domingo, 8 de enero de 2023

Ni siquiera yo.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Estaba a punto de unirme a los veterinarios, que eran los que más trabajo pendiente tenían, cuando, por fin, Killian apareció por el fondo del campamento. Iba a un paso ligero que me recordó mucho a cierto cabrón sinvergüenza y afortunado que me resultaba muy cercano hacía casi un año, y que había habitado el mismo lugar en el que estaba ahora yo.
               Quizá fuera por eso por lo que pude adivinar de dónde venía, como si los ojos brillantes y la piel resplandeciendo ligeramente por el sudor no le estuvieran traicionando, gritándoles a los cuatro vientos que había estado echando un polvo. Al menos era más disimulado que yo en mi época, y no terminaba de vestirse delante de la persona que lo estaba esperando, como sí habían tenido que hacer mis amigos.
               Claro que eso había sido puro teatro. Sabía que Scott detestaba que llegara tarde por estar follando, y hacía de mis retrasos todo un espectáculo simplemente porque me encantaba molestarlo. Si Jordan era el que más veces me había aguantado haciendo eso había sido simplemente porque no quería perder la costumbre.
               Sentado en las escaleras de mi cabaña, que Luca había abandonado hacía casi una hora después de un desayuno en el que me fulminó con la mirada por todo lo que me permití comer, arqueé las cejas y le dediqué a Killian una sonrisa que creía olvidada: mi mejor Sonrisa de Fuckboy®. Esa sonrisa tenía dueña, y estaba tan lejos de mí que ni siquiera me creía capaz de invocarla. Y sin embargo allí estaba.
               Killian empezó a disculparse incluso antes de terminar de acercarse a mí.
               -Yo, em… perdona. Estaba… ocupándome de una cosa. Se me ha ido el santo al cielo.
               No iba a mentirle: la ansiedad me había empezado a comer vivo diez minutos antes de la hora en que se suponía que Killian tenía que venir a recogerme, y sólo pasada media hora del horario estipulado me había dado cuenta de lo que pasaba y había podido tranquilizarme. Killian siempre andaba liado, así que el hecho de que fuera él quien me presentara ya sería excusa suficiente para ese terrible retraso que me haría quedar fatal el primer día. O puede que estuviera dejando tiempo para que los hombres destinados al santuario se repartieran bien las tareas y yo no les entorpeciera con mi llegada.
               Luego lo vi llegar así y supe que lo único que había tenido a Killian tan abstraído había sido la entrepierna de cierta veterinaria. No podía decirle que le juzgara: yo también me había interesado por una en mis años mozos.
               -¿Ocupándote de una cosa, u ocupándote de Sandra?
               Killian se quedó allí plantado, mirándome con los ojos como platos. Parpadeó una, dos, tres veces antes de abrir la boca, que no emitió sonido alguno, y yo sonreí.
               -No nací ayer, Killian. Sé lo que la adrenalina puede hacerles a un chico y una chica que se pasan mucho tiempo juntos.
               La adrenalina que Sabrae y yo habíamos compartido había hecho que folláramos, y ahora, míranos. Escribiéndonos cartitas que tardaban una semana en llegar y dos en obtener respuesta como si fuéramos los protagonistas de una novela romántica. Masturbándonos pensando en el otro, y solamente en el otro, y conectando a miles y miles de kilómetros de distancia en un plano astral.
               Cínico de mierda, se rió Sabrae en mi cabeza. Naciste para ser mío.
               Me pasé la punta de la lengua por las muelas y bajé la mirada al suelo, dando un par de golpecitos en la escalera de madera mientras contenía una risa. Bueno, quizá lo que tuviera que agradecerle a la adrenalina fuera que Sabrae hubiera terminado demasiado cachonda como para seguir odiándome al menos durante una noche. Y luego, ¿qué puedo decir? El resto era historia. Mis cunnilingus eran legendarios.
               Y más aún si me entusiasmaba la chica a la que se lo hacía, y Saab me había entusiasmado desde el primer momento.
               -¿Quién más lo sabe? ¿Perséfone lo sabe?
               Incliné la cabeza a un lado y fruncí levemente el ceño, pero sin dejar de sonreír. No había hablado con ella sobre lo cercanos que habían parecido nuestros mentores durante la expedición, pero Pers tampoco era tonta y seguro que se había fijado en que algo pasaba.
               -Sabes que la primera regla de mantener algo en secreto es haciéndote el loco cuando te dicen que te han pillado, ¿no?
               Killian tomó aire y separó las piernas.
               -Lo que haga yo con mi tiempo libre no es de tu incumbencia, Alec. Pero te agradecería que fueras discreto con esto. No quiero que Valeria piense que Sandra y yo nos dedicamos a…-carraspeó.
               -¿Copular? ¿Practicar el coito? ¿Hacer el delicioso? ¿Follar como animales en medio de la sabana? Debe de tener bastante morbo montar a una chavala a la vez que un león monta a una leona.
               La sola idea de imaginarme encima de Sabrae allí, a la intemperie, en medio del dorado del atardecer o el azul marino de la noche era suficiente para que se me pusiera dura. Tenía que encontrar la manera de traerla a casa y que todos los seres vivos de este puto continente supieran qué era de verdad procrear, porque no era lo que ellos hacían.
               -Exacto-respondió Killian, arqueando las cejas con dignidad-. La tiene. Y ya ha habido parejas a las que han separado por eso. Sandra y yo no hacemos nada fuera del campamento para no poner en peligro las expediciones. Tenemos química y funcionamos mejor con el otro que por separado, así que… eso-se encogió de hombros. Me dieron ganas de preguntarle si la química a la que se refería era la de sus fluidos corporales mezclados, pero no me convenía cruzar a un tío que se paseaba por ahí con una escopeta y que estaría mucho tiempo vigilándome mientras dormía-. No quiero que te lleves una idea equivocada.
               -¿Vienes de follártela sí o no?
               Apretó los labios.
               -Sí.
               -Entonces no me he hecho ninguna idea equivocada. Pero, tranqui: no le diré nada a Valeria, si eso es lo que te preocupa. Tu secreto está a salvo conmigo-me levanté, sonriendo, y le di un codazo entre las costillas. Killian retrocedió un par de pasos, sorprendido por mi gesto juguetón, y la guiñé un ojo-. Conmigo, y con tu bragueta mal abrochada, claro. Eso es lo primero que hay que comprobar cuando salgas de la habitación de una tía-chasqueé la lengua y negué con la cabeza-. Al final, tú también vas a aprender de mí, y no sólo yo de ti.
               Killian puso los ojos en blanco y me miró con un gesto de fastidio que me recordó muchísimo a la manera en que me miraba Sabrae cuando le tomaba el pelo con algo que a ella no le hacía especial gracia. Ahora que lo pienso, últimamente había muchas cosas que me recordaban a Sabrae: el dorado de los atardeceres, las sombras bailando al son que marcaba el viento en el bosque, la fuerza de los depredadores en la sabana, o la tranquilidad al dejar la mente en blanco mientras estábamos en la cafetería, cuyo ruido de fondo era muy parecido al de la del instituto, donde la había visto un millón de veces con sus amigas. Las risas de las chicas yendo de un lado a otro, las miradas cargadas de intención que me dirigían…
               … sus manos recorriéndome igual que lo había hecho el agua ayer, mientras me duchaba, o la forma en que su sexo se cerraba a mi alrededor cuando se corría, de forma muy parecida a como lo había hecho mi mano ayer. Dios. La echaba un huevo de menos. Y sabía que la cosa sería mucho peor hoy por la noche, cuando estuviera reventado y lleno de una testosterona que a ella le volvía loca por culpa del ejercicio. Sabía que no sería capaz de no imaginármela montándose encima de mí, completamente desnuda, pasándome los dedos por los pectorales y ronroneándome que ni se me ocurriera meterme en la ducha. Se inclinaría hacia mí y, mientras sus pezones acariciaban mis abdominales, me pasaría la lengua por los míos, por el esternón, por las clavículas, por el cuello, y…
               -Vamos, venga. No nos conviene llegar tarde-ordenó Killian.
               Si hubiera tenido la sangre cerca de la cabeza le habría soltado que ya íbamos tarde, pero como la tenía concentrada en un punto de mi cuerpo al que ningún hueso protegía, me limité a ponerme en pie y disimular mi empalme. Killian me miró de arriba abajo antes de reírse y sacudir la cabeza.
               -Sí, definitivamente tengo mucho que aprender de ti…-soltó por lo bajo, y echó a andar en dirección a la plaza donde estaban las oficinas, y de la que partía también el camino en dirección a esa aldea nativa a la que teníamos prohibido el acceso. El santuario, pensé con reverencia cuando atravesamos la plaza con decisión y comenzamos a recorrer el sendero que culebreaba entre los árboles.
               Pude notar los ojos de todos los que se quedaban en el campamento, lejos de los secretos que en él se escondían, clavados en mí. Había mantenido mi promesa a Valeria y no había aireado lo que iba a hacer realmente, limitándome a decir que me habían encargado hacer unas reparaciones en la aldea de más allá de los árboles. En teoría sería algo de unos pocos días y de lo que yo apenas tenía información, cosa que me había permitido escaquearme del aluvión de preguntas que mi atracón esa mañana había despertado en Luca. Perséfone me había mirado con preocupación, como diciéndome “recuerda que no debemos decir absolutamente nada”, pero no necesitaba que me recordara que en mi discreción descansaba la salvación de las mujeres a las que íbamos a ayudar. Luca, al menos, parecía satisfecho con la respuesta que le había dado, y me había dejado irme tras prometerle que le contaría todo lo que viera allí. Con el interés del italiano y el silencio de las mesas contiguas cuando Luca repitió, incrédulo, que iba a cruzar una frontera inexpugnable me di cuenta de que, tal vez, Valeria no estuviera gestionando esto de la mejor manera posible. Los secretos traían misterio, y el misterio traía curiosidad, que terminaba matando al gato.
               Mentiría si dijera que no me alivió que los árboles se interpusieran entre las miradas cargadas de intención de los demás y yo. Levanté la vista al cielo y observé las nubes que se desplazaban perezosamente por él, muy parecidas a las que había visto tantas veces dando un paseo con Sabrae.
               Esta vez, se me retorció el estómago al pensar en ella. La erección ya prácticamente desaparecida, ahora sólo podía pensar en las consecuencias psicológicas que tenía la violencia sexual en la mujeres, y lo que podría suponer para ella que le contara que estaba trabajando en un santuario de víctimas de violencia sexual. Seguramente reviviría traumas que había enterrado en lo más profundo de su ser, sabedora de que no podía enfrentarse a ellos sola, que la devorarían por dentro ahora que yo no estaba allí para convencerla de que no había ningún mal en ella, que no era descabellado considerarla la excepción que confirmaba la regla, ni tampoco tenía por qué culpabilizarse por vivir las cosas como lo hacía. Por pensar en su adopción y en lo que habría sido su vida de no haber renunciado a ella su creadora.
               No nos habríamos conocido, para empezar. Pensar en ello ya era trágico para mí, y eso que yo me había reconciliado con mi nacimiento. Sabrae no tenía esa suerte, y no podía permitirse pensar en una vida en la que no estuviéramos juntos. A decir verdad, yo tampoco podía. Todo el proceso de sanación que llevaba hecho hasta la fecha era tan mérito suyo como de Claire: por mucho que mi psicóloga conociera métodos para colarse en mi coraza, si Saab no me hubiera convencido para que la dejara entrar yo seguiría siendo ese pobre infeliz que se consideraba principalmente un desperdicio de espacio, recursos y tiempo de sus seres queridos.
               Una vida en la que no sintiera ese vínculo dorado y brillante dentro de mí no merecía la pena ser vivida. Tomé aire hasta sentir que mis pulmones no podían más, espachurrándose contra unas costillas que protestaron también por el ejercicio, y, sintiendo un leve tirón en el estómago, tiré suavemente del hilo.
               Dime que estás ahí.
               No estaba seguro de si lo lograría. Creía que la ansiedad antes de que llegara la hora de que Killian me recogiera se debía a que quería causar una buena impresión, pero ahora sabía la verdad: no sabía si estaría a la altura. Temía buscar demasiado profundo en mi interior, porque sentía que allí estaba una respuesta a la que no quería enfrentarme.
               Era mucha responsabilidad. Era algo que despertaría miedos dormidos. Era…
               Sentí un nuevo tirón en mi vientre. Era el hilo; estaba tensándose.
               Estoy aquí.
               Siempre iba a estar aquí. Siempre iba a apoyarme. Incluso si no le contaba lo que estaría haciendo, Sabrae me ayudaría de todos modos.
               Bajé la vista de nuevo al suelo y fijé de nuevo la atención en el sendero, que Killian recorría con la confianza de quien ha hecho este camino mil veces antes. Llevaba los hombros cuadrados y la mandíbula ligeramente levantada, caminando con esa chulería que sólo tienen los soldados que no están de servicio. Observé los árboles a mi alrededor, las marcas de las ruedas de los todoterrenos que todos los días accedían al santuario, la hierba que crecía con timidez entre los dos surcos de los neumáticos, atreviéndose a levantarse muy poco del suelo en comparación con lo que lo hacía allí donde volvía a haber selva y la protección de las sombras era suficiente para mantenernos alejados de ella. El sendero ascendía ligeramente en una pendiente que apenas era perceptible a la vista, pero que te cargaba los gemelos y te hacía pensar en el esfuerzo que debía suponer subir troncos de árboles cargados sobre tu espalda para poder contribuir en la urbanización más adelante.
               Después de girar una curva amplia que seguramente se había ideado así para permitir el paso de grandes objetos, por fin, la aldea se hizo visible. Killian continuó avanzando con decisión, acostumbrado a las construcciones y la disposición de los edificios, de modo que ya no había nada notable para él. Pero sí lo había para mí.
               La aldea tenía una forma bastante similar a la del campamento de la Fundación, con una gran plaza en el centro que, si bien era rectangular en lugar de redonda como la nuestra, concentraba los edificios de mayor tamaño. El sendero continuaba más allá de la plaza, culebreando de nuevo hacia el bosque, como si quisiera ofrecerles privacidad a las mujeres que allí vivían a base de apartar su vida en común de la que hacían durante la noche. Dos grandes edificios de una sola planta presidían la plaza rectangular: de paredes de un blanco descolorido, uno estaban enfrentados el uno al otro con un pozo como único punto de conexión entre ambos. Ambos tenían un aspecto descuidado, como si los elementos se cebaran especialmente con ellos; pero uno destacaba en su deterioro por encima del otro: el que tenía una cruz roja pintada en sus paredes, y del que manaban los quejidos que siempre hacen de música para los hospitales. Los cristales de sus ventanas eran prácticamente opacos por la suciedad y el paso del tiempo, pero a través de las que estaban abiertas podían verse cortinas blancas y bien cuidadas: mosquiteras que evitaban las picaduras de mosquitos a las pacientes del pequeño hospital.
               Killian extendió el brazo ante mí para detenerme, los ojos fijos en la puerta, y yo paré justo en el momento en que una mujer de piel de terracota, labios rellenos y coloridos, y con un pañuelo en la cabeza salía de la consulta médica apresuradamente, cargando una palangana en los brazos en dirección al pozo. Sin perder tiempo, tiró el caldero que colgaba de la polea hacia el centro y, con la rapidez de quien ha hecho esto todos los días durante demasiado tiempo como para que contarlo sea siquiera soportable, subió el cubo y vertió su contenido en la palangana. Repitió la operación otra vez antes de recogerla de nuevo y cargársela bajo un brazo.
               Fue entonces cuando nos vio. Dos manchitas en su campo de visión que no eran parte del paisaje y que no deberían estar ahí captaron su atención, y sus ojos oscuros se posaron en nosotros. Mi primer impulso fue levantar la mano y saludarla, decirle que habíamos venido a ayudarla y que no debía tener miedo de nosotros, pero conseguí contenerme e imitar a Killian: no hice absolutamente nada. La mujer nos miró durante lo que me pareció una eternidad, y entonces, afianzando la palangana bajo su brazo, echó a andar apresuradamente de vuelta hacia el edificio con la cruz roja.
                Miré a Killian, que esperó y esperó, los ojos puestos en el edificio. Entonces, el grito agónico de una mujer rompió el silencio del santuario, y a mí se me pusieron los pelos de punta.
               -¿Qué están haciendo?
               -Un parto-explicó sin más, el semblante grave. Echó a andar de nuevo, esta vez tomando como rumbo el otro edificio, y yo recuperé su ritmo mientras mis ojos no dejaban de deslizarse hacia el edificio del que provenían los gritos. Killian estaba tenso ahora, y se aseguró de llevarme hacia la parte trasera del otro edificio, a través de cuyas ventanas, que no tenían cristales, podía verse a decenas de mujeres repartidas en varias habitaciones haciendo labores del hogar, cosiendo o partiendo hortalizas o remendando muebles o, incluso, dibujando y cantando.
               -No las mires-ordenó Killian, y yo agaché la cabeza hacia el suelo, a la hierba. Rodeamos el edificio y alcanzamos la parte posterior de la plaza, continuando hacia el sendero y en dirección a unos sonidos de mazos, sierras y hombres haciendo su trabajo sin decir ni una sola palabra.
               Por fin alcanzamos nuestro objetivo: un cuadrado de unos veinte metros de lado en el que varios hombres cavaban los cimientos de lo que sería un nuevo edificio que haría las veces de vivienda para otras mujeres que pudieran llegar. Estaba oculto del camino por una gran lona de tela que en otro tiempo había sido blanca y ahora tenía un color ocre sucio, sostenida por tres troncos, dos perpendiculares al suelo y uno paralelo a éste, a través de la que se intuían sombras que iban de un lado a otro pero de la que sólo podía apreciarse bien la figura.
               Otra manera de protegerlas, aparte del silencio.
               Killian me llevó hasta el borde de la zanja, donde varios tíos musculados estaban afanándose en alcanzar el centro de la Tierra a base sólo de la fuerza de sus músculos. Todos eran de piel tan oscura, como mínimo, como la de Sabrae, si bien había algunos  que llegaban a ser negros como el carbón, y cuyas similitudes no se detenían allí: estaban mazados. Literalmente. Creo que ni yo en mi mejor época había tenido tantos músculos y había sido tan monstruoso. Algunos tenían la envergadura de auténticos gorilas, al igual que su musculatura. Supongo que eso era lo que Valeria quería de mí: que me pusiera como ellos y pudiera cargar con un cocodrilo adulto en cada brazo.
               ¿Realmente esto era lo que necesitaban todas aquellas mujeres? ¿No se sentían amenazadas por la envergadura de estos tíos, que podrían tumbarlas y hacerles lo que quisieran con emplear solamente un brazo? No los conocía de nada y hasta yo sabía ya que no me convenía cruzarlos. ¿De verdad podían curarse heridas supurantes en presencia de gente así?
               Miré en derredor. No había nadie en las afueras del santuario ahora mismo. Los gritos de la parturienta eran lo único que indicaba que aquella aldea estaba habitada.
               Atraídos por nuestra sombra, un par de obreros levantaron la vista y nos miraron con unos ojos entrecerrados. Sus ceños se fruncieron aún más al verme a mí: demasiado blanco para no desentonar entre todos ellos, claramente africanos.
               -Sentimos llegar tarde-nos disculpó Killian en inglés, aunque sospeché que podrían hablar perfectamente en otro idioma en el que yo no les entendiera-. ¿Sabe alguno dónde…?
               -¿Quién cojones es éste?-ladró un hombre en la esquina contraria en la que nos encontrábamos nosotros, subiendo de un salto al nivel del suelo y rodeando el cuadrado para venir hacia nosotros. No dejó de fulminarme con la mirada mientras se me acercaba como un toro en plena carga, pero yo hice de mi propósito vital el dominar mis instintos y quedarme anclado en el sitio. Se detuvo a medio metro de mí y me fulminó con la mirada, examinándome de arriba abajo desde sus nada desdeñables dos metros de altura. El tío era todo músculo, que para colmo resplandecían por el sudor producto del esfuerzo y del sol. Verlo frente a mí y ver los centímetros que me sacaba me hizo recordar las entrevistas que había visto de Winston Duke hablando de su personaje, M’baku, en Black Panther. Joder, incluso se daba un aire-. Killian, ¿ahora te dedicas a hacerles rutas turísticas a los críos del norte? Tienen prohibido entrar aquí-escupió, fulminándome con la mirada. Killian tomó aire por la nariz y lo inhaló despacio por el mismo lugar.
               -Valeria lo ha destinado aquí para que se ejercite mientras espera por las misiones-el M’baku de Etiopía giró la cabeza hacia él como si fuera un látigo, pero Killian no se inmutó. Tenía las manos entrelazadas frente a sí, en la típica pose de los soldados en pleno descanso-. Es un buscador.
               -Será puta coña. Estoy hasta los huevos de que Valeria se piense que puede mandarnos a los que no le sirven para que los entrenemos. Tenéis trabajo de sobra para él abajo-señaló el sendero oculto tras la lona-. Que se entretenga ahí.
               -No es de los que vienen a entretenerse-me defendió Killian-. Y sí, es verdad, tenemos un montón de trabajo abajo, pero puede ser de más utilidad aquí. Aprende muy rápido, y a vosotros os faltan manos.
               -Manos que sirvan. Estoy harto de que Valeria nos mande a sus cachorros para probarlos. No voy a perder el tiempo de mis hombres ni a poner en peligro la estabilidad de las mujeres de aquí por el nuevo niño bonito de Valeria.
               -La decisión está tomada, Nedjet-dijo Killian-. Le ofrecieron el puesto y aceptó. No estás para rechazar ayuda. Seguro que a las mujeres no les hará mucha gracia tener que esperar más tiempo porque tú no quieres tener a uno de los “cachorros de Valeria” correteando por aquí.
               -El santuario no es de ella. Su palabra no es ley aquí.
               -La tuya tampoco. Lo es la de las mujeres.
               Nedjet hizo un mohín, riendo entre dientes.
               -¿Piensas que voy a ponerlo delante de ellas para que decidan si le dan la oportunidad o no? Ni hablar. No merece siquiera tener la oportunidad de despertar sus traumas. Algunas llevan años luchando contra ellos, y el simplemente verlo…
               -No tienes por qué exponerlo aún. Valeria ya le ha explicado que no debe dejarse ver ni interferir con las mujeres. Es listo, trabajador, y sobre todo, sabe obedecer.
               Nedjet rió.
               -Permite que lo dude-me fulminó de nuevo con la mirada-. Ni siquiera sé si vale. Míralo: está muy flaco.
               ¿Perdón? Estoy en plena forma, hijo de la gran puta.
               -No aguantaría ni una jornada aquí.
               -Ponme a prueba-respondí, porque era incapaz de contenerme más. ¿Qué era eso de que estaba muy flaco? Casi había recuperado mis músculos de antes del accidente, y nadie en casa diría que estaba flaco de aquella. Sí, vale, puede que no tuviera unos bíceps que midieran un metro de diámetro, pero para eso precisamente me habían destinado aquí, ¿no?
               Nedjet giró la cabeza y me fulminó con una mirada llameante.
               -Dile a Valeria que no necesito a ningún cachorro arrogante suyo. Tenemos demasiado trabajo como para tener que cuidar también de sus críos. Que lo ponga a hacer barcos o cualquiera de sus mierdas…
               -Tú no decides a qué se dedican los voluntarios de la Fundación. Sólo lo decide ella-sentenció Killian, y Nedjet negó con la cabeza. Podía sentir las miradas envenenadas de sus hombres taladrándome, así que me esforcé en aparentar la mayor tranquilidad posible, aunque me apeteciera reventar a este hijo de puta. Puede que perdiera; de estar en un ring, Sergei se habría dedicado a cabrearme sólo para que me lanzara a por él como un tigre rabioso, ya que en la rabia descansaban mis posibilidades de ganar, pero… tenía que ser más listo. Me habían pedido que fuera allí por una razón, y no iba a dejar que ese gilipollas pusiera en peligro mi propósito allí. Puede que su ego fuera demasiado grande como para impedirle ver que yo aportaba más de lo que restaba, pero el mío no me cegaba. Sabía que podía hacer bien. Si Valeria había creído que sería útil aquí, es porque podía serlo.
               Nedjet dio un par de pasos hacia atrás, sacudiendo la cabeza bajo la atenta mirada de sus hombres. Abrió la boca, pero al ver una sombra que atravesaba la lona al otro lado, se quedó callado y esperó. Sólo cuando otra mujer de ropa colorida que llevaba una cesta con frutas en la cabeza apareció por el sendero a unos diez metros de nosotros, caminando tranquilamente en dirección hacia el edificio que no era el consultorio médico, se atrevió a hablar.
               Y lo hizo en voz baja, para que ella no se asustara, girara la cabeza y viera tantos hombres aquí.
               -¿Qué demonios buscas aquí, niño? ¿Redención? ¿Sentirte bien? ¿Alimentar ese complejo de héroe que tenéis todos los blancos que venís aquí, a ayudar a nuestra gente y presumir de nuestros niños en vuestras redes sociales?
               -Me he dejado el móvil en casa, así que creo que lo de las fotos virales de Instagram las dejaremos para otro día.
               -Respóndeme.
               -No se trata de lo que yo busque, sino de lo que ellas-señalé con un pulgar por encima de mi hombro-, necesitan. Valeria dice que siempre faltan manos aquí. Bueno, pues-extendí los brazos, mostrándoles las palmas- aquí tenéis dos más.
               Todos me miraron de arriba abajo.
               -Esto no es ninguna broma, chaval. No es algo de lo que vayas a poder presumir con tus amigotes cuando vuelvas a casa y les cuentes todo lo que nos has ayudado a descubrir la vida el primer mundo. Así que si lo que buscas son experiencias de las que presumir, te sugiero que te vayas por donde has venido y te olvides de lo que hacemos aquí.
               -Ya le ha prometido a Valeria que no dirá nada-intervino Killian, y Nedjet lo miró de arriba abajo.
               -Quiero oírle decir que lo entiende.
               -Lo entiendo-respondí, y Nedjet me miró entonces a mí.
               -Creo que no lo entiendes realmente. ¿Sabes lo que han sufrido estas mujeres? ¿Tienes idea de la cantidad de veces que se despiertan gritando por la noche por recordar lo que les ha pasado? ¿De cuánto hace que no son capaces de dormir del tirón, o de ver una sombra tras ellas y que no les dé un vuelco el corazón?
               -No. Porque soy hombre y no he pasado por eso. Pero sí sé tener empatía y dejarle a la gente el espacio que necesite para sanar. Y respetaré su proceso de curación.
               -Eso lo dices ahora que todavía no has interactuado con ninguna de ellas.
               -¿No se supone que no lo tengo que hacer?
               -Oh, pero lo harás. Al final, todos lo hacéis. Especialmente los extranjeros. No podéis resistiros a la sensación de ayudar a una pobre mujer negra indefensa. Puedo ver más allá de tu bronceado de playas de arenas blancas, chaval. Y sé que a más clara es la piel, más creéis que necesitamos vuestra ayuda.
               -Amo a una mujer negra. Y ni es pobre ni está indefensa. Ni la he ayudado en nada. Es ella la que me ayudó a mí. Más de lo que te piensas.
               -Sí, seguro.
               -Bueno, tío-me miré las uñas-, si quieres ponerme en duda, tú mismo. La verdad, no podría bufármela más. Ahora, si quieres que te entierren esta tarde, entonces sigue poniendo en duda lo importante o lo fuerte que es mi novia.
               Nedjet simplemente se relamió los labios y miró a Killian, sonriendo.
               -¿Lo ves? No es más que otro mocoso prepotente de los que Valeria mueve de acá para allá como fichas de un juego de mesa. Si no tiene estómago para aguantar que me meta con su novia, ¿cómo va a ser capaz de estar cerca de una mujer a la que han destrozado mientras la violaban?
               -Porque me parió una-respondí, y todos se quedaron callados. Los ojos de Nedjet estaban fijos en mi cara, analizándome, buscando un farol que todos los que estamos aquí sabemos que me encantaría estar tirándome, pero por desgracia no es así. Varios de los hombres de la zanja intercambiaron unas palabras, y por la forma en que me miraron después, supe que los que sabían menos inglés les estaban preguntando a los que dominaban mi idioma qué era lo que yo había dicho y que había dejado sin habla a Nedjet.
               Tomé aire y lo solté despacio.
               -Mira, sé que las mujeres de aquí han sufrido atrocidades que yo ni me imagino, pero el daño que les hacemos los hombres en Etiopía no es muy distinto del que les hacemos en Inglaterra. Que vuestras mujeres sufran no significa que las nuestras lo hagan también.
               -¿Por eso has venido aquí, niño? ¿Porque te sentías culpable por tu madre y quieres enmendarlo?
               -La pobre mujer negra indefensa con la que comparto mi vida me hizo ver que no es culpa mía. Mira, tío, yo sólo quiero ayudar, ¿vale? Nadie mejor que yo entiende lo que duelen algunas heridas y lo difícil que es curarlas, así que no haré nada que las incomode. No sé si habéis tenido malas experiencias con voluntarios antes-a juzgar por cómo se rieron con cinismo, apostaría a que sí-, pero yo no he venido aquí a hacerme el héroe, ¿vale?
               -Uno de los tuyos, que tampoco venía a hacerse el héroe, forzó a una de ellas-espetó Nedjet.
               -Fue consensual-replicó Killian.
               -Ella estaba confusa.
               -Tu hermana y él viven ahora en la ciudad, Nedjet. Tienen dos hijos. Dos hijos buscados.
               -Necesitan protección-recordó Nedjet con seguridad-. No a un perro en celo de los que pululan por el campamento de Valeria.
               -Yo no les tocaré un pelo.
               -¿Tan seguro estás de eso?
               -No son Sabrae.
               -Sabrae es su novia-aclaró Killian.
               -¿Qué clase de nombre es “Sabrae”?
               -Macho, hay muchas palas por aquí. ¿Es que no quieres conservar los dientes en la boca?-pregunté, poniendo los brazos tras la espalda, separando las piernas e inclinando la cabeza hacia un lado. La última vez que había hecho eso había sido en el gimnasio antes de aquella pelea épica que lo había desencadenado absolutamente todo, hacía ahora nueve meses.
               Los hombres de Nedjet lo miraron mientras él me estudiaba.
               -Valeria ha hecho bien trayéndote a mí. Yo a los críos sin disciplina como tú me los meriendo-gruñó, tan cerca de mi cara que pude sentir su calor corporal ardiéndome en las mejillas. Mantuve mi postura, los ojos fijos en los árboles más allá de nosotros-. Si ella no puede contigo, ten por seguro que yo podré. No serás el primer blanco al que me como, chaval.
               -Mira qué suerte vas a tener: tú sí vas a ser el primer tío que me la coma-le guiñé el ojo-. No el primer negro, pero… supongo que con algo hay que conformarse.
               Nedjet bufó.
               -Coge una pala.
               -A la orden.
               -A la orden, señor.
               -No hay necesidad de llamarme “señor”, Nedjet. Con “Alec” basta.
               -Os dejo para que os vayáis conociendo-se burló Killian.
               -Habrá poco que conocer. Ya verás cómo mañana no se atreve a volver por aquí.
               -Me halaga tu poca fe en mí, jefe. No sabes lo que me crezco ante las adversidades-me burlé, metiéndome en la zanja y cogiendo una de las palas que había clavadas en la tierra. Nedjet se acuclilló al borde de la misma.
               -Cuando acabe contigo, niñato, desearás no haberte alejado de tu noviecita.
               Me reí.
               -Joke’s on you, Nedjet. Llevo deseando no haberme alejado de ella desde nos separamos en el aeropuerto.
                
 
No me atrevía a mirar el móvil. La diferencia horaria que tenía con Londres, que era la referencia que había tomado Alec para programar los videomensajes del amanecer, era la suficiente como para haber recibido ya el siguiente videomensaje de todos los que me harían la vida un poco más fácil a pesar de que la noche todavía era joven en Nueva York.
               Los demás nos habían recibido con los brazos abiertos en cuanto regresamos con ellos, reuniéndonos en uno de los furgones en los que nos llevarían de fiesta, y Eleanor me había pasado el brazo por el hombro y me había comido a besos mientras los edificios se convertían en borrones brillantes más allá de las ventanillas del vehículo. Estaban eufóricos, todos ellos: del primero hasta el último, veían el concierto de hoy como una prueba de lo que pronto disfrutarían. Siendo los hijos mayores de One Direction, nadie se atrevería a apostar contra ellos, y lo único que cabía preguntarse era la cantidad de premios que recibirían en cuanto empezaran a sacar música propia, en vez de si los ganarían o si siquiera tenían éxito.
               Pero yo no había sido capaz de unirme a sus celebraciones. Evidentemente, me alegraba mucho de que hubieran arrasado en su primer concierto en Estados Unidos, con Diana como preferida indiscutible de un público que, por lo demás, había estado entregado con absolutamente todos ellos, pero… no podía dejar de pensar en lo rápido que Scott había cambiado el chip con Alec en cuanto le dije qué era lo que se suponía que había hecho. Esa confianza ciega que había demostrado que le profesaba y la seguridad con que se había negado a pensar mal de él era algo que yo debería haber exhibido con orgullo, en lugar de hacerlo mi hermano. Scott no había estado ahí cuando Alec me había hecho todas esas promesas de serme fiel, cuando me decía que me quería o me decía todo lo que yo significaba para él. Scott no sabía nada de la conexión dorada que nos unía ni podía sentirla como yo sí lo hacía, en lo más profundo de mi interior, latiendo al mismo ritmo que mi corazón y esperando a algo que la hiciera despertar y la empujara hacia la superficie, donde pudiera consolarme y hacerme todo ese bien que yo no sabía que necesitaba.
               Había intentado pasármelo bien de fiesta, obligándome a mí misma a disfrutar de la sensación de estar en una discoteca exclusiva en una de las ciudades más vibrantes del mundo. Sería bueno vivir experiencias que poder contarle más tarde con entusiasmo a Alec, primero en carta y luego en persona, y cosas que pudiera repetir con él y hacerlas incluso mejores, pero… no me apetecía dejarme en libertad total para ser feliz. No sólo porque mi novio estaba a miles y miles de kilómetros de distancia, sino porque creía que no me lo merecía. No me merecía estar cien por cien ahí mientras saltaba con Diana al ritmo de la música estruendosa que sonaba en los altavoces, no me merecía contonearme debajo de las luces de todos los colores junto a Layla y Eleanor, no me merecía acurrucarme junto a Chad en las canciones lentas ni aceptar los chupitos que Tommy no paraba de traernos. No me merecía esto. No me merecía estar celebrando nada cuando mi novio lo había pasado tan mal por estar encerrado dentro de su cabeza. Si había tenido un descanso de mi dolor por lo que creía que Alec había hecho, éste había sido accidental, un desliz del destino que había vuelto a posar sus ojos omniscientes sobre mí.
               No quería aguarles la fiesta a los demás, así que me dediqué a fingir lo mejor que pude que me apetecía estar allí, pero cuando decidieron irse al hotel para poder descansar un poco antes del día siguiente, en el que también tenían concierto, la verdad es que sentí un alivio tan profundo que creo que fui incapaz de siquiera disimularlo.
               Me acurrucaría en la cama a reflexionar y mañana lo vería todo desde una nueva perspectiva, estaba segura. Encontraría esa solución que se me escapaba y hallaría la explicación que haría que todo cobrase sentido. Por la mañana, me merecería de nuevo a Alec.
               Estaba claro que esa noche no lo hacía. Por eso ni siquiera incliné el móvil hacia arriba para mirar la pantalla cuando recibí la notificación que estaría deseando en cualquier otro momento. Ni siquiera cuando Eleanor se inclinó hacia un lado y me preguntó:
               -¿No lo abres?
               Sus ojos eran más grandes de lo que lo habían sido nunca, su piel resplandecía con tonos morados que la hacían parecer un hada, y mi hermano la miraba como si fuera ella la que hacía que el sol se levantara cada mañana. Me gustaría pensar que yo miraba a Alec así, pero después de todo lo que había pasado entre nosotros, de la forma en que había tenido que batallar conmigo misma para convencerme de lo que sabía que no podía ser más que verdad, lo cierto es que ya no estaba tan segura.
               ¿El vínculo que había entre nosotros era un hilo de oro, o la cadena de un ancla que lo dejaría atascado en un lugar en el que no podía desplegar todo su potencial?
               Negué con la cabeza y Eleanor arqueó las cejas.
               -Oh, entiendo. Mejor cuando estés sola-me guiñó un ojo y me dio un empujoncito con el hombro, juguetona. Scott la fulminó con la mirada.
               -Ew. Qué asco, Eleanor.
               Eleanor se acurrucó en el pecho de mi hermano, escondiéndose bajo su brazo.
               -Está enamorada igual que lo estamos tú y yo-sentenció, cogiéndole la mano a mi hermano y dándole un beso en la yema de cada dedo. Scott rió entre dientes, poniendo los ojos en blanco, como diciendo “sí, ya”. Por primera vez, no tuve fuerzas ni para vacilarlo diciéndole que no tenía nada que envidiarle, porque ahora sí que me parecía que tuvieran algo que yo no. Eleanor le había perdonado incluso sabiendo lo que había hecho, algo mucho más grave de lo que Alec había confesado, y no le había importado absolutamente nada lo que los demás pudieran decir de ella. Vale, le había costado lo suyo y había castigado a mi hermano todo lo que se merecía y más, pero a pesar de que ya había trascendido en Internet lo que Scott le había hecho, Eleanor no había mirado atrás ni una sola vez. Yo no sabía si sería capaz de hacer lo que hacía ella.
               Me retiré al fondo del ascensor cuando entramos para subir a las habitaciones e intercambié una mirada de resignación con Kiara, la mejor amiga de Chad, cuando todas las parejitas empezaron a besarse. Tommy besó a Layla, Scott besó a Eleanor, y Chad besó a Aiden, y las únicas que estábamos sin nadie a quien besar éramos la irlandesa, las dos americanas (Diana y Zoe, quiero decir) y yo. Al menos ya sabía qué compañía tendría cuando me apeteciera estar un rato sola en la sala de estar de la suite.
               Nos repartimos por la suite mientras cada uno se preparaba para dormir, Chad y Aiden cerrando la puerta de su habitación mientras Kiara se tomaba su tiempo desmaquillándose en el baño. Tommy sonrió con maldad cuando el sonido de sus respiraciones trascendió su puerta, y si no fue a tomarles el pelo como lo habían hecho con Tam y Karlie en Mykonos fue, precisamente, porque pronto él mismo se encontraría en una situación similar. Layla estaba asomada al balcón, contemplando el tráfico, mientras Scott y Eleanor se enrollaban lentamente en el sofá y Diana y Zoe continuaban con su maratón de bebidas, dando buena cuenta del minibar. Apenas terminaron Chad y Aiden, Kiara salió del baño, ya cambiada y con el maquillaje de la noche quitado, y nos dio las buenas noches.
               -Mi turno-dijo Eleanor, incorporándose, pero no le soltó la mano a Scott.
               -Nuestro turno, quieres decir-replicó mi hermano, poniéndose de pie tras ella y siguiéndola al baño, sus manos aún entrelazadas. Borré la notificación  del mensaje de Alec de mi pantalla de inicio y esperé a que el baño se quedara despejado para entrar, asearme, poder meterme en la cama y fingir que esa noche no había pasado.
               Cuando Zoe y Diana terminaron de dar cuenta del minibar, las americanas se asomaron al balcón para despedirse de Tommy y Layla, que contemplaban la calle metros más abajo, y en la que aún había coches convirtiendo las fachadas de los edificios en pantallas de cine.
               -Creía que os quedaríais un poco más-se lamentó Tommy, agarrando de la cintura a Diana y acariciándosela con el pulgar de una forma que me recordó mucho a cómo lo hacía Alec.
               -Vaya, ¿quieres que me quede, inglés?-preguntó Diana, juguetona, pasándole los brazos por los hombros y sonriendo cerca de su boca. Normalmente pasaba la noche en el apartamento familiar, pero todos sabíamos muy bien por quién haría una excepción.
               Por toda respuesta, Tommy se inclinó y la besó lentamente, poniendo una profundidad en su beso que a mí me resultaba terriblemente familiar. Así era como Alec me besaba cuando quería estar conmigo toda la noche, y saludar al sol una vez se levantara otra vez. Cuando se separaron, Diana se relamió los labios y miró a Zoe.
               -Me sé el camino a la puerta, tranquila. Pásalo bien, zorrón-le dio un beso en la mejilla y Diana se rió-. Ah, y recuerda que mañana vamos al Bronx a perrear hasta el suelo. Para que elijas bien la tanga que quieres que éste te rompa.
               -Probablemente ni me fijaré-respondió Tommy, riéndose. Zoe atravesó la habitación, asintió con la cabeza en mi dirección cuando pasó frente a mí, una tímida sonrisa en los labios, y cruzó la puerta sin mirar atrás. Tommy y Diana se fueron a la habitación que éste compartía con Layla, no sin antes mirarla con una oferta en la mirada de ambos que Layla rechazó con un movimiento de la mano.
               -Estoy cansada, pero vosotros podéis pasarlo bien.
               La habitación pronto se convirtió en un concierto de gemidos femeninos y gruñidos masculinos que me impedían sacarme a Alec de la cabeza, así que, sin ganas de darles explicaciones a mis padres sobre mi cambio de suite de la de Chasing the Stars a la suya, cogí el móvil y una manta y salí a la terraza con Layla.
               Lay me observó en silencio mientras me acomodaba en uno de los sillones de la terraza, arrebujándome  bajo la manta fina que me había traído. A esta altura y a estas horas, una brisa nada desagradable lamía los edificios y hacía que el pelo de Layla bailara al son de una música silenciosa. Layla dio un sorbo de la botella de agua que había sacado del minibar, una de las pocas víctimas que había podido rescatar de las garras malvadas de Diana y Zoe. Se dio la vuelta y apoyó los codos en la barandilla, inclinando la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, la melena al viento, las mejillas tiñéndose de un suave color sonrosado mientras los gemidos de Tommy y Diana nos alcanzaban.
               Me sentía segura con ella. Sabía que no me preguntaría ni me presionaría para sacarme de su caparazón. Su presencia era purificadora; había sufrido muchísimo a manos de su anterior novio, y que hubiera conseguido salir de allí era una prueba de que quedaba esperanza para el resto de mujeres, que no teníamos que rendirnos de la lucha contra nuestros demonios.
               Parecía tranquila, a gusto por fin con la vida después de todo lo que la había maltratado. Se merecía disfrutar de todo más que nadie, y se merecía que la quisieran como todos lo hacíamos. Su bondad era un faro de esperanza en medio de la oscuridad de un océano rabioso que haría lo que fuera con tal de tragarte.
               -¿Alguna vez te has unido a ellos?-pregunté, porque el silencio era demasiado ruidoso. No podía pensar en el pasado de Layla sin condenarla a arrastrarlo hacia su futuro, y también necesitaba  dejar de escuchar a Scott y Eleanor, a Tommy y Diana, y compararlos con cómo me imaginaba que sonaríamos Alec y yo.
               Layla negó despacio con la cabeza, los ojos cerrados aún orientados hacia el cielo.
               -Ni Diana se ha unido a nosotros, para que conste. Respetamos mucho los deseos de la otra, y cada una tiene sus tiempos. La relación de Tommy con cada una es bastante distinta.
               Acaricié con la mirada el une los puntos que las luces encendidas en las ventanas del edificio de enfrente dibujaban, pero allí tampoco había ninguna respuesta ni un consuelo. Me dolía la tripa, así que subí las piernas al sillón y me abracé las rodillas.
               -¿Es fácil compartir a Tommy?-pregunté, y Layla pasó un dedo por la barandilla, observando el pequeño surco que éste dejó en la misma un segundo antes de evaporarse por el efecto del cambio de temperatura.
               -A veces sí. A veces no. Aunque él lo facilita de una forma increíble. Nunca me había sentido tan cuidada, querida ni celebrada como ahora, estando con él.
               Sabía de qué hablaba. Hugo me había querido lo mejor que había podido y sabido, pero de cómo lo hacía el primer chico con el que había estado al hombre con el que estaba ahora había un mundo. Eso hacía las cosas un poco más fáciles con Hugo; a él, no dudaba que me lo merecía. O, si no lo hacía, las cosas entre nosotros estaban un poco más equilibradas.
               -Sin embargo… hay momentos en los que mi cabeza todavía es capaz de engañarme y decirme que no me merezco esto.
               -Claro que te lo mereces, Lay-protesté, y ella sonrió con calidez.
               -Lo sé. Pero los malos hábitos son difíciles de abandonar.
               Los malos hábitos son difíciles de abandonar. Se nos podía aplicar a Alec y a mí perfectamente. Alec había vuelto a pensar lo peor de sí mismo, y yo… yo no había sabido ver la bondad que había en él, igual que me había venido pasando los últimos años.
               -Aunque eso nos pasa a todas, supongo, ¿verdad?-preguntó, acercándose a mí con la elegancia de un cisne y sentándose a mi lado. Juntó las piernas, apoyó los codos en las rodillas y se inclinó hacia mí-. Tener reyes a nuestro lado hace que, a veces, dudemos de si somos reinas. Sobre todo si no nos hemos criado en el palacio de Buckingham.
               Asentí despacio con la cabeza.
               -Y todavía más si quien te quiere es un sol.
               Layla sonrió sin mostrar los dientes, enternecida, sus ojos resplandeciendo a la luz de la madrugada neoyorquina, y me cogió de la mano.
                -Que tu sol esté un poco más lejos no significa que no brille tan fuerte ni sea capaz de calentarte el alma como siempre. El roce hace el cariño, pero no lo es todo. La distancia no lo puede todo, Saab.
               Apoyé la mejilla en las rodillas, buscando en sus ojos una respuesta que me aterraba encontrar dentro de mí.
               -Le echo de menos, Lay.
               -Me lo imagino.
               -Y echo de menos estar segura de quién soy.
               De qué era capaz. De qué me creía y qué no. De que confiaba en Alec más de lo que lo hacía Scott.
               De que yo habría apostado por él antes de que lo hiciera nadie, de que yo habría puesto en marcha el carro en lugar de simplemente subirme a él si las circunstancias hubieran sido las adecuadas y la oportunidad hubiera estado en mis manos.
               -Ya sabías quién eras antes de tenerlo a él-susurró Layla, acariciándome las rodillas con el pulgar. Tomé aire y lo solté despacio.
               -Pero ahora creo que soy una persona distinta.
               -Bueno-meditó-, entonces tienes toda la vida junto a él para descubrirlo. Hay momentos en los que es peligroso olvidarte de quién eres, como me pasó a mí. Puede ser un error fatal. Otros, en cambio, son meros deslices que tienen fácil solución.
               Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas, pero Layla no se apartó. No se alarmó ni me miró con lástima, sino que simplemente me dejó ser yo. Ser sincera conmigo misma y soltar lo que llevaba reteniendo horas.
               -Me dijo que me había puesto los cuernos y yo le creí, Lay.
               -¿Y es malo creer al chico del que estás enamorada cuando te confiesa que te ha hecho daño?
               -Sí, cuando ese chico es Alec y sabes que su percepción de sí mismo no es de fiar. Yo no… no debería habérmelo creído. Estuve días enteros luchando para encontrar la manera de convencerme de que no era verdad. O de que era verdad. Pero se lo dije a Scott y… necesitó menos de un segundo de saber la verdad para darse cuenta de que Alec creía que me había sido infiel, pero no lo había sido realmente.
               -Scott lo conoce desde hace mucho más tiempo, y también es mayor que tú. Es normal que sepa cosas de él que a ti todavía se te escapen.
               -Yo soy quien mejor le conoce. Yo soy la que hizo que fuera al psicólogo y empezara a curarse.
               -Cielo-Layla sonrió con una comprensión maternal-, que alguien nos salve no quiere decir que sea también quien mejor nos conoce.
               Aparté la vista de ella y la clavé de nuevo en las intersecciones de las calles. La mancha oscura entre dos edificios delataba la presencia de Central Park allí mismo.
               -Nos hemos dicho cosas que no le hemos contado a nadie más. Sé cosas de él que Scott ni se imagina-me miré las uñas, luchando contra el nudo en mi garganta-. Él sabe cosas de mí que Scott ni se imagina. Podemos hablar de lo que queramos, y yo… yo soy tan estúpida que ni siquiera sé distinguir cuándo es su ansiedad la que habla y cuándo quien lo hace es él.
                Layla me acarició la cabeza, descendió por mi espalda y se inclinó a darme un beso en el hombro.
               -Eres muy dura contigo misma. Siempre lo has sido, Saab.
               -Le dejé solo-jadeé, rompiendo por fin a llorar-. Sabía que no estaba listo para irse al voluntariado, me suplicó que le pidiera quedarse, y le dejé solo, Layla. Nada de esto habría pasado si estuviera aquí, conmigo. Estaríamos los dos juntos ahora, disfrutando de la ciudad, de todo lo que estáis consiguiendo, y no cada uno en una puta punta del mundo, viviendo nuestras experiencias sólo a medio gas, porque él no puede callar las voces de su cabeza y yo he empezado a escuchar a las que me dicen que no he hecho nada por protegerlo.
               -Le pediste que fuera al psicólogo. Lo ayudaste a recuperar el curso cuando todo apuntaba a que no lo conseguiría. Yo creo que te has movido más que nadie por protegerlo. Que tropieces una vez no significa que no seas la que mejor le lleva el ritmo.
               -Yo sólo quiero que vuelva-jadeé, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano-. Quiero que vuelva y que nada de esto haya pasado nunca y… yo no estar segura de que aprovecharé la más mínima oportunidad para darle la espalda. Poder dudar al menos que me lo merezco en lugar de estar segura de que no lo hago, Lay.
               Layla se quedó callada un momento, pensativa, observándome. Luego me acarició de nuevo la cabeza, apartándome el pelo a un lado para poder verme la cara.
               -Habla con los chicos.
               -¿Con Scott y Tommy?-asintió-. Ya he hablado con Scott.
               -Pero no con Tommy.
               -¿Qué diferencia hay entre lo que pueda decirme Tommy y lo que ya me ha dicho Scott?
               -Que Tommy intentó suicidarse y Alec le salvó la vida. Tiene una versión de él que tu hermano no tiene. Ha estado en sitios oscuros que tu hermano no ha visitado, aunque sus caminos sean inseparables. Y Scott no es tan imparcial como Tommy en este asunto.
               -Tommy adora a Alec igual que Scott.
               -Sí, pero esto no es sólo sobre Alec. También se trata de ti. Y ahí, Tommy es más imparcial que Scott.
               Sorbí por la nariz y me froté el dorso de la mano contra ella.
               -¿De mí?
               -Sí. De ti y de cómo has gestionado esto. Creo que es la primera gran crisis que pasáis, y creo que no estás contenta con cómo lo has llevado, y creo que no eres completamente objetiva contigo misma. Creo que algo más allá de lo que ha pasado con Alec te ha hecho daño y te estás castigando por ello.
               Tomé aire de nuevo y lo solté despacio. Y luego, Layla terminó:
               -Tiene que haber algo más. Siempre hay algo más contigo, Saab. Hay algo que no me estás contando porque ni siquiera te lo cuentas a ti misma, y… sea lo que sea de lo que estás huyendo, si te ha encontrado en Nueva York-levantó la vista al cielo y miró los edificios, cada uno con mil historias en su interior, cada ladrillo una odisea en miniatura-, te encontrará en cualquier otra parte. Así que afróntalo cuanto antes. Antes de que se haga más fuerte que tú y no puedas derrotarlo. No te haces idea de lo extraordinariamente raros que son los buenos chicos hoy en día, de modo que, en cuanto encontramos a uno, tenemos que anclarnos bien a él.
               Me dio un beso en la mejilla y me dio un suave apretó en el hombro.
               -Prométeme que no lo dejarás marchar porque tienes miedo. Y que no te interpondrás entre vosotros, salvo si dejas de quererle.
               Me la quedé mirando, sus palabras demasiado parecidas a una promesa que había hecho a Alec hacerme hacía tanto tiempo que ya se había convertido en piedra. Prométeme que no dejarás que nada ni nadie se interponga entre nosotros. Ni siquiera tú, y ni siquiera yo.
              
 
Al contrario que esta mañana, Killian no desperdició ni un solo segundo desde que entré en la cantina para venir a verme. Se levantó como un resorte de la mesa en la que estaba con el resto de soldados que no estaban haciendo una ronda y vino derechito hacia mí, abriéndose paso entre los cuerpos del resto de voluntarios que recorrían el espacio entre las mesas como hormigas siguiendo las rutas que sus antepasados habían abierto para ellas.
               Luca y Perséfone me miraron, como preguntándome si deseaba que me dejasen solo o si prefería que estuvieran conmigo. Como si no hubiera venido aquí para resolver las cosas por mi cuenta, pensé, pero decidí apreciar el gesto que mis amigos tuvieron conmigo y le di una palmada en la espalda a Luca, indicándole que enseguida me reuniría con ellos.
               El italiano se moría de ganas de saber qué era a lo que me había dedicado todo el día, pero se había dado cuenta de que había llegado de mala hostia a la cabaña, cubierto de polvo y sudor, y había decidido que lo mejor sería dejarlo estar durante un tiempo. Ya le diría a qué me dedicaba y por qué venía de tan mal humor de mis quehaceres secretas en la aldea a la que sólo yo había podido acceder, a juzgar por la discreción con la que los soldados que participaban en las labores de construcción atravesaban nuestro campamento y se dirigían hacia allí. Me había pegado una ducha relajante con agua helada que superaba el tiempo reglamentario que teníamos para asearnos, pero me daba lo mismo: que Valeria me montara el pollo del siglo si quería, porque la verdad es que me merecía relajarme.
               Había sido un día de mierda, a decir verdad. El gilipollas de Nedjet se había limitado a darme la pala y decirme que cavara hasta que me dijera basta, y a eso me dediqué toda la tarde, bajando más que nadie el nivel de los cimientos hasta que, riéndose, me dijo que había terminado hacía horas y que me tocaría devolver la tierra al nivel en que teníamos que empezar la construcción.
               -Asegúrate de que esté bien nivelada-me dijo mientras se marchaba con los demás, cuidando siempre de no ir por los caminos que utilizaban las mujeres. Yo había sido obediente y había terminado la obra en tiempo récord, marchándome con una sonrisa de suficiencia que hizo que le hirviera la sangre, pero que no representaba para nada cómo me sentía. Estas mujeres necesitaban nuestra ayuda; hacían falta manos, no zancadillas, y Nedjet había sido un gilipollas por desaprovecharme sólo por darme una lección. ¿Se creía que el ejercicio físico era un castigo para mí? Por favor. Jamás había tenido la cabeza tan en silencio y había estado tan tranquilo como durante esa tarde en la que lo único que había tenido que hacer era moverme mecánicamente, cuidando de no darle un palazo a los demás ni que los demás me lo dieran a mí. El ejercicio era terapia, el sudor era un bálsamo purificador que limpiaba todos mis pecados, y de no ser por la actitud de mierda de mi nuevo jefe, habría regresado al campamento con una sonrisa de oreja a oreja, sintiéndome mejor que nunca, realizado conmigo mismo y útil a una sociedad a la que sólo iba a aportarle, todo ello sin quitarle nada a cambio.
               -Mañana te quiero aquí a la hora-ladró Nedjet mientras yo me alejaba por el sendero, tan alto que un par de mujeres que había en la plaza dieron un respingo y se nos quedaron mirando. ¿De ellas no teníamos que escondernos? ¿Su proceso de curación no importaba, o cómo iba la cosa?
               -Sí, señor.
               -Cada minuto que llegues tarde será media hora que te quite de descanso.
               -Me muero de ganas-ironicé, levantando la mano por encima la cabeza y sacudiéndola en el aire, sin dignarme siquiera a girarme.
               No dejes que te moleste, escuché a Sabrae en mi cabeza. Eso es justo lo que él quiere.
               Me la bufaba lo que él quisiera, la verdad. Yo había ido allí a trabajar, no a comportarme como un crío en el patio del cole que está emperrado en que jueguen a lo que a él le apetezca. Nedjet debería llevar el tiempo suficiente en el santuario como para tener ya esa visión.
               A eso había que añadirle que me dolía absolutamente todo el cuerpo, y que varias veces había tenido que llevarme a mí mismo al límite con tal de no cesar en mis esfuerzos y que Nedjet tuviera una excusa para mandarme de vuelta con Valeria. Yo no era de los que perdían, y ni mis costillas resentidas ni mis pulmones poco acostumbrados a los trabajos de resistencia tan largos harían que fracasara en esto. Para algo importante que tenía que hacer, mis límites físicos no iban a ser un impedimento.
               Había conseguido tranquilizarme, eso sí, en el baño. Todos los tíos que habían pasado por él mientras yo estaba dentro me habían mirado de reojo, perfectamente conscientes de dónde había pasado el día y ansiosos por saber qué era lo que se guardaba en ese sitio al que teníamos prohibido el acceso, pero, igual que el italiano, habían mantenido las distancias mientras yo pasaba por mi propio momento zen y se me iba pasando la mala hostia. Sabía muy bien lo que haría si Sabrae estuviera aquí: la empotraría contra la pared y haría que se aprovechara del estallido de energía que mi cuerpo tenía acumulado y que tan desesperadamente necesitaba encontrar una vía de escape.
               Pero no la tenía aquí, conmigo, así que no me quedó más remedio que respirar hondo, recordar mis ejercicios con Claire, y repetirme que mañana sería otro día y que no tenía que ponerme negativo con esto. Puede que fuera una prueba. Puede que el gilipollas de Nedjet fuera gilipollas de cara a la galería, y sólo fuera parte de su trabajo tratar de acojonarme y hacer que le demostrara que yo valía para estar allí. Piensa en positivo, Al, la escuché animarme dentro de mí.
               Me habría hecho una paja de tanto pensarla si no estuviera tan absolutamente agotado.
               Así que, renovado y con los músculos agarrotados, había ido en busca de Luca y habíamos esperado a Perséfone para entrar en la cantina. Esperaba poder intercambiar un par de impresiones con Pers mientras Luca elegía su comida, pero se veía que no iba a tener tanta suerte.
               Killian me puso una mano en el hombro y me llevó a un rincón en la misma pared de la puerta, lo suficientemente alejado como para que nadie nos escuchara salvo que pusiera mucha, mucha atención. Y sería tan evidente que estaban poniendo la oreja que no lo harían.
               -¿Qué tal el primer día?-preguntó, y yo arqueé las cejas.
               -Genial. Nedjet y yo hemos conectado tan bien que ya estamos pensando en irnos de cita al cine el sábado que viene. ¿Sabes de alguna peli romanticona que echen con la que podamos hacer manitas en la oscuridad?
               Killian rió por lo bajo.
               -¿Tan mal ha ido?
               -Me ha hecho hacer horas extra.
               Killian parpadeó.
               -No puede hacer eso.
               -No debe, pero poder, sí que puede. Igual que yo no debo plantarme mañana con un hacha y picarlo tan fino que mi madre pueda usarlo para hacer sus albóndigas, pero, ¿quieres que probemos a ver si puedo?
               -Siento mucho que hayáis empezado con mal pie. Es culpa mía. Si hubiéramos llegado a la hora…
               -… habría tenido que aguantarlo siendo un subnormal conmigo una hora más-respondí, poniéndole una mano en el hombro-. No te preocupes, tío. No es culpa tuya.
               -Ya. Respecto a eso… perdona también que no te dijera que iba a desafiarte nada más llegaras. Lo hace con todos los nuevos.
               Parpadeé.
               -¿Ah, sí?
               -Sí. Tiene que hacerlo. No podemos arriesgarnos a subir a payasos temperamentales que pongan en peligro a las refugiadas a la primera pataleta que les dé. Lo entiendes, ¿verdad?
               Parpadeé aún más despacio.
               -Conocer tu reacción genuina si te tocan los huevos era algo esencial para nosotros. Valeria también quiere que sepas que lo siente, y está dispuesta a pedirte perdón en persona si crees que…
               -Me han dicho y me han hecho cosas peores que ese payaso. Aunque yo de él, tendría cuidado con lo que digo sobre mi novia en mi presencia. Si cada persona tiene un botón nuclear, el mío es Sabrae. Que me digan lo que quieran y me puteen como les dé la gana, pero a ella no me la tocan.
               Killian rió entre dientes.
               -Debe ser una tía muy especial.
               -No te haces una idea.
               Tragó saliva y me miró de arriba abajo, como analizándome. Asintió despacio con la cabeza.
               -Si te sirve de consuelo, creo que lo has hecho bien hoy. Tu novia puede estar orgullosa.
               Me noté sonriendo como un anciano al que le dicen que la teoría en que lleva trabajando toda su vida ha resultado ser correcta, comprobada por un equipo de jóvenes científicos que lo continuaron donde él se vio obligado a dejarlo.
               -Hablaré con Valeria para que le diga a Nedjet que no te machaque demasiado. Lo último que necesitamos es romperte. Esta semana posiblemente tengamos otra expedición, así que no te conviene cansarte demasiado.
               -Guay. ¿De cuántos días?
               Killian se echó a reír.
               -¿Qué pasa? ¿Acabas de conocer a Nedjet y ya tienes ganas de perderlo de vista?
               -Sólo quiero ir pensando en cómo se lo digo. Estoy seguro de que le romperé el corazón.
               -¿Te has quejado mucho hoy?-preguntó, mirándome de lado con gesto analítico.
               -Nop. He venido a trabajar, y eso es lo que estáis haciendo, ¿no? Si quisiera tumbarme a la bartola, estaría por ahí, de vacaciones con mi piba, asegurándome de comerle bien el coño cada noche en un bungaló a orillas de una playa en… no sé. Maldivas, o algo así.
               Asintió con la cabeza, acelerando cada vez más a medida que pasaban los segundos, mientras se mordisqueaba los labios.
               -Entonces, Nedjet te echará de menos antes de lo que te esperas.
               Exhalé una risa y puse los ojos en blanco.
               -Sí, claro.
               -Te dejo para que te repongas. Cuídate, ¿vale, chaval? Descansa. Y perdona otra vez por no haberte avisado. No tenía ni idea de lo de tu madre. De haberlo sabido…
               -No pasa nada. Lo entiendo perfectamente. Yo no soy el protagonista aquí, ¿no? Lo son las mujeres. Hay que protegerlas sea como sea.
               Killian asintió con la cabeza.
               -Me alegro de que lo entiendas-dijo, sonriendo con un orgullo que me recordó mucho a cómo me sonreía Sergei cuando me bajaba de un ring después de ganar.
               O cómo me sonreía Sabrae cuando salía de una sesión con Claire particularmente difícil.
               Me iba a ser imposible no hablarle de esto a mi chica, cada vez lo tenía más claro. Con su recuerdo estaba ayudándome más de lo que ninguno de los dos se esperaba, y me daba la sensación de que no sería capaz de superar todas estas pruebas si no estuviera seguro de que mi resiliencia la enorgullecería. Además, me hacía ilusión hacer cosas para poder tenerle más que contarle: pronto nuestras cartas se convertirían en paquetes de vivencias, estaba seguro de ello.
               Para cuando me reuní con Luca y Pers, me encontré con que ya me habían cogido la cena. Sospeché que la que había llenado mi plato hasta los topes había sido Pers, que sabía a qué me había dedicado. Normalmente Luca era más prudente con el tema de la comida, sobre todo porque nos reñían si desperdiciábamos algo... a pesar de que los animales de la granja lo aprovechaban de sobra.
                -Querido Dios, te pedí una comida, no un manjar-dije, sentándome frente a mi plato lleno de puré de patatas, verduras y tres inmensos filetes que me hicieron la boca agua. Luca y Perséfone se rieron y empezaron a dar cuenta de sus cenas, mucho más moderadas que la mía. El italiano me preguntó a qué había dedicado mi día, pero cuando vio la manera en que estaba devorando la comida, decidió que ya me interrogaría en la cabaña, cuando estuviéramos solos y no hubiera nadie interrumpiéndonos, Perséfone entre ellos.
               -Hoy han llegado las medicinas para Serrucho. Creo que estará curado antes de que yo me vaya, así que con un poco de suerte seremos nosotros los que lo llevemos a su casa.
               -¿Antes de que te vayas?-pregunté, y Perséfone me miró-. Entonces, ¿ya has tomado una decisión con lo de alargar el voluntariado?
               -Bueno, no quiero precipitarme. Todavía lo estoy valorando-admitió, y Luca nos miró alternativamente a ambos.
               -¿Qué pasa?
               -Nada-dijimos los dos a la vez.
               -Está claro que algo pasa. Contádmelo o gritaré.
               -Luca, tú ya gritas al hablar. Que ni Perséfone ni yo te digamos nada porque somos mediterráneos y estamos acostumbrados al volumen con el que se habla en el mediterráneo no quiere decir que no grites.
               -Bueno, pero todavía puedo gritar más.
               -Valeria me ha ofrecido alargar el voluntariado-explicó Perséfone, y Luca la miró con ojos como platos.
               -¡No jodas! ¿Va en serio? Pers, non scherzare con me, OK? ¿Vas a quedarte?
               -Gran canción-solté, pero no me hicieron caso.
               -Aún no lo sé, Luca, ¿vale? Tengo que pensarlo.
               -Ma, ¿qué es lo que tienes que pensar? Tienes a tu chico favorito en el mundo aquí. Y también está Alec.
               Mastiqué sonoramente, sonriendo, y sacudí la cabeza mientras pinchaba un pedazo de zanahoria frita.
               -Tienes que quedarte. Por favor, por favor. Por favor. Per favore. Alec, ¿cómo se…?
               -Sas parakaloúme.
               -No le enseñes griego-advirtió Perséfone, levantando un dedo en mi dirección. Me reí.
               -Sasparakaloúme. Sasparakaloúme.
               -Tengo que pensármelo, Luca. Tengo todo listo en casa para mi vuelta y tengo que decidir si me compensa retrasar un año la universidad por estar aquí.
               -La universidad no se va a ir a ningún sitio.
               -Excepto si los ingleses nos emperramos en que sí-me burlé, y Perséfone me fulminó con la mirada-. Uh, perdona, Pers. ¿Demasiado pronto para burlarme de los traumas generacionales de Grecia?
               -No eres más que un puto extranjero que sabe imitar muy bien nuestro acento.
               -Sí, tengo entendido que mis habilidades con la lengua son legendarias.
               -Vamos, Pers…-continuó Luca, pero Perséfone lo fulminó con una de aquellas miradas que me dedicaba a veces a mí, de “no me toques el coño o te juro que te muerdo un testículo en la próxima mamada que te haga”, y con eso el italiano dio por finalizada su sesión de súplicas. Vaya. Parece que lo único que hace falta para pararle los pies a un italiano es una griega-. Va bene. Va beeeeeeene. No hablaremos de eso. Pero de algo podremos hablar, ¿sí? Alec.
               -No.
               -¡Si todavía no te he preguntado!
               -No puedo decirte lo que he estado haciendo todo el día, lo siento. He hecho un pacto de silencio con Valeria.
               -¡Todo el día con Valeria para arriba y Valeria para abajo! Ni que fuera la reina de este campamento. ¿Estamos aquí para salvar a las jirafas o para salvarla a ella?
               -Valeria es la jefa, tío. Para que lo entiendas, es el capo de esta mafia que somos todos. La Vita Corleone de Etiopía. Capito?-sonreí, pellizcando el aire, y Luca puso los ojos en blanco.
               -Ma che cazzo insopportabile sei. Ya sé que Valeria es la jefa, pero estamos en un campamento, no en una sociedad autoritaria, ¿no?
               -Yo no estaría tan segura. Nadie hace nada sin que ella lo sepa o dé su visto bueno, así que…-Perséfone dio un sorbo de su vaso y sonrió ante el gesto de desesperación de Luca.
               -¿En serio no me vas a contar nada de lo que hay en la aldea? ¿Ni siquiera si hay muchas chicas guapas?
               Perséfone me miró con un gesto que la habría llevado presa, pero, gracias a Dios, Luca me estaba mirando a mí, así que no se percató de que había dado en el blanco por la expresión de Pers. Y yo, ¿qué puedo decir?, yo estaba dando la interpretación de mi vida.
               -No hay chicas en la aldea.
               -Me estás jodiendo.
               -Ya te gustaría-dijimos Perséfone y yo a la vez, y nos miramos y nos reímos-. Va en serio, Luc. No hay chicas en la aldea.
               -Si no hay chicas, ¿qué coño hay?
               Me mordí el labio. Estaba claro que no iba a salir de esta sin más.
               -Más militares-Perséfone me miró-. Arsenal, y esas cosas. No quieren que vayamos por nuestra propia seguridad.
               -¿Y por qué sí puedes ir tú?
               -Porque estoy en el top 1% de jugadores del Call of Duty de Inglaterra y el 5% de Europa.
               -Va bene. ¿No me lo quieres decir? Pues no me lo digas. Ya me encargaré de que te vayan desapareciendo las cartas de tu familia. Y luego, cuando no tengas con quién hablar, te replantearás cómo tratas a tu compañero de cabaña-espetó, enfurruñado, pinchando con tanta fuerza un trozo de pollo que el tenedor arrancó un chirrido del plato.
               -Venga, Luc, no seas así.
               -No, no, no, no. Niente di “Luc”. Niente. Signore Ferragioli per te, cazzo inglese-me apuntó con un dedo acusador mientras Perséfone se reía por lo bajo, oculta tras su servilleta.
               -No sabes lo cachondo que me pones hablándome en italiano-ronroneé, guiñándole el ojo. Luca me fulminó con la mirada, y pude ver cómo valoraba si tirarme el plato a la cara o no. Finalmente, decidió que tenía más hambre que rabia, así que continuó dando cuenta de su cena en absoluto silencio, que sólo interrumpió con monosílabos cuando Perséfone le ofreció a contarle lo que habíamos hecho durante la expedición. Con toda la emoción del día anterior, yo estaba rendido y habíamos ido posponiendo la conversación hasta este momento. Luca masticó despacio y se me quedó mirando cuando Perséfone le contó, quizá de una forma un pelín exagerada, cómo me abalancé sobre el cocodrilo para amordazarlo y poder subirlo al remolque.
               -Casi le arranca un brazo.
               -Ni de coña le dejé acercárseme tanto, Pers-protesté.
               -Habrá que vigilar al animal de cerca, entonces. No vaya a ser que se escape una noche y termine arrancándole ciertos atributos que conviertan a Sabrae en una viuda desconsolada. Imagínate que tiene que consolarla un pobre italiano.
               -Hablas así de ella porque nunca la has tenido delante, espagueti. Sabrae es mucha mujer para ti.
               -¿Y para ti no?
               -También, pero yo ya estoy más acostumbrado a levantarme rápidamente cada vez que la miro y me caigo de culo. Lo tengo mucho más asumido.
               Perséfone tragó saliva, mirando su plato y jugueteando con un pedazo de zanahoria. Tenía la vista perdida de esa forma en que los ojos se desenfocan cuando te sumes en tus pensamientos. Lo llevaba mejor de lo que ella misma creía; si yo estuviera en su lugar, no sé si soportaría escuchar al tío del que había estado enamorada y con el que había perdido la virginidad hablar de su novia como jamás lo había oído hablar de otra chica, de mí incluida.
               Estaba haciendo un trabajo excelente, y si lo de no quedarse en el voluntariado era por no oírme hablar de Sabrae… necesitaba quedarse para demostrarse a sí misma que podía  soportarlo.
               -¿Sabes? Puede que vaya a verla en uno de mis viajes del año-me provocó Luca, quitándome un trozo de verdura del plato y masticándolo con la boca abierta, apoyando el codo con chulería en la mesa.
               -¿Sabes? Puede que te pida que le des recuerdos míos.
               -¿Sabes? Puede que lo haga. ¿Cómo los prefiere?
               -Ardientes.
               -Me lo pasaría bien con ella.
               -Una lástima que ella no se lo fuera a pasar bien contigo.
               -¿Quién lo dice?
               -Luc, vamos. Nos hemos cambiado el uno delante del otro.
               -No es el tamaño lo que importa, sino la maña al usarla. Además… nadie lo hace como un italiano.
               -Ni tampoco como un inglés con ascendencia griega y rusa.
               -Si tan seguro estás de tus dotes, ¿por qué no le preguntamos a la dama aquí presente?-Perséfone nos miró a ambos, mordisqueando una patata frita que había cogido con las manos. Sus ojos saltaron de mí a Luca alternativamente como si estuviera en un partido de tenis-. Ella ha estado con los dos. Si hay alguien que pueda aclararnos las dudas…
               -Ah, no. Ni de coña. No pienso participar en esto.
               -¿Tantas ganas tienes de que Perséfone te humille?
               -¿Quién dice que fuera a humillarlo, Alec?
               Abrí la boca.
               -¿Me estás diciendo que vas a decir que este mindundi al que acabas de conocer folla mejor que yo?
               -¡Que se lo diga, que se lo diga, que se lo diga!-festejó Luca, dando palmadas en la mesa como un crío de seis años al que le dicen que hay pizza para comer.
               -No voy a participar de este concurso de longitud de pollas. Si me necesitáis-dijo, cogiendo su plato, sus cubiertos y su vaso-, estaré en esa mesa-señaló un par de mesas más allá, donde su compañera de cabaña estaba charlando con un par de chicas más-, donde no se está produciendo un genocidio neuronal.
               -¿Vas a mover el culo como a mí me gusta de la que te alejas?-coqueteé, poniéndole ojitos. Y Perséfone no dudó en colocarme el vaso de agua encima de la cabeza y verter todo su contenido sobre mí. A continuación dijo:
               -Sí.
               Y desfiló en dirección a la mesa con las chicas mejor de lo que habría hecho hasta la mismísima Diana Styles. Me eché a reír, me pasé la mano por el pelo para retirarlo hacia atrás, y bufé. Luca tenía los ojos fijos en mí.
               -¿De veras esperas que me crea que no hicisteis nada estos días? Ahí afuera, en la sabana, con nadie más que Sandra y Killian para contar lo que pasaba. Tú te crees que yo soy tonto, ¿eh?
               -Después de la que monté porque Perséfone me dio un beso y yo me hice una paja mental increíble creyendo que se lo había devuelto, ¿crees que sería capaz de follármela, Luca?
               -La carne es débil.
               -No la carne que le pertenece a Sabrae.
               Luca dio un sorbo de su vaso de agua.
               -Tengo ganas de conocer a esta tía. A veces haces que parezca la persona más legendaria que ha pisado la faz de la Tierra. Bueno, justo por detrás de Jesucristo-reflexionó, y se santiguó.
               -No insultes a mi piba, espagueti. Ella no sería tan subnormal como para necesitar siquiera resucitar, porque primero tendrían que matarla. Y no se va a dejar matar. De hecho, posiblemente, en la última cena hubiera puesto veneno. Y sería capaz de montar un juego de resolver misterios como en el Cluedo para que sus amigos averiguaran cómo lo había hecho. Muy a lo Knives out.
               -Si tan lista es, no debería dejarse pillar.
               -¿Qué gracia hay en hacer cosas si no puedes contarlas? Ella desbanca a Jesucristo. Yo me la tiro. ¿Te imaginas no presumir de ello? Te falta un poco de mentalidad de tiburón, chaval-negué con la cabeza, guiñándole un ojo, y Luca se echó a reír. Más chicos se unieron a nuestra mesa, procedentes de todas las cabañas y quehaceres, y cuando me preguntaron a qué me había dedicado por la tarde y di una respuesta distinta y más surrealista a cada una, se dieron cuenta de que no iba a soltar prenda y antes conseguirían los archivos secretos del MI6 que la verdad de lo que había en la aldea tras los árboles.
               -A mí me lo dirás, ¿verdad?-preguntó Luca cuando salimos del comedor. Puse los ojos e blanco y suspiré sonoramente, esperando que aquello fuera toda la respuesta que el italiano conseguiría a su insistencia. No sabía cómo iba a hacer para que no me lo terminara sonsacando, pero ya pensaría en ello cuando tuviera tiempo. Por ejemplo, mañana, cuando el sociópata de Nedjet decidiera, no sé, hacerme mover cada árbol de esta puta selva diez centímetros hacia el sur.
               Volvíamos de lavarnos los dientes en los baños cuando Pers me interceptó. Ya se había terminado de asear y llevaba el pelo recogido en una coleta que no dejó de toquetearse mientras me pedía “un momento para poder comentarme una cosa”. Luca nos miró a ambos con suspicacia, pero se alejó tras despedirse diciéndome que me vería en la cabaña y desearle buenas noches a Pers. Nos acercamos en entonces a la plaza central del campamento, y nos sentamos en las escaleras de las oficinas de Mbatha y Valeria. Perséfone se abrazó a sí misma un momento, tratando de contener unos temblores que venían más por el nerviosismo que le producía lo que fuera que quisiera decirme que por el frío de la noche. Aunque la verdad es que corría bastante fresco.
                Se golpeó las punteras de los pies la una contra la otra.
               -¿Qué tal el día?
               -Fatal. El jefe de los obreros me odia. Creo que me intentará tirar un tronco encima cuando no mire. Más me vale estar ojo avizor.
               Perséfone rió, apartándose un mechón de pelo de la cara. No lo dejó tras su oreja, así que volvió a volar hacia su boca, de modo que me vi en la obligación de capturarlo con mis dedos y colocárselo allí yo mismo. Pers me miró en silencio, sus ojos brillando a la luz de la luna y las cabañas con las luces encendidas que, poco a poco, iban siendo menos. Pude ver que sus ojos bajaban hacia mis labios y sé que le estaba costando no convertir el pasado en presente y besarme de nuevo, como había hecho tantas otras veces con la misma iluminación. El ambiente entre nosotros estaba cargado de electricidad.
               -Debemos de haber encontrado al único imbécil del mundo capaz de odiarte, entonces. Me alegro de que esté tan lejos de donde sueles estar normalmente que te sea súper fácil ignorarlo.
               -Ya, el problema-torcí el gesto, los ojos puestos en las estrellas-, es que me he venido a su país deliberadamente y por un año, así que ese cabrón va a disfrutar haciéndome la vida imposible.
               -Siempre puede caérsele un árbol encima. Quiero decir… la gravedad es de las fuerzas más democráticas que existe. No le hace ascos a nadie.
               Los dos nos reímos y Perséfone se relamió los labios. Abrió la boca para decir algo, pero yo me adelanté.
               -¿No quieres aceptar lo de la extensión del voluntariado porque yo no paro de hablar de Sabrae?
               Sus cejas hicieron una montaña cuya cima estaba en perpendicular sobre su nariz.
               -Me gusta oírte hablar de Sabrae.
               -Mentirosa-me burlé, y ella rió por lo bajo-. No lo hago por joderte.
               -Sé que no lo haces por joderme. Y por eso me gusta. En serio. Aunque escueza un poco. Quiero pensar que, si las cosas fueran al revés y ella fuera yo, también le gustaría oírte hablar de mí. Aunque le escociera un poco.
               -Hizo más que escocerle-confesé-. Pero sí. Le gusta que hable de ti. Sobre todo porque sólo tengo cosas buenas que contar.
               -Mentiroso-se burló. Le pasé el brazo por los hombros y la estreché contra mí, y por un momento dejó de temblar. Fue como si estuviéramos de vuelta en casa, yo ofreciéndole mi calor corporal mientras observábamos el horizonte lleno de estrellas. Solo que aquí, el horizonte estaba a veinte metros de distancia en lugar de a seis kilómetros y pico.
               -¿Quieres que te diga si prefiero que te quedes o te vayas?
               Levantó la vista a toda velocidad y me miró.
               -¿Es que no quieres que me quede?
               -Yo no he dicho eso, Pers. Sólo quiero saber si quieres saber si quiero que te quedes.
               -Cuántos “quiero” para lo poco que me quieres-rió, y yo le quité el brazo de encima.
               -Si te quisiera un poco menos quizá sería capaz de hacer lo que llevo tiempo muriéndome de ganas y mandarte a la mierda de una puta vez. No eres lo suficientemente guapa para lo insoportable que eres.
               -Pero follo bien.
               -Me pregunto quién te enseñó.
               -Me pregunto quién te enseñó a ti. Sabes que la mitad de tu éxito con Sabrae es gracias a mí, ¿no?-se miró las uñas-. Por eso no me duele oírte hablar de ella. Soy una profesora orgullosa que ve a su alumno favorito triunfar.
               -Gracias por lo de alumno favorito, pero te follé más veces de las que tú me follaste a mí, ¿recuerdas?
               -Puede, pero la primera vez que follamos, tú acabaste antes, así que técnicamente yo te enseñé a ti.
               -Para curso intensivo el tuyo, Pers. No hay veintiséis segundos que hayan estado mejor aprovechados que los míos contigo.
               Perséfone se echó a reír, sacudiendo la cabeza de forma que su coleta me acarició los hombros.
               -Quieres que me vaya, ¿a que sí?-dijo, y entonces, el que la miré fui yo. ¿Por qué decía eso? Adoraba el suelo que ella pisaba y lo único malo de mis meses con ella era que sólo duraban eso, un mes. La echaba de menos estando en casa. Si me bastara con lo que estábamos juntos en Mykonos, no le habría escrito como lo había hecho. Ella no sabría nada de mi vida en Inglaterra y yo no sabría nada de su vida más allá de agosto.
               -¿Por qué dices eso?
               -Porque no me lo habrías preguntado si quisieras que me quedara. Me lo habrías dicho y punto.
               -Tengo ascendente Tauro.
               -¿Y eso qué significa?
               -Significa que soy tozudo y de ideas fijas. Sabrae es Tauro también y es peor que yo. Así que el hecho de que yo ahora tenga novia no quiere decir que lo nuestro tenga por qué cambiar, Pers. Es decir, más allá de lo evidente. No lo he pensado porque no creí que tuviera nada que influir en ello, pero creo que… sí. Creo que me gustaría que te quedaras. ¿Supone alguna diferencia?-me atreví a preguntar, y ella se relamió los labios. Bajó un escalón, de modo que sus piernas estuvieron estiradas en el suelo y estaba en la posición perfecta para acurrucarse bajo mi brazo. La cantidad de veces que habíamos estado en esa postura en casa… y ahora estábamos aquí, a miles de kilómetros de distancia, con los mismos puntos de contacto, mucha más ropa, y una presencia intangible pero imposible de ignorar recordándonos que ya nada era como antes.
               -Creo que sí.
               -Sé que sería menos eficaz comprarte el billete de vuelta y dártelo que lo que te voy a decir, pero te lo voy a decir de todos modos: piénsatelo-le di un apretón en el codo y ella me miró de nuevo desde abajo-. Valeria tiene razón. Una oportunidad como la que te han dado no se presenta otra vez en la vida, y puedes aprender más en un año aquí que en varios en la universidad. Y estoy yo… sería algo guay que pudiéramos compartir juntos. Eres más fuerte de lo que crees. Se te terminarán pasando las ganas de echarme un polvo. O igual no-admití, encogiéndome de hombros-, porque la verdad es que estoy buenísimo y el ejercicio que voy a hacer estos meses va a hacer que lo esté aún más, pero tú te volverás más fuerte y, no sé, más golfa. Y te follarás a medio campamento y yo te aplaudiré como el buen amigo que soy, porque el hecho de que yo haya hecho un juramento de celibato no quiere decir que no pueda alegrarme de que a mis amigas les den un buen meneo de vez en cuando.
               Perséfone exhaló una risa por la nariz.
               -Bey, Sabrae y yo tenemos las tres un tipo, si las tres nos hemos pillado por ti. Pobres de nosotras por nuestro mal gusto si lo que nos molan son los gilipollas arrogantes con una labia peligrosísima.
               -Nena, si lo que te preocupa es mi labia y no mi polla, déjame decirte que compararte con Sabrae y con Bey es de tener mucha audacia. Porque Bey es la primera de su promoción, Saab lo será en su momento, y tú eres tonta.
               -A mí siempre me ha gustado más cuando me comías el coño. Era el único momento del día en que estabas callado-sonrió con maldad, y nos quedamos mirando la luna un rato. Me dolía todo el cuerpo y sólo tenía ganas de acostarme, pero sabía que había algo rondándole a Pers y que no debía presionarla. Así que sólo esperé, disfruté del aire y de su cuerpo cálido junto al mío, de cómo se parecía al de Sabrae y lo radicalmente diferente que era a la vez. Me pregunté qué estaría haciendo en ese momento. Si estaría pensando en mí.
               Si estaría sola, con todo lo que eso implicaba.
               -Gracias-dijo por fin Pers.
               -¿Por comerte el coño? El placer es mío. En serio. Me he llevado cosas jodidas a la boca, pero lo tuyo no era una…
               Perséfone me dio un codazo en las costillas que puede que me perforara ligeramente el pulmón, riéndose. Esto era lo que más me gustaba de ella: no había vivido mi accidente ni mi coma ni mi convalecencia en el hospital, así que se le olvidaba a menudo que yo ya no era tan fuerte como lo había sido la última vez que me vio. No tenía las mismas inseguridades ni me preocupaban las miradas ajenas como no lo habían hecho nunca en mi vida.
               Sentaba bien ser el Alec del verano pasado, siquiera sólo por su falsa sensación de amor propio. Aunque jamás echaría de menos lo que había sido antes de Sabrae.
               -No, bobo. Gracias por haberme llevado a la excursión. Yo… la disfruté. Muchísimo. Y creo que no lo habría hecho ni la mitad si no hubiera ido contigo-sus ojos volvieron a fijarse en los míos y yo sentí que me tendía un puente, un puente en el que siempre nos encontrábamos a medio camino-. Me diste un voto de confianza que ni siquiera yo estaba dispuesta a darme. Y… te lo agradezco mucho. No sé cómo habría sobrellevado lo que pasó entre nosotros de no haberme tendido la mano como lo hiciste.
               -¿Es broma? Soy yo el que te tiene que dar las gracias a ti, Pers. Quería hablar contigo sobre eso antes, pero estos días han sido una locura, y… no sé. Supongo que este momento es tan bueno como cualquier otro, pero me parece que tenemos que hablar en serio de lo que pasó ahora que los dos sabemos qué ha sucedido de verdad. Y… también darte las gracias por haberte arriesgado tanto por mí. Sé que saltaste al vacío al llamar a Sabrae, y que ella no tenía por qué haber reaccionado como lo hizo. Todo salió bien, por suerte, pero no tenía por qué ser así. Y tú lo sabías. Y aun así la llamaste.
               -No podía dejar que siguieras autodestruyéndote, Al-respondió, acariciándome la mejilla con cariño.
               -Creo que no eres consciente de lo responsable que eres de que yo esté aquí y esté bien. Si tú no hubieras llamado a Saab… yo no sabía cómo iba a hacer para no verla, aunque fuera sólo de casualidad. No sabía cómo iba a hacer para seguir en el voluntariado sin saber cómo estaba, porque si estuviera en casa al menos podría enterarme de alguna forma, pero aquí yo estaba aislado.
               -Tenía que hacerlo. No podía quedarme al margen mientras todo se iba a la mierda por mi culpa.
               -Sí que podías. Pero no lo hiciste. Y por eso te doy las gracias. Y sé que Saab te las dará en cuanto te vea, pase un año o pasen veinte.
               -No, Al, no podía. No podría vivir conmigo misma sabiendo que sería culpa mía que ella te dejara todo por un estúpido malentendido que sólo yo podía resolver. A veces parece que se te olvida lo transparente que puedes llegar a ser-sonrió-. Que Sabrae sea tu medicina más efectiva no quiere decir que sea la primera. La primera fui yo, ¿recuerdas? Yo fui la tirita que necesitaste para olvidarte de Bey y seguir adelante. Yo fui la primera que vio la manera tan visceral en que eres capaz de odiarte. Y si te gusta estar conmigo es porque yo enterraba ese odio-sonrió, triste-. No era una solución viable a largo plazo, pero era lo que podía hacer mientras estabas en casa. Y luego Sabrae apareció, y en lugar de esconderlo te lo hizo sacar a la luz, te hizo verbalizarlo y reconocerlo y empezó a extirpártelo. Sé que le llevará tiempo, pero también sé que lo conseguirá-me dedicó una sonrisa torcida-. No podía dejar que se te escapara la chica que te quita lo malo que tienes dentro por quedarte con la que sólo te lo esconde.
               Tragué saliva y la miré, orgullosa a la luz de la luna. Ningún nombre le vendría mejor que el de la causa de las estaciones, la reina de la primavera y también de la oscuridad. Sólo la reina del inframundo sería capaz de lidiar con mis demonios y hacer que se escondieran en lo más profundo de mi ser, esperando hasta que llegara la diosa de la luz para quemarlos en sus escondites.
               -No eres para mí, Al-negó con la cabeza, los ojos un poco húmedos-. Y créeme si te digo que sé perfectamente la mala suerte que he tenido con esto, pero no eres para mí. Eres para Sabrae. Y yo no podría ni querría interponerme entre vosotros dos. No sabiendo lo bueno que eres. Si alguien se merece tener aquello por lo que nos temían los dioses, si de todas las personas del mundo sólo lo mereciera una sola, ése tienes que ser tú.
               Las dos mitades de un todo. El complemento perfecto a mi ser. Lo que me haría inmortal y eterno y a la vez sería la envidia de todos los olímpicos, porque yo habría conocido lo que era la imperfección y la vulnerabilidad y lo finito y sabría valorar entonces mucho mejor que ellos todo lo que se me había regalado.
               Joder, y todo porque de entre todas las personas del mundo, el destino me había elegido a mí para disfrutar del amor de Sabrae. Era aterrador pensar en la cantidad de casualidades que habían tenido que sucederse en el tiempo para que ella y yo coincidiéramos en el mismo barrio y a la vez. Era aterrador y precioso, porque era imposible no creer entonces en la magia. Dos gotas de lluvia cayendo en hojas distintas, haciendo diferentes recorridos para terminar exactamente en el mismo punto de un charco no podía ser casualidad. No era caos. Era algo que las dirigía. Algo con el suficiente poder para trazar un plan como el que nos había unido y llevarlo hasta las últimas consecuencias.
                Cada cosa que había hecho, cada puta decisión que había tomado, buena y mala, me había llevado a esa discoteca en la que había terminado besando a Sabrae. Había gente que se pasaba la vida entera buscando un minuto de lo que yo ya llevaba disfrutando nueve meses. Había gente cínica que renegaba de que esto pudiera existir cuando no les sucedía a ellos.
               Y había gente buena, como Perséfone, que daba un sorbo de la copa y se la pasaba a la siguiente. Porque por muy delicioso que fuera ese éter, no era su éter. Y lo correcto era que las dos gotas llegaran donde tenían que hacerlo.
               Perséfone sonrió.
               -¿Te vas a poner a llorar?-preguntó, enternecida y divertida.
               -Pero, ¿qué dices, Perséfone?-protesté, poniéndome, efectivamente, a llorar. Perséfone rió, se subió un escalón, me rodeó los hombros con los brazos y me dio un fuerte beso en la mejilla. Apoyó la frente en mi sien y me dejó que me desahogara, sonriendo cuando incliné la cabeza hacia ella en busca de un poco más de contacto.
               No sabía qué había hecho para merecerme a gente tan buena a mi alrededor, pero a estas alturas de la película no quería hacer preguntas, no fuera a levantar la liebre y perderlo todo. No podía vivir sin Sabrae, pero tampoco quería descubrir si sería capaz de vivir sin Perséfone.
               -Dile a esa inglesita que más le vale tenerte bien vigilado y no dejarte escapar. Porque yo renuncié una vez a ti, pero no lo haré dos, Alec. Más le vale saber lo increíblemente afortunada que es.
               -El afortunado soy yo-dije entre hipidos, y Perséfone sonrió, volviendo a comérseme a besos. Me acarició el pelo y se rió por lo bajo, en silencio, cuando la miré como un cachorrito abandonado.
               Lo suyo tenía un mérito increíble. Pes había tenido una prueba de la versión completa que disfrutaba Saab, y aun así era capaz de dejarme marchar.
               -Qué tonnnnnnnnnnto eres-rió, pellizcándome la mandíbula y dándome un beso en la mejilla-. Y qué tonta fui yo por pensar que lo dejaríais durante el voluntariado, cuando es evidente que harías alguna tontería por ella del calibre jurarle fidelidad eterna, o algo así.
               -Sí, ahí no estuviste muy fina, la verdad-me reí-. Sabías que me tiene bien pillado y aun así te lanzaste a por mí a cuchillo.
               -Chico, ¿qué quieres? La esperanza es lo último que se pierde. Llevo funcionando así cuatro años; hay hábitos que son muy difíciles de olvidar.
               -¿Qué?-pregunté, limpiándome las lágrimas con el dorso de las manos y mirándola. Perséfone escupió un bufido, subiendo un escalón más.
               -Venga, Al. No pensarías en serio que no he tenido novio todos estos años.
               Me quedé a cuadros, mirándola por encima del hombro. Me dio un manotazo en el hombro.
               -¿En serio, Alec?
               -¡Nunca me dijiste nada!
               -¿Ni un solo novio en cuatro años? He tenido cantidad. No te creas que me he sentado a esperarte durante todo el año como una esposa fiel, porque no ha sido así. Lo que pasa es que siempre me aseguraba de quedarme soltera cuando tú vinieras a Mykonos. Sabía que venías esperando algo de mí, y, sinceramente, yo también esperaba algo de ti, y como me gusta muchísimo-se estremeció con dramatismo- cómo lo haces, quería asegurarme de poder disfrutarlo. Pero he tenido cantidad de novios. No me he aburrido ni he sido ninguna santa mientras tú estabas en Inglaterra, precisamente.
               Notaba cómo se me estaba secando la boca de tenerla abierta, pero no podía cerrarla. Era superior a mí.
                -Alec…-me advirtió Perséfone, como diciendo “no seas lerdo”.
               -No me dijiste nada.
               -Tú tampoco me contabas nada de las tías con las que te liabas los findes. Creía que era algo de mutuo acuerdo para no ponernos celosos o algo así.
               -Eh, Perséfone, no te decía nada porque si tuviera que contarte cada puto polvo que echo, tendría que estar con el móvil cargando todo el puto día.
               -Sí, ya. La mítica.
               -Pregúntale a Sabrae si no me crees.
               -No pienso preguntarle a Sabrae. En todo caso, le preguntaré a Bey. Ella es la única que ha conseguido escapar de ti. Tiene más criterio que nosotras dos-cruzó las piernas y agitó el pie que tenía en el aire, pensativa-. Joder. Cuatro años soltera. Dios me libre.
               -Yo he estado dieciocho y no he salido tan mal.
               -Bueno, esa es tu opinión-respondió, burlona, levantándose del asiento y sacudiéndose el culo para quitarse el polvo de la piel. Me tendió la mano y yo tiré de ella hacia abajo, pero me conocía de sobra y se esperaba que hiciera eso, así que no pude lanzarla contra mí. Se rió, me dio un beso en la mejilla, me dijo que nos veíamos mañana, y se marchó en dirección a su cabaña.
               Luca levantó dramáticamente la cabeza cuando entré en la nuestra a oscuras, me quité la ropa y me metí en la cama. Como no dije nada ni encendí la luz, desistió de su misión de verdad por el día y se dio la vuelta. Yo me escondí bajo la sábana, rodé hasta quedar con la cara contra la pared de las fotos, y me quedé mirando la de Sabrae entre las buganvillas, con el dedo estirado hacia la mariposa.
               Por eso todos en Mykonos estaban tan obsesionados con que me había traído a Sabrae para cubrir el sitio vacío que había dejado Perséfone. Porque era lo que Perséfone había estado haciendo cada verano.
               Despegué la foto de la pared y la coloqué justo sobre un haz de luz de la luna. La observé largo y tendido. De ahí la insistencia de los demás. De ahí que las amigas de Perséfone estuvieran tan cabreadas con Sabrae. Había aparecido en el único momento en el que ellas creían que tenían vía libre.
               Sentí una extraña sensación de levedad en lo más profundo de mi pecho. Me había odiado a mí mismo por no haberle contado a Sabrae todo lo relativo a Perséfone con pelos y señales para evitar que lo pasara mal en la boda de Iria y Bastian. Había creído que era culpa mía porque no le había dado la importancia que tenía. Pero es que no habría podido ni aunque quisiera, porque yo no sabía que Pers había estado haciendo eso.
               Así que no era todo culpa mía. Por primera vez en mi vida, no todo era culpa mía.
               Ir al voluntariado te hará bien, la escuché en mi cabeza. Te hará crecer.
               Qué razón tenía. Si no hubiera venido, jamás habría entendido ese pequeño episodio de mi vida.
               -Puto cabrón-susurré en la penumbra, tan bajo que me costó escucharme, mientras acariciaba una de las fotos que más me gustarían en la vida, de la chica que más me gustaría-. Al final, igual hasta terminas mereciéndotela.
               -¿Estás despierto?-preguntó Luca-. ¿Me cuentas entonces lo que has…?
               Le lancé la almohada a través de la habitación y creo que con eso captó el mensaje. Cuando fui a recogerla no dijo ni media palabra. Pero sé que escuchó mi silencio hasta bien entrada la noche mientras miraba la foto de Saab y no dejaba de pensar en una cosa:
               Qué lista era al no haberme pedido que me quedara.
               Estaba claro que mi voluntariado nos haría muy bien.
                



             
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2 comentarios:

  1. Aaiiiiins tenia ganitas de leer capítulo nuevo, te has hecho esperar cochina.
    Empiezo diciendo que no puedo evitar chillar con lo puto amo que es Alec y que si no lo hace el le voy a dar yo con una pala a ese imbecil prepotente.
    Me mata por otro lado lo mal que lo esta pasando Saab y gracias a Layla se me ha despertado la necesidad de esa charla con Tommy y que tu y tu lente mágica hagáis lo de siempre; establecer unos capítulos en los que se debate a muerte quien entre Scott y Alec es mejor para que hagas un capítulo siguiente en el que Tommy nos mate a todos. Hazlo. Lo estas deseando.
    Por otro lado me ha encantado la parte final y el contraste de la última reflexión de Alec con los pensamientos de Sab en la conversación con Lay.
    Termino diciendo que la conversación con Persefone me ha puesto muy blandita y he pegado un chillido contra la almohada con la frase de “Eres para Sabrae. Y yo no podría ni querría interponerme entre vosotros dos. No sabiendo lo bueno que eres. Si alguien se merece tener aquello por lo que nos temían los dioses, si de todas las personas del mundo sólo lo mereciera una sola, ése tienes que ser tú” porque en serio Tia no se como lo haces.

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  2. POR FIIIN CAP NUEVOOO!!
    - He adorado ver que Alec no se ha venido abajo con el Nedjet ese y aunque entiendo porque se ha portado así y la razón por la que le ha “puesto a prueba” me ha dado muchísima rabia en serio.
    - La conversación de Laia y Sabrae ha sido súper bonita y me ha dejado con muchas ganas de una conversación Tommy – Sabrae.
    - “Prométeme que no dejarás que nada ni nadie se interponga entre nosotros. Ni siquiera tú, y ni siquiera yo.” De mis frases favoritas de la novela, es TAN sabralec…
    - Gran canción “vas a quedarte” dilo Alec JAJAJAJAAJ
    - Que risa Luca picado con que Alec no le cuente donde ha estado.
    - La conversación de Perséfone y Alec ha sido preciosa, realmente me gusta mucho su amistad. “Eres para Sabrae. Y yo no podría ni querría interponerme entre vosotros dos. No sabiendo lo bueno que eres. Si alguien se merece tener aquello por lo que nos temían los dioses, si de todas las personas del mundo sólo lo mereciera una sola, ése tienes que ser tú.”
    Con ganas de leer más <3

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