lunes, 16 de enero de 2023

Babilonia.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Definitivamente el sábado era el mejor día de la semana. Había desbancado a un viernes que había luchado con uñas y dientes por mantenerse en la cima, y todo gracias a la chica cuyos dedos habían creado la carta que yo ahora tenía en mis manos. Los viernes eran los días que me saciaba por fin de mi ansia de Sabrae, pero no eran los días en que me levantaba con ella a mi lado ni podía disfrutarla a todas horas si me apetecía. Tenía responsabilidades, clases a las que ir, entrenamientos que completar y fiestas que anticipar.
               Los sábados, en cambio, se habían vuelto total y absolutamente de ella. Ya no sólo porque eran los días en que me despertaba con la calidez y la fluidez de su cuerpo a mi lado, ni porque nos podíamos pasar el día entero juntos si queríamos, amén de la noche, sino porque… los sábados era el día libre para pensar en ella.
               Y también parecía ser el día en que recibiría sus cartas. Había sido una semana de mierda en el trabajo, ya que habían pospuesto la excursión que teníamos planeada para el jueves de esa semana, así que me había pasado cada puto día aguantando las subnormaladas de Nedjet y el resto de los tíos. Al menos habíamos conseguido terminar los cimientos de la cabaña que estábamos construyendo y lo más complicado ya se había superado, pero todavía nos quedaba el resto de la estructura de la casa y yo estaba machacado. Había esperado a que llegara el sábado como agua de mayo sólo para poder dormir la mañana sin que Luca me molestara, creyendo que el correo no llegaría hasta que Valeria no fuera a la ciudad el lunes, y confiando en que encontraría un nuevo contacto con Saab las energías suficientes para seguir mordiéndome la lengua y no romperle la puta cara al imbécil de Nedjet.
               Estaba roncando como un condenado, cubierto de sudor por el calor del mediodía, cuando Luca abrió de un portazo.
               -Han traído el correo.
               Creo que estaba soñando, como de costumbre, que me estaba follando a Sabrae. Acostarme agotado y de mala hostia hacía que mi subconsciente quisiera compensarme por todo lo que estaba soportando esos días disfrutando durante mis noches. Y, aunque morderle el pezón a mi novia en el mundo onírico era algo delicioso, más lo era aún comprobar que no me la estaba inventando.
               Así que me escapé de las garras de Morfeo como un ciervo que atisba un lobo entre los arbustos, me incorporé como un resorte y salí afuera. Sí. En gayumbos. En momentos como ése ni siquiera era consciente de cómo estaba vestido o de las condiciones en que se encontraba mi cuerpo. Me daban igual mis cicatrices, mis abdominales, los moratones de los accidentes que teníamos en el trabajo (los únicos momentos en que Nedjet no se comportaba como un imbécil conmigo, aunque no sabía si su preocupación por mi salud se debía a que Valeria lo mataría si le pasaba algo a uno de sus activos más valiosos) o que nadie más que yo estuviera casi como Dios lo había traído al mundo.
               La verdad es que pocos se fijaron en mí: estábamos todos igual de ansiosos por saber si teníamos noticias de casa como para mirarnos los unos a los otros. Mbatha estaba de pie sobre una caja de madera, leyendo los nombres de los afortunados que tenían correspondencia y tendiéndoles lo que fuera que les hubieran mandado. Se detuvo y frunció el ceño mirando una carta, y Perséfone se adelantó instintivamente. Su familia le escribía en griego, claro, un alfabeto que Mbatha no sabía leer, y todavía le costaba un poco identificar a las personas a quienes les escribían con distintas letras, puesto que Pers no era la única.
               Cuando nos vio entre la multitud, Mbatha movió un pie para apuntar una caja que tenía junto a la que le hacía las veces de escenario.
               -Luca, eso es para ti.
               Mi amigo se adelantó como un perro rabioso, tiró del paquete, abrió la caja, y cuando vio que su familia le había mandado un queso siciliano, varios tarros de especias y tomates, se echó a llorar.
               No es puta coña.
               Se echó a llorar porque le habían mandado un queso.
               -Pero, tío-se rió uno de los chicos que también iban a las expediciones cuando Luca arrancó un trozo de queso de una cuña, se lo metió en la boca y abrazó el resto, llorando a mares.
               -Me moriría si me obligarais a comer una vez más esas lasañas de chapapote que decís que son boloñesas.
                -No lo dice en serio-le dije a Fjord, que había fruncido el ceño y lo miraba como si fuera a echarle arsénico en las patatas la próxima vez que fuera a verlo.
               -Sí que lo dice en serio-se rió Perséfone, abriendo su carta.
               -Perséfone, tía, cállate. Me gustaría ver a quién te follas si le pegan una paliza y lo matan.  
             -Será por tíos en este campamento.
               -Alec, macho, ¿qué haces en bolas?-se burló Fjord, que ahora ya se había fijado en mí.
               -No estoy en bolas. Estoy en gayumbos.
               -Por desgracia-suspiró Odalis, mirándome de arriba abajo y no cortándose un pelo con cómo me comía con la mirada.
               -Amén-dijo su compañera de cabaña, que se adelantó en ese momento para recoger la carta que Mbatha le tendía-. Qué desperdicio por alguien que no se va a enterar de lo que hagas-suspiró de nuevo, con los ojos puestos en mi paquete.
               -Y eso que no lo habéis visto empalmado. Flipáis lo que le crece cuando le acaricias la nuca-comentó Perséfone, abriéndose paso entre la gente para irse a un lugar más tranquilo.
               -A ver-rió Fjord, acercándose a mí y pasándome los dedos por la nuca.
               -¡Quita, puto anormal! ¿Quieres que te arranque la mano de un mordisco?
               -Mejor no comento dónde me gustaría que Alec me diera un mordisco-gruñó Odalis.
               -Alec-dijo Mbatha.
               -¡Ha empezado él!
               Mbatha puso los ojos en blanco y agitó la carta que sostenía entre los dedos. Me abrí paso entre la gente, la recogí como un poseso, y salí escopetado en cuanto la giré y vi el remitente.
               Sabrae Malik, suite Gotham
               Four Seasons Hotel, E 57th Street
               Nueva York, Nueva York 10022
               Estados Unidos de América
               -Es de efecto retardado-comentó el compañero de cabaña de Fjord cuando empecé a pensar en lo que había en esa carta y lo que le haría a Sabrae en el sitio en el que estaba y se me marcó más y más el paquete. Me latía el corazón en la polla, y que Perséfone hubiera desvelado delante de todo el mundo cuál era mi punto débil y Fjord me lo hubiera presionado no ayudaba en nada a mantener la compostura.
               Tampoco es que me muriera por mantenerla, claro.
               -Que te den por culo, Paul-escupí, saliendo del círculo y apresurándome hacia la cabaña y dejando a Luca en el centro, aún llorando con su queso y sus especias. Dios mío de mi vida, menudo tío.
               Cerré la puerta de la cabaña, pasé los dedos por la solapa del sobre (lo único que impedía que lo destrozara de las ganas que tenía de leer lo que me había escrito Sabrae era que no quería romper su nombre), saqué los folios, los desdoblé con manos temblorosas, y empecé a leer.
               Mi preciosísimo, amadísimo y fortísimo Alec,
               ¿Cómo no voy a abrirte los ojos a la persona tan maravillosa que eres? El simple hecho de que creas que haces algo mal ya es suficiente para hacerme dudar de mi fe, porque si Dios es perfecto, no te ha puesto en la Tierra más que para lucirse con sus habilidades. Así que me pregunto por qué te ha hecho tan ciego a todas tus virtudes, y sin embargo te obliga a amplificar todos tus defectos. Sé que eres listo de sobra para haber sido capaz de inventarme, pero yo lo soy más por haber conseguido que te enamoraras de mí, y por eso estoy dispuesta a hacer lo imposible por conservarte. Cada centímetro que nos separa es como un puñal en mi corazón, y no quiero pensar en todo lo que tendrá que viajar esta carta para llegar de mis manos a las tuyas, ni la distancia que ahora he puesto yo entre nosotros, pero sé que todo el dolor de tenerte lejos se verá recompensado un trillón de veces en cuanto vuelva a tenerte cerca. No te preocupes por mí. Cada lágrima que derramé por lo que creía que nos había pasado tiene mil risas que la contrarresten, y todas te la debo a ti.
               Tú también eres el único. El único y el primero que me ha hecho saber qué es el amor y qué es el placer, algo tan puro y tan fuerte que hace que te sienta incluso con lo lejos que estamos. Tuve mi primer orgasmo gimiendo tu nombre incluso cuando creía que te detestaba.
               Oh, joder. Joder. Íbamos a hacerlo. ¿Íbamos a hacerlo?
               He tenido los orgasmos más intensos de mi vida gritando tu nombre mientras me montabas.
               Joder. Íbamos a hacerlo.
                He tenido sexo sin protección solamente contigo…
               Ay, mi madre. Joder, joder, joder.
               … y me has hecho descubrir de nuevo lo mucho que puedes disfrutar de saber que tu hombre se derrama en tu interior, ver cómo su placer se escapa de entre tus piernas, mirarlo a los ojos y ver que a él le gusta verlo tanto o más que a ti.
               -Vamos, nena-ronroneé, tumbándome en la cama y sosteniendo las cartas con una mano. Con la otra, bueno… supongo que te imaginas qué empecé a hacer.
               Sé que crees que cada cosa que has hecho en la vida ha sido una preparación para lo que ibas a hacer conmigo, y precisamente que, con toda tu experiencia, me eligieras y te hayas devotado a mí es lo que más feliz me hace en la vida. No sé si podría disfrutar contigo tanto como lo hago si tu pasado no fuera como es, pero viendo cómo te adora cada persona que te tiene cerca, siquiera aunque sean cinco minutos, es suficiente para que me sienta la chica más afortunada del mundo por simplemente que me mires. Tu tiempo no vale oro; vale muchísimo más. Vale todo lo bueno que hay en este planeta y en los que lo rodean, y saber que quieres compartirlo conmigo y que lo estás descontando igual que lo hago yo para que volvamos a estar juntos es el consuelo que necesito cuando me voy a la cama sola.
               -Dímelo-susurré por lo bajo.
               O cuando me ducho sola.
               Me relamí los labios, sonriendo.
               O cuando me toco como tú me tocas.
               -La madre que me parió.
               Es horrible tener que correrme sola…
               -Dios.
               pero más horrible sería dejar que mis ansias por ti crecieran y siguieran consumiéndome como lo hacen. Yo tampoco puedo parar de pensar en ti. Llevo sin poder dejar de echarte de menos desde que te marchaste, y ahora, con los regalitos que me has dejado y lo atento que has sido conmigo… bueno, digamos que cada vez me dura menos la paciencia, te pienso más y con menos ropa, y les recuerdo a las estrellas cómo te llamas.
               Tienes que reconocérselo. No hay nadie capaz de escribir “no veas la cantidad de dedos que me estoy haciendo pensando en ti, cari” como acababa de hacerlo ella.
               Me la imaginé en mi cama, aprovechando que la casa estaba sola, quitándose la ropa, cogiendo el vibrador que le había regalado, tumbándose en la cama, separando las piernas y paseándose lo por su cuerpo, deteniéndose en sus pechos, jugueteando con ellos antes de descender e introducirlo en su interior, con los ojos cerrados, con mi nombre colgándole de los labios como los jardines de Babilonia, clavando las uñas en el colchón como me las clavaba a mí en la espalda, su piel empezando a cubrirse de sudor, y…
               -Joder-jadeamos los dos a la vez. Sabrae sonreía, temblando de pies a cabeza mientras se corría y yo hacía lo propio. Era el cambio de rumbo que necesitaba después de una semana intensísima en que no había parado de preguntarme por qué había acabado empeñado en que me vendría bien ir al voluntariado, cuando lo que más necesitaba era tener a alguien que me cuidara y me celebrara y me dijera que las cosas que las voces de mi cabeza me decían no eran verdad, cosas que ahora podía ver en los ojos de Nedjet.
               Su capacidad de curación era increíble. Si incluso a miles de kilómetros de distancia (era una salvación eso de no tener Internet para no poder mirar todo lo que nos separaba) era capaz de tranquilizarme y hacer que cambiara el chip radicalmente, no dudaba de que lograría lo imposible cuando volviéramos a encontrarnos: curarme del todo.
               Mis manos y los juguetes que me has dejado son un pobre sustituto para lo que tu cuerpo le hace al mío… 
               No podría estar más de acuerdo, nena. No podría estar más puto de acuerdo.
               pero hacen que la espera se vuelva un poco más amena, porque es como tenerte un poco más cerca. Arañar un poco la distancia que nos separa y hacer que disminuya siquiera unos centímetros como quitándole un poco de cemento de cada vez a una pared. Cada centímetro cuenta. Dios, Alec, si algo he aprendido contigo es que cada puto milímetro cuenta.
               Sabía de sobra por qué me lo decía, pero no iba a darle el gustazo de quedarse viuda y poder irse con la infinidad de payasos que ya debían de estar rondándola a base de palmarla porque no podía dejar de cascármela. Joder, eres tan grande, la había escuchado jadear tantas veces, todas ellas amenazando con conseguir que me corriera en ese mismo momento, incluso cuando entraba en su interior, que ya debería estar acostumbrado y no debería afectarme tanto que hiciera referencia a mi envergadura. Pero, joder, es que me encantaba tenerla grande simplemente porque así tenía más superficie para disfrutarla.
               Así que, ¿cómo no luchar por ti? Lo único que lamento es haber tardado tanto en darme cuenta de que tú nunca me harías lo que creías que me habías hecho, por todo lo que hemos hablado antes. Sé que eras sincero cuando me decías en persona que ya no habría ninguna otra y sé que lo eres ahora cuando me lo repites por carta, así que no debería haber dudado de ti. Por eso lucharé por ti hasta mi último aliento. Y, si yo me muero antes que tú, también lo seguiré haciendo desde donde me vaya. Y creo que va a ser así. Es lo justo. Da igual que las mujeres vivamos más y yo sea más joven que tú; yo no he estado nunca en un mundo en el que tú no existas, y si Dios te ha puesto tan cerca de mí es porque no quiere que descubra cómo sería ese mundo sin ti.
               Pero no hablemos más de mis sentimientos por ti, no vaya a reventarte el ego dentro de la cabeza y nos encontremos con un problema. Me encanta que hayas citado a El diablo viste de Prada; sabía que estaba haciendo bien poniéndote la película y obligándote a prestarle atención aunque tuvieras las manos excesivamente largas. Hay veces en que no eres tan listo, pero por suerte sabes escuchar y corregir el rumbo.
               ME ENCANTA que te hayan llevado por fin a ver el atardecer. Debe de ser súper mágico. Ojalá pudiera estar ahí contigo, verlo, acurrucarme entre tus brazos, darte muchos besitos y quedarnos mirando las estrellas. ¿Las constelaciones son las mismas que en casa? No deberían, según he estado mirando por Internet. Ojalá la cámara que tus amigos te regalaron pudiera hacer fotos nocturnas, pero me parece que al final no te cogieron el pack extra porque no sabían cómo te lo tomarías si de repente te daban todas las herramientas para preparar un estudio profesional de fotografía. Espero que estés haciendo fotos como un poseso. ¿Se te ocurre alguna manera de enviármelas? Había pensado que podrías meter la tarjeta en tu próxima carta, pero me da miedo que se pierda. Ahí tenéis Internet, ¿no? ¿Y si las subes a algún drive y yo me las descargo?
               Espero sinceramente, Alec Theodore Whitelaw, que estés siendo prudente en tus excursiones en la sabana. Esto no es un videojuego en el que puedas hacer un guardado rápido de la partida y todo tu progreso se cargue desde ahí si te hacen suficiente daño como para acabarte con las vidas. ¿Ves que en tu campo de visión no hay absolutamente ninguna estadística sobre tu salud o lo llena que tengas la bolsa de medicinas? Eso es porque no las tienes. Te quiero, y me alegro mucho de que estés ilusionado con el trabajo que te han dado, pero también te conozco y sé que eres terco como una mula cuando se trata de defender lo que crees que es justo o no, así que, por favor, hazles caso a los soldados que te acompañen y no te metas en ningún lío más de los necesarios. Y, oye, si ves a algún furtivo, encuentra el sitio más protegido lo más pronto posible y quédate ahí hasta que pase el peligro. No te has ido a Etiopía para vivir una especie de simulador real de ningún juego bélico, ¿sabes? Se suponía que ibas a cuidar de animalitos enfermos y demás, no a pegarte tiros con gente de pésima moralidad. Las estadísticas de los incidentes que me has dado están de puta madre, pero no quiero pensar en la cantidad de veces que tú has sido la excepción a una regla. No quiero ser ceniza ni nada por el estilo, pero… creo que cualquier novia en mi situación se pondría en lo peor. Así que ten mucho, mucho, MUCHO cuidado, por favor, Al. Cumple tu promesa y vuelve conmigo. Esperarte durante trescientos cuarenta y siete días será una tortura. Esperarte toda una vida será un infierno.
               Se me cerró un poco el estómago. Sabrae sufriría más creyendo que no paraba de ir por la sabana que si le contaba la verdad: que las excursiones eran más escasas de lo que le había hecho creer en las cartas y que, mientras tanto, me habían hecho un encargo que podía revolvernos por dentro a ambos. Tenía que decírselo inmediatamente para que se tranquilizara, pero también hacerle entender que necesitaba hacer aquello. Ir a la sabana me hacía bien, me sentía útil y creía que era así como más podía aportar a la Fundación y ayudar al medio ambiente. Por descontado, ella no me pedía más que prudencia: no me pedía que renunciara a las misiones, pero sospechaba que si no lo hacía no era por falta de ganas.
               Estoy leyendo tu carta de sábado también, así que me imagino que estarás por ahí, salvando vidas y siendo un héroe universal en lugar del mío particular y en exclusiva, mientras yo escribo estas líneas. Así que, cuando te llegue esto ya sabrás qué tal te va. Estoy segura de que encajarás genial con los equipos que te seleccionen, pero quiero que me lo cuentes TODO: con quién vas, si son majos, qué hacéis. Si tenéis algún problema. Si os encontráis con problemas. ¿Es raro preocuparme terriblemente por todo lo que puede pasarte y, a la vez, alegrarme de que hayan encontrado algo con lo que encajas muy bien? Supongo que ahora entiendo cómo se sentían Mimi y Annie cuando te subías al ring. Creo que yo no lo habría soportado: esta mezcla de orgullo y pánico es muy, muy rara… pero estoy dispuesta a soportarla a cambio de saber que eres feliz.
               Yo acabo de llegar a Nueva York. Hoy es el primer concierto de la banda en Estados Unidos, y están todos bastante nerviosos. ¿Sabes? Nos ha pasado una cosa rarísima cuando llegamos: después de recoger las maletas, resulta que salimos a la terminal y Scott nos estaba esperando allí. Scott solito. No había absolutamente nadie a su alrededor. Seguro que te estás descojonando y pensando “fijo que le jode un huevo esta cura de humildad”. Pues vas a flipar. Resulta que Scott puede esconderse entre la multitud a voluntad. Otra cosa que no sé si es guay o terrorífica, pero al menos sabemos que la ha heredado de papá. Cuando nos contó cómo ha ido haciendo pruebas y demás por la ciudad de este don que no sabíamos que tenía, papá le dijo muy orgulloso a mamá “es evidente que es hijo mío”, a lo que mamá le contestó “claro, porque el hecho de que sea idéntico a ti y que le hayamos hecho un test de paternidad que resultó positivo no eran concluyentes en absoluto”. Fue graciosísimo.
               Y no, no he vuelto a salir de fiesta medio desnuda… aún. Ya no ando DES-PE-CHÁ como Rosalía por culpa de cierto pibón de metro ochenta y siete, ojazos castaños y polla que te cagas, así que he estado tranquila esta semanita en casa. Eso sí, creo que vamos a ir de fiesta después del concierto, y según tengo entendido la etiqueta de según qué discotecas de Nueva York es muy estricta. Cuando me entere de si se me permitirá usar bragas, ¿quieres que te mande una foto del outfit o prefieres que te lo describa? 😉
               -Como no me mandes foto te vas a enterar, zorra-me reí.
                Los demás están bien. Jor está ilusionadísimo con el dibujo que le has mandado de la polla. Qué mal amigo eres, si con un gesto tan cutre el pobre ya se alegra tanto. Bey está a tope con las prácticas; mamá le ha dado unas semanas de vacaciones porque no va a estar para tutorizarla, pero tú y yo sabemos que irá al despacho de todos modos a seguir aprendiendo. Creo que Tam entra en septiembre en la Royal; todavía estamos pendientes de que reciba la carta con los materiales que necesite comprar y la clase a la que la han asignado. Max y Bella se fueron un par de días a la costa, en busca de alguna playita en la que Max pueda poner su puestecito cuando se saque Empresariales, y Logan, bueno… no hemos sabido mucho de Logan desde que te fuiste. Niki lo tiene un poco secuestrado. Me extrañaría incluso que estuviera en el país. ¡Ah! Y Josh estuvo un poco pachucho estos días, pero ya se ha recuperado y dicen que está casi listo para el trasplante. Con un poco de suerte también se lo harán en septiembre. Me dijo que os escribís, pero no sé si te hablará de estas cosas, así que te mantengo informado. Duna se sube por las paredes y Shasha está empezando a ponerse pesada con que si puede acompañarme a tu casa cuando voy a cuidarle las plantas a tu madre, pero tu habitación ahora es MÍA  y no pienso dejar que esa zorra asquerosa se acerque a menos de medio kilómetro de tu cama, que todavía huele a ti. Estoy esforzándome mucho en que no pierda tu olor a base de ducharme con tus geles y no pienso poner todos mis esfuerzos en peligro por los caprichos de mi hermana. (Flipas lo cachonda que estoy a todas horas por lo bien que huelo cuando estoy en tu casa, Al. Buf. Deberían prohibir la comercialización de tu aftershave. Sí. Uso tu aftershave. Me lo echo en las piernas, espero que no te importe).
               A mí lo único que me importaba es que no me confirmara si también se estaba depilando el coño con cuchilla y si se lo estaba echando también ahí. Y que no me mandara vídeos si lo hacía.
                De Tommy y Scott no puedo decirte mucho aún. Quiero echar la carta lo antes posible para que te llegue cuanto antes mejor, así que me explayaré en la siguiente. Lo de las jornadas de convivencia me parece una idea de diez. ¿Cuándo dices que vamos? Ya estoy reservando los billetes. Oh, y deja a Tam tranquilita, la pobre. Que sepas que no dudó en ponerme a bajar de un burro cuando les conté a las chicas lo que creíamos que nos había pasado. Si hubiera decidido que no puedo perdonarte, estoy segura de que me habría pegado y todo.
               Típico de Tam. Era territorial hasta decir basta, incluso hasta criticándome.
               Voy a ir despidiéndome ya, cariño.
               Cariño. Nunca me había llamado cariño. Me puse como un babuino a dar pataditas y reírme por lo bajo.
               Tengo mucho que explorar en Nueva York: sitios que descubrir para luego enseñarte. Espero que sigas bien, que me eches mucho, mucho de menos, y que te estés matando a pajas como lo estoy haciendo yo para que no tengas el morrazo de llamarme salida cuando vuelvas. Oye, ¿cuánto tiempo se supone que tiene que pasar hasta que empecemos a intercambiar cartas cerdas? Estoy empezando a impacientarme y parece que a ti te la bufa. QUIERO SEXO POR CORRESPONDENCIA. ES LO MENOS QUE PUEDES HACER POR MÍ, TENIENDO EN CUENTA QUE ME HAS DEJADO SOLA EN UN PAÍS LLENO DE TÍOS QUE NO PUEDEN SATISFACERME SEXUALMENTE. DIOS. ME APETECE G R I T A R.
               Es broma. Bueno, no, no es broma, pero quiero que me cuentes más cosas. ¿Qué tal las excursiones? ¿Y Luca? ¿Y Perséfone? ¿La relación entre vosotros ya es normal? Dentro de los límites, quiero decir. Alec, te juro por dios que como le acerques la polla aunque sea medio metro, me planto en Etiopía y te la arranco a bocados. Y te garantizo que no lo vas a disfrutar.
               Yo también te quiero, te quiero, te quiero, y te quiero. Un te quiero más. Fastídiate. Porque yo no me habría pirado a acariciar cebras siendo tu novia. Organiza tus prioridades, chico.
               CordialCOÑA. ¿TE IMAGINAS QUE TE DIGO “CORDIALMENTE” CUANDO TODO LO QUE TE HE HECHO HASTA AHORA ES DE BASTANTE MALA EDUCACIÓN?
               Tu esposita…
               Qué hija de puta.
               que te ama terriblemente, como la lengua a los dientes.
               Saab ❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤❤
               Ya sabes quién soy.
               PD: Sin problema. ¿Color? ¿Talla? Ay, mierda, seguro que me contestarás cuando yo ya no esté aquí. Creo que te la voy coger en negro, por mi salud mental y tal. Fijo que estás morenísimo y no estará bien que te mordisquee los bíceps si te veo con una camiseta blanca. Bastante mal me lo haces pasar ya. Usas la 3XL, ¿no? Manda huevos que me sepa mejor tu talla de condón que la de camiseta.
               PD2: A DIANA NO ME LA MENTES QUE ME TIENES CONTENTA. TODAVÍA ME LA TIRO, LO GRABO Y TE ENVÍO EL VÍDEO CON MALA RESOLUCIÓN COMO CASTIGO.
               PD3: Me apeteces muchísimo, mi amor ♡♡♡♡♡♡
               PD4: Suscripción cancelada con éxito. Aunque, tío, no es por nada, pero estás prácticamente casado con la heredera preferida de dos de las personas más ricas de Inglaterra. Tampoco te vas a morir por no ahorrarte 4 libras al mes. Y POR SUPUESTO QUE ME CELO. VAMOS A VER. YO TE DEJO QUE TE CORRAS DENTRO DE MÍ. ¿QUÉ HA HECHO POR TI MARY ELIZABETH PARA MERECERSE ESOS PRIVILEGIOS?
               PD5: Pienso llorar a mares cuando canten alguna balada y acordarme muchísimo de ti esta noche. Que te pese en la conciencia.
               PD6: Se nota que aprobaste por compensación en Literatura, porque me estás mandando posdatas casi más largos que las propias cartas. ¿Seguro que entiendes bien su función? Ugh. Hoy en día le dan el Bachiller a cualquiera.
               PD7: Chao, chao, hubby💘.
               Hay que ser zorra. Quería que me matara a pajas, la muy cabrona. ¿Hubby? ¿Otra vez? ¿En serio? Tenía la piel ardiendo y no tenía nada que ver con la temperatura ambiente. Joder. Era mi puta perdición esta niña. ¿Que quería cartas guarras? Yo quería escucharla correrse como lo había hecho cuando estaba pasando las Navidades en Bradford. Me estaba buscando las cosquillas sin saber la cantidad de testosterona que tenía en el torrente sanguíneo y que cada vez estaba convenciéndome más y más de que tenía que subirme a un puto avión, follármela sin parar durante tres días seguidos, y luego volver al voluntariado a seguir con mi vida más tranquilito, sabiendo que le había dado el meneo de su vida y que no iba a volver a ocurrírsele tomarme el pelo con que estábamos follando poco. Ya sabía que estábamos follando poco. Joder, me parecía que habíamos follado poco incluso la última noche que habíamos pasado juntos simplemente porque habíamos dormido.
               Que siguiera calentándome, la niña ésta, y la terminaría llamando desde el teléfono de Valeria y describiéndole punto por punto lo que tenía pensado hacerle cuando volviera, bastante antes de lo que ella se esperara, hasta conseguir que se corriera sin tan siquiera tocarse. Si ya había flipado viendo que era capaz de hacerla llegar al orgasmo a base de amasarle las tetas, que me pusiera a prueba, y los dos veríamos si Sabrae era capaz de aguantar mis límites
               Me reí por lo bajo, me levanté de la cama, cogí los folios y el boli, y me senté en la mesa del escritorio. Ni siquiera me vestí, ni tampoco me la pelé otra vez para que se me bajara el empalme que acababa de despertárseme otra vez leyendo que me llamaba hubby. Hay que tener poca vergüenza, y fíjate si yo tengo poca, para hacerme estas cosas sin esperar contestación. ¿Quería cartas cerdas? Tendría cartas cerdas. ¿Quería que fuera explícito? Sería explícito.
               Le quité la tapa al boli y miré el papel, sonriendo.
               -Te vas a cagar, chavala.
               Y empecé a escribir.
 
 
Bueno… puede que hubiera hablado demasiado rápido. Puede que hubiera subestimado a Sabrae y el poder que ella tenía sobre mí, sobre todo en lo que se refería a los efectos retardados de su poder. Puede que la huella que ella dejaba en mí fuera más profunda.
               Puede que no pudiera escapar de las promesas que le había hecho ni siquiera cambiándome de continente. Y no. No me estaba refiriendo a las promesas de fidelidad y amor eterno que le había hecho: aquellas promesas eran más bien juramentos universales que trascendían los límites tanto del espacio como del tiempo. Hablaba, más bien, de qué canciones le reservaba a ella y nada más que a ella.
               Después de escribirle la carta más extensa, basta y explícita que había escrito en toda mi vida (aunque no es que hubiera escrito muchas, tampoco, eso tenía que admitirlo), me había levantado de la silla con ánimos renovados, me había vestido y, por fin, había ido en busca de mis amigos. Me los había encontrado jugando a las cartas como un grupo de octogenarios, analizando las expresiones de los demás y recitando una perorata de insultos en todos los idiomas que se hablaban en el campamento cada vez que alguien tiraba una carta de un color o un número que no tenían. El Uno también era universal en los piques y en el peligro que podía suponer para amistades ya afianzadas; por eso todos dieron un brinco cuando di un golpe en la mesa con ambas manos en el hueco que quedaba libre.
               -Vamos a salir-anuncié.
               -Espera a que le tire este más cuatro a Perséfone-dijo Luca, y Perséfone levantó la vista por encima de la barrera de sus cartas.
               -Pero si soy yo la que te tira cartas a ti.
               -No por mucho tiempo-sonrió Odalis, guiñándole el ojo.
               -Gilipollas, ahora no. Digo esta noche-respondí cuando Perséfone puso los ojos en blanco y empezó a mover las cartas entre sus dedos, histérica perdida. Odiaba perder, y era la que menos cartas tenía en la mano. La pobre iba a tener que comerse cuatro porque no tenía nada que añadirle al siguiente. Ya la estaba viendo dándole la vuelta a la mesa de la rabia-. Nos vamos de fiesta.
               -¿Mañana no tienes que ir a tu misión súper secreta?-preguntó Luca, no sin cierto retintín-. Creía que íbamos a dejar lo de irnos de fiesta en ocasiones especiales.
               -Esta es una ocasión especial.
               -¿Ah, sí? ¿Por?
               -Alec se ha puesto pantalones-observó Fjord, lanzándole una carta a Perséfone que hizo que ella pusiera los ojos en blanco y empezara a robar cartas como una posesa. Sonrió con maldad, le tiró un más cuatro a Luca y le hizo un corte de manga, sin contar con que el italiano era un puto traidor y un veleta que se vendía al mejor postor y que él no iba a coger esas cartas, sino que le hizo robar el doble a una Odalis que lo asesinaría a la mínima ocasión que se le presentara.
               -Creo que el hecho de que yo me vista es motivo para que ondeen las banderas a media asta en este campamento-replique, y Fjord se rió, al igual que sus compañeros de cocina. Las dos chicas que estaban sentadas a la mesa a continuación de Odalis no pudieron sino mordisquearse los labios como diciendo “no lo sabes tú bien”. Di un toquecito en la mesa con los nudillos y les guiñé el ojo-. Preparaos. Hoy nos desmadramos.
               -¿Y qué hay de tu misión secreta de mañana?-insistió Luca.
               -Ya me las apañaré yo con eso.
               La verdad es que estaba ansioso por irme de fiesta. Se me había evaporado el agotamiento de la semana y ahora era todo energía. La carta de Sabrae me había animado a hacer lo que me diera la gana, disfrutar del momento como si no hubiera un mañana, y vivir mil experiencias en cuyos detalles pudiera recrearme mientras se los contaba en las cartas. Unas cartas que, a partir de ahora, serían picantísimas, gracias a Dios y a la libido estratosfera de mi chica.
               Hablar de lo que quería hacerle, de lo que le había hecho de fiesta y de lo que le haría la próxima vez que fuéramos de fiesta había hecho que… bueno… quisiera ir de fiesta. Puede que hubiera renunciado a la parte más interesante de mis viernes y sábados por la noche (es decir, echar un buen polvo que me hiciera olvidarme incluso de mi nombre), pero que ahora fuera un animal escandalosamente monógamo y encantado de la vida por ello no quería decir que no pudiera recrearme en todo lo demás. Además, si mis compañeros de voluntariado estaban tan desesperados por tener una excusa por salir por la ciudad, como se habían mostrado cuando yo llegué, debía de ser porque la experiencia merecía la pena, ¿no?
               Y de eso se trataba la vida: de vivir experiencias. De eso se trataba estar lejos de Sabrae: de contarle esas experiencias.
               Quería emborracharme y quería bailar como un desquiciado y pasármelo bien y gritar a pleno pulmón las canciones que reconociera a seis mil kilómetros de distancia de donde las había escuchado por primera vez. Quería ser joven, quería ser libre, quería ser de Sabrae, y, a diferencia de en Londres, quería perderme en la oscuridad.
               Quizá en la oscuridad me reencontrara con ella y pudiera volver a soñar tan vívidamente que estábamos juntos y hacerle todo lo que le había prometido que le haría.
               A pesar de que los demás no se habían mostrado muy entusiasmados con la idea cuando se la fui a proponer, en cuanto el sol fue desplazándose por el cielo el nerviosismo ante un plan diferente al que se suele hacer fue instaurándose en el campamento. Empezó a correr la voz de que yo quería ir por fin a la ciudad, y absolutamente todo el mundo quería apuntarse al plan. Incluso algunos de los soldados nos preguntaron si nos importaba que nos acompañaran para desfogarse un poco. Al parecer, no sólo mi semana había sido intensa, y todos necesitábamos despejarnos más de lo que admitíamos cuando hablábamos de nuestras tareas en el comedor.
               El sol estaba poniéndose cuando nos subimos al bus militar que estaba aparcado al fondo del campamento, que la Fundación había adquirido para traer a todos los voluntarios a la vez cuando llegaran en tropel, y luego devolverlos al aeropuerto para que se fueran a sus casas después de cumplido el voluntariado, y Valeria nos saludó con la mano, sonriendo con cierta nostalgia, cuando bajamos las ventanillas para despedirnos de ella y gritarle unas gracias sinceras por dejarnos marchar.
               Sabíamos que mañana sería especialmente dura para que se nos pasara deprisita la resaca, así que mejor disfrutar de la noche.
               Y, joder, vaya que si la estaba disfrutando. Un compañero de Killian nos llevó directamente a la discoteca más abarrotada, iluminada y ruidosa de toda Arba Minch, la ciudad más cercana las campamento y donde yo había bajado del segundo avión para dirigirme allí. Las calles estaban llenas de gente joven que iba y venía, irrumpiendo incluso en la propia calzada mientras se dirigían hacia los garitos, en una estampa tan similar a la del centro de Londres un fin de semana que, si no fuera por el exceso de melanina que había en las calles, nada más bajarme del bus me habría ido corriendo a registrar cada local en busca de Sabrae.
               Lo que habían cambiado las cosas. La última vez que había bajado al centro sin mi novia, había ido derechito a tirarme a Pauline. Y ahora en lo único en que pensaba era en ir con ella.
               El conductor de nuestro autobús lo dejó aparcado delante de la puerta de una discoteca en cuya puerta varias decenas de personas hacían cola, y todas ellas protestaron cuando, gracias a que el portero del local y nuestro compañero eran hermanos, entramos directamente sin tener que esperar.
               Y Jo. Der. Menuda pasada de sitio. Su interior estaba recubierto de azulejos cuadrados, cada uno de un color distinto al de los demás, salvo por la tarima flotante del suelo, tan rayada por los tacones de las chicas que casi podrías rayar queso sobre ella. Tenía una larguísima barra blanca a la izquierda, en la que varios camareros se peleaban por atender las demandas de un público que agitaba billetes en el aire, intentando captar la atención de todos ellos. La entrada consistía en un amplio pasillo de cuyo techo ya pendían diversas bolas de discoteca, y que llevaba a unas escaleras que descendían hacia una pista de baile similar a la de la disco de los padres de Jordan, pero cuadrada y sin sofás. Allí, la cabina del DJ estaba en el centro, rodeada por cuerpos moviéndose al ritmo de una música muy parecida a la que sonaba en casa, pero que no había escuchado jamás. También había barras para servir en las esquinas, en forma de pequeños cuadrados en los que un camarero tomaba la comanda y cobraba el dinero mientras otro servía lo que los chicos pidieran.
               -A gastarse la pasta-rió Fjord, dos pasos por delante de mí, trotando escaleras abajo y dirigiéndose hacia la esquina más cercana de las escaleras. No había que perder el tiempo. El DJ, de piel negra como el carbón y unas rastas larguísimas que le llegaban hasta la cintura, se giró al ver el aluvión de gente que entraba y levantó las manos en forma de pistola en el aire.
               -¡La WWF!-celebró, y todos los presentes se giraron y empezaron a jalearnos. Fue jodidamente bestial, la verdad. Viendo cómo se comportaban Nedjet y los demás del santuario conmigo, y viendo la facilidad con que Killian me pegaba cortes si lo necesitaba, creía que en Etiopía la gente nos tenía tirria a los europeos por, bueno, haber masacrado su continente y esquilmado sus recursos. Claro que supongo que nosotros no presentábamos eso para ellos, ¿no? Sólo éramos críos que habíamos decidido dedicar nuestro tiempo a dejar un mundo un poco mejor.
               Tardé un poco en darme cuenta de que no nos aplaudían por nuestra solidaridad, sino por lo que suponía nuestra llegada: nuevas oportunidades. Más gente con la que interactuar. Más tíos y tías a los que follarse, y de los que presumir ante los amigos porque se habían tirado a un extranjero o a una extranjera, cosa que no estaba al alcance de cualquiera allí. Éramos piezas de coleccionista donde antes habíamos sido simplemente del montón, y todo porque éramos los extranjeros en un sitio que ya no nos pertenecía. Yo era tan exótico allí como un tigre en Inglaterra, y mi acento les gustaba tanto a las chicas como el de Diana me gustaba a mí.
               Y nos lo hicieron saber enseguida. Perséfone y yo estábamos bailando en la pista, pegando brincos y arrimándonos bastante (estaba seguro de que eso no le importaría en absoluto a Sabrae), mientras una chica se restregaba de forma muy poco recatada contra un Luca que no la había visto tan gorda en toda su vida. Tenía su bebida resplandeciente en una mano, y la otra, en las curvas de la chica, que lo miraba como si lo único que le impidiera follárselo en plena pista y delante de todo el mundo fuera el hecho de que ésta estaba abarrotada y casi no había espacio para moverse. Supongo que algo se les ocurriría.
               -¡Hacía siglos que no me lo pasaba así de bien!-gritó Perséfone, levantando las manos en el aire y agitando la trenza que se había hecho a la espalda, recogiéndose la mitad del pelo, en el aire. Corrían ríos y ríos de alcohol, perdíamos a nuestros compañeros y los recuperábamos por momentos, y no parábamos de beber. No es que la discoteca tuviera una política de regalarnos las bebidas, pero querían agradecernos la labor que hacíamos por atraerles clientela y también limpiar sus prados de furtivos de la mejor manera posible, y era consintiéndonos como a niños ricos que entran en las tiendas de lujo sin tener que pagar ni siquiera un monedero de marca.
               Tardé poco en perderla a manos de un chico que llevaba mirándola desde una esquina más de media hora, esperando a que yo diera alguna señal de ser celoso o de que estuviera conmigo. Dejarla en la pista para ir al baño no fue la mejor manera de ser territorial, pero Pers se merecía pasárselo bien si le apetecía. Sabía que podía volver conmigo en el momento en que se aburriera de aquel tío, y a mí enseguida me salieron parejas de baile ansiosas por ver de qué era capaz ese blanco que estaba tan desatado. Supongo que me consideraban un reto, ya que mientras mis compañeros iban y venían con quienes les apetecía, yo siempre rechazaba cualquier intento de cualquier chica de llevarme a los baños y enseñarme cómo se hacían las cosas tan cerca del ecuador.
               Pero me gustaba que se me acercaran. Me gustaba bailar con ellas y que se me contonearan y que coquetearan a saco conmigo y no se dieran por vencidas cuando yo sólo me dedicaba a seguir bailando, como si no me diera cuenta de lo que sucedía. Sólo quería pasármelo bien, beber, bailar, y rememorar esos viernes y sábados gloriosos en los que ninguna chica se me acercaba porque yo sólo tenía ojos para Sabrae. Ahora que Saab no estaba, mis ojos saltaban de unas a otras, buscándola entre la multitud a pesar de que yo sabía que no la encontraba allí, pero el corazón siempre alberga más esperanzas de las que le permite la razón.
               Bailé y bailé y bailé y bebí y bebí y bebí y de repente… de repente ya no estaba allí, ni tampoco en Inglaterra, sino en un punto intermedio que no sabía situar. La cabeza me daba vueltas, el mundo giraba a toda velocidad, y los días que faltaban para que yo viera de nuevo a Saab se convirtieron en minutos. Sus palabras en la carta que me había escrito reverberaban en mi cabeza al ritmo de una música estridente, y todas las hormonas del lugar se entremezclaban en mis fosas nasales para hacerme recordarla mejor. Todo era demasiado parecido a la primera noche en la que nos habíamos enrollado, cuando la tensión entre nosotros no había hecho más que crecer hasta volverse prácticamente insostenible, y entonces…
               … por fin…
               … nos habíamos besado…
               … con…
               Empezaron a sonar unos acordes que me resultaron familiares. Jodidamente familiares. La gente empezó a aullar, reconociendo las voces femeninas del coro antes de que el cantante empezara a entonar los primeros versos de la canción.
               -I only miss you when I’m breathing.
               -No puede ser. No puede ser, no puede ser, no puede ser-empecé a recitar, con la voz rasposa, la lengua seca, la boca llena de arena. Todo el mundo resplandecía como si cada azulejo tuviera luz propia, la música me latía dentro de la caja torácica, amenazando con romperme de nuevo las costillas. Y no tenía nada que ver con su volumen, ni con cómo me aprisionaba la marabunta en su interior, sino con lo que significaba esa canción. Lo que significaba Jason Derulo.
               Era una señal, tenía que serlo. Era el universo diciéndome que fuera a buscarla, que le dijera de viva voz todo lo que la echaba de menos, todo lo que añoraba de ella, y todo lo que le haría. Que supiera hasta qué punto me estaba volviendo loco por volver a saborearla y meterme en su interior y… joder. ¿Necesitaba que pasaran cosas malas para escuchar su voz?
               ¿Acaso no tenía derecho a escucharla gemir mi nombre? No podía esperar hasta volver en julio, como ella creía que tenía que esperar. No podía esperar siquiera hasta octubre. Necesitaba escucharla ahora. Necesitaba saber que no me la había inventado.
               Así que me incliné hacia Perséfone, que había vuelto conmigo después de que yo rechazara a lo menos ocho tías que me habían rondado como polillas a una luz, y le grité:
               -¡¿Tienes suelto?!
               -¡Nos están invitando, Al!
               -¡Voy a buscar una cabina!
               -¿Qué? ¿Por qué?
               -¡¡Para llamar a Sabrae!!
               Perséfone se detuvo en medio del ascenso de la canción en dirección al estribillo. Parpadeó.
               -Alec, ¡vas a preocuparla!
               -¡No la preocupo! ¡Soy su novio!
               Debes entender que yo ya estaba bastante afectado, y no me funcionaba bien el cerebro. Era una maraña de sentimientos y añoranza, nada más. Y también lujuria, por qué no decirlo.
               Perséfone parpadeó, inclinando la cabeza hacia atrás como si hubiera dicho algo absurdo, pero, ¡es la verdad! ¿Por qué iba a preocuparse Sabrae porque yo la llamara? Debería alegrarse. Lo haría. Así que asunto zanjado.
               -¡¿Me das unas monedas?!
               Perséfone se rió, abrió su bolso y me tendió su monedero.
               -Hace un año te habrías muerto desangrado en el suelo antes que pedirme siquiera una tirita.
               -Hace un año me habría desmayado ante la sola idea de pensar en follarme a una única tía el resto de mi vida-solté con una lucidez que no se correspondía con lo mareado que me sentía-, y ahora, mírame. Feliz ante la perspectiva de matarme a pajas porque la tengo lejos.
               Perséfone se rió.
               -El amor es peligrosísimo.
               -El amor es la putísima hostia.
               Salí dando tumbos, pidiendo disculpas y dando palmadas en el hombro a cada persona a la que importunaba, y atravesé el pasillo en dirección a la calle. No tuve que caminar mucho para encontrarme un teléfono pegado a la pared: en la propia esquina del edificio había un par de ellos, desgastados por el tiempo a la intemperie y en deterioro por el desuso. Revolví en el monedero de Pers en busca de un par de monedas y descolgué el teléfono. Intenté marcar el móvil de Sabrae, pero los números bailaban y fui incapaz, así que me tocó esperar a que me atendiera una operadora que balbuceó algo que yo no entendí.
               Hasta que no me habló en inglés, no me di cuenta de que no me había estado hablando en inglés.
               -Sí, eh, quería llamar a Nueva York.
               Silencio al otro lado de la línea.
               -¿A qué sitio de Nueva York?
               -A la ciudad de Nueva York.
               Más silencio.
               -Te paso ahora.
               Un par de toques. Tres. Cuatro.
               -Operadora de la ciudad de Nueva York, Nueva York, ¿con quién desea ponerse en contacto?
               -Con mi novia-respondí.
               -¿Su nombre?
               -Sabrae Malik.
               Ruido de un tecleo al otro lado.
               -¿Podría deletrearme su nombre?
               -Apenas me tengo en pie, guapa. Búscala en Google. Es famosa. Es la hija de Zayn, el de One Direction.
               -Entiendo. ¿Se ha mudado recientemente la señorita Malik a nuestra ciudad? Los datos que me aparecen en internet se refieren a su residencia en Londres.
               -Está en un hotel.
               -¿Me podría decir qué hotel?
               -El Four Seasons.
               -Le paso.
               Dos toques y…
               -Four Seasons, ciudad de Nueva York, buenas tardes. ¿Qué desea?-preguntó la voz de una chica.
               Uf. Me iba a caer. ¿El mundo estaba temblando ante la perspectiva de escucharme hablar con Sabrae, o era solo yo?
               -Quiero hablar con mi novia.
               -De acuerdo, ¿sabe el número de habitación?
               -Pues no.
               -Vaya. Sin un número de habitación no puedo…
               -Es que está en una suite-dije de repente. La chica tomó aire al otro lado de la línea, como si acabara de decir una frase en clave de espías que fuera a abrirme las puertas de un mundo completamente distinto al que yo conocía, mucho más oscuro y peligroso de lo que se habían atrevido a inmortalizar en la saga de James Bond.
               -¿Sería tan amable de indicarme…?
               Se escuchó una locución en etíope (¿ese idioma existe? Supongo que sí, ¿no? O sea, en Etiopía hablarán etíope igual que en Inglaterra hablamos inglés, en Rusia hablan ruso y en Grecia hablan griego. O no. Igual son como Estados Unidos y hablan el idioma de otro país. Ni idea) un segundo antes de que la línea se cortara. Me quedé mirando la pantalla del teléfono, en el que unos dibujitos extraños empezaron a parpadear con urgencia. No sabía si era que había habido un atentado terrorista o qué coño pasaba. Joder. Todo era demasiado inestable. Pegué la cabeza a la caja del teléfono y observé los botones. Había un icono de un auricular con dos flechas a su alrededor señalándose las colas, como en la señal de reciclaje, pero en redondo.
               Toqué ahí, suponiendo que se conectaría de nuevo la llamada, y metí un par de monedas más en la ranura del teléfono. Esta vez, las escupió, pero se escucharon unos tonos de todos modos. Miré con desconfianza la pantalla del teléfono y esperé.
               -Four Seasons, ciudad de Nueva York, buenas tardes. ¿Qué de…?
               -¿Me has colgado?-solté.
               -¿Disculpe, caballero?
               -Estábamos hablando y se ha cortado. ¿Me has colgado porque no sé en qué suite está mi novia?
               -¡Oh! Debe de haber habido algún problema con la línea. Dígame, ¿sería tan amable de indicarme el número de habitación de la persona por la que pregunta para que pueda pasarle su llamada?
               -Es que no está en una habitación, sino en una suite.
               -¿Y no sabe el número de suite?
               -Es la suite Gotham.
               La chica se quedó callada un instante. Me la imaginé torciendo la boca.
               -Tenemos varias suites Gotham, señor. ¿Sabe cuál de ellas es?
               -¿No puedes pasarme con cada una hasta que hable con ella?
               -¿Qué le parece si me dice el nombre de la persona por la que pregunta y…?
               -La persona por la que pregunto es mi novia.
               Bastante me había costado que Saab aceptara salir conmigo, espetándome contra un puto coche, como para que ahora esta neoyorquina menospreciara mis logros.
               -Claro. Dígame el nombre de su novia y consultaré la base de datos para…
               -Pásame con mi novia, encanto. Yo sólo quiero hablar un poco con ella, y, con un poco de suerte, tener un poco de sexo telefónico. ¿Sabes? He tenido una semana de mierda, estoy cieguísimo y necesito oír su voz, o me dará un colapso nervioso y seguramente me moriré.
               -¿Se encuentra bien, señor? ¿Quiere que le mande a emergencias? Si me dice dónde está…
               -Estoy en Etiopía. Yo sólo quiero hablar con mi chica. Tienes voz de ser guapa. Fijo que tienes novio. ¿No puedes ayudarme con esto?
               La chica chasqueó la lengua.
               -Eh… lo estoy intentando, señor, pero si no me dice su nombre…
               -Sabrae.
               -¿Puede deletrearlo?
               -Apenas me tengo en pie.
               -¿Seguro que no necesita que llame a emergencias?
               -Sabrae-repetí, todo lo despacio y claro que pude mientras el mundo centrifugaba. Y entonces, como si acabara de girar hasta encajar todas las piezas de un puzzle, la chica cogió aire y susurró:
               -¿Sabrae Malik?
               -¡SÍ!
               -Le paso ahora, señor Whitelaw.
               -Oleeee-dije. Tommy le había hecho muchísimo mal al mundo enseñándome esa expresión-. Graciasssssssssssss-añadí, pero la chica ya había marcado el número de la suite de Sabrae y no pudo escucharme. Sonaron varios tonos, más de los que había tenido que escuchar nunca, y entonces escuché el sonido de alguien cogiendo el teléfono y llevándoselo al oído.
               -¿Sí?-dijo Tommy.
               -Holaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa-balé. Reto conseguido.
               Y ahora, a disfrutar de ella.
              
Me sabía fatal estar comportándome así por la paciencia con que Layla me había aconsejado, pero llevaba toda la semana huyendo de Tommy como lo había hecho de Scott cuando llegué. Y todo porque me aterrorizaba la conversación que pudiera tener con él: hablarlo con mi hermano de otra madre y que él reaccionara como lo había hecho Scott no haría sino confirmarme que era una novia pésima que no se merecía a Alec.
               Y él, mientras tanto, jugándose la vida en Etiopía, enfrentándose a depredadores de dos o cuatro patas y consolándome en mi nerviosismo por lo que podía sucederle. Cada día que pasaba lamentaba más y más el haberle dejado que se fuera. Si le hubiera suplicado que se quedara yo no sabría esto de mí, y podría mirarlo a la cara sin sentir que no me lo merecía en absoluto.
               Tommy tenía la llave para confirmarme mis sospechas, aunque también podía salvarme. No me atrevía a ser optimista con él; Scott era más duro con Alec porque yo era su hermana, así que Tommy era un pelín más neutral que Scott, pero también me tenía un cariño infinito que había hecho que sus ojos llamearan en la habitación de Jordan, cuando les conté a los tres por qué me había comportado así. Seguro que me había cuidado como lo había hecho mi hermano, seguro que le habría partido las piernas a Alec como querría habérselas partido mi hermano, así que puede que él fuera más comprensivo conmigo cuando le dijera lo mucho que me dolía sentirme así y encontraría la manera de hacerme ver que mis malos momentos no me definían. Quería creer que Tommy me diría que nueve meses de relación no pierden todo su peso por tres días malos, pero habían sido unos tres días terribles y que no parecían terminarse nunca.
               Hoy era el último día de los chicos en Nueva York. Harían varias paradas en puntos estratégicos de Estados Unidos, como Texas o Los Ángeles, y luego volverían a hacer sus vidas: Eleanor se centraría completamente en su disco y la banda asentaría sus planes de futuro, que todavía estaban un poco en el aire. Querían aprovechar el tirón que estaban teniendo mientras lo tenían, pero pronto llegarían los resultados de las pruebas de acceso a la universidad que decidirían el futuro tanto de Tommy como de Scott. Ya habían intercambiado correos electrónicos con varias universidades de  Estados Unidos en las que Scott se había interesado desde que entró en el instituto y decidió que quería perseguir su sueño de ser astronauta porque, ¡oye!, ¿quién mejor que el hijo de un famoso para tener sueños extravagantes y ser capaz de cumplirlos?
               A mí me aliviaba que pronto fuéramos a marcharnos, pero a la vez sentía el peso del tiempo sobre mi cabeza como la espada de Damocles. Cada día que me levantaba sin haber hablado con Tommy después de la conversación con Layla en la terraza, que no me presionaba en absoluto para que me acercara a su novio compartido, era una cuerda menos en el gran cabo que sostenía la espada en alto. Estaba a punto de caerme encima con todo su peso y partirme en dos, y lo sabía, pero no podía hacer nada más que mirar hacia arriba y esperar lo inevitable mientras notaba el sudor deslizándoseme por la espalda. Lo que tendría que hacer para ganarme el derecho de dar un paso a un lado era una obra faraónica: jugarme a cara o cruz el si me merecía a Alec o no.
               Y que fuera Tommy quien lanzara la moneda.
               No terminaba de decidirme, no sé por qué. Sabía que me arrepentiría de no haberlo hablado con él si me subía al avión sin más, y que me estaría comiendo la cabeza hasta que todo acabara reventando un día, con todo el sufrimiento intermedio que eso supondría.
               Y, aun así, no terminaba de dar el paso. No sabía a qué esperaba, o si estaba esperando siquiera a algo. Ojalá Alec estuviera aquí, me escuchaba pensando más a menudo de lo que me gustaría; no porque me arrepintiera de echar de menos a mi novio, por descontado, sino porque quería añorar su presencia sin más, y no la sensación de tranquilidad que me producía el saber que lo tenía guardándome las espaldas. Con él cerca yo tomaba mejores decisiones. Con él cerca me habría acercado sin miedo a Tommy.
               Con él cerca ni siquiera habría necesitado acercarme a Tommy.
               El único momento en que estaba tranquila en su presencia era cuando había alguien más en la habitación, salvo que ese alguien fuera Layla. Por suerte, no nos habíamos quedado solos los tres juntos más de en una ocasión, y ella enseguida se había ofrecido a irse a dar un paseo conmigo para calmar unos nervios que Tommy no comprendía que yo sintiera estando cerca de él. Si me había notado algún otro comportamiento extraño, era tan caballeroso que lo disimulaba a la perfección.
               Quizá fuera lo mejor no decirle nada. Tenía que lidiar con esto sola, igual que lo estaba haciendo Alec. Si él podía, yo casi seguro que también. Él era más fuerte, pero yo tenía más ayuda. Puede que con hablar con mis amigas bastara. Puede que…
               Llevaba diez minutos mirando la misma página del libro que estaba leyendo cuando sonó el teléfono de la suite. Era aún un poco temprano para que fueran los de la productora para ordenarles que se prepararan para marcharse, así que levanté la cabeza y miré a Tommy, con el consiguiente tironcito en el estómago, acercarse al teléfono y descolgarlo.
               -¿Sí?
               Hubo un ruido extraño al otro lado de la línea que hizo que todos miráramos en dirección al primogénito de los Tomlinson, cuyos ojos azulísimos se volvieron todavía un pelín más azules al chispear de felicidad… y también de la risa. Scott tenía los ojos fijos en Tommy, una pregunta entre ellos dos que obtuvo su respuesta cuando Tommy se giró y, con una sonrisa de pura diversión en la boca, me tendió el auricular.
               -Es para ti, Saab.
               Saab. Se había dado cuenta perfectamente de que me echaba a temblar cuando estaba a solas con él, y yo aun así era Saab para él. Dejé el libro boca abajo a mi lado en el sofá y me levanté a por el auricular. Le rocé los dedos a Tommy cuando lo recogí de su mano, y en condiciones normales habría sentido un calambrazo de pura ansiedad, pero ahora estaba demasiado intrigada como para sentir nada más.
               Un rayito de esperanza se asomó por las nubes de tormenta en mi estómago cuando se me ocurrió quién podía ser. De nuevo, tampoco me permití hacerme demasiadas ilusiones.
               Como si Alec no hubiera obrado milagros ya. Había vuelto de entre los muertos para estar conmigo. ¿Cómo no iba a saber que le necesitaba y acudir corriendo a salvarme?
               -¿Diga?
               -Te quieeeeeeeeeeeeeroooooooooooooooooooooooooooooooooooo-baló, juguetón. Se rió con la carcajada de un niño, exactamente de la misma forma en que lo hacía cuando se emborrachaba. Sospeché en el acto por qué me llamaba, y…
               … a mí también me apetecía.
               -Espera-dije, y dejé el auricular sobre la mesita en la que se encontraba, junto al cuerpo del teléfono-. Lo cogeré en la habitación-dije a todo el mundo.
               -Te lo agradecemos-contestó Scott, esbozando esa sonrisita de sabelotodo que había heredado de papá. Tenía la misma expresión que en aquellos premios en los que habían llamado a papá “Zaddy Zayn” justo antes de obtener el galardón al que estaba nominado.
               Tommy le dio una colleja mientras yo atravesaba el salón.
               -Calla. Habría que verte a ti si Eleanor no estuviera con nosotros.
               -Yo jamás me habría separado tanto de ella-ronroneó mi hermano, guiñándole el ojo a Eleanor y agarrándole la rodilla.
               -Ya lo hará ella cuando se vaya en su gira de ganadora y tú te quedes en casa como el perdedor que eres-pinchó Tommy, y Scott lo fulminó con la mirada.
               -A veces me pregunto por qué defiendes tanto a Alec y Sabrae y tan poco a mí con Eleanor.
               -Porque te prohibí estar con Eleanor y no me hiciste ni puto caso.
               -Pero ella y yo hacemos una pareja cojonuda-ronroneó Scott.
               -Puede. Pero Alec y Sabrae son mis putos padres.
               Alec y Sabrae son mis putos padres. Y yo no podía estar en la misma habitación que Tommy sin querer salir corriendo.
               Me senté en la cama y no me costó apartar ese pensamiento de mi cabeza. Descolgué el teléfono, le di al botón de “recuperar llamada”, y me recliné en la cama.
               -¿Vamos a hacer de nuestras llamadas semanales una rutina? Lo digo por ir empezando a ilusionarme.
               -¿Te digo que te quiero y tú me dices que espere?-se quejó. Arrastraba las palabras y estaba un poco ronco. Darme cuenta de esto último hizo que mi entrepierna despertara. Subí un pie al borde de la cama y empecé a mordisquearme el borde de la uña del dedo índice de la mano que tenía libre.
               -Cuando me hago de rogar un poco luego tú me coges con más ganas-tonteé.
               -Uf. Contaba con que te resistieras si te dijera que quiero escucharte masturbándote y corriéndote, pero no sé si estoy preparado para que te pongas a zorrearme. ¿Qué me estás haciendo, mujer?
               Me reí.
               -¿Sabes? Adoro cuando me llamas “mujer”.
               Era verdad. Me hacía sentir mucho más madura, más poderosa, y mil veces más sexy. Me gustaba muchísimo cuando me llamaba “niña”, pero cuando me llamaba “mujer”… tenía una connotación que “niña” no tenía. Ni siquiera “nena”. Ni “bombón”. Era más fuerte e incontestable. Más suyo. Más afianzado y más a perpetuidad, exactamente como necesitaba que fuera lo nuestro.
               Y más ahora. Incluso cuando estaba segura de que no me lo merecía, necesitaba sentir que tenía garantizado el derecho a quererlo como lo hacía, todos los días de mi vida.
               -Ahora entiendes por qué yo me vuelvo loco cuando estoy encima de ti y tú empiezas con eso de “qué hombre”.
               -Te lo diré más a menudo a partir de ahora, entonces. Sólo si tú me prometes que me lo llamarás más a menudo a mí.
               -Tú mandas, mujer.
               Me reí, aunque no se me escapó tampoco el escalofrío que sentí en lo más profundo de mi ser.
               -¿A qué debo el placer de tener noticias de mi amantísimo esposo?-pregunté, y Alec jadeó sonoramente.
               -Jooooooooooooooooooodeeeeeeeeeeeeeeerrrrr. Eres una hija de puta. ¿Lo sabías, Sabrae? Siempre me haces lo mismo cuando sabes que no puedo hacerte nada. Dios. Me volvió loco tu carta, ¿sabes?
               -¿Qué carta?
               -La carta en la que básicamente me dices que no eres capaz de parar de masturbarte pensando en mí.
               Me reí.
               -Te prometí que sería sincera contigo. Y ya sabes que soy muy física. Y me siento muy sola.
               Los únicos momentos en que me había sentido bien y no había tenido preocupaciones a lo largo de la semana habían sido cuando había tenido un ratito para estar a solas y pensar en mi novio como más me gustaba recordarlo: encima de mí, sin ropa, toda su piel en contacto con la mía. Froté inconscientemente una pierna contra la otra y me regodeé en el roce, recordando la manera en que Alec nunca había sido un experto en el lenguaje corporal, excepto en lo que respectaba a ese pequeño gesto que siempre le hacía sonreír. Incluso cuando yo me hacía la difícil, mis muslos me delataban, presionándose el uno contra el otro como si no fueran a admitir nada más que a él entre ellos. Hasta el aire resultaba una ofensa.
               -Yo también me siento muy solo. Y eso que estoy en un sitio abarrotado de gente. No cabe ni un alfiler y yo… sólo puedo pensar en ti y en lo que me haces, nena. Joder. Dios. Estoy enamoradísimo de ti-jadeó, casi desesperado, como si estuviera contando la caída de su imperio en lugar del sentimiento más hermoso de todos-. No puedo esperar a volver a verte. Necesito volver a verte. Ya. Ahora mismo. Dame siete mil libras-decidió, y me lo imaginé envarándose-. Sí. Dame siete mil libras y me planto ahí y te follo como lo necesito. Como los dos lo necesitamos, si le hacemos caso a tu carta.
               Me reí, adorando el sonido de mi carcajada rebotando contra las paredes. Era sincera, joven y despreocupada, justo como no me había sentido esa semana, siempre vigilando por encima del hombro como si mis demonios estuvieran a punto de alcanzarme.
               -Te echo de menos. Dime que me echas de menos.
               -Pues claro que te echo de menos, Al.
               -¿Cada cuánto piensas en mí?-lloriqueó. Me reí.
               -Más de lo que me gustaría. Todos los minutos del día. No sé cómo no estás mareado, si no dejas de darme vueltas por la cabeza.
               -¿Cada minuto nada más? ¿Has dejado de quererme? Yo no puedo dejar de pensar en ti ni un segundo. Ni un puto segundo, Sabrae. Estoy construyendo las cabañas y no paro de pensar en ti; estoy comiendo, y pienso en ti; estoy en la ducha, y pienso en ti…
               -Suena interesante-coqueteé, inclinándome hasta quedar con las piernas subidas a la cama, el culo justo frente a la almohada, la espalda apenas apoyada en el cabecero, y empecé a enroscarme el cordón del teléfono entre los dedos. Todo mi interior palpitaba con la anticipación de las flores que notan el cambio en el viento que sólo puede ser cosa de la primavera.
               Llevaba una semana larguísima atrapada en un invierno que no tenía nada que ver con mi latitud. Me apetecía volver a ese verano resplandeciente que tanto me había regalado, con tantos soles besándome la piel: el que me había reforzado el bronceado y el que me había abrazado por las noches y me había dicho que me quería.
               -Estoy en la cama y pienso en ti. Estoy durmiendo y sueño contigo. Me habla cualquiera y en lo único en lo que pienso es en lo que tú contestarías a lo que me dicen. Y me vengo de fiesta-Alec miró con unos ojos de repente muy lúcidos hacia la puerta de la discoteca, en la que un portero implacable mantenía esperando a un grupo de chicas que no hacían más que comerse a mi novio con los ojos. Y él sólo podía pensar en mi respiración, y en lo bien que sonaba. En cómo en la Orquesta Filarmónica de Viena hacían ruido comparado con lo que yo estaba haciendo ahora. No se fijaba en sus minifaldas, ni en sus tacones, ni en lo bien esculpidos que tenían unos cuerpos a los que la genética sonreía donde la suerte no tanto, no. En una chica mucho más baja que ellas, de piernas, brazos y vientre menos fibrosos, tumbada en una cama al otro lado del océano-, y no puedo sacarte de la cabeza. Creía que podría pasar la noche sin llamarte, de verdad que sí-confesó-. Luego empezaron a poner a Jason Derulo y me he dado cuenta de que estoy luchando contra los elementos.
               Estaba de fiesta en algún local etíope en el que seguro que se lo estarían rifando, y el pobre en lo único en que pensaba era en correr a llamarme por teléfono para informarme de que estaban poniendo al cantante que nos habíamos jurado el uno al otro…
               -Quiero que sepas que no he bailado nada de Jason Derulo con ninguna de ellas.
               Me reí, me mordí los labios, y cuando descubrí que me estaba frotando las piernas, me detuve. Tenía que parar esto. Tenía que ser fuerte por los dos y animarlo a que siguiera disfrutando de su noche. No le había pedido que se fuera a Etiopía para estar todo el día del teléfono, anclado a mí: tenía que vivir su propia vida, disfrutar de sus propias aventuras, y luego, cuando llegara la hora, disfrutar contándomelas mientras me sostenía entre sus brazos. Ésa era la verdadera felicidad. Eso sería lo que marcaría la diferencia y nos señalaría como una pareja positiva: no la desesperación con que nos necesitábamos el uno al otro, sino las ganas que tuviéramos de contarnos las experiencias que viviéramos por separado y cómo nos alegraríamos por el otro.
               Así que le pregunté:
               -¿Con quién estás, Alec?
               -Contigo-dijo rápidamente, como si estuviera esperando la pregunta.
               -No-volví a reírme, y por la forma en que lo escuché respirar, supe que él también estaba sonriendo. Le gustaba escucharme reír, incluso cuando no podía verme. A él también le gustaba saber que era feliz aunque no pudiera disfrutarme así-, que con quién estás de gente.
               -Ah. Estaba aquí, con mis amigos de Etiopía-me lo imaginé pasándose la mano por el pelo y dejándosela en el cuello-, a los que no quiero tanto como a ti, evidentemente.
               -Diles que te recojan y te lleven a seguir bailando, Al, que es lo que necesitas.
               -Yo lo único que necesito es meterme dentro de ti.
                -¡Alec!-me eché a reír a carcajada limpia, y juraría que todo el mundo al otro lado de la puerta se quedó callado para tratar de escuchar mi conversación-. ¡Estás borracho!
               -Y enamorado-rezongó-. Es una combinación muy peligrosa.
                Fue como tenerlo delante, sonriéndome con esa sonrisa torcida suya que podría hacerme saltar de un precipicio si él me lo pedía.
               -Quiero que disfrutes de tu día libre, Al.
               -Ojalá te tuviera delante para obligarte a mirarme a los ojos y decirme eso otra vez. La cantidad de maneras que se me ocurren de hacerte callar…
               -¿Alguna de ellas supone taparme la boca?
               -Ya lo creo. Con la polla.
               -¡Pero tío!-dije entre risas-. ¿Cómo eres así?
               -Te necesito. Por favor. Pídeme que vaya e iré.
               -¿Y por qué no vienes tú solito?
               -Porque necesito saber que tú también quieres que vaya.
               -Por supuesto que quiero que vengas, mi sol. Pero estar ahí te hará bien.
               -Me da igual. Yo sólo quiero hacer cosas malas contigo.
               ¿Tan malo sería?, preguntó una vocecita desvergonzada mi cabeza: la voz que había sido consciente de qué suponía realmente cantarle Ready to run mirándolo a los ojos en el concierto de Wembley y, aun así, lo había hecho.
                Me apetecía muchísimo. Tenerlo cerca, tenerlo al lado, tenerlo encima era lo único que me haría sentir completa y a gusto, tanto con mi cuerpo como con el entorno. Pero aquello no era lo que ninguno de los dos necesitábamos por mucho que lo deseáramos.
               -Te diré lo que haremos-dije, incorporándome hasta quedar semiarrodillada sobre la cama, las piernas arrodilladas y el culo ahora de nuevo en el colchón. Pude notar a Alec tomar aliento-. No escatimaremos en detalles en las cartas a partir de ahora. Serás todo lo explícito que quieras contándome qué y dónde me harás lo que quieres hacerme.
               -Lo dices como si yo necesitara de tu permiso.
               -Y luego, cuando vengas en Navidad, iremos al piso de mis padres en el centro como hicieron Scott y Eleanor y haremos todo eso que nos describimos el uno al otro. ¿Te parece?
               -Joder, ahora mismo voy a comprar recambios de bolis bic.
                -¿Tenemos plan?
               -Tenemos planazo. Pero… una cosa. Queda mucho para Navidad-Alec frunció el ceño.
               -En tu mano está venir antes. Si se te vuelve insoportable…-volví a recostarme en la cama-, siempre puedes volver un poco antes y darme un adelanto de lo que vas a darme en Navidad.
               -¿A qué esa obsesión con Navidad?
               -Tengo un mono muy bonito que me compré muy ilusionada pensando en que me lo quitaras en Nochevieja y eso nunca llegó a pasar-hice un puchero, entrelazando los pies por los tobillos-. Entenderás que el habérmelo quitado en tu cumpleaños no es lo mismo.
               -¿Te lo vas a volver a poner?
               -¿Qué harías si me lo volviera a poner?
               -Ir corriendo a Inglaterra.
               -Interesante.
               -Ir literalmente corriendo a Inglaterra.
               -Muy interesante.
               -¿Dónde está el truco?
               Ahora, Sabrae, me dijo mi conciencia. La voz sensata a la que siempre le hacía caso y que me había llevado hasta donde estaba ahora: la primera de la clase, con un novio que se había graduado contra todo pronóstico y sus esfuerzos por no conseguirlo, que había estado más interesado en estudiar mi cuerpo para nuestro propio placer que sus apuntes para sus exámenes.
               -No volveremos a llamarnos. Sólo nos comunicaremos por carta.
               Sería la única manera de que Alec pudiera por fin centrarse en su trabajo y en todo lo que le rodeaba en Etiopía. Si hacíamos de las llamadas una rutina, se pasaría más tiempo pendiente de en qué momento engancharse del teléfono para poder contarme cualquier chorrada que de vivir esas chorradas y reírse con ellas.
               Alec se quedó callado unos instantes, sopesando la propuesta. No era ni de coña razonable, y los dos lo sabíamos. Bastaría con que se negara una sola vez para que yo no insistiera más, y viviera también pegada al teléfono fijo de casa. No sabía por qué me llamaba a los fijos, pero no iba a quejarme si eso suponía escuchar su voz.
               Y, sin embargo, dijo:
               -Está bien.
               Puede que fuera el hecho de que las cartas ahora fueran a ser mucho más explícitas y fuéramos a recrearnos mucho más en lo que el otro escribía y lo que contestábamos. Puede que fuera un atisbo de su raciocinio en medio de su borrachera, diciendo que se estaba perdiendo cosas saliendo del bar en el que se encontraba para ir a hablar conmigo en la calle.
               -De acuerdo. Pues… disfruta de la fiesta. Me aseguraré de mandarte un porrón de sellos para que puedas mandarme las cartas por correo urgente. Te quiero, sol. Me apeteces.
               -¿Qué haces?-preguntó, tajante y un poco molesto. Parpadeé.
               -Me estoy despidiendo. ¿No acabamos de quedar en que no nos llamaremos más?
               -Exacto. No vamos a llamarnos más. No has dicho nada de esta llamada-noté su sonrisa oscura en el tono de repente ronco de su voz, más propio de un depredador-. Así que más nos vale aprovecharla, Malik.
               Malik. Se acabó. Íbamos a follar por teléfono y a más de seis mil kilómetros de distancia. Si alguien podía hacer eso, esos éramos nosotros dos.
               -Yo soy la hija de una gran abogada, no tú, Whitelaw.
               Alec se rió.
               -Alguien a quien quiero mucho me dijo que tenía que luchar por lo que quería. Me hizo luchar como un puto jabato por conseguirla, y ahora que la tengo no voy a renunciar tan rápido a disfrutarla. Y lo que más deseo ahora es escuchar cómo te corres para grabarme ese puto sonido a fuego en la cabeza y poder reproducirlo en bucle hasta que te vuelva a ver. La última vez que te corriste yo lo hice contigo, y no estaba todo lo concentrado que debería. No cometeré el mismo error otra vez.
               -¿Y cómo piensas conseguir eso, si puede saberse?
               -Dándote dos opciones: la primera es pedirte que te corras tú sola.
               -¿Y la segunda?-ronroneé.
               -La segunda es plantarme en Inglaterra y ocuparme personalmente de que te corras.
               Me aparté un mechón de pelo detrás de la oreja.
               -No estoy en Inglaterra.
               -Pero estarás-sonrió de nuevo-. Cuando yo llegue, tú te las habrás apañado para estar. Y no perderemos el tiempo. Dudo que ni siquiera lleguemos a los baños de la terminal. Una verdadera pena-me lo imaginé mirándose las uñas-, me gusta más follarte en una cama. Hay más contacto, más… piel con piel, ya me entiendes. El misionero es una mierda muy seria, Sabrae. El contacto visual, los besos con lengua… todo eso quiero para ti.
               Tenía la boca seca. Era incapaz de apartarme la imagen de él encima de mí, entre mis piernas. Mirándome con esos ojos ardientes y que veían a través de todo lo que yo era, de cada rincón en que me escondía, descubriendo mi alma en el sentido más puro. Recordaba perfectamente haberle preguntado hacía tiempo cuál era su postura preferida y esperar que me dijera alguna ingeniería del Kamasutra de la que yo no habría oído hablar en mi vida, y que sería una prueba de la experiencia que tenía y de lo bueno que era en la cama. Y me había dicho que, conmigo, era el misionero por eso precisamente: porque era cuando más juntos estábamos. Recurríamos a esa postura más que a ninguna otra cuando queríamos hacer el amor y no sólo follar, y así nos mezclábamos mejor en uno solo.
               -Pero creo que no podríamos alcanzar una cama a tiempo, ¿verdad? Los dos estamos demasiado hambrientos. Así que tú decides, nena. Lo hacemos a mi manera, o lo hacemos a la de nuestras ganas.
               Follármelo en cualquier rincón apartado era tentador, lo admito. Echaba de menos sentirme invadida por su envergadura cuando entraba en mí, pero… no nos merecíamos que tuviera que taparme la boca para que no nos pillaran. Así que respondí:
               -¿Lo harás conmigo?
               Alec rió entre dientes.
               -Estoy en la calle, Sabrae.
               -¿Desde cuándo eso te ha importado?
               Exhaló una risa y me lo imaginé negando con la cabeza. Y luego dijo algo que me destruyó.
               -Ésa es mi chica.
               Me invadió de nuevo esa sensación familiar de estar a punto de saltar de un avión pero con un paracaídas a la espalda. Todo mi cuerpo estaba en alerta máxima, diciéndome que estaba poniéndome en un peligro absurdo y al que no iba a sobrevivir, pero mi cabeza sabía algo que mi cuerpo era incapaz de procesar: estaría a salvo.
               Y lo disfrutaría mucho.
               Exhalé una sonrisa que sé que Alec escuchó, porque lo oí relamerse los labios y su voz se volvió más oscura e imperiosa la siguiente vez que habló. Me prometí a mí misma memorizar cada uno de sus cambios de voz, cada respiración, cada vacilación. No iba a recuperarlo hasta dentro de muchos, muchos meses, y sólo podría colgarme de mis recuerdos cuando le echara de menos. Quererlo y querer que creciera suponía dejarlo ir, y tendría que ser fuerte en los momentos de debilidad en los que lo único que me apetecería sería escuchar el sonido de su voz.
               -¿Dónde estás?-preguntó, y yo me estremecí de pies a cabeza al notar cómo su voz me acariciaba la piel, apenas el roce de una pluma que mis poros sensibles notaban igual que una daga.
               -En la habitación de mi suite. ¿Quieres que te la describa?
               -Me importa una mierda cómo es una habitación en la que no voy a poder follarte-respondió, autoritario, pero luego se volvió más dulce cuando me dijo-: lo que sí quiero saber es qué llevas puesto.
               Me miré las piernas, el montículo de mis rodillas.
               -El vestido de limones.
               -Uf-jadeó-. Ibas a matar, ¿eh, Sabrae? ¿Quieres torturar a los americanos o qué?
               -Me apetecía lucirme-respondí, encogiéndome de hombros.
               -¿Sujetador?
               -Sabes que no, Al.
               Me lo imaginé pasándose la mano por la cara cuando bufó.
               -Yo igual aguanto menos de lo que esperaba. Vale. ¿Cómo estás? ¿Tumbada, sentada…?
               -¿Qué llevas puesto tú?
               -¿Yo?
               -Sí.
               -Yo no juego a esto. Aquí, la prota eres tú, nena.
               -Aun así necesito imaginarte, Al. Quiero que me cuentes qué me harías.
               -¿No quieres que te dirija?
               -Quiero que sea como si tú estuvieras aquí.
               -Si yo estuviera ahí, ni siquiera habrías llegado vestida a la habitación.
               Tomé aire sonoramente.
               -Porfa, sol.
               -Vaaaaaale. Llevo una camisa y unas bermudas blancas.
               -¿De qué color es la camisa?
               -Lila.
               -Mi color preferido-ronroneé.
               -Ajá. Te llevo siempre conmigo.
               -¿Tienes algún botón desabrochado?
               -Tres.
               -Así se te ve un poco la cicatriz del pecho, ¿no?
               -Supongo. Hace calor.
               -¿Estás sudado?
               -¿Qué es esto, Sabrae? ¿Un interrogatorio? ¿Llamo al FBI?
               -¿Estás sudado sí o no?
               -Sí, claro. Hace calor, llevo horas de fiesta, estoy borracho y, además, estamos hablando. Y tú llevas ese puto vestido de limones que me trae por la calle de la amargura. Joder-suspiró de nuevo-. No sé qué va a ser de mí.
               -Voy a durar poco-anuncié, sonriendo mientras jugueteaba con la falda de mi vestido. Me imaginé a Alec parpadeando, su mirada cambiando, enfocándome en la distancia.
               -¿En serio?
               -Me gusta cuando estás sudado. Me recuerda a cuando lo hacíamos en los vestuarios del gimnasio.
               Alec chasqueó la lengua.
               -Joder, lo teníamos todo y yo lo dejé escapar, ¿eh? Bueno, centrémonos. Llevas el lazo de siempre en el cuello, ¿no? Quiero que te lo desates tirando despacio de una de las tiras-le obedecí-, y que muy, pero que muy despacio, vayas bajando los tirantes del vestido hasta que ya no sostengan nada.
               Cerré los ojos y me lo imaginé en la calle, la camisa con tres botones desabrochados. Me lo imaginé atravesando la calle y entrando el vestíbulo del hotel, dirigiéndose derechito al ascensor, marcando el número de mi planta, cruzando el pasillo con decisión y abriéndose paso por la suite en dirección a mi habitación. Me llevé una mano a la entrepierna y la presioné suavemente mientras en mi cabeza Alec entraba en la habitación.
               -Alec…
               -Estoy aquí, preciosa.
               Tomé aire y lo solté muy, muy despacio. Estaba desesperada por sentirlo dentro de mí. Y él lo sabía. Y no iba a dejarme sentirlo dentro de mí hasta dentro de un millón de años, como hacía siempre, como si me necesitara suplicando por tenerlo dentro para poder disfrutarlo. En cierto modo, así era. Su tamaño podía jugar en su contra si no me tenía lo suficientemente excitada, pero él pocas veces contaba con que a mí ya me apetecía hacerlo simplemente con verlo cruzar la puerta.
               Me lo imaginé más bronceado, el pelo un poco más claro por la acción del sol, que siempre gobernaba sobre él, y tiré suavemente del elástico de mis bragas.
               -¿Qué haces?
               -Me estoy acariciando.
               -Sube esa mano. Quiero que estés desnuda para mí.
               Jadeé, pero le obedecí.
               -Tira del vestido hasta dejar tus pechos al aire. Y no lo bajes más.
               Hice lo que me pedía, y me estremecí de nuevo cuando mis pezones entraron en contacto con un aire gélido en comparación con la lava que me corría por la piel. Mi sexo empezó a palpitar.
               -¿Tienes esas preciosas tetas al aire, nena?
               -A… já…
                -Joder, las adoro. Ojalá poder saborearlas ahora mismo. Te las acariciarás por mí, ¿verdad, bombón?
               Asentí con la cabeza mientras me pasaba la mano por los senos, disfrutando del contacto como nunca lo había hecho estando sola. De vez en cuando disfrutaba acariciándome a mí misma, pero cuando optaba por masturbarme solía ser bastante directa. Que no fuera a ser así esta vez me encantaba. Quería variar un poco, y era una forma de estar atenta ante lo impredecible.
               -Pásate el pulgar por el piercing como me gusta hacerlo a mí.
               Lo hice, y me retorcí en la cama cuando sentí un calambrazo que nació de mi pecho y explotó igual que un relámpago entre mis piernas.
               -Pellízcate el otro también y vuelve a gemir como lo acabas de hacer, bombón.
               Ya estaba empapada y anhelante, y, aun así, disfrutaba jugando conmigo misma. Sintiendo que mi entrepierna se deshacía por momentos, me pellizqué el otro pezón y no me mordí el labio esta vez. Dejé que Alec me escuchara, completamente ajena a que había gente al otro lado de la puerta que perfectamente podía oírme y, lo peor de todo, también interrumpirme.
               -Juega con ellas-me ordenó-. Quiero que te las sigas tocando hasta que te duelan. ¿Estás mojada?
               -Llevo mojada casi desde que empezamos a hablar.
               -Buena chica-ronroneó, y mi sexo se cerró en el aire, ansioso de tenerlo dentro. No podía hablarme así estando tan lejos-. Siempre sabes qué decirme. Vamos, nena. Quiero oírte. Deja que escuche cómo eres incapaz de resistirte a lo buenísima que estás. ¿Entiendes ahora por qué no puedo apartar mis manos de ti? Uf. Las cosas que estaría si estuviera ahí. ¿Qué te gustaría que te hiciera?
               -Todo lo que quisieras, Al-gimoteé. No me atrevía a bajar las manos y empezar a acariciarme en la entrepierna, porque sabía que me lo notaría y yo no sería capaz de subir de nuevo.
               -Mm-musitó a modo de aprobación-. ¿Quieres que te diga qué es lo que quiero hacerte?
               Me empezó a latir el corazón en la entrepierna, lo juro.
               -Sí.
               -Vete bajando las manos, Saab. Tira del vestido despacio hasta tenerlo por las rodillas, y luego, sal de él. Disfruta del proceso. Hazlo muy, muy lento, ¿vale, nena? Memoriza esas curvas que tienes. Joder, cómo las echo de menos.
               -Y ellas a ti.
               Alec rió por lo bajo.
               -Me lo estás poniendo muy difícil para que no me la casque, nena, en serio. No creí que fueras capaz de ser tan mala conmigo.
                -Es la verdad-respondí, jadeante. Tenía el vestido por las caderas. Sería tan fácil colar los dedos por debajo de mis bragas…
               -Sé lo que estás pensando, nena. Y quiero que puedas separar bien las piernas cuando me imagines ahí. Vamos, quítate el vestido.
               Hice lo que me pedía y lo lancé a los pies de la cama. Doblé las rodillas antes de que me lo ordenara, y también separé las piernas antes de que me lo pidiera.
               -Pásate un dedo por encima de las bragas.
               -Uf.
               -¿Mojada?
               -Mucho.
               -Ojalá pudiera probar tu sabor. Esa miel que tienes entre las piernas es mi puta cosa preferida en el mundo.
               Me estaba costando horrores respirar, y escuché la sonrisa torcida de Alec cuando volvió a hablar.
               -¿Sabes? Adoro la sensación de tenerte empapada en miel. Necesito que me digas cómo de mojada estás, Saab. ¿Lo estás mucho?
               -Sí.
               -Entonces será mejor que te quites las bragas. No queremos que te hagan sentir incómoda más tarde, cuando vuelvas a ponértelas, ¿no?
               Me las quité rápidamente y las lancé a un rincón, sin preocuparme siquiera de mirar dónde caían.
               -¿Estás desnuda por fin?
               -Sí.
               -¿Y a qué esperas para empezar a tocarte?
               -A que me lo ordenes.
               -Mm-mm. Joder. Lo poco que voy a aguantar cuando vuelva a verte. Recuérdame que te ate a la cama y te folle una semana entera sin parar por esto que me estás haciendo, ¿vale?
               -Vale.
               -Date placer, Sabrae-ordenó-. Acaríciate el clítoris en círculos, como lo hago yo cuando quiero que me supliques que te la meta. Porque eso es lo que vas a hacer hoy, mujer-un nuevo calambrazo entre mis piernas ante la mención de esa palabra. Alec aprendía muy rápido-: suplicarme.
               Hice lo que me pedía. Separé los muslos, me llevé una mano a la entrepierna, y con el dedo corazón, empecé a presionarme el clítoris, rodeándolo y cerrando los ojos mientras sentía que un millón de supernovas se congregaban en él. Empecé a jadear, y escuché cómo Alec me escuchaba con toda su atención. Incluso estaba aguantando la respiración para no perderse nada.
               Estaba tan callado que en cualquier otro momento habría pensado que la línea se había cortado, pero yo sabía que estaba ahí. Lo notaba prestándome toda su atención, tirando y tirando del hilo que nos unía hasta ponerlo tan tenso como los cables de acero del Golden Gate.
               -¿Quieres tenerme dentro?-dijo por fin, cuando mi respiración empezó a acelerarse. Asentí con la cabeza-. Sabrae. ¿Quieres tenerme dentro?
               -Sí.
               -Sí, ¿qué?
               -Sí, por favor.
               Sonrió.
               -Búscame dentro de ti.
               Introduje un dedo en mi interior y me doblé en dos.
               -¿Estás pensando en mí mientras te metes los dedos?
               Me hice añicos mientras alcanzaba ese punto en mi entrepierna que sólo estaba a su alcance, y no me extrañó haberlo encontrado ahora que estaba sola, pero con él guiándome.
               -Sí.
               -¿Desearías que fuera mi polla lo que tienes dentro, nena?
               -Sí.
               -Yo también. Y la tendrás pronto, nena. Quiero que sepas que te echa mucho, mucho de menos. ¿Te estás follando como lo haría mi polla?
               -Ssssí-siseé, disfrutando de la sensación. Alec se relamió los labios.
               -Adoro los ruiditos que haces cuando estás completa, bombón. ¿Por qué no dejas de morderte el labio para que pueda escucharte bien?
               Seguí masajeándome el sexo, los nudillos de la mano con la que sostenía el auricular del teléfono blancos de tanta fuerza que estaba haciendo mientras rascaba cada centímetro de la distancia que me separaba de las estrellas. Alec me alentaba cuando yo me cohibía, diciéndome que le encantaba escucharme, que no parara, que se volvería loco si dejaba de oírme, que no podía esperar a estar conmigo y hacerme eso él mismo. Empezó a decirme qué me haría: follarme de tantas formas que, muchas de ellas, incluso las desconocía. Empezó a decirme dónde me lo haría: en mi cama, en la suya, en el sofá en el que había empezado todo, en el del salón de casa de sus padres y en el de la casa de los míos; en el sofá del cobertizo de Jordan, en un probador, en unos baños públicos, sobre su moto, en los iglús, a la putísima intemperie.
               -Te traeré aquí sólo para poder follarte bajo todas estas estrellas que se morirán de envidia cuando te vean por lo perfecta que eres.
               Me encantaría. Me encantaría eso. Me encantaría, me encantaría, me encantaría. Me lo imaginé quitándose la ropa y quitándomela a mí con una rudeza a la que no me tenía acostumbrada, empujándome sobre la hierba, separándome las piernas y penetrándome con rabia. Haciéndome gritar y deshacerme en el orgasmo más rápido de la historia, porque con un empellón solamente le bastaría. Su piel sería dorada por el resplandor del atardecer, y estaríamos de nuevo juntos, de nuevo completos, de nuevo felices, la evolución lógica de aquellos seres de plata que habíamos sido en Mykonos, cuando me poseyó bajo la mirada de las estrellas y al amparo de unas olas que no podrían acariciarme nunca como lo había hecho él.
               -Alec… Alec, voy a correrme. Alec, me voy a correr. Alec…
               -Córrete para mí, nena. Déjame oírte.
               Alec no iba a pedírmelo, pero yo se lo iba a regalar. Si me había llamado estando de fiesta, si no había dejado de pensar en mí ni un segundo, si prefería llamarme por teléfono a pasárselo bomba en una discoteca, ¿cómo no iba a salirme de dentro?
               -Aaaaa-leeeecccc-supliqué, notándome al borde. Sólo un poco más. Un poquito más.
               Y entonces…
               -Te quieee-roo-jadeé entre gemidos, jadeos y gritos. Estaba empapada en sudor y tenía todo el cuerpo en tensión, mi placer expandiéndose por mi piel e inflándola como si fuera un globo. Surfeé las estrellas con su cara en mi cabeza, su sonrisa en mi corazón, su amor en mi alma, y me desplomé sobre la cama, agotada, sudorosa e inmensamente feliz.
               Lo vi salir de la habitación con una sonrisa, mirándome con ojos orgullosos y colmados de amor cuando me devolvió la mirada mientras cerraba la puerta.
               Alec me dejó tomar aire, tranquilizarme y volver en mí. Le sonreí al techo, borracha de felicidad igual que él lo estaba de alcohol.
               -Cuando vuelva del voluntariado-dijo-, no pienso volver a separarme de ti nunca. Nunca.
               -Vale-me reí.
               -Nos iremos a vivir juntos.
               -Vale-repetí, riéndome.
               -Vale-repitió él.
               -Vale-repetí yo.
               -Vale-repitió de nuevo. Me reí otra vez.
               -Vale…
               Nos quedamos callados un momento, escuchando la respiración del otro.
               -¿Lo he hecho bien? ¿Te ha gustado?
               -¿Bromeas? Has estado espectacular, Saab. Francamente, me sorprende no haberme corrido yo, y eso que no me he tocado. Mira que no te he oído pocas veces, pero se me había olvidado lo bien que sonabas. Joder. Igual te pido que te grabes y que me lo mandes para meterlo en el iPod que me ha prestado Shasha para poder oírte cuando quiera.
               -No sería una mala idea. Y… ¿te ha gustado lo… otro?
               -¿El qué? ¿Que me digas que me quieres mientras te corres?-sonrió-. Creo que eso ha sido lo mejor de todo. Me alegro de que no lo hayas hecho conmigo presente, eso sí.
               -¿Por?
               -Para que no te preocuparas si me echara a llorar.
               -¡Oh! Pero, Al, tú ya sabes que yo te quiero. Muchísimo.
               -Sí, ya lo sé. Y yo a ti, Saab. Pero… no sé. Es distinto a cuando me lo dices porque quieres que lo sepa a cuando se te escapa porque lo sientes de una forma tan intensa que te supera, ¿sabes?
               -Siempre lo siento de una forma tan intensa que me supera.
               -Ya me entiendes.
               Sí, la verdad es que lo entendía. A él también le había pasado a veces. No sería la primera vez que estábamos haciéndolo y él se paraba de repente, me miraba a los ojos, me acariciaba la cara y me decía:
               -Te quiero tantísimo que me parece hasta mentira.
               Yo no sabía cómo podía almacenar tanto amor en un cuerpo tan pequeño como el mío; que Alec lo sintiera tan fuerte me parecía más lógico, porque él era más alto y mayor que yo. Pero yo no sentía que lo nuestro estuviera desequilibrado, todo lo contrario; a pesar de que éramos como la noche y el día en eso, nuestros sentimientos estaban perfectamente igualados, como los extremos de un mismo océano, con las orillas al mismo nivel.
               ¿Cómo podía creerme que no me lo merecía? Solamente por cuánto le quería sería capaz de luchar por él hasta el final. Ser buena novia consiste en eso: en querer a rabiar, y que no importe nada más. Y yo hacía exactamente eso con Alec: quererlo hasta la locura y no preocuparme de nada más que de él.
               Tenía que hablar con Tommy ya, aclarar cuanto antes la situación y poder pasar página de una vez. De repente ya no me parecía tan buena idea eso de la abstinencia telefónica…
               -¿Has tomado buena nota? Porque creo que yo también quiero mi propia sesión de escucha. ¿Qué día te viene bien que te llame?
               Alec se rió, joven, libre, feliz.
               -Pues mira, estoy libre durante los próximos trescientos cuarenta días. Luego, me temo que voy a estar muy ocupado matando a mimos a mi novia, así que…
               -¿Tú también cuentas los días?-ronroneé.
               -No me insultes, Sabrae. Cuento los minutos que me faltan por verte.
               -¿Ah, sí?-repliqué, enroscando el cable del teléfono entre los dedos-. ¿Y cuántos son, si puede saberse?
               -¡Uy! Se me acaba el saldo. ¡Adiós, nena!
               -¡Al, me estás llamando a cobro revertido!
               Nos echamos a reír y nos quedamos un ratito así, escuchándonos respirar, simplemente.
               -¿Estás bien, sol?
               -Claro que no, luna. Te tengo lejos. ¿Y tú?
               -Yo sí. Estoy contigo.
               -Hasta que la muerte nos separe-rió.
               -Ni siquiera ella puede hacernos nada, si eres capaz de volver entre los muertos con tal de que no nos separemos.
               -Cierto, cierto, muy cierto. A veces se me olvida que soy alto, guapo, cachas, y que tengo un pollón. Vamos, que estoy buenísimo y bien dotado. Suerte que tengo a mi novia disponible para recordarme que soy un partidazo durante esos tres minutos al año en que me vuelvo chiflado.
               -Siempre lo has sido.
               -Ya, díselo a la chavala que eras hace un año.
               -¿Te refieres a la que hacía lo mismo que acabo de hacer yo ahora pero sin tenerte al teléfono? Creo que te interesarían bastante sus opiniones sobre tus posibilidades sexuales.
               -¿Ah, sí?
               -Alec-le imité-, ya sabes que yo hace un año te habría echado un polvo si te hubieras estado callado.
               -Si llego a saber hace un año que con sentarte en mi cara habría sido suficiente para que te enrollaras conmigo, te lo habría propuesto mucho antes.
               Me eché a reír tan fuerte que se me saltaron las lágrimas.
               -Tú no me veías.
               -Tú me detestabas. Sí que te veía. Pero sabía que, como se me ocurriera tomarte el pelo lo suficiente, me arrancarías el rabo de un bocado. Suerte que tuve la paciencia suficiente para que terminaras metiéndotelo en la boca sin que yo me pusiera nervioso.
               -Hombre, un poco nervioso sí que te pones.
               -Solamente por cumplir tus expectativas, bombón.
               -Alec, ¿sabes ese meme de Walmart vs. Chanel? Bueno, pues contigo no podría hacerse. Serías Chanel vs. Chanel.
               Alec se rió.
               -Recuérdame por qué me fui al otro extremo del mundo durante un año.
               -Porque eres gilipollas.
               -Eso nunca pareció detenerte en ciertos momentos del día, o, más bien, de la noche.
               -Es que me compensaba por cierto apéndice muy sobresaliente que tienes en cierta parte del cuerpo que a mí me causa un cierto entusiasmo.
               -Normal que te entusiasme. Mi nariz arrasa por donde pasa.
               Rodé hasta quedar tumbada boca abajo en la cama y levanté los pies, que agité en el aire mientras oía el ruido de fondo de la llamada de Alec.
               -Te echo de menos.
               -Yo también te echo de menos.
               -¿Seguro que no puedes venir antes de Navidad?
               -Veré qué puedo hacer, pero no te prometo nada, nena.
               Menudo cabrón. ¡Pero si por aquel entonces ya tenía los billetes para venir a vernos cuando el cumpleaños de Tommy!
               -Bueno. Te esperaré el tiempo que haga falta.
               -Qué considerada. Ni que fuera porque ninguno es capaz de hacer que te enganches a él como yo.
               Me reí. Estaba riéndome muchísimo ese rato, más de lo que lo había hecho en toda la semana.
               -Dicen que cuanto más pura la heroína, más engancha.
               -¿Y yo soy exactamente tu marca de heroína?
               -Síp.
               -Qué crepusculiano. ¿Quién es el león y quién la oveja?
               -Te dejaré elegir por esta vez.
               -Graa-aa-aaa-aacias-baló, y yo me eché a reír. Me senté en la cama y negué con la cabeza. No quería colgar. No podía colgar.
               Pero debíamos colgar.
               -Pásatelo bien de fiesta.
               -Nos vemos de madrugada.
               -¿De madrugada?
               -Sí. Te dije que soñaba contigo. Es imposible que no lo haga de nuevo después de esto.
               Se me aprisionaron las entrañas. Qué rico era. No podía creerme que fuera mío. No podía creerme que hubiera dudado de él en algún momento.
               -Nos vemos en nuestros sueños, entonces.
               -Genial. Suena a plan.
               -Suena a planazo.
               -Adiós, sol. Te quiero.
               -Adiós, mi luna. Yo también te quiero.
               -Me apeteces.
               -Me apeteces.
               -Chao, chao, chao.
               -Chaaaaaaaaooooooooooo.
               -¿No piensas colgar?
               -¿No vas a colgar tú?
               -¿Por qué tengo que colgar yo?
               -Pues porque eres lo que viene siendo una feminazi que no acepta que ningún hombre le diga cuándo puede o no hablar.
               -¿Qué coño te dije de usar esa palabra, Alec?
               -¡Me encanta cuando te enfadas!
               -¡Me apetece pegarte!
               -Ahora en serio: ninguna feminista que se precie no le cuelga a su novio.
               -¿Por qué?
               -Porque las feministas también defendéis los derechos de los hombres. Concretamente, ¡el derecho de los hombres a callarnos la puta boca!
                Empezó a descojonarse y yo supe que ya le estaba subiendo el alcohol, así que era hora de que siguiera disfrutando de su noche.
               -Vale. Si es lo que quieres, seré una esposita obediente. ¡Ale! Chao, chao, hubby.
               -¡Ni se te ocurra colgarme llamándome…! SABRAE-aulló al darse cuenta de que pensaba colgarle. Me eché a reír y le tiré un beso-. No me hagas la pelota. Dime que me quieres y pídeme disculpas.
               -Te quiero. Perdona por llamarte hubby… hubby.
               -Hay que ser zorra…-protestó Alec, y yo me reí de nuevo, dejé que me dijera que me quería y que me llamara wifey y, después de prometernos que nos veríamos en nuestros sueños, colgamos.
               Debería haberme sentido vacía al saber que no iba a volver a escuchar su voz hasta dentro de unos meses que se me harían eternos, pero todavía estaba feliz por lo que habíamos hecho, así que no era muy consciente de la inmensidad de lo que me esperaba.
               La realidad estaba esperándome a la puerta de la habitación para pegarme una bofetada y arrastrarme de vuelta a ella de los pelos. Porque, cuando salí, resplandeciente y decidida a enderezar mi vida a base de creer lo mejor de mí y de la gente que me rodeaba, me encontré con que nadie se iba a meter conmigo por lo que había hecho en la habitación de la suite porque nadie se había enterado, y eso que yo había sido terriblemente escandalosa.
               ¿La razón? Que Scott, Tommy, Eleanor, Layla y Chad tenían sus propias mierdas con qué lidiar. Y la mierda era que los habían llamado hacía media hora para convocarlos para los ensayos, y ninguno era capaz de contactar a Diana.
               Nadie se preocuparía por Eleanor, Layla, Chad, Tommy o incluso Scott como lo estaban haciendo por ella. Yo no me preocuparía por ellos como lo estaba haciendo por ella. Podrían pasarles mil cosas: que se fueran a explorar la ciudad y perdieran la noción del tiempo, que sus móviles se quedaran sin batería, que los hubiera acorralado una marabunta de fans histéricos. Todo eran supuestos con todo el sentido del mundo que, sin embargo, no se le aplicaban a Diana.
               Primero, porque Diana no podía perderse en la ciudad en la que se había criado. Segundo, porque su móvil nunca se quedaba sin batería; llevaba siempre una batería extra en el bolso para no perderse ningún contacto con su representante. Tercero, porque Diana era neoyorquina, y defendía su espacio personal como tal, sin importar que quienes la acorralaran fueran carteristas, otros viandantes o fans histéricos.
               Claro que Eleanor, Layla, Chad, Tommy y Scott también tenían una cosa en común. No se drogaban.
               Diana, sí. Y, por cómo había ido escalando en el consumo desde que había entrado en el concurso, en la banda no comentaban si pasaría, sino cuándo.
               Y tenía que ser en su ciudad.




             
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2 comentarios:

  1. ME DA ALGO CON ESTE CAPÍTULO.
    Punto numero 1 amo a Luca y el momento queso. Me he acordado de mi madre mandandome una caja de ropa en el Erasmus y metiendome jamon encima.
    Me he partido el culo con el momento de Alec intentando llamar a Sabrae de verdad es que esta persona no puede ser de verdad.
    Por otro lado estoy deseando que Saab se quite por fin la comedura de coco de la cabeza y hable con Tommy y dios no me esperaba que metieses lo de Diana pero estoy living.
    Pd: la llamada me ha parecido tremenda sobrada, ya te vale. Yo suelo pensar en el tremendo polvazo que vas a escribir cuando se rrencuentren.

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  2. ME HA ENCANTADO EL CAP
    Comento cositas:
    - Me ha meado de risa con Luca llorando porque le mandan un queso, sería yo la verdad.
    - He chillado con la carta de Sabrae, no sabes lo que ADORO todas las cartas que se mandan, me dan la vida.
    - Me encanta que hayas citado despechá jejejeje
    - Alec saliendo de una fiesta para llamar a Sabrae: maravilloso.
    - “- El amor es peligrosísimo.
    - El amor es la putísima hostia.”
    - Estoy deseando leer la conversación Sabrae – Tommy.
    - La llamada ha sido una auténtica fantasía, he pasado de estar riéndome a estar cachonda a literalmente llorar porque es que se quieren un montón y yo no puedo de verdad. Que no vaya a haber más llamadas me parece FATAL QUE LO SEPAS. Necesito que sea ya octubre y Alec vaya.
    - Lo de Diana se veía venir, tengo curiosidad por ver cómo va siendo todo.
    Con muchas ganitas de leer más <3

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