lunes, 23 de enero de 2023

La llamarada antes de todo.


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Ya es difícil no ponerse en lo peor cuando alguien a quien quieres no responde a tus llamadas y parece haberse esfumado de la faz de la Tierra, pero si encima sabes que ese alguien vive en una lucha constante contra unos demonios que no son capaces de eclipsar el sol, sino que directamente pueden hacerte creer que estás en el corazón de la cueva más profunda, todas las esperanzas que puedes haber albergado a lo largo de tu vida se convierten en delirios. La ignorancia saca lo peor de ti. Yo lo sabía por experiencia: lo había vivido cuando Alec, Tommy y Scott se habían graduado y no habíamos tenido manera de encontrarlos hasta que no tiramos de un comodín con el que casi nadie cuenta.
               Y, aun así, se me revolvió el estómago al ver cómo Layla se volvía absolutamente loca de preocupación por Diana. Todos en la banda estaban frenéticos tratando de contactarla a ella o a Zoe, confiando en que las americanas no se hubieran separado ahora que tenían tan poco tiempo para estar juntas. Mientras Tommy no paraba de llamar al móvil de Diana, que siempre daba el mismo mensaje de “apagado o fuera de cobertura”, Scott probaba suerte con el de Zoe, aunque a veces sus llamadas se cruzaban con las de Jordan, a quien habían llamado desesperados hacía quince minutos, sacándolo del sueño y metiéndolo en una pesadilla en la que la chica que le gustaba y por la que se había jodido los horarios de sueño ya no respondía a sus mensajes desesperados. Tiene gracia: mientras yo estaba al teléfono con Alec, mi hermano había hablado con Jordan. No dejaba de parecerme irónico que dos Malik estuviéramos pendientes de lo que tenían que decirnos dos vecinos cuyas situaciones no podían ser más distintas. Jordan y Alec estaban despiertos a la vez, pero ninguno de los dos sabía en qué andaba el otro ni podían compartir sus sentimientos.
               Pobre Jordan. Sin Alec, sin Scott, sin Tommy, no sabía cómo estaría gestionando el saber que pasaba algo con Zoe a miles de kilómetros de distancia, pero sospechaba que no de la manera más sana.
               Mientras Scott y Tommy freían a llamadas los teléfonos de las dos desaparecidas, Chad saltaba como loco de Twitter a Instagram, esperando encontrar alguna pista de dónde podían estar las chicas. Ninguno de los dos se atrevería a admitirlo en voz alta, pero todos sabíamos que Chad estaba vigilando por si salía la noticia de lo que todos nos temíamos. Chad recitaba cada medio minuto sus cambios de aplicación, chasqueando la lengua y sosteniendo el teléfono con manos temblorosas cada vez que se encontraba con que sus búsquedas no arrojaban resultados más recientes que hacía un día. Cuando buscabas “Diana Styles”, “Diana CTS”, o simplemente “Diana” en los buscadores, estos te devolvían un alud de fotos, vídeos y gifs de la modelo en concierto, brincando en solitario con la ropa estrafalaria que se ponía para interpretar As it was en cada final de espectáculo, o con el resto de sus compañeros encima del escenario, compartiendo los focos. Nada de fotos de ella por la calle, nada de vídeos de fiesta, nada de vídeos en las pasarelas, mirando escaparates o paseándose por los barrios más exclusivos de la ciudad que más acaparaba la atención cinematográfica de Occidente. Para estar en Nueva York, que tenía millones de ojos por todas partes, parecía una coña del destino que no tuviéramos manera de encontrarla. Ni siquiera sabíamos cómo iba vestida.
               Eleanor, por su parte, no se despegaba del móvil en el que estaba gritándole a June, la responsable de comunicación del programa, que no podía dejar de dedicar todos los medios de la productora a encontrar a Diana, que era la estrella del programa en este continente y que tenían que encontrarla antes de que fuera la hora de llegar al escenario, y que no iba a moverse de la habitación del hotel hasta que no supiera dónde estaba. Sabía que, si se presentaba en el Madison Square Garden ella sola, la terminarían obligando a salir a cantar. Harían como si no hubiera pasado nada si no encontraban a Diana.
               Pero la peor de todos era Layla. Era la única que estaba sentada, las rodillas brincando del nerviosismo, los ojos fijos en el reloj de pared cuyo avance era demasiado rápido o demasiado lento, dependiendo de dónde centraras tu atención. Todos los demás estaban luchando contra su avance, pero Layla estaba esperando por algo que yo no supe identificar hasta que no entró en la habitación.
               En el barullo de las órdenes rabiosas de Eleanor, los mensajes cargados de desesperación que Tommy dejaba en el buzón de voz de Diana, los improperios de mi hermano cuando el móvil le cortaba la llamada y el reporte minuto a minuto de Chad, la puerta principal de la suite se abrió sin más ceremonia. Y, sin embargo, tanto Layla como yo escuchamos el pitido de la cerradura cuando reconoció la tarjeta al otro lado y giramos la cabeza a la vez. Yo me quedé en el sitio, todavía interiorizando lo que pasaba, con las piernas hechas de blandiblú de una forma que, sospechaba, ya no le pertenecía a Alec.
               Layla, en cambio, se levantó como un resorte y fue disparada hacia los recién llegados,  a los que encabezaba Shasha. Ninguno de sus compañeros de profesión dio señales de haberse dado cuenta de que la población de la habitación se había multiplicado por dos.
               -Pero, ¿qué…?-empezó papá, el ceño fruncido al ver cómo el caos se desataba a un par de metros de mí, y yo no hacía más que observarlo estupefacta desde la periferia.
               No fue lo que Layla dijo lo que me dio ganas de vomitar:
               -No encontramos a Diana.
               Fue lo que se calló pero todos entendieron, a juzgar por la expresión de sus caras:
               -Si no ha dado señales de vida aún es porque le ha dado por fin la sobredosis.
               Diana era un completo desastre en cuanto a la gestión de su propia salud: todos sabíamos que se le había ido de las manos hacía tiempo, y viéndola desfasar de fiesta ya las primeras veces, estaba convencida de que sus padres la habían enviado con Louis y Eri para tratar de detener la espiral de autodestrucción a la que se había lanzado de cabeza y de la que no parecía capaz de salir. Pero, a pesar de todo, ella nunca, jamás, había faltado a ningún compromiso profesional. Siempre había estado alerta y completamente lúcida cuando tenía algún desfile, una entrevista, una sesión de fotos o, ahora, un ensayo. La banda era algo que ella gestionaba con aún más cuidado que el resto de su carrera porque comprendía que sus acciones no sólo la afectaban a ella, sino a otras cuatro personas. Incluso había llegado a pensar, tonta de mí, que el concurso había conseguido lo que su exilio no había sido capaz: mantenerla lo suficientemente ocupada como para alejarse de las drogas.
               Desaparecer para el último de los conciertos en su ciudad natal, que la había recibido con los brazos abiertos, no era propio de ella. Jamás pondría en peligro la última noche en casa por pasárselo un poco mejor de fiesta. Nunca les arruinaría el concierto a los demás, y Chasing the Stars no eran Chasing the Stars si no contaban con ella. Y más aún ahora, cuando Scott no era el favorito del público. Al menos, no de este público.
               -¿Cómo que no encontráis a Diana?-replicó Liam-. Es como la persona más famosa de este planeta. No puede haberse esfumado sin más.
               -¿Lo saben sus padres?-preguntó Louis.
               -Sí, papá-escupió Tommy con inquina-, como no tenemos nada que hacer, llevo mandándole emojis a Harry desde que nos enteramos. Es súper divertido-ironizó, poniendo los ojos en blanco y volviendo a marcar el teléfono de Diana.
               -¿Nadie se ha ocupado de avisarlos?
               Tommy simplemente se encogió de hombros.
               -No queremos que Diana se meta en ningún lío-respondió Chad. Miró a su madre con gesto de disculpa antes de volver a entrar corriendo en Instagram.
               -Diana ya está en un lío-contestó Eri, entrando en la habitación-. No es propio de ella desaparecer de esta manera. Sí, de acuerdo, a veces se esfuma para tener privacidad, pero éste no es el momento.
               -No le digáis nada a Harry-ladró Tommy-. Estamos en ello.
               -Si mi hijo estuviera en una ciudad extraña, él solo, sin que nadie fuera capaz de localizarlo, ¿crees que no tendría derecho a saberlo? ¿No crees que sería la obligación moral de sus amigos decirme que no lo encuentran?-espetó Louis, con el teléfono en la mano.
               -¿Tú mandarías a tu hijo a la otra puta punta del mundo porque no eres capaz de ayudarlo, eh?-explotó Tommy-. Harry se rindió con Diana. Y lo volverá a hacer si le pasa algo. El grupo le hace bien.
               -¡No se trata de salvar tu puto bolo, niño, sino de encontrar a…!-aulló Louis, y Tommy se levantó como un resorte y se le encaró como yo sólo había visto a Alec encararse a alguien.
               Fue a Sergei. Cuando me llamó “zorrita” simplemente por provocarlo. Había creído que Alec lo mataría igual que creí que Tommy mataría a Louis ahí mismo.
               -¡ME IMPORTA UNA MIERDA MI PUTO BOLO! ¡MI NOVIA NO APARECE Y NO VOY A DEJAR QUE SU PUTO PADRE DECIDA QUÉ ES LO QUE NECESITA, CUANDO ESTÁ CLARO QUE LO QUE LE HACE BIEN Y LO QUE NO LE IMPORTA UNA JODIDÍSIMA MIERDA!
               -June avisó a sus padres nada más decirle nosotros que no estaba aquí-los interrumpió Eleanor. Tommy jadeaba visiblemente, igual que un toro a punto de cargar. Louis había retrocedido un solo paso, pero fue suficiente para que todos supiéramos que las tornas habían cambiado y que, ahora, el que ganaba las peleas era el hijo y no el padre-. Por si estaba en su casa con el móvil apagado, durmiendo la mona.
               -Diana no apaga el móvil cuando tiene un compromiso-replicó Tommy.
               -¿Y estaba?-preguntó Scott. Eleanor lo miró como si lo guapo que era no compensara lo imbécil.
               -¿Estaría comportándome como una jodida diva con June de ser así?-replicó, y desactivó el silenciador de su teléfono para seguir chillándole a June que la encontraran.
               Tommy se retiró en ese momento hacia los ventanales, alejándose del ruido y suplicándole de nuevo a su chica que diera señales de vida.
               -Didi, por favor, esto no me está haciendo ninguna gracia. Me estás asustando muchísimo-gimió-. Coge el teléfono, por favor. Necesitamos saber dónde estás. Estamos todos preocupadísimos. Llámame, llámame…
               Fue entonces cuando me fijé en ellas dos: Layla y Shasha, la primera de pie frente a la segunda, que estaba sentada en la mesa de caoba, inclinada hacia delante, la espalda encorvada, los hombros hundidos y las manos temblorosas, tocando llena de dudas la pantalla del iPad de mamá.
               -¡Tienes que poder hacer algo, ¿no?!-le gritaba Layla, completamente fuera de sí-. ¡Sólo necesitas una puta conexión a Internet, y ya la tienes! ¡No entiendo cómo puede ser tan difícil encontrar un puto teléfono en uno de los sitios con más cobertura del planeta!
               -Es que nunca lo he hecho sin mis programas, Lay…
               -¡Tendrás que hacerlo sin ellos, entonces! ¡Tienes que encontrarla!
               -Pero es que necesito los programas para…
               -ESCÚCHAME BIEN-ladró Layla, apoyándose en la mesa con un golpe tan fuerte que las conversaciones de la habitación se silenciaron en un momento. El pelo le cayó en cascada por la cara y fulminó a Shasha con la mirada de tal forma que, incluso teniéndola de espaldas a mí, supe que sus ojos llameaban por la forma en que mi hermanita se puso pálida-. SÉ QUE HAS HECHO ESTO OTRAS VECES. ENCUENTRA A DIANA CON TUS DOTES DE HACKER O TE JURO POR DIOS QUE NOS EMPERRAMOS EN USAR EL O2 EL MISMO DÍA QUE TIENES EL CONCIERTO DE BLACKPINK, Y TE PROMETO QUE SE LO PODEMOS QUITAR SI QUEREMOS. SOMOS LOS PUTOS HIJOS DE ONE DIRECTION. Y TENEMOS A SCOTT-añadió, señalando a mi hermano con tanta rabia que incluso se apartó de la dirección de ese dedo. Me recordó a la escena de Una corte de llamas plateadas en la que los personajes daban brincos cada vez que Nesta los señalaba con el dedo, más preocupados por él que si fuera una pistola cargada. ¿Era acaso esto lo que estábamos presenciando? ¿A Layla saliendo de su caparazón y amenazando con destruirlo todo como si fuera la señora absoluta de la muerte?
               No me gustaba nada esta versión de ella. Me gustaba la chica dulce, atenta y paciente que era siempre. Ahí entendí hasta qué punto quería a Diana: no se trataba del grupo; a Layla le daba igual. Pero entre ellas se estaba fraguando algo que ni siquiera ellas mismas entendían, algo que permanecería latente hasta tener que salvarlas dentro de tantos años que le costaría un poco desperezarse, pero que sería igual de poderoso de lo que lo era ahora.
               -Ne… necesito… tiempo-dijo Shasha con un hilo de voz. Estaba más pálida que Mimi, y tenía los ojos del tamaño de melones. Layla resopló sonoramente.
               -No tenemos tiempo.
               Shasha tragó saliva, asintió con la cabeza, miró a mamá, como pidiéndole disculpas, se apartó un mechón de pelo tras la oreja y se puso a teclear en la pantalla del iPad. La observamos en silencio durante unos instantes en los que no hizo más que temblar como una hoja, chasquear la lengua varias veces y tomar aire, tratando de tranquilizarse. Scott se levantó, cogió una botella de agua del minibar y la puso junto a mi hermana. Le dio una palmadita en el hombro a modo de apoyo que hizo que Shasha ganara un poco de confianza, y se sentó a su lado, dejándola trabajar. Eleanor se levantó, salió a la terraza, cerró la puerta y procedió a seguir gritándole a June. Chad volvió a su trabajo de investigación. Y Tommy se puso al lado de Shasha, dejó la mano en el hombro de mi hermana y le apretó suavemente, observando la pantalla como si de un profesor observando los progresos de su alumno se tratara. Layla estaba de pie al lado de ellos.
               Di unos pasos hacia la mesa.
               -¿Puedo… hacer algo?-pregunté, retorciéndome las manos frente al regazo. Layla me miró de reojo un instante y luego siguió centrada en Shasha. Tommy sacudió despacio la cabeza, pero Scott se sacó el móvil del bolsillo y me lo lanzó sobre la mesa, haciéndolo resbalar.
               -Llama a Blue Ivy-dijo-. Puede que sepa dónde buscarla si Shasha no la encuentra.
               -Shasha la encontrará-respondió Tommy. Cogí el teléfono de mi hermano, que ya estaba desbloqueado, y lo miré.
               -¿Tienes el teléfono de la hija de Beyoncé?
               -Soy Scott Malik-dijo simplemente, encogiéndose de hombros, como si aquello fuera explicación suficiente. Se me formó un nudo en el estómago ante la perspectiva de tener que recurrir a alguien de fuera, no porque lo que le pasaba a Diana fuera a filtrarse ni nada, sino porque, si Shasha no era capaz de dar con ella, seguramente sería demasiado tarde. Y yo no podía permitirme decirle adiós a Didi. Aún no. Tenía muchas cosas que verla hacer.
               Aun así, seleccioné el nombre de Blue en el teléfono de mi hermano y me fui a otra habitación. Me senté en una cama deshecha y esperé mientras sonaban los tonos de llamada.
               Blue tardó lo suyo en cogerlo, aunque seguramente tuviera el móvil en la mano.
               -Vaya, vaya, vaya. Mira quién tenemos aquí-ronroneó-. ¿Te has quedado soltero y quieres aprovechar la última noche en mi ciudad antes de irte por ahí a vivir?
               Entendí en ese momento lo que Scott había querido decirme cuando me había dicho que él era Scott Malik. Scott Malik siempre había jugado en una liga a la que muy pocos chicos accedían. Conseguir el teléfono de cualquier desconocida era pan comido para él. Eso era lo que significaba ser Scott.
               Pero ahora, a Scott Malik ya no le metían fichas chicas normales en una discoteca normal. Ahora las famosas se peleaban por él, y se regodeaban en ver que insistía en llamarlas, como si no quisieran arriesgarse a hacerse ilusiones y que luego él les dijera que se había confundido de contacto.
               -Hola, Blue. No soy Scott, perdona, soy…
               -¡Sabrae! Qué alegría oír a una reina negra en vez de a un príncipe marrón-ronroneó Blue, y yo sentí que se me encogía un poco el estómago. A Scott Malik le zorrearían famosas, pero a Sabrae Malik le habían escrito canciones que habían ganado Grammys y las hijas de sus ídolos le reconocían la voz por teléfono.
               Una semana creyendo que no te mereces a tu novio no debería bastar para que olvides quién eres, susurró una voz en mi cabeza, y yo tomé aire y lo solté. Ahora no era momento de pensar en eso.
               -¿Cómo estás?
               -Pues… he estado mejor. Perdona que te moleste, pero es que necesito tu ayuda.
               -¿Oh?
               -Bueno, verás… el caso es que estoy en la ciudad. En Nueva York, quiero decir…
               -Ah, ya lo sé. Llevo toda la semana mirando Instagram como una maníaca para ver qué outfit te pones cada día. Los paparazzi te adoran, y no me extraña. El vestido de limones que llevabas esta mañana es absolutamente di-vi-no.
               Yo ni siquiera había sido consciente de que me hicieran fotos. Estaba tan abstraída en mis pensamientos que no había percibido absolutamente nada a mi alrededor. Vas a matar, ¿eh, Sabrae?, escuché jadear a Alec hacía unos minutos que me parecían horas.
               -Gracias. Eh… mira, perdona, es que… tenemos un lío grande. Estoy en la ciudad por los conciertos de Chasing the Stars, no sé si te habías enterado…
               -Ah, sí, claro. Estuve en el primero y fue una pasada. Mamá ha pillado entradas VIP para esta noche, para que pueda verlo tranquila con mis amigas. En el inicio de gira estaba en pista y es un poco locura, ya me entiendes.
               La cabeza empezó a darme vueltas. Joder. Todo el mundo estaría en un concierto en el que puede que mi hermano y los demás no pudieran actuar. Por favor, que Diana esté bien. Su carrera no sobreviviría a una cancelación tan pronto.
               -Guay. El caso es que Diana no se hospeda con nosotros porque tiene que aprovechar el tiempo con sus amigos de aquí, y le gusta más su ático que las suites de los hoteles, y… bueno, no podemos localizarla. La última vez que la vimos, seguía de fiesta cuando nosotros nos íbamos, pero no conocemos la ciudad y no sabemos la ruta que hace la gente cuando quiere desfasar, y… les han llamado hace un rato para que vayan a los ensayos y… ¿podrías ayudarnos?
               Blue se quedó callada un momento.
               -¿Habéis llamado a los hospitales?-preguntó sin rodeos.
               -Eh… no lo sé. Acabo de enterarme de que llevan buscándola un rato porque… estaba en la habitación hablando con mi novio y me… distraje-me puse colorada.
               -Yo también me distraería hablando con tu novio, sí-rió-. Buena estructura facial. Y tremendísimo culo tiene. Haré unas llamadas. Le pediré a mamá que tire de algunos hilos para buscarla. Me figuro que os urge-me la imaginé alzando una ceja.
               -Mucho. Estamos preocupados.
               -El concierto es en nada-mentí. La verdad es que ya me importaba una mierda el concierto. Que Blue hubiera abierto la caja de Pandora que eran las hospitales ya era suficiente para que yo sintiera escalofríos. Me pregunté si habrían comprobado que no estuviera en ninguno.
               -Mirad lo de los hospitales-me recomendó-. Sólo por si acaso. Es raro no localizarla cuando tiene algún compromiso profesional; es súper responsable, incluso desfasando como lo hace. Claro que se sube a unos tacones que más bien parecen andamios. Quizá ha perdido práctica y se habrá torcido el tobillo en la escalera de alguna discoteca del Soho. Seguro que le ha pasado eso-me la imaginé asintiendo, los ojos y la boca cerrados-. Se habrá quedado sin batería en el móvil y estará viendo algún reality medio atontada por los calmantes en alguna habitación de hospital que más bien parece una suite.
               -Puede ser-asentí, pero no lo sentía en absoluto. Blue chasqueó la lengua.
               -Te dejo, pues. Haré mis llamadas. Preguntaré por ahí a ver si alguien la ha visto. Y se lo comentaré a mamá, a ver si a ella se le ocurre alguna otra explicación.
               -Muchísimas gracias, Blue.
               -Gracias, no. Más te vale que me envíes un mensaje con tu número de teléfono para que me digas quién es tu estilista.
               -Me visto yo solita.
               -¡Ah! No te creo. Ahora que vas a darme tu número. A partir de ahora te enviaré una foto con mis posibles outfits y te obligaré a decirme qué ponerme. Seré la nueva It girl de Nueva York-ronroneó-. Diana no tendrá ninguna posibilidad.
               -Haré lo que pueda. Y Diana vive en Londres ahora.
               -Una oportunidad que no pienso desaprovechar. Te dejo, bonita. Tengo un concierto que salvar. Chao, chao, chao. ¡Espero tu mensaje!
               -Ahora mismo te lo mando. Gracias, Blue-dije, hecha un manojo de nervios. Miré la pantalla cuando la llamada se terminó y entré de nuevo dentro, a esa vorágine de nerviosismo.
               -¿Qué te ha dicho?-quiso saber Scott.
               -Que si hemos preguntado en los hospitales.
               Layla se giró y me fulminó con la mirada.
               -Retira eso. Diana no está en el hospital.
               Me rasqué la cara interna del brazo.
               -Yo sólo os digo lo que ella me ha dicho.
               -Kiara y Aiden están llamando a los hospitales-dijo Chad-. Eri y Louis los están ayudando.
               -¿Mamá y papá?
               -Hablando con amigos-dijo Scott.
               -¿Qué amigos?
               -Taylor Swift. Y Beyoncé. En cuanto oyó lo de llamar a Blue, mamá cogió y decidió llamar a su madre. Aunque igual papá ya ha terminado con Taylor-Scott frunció el ceño-. Quizá esté hablando con Gigi.
               Teníamos a toda la élite del entretenimiento movilizándose en busca de Diana. ¿Por qué no podíamos encontrarlo?
               -Son Zayn y Sherezade Malik-bromeó Tommy, citando a mi hermano en el mismo tono, encogiéndose de hombros y todo, cuando malinterpretó mi expresión y creyó que me estaba preguntando cómo es que teníamos estos contactos en mi familia. Como si no supiera de sobra que papá le mandaba de vez en cuando letras de canciones a Taylor para que ella opinara, o que mamá compartía noticias sobre machismo y feminismo en un grupo de Mujeres Tope Importantes en el que estaban, entre otras, Beyoncé y Amal Clooney.
               -Te empujaría por el balcón si no te necesitara para encontrar a Diana-escupió Layla.
               -No necesitarías empujarme. Soy inglés, Lay. No sé cómo funcionan. Tú déjame cerca de uno y mi nacionalidad y la gravedad harán el resto.
               -Disculpa, pero, ¿me estoy perdiendo algo? ¿Esto te hace gracia? ¿Por qué cojones estás tan tranquilo? ¡No tenemos ni puta idea de dónde está Diana y tú estás aquí en plan Club de la Com…!
               -¡¡¡¡¡¡¡¡LA TENGO!!!!!!!!!!-chilló Shasha, levantándose de un brinco y haciendo que todo el mundo la mirara-. ¡HE ENCONTRADO SU TELÉFONO! ¡LA TENGO, LA TENGO, LA TENGO!
               -¿Dónde?-preguntó Scott, inclinándose hacia ella y mirando la pantalla del iPad. Eleanor entró como un bólido en la habitación, dejando a June con la palabra en la boca.
               Tommy y Layla se miraron. Parecía que a ella se le fuera a derretir la piel de la cara, y él… estaba tan pichi. Incluso arqueó la ceja.
               -Por eso estaba tranquilo. Sabía que Shash la encontraría-se inclinó para mirar el iPad él también-. Ah, y para que conste-añadió, irguiéndose de nuevo-. No lo ha hecho por lo de Blackpink. Lo ha hecho porque ella también la quiere.
                Layla parpadeó, y un poco del odio que ardía en sus ojos se apagó, dejando paso a un retazo de dulzura entre toda la ira y el terror. Y yo me di cuenta en ese momento de por qué me había gustado Tommy y por qué me había enamorado de Alec: porque eran distintas versiones de un mismo chico. Tommy era el boceto, y Alec, la obra acabada, ya con todo lujo de detalles y después de las correcciones pertinentes que lo hacían más perfecto.
               Los dos defenderían a Shasha de quien fuera, incluyendo las chicas de las que estaban enamorados. La diferencia estaba en el modo de proceder: mientras que Tommy lo hacía después, disfrutando de haber tenido razón desde el principio como acababa de hacer, Alec habría matado a Layla simplemente por atreverse a gritarle a mi hermana, no importaba lo nerviosa que estuviera.
               Bueno, puede que matarla fuera un poco pasarse. Entendería perfectamente la situación en que se encontraba Layla y que estuviera así de nerviosa, así que sólo se volvería completa y absolutamente loco, acorralándola en una esquina y poniéndola a parir con tal de conseguir que le pidiera disculpas a Shasha.
               Toda esta situación sería mil veces más llevadera si él estuviera aquí, me lamenté por enésima vez mientras me inclinaba a mirar yo también la pantalla del iPad. Noté que el suelo bajo mis pies cedía como si me hubiera colocado sobre un lago helado y estuviera esperando a que el cambio climático hiciera su efecto en su superficie. Shasha había conseguido la localización del móvil de Diana a pesar de tenerlo apagado, supongo que por falta de batería. Un punto azul parpadeaba en el centro de la pantalla, ampliando su sombra de acción como si de un radar se tratase.
               Estaba en el centro del barrio del SoHo, precisamente la zona de Nueva York que Blue Ivy había mencionado para que sufriera un accidente. Según había visto en las películas, era una zona bastante exclusiva y de gran auge cultural durante el día, y que vibraba con efervescencia por las noches, albergando algunos de los locales más elitistas de la ciudad. A Diana no debería haberle pasado nada malo allí, ¿verdad? No era una zona que tuviera mala fama, como sí la tenían las de mayorías racializadas a la que siempre se relacionaba con más criminalidad. Detesté sentirme aliviada al ver el punto emitiendo señales en una zona que había visto infinidad de veces en artículos sobre arte o en películas que trataban sobre niñas bien, pero… no podía dejar de agradecer que Diana estuviera en un sitio así.
               Si Blue Ivy había hablado de una torcedura de tobillo por unos tacones demasiado altos en ese lugar, precisamente, era porque era más factible que una sobredosis, ¿verdad?
               ¿Verdad?
               -Vamos a por ella-ordenó Layla, arrebatándole el iPad de las manos a Shasha y echando a andar con decisión hacia la puerta. Nadie se atrevió a interponerse en su camino, ni siquiera mamá, que no podía permitirse que perdiéramos el aparato con todos los documentos confidenciales y tan machacados que tenía dentro. Tommy, Chad, Scott y Eleanor salieron tras ella, y Shasha echó a correr tras ellos, trotando mientras tecleaba en su móvil. Miré a mis padres con una mirada de disculpa, y también fui tras ellos.
               Escuché cómo Louis empezaba a hablar por teléfono con Harry mientras doblaba la esquina, justo a tiempo de ver a Layla darle un golpe tan fuerte al botón del ascensor que me sorprendió que no lo rompiera.
               -¿Adónde te crees que vas tú?-preguntó Scott cuando se dio cuenta de que Shasha los seguía. Mi hermana lo miró con ojos de cordero asustado, e incluso tembló un poco. Caí en la cuenta de que tenía tantas ganas de ir como Scott de que fuera, pues ambos eran perfectamente conscientes de las posibilidades que había de encontrarse a Diana en un pésimo estado que impactaría muchísimo más a mi hermana. Quién sabe lo que íbamos a encontrarnos en ese local.
               Ojalá Alec estuviera aquí. Él me obligaría a pensar en positivo y me diría que seguramente Diana se había quedado frita en un sofá de cuero que valía más que su sueldo anual después de hacerse un millón de selfies que explicarían perfectamente que su móvil ya no estuviera encendido. En la cabeza de Alec, ser mujer y quedarse inconsciente no era algo inquietante, porque siempre había tenido gente protegiéndolo cuando más vulnerable había sido, y él también había protegido cuando lo habían sido sus amigas. Pero puede que Diana estuviera sola; no me fiaba de Zoe: ya la había dejado sola una vez, cuando habían colaborado en que Scott le pusiera los cuernos a Eleanor, nadie hablaba a Diana y Zoe se había subido a su avión y se había marchado, dejándola sola en un país que había sido su hogar de forma tan reciente que no compensaba su brevedad con esa consideración.
               En el mejor de los casos, Zoe también estaría con ella, pero igual o más jodida todavía que Diana, así que de poco nos serviría.
               -Tengo que seguir triangulando su posición a medida que nos vayamos moviendo-explicó Shasha-. No es demasiado precisa en el iPad, y no estoy segura de si puedo clonarla en un móvil…
               -Te quedas aquí. Ya has hecho todo lo que podías hacer-sentenció Scott. Layla se giró y lo miró.
               -¿Tienes idea de lo grande que es Nueva York?
               -¿Tienes idea tú de lo impactante que puede ser para una cría de trece años meterse en uno de los locales por los que se mueve Diana?
               -Es el SoHo. No hay ningún antro de mala muerte allí-Layla entró en el ascensor y se cruzó de brazos. Chad fue el que marcó el botón para bajar al vestíbulo y apretó las puertas para que se cerraran lo más rápido posible, pero Scott puso una mano entre ellas y éstas se detuvieron en seco.
               -Lo dices como si a nosotros no nos hubieran ofrecido mierda que habría sido capaz de matarnos.
                -Me preocupan más los efectos secundarios de las drogas de camellos que trapichean con mierdas que no saben ni qué composición tienen que las que les dan a los niños pijos de esta ciudad.
               Scott esbozó una sonrisa cínica.
               -Estás mal de la cabeza si te crees que a nosotros nos darían algo distinto que a un cocainómano sin techo.
               -Estamos perdiendo un tiempo precioso-se quejó Eleanor.
               -S, necesitamos a Shasha-razonó Tommy, y Shasha se puso pálida-. Sabes que la necesitamos. Si por lo que sea es una falsa alarma, es mejor que la tengamos con nosotros a que se quede aquí. Puede quedarse en el taxi-lo tranquilizó al ver la cara que le ponía Scott, como si estuviera a punto de meterse en el ascensor, subir a su techo y serrarle los cables para que se precipitara al vacío con Tommy dentro-. No tiene por qué ver nada. Por favor, Scott.
               Scott miró a Shasha por debajo del brazo que tenía levantado. Shash había recuperado un poco de su color de siempre, pero todavía tenía aspecto de enferma. Me pregunté si vomitaría en algún punto del trayecto, y luego me pregunté si lo haría yo.
               -Por favor-repitió Tommy-. Es mi Eleanor.
               Scott volvió la vista hacia Tommy, y luego, con el cansancio de un millón de años presenciando guerras que no podía impedir a sus espaldas, puso los ojos en Eleanor. Respiró hondo una, dos, tres veces mientras Eleanor le sostenía una mirada preocupada, respirando también profundamente.
               Estaban hablando sin decirse nada como él y Tommy hacían a menudo. Estaban hablando en silencio incluso como lo hacíamos Alec y yo. Admiré la entereza de Tommy por dejarlos discutirlo siquiera por unos segundos: yo no habría sido tan benevolente si fuera Alec el que no aparecía y estuviera en manos de Scott encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde.
               Sentí que se me cerraba el estómago de nuevo al recordar que yo ya había pasado por lo que Tommy pasaba ahora: puede que él no supiera con certeza dónde estaba Diana y yo le hubiera llevado esa ventaja, pero el no saber cómo… no se lo deseaba a nadie, y mucho menos a Tommy. Hay un dolor muy específico que sientes cuando no sabes si el hilo dorado que hay entre tú y tu alma gemela se ha cortado o sólo está tremendamente colgante, y de todas las personas del mundo, Tommy era la que menos se merecía sufrirlo. Scott jamás pasaría por eso.
               Pero compartía los sentimientos de Tommy como si fueran los suyos propios, así que era como si lo estuviera viviendo en su propia piel. Por eso estaba mirando a Eleanor: porque necesitaba encontrar las fuerzas que necesitaba darle a Tommy para que siguiera esa esperanza que no había conseguido insuflarme a mí hacía meses, en una sala de espera aséptica en un hospital que casi había sido mi sepultura en lugar del sitio en que reposaban las cenizas de mi resurgir como el ave fénix, las paredes en las que aún resplandecía la llamarada que había venido antes de todo.
               Él lo haría por mí, le dijo Eleanor en silencio. Arriesgaría a Astrid por mí.
               Tú eres su hermana; claro que la arriesgaría por ti. Yo ya estoy arriesgando a Sabrae, le respondió Scott en esos segundos.
               En el fondo, tú tampoco quieres guardarte una carta en la manga y vivir preguntándote si habría marcado la diferencia. Los ojos de Eleanor se volvieron un poco más tristes. Scott también quería a Diana. No como a nosotras, no como lo hacía Tommy, pero sí lo bastante como para no poder soportar el no volver a verla resplandeciente, siendo siempre la más guapa de la habitación en la que se encontrara.
               Scott empujó un poco más las puertas para que se abrieran y Shasha pudiera pasar.
               -No tengas miedo, Shash. Cuidaremos de ti.
               Shasha lo miró con ojos como platos, temblando como un cervatillo en una reunión de lobos, pero asintió con la cabeza y entró en el ascensor. Entré tras ella, y el último fue Scott, que se inclinó y le dio un beso en la frente a nuestra hermana.
               -Estás siendo muy valiente-le dijo mientras el número de piso descendía demasiado despacio-. Estoy súper orgulloso de ti.
               Shasha levantó la vista y lo miró como si fuera Scott el que hacía que el sol se levantara cada mañana, el que moldeaba las nubes en el cielo, el que retiraba al sol cuando hacía demasiado calor, llamaba a la luna y colocaba las estrellas en el firmamento. Conocía bien esa sensación. Scott también había sido mi primer amor antes de que yo descubriera lo que era el amor romántico, y me alegraba que Shasha todavía estuviera en esa fase con él. Me alegraba de que una de las dos, al menos, tuviera a su persona favorita en el mundo en aquel ascensor.
               No puedo hacer esto sola, sin Alec, pensé cuando el timbre del ascensor tintineó y salimos en tromba de éste, en dirección a la calle. Tommy y Layla iban en cabeza, y consiguieron detener un taxi en tiempo récord. Layla se metió en el asiento delantero, sin dar ningún tipo de explicación, y Tommy nos miró con una disculpa en los ojos.
               -Supongo que nos toca separarnos de momento.
               -Ve con él-le dijo Scott a Eleanor. Chad se lanzó de cabeza al taxi, sentándose tras el conductor. Eleanor miró a su hermano y a su novio alternativamente, como decidiendo si Tommy la necesitaba más a ella o a Scott, y terminó agachando la cabeza y metiéndose en el coche apresuradamente: sabía que Tommy necesitaba más a Scott, pero éste no podía separarse ni de Shasha ni de mí, así que no cabíamos en el coche.
                -Estaré ahí enseguida-le prometió Scott, estrechándolo entre sus brazos mientras yo me asomaba a la calzada y levantaba una mano, rezándole a Dios para que mi vestido fuera lo suficiente llamativo en una ciudad sobre estimulada. Entonces, Tommy se permitió por fin derrumbarse, y se echó a llorar sobre su hombro.
               -No sé qué voy a hacer si le ha pasado algo.
               -No te consiento que hables así, ¿me escuchas, Tommy? No pienses eso ni por un segundo. Estará bien. Claro que estará bien. Sabe que no le conviene que le pase nada, porque como le pase algo, yo la mato por hacerte daño. ¿Me oyes? Ella sabe que yo la mato como te haga daño. Va a estar bien. Sólo es la princesita de este puto país de mierda, la niña mimada comportándose como una cría malcriada y consentida.
               -Chicos, por favor-suplicó Eleanor. Layla estaba gritándole las instrucciones a un taxista que parecía a punto de echarla a patadas del coche. Como no se pusieran en marcha ya, yo no tendría que parar un taxi; tendría que parar dos.
               -Nos vemos ahora. Nos vemos ahora, ¿vale? Entra ahí. Vamos a por tu chica-Tommy se metió en el coche en el momento justo en que un coche amarillo ponía la intermitencia y se detenía frente a mí, y Scott se agachó para seguir tranquilizándolo en la ventanilla-. La vamos a encontrar y le vamos a montar el pollo del siglo por ponerse a perrear como una loca cuando tenemos el último concierto en su ciudad.
               -Scott-lo llamó Shasha. Scott dio una palmada en la puerta del coche, le dio un beso a Tommy en la mejilla, le dijo que no se preocupara, y salió corriendo en dirección a nuestro taxi, conducido por una señora con sobrepeso que abrió los ojos como platos en cuanto lo vio cruzar la acera en nuestra dirección.
               -Al SoHo, por favor-pidió, cerrando la puerta y comprobando que teníamos atados los cinturones. Porque puede que fuéramos adolescentes, puede que Shasha tuviera como hobby hackear las cámaras de Buckingham Palace y yo echara más polvos que él, pero siempre seríamos sus niñas y, por lo tanto, su responsabilidad-. Señora, por favor, tenemos prisa.
               -¿Eres…?-la señora tenía la mandíbula casi rozándole el volante. Scott bufó.
               -Me cago en Dios…-gruñó por lo bajo, y se inclinó hacia delante-. Sí, señora, soy Scott, de Chasing the Stars. Sí, estoy seguro de que su hija es mi fan número uno. Si nos lleva al SoHo ahora, le prometo que le conseguiré entradas en primera fila para nuestro concierto esta noche en el Madison Square Garden para ella y para sus amigas.
               -En realidad es… un hijo.
               -Señora, por favor, ¡siga a ese taxi!-chillé, histérica, viendo cómo el de Tommy, Eleanor y los demás ya se había incorporado al tráfico y se perdía en la marea de coches, pero Scott me puso una mano en el vientre y me empujó hacia atrás.
               -Pues de putísima madre, entonces. Si nos lleva al SoHo, le conseguiré las entradas, le cogeré la bandera arcoíris que fijo va a llevar al concierto, y haré que se la devuelvan firmada. ¿Trato?
               -Es que hoy va a ver Cats.
               Scott se ofendió visiblemente ante aquello.
               -Señora, soy el próximo icono sexual de mi país. ¿De verdad va a dejar que su hijo se pierda la experiencia que es verme en directo por ver una obra de la que hicieron una peli cutrísima con el puto James Corden? Francamente, deberían quitarle la custodia simplemente por permitirle ir allí.
               La taxista pareció salir de su trance, se incorporó al tráfico y, en un semáforo, miró por el retrovisor y preguntó:
               -¿Cómo sabes que mi hijo lleva banderas arcoíris a los conciertos?
               -Porque lo hacen todos los gays.
               -¿Y cómo sabes que es gay?
               Scott rió.
               -Porque las madres de nuestros fans heteros conocen a Diana y a Layla. A nosotros no nos hacen ni caso. Las de los gays, en cambio, nos conocen a los cinco. ¿Quién es su favorito?
               -Chad-dijo la señora, mirando a mi hermano con ojos como platos. Scott chasqueó la lengua.
               -Bueno, podría tener peor gusto. Podría gustarle Tommy.
               -¿Podrías firmarle el disco?-preguntó, revolviendo en la guantera y tendiéndole un recopilatorio de las canciones que habían cantado en The Talented Generation. Scott asintió con la cabeza, lo cogió y continuó con la mano extendida.
               -¿Tiene un rotulador?
               -¿Tú no tienes?
               -¿Por qué voy a pasearme por ahí con un rotulador?
               -¿Qué clase de famoso no tiene un rotulador a mano por si necesita firmar un autógrafo?
               -El famoso que está empezando y no quiere parecer arrogante paseándose por ahí con un rotulador en el bolsillo.
               -¿Cuántos autógrafos has firmado en tu vida?
               -Siete-ironizó Scott.
               -Está en verde-dije yo. La taxista aceleró, y continuó rebuscando en el coche hasta que encontró un rotulador.
               -¿Cómo se llama?
               -Te vas a reír.
               -Menudos nombres más raros ponéis en este país…
               -Se llama Scott.
               Scott levantó la cabeza y clavó los ojos en los de la taxista, que lo miraba riéndose en el retrovisor.
               -No me extraña que le saliera gay, señora. Lo condenó con ese nombre. Mi padre cometió el mismo error-dijo, garabateando en la carátula del disco “con cariño, para Scott, de otro Scott”. 
               Nueva York se convirtió en una película pirateada que no terminaba de centrarse; tan pronto el taxi hacía de los edificios un borrón, colándose entre un tráfico que no colaboraba lo más mínimo, como nos deteníamos durante una desesperante eternidad en un semáforo. Scott miraba por la ventanilla, tamborileando con el talón en el suelo como si así fuera a espolear al vehículo, mientras Shasha tecleaba en su móvil y comprobaba una y otra vez la ubicación que volcaba el teléfono de Diana. Yo sólo podía mirar por las ventanillas de uno y otro, atrapada entre mis hermanos y sin posibilidad de huir. ¿Adónde iría, de todos modos? No tenía forma humana de llegar donde yo necesitaba estar, y donde no sabía si debería. Lamentaba profundamente haberle dicho a Alec que no volveríamos a llamarnos porque no sabía cómo lidiaría con las consecuencias de lo que Diana había hecho esa noche. Necesitaba a mi novio conmigo aunque no estuviera segura de si me merecía apoyarme en él. Egoísta como era, no podía dejar de echarlo de menos y de escuchar lo ruidoso del silencio de Scott, que chocaba frontalmente con cómo Alec habría tratado de arrancarme mis miedos.
               No quería ni pensar en lo que estaría sintiendo Tommy en ese momento. Cuando el taxi se detuvo derrapando sobre el asfalto frente al edificio en el que se suponía que estaba Diana, nos encontramos con que los demás ya estaban allí, y su coche se marchaba en busca de nuevos clientes que fueran más agradables que Layla. Ésta se afianzó el iPad de mamá en las manos,  inspeccionó la fachada con el ceño fruncido y se volvió para mirarnos en el momento justo en el que Scott salía del taxi como una estrella de cine de su limusina el día que le darán el premio a su carrera. Que Scott pudiera aparentar tanta tranquilidad, que se fuera derecho hacia Tommy y lo cogiera por los hombros y le dijera que no había nada por lo que preocuparse hizo que se m revolviera por dentro. Tommy era el centro de su mundo, un imán que lo atraía con la fuerza que ni siquiera tenía el sol, y ahora Tommy estaba mal, y Scott haría lo que fuera con tal  de conseguir revertir esa situación. No podía permitirse fallar ni ser negativo: mi hermano tenía una misión, y no pensaba fracasar en ella.
               Conocía esa sensación. Yo también había tenido la misma misión cuando estaba tratando de hacer que Alec se despertara, luchando por conseguir que volviera conmigo y peleando cada milímetro de distancia que nos separaba. Se me encogió el estómago de nuevo, y me sorprendió no sentir el impulso de tirarme fuera del taxi para vomitar en el arcén.
               -Quedaos ahí-ordenó Scott cuando Shasha y yo salimos del taxi. Señaló el coche con un dedo índice que habría hecho que un avión de carga se detuviera en seco en pleno despegue-. Y no dejéis que se vaya.
               Shasha me miró con ojos como platos, más pálida incluso que cuando Layla se había puesto a gritarle. Estaba completamente muda cuando me giré y le pedí  a la taxista que no se marchara, asegurándole que le pagaríamos todo lo que ella nos pidiera; Shash sabía por qué Scott no quería renunciar a un coche en un mundo en el que había miles, pero más peatones que los necesitaban. Las ambulancias no eran tan rápidas como los taxis.
               Shasha dio un paso hacia mí cuando Scott y Tommy entraron en el local que daba la señal; necesitaba un consuelo que yo no podía darle, en forma de un contacto que sí que podía proporcionarle. Le rodeé los hombros con el brazo y la pegué contra mí a pesar de que era más alta que yo, y miré el edificio: de grandes bloques de piedra de color ceniza, lo presidía una galería de varios pisos con unas lámparas que colgaban del techo, iluminando ya las figuras que se paseaban con parsimonia por su interior. Tenía toda la pinta de ser una galería de arte. ¿Qué hacía Diana perdida en una galería de arte?
               Miré por el rabillo del ojo el móvil de Shasha, en el que el círculo de Diana continuaba parpadeando, y algo captó mi atención en mi campo de visión: volví a levantar la cabeza justo en el momento en que veía que Layla aparecía en los cristales, dirigiéndose con la autoridad de la mayor del grupo más exitoso del momento a un chico vestido completamente de negro. Shasha contuvo el aliento, los ojos puestos en Layla igual que si ésta fuera una aparición de la Virgen cargada de mala leche y necesitara escuchar su voz para recuperar su fe. Le cogí la mano y se la apreté mientras miraba a Layla gesticular como una loca antes de que Chad metiera baza y se dirigiera al dependiente, que por la forma en que había levantado la mandíbula, empezaba a impacientarse con la actitud de Layla.
                Me fijé en las escaleras que daban a un sótano en el momento en que el chico señaló hacia la calle con una mano abierta y se encogía de hombros, sacudiendo la cabeza y uniendo las manos de nuevo. Scott, Tommy y Eleanor intercambiaron una mirada cargada de confusión, y Layla se dio la vuelta y salió de la ventana como una villana de Disney.
               Bajó con tanta energía que me sorprendió que no fuera capaz de cargar los móviles a su alrededor, agitó la cabeza para apartarse el pelo de la cara y miró en dirección a la escalera que el chico les había indicado: resultó que había un local debajo y detrás de la galería de arte al que sólo podía accederse por el día a través de ese pequeño pasadizo, y que por la noche se abría para disfrute de los niños pijos de Nueva York, que bailaban y se metían hasta el amanecer entre unas obras de arte en las que también colaboraban. Lo llamaban “arte vivo”, como si el arte individual estuviera muerto, o algo así.
               Layla bajó las escaleras y se perdió de nuevo en las entrañas del edificio, esta vez en sus bajos fondos. Sólo nos enteramos de que abrió una puerta cuando el ruido de su interior llegó hasta nosotras. Tenían una insonorización increíble.
               El resto de la banda y Eleanor salieron en ese momento del edificio y nos miraron, buscando unas indicaciones que Shasha y yo les dimos con sendos dedos índices cargados de timidez. Siguieron la ruta de Layla y entraron.
               Pasaron cinco minutos dentro.
               Luego diez.
               Cuando llevaban quince yo ya no podía aguantarlo más. Le dije a Shasha que ni se le ocurriera moverse de allí, que se metiera en el taxi para que nadie la molestara, y que esperara a que regresáramos todos.
               -No te metas en Internet-añadí antes de dejarla, no sabía muy bien por qué. El instinto me decía que era mejor mantenerse en la ignorancia antes que confirmar nuestras sospechas, pero, a la vez, me parecía extraño que, si Diana estaba mal, no la sacaran en un pispás para llevarla lo más rápido posible al hospital más cercano.
               Vi que un coche se detenía en doble fila sin poner las intermitencias ni nada, ganándose pitidos e insultos de todos los que llevaba detrás, pero sus ocupantes no podían preocuparse menos por ellos. Harry y Noemí se bajaron de éste, y cruzaron la acera a todo correr, como si supieran exactamente lo que iban a encontrarse allí y no quisieran perder ni un segundo para ayudar a su hija.
               -¿Está aquí?-preguntó Harry sin más, bajando las escaleras y apartándome a un lado para abrir la puerta, sin tan siquiera esperar mi respuesta. Noemí ni siquiera me miró: se lanzó de cabeza hacia el caos de un local que parecía completamente ajeno a que era de día y empezó a gritar el nombre de su hija.
               Entré detrás de ellos y… vaya. Me había hecho un millón de ideas de lo que podía encontrarme allí, pero en ninguna entraba la posibilidad de que el código de vestuario del local consistiera en ropa interior y nada más. Decenas y decenas de cuerpos perfectos y resplandecientes por el sudor se movían al ritmo de una música ensordecedora, luciendo nada más que lencería fina, tops de deporte o bóxers de marcas caras.
               Un portero grande como un armario se interpuso entre Harry y la gente de fiesta.
               -Su ropa-ordenó. Harry abrió la boca e hizo amago de abrirse paso a trompazos, pero el portero ya estaba familiarizado con los famosos que se creían más que nadie por su cuenta bancaria y cuadró los hombros-. Con esa ropa no va a entrar…
               -Vengo a buscar a mi hija. Es menor de edad-escupió Harry-. No debería estar aquí.
               -Aquí no se permiten los actos sexuales, así que los mayores de dieciséis pueden entrar.
               ¿Cómo habían pasado Scott y los demás? ¿Se habían desnudado también para buscar a Diana? ¿Por eso estaban tardando tanto en volver?
                A mi derecha había una puerta abierta tras la que una chica vestida con un peto sobre un top de Calvin Klein doblaba ropa y la metía en bolsas de plástico acompañadas de un número de identificación. Consideré preguntarle si me dejaría ver las últimas bolsas para confirmar si Scott y los demás estaban buscando a Diana vestidos o si, por el contrario, habían sucumbido a la presión de este tío y estaban por ahí en pelotas.
               Las paredes empezaron a cerrarse a mi alrededor, las luces perdieron su fuerza y el oxígeno huyó de la habitación. No podíamos quedarnos aquí. Si Diana llevaba tanto tiempo aquí como para no saber qué hora era, ya no íbamos a encontrarla en un buen estado. Quizá incluso ni la encontráramos. El corazón empezó a latirme tan fuerte que creí que se me saldría del pecho, y entonces…
               Puedo tumbar a este gilipollas, me recordé a mí misma. Había hecho suficiente kick boxing  como para defenderme a mí misma y a los que me importaban, y sabía aprovechar la ventaja física que los demás me sacaban en mi propio beneficio. No había nada que no pudiera hacer contra este imbécil si yo me lo proponía.
               Diana me necesitaba. Había salido de la habitación cuando aún la buscaban porque yo tenía que encontrarla. No había conseguido despertar a Alec, pero aquí estaba mi posibilidad de redención.
               Así que le di un codazo a Harry para que se apartara y señalé al portero con una decisión que bien podría haberme anclado al suelo. Por primera vez en una semana, me creía mi propio poder, y no sólo eso: estaba más que dispuesta a usarlo.
               -¿Tienes idea de con quién coño estás hablando, payaso? ¡Es Harry Styles! ¡Buscamos a Diana Styles! Hace horas que no tenemos noticias de ella y tiene un concierto importantísimo que dar. Así que o te apartas, o te aparto yo.
               El portero me miró de arriba abajo y luego se echó a reír, lo cual empezó a hervirme la sangre. Genial. Esto era precisamente lo que yo necesitaba: que me cabreara lo suficiente como para envenenar mi torrente sanguíneo con adrenalina.
               -¿Tú y cuántos más, mocosa?
               Mocosa. Sonreí. No era lo que el exnovio gilipollas de Layla me había llamado hacía tantos meses, cuando habíamos ido a su casa a pegarle la paliza de su vida por lo que le había hecho a Lay, pero serviría. Dejé que la rabia ante lo evidente de que ese tío se creyera mejor que yo me empapara hasta la última fibra de cada músculo. Servirá.
               A por él, nena, rió Alec en mi cabeza, y recordando sus carcajadas cuando tumbé a Jordan sin apenas esfuerzo al dudar éste de mis capacidades, sonreí.
               -Más bien pregúntate cuántos refuerzos vas a tener que pedir para poder detenerme, cariño.
               Dicho lo cual, me abalancé a por él tan rápido que ni me vio venir. Me convertí en un borrón blanco y negro que impactó en el centro exacto de su plexo solar con los brazos extendidos, de tal forma que se dobló en dos al retroceder. Apoyando un codo en la pared, descargué todo mi peso en él para que, así, mi patada fuera más rápida. Le di en la cadera con el empeine del pie, y éste se dobló hacia un lado, trastabillando y poniendo ambas manos en el estrecho pasillo para evitar perder el equilibrio, caerse y ser un blanco más fácil para mí.
               Lo cual hizo que separara más las piernas.
               Sabrae… advirtió Alec en mi cabeza. Dar en los huevos era un golpe bajo que en el boxeo se castigaba con el exilio social. No sólo te descalificaban, sino que nadie volvía a dirigirte la palabra.
               Suerte que yo no era boxeadora profesional.
               Di un par de pasos para alcanzarlo, apoyé las manos en su torso bien definido (joder, tenía los músculos incluso más duros que Alec; debía de pasarse más tiempo en el gimnasio que trabajando, y eso que no tenía pinta de que en este sitio se respetaran a rajatabla los derechos laborales) y le dediqué una sonrisa lobuna cuando levanté la rodilla a toda velocidad.
               El tío dejó escapar un alarido que se mezcló con la música, y cayó de rodillas a un lado, sujetándose los huevos. Me imaginé a Alec estremeciéndose de pies a cabeza detrás de mí, pero cuando me giré, sólo estaban allí Harry y Noemí, mirándonos al portero y a mí con ojos como platos. La chica del guardarropa tenía los ojos fijos en su compañero, que seguía gimoteando en el suelo; el chicle que había estado masticando estaba ahora sobre la barra de metal tras la que se ocultaba.
               Teníamos menos de un minuto antes de que saliera de su trance y llamara a la policía. Con suerte, no se tomarían la llamada demasiado en serio y tardarían en llegar al local, que seguramente ya había reportado incidentes otras veces. Si no teníamos suerte, se apresurarían a venir a un sitio frecuentado por gente bien, en uno de los barrios pijos de Nueva York. Puede que tuviéramos cinco minutos. Diez, como mucho.
               Y yo era negra y mujer, así que tenía todas las de perder contra la pasma.
               -Vamos a encontrar a Diana-dije, y Harry salió de su trance, cogió a su mujer de la mano y la ayudó a saltar al portero, que todavía gimoteaba en el suelo.
               Alcanzamos una pista de baile abarrotada en la que nadie nos hizo más caso que unas cuantas miradas desconfiadas por no cumplir las reglas y haber entrado allí sin ropa, pero todo el mundo estaba tan pasado que ni se dieron cuenta de quiénes éramos. La sala constaba de varias pistas, cada una escalonada en dirección al fondo del edificio, en el que había unas escaleras que, sospeché, nos conducirían derechos hacia Diana. Empujé y empujé, abriéndome paso entre los cuerpos sudorosos, resistiendo a los empellones que me daban de vuelta y alcancé por fin el final de la sala, que daba a un pasillo ascendente y en espiral, con pequeños cubículos tapados con cortinas de los que manaban gemidos en los que prefería no pensar, por lo mucho que se parecían a los que yo había emitido hacía apenas una hora y que tanto le habían gustado a mi novio. ¿Qué había venido Diana a hacer aquí? ¿Cómo podía interesarle un sitio así, lleno de perdedores que necesitaban desesperadamente presumir de abdominales, cuando tenía a un chico tan increíble como Tommy para ella sola?
               Bueno, no para ella sola. Lo compartía con Layla, pero aun así, era mucho mejor y más de lo que encontraría en este local.
               Ascendí y ascendí y ascendí con las pisadas de los Styles como única compañía, la música haciéndose más tenue a medida que me alejaba de la pista del local, los gemidos más audibles ahora, y llegué a una habitación en la que…
               Me detuve en seco y noté que me ponía colorada como un tomate. La gente allí no llevaba nada de ropa. La habitación era blanca, con muebles blancos, suelos acolchados también blancos; el único toque de color lo ponía una maraña de personas acariciándose y gimiendo y jadeando y…
               Alguien me agarró del brazo y yo chillé.
               -¡Te dije que te quedaras fuera!-me recriminó Scott. Tiró de mí para meterme en un reservado con las paredes rojas, un sofá circular rodeando las paredes, una mesa atestada de drogas en el centro y ¡Diana! ¡Diana espatarrada en el sofá, riéndose mientras miraba a Tommy, que le estaba echando el broncón del siglo mientras Layla lloraba en una esquina, en los brazos de Chad!
               -Ya está. Sólo nos ha dado un susto, ya está. Está bien.
               -¡ESTÁS DESCONTROLADA!-bramaba Tommy, completamente fuera de sí-. ¡NO PUEDES IRTE POR AHÍ Y METERTE TODA LA MIERDA QUE TE PONGAN POR DELANTE, DIANA! ¡TE VA A TERMINAR DANDO ALGO! ¡ESTÁS PUESTÍSIMA! ¡¿SABES SIQUIERA QUIÉN SOY?!
               -Sería capaz de reconocerte por esta polla en cualquier parte-ronroneó Diana, acariciándole al entrepierna. Pude ver cómo Tommy luchaba por controlarse para no soltarle una bofetada, algo que, en esa situación, me parecía justificado.
               -Será mejor que no entréis-dijo Eleanor, interceptando a sus padres justo a tiempo. Tenía razón. Daba pena y vergüenza ver a Diana: tenía el maquillaje corrido, el top y las bragas de Calvin Klein a juego manchadas de tantos colores que ni me atreví a pensar en lo que debía de haber estado haciendo, el pelo revuelto.
               Marcas de labios y dientes en el cuello, los pechos, los abdominales y los muslos. Me dieron ganas de vomitar. Por eso Eleanor no quería que Harry y Noemí vieran a su hija.
               -Me he puesto hasta el culo de coca porque me muero de ganas de follarte colocada-le dijo a Tommy, como si estuvieran ellos solos en la habitación-. ¿Sabes los polvazos que he echado aquí? Me encanta este sofá.
               Scott estaba apretando tan fuerte la mandíbula que creí que se terminaría rompiendo los dientes.
               -Es guay que te hayas traído a los demás. Por mí pueden mirar-ronroneó, poniéndose de pie y yendo a besar a Tommy, que se apartó de ella y se lanzó de nuevo a por ella cuando vio que no era capaz de mantenerse en pie por sí misma.
               Aun así, Diana se pasó la mano por la nariz, y la ver que todavía le quedaba un poco de coca, se lamió el dorso de la mano igual que un gato.
               -¡PARA!-ladró Tommy, pero ya era tarde. Diana se echó a reír y se inclinó a darle un beso.
               -Eres tan guapo…
               -Estoy hasta los huevos, Diana. Has perdido el puto control completamente. No puedes seguir así.
               -Son sólo unas rayitas.
               -Unas rayitas es lo que te metes de fiesta conmigo. ¿Qué coño te has metido aquí, eh? ¿Qué coño te ha dado Zoe?
               -Zoe no está.
               -Menuda novedad-ironizó Scott.
               -La dejé en casa y me volví. Es la verdad-añadió, tratando de enfocar a mi hermano-. Tú la odias porque le pusiste los cuernos a Eleanor con ella, pero es buena persona. Es mi amiga.
               -¿Qué coño haces saliendo sin Zoe, Diana?-ladró Tommy. Diana se encogió de hombros.
               -Tengo más amigos en Nueva York. Me apetecía verlos y pasármelo bien antes de volver a la ruta. Madre mía, qué guapo estás…
               -¿Qué amigos? ¿Qué amigos, Diana? ¿Son los que te han dejado llena de marcas?
               -¿Marcas?
               -Sí-Tommy le cogió el brazo y se lo mostró. Tenía chupetones incluso en la cara interna del antebrazo-. Marcas. ¿Tus amigos te han hecho esto, Diana?
               -Anda-Diana se tocó el brazo y frunció el ceño-. Qué gracia. No recuerdo que esto estuviera aquí antes.
               -¿Te han hecho algo?
               -Thomas-advirtió Scott.
               -¡SÓLO ESTOY PREGUNTANDO!-bramó.
               -No le preguntes algo que no sabes cómo va a afectarte.
               -Prefiero que me diga si le han hecho algo o si lo ha hecho ella a preguntármelo toda la vida.
               -Nop. Lo han intentado, pero yo no me he dejado. Soy tuya, inglés-ronroneó, echándole los brazos al cuello-. Yo sólo follo contigo. Joder, hace tanto calor aquí. Necesito…-dijo, estirándose a por una botella de champán que tenía encima de la mesa, metida en un cubo con hielo para mantenerla fría.
               -Ah, no. Ni de coña. Ya estás bastante jodida-Tommy le arrebató la botella y la alejó de ella, que soltó una risita y se puso a dar brincos.
               -¿Quieres que beba de ti?-preguntó, y le lamió el punto en que su cuello se unía con su hombro. Tommy se puso completamente rígido, y supe que estaba luchando con todas sus fuerzas por no abalanzarse sobre Diana, quitarle la poca ropa que llevaba, quitársela él y follársela tan fuerte que ella no pudiera andar en varios días.
               Lo sabía porque así era como Alec reaccionaba cuando yo hacía eso con él.
               -Joder, adoro tu sabor.
               -¿Te crees que estoy jugando, Diana? ¿Sabes lo preocupadísimos que nos tenías a todos?-la empujó hacia el sofá, y ella se apartó el pelo de la cara y tomó aire sonoramente, tratando de enfocarlo-. Tienes el móvil apagado. Me parece un puto milagro que lo tengas siquiera contigo. Llevamos buscándote como locos más de dos horas. ¿Tanto te costaba decirnos adónde ibas?
               -Se me ha complicado un poco la mañana.
               -¿¡La mañana!? Diana, son las putas ocho y media de la tarde.
               Diana parpadeó, y luego sonrió, estirándose y bostezando. Y luego, se quedó completamente quieta y abrió los ojos como platos. Pareció ser consciente por primera vez de cuánta gente había en la pequeña habitación.
               -No puede ser. En una hora tenemos el concierto.
               -El puto concierto es lo de menos. Lo que a mí me importa es que llevas aquí metida sabe Dios cuánto tiempo, metiéndote sabe Dios qué mierdas en el cuerpo, y no te ha pasado nada de putísimo milagro. He sido todo lo paciente que he podido contigo, Diana, porque sé a la presión que estás sometida y sé que no es momento de pedirte que hagas ningún esfuerzo extra, pero esto se te ha ido completamente de las manos. Eres adicta, Diana. No te metes rayas porque te apetezca; te metes porque las necesitas, y cada vez vas a más. ¿Tienes idea de lo que…?-Tommy se pasó una mano por el pelo y bufó-. ¿Sabes lo que hemos creído todos? Creíamos que te había dado una puta sobredosis y que estabas por ahí tirada, y nosotros no podíamos hacer nada para ayudarte. Gracias a Dios que está aquí Shasha, y te ha podido localizar con el móvil, porque no teníamos ni puta idea de por dónde empezar a buscarte. Y todo porque has perdido la puta noción del tiempo en un sitio lleno de todo tipo de sustancias. No puedes venir a sitios así tú sola.
               -Todavía estoy lúcida.
               -¿¡Lúcida!? ¿¡Vas en serio!? ¡Si ni siquiera sabes en qué momento del día estamos!
               -Me he acordado del concierto, ¿no?
               -¡QUE ME LA SUDA EL CONCIERTO! ¡Necesito que entiendas que lo que me preocupa no es si lo damos o no, sino que seas capaz de desaparecer durante horas para meterte de todo y no decirme nada!
               -No me he pinchado-dijo Diana, sorbiendo por la nariz, y Tommy dio un paso hacia ella de tal forma que Scott se metió entre los dos.
               -Eh, eh, eh, eh. Ya está. Ya está. Vamos a tranquilizarnos todos un poco. Lo peor ha pasado, ¿no? Ya la tenemos y sabemos cómo está. No está para actuar, eso es evidente, pero al menos está bien…
               -Sí estoy para actuar.
               -No está bien, Scott.
               -estoy bien. Me he metido poco menos de lo que me metía en el programa, cuando no me hablabais-acusó, hiriente, y Tommy tomó aire-, cuando dejaba que los cerdos de los productores abusaran de mí por un par de paquetitos de coca para hacerlo todo más llevadero.
               -¿Qué dejabas que los productores hicieran qué?
               -Porque sí-continuó Diana, haciéndole caso omiso-, hacen que se me haga todo más llevadero. No tienes ni puta idea de las cosas por las que he pasado, Tommy. Ni puta idea. Así que lo siento si me meto rayas de vez en cuando, o si me voy de fiesta y bebo más de la cuenta, pero es que es lo que soy. Y, si me quieres, se supone que te tengo que gustar así, con lo bueno y con lo malo.
               -No vas a hacerme quedar como el malo de la película por quitarte las cerillas de la mano después de que te hayas rociado con gasolina, Diana. Ni de puta fula. Y tú-añadió, pasando una mano por la mesa y mostrándole la palma blanca, ante lo que Diana se relamió los labios como un perro al que le muestran una salchicha. Y la pobre decía que lo tenía controlado… no tenía la más mínima idea-, no eres esto. Eres una tía increíble y flipante a pesar de esto. Imagínate lo que serías capaz de hacer si pidieras ayuda.
               -Yo no necesito ayuda. ¡Necesito que me quieras tal y como soy!
               -¡YA TE QUIERO TAL Y COMO ERES!
               -¿¡Entonces por qué me sermoneas!?-chilló-. ¡Llevo metiéndome desde antes de acostarme contigo! ¡No sabes quién era yo antes de las drogas! ¡Te has enamorado también de la drogadicta!
               -No es verdad. No es verdad, Diana. No es verdad-Tommy sacudió la cabeza.
               -Sí que es verdad. que lo es. Y no lo soportas, ¿a que no? No soportas sentir por una asquerosa drogadicta como yo exactamente lo mismo que sientes por Layla, que es buena y pura y jamás te haría pasar por lo que te hago yo. No lo soportas, Tommy. Eso es lo que te jode de mí. Por eso quieres que lo deje. Porque no puedes quererme sin sentirte culpable.
               Ninguno de los que estábamos presentes lo vio venir; puede que ni siquiera Tommy supiera lo que iba a hacer hasta que lo hizo. Se abalanzó sobre Diana y la agarró por la mandíbula para obligarla a mirarlo y, de paso, callarse.
               -Quiero que lo dejes-dijo-, porque no quiero volver a encontrarte en ningún sitio como estás ahora. Quiero que lo dejes porque sé que puedes hacerlo todo igual de genial estando completamente sobria. Quiero que lo dejes para que así también te desenganches de mí si es lo que necesitas. Y quiero que lo dejes-escupió-, porque no me merezco entrar un día en el baño y encontrarte muerta en el suelo de una puta sobredosis, Diana.
               Le soltó la mandíbula con fuerza y se incorporó mientras Diana lo fulminaba con la mirada.
               -¿Te crees que nos merecemos lo que nos has hecho pasar? ¿Que Chad lo merece? ¿Lo hace Layla? ¿Eleanor? ¿Sabrae? ¿Scott o yo? Shasha está ahora mismo en la calle, temblando como una hoja mientras se pregunta si estamos intentando reanimarte o algo así.
               -Shasha es una cría y vosotros sois unos dramáticos-respondió Diana, estirándose a por el champán, que Scott había dejado de nuevo en el cubo y que ahora Tommy no le impidió coger-. Así no es como se hacen las cosas en Nueva York. Todo el mundo se mete y no pasa nada.
               Dio un sorbo del champán y apoyó un pie en la mesa, desafiante.
               -Tú ya no vives en Nueva York.
               Diana arqueó una ceja.
               -Puedes sacar a la Diosa de Nueva York, pero no puedes sacar a Nueva York de la Diosa.
               Se encogió de hombros y dio un nuevo sorbo. Y luego otro, y otro más, bajo la mirada impotente de Tommy, que ya no sabía cómo hacerla razonar.
               -Te tienen tan comida la cabeza que ya te crees que la situación es normal.
               -Mira, sé que desde fuera la cosa parece súper peligrosa, pero luego cuando la pruebas tampoco es para tanto. Es divertido. ¿Tiene sus riesgos? Sí, pero yo no soy estúpida. Siempre he tomado la dosis justa para no generar adicción. No soy tonta, Tommy. Sé lo que puede hacerle a mi carrera el que me pillen metiéndome algo que está socialmente mal visto.
               -¿Y cancelar un concierto no?-preguntó mi hermano, y Diana lo miró de una forma que irradiaba tanto poder que parecía ser ella la única persona vestida en la habitación, y los demás estar desnudos.
               -No vamos a cancelar ningún concierto. Sólo necesito ducharme y estaré lista. Podemos empezarlo más tarde-se encogió de hombros-. Nuestros padres lo hacían todo el rato y bien que les lamían el culo.
               -No vas a salir al escenario así-sentenció Tommy.
               -Intenta impedírmelo-le retó Diana-. Estamos en mi puta ciudad. Me gustaría ver la que te montan por no dejarme salir a actuar en mi casa.
               -Creo que no me he explicado con claridad. Como pongas un pie en el escenario, yo no voy a salir a cantar, ¿he sido claro? No pienso colaborar en esta misión suicida que te traes entre manos, Didi. No voy a actuar contigo en este estado.
               -Lo dices como si fuera a notárseme.
               -¡Es que se te va a notar!
               Diana sorbió por la nariz.
               -Me tomaré unas pastis y nadie se dará cuenta. Igual que llevo haciendo desde la primera actuación-escupió-. Lo que pasa que era más discreta y procuraba que no me vierais.
               -Otra vez, la coca hablando-suspiró Tommy.
               -No es la coca. Soy yo.
               -Entonces-respondió Tommy, cogiéndole la botella de las manos y dejándola en el cubo-, no te importará repetírmelo. Mirándome a los ojos esta vez-añadió, cogiéndole la mano y tirando suavemente de ella para ponerla en pie-. A ver si colocada eres capaz de mentirme mejor.
               Diana tragó saliva, cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, y levantó la mandíbula, mirando a Tommy con un desafío en la mirada que bien podría dispararle con la ceja que arqueó. Tommy simplemente esperó, y todos en la habitación aguantamos la respiración. Diana tomó aire por la nariz y se mordisqueó los labios.
               Y, finalmente, bajó la mirada. Porque no podía decirles a los demás algo que todos sabían: había estado completamente limpia en las actuaciones porque con el amor del público y de sus compañeros le bastaba para ser feliz. No necesitaba ningún edulcorante para una sensación que ya era perfecta.
               Tommy dio un paso hacia ella, hasta que sus cuerpos quedaron casi pegados. Le puso una mano en la mandíbula y le acarició la mejilla.
               -Dile a la coca que voy a luchar por ti.
               Diana levantó la vista y lo miró.
               -Yo no te voy a dar la espalda, Didi.
               Su pulgar se paseó por sus labios y yo sentí los míos arder. La estaba tocando como me tocaba Alec. La estaba consolando como me consolaba Alec.
               -Y, aunque me quites años de vida con estos sustos que nos das a veces… eres demasiado valiosa como para que yo me permita perder.
               Diana tomó aire y lo soltó despacio, analizando el rostro de Tommy como si lo viera por primera vez.
               -Daos un beso-dijo Chad, el favorito del público y con diferencia el que más protagonismo le daba. Layla se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y miró, contenta, ya ella misma otra vez, cómo Tommy depositaba un suave y dulce beso en los labios de Diana, que se echó un poco hacia atrás, como si creyera que no se lo merecía, como si creyera que no debería ser ella a la que Tommy quisiera… hasta que Tommy la tomó de la cintura con la mano libre y la pegó más a él, y ella le puso las manos en las mejillas y se permitió responder al beso también.
               Scott puso los ojos en blanco.
               -Si la premias cada vez que haga esto, lo va a seguir haciendo.
               -A ti lo que te jode es que no me haya metido lo suficiente como para que salgas a cantar As it was por mí-soltó Diana, sonriendo con chulería. Puede que se hubiera esnifado de todo, pero sí que parecía tan espabilada como siempre. Lo cual era preocupante, porque eso significaba que tenía más tolerancia de la que pensábamos.
               -No. Lo que me jode es que te pienses que yo saldría a cantar una canción de tu puto padre, cuando un pedo del mío ya suena mejor que cualquier cosa que haga él.
               -Lo siento. No hablo el idioma de los que no tenéis canciones basadas en vuestro nombre.
               -Te llamas como una canción, chata-se picó Scott-. No al revés.
               -Deberíamos cantar Diana esta noche-susurró Diana, jugueteando con el pelo de Tommy. Se sentía feliz de sentir el calor de las manos de él en su piel, de saber que tenía a alguien que la buscaría hasta debajo de las piedras, y resplandecía de una forma en que no debería resplandecer una chica que hacía unos minutos era la pura representación de la decadencia.
               -Lo que deberíamos hacer es movernos para tratar de llegar a tiempo al Garden-replicó Layla. Ya no había ni rastro de la rabia ni la desesperación que había poblado su voz cuando se había temido lo peor de Diana, pero consiguió ser lo bastante autoritaria como para que Tommy y Diana se separaran y ésta mirara hacia abajo, al desastre que había en el suelo de la habitación y que, esperábamos, pronto dejaría atrás. No sabía cómo lo conseguiría Tommy, pero estaba convencida de que acabábamos de presenciar cómo la pareja atravesaba un punto de inflexión en su relación. Tenía esperanzas en que Diana se rehabilitara después de esto, simplemente porque Alec había sido capaz de cambiar y empezar a quererse porque yo le había convencido de que tenía ese derecho. Y es que, a veces, eso es lo único que necesitas: no el saber que debes quererte, sino que tienes derecho a hacerlo.
               Diana se sujetó con fuerza a la mano de Tommy, e incluso se escondió un poco detrás de él, escudándose en la protección que sólo te brinda el chico del que estás enamorada, cuando salimos por fin de la habitación, ella con un bolso minúsculo en la mano que tenía libre, y nos encontramos con sus padres, histéricos perdidos por todo lo que habían tenido que esperarnos y lo que eso había supuesto para su imaginación.
               -Tenemos que hablar muy seriamente, nosotros y tú-dijo su madre, y Diana asintió con la cabeza, pero se apartó el pelo del hombro y les pidió que esperaran a que hiciera lo que tenía que hacer. La tía de verdad iba a intentar llegar al concierto.
               La verdad es que no podía más que admirarla. Estaba hecha mierda, puesta hasta las cejas, le costaba caminar… y aun así iba a intentar prepararse. Tenía todos mis respetos, y mientras la escuchaba ducharse y calentar la voz al mismo tiempo, no podía dejar de imaginarme a Alec sentado en el sofá, un tobillo sobre una pierna, el codo apoyado en el reposabrazos del sofá y dos dedos tapándole la sonrisa, y soltando cada dos minutos:
               -Esta chavala es jodidamente legendaria.
               Me di cuenta de que yo me merecía pensar en Alec así: sin remordimientos, sin ocultarlo bajo la capa oscura de culpabilidad que mis dudas en él me estaban instalando. Necesitaba que Tommy me enseñara a tener la confianza en mí misma y en el bien que le había hecho a Alec que él había exhibido con Diana: estaba segura de que se había marcado un farol con lo de las actuaciones y las drogas. No podía saberlo a ciencia cierta, pero se había guiado por un presentimiento que había resultado ser la verdad, como yo debería haber hecho también. Mi primer impulso había sido creer que Alec me mentía, así que no podía estar todo perdido conmigo, ¿no?
               Decidí que lo abordaría en cuanto saliera de la ducha, que estaba compartiendo con la americana.
               -No te la habrás follado-acusó Scott en cuanto lo vio salir de la ducha, envuelto en una toalla, el pelo goteando por la habitación, el pecho desnudo y él, muy sonriente. Como si todo fuera bien. Tommy lo miró y se rió, y yo me di cuenta de que sus ojos chispeaban. Scott exhaló un bufido-. Genial. Espectacular, T. Vamos a retrasar un concierto en nuestro primer año de carrera porque tú necesitabas echar un polvo.
               -No suponen ni cinco minutos y dicen que ayuda a metabolizar antes las drogas.
               -¿Quién lo dice?
               -Los científicos.
               -¿Qué científicos?
               -Los que escriben blogs de ciencia.
               -¿Los que…? Madre mía-Scott se pellizcó el puente de la nariz-. Voy a abrirme un blog y escribir que eres un Pterodáctilo, ¿crees que eso lo va a hacer más verdad?
               Por toda respuesta, Tommy abrió la boca y exhaló un graznido como los de las películas de dinosaurios. Scott se lo quedó mirando.
               -A veces lamento muchísimo que en Durex no hagan condones irrompibles.
               -Yo también.
               -¡Retira eso! ¡Soy lo mejor que te ha pasado en tu patética existencia!
               -¡Tengo millones de años, tío! No te des tanta importancia.
               Scott exhaló un gruñido y puso los ojos en blanco, sacudiendo con la cabeza, y se separó de Tommy, en lo que yo vi mi oportunidad para abordarlo. Ya estaba casi dentro de su habitación, así que tuve que colarme en ella, ignorando la reprimenda de “¿adónde vas tú ahora? ¿Te parece que tiene pocas novias ya?”.
               -T-musité, y él alzó las cejas, expectante. Era un poco más bajo que Alec, no estaba tan musculado, le faltaban esas cicatrices que yo amaba tanto, y no tenía sus ojos, pero… jo. El pelo y la piel eran prácticamente iguales. Cuánto lo echaba de menos. Necesitaba permitirme echarlo de menos ya.
               -Ey, Saab. Has estado genial esta tarde. Quería que lo supieras-dijo, recolocándose la toalla.
               -No ha sido nada.
               Bueno, sí que había sido. Había vuelto a tumbar a un tío que me sacaba tres cabezas y posiblemente me triplicara el peso, pero… había hecho lo que tenía que hacer, igual que Tommy, igual que Scott, igual que todos. Y ahora debía seguir haciendo lo que tenía que hacer.
               -Yo… estaba pensando si… luego tendrías un ratito para charlar.
               -Tengo un ratito ahora-respondió, encogiéndose de hombros. Me rasqué la nariz.
               -Es que… quiero poder hablar con libertad, sin estar apurada por no dejar la conversación a medias. Es un tema importante.
               Tommy parpadeó y me miró con los ojos entrecerrados.
               -Esto… vale. ¿Tengo que preocuparme?-puso los brazos en jarras, y yo intenté no mirarle los abdominales y no pensar en los de Alec.
               -No. No es nada. O sea, sí es algo. Pero no es nada. Es sobre Alec.
               Tommy se quedó totalmente quieto y callado.
               -¿Qué pasa con Alec?-y luego, se movió al fin. Dejó caer los brazos y se rascó el vientre-. ¿Está bien?
               -Está bien. Sí. Todo está bien-está genial, me atrevería a decir, recordando el tono ronco de su voz mientras me decía que adoraba mis preciosas tetas o que echaba mucho de menos el sabor de las mieles de mi entrepierna.
               -Entonces, ¿por qué quieres que hablemos de él, Saab? O sea, no me malinterpretes, yo encantado de hablar contigo y tal, pero… ¿no tienes ya un montón de gente con la que hablar de chicos?
               -No. Es que esto necesito hablarlo contigo. Mira, es que-tomé aire-, no me puso los cuernos.
               Cogió aire, y algo en su aura cambió. No sabría decir el qué, pero noté que se había puesto en alerta, como si creyera que estaba tratando de pillarlo con el pie cambiado.
               -¿Cómo que no te puso los cuernos?
               -Fue todo un malentendido.
               -Sabrae, te volviste chiflada. Casi te violan por eso. ¿Qué me estás contando?
               -Es muy largo de explicar, y creo que lo mejor es que lo hablemos con calma. Pero tú me creíste cuando yo os lo dije. ¿Por qué?
               -¿Qué por qué? Pues porque, ¿por qué ibas a mentirme con algo así? Y parecías tan convencida. No sé. ¿Por qué no iba a creerte?
               -Porque conoces a Alec de toda la vida. Incluso mejor que yo.
               -Yo no conozco a Alec mejor que tú, Sabrae-se rió Tommy, negando con la cabeza.
               -Pero sois amigos de siempre.
               -Ya, y yo conozco muy bien al Alec que es conmigo. El Alec que es contigo es un poco más misterioso para mí.
               -¿Y crees que el Alec que es contigo sería capaz de ponerme los cuernos?
               -Emm… no sé si me estoy metiendo en un embolado o algo, o si él está en un lío, porque si quieres que hablemos en serio de esto…
               -Necesito entender, T.
               -Entender, ¿el qué?
               -Por qué todos me creísteis cuando os dije que me había sido infiel. Por qué nadie salió a defenderlo.
               -Pues… porque tú estabas segura. Y él estaba lejos. Y aunque no pareciera propio de él… no sabemos cómo lo está pasando. Una semana no parece mucho tiempo como para cambiar todo lo que yo creo que él tendría que cambiar para serte infiel y hacerte daño, pero no sabemos lo que está viviendo y puede que para él sí sea tiempo suficiente.
               -Entonces, ¿tú crees que tendría que cambiar para hacérmelo?
               -¿Te lo ha hecho sí o no?
               -Estoy hablando de un caso hipotético. No ha hecho nada.
               -Sabrae-rió Tommy, y, joder, si no lo hizo en el mismo tono en el que Alec decía mi nombre… se lo había escuchado un millón de veces antes, ¿por qué me sorprendía que lo hiciera sonar así?-, a ver. Que estamos hablando de Alec. Puede ser muchas cosas, pero no es ningún mentiroso. Nos ha dado la tabarra contigo desde que os enrollasteis. Está obsesionado. Da hasta grimita. Si se volvió monógamo por ti, por el amor de Dios. Él, que lo único a lo que le había sido fiel antes era a su marca de condones preferida. Nos ha llegado a decir que no le interesan ya ni las orgías ni el porno ni nada que esté relacionado con el sexo pero en el que tú no participes porque ya no le interesa si no es contigo. Claro que tendría que cambiar para ponerte los cuernos. Joder, tendrían que convertirlo en una persona completamente distinta. Pero ahí está la cosa-abrió los brazos y se encogió de hombros-, que si ahora lo es… no sé. Dijiste que te había sido infiel y yo te creí. Sin más. No le di más vueltas. Me extrañó, sí, pero decidí creer tu palabra porque tú sabes quién es ahora mejor que yo.
               -¿En ningún momento dudaste?
               -No.
               -¿Por qué?
               -Porque casi tengo que pegarme con una panda de tíos para impedir que te pongan las manos encima porque tú estabas desesperada por joderte la vida. Entiende que si te veo tan desestabilizada piense que la razón que me des para explicarlo sea real. Sobre todo si es algo tan jodidamente descabellado como que don Alec Tengo Que Aprobar El Puto Curso Para No Decepcionar A Mi Novia te ha puesto los tochos. Aunque, claro, también es verdad que la ansiedad se lo come vivo a veces, y siempre tiende a engrandecer todo lo que hace mal y minimizar lo que hace bien, así que… no sé-se rascó el mentón, pensativo-. Oye, tengo que vestirme, pero si quieres que hablemos de Alec, sin problema. Eso sí, como en algún momento te pongas a lloriquear por lo bonita que tiene la polla o algo así-puso los ojos en blanco-, me piraré de la conversación, ¿estamos?
               -En todo caso lloriquearía por lo grande que la tiene.
               -Uf, no quiero oírlo, Sabrae.
               -Aunque también es bonita, ahora que lo dices.
               -Ésa es la típica cosa que no necesitaba escucharle decir a mi hermana pequeña-se quejó, y yo me reí. Me colgué de su cuello y le di un beso en la mejilla, y cuando él me puso una mano en los lumbares y me atrajo hacia sí, me sentí bien. Puede que la conversación que fuéramos a mantener me hiciera daño, ya que si seguía por esos derroteros, me confirmaría que había sido una tonta por haber creído a Alec cuando nadie más lo habría hecho, pero… necesitaba hacerlo. Necesitaba que Tommy me diera su versión de cómo había visto las cosas y me ayudara a entender un poco mejor.
               -Gracias, T. Y hoy tú también has estado genial. En serio.
               -Gracias, peque. La putísima bala que hemos esquivado, fiu-se limpió el sudor de la frente de modo exagerado-. A veces no me creo mi suerte.
               -No se llama suerte cuando te lo trabajas.
               Tommy rió entre dientes, asintió con la cabeza y me dio una palmadita en el culo cuando me di la vuelta para irme. Me giré y le solté:
               -Alec te cortaría la mano si te viera hacer eso, así que más te vale aprovechar mientras no esté.
               -Alec se descojonaría y me diría que lo hiciera más a menudo. Le encanta que la gente pruebe lo que sabe que sólo él puede disfrutar del todo. Adora que le tengan envidia.
               -¿Y tú se la tienes a él?
               Se relamió la sonrisa.
               -No sé cómo puedo contestarte a eso sin insultarte.
               -Yo tampoco me escogería a mí si fuera contra una modelo, tranquilo.
               -Ahora entiendo un poco mejor por qué te pusiste como te pusiste cuando creíste que te había sido infiel.
               -¿Sí? ¿Por?
               -Porque crees que tienes suerte porque él te siga mirando incluso cuando Diana está en la misma habitación. No la tienes por eso. La tienes porque está enamorado de ti. Y no es suerte si te la trabajas. Y tú te has trabajado cada miligramo de amor que te tiene, Sabrae. No conozco a nadie que se haya esforzado tanto por alguien que le importa como tú lo has hecho por él.
               -Yo sí-contesté, apoyándome en el vano de la puerta y columpiándome un poco en él-. A Alec. Volvió de entre los muertos por mí, ¿recuerdas?
               -Joder-chasqueó la lengua y sacudió la cabeza-. Los demás no tenemos ninguna posibilidad con nuestras pibas.
               -No con ésta-negué con la cabeza, sintiendo que florecía por dentro. Ésa es mi chica, me había dicho hacía tantos años que era vergonzoso que recordara perfectamente su cara, más joven; su voz, un poco menos grave; sus ojos, igual de canallas; los olores del restaurante de comida rápida o las conversaciones como murmullo de fondo. Había sido lo que más me había enorgullecido de todo lo que me habían dicho en mi vida, lo que más había repetido en bucle incluso cuando ni yo misma me lo permitía. Que él me llamara “mi chica” incluso cuando yo creía que le odiaba y yo no fuera capaz de sacármelo de la cabeza desde entonces, que me retorciera del gustirrinín que me daba escuchárselo decir cada vez que lo hacía, ya era bastante indicador de que lucharía y ganaría por recuperar la tranquilidad al quererlo. Alec no se merecía menos: no se merecía a alguien que le quisiera sin reservas y sin dudar de que se equivocaba cuando confesaba un error; se merecía que yo le quisiera sin reservas y sin dudar de que se equivocaba cuando me confesaba un error. Me había elegido a mí de todas las chicas del mundo. Si les había dicho “ésa es mi chica” a otras chicas, jamás había sido con la sinceridad con la que me lo había dicho a mí.
               Saldríamos de esta. Tommy tenía la clave, y sentía que me la daría después del concierto, cuando pudiéramos hablar largo y tendido de lo que había pasado. Al final, todo había salido bien, después de todo. La suerte que siempre me había acompañado, desde que mis padres me encontraron en el orfanato, desde que me habían puesto mi apellido y que me asaltaba cuando levantaba la cabeza, desnuda en una cama que no era la mía, y me encontraba con que los dedos que jugaban con mi pelo eran los de Alec, no me había dado la espalda.
               Resplandecía. Me sentía como si me hubiera tragado un sol, mi sol personal. Incapaz de contenerme, me metí en la habitación en la que había disfrutado tanto hacía unas horas, cogí el móvil y le grabé un videomensaje a Alec jugueteando con mi pelo, enseñándole mi vestido, diciéndole que habíamos tenido un día de locura pero que todo estaba bien, que me lo había pasado genial, que lo echaba muchísimo de menos y que me moría de ganas de volver a verlo.  Lo achucharía tan fuerte que lo espachurraría.
               Y, al igual que yo brillaba, también lo hacía Diana. Cuando salió de la ducha, vestida con unos vaqueros y una camiseta blanca, tenía dentro de ella el brillo que sólo te da la esperanza. Aunque en sus ojos todavía notabas el efecto de las drogas, parecía tenerlo dominado y ser capaz de controlarlo lo suficiente como para dar un buen espectáculo. Por la forma en que nos miraba a todos, supe que estaba agradecida de que hubiéramos apostado por ella al ir a buscarla y lo volviéramos a hacer dándole la oportunidad de despedirse de su ciudad. No quería decepcionarnos y no lo haría.
               Aquel concierto iba a ser diferente, y Diana no podía renunciar a él. Las entradas se revendían al quíntuplo de su precio original en las webs de reventa, y todo porque ningún neoyorquino quería perderse a su vecina brillando con luz propia en una de las mecas musicales por excelencia. Todos en el programa sabían que Nueva York iba a ver a Diana, y que los demás eran relleno.
               Por eso nadie protestó cuando los organizadores sacaron la lista de canciones que se cantarían en ese concierto, un poco distinto a los demás. Diana abría y cerraba la actuación igual que la modelo de honor en un desfile. Cantaría sola al principio y cerraría también el concierto, y todos se alegraban por ella y nadie se quejó de favoritismo, porque no era favoritismo de la productora, sino del público, que era soberano.
               Diana bordó todas y cada una de las actuaciones. Empezó el concierto entre los gritos de Nueva York, de pie sobre la boca del escenario, vestida con un camisón de lentejuelas con los colores de los Giants, un 19 STYLES en la espalda en rojo y blanco. Le habían maquillado los ojos con un ahumado turquesa que hacía que sus ojos parecieran las esmeraldas más caras de la historia, y tenía los labios rojos como la sangre.
               -Walking through the fire, please don’t let me go. Take me to the river, I need you to know…
               -I’M BURNING UP-cantó Nueva York con ella, que se sumó a las bailarinas que aparecieron a ambos costados, moviendo las piernas como si hubiera nacido en una sala de ballet en lugar de sobre las pasarelas. Avanzó por la pasarela del escenario, provocó a su público, anunció con júbilo al chico de Thr3some que salía a cantar con ella, y cuando terminó, se inclinó para agradecer los aplausos y dio paso a sus compañeros.
               -¡Damas y caballeros, les presento a la nueva generación de The Talented Generation! ¡La definitiva!
               Parecía mentira lo bien que lo hacía en el escenario, y cuando regresaba a descansar fuera, apoyaba las manos en las rodillas, se inclinaba hacia delante y se concentraba en respirar, sólo en respirar. Se recuperaba a sí misma, se arrancaba del control de las drogas con una efectividad casi imposible. Bebió y bebió y bebió agua hasta que no quedaron más botellas y tuvieron que enviar a un becario a conseguir más. Se dejó cambiar de ropa, se concentró en escuchar las indicaciones de los demás, y cada vez que salió al escenario se crecía, como si extrajera la energía directamente de la gente. Las canciones se fueron sucediendo, Diana bailó y cantó con los demás, comiéndose el mundo y recibiendo las ovaciones más fuertes, pero cada vez que volvía, estaba más y más agotada. A duras penas atinó a firmar la bandera arcoíris que Scott había prometido que le devolvería al hijo de nuestra taxista.
               Mientras Eleanor cantaba Bang Bang, la penúltima canción del concierto, tuvieron que ponerle los pantalones de charol azul turquesa, con el corte a lo créditos finales de Mamma mia, como si fuera una muñeca. Le abrocharon el sujetador a juego y Tommy cogió el abrigo de piel de imitación blanco que le tendieron.
               -Ya lo has hecho genial. No tienes que salir si no quieres.
               -Quiero salir.
               -Pero si no puedes…
               -Claro que puedo-respondió Diana, apartándolo a duras penas con una mano temblorosa-. Apártate. Ésta es mi ciudad.
               Se bajó de un brinco del amplificador en que estaba sentada y casi pierde el equilibrio, y yo me pregunté cómo haría para cantar la canción más enérgica de la gira en ese estado. Se acercó a la cuesta del escenario, pero se quitó rápidamente el micrófono de la boca, se inclinó hacia un cubo y vomitó.
               -No la dejes salir-le dijo Scott a Tommy.
               -He hecho esto mil veces.
               -No en un concierto, Diana-dijo Chad.
               -Un concierto no es más que un desfile con paseos un poco más largos.
               -WAIT A MINUTE, LET ME TAKE YOU THERE. WAIT A MINUTE, LET ME...-chilló Eleanor en los altavoces, y el público se volvió loco. Diana se limpió las comisuras del labio, se enjuagó la boca, escupió en el cubo y dio otro sorbo, y miró al escenario como un león moribundo a la hiena que pretende comérselo.
               -Vamos-escupió, poniéndose en pie de un brinco y echando a andar hacia el escenario en el mismo momento en que Eleanor presentaba a “alguien que viene a despedirse, en nombre de todos nosotros, porque os tiene mucho cariño”. Diana y Eleanor se abrazaron en medio del escenario y Diana se plantó en medio de la pasarela.
               Estuvo quieta los cinco minutos que el público tardó en dejarla hablar.
               -Me han dicho que ya sabéis qué hacer-sonrió, mirando las luces. Tras sus compañeros de banda apareció una cuenta atrás. Tres, dos, uno.
               -COME ON, DIANA. WE WANNA SAY GOOD NIGHT TO YOU!
               -Yo no quiero daros las buenas noches, Nueva York-replicó ella por encima de la música, y entonces empezó a cantar. Como amiga me alegra decir esto, pero como artista desearía no poder hacerlo por mi vena competitiva, pero no se notó en absoluto que Diana hubiera estado vomitando treinta segundos antes. Bordó la canción mientras corría por el escenario, habló a toda velocidad en el puente, se quitó los auriculares para escuchar el silencio de la gente con el verso de “leave America”, se lanzó hacia el público y se echó a llorar cuando terminó la canción, en medio de la lluvia de confeti. Agitó las manos en el aire, aplaudió a todos su compañeros, tiró besos y más y más besos, y parecía que no quisiera irse, y no se quería ir, y parecía con fuerzas suficientes para estar así toda la noche.
               Hasta que regresó al backstage, donde todos la esperaban para celebrar lo que acababa de hacer. Diana tomó aire y lo soltó con un suspiro.
               -Ya está-miró a sus compañeros de banda aún con los ojos húmedos y una sonrisa en los labios-. Gracias por venir a buscarme.
               Y se desplomó tan bruscamente que nadie llegó a tiempo para sujetarla.




             
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2 comentarios:

  1. dios tía el estres qué he manejado con este puto capítulo qué mal colega. Me he quedado un poco rayada con lo de los productores porque o yo borre de mi mente esa parte de cts o diana lo ha dicho en un momento de rabia para hacer daño a tommy pero dios me esta muriendo de pena cuando tommy le estaba diciendo que iba a lucha por ella porque estaba recordando por lo que van a pasar a posteriori y me muero de dolor.
    Me encanta además como se ha puesto Layla en el cap y me muero de pena con el final y como Diana ha terminado por colapsar.
    Pd: me alegro que finalmente Saab haya hablado con Tommy y se haya quitado ese peso de encima de una vez

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  2. Bueno bueno, que angustia de capítulo. Procedo a comentar:
    - Ver a Layla así me ha dado mucha pena, pero lo de tratar a Shasha así me ha puesto de una mala leche…
    - Tommy defendiendo a Shasha igual y a la vez completamente diferente a como lo habría hecho Alec me ha puesto tiernita.
    - El momento de Tommy diciéndole a Scott que Diana es su Eleanor me da la razón (una vez más) de que Tommy prefiere a Diana que a Layla y que si tuviera que elegir entre las dos la elegiría a la primera.
    - Adoramos a Sceleanor teniendo una conversación con la mirada.
    - Tommy echándose a llorar el brazos de Scott me ha dejado regu.
    - La discusión de Diana y Tommy ha sido súper dura e intensa, pero me ha gustado leer este punto de inflexión en su relación. Lo de los productores me ha dejado a cuadros y espero que sea mentira.
    - Scott ha estado muy gracioso en este cap, con el momento “¿a dónde vas tú ahora? ¿Te parece que tiene pocas novias ya?” me he descojonado.
    - Me ha gustado mucho este principio de conversación con Tommy. Me parece surrealista que Sabrae piense que cualquier persona conoce a Alec mejor que ella. Y que risa cuando Tommy le ha tocado el culo a Sabrae.
    - “como artista desearía no poder hacerlo por mi vena competitiva” no comento.
    - El final ha sido durillo, aunque se viera venir.
    Con ganitas de seguir leyendo <3

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