella, demasiado acostumbrado a ser feliz. Y ella no iba a ponerme nada fácil la despedida. Sospechaba que la razón de que hubiera insistido en que fuera con Mimi a Roma en lugar de con ella obedecía más a la necesidad que los dos sabíamos que teníamos de empezar a poner distancia entre nosotros, ir acostumbrándonos a la ausencia e ir adaptando la relación de lo físico a la distancia.
               Pero yo simplemente desearía que no fuera tan buena convenciéndome, que no tuviera argumentos tan buenos como “se lo prometiste a tu hermana”, “lo teníais hablado vosotros antes”, “ya tendremos tiempo de sobra de recorrer el mundo cuando vuelvas”. Me daban igual las promesas que le había hecho a Mimi; también le había prometido a Sabrae que no la abandonaría ni dejaría que nada se interpusiera entre nosotros, y ahora no sólo me estaba metiendo yo, sino a toda la fauna del continente africano y a la infinidad de granos de arena que había en los miles de kilómetros que iban a separarnos.
               Me daba igual hablarlo con anterioridad con Mimi; que mi hermana fuera la primera que había escuchado esos planes y con las que había empezado a formularlos no implicaba necesariamente que tuviera que llevarlos a cabo con ella. Roma era la ciudad del amor; lo justo sería que la recorriera con el amor más intenso que había experimentado en mi vida, por mucho que mi hermana fuera el primero.
               Me daba igual que ante nosotros se extendiera toda una vida de viajes, planes e ilusión. Quería empezar a vivirla ahora. Los dieciocho años que había pasado no perteneciéndole a Sabrae eran un desperdicio, no eran vida para mí. Celebraría mi primer cumpleaños el día que hiciera un año de nuestro primer beso, sin importar cuánto habríamos tardado desde entonces en declararnos del otro.
               Sabía que me había convencido de que me fuera con Mimi porque era lo mejor para los dos, pero oliendo el perfume que desprendía su cuerpo, escuchando su respiración tranquila y notando la calidez que manaba de ella igual que de una estrella, no podía dejar de acumular rencor contra ella. Estaba luchando por lo que era mejor para los dos, lo comprendía.
               Pero necesitaba que luchara por lo que los dos queríamos. Acompáñame a Roma. Olvídate de estudiar. Vamos a pasarnos los días que quedan hasta agosto metidos en la cama.

domingo, 1 de agosto de 2021

Elíseo.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Dan y Astrid apenas eran dos motitas negras en la distancia, corriendo por el húmedo y difuso límite entre la tierra el océano, cuando Eleanor y Tommy pudieron por fin centrar la atención en ellos, ya repartidas las selfies de rigor y dado las gracias a todos los que se habían acercado a nosotros cuando llegamos a la playa.
               -¡Daniel! ¡Astrid! ¡Venid aquí ya!-bramó Tommy a toda la capacidad que le permitían sus pulmones, que no era suficiente para luchar contra el ruido de las olas rompiendo en la orilla y que sus hermanos estaban saltando.
               -¡DANIEL!-chilló Eleanor, separando las piernas y proyectando la voz como si estuviera en un musical y ella fuera la protagonista-. ¡ASTRID!
               Pero los jóvenes Tomlinson no hicieron el más mínimo caso de los mayores, corriendo sobre las olas que llegaban a lamerles los pies. Por un momento pensé que les oían pero no les estaban haciendo el más mínimo caso, hasta que alguien se llevó una mano a los labios y pegó un silbido tan potente que toda la playa se nos quedó mirando, incluidos ellos dos.
               No sé por qué, no me extrañó cuando me giré a toda velocidad y vi que el que había silbado así era Alec. Mi chico no pudo evitar esbozar una sonrisa cuando los dos niños se nos quedaron mirando desde la lejanía, incapaces de resistirse a su llamada. Puede que Tommy y Eleanor tuvieran el privilegio de la sangre, pero éste no era tan potente como sus dotes.
               -No sabía que supieras silbar así-comenté, riéndome, y la sonrisa de Alec se ensanchó un poco más cuando sus ojos se fijaron en mí.
               -Tengo muchas dotes a las que aún no les has desvelado el misterio, nena-se burló al tiempo que Dan y Astrid se acercaban a la carrera (más desganada, eso sí) a nosotros.
               -¿Queréis que os deje el culo caliente?-escupió Tommy cuando llegaron a su lado-. La próxima vez que os tenga que llamar a voces porque os vais sin decir nada, os juro por mi madre que os ato a la sombrilla de Karlie y no os movéis de ahí hasta que nos vayamos.
               -Qué vergüenza-les recriminó Duna, cuya única razón para no haber salido corriendo con ellos medía un metro ochenta y siete y aparentemente se trataba del objeto más masivo del universo, ya que no había dejado de orbitar alrededor de él desde que llegó a recogernos a casa.
               Duna llevaba esperando este día toda su vida: después de que todos termináramos las clases y los mayores sólo tuvieran que ir al instituto para las recuperaciones o la clase preparatoria de exámenes, habíamos decidido que nos merecíamos un respiro que nos tomaríamos en forma de excursión a la playa. Yo me había pasado vigilando las previsiones meteorológicas de todas las cadenas de televisión que tenía disponibles, amén de las predicciones de las aplicaciones de los móviles y de las mejores webs de Google, para asegurarme de que el día que eligiéramos fuera el indicado. Alec se había reído cuando me desperté un día en su cama y lo primero que hice fue consultar el tiempo, antes incluso de darle un beso de buenos días, pero el pobre no me lo tenía en cuenta.
               -Por mucho que lo mires, no te vas a convertir en la nueva Invocadora del Sol, ¿sabes, bombón?-me dio un beso en el hombro y tiró de mí para que dejara de prestarle tanta atención a mi móvil y tan poca a él. Habíamos visto Sombra y hueso ya dos veces juntos, y sospechaba que Alec la había visto como mínimo una por su cuenta, así que le había servido la broma en bandeja.
               Sin embargo, dudaba de que mis poderes no existieran realmente, porque a fuerza de desear que hiciera un tiempo dorado ese día, el sol brillaba con fuerza en el cielo previo a que a Alec le asignaran su futuro.
               La suerte estaba echada. Mientras que los amigos de Alec ya se habían examinado, Scott, Tommy y él estaban pendientes de que les dieran los resultados de las evaluaciones extraordinarias, para así saber si podrían presentarse a los exámenes de acceso universitario, o si tendrían que esperar a una convocatoria a la que ninguno de los tres podía ir. Scott y Tommy estaban tranquilos; habían trabajado bien durante su vida académica, así que no tenían que recuperar más que aquellos exámenes que el concurso había hecho que se perdieran.
               Alec, no tanto. Sabía que esa noche le costaría mucho dormir, y por eso me había ofrecido a pasarla con él. Además, necesitaba este descanso. Había seguido estudiando incluso después de hacer el último examen, con la esperanza de que le permitieran graduarse y tuviera que presentarse a los exámenes de acceso a la universidad, y el ánimo de no perder ni un segundo remoloneando. Por consejo de papá, habíamos aprovechado el tirón de sus energías de estudio para seguir con el ritmo y que no le costara mucho más reengancharse cuando (si, me corregía él siempre que lo comentábamos) se graduaba.
               No había sido demasiado reticente a hacerlo, a pesar de que tenía serias dudas de que pudiera conseguirlo. Yo estaba convencida de que lo lograría.
               Aun así, reconocía que se merecía una tarde de desconexión total. Respetábamos los fines de semana, pero este lunes nuevo tenía un sabor que ningún sábado o domingo: el sabor de la anticipación, de la indecisión, de estar a las puertas de uno de los momentos más importantes de su vida. La víspera por excelencia.
               -Eres un exagerado-le dije, riéndome, cuando nos pusimos a hablar de lo importantes que serían esos dos días después del fin de semana para él-. Si hablas ya así de cuando te den las notas, ¿cómo hablarás de tu despedida de soltero?
               -Voy a estar más tranquilo la noche antes a que nos casemos que ese lunes, ya verás.
               -¿Ah, sí?-alcé las cejas, escéptica-. Y eso, ¿por qué?
               -Porque tengo posibilidades de suspender. De lo que no tengo posibilidades es de que no te presentes en el altar. Seguro que hasta llegas tú antes que yo-se echó a reír y yo le pegué un cojinazo, aunque tenía que admitir que tenía razón. No le daría motivos para estar nervioso el día antes de nuestra boda; no podía decir lo mismo de las recuperaciones.