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Él irradiaba felicidad, incluso después del “problemita” que habíamos tenido con los gilipollas de sus “amigos” de Grecia. Y digo “problemita” porque, aunque la cosa había sido muy seria, podría haberlo sido más: ellos podrían estar en el hospital, o, si los ingleses no hubieran sido lo suficientemente rápidos, en una morgue; yo estaría declarando en algún juzgado sobre lo que había hecho, y echando por tierra todo lo que mamá me había enseñado sin ella pretenderlo acerca de cómo defender tu inocencia: en lugar de hacer creer que me había vuelto chalada y no era consciente de mis actos, me regodearía en que matar (o herir de gravedad) a los gilipollas que le habían hecho daño a Alec habría sido lo más lúcido que hubiera hecho en mi vida.
Y digo “amigos” porque ni siquiera se puede considerar infraser a alguien que se ríe de las cicatrices de mi novio, lo suficientemente feas como para saber que lo había pasado muy, pero que muy mal. Si no volvía a por ellos era porque estábamos ya muy lejos, y ni siquiera sabía qué dirección tenía que tomar. Apoyé los codos en la pequeña plataforma del barco, desde la que habíamos saltado los que habíamos decidido que nos apetecía bañarnos, y le sonreí. Desde el ángulo en el que estaba, parecía que el sol estaba señalándolo con sus rayos, como si quisiera asegurarse de que no se me escapaba la naturaleza divina de la existencia de Alec.
-¿Disfrutando de las vistas?-coqueteé, apoyando la mejilla en el antebrazo y dejando que las corrientes me mecieran los pies. Alec se bajó las gafas de sol, me recorrió de arriba abajo, como si pudiera ver a través de la madera y el acero, se mordió el labio mientras sonreía y asintió con la cabeza.
-Ahora más aún.
-Vaya-ronroneé, empujándome suavemente de nuevo hacia el mar y moviendo los brazos para no hundirme-, y yo que pensaba que me estabas dejando sola en el agua porque ya no te gustaba…
Alec se echó a reír, una risa corta, masculina y sensual. De ésas que exhalan los protagonistas masculinos de las novelas cuando sus protagonistas femeninas les dicen que son insoportables, y ellos están a punto de recordarles que morirían por ellos.
Solo que Alec no era un protagonista de novela. Era real, de carne y hueso, así que era infinitamente mejor. Sobre todo, porque era mío.
O eso había pensado yo. Creía que tendría el monopolio de su atención y su compañía a lo largo de todo el viaje, ya que Duna estaba a miles de kilómetros y no podía hacerme la competencia cuando estábamos en distintos países. Con quien nunca pensé que tendría que competir por las atenciones de mi novio era, precisamente, Shasha.
-Lo siento, nena-Alec se encogió de hombros-, ya sabes que soy un hombre de promesas.
-Cuando te aburras… ya sabes dónde estoy-dije, guiñándole un ojo y girándome para impulsarme hacia abajo dentro del agua, tan limpia que parecía una piscina si abrías los ojos por debajo de ella.
Alec insistió en que no era necesario, en que habíamos planeado estar allí todo el día y todos estábamos demasiado cansados para otra excursión; que estaba cómodo y que no le pasaba nada, y que daba lo mismo el lugar si tenía una compañía tan buena como la nuestra. No obstante, Scott le había puesto las manos en los hombros y le había hecho mirarlo.
-Quiero alejarte lo más posible de esos gilipollas que no te valoran, Al. Puede que aquí esté tu casa, pero también lo está la suya, y no quiero que se sientan con el derecho de venir a molestarte simplemente porque viven aquí. No te conocen lo más mínimo. Nosotros estamos contigo once meses. Ellos solamente uno. Somos nosotros quienes sabemos quién eres, y no pienso darles a esos gilipollas la oportunidad de tratar de decírtelo.
Alec se había puesto los brazos en jarras y había mirado a Eleanor.
-¿Me está diciendo esto por algo? ¿Queréis pedirme un trío y estáis preparando el terreno?-preguntó, y Scott puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, pero no le soltó. No era estilo de él. Soltarlo no del estilo de nadie que quisiera a Alec. Y, siendo como era, lo que me parecía imposible era que hubiera alguien que no le quisiera.
Así que decidimos buscar otro sitio, no porque no creyéramos que Alec no podría concentrarse en nosotros para poder pasarlo bien, sino porque ni siquiera se merecía tener que intentarlo. En toda la isla había lugares de sobra en los que poder disfrutar del sol y del mar: un sitio más neutro, en el que crear recuerdos que no se volvieran agridulces por la pelea con los chicos de Mykonos, sería de agradecer.