domingo, 1 de agosto de 2021

Elíseo.


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Dan y Astrid apenas eran dos motitas negras en la distancia, corriendo por el húmedo y difuso límite entre la tierra el océano, cuando Eleanor y Tommy pudieron por fin centrar la atención en ellos, ya repartidas las selfies de rigor y dado las gracias a todos los que se habían acercado a nosotros cuando llegamos a la playa.
               -¡Daniel! ¡Astrid! ¡Venid aquí ya!-bramó Tommy a toda la capacidad que le permitían sus pulmones, que no era suficiente para luchar contra el ruido de las olas rompiendo en la orilla y que sus hermanos estaban saltando.
               -¡DANIEL!-chilló Eleanor, separando las piernas y proyectando la voz como si estuviera en un musical y ella fuera la protagonista-. ¡ASTRID!
               Pero los jóvenes Tomlinson no hicieron el más mínimo caso de los mayores, corriendo sobre las olas que llegaban a lamerles los pies. Por un momento pensé que les oían pero no les estaban haciendo el más mínimo caso, hasta que alguien se llevó una mano a los labios y pegó un silbido tan potente que toda la playa se nos quedó mirando, incluidos ellos dos.
               No sé por qué, no me extrañó cuando me giré a toda velocidad y vi que el que había silbado así era Alec. Mi chico no pudo evitar esbozar una sonrisa cuando los dos niños se nos quedaron mirando desde la lejanía, incapaces de resistirse a su llamada. Puede que Tommy y Eleanor tuvieran el privilegio de la sangre, pero éste no era tan potente como sus dotes.
               -No sabía que supieras silbar así-comenté, riéndome, y la sonrisa de Alec se ensanchó un poco más cuando sus ojos se fijaron en mí.
               -Tengo muchas dotes a las que aún no les has desvelado el misterio, nena-se burló al tiempo que Dan y Astrid se acercaban a la carrera (más desganada, eso sí) a nosotros.
               -¿Queréis que os deje el culo caliente?-escupió Tommy cuando llegaron a su lado-. La próxima vez que os tenga que llamar a voces porque os vais sin decir nada, os juro por mi madre que os ato a la sombrilla de Karlie y no os movéis de ahí hasta que nos vayamos.
               -Qué vergüenza-les recriminó Duna, cuya única razón para no haber salido corriendo con ellos medía un metro ochenta y siete y aparentemente se trataba del objeto más masivo del universo, ya que no había dejado de orbitar alrededor de él desde que llegó a recogernos a casa.
               Duna llevaba esperando este día toda su vida: después de que todos termináramos las clases y los mayores sólo tuvieran que ir al instituto para las recuperaciones o la clase preparatoria de exámenes, habíamos decidido que nos merecíamos un respiro que nos tomaríamos en forma de excursión a la playa. Yo me había pasado vigilando las previsiones meteorológicas de todas las cadenas de televisión que tenía disponibles, amén de las predicciones de las aplicaciones de los móviles y de las mejores webs de Google, para asegurarme de que el día que eligiéramos fuera el indicado. Alec se había reído cuando me desperté un día en su cama y lo primero que hice fue consultar el tiempo, antes incluso de darle un beso de buenos días, pero el pobre no me lo tenía en cuenta.
               -Por mucho que lo mires, no te vas a convertir en la nueva Invocadora del Sol, ¿sabes, bombón?-me dio un beso en el hombro y tiró de mí para que dejara de prestarle tanta atención a mi móvil y tan poca a él. Habíamos visto Sombra y hueso ya dos veces juntos, y sospechaba que Alec la había visto como mínimo una por su cuenta, así que le había servido la broma en bandeja.
               Sin embargo, dudaba de que mis poderes no existieran realmente, porque a fuerza de desear que hiciera un tiempo dorado ese día, el sol brillaba con fuerza en el cielo previo a que a Alec le asignaran su futuro.
               La suerte estaba echada. Mientras que los amigos de Alec ya se habían examinado, Scott, Tommy y él estaban pendientes de que les dieran los resultados de las evaluaciones extraordinarias, para así saber si podrían presentarse a los exámenes de acceso universitario, o si tendrían que esperar a una convocatoria a la que ninguno de los tres podía ir. Scott y Tommy estaban tranquilos; habían trabajado bien durante su vida académica, así que no tenían que recuperar más que aquellos exámenes que el concurso había hecho que se perdieran.
               Alec, no tanto. Sabía que esa noche le costaría mucho dormir, y por eso me había ofrecido a pasarla con él. Además, necesitaba este descanso. Había seguido estudiando incluso después de hacer el último examen, con la esperanza de que le permitieran graduarse y tuviera que presentarse a los exámenes de acceso a la universidad, y el ánimo de no perder ni un segundo remoloneando. Por consejo de papá, habíamos aprovechado el tirón de sus energías de estudio para seguir con el ritmo y que no le costara mucho más reengancharse cuando (si, me corregía él siempre que lo comentábamos) se graduaba.
               No había sido demasiado reticente a hacerlo, a pesar de que tenía serias dudas de que pudiera conseguirlo. Yo estaba convencida de que lo lograría.
               Aun así, reconocía que se merecía una tarde de desconexión total. Respetábamos los fines de semana, pero este lunes nuevo tenía un sabor que ningún sábado o domingo: el sabor de la anticipación, de la indecisión, de estar a las puertas de uno de los momentos más importantes de su vida. La víspera por excelencia.
               -Eres un exagerado-le dije, riéndome, cuando nos pusimos a hablar de lo importantes que serían esos dos días después del fin de semana para él-. Si hablas ya así de cuando te den las notas, ¿cómo hablarás de tu despedida de soltero?
               -Voy a estar más tranquilo la noche antes a que nos casemos que ese lunes, ya verás.
               -¿Ah, sí?-alcé las cejas, escéptica-. Y eso, ¿por qué?
               -Porque tengo posibilidades de suspender. De lo que no tengo posibilidades es de que no te presentes en el altar. Seguro que hasta llegas tú antes que yo-se echó a reír y yo le pegué un cojinazo, aunque tenía que admitir que tenía razón. No le daría motivos para estar nervioso el día antes de nuestra boda; no podía decir lo mismo de las recuperaciones.
               Confiaba en él ciegamente, pero incluso cuando creía y confiaba en que todo le iría bien, siempre había una mínima posibilidad, por muy remota que fuera, de que todas mis esperanzas se quebraran entre mis dedos.
               Así que lo habíamos decidido: para hacerle más amena la espera y que no termináramos subiendo por las paredes, nos iríamos de excursión a algún sitio que nos distrajera.
               Y ese sitio había resultado siendo la playa, gracias al sol de justicia que brillaba sobre nuestras cabezas, haciendo que nuestra piel resplandeciera en con el suave brillo que sólo el sudor puede proporcionarte. Habíamos hecho de nuestro grupo un regimiento: los amigos de Alec, mis amigas, los hermanos de Tommy, mis hermanas y Mimi nos acompañaban. Las únicas que faltaban eran las amigas de Eleanor, a las que según parecía no les habían dicho nada, para no abarrotar aún más el vagón.
               -¿Abarrotar? Si va vacío-rió Tommy, que tuvo que ir de pie, junto con Scott, Max, Jordan, Logan y Bey para que el resto pudiéramos sentarnos. Alec había intentado quedarse también de pie, pero habíamos conseguido convencerlo de que se sentara después de recordarle que algunos se habían perdido una semana completa del año.
               -¿Por qué lo decís como si hubiera cogido una cogorza o algo así, y fuera culpa mía?-protestó cuando Bey y yo le terminamos diciendo eso para conseguir que se callara.
               -Tengo entendido que las secretarias del distrito financiero son capaces de dejarte inconsciente de un polvo-comenté yo, apartándome una trenza del hombro y dedicándole una sonrisa radiante.
               -Eso te encantaría, ¿eh? Eso te daría posibilidades de matarme.
               -He dicho “dejar inconsciente”, no “asesinar”.
               -Ya, bueno, como si tú no pudieras hacer más de lo que hacen las secretarias del distrito financiero-se rió Alec, y yo me mordí el labio, y él clavó los ojos en mi boca, y si no nos enrollamos con violencia fue porque mis amigas empezaron a aullar, retándonos a que lo hiciéramos delante de ellas, si teníamos lo que hacía falta.
               Ahora estaban tan tranquilas, extendiendo las toallas en el sitio que habíamos escogido, y buscando piedras con las que evitar que se las llevara el aire… no parecían las mismas. Me pregunté si tendrían pensado estar tranquilas y así me darían un respiro, pero luego pensé “son mis amigas, por supuesto que no”.
               Así que, conteniendo una sonrisa, dejé la mochila en el suelo y saqué las toallas. Shasha y Scott se encargaron de extenderlas mientras yo revolvía en el interior, en busca de la crema solar que Tommy había sacado directamente de su bolsa.
               -¿Por qué no podemos ponernos la de Duna?-se quejó Dan, mirando con tristeza a mi hermanita, que esperaba pacientemente a mi lado, mirando a Alec y, de paso, a las gaviotas que nos sobrevolaban, atraídas por el contingente de comida que, por fuerza, un grupo tan grande tenía que traer.
               -Todos los años la misma historia-suspiró Eleanor, echándose un chorrito en la mano y extendiéndoselo por los hombros y el pecho a Dan. Empezó a hablarle con dulzura en español, peleándose con los rizos que le bailaban al aire, y a pesar de que no la entendía, sabía que le estaba explicando que Duna no necesitaba una crema tan fuerte como ellos, por su piel más oscura, así que podía permitirse cremas que olieran mejor, lo cual solía acallar a Astrid. Lo único que le interesaba a Dan era tener algo que compartir con Duna, pero tenía que ceder ante la lógica aplastante de sus hermanos.
               -Venga, Mary Elizabeth-instó Alec-, vete sacando el protector, que quiero quitarlo de en medio cuanto antes.
               -Podías sacarlo tú-acusó Mimi, cobijada bajo la sombrilla que Karlie siempre traía a la playa, debido a su extrema palidez. Alec puso los ojos en blanco.
               -Tú misma. Yo puedo estar un rato antes de quemarme; a ver cuánto aguantes tú con el reflejo de la arena.
               -Aquí está-canturreé yo, sacando por fin el protector de Hawaiian Tropic que renovaba todos los años, y cuyo olor bastaba para tentarme de echarme protector, aunque no hacía suficiente sol como para que mi piel estuviera en peligro.
               -¿Me la puede echar Alec?-preguntó Duna con inocencia, y tanto mi chico como Scott y yo nos la quedamos mirando.
               -¿Es que yo te la echo mal?-preguntó Scott.
               -Quiero que descanses. Has tenido muchos ensayos esta semana-explicó Duna, y Scott frunció el ceño, pero se reía.
               -Sólo uno, Dundun.
               -Bueno, ya es uno más que Alec. Al, ¿me echas la cremita?-preguntó, arrebatándomela de las manos sin contemplaciones y agitándola sobre su cabeza, a pocos centímetros del pecho de Al, que se echó a reír, asintió con la cabeza, y se puso de rodillas para abarcar mejor a mi hermanita, que soltó una risita mientras se apartaba el pelo de los hombros. Aparentemente no iba a dejar ni un centímetro de su cuerpo sin embadurnar, incluso aunque no le fuera a dar el sol en ningún momento.
               -Doy gracias a Alá todos los días de que odiaras a Alec antes-me dijo Scott-. Si me hubieras hecho pasar esta vergüenza, habría terminado dejando de ser amigo suyo. Y no quiero-suspiró trágicamente-. Está guay saber que yo no soy el más gilipollas de la habitación cuando él está presente.
               -¿Lo dices porque piensas tanto en mi deliciosa boquita que no puedes pararte a pensar en lo imbécil que eres, S?-preguntó Al, mirando a mi hermano con un ojo cerrado y otro entrecerrado, en la típica mueca de cuando te molesta la luz. Algo dentro de mí se despertó al verlo así, en una pose que anunciaba a bombo y platillo el verano. Me pregunté cómo sería haciendo turismo por Roma, sin atreverme a soñar con él tomando el sol en Grecia, a mi lado, y levantando la vista y mirándome así cuando yo anunciara que iba a bañarme en el agua.
               No quería deshacerme aún en las ilusiones de los viajes que teníamos pendientes y de los que él no sabía nada, o terminaría convirtiéndome en un minúsculo sol ardiente de deseo completamente incompatible con la cantidad de gente que nos rodeaba.
               -Estás a una altura genial para lamerme los huevos-le escupió Scott, quitándose la camiseta, y Alec sonrió.
               -No sabes el tiempo que llevo esperando que me propongas eso. Estaba harto de tu timidez; por eso me enrollé con Sabrae.
               -¿Y crees que merece la pena el sacrificio?-pregunté, quitándome el vestido de playa por la cabeza y doblándolo sobre mi vientre, perfectamente plano por lo poco que había desayunado. Ya comería una pieza de fruta en la playa, me había dicho a mí misma en casa, pero esos pensamientos se evaporaron en el momento en que Alec se me comió con los ojos, completamente ajeno a lo que estaba haciendo ya.
               Pobre Duna. En cuanto Alec me veía el ombligo, ya no tenía ninguna posibilidad.
               -No sé-contestó, mordiéndose el labio-. Lo cierto es que ha sido muy duro.
               Exhalé una risa por la nariz y me senté en la toalla, dispuesta a cuidar de las cosas mientras los demás se bañaban. Así lo habíamos hecho las otras veces que habíamos ido a la playa, bien con el grupo de Alec, bien con mis amigas, o bien con mi familia: yo hacía de guardiana y custodio mientras los demás se lo pasaban bien, y cuando alguien se hartaba, tomaba mi relevo. A veces lamentaba no participar de la diversión de los demás, pero no me importaba mirarlos desde la distancia, y me quedaba más tranquila si había alguien cuidando de que no nos robaran las cosas.
               -Lista-anunció Alec, dándole una palmadita en el culo a Duna, que se giró y le dio un beso antes de que él siquiera tuviera tiempo a pedírselo-. Venga, piérdete por ahí un rato, enana.
               -Pero siempre a la vista-ordené, aunque creo que Duna no me escuchó. Primero, porque lo dije mientras corría en dirección a la orilla, con su bañador verde con escamas dibujadas, imitando a un cocodrilo, destacando contra la arena.
               Y segundo, porque no era Alec.
               -Relájate un poco, mamá-se burló Scott, y Tommy lo fulminó con la mirada.
               -¿Que se relaje? Hace bien preocupándose de sus hermanas en la playa. Está bien que un Malik se interese por otro, para variar-me defendió Tommy, y Scott tuvo la decencia de ponerse rojo. Alec y yo no pudimos intercambiar una mirada, perfectamente conscientes de a qué se refería Tommy, solo que nosotros teníamos más datos: el día en que casi se me había llevado la corriente por buscar la parte de arriba de mi bikini, en el que Alec me había rescatado y recuperado después la prenda, había sido también el día en que mi concepto sobre él había empezado a cambiar…
               … y le había visto practicando sexo por primera vez…
               … y me había masturbado pensando en él, también por primera vez.
               Alec se relamió los labios y se incorporó con expresión pagada de sí misma cuando Mimi le entregó su botecito de crema. Vi que se ajustaba el bañador con disimulo, en un gesto tanto instintivo como calculado, y yo clavé la vista en el horizonte azul y plano para no echarme a reír, agradeciendo ser una chica y que mi excitación no se notara tanto.
               Un escalofrío me recorrió la columna vertebral mientras mi mente se recreaba en la sombra del bulto que había comenzado a formarse en los pantalones de Alec. Como noté que mi sexo se despertaba, estiré las piernas y entrecrucé los tobillos, intentando pensar en otra cosa.
               Por ejemplo, en si las cabriolas que estaba haciendo Duna eran peligrosas o no.
               -Ajá, parece que al final nos la hemos buscado nosotras mismas, ¿eh?
               -Calla y embadúrname, Alec, que ya estoy notando las quemaduras-se quejó Mimi, apartándose el pelo de los hombros. Tommy se sentó a mi lado y puso los ojos en blanco; era a quinta vez que Diana se soltaba el pelo porque no estaba satisfecha con su moño, y volvía entonces a repetir la operación. El pobre esperaba con ansias la ocasión de meterle mano a la americana, pero estaba empezando a desesperarse.
               -¿Seguro que quieres que lo haga yo?-preguntó él-. ¿No prefieres a alguno de mis amigos? Aprovecha, que tienes para elegir.
               -Eres gilipollas perdido-espetó Mimi en tono ofendido, obviando que se había puesto más roja de lo que el sol podría dejarla jamás.
               -Luego voy yo, ¿eh, Al?-se pidió Karlie, que ya había sacado una pamela inmensa pamela de mayor diámetro que mi estatura (bueno, puede que no tanto) y se había puesto unas gafas de sol de montura de pasta roja y forma de gato. Parecía una actriz famosa de los años 50.
               Alec, sin embargo, era inmune a sus encantos y su glamour, y arrugó la nariz al escucharla.
               -¿Seguro que no prefieres que te la eche Tam?-preguntó, y Karlie frunció el ceño. Tam, por su parte, se puso rígida un segundo, pero luego siguió guardando las cosas en su mochila, fingiendo que no se estaba enterando del tira y afloja de la conversación.
               -¿Por qué dices eso?
               -Me voy al agua. ¿Alguien se viene?-dijo Tam, en voz lo suficientemente alta como para callar a Alec, si es que éste hubiera tenido la intención de contestar.
               -Yo voy-dijo Max-. ¿Una carrera?
               -La duda ofende.
               -Esperadme-pidió Scott, que estaba terminando de untar a Eleanor, de lejos la más feliz de toda la playa ahora que Duna ya no estaba en las manos de Alec.
               -S, tío, no te esmeres tanto con Eleanor. Sabes que no tiene razón de ser que le eches protector en el clítoris, ¿no? No se le va a quemar-soltó Alec, y Logan, Max, Jordan, Bey, Diana, Tommy y yo nos echamos a reír. Karlie y Tam soltaron una risa nerviosa un poco falsa, pero todos estábamos tan descojonados que no nos dimos cuenta. Eleanor, por su parte, se puso roja como un tomate, dándose cuenta de que el manoseo de Scott había sido más evidente incluso de lo que ella se habría atrevido a pensar.
               Y Scott se puso rojo también, pero de la rabia.
               -¿¡Tanto miedo tienes de que te dé una puta trombosis si no sueltas todas las subnormaladas que se te pasan por la cabeza, que no nos ahorras ninguna a los demás!?
               -Sí. Estoy delicado de salud. No puedo arriesgarme.
               -Gilipollas de mierda.
               -Me parece increíble que Alec sea gratis-soltó Diana, terminando por fin su moño, entre risas.
               -Dile eso a mi madre, Didi. Yo de gratis no tengo ni un pelo. Aunque a ti te haría descuento-le guiñó un ojo a Diana.
               -¿No vas a decirle nada?-le preguntó Scott a Tommy, y Tommy se encogió de hombros.
               -¿Para qué? Le vendría genial que Diana le bajara un poco los humos.
               -¿Va en serio, T? Hostia. ¡Diana! ¿Qué día tienes libre? Yo no tengo absolutamente ningún compromiso hasta el 31 de julio.
               -Tienes nuestro concierto-protestó Scott.
               -Y el viaje a Roma-añadió Mimi.
               -Sí, bueno, pero son cosas que se pueden posponer. Lista-dijo Alec, dándole una palmada en el culo a Mimi, que fue a coger de la mano a Eleanor y echó a correr en dirección al agua. Los niños celebraron su llegada con gritos, ya que eso significaba que podían entrar a nadar, incluso donde ellos no hicieran pie. Me relajé un poco en el instante en que Eleanor le cogió la mano a Astrid, y Astrid, a Duna. Mimi se encargó de Dan-. Bueno, ¿Diana?
               -No soy la única con la que tienes que hablar-Diana me señaló y yo me recliné hacia atrás en la toalla.
               -Tengo que mirar la agenda, pero creo que puedo haceros un hueco-le guiñé un ojo a Didi, y no miento si digo que Alec empezó a salivar.
               -¿Me lo estáis diciendo en serio? Mirad que estoy muy malito aún, ¿eh? No me conviene hacerme ilusiones.
               -Tú estás malito para lo que te interesa-me burlé.
               -A ver, bombón, si lo dices por mi predisposición a comerte el coño, que sepas que lo hago por prescripción médica. ¿Sabías que los fluidos vaginales alargan la vida?
               -Viviré para siempre-comentó Karlie con aburrimiento.
               -Ojalá yo-se le escapó a Tam, y Alec y yo nos la quedamos mirando antes de que echara a correr más rápido de lo que la había visto nunca en dirección al agua, con Max, Logan y Scott detrás llamándola tramposa. Bey parpadeó.
               -¿Qué acaba de pasar?
               Shasha y yo nos reímos, y después de pedirle permiso a Karlie para que la dejara pasar antes que ella, con el pretexto de que iba a ayudar a Eleanor a cuidar de los niños en la orilla, le entregó el bote de protector solar a Alec y le instó con un:
               -Esfuérzate, blanquito.
               Alec puso los ojos en blanco, pero se rió entre dientes y empezó a echarle crema a ella también.
               -Además, detesto ser yo la que te rompa la burbuja, pero se supone que es justo al revés. Los fluidos vaginales son perjudiciales para la salud-comentó Bey.
               -Y tú loca por conseguir que arriesgara mi vida contigo-ironizó Alec-. Dos telediarios me quedan. Sabrae, deberíamos ir a aprovechar el poco tiempo que me queda en este mundo detrás de esas rocas.
               -¿Qué quieres hacer ahí? ¿Coger conchas?
               Sonrió, su mejor sonrisa de Fuckboy® al acecho. Dios mío de mi vida. Como no se controlara, al final acabábamos saliendo en el telediario. Mamá tendría que ir a sacarnos del calabozo de esa dichosa playa, por un delito que nunca había defendido antes: escándalo público.
               Claro que no creo que a nadie le molestara ver a Alec follando. De hecho, a juzgar por cómo se lo habían comido con los ojos todas las chicas de la playa, seguramente cogieran turno e hicieran cola si a mí se me ocurría ponerme a ello con él. No había conseguido disuadirlas a todas de que se metieran en la competición cuando le comí la boca nada más elegir el sitio, marcando el territorio de un modo que a él le encantaba.
               -Tengo la esperanza de encontrar alguna almeja, sí, la verdad.
               -¡Eres un sinvergüenza!-chillé, mientras Taïssa, Momo y Kendra se descojonaban de nosotros.
               -Ya estás, Shash-le dijo Alec, cerrando el botecito de crema y frotándose las manos contra el bañador. Shasha se volvió y lo miró por encima del hombro.
               -¿A mí no me toca azote en el culo?-preguntó con todo el descaro del mundo, y se fue riéndose al ver la expresión de estupefacción de Alec. Tommy se tumbó en la toalla, murmuró un ceremonial “historia de España” en español, y cerró los ojos.
               -¿Luego me echas crema a mí, Al?-preguntó Diana, y yo me reí. Alec me miró con cara de cachorrito abandonado, seguramente confiando en que pronto se lo pediría yo, y podría dejar de ser el buen samaritano del grupo.
               Claro que no es que a Alec le supusiera un sacrificio tremendo echarles protector a las chicas del grupo. Lo hacía encantado. Siempre estaba presto a sacrificarse por una buena causa, y ¿qué mejor causa que el evitarle al sector femenino de su círculo social un melanoma?
               -Diana, te la puedo echar yo-se quejó Tommy, incorporándose de repente.
               -Sí, ya, pero tú no la echas muy bien, precisamente.
               -¡Ahora hará falta un máster para que os echemos crema! ¡Manda huevos, chaval! ¡Puto flipo!
               -Es que yo la echo súper bien, T, estoy acostumbrado-Alec le guiñó un ojo, y Karlie asintió con la cabeza.
               -Es que tiene las manos grandes.
               -Sí, bueno, y también experiencia. El protector no es lo único blanco que manoseo por los cuerpos de las chicas.
               -¡La madre que te parió!-aulló Karlie, separándose de él de un brinco en el que también se puso de pie-. ¡Serás cerdo! ¡UGH!-se estremeció de pies a cabeza e hizo una mueca-. No hay cosa más asquerosa que un hombre hetero-escupió, haciendo de la palabra “hombre” el peor insulto del mundo. No podía decir que no la comprendiera. De hecho, creo que no había escuchado algo tan acertado en toda mi vida.
               -Calla, lesbiana-le instó Alec-. No critiques las pollas hasta que no las hayas probado.
               -Y si tan buenas son, ¿por qué no las pruebas tú también?-acusó Karlie.
               -Porque Tommy está pillado.
               -Yo no soy celosa-ronroneó Diana, acercándose a Alec y dándose la vuelta para que la embadurnara.
               -No lo digo por ti, lo digo por Scott.
               Tommy rió entre dientes, se tumbó de nuevo sobre la toalla, y esperó a que Alec terminara con Diana, con el brazo sobre los ojos, las rodillas dobladas, y las piernas cruzadas. Era la viva imagen de la tranquilidad.
               Eso sí, se incorporó de un brinco en cuanto Diana estuvo lista y se inclinó para decirle algo al oído. Juntos, de la mano, echaron a andar en dirección a la orilla, pero se desviaron un poco, lo justo para que nadie se diera cuenta cuando salieran del agua y se escondieran tras las rocas. Bey, Karlie y yo nos echamos a reír, viendo su maniobra.
               -Qué básicos sois los hombres-comentó Bey.
               -Son jóvenes y exitosos, déjales que se diviertan-murmuró Karlie.
               -Alec habría salido corriendo en esta situación-observé yo.
               -Pero es que es Alec-dijeron ellas a la vez. Él iba a defenderse, pero se calló y lanzó un quejido cuando mis amigas se acercaron a él con sus protectores solares en la mano, y le preguntaron a coro:
               -¿Nos echas crema?
               -Me estáis tomando el pelo, ¿a que sí? Esto ya es cachondeo. Como sigamos en este plan, nos vamos a tener que ir antes siquiera de que yo pueda quitarme la camiseta.
               -Eso no puede suceder-sentenció Kendra, arrebatándole el bote que acababa de entregarle Taïssa-. De ningún modo. Adelante-hizo un gesto con la mano, la palma vuelta hacia arriba, los dedos flexionándose como animándolo a acercarse-, desnúdate.
               -Discúlpala, Al. Está salida-le pidió Taïssa, girándose hacia Kendra y escupiendo la palabra como si fuera un perdigón. Le dio de nuevo el bote y se recogió el pelo, y no se reprimió en exhalar un gemido cuando Alec le pasó la mano por entre los omóplatos.
               -Parece que no es la única-comentó Momo.
               -Son tal para cual-añadí yo, y las dos nos reímos.
               -Si hubiera sabido que lo que necesitaría para que me quisierais con Sabrae sería echaros protector solar, os habría invitado a un viaje a las Bahamas ya en diciembre.
               -¿Quién dice que te queramos con Sabrae por la crema?-preguntó Taïssa.
               -Sí, ¿quién dice que te queramos con Sabrae? Ándate con ojo, chico blanco del mes-acusó Kendra, llevándose los dedos a los ojos, indicándole que lo estaba vigilando.
               -¿A que no te echo protección a ti?
               -Me da lo mismo; yo vengo por este dios del ébano. Jordan, mi príncipe, ¿te gustaría echarme crema y lo que surja?-preguntó, inclinándose hacia él, que la miró con el ceño fruncido. Era Momo la que iba tras él, no Kendra; esto era algo nuevo.
               -Rápido, Jor-Alec le dio un toque en el hombro con el pie-, aprovecha. No creo que se te presente muchas más veces la ocasión de hacer algo con alguien que tiene menos experiencia que tú.
               -Eres imbécil, Alec-bufó Jordan.
               -¿Quién dice que tenga menos experiencia? Sólo soy virgen en el papel. Sé más de sexo que muchos sexólogos, y todo por la incapacidad que tiene Sabrae de cerrar la boca.
               -¡Kendra!-la reñimos Momo, Taïssa y yo, pero Alec pasó de nosotras. Cómo no.
               -Así que Saab os cuenta lo que hacemos, ¿eh? ¿Os da muchos detalles?
               -Son mis amigas-respondí, altiva, y Kendra se encogió de hombros.
               -Depende. No mucho, en realidad.
               -Lo cierto es que sí-contesté, chula. Sabía que Alec también hablaba de eso con Jordan, así que no tenía nada de lo que esconderme. Además, no sólo lo hacía porque me gustara presumir de novio, sino también porque quería que las chicas supieran hasta qué punto podían hacernos disfrutar los hombres, para que no se conformaran con menos.
               -Bien-Alec volvió a dedicarme su sonrisa torcida-. Lo contrario me ofendería. No me esmero contigo para que luego no les cuentes a tus amigas con cuánta fuerza G te la meto hasta el fondo.
               -No con la suficiente-respondí, y Alec alzó las cejas-. Después de todo, todavía puedo andar, ¿no?
               Una sonrisa oscura le atravesó la boca, y todo mi cuerpo se estremeció. Se me puso la piel de gallina, y procuré girarme para que no vieran que se me habían endurecido los pezones. Me pregunté si Alec habría traído condones; yo era tan poco previsora, y de paso boba, que ni se me pasó por la cabeza. Cierto que había muchas cosas que podíamos hacer sin necesitarlos, pero… a veces simplemente necesitas sentir la polla de tu novio bien adentro en tu interior.
               -Me tomaré eso como un reto, bombón. Ya veremos cómo estás cuando termine el verano.
               Echa mierda, pensé, aunque no en el sentido emocional. Los días que se extendían ante mí estaban plagados de brisa marina, calor inspirador, sol brillante y mucho, mucho sexo. Había tantas cosas nuevas que podríamos hacer Alec y yo, que estaba segura de que hasta bien entrado agosto no terminarían de pasárseme las endorfinas del sexo, y podría entonces darme cuenta de que le había perdido por período de un año. Casi podía vernos en todos los sitios en que lo haríamos: en el hotelito de Roma, en algún rincón del Foro, en los baños de los museos Vaticanos. Probablemente nos excomulgaran, pero me daba lo mismo: ventajas de ser musulmana en vez de cristiana, que el Papa te da igual.
               No me atrevía a pensar en Grecia. No, si quería mantenerme cuerda. La fantasía de Alec de practicarme sexo oral en la playa de arena blanca, como compuesta de polvo de nubes, en la que había aprendido a nadar, y también a follar, era demasiado para mí. Soñar con que lo hacíamos en Mykonos suponía despertarme en medio de un orgasmo, algo que no creía posible, empapada en sudor y con la respiración acelerada, y con más necesidad de mi hombre que nunca.
               Pobre de mí. ¿Cómo iba a sobrevivir a su voluntariado cuando tuviera el recuerdo de la sensación de tenerlo encima de mí, rodeándome, dentro de mí en Grecia, en lugar de esos sueños? ¿Cómo iba a sobrevivir sabiendo cómo sonaban sus gemidos con el Mediterráneo de fondo, cómo sabía su cuerpo cubierto de la sal del mar que lo había visto convertirse en hombre?
               Aún no habíamos ido y ya sentía a Grecia como un punto de inflexión en nuestras vidas. Recuperaría la gloria e importancia que había perdido con el paso de los milenios con nosotros, de un plumazo, haciendo que comprendiéramos las inscripciones de los templos que se habían erigido antes de que nosotros naciéramos, y que seguirían allí mucho después de que muriéramos, como si estuvieran inscritos en nuestra lengua materna. Como si fueran una nana que nuestra madre nos hubiera cantado al oído por las noches en nuestra más tierna infancia, como nuestro plato preferido catapultándonos directamente a la niñez desde nuestra edad adulta.
               Como acostarte por primera vez con el chico al que no recuerdas haber conocido, porque siempre ha estado ahí, y cuyo rostro será lo último que veas antes de cerrar los ojos para siempre y abandonar así este mundo. Al que esperarás encontrar al otro lado, ya sea subiendo al cielo, o cruzando el río Estigia.
               El único que te ha hecho sentir viva.
               Intenté apartar lo más rápido posible aquellos pensamientos de mi cabeza; nos habíamos ido a la playa para relajarnos, y agobiarme pensando en lo que pasaría con nosotros después de los viajes y de que nos despidiéramos durante un año que para mí duraría mil vidas no era relajarse, precisamente. ¿A qué se debía tanta melancolía? En casa no me permitía estos fallos, no me regodeaba en el dolor que pronto sentiría, sino que simplemente lo ignoraba, apartándolo de mi cabeza como me apartaba el pelo del hombro.
               En lo que tardé en recomponerme, Alec terminó con Taïssa y Amoke, mientras Kendra le decía a Jordan que se tomara su tiempo. Él, por su parte, ponía los ojos en blanco y le pasaba las manos por las zonas en que mi amiga le insistía que le echara crema, no fuera a ser que sufriera hoy unas quemaduras por las que nadie apostaba siquiera.
               Cuando por fin terminó con mis amigas, se giró para mirarme con una expresión de ilusión en la mirada. Los ojos le chispeaban con las ideas que ya se le amontonaban en la cabeza mientras se imaginaba el tacto de mi piel bajo sus dedos, incluso impregnados de protector.
               -Me pregunto quién es la siguiente.
               Me había mirado de reojo siempre que les había pasado las manos por los hombros al resto de chicas, observando mi expresión, fantaseando con la forma en que a mí me masajearía mientras que a las demás simplemente las rozaría. Le encantaba echarme crema por la manera en que me era imposible mantenerme callada bajo la presión de sus dedos, en la que se esmeraba tanto como presumía que hacía con mis amigas en lo referente a los polvos.
               -No, gracias, Al-respondí, toqueteándome una de las trenzas-. Creo que a mí no me hace falta. No hace mucho sol hoy.
               Mis amigas me miraron con incredulidad, ya que yo era la que siempre insistía en que nos echáramos protección cuando íbamos a la playa, sin excepción. Ni siquiera aludía a la concentración de melanina de nuestra piel, sobre todo cuando yo no era la más oscura del grupo, y aun así insistía en que nos teníamos que proteger todas.
               -¿Fijo?
               -Sabes que no me quemo. Además, me voy al agua-presumí, y Alec gruñó por lo bajo.
               -Salir con negras para esto-protestó en voz baja, tirando el protector a la toalla mientras negaba con la cabeza-, para que no te dejen sobarlas.
               -Tampoco te dejaban sobarlas las negras con las que no estabas saliendo-rió Bey, arqueando las cejas. Todos nos echamos a reír, salvo él, por supuesto, que puso los ojos en blanco y se llevó las manos a los tirantes de la camiseta.
               Y, como si no fuera uno de los gestos más valientes que había hecho desde que le habían dado el alta, se la quitó.
               Una flor ígnea nació entonces en la parte baja de mi vientre, cuyas raíces se hundían en mi pecho y me impedían respirar con normalidad. Incluso aunque ya había visto su torso en mejores condiciones, la visión de sus músculos, que poco a poco iban asomando de nuevo en su piel, siempre serviría para desestabilizarme. Pero había algo más en aquel gesto que hacía que mis instintos más básicos se despertaran: el determinado avance en su autoestima que Alec estaba haciendo, intentando que no se le notara lo inseguro que se sentía aún con su cuerpo.
               La primera vez que había ido a la playa después del alta, había tenido la suerte de estar presente yo también. Fue con sus amigos, para celebrar tanto el fin de los exámenes de acceso universitario de los que no se habían quedado rezagados, como el cambio en la rutina que mi padre había ayudado a marcarnos. Necesitaba desconectar, y yo pensaba que no había nada mejor que una tarde con sus amigos en la que no tuviera responsabilidades, ni nada de lo que preocuparse.
               Por supuesto, no había tenido en cuenta la nueva situación en la que él se encontraba. Todo había ido con la normalidad de siempre cuando llegamos a la playa: las chicas de varios cientos de metros a la redonda se lo habían comido con los ojos, deseando averiguar cómo se sentían sus brazos estrechándolas, esos brazos que las camisetas de boxeo que llevaba a la playa siempre dejaban al descubierto, para deleite de mujeres y hombres por igual (aunque, entre ellos, despertaba más envidia que deseo, pero siempre había algún homosexual dispuesto a soñar con Alec). Al había insistido en ponernos lo más cerca posible de la orilla, algo que yo no sabía que no les había pedido nunca a sus amigos, pero estos accedieron a pesar de su extrañeza.
               Pronto descubrimos por qué quería poner la menor distancia posible entre él y el agua: a menos distancia por recorrer, menos tiempo enseñando sus cicatrices. Mientras los chicos se quitaban las camisetas, las doblaban con cuidado y las guardaban en sus mochilas, Alec simplemente se había quedado allí, sentado sobre su toalla, con perlas de sudor del tamaño de cabezas de alfiler formándose poco a poco sobre su piel, y descendiendo por su espalda, empapando así su camiseta. Pero él decía que no tenía calor, que estaba bien, que soplaba un poco de brisa y no quería resfriarse, porque tenía una sargento como tutora personal que no aceptaría ninguna excusa para reducir el nivel de estudios, sobre todo cuando íbamos tan justos de tiempo.
               Pero cualquiera con ojos en la cara podía ver qué le pasaba a Alec realmente. La manera en que miraba a sus amigos, corriendo de un lado a otro, completamente ajenos a su torso, con las manos en el aire, lanzándose la pelota o haciéndoles de apoyo cuando hacían cabriolas, en lugar de tapando lo más posible de sus piel; con sus pechos intactos, con sólo un color en todo su cuerpo, y nada parecidos a tigres. Alec no los miraba con odio, pero sí con un poco de tristeza: tristeza por sentirse así, tristeza por no sentirse lo suficientemente fuerte aún como para quitarse la ropa, tristeza por no poder aliviar un poco su calor. Los miraba también con anhelo, el anhelo de quien nunca ha estado tan cómodo como estando desnudo, y ahora es un mar de complejos. El anhelo del que siempre ha cumplido con las expectativas del sexo contrario cada vez que se desnudaba, y que ahora estaba convencido de que no sería más que una increíble decepción. No estaba acostumbrado al rechazo, y ahora, en su punto más bajo, Alec no podía permitirse sufrirlo por primera vez en su vida.
               Yo me había sentado a su lado, con las piernas cruzadas, le había pasado una mano por la espalda y había apoyado la cabeza en su brazo. Nos quedamos un rato contemplando el mar sin decir nada, mi energía fluyendo a través de su cuerpo, tranquilizándolo.
               -Sigues siendo el más guapo de los seis-le había dicho yo, y créeme si te digo que estaba siendo completamente sincera. Por mucho que ahora Jordan fuera el de los músculos más definidos, por mucho que Scott y Tommy tuvieran el aura de la fama haciéndolos más atractivos, y por mucho que Max y Logan estuvieran igual de cómodos con su cuerpo como los otros, Alec siempre sería el más guapo para mí. Su pecho era mi refugio; sus brazos, mis alas. Sus cicatrices no eran más que los recovecos por los que la luz que manaba de su alma se había colado de vuelta entre sus costillas, volviendo a mí.
               Y, a pesar de todo, le entendía. Le entendía como la chica que siempre ha sido la más gordita de su grupo de amigas puede entender a nadie cuando se trata de complejos. Cuando tu peso es un poco superior al que la sociedad quiere, cuando tienes más caderas que las niñas de tu edad, o tus muslos se rozan mientras que los de las demás permanecen separados, te acostumbras a escanear la habitación en busca de alguien a quien cargarle con tu etiqueta. Miras la ropa de tus amigas y temes probártela por si no te entra, incluso cuando lleváis la misma talla.
               No necesitas que te pidan que te desnudes, ni que te digan que estás genial. Necesitas sentírtelo. A mamá le había costado conseguir que yo me quitara de esos hombros esa presión, pero no lo había hecho minusvalorando a las demás, sino regando mi autoestima y confiando en que pasaría de un tímido parterre a un prometedor jardín, para finalmente consagrarse como una esplendorosa jungla.
               Cada uno tenía sus ritmos, y el de Alec era el suyo propio. Por eso no le presioné, sino que me quedé a su lado, esperando a que reuniera el valor suficiente como para decidir dejar de pasar calor.
               Aunque sí que reconozco que, de vez en cuando, un empujoncito no venía mal. De modo que, cuando vinieron los chicos a pedirle que se metiera en el agua con ellos, y no se tragaron eso de que “el agua estaría demasiado fría porque estaba un poco nublado” (cuando en el cielo apenas había una perezosa nube, bien alejada del sol), insuflaron en él la valentía que le faltaba.
               -¿Nublado? Tú lo que no quieres es que nos derritamos todos por lo caliente que estás-soltó Logan, y los chicos lo miraron un segundo antes de comprender por dónde iban los tiros.
               Y de la confusión, pasaron a convertirse en un festival de obreros cachondos, compitiendo por ver quién le dedicaba el piropo más obsceno a mi novio.
               -¿Tienes miedo de que te hagamos algo si te desnudas?-preguntó Max-. Te prometemos que te gustará.
               -Las cicatrices dan personalidad, tío; ya ves lo mucho que ligamos cuando nos metemos en el God of war con los personajes más marcados del mundo-razonó Jordan-. Joder, es probable que hagas que me cambie de acera.
               -Si te estás haciendo el interesante para robarme las fans, estate tranquilo-dijo Scott-. Seguramente cuando te despelotes me dé tal soponcio que tendrán que ingresarme en un centro de rehabilitación.
               -Yo no he venido preparado y me he dejado el queso en casa, pero algo podré rallar en esos abdominales de acero que tienes, macho-Tommy le guiñó un ojo, y Alec se rió. Los chicos siguieron y siguieron, insistiéndole en que todavía podía hacer que se replantearan su sexualidad, si no querría ser el único del grupo con el que las tías tuvieran posibilidades, amén de que si estaba tan seguro de sus sentimientos hacia mí, ¿por qué no se arriesgaba a que ellos los pusieran a prueba?
               Cuando finalmente Alec se levantó y se quitó la camiseta, lo hizo encogiéndose un poco, pero yo estaba tan orgullosa que se me llenaron los ojos de lágrimas, y tuve que contenerme para no aplaudir. Sabía que eso llamaría la atención de toda la playa, justo lo que Alec no quería.
               Claro que sus amigos tenían otros planes.
               -¡¡¡¡GUAU!!!!-gritó Max, echando a correr en zigzag por la arena con las manos en la cara, como en el cuadro de El grito.
               -¡Mirad qué puto dios griego! ¡Llamad a Florencia, que se les ha escapado el David!-celebró Jordan.
               -¡Dios mío, cuantísimo material de pajas!-gimió Logan, dejándose caer de rodillas y golpeando el suelo con el puño cerrado, y más teatralidad que muchos actores de Broadway.
               -¡Quiero un putísimo hijo tuyo!-le gritó Tommy, saltando hacia él y colgándose de sus caderas.
               -¡Joder, qué ganas de lamerte los abdominales y mordisquearte los pezones! ¡Dime que mi hermana te satisface, o lo haré yo!-le suplicó Scott, poniéndose de rodillas frente a él. Alec se echó a reír, un poco sonrojado por todas las atenciones prestadas, y se fue con ellos al agua mientras nosotras nos quedábamos en las  toallas, mirándolos con expresión de amor. Nos encantaba ver la manera tan rabiosa en que los chicos se defendían y se querían a muerte, incluso en público, sin importarles nada lo que la sociedad esperaba de ellos: que fueran fríos y no se demostraran lo mucho que se querían, y que lo más que pudieran hacer para apoyarse unos a otros fuera darse palmaditas en el hombro.
               -Y el muy bobo pensando que íbamos a dejarlo atrás-comentó Tam, negando con la cabeza, con una sonrisa en los labios, cuando los chicos entraron corriendo en el agua y empezaron a salpicarse unos a otros, lanzando gemidos y gritando y aullando por lo fría que estaba el agua.
               Cuando volvieron, Alec venía en el centro del grupo, protegido por los demás, que hicieron piña de una forma tan sutil que sólo podía ser instintiva. Se sentaron, y mi chico me dio un beso frío y salado, que sabía a mar y a amistad masculina. Sonreí al notarlo más animado, y traté de no darle mucha importancia a la manera en que se giró rápidamente para tumbarse sobre su espalda para echar unas cuantas partidas a las cartas.
               Poco a poco había ido mejorando, con la pausa pero seguridad del florecimiento de una planta. La siguiente vez que habíamos ido a la playa, se había quedado sentado un rato sobre la toalla todavía con la camiseta puesta, pero se la había quitado sin que nadie tuviera que insistirle ni seducirlo, cuando le apeteció ir al agua.
               La siguiente, se había tumbado sobre la toalla con ella aún puesta, pero se la había ido levantando poco a poco a medida que el calor hacía mella en él.
               Y, finalmente, hacía un par de días, se la había quitado a la vez que todos sus amigos. Puede que aún se tumbara boca abajo para disimular sus mayores heridas, pero que se atreviera a seguir el ritmo de los demás suponía un paso increíble en su odisea personal que nadie iba a menospreciar.
                Ajeno completamente al repaso a su deliciosa trayectoria que estaba haciendo mi mente, inspirada en la forma en que sus músculos se marcaban otra vez en su piel, Alec me tendió el botecito de crema solar. Le sonreí al aceptarlo.
               -Borra esa sonrisita de tu cara, Malik-me instó, tumbándose boca abajo en la toalla y alcanzando su mochila-. La única razón por la que estamos en tregua es porque sé que ni Bey ni Karlie me echarían crema por miedo a que te pongas territorial con ellas.
               -Hacen bien-respondí, dándole un beso en el omóplato y sentándome sobre su culo. Mis amigas aullaron, pero yo no les hice el menor caso. Alec exhaló un suspiro y abrió el enésimo libro que se traía ya a la playa, uno de tapas blandas en las que se veía el torso de una chica vestida con una blusa blanca parecida a las que lucía Keira Knightley en Piratas del Caribe, un corsé marrón y un pantalón de cuero desgastado del mismo tono café, al que un hombre sin rostro y con el torso descubierto, vaqueros descoloridos, látigo y un revólver en la cinturilla del pantalón atraía hacia sí con unos brazos morenos y musculosos, todo ello sobre un atardecer en el que la silueta de un caballo se recortaba contra el fondo dorado y rosa.
               -No sé qué es lo que más me preocupa-comentó Bey, riéndose-. El hecho de que no le haga el menor caso a Sabrae manoseándolo, o que no se lo haga por estar leyendo un libro.
               -Has creado un monstruo, Saab-acusó Karlie, cruzando las piernas, inclinándose ligeramente en su silla de lona y pasando una página de su revista.
               -Le estoy prestando atención, reina B, es sólo que no soy como los demás tíos. Puedo hacer dos cosas a la vez. Soy superdotado, ¿recuerdas?-se bajó las gafas y miró a su mejor amiga-. En más de un sentido, además.
               -¿Significa eso que no vas a venir a bañarte conmigo?-lloriqueé.
               -No quiero inmiscuirme entre tus amigas y tú, bombón.
               -Sí, o puede que se te hiciera demasiado tarde cuando tenías que venir a por nosotras esta mañana y dejaste la lectura justo antes de una escena de sexo.
               Me miró por encima del hombro.
               -Como si necesitara un manual de instrucciones para saber qué hacerte, nena.
               Sacudí la cabeza y me afané en no dejar que hubiera ni un centímetro de su piel desprotegido del sol mientras Alec empezaba su lectura. Una de las razones por las que no me preocupaba ya cuando se tumbaba boca abajo era porque no lo hacía por ocultar sus cicatrices al mundo o por sus inseguridades, sino porque en esa postura estaba mucho más cómodo para retomar uno de los hobbies que más le llamaban la atención ahora.
               Me atrevería a decir que había creado un monstruo con él. Había pasado de simplemente tolerar la presencia de los libros de mi habitación, a ir directamente a mi estantería y sacarlos todos para leer sus contraportadas, preguntándome “¿me lo dejas? ¿Y éste? ¿Y éste de aquí también?” cada vez que alguno le llamaba la atención. Apenas dormía por las noches, y todo por leer libros; me recordaba un poco a mí cuando alguna historia me enganchaba lo suficiente como para rechazar apagar la luz, algo que luego terminaba pagando con tazones de café y profundas ojeras.
               Alec se pasaba la comida leyendo, los descansos en el estudio leyendo, los tiempos de espera para una cosa y otra leyendo. Prácticamente tenía que insistirle para que dejara el libro y me prestara atención, claro que cuando había sexo de por medio, sus prioridades cambiaban.               -A ti lo que te pasa es que nunca cumples las promesas, chico blanco del mes. Me dijiste que nadaríamos un ratito juntos.
               -Termino el capítulo y voy-me dijo, y yo extendí el meñique para que lo enganchara con el mío, sellando así mi promesa. Alec puso los ojos en blanco y sacó la lengua, pero terminó cediendo. Le di un besito en el meñique y luego me di la vuelta para echarle crema también en las piernas, algo cuyas intenciones ocultas él supo de sobra. Me advirtió para que no le tirara de los pelos de las piernas, como tenía siempre por costumbre cuando las tenía a tiro, pero no pude resistirme, lo cual despertó a la bestia. Se levantó de un brinco, tirándome a mí al suelo, y a mí me dio tiempo por los pelos de levantarme y echar a correr delante de él. Corrimos por la arena, yo aprovechando mi mejor forma física, él, la mayor amplitud de sus zancadas. Cuando llegamos a la orilla, con la arena más dura y más estabilidad, giré para dirigirme hacia las rocas, confiando en que podría escabullirme antes de que me diera alcance, ahora que estábamos en un terreno que a él le resultaba más ventajoso.
               Sin embargo, su velocidad ganó a mi agilidad, y me agarró de la mano y me obligó a girarme antes de que pudiera llegar a las rocas y, así darle esquinazo escurriéndome entre los huecos que había entre ellas.
               -¡Eres graciosísima, ¿verdad?! ¡Seguro que te lo estás pasando bomba!-me recriminó, pegándome a él y sujetándome contra su cuerpo con una fuerza que me encantó, a pesar de que ahora estaba aterrorizada ante lo que me haría. Me hacía una ligera idea, y me di cuenta de que había sido muy mala idea correr hacia la orilla en lugar de alejarme de ella, manteniéndome así lejos del agua, que parecía helada a juzgar por la diferencia de temperatura que había entre la zona dorada de la arena y la zona marrón oscuro.
               -Lo siento, lo siento, lo siento-le dije entre carcajadas, tratando de escurrirme entre sus brazos.
               -Mm, no sé, no me parece que lo sientas de verdad. No te noto del todo arrepentida.
               -¡Pues lo estoy!-asentí, y me aproveché de que su fuerza flaqueó un poco para escaparme un par de metros, antes de que él volviera a cazarme. Mierda.
               La arena se hundía bajo nuestros pies, más húmeda que la anterior. Cada vez estábamos más cerca del agua.
               -Por favor-le pedí, incapaz de dejar de reír.
               -Por favor, ¿qué?
               -Perdóname.
               -A cambio, ¿de?-sugirió él, y yo le puse las manos en el pecho.
               -No me tires al agua-le supliqué, y me dedicó una sonrisa oscura.
               -Oye, bombón… deberías patentar tus ideas. La verdad es que son geniales.
               -¡NO!-chillé cuando él me agarró de la cintura y me levantó sobre su cuerpo. Alec jadeó en busca de aire, pero a pesar del increíble esfuerzo que le suponía mantenerme sobre sus hombros y caminar a la vez, no me soltó-. ¡NO, AL, POR FAVOR, POR FAVOR!-empecé a gritar más fuerte cuando vi el resto de las olas lamiendo sus pies y salpicando sus piernas-. ¡CHICAS! ¡SCOTT! ¡SOCORRO!
               -¡A nosotras no nos mires!-gritó Momo desde la distancia.
               -¿Scott?-se burló Alec-. ¿Crees que tu hermano te va a ayudar?-y me llevó directamente con mi hermano y sus amigos, que se estaban descojonando de la situación.
               -Scott-supliqué-, por favor, por favor, dile que me deje.
               Scott se me quedó mirando, arrugó la nariz y finalmente negó con la cabeza.
               -Nah, Saab. Creo que necesitas una lección.
               -¿Has oído, nena?-Alec me dio una palmada en el culo y luego, un beso-. Tu hermano piensa que te voy a dar lo que te mereces.
               -¡NO, POR FAVOR! ¡TOMMY! ¡DIANA!
               Diana se echó a reír, su cuerpo brillante como el de una sirena bajo el sol. Tommy levantó las manos en señal de impotencia, pero su sonrisa no me engañaba.
               -Mayoría absoluta-sentenció Alec, y echó a andar mar adentro.
               -¡NO, NO, NO, NO! Por favor, ¡por favor, Al, haré lo que me pidas!
               Se detuvo cuando el agua le llevaba a la cintura. Alguna que otra ola me rozaba los pies.
               -¿Lo que te pida?
               -Sí, sí, ¡sí! Pero, por favor, ¡sácame del agua! Está helada, sabes la impresión que me da. Por favor. Por favor. Te quiero muchísimo. Dime qué quieres.
               Me bajó de sus hombros para pegarme a su pecho, sosteniéndome como a un bebé. Todavía no sé cómo consiguió que el agua no me tocara; supongo que me estaba sujetando por encima de las olas con mucho esfuerzo por su parte.
               -Bésame.
               Me lo quedé mirando, sin saber si debía fiarme o no. Un beso parecía una venganza demasiado agradable para resarcir la ofensa que acababa de…
               -Vale, como prefieras-dijo, e hizo amago de lanzarme hacia el agua. Le clavé las uñas en el cuello.
               -Vale. Vale, vale, vale-gemí, inclinándome hacia él y dándole un beso. Alec se rió cuando nos separamos.
               -¿A eso le llamas tú un beso?
               Volví a inclinarme para que el contacto de nuestros labios fuera algo más que un simple roce. Capturé su labio inferior entre los míos y pude comprobar cómo sonreía, sabiéndome completamente sometida.
               -Puedes hacerlo mejor, bombón.
               Le puse la mano en la mejilla, tiré de él para besarlo, y le comí la boca como estaba mandado. Cuando nos separamos, Alec se lamió los labios, saboreando el sabor de mi saliva en su boca.
               -Bueno, no ha estado mal, pero yo lo que quiero es que me beses como si te fuera la vida en ello.
               Y lo hice. Vaya si lo hice. Me incorporé todo lo que pude, pegándome a él lo máximo posible, abrí la boca y me dejé llevar. Convertí toda mi desesperación en pasión, todo mi miedo en lujuria, mi lengua jugó con la suya, mis dientes capturaron sus labios, mi pecho golpeó el suyo rítmicamente, en unos jadeos desquiciados que eran de todo menos apropiados para ser emitidos en público. Me dio igual que la gente nos mirara, me dio igual que todos supieran quiénes éramos, y me dio igual el chispazo que prendió en mi interior, contestando a la llamada con la que Alec respondía a mi beso. Sabía adónde nos habían llevado besos así, y la verdad es que no me importaría seguir el camino en otro momento, cuando el mar no estuviera amenazando con devorarme entre sus gélidas fauces.
               Cuando nos separábamos, los dos jadeábamos, y juraría que incluso tenía una erección. Yo, desde luego, estaba mareada, y no sabría decir si era por el beso, por mis ganas de él, o por el pánico que me producía no tener ni idea de qué esperarme de él.
               Alec se quedó mirando mi boca embobado, como el tirano que conquista un paraíso y no puede creerse que ya pueda llamarlo suyo.
               -¿De quién eres?-me provocó.
               -Tuya-contesté sin dudar, presa más del miedo que de la excitación.
               Error.
               Error garrafal.
               Alec sonrió.
               -Ah, nena. No me digas esas cosas, que me desmayo.
               Y se dejó caer en el agua, hundiéndonos a los dos bajo una ola. Chillé de la impresión; el había tenido la referencia de la temperatura en sus piernas, pero yo la recibí en mi cuerpo a la vez, sin distinción de lugares. Estaba helada, y más en comparación con el fuego que ardía en mi interior.
               Sobre el estruendo de la ola rompiendo justo a nuestro lado, escuché las carcajadas de nuestros amigos. Di una patada para salir a la superficie y, cuando abrí los ojos, me encontré a Alec ya de pie, mirándome y riéndose.
               -¡Hijo de puta!-bramé, salpicándolo con todas mis fuerzas-. ¡Eres un cabrón! ¡Te odio! ¡No vuelvas a dirigirme la palabra! ¡Jodido desgraciado endemoniado, no te me acerques, ni se te ocurra tocarme, ni…!-empecé, pero Alec me atrajo entre sus brazos y me dio un beso de esos que te dejan sin sentido. Todavía no había recuperado del todo el aliento, pero eso no era excusa para cómo me empezó a dar vueltas la cabeza.
               Sonrió contra mi boca y finalmente, me soltó. Le di un manotazo en el hombro.
               -¡Impresentable!-chillé-. ¿Crees que con un beso vas a conseguir que te perdone?
               -No-respondió, encogiéndose de hombros-. Sólo espero cabrearte lo suficiente como para que todavía te quede rabia en el cuerpo para cuando follemos esta noche.
               -¡Que te lo has creído tú!
               Inclinó la cabeza a un lado, alzó una ceja, me dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®, e hizo un gesto con la mano abarcando su pecho desnudo. Me quedé callada. Dado que le llegaba el agua por la cintura, no había manera de saber si estaba desnudo o vestido; sólo haberlo visto antes de meternos en el mar podía darme una idea de cómo estaba realmente. Y, sin embargo, saberlo no impedía que soñara con su desnudez, que mi imaginación acelerada no nos imaginara aprovechando el embate de las olas para disfrutar de un polvo increíble, como no habíamos echado aún ninguno.
               De nuevo, me lo imaginé de nuevo en Grecia. Sólo que, esta vez, tenía delante todas mis fantasías, y cumplir con ellas estaba al alcance de mi mano.
               Mi mirada me traicionó, deslizándose hacia las rocas donde hacía tanto tiempo le había visto con otra chica, y había empezado a convertirlo en lo que era ahora, por fin: mi objeto de deseo, la personificación de todas mis fantasías.
               Alec rió por lo bajo.
               -Ya me parecía-comentó con chulería, y se giró hasta tenerme a su costado-. Disfruta de tu baño, bombón. No te canses mucho, ¿vale? Tengo cosas planeadas para ti.
               Me guiñó un ojo y salió del agua. Le escuché decirles a mis amigas “es toda vuestra” mientras yo me lo comía con los ojos, deseando lamer las gotas de agua que descendían por los surcos de los músculos de su espalda como torrentes por sus cauces en una montaña.
               Impaciente como era, no pude evitar tener una parte de mi mente pendiente de fantasear con qué sería aquello que Alec tenía planeado para mí. De vez en cuando giraba la cabeza y dejaba caer la vista en nuestras toallas, ilusionada ante la posibilidad de encontrarme su toalla vacía, y ver su silueta acercándose al agua.
               No tuve esa suerte.
               Nadé con las chicas, jugué, buceé, me entretuve como pude mientras esperaba a que lo que yo más ansiaba sucediera, pero Alec no llegó a entrar al agua. Finalmente, después de casi una hora en la que comenzaba a notar mi cuerpo resintiéndose por el embate de las olas y la frialdad del mar, acepté salir con mis amigas.
               El sol calentaba ahora con más intensidad, así que les dije a los niños que me acompañaran para volver a echarles crema, ya el astro rey no les daba tregua mientras ellos hacían castillos de arena, con foso y murallas incluidas, en el límite de dominio de la marea.
               Agarré a Duna para que no saliera corriendo a saludar a Alec con una idea formándoseme en la mente. Quizá él pensara que iba a conformarme con lo que fuera que quisiera hacer por la noche, pero se equivocaba de cabo a rabo.
               Shasha contuvo una risita cuando me vio acercarme a él despacio, procurando que mis pisadas no resonaran en la arena, que gracias a Dios amortiguaba mis sonidos. Y, entonces, justo antes de que mi sombra alertara a Alec de que se acercaba un peligro, me arrodillé sobre sus piernas y me tumbé sobre él.
               -¡Uf! ¡Qué gusto!-suspiré mientras Alec pegaba un alarido y se incorporaba de un salto.
               -¡SERÁS HIJA DE PUTA! ¡JODER! ¡ESTÁS HELADA!-bramó, y todos nos echamos a reír mientras Alec continuaba despotricando contra mí, acordándose de toda mi familia de paso. Se estremeció de pies a cabeza, cogió el libro, que había dejado caer cuando se levantó como un resorte, y lo sacudió en el aire para quitarle la arena-. Hay que ser zorra.
               -¡Te echaba mucho de menos, sol!-le puse ojitos, pero él me apartó de su toalla con la mano, murmurando sobre su necesidad de acostarse con chicas, cuando estaba claro que los tíos no eran tan cabrones (según él) y no serían capaces de algo así. Pasé ganas de preguntarle por qué estaba tan seguro de ello, teniendo en cuenta el incidente mediante el que entré yo en el agua.
               -Eso te pasa por no cumplir tus promesas, Alec-le pinchó Kendra, y él puso los ojos en blanco.
               -¿Qué promesas?
               -Dijiste que terminarías el capítulo y vendrías a bañarte con ella. La pobre te ha estado esperando una eternidad. Parecía un delfín deprimido-sonrió Taïssa, sentándose en su toalla y estrujándose las trenzas unidas para liberar el exceso de humedad de ellas. Yo me sacudí el pelo, estrujándolo también entre los dedos, formando unos pequeños cráteres de arena mojada a mis pies. Alec me fulminó con la mirada.
               -Me pregunto por qué no me habrás echado eso también encima. ¿Será porque te carcome la conciencia, quizás?
               -¿Y a ti?-le dije-. Dijiste que vendrías a bañarte y no tenías intención.
               -Porque ya me bañé contigo al entrar al agua-explicó con tono inocente, y yo puse los ojos en blanco.
               -Di que no, Saab-rió Karlie-. Le interesa demasiado el libro como para ir en tu busca. Es triste, pero es así. O si no, mira a Bey: lleva media hora haciendo topless y no le ha dicho absolutamente nada.
               -Porque soy un hombre de una sola mujer-soltó Alec, muy digno.
               -¿Y no será que ya le dijiste a Bey todo lo que tenías que decirle sobre sus tetas cuando te la tiraste?-pregunté yo.
               -Eso también-admitió. Bey se rió por lo bajo-. Pero, sobre todo, porque te soy fiel a ti, nena-hizo ademán de rodearme la cintura con la mano, meloso, pero luego recordó que estaba mojada y fría, así que se quedó allí sentado.
               -Bueno, ¿y qué tal el libro, Al?-preguntó Momo, recogiéndose el pelo en un moño deshecho y sentándose en su toalla, pendiente de todo lo que hacía Jordan. Hice que Duna se sentara a mi lado y me afané de nuevo en embadurnarla en crema.
               -No está mal.
               -No has hecho más que gemir cada vez que cambiabas de capítulo-acusó Karlie-. Varias veces me han dado ganas de quitártelo para ver qué es lo que leías.
               -Es que yo sólo leo obras maestras de la literatura, no las mierdas sobre moda que tú te metes entre pecho y espalda como si entendieras algo de ello.
               -A ti lo que te pasa es que te jode cuando te digo que podrías combinar la ropa mejor de lo que lo haces.
               -¡Yo visto muy bien, Karlie! ¡Díselo, Sabrae!
               -Es cierto. Aunque se desviste bastante mejor-añadí, y Duna se echó a reír. No sé siquiera si había entendido a qué me refería, pero no tenía pensado preguntarle.
               -¿Cuál toca hoy?-insistió Momo, que ya nos había visto salir corriendo en dirección al andén porque, aunque llegábamos con tiempo suficiente para coger los trenes holgados, Alec siempre terminaba haciendo una parada en las tiendas de la estación que nos comía sus buenos diez minutos mientras escogía qué libros llevarse. Se había aficionado a novelas románticas de tirada masiva, las típicas que abarrotaban las estanterías de las librerías de los aeropuertos junto a las puertas de embarque, y cuanta menos ropa y más antigua fuera la que llevaran los protagonistas de la portada, más le iban a gustar, creía él. Era muy gracioso verlo elegir los libros, porque se guiaba por los mismos criterios que los hombres de cuarenta años que compraban revistas eróticas y las escondían entre sus periódicos sobre economía: cogía unos cuantos libros, los ponía de exhibición unos junto a otros, y nos obligaba a darle nuestra opinión sincera sobre qué libro nos parecía que tenía la portada más picante.
               -No sé-mintió, porque le daba vergüenza decir el título en voz alta.
               -Cabalgando entre pastos de pasión-respondió Karlie, que ni siquiera necesitaba girarse ya para comprobar con qué libro estaba Alec. Se habían vuelto compañeros de toalla, ya que ella apenas salía a la luz del sol mientras íbamos a la playa debido a su pálida complexión, y Alec ahora apenas pisaba el agua, pues con sumergirse en la lectura ya tenía más que suficiente.
               -¿De qué va?-quiso saber Taïssa, tumbándose de lado.
               -De caballos, pastos y pasión-contesté yo, embadurnando a Dan, que echó a correr en pos de Duna para ayudarla a proteger su castillo de arena del avance de la marea mientras empezaba con Astrid.
               -Pues no, lista-espetó Alec con gesto desdeñoso-. Es de amor. Las típicas mierdas que a ti te gustarían, vaya.
               -Cielo, no soy yo la que se ha quedado leyendo el dichoso libro en lugar de ir a retozar en el agua con mi pareja. Háztelo mirar, guapo-le di una palmadita en el culo y seguí con la pequeña de los Tomlinson.
               -Si supieras el momentazo al que me estoy acercando, lo entenderías.
               -¿Qué momentazo?-Taïssa estaba extasiada.
               -Dios mío, aquí viene-comentó Bey, dándose la vuelta y poniéndose de espaldas.
               -Caterine va a descubrir que Marcus es en realidad su hermanastro, por lo que su amor es prohibido, y además que la ayudante de caballería está embarazada de él.
               -¿Lees libros sobre incesto?-chilló Taïssa. Ni siquiera ella leía cosas tan chungas.
               -No, a ver, es bastante más complicado que eso. Resulta que Marcus es nativo americano adoptado por la familia de Caterine, en la tierra de los típicos racistas sureños que descendían de gente que colgaba a los negros de los árboles. Lo criaron como mozo de cuadras toda la vida porque la madre de Caterine no podía tener hijos, y de camino desde Míchigan hasta el asentamiento donde viven se encontraron con un bebé escondido junto a una hoguera humeante, y como pasa con las mujeres que creen que no pueden tener hijos y adoptan, al final se encuentra con que se queda embarazada, y da a luz a Caterine. Dado que los críos se llevan mal, el señor Duller, el padre de Caterine, manda a Marcus a una escuela de equitación mixta porque le ve mucho potencial; de ahí se escapa y no vuelven a saber de él, ya que la dirección de la escuela amenazó con echarle por una pelea que tuvo con unos niños bien racistas del campus. Como quería ser criador de mustangs, o no sé qué rollo de raza que hay en Estados Unidos súper tocha, y se necesita un currículum impoluto, Marcus se escapó y la familia Duller no volvió a saber de él, pero luego resulta que aparece como instructor mal pagado en la escuela superior a la que acude Caterine. Se enamoran sin saber que son los mismos críos que no se aguantaban en la infancia, y cuando Caterine lo lleva a casa, la familia se opone al matrimonio. Caterine se sorprende bastante, ya que nunca pensó que su familia fuera racista, pero lo que pasa es que Marcus es producto de una relación extramatrimonial del señor Duller con una negra. De ahí que su piel sea más clara que la del resto de criados que trabajan en la propiedad.
               Nos quedamos en silencio.
               -¿Y la madre lo acogió?-preguntó Bey.
               -No le quedaba más remedio, ya que en realidad Marcus es el sobrino de su marido, producto de una violación que le costó la vida y que le confesó en su lecho de muerte después de que el marido de la criada lo retara a un duelo y lo hiriera de gravedad. El señor Duller se decepcionó mucho con su hermano y dijo que jamás le perdonaría lo que había hecho, pero que cuidaría del niño como si fuera suyo para que jamás supiera cuál era realmente su origen.
               -Espera, espera. Has dicho que Marcus es en realidad el hermanastro de Caterine, pero según eso, serían primos.
               Alec sonrió, críptico.
               -Eso es porque Caterine en realidad también es hija del hermano el señor Duller. Resulta que el marido de su madre que era estéril, y la mujer buscó consuelo y algo más en los brazos de su cuñado.
               -Hostia, menudo cabrón.
               -Pues sí. Y eso no es todo: resulta que Marcus tiene un hijo que no conoce en El Paso, fruto de una infidelidad que cometió cuando Caterine y él se pelearon, puesto que él se negaba a irse al mismo pueblo del que lo habían expulsado. Hace un par de capítulos que Rosita, la madre de la criatura, no narra, así que creo que va a hacer su entrada estelar en unas páginas y que va a haber un salseo impresionante, del tipo… llega con el niño en brazos justo cuando estén cenando, o alguna historia súper dramática de ésas.
               Se hizo el silencio durante unos instantes entre todas nosotras. Alec asintió despacio con la cabeza.
               -Síp. Es una mierda, ya lo sé, pero…
               -¿Cuánto dices que te ha costado el libro?-preguntó Karlie.
               -¿Dónde lo has comprado? ¿Recuerdas la tienda?-quiso saber Momo.
               -¿Estará en Amazon?-preguntó Bey.
               -Cuando lo termines, ¿me lo dejas para leer?-pidió Taïs.
               -Es mi novio-protesté-. Me lo va a dejar primero a mí.
               Y así fue como tuve la primera pelea de mi vida con mis amigas por el mismo chico. Cuando llegaron los demás, nos encontraron prácticamente tirándonos de los pelos mientras luchábamos por ver quién sería la siguiente persona que leería ese libro, mientras Alec lo pegaba a su pecho y nos miraba con pánico, temiendo que lo rompiéramos en nuestro estallido de violencia y él se quedara sin saber con quién se quedaba Marcus, si con Caterine o con Rosita.
               -¿Qué coño pasa?-quiso saber Max, y Alec negó con la cabeza mientras Bey y yo nos chillábamos que teníamos más derecho que la otra a recibir primero el libro: ella, por ser su mejor amiga de toda la vida, y yo, por ser su novia.
               Evidentemente, Alec no se atrevía a tomar partido por ninguna de las dos, no fuera a ser que la perdedora lo asfixiara mientras dormía. Claro que, si fuera listo, se daría cuenta de que yo lo veía dormir muchas más veces que Bey, pero… más le valía dormir con un ojo abierto mientras una de nosotras siguiera con vida.
               -Se están peleando por un libro marrano-explicó Shasha, y Scott puso los ojos en blanco.
               -¿Y no se te ha ocurrido grabarlo?
               -No puedo. Estoy leyéndolo.
               Todas nos detuvimos en seco.
               -¿Que estás haciendo qué?-preguntamos, y Shasha se encogió de hombros.
               -Me lo he descargado en el móvil y me lo he empezado. ¿Lo quiere alguna?
               Miré a Scott.
               -Voy a matarla. ¿Le dirás a mamá que fue un accidente, que sólo pretendía depilarle los brazos pero terminé rebanándole sin querer el pescuezo?
               -Sí, hombre. Para que me eche la bronca por no meterme a separaros, como siempre.
               -Tú ya lo tienes, Saab. Te lo he reenviado directamente nada más descargármelo. Eres mi hermana.
               -A ver si aprendes-le escupí a Alec, revolviendo en mi mochila en pos del móvil. Chillé de emoción al ver el mensaje de mi hermana con un documento PDF, y el grupo se sumió en silencio cuando empezamos a leer.
               Lo cual no duró ni diez minutos, ya que enseguida alguien nos puso en nuestro sitio.
               -Eh, no es por nada-se quejó Jordan-, pero Alec se va de voluntariado en mes y pico, Scott y Tommy se van a ir de gira este verano y luego se marchan a Estados Unidos a estudiar una ingeniería, luego cada uno va a ir a la universidad a estudiar una carrera distinta. Creo que tenéis tiempo de sobra de leer ese puñetero libro cuando ya no estemos juntos, ¿no creéis?
               Guardamos los teléfonos, avergonzadas. Alec, sin embargo, siguió con su lectura. Jordan le bufó sonoramente.
               -¿Qué? Estuve en coma. Tengo que ponerme al día.
               -Alec, suelta el puto libro si no quieres que ellas te maten.
               -No me van a hacer nada, Max.
               -Sí que te lo haremos.
               -Como me pongáis la mano encima, os cuento el final cuando me lo lea esta noche.
               -¿Esta noche no dormís juntos?-preguntó Tommy, y yo lancé un suspiro trágico.
               -Se supone que sí, pero Alec debe de ser la única persona de Inglaterra que, cuando te invita a dormir a su casa, lo que tiene en mente es dormir.
               Se echaron a reír ante la expresión de fastidio de Alec, pero finalmente dejó el libro apartado. Sacamos la comida que habíamos llevado preparada de casa, de la que se merecía mención especial el par de tortillas que preparó Tommy, y que hicieron que todos le aplaudiéramos y Alec se ofreciera a satisfacerlo en el caso de que Diana no lo consiguiera.
               Jugamos a las cartas, nos dispersamos, yendo al agua, a jugar a las palas, a pasear por la orilla o a tomar el sol, cada uno dependiendo de lo que quisiera, nos volvimos a juntar y luego nos volvimos a separar. Poco a poco se me fue olvidando la promesa que me había hecho Alec en el agua por la mañana, aparcada en un rinconcito de mi mente mientras miraba a Duna y los pequeños Tomlinson jugando en el agua, asegurándome de que no les pasara nada ni se les acercara nadie extraño. Por suerte para nosotros, Scott, Tommy, Diana y Eleanor habían conseguido mantener a raya a las fans, acercándose a ofrecer fotos y autógrafos en cuanto notaban que alguien los miraba con más intensidad, así que pudimos disfrutar de un apacible día de playa, en el que fui feliz como una sólo puede serlo cuando está acompañada de su grupo preferido, escuchando el sonido de las olas del mar en la cercanía, y bañándose en la calidez del sol.
               Scott me dio un respiro cuando apareció a mi lado, dispuesto a sentarse en la toalla y tomarme el relevo como vigilante oficial de los pequeños de la casa. Venía acompañado de Shasha, que traía en las manos unas cuantas conchas que había recogido de entre las rocas. Arrodillándose en su toalla comenzó a limpiarlas con la ayuda de un cubo que les había cogido a los niños. Satisfecha entonces con la limpieza, las extendió sobre la toalla y comenzó a juguetea con ellas, decidiendo a quién le entregaba cuál. Mamá le había pedido en broma que le trajera unas pocas, pero realmente no contaba con que Shasha se acordara, con lo que mi hermana pretendía darle una agradable sorpresa a nuestra madre.
               -¿Me vas a dar una?-le pregunté. Shasha asintió con la cabeza, dejándome escoger la que quisiera, al ser la primera que le había pedido directamente un regalo. Escogí una concha de las que usaban los cangrejos ermitaños de color rosa, con el interior nacarado en un precioso tono naranja que me recordaba al de las puestas de sol. Incluso hacía juego con mi biquini, de rayas blancas, verde pistacho y naranja pálido, que había hecho que Alec se me comiera con los ojos nada más verme, pero sin atreverse a preguntarme si lo había comprado por él, al ser el color predominante el naranja.
               -¿Y a mí?-preguntó Scott, y Shasha le hizo un corte de manga-. ¡Oye! ¿Por qué a Sabrae sí, y a mí no me quieres dar?
               -Porque Sabrae no me abandonó durante casi tres meses-acusó Shasha, fulminándolo con la mirada. Scott se echó a reír, le rodeó los hombros con el brazo y le dio un beso en la mejilla. Shasha protestó por el contacto, pero no se retiró, ya que en el fondo lo disfrutaba.
               -¿O no será porque quiere darle los demás a Josh?-bromeé, y Shasha me fulminó con la mirada. Inmediatamente me quitó la concha, a pesar de que yo sentía que había salido ganando por la cara que me puso.
               Shasha no soportaba a Josh. Lo había conocido un día en que yo había cambiado el entrenamiento de kick con Taïssa y a Alec se le había olvidado, con lo que se presentó en mi casa y le ofreció a mi hermana acompañarlo. Ella aceptó, a cambio de que luego fuera con ella a un centro comercial para buscar el nuevo disco que acababa de sacar una de las múltiples bandas que le gustaban. Alec no había puesto inconveniente, cosa que no se podía decir de Josh, que contaba con mi visita como agua de mayo.
               -¿Y ésta quién es?-le preguntó nada más verla, ya que no nos parecíamos lo suficiente como para que la gente nos relacionara si nos veía por separado. Lo único que teníamos similar eran los gestos, e incluso cuando estábamos juntas, a los demás les costaba ver el parecido.
               -Shasha. Es la hermana de Sabrae-había explicado Alec, quien luego me confesó que había invitado a mi hermana con la ilusión de que Josh y ella se gustaran. Claro que no podían haber empezado con peor pie, ya que Josh espetó:
               -¿Me traes a otra?
               A lo que mi hermana, muy ofendida y defendiendo su estatus, replicó:
               -Yo no soy otra, payaso.
               Claro que no. Era Shasha Amira Malik, la primera hija nacida legítima de Zayn y Sherezade Malik, primera hija de sangre de ellos, y que llevaba de segundo nombre el de nuestra abuela, la madre de mamá, que había nacido en su parto y a la que ésta no había podido conocer, pero cuyo sacrificio y amor habían marcado su vida desde su más tierna infancia.
               Si había algún heredero del imperio de nuestros padres, tenía que ser ella. Había nacido dentro del matrimonio según las leyes islámicas (aunque eso importara ya poco en las leyes inglesas), así que, religiosamente hablando, tenía prevalencia incluso por delante de Scott, por mucho que él fuera el mayor y el varón.
               Y, además, era la más lista de los cuatro. Quizá la más fría, la más distante y calculadora, pero no por eso “otra”.
               -Prefiero tirarlas de vuelta al océano antes que dárselas a ese payaso-escupió Shasha, negando con la cabeza, de forma que su pelo ondeó en el aire. Scott y yo nos miramos y luego nos echamos a reír, seguramente recordando que yo habría dicho exactamente lo mismo de Alec hacía un año.
               Lo cual era muy divertido, ya que cuando Alec me contó el episodio y yo me eché a reír ante el orgullo de mi hermana, que se había negado en redondo a ir a comprar nada para “no recordar a ese puñetero imbécil”, él soltó, acompañándome en mis carcajadas y dándome un beso en la cabeza:
               -Con el historial que tenéis las Malik, fijo que al final terminan casados.
               A Shasha le gustaba otro chico, pero yo no quería quitarle a Alec la ilusión de ejercer de celestina. Si quería sentir que estaba haciendo algo por la vida sentimental de mi hermana, yo no sería quien le pusiera al corriente de la situación de ésta.
               -Relájate-baló Scott, viendo que yo no apartaba aún la vista de los niños-. Está todo controlado.
               Bueno, en eso tenía razón. Mimi y Eleanor estaban paseando por la orilla, enganchadas del brazo como dos señoras de la época victoriana intercambiando cotilleos y confidencias, así que no había peligro de que Scott se distrajera.
               Me tumbé entonces sobre mi toalla, sintiendo el sol activando todas mis células como si fuera una planta cuyas hojas se abren al despejarse el cielo, con los pétalos de las flores ofreciendo el precioso néctar de su interior. Dormité un poco, mecida por el sonido del agua del mar, ignorando las pisadas de nuestros amigos o los desconocidos que pasaban cerca de nuestro fuerte de toallas en dirección a las suyas.
               Shasha me puso una hilera de conchitas desde el ombligo hasta el centro de las clavículas, me tomó una foto y me las retiró. Las gemelas, Karlie y Logan jugaban a las cartas. Mis amigas cotilleaban un poco más allá. Tommy, Max, Diana y Jordan jugaban a la pelota, pasándosela mutuamente tanto con los pies como con las manos. Todos estaban impresionados de lo bien que se le daba a Diana jugar a la pelota “para ser una chica”, a lo que ella había respondido que las chicas somos las que mejor jugamos a la pelota, que para algo tenemos más experiencia.
               Duna, Astrid y Dan habían acogido a unos cuantos niños en su proyecto faraónico de construcción del castillo de arena más grande jamás visto. Sólo me faltaba una persona.
               Noté unas gotitas gélidas impactar contra mi vientre, en la misma zona en que Shasha me había colocado las conchas. Abrí un ojo, y me encontré con la sonrisa radiante de Alec, cuyo pelo caía sobre sus ojos en mechones de color chocolate oscuro tremendamente sexys.
               -Fíjate si soy bueno-me dijo-, que sólo te he tirado encima unas gotitas cuando podría haberme abalanzado sobre ti.
               -Me aseguraré de que te propongan como candidato al próximo Nobel de la Paz.
               Se rió, un sonido musical contra la marea tratando de alcanzarnos. Cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro y me preguntó:
               -¿Te apetece que nos demos un baño?
               Noté un tirón en la parte baja del vientre. ¿Qué mejor manera para terminar un día genial con mis amigos, que chapoteando con Alec sin ninguna preocupación? Las semanas de trabajo duro, de presión y exámenes parecían muy, muy lejanas en aquella playa; propias de una vida ajena a la que no tendríamos por qué volver si no queríamos.
               Asentí con la cabeza y me incorporé. Me deshice las trenzas mientras Alec y Scott intercambiaban unas palabras en voz baja, y yo me di la vuelta justo en el momento en que mi hermano le entregaba algo a mi novio, que se lo metió en el bolsillo del bañador y subió la cremallera.
               -Bey, ¿nos llamas cuando queden tres cuartos de hora para ir a coger el tren? No quiero ir mojada hasta casa.
               -Media hora-negoció Alec.
               -¿Por qué se lo pides a ella y no a mí?-se quejó Scott, y yo puse los ojos en blanco.
               -Porque tú no eres de fiar. Y media hora es poco.
               -He traído una muda para cambiarme por si no me daba tiempo a secarme.
               -No voy cómoda con tus bañadores, Al.
               -¿Quién ha dicho nada de bañadores?
               Los ojos me hicieron chiribitas ante la perspectiva de ponerme unos calzoncillos suyos debajo del vestido, e ir con los demás en el tren llevando su ropa interior en vez de la mía.
               -Quince minutos-decidí, y Bey se echó a reír y asintió con la cabeza.
               -Quedáis de mi mano. Descuida.
               -Disfrutad-nos dijo Karlie, guiñándonos el ojo. Se había hecho con el libro de Alec en un descuido mío, pero yo estaba tan contenta que no me apetecía volver a pelearme por él. Además, lo tendría en casa a mi disposición esa misma noche, cuando durmiera en la habitación de Alec.
               Alec me esperó a un par de metros de las toallas, me cogió la mano y me dio un beso en la mejilla mientras nos dirigíamos hacia el agua. Tenía la esperanza de que estuviera un poco más caliente por todo el tiempo en que había lucido el sol, pero apenas noté la diferencia, y ni siquiera tuve el consuelo de haberme metido ya con anterioridad ese mismo día.
               Sin embargo, esta vez Alec fue paciente conmigo. Fuimos entrando despacio, yo tirando de él en lugar de él tirando de mí, y cuando finalmente el agua me llegaba por el pecho, me cogió las manos y me ofreció hacer una sentadilla cuando se acercara una ola. Exhalé un gemido cuando el agua me cubrió los pechos y los hombros, echándome a temblar, pero enseguida me cubrió con sus brazos y me atrajo hacia su pecho, y ya todo se me hizo un poco más llevadero.
               Poco a poco fuimos entrando, hasta que yo dejé de notar la arena bajo mis pies cuando llegaban las olas. No quise entrar más, a pesar de que me fiaba de sobra de las dotes de nadador de Alec y no me importaría ir incluso más allá de donde él hiciera pie. Sabía que no nos pasaría nada.
               -Bueno-ronroneó, apartándome un mechón de pelo de la cara que se me había atravesado en la nariz cuando me sumergí para sortear una ola-, por fin solos.
               -Sí-sonreí-. Por fin solos. Ya pensaba que no ibas a querer bañarte conmigo hoy.
               -Te lo habrías ganado a pulso-me riñó, frunciendo el ceño medio en broma, medio en serio-. Luego pensé que no tenía por qué castigarme a mí mismo por tus trastadas, así que…
               -Te ha costado llegar a esa conclusión-me reí, flotando hacia él. Él se unió a mis risas.
               -Había pros y contras para las dos cosas.
               -¿Y ganaron los pros?
               -De forma muy ajustada.
               Me acerqué a él y le di un beso en los labios.
               -¿Y ahora?
               -Mm, ahora parece que tienen un poquitito más de ventaja.
               Volví a reírme, le puse las manos en los hombros y le di un beso más largo. Disfruté del sabor de la sal mezclada con su saliva, ese sabor que había podido probar en Barcelona, pero que ahora era tan intenso por estar nadando en nuestro océano, los dos juntos, a la vez.
               -¿Cómo va?
               -Haciendo un sprint-me confesó, y yo volví a reírme. Alec me puso una mano en la mandíbula, la otra en la cintura, y tiró de mí para pegarme a él. Nos fundimos en un cálido y lento beso, en el que ninguno de los dos se dio prisa. Aprovechando la sensación de ingravidez del agua, separé los pies del suelo y los entrelacé en su espalda, rodeando su cintura con mis piernas.
               Me puso ambas manos en las caderas, sujetándome con la fuerza con la que sólo un boxeador profundamente enamorado de ti puede sujetarte. Se puso de pie con firmeza sobre el agua, inclinándose hacia delante para seguir besándome mientras yo me quedaba literalmente suspendida de su cuerpo. Me encantaba esa sensación, de estar completamente anclada en él, encajando en el mundo sólo a través de lo que él me permitía. Mi centro de gravedad ahora era su cuerpo.
               -Alec-jadeé, porque no podía creerme que no estuviera soñando aquello. Sólo diciendo su nombre y escuchando mi voz haciéndolo podría confirmar que no estábamos en una burbuja que mi mente hubiera diseñado hasta el más mínimo detalle.
               Me aterraba la posibilidad de que aquello no fuera más que una ilusión. Que, si no hacía nada para confirmar la realidad de ese momento, abriera los ojos y me encontrara con el techo de mi habitación, en lugar de con el cielo tiñéndose poco a poco de añil… y mi mano en mi entrepierna donde ahora notaba sus abdominales.
               -Sabrae-me respondió también en un jadeo, para gran alivio mío. Esto es verdad, pensé maravillada. Estamos aquí.
               No lo estoy soñando.
               -Soy muy feliz.
               Alec se quedó quieto, sus ojos fijos en los míos. Solté mis pies y volví a caer lenta y grácilmente sobre el suelo granuloso de debajo del agua. Como queriendo recuperar el contacto que acabábamos de perder, me atrajo hacia sí. Hundió la cara en mi cuello, justo por debajo de mi oreja, y susurró:
               -Yo también.
               -Hoy ha sido… genial. Te lo mereces tanto…
               -Y tú también. Después de todo lo que has trabajado y todo lo que me has ayudado, te merecías estar tan relajada hoy.
               -Tú sí que te lo mereces. Eres tú el que más ha hecho. Pase lo que pase mañana, independientemente de lo que te digan, yo no podría estar más orgullosa de lo lejos que has llegado.
               Sonrió contra mi piel mientras mis dedos jugueteaban en su espalda, siguiendo la línea de sus músculos.
               -Creía que habíamos venido aquí para no pensar en lo de mañana-comentó.
               -Lo sé. Y tienes razón. Pero yo… necesitaba decírtelo. No quiero que estés nervioso.
               -No estoy nervioso.
               -¿No?
               -No.
               -Me alegra oírlo.
               -Sólo puedo pensar en una cosa.
               -¿Y cuál es?-jadeé. Su boca ascendió por mi cuello, siguiendo la línea de mi mandíbula hasta el lóbulo de la oreja.
               -Tú-me reveló-. Y en lo cerquísima que estás de estar desnuda.
               Me mordió el lóbulo de la oreja y algo en mi interior cambió. Noté cómo un relámpago descendía desde ese punto de contacto entre mi carne y sus dientes y estallaba en mi entrepierna, haciendo que me abriera como una flor de loto. Alec gruñó por lo bajo, sintiendo el cambio que acababa de producirse por su culpa en mi cuerpo.
               Le pasé los brazos por los hombros, le abracé la cabeza y orienté su boca hacia la mía. Invadí el espacio entre sus labios con la seguridad de que no encontraría mi resistencia, como si tuviera el ejército más poderoso del mundo cuando, en realidad, ni siquiera necesitaba iniciar acciones bélicas. Alec respondió con entusiasmo a mi beso, sus manos se hundieron en mis nalgas, y luego ascendieron por mis costados, todavía debajo del agua.
               El agua mar me llegaba aproximadamente por medio pecho, en el límite entre lo que sería un modesto escote y un escotazo explosivo, pero la parte más censurable de anatomía estaba a salvo de miradas indiscretas. Tenía los pezones endurecidos, pero nada tenía que ver con el agua.
               Ya no tenía frío. No en ese momento.
               Le recorrí los músculos del cuello a Alec con una mano mientras con la otra me maravillaba con la fuerza que había recobrado en su espalda. Él se arqueó un poco para separarnos, y justo cuando pensé que todo quedaría allí, que me lo estaba imaginando, sus manos llegaron al centro de mi biquini y tiraron ligeramente de él para separarme los gruesos tirantes, liberando así mis senos.
               Alec dejó escapar un gruñido gutural cuando los vio por debajo del agua, dos montículos de chocolate con leche con unas cimas de café tostado. Ignorando el lugar en el que estábamos, que alguien pudiera vernos o las consecuencias que podría tener, me agarró por los muslos y me levantó ligeramente, lo justo para sacar mis pechos a la superficie y, así, poder besarlos.
               Se me escapó un gemido cuando noté el roce de sus dientes en mi piercing. Me dejó de nuevo en el suelo, pero no dejó desatendidos mis pechos, sino que continuó acariciándolos, pellizcándolos y masajeándolos por debajo del agua, lejos de cualquier mirada indiscreta, haciéndome disfrutar del contraste entre el calor y la dureza de sus dedos contra la fluidez y el frío del agua.
               -No sabes lo cachondo que me has puesto antes, cuando has dicho que eres mía.
               -¿Acaso no lo soy?-respondí, bajando las manos por debajo del agua, rodeando con los dedos su erección. Estaba inmensa, incluso a pesar del cambio de temperatura, que supuestamente hacía estragos en ellos-. Empecé a serlo aquí. En esta misma playa-le metí la mano por dentro del bañador y rodeé su erección con firmeza, mientras él seguía torturando mis pechos con sus dedos-. Cuando me masturbé pensando en ti.
               -No te haces una idea de lo que me hace pensar que estemos en el mismo sitio… no sé cómo he aguantado tanto sin poseerte, bombón.
               -Creía que lo harías cuando nos metimos en el agua-jadeé-. Yo todavía no sé cómo me las he apañado para no tocarme. Pareces un dios saliendo del agua, yo… no tenía ninguna posibilidad. Ni hace unos años, ni ahora.
               -Sabes tan bien-gimió él, lamiendo la sal de mis clavículas, mi cuello, mis hombros. A estas alturas, la pregunta no era si lo haríamos, ni cuándo, sino dónde. No podíamos hacerlo con protección en el agua, y hacerlo sin protección ya no era una opción. Dios, si no hubiera insistido en hacerlo aquella vez de diciembre, sobre el banco, ahora todavía podría cumplir una de mis fantasías y hacerlo en el mar. Siempre había querido hacerlo en el agua, desde que había descubierto en una playa el potencial que tenían mis muslos-. Necesito follarte. Estás tan buenísima con ese biquini que aún no sé cómo me las he apañado para no arrancártelo.
               -Al, quiero follar. Vámonos al baño del bar, o a algún sitio de esos, y follemos. Por favor. Te necesito. Necesito sentirte dentro-me pegué a él todo lo que pude, todo lo que me permitía la diferencia de altura. Di un saltito para subirme de nuevo a su cintura y le rodeé con los pies, frotándome con descaro contra él, en busca de un alivio que sólo su polla podía proporcionarme.
               Cogí una de sus manos y la llevé hasta mi entrepierna. Me presionó el clítoris con la yema de los dedos, y yo, ansiosa por aumentar el estallido de placer que sentí en aquel momento, lo conduje más abajo.
               -No-dijo, firme-. No me voy a consolar sólo con tocarte. Vamos a follar-me propuso, y no había palabra que me gustara más que aquella saliendo de sus labios. Adoraba la forma en que se mordía el labio pronunciando la f. Le di un beso en la boca, un beso de mar, ansioso, imperante-. Y creo que te va a encantar el sitio.
               -Donde sea-lloriqueé-, pero, por favor, que sea cerca. Que sea ya.
               No me reconocía. Siempre había creído que los calentones en lugares públicos no tenían más que una salida, pero demasiado arriesgada como para considerarla, sobre todo teniendo en cuenta mi estatus. Y, sin embargo, con Alec me daba absolutamente igual lo que me pasara. Si él decidía ir a la arena y hacerlo delante de toda la playa, yo accedería gustosa, siempre y cuando me dejara sentirlo en lo más profundo de mí.
               -Me habías dicho que una de tus fantasías era follar en un sitio público, ¿no?-quiso confirmar, y yo asentí con la cabeza. Me había encantado cuando lo habíamos hecho en el parque por lo prohibido del acto, por la adrenalina de que alguien nos pillara, por saber que estaba mal, que no era decoroso.
               No me gustaba el decoro en lo que se refería al sexo. En ese sentido, adoraba lo lanzado que era Alec. Adoraba que le importara una puta mierda que lo vieran. Adoraba que le hiciera gracia o que incluso le pusiera que yo le hubiera visto haciéndolo con otra chica aquí, en esta misma playa.
               -Nunca lo hemos hecho en un sitio en el que puedan pillarnos. Y esta playa me parece un buen sitio para comenzar. Ya verás qué intenso es-me sonrió, mordiéndome el labio inferior con un beso y hundiendo de nuevo los dedos en mis nalgas. No se me escapó la manera en que me masajeó la vulva con los pulgares, desquiciándome completamente.
                -¿Lo vamos a hacer en el agua?-pregunté, notando cómo la humedad se apoderaba de mí, una humedad que no tenía nada que ver con el océano, sino con el fuego de mi interior. Por Dios, cuánto deseaba que Alec se hundiera en mi interior, se abriera paso entre mis pliegues, me hiciera sentir hasta el último centímetro que me componía, y el último milímetro que le componía a él.
               -No. Tengo un sitio mejor-respondió, y para mi sorpresa, sacó mi mano de sus pantalones, me colocó bien la parte superior del biquini, y echó a andar hacia la orilla con mi mano en la suya. Casi quise echar a correr hacia el bar, confiando en que aún no estaría cerrado, pero luego me di cuenta del rumbo que estábamos tomando.
               Me dio un vuelco el estómago cuando comprendí adónde me llevaba Alec.
               Y, entonces, prácticamente eché a correr. Lo adelanté por la derecha, y él se echó a reír y me siguió. Me cogió de la cintura cuando ésta salió del agua, lo suficientemente lejos del sitio normal de baño como para que nadie se fijara en nosotros.
               Con el paso firme de quien ha hecho ese recorrido un millón de veces (aunque no fueran tantas), Alec me condujo por entre los salientes negros que formaban las rocas sobre la arena, como la cresta espinosa de un lagarto exótico y gigante que se encontraba dormido, esperando una nueva era de los dinosaurios.
               -Aquí no tienen por qué vernos-dijo, cuando atravesamos las rocas y salimos a un pequeño pasillo que yo conocía muy bien, que había visitado en mis recuerdos mil veces.
               Una parte de mí creyó que no lo reconocería ahora que veía la roca vacía, como si él inclinado entre las piernas de la chica española fueran algo tan inherente y esencial del paisaje que no habría forma de sacarlos de ello y seguir considerándolo lo mismo, como la catedral de Florencia recortada en la silueta de la ciudad, o la Torre Eiffel aguijoneando el cielo de París.
               Ante mí estaba una de las pocas piedras lisas que había en la hilera de rocas, por lo demás punzantes y retorcidas, producto de la erosión y el embate de viento y marea y de la anidación de las aves costeras. Algo dentro de mí sintió el impulso de postrarse ante aquella roca puesta por los dioses para proporcionar placer y alivio a los amantes desesperados como nosotros, como si fuera el templo más sagrado de la única religión verdadera.
               Pero habíamos ido allí para una cosa, una solamente, y no era para adorar esa roca.
               Con el ansia con que sólo él podía agarrarme, Alec me tomó de la cintura y me dio la vuelta para empezar a besarme. Me empujó con cuidado en dirección a la piedra, y hasta que mi espalda no estuvo apoyada firmemente sobre la superficie húmeda y lisa, no me soltó las caderas, impidiendo así que me cayera.
               Pero, en cuanto estuve protegida de la acción de la gravedad y un paseo de espaldas sobre la piedra, sus manos volaron directamente de nuevo hacia mis pechos. Tiró del biquini para dejarlos de nuevo al aire, y una parte de mí deseó que deshiciera el nudo que tenía atado al cuello, permitiendo así que mis tetas estuvieran en completa libertad y pudiera manosearlas todo lo que quisiera.
               Había una razón para que no deshiciera el nudo de mi biquini. Ahora que aún había algo manteniendo mis tetas en su sitio, éstas estaban más juntas y, por lo tanto, más a disposición de Alec. Con los ojos fijos en los míos, se hincó de rodillas frente a mí, como había hecho con aquella chica, y llevó la boca a la primera de ellas.
               La más afortunada. La izquierda.
               Sacó la lengua y acarició el piercing con la punta, haciendo que éste girara ligeramente en mi pezón, lanzando un escalofrío desde éste hasta mi entrepierna, que comenzó a palpitar, como una luz de emergencia reclamando la atención de todos los que estén en su campo de visión. Gemí de puro placer, entregándome a la sensación de su lengua jugando con mis pechos, retorciéndose, rodeándolos, su boca succionándolos, sus dientes rozando una de las zonas sensibles de mi cuerpo.
               -Gime para mí, nena. Que te oiga toda la puta playa gozar.
               Me mordí el labio mientras otro gruñido de excitación se me escapaba entre los dientes. Mientras Alec me atendía un pecho con la boca, acariciaba el otro con la mano, masajeándolo y amasándolo con la palma, y estimulando el pezón con el pulgar.
               Lo hacía como un Dios. Había posibilidades de que hiciera que me corriera así.
               Abrí los ojos y clavé la vista en las nubes, maravillándome de que estuvieran sobre mi cabeza y no a mis pies. Me sentía flotando en una espiral de placer que, en lugar de engullirme hacia el centro de la tierra, me catapultaba hacia las estrellas.
               Mis caderas ya no me pertenecían, sino que se movían al ritmo que marcaba la lengua de Alec. Él también gemía cuando pasaba de una teta a otra, no dándoles tregua ni aunque se lo suplicara, cosa que no pensaba hacer.
               Noté que una de sus manos ascendía por mi pierna. Automáticamente, las separé para dejarle espacio, decidida a entregarme a él y que hiciera conmigo lo que le apeteciera. Volví a cerrar los ojos cuando sus dedos llegaron a los pliegues de mi sexo.
               Alec dejó escapar un gruñido y dejó de estimularme las tetas. Su boca se alejó de mi piel, al igual que sus manos.
               -No-lloriqueé, bajando la vista en su dirección. Sin embargo, la tranquilidad duró poco. Sólo se había detenido para deshacerme uno de los nudos de la braga del biquini y, así, dejar libre mi sexo.
               -¿Qué pasa? ¿No has tenido suficiente?-me provocó, dándome un mordisquito en la cara interna del muslo mientras me pegaba un azote. Entonces, volvió a posar la boca en mis tetas.
               Con la diferencia de que, ahora, también estaba masturbándome. Introdujo un dedo en mi interior…
               -Joder, Sabrae, qué mojada estás… me estás poniendo durísimo.
               … y comenzó a moverlo en círculos, al compás de la melodía que su boca dibujaba en mis pezones. Todo mi cuerpo se reducía a esos puntos de contacto con él, mis manos sólo buscaban acercarlo más, ampliar esa conexión, afianzarla. Apenas sentía las piernas, y las yemas de los dedos me hormigueaban por la forma en que sujetaba a Alec contra mis pechos.
               Empecé a contraerme, notando la ola del orgasmo descendiendo desde mi pecho hasta mi vientre, lenta y afanosamente. Supe que sería intenso; si era de los que se tomaban su tiempo, serían de los que me destrozaban.
               -Alec, me voy a correr-gimoteé, y él sonrió.
               -Gracias por avisarme.
               Se separó de mí, y yo pensé que lo hacía con la intención de retrasar mi orgasmo…
               … cuando, en realidad, lo que pretendía era que me corriera en su boca.
               Sabedor de que no teníamos mucho tiempo, se dejó de las delicadezas con las que otras veces adornaba sus cunnilingus y hundió lo labios en mi sexo. Su lengua se paseó por el interior de mi vulva, en la entrada de mi vagina, y noté cómo sonreía cuando yo hundí las uñas en su cuero cabelludo y me dejé llevar.
               -Dios mío, sí, ¡SÍ!-grité mientras Alec me devoraba, bebiendo tan rápido como le permitía su lujuria del maná de mi entrepierna.
               No me dio tregua. Una vez hube superado el primer orgasmo, levantó la vista hacia mí y continuó comiéndome el coño con esa habilidad que le caracterizaba. Se permitió incluso mordisquearme un par de veces; una de ellas, el clítoris, y yo me doblé sobre mí misma y grité su nombre, con una pierna por encima de sus hombros, permitiéndole entrar mejor.
               -Alec, sí. ¡Joder, sí!-gruñí, y ya no lo soportó más. Con la habilidad de un puma, se puso en pie de un brinco y se bajó los pantalones. Se sacó un condón del bolsillo, lo rasgó con los dientes, lo extrajo del paquete, que arrojó al suelo (mamá nos odiaría por contaminar el medio ambiente, pero creo que preferiría que su yerno satisficiera a su hija antes de que salvara el planeta) y se lo puso en toda la extensión de su polla, que había alcanzado un tamaño tremendamente prometedor. Empecé a salivar al imaginármela abriéndose paso dentro de mí. Mi entrepierna estalló en llamas.
               Alec me puso la mano en el cuello, los dedos extendidos a lo largo de mi mandíbula.
               -Mírame.
               Clavé los ojos en él, por mucho que deseara ver cómo su delicioso miembro se hundía en mí.
               Con una expresión enloquecida en la mirada, mezcla de excitación y locura a partes iguales, Alec me penetró. Se hundió en mí lentamente, haciendo que midiera cada milímetro de su polla entrando en mi interior. Se estaba tomando su tiempo, explorando lo único que sabía que era realmente suyo en el mundo.
               Me estaba reclamando.
               -¿Vas a contarles esto a tus amigas?-me preguntó cuando tocó fondo. Sin aire apenas en los pulmones, asentí con la cabeza. Se retiró de mí en casi toda la extensión de su polla, dejando sólo la punta dentro de mí, marcando el terreno-. ¿De veras?-volvió a embestirme despacio, deleitándose en torturarme.
               Las estrellas estallaron dentro de mí. Le hundí las uñas en la espalda.
               -¿Con pelos y señales?
               -A-já…h…ah…-me estremecí de nuevo cuando sentí la base de su polla presionando mi entrepierna. Estaba más adentro de lo que lo había estado nunca.
               Allí.
               A la intemperie.
               En la playa en la que lo había visto siendo un hombre por primera vez.
               -Entonces-respondió contra mi oído, apartándome un mechón del cuello-, más me vale esmerarme.
               Y empezó a embestirme a un ritmo que me hizo perder la razón, reclamándome como sólo se atrevía a hacerlo en su casa, frente al espejo, cuando estábamos solos y ambos podíamos gritar cuando se nos antojara. Comprendí entonces que aquello no iba sólo de mí ni de él en ese momento, sino de todas las versiones que había sido yo y todas las versiones que había sido él hasta entonces. Cómo, a pesar de todos los obstáculos, nos habíamos ganado estar allí.
               -Dios mío-jadeé en busca de aire, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la forma en que me estaba haciendo suya. No podía pensar nada más que en la fricción de nuestros cuerpos, la sensación de mi piel con la suya. Me estaba aplastando contra la roca, y sin embargo, lo estaba disfrutando de lo lindo. Estar los dos mojados nos permitía deslizarnos mejor sobre el cuerpo del otro, lo cual hacía un efecto curioso: mis pezones, en especial el del piercing, estaban prácticamente arañándolo, siguiendo las líneas de su cicatriz central, aquella que detestaba tanto. Mi espalda rebotaba ligeramente contra la roca, haciendo que el impacto al recibirlo dentro de mí fuera más intenso. No amortiguaba los golpes; todo lo contrario, y yo lo agradecía.
               Alec comenzó a ponerse tenso, cerca del orgasmo. Aceleró sus embestidas, jadeando tanto de excitación como de cansancio. Se rompió para mí y su orgasmo estalló en su garganta con la intensidad de una bomba atómica, pero yo le giré la cabeza y lo besé para devorarlo. No quería que nos pillaran. Quería seguir así todo el día, toda la noche, todo el mes y toda la vida.
               Se quedó quieto un par de segundos, el tiempo en que su mente estuvo en blanco y sus labios se abandonaron a los míos. Cerré las piernas en torno a su cintura con toda la fuerza que pude, atesorando esa sensación de completa unión. Apoyé los codos en sus hombros y le abracé la cabeza, negándome a dejarle más que unos pocos centímetros para que recuperara el aliento.
               En la semioscuridad del crepúsculo y mis brazos, sus ojos se encontraron con los míos.
               -Eres la persona más importante de mi vida-me dijo, y sentí que todo mi ser se desperezaba.
               -Y tú de la mía. No sé cómo sobreviviré a partir del uno de agosto-confesé-. Pero no quiero pensar en eso ahora-negué con la cabeza, acariciándole los brazos-. Te tengo dentro. No es momento de ponerme triste. Haz que me corra otra vez, Alec Whitelaw-le pedí, besándole la punta de la nariz-. No dejes que me olvide de ti nunca, ni aunque me despierte un día y padezca tal amnesia que no recuerde mi nombre. Mézclate conmigo.
               -El mayor error de mi vida fue apuntarme a ese jodido voluntariado-se lamentó, besándome por debajo de la oreja. No contesté, pues seguramente tuviera razón, pero poco importaba.
               Ahora que ya estábamos satisfechos los dos y que lo hacíamos por placer y no por necesidad, Alec se permitió tomarse su tiempo. Jugó conmigo, me acarició, me masajeó, me hizo todo lo que su locura anterior no le había permitido. En lugar de usar mi cuerpo para masturbarse y usar el suyo para masturbarme a mí, me hizo el amor contra las rocas donde había empezado absolutamente todo.
               -Mírame-me pidió de nuevo, pero en un tono dulce que nada tenía que ver con la orden que me había dado antes, cuando me penetró, cuando vio que estaba a punto de correrme. Con mis ojos en los suyos, dejando que viera todo lo que le apeteciera de mi alma, me deshice en un dulce y delicioso orgasmo. Sonrió, me dio un beso en los labios, probando la sal, el océano, la felicidad y el sexo de mi boca.
               -Te quiero-jadeé.
               -Yo también te quiero. Y me apeteces. Muchísimo.
               -Me apeteces, sol-susurré, acariciándole un mechón de pelo que le caía sobre la cara, un rizo que se le había formado por acción del viento y el agua.
               -¿Saab?-preguntó, en un tono de voz que no parecía el mismo del del hombre que acababa de estar conmigo, de hacerme surfear las estrellas en un cielo de color melocotón.
               -¿Mm?-pregunté, todavía con la mejilla apoyada en su hombro, negándome a dejar que él saliera de mi interior aún. Era mío, y yo era suya. No podíamos separarnos; estábamos diluidos el uno en el otro.
               -¿He estado a la altura?
               Levanté la cabeza para mirarlo, sabiendo sin necesidad de preguntarle a qué se refería. Cuál era el listón. Por dónde se medía.
               Ahí estaba el cambio: me había follado el Alec de hacía un par de años, el Alec de mis fantasías, el Alec de la española y de todas las demás antes y después que ella, antes de que yo entrara en su vida y se a pusiera patas arriba, haciendo que el amor llamara a su puerta y le desbaratara los pocos planes que tenía.
               Sostuve su rostro entre mis manos, consciente de repente de que aquel era el rostro de la persona por la que lo daría todo, si él me lo pedía: mi vida, mi libertad, mis sueños. No quería nada más que estar con él.
               No quería ser libre si aquello implicaba echarlo de menos.
               No quería seguir caminando sobre ese mundo si no era con su mano entrelazada a la mía.
               -No-contesté, y un chispazo de pánico estalló en el fondo de los ojos de Alec. Por un instante, sólo un instante, creyó que me había decepcionado.
               Luego se dio cuenta de que lo que había entre nosotros era más real que la arena que pisábamos, el agua que nos alcanzaba, las nubes remoloneando sobre nuestras cabezas o las gaviotas sobrevolándonos. Nuestro amor era fuerte, sólido, e inquebrantable.
               Era dorado. No había nada por encima de él. Por eso, supo lo que iba a decirle antes de que yo terminara la frase. Que había dejado de ser una fantasía para convertirse en una realidad, que ya no era una incógnita hecha de humo y espejismos, sino una ineludible verdad de carne y hueso.
               -Has superado con creces las expectativas. Ha sido mejor de lo que no podría esperarme de nadie. Ni siquiera de un dios como tú.
               Sonrió, aliviado, se inclinó y me dio un beso en los labios. Y, entonces, me di cuenta de a qué se debía tanto cambio en él, lo que el accidente realmente le había hecho. Ya no era sólo su autoestima.
               Todo él era distinto. Ya no era el Alec del que me había enamorado y al que había querido, seguro de sí mismo, creador del cielo y de la tierra, la concentración de todo lo atractivo en un hombre, empezando por la seguridad y confianza en uno mismo. Ya no era el Alec al que yo había deseado y al que quería follarme tan desesperadamente como en mi pasado, en aquella misma playa, cuando luché contra mis propios instintos para darme a mí misma lo que yo quería, y quería de él.
               Pero tampoco lo había deseado jamás con la intensidad con la que lo deseaba ahora, porque ahora ya no sólo le anhelaba, sino que también le quería. Y yo tampoco volvería a ser la misma, porque él ya no sólo me deseaba y me anhelaba, sino que también me amaba y me tenía. Habíamos pasado de ser todos individuales a un todo colectivo mucho mayor. Ya no éramos expectativas, éramos recuerdos.
               La realidad sí que podía superar a la ficción. A Alec era imposible imaginarlo tal como era. Decir que parecía sacado de un sueño sería ser injusta con él. Sería como considerarlo un accidente, cuando en realidad era todo lo contrario: el resultado de miles y miles de generaciones que habían terminado culminando en alguien perfecto, que reuniera todo lo que se había aprendido hasta entonces y consagrara ese ideal al que el resto sólo podíamos aspirar.
               Ni siquiera mis dedos febriles ni mi imaginación desbocada habrían podido construir un escenario tan perfecto, a alguien tan perfecto, ni tampoco tanta felicidad como la que sentí entre sus brazos, con el mar acariciándonos los pies, las rocas anclándonos a la realidad, y el cielo tiñéndose de un delicioso tono rosado idéntico al tono con el que yo me imaginaba mi futuro, ahora que no lo concebía sin Alec en él.


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2 comentarios:

  1. Teniendo en cuenta que adoro los capítulos en los que la mayoría de los personajes aparecen e interactúan durante mucho rato este capítulo para mí ya no ha podido empezar mejor.
    El momento crema me ha hecho muchísima gracia y la obsesión de Alec ahora con los libros y su forma de explicarles a las chicas el argumento del libro que estaba leyendo en la playa me ha encantado, me he sentido mazo representada con esa ansia viva de querer empezar al momento un libro del que te acaban de hablar y te ha intrigado tanto.
    Me ha puesto también muy blandita el momento de los chicos animando a Alec y soltando esos comentarios de camioneros pero que en el fondo iban envueltos en un cariño desmedido, de verdad que los adoro con todo mi corazón dios mio.
    Por último mencionar que se ha puesto la barriga a dar saltos al caer en que iban a hacer sabralec y donde y darme cuenta de como se cerraba el círculo. Los momentos así en los que se hace justicia a x momentos transcendentales en la novela me hacen muchísima ilusión porque me obligan a echar la vista atrás y recordar el tiempo que hace que llevo leyendo esto y lo muchísimo que he disfrutado y sufrido leyendo algunos capítulos en los que surgían momentos que marcaban un antes y un después.
    Ese final de capítulo ( que yo ya había leído) sin duda lo voy a recordar durante mucho tiempo porque me parece de las mejores cosas que has escrito.
    Una santa maravilla amiga mía.

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  2. ¡¡YA ESTOY OTRA VEZ AL DÍA!!
    Mira me ha ENCANTADO MUCHISIMO EL CAP OSEA BRUTAL BRUTAL BRUTAL
    Comento por partes jejeje:
    - Adoro los capítulos en los que les vemos a todos interactuando, me dan la vida de verdad.
    - Me meo con Dan queriéndose echar la misma crema que Duna, soy todo corazones.
    - Duna queriendo que Alec le eche la crema y siendo una autentica sinvergüenza que risa de verdad.
    - Que Karlie y Tam se coman la boca ya por favor.
    - Voy a morir con Sabrae y Alec viajando juntos (y con Alec enterándose).
    - Shasha es la mejor adoro la confianza que tiene ya con Alec
    - Me ha encantado ver a todos los chicos animando a Alec el primer día de playa :’)
    - Alec enganchándose a la lectura es lo mejor del mundo.
    - Shasha y Josh nuevo shippeo.
    - Todas las referencias y los paralelismos al capítulo 17 mi perdición de verdad (me lo he releído después de este jejejej).
    - Y el final del capítulo, una autentica MARAVILLA osea que PRECIOSIDAD de verdad.
    Me ha flipado el capítulo, uno de los capítulos que me apunto para releer sin ninguna duda. Verles a todos juntos en la playa y ver a Sabralec cerrando el circulo me ha encantado. Tengo muchas ganas de todo lo que van a hacer en verano y mucha curiosidad por ver que pasa con las recuperaciones de Alec. Por otro lado veo muy inminente el voluntariado y no voy a soportar la despedida y que estén separados de verdad.
    estoy deseando leer más <3

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