domingo, 31 de julio de 2022

Banquete de cenizas.


¡Toca para ir a la lista de caps!


Hablando de escuchar…
               Parecía mentira que uno de los peores días de mi vida fuera a empezar tan bien, como morder una fruta podrida de la que el primer bocado es el más dulce que has probado nunca.
               No habíamos puesto despertador, supongo que confiando en que nuestros cuerpos decidirían cuándo era el momento de separarse, o en que el universo se las ingeniería para imponernos su plan. Como siempre, estábamos en lo cierto. Todavía faltaban unas horas para que el avión de Alec despegara.
               Mientras tanto, podía quedarme escuchando el sonido de su respiración acompasada. Como anticipando que la próxima noche ya no podríamos estrecharnos el uno al otro entre nuestros brazos, habíamos dormido  enredados en la parte de abajo, pero separados en la de arriba. Yo estaba de costado, mirando hacia él, cuando el sol se cansó de acariciarme los ojos y empezó a arañarme los párpados. Alec estaba boca abajo, respirando profunda y lentamente, su espalda subiendo y bajando al compás que marcaba su pecho.
               Estuve despierta un par de segundos más que él, un par de segundos preciosos que eran poca compensación por el tiempo que no iba a tenerle, pero que atesoré de todos modos como el regalo divino que eran. Prácticamente aguanté la respiración para oír la suya, regodeándome en ese dulce sonido al que nunca pensé que me acostumbraría.
               Estiré la mano para acariciarle el pelo como tantas veces había hecho mientras él dormía, incapaz de guardarme las manos… y, esta vez, Alec se despertó. Su respiración se volvió un poco más profunda justo antes de ascender igual que un delfín que se hace con las olas. Tomó aire profundamente y luego lo exhaló entrecortado, levantando la cabeza lo justo como para mirar a su alrededor con expresión de somnolencia. Sus manos buscaron por el colchón antes incuso de que él pudiera recordar su nombre, dónde estaba o con quién, y, sobre todo, qué día era. Respiró un par de veces más y yo escuché con toda la atención que pude, consciente de que nunca había escuchado algo tan hermoso a pesar de haber dormido con más personas. Scott había sido la primera respiración de ese tipo que había oído, y durante los primeros años de mi vida aquello había acompañado a mis despertares, pero la de Alec… la de Alec no podía compararse con nada.
               Y mañana habría silencio. Suerte que a Claire le quedaría libre el hueco que Alec iba a dejar, porque estaba convencida de que me volvería loca acusando la falta de estímulos.
               Los músculos de su espalda se contrajeron y relajaron en esa perfecta sincronía que sólo tenía su cuerpo mientras se incorporaba un poco más. Se giró para mirarme, y cuando por fin sus ojos se encontraron con los míos, ese pellizco de preocupada desorientación que siempre le asaltaba nada más despertarse se apagó. Ahora que sabía que estaba conmigo, no le importaba dónde habíamos dormido. Estaba en casa simplemente por la persona que compartía con él la cama.
               Y se pasaría un año entero sin poder pisar su casa.
               -Buenos días-dijo, la voz rasposa del hombre que acaba de despertase. Mi hombre, pensé, con un delicioso retortijón de posesividad en el estómago, mientras seguía revolviéndole el pelo distraída. No recordaba haber estado con ningún chico que tuviera el pelo tan suave como Alec.
               -Buenos días. ¿Has dormido bien?
               -He dormido demasiado-respondió, frotándose los ojos. Cuando sólo le habían indicado el día que salía su avión, Alec había decidido que no dormiríamos nada la noche anterior a que él se fuera. Todo el sueño que tuviéramos que recuperar, él lo recuperaría en el avión de camino a Etiopía y yo lo recuperaría por el día, como si pudiera descansar mientras se alejaba de mí a más de un kilómetro por minuto.
               Cuando le habían enviado la tarjeta de embarque y había visto que su vuelo sería nocturno, Alec había insistido en que no teníamos por qué dormir en nuestra última noche juntos… “salvo que yo quisiera descansar, claro”. Y yo no querría descansar, pero tampoco quería que se desplomara de agotamiento en su primer día en el voluntariado. Sospechaba que a duras penas habría aguantado el ritmo que pretendía llevar antes de tener el accidente, pero después de haberlo tenido, la verdad es que no quería arriesgarme.
               -Si no sabes qué hora es, Al-me reí, y él se acercó a mí. Me rodeó la cintura como sólo él sabía hacerlo y yo decidí en ese momento que me pasaría un año sin usar cinturones: nada debería tocarme en ese rincón de mi cuerpo, que estaba a la vista de todos pero que sólo respondía a Alec.
               -Me da igual. He dormido, y dormir siquiera treinta segundos es demasiado.
               -Eres bobo-me reí de nuevo, acariciándole la mejilla mientras se ponía encima de mí, colándose entre mis piernas. Noté que estaba duro. ¿Íbamos a tener sexo mañanero? La verdad, no estaba nada a disgusto con el último polvo que habíamos echado, y me parecía tan tierna la manera en que habíamos hecho el amor que no me importaría que aquella fuera nuestra última bien. La consideraba una buena despedida. Todo lo buena que podía serlo una despedida de mi novio, claro.
               Sin embargo, ahora que parecía abrirse un horizonte de posibilidades frente a mí, no estaba por hacerle ascos.
               -Si supieras lo que estoy pensando, nena, me llamarías cosas más feas que bobo.
               -Mm, no sé si mi mente inocente estaría capacitada para procesar todas las maldades que se le pasan por la cabeza a un sinvergüenza como tú. Aunque me gusta intentarlo.
               -Se te da de cine intentarlo.
               -Es que da mucha satisfacción.
               Dejó de darme besos y levantó un poco la cabeza para poder mirarme a los ojos.
               -¿Satisfacción?
               -Satisfacción-asentí, acariciándole los hombros, los brazos, los músculos de sus bíceps. Me apeteció darle un bocado a sus bíceps, y lo hice. Porque era mi novio y podía hacer con él lo que quisiera. Alec dejó escapar un suave y juguetón “auch”, tiró de las sábanas y nos escondió debajo de ellas. Me agarró de las manos para ponérmelas por encima de la cabeza, y cuando empecé a retorcerme por debajo de él, noté cómo sus dientes rozaban mi piel más que sus labios. Sonreía. Era feliz.
               Esperaba hacerlo lo suficientemente feliz durante esas horas que aún nos quedaban para que los ecos de lo bien que se lo había pasado resonaran en su alma dentro de 24 horas, cundo no tuviera a nadie que le conociera y estuviera locamente enamorada de él (y no hablaba sólo por mí esta vez) en el mismo continente en el que estaba. Sospechaba que lo iba a pasar mal las primeras semanas, detestándose por hacer amigos porque consideraría que debía guardarnos luto a todos los que había dejado en Inglaterra. Por eso quería que sus últimas horas fueran tan especiales: para que pudiera despedirse como consideraba que debía hacerlo.
               Su boca recorrió mis curvas, señalando puntos sueltos en mi anatomía que, en un patrón, me convertían en la constelación más hermosa del universo. Se rió conmigo cuando me hizo cosquillas, me miró a los ojos con ilusión cuando salimos de debajo de las sábanas, y me dijo que me quería a la vez que se lo decía yo. Dejé apoyada la cabeza en la almohada, disfrutando de la manera que tenía de mirarme, como si fuera yo la que alzara el sol todas las mañanas. Ni tan siquiera Scott había sido capaz de mirarme así de pequeña, ni yo a él.

sábado, 23 de julio de 2022

Limonada.


¡Toca para ir a la lista de caps!

De Alec se pueden decir muchas cosas, pero no que no cumple sus promesas.
               Y yo lo sabía. Todo mi cuerpo lo sabía. Era escuchar el sonido de su sonrisa lobuna tatuando sus labios y ya echarme a temblar, porque en el mundo había hombres y Hombres, y yo había encontrado al único que se había ganado el derecho a escribir su género con mayúscula.
               Me tiró sobre la cama como los emperadores hacían con las prostitutas con las que celebraban sus conquistas, y yo supe que, a partir de esa noche, Alec no iba a llamarse como Alejandro Magno.
               Alejandro Magno iba a llamarse como Alec.
               -Pero antes…-dijo, irguiéndose frente a mí como un joven y poderoso dios, el único capaz de escribir su propio destino y determinar sus profecías, el único que sería verdaderamente inmortal; el único que sería el único. Y, después de él, ya no habría nada más.
               Su cuerpo emergió sobre mis rodillas todavía flexionadas y el límite del colchón igual que una isla paradisiaca justo cuando te quedabas sin provisiones, y la sonrisa oscura que tenía en la boca hizo que entendiera por qué Alec se había acostado con menos chicas que mi hermano pero follaba más que él: porque las conquistas de Scott podían sobrevivirle, pero Alec tenía algo que ni siquiera él tenía. Scott no resplandecía como lo hacía Alec.
               Scott no era capaz de tenerte al límite de un orgasmo casi catastrófico con sólo mirarte. Alec sí. Alec lo estaba haciendo ahora.
               Idolatré (decir que miré su cuerpo sería quedarse muy corta tanto por lo que sentía en ese momento como por lo que los músculos de Alec se merecían) su cuerpo con los ojos, acariciando su piel con la mirada mientras bajaba lentamente, regodeándome y a la vez maravillándome en aquel hombre que tenía frente a mí, y cuyo placer, contra todo pronóstico, llevaba mi nombre y sólo mi nombre.
               -… vamos a desnudarte-terminó, agarrando la sábana arrugada que estaba a mis pies y arrojándola a un lado, de forma que no hubiera nada entre nosotros más allá del aire. Y habría un punto en que no habría absolutamente nada. Me quedé mirando su miembro, ya erecto y grueso, y sentí que un escalofrío me recorría desde la nuca hasta la entrepierna, revolucionando mi columna vertebral a medida que descendía-. Estás demasiado vestida…-me recorrió de arriba abajo, y con un paso se metió entre mis piernas-, para la forma en que quiero marcarte.
               Marcarme. Mi sexo protestó por lo vacía que estaba a modo de celebración. Pronto tendría la inmensidad de Alec llenándome, reclamándome, sobornándome para conseguir ese placer explosivo que llevaba su nombre.
               Los ojos de Alec se oscurecieron al escuchar mi jadeo desesperado, propio de una dama victoriana que se escandaliza por ver un tobillo masculino. Pude ver en sus ojos esa chulería propia de los hombres cuando pretenden sorprenderte, mientras piensan en todo lo que te pueden hacer y lo mucho que lo vas a disfrutar. Acostarme con Alec ya era garantía de éxito, pero verle sonreír de esa manera era algo completamente distinto: era saber que al día siguiente todavía me temblarían tanto las piernas que me costaría caminar.
               Lo cual sería genial, ya que así no podría acompañarlo al aeropuerto y él no podría marcharse.
               Me puso unas manos ardientes en las caderas, unas manos grandes y fuertes que mi cuerpo fantaseó con sentir por todo él, dejando en mi piel unas huellas imposibles de borrar y que todo el mundo pudiera ver. Si no iba a estar conmigo durante el siguiente año para hacerme disfrutar, más le valía dejar mi ansiosa piel lo suficientemente satisfecha como para que pudiera sobrevivir sin deshacerme.
               Con los ojos puestos en mí, empezó a tirar de mi falda, que ya tenía la cremallera trasera bajada, y me la fue bajando hasta que atravesó el monte de mis rodillas tan lentamente que supe que estaba pensando en deshojarme igual que a una margarita predecible. Luego, de un tirón rudo y sin contemplaciones me la sacó por los pies, liberando mis piernas y acariciándomelas por la parte exterior. Subió y subió y subió, sus ojos puestos en mí, hasta que…
               ... llegó a la tela del tanga y su sonrisa se acentuó un poco más. Y, por fin, bajó la vista. Una parte de mí, la parte que no estaba un poco sobrepasada por el poder sexual que desprendía, se regodeó en la manera en que se relamió los labios y tragó saliva casi sonoramente. Apretó la mandíbula y yo deseé sentir su lengua entre mis piernas, en ese rincón que estaba observando con contenido interés, esperando explotar como un volcán que acumula poco a poco lava en su base, en lugar de ir goteándola.
               Incluso durante el tiempo que habíamos estado peleados no había dejado de pensar en la ropa interior que me pondría la última noche que pasáramos juntos. No me importaba si era en el Savoy o en su habitación, en la mía o en un descampado; tampoco me había importado demasiado en cierto momento si me la ponía para premiarlo o castigarlo, o si me preocuparía que no hiciéramos nada esa última noche. Lo que sí sabía era que quería estar espectacular, tanto para él como para mí; estar y sentirme sexy, y, sobre todo, llevar algo que le sorprendiera. Algo que no hubiera llevado antes.
               Había dedicado los momentos en que Alec me había dejado sola a surfear por todas las páginas web que se me ocurrieron de lencería, metida exclusivamente en los apartados de ropa “más sensual” o con nombres similares, sin saber exactamente qué era lo que quería hasta que encontré este conjunto. Consistía en un tanga de hilo de encaje prácticamente transparente y un sujetador que ni siquiera estaba completo: un trío de hilos mantenían mis pechos en su sitio en la zona donde típicamente estaba la copa o el soporte, resguardando a duras penas mis pezones; los tirantes, que me había retirado por debajo para dejar los hombros al descubierto y no estropear el conjunto de la blusa y la falda, estaban hechos de la misma tela traslúcida del tanga.
               Todo en un precioso tono azul celeste que, como pude comprobar en la tienda a la que me escapé, me quedaba de cine, resaltando el bronceado de mi piel y ese dulce tono dorado con el que había vuelto de Mykonos, un dorado al que no quería renunciar.
                A la ropa interior estaba más que dispuesta a renunciar, por supuesto. Pero me gustaba saber que había aceptado de lleno. Siempre me había puesto conjuntos en ocasiones especiales para estar con Alec, pero nunca algo tan atrevido y que me cubriera tan poco.
               Alec sonrió, acercándose un poco más a mí. Metió un dedo por el hilo del tanga que iba por una de mis caderas y tiró suavemente de él. Me estremecí cuando la tensión hizo que la prenda presionara la entrada de mi sexo, y cuando Alec soltó el hilo y me flageló con él, directamente gemí. Me revolví debajo de él, impaciente y expectante.
               Su mano recorrió mi piel en paralelo al hilo del tanga, descendiendo hacia mis muslos, que se separaron para él. Dos de sus dedos se adentraron en el terreno de mi entrepierna y yo dejé escapar un suspiro de satisfacción mientras me masajeaba, lanzando auténticas tormentas eléctricas al galope por mi cuerpo.
               -Y tú que no querías follar, nena-se burló cuando mis caderas se soltaron de mis riendas y empezaron a seguir las instrucciones de los dedos de Alec. Necesitaba más contacto. Necesitaba más ficción. Necesitaba que me invadiera, que empezara a marcarme como me había prometido. Pero, también, necesitaba que siguiera exactamente como lo estaba haciendo. Me tenía desesperada, hecha un nudo de anticipación: todos mis poros estaban alerta, cada célula que me componía sintiendo al ciento diez porciento lo que me hacía. Me dolían los pechos en el sujetador, y el roce que notaba de la ropa y del propio sostén en los pezones era un pobre sustituto de lo que yo realmente quería: sus manos, sus labios, su lengua, sus dientes. Su polla. Quería que se follara cada rincón de mí-, cuando te pusiste este tanga deseando que te la destrozara. Dime, Sabrae-dijo, acariciándose la polla con la otra mano. Era la derecha. Tenía más ganas de darme placer a mí que de dárselo a él, más ganas de tocarme a mí que de tocarse él-.  Cuando pensaste en lo que iba a hacerte a esto-tiró de nuevo del tanga, solo que esta vez lo hizo del pequeño triángulo que tapaba la entrada de mi sexo. El aire frío lamió mis pliegues e hizo que se me retorcieran los dedos de los pies-, ¿preferías que lo hiciera con los dientes…?-empezó, y soltó el tanga, que rebotó contra mí y me arrancó una maldición.
               -Joder…
               Alec se llevó los dedos que había tenido cerca de mi sexo a la boca y se los lamió con los ojos fijos en mí.
               -¿… o que lo hiciera con la polla?

domingo, 17 de julio de 2022

Sol de limón.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Sherezade podía sentirse muy afortunada por lo generosa que estaba siendo su hija, permitiendo que su reinado de la belleza se extendiera más allá de su pubertad. Sabrae estaba espectacular esa noche, su pelo ondeando suavemente al viento igual que las olas del mar al que homenajeaban esos zapatos que se ocultaban debajo de la mesa, pero que yo notaba acariciándome las piernas en promesa de lo que iba a pasar esa noche.
               Estábamos en la azotea del Savoy, en una de las terrazas más exclusivas de la ciudad. Cuando me había dicho que la cena corría de su cuenta al negarme yo en redondo a que pagara su parte de la habitación, ya me había dado cuenta de que me esperaba un banquete acorde con el estatus de mi chica, ése que yo había decidido ignorar y que me había dado una bofetada de realidad cuando la había visto subirse al escenario y ver a noventa mil personas coreando su nombre, uno de los pocos nombres grabados en la placa de un Grammy entre comillas y ocupando la parte central, en lugar del pie.
               Pero jamás me habría imaginado que Saab aprovecharía para llevarme literalmente al cielo antes incluso de quitarse la ropa. Todo lo que estaba viviendo me parecía surrealista, como si estuviera en un sueño del que no podía y no quería despertarme. Me había conducido directamente hacia el vestíbulo del hotel, luciendo su indumentaria en un metro en el que absolutamente todos los hombres (y alguna que otra mujer) me habían mirado con el odio con el que sólo los celos te hacen mirar a la persona que tú sabes que no se merece a quien tiene al lado, alguien a quien le ha tocado un premio más importante que mil loterías, alguien que tiene más suerte que el resto del mundo junto. Y, cuando habíamos salido de la boca de metro y había echado a andar agitando bien las caderas en promesa de lo que me haría hacerle esa noche, yo me había quedado plantado como un bobo delante de ella. Conocía la dirección; la había recorrido un millón de veces en mi cabeza, fantaseando con cómo nos enrollaríamos en el metro y a duras penas podríamos llegar a cruzar las puertas del ascensor con un mínimo decoro. Sobra decir que ni siquiera tenía pensado que ella llegara vestida a la habitación que había reservado. No era la suite nupcial de mi cumpleaños, pero tenía lo suficiente como para conseguir que me prometiera esperarme dentro de un año.
               No contaba con que ella tuviera otros planes para el mismo escenario, unos cuantos metros por encima de donde yo pensaba hacerla surfear las estrellas.
               -Creía que habías quedado en que la comida hoy corría de tu cuenta-le había dicho yo, arqueando una ceja al verla atravesar con decisión el vestíbulo del Savoy en dirección a la recepción. Sabrae me había sonreído por encima del hombro, apartándose el pelo a un lado de manera que cayera en una cascada de azabache sobre uno de sus hombros y me había guiñado el ojo.
               -Y eso pretendo hacer. Para una vez en que aceptas ser el mantenido de la relación…-y me sacó la lengua.
               La verdad es que a mí no me habría importado subir directamente a la habitación. Ya tendría tiempo de sobra de atiborrarme a comida cuando estuviera en el avión para tratar de llenar de alguna forma el vacío que ella iba a dejar en mí.
               La tarjeta de la habitación que nos habían asignado, en el tercer piso, descansaba sobre la mesa y reflejaba cada uno de los movimientos de Sabrae a la luz de las lámparas de un sutil LED que fácilmente se harían pasar por estrellas. Esas estrellas artificiales arrancaban destellos dorados de la piel de bronce de Sabrae, besada por el sol de una forma en que ni siquiera yo sería capaz de hacer que luciera la melanina que la hacía ser quien era. La brisa de la noche, una disculpa muy agradable para el calor que podía llegar a hacer en nuestra capital, agitaba suavemente la gasa de su blusa blanca igual que una bandera de esperanza después de una travesía interminable por un océano sin piedad, o como las olas en Mykonos.
               Sentado allí, delante de ella tan hermosa en aquella terraza, me sentía como si estuviéramos esperando a que nos abrieran las puertas del Olimpo: ella para conquistarlo, y yo para custodiarla y guardarle las espaldas.
               Sus ojos chispearon con inteligencia y felicidad mezclada con una pizquita de nostalgia cuando se dio cuenta de que llevaba tiempo sin probar mi comida porque me había quedado embobado mirándola. Era algo que a Sabrae siempre le llamaría la atención, no importa los aniversarios que celebráramos o los hijos e incluso nietos a los que diéramos la bienvenida: siempre nos miraríamos así, como si no pudiéramos creernos que el otro fuera de verdad. Yo no sabía por qué la sorprendía a ella, pero sí estaba seguro de qué tenía ella para sorprenderme a mí. Absolutamente todo.
               ¿Y decía que su fe en Dios se había reforzado por ? Yo ni siquiera me había planteado qué había más allá de la muerte hasta que probé sus labios y me convencí en un segundo de que había vida más allá. Era imposible que el paraíso no supiera así. O que no creyera en los dioses cuando me había enamorado de una, ni confiara en mi suerte si ella se había enamorado de mí.
               -¿Qué?-preguntó dulcemente, riéndose. Agitó suavemente la cabeza para apartarse un mechón de pelo de la boca en ese gesto que hacen todas las chicas de una forma idéntica, y que sin embargo solamente era glorioso en Sabrae.
               Negué con la mía.
               -Nada. Estaba pensando que…-me encogí de hombros y estiré la mano para alcanzar la suya al otro lado de la mesa redonda. Incluso a pesar de que su tamaño no parecía acorde con la condición de meca del lujo que era el Savoy, a mí me parecía inmejorable por lo cerca que me permitía estar de Sabrae. Estaba más pensada para tomar cócteles que para cenas de tres platos sin contar entrantes y postre, y cuando nos habíamos sentado en las sillas altas, después de que el maître nos condujera hasta la que Sabrae había pedido expresamente en ese afán perfeccionista que a mí me encantaba, ella me había sonreído y me había dicho que no quería irse a ningún sitio en el que no tuviéramos que apretujarnos para comer. Que ya habría bastante distancia  entre nosotros en unas horas como para acelerarla en la cena-, estás preciosa esta noche.
               Sus mejillas se hincharon cuando Sabrae sonrió, y se apartó un mechón de pelo rebelde de la cara.
               -La ocasión lo merece, ¿no? Y tú también estás precioso-añadió, jugueteando con mis dedos, los ojos fijos en el punto de contacto entre nuestras manos-. Pero necesito que comas, Al. No quiero que te desmayes en el control de accesos del aeropuerto y que te terminen llevando a la garita de seguridad. Ya sabes que soy muy posesiva cuando alguien toca mis cosas-coqueteó, inclinándose hacia atrás y metiéndose una patata seductoramente en la boca, sólo para chuparse la salsa en la que la había mojado (de miel y mostaza, por supuesto) a continuación. Aquel simple gesto mandó una corriente eléctrica desde mis ojos directa hasta mi polla, y juro que se me secó la boca.
               No había venido a jugar, estaba claro. Prefería no imaginarme su ropa interior, que seguro que prometía; no porque me diera miedo que no cumpliera con mis expectativas, sino porque quería tratar de concentrarme en los momentos previos a la noche que íbamos a pasar.
               Era como si lleváramos las semanas desde que habíamos vuelto de Mykonos en completa y absoluta abstinencia; así me hacía sentir su falda lápiz y su blusa. El hecho de que el colgante con mi inicial que nunca se quitaba, salvo para bañarse en el mar, hoy pareciera deslizarse un poco más abajo en dirección a sus pechos no ayudaba a mantener mi cordura en absoluto. Igual que los de un marinero hacia un faro en plena noche, mis ojos no paraban de deslizarse hasta ese rincón en particular de su anatomía.
               Iba a irme por todo lo alto. Joder, tenía pensado follármela de tal forma que me saciaría durante al año que estaríamos separados. Tenía tanto que hacerle y tan poco tiempo… y, sin embargo, estaba disfrutando de ese tiempo a solas con ella, de poder comportarnos como una pareja normal que ha salido a pasar una noche agradable en lugar de arrancar cada segundo del muro de soledad en que se estaban anclando.
               El tiempo que habíamos pasado en la cama la última semana se había evaporado. No existía. Sólo estábamos ella, yo, mis ansias de poseerla y sus ganas de provocarme. Y, Dios, cómo lo estaba disfrutando.
               Una y mil veces le había dicho que lo mejor de planear el sexo era precisamente la anticipación, notar la tensión entre nosotros crecer y crecer, y Sabrae se estaba aprovechando de eso y dando la vuelta alas tornas, siendo ella y no yo la que tenía al otro comiendo de la palma de su mano. Lo había hecho desde que la había visto vestida con esa ropa, pero desde que habíamos llegado al hotel la cosa se había ido caldeando hasta el punto de que apenas era capaz de responder por mí, y desde luego, me asombraba ser capaz de estar aún en público con ella. Casi podía escuchar sus jadeos, esos demenciales “oh, sí, Alec” con los que convertía mi nombre en la palabra más perversa jamás pronunciada; el sonido que haría su cuerpo al deslizarse sobre las sábanas mientras me acompañaba la lengua con las caderas, el tacto suave y aterciopelado de su sexo (completamente depilado, por supuesto, porque me la conozco) en mis dedos, en mi lengua, contra la base de mi polla (también completamente depilada, porque la ocasión lo merece), la forma en que me la chuparía, cómo bajaría por mi cuerpo para mojármela antes de sentarse sobre mí y dar un par de empellones, y a continuación devorarme, ya que adora el sabor de nuestros placeres mezclados.
               -Todavía queda mucha noche para saciar mi apetito, bombón-respondí, guiñándole el ojo y cogiendo la copa de vino blanco que tenía ante mí. Yo no iba a ser tan cabrón como ella y recurrir a todos mis encantos, a pesar de que sabía que mi mandíbula era su perdición… y no era, precisamente, porque no tuviera excusa para marcarla y hacer que saltara sobre mí.

martes, 5 de julio de 2022

Hola, mi nombre sigue siendo Eri. Y les sigo robando sueños a las Directioners.

 
Hoy hace exactamente diez años, me desperté con una sensación de urgencia por escribir el sueño que acababa de tener. Como todos los sueños, era inconexo y partía de la nada, pero aquel fue especial, como si lo que había imaginado supiera de su importancia intrínseca y quisiera sobrevivir al olvido al que condenamos a todos los sueños que no contamos a toda costa, urgiéndome a que lo continuara. Era curioso, porque, al contrario que mis anteriores sueños que habían desembocado en historias y que me habían marcado tanto como para recordarlos a día de hoy, aquel sueño estaba protagonizado por gente de cuya existencia estaba enterada, pero que no me gustaban (obsesionaban) como los que me empujaban a escribir historias sobre ellos que luego nunca terminaba.
               Esas personas eran Louis, Zayn, Niall, Liam y Harry, y el sueño fue el primer capítulo de la que es la primera historia que terminé, It’s 1D, bitches. Una novela que yo no sabía que iba a seguir siéndolo cuando hoy hace diez años les pedí permiso a mis amigas directioners, las principales culpables de que hubiera tenido ese sueño, les enviaba mensajes privados por Tuenti  pidiéndoles permiso para elaborar ese sueño en el blog que estaba estrenando por aquel entonces.
               Y, sin embargo, esos instantes de delirio inclinaron el timón de mi vida hacia un rumbo completamente nuevo. De lo que era un hobby que me apetecía desarrollar y tomarme un poco más en serio de lo que lo había hecho hasta entonces, hice una rutina y casi un trabajo no remunerado.
               Hay muchas cosas que a día de hoy sé que no están nada bien en It’s 1D bitches, y comportamientos que yo misma cambiaría respecto de ella. La primera, mi reticencia en 2012 y siguientes a decir que escribía una fanfic, porque, por aquel entonces, me creía que decir que mi novela era una fanfic era hacerla de menos, o catalogarla como algo de poca calidad pero que un público ansioso y sin ningún tipo de criterio se mete entre pecho y espalda porque forma parte de ser un fan. Pero, curiosamente, hay partes de la trama que sé que son tremendamente insensibles, problemáticas y apresuradas (precisamente de lo que yo quería distanciarme cuando decía que yo “no escribía una fanfic, sino una novela en la que aparecían famosos”), y que sin embargo mantendría a día de hoy. Me corregiría en ciertos aspectos de la novela, pero nunca en la forma en que la escribí. Porque, por mucho que ese sueño de hace diez años terminara haciéndome cambiar radicalmente el rumbo de mi vida, se nota en la estela que voy dejando de qué puerto zarpé: de escribir con el corazón, de dejarme llevar, sentarme frente a la pantalla del ordenador y empezar a teclear, y que sea lo que las musas quieran.
               A veces, cuando me da por releer ciertas partes, me muero de la vergüenza preguntándome en qué coño estaba pensando cuando decidí X cosa, pero creo que eso es bueno; significa que he mejorado y he ido atravesando el mar, cambiando poco a poco de huso horario y de paisajes que me acompañan al otro lado, en la orilla.
               No puedo dejar de pensar en lo increíble que es que las pequeñas decisiones, en las que menos piensas y a las que menos impacto les atribuyen terminan siendo las que definen el rumbo de tu vida. No me senté a pensar en lo que estaría haciendo dentro de diez años aquel día que decidí escribir ese título un poco tonto; simplemente, lo hice. Giré el timón diez grados, sin saber cuánto tiempo hincharía el viento mis velas.
               Pero diez grados en diez años suponen acabar en Japón en lugar de en Australia. Y ahí es donde siento que estoy ahora: lejos de aquel punto de partida, en el que tuve que pedirles a mis amigas que me contaran todo lo que supieran de la banda y que creían que yo necesitaba para seguir con la novela, y, sin embargo, escribiendo todavía en la misma libreta. Dándole a “publicar entrada” y corriendo a avisar con ilusión, esperando que alguien al otro lado de la pantalla tenga tantas ganas de leer mis historias como yo de contarlas.
               Casi nunca hablo de It’s 1D bitches porque, a pesar de que fue mi época de mayor éxito en el sentido de recibir visitas y atraer a gente, creo que, por fortuna, no es mi mejor historia. Aunque sí que reconozco que es el cascarón sobre el que aprendí a navegar, y sin el cual no habría encontrado una pasión de la que me habría encantado vivir, si las circunstancias fueran otras. Pero que no me dé de comer no quiere decir que la desprecie, sino todo lo contrario; me hace ver que lo hago porque lo disfruto, por el compromiso que tengo con ese río que bebe de la fuente que fue. Porque antes de Alec y Sabrae, antes de Scott y Eleanor, antes de Tommy y Diana, estuvieron Eri y Louis.
               Y puede que ya apenas aparezcan, pero, en el fondo… se sigue tratando de Eri y Louis.
               Igual que, en el fondo, sigo siendo la misma niña ilusionada que fui el 5 de julio de 2012, cuando abrí el blog y empecé a escribir. Igual que todavía tengo un poco de miedo de cuando parece que alguien puede enterarse de lo que hago, y no tomarme tan en serio, igual que yo no me tomaba en serio a las que abrieron la senda que yo todavía estoy siguiendo y se lanzaron a escribir las primeras sendas. Igual que, todavía, siento un poco de vergüenza en las escenas de sexo (aunque, por suerte, cada vez menos), y siguen resonando los ecos de mis compañeros de instituto riéndose ante algo que yo disfrutaba y que no hacía daño a nadie. Pero, si tuviera que señalar una sola cosa para sentirme orgullosa, es de seguir aún hoy aquí.
               Cuando empezaron a reírse de mí por lo que escribía hace diez años, tuve que hacer una elección: dejarlo y que ganaran ellos, aun sabiendo que seguirían burlándose; o seguir y que siguieran burlándose, pero terminar ganando yo.
               Y me alegro de haber apostado por mí. Qué paisajes me estoy encontrando, qué luz consigo encontrar dentro de mí.
               Todo porque, hoy hace diez años, decidí virar un poco el timón. Hoy no les voy a dar las gracias a Sabrae, a Alec, o a Scott. Se las doy a su padre, aunque ni siquiera lo es en la ficción, porque de él surgió todo.
               Gracias, Louis. Gracias por, hoy hace diez años, estar en aquel bar diseñado por Morfeo.
               No quiero saber la persona en la que me habría convertido de no ser así.

               Esta va por ti.



lunes, 4 de julio de 2022

Ahora o nunca.

¡Hola, flor! Sé que no paro de darte sustos con notitas como esta, pero quería avisarte de que el lunes que viene (no pasado, sino el 11) voy a ir a un concierto (¡de Imagine Dragons, nada menos!), así que es bastante probable que no haya capítulo el finde que viene, puesto que me voy el domingo por la mañana en un mini viajecito. Espero poder sorprenderte, pero tengo bastante lío con el trabajo y demás, así que prefiero que vayas sobre aviso y no generar expectativas que luego puedo superar, a no decir nada y luego tener que decepcionarte poniendo un tweet en el que parezca que no soy nada previsora. Además, cuando llegues al final de este cap, seguro que entiendes por qué quiero tomarme mi tiempo escribiendo el siguiente 😉. Espero estar a la altura. ᵔᵕᵔ
Gracias por tu comprensión ¡disfruta del cap!
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Siempre supe que iba a echar de menos el sentir su peso encima de mí después de hacerme suya, cuando se desplomaba agotado sobre mi cuerpo al haber gastado hasta el último ápice de su energía en adorarme.
               Lo que nunca me habría imaginado es que lo haría cuando él aún estaba allí. Desde el primer momento en que me había contado sus planes sobre África yo había sabido que lo pasaríamos mal por lo físico de nuestra relación, por la necesidad que teníamos de disfrutar el uno del otro, pero tenerlo aún conmigo y echarlo de menos había sido una sensación devastadora.
               Gracias a Dios, había vuelto a mí.
               Y yo a él.
               Le acaricié la nuca, deslizando los dedos por esos mechones ensortijados que tenía adheridos a la piel perlada de sudor. Después de abalanzarnos el uno sobre el otro en su garaje (porque yo había sido absolutamente incapaz de continuar resistiéndome a él, y menos cuando exudaba tanta testosterona que mi cuerpo se había convertido en un impulso primario y físico de hacerlo mío), habíamos tardado tan poco en subir a su habitación que apenas habíamos conseguido llegar a la cama, y yo creí que lo solucionaríamos en apenas media hora, incluso sabiendo que el apetito que tenía por él era insaciable.
               La noche nos había sorprendido debajo de las sábanas, nuestros gemidos y jadeos acallando el canto de las estrellas. Hacía horas que no sabía dónde estaba mi ropa, y hacía aún más tiempo aún que ni siquiera me importaba. Estaba físicamente agotada y psicológicamente plena como pocas veces lo había estado desde que Alec se despertó del coma; con todo, quería más. Quería que siguiera aplastándome con el peso de su cuerpo sobre el mío, que siguiera invadiendo mi sexo con el suyo, y que siguiera…
               ... que siguiera igual el mes que viene. El año que viene. La vida que viene. Que no tuviéramos que abandonar nunca su cama.
               Me parecía un milagro estar así después de todo lo que habíamos pasado. Un sueño, una mentira demasiado bonita como para ser real. Y, sin embargo…
               Alec se dio cuenta de que me costaba un poco respirar, y bueno como era (más de lo que yo me merecía), hizo amago de incorporarse para dejarme descansar. Suerte que le conocía y ya estaba preparada para cuando intentara hacer eso, y no le dejé: cerré las piernas bien en torno a él y hundí los dedos en la gloriosa piel que cubría los gloriosos músculos de su aún más gloriosa espalda. Todavía le tenía dentro de mí.
               -No te vayas todavía.
               Noté cómo sonreía por la forma en que sus dientes acariciaron el lóbulo de mi oreja.
               -Te estoy aplastando, bombón.
               Bombón. Había vuelto a decirlo en ese tono con el que lo hacía antes: chulo y juguetón, retador y, a la vez, cariñoso. No sonó como las otras veces en que había usado esa palabra para llamarme a lo largo de la última semana, en la que casi había querido más aplacar mi tristeza por nuestro distanciamiento que demostrarme que seguía ahí.
               -Me da igual. Pelearé por cada milímetro de contacto contigo hasta que te vayas. Incluso si el precio a pagar es en oxígeno.
               Se volvió a reír y eso tuvo un efecto curioso en nuestra unión. Noté que él también se daba cuenta; a pesar de todo, se deslizó por encima de mi cuerpo para apoyar la cabeza sobre su almohada, y se me quedó mirando. Me apartó el pelo de la cara y dejó reposando su mano sobre mi mejilla.
               -Eres preciosa.
               Aparté el pensamiento de “no lo suficiente como para conseguir que te quedes” de mi cabeza, porque sabía adónde nos llevaba esa mentalidad. Había sido una semana de mierda en la que yo sentía que me estaba ahogando, y lo más frustrante de todo era que Alec no parecía darse cuenta de lo muchísimo que me estaba costando sacar la cabeza del agua. O, algo mucho peor y que no me había permitido pensar durante demasiado tiempo seguido: sí se la daba, pero estaba tan cabreado conmigo que le daba lo mismo. Tenía sus propias batallas que luchar y no podía estar siempre ocupándose de mí; más ahora que tenía que disfrutar tanto de su entorno que no debería dejar que las nubes oscurecieran un cielo que se esforzaba por iluminar esos paisajes con los que había crecido y de los que pronto se despediría.
               E, incluso si había un tercer factor que yo no era capaz de descifrar, lo cierto es que había llegado a un punto que rayaba en la desesperación. Haberme alejado de él al principio me había hecho sentir una vergüenza que era incapaz de superar, y cuando mis ansias por él habían superado a la tristeza que me producía el que no quisiera quedarse, lo único que había sabido hacer había sido lanzarle señales, extender la mano con la esperanza de que él accediera a cogérmela. No me sentía con el derecho a pedirle que me abrazara por las noches, o que me follara tan fuerte que me hiciera olvidar todo por lo que estábamos pasando.
               Siempre había albergado pequeños retazos de esperanza. Me había aferrado a los videomensajes con el amanecer que nunca había dejado de enviarme, a esos besos que sabían a ceniza pero que eran mejores que nada, y, cuando su cuerpo respondía al mío, siquiera de forma involuntaria, yo me había regodeado en ello. Cuando dejan de mirarte de esa manera en la que Alec me había mirado a mí, sentirte deseada es lo único que te salva del suicidio de tu amor propio. Me gustaba saber que todavía pensaba en mí de esa manera, que podía ponerlo cachondo y protagonizar sus fantasías mientras se masturbaba.
               Pero, a veces, el abismo que había entre nosotros me abrumaba. Por eso le había dicho que no en la playa el día anterior: porque sabía que, si me abría de piernas para él en un sitio tan parecido a aquel en que habíamos hecho el amor por última vez en Mykonos, no podría evitar ponerme de rodillas y suplicarle que se quedara. En cuanto me había alejado de él, había tenido que luchar contra mis ganas de vomitar ante la vergüenza que me producía estar viviendo en mi piel, y luego… luego me había dado cuenta de que le había herido el orgullo cuando nos habíamos metido en la bañera.
               Yo no quería nada más que follármelo cuando llegamos a su casa. Necesitaba arrancarle una respuesta un poco más caldeada que la tibieza con la que me trataba. Me había muerto de miedo cuando le pedí lavarle el pelo, porque por un segundo creí que me diría que mejor otro día (un día que tardaría 365 en llegar), pero cuando me había dicho que sí, tonta de mí, me había permitido albergar un poco de esperanza. Había sentido un cierto alivio notando sus músculos contra mis senos, sus piernas entre las mías de nuevo.
               Luego vi cómo se tapaba su erección, como si le avergonzara o no quisiera que yo notara que todavía tenía ese efecto en él, y me desinflé.
               Y más aún cuando nos intercambiamos los papeles y la pude notar contra mi culo mientras me lavaba la cabeza. Apenas fue un respiro cuando me lavó las puntas y sus dedos rozaron mis tetas de una forma que me hizo creer más tarde que se le había escapado, ya que las costumbres son muy difíciles de corregir, y más aún las que tienes con tu pareja. Había querido que siguiera, que bajara como lo había hecho otras veces y hubiera apretado ese botón entre mis piernas que nos lanzaba a ambos hacia las estrellas, pero no había tenido valor suficiente para pedírselo. Mi orgullo femenino también estaba herido. Después de aquella pequeña corrección, era evidente que su cuerpo le había traicionado y se había puesto cachondo muy a su pesar, ya que, ¿qué otra razón podía haber a que no moviera ficha y empezara una relación sexual si estaba empalmado, aparte de porque no quería?
               Cada segundo en la bañera había sido un suplicio por eso precisamente: porque no me sentía correspondida, algo que nunca me había pasado desde que estaba con él. Yo me moría porque me tocara, y él, mientras tanto, ponía todo el cuidado del mundo en no alentar mis ilusiones no acercándose ni a mi sexo ni a mis pechos, como si no me hubiera quedado ya bastante claro que no quería nada cuando no había intentado avanzar justo en lo que yo deseaba. En lo que yo necesitaba.
               Por eso le había dicho lo del Savoy. No quería que corriera con los gastos él solo si no iba a pasar nada esa noche. Sabía el esfuerzo que le había supuesto reunir el dinero para poder hacer la reserva, y si íbamos a quedarnos toda la noche mirando el uno para el otro desde extremos contrarios de la habitación, lo mínimo que podía hacer yo era pagar mi parte.
               -Tú también eres precioso-contesté, sonriendo y acercándome hacia su boca para darle un beso con el que tatuarle mis palabras. Sabía lo mucho que se detestaba a veces, así que necesitaría llevarse mi amor por él también a Etiopía.