domingo, 29 de enero de 2023

Joven Leo.


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Ha estado desnuda. Ha estado desnuda y yo lo he sabido mientras lo estaba. Ha estado desnuda. Ha estado desnuda y yo lo he sabido mientras lo estaba. Ha estado desnuda. Ha estado desnuda y…
               Era en lo único en que podía pensar, lo único que sabía, lo único que me interesaba de ese mundo cargado de unos estímulos que mis sentidos estaban ignorando. Seguía recluido en aquella habitación de hotel que había creado en mi cabeza basándome en la que habíamos ocupado durante mi última noche en casa, también la última noche en la que le había escuchado hacer esos ruidos y no había sido capaz de concentrarme lo suficiente como para grabármelos a fuego en la cabeza. Suerte que ella, en su infinita bondad, me había hecho un regalo con el que yo ni siquiera me había atrevido a contar cuando cogí el avión que me había separado de ella, y que debería haberse dado la vuelta en pleno vuelo en cuanto el piloto se percatara de la absoluta aberración que estaba haciendo: separarnos.
               Estaba aún peor que cuando había salido de la discoteca y había agarrado el teléfono: mi piel me picaba más, el calor que se me adhería al cuerpo se había vuelto insoportable, y sin embargo…
               … sin embargo, estaba sonriéndole como un puto gilipollas al suelo, todavía con el auricular en la oreja y a pesar de los pitidos que indicaban que se había cortado la línea y que Sabrae y yo ya no íbamos a volver a oírnos el uno al otro hasta, ¿cuándo? Cada vez me parecía más difícil aguantar hasta el cumpleaños de Tommy. Joder, me parecía imposible aguantar hasta la mañana siguiente, cuando saliera el primer avión con destino a Londres. Todo lo que le había dicho sobre acercarse a mí, todo lo que le había dicho sobre correr para encontrarnos, no era más que la manifestación de mis esperanzas más profundas. Necesitaba volver a verla, quería volver a verla, me moría por volver a verla. Verla contenta, esperándome en la terminal, riéndose cuando me saltara los controles de las aduanas y la abrazara tan fuerte que ya sería imposible que nos separáramos, no importaba la burocracia que tratara de retenerme en Etiopía; verla vestida con sus mejores galas, caminando a mi lado en la terminal; verla a mi lado en el metro, acurrucándose contra mí y besándome y diciéndome que me había echado terriblemente de menos y que me prohibía marcharme (y yo, que soy muy obediente, haría de sus deseos mi propósito vital); verla desnuda.
               Debajo de mí.
               Con los ojos cerrados, la espalda arqueada, sus preciosísimas tetas al aire, balanceándose al ritmo de unas embestidas que le arrancaban jodida música de lo más profundo de la garganta. Si el mundo entero se iba a enamorar de la voz de Sabrae, deberían dar gracias de que ella les dejara seguir con sus vidas no gimiendo en ninguna canción, porque entonces ya no caerían rendidos a sus pies, sino que estarían completamente hechizados, desesperadamente a su merced como me tenía a mí.
               -A-a-a-le-e-ec.
               Dieciocho años. Me había pasado dieciocho putos años respondiendo a una palabra que no era mi nombre, siendo anónimo sin saberlo, hasta que ella me bautizó.
               -Te quiero.
               Dieciocho años. Dieciocho años haciendo el imbécil: saliendo de fiesta, enrollándome con tías, follándome a todo lo que se me ponía por delante, todo para poder aprender a satisfacerla y que ella me permitiera vivir por fin. Había tenido toda mi transición hasta la edad adulta para prepararme para lo que era escuchar a la chica  de la que estás enamorado, la chica que convierte miles de kilómetros en apenas centímetros, la chica que consigue que medio mundo no sea nada, gemir que te quiere mientras se corre.
               Yo ya no era Piscis. Sabrae acababa de convertirme en Leo, porque acababa de hacer de este día el de mi nacimiento. La suerte que tenía ahora era que ya la tenía desde el principio, y no tenía por qué conformarme con esperarla durante aquellos años en los que yo no sabía que la estaba buscando hasta que la encontré.
               Repetiría esas dos palabras en bucle el resto de mi vida. Te quiero. Me las había dicho desnuda, desesperada, ansiosa por mí, dándose placer a sí misma de la misma manera en que lo había hecho la primera vez que alcanzó el orgasmo. Saberme el dueño de su placer ya era más que suficiente para que creyera que me merecía el lugar que ocupaba en el mundo, pero saber que ella me había elegido de entre todos los demás para enamorarse de mí me hacía creerme un puto rey. Un dios. Me sentía sentado en un trono por encima de los demás, flotando entre las nubes, esperando que lo que me daba sentido y me había puesto allí regresara en cualquier momento a mi lado y les diera luz a mis sombras.
               Me sentía a reventar, y decidí que me merecía un premio por cómo lo había hecho. Lo cierto es que me había esmerado con ella; ahora entendía por qué Zayn citaba a Freddie Mercury hablando de cómo hacía las cosas que hacía en el escenario: “cuando estoy delante de ellos, no puedo desafinar”. Algo así me sucedía a mí con mi preciosa Saab: cuando la tenía entre los dedos, no podía dejar de acariciarla, de obligarla a disfrutar de su cuerpo. Lo conocía tan bien o mejor incluso que al mío: sus curvas, sus lunares, sus pliegues y esas cicatrices de las que se avergonzaba en secreto, ya que su madre había intentado hacer que amara sus estrías como lo que eran: la prueba de que el cielo había luchado con toda su artillería, relámpagos incluidos, por retenerla. Sus preciosos pechos, redonditos, turgentes, y tan generosos que me era imposible no darles un bocado cada vez que los veía. Su clítoris, siempre anhelante, deseoso de mis atenciones y también de las de ella. Su sexo.
               Joder. No había palabras para describir su sexo más que todo. Era el paraíso y era el infierno, era una zona neutral y un campo de batalla, mi perdición y mi hogar; un sitio nuevo, cargado de sorpresas, y a la vez ancestral, lleno de magia y colmado de una energía que no encontrabas en ningún otro lugar.
               La presión que sentía en los pantalones por la acción de mi erección, luchando por liberarse de la tela de los vaqueros, era suficiente como para que yo me imaginara que estaba con ella, que era su entrepierna y no unos estúpidos pantalones lo que me causaban tanto placer. Estaba mal repartido y lo sabía, y en cualquier otra situación me habría parecido una comparación estúpida, pero ahora… estaba demasiado borracho, demasiado eufórico por haberla escuchado, demasiado enamorado del sonido de su voz como para pensar siquiera en ofenderme por comparar lo que me hacían sentir mis pantalones con lo que me hacía sentir su cuerpo.
               Lo adoraba, y lo echaba de menos, y estaba cachondo, y borracho, y acababa de hablar con ella, que probablemente aún siguiera desnuda, tumbada en su habitación, sonriéndole al techo y balanceando las rodillas de un lado a otro, como hacía cuando era feliz…
               Necesitaba descargar toda mi tensión. Darme el placer por el que la había llamado y por el que me había empeñado en cosechar recuerdos. Así que, con esa sonrisa que sólo podía ser de ella y cuya felicidad empapaba cada rincón de mi ser, colgué el teléfono en la cabina y eché a andar de vuelta hacia la discoteca, anticipando una nueva primera vez con Saab.
               Nunca le había sido fiel a ninguna chica como se lo había sido a ella. Nunca le había dicho a una chica que la quería ni que estaba enamorado de ella. Nunca le había hecho los regalos que le había hecho a Saab a nadie más, ni las promesas, ni los planes, ni tampoco había tenido las peleas que habíamos compartido. Nunca me había cabreado con nadie como con ella, ni había sentido que una sola persona pudiera ser tan determinante en mi felicidad. Nunca había sacrificado una noche de sexo desenfrenado con varias personas distintas, puede que incluso a la vez, si tenía la suficiente suerte, por estar acurrucado en la cama de una chica, dándole mimos y pidiéndoselos a la vez. Nunca había dejado que ninguna chica se interpusiera en mis planes de futuro hasta que ella llegó. Nunca me había replanteado mis ideales hasta que Sabrae apareció. Nunca había pensado en echarme atrás en las pocas cosas que había planeado con antelación en mi vida, como el voluntariado, hasta que Sabrae no entró en mi vida.
               Supongo que era lógico que terminara haciendo lo que hice en aquella discoteca. Al igual que nunca había rechazado a las chicas que me zorreaban en la pista de baile hasta que no probé por primera vez a Sabrae, tampoco me había hecho una paja estando de fiesta. Gracias a Dios, cuando había estado lo suficientemente cachondo como para que se me notara, siempre había sido porque alguna tía descarada se me había acercado y me había frotado el culo contra la polla, mirándome por encima del hombro y guiñándome el ojo, prometiéndome un disfrute que luego yo le devolvía multiplicado por diez. Mis colegas siempre se reían cuando me pasaba aquello, porque sabían que yo siempre conseguía que la chica en cuestión me acompañara al baño; a mí nadie me calentaba sin lidiar luego con las consecuencias, y a día de hoy, no había encontrado a ninguna que hubiera jugado conmigo y que, llegados hasta el final, no creyera que le había salido genial la jugada y no estuviera ansiosa por repetir. Así que nunca me había tenido que ocupar de mí mismo en las discotecas: siempre había una chavala dispuesta a relajarme de esa manera en la que sólo puedes relajarte cuando te descargan la tensión que acumulas en la polla, ya fuera con su coño o con su boca.
               Sabrae había sido la orgullosa titular de mis alivios desde que había empezado a follármela, y no habían sido pocas las veces en que, después de mucho frotarnos y bailar escandalosamente pegados, me la había llevado al cuarto del sofá de la disco de los padres de Jordan o a algún baño en cualquier otro sitio, había echado el pestillo, le había dado la vuelta, la había puesto contra la pared, le había bajado las bragas, subido la falda, levantado una rodilla y la había penetrado con una rabia que debería haberle hecho daño… si no fuera porque sabía que bailar conmigo la calentaba lo mismo que me calentaba a mí, y siempre estaba húmeda y abierta y dispuesta y me recompensaba por mi osadía con un grito de placer que juro que conseguía deshacerme.
               Personalmente prefería cuando los baños eran únicos y tenían el pestillo ya en la zona del lavabo, de manera que pudiera subirla a él, quitarle las bragas, metérmelas en el bolsillo del pantalón y comerle el coño como estaba mandado. Varias veces lo habíamos hecho así, ignorando las protestas del otro lado de la puerta porque tardábamos demasiado y “a follar se va a los hoteles”, Sabrae replicando que nos dejaran en paz, que se buscaran otro sitio para mear, las tetas al aire (porque estás mal de la cabeza si crees que voy a renunciar a levantar la vista y ver sus pezones duros enmarcando su cara), los talones en mi espalda, mi lengua en su vagina y mis dientes en sus labios, en su clítoris, en toda ella. Sí, los baños con lavabo me daban la posibilidad de matar dos pájaros de un tiro: podía comerle el coño, morrearme con ella justo después de correrse en mi cara, y luego verme en el espejo mientras me la follaba como los dos nos merecíamos que me la follara.
               -Seguro que ya no te parece tan divertido provocarme, ¿eh, nena?-la provocaba, la frente pegada a la suya, mi polla invadiéndola y casi castigándola. No éramos sutiles ni cuidadosos cuando follábamos en sitios públicos, y a los dos nos gustaba así. De hecho, me sorprendía que no nos hubiéramos vuelto locos aún y todavía no lo hubiéramos hecho en algún rincón apartado de una pista de baile, donde todo el mundo pudiera vernos. A mí no me importaría que me vieran follándome a Sabrae, y según avanzaba la noche, me convencía más y más que a ella cada vez le iba importando menos. Que siempre hubiéramos llegado a baño con intimidad me había parecido un puto milagro, pero yo no pensaba renunciar a la gloriosa sensación que escondía su interior por no volverme viral. Me la sudaba aparecer con ella en las páginas de inicio de los sitios porno más visitados de Internet.
               -Sigue así, papi. Dios, qué grande la tienes. Está tan dura…-gemía ella.
               -Tú me la pones así, nena. Sólo tú, preciosa. ¿Te gusta así?
               -Fóllame más. Fóllame así, Al. Sol, por favor… oh, Dios, sí. Joder, voy a correrme…
               Sabrae siempre bajaba la mirada hasta el punto en que nuestros cuerpos se unían, y entonces, viendo mi polla entrar en su coño, salir empapada de su placer y volver a hundirse en él hacía que se relamiera los labios.
               -Joder, esto es tan genial. Quiero probar nuestros sabores mezclados.
               Yo también quería. Y seríamos peligrosísimos en cuanto dejáramos de usar preservativos por pasarnos a los anticonceptivos hormonales. Me daría con un canto en los dientes si sólo nos pasábamos un trimestre entero haciéndolo como putos animales. Yo no me veía saliendo de la cama después de follar a pelo con ella en, mínimo, seis meses, pero Sabrae, a pesar de su impulsividad, luego tenía más autocontrol que yo.
                La discoteca estaba a rebosar cuando regresé, y varias veces tuve que abrirme camino susurrando palabras de disculpa que, por las miradas que me dedicaban las chicas a las que les pedía perdón (los tíos ya procuraban abrirme camino), eran completamente innecesarias. Killian nos había enseñado lo básico de etíope durante nuestra excursión a Perséfone y a mí, pero más que a pedir perdón, bien nos podría haber enseñado a decir que el roce con mi entrepierna no era una invitación a que me siguieran. Todas las chicas me miraban de arriba abajo y respondían  con palabras que yo no comprendía, pero cuyas expresiones lo decían todo: no había por qué disculparse, y si el roce era una invitación velada, la aceptaban.
               A decir verdad, rozarme con ellas mientras avanzaba en dirección a la pista para reunirme de nuevo con mis amigos causó estragos en mi salud mental. No se parecían en nada a Sabrae y no tenían nada que hacer contra ella, pero las erecciones no entienden ni de miradas ni de formas de culos, y a más avanzaba hacia la pista, más cuerpos me encontraba y más cachondo me ponía yo. El alcohol y los recientes gemidos de Sabrae eran una pésima combinación, lo cual, sumado a la música, hizo que se me terminara de nublar el juicio y pensara “a la mierda”.
               Así que, justo cuando casi había llegado al centro de la pista, giré a la derecha en dirección a donde debían de estar los baños, la ruta que todas las parejitas hacían. Casi podía saborear ya la sensación de mis dedos en torno a mi polla, la dulce presión que me imaginaría siendo Sabrae, los suaves gruñidos que emitía cuando era ella y no yo el que me acariciaba. Sí, definitivamente sería un milagro que no me subiera a un avión al día siguiente.
               Fui derecho hacia los baños, notando los ojos de una decena de chicas puestos en mí, calculando mi dirección y preguntándose en varios idiomas distintos qué pasaría si me seguían, si les dejaría participar en lo que fuera que fuera a hacer con la mayor afortunada de todas ellas, que seguramente me estaría esperando ya allí. Estaba a punto de entrar en el pequeño pasillo que conducía a ellos cuando…
               -¡Aquí estás!-saltó Perséfone, poniéndome una mano en el hombro y haciendo que me girara para verla-. ¡Menos mal! Luca y yo estábamos empezando a preocuparnos. ¿Dónde te habías metido?
               -Os dije que iba a hablar con Sabrae.
               Perséfone entrecerró los ojos.
               -¿Y has estado todo este tiempo hablando con ella?-por la manera en que frunció el ceño, parecía como si nunca se hubiera pasado más de cinco minutos hablado por teléfono, y eso que conmigo mismo había llegado a tener conversaciones de media hora, quizá más, en función de lo que tuviéramos que contarnos y las ganas que tuviéramos de tomarnos el pelo o de no hacernos el más mínimo caso-. Es sábado, y, ¿en Londres no es más o menos la misma hora que aquí?
               -Está en Nueva York. Oye, Pers, me encantaría quedarme a charlar, pero tengo que hacer una…
               -¡Lo has encontrado! Stronzo. Te hemos buscado por todas partes. ¿Dónde te habías metido?-protestó Luca-. Nos has dado un susto tremendo. Ya pensaba que te habías pirado a hacer tus tareas súper secretas en medio de la noche.
               -¿Hasta cuándo vas a seguir dándome el coñazo con el tema del santuario?-protesté, y Perséfone abrió muchísimo los ojos; Luca, por su parte, abrió la boca.
               Y entonces yo me di cuenta de lo que acababa de decir. Santuario. Mierda. Le habíamos insistido en que estaba trabajando en una misión con el ejército de la que no le podíamos dar muchos detalles, cosa que Luca, evidentemente, no se había tragado, pero al menos así conseguíamos cabrearlo y que dejara el dichoso temita para otra ocasión, cuando se le pasara el enfado y estuviera de humor para que volviéramos a vacilarlo.
               -¿Qué has dicho?
               -Nada-se apresuró a cubrirme Perséfone, girándose y mirándolo-. Está borracho. No sabe de qué habla.
               -No está tan borracho. Míralo. Ha bebido más que tú y yo juntos y no se ha follado a nadie para bajar un poco el alcohol, y sin embargo está perfectamente. Se tiene en pie más que tú y que yo. ¿Qué santuario, Alec?
               -Ninguno. Es una chorrada. No sé por qué lo he llamado así…
               Luca me fulminó con la mirada.
               -¿Tú te crees que yo soy gilipollas, Alec? O me dices ahora mismo a qué te has dedicado toda la puta semana o no vuelvo a dirigirte la palabra. ¿A qué tarea súper importante y mega secreta te ha asignado Valeria mientras no estás en las expediciones? El resto de chicos se ocupan de ayudar a los demás equipos del campamento; todos, excepto tú. ¿Qué tienes de especial?
               Perséfone lo miró con preocupación.
               -No seas gilipollas, Luca. No hace ni siquiera un mes que lo conoces aún. ¿Por qué te picas tanto?
               -Primero llega tarde-acusó, volviéndose hacia Perséfone-, y Valeria ni parpadea.
               -La fecha de llegada era orientativa…-empezó Perséfone.
               -Una mierda. Si tan orientativa es, ¿por qué todos llegamos a la vez? Todos menos él.
               -Tuve un accidente, Luca.
               -Vale, y tienes las cicatrices y todo eso, así que supongo que es verdad. Pero, ¿lo demás?
               -¿Qué demás?
               -Todo, Alec, tío. Todo. Tu fiesta de llegada, a la que no quisiste ir y que tuvimos que cancelar porque “estabas cansado”-hizo el gesto de las comillas y a mí me apeteció pegarle un puñetazo. Quería ir a cascármela en el baño; todavía recordaba con claridad los gemidos de Sabrae como si los estuviera escuchando en ese momento, y no quería perderlos. No tenía tiempo para estas gilipolleces. Pero… a la vez, tampoco quería pelearme con Luca. Me caía bien, y era el primer amigo que había hecho en el campamento. Entendía su postura; yo también me picaría si mi compañero de cabaña se fuera todos los días, no apareciera más que para comer, y no diera ningún tipo de explicación de qué hacía ni adónde iba mientras que todos los demás ponían en común su día a día.
               Pero había hecho una promesa. No podía romperla. No podía coger y decirle sin más que, detrás de los árboles, había un campamento de mujeres que habían sido víctimas de violencia sexual. Creía sinceramente que Luca podría ser de tanta ayuda como yo, pero no era mía la decisión de quién iba al santuario y quién se quedaba ocupándose de otras tareas. Además, a mí me habían asignado las expediciones a la sabana, no aquello. Aquello era solo para  fortalecerme y ser aún más útil cuando saliera con Killian, Sandra y Perséfone.
               -Las llamadas.
               -Sabes por qué fueron las putas llamadas, Luca.
               Perséfone lo estaba mirando alucinada, como si lo viera por primera vez.
               -Las tareas-continuó el italiano, como si no me hubiera oído-. Esta misión súper secreta que nadie más puede saber. ¿Qué coño puede haber al otro lado de los árboles que justifique que no vayamos ninguno excepto tú? Y eso no es todo. También está…
               Se quedó callado y Perséfone abrió todavía más los ojos, pero a mí ya me había tocado los cojones. Ya se había picado conmigo una vez sin tener yo nada que ver con ello, y no pensaba permitir que hiciera de sus cabreos una costumbre. Ah, no, ni de puta broma. Había estado mal, lo estaba llevando peor que los demás porque yo había hecho promesas a la gente a la que quería que los demás ni se habían molestado siquiera en considerar; creía que había metido la pata, ¿y ahora el malo era yo por querer conservar lo que tenía mientras también vivía experiencias nuevas?
               -También está, ¿qué?
               Di un paso hacia él, expectante. Sabía lo que iba a decirme. Ya me había enfrentado a esto más veces, también por la misma chica, también a tíos a los que había conocido en agosto y con los que había tenido que encararme en el mismo mes del año.
               -Dilo, espagueti. Si eres tan hombre como para ponérteme gallito por cosas que no te incumben, también tienes que serlo para esto.
               Luca me fulminó con la mirada, retador. Me inundó una extraña calma al darme cuenta de que no nos pelearíamos, al menos no físicamente, salvo que no empezara él. Y no tenía pinta de que fuera a empezarlo.
               Todo porque esto era por una griega y no por Sabrae. Si fuera por Sabrae… si se le ocurría siquiera mirarme así por algo relacionado con Sabrae… le haría trizas. No quedaría nada de él que mandarle a su familia en Italia después de que yo terminara con él. Pero, ¿por Pers? Por Pers no iba a pelearme. La defendería, por supuesto, pero ya no era mi guerra.
               -Perséfone-dijo al fin, y ella se puso rígida-. También está Perséfone.
               -¿Qué pasa con Perséfone?-pregunté, dando un paso hacia Luca, que no se achantó y dio un paso también hacia mí. Teníamos los pechos pegados, y podría juntar su frente a la mía para retarlo más aún si quisiera. Notaba los ojos de varios círculos a la redonda mirándonos, esperando a ver si aquellos dos blancos se peleaban por la blanca desesperada por separarlos. Puede que fuéramos más entretenidos todavía dándonos de hostias que follando.
               -No hagáis esto aquí-instó ella, metiendo las manos entre nosotros y luchando por separarnos-. No os peleéis. Estáis borrachos, los dos. Vamos, no os juntéis tanto…
               -¿Por qué os callasteis lo de que te habían ofrecido ampliar tu voluntariado?-preguntó Luca, mirándola, y Perséfone retrocedió, herida.
               Vale. Pues sí que iba a ser capaz de romperle la cara a este subnormal si me provocaba.               -Porque no es de tu incumbencia-escupí, y Luca me miró-. Igual que tampoco lo es lo que Valeria me haya encargado hacer, por cierto.
               -¿Y tuya sí?
               -¿A ti qué? La conozco desde que éramos críos. Perdimos la virginidad juntos. No puedes pretender en serio que tengamos la misma relación que vosotros dos.
               -Pues claro que no lo pretendo, pero no creí que ella fuera a apartarme de su lado con la facilidad con que lo ha hecho desde que has llegado.
               -Luca, yo no te he apartado de ningún sitio. Sigo teniéndote mucho cariño, y…
               -Oh, venga, Perséfone, en serio, ¿eh?-Luca inclinó la cabeza hacia un lado, la boca torcida-. Que en cuanto él llegó, lo único que has hecho ha sido orbitar alrededor de él.
               -No me lo puedo creer, tío. ¿Estás celoso de mí?
               -Celoso, no. Pero me jode. Me jode que vayáis de que todo va genial cuando vais a vuestra bola y yo voy a la zaga, siempre. Os piráis de excursión y no me queréis decir que follasteis…
               -Porque no follamos, Luca-dijimos Perséfone y yo a la vez, y yo continué-, aunque Pers no tiene por qué darte explicaciones sobre su vida.
               -Luego a Perséfone le ofrecen ampliar el voluntariado y os lo calláis, cuando eso no os afecta sólo a vosotros dos, ¿sabéis? Y tú sabes lo que él está haciendo-la pinchó-, y no me lo quieres decir. ¿Qué coño es tan importante que no lo puedo saber? ¿Acaso estás ayudando a desarrollar armas biológicas para el Gobierno, o algo así?
               Perséfone y yo nos miramos. Yo me notaba cansado, ya sin ganas de hacer nada. Se me había bajado el calentón y en lo único en que podía pensar ahora era en que mañana tendría que madrugar y me iba a cagar en mi madre cuando me levantara resacoso y machacado. Todo por culpa del puto italiano éste. Joder. ¿Por qué no les habíamos robado tanto como les habíamos robado a los griegos?
               Pers percibió el cambio en mi estado de ánimo, y notar que yo me desinflaba, después de lo mal que lo había llegado a pasar esa semana y de lo mucho que estaba echando de menos a Sabrae fue el empujón que necesitó para empezar a cabrearse. Puede que se quedara o puede que se fuera, pero pasara lo que pasara, sabía dónde descansaban sus lealtades, y Luca era gilipollas si pensaba que iba a elegirlo a él en vez de a mí simplemente porque con él podía follar y conmigo no. Pers todavía tenía al resto de chicos disponibles y a su disposición, e incluso si no le apetecía recurrir a ellos, si decidía darse placer a sí misma, lo haría como lo haría hecho siempre: rememorando los polvazos que echábamos en Mykonos, no los polvos que venía echando con el italiano.
               -¿En qué te afecta que yo amplíe o no el voluntariado, Luca?-se quejó-. ¿Es que eres también veterinario y te quito trabajo? No. Pues entonces, por eso no es asunto tuyo. Alec estaba allí cuando Valeria me lo ofreció; por eso lo sabe. E incluso si no hubiera sido así y hubiera estado a solas con ella, se lo habría dicho de todos modos, y tú no tienes derecho a quejarte: primero, porque lo conozco desde que tengo uso de razón; es uno de mis mejores amigos y valoro mucho su opinión, que, por cierto, se ha ofrecido a exponer en lugar de coger e imponérmela como ahora estoy segura de que tratarías de hacer tú. Alec se merece saber que tengo esa posibilidad porque no me va a pedir que me quede o que me vaya según lo que le sea más conveniente, sino que me diría lo que prefiere pero me dejará elegir con libertad, porque él entiende, no como tú, puto italiano machista de mierda, que soy una mujer y no su juguetito.
               Soy una mujer y no su juguetito, puto italiano machista de mierda. Guau. Definitivamente, tengo un tipo. Si esta chavala no es un borrador de Sabrae, que baje Dios y lo vea.
               -Y segundo-Perséfone se apartó un mechón de pelo de la cara con un bufido-, porque yo le cuento mis cosas a quien a me da la gana. Y que te la haya chupado o te hayas corrido en mis tetas o haya dejado que me comas el coño o hayamos follado no te da derecho a saberlo todo sobre mí. No soy tu puta novia, Luca. Lo siento mucho si te jode que me comporte distinto contigo a con Alec, pero vas a tener que joderte, porque no pienso tratarle igual que a ti, que te conozco de hace dos putos meses, cuando a él lo conozco desde que era una cría, hablamos el mismo puto idioma, he tenido con él el mejor sexo que he tenido en mi vida (hala, ya lo sabéis, ya que tanta curiosidad os daba), y he crecido acostumbrada a la sensación de echarlo de menos. Así que no me toques los huevos, ¿quieres, Luca? Porque a ti no te conozco desde hace lo suficiente como para echarte de menos, pero a Alec lo echo de menos incluso cuando follo contigo.
               G-u-a-u. Menudo repasito. No sabía cómo hacía Luca para no irse corriendo a lamerse las heridas; que fuera capaz de quedarse allí de pie ya me parecía un logro por el que teníamos que aplaudirle, a pesar incluso de su cara de besugo mirándonos a ambos. Debo admitirlo: me sabía hasta mal por él, aunque se lo hubiera ganado a pulso.
               -No me gusta esta mierda de rollito territorial que te traes conmigo. Sé que te picaste con Alec cuando lo besé, pero como acababa de llegar y tú habías estado rondándome un mes entero hasta que finalmente nos acostamos, decidí no darle más importancia porque sé cómo podéis llegar a ser los tíos. Pero supongo que te subestimé. No me mola para nada que te sientas con derecho a reclamarme cosas que ni siquiera Alec me reclama, y eso que él, hasta cierto punto, podría, porque mi presencia aquí le afecta cien veces más de lo que te afecta a ti. Y menos me mola todavía que te pongas chulito con él por cosas que no son su culpa. ¿Te crees que prefirió venir más tarde por haber tenido un puto accidente en el que casi la palma, jodido sociópata? ¿O no poder explayarse en por qué vuelve de tan mala hostia cada tarde a la hora de cenar? ¡Claro que quiere contártelo, joder, pero tú eres tan gilipollas que no te das cuenta de que ya te ha cogido cariño porque es la persona más buena que ha caminado nunca por la faz de la Tierra, y tú venga a picarte con él porque yo no me molesto en disimular que lo prefiero a él antes que a nadie, porque no tengo por qué disimularlo, Luca! ¿Estás picado porque él está con Sabrae y yo te hago caso sólo por eso? Deberías dar gracias en vez de tenerle tanto rencor. Si no fuera por Sabrae, tú estarías de fiesta aquí solo, porque ni de puta coña iba a renunciar yo a la ocasión de gritar todo lo que me diera la santa gana mientras follábamos en el campamento.
               Arqueé las cejas ante la imagen visual de Perséfone encima de mí, haciendo todo el ruido que apenas se permitía en Mykonos. Evidentemente, me la imaginé desnuda y sudorosa, montándome como casi nadie me había montado en mi vida.
               Y digo casi porque sólo sonreí cuando me di cuenta de que eso ya no me ponía porque no me estaba imaginando follando con Sabrae.
               Separé un poco los pies y junté las manos sobre mi vientre, preguntándome qué significaba esta postura en lenguaje corporal. Quizá debería escribirle a Claire para preguntarle cómo estaba, decirle que sólo había tenido tres ataquitos de ansiedad que casi me habían matado, y que ahora era mucho más consciente de mis gestos.
               -Igual me quedo-dijo Perséfone al fin, y me giré rápidamente para mirarla-. Aunque sólo sea para cuidarlo y protegerlo. No tienes ni idea de todo lo que ha pasado Alec, y que te pongas así con él por chorradas de este calibre me enferma, Luca. Él es bueno y va a perdonarte; seguramente ya lo haya hecho…-dijo, señalándome con un dedo acusador que, efectivamente, estaba en lo cierto. Sabía lo que era vivir sintiéndose el segundón, nunca lo bastante bueno en nada, siempre rozando por los pelos el aprobado. No era una sensación agradable, y había dos maneras de gestionarlo: la primera, autosaboteándote, creando demonios en tu cabeza y creyéndote sus mentiras de que no te merecías nada; la segunda, enfadándote con el mundo y clamándoles a los cielos por qué no eras suficiente.
               Un año de convivencia entre adolescentes y adultos jóvenes era mucho tiempo, y podía haber muchos problemas si ponías a gente incompatible en el mismo sitio durante tanto tiempo y sometido a tanto estrés. Nos hacían cuestionarios muy largos para conocer nuestra personalidad lo mejor posible y, así, poder emparejarnos con quienes mejor nos llevaríamos. Valeria dedicaba mucho tiempo a esa tarea, y, después de las decisiones que había tomado, confiaba en su criterio. Lo único que no compartía era el tema de la limitación de condones, pero viendo cómo nos poníamos de irascibles todos cuando había sexo de por medio, empezaba a entender un poco mejor por qué lo hacía.
               -… pero no te creas que yo te lo voy a poner tan fácil. Me da igual que seas posesivo conmigo; créeme, me he merendado a tíos mil veces peores que tú. Lo que no pienso consentirte es que le faltes al respeto a Alec-Perséfone sacudió la cabeza, los brazos en jarras-. Así que como te vuelva a ver tratando de hacerle sentir mal, te juro por Dios que te hundo el pecho y lo uso de felpudo en mi cabaña.
               Luca se relamió los labios; tenía la boca seca. Conocía la sensación. Perséfone era capaz de echarme unos rapapolvos tremendos, pero, después de las broncas que me podía llegar a echar Sabrae, ya no me afectaban tanto.
               -¿He sido clara?
               -Transparente-respondió Luca.
               -Bien-Perséfone puso los ojos en blanco mientras inhalaba profundamente, los brazos en jarras, y se giró hacia mí para hablarme en griego-. Imagino que, durante vuestra conversación por teléfono, Sabrae no te ha dado ninguna especie de indulto por la que puedas comerme el coño esta noche, ¿verdad?
               -Teniendo en cuenta que lo que hemos hecho ha sido, básicamente, tener sexo por teléfono porque se me antojó escuchar cómo se corría… veo un poco difícil interpretar sus gemidos como “oye, cómele todo lo negro a Pers, por mí sin problema”.
               -Las hay con suerte-se lamentó Pers, poniendo de nuevo los ojos en blanco y volviendo a suspirar-. Bueno. Voy a ver si Fjord está libre y me relaja un poco.
               -¿Es que piensas tirarte a todos mis amigos del voluntariado?
               -Básicamente-sonrió.
               -Genial. Entonces, me apuraré para que Nedjet me pase su número y puedas quedar con él lo antes posible.
               -Mm. Creo que paso de tus amigos negros, al menos de momento. Me estoy reservando para Jordan.
               -Sabes que le gusta otra, ¿no?
               -Cielo-ronroneó Pers, colgándose de mi cuello y jugueteando con mi pelo, pero poniendo, eso sí, mucho cuidado en no tocarme la nuca con los dedos-, no te equivoques. Que respete la relación de un inglés no quiere decir que respete la de los demás. Y llevo teniéndole ganas a Jordan desde hace mucho. ¿Por qué crees que fui a Londres mientras tú estabas de vacaciones? ¿No creeríais en serio que era para verte a ti?
               -Creía que lo que te interesaba era un trío con Sabrae.
               -Sí, pero yo jamás dije que el tercero fueras a ser tú-me sacó la lengua y se piró así, sin más. Lo único que pude hacer fue observar cómo desaparecía entre la multitud con un rumbo fijo, como si supiera exactamente dónde tenía que ir para encontrar a Fjord a pesar de que el local estaba lleno hasta los topes.
               Me di la vuelta, contando con que Luca estaría allí aún, fulminándome con la mirada por haber permitido que Pers le echara ese por otra parte muy merecido broncón, pero sólo me encontré con su espalda mientras él también se alejaba de allí. Bueno, parece que me tocaría quedarme solo.
               Continué mi ruta hacia el baño, pero sabía que no iba a hacer nada de lo que me había conducido hasta allí en cuanto entré. Mi estado de ánimo había cambiado mucho desde que había colgado el teléfono, y aunque todavía me duraba la alegría de haber hablado con Saab y haberla escuchado disfrutar, y luego reírse, y luego decirme que me quería y que me echaba de menos… la verdad, los acontecimientos posteriores habían hecho que se me bajara la libido. Ahora sólo me apetecía hablar con mi novia, comentar la situación y ver qué opinaba ella de todo el asunto, si creía que Perséfone había sido demasiado dura o si le había dado su merecido a Luca. A juzgar por cómo me querían ambas, puede que incluso hubiera una tercera opción, y que Sabrae pensara que Perséfone tenía que haberle pisado la cabeza al italiano para darle una lección sobre con quién podía y con quién no podía meterse, siendo el único intocable de todos los que había en el local yo.
               Me eché un poco de agua en la cara, apoyé las manos en el lavabo y me quedé mirando mi reflejo en el espejo, tratando de enfocarlo. Estaba un poco rojo por el calor que hacía y me brillaban tanto la piel como los ojos, pero por cosas muy diferentes: mientras que la piel se debía al sudor del calor del local y la calle, los ojos todavía conservaban ese chisporroteo especial que sólo Sabrae era capaz de ponerme allí. Soñaría con ella esa noche, estaba seguro. Soñaría con ella de una forma más vívida que las demás, y podría disfrutar y vivir y hacer las cosas bien a partir de ahora que podía acudir a mis recuerdos cuando la echara demasiado de menos.
               Me aferraría a mi situación tal y como estaba con uñas y dientes; a pesar de que preferiría mil veces que Sabrae estuviera allí, conmigo, tampoco quería perder a Pers. Llevaba dándole vueltas a lo de que se quedara desde que se lo habían ofrecido, sopesando los pros y los contras, pensando que sería más fácil si se iba, aunque la echaría terriblemente de menos; pero, a la vez, también sería bueno para ella quedarse y descubrir que podía quererme de una forma distinta a como lo habíamos hecho hasta ahora, sólo como amigos y sin otra intención detrás. Después de lo de esta noche, sabía que habíamos cruzado un punto de inflexión, y ya no estaba tan seguro de que me apeteciera seguir adelante, haciendo mi camino yo solo. Puede que Saab creyera que me vendría bien ir a un sitio en el que no me conocía nadie y por eso me había animado a irme al voluntariado, pero, ¿no era bueno también tener a alguien que me conociera de siempre mientras evolucionaba también aquí?
               -¿Estás solo?-preguntó una chica a mi espalda, de piel negra como el carbón y ojos de un tono miel que parecía salido directamente de una película de la saga Crepúsculo. Sus dientes eran blanquísimos cuando me sonrió-. ¿Quieres que te acompañe?-añadió al asentir yo con la cabeza. Su sonrisa se convirtió en una mueca de disgusto cuando respondí:
               -No, estoy bien. Gracias.
               Era verdad a medias. No me gustaba cómo habían quedado las cosas con Luca, pero no quería desperdiciar mi primera noche de fiesta en Etiopía rayándome por cosas que escapaban a mi control. Así que volví a la pista y procuré olvidarme de la discusión, bailando y bebiendo y cantando a gritos las canciones que iba poniendo el DJ, hasta que un chico del campamento se me acercó y me dijo que era hora de irnos.
               Necesitábamos un poco de tiempo, y decidí darnos eso cuando me subí al bus y me encontré a Luca sentado al final del todo, en uno de los asientos de la esquina del bus, mirando por la ventana e ignorando las conversaciones de las chicas que tenía al lado. Parecía que él también tenía mucho en lo que pensar, así que lo mejor sería tener un poco de espacio. Me senté en un hueco libre que, por supuesto, Perséfone ocupó nada más subirse al autobús y verme. Me dio un beso en la mejilla con el que me hizo saber que estaba bien, como si la manera en que resplandecía no fuera suficiente, y se giró para parlotear todo el trayecto con Deborah, su compañera de cabaña portuguesa que se había sentado al otro lado del pasillo, y que había bebido muy poco por todo el tiempo que había estado en los baños o en rincones apartados con chicos lo suficiente preparados como para llevar un buen suministro de condones. Parece ser que yo no era el único que había tenido una noche cojonuda.
               No quería que se terminara, y quería darle tiempo a Luca para que se durmiera o fingiera dormir cuando regresara a la cabaña, de forma que, cuando nos bajamos del bus y vi que él ponía rumbo a nuestra cabaña, me metí las manos en los pantalones y me di un paseo por el campamento. Era raro estar por allí yo solo, en medio del silencio sólo interrumpido por las despedidas susurradas, las buenas noches somnolientas y las risas que, a medida que dejaba que mis pies me guiaran, se iban haciendo más y más lejanas hasta perderse en el sonido del viento entre las copas de los árboles y los animales nocturnos en pleno apogeo. Caminé y caminé y caminé sin darme cuenta de adónde iba hasta que me encontré en la plaza del santuario, completamente en silencio pero iluminado por las luces de las casas comunales.
               Me aventuré a entrar en el edificio principal. Como durante el día lo utilizaban las mujeres para sus talleres, terapia o su tiempo libre en convivencia, tanto cocinando como pasando el tiempo, sabía que las reparaciones necesarias se realizaban durante la noche, cuando nuestro impacto fuera mínimo.
               Y sabía que me encontraría a Nedjet allí, inclinado sobre una esquina a la que le estaba aplicando una pequeña capa de arcilla. Al ver mi sombra en la pared, se giró rápidamente para mirarme, una muy preocupante alarma en sus ojos al pensar en lo que podía hacerle su presencia a la mujer que estuviera desvelada y hubiera ido allí a por sus utensilios de costura.
               Pero solo era yo.
               -Te dije que rodearas este edificio con cuidado de que no te vieran.
               -Nadie va a verme. Todas las mujeres duermen.
               -No todas-respondió Nedjet, y como si le hubieran escuchado, se escuchó el quejido de una al otro lado de la plaza, en el consultorio. El segundo o tercer día de trabajos había preguntado por qué las hacían parir allí cuando podrían llevarlas al hospital para que tuvieran un parto más fácil e indoloro, a lo que Nedjet había respondido con desprecio que éste era el único sitio en que sólo le atenderían mujeres.
               -Pero los médicos no les harán daño. Todo lo contrario; deberían evitárselo-había contestado yo, estremeciéndome con los gritos de la parturienta.
               -No estamos en tu país-me había dicho Nedjet-. Aquí las cosas no funcionan así.
               -¿Cómo está su bebé?
               No sabía el nombre de la mujer, ni su aspecto; sólo sabía que había dado a luz a una niña, lo cual había sido causa de una gran intranquilidad entre las habitantes del santuario y sus guardianes en la sombra.
               -Dicen que es fuerte a pesar de ser menuda. Esperemos que le quede por delante una larga vida.
               Asentí con un murmullo y miré la sombra del cuerpo de Nedjet sobre la pared.
               -Sabes que tu turno no empieza hasta dentro de unas horas, ¿verdad?
               -Sí.
               -¿Qué haces despierto, entonces? ¿Insomnio? Dile a Valeria que no quiero que me traiga críos enfermizos que no descansen y luego se escuden en eso para ser unos holgazanes.
               -Seré puntual.
               -Ya lo veremos.
               -Sí, lo veremos.
               No me moví, y Nedjet se giró.
               -Vete a dormir, Alec.
               -¿Cuántas se mueren porque no las dejáis ir al hospital?-no pude evitar preguntar. Ahora que había llegado hasta allí, sentía que había sido por algo. Todo pasaba por algo, absolutamente todo. Que me hubiera encontrado a Sabrae en el camino después de ese trillón de casualidades que habían tenido que sucederse en el exacto orden en que se sucedieron en el tiempo para hacer eso posible me había hecho creer que había un plan superior en el que todos tomábamos parte sin darnos cuenta. Quizá fueran cosas mías, quizá me estuviera haciendo una paja mental con un subconsciente que estaba más concentrado que de costumbre en el santuario por culpa de la conversación con Luca, pero… estaba allí, y tenía preguntas, y quería que Nedjet las respondiera. Estábamos solos y no tenía que hacerse el chulo para mantener su estatus delante de sus compañeros. Confiaba en que eso fuera suficiente para que fuera algo más sincero conmigo. Al menos no me había insultado todavía, lo cual ya era todo un récord.
               -Por supuesto que las dejamos ir al hospital-respondió, molesto, volviéndose y mirándome-. Algunas de ellas van, y otras deciden quedarse. Depende de lo profundas que sean sus heridas. Y sí-añadió-. Antes de que digas nada, a mí también me costaba entenderla al principio. Pero jamás las juzgué. Por eso no dejamos que os acerquéis a ellas: porque venís de fuera, y fuera solo sabéis juzgar. Siempre creéis que lo que vosotros haríais es más válido que lo que ellas harían. Y que no saben. Y que necesitan que las convenzáis. Por suerte, no os quedáis los suficiente para no aguantarlo.
               -Yo también sé lo que es sufrir, aunque no sea como ellas.
               Nedjet rió entre dientes.
               -¿Me lo dice el niño que viene en medio de la noche, después de salir de fiesta, para echar un vistazo al pueblo antes de irse a dormir y así poder encender el despertador? No te molestes en venir resacoso mañana-dijo, girándose de nuevo y aplicando otra gota de cemento sobre una pared casi lisa-. No quiero tener que aguantar a Valeria si te cae un tronco encima y ella se queda sin uno de sus preciosos buscadores.
               -Sólo Valeria puede darme días de descanso de mi trabajo.
               -Este no es tu trabajo, chico-dijo, girándose de nuevo-. Tu trabajo es ir a la sabana y salvar animales. Las mujeres de aquí son responsabilidad mía.
                -Si tú tampoco las juzgas, ¿por qué siempre eres tú el que me dice que no me acerque a ellas en lugar de hacerlo ellas? ¿No has pensado que, tal vez, necesiten estar en contacto con hombres para volver a confiar en ellos? Hombres buenos. Hombres que sepan que no van a hacerles daño desde el primer segundo que los conocen.
               Nedjet se levantó.
               -Si a ti te violaran entre todo un batallón, te echaran también a sus perros, te introdujeran objetos punzantes y te hicieran todas las barbaridades que les hicieron a algunas de las mujeres que ahora viven aquí, ¿querrías volver a confiar en los hombres o, simplemente, olvidar que existen para así poder fingir que todo fue una pesadilla horrible?-me preguntó-. Todo lo que dices es muy noble y todo eso, pero hay gente que no tiene cura. Hay heridas tan profundas que nada puede volver a coserlas.
               -Decir eso es darlas por perdidas.
               -Si le pasara a tu novia lo que les pasó a estas mujeres, ¿se lo reprocharías si ella no se atreviera a volver a tocarte?
               No quería ni pensar en Sabrae en ese momento, en esas circunstancias, pero fue hablarme de ella y ponérseme la carne de gallina. La manera en que me había mirado cuando me había dicho las estadísticas de abuso sexual en la zona en que yo estaba ahora me perseguiría hasta el día en que me muriera, y eso que estábamos seguros de que ella jamás había estado allí ni había corrido ese peligro, pero bastaba con la posibilidad de ser producto de algo tan horrible como eso para que ella dejara de dormir. La sola idea de que pudiera sufrirlo en sus propias carnes…
               -Creo que ni siquiera se me ocurriría tratar de tocarla yo-contesté con la mirada perdida, y Nedjet parpadeó, abriendo un poco más los ojos.
               -Parece que lo vas entendiendo.
               -Pero tampoco querría darla por perdida-murmuré, y Nedjet arqueó las cejas.
               -Eso lo dices ahora, porque la has visto feliz y no le ha pasado nada. Pero si le pasara… créeme, no te importaría no volver a tocarla. Preferirías mil veces verla desde la distancia estar tranquila, a acercarte a ella para tratar de que vuelva a estar bien y… arriesgarte a terminar de romperla.
               Nedjet miró por la ventana en dirección al consultorio, y sospeché que había algo más que no me estaba contando, algo que tenía relación directa con él y por qué era tan duro conmigo. Agachó la cabeza, sorbió por la nariz y jugueteó con la espátula con la que estaba echando el cemento.
               -Es tarde. Vete a dormir. Se avecina una semana intensa para ti, según tengo entendido.
               -Ni que lo digas-murmuré, saliendo de la habitación y atravesando de nuevo la noche. Escuché un quejido a mi espalda seguido de unos pasos apresurados, pero no me giré. Me habían dicho que nunca tenía que girarme si las escuchaba por detrás de mí, por mucho que eso fuera en contra de todos y cada uno de mis sentidos. Mejor verme la espalda que no verme la cara y desatar algún mal recuerdo. Así que giré la curva que conducía de vuelta al campamento en el momento en que el cubo del pozo caía al agua y empezaban a tirar de él para subirlo.
               No me esperaba encontrarme las luces de la cabaña encendidas, pero tampoco me sorprendió. Miré al interior mientras me acercaba, y cuando subí los escalones y abrí la mosquitera, confirmé que Luca estaba dentro, sentado al borde de su cama, con las piernas separadas, los codos en las rodillas y las manos entrelazadas. Tenía la cabeza gacha y los hombros caídos, como derrotado. Por un momento pensé que estaba rezando; estos italianos son muy devotos y perfectamente pueden considerar que posponer la hora de dormir una noche en la que apenas van a descansar con tal de rezar es algo lógico y normal. Me dije a mí mismo que no le diría nada si él no me decía nada a mí, pero cuando entré y levantó la vista y clavó sus ojos en mí, no pude evitar sentir que el suelo bajo mis pies cedía, y el cielo se caía a pedazos.
               -Hola.
               -Hola. Te estaba esperando.
               -Me imagino. Nunca te he visto dormir en esa postura-lo señalé-. He ido a dar un paseo para despejarme.
               -Supongo que tienes mucho en lo que pensar-comentó, avergonzado, irguiéndose un poco y separando las manos. Asentí.
               -Sí, la verdad. Y, mira, tío… te he cogido mogollón de cariño desde que he llegado, me lo paso de puta madre contigo y tal, pero… si quieres pedirle a Valeria un cambio de cabaña, yo no me voy a oponer. Podemos ir juntos, si quieres. Si así te va a resultar más fácil… los dos vamos a estar un año aquí, y no sé tú, pero yo no quiero malos rollos con nadie-me encogí de hombros-. Aunque eso me ponga de malas con Valeria, creo que será lo mejor si no te gusta cómo funcionan las cosas.
               Luca asintió con la cabeza, relamiéndose los labios.
               -¿Tú quieres cambiar de compañero de cabaña?
               Tomé aire, me pasé la mano por el pelo y me la dejé ahí, en la nuca. Recordé que a Sabrae le gustaba mucho ese gesto y algo dentro de mí sonrió, pero la sonrisa no asomó a mis labios por razones evidentes.
               -A ver… yo no soy el que tiene quejas de cómo se están haciendo según qué cosas. Entiendo que te toque los cojones que no te diga adónde voy, pero, Luca, tío, también tienes que darte cuenta de que no es algo personal contigo. No se lo he dicho a nadie en el campamento. Entendería que te picaras si sólo te lo estuviera ocultando a ti, pero es que no lo sabe nadie más.
               -Perséfone sí lo sabe-contestó, pero su voz era dócil, sin buscar camorra. Y, como sin ánimo de ofender no hay ofensa, no le entré al trapo como seguramente habrías hecho tú. Porque, piénsalo. Yo lo tenía delante, y lo veía por lo que era: una versión de mi yo desconsolado del pasado, el chico que había sido cuando Scott y Tommy habían anunciado que, a pesar de seguir Scott en el instituto, iban a participar en el concurso de todos modos; se iban a ir, y yo había creído que era culpa mía, todo porque no era suficiente para conseguir mantenerlos conmigo.
               Todo esto era un cúmulo de circunstancias.
               -Perséfone estaba allí cuando me lo propusieron-me senté en mi cama, las piernas separadas, y me incliné un poco hacia delante-. Y para que conste: me habrían hecho prometer que no se lo diría a nadie, y es posible que no se lo dijera tampoco a ella. Y ella no me insistiría. Así que deja de hacerlo tú, Luc.
               -Es que… todo esto es muy jodido, tío. Tú y ella y… yo.
               Arqueé las cejas.
               -A ver, espagueti, esto no es un culebrón ni nada por el estilo. Perséfone, tú y yo somos amigos. Tú te la follas ahora y yo me la follaba en el pasado. ¿Qué tiene de jodida la situación?
               -No sabes lo histérica que se puso en la discoteca cuando no aparecías, tío. Casi le da algo. Y yo estaba ahí, ayudándola a buscarte cuando sabía que seguramente te estabas recreando con tu novia, y… no podía dejar de pensar “ella no haría esto por mí”.
               -No te creas que no le importas, Luc, porque no es así. Si no le importaras, no te habría echado la bronca que te acaba de echar. Te habría mandado a la mierda y punto, sin darte ninguna otra explicación. Perséfone no es de la que pierde el tiempo en cosas que no cree, ¿sabes? Y lo de reñirte antes no ha sido sólo por mí. Le has decepcionado porque tiene una buena opinión de ti. No puedes decepcionar a alguien que piensa que eres basura.
               Yo jamás me había decepcionado a mí mismo hasta que no suspendí Literatura en la recuperación. Todo porque siempre había creído que era basura y que no me merecía ni mis propias esperanzas. Y luego había llegado Sabrae, me había hecho luchar por mí, me había hecho creer en mí, y yo había suspendido y me había dado cuenta de que esa sensación de tristeza en mi interior no sólo era normal, sino también buena. Significaba que empezaba a curarme.
               -No. No me refiero a eso-Luca se apretó el dedo anular como si tuviera un anillo allí, una expresión pensativa en la mirada-. Me refiero a que… Perséfone se ha puesto celosa. ¿Te has dado cuenta?
               -¿Y tú te pones celoso de que Perséfone se ponga celosa? Tío, eso es un poco tóxico, ¿sabes?
               -Ya lo sé. Lo sé. Pero no lo he podido evitar. Me ha dado tantísima rabia… tú estabas borrachísimo y ella estaba loca por acostarse contigo y tú te has ido y ella y yo nos hemos liado y cuando salimos del baño lo primero que ha hecho ha sido ponerse a buscarte como loca porque creía que estabas tardando demasiado y yo… yo ni siquiera estaba preocupado por ti, ¿sabes? Porque sabía que estabas tardando porque te lo estabas pasando bien, pero empecé a cabrearme porque… joder. Ella sabe que ya no quieres nada con ella, y aun así se desespera por perderte de vista. Me jodió, ¿sabes? Me jodió que apenas acabáramos de follar ella saliera corriendo y se pusiera medio histérica porque no dabas señales de vida. Es que…-Luca tomó aire, y yo supe lo que tenía que decirme.
               Dímelo. Dilo. Si no te lo sacas de dentro jamás podrás sobrevivir, te lo digo por experiencia.
               -Yo…
               Dime que no puedes vivir a mi sombra.
               -No puedo vivir a tu sombra, Alec-Luca levantó la vista por fin y me miró con unos ojos llorosos que me rompieron el corazón. ¿Tienes idea de lo jodidos que tenemos que estar los tíos para llorar los unos delante de los otros?-. No puedo. No puedo y no quiero y la verdad es que creo que tampoco me lo merezco, pero la quiero a ella, ¿sabes? La quiero a ella y es evidente que ella no me quiere a mí, sólo te quiere a ti, pero como no puede tenerte, pues entonces se conforma conmigo, y…
               Juntó las manos y se las colocó frente a la cara como si rezara. Tomó aire y lo soltó despacio, y entonces, por fin, se echó a llorar.
               -Esto es una puta mierda. Esto es una jodidísima puta mierda-gimió, y yo me levanté y fui a sentarme al lado de él. Le di unas palmaditas en la espalda y esperé a que se tranquilizara o siguiera llorando, lo que antes sucediera-. No sé cómo puede gustarte esta sensación. No sé cómo puedes estar tan desesperado por conservarla que ya no follas ni haces nada con ninguna otra chica que no sea tu novia.
               -Porque yo no tengo esa sensación con Saab, Luc. Lo nuestro es recíproco, y como ella me corresponde, pues… es una puta pasada. En serio. Mira-le dije, cogiéndole la mano para quitársela de la cara y hacer que me mirara-. Sólo hay una cosa mejor que follar a pelo con una tía. ¿Quieres saber cuál es?
               -Vale-sorbió por la nariz.
               -Follar a pelo con la tía de la que estás enamorado. ¿Sabes qué es mejor que comerle el coño a una tía?
               -¿Qué?
               -Comerle el coño a la tía de la que estás enamorado. ¿Sabes qué es mejor que el que te la chupe una tía?
               -¿Que te la chupe una tía de la que estás enamorado?
               -¡Exacto! Veo que lo vas pillando. La cuestión es… cuando te das cuenta de todo eso, cuando lo pruebas por primera vez, entonces te das cuenta de que hay maneras de mejorar lo que tú creías que era inmejorable. Y te lo dice el mayor golfo de todo el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda y la Mancomunidad de Naciones. ¿Tienes idea de cuánta gente vive ahí? Un porrón de personas. Pero va en serio. Deberían dar gracias de que no hubiera nacido en, no sé, Arabia Saudí o algo así, porque entonces habrían tenido que cambiarle el nombre al Golfo Pérsico a… yo qué sé… El Sitio Éste Pérsico Con Mucha Agua-sonreí, pero Luca no me imitó-. Venga-dije, juguetón-. Tienes que reconocer que ha estado gracioso-le di un empujoncito en el hombro y Luca bufó-. ¿O es que acaso dudas de mi reputación como la mayor puta de Europa? Mi cara fue el asiento preferido de la mitad de la población inglesa durante tres años consecutivos. He hecho que Ikea pierda millones. Y si hasta un fuckboy reformado como yo está encantado con la monogamia, créeme, a ti tampoco te irá mal cuando encuentres a tu piba. O tu chico. No juzgamos en esta cabaña-dije, extendiendo el brazo-. ¿Que te molan los rabos? A mi novia le apasionan, así que ya tenéis eso en común.
               -¿Y qué pasa si…? Da igual.
               -No. Di. ¿Qué pasa si qué?
               -Es que tú no vas a saber contestarme, porque fijo que un montón de tías lo han intentado y tú nunca has estado en mi situación.
               -¿Berreando como un gilipollas por Perséfone en una cabaña en Etiopía? No, la verdad es que no me he encontrado en esa situación.
               -No. Me refiero… ¿qué pasa si he encontrado a la persona con la que quiero ir más en serio y ella no quiere?
               Parpadeé.
               -¿Quieres que Perséfone sea tu novia?
               Luca simplemente se me quedó mirando como un cervatillo angustiado. Le di unas palmaditas en la pierna.
               -Pobre. Están desarrollando la vacuna para eso, no te preocupes. Sólo tienes que ser paciente.
               La mirada de Luca cambió a una de puro cansancio, de “no me puedo creer que te esté pidiendo consejo a ti sobre esto”. Joke’s on him. Yo era la persona idónea para aconsejarle sobre esto. ¿Verdad que sí, Sabrae?
 
 
No pienso hacer ningún comentario.
 
 
Debe de ser la primera vez en tu vida, entonces.
                -Te voy a contar una historia-le dije, reclinándome en su cama-. Había una vez, en un reino muy, muy lejano, un chaval al que consideraremos el mayor sinvergüenza que haya conocido el hombre. El pavo estaba (está) como un puto tren: buenísimo, cachas, con un culo impresionante, un rabo que hacía que las tías se volvieran totalmente locas, y que encima era guapo de caerte de culo. Lo que viene siendo un partidazo, vaya.
               -No tienes abuela, ¿a que no?
               -Tengo tres, pero una es rusa, así que cuenta como si me faltaran ocho-sonreí-. El caso es que este individuo era básicamente el dios del sexo. No había fin de semana que no follara. De hecho, para él, un buen fin de semana empezaba en cinco polvos. Uno regularcillo eran tres, y menos de tres, la hecatombe absoluta. Ahora que lo pienso-medité-, creo que estuve castigado un finde y aun así me las apañé para echar seis polvos. No me digas cómo coño lo hice, porque a día de hoy yo tampoco lo sé-sonreí, y Luca puso los ojos en blanco.
               -¿Esta historia es para hundirme?
               -Tiene moraleja, espera. El caso es que el tipo este…
               -Alec, deja de hablar de ti como si fueras un príncipe de Disney, o algo así.
               -Más bien de PornHub-solté, y aullé una carcajada-. Vale, vale. Yo me pasaba la vida echando polvos. Salía los findes y me ponía morado, y entre semana bien me tiraba a mis clientas (era repartidor de Amazon), o a dos follamigas con las que lo hacía a pelo, porque soy un cabrón muy organizado cuando me lo propongo, y creía que era feliz y me puto encantaba mi vida en su momento. Hasta que me enrollé con Sabrae.
               -¿Cómo conociste a Sabrae?
               -Cuando la trajeron a casa. Bueno, al día siguiente, porque Scott es un gilipollas envidioso y acaparador que lo quiere todo para él. Tenía seis días.
               -¿SEIS DÍAS?
               -Es que es adoptada. Fue el 2 de mayo del 2020.
               -¿¡Te acuerdas de la fecha!?
               Bufé, ofendido.
               -Por cosas como ésta Perséfone sólo te quiere para que le limpies las cañerías. Claro que me acuerdo de la fecha en que la conocí, Luca. Va a parir a mis hijos, ¿qué menos que acordarme del puto día en que la conocí?
               -¿Y qué pensaste cuando la conociste?
               -¿Qué coño es esto? ¿Un interrogatorio del FBI? Calla y escucha, que te voy a contar mi vida para que te pongas a llorar por algo. El caso es que Sabrae me puto detestaba. Joder, era divertidísimo. No soportaba estar en la misma habitación que yo. Es la hermana pequeña de uno de mis mejores amigos. Scott Malik, el hijo de…
               -¿SCOTT MALIK?­-chilló-. ¡¿ERES AMIGO DEL PUTO SCOTT MALIK?!
               -No. El puto Scott Malik es amigo mío, que para algo soy mayor que él. Me pidió permiso para jugar conmigo en el parque, así que la iniciativa fue de él, por lo que es amigo mío. Pero no nos descentremos, ¿quieres? Bien. Yo me dejaba caer bastante por casa de Scott, igual que Scott por mi casa, con la diferencia de que mi hermana no odia con todo su ser a Scott. Pero a mí Sabrae me odiaba profundamente. Lo cual es gracioso, porque de pequeña me adoraba y me prefería a su hermano, lo cual hacía que Scott rabiara muchísimo, pero eso no viene al caso ahora. Total. Sabrae me odia. Me critica con sus amigas cada vez que puede. Me insulta a la mínima ocasión que se le presenta. Yo me descojono, porque es un puto retaco que no llega al metro cincuenta…
 
 
QUE MIDO UNO CINCUENTA Y SIETE.
 
               -Y yo paso del metro ochenta, y estoy mazado, y podría levantar su peso con el meñique, pero ella no desaprovecha la más mínima oportunidad que se le presenta para tratar de ponerme a caldo. Y a mí me parece divertidísimo cabrearla y que me ponga de imbécil para arriba, así que digamos que no es que estemos el uno en la órbita del otro, más o menos. Salvo por cierto incidente que tuvimos en una playa un año antes, Sabrae prefiere depilarse sus preciosas partes nobles con cera antes que tener que pasar cinco minutos conmigo.
               -No puede tener el coño tan bonito como para que tú lo llames “precioso”.
               -Hay coños y coños. Y el de Sabrae es bonito. Objetivamente hablando. He visto muchos, ya sabes, y el de ella es de los más bonitos que he visto. Bastante simétrico, sonrosa… ¿por qué te estoy describiendo el coño de mi novia? En fin. Digamos que Sabrae es la única chica de Inglaterra que no cae rendida a mis pies porque nunca me permite estar el tiempo suficiente en la misma habitación que ella como para verme en bolas y entender a qué viene toda la histeria conmigo. Aunque se me comía con los ojos-sonreí-. La muy mentirosa te lo negará, pero yo me daba cuenta de que se me comía con los ojos meses antes de follar por primera vez. Yo gano desnudo, pero vestido tampoco estoy nada mal. Total, que yo me paso la vida de flor en flor, Sabrae detestándome, el universo está en relativa calma y todos estamos contentos.
               »Hasta que un día salimos de fiesta y nos terminamos enrollando. Y vamos a un cuartito apartado, y acabamos follando.
               Luca parpadeó.
               -¿Así, sin más?
               -Síp.
               -Qué repentino.
               -¿Repentino? Tardó catorce años en abrírseme de piernas. De repentino nada, chaval. Si nuestra historia fuera un libro, sería el slow burn más largo de la historia.
               -¿Qué es un slow burn?
               -Es cuando los protas quieren empotrarse desde la página uno pero tardan como ochocientas páginas en darse un beso. Sabrae dice que son los mejores libros, pero yo los encuentro desesperantes. Es en plan… me importa una mierda en qué tipo de casa victoriana vivís. ¡Quiero leer ya cómo hacéis el misionero!
               -Pero, ¿tú estuviste catorce años detrás de ella?
               -¿¡YO!? ¡JÁ! ¡Ya le gustaría a ese piojo! No, ni de fula. Qué va. Era la hermana pequeña de uno de mis mejores amigos.
               -Sigue siéndolo aún, ¿no?
               -No. Ahora Scott es el hermano mayor de mi novia, primero, y luego amigo mío, después. Cuando te emparejas, tus relaciones sociales cambian. Ya lo averiguarás. Bueno, el caso es que Sabrae y yo follamos. Y fue un polvo de la hostia. Me consta que para ambos. De lo contrario, ella habría seguido emperrada en mantener las distancias conmigo, pero fue morrearse conmigo y decir “mm, puede que este gilipollas con el que todo Londres está obsesionado se merezca el hype que genera”. Y me lo merecía, querido Luca. Me lo merecía y me lo merezco y me lo mereceré a pesar de que genero muchísimo. Todo lo que te puedan decir de mí es poco comparado con lo que soy capaz de hacer-sonreí con maldad.
               -No entiendo cómo esto puede hacerme sentir mejor con lo de Perséfone…
               -Todo a su tiempo. Sabrae y yo nos acostamos. A los dos nos encanta. Yo me tiro el triple del siglo acompañándola a casa y preguntándole si lo repetiremos (porque, la verdad, es que desde que nos besamos yo ya estaba medio desquiciado pensando que sólo quería morrearme con ella a partir de entonces, pero como se lo cuentes, lo negaré), y te juro que en mi vida me he puesto tan nervioso como cuando le pregunté si volveríamos a hacerlo y esperaba a que me contestara. Me dijo que sí, obviamente, porque nadie se resiste a lo que me guardo en los pantalones. Lo repetimos al finde siguiente. Y al siguiente. Estamos así una temporada, luego nos peleamos a principios de diciembre no me acuerdo muy bien de por qué, porque ella es una zorra testaruda que siempre tiene que tener razón, pero nos reconciliamos, gracias a Dios, antes de Navidad. Fue todo muy inesperado-me rasqué la nariz-. No inesperado nivel “anda, mira qué bien, hoy mojo y no contaba con ello”. No; inesperado nivel “mierda, no llevo condones encima pero tengo un calentón que, como no se me baje este empalme, me dará una trombosis y me moriré”. Nos encontramos en Camden, que es un sitio de mercado donde…
               -Sé lo que es Camden.
               -Vale. A veces se me olvida que mi cultura es relevante y la tuya no. En fin. Nos encontramos en Camden, damos una vuelta, una cosa lleva a la otra y acabamos follando en un parque.
               -Joder.
               -A pelo.
               -Jo-der.
               -Y yo hago la marcha atrás.
               -¿Por qué? Si no sirve para nada. Antes de llover, chispea.
               -Ya sé que antes de llover chispea, gilipollas. Literalmente yo inventé el sexo. Antes de mí, la gente tenía hijos cortándose un brazo y dejando que creciera, igual que las estrellas de mar. Pero hice la marcha atrás porque… no sé. Porque me sentía mal corriéndome dentro de ella y tenía la esperanza de que así hubiera menos posibilidades de que la dejara embarazada y no tuviera que tomar la píldora del día después, que les da un chute hormonal de la hostia a las tías, y… no quería que ella pasara por eso. La tuvo que tomar igual, obviamente.
               -Vaya chorrada.
               -Ni de coña, tío. Ahí me di cuenta de que la quería. Antes de hacerlo me di cuenta. O sea, ya lo sabía, pero no sabía hasta qué punto. Yo nunca la había hecho, ¿sabes?
               -Mejor para ti, porque para lo que sirve…
               -No, quiero decir que yo nunca me lo había planteado siquiera. Cuando una tía quería hacerlo a pelo, yo encantado de la vida, pero luego dormía con ella y me aseguraba de que se tomara la pastillita del demonio al día siguiente, que a mí no me va a echar el lazo ninguna pava por hacerle un bombo. Seré imbécil, pero no soy gilipollas.
               -¿Y con Sabrae querías?
               -Con Sabrae no me… importaba. Aunque sabía que Scott me mataría y que a ella le jodería la vida haciéndola madre adolescente. Pero, por dentro, creo que yo era consciente de que no me importaba. Me ocuparía de ella, lógicamente. Seré imbécil, pero no soy un cabrón. Pero no pasó nada. Bueno, en parte porque ella lo contó en casa, porque es una jodida bocas, y le hicieron tomar la píldora. Porque la querían más que yo y se preocupaban más por su futuro de lo que lo hacía yo. Y eso que yo me preocupaba un montón. Bueno, ella se va a pasar las Navidades con su familia a varios pueblos de Inglaterra, a casa de sus abuelos en…
               -A Bradford, ¿no?
               -¡Joder, Luca! ¿Qué eres, una especie de stalker o algo así?
                -Mi madre era Directioner. Estuvo en el concierto de San Siro en el que desplegaron el cartel que grabaron en la película.
               -Eso fue programado por los mánagers, ¿no?
               -A ver, Alec, ¿a ti qué coño te parece?
               -Vale. Es que Sabrae siempre dice que fueron las fans, que son muy listas, pero yo creo que lo dice porque le dan de comer y le dan la pasta para compararse la ropita a la que “tampoco le da tanta importancia”-hice el gesto de las comillas y puse los ojos en blanco-, pero luego bien que me aparece siempre con la ropa interior bien conjuntada cuando se supone que sólo vamos a estudiar o a ver una peli o dar un paseo, y yo pienso “esta cabrona trae unas esposas en el bolso para atarme a la cama y hacerme lo que le dé la puta gana, como si yo no me fuera a dejar”. Las mujeres son así, ¿sabes, Luc? Son seres muy peligrosos. Y las novias más todavía. Sobre todo cuando se hacen socias de la tienda de ropa interior de Rihanna. Por tu salud, huye antes de que eso pase. De lo contrario, antes de que te des cuenta habrás cambiado el email de su cuenta al tuyo para enterarte de cuando le lleguen los pedidos e ir corriendo a ver cómo se los prueba.
               -A mí me suena a planazo.
               -Es un planazo. Hasta que se te sienta encima con un sujetador que más que un sujetador es un hilo dental, y un tanga que más que un tanga es un tatuaje tribal, y después de ponértela como una puta piedra, se te levante y te diga que le apetece ir a cenar por ahí, se ponga un vestido, coja el bolso y se ría de ti porque no puedes ni moverte de lo empalmado que estás.
               -Joder. Esa tía es una cabrona. Y es algo que perfectamente haría Perséfone.
               -Sí, la verdad que parece que me las busco. ¡Bueno! Sabrae se va a Bradford. Nos llamamos por teléfono porque estamos cachondos como monos. No paramos de mandarnos mensajes. Yo no dejo de pensar en ella durante todas las fiestas, de sentirme mal porque no estoy con ella, de desear que el año que viene venga a cenar a mi casa en Nochebuena o yo ir a cenar a la suya y luego potar justo antes del postre porque estaré tan nervioso que no sé cómo haré para comer.
               »Durante todo esto, he dejado de echar polvos. O sea, cero desde que volví a enrollarme con ella. Y entonces me doy cuenta de que, hostia puta. Quiero que sea mi novia. Quiero comprarle mierdas ñoñas por San Valentín y llevarla de paseo y cogerla de la mano y acompañarla a casa y sujetarle las bolsas de la compra mientras vamos de tiendas y compartir helados con ella y ponernos mascarillas faciales en su casa o bañarnos en la bañera en la mía y… tío-miré a Luca-. Me doy cuenta de que quiero ser padre. Yo. Que los planes a más largo plazo que he hecho hasta entonces han sido comprar los condones en los paquetes más grandes, porque salen más baratos y sé que no se me van a caducar. Quiero críos. Con ella. Me apetece decirle que la quiero y que ella me lo diga a mí. Quiero presentarla a mi familia y que ella me presente a la suya. Quiero hacer todas esas mierdas de las que siempre me reía cuando las veía en las pelis. Y, sobre todo, quiero estar con ella. Con ella y con nadie más. Ya no me apetece acostarme con otras. Lo cual es hasta preocupante, si tenemos en cuenta que he sido la persona más promiscua desde que se desintegró Pangea. ¿Enrique VIII a mi lado? Un puto incel. Eh… Enrique VIII fue el rey que tuvo…
               -Sé quién fue Enrique VIII.
               -Ah, sí, cierto. Mi cultura es importante, la tuya no.
               -Vi Los Tudor-explicó Luca.
               -¡Uuuuh! Serión. Natalie Dormer, ¿verdad?
               -¡Ya te digo, tío!
               -Bueno, pues me vuelvo yo solito, sin que Sabrae me lo pida, aburridamente monógamo. Y pienso “ehhh, quiero que esta chavala responda por mi apellido algún día”. Que, bueno, sigue soñando, Whitelaw, porque con lo tozuda que es, aunque Sabrae Whitelaw suene de putísima madre, dice que no se va a cambiar su apellido al mío porque eso es una costumbre arcaica patriarcal que no hace más que eliminar la identidad de las mujeres. Como si no tuviera el apellido de su padre, ¿sabes? Madre mía, es que es terquísima como una mula.
               -Suenas hasta los huevos de ella-rió Luca.
               -Estoy hasta los huevos de ella porque la he hecho correrse por teléfono y en ningún momento me ha suplicado que vaya allí a metérsela hasta la tráquea. Estoy dolido-me llevé el puño al pecho-. Te pasará a ti también.
               »Luego la tendrás delante y babearás nada más verla como un bulldog sin amor propio, pero eso es otra historia-Luca se rió-. En fin, que pienso que quiero que sea mi novia. Y voy y se lo pido nada más volver de ver a su familia. Y tío, yo no sé qué pasa, si es que le traen para Navidad un iPad de un color que no le gusta o qué, pero el caso es que me dice que no.
               -¡No jodas!
               -Es broma. No es porque no le gustaran sus regalos de Navidad.
               -Menuda zorra.
               -Es una reacción comprensible, querido amigo-le di unas palmaditas en el hombro y dejé la mano descansar ahí-, pero, como vuelvas a insultar a mi novia, te arrancaré la cabeza, ¿vale?
               -Captado. ¿Por qué te dijo que no?
               -Agárrate.
               Luca se agarró al colchón.
               -Por el voluntariado.
               Luca frunció el ceño y se puso a mirar a todos lados, sus ojos bailando en sus cuencas. Por fin, se giró, me miró y frunció aún más el ceño. Y yo asentí.
               -Tal cual, mi puta cara en ese momento. La verdad es que me puse como un energúmeno con ella y ya sólo por eso no me merezco que más tarde cambiara de opinión, pero es que, ¡imagínate! Estábamos genial, a los dos nos apetecía estar juntos, pero cuando se lo digo, me dice primero que es por mi pasado (porque sus amigas le tienen una envidia que se mueren y le comen la cabeza para que se aleje de mí)…
               -¿A sus amigas las puedo insultar?
               -¿Se lo contarás a Sabrae si te dejo?
               -No.
               -Entonces, tira.
               -Menudas hijas de puta.
               Sonreí.
               -Hombre. Pues no te lo niego. Pues eso, que me dice primero que es por mi pasado, luego porque no está segura, luego…
               -¿De qué no está segura?
               Levanté un dedo amenazante.
               -No. Critiques. A. Sabrae.
               -No voy a insultarla, pero no tiene sentido. O sea, ¿ella iba por ahí liándose con otros?
               -No, pero le preocupaba empezar a quererme más de lo que ya lo hacía y pasarlo mal cuando me fuera de voluntariado. Porque la verdad es que es mucho tiempo.
               -Bueno… hasta cierto punto, la entiendo.
               -Sí, bueno, yo también. Cuando me lo explicó con calma y yo quise escucharla, vi que tenía sentido. Pero tampoco quería alejarme de ella ni que dejáramos de tener lo que teníamos, ¿sabes? Así que… le dije que si podíamos seguir como hasta entonces. Me dijo que sí. Y seguimos como hasta entonces.
               »O lo intentamos, al menos. Empezamos a quedar más. Yo empecé a quedarme a dormir en su casa. Ella empezó a quedarse a dormir en la mía. Literalmente, todos los fines de semana, uno dormía en casa del otro mínimo un día. Casi siempre desayunábamos en familia como si lleváramos ocho siglos casados. Hacíamos planes. Nos reservábamos algunos para citas especiales. Nos hicimos regalos en San Valentín.
               -¿Sin ser novios oficialmente?-asentí, y Luca puso los ojos en blanco-. Pero erais novios, entonces.
               -Y eso que no sabes que nos fuimos de viaje juntos a un festival a Barcelona. Fue una comedia. Sus padres tuvieron que firmarme una autorización para el fin de semana porque ella es menor de edad y, si no, no podría sacarla del país. Ni tampoco salir ella sola-me reí-. Me estuve metiendo con ella quince días.
               -Pero… no lo entiendo. Si no erais novios y hacíais cosas de novios… ¿no erais novios?
               -Sabrae decía que no. Salvo delante de mi abuela rusa. Ahí me dejó decir que era mi novia, porque decir “la chavala con la que me acuesto de forma regular, a la que le mando mensajes de buenos días y buenas noches, a la que le regalo bombones y le doy masajes en las piernas cuando tiene la regla pero que no es mi novia” es un concepto que la gente de la generación de mi abuela no digiere muy bien. Ah, y tampoco me decía que me quería. Bueno, mentira. Se le escapó una vez en mi cumpleaños y me hizo un vale para que me dijera “te quiero” cuando me apeteciera otra vez.
               -Pero, ¿y eso? O sea, a las tías les encanta decirlo. ¿Por qué ella no lo dice? ¿Es un poco autista?
               -Eso explicaría muchas cosas, pero no. No está diagnosticada, al menos. No me lo decía-sonreí, poniéndome las manos tras la cabeza- porque yo no le dejaba. Le dije “vale, ¿no quieres que diga que eres mi novia? Perfecto, entonces. Pero no quiero que me digas que me quieres hasta que no seas mi novia”. Tuvo que aceptar mis condiciones por razones obvias.
               -¿Que son…?
               -No le haría más cunnilingus. Evidentemente, estaba de coña. O sea, no sé cómo voy a hacer para no hacérselo hasta que no vuelva a casa y eso que estoy a seis mil kilómetros de ella, pues imagínate si la tengo en la misma habitación. Pero se lo tragó. Gracias a Dios-levanté las manos en gesto triunfal-. Estuvimos así hasta abril, cuando yo tuve mi accidente. Y entonces, como se había pasado la semana entera que yo estuve en coma metiéndome mano en la UVI, ya le daba vergüenza no reconocer que estamos poco menos que casados y, cuando me desperté, me dijo que si mi oferta seguía en pie. Y yo estaba medio lelo por culpa de la medicación, así que le dije que claro que sí, cuando debería haberla hecho suplicar un poco-sonreí con maldad-. Que sepa lo que se siente. Pero es que es muy guapa, Luca, y yo había peleado como un jabato para poder volver con ella, y… es que me da igual que sea una caprichosa. O me encanta, más bien. Me encanta todo de ella. Hasta las cosas que los de fuera me decís que son malas. Hasta las cosas que yo describo como que me desquician cuando hablo de ella mientras no está. Me encanta que sea caprichosa, y terca como una mula, y nunca dé su brazo a torcer, y me encanta que me hiciera esforzarme y que me hiciera esperar para escucharla decirme que me quiere. Porque así lo valoro más, ¿sabes? Creo que si hubiéramos empezado desde el principio, yo habría terminado acostumbrándome y no lo valoraría como lo hago ahora. No sabría lo que sería despedirse de ella diciéndole que la quería y que ella me conteste con otra cosa parecida, pero que no es eso exactamente, así que no valoraría escucharla decirme que me quiere. Creo que muchas parejas dan eso por sentado, y yo tengo la suerte de darme cuenta de toda la magia que hay detrás. No sólo tienes que querer tú, y que te quieran: tiene que ser a la misma persona, y en el mismo lugar, y al mismo tiempo. ¿Sabes lo jodidamente difícil que es conseguir eso?
               Luca se relamió los labios y hundió de nuevo los hombros, el peso del mundo sobre él. Las situaciones que teníamos no eran idénticas ni mucho menos: mientras que a mí Sabrae me había correspondido desde el minuto uno, no estábamos tan seguros de que fuera así con Perséfone. Ser mayor que mi novia la hacía también más experimentada y sabía navegar mejor sus sentimientos que Saab, y puede que hubiera tomado una decisión en unos minutos cuya trascendencia a Sabrae le habría llevado tal vez semanas.
               No. Sabrae habría decidido lo mismo que Perséfone en el mismo tiempo, me recordó una voz en mi cabeza. Las situaciones no son parecidas. Tú respetaste mi decisión, dijo Sabrae en mi cabeza, decidida. Y Luca… Luca era consciente de que Perséfone no sentía lo mismo, al menos no ahora, y no parecía tan abierto a valorar la opción de conformarse con lo que ella estuviera dispuesta a darle como yo sí había hecho con Sabrae.
               -Lo que quiero decirte con esto-dije, dándole una palmada en la espalda y pasándole un brazo por los hombros-, es que no es el fin del mundo si una chica te rechaza o no quiere llegar tan lejos como tú quieres llegar. Puedes querer ir en serio con ella, que a ella no le guste la etiqueta que le has propuesto para definiros, pero que el comportamiento le baste. Mira, tío, las cosas no hay que forzarlas. No puedes ponerte celoso de nadie con quien se relacione Perséfone simplemente porque la quieres para ti. Incluso aunque estés enamorado de ella, ella no te pertenece; ni siquiera si ella se enamora de ti eres su dueño, ¿sabes?
               Luca me miró.
               -Creo que no llego a tanto.
               -Bueno, pues eso que te llevas. Así también te es más fácil pasar página. Creo que Sabrae tenía la esperanza de poder hacer eso conmigo y por eso intentó frenarnos, pero ya ves de lo que le sirvió-alcé una ceja-. Lo que intento decir es… puede que pase, o puede que no. Tienes que disfrutar de lo que tienes y no obsesionarte con lo que no, porque puede que tengas muchísimo más de lo que esperabas hace un año, hace un mes o incluso hace una hora, pero no puedes vivir siempre en base a unas expectativas que no sabes si se van a cumplir, porque entonces, lo único que harás, es estar constantemente en una cuenta atrás. Y no se puede vivir en una cuenta atrás. Te lo digo yo, que estoy viviendo en una-me reí y sacudí la cabeza, todavía con los ojos de Luca sobre mí-. Es que, tío, en serio. No tienes que envidiar mi situación de ahora, porque si lo piensas, es bastante jodida. Es decir: tú tienes toda la libertad del mundo para hacer lo que te dé la gana con quien te dé la gana y sin rendir cuentas ante nadie. Puedes seguir tus impulsos y no preocuparte de las consecuencias. Yo tengo que pensar en mis acciones porque ya no me afectan sólo a mí, ¿entiendes? Quiero decir, no me malinterpretes: yo estoy encantado con mi situación, pero porque sé que merece la pena una y mil veces lo que estoy pasando, pero porque tengo a una chica increíble esperándome al otro lado del mundo, y en la que me basta con llamar por teléfono para sentirme bien y no creer siquiera que están tratando de tentarme un montón de tías guapísimas y con las que sin duda me lo habría montado si no fuera por Sabrae. No puedes compararte conmigo porque tú no tienes a una Sabrae por la que frenarte, Luc, así que no te frenes. Disfruta de lo que tienes. Yo me lo pasaba de puta madre siendo un golfo y follándome a todo lo que se movía cuando lo hacía, pero ahora no volvería ni muerto a esa vida porque estoy en una que me gusta cien veces más simplemente porque tengo con quién compartirla. Te aseguro que yo jamás me encaré a ningún amigo mío porque una piba no me hiciera caso; tenía más visión de la que estás teniendo tú y me daba cuenta de que si ella no estaba interesada, habría otra más adelante que sí, y no me importaba buscarla. Era una vida guay porque no sabía lo que era estar enamorado, y aunque me lo pasaba de puta madre con mil tías, lo cierto es que no lo echo en absoluto de menos. Y, sinceramente, creo que tú lo echarás de menos si ahora intentas comprometerte con alguna.
               Llevé esa mano que tenía en el hombro más lejano a mí al que tenía más cerca y le di un suave apretón, balanceándolo para que me mirara.
               -Si te gusta Perséfone, la manera de ganártela no es esta. Le ponen cero los gilipollas, y tú lo has sido un poco esta noche.
               -Ya lo sé. Créeme, ya lo sé. Y llevo muriéndome de la vergüenza desde que me puse así. No sabía cómo decíroslo a ninguno de los dos.
               -Bueno, empezar por mí ha sido sabio. Después de todo, yo no soy tan duro como ella. Francamente, tío, ni siquiera estoy seguro de que te convenga Perséfone. Es decir, ella es súper implacable. Es bastante más fría de lo que parece y sabe ver qué es lo que le conviene y dirigirse hacia ello sin importar qué se le interponga en el camino. Por eso creo que no se quedará. Que, ojo, yo encantado con que esté aquí y todo eso. Quitando lo del principio de cuando yo llegué, la verdad es que me encanta tener a alguien conmigo a quien quiero tanto y con quien puedo compartir impresiones. Y también me viene bien que haya alguien que me conoce y sabe los problemas que tengo y me eche una mano, porque…-empecé a presionarme la palma de la mano con el pulgar-, puede que me haya precipitado viniendo aquí. Creía que estar aquí me vendría bien para el tema de mi ansiedad por pura supervivencia, pero creo que la he subestimado y he sobrevalorado mis capacidades-me encontré con la mirada de Luca-. Así que Pers me hace bien porque ella sabe ponerme freno cuando yo voy a mil y soy incapaz de parar. Pero creo que se marchará. Lo tiene todo listo en Grecia y tiene un sentido del deber muy desarrollado. Su familia ha hecho un sacrificio enorme para que pueda ir a la universidad y no creo que ella lo sacrifique por simplemente quedarse aquí unos meses más.
               -Pero es una oportunidad única.
               -Ya, pero, tío, tú y yo en eso no nos podemos meter. Es su vida. Incluso cuando encuentras pareja y haces planes con alguien, también hay partes que sólo te pertenecen a ti. Sabrae me enseñó eso-me miré las manos de nuevo-. Intenté que ella me hiciera quedarme y me hizo ver que me vendría bien venir; que nos vendrá bien a ambos, pero sobre todo a mí. Así que aquí estoy-me encogí de hombros y apoyé las manos en el colchón-. Echándola de menos, llamándola como un gilipollas en plena madrugada y dándome cuenta de que no me cambiaría ni loco por el tío que era hace un año. Y eso que ese tío estaba con Perséfone en Mykonos, viviendo a tope y haciendo todas esas cosas que ves en las series de Netflix sobre adolescentes mimados que no han tenido un problema en su vida. Pero no tenía a Sabrae hace un año. Ahora sí. Y me gusta quién soy. Incluso con la ansiedad descontrolada y esta necesidad que tengo de subirme a un avión e irme a verla y mandarlo todo a tomar por culo… me gusta sentirme así. Creo que soy mejor que el Alec de hace un año, y la indicada te hará eso, Luca: sacará lo mejor de ti y hará que escondas lo peor. Perséfone no está haciendo eso.
               Luca tomó aire y lo soltó despacio.
               -Pero creo que podría sacar lo mejor.
               -¿Y eso por qué?
               -Pues porque… no sé. Hizo que me esforzara antes de que tú llegaras. Era difícil porque es lista y segura de sí misma y no deja que le faltes al respeto, como has podido ver. No todas las chicas aquí son así.
               -Tío, si algo he aprendido a lo largo de años de tratar con tías es que que se rían de tus bromas aunque seas un poco faltón con ellas no quiere decir que no se respeten: es que te consideran tan insignificante que ni siquiera te creen con capacidad para ofenderlas. Y si lo que quieren es echarte un polvo, se vuelven todavía más tolerantes porque saben que te lo van a hacer pagar.
               -No lo decía en el sentido de que las demás sean más lerdas o algo así, sino como… precisamente eso. Aquí cada uno iba un poco a su bola, sobre todo los primeros días. Nos liábamos todos con todos y esto era la hostia, excepto Perséfone. Perséfone era la única que parecía que había venido a lo que realmente hemos venido todos, en lugar de a ligar. ¿Me explico?
               -Típico de Pers-sonreí.
               -Me hizo currármelo. Y me gustó que me hiciera currármelo. ¿A ti te ha pasado alguna vez que cuanto más difícil se hace una chica, más ganas tienes de tenerla?
               -¿No te acabo de decir que Sabrae tardó catorce años en abrírseme de piernas? Y ahora, mírame. Dándote una perorata sobre lo mucho que la quiero y lo bonito que tiene el coño.
               Luca rió entre dientes y sacudió la cabeza.
               -Me he comportado como un imbécil contigo.
               -Estoy acostumbrado a que los demás me desafiéis en público porque no soportáis no poder ser más que el macho beta, tranquilo. No ha sido para tanto-le di una palmadita en la espalda y Luca se volvió y me miró-. En peores plazas he toreado, sin ánimo de ofenderte, ni nada.
               -No, sí que ha sido. Perséfone tiene razón. Siempre me pongo como un gilipollas contigo a la menor ocasión que se me presenta, Al. Sobre todo si tiene que ver con ella. Y tú no le das apenas importancia.
               -Es que no la tiene. Las cosas tienen la importancia que tú les des, y mira… si quieres cabrearte porque Perséfone me hace más caso que a ti, es que es más problema tuyo que mío, macho. Eso sólo va a ir en tu contra, porque vas a estar rabioso y, encima, vas a hacer que Perséfone se cabree más y se me acerque todavía más. Lo que tienes que hacer es tratar de relajarte y pensar que yo no soy el enemigo, tío. Lo son todos los demás, pero yo no.
               -Ya, si lo sé. Pero es difícil.
               -¿Por qué? ¿Porque somos amigos de toda la vida?
               -Mm, algo así. Es que…-Luca se relamió los labios y sonrió, entrecerrando los ojos, que tenía puestos en las tablas a nuestros pies-. Te vas a reír.
               -No suelo reírme cuando mis amigos me cuentan algo que les jode, pero igual nos sorprendemos los dos.
               -Es que… siento que estamos interponiéndonos los unos en el camino de los otros. ¿Me entiendes?-al ver mi expresión, Luca se dio cuenta de que no, no le entendía. Tomó aire y lo soltó-. Vale, a ver. Cuando tú llegaste, Perséfone y yo ya estábamos liados y eso. Luego ella se alejó de mí porque le apetecía estar más contigo, cosa que respeto y demás. Es decir, me jode, evidentemente, pero tengo que tener deportividad. Ya me ha pasado más veces y yo he hecho que le pase a más gente, así que sé que es ley de vida, la química es la química, y todo ese rollo. Ella se me acerca otra vez, y luego tú y ella os vais a la expedición, y yo me quedo aquí. Y algo ha tenido que pasar, porque veníais más relajados y más… rollo, tío, perdona, pero es que veníais rollo “definitivamente hemos follado”.
               -Pues no hemos follado, tío. De verdad. O sea, no tienes nada que reprocharnos si lo hacemos, ni yo tengo por qué darte explicaciones, pero no pasó nada, en serio. Ya has visto lo  que lié porque pensé que le había devuelto el beso a Perséfone, ¿de verdad crees que sería capaz de tirármela con lo mal que lo pasé porque le había hecho daño a Sabrae? Ni de broma. No hicimos nada, pero te compro que la relación cambiara, porque Perséfone llevaba tensa conmigo desde lo del beso y toda la historia. Le vino bien estar a solas y que durmiéramos juntos (sin hacer nada, Luca, te lo acabo de decir; no me mires así, joder) para darse cuenta de que no iba a hacer nada que me comprometiera. Así que supongo que eso es el cambio que notas en ella: es la Perséfone que vivía conmigo en Mykonos, la que no tenía que preocuparse de cómo se comportaba conmigo. Ha vuelto a ser mi buena amiga y por eso nos llevamos tan guay. A ver, cuando echas tantos polvos con la misma tía, al final siempre queda una complicidad contra la que ninguno de los dos puede luchar. Y no quiero luchar contra eso simplemente porque tú te sientas bien, tío. Lo siento si te incomoda, de verdad, pero no quiero cambiar una de las relaciones que más valoro por afianzar lo que podríamos construir entre los dos. Me imagino que me entiendes.
               -Vale. No hubo polvo. Me queda claro-levantó el pulgar-. Creo que con eso puedo trabajar.
               -Me alegra oírlo.
               -Pero también estoy un poco rayado porque siento que, igual que tú te metiste un poco entre nosotros, ella se ha metido un poco entre tú y yo.
               Fruncí el ceño, subí un pie al colchón y apoyé un brazo en la rodilla.
               -Explícate.
               Luca tomó aire y lo soltó por la nariz. Se giró hasta quedar con media pierna subida al colchón, el tronco completamente orientado hacia mí.
               -A ver, no quiero que te pienses que tengo ningún rollo raro contigo, ni nada de eso.
               -Tranqui. Tampoco te iba a seguir el rollo, ni nada. No eres Chad Horan.
               Luca inclinó la cabeza.
               -¿Te pone Chad Horan?
               -¿Le viste tocar One way or another en Wembley?
               -No.
               -Pues eso.
               Luca tragó saliva.
               -Vale, a ver. Ya ves que todos los de las cabañas tienen un vínculo especial, ¿no? No sé cómo lo hace Valeria, pero no ha fallado con nadie. Todos los que comparten cabaña se llevan genial, están súper unidos, y eso.
               -¿Y crees que tú y yo no?
               -Estamos unidos, pero somos los que menos. Y, vale, sé que tienen que ver las expediciones, y tus trabajos de ahora, pero creo que también se debe un poco a Perséfone. Creo que los dos estamos compitiendo un poco por ella. Puede que sin saberlo o puede que sin intención, pero cuando ella entra en escena, es como que ya no somos un equipo, sino un poco como rivales. ¿Tiene sentido?
               -Yo no me peleo con nadie por Perséfone, Luca. No tengo necesidad. Ya tengo novia.
               -No como novia, sino por su… atención. Y tú siempre ganas. Que no te lo estoy echando en cara, ni nada, simplemente constato una realidad que también tiene su lógica. Os conocéis de toda la vida, tenéis esa química de la que hablas, y… a mí me conoce de hace nada. Es lógico que te escoja a ti. Pero, cuando te escoge a ti, no sólo está escogiéndote, sino que también está haciendo que la escojas a ella. ¿Me sigues?
               -Pues… más o menos.
               -Vale. Os vais juntos. Os contáis vuestras cosas, y volvéis. Y yo me pierdo la mitad de las veces. Es como que no sólo tenéis un montón de bromas privadas de antes, sino que estáis creando un montón aún hoy, y haciendo eso estáis ocupando un espacio que debería ser para nosotros. Me siento descolgado en el campamento. A veces es como si estuviera en un baile en el que todo el mundo ha ido en pareja menos yo, y están poniendo una canción lenta que a mí me encanta y tengo que quedarme pegado a la pared porque no hay nada más patético que bailar una balada tú solo. Y, tío, no es por hacerte la pelota ni nada, pero todo el mundo aquí te adora, y no es para menos. Entonces… no sé. Me da rabia que yo haya tenido la suerte de ser con quien te ha puesto Valeria, y que simplemente porque Perséfone esté aquí, nuestros lazos no sean tan estrechos como los de los demás. La experiencia completa del voluntariado también es hacer amigos para toda la vida, creo yo, aparte de aportar a la comunidad. Pero yo me siento un poco como si… no sé. Somos amigos igual que lo somos de Fjord, de Odalis o de cualquier otro. No tenemos esa chispa que tienen los compañeros de cabaña. Lo cual es una mierda, porque si no hubiéramos empezado a tenerla al principio, antes de lo del beso, y tal… pues no lo echaría de menos. Pero la verdad es que creo que conectamos guay, tío, y ahora… no sé. Creo que a lo de no interesarle a Perséfone como ella me interesa a mí se ha sumado el creer que ha cortado un poco ese lazo que se estaba formando y… no sé.
               Empecé a mordisquearme las uñas, los ojos fijos en mi cama. Los clavé en las fotos con mis amigos y empecé a rumiar lo que me estaba diciendo Luca.
               En teoría, Luca debería ser como mi Jordan de Etiopía. Evidentemente, el vínculo no sería tan profundo como el que me unía a Jor, o no de la misma manera, al menos. Nunca había convivido con Jordan como lo iba a hacer con Luca, como ya lo estaba haciendo, e iba a vivir cosas con el italiano que mi mejor amigo no se podía siquiera imaginar.
               Tenía razón en lo de los vínculos entre cabañas. Igual que yo tenía complicidad con Perséfone, ella también la tenía con Deborah; y lo mismo podía decirse de todos y cada uno de los que convivían. Si alguien se llevaba mal con alguien, se convertían en grupos enfrentados, siendo los compañeros de los que hubieran tenido el problema fieles como cachorros a sus dueños. Y Luca y yo nos lo habíamos pasado de puta madre los primeros días, cuando él era mi apoyo mientras Perséfone trabajaba, y no me separaba de él mientras esperaba a que llegara Valeria y me asignara tareas. Esos días habían sido guays. Muy, pero que muy guays.
               Sabía que no iban a volver. Ahora yo tenía mis propias tareas y estaba lejos del campamento mucho tiempo, pero que fuera independiente no quería decir que no pudiera tener un hogar al que acudir. Eso eran los compañeros de cabaña: hogares.
               Mejores amigos a miles de kilómetros de casa. Acabaríamos teniendo la misma sensación estando juntos que cuando estaba con mis amigos. Esas cuatro paredes en Etiopía con Luca bien podían ser mi casita en Mykonos atestada de gente, con Tam y Karlie haciéndolo como conejas en la habitación inferior, con Scott, Tommy, Jordan y Logan jugando al UNO, con Bey y Shasha pintando mandalas en la cocina, con Max y Bella dándose un revolcón silencioso en el piso superior, y con Sabrae tumbada a mi lado en la cama, desnuda, mirándome y sonriendo y diciendo que era muy feliz.
               Bueno, eso último no. Pero Sabrae era lo que convertía mi hogar en un paraíso. Mis amigos hacían de una casita un hogar. Luca podía convertir la cabaña en mi hogar, y yo podía convertirla en su hogar lejos de Italia.
               Lo que me decía tenía sentido. Era un suave toque de atención. Puede que no hubiera empezado de la mejor manera posible, pero ahora estábamos hablando calmados, y así es como se puede llegar a una solución: cuando los dos escucháis para entender la postura del otro, en lugar de para tergiversar sus palabras y poder discutir mejor.
               Sacudí despacio la cabeza.
               -¿Estás cabreado?
               -No. Tienes razón, espagueti. Te he desatendido un poco por ir detrás de Pers, y… lo siento. Siento haber hecho que te sintieras desplazado. Bueno, haberte desplazado, en realidad. Lo que me pides no es para nada descabellado, y… a mí también me caes genial. A pesar de tus idas de olla celosas, creo que eres un tío cojonudo y yo también me alegro de que Valeria me haya puesto contigo.
               Luca sonrió.
               -¿De verdad?
               -¡Claro, tío! A ver, eres el único que se ha puesto a llorar cuando le han mandado comida de casa. ¿Qué mala persona haría eso?-Luca se echó a reír-. La verdad es que yo también echaba de menos lo bien que nos lo pasábamos los primeros días, pero no me he dado cuenta hasta ahora.
               -Supongo que también es normal, ¿no? O sea, los primeros días te tenía pegado a mi culo como mi sombra, así que…
               -Ya, bueno, pero no voy a renunciar a ir a la sabana o a mi otro trabajo por estar de cachondeo contigo, ¿lo pillas?
               -De acuerdo. Me sacrificaré e iré yo a la sabana y a lo que sea que hagas cuando estás aquí al otro lado de los árboles-respondió con dramatismo, llevándose una mano a la frente, y me eché a reír. Le tendí mi dedo meñique y él se lo quedó mirando. Me tiró de él sin comprender, y yo puse los ojos en blanco.
               -No, gilipollas. Vamos a hacer una promesa de meñique. Tienes que enganchar tu dedo meñique con el mío.
               -¿Qué mariconada es esa de una promesa de meñique?-preguntó, y yo bajé la mano.
               -Da igual. Te prometo que voy a tenerte un poco más en cuenta a partir de ahora, ¿vale, tío? No te daré razones para ponerte celosón de Perséfone. O, al menos, no razones de alguien cuerdo.
               -Vale. Y yo te prometo que no me pondré celoso de que se lo cuentes todo a Perséfone. Y que no me picaré cuando vuelvas de mala hostia del trabajo de los árboles y te la lleves aparte para despotricar.
               -Guay-le tendí la mano-. Ahora me la tienes que estrechar.
               -Sé lo que tengo que hacer, puto inglés de mierda. Éste es un gesto universal. De hecho, es de la antigua Roma-me cogió el antebrazo y me lo estrechó-. Así era como se vendían las tierras antes.
               -Solíamos ser un país en condiciones-respondí, burlón, y Luca rió.
               -Ni que lo digas.
               Sonreí, me puse en pie, le revolví el pelo y me acerqué a mi cama.
               -¿Al?
               -Mm.
               -Siento haberme portado como un imbécil hoy. Se me cruzaron los cables con lo de la ampliación de Pers, pero… ya tenía ganas de montártela antes. Siento no haber sido capaz de respetar tu espacio hasta ahora. Te prometo que a partir de ahora intentaré hacerlo mejor.
               Me quedé mirando la foto de Sabrae con la mariposa. Un instante bien podría haber definido toda su estancia en Mykonos: la pelea que había tenido con las chicas por lo que le habían dicho de Perséfone, por lo que yo no le había dicho de Perséfone. Y, sin embargo, ella había sabido mirar más allá y recordaba ese viaje con cariño, porque me había dado la oportunidad de explicarme y escuchar y entender mi historia mejor de lo que ya la entendía. Si yo atesoraba recuerdos tan buenos de Mykonos había sido, precisamente, porque ella había querido escucharme, entender mi historia.
               Y lo que hacía en el santuario también era parte de mi historia.
               -Luca…-me giré y él se incorporó un poco en la cama-. Voy a contarte lo que hago al otro lado de los árboles. Pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie, ¿de acuerdo?
               Sus ojos resplandecieron.
               -De acuerdo.
               -Va en serio, Luca. Como lo comentes con alguien, Valeria me mata.
               -Uy, un aliciente-se estremeció bajo las sábanas-. Qué guay. Más Perséfone para mí. Venga, di.
               Exhalé una risa y respondí:
               -Gamiméno trántagma…
               Luca se incorporó un poco.
               -¿Me has llamado “puto imbécil”?
               -¿Cómo lo has entendido?
               -Perséfone me lo ha llamado un par de veces.
               -Joder, tío-me reí-. ¿Sabes a quién no paraba de decírselo?
               -¿A quién?
               -A mí. El verano que empecé a tirármela. Puede que tengas más posibilidades de las que pensábamos. Júramelo-ordené, y Luca frunció el ceño-. Que no se lo dirás a nadie. De rodillas y por tu madre.
               ¿Y no va, el muy subnormal, y sale de la cama para arrodillarse frente a mí?
               -Yo, Luca Ferragioli, te juro por…
               -¡VALE! ¡SUFICIENTE!-dije, agarrándolo por los codos y haciendo que se levantara-. Suficiente. En serio, Luca, como digas algo, te mato.
               -¡Que no digo nada, coño! Joder, ni que hubiera una puta mina de diamantes al otro lado. Porque no hay una mina de diamantes, ¿verdad?-añadió, entrecerrando los ojos-. Eso explicaría de dónde sale la pasta para la gasolina de los coches. Con lo cara que está… a mí no me salen las cuentas. ¿Cuánto te cobraron a ti por venir? Porque conmigo apenas cubren gastos.
               -Lo que hay al otro lado de los árboles es una aldea-le expliqué-, en eso nos dijeron la verdad.
               Luca parpadeó.
               -Lo que no nos dicen, y por lo que no podemos acercarnos, es por quién vive allí-Luca esperó-. Es un santuario. Para mujeres víctimas de violencia sexual.
               Luca tuvo exactamente la reacción que me esperaba que tuviera. Se puso pálido, luego rojo, luego pálido otra vez. Bueno, no me había equivocado confiando en él, después de todo. No diría nada, estaba claro.
               -No puedes decir nada, ¿vale? Y ahora me tengo que acostar. Tengo que descansar para ir mañana otra vez a trabajar.
               Me metí en la cama y apagué mi luz, pero la de Luca seguía encendida, y él seguía allí de pie. Pensé que me preguntaría por qué no decían nada de lo que allí había, o por qué estaban tan cerca.
               Con lo que no contaba era con lo que dijo a continuación:
               -Quiero ir a ayudarte a ayudarlas.
               Sentí que se me hundía el estómago mientras en mi cabeza se repetía un nuevo bucle. Mierda, mierda, mierda. La madre que lo parió. Mierda, mierda, mierda. La madre que lo parió.
               Prefería el de hacía unas horas, la verdad.
              
                



             
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2 comentarios:

  1. Bueno lo primero es que me muero de pena con que el pobre Alec no haya podido hacerse una paja tranquilo y que me ha encantado el momento de el recreándose en el polvo de la discoteca con Sabrae.

    Por otro lado a pesar de que pueda resultar sorprendente me ha gustado el arranque de Luca y aunque he aplaudido a Persefone entiendo mil que se haya puesto así.
    Me encanta como lo han hablado a posteriori el y alec y se me ha caido la baba con como Alec le ha contado toda la historia de ambos y le hablaba de ella. Es que pierdo el culo cuando este chaval se pasa x paginas seguidas hablando solo de lo que siente por Sabrae. No puedo, de verdad.

    El plot twist del final con Alec contandole finalmente la verdad y la respuesta de Luca no me la esperaba idk.

    Pd: necesito por mis muertos y los tuyos que el reencuentro no este tan alejado como uno podria pensar

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  2. Capítulo de Alec hablando enamoradísimo de Sabrae durante páginas y páginas = capítulo que adoro.
    Comento cositas
    - Alec cachondo perdido después de la llamada con Sabrae pues perfectamente normal.
    - “… sin embargo, estaba sonriéndole como un puto gilipollas al suelo, todavía con el auricular en la oreja” esto me lo he imaginado TAN perfectamente.
    - El momento Luca explotando creo que era inevitable y aunque creo que no fueron las formas, entiendo que acabara pasando así. La reacción de Perséfone he de confesar que me ha parecido un pelín exagerada, aunque he disfrutado del repasito final…
    - La conversación de Alec y Luca ha sido, evidentemente, mi parte favoritísima del capítulo y creo que era necesario que la tuvieran.
    - El momento “No puedo vivir a tu sombra, Alec.” me ha partido el corazón.
    - “No pienso hacer ningún comentario. // Debe ser la primera vez en tu vida, entonces.” ME DESCOJONO
    - Bueno estaba claro que a Luca le gustaba Perséfone, pero no me esperaba que lo admitiera así y que estuviese así de jodido.
    - Me ha encantado Alec haciendo un súper resumen de toda su relación con Sabrae, aunque realmente no me puedo creer que hayas conseguido resumir los 248 capítulos toda la novela en ¿dos páginas? JAJAJAJAJAJA
    - Luca diciéndole a Alec que siente que Perséfone se ha interpuesto entre ellos, que se siente desplazado en el campamento, que se siente súper afortunado de que Valeria le haya puesto con él… ha hecho que se me cayeran unas lagrimitas la verdad.
    - No me esperaba esa reacción de Luca con lo del santuario. Estoy deseando que hagas que consiga ir él también y así se vayan uniendo más.
    Con ganitas de leer más <3

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