miércoles, 11 de enero de 2023

Nueve años después...

 


Empezar esta entrada haciendo que el primer nombre que menciono no sea el de Scott y fingiendo que la novela no giraba en torno a él como intenté decirme mientras la escribía sería tan absurdo como incierto. Pensar también en que puede que debiera reservarme para el año que viene y celebrar así un aniversario redondo no deja de ir un poco en contra de mi estilo y mi corazón, ya que lo llevo tan dentro de mí (los llevo tan dentro de mí) que cada ocasión es buena para celebrarlo, y más aún cuando estamos en el año que siento que es de su familia.
               Lo que sí celebraremos en 2023 es el aniversario de la primera vez que escribí Chasing the Stars en un documento de Word (o de Open Office, más bien; hace tanto de esto que ni siquiera estaba con el mismo ordenador ni programa con el que sí espero terminar Sabrae), pero, por desgracia, es posible que ese día mágico que me cambió la vida se haya perdido en el tiempo, entre la marabunta de datos inútiles que no se transmiten de un documento a otro cuando cambias el tipo de archivo. Decir que no sabía en qué me metía cuando escribí ese primer nombre, del que pensaba que sería un secundario genial para un protagonista que no podía no seguir la línea de mis tendencias pro-Tomlinson de aquel entonces, sería quedarse muy, muy corta.
               Como me quedé corta cuando dije que la historia de Sabrae, ese spinoff que ya es más largo que la historia de origen (tiene más de tres millones de palabras; concretamente, tres millones cuatrocientas diez mil ciento sesenta y dos, 3.410.162 que pretendía meter en diez capítulos), serían unos “diez capítulos más o menos” en los que no tendría espacio para desarrollar todo lo que estoy desarrollando: mi corazón que germina como una planta, mi alma extendiéndose como una alfombra en el suelo y capturando en ella las luces que una preciosa vidriera, que no sé si me pertenece del todo, proyecta en la pared.
               Echar la vista atrás a ese 11 de enero de 2014 en el que remendé lo que el Louis de mis sueños después de acabar It’s 1D, bitches me recriminó (“¿de verdad vas a hacerles esto a nuestros hijos?”) hace que sienta una terrible nostalgia por todo lo que tenía entonces, pero, a la vez, también agradezca todo lo que tengo ahora. La validación de las últimas visitas, el aluvión de comentarios y las reacciones que en ocasiones he pensado (hay días en que todavía lo pienso) que solo unas pocas personas estaban entusiasmadas con mi historia, pero hasta el punto de hacerse notar por sesenta, es algo que eché de menos y con cuya pérdida no creí que me reconciliaría cuando empecé con Sabrae. Tampoco pensé nunca que fuera a escribir a un personaje mejor que Scott, Nuestro Señor y Salvador, y, sin embargo, gracias a Scott pude descubrir lo importantes, preciosas y especiales que son las vulnerabilidades y el tener defectos. Alec y Scott no podrían ser más iguales y a la vez más diferentes, dos caras de una misma manera, cuyo valor es idéntico pero que muestran opciones radicalmente opuestas. Hablándolo con una amiga hace tiempo, me decía que Alec fracasaba donde Scott triunfaba, que Scott había necesitado hacerse humano cagándola mientras que Alec había nacido así, habíamos empezado a quererle así, y su crecimiento y evolución eran mejores y más creíbles porque eran los propios de un humano que se convertía en dios, en lugar de un dios al que hicimos humano. Aun así, aunque tengamos nuevo rey y Scott ahora sea el secundario que yo creí que iba a ser cuando por primera vez escribí su nombre, hablar de lo que nos reúne hoy aquí es hablar de él. Porque puede que la novela la empezara Tommy, puede que ésa fuera su historia con Diana, puede que al final fuera a quedarse con Layla y Chad fuera el broche que necesitaba para encajarlo todo, la quinta punta de la estrella que estábamos persiguiendo en 2014. Pero Scott era el alma de esa estrella, su luz, su espacio en el cielo. Por eso quería ser astronauta y por eso lo consiguió.
               Han pasado los años y cada vez escribo menos su nombre, pero su nombre sigue estando ahí. Sigo viéndolo a él y no a Zayn cuando veo una foto de Zayn, sigo echando de menos un piercing que no existe, sigo adjudicándole las canciones que Zayn grabó pero nunca llegó a sacar. Sigue siendo el refugio al que Sabrae acude cuando no tiene a Alec y al que nunca quiere decepcionar, porque eso es lo que fue Scott para mí en 2014: el refugio al que acudía y al que no quería decepcionar. Le debía escribirle una buena historia, y creo que lo conseguí. Convirtió una de las épocas más jodidas de mi vida en una de las más felices simplemente estando ahí, narrando como un sinvergüenza, comportándose como un sinvergüenza, queriendo como un sinvergüenza y siendo fiel como yo quería que lo fueran conmigo. Me dio mi mayor éxito y también el mayor dolor cuando se fue. Por eso sigo revisitándolo, por eso considero que 2023 va a ser un buen año a pesar de que podría haber empezado mil veces mejor: porque es el año de su número, el único número que respeto y en el que la publicación de un capítulo de Sabrae es inamovible.  El único número que marco en mi agenda religiosamente cada vez que empieza el año.
               Hace un trillón de años, cuando me creía importante y difícil de acceder y usaba CuriousCat, alguien me dejó una pregunta que todavía tengo sin contestar. A veces entro a mirarla sólo por confirmar que está ahí. “¿A cuál de tus personajes crees que te pareces más?”. Llevaba sin saber qué responder hasta que no empecé a escribir esta entrada en el Word: estudié lo mismo que Sherezade, me interesan tanto los ordenadores y estar en casa como a Shasha, pienso lo peor de mí misma demasiado a menudo como Alec, y vuelco muchos de mis pensamientos y cómo me gustaría ser en Sabrae. Me daba miedo decir que me parecía más a Sabrae porque sé lo que va a pasarle y lo que hará en su historia y no quiero convertirla en mi propia Mary Sue. Con haberlo sido yo misma en la primera historia que terminé es más que suficiente.
               Pero… no es que me parezca a Sabrae. Es que soy Sabrae. Hace nueve años que soy Sabrae.
               Mi primera palabra también fue el nombre de Scott. Y, viendo cómo ha pasado el tiempo y la fuerza que sigue teniendo dentro de mí, creo que nunca dejará de ser ese nombre que, simplemente, suena demasiado bien como para no mencionarlo cada vez que puedo. Ni tampoco quiero que lo haga. Me hace demasiado feliz todo lo que tengo gracias a él, las amigas que he hecho por el camino y la pasión que compartimos con él, que ya no pienso en Sabrae como “la novela que tengo que terminar para X tiempo”, como, desgraciadamente y por mi obsesión con cuadrar fechas y encajarlo todo en mi vida, sí me pasó con Chasing the Stars. El año pasado celebramos el quinto aniversario de su final y yo ni siquiera me di cuenta hasta por la noche, cosa que, espero, no creo que me pase con Sabrae, ni tampoco con la década de ese último párrafo en el que el último nombre que aparece es el de Scott. Es un Scott distinto, pero sigue siendo Scott.
               Ahora pienso en Sabrae y pienso “qué va a ser de mí cuando me falte”. La presumo en redes como un día presumí a su hermano. Me da miedo terminarla y disfruto con cada palabra porque sé que hay alguien que lo disfruta conmigo; puede que no seamos tantas como cuando reinaba Scott, pero las que le quieren lo suficiente se han quedado para verlo hacer cameos.
               Por eso no quiero renunciar a esto: a celebrarlo, a recordarlo, a desarrollarlo, aunque sea para hacerlo un poquito gilipollas porque, ¿cómo no ser gilipollas a ojos de una hermana pequeña?; y, sobre todo, a desear tener una agenda más bonita el año que viene para marcar sus diez años como se merecen.
               Después de todo, a tu Señor y Salvador no te lo encuentras todos los días. Hay gente que no lo hace nunca. Yo lo hice con 17, mi número mágico. Y lo tengo dentro desde entonces. Le doy las gracias por elegirme. A todos, pero más a él.
               Y a ti… gracias también por elegirme. En tu tiempo, ellos viven. Es un poco más real gracias a tus ojos. Y, ya que no tenemos la suerte de vivir en su mundo, qué menos que celebrar que lo compartimos.
               ¿Me considero la chica más afortunada del mundo por haberlo encontrado, por haberle dejado que me abriera la puerta a más personajes geniales que hacen de mis fines de semana, aunque estresantes, geniales?
               Mm, no sé. ¿El agua moja?

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