lunes, 16 de agosto de 2021

Más allá de septiembre.

 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Reboté ligeramente en la cama cuando me dejé caer sobre ella, sudoroso y jadeante como lo había estado pocas veces en mi vida. Reconocí enseguida la deliciosa sensación de ese instante de gravidez cuando el colchón te repele durante un segundo, negándose a que lo sigas maltratando como has hecho hasta ahora. Una sonrisa boba se extendió por mi boca lentamente, pero con la seguridad de quien ha disfrutado y lo ha hecho en la intimidad, así que no tiene por qué esconderlo.
               Tomé aire y lo solté despacio, intentando escuchar por encima del tamborileo acelerado de mi corazón el sonido del cuerpo de Saab haciendo el mismo gesto que yo. Una de las cosas que más orgullo me producían de mis dotes en la cama era precisamente esto que yo le regalaba ahora a ella: el abandono absoluto a las necesidades de descanso después de un polvo salvaje y bestial, de esos que parece que sólo pueden echarse en un entorno controlado, con cámaras de alta resolución, focos de iluminación y profesionales interpretando un papel. Pero no, había veces que incluso la vida superaba a la fantasía, algo que muy pocas chicas jurarían hasta que yo no me cruzaba en sus vidas.
               Y ahora, era Sabrae la que se había cruzado en mi vida, y era yo el que me dejaba caer absolutamente agotado sobre las sábanas arrugadas, con la respiración agitada, la piel sensible, y un nada desagradable hormigueo en la punta de los pies, las manos y las sienes. Normalmente las chicas de mi pasado se comportaban así cuando no tenían ningún compañero de piso frente al que rendir cuentas, sus padres se habían ido a pasar la noche por ahí, o les daba absolutamente igual que sus vecinos, con los que no tenían ninguna relación de parentesco, las escucharan. El cansancio como éste que estábamos experimentando ahora sólo lo provocaba la conciencia absoluta de que la intimidad reinaba, así que no había que preocuparse de nada más que dar rienda suelta al propio placer.
               No fue así con nosotros. O, al menos, la situación no era exactamente idéntica a las otras veces que lo había hecho. Esta vez no me había escabullido por ninguna salida de incendios, no había recorrido a oscuras ningún pasillo ni había atravesado a toda velocidad un jardín al amparo de la luna, o un patio disimulado en el sonido de la ciudad bullendo a mi alrededor. Cuando Sabrae y yo habíamos dejado de besarnos, nos bastó mirarnos un momento para saber qué era lo que queríamos.
               No nos importó absolutamente nada que todos mis amigos y mi familia estuvieran en la casa cuando subimos las escaleras a toda velocidad. Teníamos algo glorioso que celebrar. Un éxito que ninguno de los dos se esperaba estas alturas, a pesar de que ambos nos habíamos acostado la noche anterior pensando que lo conseguiría.
               Hasta que no la tuve ante mí, jadeando excitada a pesar de que aún no habíamos hecho más que besarnos, no caí en lo jodido que había sido todo para Sabrae. Había sido intensísimo para mí, una putísima mierda que no le recomendaría a nadie, con diferencia el reto más duro al que me había enfrentado en mi vida. Pero para Saab… para Saab tampoco había sido un camino de rosas, ahora podía verlo.  Y que desatara toda su tensión conmigo ahora que por fin lo habíamos logrado me hacía sentir un poco miserable.
               Claro que enseguida se me pasó cuando cerró la puerta de mi habitación de una patada, se volvió hacia mí con la majestuosidad de un ángel vengador, y se quitó la camiseta que llevaba puesta, rescatada directamente de mi armario, y se quedó nada más con mi ropa interior cubriendo su sexo, que ya empezaba a llenar la habitación del perfume de su excitación, igual que una flor de loto abriéndose para mí.
               -Si hubiera sabido que este sería mi premio-dije en cuando me empujó a la cama y se peleó con mis vaqueros para abrirme la cremallera y liberar mi erección-, me habría puesto a estudiar por las noches.
               -Sí, hombre-replicó ella-, para que acabaras tan agotado que no pudieras celebrarlo como es debido.
               Estaba a punto de responder cuando ella se metió mi erección en la boca e hizo que dejara la mente en blanco. Me chupó la polla como una verdadera artista, haciéndome sentir por unos deliciosos instantes una piruleta, hecho nada más y nada menos que para ser consumido tal y como lo estaba haciendo ella. Cuando estuve a punto de correrme, Sabrae me liberó de la ropa que me quedaba, se sentó encima de mí y clavó las uñas sobre mi pecho.
               -Córrete dentro de mí-gruñó, lujuriosa, y yo no necesité que me lo dijera dos veces. Mientras la espoleaba a base de darle azotes en las nalgas y manoseaba sus tetas como si fueran las bridas de una potrilla salvaje que me llevaría hasta la cima, Sabrae me montó como quien monta a un semental sin domar. Gritó, gruñó, jadeó, se estremeció y se rompió en un orgasmo en el que yo no dejé de torturarla, al que rápidamente le siguió otro y que hizo que quisiera más, más, más. Me llevó hasta el límite de mis fuerzas, hasta el punto de que tuve que tumbarla en la cama y devolverle el favor, sólo para darme un momento para recuperarme y poder volver a penetrarla, esta vez de lado, con nuestras piernas enredadas, mi mano izquierda en su cuello, y la derecha estimulándole el clítoris, mientras Sabrae gemía y contraía la cara en una expresión de gozo absoluto, en parte por la visión de nuestros cuerpos mezclándose en esos rincones que sólo nos pertenecían a nosotros dos que el espejo nos brindaba.
               Había en nuestro interior un fuego abrasador dispuesto a consumirlo absolutamente todo. Un fuego que reconocí bien, pero que nunca pensé que fuera tan intenso: me invadía cuando terminaba los combates, siempre victorioso, y siempre me había hecho buscar algo que jamás llegué a identificar hasta esa noche. Buscaba una compañera. Alguien con quien ponerle la guinda al pastel de una tarde espectacular, alguien que hiciera que sintiera físicamente la gloria del vencedor.
               Joder, podría haberme follado a veinte tías en la misma noche sin cansarme, y convertirme de paso en la fantasía  sexual que todas ellas evocarían cuando sus pobres novios se les pusieran encima.
               Terminé con ella, o ella conmigo, aún no lo sé bien, incorporándome hasta quedar arrodillado frente a ella. Volví a tomarla mientras ella permanecía de lado, retorciéndose de placer, haciendo que el colchón asomara por debajo de la sábana allí donde más invasión estaba sufriendo. Reventé en un espectacular orgasmo que se sincronizó con el de ella, y juntos surcamos las estrellas.
               Después de que mi mente se reiniciara tras el espectacular polvo, mientras me dejaba caer en la cama, en lo único en que pude pensar era en que, a partir de ahora, ya no podía fallar más. La excelencia que Dylan me había dicho que me componía también debía regir mi vida.
               Ahora que había probado el fuego de boxeador con Sabrae, no tenía derecho a colgar los guantes. Moriría con ellos puestos si era preciso.
               Y, sin embargo, Sabrae no estaba ni de lejos tan acabada como yo. Porque, mientras yo me tumbaba a pensar en la vida, en lo genial que era y en la suerte que tenía de que el accidente no me hubiera hecho más que rasguños más o menos superficiales, Sabrae se revolvió en la cama y planeó sobre mí, su pelo acariciándome el costado, los hombros y la cara cuando sus ojos se encontraron con los míos.
               -¿Me dejas volver a verlo?-preguntó, y yo asentí con la cabeza, la sonrisa boba impidiéndome tomarle el pelo siquiera con lo poco que le habían durado los efectos secundarios del sexo.
               La sonrisa que aún le bailaba en la boca conquistó su boca, sus ojos chispearon y me dio un beso. Salió entonces disparada fuera de la cama, envolviéndose apresuradamente en la sábana como hacían las actrices en las escenas post coitales.
               Se apartó el pelo de la cara con el dedo pulgar y el corazón haciendo una media luna, recogiendo todos los rizos que le impedían ver mientras se agachaba a recoger mis pantalones, arrugados en el suelo como la bandera enemiga cuya fortaleza consigues finalmente conquistar. Apoyé la nuca en la almohada y dejé escapar un suspiro de satisfacción.
               Sabrae se acercó al escritorio como un canutillo blanco relleno de chocolate gigante, y siguió analizando mis notas como el que pretende desentrañar los secretos del universo en una impresión de los jeroglíficos de las pirámides. Noté que la sábana se deslizaba por su piel y, aprovechando que todavía tenía los pies enredados en ella, tiré de ella para desnudarla. Sabrae no se inmutó, pero no necesitaba que apreciara su desnudez para hacerlo yo: se me secó la boca viendo la curva de sus piernas, moldeadas como la superficie del océano junto a la orilla, antes de que rompa una ola contra ellas; me regodeé en su culo, respingón y más redondito que nunca gracias al kick (había mejorado bastante en sus técnicas ahora que tenía alguien que la guiara en los entrenamientos con Taïssa) y el pelo cayéndole en cascada, en sus perfectos bucles negros, justo por encima de los dos hoyuelos que tenía sobre los riñones.
               Sabrae se relamió los labios, sonriendo. Se giró un poco, sutilmente, cambiando apenas el peso del cuerpo de un pie a otro, pero fue bastante para que el cambio de ángulo me permitiera ver la parte delantera de su cuerpo en el espejo. Mis ojos volaron al rincón de su entrepierna, pero pronto el morbo venció al instinto y se quedaron a vivir en sus pechos, redondeados y grandes, con los pezones aún duros y erectos, las montañas más gloriosas que hubiera coronado ningún hombre.
               Se me endureció la polla de nuevo con la visión de sus pezones, traspasando la frontera que ni su culo ni su pubis habían conseguido superar. Recordé su sabor en mi boca, sus gemidos cuando los capturaba entre mis labios, succionándolos y mordiéndolos de forma que toda Sabrae se estremecía.
               -Sí, Alec, joder, cómeme las tetas…-me había gruñido, totalmente ida, mientras su sexo se contraía alrededor de mi erección, siguiendo los ritmos que mi boca marcaba en sus pezones.
               Aprovechando para acariciármela un poco, me quité el condón, lo tiré a la basura y me tumbé boca abajo, intentando ignorar la llamada apremiante de mi miembro. No estaba seguro de poder aguantar un asalto como el de antes otra vez.
               Joder, ahora que tenía alguien a quien prenderle fuego, yo me había vuelto excesivamente inflamable. Sólo esperaba que durante el voluntariado recuperara toda la forma física perdida, y cuando volviera pudiera echarle a Sabrae los polvos que se merecía.
               -¿Satisfecha?-pregunté, y ella se volvió para mirarme, despampanante como la última diosa superviviente de un apocalipsis de ateísmo. Con ella, la fe desaparecería. No habría manera de no creer en ella, porque era la prueba viviente de que había algo más allá.
               Tangible, pero por suerte, sólo por mí.
               -Te han quitado casi tres puntos-replicó, dejando mi certificado con las notas encima de la mesita de noche y buscando sus calzoncillos en el suelo. Me la quedé mirando con todo el descaro del mundo, y cuando Sabrae se dio cuenta de a qué se debía tanta atención, sonrió y cerró las piernas. Hice un mohín.
               -¿Por? Lo importante es participar. Y que voy a tener un putísimo diploma colgado de la pared la próxima vez que te folle en esta cama. Quizá hasta te deje apoyarte en él-ronroneé, y ella se echó a reír-. Además, tampoco es que no supla mis méritos académicos en otros sitios.
               -No estoy enfadada contigo, sino con ellos, sol. Ese culo se merece un diez-respondió, dándome un mordisco en una nalga y, después, una palmada. Me eché a reír, estirándome para coger el folio arrugado, que no tenía carácter vinculante; era sólo una impresión de la pantalla de mi expediente académico que me había hecho Louis, después de que yo no me creyera que efectivamente iba a graduarme. Tendrían que modificar las actas y me entregarían el oficial al día siguiente, pero con este ya me bastaba para creerme un señor feudal.
               -Si mi culo se merece un diez, ¿qué se merece mi polla?
               -Matrícula-contestó sin dudar, metiéndose en la camisa que había llevado puesta yo, ignorando completamente la camiseta con la que se había vestido nada más despertarse, y echando a andar hacia la puerta-. Voy al baño.
               -Ahora te sigo.
               -Voy a hacer pis-dijo, riéndose.
               -¿Podré mirar?
               -Ni en sueños, so cerdo-me tiró un cojín, que rebotó contra mis pies.
               -Entonces, te espero aquí.
               Sabrae me tiró un beso y se fue dando brincos, como una niña a la que el niño que le gusta le acaba de regalar una tarjeta por San Valentín, o una cabritilla que ha pasado toda su vida en cautividad y por fin puede disfrutar de la hierba. Apartando a un lado la sensación de soledad que siempre me asolaba cuando Sabrae me dejaba solo, me incliné en la cama para alcanzar el folio arrugado, y lo tomé entre mis dedos.
               Lo desdoblé sobre la almohada y comencé a analizar todos los datos que había en él como si en ellos estuviera oculta la fórmula de la felicidad. En cierto modo, así lo sentía, sobre todo si tenemos en cuenta el esfuerzo que habíamos puesto en llegar hasta ahí. Supuse que esa sensación de relajación y paz era la misma que sentían los escaladores cuando por fin se ponían en pie en la cima de la montaña, oteando un horizonte que en realidad era aburrido por componerse sólo de nubes, pero glorioso en su monotonía, al ser el único paisaje cuyo suelo estaba hecho de lo mismo que el cielo de los demás.
               Alec Theodore Whitelaw, leí mentalmente, con una voz de presentadora de entrega de premios que era idéntica a la de Sabrae. Siempre relacionaría el glamour con mi chica, lo quisiera yo o no, estuviera ella vestida con sus mejores galas, con una camiseta arrugada que hubiera rescatado del fondo de mi armario, o completamente desnuda. La desnudez era sin duda lo que mejor le sentaba, pero no le haría ascos a un vestido de gala. Fecha de nacimiento 5 de marzo de 2017. Año académico 2034/2035, Año 13 del alumno.
               Ausencias injustificadas totales: 5.
               Ausencias justificadas totales: 20+.
               Convalidación de las ausencias: sí.
               Nota de las evaluaciones del alumno por asignaturas:
               Literatura universal: APROBADO (E) 5,264.
               Me revolví en la cama, sonriendo al ver aquellos números difuminados cuya tinta se había corrido de tanto los habíamos acariciado Sabrae y yo, yo de camino a casa, y ella cuando le entregué la copia del certificado. Ninguno de los dos se lo creía.
               Y, sin embargo, ninguno de los dos estaba dispuesto a jugársela y preguntarse al destino si se había equivocado. No con todo lo que nos había costado conseguir aquello. No con todo lo que habíamos sacrificado.
               Nota media ponderada del alumno: NOTABLE (B) 7,17.
               ¡Una B! ¡Una putísima B EN MI ÚLTIMO CURSO EN EL INSTITUTO! ¡Y ENCIMA A LA PRIMERA! ¿¡Te lo puedes creer!?
               Situación final de curso del alumno: APTO para A-Levels finales.
               ¡¡¡APTO PARA A-LEVELS FINALES!!! ¡¡¡SÍ, JODER, SÍ!!!
                Sabía que no tenía mucho margen de maniobra con mi media y que todas las carreras mínimamente interesantes estaban fuera de mi alcance, pero, sinceramente, me daba igual. Pedirme que me sintiera mal por no poder ser astrofísico o abogado sería como pedirle a un tetrapléjico ganador de un oro paralímpico que se lamentara porque quedaría último en una competición de atletas con todas sus capacidades intactas. No era su objetivo, y además tenía mucho más mérito ser el mejor en un campo en el que todo estaba plagado de dificultades, venciendo las adversidades.
               Se me escapó una risita leyendo las últimas líneas de mi certificado, saltando también a Literatura universal. Algo se movió en un rincón de mi campo de visión, y al poco Trufas estaba a mi lado, preparándose para saltar hacia la cama y reclamar las atenciones que no le había dado cuando llegué a casa. Al abrirle la puerta Sabrae y venir a mi encuentro, el conejo se había escapado y se había dedicado a corretear por la acera; tuvimos muchísima suerte de que no viniera ningún coche que pudiera atropellarlo en ese tiempo, sobre todo porque la única que se había preocupado de que no le sucediera nada, Mary, estaba demasiado ocupada flipando en colores por la noticia que había traído yo como para reaccionar con la suficiente rapidez a los giros cerrados del conejo.
               Trufas saltó con agilidad sobre el colchón y se las apañó para colarse por debajo de mi brazo, olfateando el folio y de paso también mi piel. Me arrimó la naricita a la cara, seguramente recriminándome la poca vergüenza que había exhibido estando con Sabrae, y se enroscó hasta hacerse una bola cuando yo le di un besito, feliz.
               Literatura universal: 5.264. Parecía demasiado bueno para ser verdad. Deslicé la yema de los dedos por la cabeza del conejo, que exhaló un suspiro de satisfacción y se acurrucó aún más contra mí.
               Nuestro momento romántico inter especies duró poco, no obstante, ya que en el momento en que Sabrae hizo acto de presencia en la habitación, Trufas se incorporó de un brinco para mirarla. Tras comprobar que efectivamente era ella, salió disparado en dirección a la puerta, huyendo de ese pozo de pecado y lujuria en que se había convertido mi habitación. Los dos nos reímos con la reacción del animal.
               -Parece que nos las hemos apañado para escandalizar hasta a los animales, ¿eh?-bromeó Sabrae, recogiéndose el pelo en un moño alto y medio deshecho.
               -Tampoco es que Trufas necesite mucho para hacerse el digno-repliqué, riéndome.
               -Se han ido todos-comentó ella, sentándose a mi lado en la cama, dándome un beso en el omóplato y tumbándose sobre mí. Me molestó la sensación de la tela interfiriendo entre nosotros; prefería mil veces el tacto de su piel sobre la mía, especialmente cuando estaba sudorosa después del sexo.
               -¿Y te extraña? Lo raro es que quede gente en cinco kilómetros a la redonda.
               Sabrae soltó una risa musical que bien podría haber liderado la lista de éxitos del verano durante, al menos, siete años consecutivos. Creo que tenía potencial para ser el único tema estival que viviera más allá de septiembre.
               -Estoy muy contenta. Me apetecía celebrarlo, y no quería contenerme-explicó, apartándose un mechón de pelo rebelde que se le había escapado del moño de la cara y volviendo a darme un beso en la espalda. Mi polla empezó a despertarse de nuevo, haciendo caso omiso a los razonamientos de mi cerebro, que le recordaba que habíamos follado por encima de nuestras posibilidades y, si había salido bien, era sólo y exclusivamente por tener mucha, mucha suerte.
               -Ni yo que te contuvieras, nena.
               -Hablando de celebrar… ¿a los demás les ha ido bien? ¿Todos han aprobado?
               Asentí con la cabeza. Por supuesto, Eleanor era tan hacha que ni siquiera había necesitado la evaluación diferenciada para pasar de curso. Para Scott, Diana, Tommy y yo, la cosa no había salido tan bien. Y, a pesar de todo, las consecuencias eran las mismas: Eleanor y Diana pasaban de curso, y Tommy, Scott y yo nos graduábamos. Lo mejor de todo era que lo haríamos con nuestros amigos, ya que en mi instituto la graduación se celebraba al finalizar las evaluaciones extraordinarias, incluso después de que los que habían terminado normalmente hicieran los exámenes de acceso universitario. Todo ello obedecía al compromiso que tenía el instituto con los que necesitaban una segunda oportunidad, dejando que todos los que nos fuéramos pudiéramos acudir a una fiesta en nuestro honor, independientemente del momento en que lo hiciéramos.
               Por supuesto, quedaban las evaluaciones de las que Sabrae había hablado cuando le dije que me iba a finales de julio, y que se celebraban a principios de agosto, pero aquéllas eran tan especiales y tan poco concurridas que no se tenían en cuenta.
               Además, no podíamos hacer una graduación un mes antes de entrar en la universidad. Si todo iba bien, en agosto muchos de mis compañeros ya tendrían incluso la clase asignada. Bey probablemente supiera hasta el asiento que le correspondería en Oxford, así que no tenía sentido que la primera de la promoción, que indudablemente lucharía por sentarse en primer fila y cuyo nombre se aprenderían todos los profesores, acudiera a su instituto cuando ya era universitaria.
               Por lo menos, todavía estábamos en la misma etapa de nuestras vidas.
               -¿Qué ha sacado Scott?-preguntó, y se mordió el labio, riéndose-. Dios mío, soy una hermana horrible. He subido corriendo a tu habitación y ni me he molestado en preguntarle.
               -Debería darte vergüenza, Sabrae; él te puso tu nombre, ése que tanto te gusta que yo te gima al oído mientras te follo sin piedad. Gracias a Scott, no te llamas nada chungo, como… no sé, Eduviges. O Gugulethu-la pinché, y ella me dio un manotazo.
               -¡No seas capullo! No necesito que me fustigues, ya lo hago yo por los dos.
               -¿Por? A mí me gusta fustigarte, nena-repliqué, tumbándome sobre mi costado y acariciándole el brazo. Sabrae puso los ojos en blanco y me sacó la lengua. Intenté no pensar en lo que podría hacer esa parte de anatomía en otras partes de mi anatomía-. No me quites el trabajo, porfa.
               -¿Me dices lo que ha sacado mi hermano, o me voy?
               -Un ocho y pico-revelé, y Sabrae hizo un mohín con la cara como diciendo “no está mal”, haciendo sobresalir su labio inferior y arqueando las cejas en una montaña. A pesar de que su reacción conmigo había sido mucho más entusiasta incluso cuando mis notas eran peores que las de Scott, no pude evitar sentir una pequeña punzada de celos. Sobre todo, porque Scott no había hecho que se preocupara por él como yo.
               Además, Scott necesitaba más nota que yo. Incluso un cinco pelado sería impresionante para mí, más que suficiente, la recompensa perfecta a todos mis esfuerzos. Scott, en cambio, tenía que justificar de alguna manera la plaza que consiguiera en cualquier universidad de ciencias aunque, siendo totalmente justos, ya la tenía medio garantizada. Después de todo, si eres una de las personas más carismáticas de tu país, y el famoso más prometedor de tu generación, cualquier carrera, por prestigiosa que sea, estará encantada de postrarse a tus pies y lamerte el culo.
               Y, a pesar de todo, Scott seguía empeñado en que quería ganarse las cosas con sus esfuerzos, y no que se las dieran en bandeja. Así había sido con su carrera musical, y así sería con sus estudios. Había hecho de su mejor baza, su apellido, un obstáculo en lugar de una ventaja. Eso era algo típico de los críos ricos e influyentes, pero no podía echárselo en cara. Yo también tenía mi propia herencia de la que escapar.
               -Aunque también es cierto que tiene más mérito lo mío, ya que yo he tenido un mes menos para prepararme que él. Y he estado convaleciente mientras él surfeaba la cresta de la ola-comenté, haciendo un puchero. Sabrae alzó una ceja, perspicaz, detectando mis celos incluso cuando yo luchaba por enterrarlos. Le divertía esta pequeña salida de tono por innecesaria que fuera-. Claro que él lo necesita-me encogí de hombros-, así que es justo que se esfuerce más. Yo con graduarme me daba con un canto en los dientes. Él tiene aspiraciones. Más grandes que las mías, al menos. Quiere ser ingeniero, y yo…
               Me quedé callado, temiendo seguir el hilo de mis pensamientos con la boca y meterme en un berenjenal del que luego me fuera imposible salir. Sabrae parpadeó, alzó las cejas y se inclinó hacia mí. Por supuesto, ella sabía que había algo más allá que no había querido decirle.
               Seguro que lo llevaba sospechando meses: era imposible que mi depresión en el hospital por no poder graduarme y seguir el ritmo que se habían marcado mis amigos se debiera solo a la sensación de estar quedándome atrás. Había algo más en ello, y Sabrae lo sabía.
               Sospechaba que había trazado un plan. Dios, incluso podía tener sentido que yo no hubiera sido capaz de esquivar el coche por estar demasiado centrado en los planes que estaba terminando de perfilar, cuyos detalles se parecían a los de una intrincada alfombra persa, de las que abarrotaban los mercados de las villas costeras griegas, a la caza de algún turista incauto que se hipnotizara con sus colores hasta el punto de dejarse levantar cientos de euros por trapos que apenas valían unas docenas.
               -¿Tú?-me animó, y se me encogió el estómago. Mierda. Tenía que salirme por la tangente, y hacerlo rápido.
               -Yo no tengo nota de corte-rodé hasta quedar tumbado boca arriba y acariciarle mejor la mano que tenía apoyada a mi lado-. A gigoló se entra por otros méritos, y está claro que yo los tengo-le di una palmada en el culo y ella se echó a reír.
               -Qué bobo eres, Al-se inclinó para darme un beso en los labios, y a milímetros de mi boca, cuando yo ya había cerrado los ojos para recibir su beso, continuó-: aunque no te creas que me has distraído. Por mucho que me ponga pensar en ti con un uniforme que no requiera nada de ropa, todavía sé que me estás ocultando algo.
               Puse los ojos en blanco y me incorporé hasta quedar sentado a su lado. Me di unos golpecitos en la palma de la mano con el puño, buscando las palabras. No sabía por qué, ya que nunca me había pasado antes con ella, pero me daba vergüenza admitir un sueño. Era como si… como si fuera demasiado surrealista como para que pudiera ser real.
               -Antes del accidente…-empecé, y Sabrae se sentó a la japonesa frente a mí. Incluso colocó las manos sobre las piernas dobladas, prestándome toda su atención-. La noche antes del accidente, de hecho, se me ocurrió…
               -¿Sí?
               -Creo que hay una carrera que me habría gustado estudiar, si las circunstancias fueran más adecuadas.
               -¿Cuál?-se le había deshecho el moño de tal forma que su pelo caía en cascada por su espalda, y sólo unos pocos mechones permanecían aún enredados en su goma, dándole un cierto aspecto de elfo, como una ninfa joven que usa sus piernas por primera vez. Sentí que se me subían los colores al verla escudriñarme así, como si fuera la criatura más interesante que se había cruzado nunca en su vida.
               Dios, qué suerte tenía de tenerla. Hacía que todo en mí fuera especial, incluso mis sueños más absurdos.
               -Pues verás… pensarás que es una locura, porque los que la cursan se preparan ya años antes para poder entrar en la facultad, y yo no he escogido las asignaturas que me servirían…
               Sabrae parpadeó. Notaba que quería pedirme que fuera al grano, exigírmelo más bien, pero sabía que estaba nervioso y que no tenía que presionarme. Así que simplemente asintió con la cabeza.
               -Y sé que es una de las más jodidas que hay, y que tendría que sacar pues… como un ochenta sobre diez para poder garantizarme una plaza, pero… creo que me habría gustado estudiar arquitectura.
               Parpadeó de nuevo, impresionada por lo que le decía. Se mordió el labio, se apartó de nuevo un mechón de pelo de la cara, y apartó la vista, clavando los ojos en mis guantes de boxeo, en los trofeos que tenía desperdigados por la habitación.
               -Sé que es una locura-me apresuré a decir-. La verdad es que yo tampoco sé muy bien por qué se me ocurrió, pero cuando estábamos en la fiesta de The Weeknd, me di cuenta de que te mereces un estilo de vida acorde con tu estatus. Que yo debo estar a tu altura, tener un trabajo glamuroso, algo que nos permita vivir como queramos, viajar por el mundo sin reparar en gastos, concedernos el uno al otro los caprichos que se nos antojen… porque, mira, entiendo perfectamente que eres una mujer fuerte, independiente y emancipada, y de verdad que no tengo problema en que seas tú la que más dinero traiga a casa. Sé de sobra que las parejas pueden funcionar genial incluso cuando es la mujer y no el hombre el que lleva los pantalones. Lo veo con tus padres. O con los míos, realmente, porque aunque mi madre sea ama de casa, creo que es realmente la que manda aquí también. No es ninguna chorrada de ésas que me suelen dar a mí respecto a mi frágil ego masculino ni un intento de suplir ninguna… no sé, me da la sensación de que no me planteé esa carrera precisamente porque sería la única que me haría sentir más hombre incluso aunque estuviera en casa mientras tú te dedicas a ser una empresaria poderosa subida a unos tacones que cuesten más que mi sueldo anual de Amazon, y tomando decisiones que harían temblar tanto a los distritos financieros de ambos lados del Atlántico. Creo que… bueno, se me podría haber dado bien. No dibujo del todo mal. No tan bien como tú, eso desde luego, pero esas cosas pueden aprenderse. De hecho, eso es lo que enseñan en la universidad. Dudo que todos los arquitectos del mundo tengan garabatos de planos entre los dibujos que hacían cuando estaban en el parvulario. Y no se me dan particularmente mal las mates. Quizá tu hermano sería el más indicado para hacer los cálculos, pero yo no me quedo muy atrás. E, incluso si me costara, tendría la ayuda de Dylan. Sabes que es un tío guay. Es genial, realmente. Lo quiero un montón, y él a mí. Es buen profesor. Me enseñó a afeitarme, y fue súper paciente conmigo, y eso que no es que se afeite demasiado, pero… imagínate lo bien que enseñaría a dibujar planos y calcular índices de habitabilidad y todas esas mierdas que lo tienen plantado delante de la calculadora durante tardes enteras. Creo que tendría posibilidades. Bueno, si mis notas hubieran sido un poco mejores, claro. ¿Tú qué opinas?-le pedí, ahogado en mis jadeos. A diferencia del resto ocasiones en que me había puesto a balbucear hecho un manojo de nervios, esta vez Sabrae no me interrumpió, sino que me dejó hablar y hablar hasta que llegué al final de mi disertación y me di de bruces con el callejón sin salida de mis argumentos.
               Sonrió.
               Le parecía una pollada. Lógicamente. Para acceder a Arquitectura se necesitaba una nota de la hostia, media de sobresaliente mínimo en los últimos años de instituto, y yo había aprobado por los pelos. Además, no había cursado las asignaturas básicas y troncales de la carrera; no tenía ni puta idea de Física más allá de lo que nos habían explicado en Física y Química el último año en que nos hicieron probarlo todo antes de empezar a tomar un camino concreto. Jordan era el único que se había orientado más a las ciencias, e incluso él había sacrificado algunas de las asignaturas más típicamente de ciencias con tal de seguir con nosotros y no romper el grupo.
               ¿Y ahora yo pretendía, con mi media de risa y mis evaluaciones extraordinarias, meterme en una de las carreras más jodidas y competitivas de todo el mercado laboral?
               Pobre de mí, debía de haberme afectado a la cabeza el accidente. Puede que su madre tuviera que pedir más millones por mi lesión, y no sólo tres.
               -Me parece-dijo, preparándome el terreno, avanzando hacia mí para sentarse sobre mi regazo y apartándome el pelo de la cara con aire juguetón-, sol, que no eres consciente de lo bonito que es lo que estás haciendo.
               Fruncí el ceño. ¿Eh?
               -¿Bonito?
               -Por fin estás empezando a quererte. Aunque todavía lo hagas con timidez-me besó la frente y luego me acarició las orejas-, estás empezando a valorar tus capacidades. Tus capacidades de verdad, y no eso que piensas que tienes. Estás recuperando esa ambición que tenías antes. Y, encima, estás poniendo a Dylan como tu modelo a seguir.
               Me relamí los labios.
               -Dylan es un buen tío, pero no sé qué tiene que ver…
               -Alec, todos los hijos pasan por esa fase de querer ser lo que son sus padres. Todos. Algunos antes que otros, pero tú has llegado justo en el momento en que más falta te hace y más útil puede resultarte. Me parece una gran idea-me dio un beso en los labios y enredó sus dedos en mi pelo.
               -¿Me estás tomando el pelo?
               -Para nada. De verdad. Creo que puedes conseguirlo si te lo propones. Puedes conseguir todo lo que quieras. Te propusiste curarte, y te estás curando. Te propusiste aprobar, y has aprobado. Te propusiste referirte a Dylan como “papá”, y te estás lo estás refiriendo.
               -No exactamente. Es decir, vale, ayer por la noche lo llamé “papá”, pero por lo demás…
               -Uno no llama “papá” sólo con esas palabras, Al. Uno también llama “papá” diciendo “cuando sea mayor, quiero ser como tú”.
               Me dio piquito que se convirtió en dos, y luego, en tres. Se mordió el labio e inhaló despacio mi aliento. ¿Era eso lo que estaba haciendo de verdad? ¿Convertirme… en un Whitelaw?
               ¿Honrar a mi apellido eligiendo una carrera? A mí me daba la sensación de que lo hacía por ella. O, por lo menos, si lo estaba haciendo por mí, lo hacía gracias a ella.
               Aunque tenía que admitir que no podía quitarle la razón. Después de todo, si me había planteado esa carrera precisamente, era por todo lo que representaba: prestigio, sí, algo que necesitaría para merecerme a la increíble mujer que Sabrae estaba destinada a ser.
               Pero también comodidad. Un techo elegido por mí sobre mi cabeza, una habitación a mi medida en la que descansar, una cocina a mi gusto donde comer. Yo y mi familia.
               Seguridad. Para crear un refugio para quienes yo más quería.
               Y amor. El amor de planificar hasta el más mínimo detalle, y de que todo mereciera la pena en el momento en que tuviera mi propia familia.
               Y todo eso me lo había enseñado Dylan.
               La pregunta era… ¿estaba yo a la altura de mi padrastro? Él era mejor de lo que yo sería jamás, en todos los sentidos de la palabra. No tenía en su sangre el lastre que yo tenía, tenía más paciencia que nadie a quien yo conociera, y un carácter tan suave que en el budismo deberían estudiarlo. Yo era todo lo contrario a él.
               Y, con todo, era mi padre. Y yo era su hijo.
               -¿Se lo has comentado alguna vez?-preguntó, y yo negué con la cabeza. Sabrae sonrió, se desabotonó la camisa, y me la tendió-. Entonces, ve a hablar con él. Se merece saberlo. Y luego, quiero que vuelvas aquí-ronroneó, sentándose con la espalda pegada al cabecero de la cama, sus pechos brillando bajo la luz de la claraboya. Se mordió la uña del dedo índice y me guiñó el ojo-. Por mucho placer que me genere verte triunfar, rey, todavía no puedo dar por concluida mi misión. No he podido evitar fijarme en que no tienes la nota de Educación física-me guiñó un ojo-. Creo que vas a tener que recuperarla.
               El tirón gravitacional de todo el universo me arrastró de vuelta hacia ella. Por mucho que supiera que a Dylan le haría ilusión conocer mis planes, incluso si estos no eran más que bocetos en el aire que probablemente no llegaran a ningún sitio, aquello podía esperar.
               Esto, no.
               -Nena, ¿no te he dejado claro el nuevo orden de prioridades que tengo en mi vida?-pregunté, desabotonándome la camisa-. Los estudios son lo primero.
               Y, quitándomela y dejándola caer al suelo, me metí de nuevo en la cama con ella.
 
 
 
Seguramente te preguntes qué coño pasó entre la última vez que narré, en la que acabé hecho mierda y con unas pintas de fracasado de aquí al polo sur, y ahora, que estoy en la cima del mundo y por fin he llegado a mi naturaleza de triunfador, ¿verdad? Bueno, resulta que Sabrae se dio cuenta de que había algo que no cuadraba en la narrativa de mi existencia, si considerábamos que Louis no le hubiera tomado el pelo con el tema de mis notas, cosa que ni siquiera consideraba posible por lo nerviosa que estaba cuando lo llamó.
               -¿De verdad quieres hablar de eso ahora?-le pregunté con la boca junto a su sexo, saboreando su néctar de excitación. Entre jadeos, consiguió decir:
               -Bueno, me lo cuentas después.
               Así que ahí estaba yo. De vuelta frente a los tablones de anuncios encerrados en una jaula de cristal cuyas cerraduras estaban hechas a prueba de balas, o de lágrimas de estudiantes que habían hecho lo posible por superar los desafíos que habían supuesto los exámenes. Tenía un nudo en la garganta, la cabeza me daba vueltas, y me costaba respirar. Ni siquiera tenía que ir a consultar mi expediente académico para saber que no podía optar siquiera al aprobado por compensación, que te exigía una nota mínima en absolutamente todos los exámenes de la asignatura que queríamos compensar: un tres, nota que yo no había alcanzado en varios exámenes de Literatura.
               Estaba jodido. Estaba jodido y no había manera de solucionar aquello. Ni los mecanismos preparados para solucionar este tipo de problemas podían venir en mi ayuda, y todo porque había sido lo suficientemente gilipollas como para no valorar mi futuro antes de que Sabrae entrara en mi vida.
               Claro que también, ¿qué futuro podía interesarme si no la tenía conmigo? Si siempre me había centrado en el presente y le había encargado al Alec que sería a la mañana siguiente que se ocupara de los problemas de la mañana siguiente, había sido porque no tenía nada que me motivara más allá de los premios de fin de semana o de las vacaciones. Como quería llegar descansado a ellas, no me había molestado lo más mínimo en cosas que no me interesaban. Por mucho que Claire dijera que eso les pasaba a los genios y que era perfectamente normal que mi rendimiento fuera óptimo en cosas que me llamaban la atención, y pésimo en lo que no me atraía lo más mínimo, a mí simplemente me parecía un síntoma de desinterés general. Como si me diera igual realmente la vida.
               Era hedonista, así que en lo único en que me centraba era en el placer: fiestas, alcohol, y sexo. No por ese orden.
               Normal que Sabrae hubiera puesto mi vida patas arriba cuando apareció en ella. Ella lo concentraba todo, lo hacía mejor… y conseguía que disfrutara incluso de los lunes por la mañana.
               Joder, ¿no podía haber llegado unos meses antes? La conocía de siempre, debería habérmela merecido siempre, y ahora que me estaba esforzando de verdad por ser mejor, resultaba que el gilipollas que había sido a principios de curso no me permitía alcanzar el objetivo que los dos nos habíamos planteado.
               Mierda, mierda, mierda. Habíamos desperdiciado semanas preciosísimas, más valiosas que nada, en estudiar para unos exámenes que no iban a reportarme ningún beneficio. Podríamos haber disfrutado de nuestros primeros meses de noviazgo oficial como nos merecíamos, como ella se merecía: haciendo planes increíbles, teniendo citas románticas, follando en cualquier ocasión que se nos presentara y creando recuerdos que no podríamos olvidar ni aunque sufriéramos un terrible y trágico accidente que nos condenara a la amnesia.
               Pero no. Habíamos cambiado los paseos por el parque por las tardes de estudio en la biblioteca, las citas en el cine por las rondas de preguntas en su casa o en la mía, y los polvos en cualquier momento de intimidad por arrumacos frente a mis apuntes.
               Todo para nada.
               O bueno, sí para algo. Para perder el tiempo y no tener recuerdos que evocar cuando nos separáramos.
               Menuda puta mierda. No sabía cómo iba a hacer para mirarla a la cara.
               -Al, ¿estás bien?-preguntó Tommy, poniéndome una mano en el hombro. Asentí con la cabeza, sorbiendo por la nariz, tratando de contener las lágrimas. Basta, me dije. Tú solito te has buscado esto. Ahora tienes que apechugar con las consecuencias. Sé un hombre por una vez en tu vida.
               Tomé aire y lo aguanté en mis pulmones uno, dos, tres segundos. Conté mentalmente hasta diez, intentando controlar los latidos de mi corazón. Se me empezó a nublar la visión, y unos círculos negros comenzaron a crecer desde los bordes del mismo, focalizando cada vez más y más aquel estúpido cuatro. Por muy cerca que estuviera del aprobado, seguía siendo un jodido cuatro.
               Sentí que las rodillas me cedían. La voz de Claire explotó con urgencia en mi cabeza, diciéndome exactamente lo que tenía que hacer para no rendirme ante el ataque de ansiedad: centrarme en las sensaciones físicas que sí eran mías, y no producto de mi imaginación. No hacía frío, sólo lo sentía yo. No había ningún terremoto, sólo eran imaginaciones mías.
               -No pasa nada-dije con un hilo de voz, empezando a hiperventilar. Diana se puso rígida en el sitio, Scott y Tommy me miraron, y se abalanzaron sobre mí en el preciso instante en que mis piernas simplemente se negaron a seguir sosteniéndome. Escuché a lo lejos cómo sus voces intercambiaba rápidas instrucciones el uno con el otro, decidiendo adónde llevarme. Sentí que me arrastraban lejos del tablón de anuncios, bajaban las escaleras y me llevaban al pasillo más cercano a la planta intermedia, la que conectaba todo el instituto como el armazón del esqueleto.
               Diana empujó una puerta y Scott y Tommy me metieron en el interior de una sala azulejada, con espejos en una pared justo encima de unos grifos. Scott abrió una puerta más pequeña y me metieron en el interior de una caja que se hacía cada vez más y más pequeña con cada segundo que pasaba. Los insultos, obscenidades, graffitis y dibujos de pollas se acercaban cada vez más y más a mí.
               Impidiéndome pensar con claridad. Impidiéndome respirar.
               Me desmoroné sobre la taza del váter, cuya tapa Scott había bajado con el pie, y me llevé las manos a la cabeza. Me palpitaba a gran velocidad, y cuanto más me palpitaba más me ardía, y cuanto más ardía más me dolía. Empecé a notar que me faltaba el aire, estaba llegando al límite.
               -Alec-me llamó Tommy, poniéndose de rodillas frente a mí-. Alec, tienes que tranquilizarte.
               -Todo ha sido para nada-jadeé, y empecé a llorar a lo bestia. Scott le tendió un billete a Diana.
               -Vete a la cafetería y que te den una tila o algo por el estilo.
               Diana salió disparada en un estallido dorado que hizo que me encogiera de miedo. Bien podría haber sido un relámpago que viniera a darme mi merecido: la aniquilación.
               Ante mí desfilaban las imágenes de todo lo que había hecho Sabrae por mí esas semanas: se había quedado estudiando hasta tarde conmigo, me había echado una mano con los esquemas, había sido férrea y disciplinada y había apartado mis manos de su cuerpo cuando yo le pedía que nos saltáramos los horarios, me había consolado cuando me habían dado bajones y me había animado cuando yo decía que no podía más. Sí que podía, me decía. Podía llegar al cielo.
               Bueno, podría llegar al cielo, pero aparentemente los aprobados estaban en la estratosfera, algo completamente fuera de mi alcance.
               Y ahora tendría que recordarme a mí mismo todo lo que Sabrae había hecho por mí, todo a lo que había renunciado (fiestas de pijama con sus amigas, salidas por el parque, tardes tomando el sol y bañándose en la playa) para que yo consiguiera un puto cinco. Un cinco. Había nacido en uno, no podía ser tan difícil.
               Pero no lo había logrado.
               Diana apareció de nuevo tras una eternidad en la que Tommy y Scott hicieron de todo por conseguir relajarme. Me tendió un vasito de cristal con manos temblorosas, cuyo contenido empezó a derramarse por los bordes debido a los mini tsunamis que surgieron en su interior cuando mis dedos se cerraron en torno al vaso.
               Scott estiró las manos para ayudarme a sujetarlo, pero lo único que consiguió fue forzarme a beber a un ritmo para el que yo no estaba preparado, y atragantarme. Me eché hacia delante para escupir el agua, tosiendo y jadeando mientras me ahogaba. Tommy dio un brinco hacia atrás para que no lo salpicara, y en ese momento Scott tomó el relevo y me dio un apretón en los hombros. Cuando terminé de toser, me empujó hacia atrás y me obligó a poner la cabeza hacia arriba.
               -Respira-me ordenó, pero aquello era más fácil de hacer que de decir. Así sólo conseguía que me costara más tomar aire, de modo que lo tuve que apartar de un manotazo en el que le arañé la cara interna de la muñeca. Siseó de dolor, pero no dijo nada.
               -Entiendo que ahora creas que se te viene el mundo encima-me consoló Tommy, de nuevo arrodillado frente a mí-, pero no tiene por qué ser así. Podemos encontrar una solución. Lo solucionaremos juntos, Al. Tiene que haber algún modo de conseguir que te aprueben. El aprobado por compensación…
               -Esto no es por el aprobado-jadeé, y Scott y Tommy se miraron. No, por mucho que no se lo creyeran, no era por el aprobado. Era por lo que el aprobado representaba. Había llegado a mi límite. Era de aquellas personas que tocaban techo en el instituto, y luego caían en picado en la universidad y en la vida. Mi época de gloria había llegado a su fin, y Sabrae se merecía algo mejor que yo. Se merecía a alguien por quien no tuviera que renunciar a la cima, sino que pudiera seguirle el ritmo mientras escalaba.
               Yo no era suficiente para ella. Y ella había perdido el tiempo conmigo. El tiempo y la esperanza. Se había enamorado de mí y ya no quería mirar a otros, cuando yo era el único subnormal que podría tenerla y estar dispuesto a marcharme un año entero de su lado, a un lugar al que no podría seguirme ni acceder para comunicarse conmigo. ¿A quién cojones se le ocurriría algo así?
               A alguien que no tuviera las neuronas suficientes para aprobar Literatura universal.
               -Alec-Diana empujó a Tommy y se colocó frente a mí-. Tienes que mirarme. Mírame. Mírame, coño, con lo guapa que soy-protestó, riéndose, y yo clavé los ojos en ella. Me cogió las manos y me acarició las muñecas, siguiendo las líneas de mis venas-. Escúchame. Sé que ahora crees que se te está viniendo el mundo encima y que no estás preparado para esto, pero sí que lo estás. Esto que te ha pasado no es más que un bache en el camino, puesto ahí porque puedes superarlo y seguir adelante. Tómate unos minutos para desahogarte, pero luego tienes que levantarte e ir a hablar con la profesora.
               -No pienso hablar con nadie. Quiero irme a casa-a hacer la maleta y mudarme a algún país en el que ni siquiera sepan lo que es el concepto de “inglés”, a poder ser, pensé.
               -Tienes que ir a hablar con ella. Asegurarte de que no hay nada que puedas hacer.
               -¡Es que no lo hay, Diana!-rugí, y por un momento dejé de ver de pura rabia-. ¡No lo hay! ¡No puedo hacer absolutamente nada más allá de quedarme aquí siendo un puto fracasado que no puede conseguir absolutamente nada de lo que…!
               -No eres un fracasado-protestó Scott.
               -Sabrae no me merece. No se merece esto. Ha hecho tanto por mí…
               -¿Qué hay de ti? Eres tú el que más ha trabajado-dijo Diana.
               -Siempre hay una solución, Al. Siempre-me dijo Tommy.
               -Incluso si tienes que recurrir a métodos poco ortodoxos para conseguirla-dijo Scott. Tommy se lo quedó mirando. Diana bajó la mirada un segundo, como comprobado por el rabillo del ojo que quien había hablado fuera alguien tangible y no un fantasma. Tommy se relamió los labios, pero asintió con la cabeza.
               -Sí, tío. Si es tan importante para ti, el fin justifica los medios.
               -¿Qué?-me daba vueltas la cabeza. No estaba para jueguecitos.
               -¿Sabes? Lo has hecho genial. Hemos visto cómo has superado el resto de asignaturas. Has pegado un subidón que no lo podría haber pegado nadie más que tú. Es la remontada del milenio. Así que puede que esto no se deba a… que no te lo merezcas-Scott tanteó el terreno-, sino a que quieren darte una lección. O quieren algo de ti.
               Se me detuvo el corazón. ¿Algo de mí?
               -Tienes que ir a hablar con tu profesora.
               -¿Algo de mí?
               -Bueno…
               -Scott-advirtió Diana.
               -A veces tenemos que hacer cosas que no queremos.
               -Scott, para-escupió Diana. Tommy se mordía el labio.
               -… con gente que no queremos.
               Noté que toda la sangre me huía del rostro.
               -¿Estás sugiriendo que me folle a la de Literatura para que me apruebe?-pregunté, alucinado. Scott cambió el peso del cuerpo de un pie a otro.
               -No sería para que “te apruebe”, sino para que te dé lo que te mereces. Venga, Al. Con todo lo que has estudiado y lo muchísimo que te molan los libros, es imposible que no te haya suspendido ella para joderte-explicó Tommy. Los miré de hito en hito.
               -No podéis ir en serio. No podéis ir en puto serio. Sabrae es tu hermana, Scott, joder.
               -Ella lo entendería.
               -Cierra la boca, Scott-gruñó Diana-. No tienes ni puta idea de lo que estás hablando.
               -¿Y tú sí? Es una situación desesperada-discutió Scott.
               -¡Sí, yo sí!-ladró Diana, poniéndose en pie y encarándosele-. Soy drogadicta, Scott.
               -Sabrae no se merece eso-gemí, apoyando la cabeza en la pared. Genial. No sólo tenía que combatir con mis demonios, sino que ahora tenía que convencer a Scott y Tommy de que ponerle los cuernos a Sabrae con la zorra de Literatura por una puta décima de mierda estaba mal.
               -Ni tú tampoco-respondió Diana, girándose y mirándome un segundo-. Joder, no me puedo creer que seas tan jodidamente gilipollas como para sugerirle a Alec que deje que abusen sexualmente de él por un puto cinco.
               -¿Te crees que a mí me mola planteármelo siquiera? Lo haría yo mismo si no supiera que no es a mí a quien le interesa joder a la profesora. Es a Alec.
               -Tampoco es que tú necesites mucha excusa para ponerle los cuernos a Eleanor-pinchó Diana, y Scott dio un par de pasos hacia ella.
               -Eh, eh, ¡eh! Vale ya. Ahora no es el momento-zanjó Tommy-. Todos estamos muy nerviosos y diciendo cosas que no pensamos realmente.
               -Eso espero-gruñó Diana-, porque de lo contrario seríais unos amigos de mierda si estuvierais planteándoos estos consejos en serio. Sabéis lo que me ha hecho a mí. Sabéis lo mierda que me sentía después de ir al despacho de…-Diana se estremeció-, todo por unos putos gramos de cocaína. Algo que yo necesitaba. Alec no necesita aprobar. Es mejor que esto.
               -Bueno, ¿y qué sugieres, princesa?-ironizó Scott.
               -Que vaya y hable con la profesora.
               -Mira como está, Diana. Apenas puede tenerse en pie.
               -Nosotros iremos con él.
               -Yo lo que quiero es irme a casa-jadeé.
               -No tiene por qué ser ahora, cielo.
               -En realidad no es que tengamos mucho tiempo. Hoy cierran las actas definitivamente-comentó Scott, y Diana se volvió para fulminarlo con la mirada.
               -¿Es que acaso te has propuesto ser el gilipollas oficial de este asunto, o cómo va la cosa?
               -Thomas, dile a tu bicho que como siga insultándome, no me hago responsable de la hostia que le voy a soltar.
               -A nosotros tampoco nos apetece tirar cohetes con toda esta situación, Diana, pero es lo que hay. Alec tiene que averiguar qué es lo que quiere la profesora y decidir si está dispuesto a…
               -Tommy, en serio, no abras la boca. Estás muchísimo más guapo callado, de verdad.
               -Conocemos a Alec desde críos-protestó Scott-. No te hagas la digna y hagas como que somos los malos de la película. Te repito que, si fuera por nosotros, nos cambiaríamos con él, pero no podemos.
               -¿En serio le estás discutiendo a una víctima de una violación por qué es recomendable que un amigo tuyo pase por lo mismo?
               -Dejad de pelearos, por favor-gemí-. Ya basta, joder, ya basta…-me llevé las manos a la cara mientras las lágrimas me caían por las mejillas. Tommy se metió en el cubículo y empujó a Diana fuera.
               -Ahora no es momento de mirar quién la tiene más grande-dijo Tommy-. Las movidas de la banda se quedan en la banda.
               -Creo que tenemos pruebas de sobra de que a un Styles le cuesta distinguir esas cosas.
               -¿Eso qué cojones quiere decir?
               -Mirad, si queréis mataros, de putísima madre-espetó Tommy-. Layla, Chad y yo nos las apañaremos. Pero éste no es el momento ni el lugar de solucionar nuestras mierdas, ¿de acuerdo?
               -Ah, no, ni hablar. No vas a tapar a tu amiguito del alma bajo tu ala. Me va a decir ahora mismo a qué se refería si no quiere que le arañe esa carita de niño malo que tiene.
               -A ti lo que te pasa es que estás rabiada porque ya tengo ofertas para proyectos en solitario-soltó Scott. Tommy puso los ojos en blanco.
               -Lo dices como si yo no tuviera veinte veces más dinero que tú en el banco.
               -¿Qué harás cuando se te caigan las tetas, Lady Di?
               -Meterme a sicaria. Seguro que tengo muchas ofertas por tu cabeza, Yasser.
               Tommy se metió conmigo dentro y cerró de un portazo. Se metió las manos en los bolsillos y me tendió un cigarro, que no atiné a encender. Me lo quitó de los labios, se lo puso en los suyos, lo prendió, dio una calada y luego me lo pasó. Dio unos puñetazos en la puerta para atraer la atención de Scott y Diana.
               -Si os pegáis, procurad que no sea en la cara. Tenemos una sesión de fotos pasado mañana.
               -No voy a ponerle los cuernos a Sabrae-por ahí que no iba a pasar. No traicionaría así su confianza. Tommy asintió con la cabeza.
               -Es tu decisión, Al.
               -Ni por todo el oro del mundo. Sabrae no vale una décima de punto.
               -Lo sé.
               -Y mucho menos con esa babosa comemierdas.
               -Eso te honra.
               -¿Tú lo harías?
               -Para mí no es tan importante aprobar como lo es para ti, Al.
               -Eso no es una respuesta. Y yo me he esforzado mucho. Pero me jode más por Sabrae que por mí.
               Tommy se me quedó mirando y después negó lentamente con la cabeza.
               -No, la verdad es que no estaría encima de la mesa ni en un millón de años. Independientemente de lo que fuera.
               -Me duele que creas que lo tuyo con Diana o Layla es más fuerte que lo mío con Sabrae, cuando yo cambié más por ella de lo que lo has hecho tú. Tú ni siquiera has cambiado, yo…
               -Lo sé. Ha sido una estupidez. Y te pido perdón por ello.
               Poco a poco, mi respiración se fue normalizando, quizá en parte gracias al tabaco. Scott y Diana aún discutían al otro lado de la puerta, pero Tommy había decidido que no se iba a molestar en intentar mediar entre ellos dos.
               Todavía me temblaban las manos y jadeaba ligeramente cuando la puerta del baño se abrió y Scott y Diana se callaron de repente.
               -Scott, por Dios bendito, ¿es que no puedes dejar de tener movidas en el instituto ni cuando ya no estás en él?-protestó la voz de Zayn. Tommy descorrió el pestillo y abrió la puerta, a lo que Zayn reaccionó frunciendo el ceño y mirándolo-. ¿Qué haces ahí, Tommy?
               Tommy empujó un poco más la puerta, revelándome por fin a Zayn. Mi suegro apretó los labios y frunció un poco más el ceño.
               -Te estaba buscando, Alec. Sabrae me ha llamado bastante nerviosa, dice que no puede contactar contigo.
               Mierda. Seguramente hubiera intuido que algo iba mal. Me saqué el móvil del bolsillo y comprobé que, efectivamente, además de tres mensajes que me había mandado ella presa del pánico, tenía varias llamadas perdidas suyas. Ni siquiera me había dado cuenta de que me había vibrado el teléfono en el bolsillo, tan mal como estaba.
               Genial. No sólo había hecho que su sacrificio fuera en balde, sino que además la preocupaba hasta la histeria. Era un novio de diez.
               Una mano gélida me atenazó de nuevo la garganta.
               -Chicos, ¿nos dejáis solos?-pidió Zayn, y Tommy no vio manera de negarse, de modo que siguió a Diana y Scott fuera del baño. Zayn cerró la puerta y se quedó apoyado en la pared frente al cubículo, mirándome desde la distancia. Los pensamientos intrusivos regresaron, gracias a que las voces de mi cabeza empezaron a susurrarme en ese rincón de la psique del que no puedes escapar que Zayn me estaba juzgando. Estaba decepcionado conmigo. Seguramente le recomendara a Sabrae que me dejara antes de que me fuera de voluntariado. Si yo fuera su padre, no querría que estuviera atada a un fracasado como yo.
               Se separó de la pared y dio un par de pasos hacia mí. Se me detuvo el corazón, y luego comenzó a latir a toda velocidad.
               -He pasado delante del tablón de anuncios.
               Me eché a llorar de nuevo, y Zayn se mordió el labio.
               -Lo siento muchísimo-jadeé.
               -No es conmigo con quien tienes que disculparte.
               -Eres su padre. A ti también te debo una disculpa.
               Frunció el ceño de nuevo. Era como si yo fuera un extraño rompecabezas que no fuera capaz de resolver.
               -¿Qué?
               -Sabrae no se merece… ella… ha trabajado tanto, y todo ¿para qué?
               Parpadeó despacio.
               -Alec, Sabrae no tiene nada que ver en esto. Al único al que debes pedirle disculpas es a ti mismo. Te lo advertimos-me recordó-. Te dijimos que podrías arrepentirte más adelante de lo que estabas haciendo, pero en aquel momento te dio igual. Ojalá te hubiera preocupado un poco más para que ahora no tuvieras que preocuparte tanto.
               -Me da vergüenza pensar siquiera en mirarla a la cara-jadeé.
               -Ella te va a querer igual, Alec, tengas que repetir o no.
               -¡Pero yo no me lo voy a merecer, joder!-gemí, dando una patada a la papelera que había en una esquina, cuyo sentido no encontré. Me di cuenta entonces de que estábamos en el baño de las chicas. Suerte que no estaba lleno de compresas usadas o algo así.
               Zayn se acercó a mí y se acuclilló a mi lado. Me tomó de la mandíbula y me obligó a mirarlo.
               -Escucha, sé que ahora mismo piensas que se está acabando el mundo, pero tienes que saber que no es así. No pasa nada. Esto apenas tiene trascendencia. Es tu ansiedad la que te dice que se ha terminado tu vida, no tu cerebro. Así que descarga todo lo que necesites, relájate y pasa página. Necesitas pasar página para poder dejar de odiarte, Al.
               Me di una palmadita en la rodilla, se levantó y se dirigió hacia la puerta.
               -Zayn-gemí de nuevo, llamándolo aún no sabía para qué. Él se detuvo y se volvió ligeramente, levantando la cabeza-. ¿Te dolió?
               Parpadeó sin entenderme, pero si había alguien en el mundo que me comprendiera, era precisamente él. Él sabía lo que era luchar y luchar y luchar para luego simplemente quedarse a las puertas. Si hubiera aguantado unos meses más, apenas medio año, su vida sería completamente diferente. El mundo no se le habría echado encima, nadie le odiaría, habría sido un héroe. Si hubiera pasado el límite de sus fuerzas, lo habría logrado.
               Puede que se hubiera destrozado más allá de cualquier curación, pero lo habría logrado.
               -Cuando te marchaste.
               Sus ojos se encendieron con un chispazo de comprensión.
               -¿Te dolió?
               -Fue peor de lo que me esperaba-admitió finalmente después de un momento de silencio en el que pensé que me gritaría. ¿Cómo me atrevía a compararme con él, Zayn, el mejor artista de su generación, una de las voces más potentes de la historia de Inglaterra, al que habían bautizado como el heredero vocal de leyendas como Freddie Mercury? ¿Cómo me atrevía siquiera a pensar que mi puto suspenso era comparable a abandonar la banda más exitosa de su década en medio de uno de los tours más exitosos?
               ¿Cómo me atrevía a creer que mi sufrimiento era igual que si todo el mundo me diera la espalda, y las fans que antes se habían echado a llorar en mi presencia ahora quemaran mis fotos y se dedicaran a insultarme por redes?
               -¿Por qué?-me atreví a preguntar. Zayn se pasó una mano por el pelo, tomó aire y suspiró.
               -Ya sabía que iba a decepcionar a algunas, y que no lo iba a saber hacer bien, pero fue mucho peor de lo que me esperaba. No pensé que tantas fueran a darme la espalda, ni que estuvieran tan cabreadas conmigo durante tanto  tiempo. Pero lo peor fue… lo de Louis-susurró, la vista perdida en un rincón del baño. Entrecerró ligeramente los ojos y tragó saliva-. No me lo esperaba. En fin-comentó en tono un poco más animado, volviendo ya en sí-. Supongo que se me juntó todo. No lo supe manejar correctamente y se me vino todo encima. Fue el peor momento de mi vida, el más destructivo y el más… la ansiedad empeoró ahí. De hecho, nunca había tenido ansiedad antes de sacar ningún disco hasta que no empecé a hacer mi música en solitario. Creía que no iba a poder más. Que no iba a ser capaz de sacar más música porque no tiene sentido que la hagas si luego no vas a hacer directos, ¿comprendes? Y estaba a punto de tirar la toalla. Mind of mine fue un puto milagro. A día de hoy, no sé cómo coño hice para sacar el disco. E incluso después de haberlo sacado y ver que algunas me perdonaban y volvían a mi lado, el dolor seguía ahí. Había perdido para siempre más cosas de las que yo me esperaba. Casi me rindo. Estaba a punto, de hecho.
               -¿Y qué pasó?
               Se miró la alianza, jugueteó con ella entre los dedos y sonrió.
               -Que encontré a Sher. Y ella me dio a Scott. Y eso te cambia la vida. Ser padre, ¿sabes? Ves lo relativo e irrelevante que es todo lo que pasa cuando a tu hijo no le afecta-se encogió de hombros-.  Las mierdas que te parecían inmensas ya no son nada si él está bien. Scott me dejó volver a cantar y disfrutar haciéndolo. Sherezade me dio la razón de volver a cantar, y de disfrutar de la vida. Por eso necesito que entiendas que dentro de unos años, cuando pienses en este momento, lo más que sentirás será vergüenza por haber dejado que te supere así. No digo que no tengas derecho a reaccionar como lo has hecho; todo lo contrario, pero… cuando tengas la vida y la familia que estés destinado a tener, verás que el expediente académico no importa tanto como pensáis en la adolescencia y en la etapa universitaria.
               -Eres profesor-le recordé, notando que a pesar de todo una sonrisa asomaba en mis labios. Zayn jadeó una risa.
               -Espero que no le cuentes esto a mi director-bromeó. Me miré las manos.
               -¿Por eso le quieres más?-pregunté. No necesitó que dijera el nombre para que supiera a quién me refería. Zayn miró la puerta, asegurándose de que estuviera cerrada y nadie al otro lado nos escuchara. Todavía se oían las voces de Scott y Diana, intercaladas con la de Tommy, que ahora sí parecía estar mediando entre ellos.
               -Escucha, sé que tienes mucho miedo de que la banda se acabe y que por eso te pones así, a la defensiva, Didi, pero decía en serlo lo de que esto no era lo último de Chasing the Stars. Me da igual lo que me ofrezcan-prometió Scott-. No pienso dejaros tirados.
               -No le quiero más-dijo Zayn tras un momento-. De hecho, soy más duro con él.
               -Porque es tu favorito-respondí, y Zayn se volvió para mirarme-. Sabrae piensa que es ella, pero yo lo veo. Eres más duro con Scott igual que mamá es más dura conmigo.
               -Quizá porque Scott y tú sois los más cafres de cada casa.
               -O quizá es porque somos los favoritos. No es que sea muy evidente, sobre todo porque a Sabrae no le puedes decir que no y a Scott sí, pero…
               -Soy mejor actor de lo que piensan mis fans-bromeó, pero luego se puso serio-. No. Al margen de favoritismos o no, que negaré hasta la tumba, si soy duro con Scott es porque es el único que podía seguir el camino que marqué yo. No puedo dejar que cometa los mismos errores que cometí yo. Él tiene que pasar por algo mejor. Si las cosas no fueron a peor, fue gracias a Eri. Ella ocupó mi lugar en la banda y mi ausencia ya no se notaba tanto, por lo menos en el funcionamiento interno. También hizo que Louis y yo nos volviéramos a acercar. Y nos dio a Tommy. Y a Eleanor, claro-sonrió-. Pero, sobre todo, a Tommy. Scott y Tommy no van a pasar por lo que yo pasé con Louis, así que al menos tengo ese consuelo.
               -¿Cómo lo sabes?
               -Porque son hermanos de verdad, no como Louis y yo. Y porque sus gustos son más parecidos. Louis estaba cómodo en la banda. A mí no me gustaba la música que hacíamos, y supe que me iba a marchar tarde o temprano ya con el primer disco. Lo peor de todo era la falta absoluta de libertad, ¿sabes? Y tú la tienes ahora, por eso sé que vas a salir de esta.
               -Si te sirve de consuelo, tu música me parece mucho mejor que la de One Direction-confesé, y Zayn se echó a reír.
               -A mí también. Por eso la hago.
               -Es que es cojonuda.
               -Gracias, chaval-me guiñó un ojo. Después, me puso una mano en el hombro-. ¿Sabes? Quizá deberías usar esa labia que tan bien te ha va con el resto del mundo con tu profesora.
               Puse los ojos en blanco y contuve una arcada. Sabía que no lo decía en el sentido en que lo habían hecho Scott y Tommy, pero eso no quitaba de que la sola idea de hablar con la de Literatura me pusiera los pelos de punta. No quería verla. No me apetecía saber nada de ella. Ahora que estaba un poco más tranquilo, lo que Scott y Tommy habían dicho sobre que me había quitado el aprobado que yo me había ganado a pulso simplemente por castigarme tenía más sentido que nunca. Después de todo, en su asignatura había sido en la que había tenido el mayor cambio, pasando de no querer saber nada de los libros a obsesionarme con ellos de un modo que jamás creía posible.
                -¿No puedes hacer nada tú como Jefe de Departamento, querido suegro?
               -Por mucho peloteo que me hagas, creo que los dos sabemos la respuesta.
               -Qué pena-bufé-, porque realmente necesitaría que me echaran una manita. Y no al cuello, precisamente, aunque sé que a la zorra de Literatura le encantaría estrangularme. No sería la primera, sin embargo-gruñí, incorporándome y notando que las piernas me cedían. Zayn se adelantó para sujetarme, pero levanté las manos-. Estoy bien.
               -Entiendo que eso es lo que menos te apetece ahora, pero te arrepentirás mucho tiempo si no intentas agotar todas las vías.
               -¿De qué servirá? No me apetece verle la cara a esa perra. Y mucho menos darle la satisfacción de disfrutar viendo cómo me arrastro.
               -Lorraine es más razonable de lo que pensáis. E, incluso si no te sirve para que te levante la media, por lo menos sabrás en qué has fallado para así mejorar la próxima vez.
               ¿La próxima vez? En lo último que me apetecía pensar ahora mismo era en volver a estudiar. Quería irme a Etiopía y no regresar. Me escondería en la selva hasta morir de hambre, o me pondría en la ruta de paso de una manada de elefantes descarriados.
               Hazlo por mí, susurró la voz de Sabrae en mi interior, y yo me estremecí. Me puse rígido al momento y miré en derredor, incapaz de creerme que hubiera acudido a mí incluso sin estar presente. Supongo que mi cerebro recurría a todos los métodos de supervivencia que existieran, y su voz animándome a seguir era la mejor arma que podían usar contra mis ganas de rendirme.
               Mi subconsciente había hecho bien. No me atrevería a mirar a Sabrae a la cara sabiendo que no había agotado hasta mi último recurso para merecérmela.
               Miré a Zayn y asentí con la cabeza. Su sonrisa se amplió, mostrándome los dientes; me dio una palmada en el hombro a modo de ánimo, y me dejó espacio para levantarme. Salimos del baño juntos, él delante y yo detrás, y echó a andar en dirección a su Departamento mientras yo me detenía un segundo a hablar con los chicos y Diana.
               -Me ha convencido para que vaya a ver a la de Literatura.
               Los tres asintieron.
               -Al…-Scott dio un paso hacia mí-. Siento mucho lo que te sugerí antes. Es de mal gusto e impropio de ti, y quería pedirte perdón.
               -No pasa nada, tío. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas-le di una palmada en la espalda y le guiñé un ojo-. Pero, para desgracia de la profesora Kirby, no estoy tan desesperado.
                Llegué al pasillo del Departamento de Literatura en el momento en que Zayn abría la puerta y se metía dentro. Apreté el paso para que no me la tuviera que sostener durante mucho tiempo, y cuando llegué al vano, me encontré con la perspectiva de que yo no era el único, ni de lejos, que venía a reclamar algo que no estaba del todo claro si le pertenecía o no. Zayn dio una palmada.
               -Disculpa la espera, Vanessa-pidió a una alumna de pelo castaño y ojos tímidos, cuyas mejillas se tiñeron de rosa nada más verme aparecer.
               -No se preocupe, profesor Malik.
               -Vamos a mi despacho y aclaramos todas tus dudas, ¿de acuerdo? Las damas primero-indicó, abriendo la puerta y dejando que la chica pasara a su interior. Un par de profesores que me sacarían apenas unos años, las nuevas incorporaciones a la plantilla y que por tanto aún no disponían de despacho propio, analizaban frente a sus alumnos diversos folios con anotaciones.
               -¿Está libre la profesora Kirby?-pregunté. Asintieron con la cabeza y me indicaron con un gesto de la mano la puerta del despacho de Lorraine. Atravesé la sala común del Departamento, consistente en una gran mesa de roble frente a la que se dispersaban sillas acolchadas azules, y con estanterías abarrotadas de libros cubriendo la totalidad de las paredes. Junto a la ventana que daba al patio, al fondo, había una puerta entreabierta. A través de la rendija se distinguía un Mac sobre un escritorio de ébano y una estantería del mismo color.
               Golpeé con los nudillos la puerta con el corazón en un puño.
               -¿Sí?
               -¿Profesora Kirby?-empujé la puerta y me la quedé mirando. Sus ojos verdes brillaron con diversión al verme, semiocultos tras sus gafas de gato-. ¿Tiene un momento? Me gustaría hablar con usted.
               -Faltaría más, señor Whitelaw-ronroneó como una gatita, muy acorde con sus gafas. Ni siquiera pudo contener una sonrisa de satisfacción mientras recogía un poco su escritorio, lleno hasta arriba de montoncitos de papeles. ¿Y esta gente era la que nos decía que la organización era la clave para ser un buen estudiante?
               -Alec-la corregí, y ella asintió con la cabeza.
               -Pasa-me instó, haciendo un gesto hacia las sillas frente a su escritorio-. Ah, ¿te importaría dejar entreabierta la puerta? Hace un calor sofocante y se me ha estropeado el ventilador.
               -Claro-musité entre dientes, lanzándoles una mirada cargada de advertencia a los estudiantes que había en el Departamento. Como se les ocurriera poner la oreja, los mataría.
               -La verdad es que con este día de playa que hace, poco apetece estar aquí, ¿no te parece?
               -Sí, la verdad es que hay muchos sitios en los que apetecería estar antes que aquí-asentí, sentándome. En la morgue, por ejemplo. Y más si es visitándote a ti, zorra.
               La profesora Kirby se giró en su silla para mirarme frente a frente. Tenía el pelo negro suelto, cayéndole sobre los hombros cubiertos por una blusa color crema. Los labios pintados de un ligero tono rojizo, a juego con la montura de sus gafas, y los ojos delineados de forma que parecieran mucho más largos. La muy zorra se había vestido para matar. Incluso se podría decir que estaba buena.
               Quiero decir, si te gustan los psicópatas. No debía de tener más de 30 años, pero era con diferencia de las más cabronas del Departamento. Uno podía pensar que precisamente por su juventud sería la más buena, pero todo lo contrario. Incluso los más ancianos, a punto de jubilarse, eran más comprensivos que ella.
               ¿Tenía su morbo en el pasado? No lo niego. Pero yo ahora era un tío nuevo.
               -Bueno, Alec. Cuéntame. ¿Cómo te han ido las evaluaciones?
               -Sin queja-me revolví en el asiento y me encogí de hombros.
               -¿Seguro?-alzó una ceja y me dieron ganas de engancharla de los pelos. Si Sabrae estuviera allí, lo habría hecho. Mi chica, pensé con amor, imaginándomela partiéndole la cara a esa payasa.
               -No-respondí-. Las he aprobado todas.
               -Vaya, eso es impresionante. Tenías muchas que recuperar, según tengo entendido. Mi más sincera enhorabuena.
               -Gracias. Bueno, me he olvidado de una, por supuesto.
               -¿Ah, sí?
               Deja de jugar conmigo, zorra del averno.
               -Ajá. Verá, resulta que no me ha ido del todo bien en Literatura Universal.
               La profesora Kirby parpadeó e inclinó la cabeza hacia un lado como si le hubieran hablado en un idioma que aún no dominaba del todo, pero con palabras que le resultaban vagamente familiares.
               -¿De verdad? Es una auténtica lástima.
               -Ya lo creo. Y, en fin, bueno, venía a hablar con usted para ver si podíamos… mejorar un poco la remontada.
               Sonrió con cortesía, lo cual no subió a sus ojos.
               -Hago la media de todos mis estudiantes con la calculadora, Alec. Comprobé la tuya varias veces para asegurarme de que no te perjudicaba. Lo siento, mis manos están atadas.
               Ya. Seguro que la hiciste varias veces para calcular mejor cómo podías joderme más.
               -Aun así, si no le importa, me gustaría que los repasáramos juntos. Si le parece bien.
               -Por supuesto. Si así te quedas más tranquilo…-se levantó y salió del despacho en busca de mi expediente académico. Regresó con archivador negro en el que se leía AÑO 13 2034/2035 LIT. UN., que colocó en su mesa y abrió con agilidad, como quien está acostumbrado a esos trámites. Fue pasando las fundas de plástico transparente en las que guardaba todo lo relacionado con cada alumno hasta llegar a la mía-. Aquí estás. Alec Whitelaw. Ése eres tú.
               -Ése soy yo-asentí mientras abría las anillas. Y no te conviene tocarle los cojones. Es un cabrón peligroso si se lo propone.
               La profesora Kirby me miró por encima de sus gafas de pasta mientras cerraba de nuevo el archivador y lo dejaba en una esquina de la mesa. Sacó todos los papeles de mi funda y se mojó el dedo con la lengua mientras las iba pasando.
               -¿Te parece que echemos un vistazo de nuevo a los exámenes?
               -Tengo anotadas todas las calificaciones, así que no se preocupe por eso. Me gustaría saber…-carraspeé-, bueno, cuál es mi calificación en cada parte de la nota final.
               -¿Te refieres a la nota que se te ha puesto como trabajo de clase y demás?
               -Sí. Querría saber cómo me calificó usted, profesora Kirby-clavé los ojos en ella y me froté la palma de la mano derecha con el pulgar izquierdo, recordando la templanza que mostraba Sherezade cuando ensayaba sus juicios en casa.
               -¿No te da miedo nada?-le había preguntado yo-. ¿Ni que dejen sueltos a delincuentes o que condenen a un inocente por no hacerlo lo suficientemente bien?
               Sher se había girado y me había mirado.
               -Miedo, no; preocuparme, sí. Es mi trabajo. Pero para lo único que serviría que estuviera nerviosa sería para perder. Y yo nunca pierdo. El que pierde un juicio, Alec, no es porque tenga la verdad en su contra, sino porque no ha sido capaz de controlar sus nervios y ha hecho que parezca que todo lo que ha dicho, incluso siendo verdad, es mentira.
               Si no tenía la sartén por el mango, bien podía fingir que lo hacía.
               -Por supuesto-dijo la profesora Kirby, asintiendo con la cabeza y deteniéndose en unos formularios escritos a mano por ella misma. Los dejó sobre la mesa y puso las manos sobre ellos, con los dedos bien estirados-. Bien, como sabrás, la nota final es el resultado de sumar la media ponderada de los exámenes en un 70% con la nota de trabajos en clase. De esos tres puntos, la asistencia es un 0.5, y el resto varía en función de la calificación de los trabajos y su importancia en la nota.
               -Un 0.5 que me imagino que no tengo, ¿no es cierto?-pregunté, y la profesora Kirby parpadeó.
               -¿Por qué no habrías de tenerlo?
               -Falté dos meses a clase.
               -Las ausencias justificadas no cuentan a estos efectos.
               -¿Qué nota tengo?
               -0.4.
               Sonreí. Te tengo, zorra.
               -¿Y ese 0.1?
               -Tienes ausencias sin justificar.
               -¿Este trimestre? Me extraña.
               -Te saltabas clases, Alec.
               -No este trimestre.
               -Sabes que paso lista cada vez que iniciamos la clase.
               -¿Podría ver los cuadrantes de ausencias?
               -No los tengo a mano.
               Sonreí.
               -Ya-dije, reclinándome en el asiento, apoyando el codo en la silla y la cara en la mano, y alzando una ceja. La profesora Kirby parpadeó despacio.
               -Alec, no sé si me gusta lo que estás insinuando.
               -No he dicho nada.
               -Pero lo estás pensando.
               -¿Qué es esto? ¿La Alemania nazi? ¿Ahora resulta que se persigue el pensamiento?
               -Yo no soy responsable de que te saltaras clases.
               -No digo que lo sea, profesora Kirby; tan sólo me parece extraño que no tenga a mano el cuadrante de ausencias cuando le pido que me justifique qué días falté de un trimestre en el que no piré ninguna clase, y en el que se me ha quitado una décima que me daría para aprobar.
               -No es ningún tipo de caza de brujas contra tu persona, ni nada por el estilo. Es más, estaría encantada de enseñarte el cuadrante de ausencias, si me dieras un tiempo para buscarlo. Como podrás ver, tengo el despacho hecho un desastre. ¿Te parece si vuelves mañana y lo comentamos? Debería haberlo encontrado para entonces.
               Ja, ja. Ya te gustaría, cerda.
               -Las actas se cierran hoy.
               -Qué inconveniente.
               -Vaya que sí-le voy a decir a mi suegra la abogada que se te tire encima, hija de puta. Ya veremos si te hace tanta gracia catearme cuando estés presa y un mastodonte de doscientos kilos te convierta en su putita.
               -¿Prefieres que calculemos qué nota tendrías si tuvieras todos los puntos de asistencia?               -No hace falta. Me falta una décima que usted me ha quitado, casualmente la décima que necesito para aprobar. Coincidencias de la vida-abrí las manos y me encogí de hombros.
               -Se te olvida que la nota final es una media de las notas de este curso, Alec, y no sólo de la última evaluación.
               -¿Y eso qué significa?
               -Que una décima en una evaluación no se corresponde con una décima en la nota final. Como mucho, serían 33 centésimas.
               Noté que todo el color huía de mi rostro. Me llevé una mano al móvil, pensando en si llamar o no a Scott para que viniera y me lo confirmara.
               A título ilustrativo, la profesora Kirby calculó mi nota final tomando como nota de la última evaluación la que tendría si hubiera conseguido todos los puntos de asistencia. Y, efectivamente, la cifra antes de la coma seguía siendo un cuatro, y no un cinco. Me relamí los labios y la miré.
               -¿Podría explicarme las notas que no se corresponden a los exámenes?
               -Lo que necesites-respondió, y pasó a enumerar punto por punto por qué me había puesto las notas que me había puesto en los trabajos. Cada vez que yo preguntaba por algo a lo que no me había puesto la máxima calificación, se salía por la tangente diciendo que me faltaban chorradas que mis compañeros sí habían puesto.
               -Te enseñaría el expediente de la señorita Knowles, por ejemplo. Su currículum es impecable. Pero, claro, eso sería vulnerar sus derechos.
               Bey sí que te vulneraría los derechos si te colgara de los pelos del coño por la ventana, zorra.
               -Por supuesto.
               Me dio por todos lados. Arriba, abajo, izquierda, derecha… tampoco podía decir que no la viera venir, pero no tenía maneras de defenderme. El único que podría protegerme sería Zayn, y me había dejado claro que él habría sido más duro calificándome. Quizá en eso se basaba la maldad precisamente de la profesora Kirby; no era tan abiertamente cabrona y exigente como decían que era Zayn, pero sí lo suficiente como para joderme vivo.
               Y más astuta como para disimularlo y que todos creyéramos, yo incluido, que si había suspendido era solo culpa mía.
               -Lamento muchísimo no poder hacer nada, Alec-se lamentó falsamente después de repasar mis notas al completo tres veces y hacerme ver de tres maneras distintas cómo se las había apañado para atarlo todo y no aprobarme. Lo que decía que me faltaba en los trabajos eran chorradas, no me ponía todos los puntos de las preguntas cortas de los exámenes por “detallitos de redacción” sólo apreciables por ella y que yo ya no podía discutir por haber transcurrido el tiempo de revisión, y ni siquiera poniéndome todos los puntos de asistencia conseguiría aprobar.
               Estaba jodido. Jodidísimo.
               Pero por lo menos lo había intentado.
               Sergei me había enseñado que había una cosa peor que el sabor de la plata: el sabor de la nada. El no haberse siquiera subido a pelear. Incluso el bronce tenía su gloria: significaba que habías perdido cuando no podías permitírtelo, pero luego habías ganado tu revancha.
               Al menos podría mirar a la cara a Sabrae.
               -Ya. Más lo siento yo. Me he esforzado mucho estos últimos exámenes.
               -A veces un impresionante esfuerzo final no contrarresta las carencias anteriores-comentó, poniéndose una mano en el pecho, levantándose y rodeando la mesa para apoyarse en el escritorio-. Ojalá pudiera hacer algo para echarte una mano, pero me temo que no va a ser posible.
               Puso una mano en el borde de éste y cruzó los tobillos, presumiendo de piernas, y yo me la quedé mirando
               Si no supiera que me odiaba, creería que se me estaba insinuando.
               Sabrae también te odiaba y sin embargo ahora lleva una sudadera con tu dorsal.
               Mierda, mierda, mierda. ¿Y si lo había hecho a propósito?
               ¿Cómo me defendía yo ahora de aquella golfa?
               -Nadie lo siente más que yo, te lo puedo asegurar.
               -Se equivoca, profesora. Al que más me afecta es a mí. Pero no pasa nada-me encogí de hombros-. Supongo que tiene razón. A veces se gana y a veces se pierde-me levanté-. Gracias por su tiempo.
               -Si sigues con este ánimo para las recuperaciones, creo que te irá muy bien. Sobre todo si sólo tienes que preparar mi asignatura.
               Sonreí, con la mano ya en el pomo de la puerta.
               -No voy a presentarme a las recuperaciones.
               Parpadeó, sorprendida. Sus cejas eran un volcán en su ceño.
               -¿No? ¿Y eso?
               -Tengo cosas planeadas.
               Hizo un mohín entre una risa y una pedorreta.
               -Alec, quizá me esté metiendo donde no me llaman, pero dudo que te compense a largo plazo no intentar sacar tu último año de instituto en la que se supone que sería tu promoción por irte de marcha por ahí. Puedes tomarte años sabáticos cuando quieras, incluso después de la recuperación. Tienes tiempo de sobra para ir de viaje por Europa.
               -No me voy por Europa-me giré para mirarla-. Y no puedo posponer mis planes. Llevo haciéndolos demasiado tiempo, y confiaba en que todo saliera bien. Pero, si no ha sido así, me toca ser adulto y apechugar con las consecuencias de mis decisiones.
               -¿Qué tienes pensado hacer?
               Suspiré. Pensé en despedirme de ella y marcharme de su despacho, pues lo último que necesitaba era que se riera de mí por mis ganas de ayudar a los demás, compensando una vida egoísta en la que no había mirado por más que por mí mismo, y que se veía especialmente reflejada en mis notas…
               … pero yo sabía que era motivo de orgullo lo que iba a hacer. A todos los que conocía y que me querían se les encendían los ojos cuando hablaba de mi voluntariado, incluso sabiendo lo mucho que nos dolería la separación. Sabrae decía, incluso, que era una prueba de que mi alma estaba hecha de luz, y no de la oscuridad pringosa que yo le achacaba.
               Además, la cotilla de la profesora insistió.
               -Si no es indiscreción.
               -No lo es-dije, girándome y mirándola. Solté el pomo de la puerta y me metí las manos en los bolsillos-. Voy a hacer voluntariado en un campamento de la WWF en Etiopía durante un año.
               La profesora Kirby parpadeó, sin saber qué decir. Seguramente estaba pensando alguna pullita que soltarme respecto a si llevaría bien el convivir con animales cuyos cerebros pesaban lo mismo que mi cuerpo entero, y cuyas capacidades eran similares a las mías.
               Descruzó los pies, rodeó la mesa, se sentó en su silla y empezó a pasar páginas a toda velocidad. Me la quedé mirando sin saber qué hacer mientras cogía un bolígrafo y se ponía a escribir en las hojas que me había estado enseñando previamente.
               -Cierra la puerta, Alec-dijo en voz baja. Extrañado, aún no sé por qué, ya que tenía más ganas de dejar de verle su cara de hija de puta que de comerle el coño a Sabrae una semana entera, obedecí.
               Me acerqué a la mesa sin saber muy bien qué hacer. Vi cómo pasaba páginas, hacía bolas de papel con notas que tenía hechas a mano sobre el escritorio, y las tiraba a la basura.
               -Si hay una lección que los profesores le debemos a nuestros alumnos, por encima de toda sabiduría de nuestra área de conocimiento, es a ser buenas personas. De poco me serviría tener mil alumnos capaces de recitarme de carrerilla todas las obras de Shakespeare o que supieran el argumento de las cien obras más importantes de la Literatura si ninguno de ellos fuera una buena persona.
               Fruncí el ceño, viendo cómo detenía las manos frente al examen en el que había sacado un 3.5 y que había desencadenado aquella crisis existencial en la que Zayn terminó ofreciendo su ayuda para mejorar mis métodos de estudio y los de Sabrae. La profesora Kirby cogió la calculadora y empezó a meter números en ella, sumando y sumando y sumando.
               Cuando llegó al examen, en lugar de un 3.5, le puso un 5.
               Y la nota cambió. Subió lo suficiente como para que a mí se me acelerara el corazón y una gotita de sudor me descendiera por la espalda. Lorraine introdujo de nuevo las notas de las evaluaciones en la calculadora, anotando la nueva nota en lugar de la antigua, y esbozó una sonrisa de satisfacción.
               El resultado pasaba de un 4.9 más o menos generoso, a un 5.264.
               Levantó la vista y me miró.
               -Te pediría que me prometieras que tus planes del voluntariado son verdad, pero viendo lo mucho que te has esforzado estas últimas semanas, sé que no eres de esos que se inventarían cualquier milonga para conseguir un cinco.
               -Es verdad-aseguré.
               -Es una pena que no me lo haya dicho antes, señor Whitelaw-suspiró.
               -¿Por qué? ¿Qué pasa?
               -Pasa, señor Whitelaw, que yo no me considero nadie para arrebatarle a este mundo un alma buena y que quiera ayudar. No soy nadie para arrebatarle su futuro a alguien como usted. Y pasa que hemos perdido un tiempo precioso haciendo cálculos en base a un examen que no consigo encontrar, y cuya nota ya no puedo tener en consideración a la hora de calificarlo, caballero. Así que no me queda más remedio que ponerle un cinco.
               Y, dicho lo cual, cogiendo con los dedos el examen como si fuera algo repugnante de lo que quisiera deshacerse, la profesora Kirby lo rompió por la mitad. Volvió a romper los papeles por la mitad, así hasta tres veces ante mi absoluta estupefacción.
               -Creo que es hora de que vaya preparando las solicitudes para la universidad y se vaya buscando un traje, señor Whitelaw. Me parece que va a graduarse.
 
-Tienes que anudarte la corbata-dijo Tam, reclinándose en el sillón sin respaldo del que se habían adueñado ella, su hermana, Karlie y, por supuesto, Sabrae. Me dedicó una sonrisa torcida mientras las demás se reían, descojonadas por su papel de tocapelotas oficial ahora que yo estaba demasiado ocupado jugando a ser su muñeco viviente.
               No es que me molestara, ni mucho menos. De hecho, esos días estaba de tan buen humor que no se me ocurría qué podía pasar para que se me agriara el carácter. Llevaba menos de 24 horas con el certificado oficial de notas, compulsado y con diagramas que acreditaban su autenticidad, en casa. Había ido la tare del día anterior a por él, y sólo me había detenido de camino al hospital para hacerle tantas fotocopias como personal me había atendido durante mi convalecencia.
               Josh me había vacilado diciendo que mis notas eran una mierda, y de paso preguntándome dónde me había dejado a Shasha. Le encantaba hacerla de rabiar igual que a mí me encantaba hacerlo con Sabrae cuando ella tenía la edad de su hermana, así que, en palabras de Taylor Swift, creo que ya he visto esta película antes (pero sí me gustaba el final). Claire me había sonreído con orgullo cuando le entregué la fotocopia, y me había puesto los ojos en blanco cuando le pregunté si no iba a colgarla de la pared de su despacho igual que los dibujos de sus pacientes más jóvenes.
               -Sé que es monocromático-dije-, pero en mi defensa diré que me ha llevado mucho más tiempo hacerlo que a tus críos. Así que… tú misma-me encogí de hombros, pero contuve las ganas de dar brincos cuando Claire lo colgó en la pared, al lado de un caracol-ferrari y una palmera que tenía cara.
               Todo el mundo estaba a mis pies. Me sentía como si hubiera nacido para que me consintieran, así que ni se me pasó por la cabeza la posibilidad de que las chicas tuvieran planes al margen de mí. Simplemente me planté en la puerta de la casa de las gemelas esa misma mañana y les anuncié:
               -Voy a comprar un traje para la graduación, y necesito que vengáis conmigo.
               -¿No va Sabrae?-preguntó Tamika, frunciendo el ceño, mientras Bey se lavaba los dientes.
               -También, pero cuantos más ojos, mejor. Ah, se viene Karlie, por cierto-añadí, guiñándole un ojo. La primera en salir fue la mayor de las gemelas, cómo no.
               Y ni siquiera me arrepentía de haberla invitado a venirse con nosotras.
               -Os hacéis una idea de sobra con ella así colgada-protesté. Llevaban tocándome los huevos prácticamente desde que nos habíamos metido en la tienda, o más bien me habían arrastrado dentro después de que yo me plantara delante del escaparate a mirar los maniquíes. Sabrae se puso incluso a chillar, clamando que necesitaba un traje de marca que le hiciera honor a mi culo. Después de comprobar que el que había llevado en Nochevieja no me quedaba tan bien como antes, mamá me había sugerido que me hiciera con uno nuevo.
               -Más elegante-añadió-. El que tenías era un poco de sinvergüenza.
               -Lo que es-dijo Mimi, y yo había puesto los ojos en blanco. Me había visto obligado a aceptar su tarjeta de crédito, y ahora miraba con disimulo las etiquetas de todos los trajes que las chicas me habían escogido, sorprendentemente variados para lo que suele ser la ropa de tíos. Es decir… en lo que más margen de maniobra tenemos es en las camisetas, y tampoco es que nos vaya a dar cáncer por pensar en exceso.
               -Haz los honores, Sabrae-Karlie le dio un toquecito en la pierna a mi chica. Sabrae sacudió la cabeza.
               -Ni hablar. Como le ponga las manos encima, nos echan de la tienda.
               -Así os hacéis una idea de sobra, tías. No seáis tocapelotas-protesté.
               -¡Ni hablar! Necesitamos estudiarlo desde todos los ángulos. ¡Es el traje de tu graduación!-me recordó Bey-. ¡Estas cosas sólo pasan un par de veces en la vida, así que debes ir vestido de acuerdo con la ocasión!
               -Bueno, una vez-la corrigió su gemela-. No tentemos a la suerte.
               -Agh, me estáis tocando los huevos-gruñí, anudándome la corbata azul celeste que Karlie había traído porque “hacía juego con sus ojos”. Sin embargo, sonreí. Me gustaba tenerlas para mí solo, incluso cuando lo único que hacían era tomarme el pelo.
               -¿Qué tal vamos? ¿Todo bien?-preguntó la dependienta, haciendo acto de presencia de nuevo en los probadores. Se me comió con los ojos sin ningún tipo de pudor, aunque no podía culparla: ese traje azul marino era, de lejos, el que mejor me quedaba de todos los que me había probado.
               Y eso que no es que los demás me quedaran precisamente mal.
               -De lujo-ronroneó Sabrae, comiéndoseme más aún que la dependienta. Bey asintió con la cabeza, inclinándose hacia un lado y siguiendo la silueta de mis piernas, mi culo y mi paquete sin ningún tipo de pudor; incluso se relamió. Karlie dio su visto bueno con el típico gesto de “no está mal”, haciendo sobresalir su labio inferior en un mohín de aceptación.
               -Sabes que el resto de chicos van a ir como tú, ¿no? No vas a destacar-me pinchó Tam.
               -No pienso ponerme el traje amarillo que me has elegido-atajé-. Es de presentador de reality gay.
               -Te encantan los realities-me recordó Sabrae.
               -No, nena; me encanta meterte mano mientras vemos realities. Lo que haya en la tele en ese momento me da igual.
               -Vale, pero los gays sí que te gustan.
               -Disculpa, pero, ¿qué hacemos aquí si no es aconsejarte?-Tam abrió las manos-. En serio, ¿qué hacemos aquí?
               -Alegrarnos la vista-respondieron Bey y Saab como si fuera evidente.
               -Bueno, esa es vuestra opinión-sentenció Tam, frunciendo el ceño.
               -Pasar el día con tus amigas y mirándole el culo a tu chico favorito en el mundo, Tam-ronroneé.
               -Me gusta más Jordan que tú, la verdad-se quejó, poniendo los ojos en blanco, pero sonrió-. En serio. La única  cuya opinión realmente importa y a la que le tiene que gustar todo lo que lleves es Sabrae, que está claro que estaría contenta llevaras lo que llevaras. Seguramente si fueras desnudo ella estaría más contenta.
               -Dice la verdad-Sabrae levantó la mano y yo me eché a reír.
               -Así que ¿no gano en traje, bombón?
               -Prefiero no pensar en lo que haces en traje, si no te importa.
               -¿Ves? Sabrae no está capacitada para darme un consejo acorde con la ocasión. No quiero estar “follable” como ella dice, sino que quiero estar a tope de mis funciones, en el límite de mis posibilidades. Por eso necesito que me asesoréis.
               -¿Es que planeas hacer algo con alguien que no sea yo?-quiso saber Sabrae, frunciendo el ceño, pero yo le tiré un beso mientras me deshacía la corbata y se le pasó el enfado.
               -¿Y qué hace Karlie aquí, si puede saberse?
               -Es lesbiana-respondí, encogiéndome de hombros-, así que su opinión será la más relevante.
               -¿Por? ¡Yo soy tu novia!
               -Ya, pero ya te tengo en el bote, nena-le guiñé el ojo mientras me quitaba la chaqueta-, así que en realidad no puedes decirme objetivamente qué tal estoy.
               -Vale, ¿y qué hago yo aquí?-quiso saber Tam, poniendo los ojos en blanco. La única diversión que llevaba una hora encontrando en nuestra excursión era, precisamente, el tocarme los huevos. Mi buen humor se lo ponía extremadamente difícil pero, ¡joder!, no pensaba que fueran a seguir sentándome así de bien los trajes después del accidente.
               -Tamika, tú me medio odias. Si me ves guapo-le sonreí-, es  que voy a estar de putísima madre.
               -Te vi guapo hace dos trajes; ahora lo que quiero es asesinarte. Las demás también tenemos que ir de compras, ¿sabes, principito? Tú no eres el único que tiene recados pendientes.
               -Ah, sí, se me olvidaba que estabas súper solicitada en tu vida social, mi reina-hice una reverencia y metí de nuevo en el probador.
               -¿Vas a probarte el gris?-preguntó Sabrae.
               -El gris es como el de Nochevieja.
               -Pues por eso precisamente.
               -¿Para qué quiero un traje como el que ya tengo en casa, nena?
               -Tú sólo pruébatelo.
               -Pero date prisa. Tenemos muchísimas tiendas que mirar-protestó Tam.
               -¿Quieres relajarte, tía? No pienso permitir que me metas prisa mientras busco un vestido. Si no conseguimos encontrar uno hoy, vete mentalizando de que volveremos mañana-sentenció Bey.
               -Vendrás tú-se burló Tam-. Yo ya tengo reservado el mío.
               -¿Qué vas a llevar, Tam?-preguntó Karlie.
               -Uno súper corto, como de vinilo… lo vi en Pinterest gritando que tenía que ser mío, así que yo me dejo llevar-Tam se encogió de hombros y se echó a reír.
               -¿Tú qué vas a llevar, K?-quiso saber Sabrae, y Karlie hizo un mohín.
               -Todavía tengo que mirar. No sé si ir de traje o con vestido.
               -Puedes elegir un traje aquí-comenté, asomando la cabeza por entre la cortina. Tam me arrojó un zapato.
               -¡Céntrate!
               -Pruébate el amarillo que ha elegido Tam. Seguro que le gusta cómo te sienta-bromeé, y Tam se puso roja de la rabia.
               -Eres imbécil.
               -¿Vosotras qué me recomendáis?
               -Yo también estoy dudando-confesó Sabrae.
               -Uuh, bombón, ¿con quién vas a ir a la graduación?-pregunté, riéndome. Saab se encogió de hombros.
               -Con Tamika.
               -Serás hija de puta…
               -Tía, vete de vestido. Tienes que presumir de piernas-sentenció Tam.
               -Sí, aunque seguramente Tamika prefiera verlas alrededor de la cintura de alguien-me descojoné, saliendo de los pantalones y cogiendo el traje gris, tal y como quería Sabrae.
               -¡No tengo ni idea de lo que me estás hablando!-protestó Tam con la voz dos octavas más alta de lo que normalmente la tenía. Bey y Saab se descojonaron también, pero Karlie se quedó callada, seguramente roja como un tomate.
               Me metí en el traje gris mientras ellas cotorreaban sin cesar, pasándose los móviles unas a otras e intercambiando opiniones y consejos sobre moda. Me quedé mirando mi reflejo en el espejo, lamentando no tener una camisa negra, como solía llevarla en Nochevieja, para darle  a Sabrae la experiencia completa de aquella noche que nos habíamos perdido hacía ya casi medio año.
               Descorrí la cortina del probador a toda velocidad y, por fin, conseguí la reacción que quería de las chicas. Se quedaron calladas en el acto, con la boca abierta, mirándome de arriba abajo. Sabrae comenzó a sonreír, y Bey le cogió la mano.
               -Querida-le dijo-, espero de corazón que aproveches este regalo que te han dado los cielos. Tienes muchísima suerte.
               -Es bisexual, Bey-le recordé yo-. Si quieres meterte en la cama con nosotros, es probable que te diga que sí.
               -Nos lo llevamos-le anunció Sabrae a la dependienta, y la chica sonrió, pensando en la comisión que iba a llevarse por mi traje. Todavía tenían que tomarme las medidas para metérmelo en los sitios en los que lo necesitara, pero lo peor, elegirlo, ya estaba hecho.
               Tam, Bey y Karlie se adelantaron y se fueron a dar una vuelta por las tiendas mientras Sabrae se quedaba conmigo, haciéndome compañía mientras me tomaban las medidas. Fantaseando con la posibilidad de cumplir uno de mis mayores sueños y follar en los probadores de una tienda (cosa que Scott ya había probado y que recomendaba a todo aquel que se detuviera a escuchar sus consejos sexuales), le pregunté adónde iríamos ahora.
               -Se nos ha hecho un poco tarde y vas justo para ver a tu familia-me dijo-. Yo he quedado con las chicas para ir a comer. Seguiremos de tiendas después.
               -¿No vas a dejar que te acompañe a elegir vestido?-hice un mohín, y ella se echó a reír.
               -¿No quieres que sea una sorpresa?
               -Puede ser igual de sorprendente cuando te lo vea en el probador.
               Se rió, me dio un beso cuando me bajé del pedestal en el que me tomaron las medidas, y esperó pacientemente a que fuera a ponerme mi ropa normal. Entregamos cuidadosamente doblado el traje al sastre de la tienda, y le tendí la tarjeta de crédito a las dependientas, intentando no fijarme en las cifras que marcaba el lector de la caja registradora. Mamá me había dicho que ni se me ocurriera fijarme en el precio ni mucho menos dejarme guiar por él, pero yo no podía evitarlo.
               -Bueno-ronroneó Sabrae-. Mi proyecto de arquitecto ya tiene su traje de empresario tiburón-me rodeó la cintura con los brazos y me dio un beso en el costado mientras yo cambiaba de mano la bolsa que me habían dado con la corbata y la camisa, que no necesitaba ajustar. Me eché a reír.
               -Creo que te estás haciendo muchas ilusiones con eso, nena. De momento tengo que aprobar los exámenes de acceso.
               -Lo harás bien-me dio un achuchón y se colgó de mi brazo-. Ya lo verás. Estoy segura. Será súper guay, ¿no crees? Puede que incluso llegues a diseñar nuestra casa. ¿Me dejarás meter mano en el diseño?
               -Nop-contesté, dándole un beso en la frente. Sabrae hizo un puchero, poniendo los ojos en blanco, pero no protestó. La verdad, me gustaba fantasear con ese futuro nebuloso que ni sabíamos si queríamos que cuajara de esa forma.
               Era como si tuviéramos prisa por llegar a esos años en los que el voluntariado quedaría atrás, no sería más que un recuerdo de la época más complicada a la que se sometería nuestra relación, y un horizonte sin fin se extendiera ante nosotros.
               Como si no nos quedara el verano aún por vivir… o, incluso, la graduación.
               -¿Qué puedo decir para convencerte de que vengas a comer con nosotros?-pregunté cuando nos detuvimos frente a la puerta del centro comercial, sosteniendo su precioso rostro entre las manos y acariciándole las mejillas. Se las espachurré un poco, porque podía. Era mi novia, a fin de cuentas. Podía hacer lo que quisiera con su lindísima carita.
               -Nada-contestó, poniéndose de puntillas y dándome un piquito-. Os merecéis un ratito a solas. Llevo metida en vuestra casa mucho tiempo, y de vez en cuando necesitáis intimidad.
               -Tú eres parte de nuestra intimidad, Saab-respondí, acariciándole los labios. Deslicé el pulgar por la curva de su sonrisa.
               -Envíame un mensaje cuando termines. Estaré por aquí-ronroneó, dándome otro beso a modo de despedida-. Vete, ya llegas tarde.
               -¿Diecisiete años y medio tarde?-pregunté, y ella se echó a reír.
               -Serás bobo… me apeteces.
               -Me apeteces, nena.
               Relamiéndose el labio, se subió a las escaleras y se giró para agitar la mano y despedirse mientras éstas la llevaban hacia arriba. Sólo cuando desapareció en el piso superior, tragada por la marea de gente, me atreví a girarme y salir a la calle.
               Hacía calorcito y las calles estaban abarrotadas de londinenses y turistas por igual, lo que me dificultó en gran medida llegar hasta mi objetivo, un edificio a unas cuantas manzanas de allí en cuya azotea había un restaurante de mesas como botones de nata y vistas que nada tenían que envidiar al London Eye. Dylan había tirado de sus favores (favores de arquitecto, me recordé a mí mismo cuando giré la esquina del edificio, regodeándome en la posibilidad de que yo tirara de los mismos hilos que mi padrastro cuando fuera mayor) y había conseguido una mesa con tan poca antelación que incluso una estrella de cine se habría sorprendido de la influencia que tenía mi padrastro.
               Entré en el edificio y me metí en el ascensor, con la bolsa de diseño colgando de mis dedos, franqueándome el paso a muchos niveles a los que no me dejarían acceder solo. Cuando las puertas se abrieron con un tintineo, dejé pasar a una pareja de ancianos que sonrieron mi gesto de buena educación.
               -Me están esperando-le anuncié al maître, que me recibió con una ligerísima inclinación y un toquecito en el bigote-. Mi nombre es Alec Whitelaw; la mesa está a nombre de mi padre…
               -Si es tan amable de acompañarme, señor Whitelaw-indicó, deslizándose por entre las mesas como un fantasma sin pies, la espalda muy estirada y los ojos fijos en un punto en el horizonte, en dirección a la mesa donde ya me esperaba mi familia-. Enseguida vendrá alguien para tomar nota de su menú. Que disfruten de la comida.
               -Alec, cielo-ronroneó mamá, levantándose de la mesa para darme un beso.
               -Siento haber tardado tanto. Nos entretuvimos eligiendo el traje, pero ya está todo-le di un beso en la mejilla a mi hermana, otro a mi abuela, y un apretón en el hombro a Dylan antes de sentarme frente a mis padres, entre mi abuela y mi hermana.
               -¿Cómo es?-preguntó Mimi, cogiendo un panecillo mientras abría la carta.
               -Gris. Como el de Nochevieja. A Sabrae le hacía ilusión, así que…-levanté la vista y miré a mis padres-. No os importa, ¿verdad? Me jode un poco haberlo comprado prácticamente igual, pero siempre me he imaginado llevando ese traje a la graduación.
               -Por supuesto que no, cielo. Siempre te ha sentado de miedo ese traje; lo lógico es que lo lleves en tu graduación.
               Sonreí. Bueno, un problema menos. No es que esperara encontrar resistencia por parte de mi madre, pero aun así.
               Observé que ya habían retirado la silla y los cubiertos de Sabrae, y supuse que mi chica había avisado de que al final no iba. Me extrañó que no me preguntaran por ella, pero no le di más importancia.
               Una camarera revoloteó en nuestra dirección para tomarnos nota. Elegí cabrito y Dylan se subió al carro conmigo; Mimi escogió lenguado relleno, mamá un risotto, y la abuela se pidió un bistec.
               -Bueno, Mamushka, venimos a ponernos las botas hoy, ¿eh?-la pinché, y ella sonrió.
               -Tengo algo que anunciaros-dijo cuando nos trajeron los platos que habíamos elegido nosotros, después de una crema de verduras recomendada por el chef, al que Dylan resultaba conocer. No me extrañó enterarme de que había diseñado todo el interior del restaurante, y que le habían dado la mejor mesa, en una esquina de la azotea desde la que se veía la ciudad al completo, con el Támesis resplandeciendo en la distancia (algo que a Sabrae le habría encantado ver) mientras serpenteaba entre los edificios, asomando con la timidez de un niño al que descubren en una travesura.
               -Mama-pidió mamá, abriendo los ojos como platos mientras miraba a Mamushka. Ella agitó la mano en el aire, quitándole importancia.
               -No me mires así, Annie. No voy a deciros que me quedan tres meses de vida-todos jadeamos, soltando el aire que no sabíamos que habíamos estado conteniendo-. Después de mucho pensarlo, he decidido que volveré a Mánchester cuando Alec se marche al voluntariado. Los veranos son más frescos allí. Más llevaderos.
               -Mamá, no tenemos por qué…
               -No me interrumpas, querida. Me iré a Mánchester, pero, si me aceptáis, me gustaría volver en el otoño. Pasar los inviernos que me queden con vosotros-miró a Dylan, a mamá, a Mimi y a mí-. Sois mi familia. He disfrutado muchísimo en vuestra compañía, aunque me hubiera disfrutado que fuera en otras circunstancias… pero es lo que hay. Lo importante es que me he dado cuenta de que ya me he hecho lo suficientemente vieja como para no pasar los últimos años sola y lejos de vosotros en casa-comentó, cogiéndome la mano, que me llevé a los labios para darle un beso en los nudillos-. Aunque algunos de vosotros estéis decididos a matarme de un disgusto cambiándoos de continente.
               -Mamushka-protesté, echándome a reír. Todos se unieron a mí, levantamos nuestras copas y brindamos por la nueva vida de Mamushka con nosotros, ya por fin lejos de aquella casita en la que, por muy feliz que hubiera sido, sólo le esperaban los recuerdos y la soledad. Si se quedaba con nosotros, tendría la oportunidad de pasar los últimos años de su vida rodeada de quienes más la queríamos y más la echábamos de menos en nuestros logros y nuestros fracasos.
               La echaría terriblemente de menos en el voluntariado, incluso cuando no habíamos pasado tanto tiempo juntos como con el resto de mi familia.
               Ya en el postre, mientras cada uno disfrutaba de una delicia azucarada a la altura de las obras de arte que se exponían en los museos más refinados del mundo, mamá y Dylan intercambiaron una mirada. Mimi se revolvió en el asiento, nerviosa; Mamushka sonrió mientras clavaba de nuevo la cuchara en su postre, y mamá se inclinó hacia su bolso. De él extrajo una pequeña cajita de regalo, con un lazo azul de seda guardando su contenido.
               -Bueno, Al. Es la hora-anunció mamá, y yo me la quedé mirando.
               -Llevábamos mucho tiempo esperando este momento-dijo Dylan, sonriendo, mientras empujaba la cajita despacio hacia mí. Me la quedé mirando sin entender. ¿Eh? ¿Acaso era mi santo y a mí se me había olvidado?-. Queremos que sepas que todos estamos muy orgullosos de ti, aunque eso no habría cambiado independientemente de lo que pasara ayer. Parece que fue ayer cuando te conocí-sonrió, y sus ojos se humedecieron un poco con el éter de los recuerdos-, tan pequeño que parecía imposible que pudieras despertar tanto amor, y a pesar de todo, tan valiente. Tu madre y yo no podríamos estar más orgullosos del hombre en el que te estás convirtiendo, un hombre bueno y atento que antepone el bienestar de los demás al suyo propio, y que prefiere tenderte la mano antes de seguir escalando para alcanzar sus propios beneficios. El mero hecho de que seas así ya es motivo de aplauso, incluso si no estuvieras logrando todo lo que te propones como el luchador que eres.
               Noté que se me formaba un nudo en la garganta.
               -Gracias, Dyl… o sea, papá-se me encendieron un poco las mejillas al meter la pata, pero él me sonrió.
               -Al, en serio, si no te sale llamarme “papá”, no pasa nada. Tú eres mi hijo independientemente de cómo me llames.
               -Papi, ¿y si yo empiezo a llamarte Dylan?-preguntó Mimi.
               -Te desheredo-sentenció Dylan, y todos nos reímos.
               -Eres el mejor hijo que nadie podría desear-me dijo mamá con los ojos también anegados en lágrimas-. Aunque a veces me saques de mis casillas, no escuches y me preocupes hasta la locura, sabes que te quiero más que a mi propia vida. Y que todo lo que hagas será motivo de celebración para mí, independientemente del tamaño del logro.
               -Pero estás consiguiendo cosas increíbles, cosa que no dudábamos-añadió Dylan.
               -Y las que te quedan, mi vida-mamá me tendió la mano y me acarició los nudillos con el pulgar-. Esto es sólo uno de los primeros grandes hitos de tu vida.
               -Sólo me voy a graduar-bromeé, aunque sí que es cierto que tenía mucho mérito que, después de todo, lo hubiera conseguido. Sobre todo porque durante muchísimo tiempo había tenido a mi peor enemigo en mi contra: yo mismo.
               -Después de todo lo que te ha pasado en los últimos meses, que te hayas conseguido graduar no es más que una prueba más de que eres una persona excepcional, Al. Te esperan grandes cosas, independientemente de que sigas los pasos de la gente a la que conoces o te marques tu propio camino-sonrió Dylan, cogiendo la copa y levantándola en el aire. Yo también la cogí, y pronto las chicas nos imitaron. Las hicimos entrechocar y dimos un sorbo del vino antes de que mamá continuara con el discurso a dúo con mi padrastro.
               -Queremos que sepas que llevamos con tu regalo comprado y listo desde antes incluso del accidente; así era lo seguros que estábamos de que lo conseguirías. Sin embargo, alguien a quien todos queremos mucho nos recomendó prudencia. Por desgracia, has estado en rincones muy oscuros últimamente, en los que podrías malinterpretar nuestro regalo como un signo de rendición. Esto no era un premio de consolación, sino la recompensa bien merecida que llevas mereciéndote desde que naciste, mi pequeño león.
               -Esperamos que te guste-canturreó Dylan, y yo cogí la caja entre las manos y la sostuve un momento. No pesaba nada; era como si estuviera vacía. Deshice el lazo con cuidado de que no cayera sobre mi plato y desencajé la tapa de la caja, sólo para encontrarme dos tiras de papel de seda custodiando el regalo.
               Dejé la caja sobre la mesa y retiré el papel de seda. En el interior de la caja había dos billetes de avión, sólo de ida, a nombre de mi hermana y mío.
               Al aeropuerto de Milán.
               Levanté la vista y me quedé mirando a mis padres.
               -Pero…
               -Te prometimos que os pagaríamos un viaje a ti y a tu hermana a Italia si te graduabas, Al, y te vas a graduar. Así que estos somos nosotros cumpliendo con nuestra promesa-sonrió mamá. Noté que se me aceleraba el corazón y se me ponía la carne de gallina.
               -Los billetes son para Milán, pero os hemos cogido un circuito por toda Italia hasta llegar a Roma-añadió Dylan.
               -Claro que…-empezó mamá, pero yo los interrumpí.
               -Pero mis amigos… ya me han regalado billetes para ir a Roma.
               Mimi se echó a reír, tapándose la boca con la mano.
               -Déjame terminar, Al. Iba a decirte que no tenéis por qué terminar en Roma… ni tampoco ir solos. Ya nos hemos ocupado de los billetes de tus amigos. Quita el papel de seda, hijo.
               Hice lo que me pedía, y me quedé mirando los dos pares de billetes que había bajo los de avión a Roma. Dos eran billetes de ferry desde Siracusa a Atenas, y otros dos, de avión desde Atenas hasta Londres. Entre los dos billetes había casi diez días de margen.
               No me estaban regalando un paseo en barco. Me estaban regalando la mitad de mi verano en Grecia.
               Y con la persona que yo quisiera. Que sólo podía ser una.
               Caí entonces en que por eso Sabrae no había querido ir a comer con nosotros. No es que hubieran retirado su silla; es que jamás había estado incluida en la reserva, a pesar de que mis padres le ofrecieron venir. Por mucho que le apeteciera estar en una comida de celebración brindando en mi honor, tenía que dejarme libertad para escoger. No quería influir en mi decisión, ni que me sintiera obligado a llevármela si, por lo que fuera, yo no quería.
               Sólo que había un problema: tenía que estar como una cabra para no querer ir con Sabrae a Grecia.
               -Gracias-jadeé, notando que se me llenaban los ojos de lágrimas-. Gracias, gracias, muchísimas gracias, yo… no sé si me lo merezco. No sé si…
               -Al, eres la persona más buena que conocemos todos. Claro que te lo mereces-Mimi me dio un apretón en el bíceps y yo le di un beso. Medio llorando, jugueteé con los billetes, los guardé con cuidado en la caja, y me terminé el postre hecho un manojo de lágrimas. Todos se reían de mí, pero es que no podía más, de verdad. Jamás había sentido que mi familia no me quisiera, pero tampoco creí que fueran a quererme tanto. Aquello me parecía demasiado incluso para mí.
               Cuando conseguí tranquilizarme, los camareros habían servido el café de después del postre. Nos lo terminamos charlando tranquilamente, yo ya haciendo mil planes en mi cabeza. Salimos juntos del restaurante, y nos despedimos a la puerta. Ellos se iban a casa, pero yo todavía tenía una cosa que resolver.
               Con el ánimo renovado y más prisas que nunca, prácticamente volé en dirección a Sabrae. Ella me esperaba tomando un mojito con las chicas, sentadas en unos taburetes altos de uno de las coctelerías más exclusivas del centro comercial. Si no hubiera estado tan ansioso por darle las buenas noticias, me habría regodeado en lo increíblemente glamurosa que parecía, codeándose con gente acorde con su estatus: una futura abogada, una futura bailarina, y una futura embajadora, todas ellas divirtiendo a la que sería la chica más importante de su generación, sin importar el campo al que decidiera dedicar su vida.
               Y yo estaría allí para verla.
               -¡Sol!-festejó, sonriendo al verme aparecer entre la gente. Hizo amago de bajarse del taburete, pero yo llegué antes que ella, la agarré de la cintura y le di un beso en los labios con el que conseguí que se deshiciera entre mis brazos. Te tengo, pensé, y no pienso soltarte.
               -Vaya, parece que no ha podido comer al final-bromeó Tam, y Karlie y Bey se rieron. Sabrae sonrió.
               -¿Podemos hablar un segundo?
               -Claro. Cuidadme el mojito, chicas-les pidió, bajando de un brinco al suelo y conduciéndome a un rinconcito apartado. Finalmente, se giró para mirarme-. Bueno, ¿qué tal la comida?
               -Espectacular. ¿Sabes? Mis padres me han hecho un regalo.
               -¿De veras?-se le daba fatal disimular, pero me daba lo mismo. Asentí con la cabeza, le entregué la caja y dejé que la abriera-.  ¿Sabes? Me dijeron que me habían cogido el viaje hace tiempo, pero que tú les dijiste que no me lo dieran hasta que no supiera que iba a graduarme, por si acaso me lo tomaba como una señal de que creían que no lo conseguiría.
               -¿Estás molesto?
               -Era lo que necesitaba en ese momento, así que gracias por tenerme tan presente y por conocerme mejor que yo mismo-le puse las manos en la cintura y le di un beso en el cuello-. Pero que sepas que os habéis pasado tres pueblos, todos vosotros.
               Arqueó las cejas.
               -No sé de qué me hablas-respondió, y yo puse los ojos en blanco.
               -Ya, claro. Esto… mira, Saab-dije, recuperando la caja y retirando el papel de seda-. Hace tiempo, mucho tiempo, te hice una pregunta cuya respuesta me sorprendió en un principio, pero que ahora, pensándolo en frío, creo que estaba justificada. Yo era una persona diferente, igual que tú, y no estaba preparado para lo que significa estar contigo. Pero ahora soy un hombre nuevo, con ambiciones, con ganas de curarme, y con ganas de enseñarte el mundo. Por eso te regalé la guía de Grecia-comenté, y Sabrae frunció ligeramente el ceño, sin comprender-, para demostrarte que mi compromiso contigo va en serio. Sé que el año que nos espera va a ser durísimo, pero creo que podremos superarlo si nos atamos lo suficiente el uno al otro.
               Saqué los billetes y Sabrae se los quedó mirando. Parpadeó despacio al verlos, una radiante sonrisa se extendió despacio por su boca, con la parsimonia y belleza del amanecer, y volvió a levantar la vista.
               -Todo el mundo me decía que éste iba a ser el mejor verano de mi vida. Y quiero que formes una parte esencial de él. Más esencial incluso que el sol. Así que, ¿qué me dices, Saab? ¿Te gustaría canjear tu bono de cumpleaños y dejar que te enseñe Grecia?
               Sus dientes se anclaron ligeramente en sus labios cuando sonrió, los ojos brillándole más que las constelaciones que podría dibujarle tumbados en la arena de Mykonos.
               -Por supuesto que sí, mi amor. Para mí será un honor descubrir Grecia contigo. Me ofende que me lo propongas, de hecho-sonrió, pasándome los brazos por el hombro y hundiendo los dedos en mi pelo, sus ojos fijos en los míos.
               -¿Sabes qué es lo que me ofende a mí?-respondí, y ella negó con la cabeza, sus ojos saltando de los míos a mi boca alternativamente-. Que me haya parecido bonita toda la vida a pesar de que nunca te he visto allí.
               Sus dedos bailaron en mi pelo.
               -Suerte que vayamos a solucionarlo pronto.
               -Sí-coincidí, acercando mi boca a la suya-. Es una suerte.
               Y nos fundimos en un dulce y profundo beso, de esos que te das cuando la chica de tu vida acepta irse de viaje contigo… o ser tu esposa.


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2 comentarios:

  1. ME HA GUSTADO MUCHO EL CAPÍTULO. Estaba segura de que tocaba leer lo que había pasado desde que Alec vio las notas y estaba expectante.
    Como siempre comento por partes jejejjeej
    - Ole ole y ole como lo han celebrado, no me esperaba menos también te digo.
    - Alec nerviosísimo hablando a toda hostia mi Alec favorito. Me ha dejado pensando todo lo de estudiar arquitectura, es como que no creo que vaya a pasar (no sé muy bien porque), pero me gustaría un montón.
    - Lo he pasado fatal con el ataque de ansiedad de Alec osea no echaba nada de menos verle así.
    - Scott y Tommy son retrasados, son retrasados y si les tuviera delante les daba una patada en la boca. ¿CÓMO SE LES OCURRE DECIRLE SEMEJANTE GILIPOLLEZ A ALEC? Es que de verdadddd vaya dos cafres.
    - Echaba de menos las discusiones de Diana y Scott (aunque todavía le doy vueltas a que tu idea principal en cts era que acabarán juntos y me entran escalofríos).
    - La conversación entre Zayn y Alec de lo mejorcito del capítulo, me encanta su relación.
    - No me esperaba que Alec al final aprobara así, pero me parece que es lo que más “sentido” tiene.
    - Shasha y Josh el shippeo que merezco, aunque no me quiero hacer ilusiones porque sigo pensando que vas a matar a Josh.
    - Cada vez que metes cosas relacionadas con Taylor Swift en Sabrae gano años de vida.
    - Adoro que Alec se haya llevado a todas sus amigas y a Sabrae para elegir el traje de graduación. Me ha encantado verle ahí hacerse el digno porque le toman el pelo, pero en realidad contentísimo porque le encanta ser el centro de atención.
    - Bua me ha gustado mucho la parte en la que le han dado los billetes a Alec.
    - “¿Sabes qué es lo que me ofende a mí? Que me haya parecido bonita toda la vida a pesar de que nunca te he visto allí.” YO ES QUE ME MUEROOOOO.
    Estoy deseando leer más. Tengo muchísimas ganas de la graduación y de los viajessss <3






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  2. BUENO CHILLO Y REQUETECHILLO ME HA PUTO ENCANTADO SOS.
    Primero que nada recalcar mi tremendo rechazo a Tommy y Scott dejandole caer a Alec que se follara a la profesora, de verdad que me ha dado ganas de darles de hostias y vomitarles encima tío.
    Segundo me ha encantado la charla con la profesora aunque sabía cómo acabaría me ha gusta mucho el pequeño plot twist de que lo haya aprobado finalmente simple y llanamente porque es un chico que se lo ha currado y sobre una buenísima persona.
    Casi me hago pis de la ilusión con esa frases final “Creo que es hora de que vaya preparando las solicitudes para la universidad y se vaya buscando un traje, señor Whitelaw. Me parece que va a graduarse” literalmente pis de la emoción tia.
    Y pasamos al momento viaje que lloro de felicidad con lo cuqui que ha sido y estoy deseando verlos en Grecia tía ya siento la anticipación, Grecia es mi nuevo Barcelona.
    Pd: entusiasmadisima con el próximo capítulo y la graduación.

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