Hablando de escuchar…
Parecía mentira que uno de los peores días de mi vida fuera a empezar tan bien, como morder una fruta podrida de la que el primer bocado es el más dulce que has probado nunca.
No habíamos puesto despertador, supongo que confiando en que nuestros cuerpos decidirían cuándo era el momento de separarse, o en que el universo se las ingeniería para imponernos su plan. Como siempre, estábamos en lo cierto. Todavía faltaban unas horas para que el avión de Alec despegara.
Mientras tanto, podía quedarme escuchando el sonido de su respiración acompasada. Como anticipando que la próxima noche ya no podríamos estrecharnos el uno al otro entre nuestros brazos, habíamos dormido enredados en la parte de abajo, pero separados en la de arriba. Yo estaba de costado, mirando hacia él, cuando el sol se cansó de acariciarme los ojos y empezó a arañarme los párpados. Alec estaba boca abajo, respirando profunda y lentamente, su espalda subiendo y bajando al compás que marcaba su pecho.
Estuve despierta un par de segundos más que él, un par de segundos preciosos que eran poca compensación por el tiempo que no iba a tenerle, pero que atesoré de todos modos como el regalo divino que eran. Prácticamente aguanté la respiración para oír la suya, regodeándome en ese dulce sonido al que nunca pensé que me acostumbraría.
Estiré la mano para acariciarle el pelo como tantas veces había hecho mientras él dormía, incapaz de guardarme las manos… y, esta vez, Alec se despertó. Su respiración se volvió un poco más profunda justo antes de ascender igual que un delfín que se hace con las olas. Tomó aire profundamente y luego lo exhaló entrecortado, levantando la cabeza lo justo como para mirar a su alrededor con expresión de somnolencia. Sus manos buscaron por el colchón antes incuso de que él pudiera recordar su nombre, dónde estaba o con quién, y, sobre todo, qué día era. Respiró un par de veces más y yo escuché con toda la atención que pude, consciente de que nunca había escuchado algo tan hermoso a pesar de haber dormido con más personas. Scott había sido la primera respiración de ese tipo que había oído, y durante los primeros años de mi vida aquello había acompañado a mis despertares, pero la de Alec… la de Alec no podía compararse con nada.
Y mañana habría silencio. Suerte que a Claire le quedaría libre el hueco que Alec iba a dejar, porque estaba convencida de que me volvería loca acusando la falta de estímulos.
Los músculos de su espalda se contrajeron y relajaron en esa perfecta sincronía que sólo tenía su cuerpo mientras se incorporaba un poco más. Se giró para mirarme, y cuando por fin sus ojos se encontraron con los míos, ese pellizco de preocupada desorientación que siempre le asaltaba nada más despertarse se apagó. Ahora que sabía que estaba conmigo, no le importaba dónde habíamos dormido. Estaba en casa simplemente por la persona que compartía con él la cama.
Y se pasaría un año entero sin poder pisar su casa.
-Buenos días-dijo, la voz rasposa del hombre que acaba de despertase. Mi hombre, pensé, con un delicioso retortijón de posesividad en el estómago, mientras seguía revolviéndole el pelo distraída. No recordaba haber estado con ningún chico que tuviera el pelo tan suave como Alec.
-Buenos días. ¿Has dormido bien?
-He dormido demasiado-respondió, frotándose los ojos. Cuando sólo le habían indicado el día que salía su avión, Alec había decidido que no dormiríamos nada la noche anterior a que él se fuera. Todo el sueño que tuviéramos que recuperar, él lo recuperaría en el avión de camino a Etiopía y yo lo recuperaría por el día, como si pudiera descansar mientras se alejaba de mí a más de un kilómetro por minuto.
Cuando le habían enviado la tarjeta de embarque y había visto que su vuelo sería nocturno, Alec había insistido en que no teníamos por qué dormir en nuestra última noche juntos… “salvo que yo quisiera descansar, claro”. Y yo no querría descansar, pero tampoco quería que se desplomara de agotamiento en su primer día en el voluntariado. Sospechaba que a duras penas habría aguantado el ritmo que pretendía llevar antes de tener el accidente, pero después de haberlo tenido, la verdad es que no quería arriesgarme.
-Si no sabes qué hora es, Al-me reí, y él se acercó a mí. Me rodeó la cintura como sólo él sabía hacerlo y yo decidí en ese momento que me pasaría un año sin usar cinturones: nada debería tocarme en ese rincón de mi cuerpo, que estaba a la vista de todos pero que sólo respondía a Alec.
-Me da igual. He dormido, y dormir siquiera treinta segundos es demasiado.
-Eres bobo-me reí de nuevo, acariciándole la mejilla mientras se ponía encima de mí, colándose entre mis piernas. Noté que estaba duro. ¿Íbamos a tener sexo mañanero? La verdad, no estaba nada a disgusto con el último polvo que habíamos echado, y me parecía tan tierna la manera en que habíamos hecho el amor que no me importaría que aquella fuera nuestra última bien. La consideraba una buena despedida. Todo lo buena que podía serlo una despedida de mi novio, claro.
Sin embargo, ahora que parecía abrirse un horizonte de posibilidades frente a mí, no estaba por hacerle ascos.
-Si supieras lo que estoy pensando, nena, me llamarías cosas más feas que bobo.
-Mm, no sé si mi mente inocente estaría capacitada para procesar todas las maldades que se le pasan por la cabeza a un sinvergüenza como tú. Aunque me gusta intentarlo.
-Se te da de cine intentarlo.
-Es que da mucha satisfacción.
Dejó de darme besos y levantó un poco la cabeza para poder mirarme a los ojos.
-¿Satisfacción?
-Satisfacción-asentí, acariciándole los hombros, los brazos, los músculos de sus bíceps. Me apeteció darle un bocado a sus bíceps, y lo hice. Porque era mi novio y podía hacer con él lo que quisiera. Alec dejó escapar un suave y juguetón “auch”, tiró de las sábanas y nos escondió debajo de ellas. Me agarró de las manos para ponérmelas por encima de la cabeza, y cuando empecé a retorcerme por debajo de él, noté cómo sus dientes rozaban mi piel más que sus labios. Sonreía. Era feliz.
Esperaba hacerlo lo suficientemente feliz durante esas horas que aún nos quedaban para que los ecos de lo bien que se lo había pasado resonaran en su alma dentro de 24 horas, cundo no tuviera a nadie que le conociera y estuviera locamente enamorada de él (y no hablaba sólo por mí esta vez) en el mismo continente en el que estaba. Sospechaba que lo iba a pasar mal las primeras semanas, detestándose por hacer amigos porque consideraría que debía guardarnos luto a todos los que había dejado en Inglaterra. Por eso quería que sus últimas horas fueran tan especiales: para que pudiera despedirse como consideraba que debía hacerlo.
Su boca recorrió mis curvas, señalando puntos sueltos en mi anatomía que, en un patrón, me convertían en la constelación más hermosa del universo. Se rió conmigo cuando me hizo cosquillas, me miró a los ojos con ilusión cuando salimos de debajo de las sábanas, y me dijo que me quería a la vez que se lo decía yo. Dejé apoyada la cabeza en la almohada, disfrutando de la manera que tenía de mirarme, como si fuera yo la que alzara el sol todas las mañanas. Ni tan siquiera Scott había sido capaz de mirarme así de pequeña, ni yo a él.
Parecía mentira que uno de los peores días de mi vida fuera a empezar tan bien, como morder una fruta podrida de la que el primer bocado es el más dulce que has probado nunca.
No habíamos puesto despertador, supongo que confiando en que nuestros cuerpos decidirían cuándo era el momento de separarse, o en que el universo se las ingeniería para imponernos su plan. Como siempre, estábamos en lo cierto. Todavía faltaban unas horas para que el avión de Alec despegara.
Mientras tanto, podía quedarme escuchando el sonido de su respiración acompasada. Como anticipando que la próxima noche ya no podríamos estrecharnos el uno al otro entre nuestros brazos, habíamos dormido enredados en la parte de abajo, pero separados en la de arriba. Yo estaba de costado, mirando hacia él, cuando el sol se cansó de acariciarme los ojos y empezó a arañarme los párpados. Alec estaba boca abajo, respirando profunda y lentamente, su espalda subiendo y bajando al compás que marcaba su pecho.
Estuve despierta un par de segundos más que él, un par de segundos preciosos que eran poca compensación por el tiempo que no iba a tenerle, pero que atesoré de todos modos como el regalo divino que eran. Prácticamente aguanté la respiración para oír la suya, regodeándome en ese dulce sonido al que nunca pensé que me acostumbraría.
Estiré la mano para acariciarle el pelo como tantas veces había hecho mientras él dormía, incapaz de guardarme las manos… y, esta vez, Alec se despertó. Su respiración se volvió un poco más profunda justo antes de ascender igual que un delfín que se hace con las olas. Tomó aire profundamente y luego lo exhaló entrecortado, levantando la cabeza lo justo como para mirar a su alrededor con expresión de somnolencia. Sus manos buscaron por el colchón antes incuso de que él pudiera recordar su nombre, dónde estaba o con quién, y, sobre todo, qué día era. Respiró un par de veces más y yo escuché con toda la atención que pude, consciente de que nunca había escuchado algo tan hermoso a pesar de haber dormido con más personas. Scott había sido la primera respiración de ese tipo que había oído, y durante los primeros años de mi vida aquello había acompañado a mis despertares, pero la de Alec… la de Alec no podía compararse con nada.
Y mañana habría silencio. Suerte que a Claire le quedaría libre el hueco que Alec iba a dejar, porque estaba convencida de que me volvería loca acusando la falta de estímulos.
Los músculos de su espalda se contrajeron y relajaron en esa perfecta sincronía que sólo tenía su cuerpo mientras se incorporaba un poco más. Se giró para mirarme, y cuando por fin sus ojos se encontraron con los míos, ese pellizco de preocupada desorientación que siempre le asaltaba nada más despertarse se apagó. Ahora que sabía que estaba conmigo, no le importaba dónde habíamos dormido. Estaba en casa simplemente por la persona que compartía con él la cama.
Y se pasaría un año entero sin poder pisar su casa.
-Buenos días-dijo, la voz rasposa del hombre que acaba de despertase. Mi hombre, pensé, con un delicioso retortijón de posesividad en el estómago, mientras seguía revolviéndole el pelo distraída. No recordaba haber estado con ningún chico que tuviera el pelo tan suave como Alec.
-Buenos días. ¿Has dormido bien?
-He dormido demasiado-respondió, frotándose los ojos. Cuando sólo le habían indicado el día que salía su avión, Alec había decidido que no dormiríamos nada la noche anterior a que él se fuera. Todo el sueño que tuviéramos que recuperar, él lo recuperaría en el avión de camino a Etiopía y yo lo recuperaría por el día, como si pudiera descansar mientras se alejaba de mí a más de un kilómetro por minuto.
Cuando le habían enviado la tarjeta de embarque y había visto que su vuelo sería nocturno, Alec había insistido en que no teníamos por qué dormir en nuestra última noche juntos… “salvo que yo quisiera descansar, claro”. Y yo no querría descansar, pero tampoco quería que se desplomara de agotamiento en su primer día en el voluntariado. Sospechaba que a duras penas habría aguantado el ritmo que pretendía llevar antes de tener el accidente, pero después de haberlo tenido, la verdad es que no quería arriesgarme.
-Si no sabes qué hora es, Al-me reí, y él se acercó a mí. Me rodeó la cintura como sólo él sabía hacerlo y yo decidí en ese momento que me pasaría un año sin usar cinturones: nada debería tocarme en ese rincón de mi cuerpo, que estaba a la vista de todos pero que sólo respondía a Alec.
-Me da igual. He dormido, y dormir siquiera treinta segundos es demasiado.
-Eres bobo-me reí de nuevo, acariciándole la mejilla mientras se ponía encima de mí, colándose entre mis piernas. Noté que estaba duro. ¿Íbamos a tener sexo mañanero? La verdad, no estaba nada a disgusto con el último polvo que habíamos echado, y me parecía tan tierna la manera en que habíamos hecho el amor que no me importaría que aquella fuera nuestra última bien. La consideraba una buena despedida. Todo lo buena que podía serlo una despedida de mi novio, claro.
Sin embargo, ahora que parecía abrirse un horizonte de posibilidades frente a mí, no estaba por hacerle ascos.
-Si supieras lo que estoy pensando, nena, me llamarías cosas más feas que bobo.
-Mm, no sé si mi mente inocente estaría capacitada para procesar todas las maldades que se le pasan por la cabeza a un sinvergüenza como tú. Aunque me gusta intentarlo.
-Se te da de cine intentarlo.
-Es que da mucha satisfacción.
Dejó de darme besos y levantó un poco la cabeza para poder mirarme a los ojos.
-¿Satisfacción?
-Satisfacción-asentí, acariciándole los hombros, los brazos, los músculos de sus bíceps. Me apeteció darle un bocado a sus bíceps, y lo hice. Porque era mi novio y podía hacer con él lo que quisiera. Alec dejó escapar un suave y juguetón “auch”, tiró de las sábanas y nos escondió debajo de ellas. Me agarró de las manos para ponérmelas por encima de la cabeza, y cuando empecé a retorcerme por debajo de él, noté cómo sus dientes rozaban mi piel más que sus labios. Sonreía. Era feliz.
Esperaba hacerlo lo suficientemente feliz durante esas horas que aún nos quedaban para que los ecos de lo bien que se lo había pasado resonaran en su alma dentro de 24 horas, cundo no tuviera a nadie que le conociera y estuviera locamente enamorada de él (y no hablaba sólo por mí esta vez) en el mismo continente en el que estaba. Sospechaba que lo iba a pasar mal las primeras semanas, detestándose por hacer amigos porque consideraría que debía guardarnos luto a todos los que había dejado en Inglaterra. Por eso quería que sus últimas horas fueran tan especiales: para que pudiera despedirse como consideraba que debía hacerlo.
Su boca recorrió mis curvas, señalando puntos sueltos en mi anatomía que, en un patrón, me convertían en la constelación más hermosa del universo. Se rió conmigo cuando me hizo cosquillas, me miró a los ojos con ilusión cuando salimos de debajo de las sábanas, y me dijo que me quería a la vez que se lo decía yo. Dejé apoyada la cabeza en la almohada, disfrutando de la manera que tenía de mirarme, como si fuera yo la que alzara el sol todas las mañanas. Ni tan siquiera Scott había sido capaz de mirarme así de pequeña, ni yo a él.