domingo, 27 de octubre de 2024

La fruta más dulce.

 ¡Hola, flor! Me paso por aquí rápidamente para agradecerte tu paciencia ¡que disfrutes del cap! ᵔᵕᵔ

¡Toca para ir a la lista de caps!

Me había aferrado a la cama y a su abrazo como el último bastión de mi salud mental desde que había llegado agosto, y los fines de semana siempre habían sido mi modo de escape de la realidad, la excusa perfecta para quedarme un poco más en ese rincón en el que le había pertenecido a Alec más de lo que le había pertenecido a ninguna otra persona. El único rincón del mundo en el que yo era sólo suya, y él era sólo mío. El sueño había sido una bendición, y remolonear en la oscuridad, donde mis problemas no podían encontrarme, el único modo en el que había sido capaz de arañar un poco de felicidad en mis momentos más bajos.
               Era un cambio en mi rutina estar ansiosa por abrir los ojos, pero la presencia cálida y fuerte que había a mi lado, hundiendo el colchón más de lo que lo hacía mi cuerpo, era la prueba viviente de que ni el hotel más lujoso del mundo puede competir con tu habitación cuando tienes en ella a la persona amada.
               Me acerqué un poco más a Alec notando cómo una sonrisa me cruzaba la boca y me incliné a darle un beso en el bíceps del brazo con el que me estaba rodeando el cuerpo. A veces nos despertábamos en las posturas más incómodas imaginables, pero no notábamos el más mínimo dolor. Escucharnos respirar profundamente a lo largo de la noche era cura suficiente para la más grave de las enfermedades que pudiéramos sufrir.
               Aunque pronto tendríamos nuestra recaída, pero no quería pensar en eso ahora. Poniendo cuidado de no apoyarme demasiado cerca de él para no despertarlo, me incorporé en la cama a su lado y me estiré para alcanzar la mesita de noche y mi móvil descansando en ella. Tenía todavía muchos cabos sueltos que atar, y aprovechar que Alec dormía era el momento perfecto para terminar de perfeccionar las demasiado escasas horas que le quedaban en casa.
               A la luz tenue de la pantalla de mi móvil pude ver su expresión plácida mientras dormía, su cara vuelta hacia el borde de la cama en vez de hacia la pared y hacia mí. Su pecho subía y bajaba despacio al compás de una respiración que conocía mejor que la mía propia, y cuyo abanico de cadencias era mi momento de indecisión preferido; y la sombra de su barba iba acentuándose poco a poco a medida que pasaban los días. No quería que se afeitara. Aunque me rascara y me pinchara, no quería que se afeitara hasta que no estuviera de vuelta en Etiopía: quería sentir sus besos y su presencia en mi piel, recordándome lo amada y deseada que era, como él podía hacerlo con mis arañazo en su espalda.
               Su barba y mis labios doloridos lo hacían todo más real, y estaba demasiado en una nube después de lo que había pasado la noche anterior, de lo que estaba a punto de pasar, como para renunciar a un poco de realidad.
               Así que le hice un par de fotos, sonriendo para mis adentros al reconocer mi suerte, y desactivé el modo avión de mi móvil, decidida a comprobar mi correo electrónico en busca de confirmaciones de las reservas que había intentado hacer o de respuestas a las preguntas que había mandado a unos responsables de atención al cliente que, la verdad, no se tomaban demasiado en serio su trabajo.
               Fracasé estrepitosamente porque, en cuanto me conecté de nuevo a la red, me llovieron las notificaciones pendientes, pero había una irresistible. El tono característico de los mensajes de Alec resonó en mi habitación, y antes de que pudiera darme cuenta, estaba entrando en nuestra conversación de Telegram y esperando mientras cargaba el círculo con su nuevo videomensaje, uno que me había mandado sin contar con que estaría ahí para verlo conmigo.
               Mi Alec de verdad se revolvió en sueños, abrió los ojos e inhaló profundamente. Los entrecerró de nuevo un momento, intentando descubrir dónde estaba, y se giró instintivamente hacia mí.
               -Mi amor-saludé con cariño, inclinándome a darle un beso en los labios.
               -Hola. ¿Qué hora es?

miércoles, 23 de octubre de 2024

No es 23 de julio de 2020, pero hoy tampoco habrá Sabrae.

La única vez en que no subí capítulo el día 23 en siete años y medio que llevo escribiendo la novela fue el día del décimo aniversario de 1D. Nada, aparte de eso, me hizo fallar un solo día; ni siquiera cuando tuve el primer examen de la oposición al que me presentaba con preocupación por si no lo aprobaba; ni siquiera en junio de 2019, cuando tuve que organizarme en un mes demencial en el que se me juntó un viaje de fin de universidad con dos amigas y luego un circuito por Alemania. No ha habido nada que fuera prioritario a publicar el día 23. Ni siquiera tener un examen un día 23.

               Nada, salvo el décimo aniversario de One Direction. Por eso, me parece un buen homenaje hacia Liam y todo lo que nos dio no subir tampoco hoy; no hacer como si no pasara nada y no dedicarle simplemente un parrafito antes de un capítulo en el que, como ya veréis, los ánimos son bastante distintos a como están ahora mismo.

               De modo que, Liam… esto va por ti.

               Sabrae, Alec y compañía os esperan el domingo que viene, ansiosos por hacer que, si lo estáis pasando mal, podáis pasar página un poco mejor. Yo todavía estoy tratando de adaptarme a la pérdida, esperando con cautela y una pizca de preocupación creciente a que me asalte la inmensidad de lo que ha pasado y pueda reaccionar por fin como lo están haciendo mis compañeras de fandom, mis hermanas. Pero mientras ese momento no llega estará Sabrae.

               Espero que ésta sea la última excepción que tenga que hacer. Gracias por vuestra comprensión.

               Nos vemos el domingo en la región de las estrellas estivales.



jueves, 17 de octubre de 2024

Aquí está mi corazón abierto, y se va a quedar así, vacío, durante días.

 
               Queda poco para que pasen 24 horas y sin embargo todavía sigo en el mismo estado inicial que cuando vi el primero de los tweets por la tl hablando de “lo de Liam”, sin yo saber qué era, y ni siquiera sin saber qué esperar o qué imaginarme y, con todo, no haber sido capaz nunca de llegar a sospechar la verdad. Escribir esto es raro, como dominar un idioma que no recuerdas haber aprendido y cuya gramática tampoco entiendes, pero con el que consigues que te den las indicaciones necesarias para llegar a un destino que ni siquiera sabes cuál es.
               A lo largo del día he ido escribiendo notas para tratar de racionalizarlo y que por fin me entre en la cabeza que One Direction ya jamás volverá a ser lo de antes, porque en mi cabeza nadie que haya estado en One Direction puede morirse nunca. He rescatado la libreta que en 2012 fue testigo de cómo me hacía directioner, y he tomado notas de todo lo que quiero decirte, o quiero decirle al vacío, en la libreta en la que tengo todavía subrayado en el color con el que ahora oposito las cosas que se me ocurrían de la novela por la que os empecé a querer a ti, a Louis, a Zayn, a Niall e incluso a Harry. Y todavía, a pesar del tiempo pasado, a pesar de las evidencias, de los tweets, de las publicaciones y de las despedidas de compañeros, no parece real. Aún no me parece real ver tu foto en las noticias que todavía espero (pero no con esperanza, sino con incapacidad de procesar que hayamos acabado así) que en cualquier momento desmientan. Todo porque, en mi cabeza, nada que haya estado en 1D puede morir. Los cuatro con cara de 5 lo dijisteis: nena, ¿no sabes que podemos vivir para siempre? Así que no entiendo por qué ninguno de vosotros no elegiríais ese camino.
               El 12 de octubre de 2012 escribí que queríamos mantener el fuego, pero estaba lloviendo. Y ahora han pasado años, y no dejo de preguntarme cómo estará la amiga con la que te casé y te hice tener unos hijos cuya historia estoy escribiendo ahora y en la que te puedo dar una segunda oportunidad (otra más, otra de cientos). Doce años ha estado esperando esa frase para ver la luz, y más que iba a esperar si no te hubieras convertido en un villano de actos nobles cuya muerte (“muerte”… esto no es real) me permite echar la vista atrás.
               Y ahora acabo de subrayar en color verde, como hacía hace doce años, las palabras que han pasado de la libreta a mi ordenador, pero que quiero seguir conservando igual que me gustaría no tener que conservar a One Direction porque todavía existiría una pequeña posibilidad, por nimia que fuera, de que se alinearan los astros y One Direction volviera a pasar.
               Porque puede que haga nueve años de que se acabó la banda, pero hoy se ha acabado One Direction. Nos hicisteis una promesa, Louis nos hizo una promesa, y ahora han obligado a Louis a incumplir esa promesa.
               El pasado más reciente es el testigo de que, a veces, los ascensos meteóricos son los de un fuego artificial en lugar de los de un cohete, y que incluso las estrellas se consumen a sí mismas a veces. O también pueden hacerlas consumirse.
               No soy partidaria de la caza de brujas que están haciendo muchas personas porque hace quince días el sentimiento hacia ti era bien distinto y ahora todas sentimos más o menos pena, pero tampoco de fingir que no ha pasado nada. Por eso puedo decir, por horrible que suene, que no me da pena que haya muerto la persona que ha muerto. No siento pena por la muerte de un abusador que le ha hecho daño a tantas mujeres (y más de las que no sabemos nada), en las que no paro de pensar y espero que pasen este temporal lo más plácidamente posible.
               Pero no puedo no sentir pena por la persona que fuiste, incluso aunque dejara de existir hace más tiempo; es como añorar a una amistad que ya no es igual pero a la que sigues escribiendo por si acaso la recuperáis; ahora ya sabemos que no pasará. No hay margen para engañarse, ni tampoco posibilidad de esperanza.
               Porque lo más triste de todo esto es que hoy nos despedimos de dos personas distintas: la “persona atormentada y que atormenta a los demás”, como dijo una chica en Instagram, a la que no me importaría decirle adiós; y el chico que podrías haber vuelto a ser después de tu redención, de tu ayuda y de tu reflexión. El chico al que yo podría llorar.
               Escribir esto sigue sin parecerme real. Soy bastante visceral cuando escribo: no han sido pocas las veces en que se me han saltado las lágrimas al escribir frases especialmente duras, pero incluso con los ojos anegados podía verlo todo con claridad. Ahora no. A pesar de que mi cuerpo está reaccionando con fuerza (me tiemblan las manos, tengo el estómago cerrado, me duele la cabeza, tengo gamas de vomitar) mi cerebro se niega en redondo a procesar que la persona de la que se están despidiendo sea la misma persona que el Liam Payne de la misma banda de mi adolescencia, la de mi primer concierto y por la que a día de hoy soy quien soy. Mujer, amante de la música en inglés, escritora. Escritora. Tú y los demás me disteis lo que más me gusta de mí y ahora nunca voy a volver a teneros a los cinco delante. Nunca vamos a volver a cantar canciones que desgarran el corazón pero de cuya profundidad y crudeza no te das cuenta hasta que no les dan sentido con cosas como ésta.
               Esto es tremendamente injusto. La explotación y las drogas nos han quitado la posibilidad de despedirnos como debíamos hacerlo: dentro de muchos años, recordándote con un cariño pulcro que no se viera empañado de los reproches por todo lo que hiciste y por lo que no pediste perdón. De un duelo sin condiciones, sin tener que dar explicaciones. De poder hablar de que te habías ido en busca de los corazones rotos para darles esa casa a partir de un hogar roto; de que, cuando la noche nos caiga encima, tú ya habrías encontrado el camino para guiarnos por la oscuridad.
               Hubo una época en que de verdad me creí que nos llevaríais a través del agua y del fuego por nuestro amor. Y ahora… ahora echo de menos al que fuiste hace diez años, a una persona que ya no existe y que lleva mucho sin hacerlo, pero que yo creía de verdad que podía volver.
               Al menos nos queda el consuelo de que nos encontraremos de nuevo en despedidas agridulces, en cada videodiario, cada entrevista, cada videoclip… entre páginas digitales hechas de píxeles y no de papel. Una vez hablé de cómo no erais píxeles sino células, y aunque me encantó que no hubiera pantallas entre todos nosotros, y nada de opciones de resolución para elegir, agradezco a los píxeles que siempre vayas a estar ahí. Incluso cuando ya no estás en absoluto, mucho después de que el chico que enamoró a tantas ya no exista.
               Se haya ido.
               Y se me queden las ganas de vomitar.
               Quiero creer que nos veremos de nuevo en la región de las estrellas estivales, donde todo es más bonito y no tenemos que preocuparnos… y tú nunca dejaste de ser el que fuiste hasta 2015. Pero ahora hay una fecha maldita más en mi vida, y el cumpleaños de Tommy estará siempre empañado por su víspera y la tristeza por todo lo que fue, dejó de ser, y ya jamás volverá.
               Gracias por One Direction. Gracias por mis amigas. Gracias por mis historias. Te daré en ellas la felicidad que perdiste; ahí también vivirás para siempre.
               Adiós, Liam… hasta siempre.
                


domingo, 13 de octubre de 2024

No puedo creer que esta vaya a ser la entrada número MIL de mi blog.

 
¡Hola, flor! Creo que el título es bastante representativo de mi asombro y que, a estas alturas de la película, seguramente ya sospeches lo que te voy a decir; que es, básicamente, lo que te he venido diciendo en bastantes ocasiones a lo largo de este año. No obstante, mi comodidad para tomarme descansos y compatibilizar Sabrae con mi vida personal viene de haber superado ya la etapa de “tengo que subir esta semana sí o sí, independientemente de lo que pase, porque si dejo de subir una semana al final se convertirá en no volver a subir ningún capítulo”, porque había momentos en los que decía que “la novela no estaba en peligro” tanto para tranquilizarte a ti como para convencerme a mí (pero no; Sabrae no está en peligro, y esto lo digo exclusivamente para tranquilizarte, porque estoy convencida de ello).
El caso, que me enrollo como una persiana. ¿Recuerdas que estoy opositando? Bueno, pues resulta que me han convocado para una prueba precisamente el día 23. Voy a cogerme unos días en el trabajo para poder estudiar y preparar este examen lo más a fondo posible, y no sería consecuente con mi esfuerzo ni tampoco responsable por mi parte el subir hoy un capítulo y luego, después del examen, tener que correr a casa para ponerme a escribir el del día 23 (o, peor aún, y muy factible conociéndome: estar pensando en el capítulo los días previos al examen en lugar de centrarme en estudiar), de modo que ni este domingo ni el que viene habrá capítulo. Ya he empezado el siguiente, y aunque en el momento en el que escribo este pequeño comunicado sólo tengo un par de páginas de las 20 que normalmente ocupan los capítulos, tengo pensado ir escribiendo poco a poco tras estudiar (si no termino demasiado cansada, se entiende) para poder subir el día 23. Era algo que cuando empecé a opositar ya consideré que podía pasarme, y me alegro de que haya sido tan avanzada en mi estudio y en mi escritura, porque he tenido momentos de estar bastante chalada y pensar “PUES NO VOY AL EXAMEN PORQUE TOTAL NO VOY A SACAR LA PLAZA Y POR LO MENOS NO PERJUDICO A LA NOVELA🤪🤞🤙🤘”, lo cual da una idea de mi estado mental en más ocasiones de las que me gustaría reconocer LMAO.
¡Lo dicho! Muchísimas gracias por tu paciencia; eso sí, te agradecería que, con un poco más de asiduidad, no me hicieras sentir como que le estoy escribiendo al vacío o gritándole a la nada. Sé que estás por ahí, o por lo menos quiero pensar que es así.
Por mi parte, nada más. Nos vemos el día 23… con, espero, un capítulo que merecerá mucho la pena tanto tu paciencia como mi esfuerzo logístico.😉 ¡Un beso, y hasta dentro de diez días!



domingo, 6 de octubre de 2024

Reina de corazones.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Acariciarle la espalda mientras estaba tumbada boca abajo en una cama, completamente desnuda y con la piel perlada de un sudor que llevaba mi nombre y sabía a mis jadeos siempre iba a parecerme la octava maravilla del mundo. Era como ser un joven dragón que, cuando por fin consigue alzar el vuelo, atraviesa el manto de nubes y descubre la bóveda de estrellas que lo observan todo desde arriba, concedentes de deseos y tesoreras de sueños imposibles por igual.
               Quizá no estuviera en mi mejor momento con mi suegro, pero, joder, cómo había dado en el clavo cuando dijo que aquello era como polvo de estrellas flotando a nuestro alrededor.
               Su respiración iba haciéndose más y más lenta a medida que mis dedos avanzaban por su espalda y la luna atravesaba el cielo con pereza, como si ella tampoco quisiera dejar pasar este momento, como si cada segundo fuera el último.
               El avión que se suponía que iba a coger originalmente debía de estar a punto de despegar, y sin embargo yo acababa de posar los pies en el suelo. Saab había estado increíble, moviéndose como una amazona que echaba de menos cabalgar después de una dura lesión que la había mantenido apartada de la acción, y yo… yo sólo había hecho lo que haría cualquiera en mi situación: darle todo lo que tenía, todo mi entusiasmo y todas mis ganas, con la esperanza de que aquello fuera suficiente.
               Aparentemente así había sido, pues después de terminar, completamente empapados en sudor, los dos teníamos una sonrisa tonta en la boca que nos costaría mucho quitarnos… y muy pocas ganas de separarnos.
               O de salir de la cama, ya puestos.
               -Mi amor-había ronroneado mi chica, acariciándome el pecho mientras me miraba con la pereza propia de la mujer que acaba de echar uno de los mejores polvos del siglo y está recordándolo todavía, mientras las endorfinas del sexo son poco a poco sustituidas por el cansancio que supone la actividad física tan intensa a que se ha sometido. A duras penas había conseguido convencerla para que fuéramos al baño, y cuando nos habíamos tumbado en la cama, aún completamente desnudos, Sabrae se había acercado a mí y había empezado a besarme con tranquilidad, saboreando su excitación que todavía permanecía en mi lengua y todo mi cuerpo expuesto para que ella lo disfrutara.
               Me había puesto duro de nuevo con sus caricias, que no se habían dejado ningún hueco por explorar en mi cuerpo, y el segundo asalto había llegado antes de que los dos nos diéramos cuenta, cuando ella se sentó encima de mí, me rodeó con sus piernas y jadeó contra mi boca mientras me deslizaba en su interior:
               -Mi hombre…
               Se había lucido como pocas veces se había lucido ninguna chica conmigo y, a la vez, como siempre se lucía ella. Y, curiosamente, ahora que habíamos terminado y nos habíamos saciado en nuestra sed del otro, se habían invertido los papeles y era yo el que quería quedarse charlando hasta las tantas mientras a ella sólo le apetecía dormir. Su cuerpo se le rebelaba, y aunque normalmente solía ser más fuerte, no fue así esta vez.
               Su respiración fue relajándose, la subida de su espalda al compás del ritmo que marcaban sus pulmones fue ralentizándose con la calma que sólo el sueño puede darte, y yo seguí acariciándola mientras Sabrae se me escapaba entre los dedos, presa de Morfeo, como un puñado de la arena más fina a la orilla del mar.
                Una sensación de calma absoluta me invadió mientras la sentía dormirse a mi lado, acompañada de un amor infinito que amenazaba con abrirme de nuevo las cicatrices y derramarse en la cama y a nuestro alrededor, en el primer lugar en el que nos habíamos conocido de veras y donde habíamos sellado nuestro amor.
               Tenía la boca seca y el estómago vacío a pesar de la comida que habíamos tomado en mi casa, de modo que al tercer rugido decidí que lo mejor sería buscar provisiones abajo con las que saciar este hambre que amenazaba con arrancar a Saab de ese lugar tan placentero que son los sueños sin sueños.
               Separé la mano de su espalda y ella se revolvió de nuevo, igual que había hecho cuando me había rugido el estómago las demás veces. Estiró la mano en mi dirección mientras luchaba con unos párpados que pesaban toneladas.