domingo, 8 de agosto de 2021

Semidiós.


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Ahora que estaba abandonado a mis pensamientos, no podía seguir resistiéndome a las mordeduras de los demonios que tenía en mi cabeza. Sabía que no lo había dicho con la intención de torturarme, y que si hubiera sabido que le daría tantas vueltas más tarde, no me habría regalado esa confesión de amor, pero lo cierto es que lo que Saab había dicho sobre el uno de agosto había hecho diana en mi corazón como si se tratara de una flecha en una final de tiro olímpico.
               No sé cómo sobreviviré el uno de agosto. Sus palabras rebotaban y rebotaban y rebotaban y rebotaban en mi interior, buscando un hueco por el que colarse en mi alma y hacerme aún más daño del que ya me hacía la cuenta atrás que pendía sobre nuestras cabezas. Si bien ésta hacía que nuestros besos fueran más deliciosos y nuestros polvos más intensos, lo cierto es que lo cambiaría todo por saber que tenía la seguridad de la monotonía extendiéndose ante mí. Daría lo que fuera por tener una máquina del tiempo y poder sentarme a hablar conmigo estando en coma, razonar con el fantasma que había sido durante aquellos días en los que había sentido de todo menos sensaciones físicas, en los que había sido el único semidiós existente en el mundo, a la altura de mi diosa.
               Ojalá me hubiera despertado del coma dándome cuenta de que el tiempo que me quedaba no me lo habían regalado para continuar con mis estúpidos planes, sino para consentirme a mí mismo. No tenía que cumplir con mis obligaciones, sino rendirme a mis caprichos.
               Ojalá no tuviera que conformarme con mirar a Sabrae durmiendo desnuda a mi lado, luchando por mantener la mente centrada en ella y memorizarla al detalle, para que cuando nos separaran dos continentes pudiera evocarla y fingir que aún estábamos juntos.
               Ojalá no hubiera subestimado la importancia de poner entre nosotros seis mil kilómetros de distancia. Ojalá no se me hubiera ocurrido esa inmensa gilipollez de “medio mundo no es nada”.
               Por supuesto que lo es. Medio mundo es media Sabrae. Y yo no tenía suficiente con media Sabrae. La necesitaba a ella entera.
               Pero estaba hecho. Habíamos sellado nuestro destino no con los materiales nobles con los que los héroes de la antigüedad alcanzaban la gloria, sino con la dolorosa e intangible tinta de un correo electrónico. Ni siquiera teníamos una lápida sobre la que postrarnos, o un pergamino que rasgar antes de echarlo al fuego y convertirlo en un ave fénix de miedo y desilusiones. Simplemente teníamos la bandeja de salida de mi correo electrónico.
               El billete de avión a mi nombre. Sólo de ida, ya que no puedes coger ida y vuelta si aún no sabes la fecha fija de vuelta (cuanto antes, demasiado tarde), y menos si es en un intervalo superior a un mes. A estas alturas, ni siquiera un mes sería tiempo suficiente como para que yo no me desesperara.
               Estaba demasiado acostumbrado a ella, demasiado acostumbrado a ser feliz. Y ella no iba a ponerme nada fácil la despedida. Sospechaba que la razón de que hubiera insistido en que fuera con Mimi a Roma en lugar de con ella obedecía más a la necesidad que los dos sabíamos que teníamos de empezar a poner distancia entre nosotros, ir acostumbrándonos a la ausencia e ir adaptando la relación de lo físico a la distancia.
               Pero yo simplemente desearía que no fuera tan buena convenciéndome, que no tuviera argumentos tan buenos como “se lo prometiste a tu hermana”, “lo teníais hablado vosotros antes”, “ya tendremos tiempo de sobra de recorrer el mundo cuando vuelvas”. Me daban igual las promesas que le había hecho a Mimi; también le había prometido a Sabrae que no la abandonaría ni dejaría que nada se interpusiera entre nosotros, y ahora no sólo me estaba metiendo yo, sino a toda la fauna del continente africano y a la infinidad de granos de arena que había en los miles de kilómetros que iban a separarnos.
               Me daba igual hablarlo con anterioridad con Mimi; que mi hermana fuera la primera que había escuchado esos planes y con las que había empezado a formularlos no implicaba necesariamente que tuviera que llevarlos a cabo con ella. Roma era la ciudad del amor; lo justo sería que la recorriera con el amor más intenso que había experimentado en mi vida, por mucho que mi hermana fuera el primero.
               Me daba igual que ante nosotros se extendiera toda una vida de viajes, planes e ilusión. Quería empezar a vivirla ahora. Los dieciocho años que había pasado no perteneciéndole a Sabrae eran un desperdicio, no eran vida para mí. Celebraría mi primer cumpleaños el día que hiciera un año de nuestro primer beso, sin importar cuánto habríamos tardado desde entonces en declararnos del otro.
               Sabía que me había convencido de que me fuera con Mimi porque era lo mejor para los dos, pero oliendo el perfume que desprendía su cuerpo, escuchando su respiración tranquila y notando la calidez que manaba de ella igual que de una estrella, no podía dejar de acumular rencor contra ella. Estaba luchando por lo que era mejor para los dos, lo comprendía.
               Pero necesitaba que luchara por lo que los dos queríamos. Acompáñame a Roma. Olvídate de estudiar. Vamos a pasarnos los días que quedan hasta agosto metidos en la cama.
               Esperaba que mi cuerpo me permitiera lidiar con el dolor emocional que me esperaría a partir de ese día como lo había hecho antes: con ejercicio físico, centrándome en las agujetas y no en la manera en que estaba echando de menos a una persona a la que ni siquiera tenía hacía un año, cuando había hecho esos estúpidos planes que ahora nos condicionaban a los dos. El Alec que había planeado el voluntariado no tenía miedo de nada, y confiaba en que no le resultaría difícil adaptarse en un nuevo entorno en el que pudiera poner a prueba su valía levantando un campamento él solo, con la única fuerza de sus manos como herramienta. Él no tenía nada que perder.
               Yo sí. Todo. Mi cordura, mis ganas de vivir, mi felicidad. Lo perdería todo en cuanto me subiera al puto avión.
               Y con días como aquel, cada vez me quedaban menos ganas de subirme. Al final, tendrían que venir a buscarme. Sabrae tendría que empujarme a través del pasillo, de la escalerilla, atarme bien fuerte al asiento y salir corriendo mientras el avión enfilaba hacia la pista de despegue. Sería la única manera en que yo podría marcharme después de un día como aquel.
              
 
Una de las cosas que más me gustaba de hacer el amor intensamente con Sabrae era su forma de esperar que nuestros cuerpos siempre estuvieran unidos. Era como si los orgasmos fueran llamas con las que esperaba que nuestras almas se soldaran, no dejando ninguna pieza suelta, solos ella y yo.
               Flexioné ligeramente las rodillas para que pudiera alcanzar el suelo con los pies, pero sólo soltó una de sus piernas de mi cintura: la otra siguió allí, con el talón anclado en mi nalga, ofreciéndome el pase perfecto para el interior de su entrepierna.
               Aún un poco atontada, con la vista perdida y la respiración superficial que le quedaba después del sexo, Sabrae soltó un suspiro tremendista cuando salí de su interior. Créeme, a mí me gustaba tan poco como a ella: adoraba la sensación de presión de su cuerpo, saber que todo yo estaba hecho para complacerla. Lo bien que encajábamos, lo mucho que podíamos hacernos disfrutar el uno al otro, y disfrutar cada uno también del proceso egoístamente.
               Pero yo no soy tan dramático como ella, así que no lo dejaba entrever con tan poca preocupación como Saab.
               Escuché el chapoteo de sus pies en el agua cuando finalmente cedió a la gravedad y suspiró de nuevo, más profundamente. Sus pechos subieron y bajaron al compás que marcaba su caja torácica, inundándose de un aire que, ahora que no provenía de mis pulmones, no valía nada.
               Con la vista perdida en el océano, que poco a poco se iba tiñendo de un tono ámbar idéntico al del cielo, su mano ascendió por mi brazo hasta mi cuello, perdiéndose en mi nuca, jugueteando con el nacimiento de mi pelo. Un cosquilleo me recorrió la columna vertebral.
               Ha sido mejor de lo que no podría esperarme de nadie. Ni siquiera de un dios como tú. Sus palabras empaparon mi interior de un fuego alentador, iluminando el final del sendero que llevaba ascendiendo desde que empecé la terapia con Claire.
               -¿Qué es lo que te da más miedo?-me había preguntado ella una vez.
               -No estar a la altura y no ser un buen padre-le había contestado yo, y los dos habíamos creído que me refería a no estar a la altura de los hijos que tuviera, fuera con quien fuera. Pero ahora sabía que no sólo se trataba de mis hijos; también de mis parejas.
               Y que Sabrae me confirmara que era mejor de lo que podía esperarse de mí, incluso cuando competía contra mí mismo en mi época de máximo esplendor y llevaba las de perder, hacía que creyera por un instante que la suerte podía seguir de mi lado, y que podría lograrlo todo.
               Incluso aquello en lo que no debía pensar, por lo que Sabrae me había traído hasta esa playa.
               -¿Puedes caminar?-le pregunté, y ella volvió los ojos a mí. Vi cómo se debatía entre seguir anclada a esa nube de amor y felicidad en que las dos habíamos ayudado a subirla, y asentir simplemente con la cabeza para que no interrumpiera su éxtasis en diferido, o bajarse y volver a darme caña, por los viejos tiempos y también por los nuevos.
               Eligió la segunda.
               -¿Lo estás haciendo a posta?
               -¿El qué? ¿Que te corras? Lo cierto es que sí-sonreí, dándole un pellizquito en un pecho, muy cerca del pezón, pero no lo suficiente como para que el gesto no fuera más seductor que juguetón-, así que gracias por apreciarlo.
               -No, bobo-se echó a reír-. Estás haciendo paso por paso lo mismo que hiciste la otra vez. Nadar conmigo. Sacarme del agua. Traerme aquí.
               -Si mal no recuerdo, te traje aquí porque estabas agotada después de pasarte la tarde nadando en busca de la parte superior de tu biquini. Así que, técnicamente… no estoy haciendo paso por paso lo mismo. Sin olvidar, por supuesto, la razón por la que perdiste el sujetador en primer lugar-alcé las cejas, y ella se echó a reír.
               -Hemos mejorado desde entonces-respondió, asintiendo con la cabeza y apoyando la nuca de nuevo en la roca, proporcionándose un apoyo que yo estaba más que dispuesto a darle. Apoyó las manos en mi pecho y siguió la línea de mis cicatrices sin darse cuenta, y yo deseé por enésima vez esa tarde no tenerlas.
               Ahora que era suyo, me merecía tenerme sin taras.
               Al menos había mejorado sus expectativas.
               Le puse las manos en las caderas, y noté que tenía la piel erizada. Ahora que se nos estaba pasando poco a poco el efecto de la excitación, éramos más vulnerables a las inclemencias del tiempo.
               -Deberíamos irnos-comenté, y ella asintió con la cabeza.
               -Mm-mmm.
               Pero, en lugar de hacer amago de echar a andar en dirección a la arena, siguió haciendo que sus dedos bailaran en mi nuca.
               -Nena…
               -Dímelo-me pidió, y yo alcé las cejas, le cogí la mano y negué con la cabeza. Besándole las yemas de los dedos con los ojos fijos en ella, deseando que sus huellas dactilares se quedaran para siempre marcadas en mi piel, no quise darle lo que me pedía. No tenía nada que envidiarle al Alec que a ella le había atraído, obsesionado con el sexo sin ataduras, sí, pero también vacío.
               Me gustaba mucho más tener las limitaciones de la monogamia, porque serle fiel a Sabrae era lo más glorioso que podía hacer.
               -Para.
               -¿Por?-me hizo ojitos, y yo me mordí el labio, negué con la cabeza y sonreí.
               -En serio, no tiene gracia. Nos tenemos que ir. Vas a ponerte enferma como sigas así.
               -No quiero irme de aquí.
               Yo tampoco.
               -Vamos, nena, se suponía que yo no iba a ser el responsable de los dos.
               Se mordió despacio el labio, dejando que éste asomara poco a poco entre sus dientes igual que la ola estrella de una competición surfista, la que decidiría quién se llevaría el oro, quién la plata, y quién el bronce.
               -Quiero quedarme aquí.
               -Y yo también, bombón, pero ya tendremos tiempo de volver, ¿vale? Dame un respiro, nena-le puse una mano en el cuello y le acaricié el mentón con el pulgar-. No puedo meterme con tu hermano por pasar de ti la otra vez, si luego por mi culpa coges un resfriado.
               -Estaré bien.
               Y siguió y siguió con los dedos en mi cuello. Joder. Me sorprendía no estar empalmado. A pesar de lo poco que hacía que nos habíamos enrollado, me atraía tanto que mi cuerpo se recuperaba en tiempo récord para invadirla de nuevo.
               -Para-le pedí de nuevo.
               -¿Por qué?
               Dios mío de mi vida.
               Me pegué a ella tanto que la aplasté contra la roca. Procuré no regodearme en la sensación de sus pezones presionando mi pecho, de su piercing arañando mis cicatrices, o del valle de su sexo contra mi muslo. Si me ponía a pensar en lo desnuda que estaba contra mi piel, me derrumbaría.
               -Porque no puedo controlarme cuando una chica guapa me acaricia como lo estás haciendo tú.
               Sabrae jadeó contra mi boca, soltó un suave gritito y, de un brinco, se subió a mi cintura, enredando de nuevo sus piernas en ella. No pude evitar echarme a reír ante su arrebato de pasión, muy parecido a los que ahora tenían que aguantar Scott y Tommy de las chicas con las que nos encontrábamos y que no pertenecían a nuestro entorno.
               Tampoco se me escapó el hecho de que, si hubiera seguido boxeando y hubiera cristalizado la carrera que todos me pronosticaban que tendría, ese tipo de reacciones serían el pan nuestro de cada día para mí también. Me haría la misma gracia que las mujeres se volvieran locas con mi presencia, disfrutaría de lo lindo volviéndolas locas, sólo para hacerles ver después a las más afortunadas que tenía maneras de hacerlas gritar de una forma más intensa, mucho más interesante para los dos.             
               Pero no lo quería. Ya no. Los únicos grititos de entusiasmo que me interesaban eran los de una chica en particular; las demás ya no me importaban, y por mucho que el Alec hipotético hubiera disfrutado de su admiración, seguía quedándome con esta. La única manera de sentirte más vivo que con una multitud de desconocidos coreando tu nombre es con la chica de la que estás enamorado gimiéndolo en tu oído mientras estás dentro de ella. Todo lo demás, la gloria, la fama, la fortuna… no importaban.
               Y yo iba a renunciar a todo eso por irme a hacer el imbécil en un continente en el que no me necesitaban, con unos conocimientos que apenas servían para nada en el mío, y con gente que jamás me mantearía como lo haría Sabrae, por mucho que  me esforzara más con ellos y tratara de hacer cosas más loables.
               -Venga-le dije, dándole una palmadita en el culo e ignorando el tirón que sentí en los músculos a modo de protesta por su peso-. Los demás estarán preocupados por lo que habrá sido de nosotros.
               Nos tocó aguantar unas cuantas (muy merecidas) coñas por lo mucho que habíamos tardado en “salir del agua”, y lo secos que lo habíamos hecho, puesto que el bochorno del día se había encargado de liberar gran parte de la melena de Sabrae del agua. Ya no tenía el pelo de una sirena, sino el de una pirata, y aquello sólo podía deberse a que habíamos salido mucho antes de lo que queríamos hacer creer.
               -No tenemos ni idea de lo que decís-dijo Sabrae, envolviéndose el pelo en un moño apresurado y deshecho que me recordó las veces en las que nos metimos en la ducha juntos. Una de esas veces sería esa noche, cuando, después de pasarnos por su casa para confirmar que se iba a quedar a dormir conmigo, nos metimos directamente en el baño de la planta baja mientras Mimi subía las escaleras de dos en dos, tratando de llegar a la ducha antes de que nosotros abriéramos el agua.
               Nos prometimos el uno al otro que no haríamos nada en la bañera, que lo que habíamos hecho esa tarde entre las rocas era perfecto y genial y suficiente, y que con darnos unos inocentes mimos nos bastaba. Pero, cuando estuvimos desnudos el uno frente al otro, supimos que no tenía sentido seguir fingiendo que ninguno de los dos deseaba aquello.
               Con la excusa de que teníamos que esperar para que se formara un poco de espuma en la superficie de la bañera, Sabrae y yo nos miramos, comiéndonos con los ojos como sabíamos que pronto ya no podríamos. Nuestros cuerpos reaccionaron a la desnudez del otro como tenían por costumbre, y para cuando nos metimos en la bañera, el ambiente estaba cargado de nuestras feromonas entremezcladas, Sabrae tenía una sonrisa pícara mal disimulada en la boca, y mi miembro se había despertado hasta estar medio erecto, de manera que lo único que podía sentir cuando ella se inclinó hacia atrás y apoyó su espalda contra la mía fue placer.
               -Déjame que te lave el pelo-le pedí, y ella asintió con la cabeza. Le quité despacio la goma para dejar que su melena cayera en cascada por sus hombros de chocolate, dándole el toque final a la tarta más deliciosa del mundo. Desenganché el teléfono de la ducha de su soporte y dejé que el agua cayera sobre la cabeza de Sabrae, empapándola de nuevo como lo había estado cuando la saqué del agua.
               En cuanto mi cerebro estableció la conexión entre esos dos momentos, se me puso del todo dura y ya no hubo vuelta atrás. Echándome un chorrito de champú en la mano, en lo único en que podía pensar era en hacer maldades con ella. Hundí los dedos en su cuero cabelludo y Sabrae exhaló un gemido de gusto, con los ojos cerrados y la espalda arqueada, disfrutando de la sensación.
               -Después me toca a mí-dijo en tono jadeante, y yo le di un beso en el hombro a modo de respuesta. Pude probar el sabor del champú de su piel, y precisamente por el plato en el que lo había degustado no me resultó desagradable, especialmente porque noté su excitación también allí, tan lejos de donde ella me deseaba.
               Sabrae se apartó el pelo de la espalda cuando cogí una esponja suave y blanda, la empapé de gel y me afané en limpiar los restos de arena y sal que aún quedaban en su piel, deseando ser yo esa esponja o tener el valor suficiente como para quitárselo con la lengua.
               Luego, me atreví a pasar a la parte delantera de su anatomía. Le acaricié las clavículas, el vientre, los senos, descendí por sus caderas hasta sus muslos, y de ahí a las rodillas, subiendo de nuevo en dirección a su vientre.
               Sabrae levantó un pie y lo sacó de la bañera, dejándolo apoyado sobre el reborde de mármol.
               Seguí la ruta de la seda de sus muslos y froté despacio la esponja contra su sexo, liberando una nube de gel y burbujas que me impidió ver el punto en el que se unían nuestros cuerpos. Sabrae cerró los ojos, se acomodó en el hueco bajo mi brazo, y dejó separó aún más las piernas, dejando una bajo el agua, y la otra doblada, sobre la superficie, la promesa de una isla en la que encontraríamos los mayores manjares jamás probados, y que premiaría la intensísima travesía que había hecho por el mar.
               Solté la esponja y dejé que se hundiera como un barco que ya no sirviera para hacerme con el dominio de los mares, y enredé los dedos en los pliegues de esa cueva submarina en la que estaban escondidos los tesoros más valiosos de la humanidad. Sabrae entreabrió los labios.
               -Mm, sí, Alec-gimió, y yo le giré el rostro para poder besarla en los labios. Mi lengua hizo en su boca lo que mis dedos en su entrepierna, y con mi mano derecha poseyendo sus senos mientras la izquierda la reclamaba y mi boca adoraba su cuello, Sabrae se corrió. Se mordió los labios y se rompió para mí, enroscando los dedos de sus pies de puro placer, algo que muy pocas veces me permitía ver, pero que cuando lo hacía era como una obra maestra muy concurrida en el museo más famoso del mundo.
               La dejé tranquila esta vez, lejos de insistir como siempre hacía para que siguiera encadenando orgasmos. La pobre estaba cansada, había sido un día muy intenso y no necesitaba que la llevara aún más al límite. Se quedó tumbada un momento sobre mí, recuperando el aire y la conciencia, y cuando por fin volvió en sí, me dio un beso en el costado y se deslizó por el agua en dirección al extremo contrario de la bañera. Con un gesto me indicó que me fuera con ella, dándole la espalda, para poder repetir el proceso conmigo.
               Lo hice, y debo decir que la sensación de sus pechos acariciándome la espalda mientras se estiraba para enjabonarme bien el pelo era algo de lo que poco hablaba para lo tremendamente placentero que resultaba. Mientras ella hundía los dedos en mi pelo, mi polla se fue endureciendo más y más, y sólo me quedaba hacerme ilusiones con lo que pasaría cuando terminara de retirar todo el salitre y la arena de mi cabeza.
               No me defraudó. Poniendo especial énfasis en los músculos de mi espalda con la esponja, fue descendiendo poco a poco hasta rodear mi miembro. Por un momento pensé que a eso se limitaría nuestro contacto, pero enseguida dejó atrás mis sospechas de un tongo cuando dejó caer también la esponja, rodeó mi polla con los dedos y empezó a acariciarla arriba y abajo, arriba y abajo.
               No noté que le había quitado el tapón a la bañera hasta que el agua descendió hasta dejar al descubierto mis piernas, y estuve por tomarle el pelo, protestando porque me hubiera negado el placer de acurrucarme a dormitar sobre su pecho como ella había hecho conmigo, cuando me rodeó con una pierna y, con la habilidad de una ninfa, se colocó frente a mí. Me puso una mano en el pecho mientras me besaba cuando yo no me atrevía a soñar aún con lo que pasaría a continuación, pero en cuanto sus dedos descendieron por mi anatomía, marcando el camino que luego seguiría su boca, me decidí a ponerme cómodo y disfrutar del espectáculo sensorial.
               Le di gracias a Dylan por haber puesto una bañera a la que poco le faltaba para ser piscina olímpica en la que pudiéramos hacer aquello cuando Sabrae se puso de rodillas entre mis piernas, se anudó el pelo no sé cómo, y empezó a darle besos a la punta de mi polla. Abrí los brazos, apoyándolos en la bañera, y eché atrás la cabeza cuando la punta de la lengua de Sabrae recorrió mi glande. Se me escapó un gruñido desde lo más profundo de mi garganta, me froté los ojos, y Sabrae sonrió. Noté el tacto rígido de sus dientes en esa parte tan sensible de mi cuerpo, pero lejos de preocuparme de que me hiciera daño, me excité incluso más.
               Levanté la cabeza para ver por qué se había parado antes de empezar.
               -¿Qué pasa?
               -Pareces un rey-me dijo, y yo me reí. Me aparté el pelo de la cara con una mano, echándomelo hacia atrás en un gesto que sabía que le encantaba, y sus ojos se oscurecieron, de repente compuestos exclusivamente por la pupila.
               -Así es como me siento cuando disfruto con mi emperatriz.
               -Di más bien tu concubina.
               -Nena-alcé una ceja-. Incluso si lo que dice mi abuela de nosotros es cierto, mi sangre no sería superior a la tuya. Si tuviéramos un trono, sería más tuyo que mío.
               -¿Si tuviéramos?-replicó, burlona-. Habla por ti. Yo sé que lo tengo.
               Me dio un beso en la punta de la polla y ya no pude continuar el tira y afloja verbal. Por mucho que me pareciera una diosa cuando me follaba, todo lo que me hacía me hacía imposible verbalizarlo.
               Puede que pueda hablar de los polvos de Sabrae una vez hemos terminado, pero cuando estamos en ello, mi cerebro se deshace en una espiral de placer y satisfacción que me vuelve un ser tan primario que ni siquiera recuerdo mi nombre. Lo que sí recuerdo es el suyo.
               -Joder-gruñí cuando Sabrae se metió toda mi polla en la boca, aguantándosela dentro mientras luchaba con las arcadas. Cuando se la sacó y tosió en busca de aire, y se relamió, creí que me volvería absolutamente loco. Después, se la metió de nuevo y yo perdí la razón.
               Me torturó  con su boca hasta llevarme al límite de mis fuerzas, y cuando creí que ya no podría más y que había llevado a la cúspide de mi placer, me lanzó de un disparo contra las estrellas al avisarla de que estaba a punto de correrme y pedirme:
               -Córrete en mi boca-y lamió toda la parte inferior de mi polla antes de volver a metérsela dentro.
               -¡DIOS!-grité, agarrándola involuntariamente del pelo y dejándola quieta mientras descargaba toda la tensión que había ido acumulando desde que nos desnudamos. En cuanto terminé de eyacular, la solté, creyendo que se incorporaría como un resorte para coger aire.
               Lo que hizo fue todo lo contrario. En lugar de ponerse de rodillas de nuevo, se deslizó por mi cuerpo, aprovechando la facilidad para resbalar por mi anatomía que el agua le proporcionaba, y se sentó sobre mí. Sus ojos estaban a la altura de los míos, sus manos en mis hombros, si boca a centímetros de la mía.
               -Coge un condón-me ordenó-. Me apetece sentarme en mi trono.
               Y, cuando tuve la polla enfundada en un preservativo, echó la cabeza hacia atrás mientras se hundía en mí, decidida a recuperar la dureza rocosa de mi erección a base de estimularme con las paredes de su vagina. Me folló despacio, pero sin piedad, como sólo las reinas pueden hacerlo: no hacía falta echar un polvo rápido para que fuera profundo y bestial, sino que bastaba con que te miraran como Sabrae me miraba, con que se movieran como Sabrae se movió, te acariciaran como Sabrae me acarició, y te besaran como Sabrae me besó.
               Era como si el fantasma del treinta y uno de julio hubiera asomado por un rincón de nuestra conciencia y hubiéramos decidido espantarlo alejándonos del otro. Ella me arañó, yo la manoseé; ella me montó, yo la conquisté; ella me mordió, y yo la saboreé. A cada sitio que mirara, la tenía ocupando todo mi campo de visión, recordándome que era lo más importante de mi vida y la chica con la que más había disfrutado de la infinidad con las que había estado. Su pelo caía sobre nuestros pechos como agua sobre el desierto, sus pechos subían y bajaban con cada movimiento de sus caderas empujándome a llegar más adentro, y de sus pezones se precipitaban las gotas que descendían de su melena húmeda.
               Y yo me iba a marchar. Iba a someterme a un año entero de abstinencia cuando podía tenerlo todo con ella.
               No pienses en eso ahora, me obligué a decirme, y le besé los pechos y la estreché contra mí y nos rompimos en sendos orgasmos sincronizados, suaves pero no por ello menos bonitos.
               Sabrae me besó la cabeza y yo hundí la nariz en su cuello, emborrachándome del difuso aroma de su piel, que ahora se camuflaba con el del jabón y el champú. No eran los mismos que tenía en casa, así que los toques eran sutilmente diferentes, pero no dejaban de ser parte de ella.
               Me pregunté si mi memoria iría incorporando los olores del voluntariado a los recuerdos de Sabrae, si África terminaría contaminándola y, cuando regresara, descubriera que había cambios en ella que sólo podía percibir yo: no olería a tierra, no olería a sudor, no olería a las plantas que crecieran en torno al campamento. Olería a un hogar que yo no recordaba así, y que puede que incluso me extrañara.
               Esperaba de corazón que no me extrañara. Ojalá pudiera embotellar su aroma en un botecito y llevármelo conmigo para asegurarme de que ese recuerdo permanecía inalterable.
               Sabrae sostuvo mi rostro entre sus manos, acariciándome las mejillas. Sus codos presionaban levemente mi pecho, haciendo un paréntesis de carne donde mi cicatriz principal era una exclamación. Tomé aire y lo solté lentamente, haciendo que los primeros rizos que se habían independizado del paraíso marino de su pelo bailaran en el aire. Habíamos hecho tantas cosas, y nos quedaban pendientes tantas otras…
               -Gracias-susurré después de que me diera un dulce beso en los labios, y ella sonrió.
               -No ha sido para tanto, sol-respondió, malinterpretando mi agradecimiento. No le daba las gracias por el beso, o no lo hacía sólo por él, sino por todo lo que representaba: su sacrificio, sus esfuerzos por hacerme mejorar, su paciencia cuando yo tropezaba, sus ánimos cuando quería tirar la toalla, la manera en que había apostado por mí.
               Ojalá no la hubiera puesto en el increíble compromiso que supondría tener que esperarme. Ojalá pudiera decirle que no quería que lo hiciera.
               Pero no podía pensar en eso ahora. No, cuando estaba aún dentro de ella. Su interior era un lugar demasiado sagrado como para estar triste.
               -No te las doy por el beso.
               -Entonces, ¿por qué?-inclinó la cabeza hacia un lado, acariciándome el mentón. Se relamió los labios, pero sus ojos siguieron fijos en los míos. No era un gesto de deseo, sino de curiosidad. Era la científica que se mordía el labio mientras ajustaba las ampliaciones del microscopio, a punto de hacer un descubrimiento que revolucionaría su campo y haría que su nombre fuera el más evocado en su disciplina, a la altura del de una santa.
               -Por recoger mis pedacitos y empezar a recomponerme. No va a ser fácil terminar de hacerlo, pero te prometo que el resultado hará que merezca la pena.
               Sabrae se relamió de nuevo, pero sus ojos chispearon de felicidad.
               -El proceso ya lo hace.
               Eso me proporcionó un suave pero efímero alivio, como el de un analgésico en una herida de bala. Puede que te haga perder la sensibilidad durante un momento, pero tarde o temprano el escozor y las molestias regresarán. Lo bueno es que nosotros los tendríamos durante un año, en lugar del tiempo de recuperación normal para este tipo de lesiones… y no habría nada que pudiera aliviarnos cuando nos separáramos.
               -Al-sus manos se afianzaron en mi mentón, sus dedos extendidos por entre mi pelo. Estaba haciendo que me centrara exclusivamente en ella, y que me centrara bien-. Para. Sea lo que sea lo que estés pensando, para. Te estás poniendo triste, te lo noto, y lo hemos pasado genial hoy.
               -Es que estoy preocupado.
               -¿Por qué?
               -Por si todo lo que hemos hecho hasta ahora merecerá la pena más adelante-suspiré, apartándole una serpiente negra de la piel, que se deslizó con sus hermanas, cayendo por su espalda-. Por si hemos perdido el tiempo centrándonos en mis estudios cuando podríamos estar creando recuerdos a los que aferrarnos cuando estemos separados.
               -A mí me ha gustado estar así contigo-respondió ella-. Haces que hasta estudiar sea interesante. Yo no me arrepiento de nada, Al. Además… hablas como si fuéramos a romper durante tu voluntariado, y no vamos a hacerlo. Voy muy en serio cuando te digo que siempre apostaré por ti. Quiero formar mi propia familia contigo, criar hijos tuyos. No voy a dejarte tirado, y cada minuto que pasemos juntos será una razón para suplicar con más, independientemente de lo que estemos haciendo. No vas a librarte tan fácilmente de mí-me dedicó una sonrisa torcida, su sonrisa de Diosa©-. Incluso cuando tú estés lleno de arrugas y yo siga con mi aspecto de chavalita gracias a mis genes y nos confundan con familia política, seguiré escandalizando al mundo besándome con mi abuelo en la cola del súper. Porque será lo que querré con cincuenta años. Lo sé ahora, con quince. Tu voluntariado no va a ser el final de nuestra historia, Al. Será un punto y coma. Como mucho, un punto y seguido, pero nada más.
 
 
No me daba miedo que rompiéramos durante mi voluntariado; sabía que no lo haríamos. Estábamos demasiado enredados el uno en el otro como para que un año separados hiciera mella en nosotros. Necesitaríamos mucho, muchísimo más tiempo que un año, lo cual no quería decir que se nos fuera a hacer corto ni mucho menos.
               Pero no podía dejar de pensar en cómo podíamos cambiar en ese tiempo. En lo mal que lo pasaríamos, y en el balance que haríamos uno y otro de los mismos acontecimientos que habíamos vivido juntos, cada uno desde una perspectiva un poco diferente.
               La cuestión no era si nuestra relación sobreviviría a mi voluntariado, sino si lo haría yo. No quería marchitarme en el continente en el que había surgido la vida, ni quería ahogarme alejado de Sabrae, con sus besos sanadores y sus manos capaces de curar hasta la última de mis heridas.
               ¿Y si me glorificaba y, cuando volviera, se daba cuenta de que parte de mi atractivo habían sido exageraciones de su cabeza, que había dibujado una imagen diferente de mí para poder sobrellevar mejor la separación? ¿Y si lamentaba no haber tenido un primer año normal con su novio, sino que ya había pasado directamente a la crisis que siempre venía con la relación ya aposentada y la rutina impregnada en las paredes de un hogar que habíamos construido no juntos, sino negociando el uno con el otro?
               Ese día había sido genial; demasiado genial para lo que estábamos acostumbrados, pero de manera normal para una pareja corriente. Scott y Eleanor habían disfrutado con la tranquilidad de quien no puede contabilizar las veces que va a hacer un plan con su pareja; lo mismo les había pasado a Tommy y Diana. En cambio, Sabrae y yo no podíamos dejar de exprimir hasta el último momento. Necesitábamos vivir lo más intensamente posible antes de que llegara agosto.
               Y todo habría sido en vano si mañana iba a clase y descubría que había suspendido. No tenía margen de maniobra, y lo peor de todo es que me estaba matando, ya que no sólo jugaba con mi tiempo y mis posibilidades, sino también con los de Sabrae.
               Le había quitado demasiadas primeras veces, pero no me había permitido a mí mismo comerme el coco mientras lo hacía. Ahora que estaba a punto de conocer los resultados, no obstante, todo cambiaba. La perspectiva que sólo puede darte el tiempo me daba un nuevo abanico de posibilidades. La confianza ciega que había depositado en mí se había convertido en una losa a mi espalda, cuando durante el estudio había sido un fortachón par de alas.
               Me incorporé en la cama hasta quedarme sentado. Sabía lo que tenía que hacer en una situación como ésa, en la que estaba a punto de sumirme de nuevo en la espiral autodestructiva en la que había vivido siempre: tenía que distraerme, fuera como fuera. El sexo estaba descartado por razones obvias: no sólo estaba Saab agotada, sino que tampoco quería convertirlo en algo que hiciéramos simplemente por salvarme. Claire me había advertido sobre el peligro de instrumentalizar el sexo en las relaciones, y desde entonces me había vuelto bastante más cauto, preguntándome siempre por qué quería hacerlo con Sabrae cuando me entraban ganas, y si no estaría intentando tapar con un polvo otro problema de raíces más profundas. Por suerte para mí, la respuesta siempre había sido negativa.
               Esta vez no estaba tan seguro.
               De modo que me estiré a coger el móvil y le quité el modo avión tras ponerlo en silencio. Un sinfín de notificaciones desfilaron por la parte superior cuando mi teléfono pilló cobertura y se sincronizó automáticamente con mis redes sociales, que tenía ardiendo por culpa de una foto con Sabrae que había subido durante el trayecto en tren de vuelta a casa. Nos la había hecho Amoke sin que nosotros nos diéramos cuenta, y en ella aparecíamos Saab y yo, ella de pie recogiéndose el pelo suelto en sus típicos moños apresurados de andar por casa, ya con una camiseta de tirantes cubriendo su desnudez; y yo, sentado con las piernas semiflexionadas, los brazos apoyados en ellas, y mirándola como si fuera lo único que existía en el universo.
               A veces me sorprendía que mis sentimientos fueran tan visibles desde fuera, a pesar de lo intensos que me parecían cuando los experimentaba. Veía amor en los ojos de Sabrae, pero de verlo yo a darme cuenta de que los demás también lo hacían, y lo veían en mis ojos cuando yo la miraba a ella, había un trecho impresionante. Todavía me alucinaba que lo nuestro fuera algo tangible para quienes no éramos nosotros, y por eso me encantaban todas las fotos que nos hacían de los dos juntos en las que no estábamos posando, porque salíamos más naturales, se veía mejor.
               La foto había causado sensación en mis comentarios, y cuando Sabrae la compartió en sus historias poniendo un montón de corazones y escribiendo un adorable y sencillo “mi chico” que a mí me supo a gloria, mi cuenta pegó el típico pelotazo al que ya estaba empezando a acostumbrarme cada vez que Sabrae me etiquetaba en algo.
               Claro que esta vez se había salido todo de madre, no sólo por mi expresión de adoración al mirarla, sino por el mensaje que había puesto como pie de foto.
               alecwlw05 tú también eres mejor que nada de lo que podría soñar. Por muchas más tardes deslumbrándole al sol, superando la inmensidad del océano con tu corazón, y siendo más guapa que la concha más bonita que podamos encontrarnos nunca en la orilla. Te quiero.”
               A mí no me parecía para tanto, sobre todo porque las declaraciones de amor en público se me daban más bien mal (sobre todo por redes), pero parece ser que era el único que pensaba así. Tenía los comentarios petados no sólo con gente a la que conocía, sino también con personas de todas partes del mundo que, si bien no me conocían en persona sino que habían visto de mí lo que compartía Sabrae en sus redes, habían decidido que éramos sus padres. En serio. Tenía más de diez mil comentarios (y subiendo) de cuentas de todo tipo, que escribían con mayúsculas chillonas “MAMÁ Y PAPÁ”, “MENUDO REY”, “QUIÉN PARA”, “DÓNDE ENCONTRAR UN CHICO ASÍ YAHOO RESPUESTAS”, y sucedáneos.
               Había uno que me había hecho mucha gracia y al que yo mismo le había dado me gusta, de una chica que decía que Sabrae estaba acaparando suerte porque “no sólo su padre es Zayn, su madre es Sherezade Malik y su hermano Scott de Chasing the Stars, sino que encima se las ha apañado para encontrar al único chico de Inglaterra que parece un hombre escrito por una mujer, Y YO AQUÍ SOLÍSIMA EN MI CASA PORQUE SABRAE ESTÁ ACAPARANDO TODA LA SUERTE DE ESTE PAÍS”. Ahora que Sabrae me había convertido en lector, había aprendido que decirte que eres como un tío escrito por una mujer era el mejor piropo que podían echarte, así que me había hinchado como un pavo en cuanto lo leí.
               Deslicé el dedo por la pantalla, leyendo los comentarios, a cada cual más disparatado que el anterior, mientras las notificaciones seguían parpadeando en la parte superior de la pantalla. No podía creerme que la vida de Sabrae fuera así, y que de entre tantísimos avisos, los míos fueran los que atendía primero.
               Y, como recompensa, yo la obligaba a estudiar conmigo cuando podríamos haber disfrutado de un final de primavera y principio de verano increíbles.
               Tío, no vayas por ahí. Para. Desactivé las notificaciones y salí de Instagram para no fastidiarme la relación con las fans de Zayn, que tenían a todos los Malik, y Sabrae en especial, en palmitas. Me habían empezado a caer muy bien, y no quería joderlo con ellas.
               Entré en Telegram. Miré los mensajes que tenía pendientes, del grupo de los chicos intercambiando fotos y comentando lo que habíamos hecho hoy, preguntando qué haríamos al día siguiente, cuando nos hubieran dado las notas. Cerré la aplicación también, pues no quería ponerme a pensar en el futuro. Estaba intentando mantener una actitud positiva, pero tenía la cabeza funcionando a mil por hora.
               Necesitaba echar un pito. O un polvo. O una partida.
               Me incorporé en la penumbra y deslicé un pie fuera de la  cama. El polvo estaba descartado, así que sólo me quedaba fumar o echar una partida en la sala de juegos. Las partidas me relajaban, pero también hacían que me espabilara por la noche, y lo último que necesitaba era alargarla estando consciente, así que rodeé la cama para coger el paquete de tabaco de la mesilla de noche y me dirigí hacia la puerta.
               Sabrae se dio la vuelta en la cama y emitió un gemido, buscándome a su lado.
               -¿Alec?-preguntó en sueños al sentir el espacio vacío a su lado. Me quedé allí plantado junto a la puerta, temiendo dar un paso y terminar de despertarla. Con que uno de los dos estuviera consciente ya bastaba.
               -Vuelvo enseguida-susurré. Sabrae se encogió un poco bajo las sábanas-. Duérmete.
               -Vale-ronroneó, y no necesitó que se lo dijera dos veces. Después de tomar un aperitivo a modo de cena, nos habíamos acurrucado en la cama, con el pretexto de ver una peli “sin meternos mano”, me advirtió. A cambio, me dejó elegir la película a mí, pero de poco me sirvió esa ventaja, pues se quedó dormida a los diez minutos de empezarla (tenía un don para sobarse con las pelis de acción; no había visto a nadie quedarse frito tan rápido como lo hacía ella, y con películas con tanto ruido).
               Me escurrí de la habitación a través de la puerta entreabierta y me reí entre dientes ante lo fácil que había sido escabullirme para fumar. En silencio, atravesé el pasillo y bajé despacio las escaleras, agradeciendo que Dylan las hubiera hecho de mármol y no crujieran.
               Me fijé en que la luz del comedor estaba encendida. Extrañado, ya que mamá nunca se dejaba ninguna luz encendida, me dirigí hacia allí. Después de todo, me quedaba de camino en dirección al jardín; no se me ocurriría ponerme a fumar en casa, ya que nadie más lo hacía y el sospechoso si había olor a humo en alguna estancia estaría más que claro.
               Con lo que no contaba es con que no estaría solo. Dylan había movido uno de los sillones de bambú de Ikea que mamá usaba para apoltronarse en el lugar de la casa que más rabia le diera y poder leer o tejer aprovechando mejor la luz, hasta dejarlo de cara a la cristalera del comedor que daba al jardín. Tenía un vaso de whisky mediado apoyado en uno de los armarios bajos con la vajilla buena de mamá, y garabateaba en un bloc gigante a la luz de la lámpara de pie a la que yo le había cambiado los cables la semana pasada, cuando todos querían tirarla porque creían que ya no funcionaba.
               -¿La biblioteca de Staithes?-pregunté. Le habían encargado el proyecto hacía tiempo y, aunque entusiasmado al principio, había terminado atragantándosele un poco. Su idea de hacer una biblioteca con estructura de barco había convencido a la población, pero eso le había generado nuevos quebraderos de cabeza con los cálculos matemáticos.
               Dylan dio un brinco y me miró. Asintió despacio con la cabeza.
               -Te va a quedar de puta madre, Dyl, no te rayes.
               -Sólo estoy pasando el rato. Hace mucho que no diseño. No es momento de coger la calculadora-bufó, rascándose el mentón, arrancando un sonido curioso por la fricción entre sus uñas y la barba-. ¿No puedes dormir, hijo?
               Negué con la cabeza, tomando asiento cerca de él, pero no lo suficiente como para ver sus bosquejos. A Dylan no le gustaba que le vieran mientras garabateaba en su trabajo, decía que lo ponía nervioso y que le desconcentraba, ya que comenzaba a buscar el aplauso de quien le acompañaba en lugar seguir su instinto.
               Dylan se levantó sin decir nada, rodeó la mesa del comedor en dirección al armario de los licores, sacó una botella de líquido ambarino y vertió su contenido en un vaso. Cuando pasó a mi lado, la dejó frente a mí y me dio una palmada antes de sentarse. Olfateé el whisky, notando cómo el alcohol hacía que se me saltaran las lágrimas. Y eso que podía beberme una botella de Vodka yo solo, si me concentraba lo suficiente y tenía el estómago lleno.
               -No sé qué opinarán los servicios sociales de que le des alcohol a tu hijo a las tres de la mañana-bromeé.
               -Siempre podemos falsificar las pruebas de orina. Podríamos intercambiar tu botecito por uno de tu madre.
               -Sí, y que salga que estoy embarazado. No, gracias-me reí, inclinándome en la silla y dando un sorbo-. Te tiene preocupado, ¿eh?-señalé los bocetos, y Dylan los miró.
               -Ya sabes cómo es-se encogió de hombros-. Tiene que estar todo al milímetro. Es un poco estresante. A veces necesito descargar tensión.
               -Yo la descargo de otras formas.
               -Soy demasiado debilucho para boxear, Al-ironizó Dylan, poniendo los ojos en blanco.
               -¿Quién ha dicho nada de boxear?-respondí, reclinándome aún más en la silla, cruzando las piernas y dando un nuevo sorbo. Dylan parpadeó un instante, sin saber qué decir, y luego se echó a reír.
               Se frotó las manos mientras yo dejaba la copa sobre la mesa de cristal y sacaba lentamente un cigarro de la cajetilla, con los ojos fijos en él y expresión de corderito degollado. Dado que sólo sonrió con indulgencia, me lo llevé a los labios y le di una calada, sintiendo cómo la nicotina me entraba rápidamente en sangre y me calmaba los nervios. Me había pasado el día entero sin fumar, y tenía un poco de mono, la verdad. No me gustaba fumar delante de los hermanos pequeños de Tommy y Sabrae, así que había intentado sustituir el tabaco con unas piruletas, con un éxito moderado.
               Pero no había nada como un buen pito de madrugada, después de un día intensísimo de socialización y abstinencia.
               -¿Nervioso?
               -Un poco-admití, dando otra calada y tirando la ceniza sobre una servilleta. Qué irónico era que Dylan y yo estuviéramos allí, con veintipico años de diferencia, y sin embargo exactamente en la misma posición: en el piso inferior de nuestra casa, agobiados por nuestro futuro cuando nuestras mujeres dormían apaciblemente en las camas que compartíamos con ellas.
               -Saldrá bien-comentó con calma, esa calma apaciguadora que me recordaba a veces a los curas. A pesar de que Dylan no era nada espiritual, siempre conseguía relajarme el alma. Era increíblemente tranquilo, al contrario que mamá, que estallaba a la mínima, en parte por culpa de la relación con mi padre, aunque también la herencia de mi abuela tenía que ver.
               -Todos me decís lo mismo, pero yo no estoy tan seguro-respondí, encogiéndome de hombros, aplastando el cigarro a pesar de que estaba prácticamente sin empezar. Me había puesto tan tenso que ni siquiera podía pensar. No quería hablar de ese tema.
               Y, a pesar de todo, lo necesitaba. Y Dylan lo sabía.
               Por eso sonrió con tristeza, dejó la copa en el suelo y juntó las manos por las yemas de los dedos.
               -Escucha, Al… aunque confío en que todo irá bien, necesito que estés preparado para por si acaso no es así.
               Me lo quedé mirando. Eso era justo lo que había estado evitando todo ese tiempo. Reconocer la posibilidad de que los esfuerzos de todos hubieran sido en vano, admitir en voz alta que habíamos perdido el tiempo.
               Me levanté para ir en busca de la botella, llené el vaso y le di un nuevo trago. A la mierda. Si me emborrachaba, tampoco me cundiría la noche. Sólo esperaba no ponerme pesado con Sabrae y obligarla a darme un tortazo para que la dejara tranquila.
               -Si no lo consigues no pasará nada. Una nota no determina tu validez.
               Cambié el peso del cuerpo. No, no determina mi validez.
               Pero sí puede determinar que Sabrae ha perdido el tiempo conmigo.
               -Sé que estás acostumbrado a la excelencia. Estás hecho de ella. Pero no tiene por qué dársenos todo bien-razonó con cuidado Dylan, y yo me estremecí. Me mordí el labio para no ponerme borde con él, pero me giré despacio y me apoyé en el armario.
               -Bueno, es evidente que a mí el instituto no se me da especialmente bien, o sea que… a nadie le sorprenderá lo que va a pasar mañana-farfullé, concentrado en los reflejos que el whisky pintaba en su superficie.
               -Yo creo que sí-rebatió-, solo que no has encontrado hasta muy tarde tu motivación. Y ahora la tienes. Y por eso luchas por ella-me reí entre dientes. De todas las cosas que habían llamado a Sabrae delante de mí, “motivación” era, cuanto menos, la más rara.
               Acertada, sí. Pero también rara.
               -Por eso no quiero que te decepciones si las cosas no salen como esperamos todos. No quiero que creas que vales menos por no conseguir todo lo que te propones. A veces te quedas a medio camino. A veces lo acaricias con los dedos.
               -Dímelo a mí-bufé, poniendo los ojos en blanco. Tenía una medalla de plata bajo la cama por algo. Porque no había sido capaz de llegar al oro.
               Y yo ahora no podía permitirme la plata.
               -A veces llegas tarde, y las cosas están demasiado enredadas como para desenredarlas del todo-dijo, y yo me lo quedé mirando. Tenía la mirada perdida, fija en la silueta cambiante de Londres, donde había cambiado su vida, sí, pero también la mía y la de mi madre, por algo tan fortuito como que él había cogido la última mesa libre un minuto antes de que ella entrara en el mismo sitio, un día de invierno de hacía dieciséis años.
               El enredo era el anillo que ella llevaba en el dedo, y en el que él se fijó cuando era demasiado tarde: ya le había visto los ojos, así que ya se había enamorado de ella.
               Y el enredo también eran los niños que la esperaban en casa, por los que no podía irse con él, por mucho que lo deseara.
               -Pero así es la vida, Al-se incorporó y avanzó hacia mí para coger la botella también-. Una colección de nudos con los que aprendes a convivir porque no eres capaz de deshacerlos. No son fracasos-me miró a los ojos, y supe que lo había entendido mal. Yo no era un enredo, sino un lazo. Por lo menos, para ellos. Aaron era otro cantar, pero Aaron hacía tiempo que había salido de escena-. Y si tu camino se bifurca mientras el de los demás continúa recto… no quiere decir que vayas por la ruta errónea. Quiere decir que eres tu propia persona, para cuya vida todavía no se han dibujado los mapas.
               No se han dibujado los mapas.
               No se han dibujado los mapas.
               Lo había entendido todo mal desde el principio. Todos los de mi entorno no se habían esforzado en darme ánimos para que me pusiera al día, sino porque estaban ampliando mi horizonte. Estaban conectándome con otros puntos del planeta, dándome la posibilidad de ir a más lugares que a los que ya tenía fijados. Se habían dedicado a cartografiar mi existencia y mis esperanzas, ofreciéndome un futuro que yo no sabía que quería, con el que ni siquiera me había atrevido a soñar porque pensaba que estaba encerrado en la pequeña isla en la que yo mismo me había confinado, quemando todos los barcos para salir de ella por temor a que en el mar me encontrara algo que me hiciera no querer regresar jamás.
               Tommy y Scott iban a ir a la universidad, a estudiar una carrera que sólo le interesaba a Scott. Tommy le seguía porque no le quedaba más remedio. Y, aun así, los dos tenían una carrera en la música, y tendrían que compaginarla con ella.
               Bey iba a entrar en Oxford directamente el año siguiente. Haría prácticas en algún despacho de abogados ese mismo verano. Si se lo permitían, sería con Sherezade.
               Tam iba a entrar en la Royal School of Music el siguiente curso. Quería ser bailarina, y lo iba a conseguir.
               Karlie se iba a pasar un año viajando con sus madres, descubriendo los pocos países cuyos sellos le faltaban en el pasaporte, y decidiendo a qué embajada le gustaría que la destinaran si seguía los pasos de sus madres y se unía a la carrera de Diplomacia.
               Jordan quería ser piloto de aviación. Si no conseguía la nota suficiente para que le becaran y poder hacer prácticas en una aerolínea, se metería en el ejército para que le pagaran por coger práctica en cazas.
               Logan quería estudiar Filología. Sí, llevábamos sabiendo que era gay desde que nos lo dijo. Pero eso no quitaba de que fuera a irse unos meses a vivir la vida padre recorriendo América con Max. Quien, por cierto, tenía la ilusión de abrir una escuela de surf en la costa, para cuya gestión estudiaría Empresariales.
               Y yo… yo podía hacer lo que quisiera. Tenía un año entero para decidir a qué quería dedicarme realmente. Puede que ni siquiera necesitara hacer los exámenes de acceso a la universidad. Puede que me llamara otra cosa.
               O puede que aprobara mañana. Sí. Hasta ese momento no me había atrevido a admitirlo, pero mi desesperanza sólo era cinismo disfrazado para que nadie pudiera echarme en cara el no creer en mí. Soy el puto Alec Whitelaw, por el amor de Dios. He tumbado a hijos de puta que me sacaban diez centímetros con costillas rotas.
               He follado más que Scott a pesar de no tener su apellido, ni tampoco esa belleza exótica que hace que las chicas le miren más a él. Ni el puto piercing.
               Tengo tres idiomas maternos cuando la gente normal solo tiene uno.
               Y he enamorado a Sabrae Malik. De todos mis logros, ése el más importante. Si había conseguido que Sabrae se enamorara de mí, un graduado escolar de mierda sería pan comido.
               E, incluso entonces, incluso con esas esperanzas, necesitaba que alguien le abriera la puerta al fracaso. Necesitaba tener derecho a no conseguirlo, aunque fuera sólo por esta vez. Sonreí, sintiendo que había estado cargando con el peso del mundo sobre mis hombros hasta ese momento. Me acerqué a Dylan y le di un abrazo y un beso.
               -Gracias, papá-canturreé en su oído, y salí disparado escaleras arriba. Sentí una pequeña punzada en el corazón al darme cuenta de que siempre me salía esa palabra tan simple que a él tanto le movía, “papá”, cuando Dylan hacía algo que se saliera de su estándar, ya de por sí genial. No era mi padre, sino mi padrazo. Era tan bueno que no necesitaba tener esos gestos increíbles.
               Cuando me metí en la cama, Sabrae exhaló un gemido y se acurrucó contra mi pecho.
               -¿Dónde estabas?-preguntó, somnolienta.
               -Abajo.
               -Mm-suspiró contra mi piel y se pasó mi brazo por la cintura, ignorando mi estado de euforia. Le acaricié la espalda.
               -Nena.
               -Mm.
               -¿Follamos?-le pedí. Estaba en una nube, y quería que todo mi cuerpo la atravesara. Quería aprobar. Y creía que iba a conseguirlo.
               -Vale-asintió Sabrae sin abrir los ojos. Le di un beso que no me devolvió. Se quedó quieta. Le apreté el culo, pero no se despertó-. Un segundo. Dame un… minuto-bostezó sonoramente, se dio la vuelta, tiró un poco más de mi brazo para rodearse con él, y se durmió profundamente.
               La verdad, me importó una mierda. Me sentía como me había sentido antes de los combates, cuando sabía que la suerte estaba echada y que no había nada que pudiera hacer para cambiarla. Incluso antes de subir al ring, ya sabía que ganaría, porque yo simplemente había trabajado más que el pobre desgraciado al que destrozaría delante de decenas, cientos, miles de personas.
               Imagínate la hostia. No, no hablo de cuando me pegaron la paliza de mi vida en el único combate que no podía permitirme perder. Tal vez debería haber aprendido entonces a no darme esas ínfulas de dios invencible que me daba cada vez que me subía al ring, pero ya sabes lo que dicen: el ser humano es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra.
               Solo que yo no me había tropezado contra ninguna piedra, sino que me había estampado contra un muro a cien kilómetros por hora. No debería haberme hecho ilusiones, no debería haber dejado que el entusiasmo de los demás me contagiara como lo hizo. Yo era el único que sabía del estado de mi expediente académico, así que debería haber sabido que necesitaría un exorcista para ayudarlo, no bastaría con un médico.
               Pero me lo creí. Es lo que pasa cuando tienes una red de apoyo y protección geniales, como me pasaba a mí. Que me creí que podía con todo.
               Por eso me sentó como un puñetazo en el estómago ver un suspenso en el tablón de anuncios del instituto. Un puto cuatro con nueve, ni más ni menos, creo que la manera más humillante de suspender con la que uno puede catear un curso. Eso demuestra que no te has esforzado lo suficiente, que no has puesto el suficiente empeño, o que has hecho tanto el gilipollas con anterioridad que te va a ser imposible levantar tu media, incluso si eres el puto Stephen Hawking. Me había quedado tan cerca que era imposible que lo mejorara más.
               Todos mis esfuerzos, los de Sabrae, los de mi familia, los de mis amigos… tirados a la puta basura, una basura con un cuatro con nueve.
               Y la culpa había sido sólo mía. Yo me había buscado aquello. Valiente subnormal estás tú hecho, pensé, notando cómo se me nublaba la visión. De no haberme creído invencible y haber reconocido mis posibilidades, me habría prometido a mí mismo que lo encajaría con deportividad, que reaccionaría mejor que la última vez que me había quedado a las puertas de conseguir aquello por lo que había luchado tanto tiempo.
               Pero era tan retrasado, tan egocéntrico y tan chulo que ni siquiera consideré la posibilidad de suspender, a pesar de que llevaba haciéndolo toda mi vida.
               -No pasa nada, Al-Tommy se volvió hacia mí, viendo después que yo, pero antes que Scott, cuál era mi nota final-. No pasa nada. Todavía puedes posponer…
               -No voy a posponer nada. Me piro de este puto país de mierda sin graduado. Me suda la polla-me zafé de su mano con un movimiento brusco del hombro y miré en derredor. Aquella no sería la última vez que viera ese pasillo. Ahora, me tocaría cruzarlo todos los días cuando volviera para repetir curso, con diecinueve y veinte putos tacos. Manda huevos.
               No estaba siendo justo, ni con Tommy ni con nadie, poniéndome así. Sergei me había enseñado mejor, pero nunca había sido capaz de inculcarme una mentira que nos contábamos  continuamente en el mundo del deporte: que lo importante era participar. Me dolía el pecho de una forma conocida, demasiado parecida al sabor de la plata como para no distinguirla: decepción.
               Hacía tres años que no la sentía, y aun así, en cuanto la noté quemándome en el fondo de la garganta, me preparé para la implosión que la siguió la última vez. Esta vez no me alejé de mis demonios, sino que me di la vuelta y me zambullí en ellos.
               Quizá, si los hubiera escuchado un poco antes, no habría dejado que todo se saliera de madre como estaba sucediendo.
              
 
A pesar de que el primer y el segundo piso de la casa de Alec eran más grandes que los de la mía, ya se me había quedado pequeña. Llevaba paseándome de un lado a otro por ella lo que  a mí me parecía media mañana, presa de los nervios. Sentía que algo no iba bien, pero no podía señalar a nada que me hiciera pensar en ello más allá del hecho de que Alec aún no había vuelto.
               Cuando me había despertado, me había abrazado a la sábana para inhalar el aroma de su piel como una novia que se despierta al día siguiente de su noche de bodas. Confiaba en que todo iría sobre ruedas a partir de entonces, y para mí, esa mañana era el principio del resto de mi vida con Alec, una vida en la que los dos disfrutaríamos celebrando los éxitos del otro, tan numerosos que eclipsarían con creces los escasísimos fracasos que sufriríamos. Me había puesto una camiseta de pijama de él y pantaloncitos cortos míos para bajar a desayunar, saboreando unos cereales que bien podrían ser un plato de tres estrellas Michelín.
               -¿Sabes a qué hora se fue, Saab?-preguntó Annie, abrazando su taza de café con los dedos. Negué con la cabeza.
               -Ni idea, pero la cama aún estaba un poco cálida cuando me desperté, así que quizá no haga mucho.
               -Creo que había quedado con Scott y Tommy para ir juntos a ver las notas cuanto antes-comentó Mimi.
               -Sí, eso explica que haya madrugado tanto. Si no, conociéndolo, se dedicaría a dar vueltas en la cama hasta prácticamente la hora de cerrar el instituto-bromeó su madre.
               -Va, pues conmigo es madrugador-respondí.
               -Mira la gatita, defendiendo a su hombre-sonrió Annie. La abuela de Alec se unió a nosotras en ese momento, y cuando le dijimos que no teníamos noticias de él ni sabíamos cuándo se había ido, se limitó a suspirar trágicamente y comentar:
               -Los hombres de esta familia nunca escuchan a las mujeres.
               Quizá lo dijera porque yo me había ofrecido a ir con Alec al instituto, pero él había dicho que no hacía falta, que podía quedarme durmiendo el tiempo que quisiera, que seguramente volviera antes de que yo me despertara.
               Ojalá, porque no podía con esta angustia. A medida que pasaban los minutos y no tenía noticias de él, una sensación de intranquilidad fue creciendo en mi pecho, hasta ocuparlo todo como una inmensa burbuja de chapapote.
               Le había escrito ya tres mensajes, pero seguía sin obtener respuesta.

¿Qué tal? ¿Sabes algo?

¿Aún no han puesto las notas?

Al, ¿va todo bien? Estoy empezando a ponerme nerviosa.

               -Tal vez se haya quedado sin batería-aventuró Mimi al ver que ni siquiera se conectaba.
               -¿Por la mañana?
               -Puede que se le haya olvidado cargar el móvil.
               -¿Pareceré muy loca si lo llamo?-le pregunté, y Mimi torció la boca.
               -Hombre… bueno, a ver-se apartó el pelo de la cara con la mano, oculta en el puño de la sudadera de ballet-. Es tu novio. Tienes derecho a llamarlo.
               Pero por la cara que me había puesto, sabía que creía que me estaba volviendo tarumba.
               Les había escrito a Tommy y a Scott, también sin respuesta, y a estas alturas de la película, ya me daba igual que los Whitelaw creyeran que estaba chiflada. No podía más con tanta angustia; necesitaba saber ya qué estaba pasando. Si hubiera salido todo bien, ya habríamos tenido noticias de Alec, ¿no? Por mucho que le apeteciera celebrar, seguíamos siendo su familia. Yo seguía siendo su novia.
               Histérica, les envié un mensaje a Bey y Jordan, preguntándoles si sabían algo de Alec. Ambos me dijeron que no tenían noticias suyas.
               Así que marqué a toda velocidad el número de casa y esperé durante cuatro angustiosos tonos a que alguien se dignara a responder al teléfono.
               -¿Sí?-preguntó Shasha.
               -¿Han llegado los chicos?
               -¿Qué chicos?
               -Shasha, no estoy para putas historias, ¿vale? ¡Los chicos! ¡Scott, Tommy y Alec! ¿Están en casa?-puede que hubieran ido a mi casa, creyendo que yo habría ido allí después de levantarme. Puede que quisieran darme las buenas noticias en persona.
               -Eh… no, aquí no ha llegado nadie. Papá se fue a primera hora, tenía que ir a recoger a Louis, así que no hay testosterona en casa. Esto es ahora el paraíso del feminismo, básicamente. Vamos todas sin sujetador, tan ricamente.
               -¿Y no hay noticias de ellos? ¿Scott no te ha mandado ningún mensaje?
               -No, ¿por?
               -No consigo contactar con Alec.
               -Puede que se haya fugado a Cancún con alguna blanca rubia de metro ochenta-comentó con maldad Shasha.
               -¡CÁLLATE, PUTA ASQUEROSA! ¡NO ESTOY PARA TUS MALDITAS GILIPOLLECES, ¿ME ESTÁS ESCUCHANDO?!
               Escuché los murmullos de mamá al otro lado de la línea.
               -Con Sabrae-respondió Shasha-. Dice que si han venido los chicos. Que no tiene noticias de Alec.
               -¿Tu hermana está nerviosa y tú le dices esa bobada? ¿Tengo que dejarte sin iPad una semana?
               -Pero, ¡mamá!
               -Pásame a mamá-ordené, y cuando escuché el sonido del intercambio del auricular del teléfono, jadeé-. Mamá, no sé nada de Alec, ni de Scott o Tommy.
               -Pues por aquí no han venido, cielo. ¿Has probado a llamar a Eri? Quizá estén en su casa.
               -¿A qué iban a ir a casa de los Tomlinson?
               -A darle a Eri la noticia de que Tommy y Diana han aprobado. Son dos contra uno-razonó, y eso me dejó ligeramente más tranquila. Ligeramente.
               -Voy a llamarla.
               -Vale, mi vida. Tú tranquila, ¿de acuerdo? No te preocupes. Seguro que ha habido algún contratiempo o algo así. Estate tranquila.
               -Sí, mamá. Te quiero. Adiós.
               Mimi acudió a sentarse en el suelo de la habitación de Alec cuando me escuchó tecleando de nuevo en el teléfono.
               -¿A quién llamas?
               -A casa de los Tomlinson.
               -¿Para qué?
               -Para preguntarle si…
               -¿Diga?
               -Hola, Eri, soy yo, Sabrae-me levanté y empecé a pasearme por la habitación. Mimi tuvo el detalle de atrapar a Trufas para que no me tropezara con él-. Oye, perdona las horas, no sé si estabas haciendo algo, o descansando, o…
               -No te preocupes, cielo. ¿Pasa algo?
               -Sí, bueno, verás, me estaba preguntando si no estarán por un casual los chicos y Diana ahí.
               -¿Scommy, dices?
               -Sí, bueno, y Alec.
               -No, no han venido. Han ido a ver los resultados de la evaluación.
               -Ajá-me senté en la cama de nuevo y Mimi me miró. Negué con la cabeza, así que se levantó y fue a por su móvil. Empezó a teclear a toda velocidad en él mientras yo continuaba-. Y no has tenido noticias suyas tampoco, ¿verdad?
               -No, desde que se fueron hace un rato no he vuelto a saber de ellos. ¿Por?
               -Es que no consigo localizarlos. A Alec, concretamente.
               ¿Era una mierda de hermana por no preocuparme por las notas de Scott? Pues posiblemente, pero es que las notas de Scott no corrían peligro, a mi entender. Las de Alec sí.
               -Ah, entiendo. Pues no, cielo, lo siento, por aquí no han venido y no sé nada de ellos. ¿Quieres que te llame con las novedades?
               -Con un mensaje bastará.
               -Bueno, yo te llamo por si acaso, vida. Si no me lo coges porque estés ocupada, ya te escribo.
               -Vale, Eri. Gracias.
               Colgué tras despedirme y me quedé mirando el teléfono. Alec seguía mostrando la última conexión poco antes de marcharse, enseñándome el amanecer en su videomensaje de siempre.
               -Seguro que piensas que soy una chalada melodramática-le dije a Mimi, que negó con la cabeza.
               -Estoy hablando con Eleanor. Ella tampoco puede localizar a Scott. Ni a Diana. A Tommy dice que pasa de intentarlo, que le cae mal. Voy a decirle que estamos preocupadas para que deje de hacer el imbécil-frunció el ceño mientras escribía, y cuando envió el mensaje se sentó conmigo-. ¿Crees que les ha pasado algo?
               La mirada que intercambié con Mimi lo dijo todo. No me atrevía a verbalizarlo. No, por lo menos, hasta que alguien del instituto me lo confirmara.
               -¿Y si llamas a tu padre? Es profesor allí, seguro que puede…-no dejé que terminara la frase. Marcando el número de mi padre, salí disparada escaleras abajo y me planté frente a la ventana, a la espera de ver aparecer al trío de oro de Chasing the Stars con mi novio.
               Papá no me torturó tanto como mi hermana, pues al tono y medio ya descolgó el teléfono.
               -¿Saab? ¿Estás bien? ¿Estáis bien en casa?-lo escuché ponerse en pie, presa del pánico, contrariado por el hecho de que yo lo hubiera llamado en horario de trabajo. Sólo lo llamaba para emergencias; de lo contrario, le enviaba un mensaje.
               -Estoy en casa de Alec, papá. ¿Lo has visto?
               -¿A Alec? Sí, lo vi con Tommy, Diana y Scott de la que venía al despacho. ¿Por?
               -No consigo hablar con él.
               -Pues la última vez que lo vi, estaba en el instituto.
               -Ha llegado al instituto-le dije a Mimi, que había bajado corriendo seguida por Trufas para escuchar mi parte de la conversación. Mimi suspiró, aliviada, y se sentó en el sofá. Bueno, al menos podíamos estar tranquilas respecto a si tendríamos que ir a sacarlo de un coma juntas otra vez-. Oye, papi, ¿has podido pasar por delante de los anuncios de las notas?
               -No me he fijado, pequeña.
               -¿Y no podrías acercarte ahora para…?
               -Estoy con revisiones, Sabrae-zanjó en tono que no admitía discusión. Me achiqué al momento.
               -Vale. Eh… ¿tienes manera de mirar, en algún huequecito que tengas, la nota que ha sacado Alec?
               -Yo no tengo acceso a los expedientes completos de los estudiantes. Sólo pueden entrar los tutores y los jefes de estudios.
               Supe que no había dicho su nombre porque estaba acompañado en su despacho, pero me había dejado caer su nuevo puesto para que yo atara cabos. Louis. Habla con Louis.
               -Vale. Gracias, papi. Te quiero-colgué apresuradamente y busqué en la agenda el móvil de Louis.
               -¿A quién estás llamando ahora?
               -A Louis.
               -¿Para qué? No le ha dado clase por culpa de Tommy.
               -Es el jefe de estudios del último ciclo-le recordé, y Mimi abrió mucho los ojos. Se incorporó y se acercó a mí para escuchar la conversación.
               Louis me torturó, no sé si por mi apellido o porque estaba ocupado, pero el caso es que tardó diez toques en coger el teléfono. Mi móvil estaba a punto de dar por finalizada la llamada.
               -Sabrae-reconoció, jadeante. Seguramente tuviera el móvil lejos y lo había oído de pura potra-. Hola. ¿Va todo bien? ¿Ha pasado algo?-odié el tono de alarma que escuché en su voz, pero no podía controlarme. De verdad que no. Necesitaba su ayuda, y no podía esperar a que me respondiera cuando viera el teléfono si le mandaba un mensaje.
               -Están todos bien, Louis, perdona que te moleste, es que… no consigo contactar con Alec, y necesito saber si está bien.
               -Hace un rato estaba mirando las notas con mis niños-comentó, una forma mucho más rápida de decir “Tommy, Diana y Scott”, tenía que admitirlo.
               -Sí, lo sé, eso me ha dicho papá, pero no sé nada más. Escucha, Louis, sé que es un poco raro que te pida esto, y que puede que te metas en un lío, pero es que… Alec lleva currándoselo como un jabato dos meses, y necesito… necesito saber si ha aprobado la evaluación.
               Louis se quedó callado un momento al otro lado de la línea.
               -¿Quieres que entre en su expediente?
               -Shasha borrará todo rastro si te preocupa que te meta en un lío. Y mamá te defenderá-ya hablaría luego con ellas sobre esos favores que estaba ofreciendo y que ni siquiera eran míos para disponer, pero ahora no podía ponerme rácana.
               -Niña, creo que has visto demasiadas pelis de espías. Vamos a ver-jadeó, cerrando la puerta de su despacho, poniendo el manos libres y sentándose frente a su ordenador. Mimi le hizo un gesto a su madre para que fuera a abrir la puerta tras sonar el timbre-. El segundo nombre de Alec es Theodore, ¿no?
               -Sí, Theodore, eso es-asentí, llevándome la mano a la oreja y alejándome hasta un rincón cuando los amigos de Alec se presentaron en su casa. Estaban todos: las gemelas, Jordan, Max y Logan. Mimi les siseó para que se callaran, y aunque se mantuvieron en silencio, sus expresiones de preocupación hablaban a gritos.
               -Se está cargando. Es que tenemos un programa que…-Louis bufó, y yo asentí con la cabeza, mordiéndome el labio.
               -Vale.
               -Vale, parece que ya está. A ver… último curso… evaluación extraordinaria. Resultados… resultados ponderados. Definitivos. Seis, siete con cinco… anda, un nueve. Se le da bien Historia, ¿eh? Siete con ocho en… oh. Mierda.
               -¿Louis?
               -Mierda. Qué puta mierda, joder.
               -¿¡Qué pasa, Louis!?-grité, tan fuerte que no habría necesitado un teléfono para hablar con él.
               -Tiene un cuatro con nueve.
               Le di el teléfono a Mimi, me di la vuelta y me tapé la cara con las manos, notando cómo las lágrimas me anegaban los ojos. Mimi lo puso en altavoz.
               -¿Louis? Soy Mimi. ¿Qué pasa?
               -Tu hermano, Mimi. Lo siento muchísimo. Ha suspendido una asignatura. Y no admite compensación con las demás. Me lo marca el sistema.
               No admite compensación con las demás.
               -¿Qué asignatura?-quiso saber Bey.
               -Pero, ¿cuántos estáis ahí?
               -¡Todos! ¿Qué asignatura es la que ha suspendido, Louis?
               -Yo sé cuál es-dije-. Literatura universal.
               Todos se me quedaron mirando. Un segundo después, llegó la confirmación de Louis.
               -Literatura universal.
               Me senté en el suelo y enterré el rostro entre las manos, completamente destrozada. Literatura era la única asignatura en la que Alec dependía de sí mismo al cien por cien. Tenía notas bajísimas, con doses que hacían imposible que se le aprobara por compensación con el resto de asignaturas. La habíamos machacado especialmente por culpa de eso.
               Y, aun así, no había sido suficiente. No podía imaginarme lo mal que estaría pasándolo Alec, y encima sin mí para consolarlo y decirle que no pasaba nada, que un traspiés lo da cualquiera, que lo que había hecho era una hazaña increíble y que nadie habría conseguido lo que él. Él era la única persona capaz de recuperar todo un curso, todas las asignaturas, en dos meses. Que no hubiera podido con una no hacía lo que había conseguido menos heroico.
               La culpa era mía. Papá me había ofrecido echarle una mano y yo, en mi infinito orgullo, había rechazado su ayuda porque mi novio era un superman que podía con todo. Si no fuera tan estúpida, esto no habría pasado. Alec tendría una nota más acorde con el esfuerzo que había hecho y yo podría disfrutarlo de él en la parte de verano que me correspondía. Así de egoísta era. Incluso cuando Alec era la única víctima, yo me las apañaba para hacerme con el papel, y llorar por las esquinas cuando ni siquiera era yo la que había suspendido.
               Esto no era justo. No era nada justo. Se había esforzado como el que más, se había tomado todo el estudio súper en serio. Incluso cuando Bey se iba a dar una vuelta, él se quedaba en la biblioteca. Si yo le ponía cerca post-its con cosas divertidas, o que rezaban “send nudes” Alec se reía, me besaba la cabeza y los apartaba para seguir centrado.
               -Ya puedes ponerte en serio-le amenacé un día-. Como yo me entere de que alborotas en clase, ya verás.
               Pero no había alborotado. Nada en absoluto. No había flaqueado ni una sola vez, o al menos no por sí mismo. No había dejado que el aburrimiento, el hambre o incluso el sueño pudieran con él. Se había marcado un objetivo y se había propuesto cumplirlo, y lo habría conseguido de no tener un pasado tan profundo que levantar.
               Por Dios bendito, si hasta me había defendido de las bibliotecarias. Me había dormido un día en la biblioteca, sobre un libro soporífero que había cogido de una estantería, y Alec había seguido estudiando con la mano entrelazada con la mía, procurando apañárselas para escribir sus notas al margen de los libros.
               -Disculpa, pero aquí no se puede dormir-le había dicho una de las bibliotecarias, que me había visto muy quieta en una posición sospechosa durante demasiado tiempo.
               Y Alec, que es un santo y un icono y jamás habrá nadie como él, le respondió con una sonrisa radiante:
               -Le chistaré si ronca, tranqui.
               No me habían echado de la biblioteca. Deberían haberme quitado el carnet y prohibido la entrada, pero Alec consiguió que ni siquiera me dieran un toque de atención.
               Y yo ni siquiera podía hacer que levantaran un poco la mano con él, que había tenido un accidente que lo había dejado en coma. Francamente, detestaba a su profesora, y le arañaría la cara en cuanto la viera, daba igual el tiempo transcurrido.
               -¿Y no hay nada que podamos hacer?-preguntó Annie, arrebatándole el teléfono a su hija-. ¿Nada en absoluto? Louis, se ha esforzado como el que más. Además, ha estado ingresado casi dos meses. Tiene que haber una manera de que tengáis esto en cuenta.
               -Lo siento muchísimo, Annie. Estoy consultando su expediente para ver qué podemos hacer, pero pinta muy mal. Tiene notas bajísimas en las primeras evaluaciones. Mejoró lo suyo en la última, pero no lo suficiente. Sigue sin darle la media. En la única evaluación en que se podría reclamar algo sería en esta, pero todos los exámenes en los que aún está en plazo tienen muy buena nota.
               -Esto es por culpa del primero-jadeé yo-. El que hizo y sacó un tres y pico. Si lo hubiera aprobado…
               -Pero no lo aprobó, Sabrae-sentenció Louis-. Y no reclamó en su momento…
               -¡Porque papá le dijo que el examen estaba fatal!
               -Estas cosas pasan-respondió Louis en tono paciente, casi consolador. Pero no del todo.
               Annie se relamió los labios, se frotó la frente y negó con la cabeza.
               -Ojalá pudiera hacer algo para darle esa décima que necesita, pero no sale matemáticamente.
               -La culpa no es tuya, Louis-dijo Annie-. Gracias por informarnos. Si ves a mi hijo, convéncelo de que venga a casa. Seguro que no quiere venir. Lo conozco como si lo hubiera parido-sonrió con tristeza-. Creo que le da vergüenza venir a casa.
               -Pues no tiene por qué. Como vosotros habéis dicho, se ha deslomado como un campeón. No había visto tanta mejoría de notas en mi vida.
               -Sí, pero bueno. Él es boxeador, no cantante. No disfruta del proceso como lo hacéis Zayn y tú. Lo único en lo que se centra es el resultado. Lo único que cuenta son las recompensas.
               Louis se quedó en silencio un momento. Me lo imaginé asintiendo en su despacho.
               -Intentaré hablar con él si lo veo.
               -De acuerdo. Muchas gracias, Louis.
               -A vosotros. Lo siento de corazón, Annie.
               -Ya. Bueno. Tampoco es que no se lo haya ganado a pulso. Tanto lo uno como lo otro. Pero ya es mayorcito. Es hora de que apechugue con las consecuencias-Annie se puso los brazos en jarras y se alejó del teléfono, dando por finalizada la conversación. Vagabundeó por el salón sin un rumbo fijo, sumida en sus pensamientos, hasta que finalmente se giró y nos preguntó-: ¿Alguien quiere un té?
               La única que negué con la cabeza fui yo. Estaba demasiado exaltada como para tomarme un té, y no confiaba en que mi estómago fuera capaz de retenerlo. Me acurruqué en el regazo de Bey y miré fijamente la televisión apagada, todos callados, sumidos en un silencio sepulcral sólo interrumpido por los sorbos, los soplidos y el revolverse en el sofá.
               -Y ahora, ¿qué hacemos?-quiso saber Logan, mirándonos a Bey, Jordan y a mí. Yo no sabía qué responderle. Jordan parecía no haberlo oído siquiera.
               -Ahora, le queremos-sentenció Bey-. Y rezamos para que con eso le baste.
               Cerré los ojos y lancé una plegaria silenciosa, suplicando que Alec no se hundiera después de esto. Había hecho un trabajo increíble que no se merecía acabar arrojado por la borda.
               Se me hizo un nudo en el estómago cuando escuché a Scott y Tommy al otro lado del cristal, en la calle. Abrí los ojos a media oración y los vi a los cuatro, caminando con el paso sincronizado y empujándose unos a otros.
               Nadie reaccionó tan rápido como yo: salí disparada del sofá, sorteando cuerpos y muebles por igual, abrí la puerta de par en par y salí a la calle. Trufas me siguió, disfrutando de su tan ansiada libertad, pero no fue tan rápido como yo llegando hasta Alec. Más aprisa de lo que había corrido en mi vida, me lancé hacia él y me eché en sus brazos.
               -¡Bombón!-jadeó él, dando un par de pasos atrás por la fuerza del impacto-. ¡Dios mío!  ¿Tan larga se te ha hecho la espera?
               Parecía animado. Dios mío, incluso se había preocupado de poner una buena cara para que los demás no nos preocupáramos por él. Decir que era un sol era quedarse muy, muy corto.
               -Amor, lo siento muchísimo. ¿Cómo estás? ¿Te encuentras muy mal? ¿Qué te apetece que hagamos hoy?
               Scott, Tommy y Diana intercambiaron una mirada.
               -Vaya manera más rara de prepararse para la noticia que te vamos a dar-comentó Diana, frunciendo el ceño.
               -¡THEODORE!-bramó Scott, dándole una palmada en la espalda-. ¡Dile a mi hermana la puta nota que tienes de media!
               Alec se pasó una mano por el pelo, riéndose, y dijo, todo orgulloso:
               -¡Siete con diecisiete!
               -¡SIETE DIECISIETE!-bramaron Tommy y Scott, poniéndose a dar brincos y abrazándose los unos a los otros.
               -Sí, bueno, lo que habíamos calculado con los exámenes de los que te iban dando las notas-asentí con la cabeza y le cogí la mano, mirándolo a los ojos y acariciándole los nudillos con el pulgar-. Pero, ¿cómo estás?
               -¿Que cómo estoy? De putísima madre. Da gracias de que estos cabrones me han cortado el rollo, porque si no te metía en la cama y no te dejaba salir hasta el año que viene-me dio una palmada en el culo y yo fruncí el ceño.
               -Tío-protestó Scott-. Que es mi hermana.
               -Por eso sería hasta el año que viene. A una tía normal, sería hasta dentro de seis meses.
               -Podéis cortar el rollo, chicos. He hablado con Louis.
               Parpadearon, mirándome.
               -La nota de Literatura universal-expliqué, y Alec, Scott, Diana y Tommy exhalaron un “aaaaah” a coro que bien podría ser la base del primer éxito original de Chasing the Stars.
               -Hermanita, ¿es que papá no te ha enseñado que no hay que fiarse de la palabra de un Tomlinson?
               -Seguramente Louis no esté al corriente de las últimas novedades, como nosotros-se chuleó Diana, apartándose el pelo de los hombros-. Deberías confirmar tus fuentes, querida.
               -Alec, por favor, dile a tu novia la puta nota que has sacado en Literatura universal-le pidió Tommy, haciendo un gesto de apertura del brazo frente a él-. Fiera, mastodonte, putísima máquina de las letras, rey de los libros.
               Alec carraspeó, chulito, hinchándose como un pavo y cuadrando los hombros. Fingió colocarse una pajarita y proclamó:
               -¡Un cinco con doscientos sesenta y cuatro!
               Me quedé pasmada mirándolo.
               -¿Un cinco?
               -¡CON DOSCIENTOS SESENTA Y CUATRO!-repitieron Scott y Tommy, dando brincos, enganchándose de los brazos y girando sobre sí mismos mientras Diana se reía.
               -Alec, te juro por Dios que como me estés vacilando para que no me preocupe…
               -¡Que no te estoy vacilando, coño!
               -¡UN CINCO CON DOSCIENTOS SESENTA Y CUATRO, SABRAE!-proclamó Scott, agarrándome por los hombros y zarandeándome para que espabilara-. ¡¿Se la chupas tú, o se la chupo yo a esta putísima fiera de ganar el partido en la prórroga?! 
               Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas.
               -No llores, Saab-me pidió Diana, adelantándose para darme un abrazo.
               -Déjala, Lady Di. Así lubrica.
               -¡Eres un bestia!-chillé, pegándole en el pecho. Alec se echó a reír-. ¡Te odio, puto gilipollas! ¡Estaba preocupadísima! ¿¡No podías llamarme y decirme que ya sabías la nota!? ¡He molestado a mi agenda de contactos entera para poder localizarte!
               -Es que sufrimos un pequeño contratiempo, pero está solucionado. Además…-Alec me arrancó de los brazos de Diana y me pegó a su pecho-. Quería verte la cara cuando te dieras cuenta de que me vas a ver en traje en mi graduación.
               Me lo quedé mirando, estupefacta. Alec me sonrió, esa sonrisa torcida que había hecho que todo Londres cayera rendida a sus pies. Yo la primera.
               -Y si te piensas que no voy a ir a por ti y te voy a pagar todas las veces que me has dejado con las ganas, estás muy equivocada, zorra. Te vas a cagar a partir de ahora.
               Y, sin darme tiempo a procesarlo ni a tan siquiera coger aire, se inclinó y me dio el mayor morreo que me habían dado en toda mi vida. Invadió mi boca con ansias, como si estuviera hecha de droga y él fuera un toxicómano que había renunciado a la rehabilitación y que pretendía morir de una sobredosis.
               -Puag-gruñó Tamika-. Heteros.
               Absolutamente todos, salvo dos personas, se la quedaron mirando con estupefacción. Esas dos personas éramos Alec y yo. Estábamos demasiado centrados en celebrar nuestra buena suerte y el principio de todo lo que nos deparaba el futuro como para poder centrarnos en nada más.
               Recordé una conversación mantenida en un bar con chicas hasta pocas horas antes desconocidas, al norte de mi país, en el primer viaje que Alec y yo habíamos hecho juntos. Cómo las chicas me habían alentado a que disfrutara de la euforia que ardía en el interior de mi hombre después de un combate de boxeo. Allí estaba, en el fondo de su garganta, en la punta de su lengua, rodeándole los labios: un chisporroteo como de bengalas y picapica, producto exclusivamente de por fin cristalizar todo lo que Alec podía ser en lo que era.
               Las chicas se habían equivocado. No era fuego de boxeador lo que ardía dentro de Alec.
               Era fuego de campeón.


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2 comentarios:

  1. PERO BUENO QUE ME HA ENCANTADO ESTE CAPÍTULO
    Hay MUCHAS cosas que quiero comentar así que voy a ello:
    - Todo el principio me ha puesto tristísima (y tiernísima porque este chaval está enamoradísimo), Alec se va a ir en nada, es ya súper consciente y es que eso va a ser un puto sufrimiento. Y estas frases me han hecho daño:
    “Ojalá no se me hubiera ocurrido esa inmensa gilipollez de medio mundo no es nada. Por supuesto que lo es. Medio mundo es media Sabrae. Y yo no tenía suficiente con media Sabrae. La necesitaba a ella entera.”
    “Los dieciocho años que había pasado no perteneciéndole a Sabrae eran un desperdicio, no eran vida para mí.”
    “El Alec que había planeado el voluntariado no tenía miedo de nada (…) Él no tenía nada que perder. Yo sí. Todo. Mi cordura, mis ganas de vivir, mi felicidad. Lo perdería todo en cuando me subiera al puto avión.”
    - Me meo con Alec diciendo que no es tan dramático como Sabrae… no sé si estoy yo de acuerdo con eso jajajjajajajaja
    - “Me gustaba mucho más tener las limitaciones de la monogamia, porque serle fiel a Sabrae era lo más glorioso que podía hacer.” Es que por favor
    - QUE HE CHILLADO CUANDO LE HA VUELTO A DECIR “Porque no puedo controlarme cuando una chica guapa me acaricia como lo estás haciendo tú.”
    - Me ha encantado cuando se han lavado el pelo el uno al otro que monísimos.
    - Y cuando Alec le ha dicho gracias “por recoger mis pedacitos y empezar a recomponerme. No va a ser fácil terminar de hacerlo, pero te prometo que el resultado hará que merezca la pena” y Sabrae le ha dicho que el proceso ya lo hace HE MUERTO DE AMOR.
    - Ay dios lo que daría por ver la foto que les ha hecho Amoke, nunca he querido ver tanto una foto que no existe. Y bueno me ha encantado que Alec se viniera arriba con el comentario de que parece un hombre escrito por una mujer jajjajajaja
    - Toda la conversación de Alec con Dylan ha sido una maravilla de verdad y me encanta cuando a Alec le sale llamarle papá. La frase “Eres tu propia persona, para cuya vida todavía no se han dibujado los mapas” me ha marcado e y bueno esta me ha gustado mucho no sé porque: “Y he enamorado a Sabrae Malik. De todos mis logros, ése era el más importante. Si había conseguido que Sabrae se enamorar de mí, un graduado escolar de mierda sería pan comido.”
    - Lo de hacerme pensar que Alec iba a suspender ha sido de mala persona, casi me tiro por la ventana así te lo digo.
    - Ay por favor me he meado con Sabrae al borde del colapso llamando a todo el mundo, que preocupada estaba la pobre (y bueno que risa Shasha tocando las narices).
    - No miento si digo que he saltado de la cama cuando he leído que Alec había aprobado. Todo el momento ha sido GENIAL ahí con scommy dios GENIAL GENIAL GENIAL.
    - “Quería verte la cara cuando te dieras cuenta de que me vas a ver en traje en mi graduación” ES QUE CHILLO MADRE MÍA QUE ME DA ALGO.
    Bueno que me ha encantado el cap, estoy contentísima de que Alec haya aprobado y estoy deseando leer la graduaciónnn <3

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  2. A VER
    A VER
    A VEEEEEEEEEEEER
    Primero de todo, me ha encantado el capítulo y el polvo en la bañera, creo que sinceramente se ha convertido en unos de mis polvos favoritos y no siquiera sé porqué, pero juro que me he enamorado. Me ha gustado muchísimo como lo has narrado, juro.
    Siguiendo con el resto del capítulo la conversión con Dylan me ha dado un pellizquito al corazón, el personaje de Dylan de verdad que no tiene todo el reconocimiento que se merece, me parece una maravilla de persona y me quedo para mi la frase de “Eres tu propia persona, para cuya vida todavía no se han dibujado los mapas”
    Finalizando ya con el comen me he puesto nerviosísima con el final del capítulo y sobre todo en el momento en el que Sabrae ha empezado a narrar porque me esperaba que pasase cualquier cosa en un momento y cuando ha aparecido Alec diciendo que había aprobado me he quedado con cara de lela porque no entendía nada, me pongo a suponer que habrá ido a liarsela a la de lit azuzado por scommy y diana y sinceramente I’m here for it.
    Pd: DESEANDO LEER EL CAP DE GRADUACIÓN SOS

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