lunes, 29 de octubre de 2012
I'm in love with you and all your little things.
Your hand fits in mine
Like it's made just for me
But bear this in mind
It was meant to be
And I'm joining up the dots
With the freckles on your cheeks
And it all makes sense to me.
I know you've never loved
The crinkles by your eyes
When you smile,
You've never loved
Your stomach or your thighs
The dimples in your back
At the bottom of your spine
But I'll love them endlessly.
I won't let these little thing
Slip out of my mouth
But if I do
It's you
Oh, it's you
They add up to
I'm in love with you
And all these little things.
You can't go to bed
Without a cup of tea
And maybe that's the reason
That you talk in your sleep
And all those conversation
Are secrets that I keep
Though it makes no sense to me
I know you've never loved
the sound of your voice tape
You never want to know how
much you weigh
You still have to squeeza into
your jeans
But you're perfect to me.
I won't let these little things
Slip out of my mouth
but if it's true
It's you
Oh, it's you
They add up to
I'm in love with you
And all these little things.
You'll never love yourself
Half as much as I love you
You'll never treat yourself
right darlin'
But I want you to
If I let you know
I'm here for you
Maybe you'll love yourself
Like I love you
Oh...
I've just let these little things
Slip out of my mouth
Because it's you
Oh, it's you
It's you
They add up to
And I'm in love with you
And all these little things.
I won't let these little things
Slip out of my mouth
But if it's true
It's you
It's you
They add up to
I'm in love with you
And all your little things.
sábado, 27 de octubre de 2012
No more tears, no more cries.
¿Que qué tienes que hacer si te critican? Tira para delante, es mi mejor consejo. Hablarán, siempre hablarán, siempre encontrarán un tema.
Si te critican, que sea porque haces todo lo que quieres, y no porque dejas algo a medias por el simple hecho de tenerles miedo.
Si te critican, que sea porque haces todo lo que quieres, y no porque dejas algo a medias por el simple hecho de tenerles miedo.
viernes, 26 de octubre de 2012
Pon una Eleanor en tu vida.
Sí, probablemente debería haberme cabreado cuando, después de acabar, cuando a mí más me apetecía hablar con él (declararnos, ya que no lo hacíamos nunca), él se había limitado a dejarse caer a mi lado y dejarse llevar por Morfeo al país de los sueños.
Me incorporé, todavía desnuda, y lo estudié a la tenue luz que apenas llegaba por la ventana. Su expresión de paz gracias al sueño, el leve brillo de su piel causado por el sudor después de acostarnos, sus rizos contra la almohada y sus abdominales suavemente marcados me decían, que no podía enfadarme con él, me exigían que no fuera ridícula.
Me acurruqué contra su pecho, me pasé su brazo por los hombros (se movió un poco, como sintiéndome desde dondequiera que estuviese, y me apretó contra sí) y musitó algo. No me molesté en preguntarle qué era; estaba acostumbrada a que Eri se cagara en muchas personas cuando dormía. O que murmurara frases de su Biblia privada, o bien de su Biblia pública, a saber; todos los libros que se había leído. A veces incluso musitaba los títulos de algunos que deseaba leer, como dándonos pistas de cuál podríamos regalarle, o recitaba títulos de películas sin un orden particular: había una ocasión en que había dicho, cito textualmente: Yo, robot; Querido John, Saw, hijos de puta los de Saw, Harry Potter, Tú a Londres y yo a California.
Había soltado una risita tonta cuando pronunció California. Joder, adoraba a los americanos incluso en sueños.
Me lo quedé mirando, mordiéndome el labio, cuando me dijo que cada uno iría a su casa. Tuve ganas de decirle "y Dios en la de todos", pero se abalanzó sobre mi boca antes. Me empujó hasta quedar contra el maletero del coche, sonreí, le mordisqueé los labios y sus manos volaron por debajo de mi camiseta.
Un coche pitó; seguramente era Louis tocando los huevos. Recordamos a la vez dónde estábamos, su mano desapareció de mi cuerpo (no sin dejar una estela cálida y excitante a partes iguales) y nos metimos en el coche.
Llegamos más lejos de lo que pensaba, la verdad. Creía que acabaríamos haciéndolo en el ascensor, pero no.
Conseguimos llegar hasta el pasillo de su piso. Allí mismo, en el suelo.
Nos las arreglamos para arrastrarnos hasta la cama, donde volvimos a las andadas.
Así hasta 12 veces, y todavía nos quedaban 4, porque teníamos que hacerlo tantas veces como años cumplía yo.
-¿Y eso?-le había sonreído, clavando mis dientes en su cuello mientras seguía embistiéndome. Gimió.
-Digamos que Liam y Alba han creado una nueva tradición.
-Les amo-repliqué, echando la cabeza hacia atrás y disfrutando de su lengua en mis pechos. Grité su nombre, él gritó el mío, caímos sobre la cama y nos echamos a reír, disfrutando de aquel chiste privado que ninguno necesitó pronunciar.
Me observé la muñeca, todavía llevaba puesta la tela que habíamos usado para atarnos el uno al otro a la cama. Sonreí, él se giró y me dejó descubierta, tirando de la manta tras de sí. Me deshice el nudo y até mi mano a la suya.
-Ahora estaremos unidos para siempre-le susurré al oído. No me escuchó, pero no me importó nada.
Me senté sobre él y le acaricié la frente; abrió los ojos, somnoliento, y se me quedó mirando.
-¿Vamos a por la 17?-le sugerí, cogiendo su mano y colocándola en mis muslos.
Su sonrisa Colgate asomó en su boca.
-No me lo digas dos veces.
Terminamos la noche acurrucándonos en el sofá, compartiendo una fuente gigante con una lasaña congelada que habíamos encontrado en la cocina, tapados solo con una manta, disfrutando del contacto de piel desnuda contra piel desnuda, besándonos y acariciándonos en lugares que solo nosotros conocíamos mientras a Jennifer Aniston le pasaba algo gracioso.
-Si te soy sincera, creía que me ibas a hacer una fiesta-le confié, besándole la palma de la mano. Se me quedó mirando un segundo, extrañado.
-Pero si ya te la hicimos el lunes.
Me encogí de hombros.
-Aun así...-sacudí la cabeza, él sonrió cuando mi pelo pasó otra vez a campar a sus anchas por mis hombros, cayendo a ambos lados de estos. Me descubrió el hombro que quedaba más cerca de él y me lo besó, apenas apoyando sus labios contra mi piel-, creía que... no sé.
Harry me estrechó contra él y me acarició la cintura, aumentando varios grados la temperatura del lugar.
-Mi niña ambiciosa.
Estuve a punto de replicar que yo no era la más de las tres, pero me callé y me dejé mimar. No era noche para discusiones.
-Te quiero-le susurré. Sonrió.
-Yo también te quiero, mi pequeña-entrelazó sus dedos con los míos y llevó la nariz por mi cuello, arrastrando tras de sí unos segundos el colgante que me había regalado. Suspiré y pestañeé un par de veces, él se echó a reír.
El libro que Alba y Eri me habían regalado por mi cumpleaños descansaba en mi mochila, no muy lejos de allí; la mujer y el hombre desnudos de la portada del Kamasutra nos estudiaban, esperando su oportunidad de enseñarnos a disfrutar.
Alba me tendió el libro y Eri me miró, con la cabeza un poco alzada, y me guiñó un ojo. Cualquiera diría que me estaban pasando droga.
Eché un vistazo dentro de la bolsa y decidí que preferiría que me pillaran con un kilo de coca a que alguien descubriera... esa lectura.
-¿Qué cojones?-espeté.
-Para que lo disfrutes con Harold.
-El de las amantes incontables-soltó Eri. Las dos nos la quedamos mirando, yo con el ceño fruncido, Alba con cara de ¿cómo puedes tener una boca tan grande y no absorber el jodido universo cuando bostezas?-. Perdón.
Pasé unas cuantas páginas, ojeando, y me sonrojé. Los chicos estaban haciendo no sé qué cosa en la cama, dando brincos, saltos mortales hacia delante y hacia atrás y metiendo todo el ruido posible, como si quisieran que nos aseguráramos de que estaban lejos, otorgándonos toda la intimidad posible.
Eri sonrió y le dio un codazo a Alba.
-Oh, mira, la virgen en ella aún vive.
-Una gilipollez más y te suelto una bofetada-espeté. Ella alzó las manos en el aire; en realidad, iba a soltar otra gilipollez, y yo tendría que darle un bofetón. Louis estaba demasiado cerca como para que ella consiguiera controlarse, era como si cada uno segregara una hormona que solo el otro era capaz de olfatear y así el otro se comportaba de manera más estúpida aún.
Sacudí la cabeza.
-No voy a usarlo...
-También dijiste que nunca se la... ya sabes...-murmuró Alba, abriendo los ojos, esforzándose porque yo entendiera.
-Chuparías-espetó Eri, nos miró a las dos, alzando las cejas-.¿Qué? La palabra es chuparías. No os vais a morir por admitirlo.
Fruncí el ceño, era muy fácil decirlo cuando ella no se había humillado nunca de aquella manera.
¿Cómo decía mamá? Ah, sí.
Noemí, no escupas hacia arriba si no quieres que luego te llueva tu propia saliva.
Me estarían recordando toda la vida que yo nunca se la chuparía ni se la tocaría a un tío, qué asquito.
Sonreí.
No, en realidad la de Harry no me daba asquito, precisamente.
Me estremecí, todavía con el pecaminoso libro en las manos.
-Y... bueno-Alba carraspeó, atrayendo de nuevo mi atención-, hemos pensado que os vendría bien probar cosas nuevas.
-Yo lo he hecho en sitios más raros que vosotras.
-Sí, nena-Eri me tocó la nariz con la punta del dedo índice, contoneándose. Modo diva: on-, pero nunca llegarás a mi nivel con Louis cuando me lo tiré en la encimera de la cocina. Dios-sonrió y se quedó mirando al vacío. Meneó la cabeza en un único espasmo-, soy una zorra y me encanta.
Sonreí.
-¿Por qué eres una zorra?
-Porque me encanta el sexo, nena. Es el mejor invento desde Internet.
-Se puede tener cibersexo en Internet-caviló Alba, mirando al suelo a diez pasos de ella, y asintiendo lentamente. Eri le palmeó la espalda.
-¡Ahí lo tienes, nena! ¡ADIÓS OVARIOS!-gritó. Los chicos se la quedaron mirando con el ceño fruncido. Les lanzó un guiño-. Sabéis de lo que hablo, One Direction, y como me lo neguéis, veréis mis dotes de fangirling.
-No tien...-empezó a protestar Liam, ella hinchó el pecho y se dedicó a bramar:
-¡OH, DIOS MÍO! ¡OH! ¡DIOS! ¡MÍO! ¡ONE DIRECTION! ¡ONE DIRECTION ESTÁN AQUÍ! ¡OH JESUCRISTO!-corrió a la ventana, Zayn gritó: ¡NO DEJÉIS QUE LA ABRA! y terminaron saltándole todos encima y tirándola al suelo. Intentaron tapar sus gritos a base de luchar por cerrarle la boca, pero ella siguió chillando como loca. Alba y yo observábamos la escena, estupefactas.
De repente, se calló. Los chicos se retiraron poco a poco de encima de ella. Sopló para arriba, su flequillo danzó en el aire y murmuró, apartándoselo y mirándolos como a aprendices:
-Y eso se llama actuar.
Ellos se echaron a reír, le dieron unas cuantas palmadas y se dividieron para que pudiera volver con nosotras.
-Estás mal de la cabeza.
Se encogió de hombros.
-Defectos de fábrica que hacen a una más interesante.
-No eres una zorra, Eri.
-Oh, demonios, lo soy. Soy la mayor zorra de la Tierra.
-¿Por que te guste el sexo? A mí también me gusta, y no soy una zorra. Soy normal-replicó Alba. Eri sonrió.
-Puede, pero tú no te has aprendido de memoria las posturas del libro de Noemí antes de dárselo.
Las dos la miramos con los ojos como platos, ella se puso seria.
-Oh, venga, ¿no os lo habréis creído? Estoy de coña.
Se giró y se reunió con los chicos. Se giró un momento:
-He hecho fotocopias.
Nos echamos a reír, tuvimos que hacerlo. Louis estaba demasiado cerca de ella como para que ella fuera soportable.
Harry se incorporó, estiró, observó mi cuerpo tendido a su lado y comenzó a besarme. Sonreí, me sacudí y suspiré.
-¿Qué hora es?
Se encogió de hombros.
-La hora de levantarse.
-¿Qué hora es esa?
-La que yo te digo-replicó, inclinándose y besándome en los labios. Cerré los ojos, me mimó un ratito, me dio una palmada en el culo y bufó.
-Arriba. Venga.
Suspiré, hice lo que me pedía; siempre terminaba haciéndolo. Me arrastré como pude fuera de la cama mientras él se metía perezoso en sus bóxer, costumbre adquirida a base de repetirla cuando estábamos en la otra casa, con los demás, con las chicas. Sonreí, sacudí la cabeza y me aparté el pelo de la cara, lo eché hacia atrás, mordiéndome el labio. A mi mente solo acudía un único pensamiento cada vez que lo veía de esa guisa:
Mío.
Solo y exclusivamente mío.
Se dio la vuelta y me pilló mirándole. Me costó un triunfo conseguir levantar la vista para encontrarme con sus ojos, pero en cuanto me sumergí en aquel azul mar, el esfuerzo mereció la pena. Me sonrió, ensanchó sus dientes en una preciosa sonrisa, y creí morir. Mi corazón dio un vuelco, se me subió el color a las mejillas y sentí la típica corriente frenética de lava recorrer todo mi cuerpo, haciéndome arder por dentro. Aquella sonrisa era más de lo que yo podía soportar.
Hizo un gesto con la cabeza, inclinándola hacia un lado.
-Noe.
-¿Qué?-pregunté, frunciendo el ceño y dando un pequeño brinco en la cama. Se echó a reír.
-¿Estás aquí?
Asentí lentamente, fruncí el ceño, pero continué asintiendo.
-Creo que sí.
Me tendió la mano, yo deslicé los dedos por su palma antes de cerrarlos en torno a la muñeca, disfrutando de la suavidad de aquellas manos tan grandes, manos tan adorables cuando me estrechaban o me tomaban de las mías cuando paseábamos, manos de Dios cuando recorrían mi cuerpo, dejando un fuego abrasador por allí donde habían pasado... ¿Había algo en Harry que no fuera perfecto?
Nos acercamos hasta la cocina, y revolvimos en la nevera, buscando algo que llevarnos a la boca. Tiré de la camiseta que me había dejado, poniéndomela a modo de vestido, y observé las tazas blancas dar vueltas en el microondas.
Las tazas le daban un toque tan frío a al casa... recordaban tanto que apenas se vivía en ella, a pesar de que estaba decorada muy bien, estaba limpia y tenía un aspecto acogedor... pero siempre había algo que te recordaba que aquel solo era un lugar de paso, un pequeño oasis en el desierto, simplemente el sitio idílico donde desearías quedarte a vivir pero nunca terminabas haciéndolo.
Nadie soñaba con vivir en las playas paradisíacas, de aguas cristalinas y arena blanca, del Caribe. Todos queríamos ir allí, pero nadie deseaba vivir. Simplemente, no se nos ocurría. Eran sitios demasiado hermosos como para hacerlos cotidianos; acabarían cansándonos y perdiendo su encanto.
-No me deformarás la camiseta, ¿no?-bromeó él, besándome en la mejilla y dando un mordisco de su tostada cubierta de mermelada. Fruncí el ceño y lo miré, negué con la cabeza, la verdad es que no le encontraba la gracia a aquello.
Louis y Eri a veces se peleaban porque ella ya le cogía camisetas sin permiso, y se las deformaba, se las estiraba demasiado por el pecho; algunas incluso ya no tenían remedio alguno, y Louis tenía que aguantarse. Le decía a mi amiga que se la quedara, ella fruncía el ceño y le decía que no le gustaba que fueran suyas, le gustaba coger las de él, y terminaban dándose gritos (pero aquello no eran discusiones, sino simples argumentaciones, pullas por ver quién levantaba más la voz y quién ganaba la batalla esa vez), asegurándose el uno a la otra que se quedaría sin camisetas a ese ritmo, y la otra al uno chillándole que en el fondo le encantaba verla con su ropa.
Argumento al que Louis asentía como si le acabaras de decir que, si sueltas un objeto, este se cae.
Verdad universal, murmuraba a veces. Eri se echaba a reír, se colgaba de sus brazos, le daba un pico y lo llamaba tonto. Se sonreían un rato, y tenías que apartar la vista; verlos así era mucho más incómodo que si se pusieran a hacerlo contigo delante. Sentías que sobrabas y fingías desaparecer de su lado.
Alba y Liam también vivían una situación parecida, solo que no discutían. No sabía si se debía a que tenían pánico de volver a aquella etapa negra del principio de su relación, cuando se daban gritos por todo, se miraban mal y a la mínima intercambiaban respuestas bordes con la más pequeña de las provocaciones. Alba simplemente le cogía a Liam camisetas (muy de vez en cuando), pero estas no tenían el mismo sufrimiento ni la misma forma tan elemental de manifestar que una mujer (su mujer) le estaba usurpando su indumentaria.
Liam estaba más musculoso que Louis. Tenía más espalda. Así que sus camisetas eran más anchas... tal vez ninguna de las tres pudiera deformarlas.
Tomamos el desayuno en silencio, escuchando la conversación de Liam con la chica de la BBC. Apenas intercambiamos palabra, pero yo me sentía a gusto. No era un silencio incómodo, me parecía que estábamos intercambiando algo...
Pero a Harry no le parecía así. Miraba la radio de vez en cuando, hacía una mueca, sacando el labio inferior hacia afuera, y asentía, distraído, cuando Liam o la mujer decían algo interesante. Suspiró un par de veces, bufó en una ocasión y negó frenéticamente con la cabeza tan solo una única vez. Sus ojos, sin embargo, se deslizaban hacia mí de una forma suave, como si temieran que yo pudiera descubrir que se habían posado en mi persona, cosa que no podía estar más lejos de la realidad. Sentía que quería conversar, sentía que se estaba devanando los sesos por conseguir algo interesante de lo que hablar, y pareció haberlo conseguido cuando en la radio anunciaron que llevaban una hora de entrevista. Torció el gesto, asintió, recogimos la mesa y volvimos a la habitación. Empezó a buscar su ropa en el armario y, con expresión ausente, dijo que se iba a dar una ducha.
Me pegué a él y me froté contra él, zalamera.
-¿Y si te acompaño?
Me sorprendió sobremanera apartándose.
-¿Crees que es buena idea?
Lo contemplé con ojos como platos, incrédula. ¿Harry Styles? ¿HARRY STYLES OPONIÉNDOSE A UNA BUENA SESIÓN DE SEXO? ¿Cuándo me lo habían cambiado?
-Bueno... supongo... tal vez...-agaché la cabeza, me estudié los dedos de los pies, las uñas pintadas de azul eléctrico, y me rasqué el brazo.
-Tengo prisa, Noe.
Sentí como si me hubiera pegado un puñetazo en el corazón. Una presión exactamente sobre mi corazón. Asentí.
-Vale...
-No te disgustes.
-Es tarde-repliqué, dándome la vuelta, tapándome la boca con la mano intentando inútilmente reprimir un sollozo.
Me rodeó la cintura, deseé apartármelo, deseé gritarle que no necesitaba su estúpida compasión... pero en realidad la necesitaba. Necesitaba que me dijera al oído que estaba de broma, que por supuesto que nos ducharíamos juntos, que nunca renunciaría a un minuto conmigo, que me quería por encima de todas las cosas, y que lo dejaría todo con tan solo yo pedírselo.
Liam le había dicho a Alba que dejaría la banda si ella se lo pidiera, si viera que no podía manejar ambas cosas, su chica sería lo primero.
-¿Estás mal de la cabeza, Liam James Payne?-replicó mi amiga, aterrorizada ante la idea de la disolución de One Direction. Liam se había echado a reír.
Louis haría lo mismo por Eri. Nunca lo habían hablado, o por lo menos eso decía ella cuando se le preguntaba, pero estaba segura de que Louis haría lo que Eri quisiera.
-No llores-me pidió. Negué con la cabeza.
-No quieres que vaya-me excusé. Se dio la vuelta y me obligó a mirarle a través de la cortina de lágrimas.
-Ahora no me apetece.
¡HUNDE MÁS EL PUÑAL, VENGA!
Tenía que dejar a Eri de lado una temporada. Sus gritos taladraban demasiado la cabeza.
Entonces, hice lo que hacen los animales desesperados cuando ven que están acorralados y que su vida (en mi caso era mi honor y mi autoestima, lo que venía siendo lo mismo) corría peligro.
Me revolví.
Encaré a aquel cazador cabrón, a ese furtivo infernal que quería matarme para exhibir mi cabeza estampada en una pared y pisotear mi piel hecha alfombra, y le enseñé los dientes.
-A ti siempre te apetece.
Se me quedó mirando.
-No...
-Sí, Harry, sí.
Me aparté de él y me senté en la cama. Me incliné hasta coger del suelo unos pantalones y me los puse con furia. Me llevó tres intentos fallidos meter los pies dentro de la pernera.
-Noemí. Mírame.
Sonreí, una sonrisa cínica, la típica sonrisa de mala actriz de telenovela mexicana que no se puede creer que su chamaquito le ame más que a nada en este feo mundo. Alcé la vista y me lo quedé mirando.
-No es todo sexo, ¿sabes?
-¿Te estás oyendo?-espeté.
Sonrió.
-¿Qué? ¿Qué te pasa? Todas rezáis por encontrar a aquel chico que anteponga el amor al sexo, que no esté pensando en ello las 24 horas del día. Tú lo encuentras, ¿y resulta que quieres que sea como los demás? ¿No se supone que era diferente, y por eso te gustaba?
Reprimí una risa condescendiente.
-Por favor, Harry. Por favor.
-Por favor, ¿qué?
Se cruzó de brazos, alejándose aún más de mí, pero a mí no me importó. Me puse de pie, me sacaba dos cabezas; tuve ganas de subirme a la cama para tener los ojos a la misma altura, pero decidí que aquello sería demasiado cómico, sería reconocer mi debilidad y su posición de ventaja sobre mí. Decidí quedarme donde estaba a pesar de que al hacerlo perdía la batalla física.
La psicológica no iba a ser un regalo.
-Sabes el rol que cumples en la banda. No necesitas que te lo recuerde.
Exhibió los dientes en una imitación lobuna de su Sonrisa Colgate.
-¡Vaya, perdón por no ser el Harry Styles de One Direction! ¡Perdón por no ser como todo el mundo cree que soy! De verdad, siento mucho tener una personalidad que pocos conocen, que me afecten cosas que nadie piensa que me afecten, pero, ¿sabes? Esto es lo que hay-se encogió de hombros, impotente-. En el fondo, los dos sabíamos que a quien querías es al tío que canta y no a mí.
-Son el mismo.
-No, no lo son. El chico que canta solo está ahí cuando canta, el resto del tiempo se va, ¿no lo entiendes, Noe? ¿Por qué no comprendes, por qué no te das cuenta, de que tengo un corazón detrás de esta fachada de rompecorazones mujeriego adicto al sexo?
-Porque lo er...
-No, no lo soy. Sí, vale, solía divertirme con las chicas, no me tomaba demasiado en serio lo que hacía, pero, ¡por favor! Tú me dijiste que tenía que cambiar, y lo he hecho. ¿Sabes por qué? Porque te quiero. Porque si tú me lo pides, puedo cambiar. Algunas cosas, no todas-frunció el ceño, sus dedos pasaron por su muñeca, donde tenía el tatuaje de No puedo cambiar.-. Pero mi comportamiento ha cambiado, y lo sabes, ¿no? Sabes de sobra que ya no hago cosas que hacía.
-Y, sin embargo, no puedes darle a tu chica lo que te pide.
Cállate, Noemí. Cállate YA.
Alzó una ceja.
-Siento tener sentimientos y no considerarte solo un juguete sexual, ¿sabes?
-Más lo siento yo.
¡QUE TE CALLES YA, JODER!
Sonrió, frío. Harry Styles, no mi Harry, ahora era Harry Styles quien estaba allí.
-Te estás olvidando de algo, nena-se inclinó hacia mí, me habló al oído, helándome la sangre de pura lujuria en las venas cuando su aliento acarició mi cuello-. Es Harry Styles quien juega con las mujeres, y no al revés.
Dio un paso atrás y se me quedó mirando. Volvió en sí, se inclinó hacia delante, como agradeciéndole a su público los aplausos por una brillante actuación, y, sin apartar sus abrasadores ojos de mí, gruñó:
-¿Era eso lo que querías oír?
Se marchó de la habitación dejándome con la palabra en la boca, ni siquiera lloré de lo estupefacta que estaba.
¿Qué acaba de pasar? era lo único capaz de pensar en ese momento.
-¿Qué acaba de pasar?-pregunté en voz alta.
Me respondió el sonido del agua corriendo en el baño. Sobre Harry.
Deseé ser aquel agua.
Deseé, por encima de todo, tenerlo abrazándome, acunándome la cabeza contra su pecho, y no desear acostarme con él las 24 horas del día. Resultaba cansado tanto deseo.
Y era aterrador que me empeñara en basar la relación solo en el sexo.
Porque las relaciones basadas en el sexo son las que menos duran.
Todavía tenía el pelo un poco húmedo, y había tiempo de sobra para que se lo terminara de secar y se marchara tranquilamente a la cadena, pero salió por la puerta.
Salió por la puerta después de apretar sus labios contra los míos. Fue como besar un par de morcillas.
Y no porque me diera asco, precisamente. Estaba enfadada, vale, pero no estaba mal de la cabeza, y los labios de Harry no me darían asco a no ser que estuviera mal de la cabeza (incluso estándolo me gustarían, seguramente).
Me dio un tirón en el estómago cuando yo luché por alargar nuestro beso y él simplemente se alejó. Se me quedó mirando un rato, quise creer que se encogió de hombros, terminó haciéndose con el móvil y saliendo de casa con la cabeza gacha, concentrado en la pantalla de su iPhone.
Cerré los ojos, apoyé la espalda contra la pared, me deslicé hacia abajo sujetándome las caderas, como hacía Eri entre semana, y me eché a llorar.
Lloré hasta hartarme, lloré porque era una estúpida que tenía todo lo que deseaba y merecía, lloré porque no se me ocurría otra cosa que pedir más y más, cuando la avaricia rompía el saco, lloré por mi incontinencia verbal.
Pero, sobre todo, lloré porque no era justo que mis amigas no se pelearan nunca con sus chicos, y yo no pudiera parar de hacerlo. El mes de tregua había sido solo eso, una pequeña tregua durante la Gran Guerra, la calma que precedía a la tormenta, el ojo del huracán donde brilla el sol sobre las tierras inundadas, que desaparecerán cuando el gran vendaval regrese.
No me di cuenta de que me había sentado frente a un espejo, de que me había colocado exactamente de forma que pudiera verme entera, hasta que descubrí a una chica preciosa mirarme. Tenía lágrimas en los ojos, pero aún así, seguía siendo bonita.
-La más bonita de las tres-sonrió la chica. Sacudió la cabeza, su pelo negro voló alrededor de ella y volvió a enterrarse en sus manos.
-La más bonita de las tres, y la que menos suerte tiene.
-Tal vez lo merezca. ¿No crees? Tal vez deba ser así. Tal vez esté condenada a vivir esto porque estoy con Harry, que es más de lo que puedo aspirar, seguro que es así. Seguro que tengo que vivir así porque le he quitado el sitio a otra-las dos nos observamos las uñas, nos encogimos de hombros simultáneamente y nos miramos-. Tengo más de lo que merezco.
Arrugué la nariz y alcé la vista. La chica me devolvió la mirada, enfadada. No.
-No. No. Me merezco esto y mucho más. Las demás no están peor que yo, y se lo merecen tanto como yo. Mira Alba. Le va genial con Liam. Nunca habían estado tan bien como ahora.
En los ojos de la chica, en mis ojos, se reflejaba otra verdad, una verdad muchísimo mayor, la injusticia del siglo, que convertía a Alba en un ratoncito al lado de un elefante.
-Mira a Eri.
Sí, mira a Eri. Mírala.
-Mira a Eri, mira su vida. Es perfecta. Es más de lo que se merece. Tiene a Louis. Tiene dinero, no es mucho, pero más que yo-nos reímos-. Y mira lo que va a hacer el sábado que viene. Sí, observa a Eri.
Me senté a la japonesa, con las piernas bajo el trasero, y estudié a la chica del espejo, que ya no lloraba, sino que destilaba rabia por los cuatro costados. Por los cinco costados, de tenerlos.
-No se merece esta suerte, ¿no crees?-sacudimos la cabeza, nuestros cabellos se tocaron, reflejo contra realidad-. No, no se lo merece. Yo sí que me lo merezco, ¿verdad? Ojo por ojo. Discutir con Harry a cambio de gloria eterna, no corretear con Louis en un campo de mariposas a cambio de lo mismo. Eso no es ni legal.
Nos contemplamos en silencio, curiosas.
Sonreímos como fieras, recordándome a una película de miedo, cuando el monstruo tiene acorralados a los niños y se los va a comer, tenía la misma expresión en el rostro.
-El karma siempre corre más que la gente.
Simon tenía que cogerme. Tenía que hacer de mí una super estrella, estaba acostumbrado a ello.
Dale a Simon cinco chicos separados y hará de ellos el grupo más fabuloso de toda la historia. Que les den a los Beatles, que les den a las discográficas. Simon estornuda y se le escapa la fama por la nariz.
Debía cogerme, era algo superior a mí. Debí convertirme en la estrella más brillante de la historia, porque yo tendría un comienzo normal, no la salida nula de Eri. Yo empezaría desde el principio, no aterrizaría cuando mejor estaban las cosas y robaría la oportunidad del milenio. Oh, dios, no. Eso no se hace.
El karma siempre acaba pillándote.
-Ganarás X Factor, nena-me dijo la chica del espejo. Sonreí.
-No lo sabes tú bien.
A duras penas conseguí levantarme, después de mi sesión de autocompasión o de reconocimiento, como se llamara aquello. Cerré los ojos, me estiré, me quité al camiseta de Harry y corrí a apagar la radio.
Recordaría lo mucho que me costó hacer eso, pulsar un simple botón, el resto de mis días. En mi lecho de muerte, la última de mis lágrimas sería por aquella radio, mis últimas palabras serían que nunca debía haber hecho aquello.
Pero estaba enfadada, estaba despechada, y era una mujer. Combinación explosiva.
Me puse la chaqueta de London que había comprado en el viaje a Canterbury, la primera vez que pisé la capital del mundo, me hice una coleta y, sabe Dios por qué, me subí a unos tacones. Me pareció que me ayudarían a alzar mi estado de ánimo, como si estando alta consiguiera mejores resultados en mi humor, debido a la menor distancia con las nubes, o cualquier otra tontería psicológica de esas que le encantaban tanto a mi profesor de ciencias. Aquel hombre se dedicaba a dar estocadas a diestro y siniestro, aboliendo todos y cada no de los esquemas preestablecidos, y diciéndonos por qué la astrología no era una ciencia. En el fondo, me caía bien.
Arrastré la mochila hasta la mesa del salón y me senté en una de las sillas. Me quedé mirando mis pies, pues la mesa era de cristal, un buen rato.
Estaba escribiendo unas traducciones de mis deberes de griego, en el silencio de la habitación, cuando me levanté y, atraída por una fuerza magnética que no conseguí identificar, me fui al baño.
A pesar de que no necesitaba levantarme de la silla, a pesar de que hacía poco había ido, regresé. Entré por la puerta como una autómata, la cerré tras de mí y me acerqué al lavabo. Me apoyé en él y me quedé mirando largo rato en el espejo, suspiré y agaché la cabeza.
No era mi culpa. Yo no tenía la culpa de que a alguna se le diera un trato preferente. No, Dios, yo no tenía la cul...
Contuve un grito cuando, al levantar de nuevo la vista, me encontré con un mensaje escrito en el espejo, como en Just Dance de Lady Gaga.
¿Y por qué no investigas?
Me quedé helada contemplando esas palabras, escritas con pintalabios rojo, pintalabios que se estaba derritiendo poco a poco...
¿NO SERÍA SANGRE, NO? ¡POR FAVOR, DIOS MÍO, QUE NO SEA SANGRE!
Me obligué a mí misma a dominar el pánico, estiré la mano y toqué la superficie sucia. Suspiré de alivio cuando no me encontré con un líquido propiamente dicho, sino con una sustancia viscosa...
Coágulos.
JODER, ¿PERO QUIÉN ME MANDARÍA LEER AQUELLA MIERDA DE LIBROS DE MEDICINA?
No eran coágulos. No podían serlo, no, no lo eran. Simplemente era pintalabios derretido, pintalabios que se parecía demasiado a sangre, pero pintalabios al fin y al cabo.
Salí del cuarto sin darle la espalda al espejo, corrí a la habitación, busqué el neceser con las toallitas desmaquillantes y volví lo más rápido que pude al baño, casi como si temiera que Harry pudiera volver en ese preciso instante y verme.
Ver el mensaje.
Una clarísima provocación.
Me afané en limpiarlo lo mejor que pude, intentando recoger todas las manchas posibles a la mayor velocidad.
Terminé acabando el paquete solo por el simple hecho de que quise asegurarme de que no quedaba nada en el espejo. Acaricié la superficie un par de veces, cerré los ojos con fuerza, deseando que aquello no apareciera pero también esperando que el mensaje en cuestión regresara... pero no lo hizo.
Desconfiada, me eché agua por la cara y levanté la cabeza con el grifo aún abierto, vomitando ese límpido líquido, igual que un ninja.
Nada.
El espejo seguía limpio.
Me eché a reír, histérica, sacudí la cabeza, recogí las toallitas y fui a tirarlas.
Volví a la habitación y me senté en la cama.
¿Y por qué no investigas?
Negué con la cabeza.
¿Qué iba a investigar? Se había llevado el móvil. No podía hacer nada si él tenía el móvil.
A no ser...
Volví a sacudir la cabeza.
Un voto de confianza, Noe, sabes que puedes fiarte de él.
La presencia de Harry era tan grande, tan acusadora, tan enorme recordatorio de cómo se había ido de casa, que tuve que salir de su habitación. Vagabundeé por la casa (los deberes habían pasado a un gran segundo plano en mi cabeza, justo al lado de cortar el césped el verano siguiente en la casa de Cantabria), intentando encontrar un sitio en el que meterme.
El hall, no. El beso había sido allí.
El salón, tampoco. Habíamos pasado la noche allí, compartiendo demasiados momentos.
La habitación, ni de coña. Sería como meterse en Chernobyl.
¿La cocina? Mm. No, la cocina tampoco. Su expresión de por la mañana volvía a mí.
Fui desechando lugares de la casa, uno por uno, hasta que reduje mis opciones a solo dos.
El balcón era la mejor de ellas, pero en cuanto salí y el frío viento mañanero de Londres, aumentado mil veces por la altura del edificio, enseguida pasó a la terraza al mismo lugar al que había ido desechando el resto de lugares.
La habitación de Louis.
Me daba muchísimo corte entrar allí, por aquel cúmulo de circunstancias que habían sucedido en aquella habitación, pero también... era la habitación de Louis.
Tenía que invitarme Louis a entrar, y no hacerlo yo porque me diera la gana.
Sin embargo, conseguí arreglármelas para girar el pomo de la puerta, acercarme a la cama sin apenas sentir el movimiento de mis piernas al moverse, y tumbarme boca arriba sobre ella, con las manos sobre el vientre. Estudié el techo como si fuera la cosa más interesante del mundo.
La pregunta, la sugerencia, se convirtió en una palabra, se volvió una orden.
Investiga.
Investiga.
Tal vez tuviera alguna carta...
Por favor, Noemí, no seas ridícula. ¿Cómo va a tener cartas con el vicio que tiene con la tecnología?
-Prueba con el ordenador-susurró una mujer en la puerta, una mujer cuya voz yo conocía muy bien.
Me incorporé de un brinco y contemplé a Caroline, que me dedicaba una sonrisa cínica, oscura. Me arrastré sobre la cama, pegando mi cuerpo contra el cabecero, lo agarré como si fuera mi bote salvavidas y, si hubiera tenido un crucifijo, puedes apostar la vida a que lo habría blandido en dirección a aquel demonio que incluso a Lucifer le parecería malo.
-Déjame en paz-casi le supliqué. Ella alzó una ceja, se echó el pelo rubio hacia atrás y se echó a reír.
-Encima que te intento hacer un favor...
Se marchó.
Sentí cómo desaparecía detrás de la puerta, oculta tras la pared, temiendo que yo descubriera sus asquerosos trucos.
¡Eleanor era maja! ¿Por qué no me había tocado a mí Eleanor?
A pesar de que la había sentido marcharse y estaba segura de que ya estaba muy lejos (en el quinto piso del infierno y bajando), todavía me quedé quieta, mirando la puerta con ojos como platos, dejándome llevar por el pánico, un par de minutos.
Me levanté lentamente, posando una pierna en el suelo y luego la otra, tambaleándome un poco sobre los tacones, pues ya no recordaba que los llevaba, y, cuando recuperé el equilibrio, caminé despacio, haciendo el menor ruido posible, en dirección al salón.
Me asomé a la puerta y miré la habitación vacía; incluso llegué a mirar a ambos lados, asegurándome de que no había nadie en la casa que pudiera ver lo que estaba a punto de hacer.
Me apresuré a abalanzarme sobre el portátil a la carrera, me dejé caer en el sofá y abrí la pantalla a tanta velocidad que, si hubiera sido un poco más fuerte, habría arrancado la pantalla de este y habría tenido por un lado pantalla y por el otro teclado.
Esperé a que el portátil terminara de ponerse en marcha, abrí el explorador y me quedé mirando la pantalla de inicio de Google.
Y, ahora, ¿qué?
Mis ojos bajaron hasta el teclado y se posaron en la T. Mi índice pulsó esa tecla.
Mis ojos fueron hasta la W instantes después.
El tiempo que tardé en escribir Twitter me pareció un milenio.
Pero, ¡sorpresa! No tenía puesto lo de recordar las contraseñas, y yo no me la sabía.
Seguro que Eri la sabe replicó Caroline en mi cabeza, aumentando aún más la rabia que ardía en mi interior. Una cosa era que yo criticara a mi amiga, y otra que la criticara la zorra infernal de Caroline Asaltacunas Flack.
Una cosa era que hubiera competencia entre nosotras (sana por mi parte y desleal por la de ella), y otra muy distinta era que aquella fulana del Averno se dedicara a meter cizaña donde ya había terremotos de sobra, a lanzar antorchas donde ardía un fuego comparable al del sol, donde...
¡Competencia!
La competencia de Twitter era Facebook, ¿no? ¡Claro! ¡De toda la vida!
Corrí a escribir el nombre de aquella red social, crucé los dedos cuando tecleé su correo electrónico en la casilla, muy lentamente debido a tenerlos cruzados, y esperé un rato hasta sentirme preparada para colocar el ratón en la casilla e la contraseña.
Contuve el aliento cuando agarré el pequeño periférico y supliqué a los cielos que Harry tuviera puesta la opción de recordar la contraseña.
Una larga línea de puntos negros apareció en aquel lugar.
-¡SÍ! ¡SÍ, JESUCRISTO! ¡OH, TALUEGUÍSIMO!
Le di tal porrazo a la tecla de Enter que el ordenador botó sobre mis piernas y se hubiera caído de no haber estado yo espabilada.
Retrasé un poco mi Programa de Investigación de la CIA un rato, dejándome llevar, como siempre, por sus fotos. Me mordí el labio inferior cuando entré en el álbum privado al que solo teníamos acceso sus amigos y contemplé nuestras fotos besándonos.
Nada debería cambiar eso.
-Nada-murmuré en mi soledad.
Activada por esa palabra, mi mano corrió a mover el ratón a la casilla de mensajes privados, devorando su interior.
Me gustaría poder decir que solo entré a mirar las conversaciones con Eri, pero en realidad miré todos y cada uno de los mensajes que tenía.
Negué con la cabeza cuando vi que habían creado un grupo los seis, un grupo privado del que yo no tenía conocimiento (seguramente Alba tampoco y probablemente le daría muchísimo igual, así era ella).
Noté mi estómago retorcerse cuando encontré una conversación con mi amiga en la que ella le decía que yo me había ido a Cantabria, él le contestaba que mejor, así tendría más tiempo de relax para hacer sus cosas, ella le puso un lacasito asustado tras una palabra: cacería,él llenó un par de mensajes con histéricos JAJAJAJAJA y ella le respondió de otra manera.
-¿Cómo podéis ser tan hijos de puta?-bramé, cerrando la pantalla sin molestarme en leer los siguientes mensajes.
Los que decían: pobre Noe. En realidad estoy de broma. Ya sabes que hay tema aunque ella ahora pase de mí.
O, los más nuevos, donde Harry suplicaba a los chicos que le dieran ideas de un regalo, porque pronto sería nuestro aniversario.
No, decididamente, preferí quedarme con aquellos más polémicos.
Desde siempre la polémica era lo que más le gustaba al ser humano.
Entró por la puerta y me lo quedé mirando un rato, con el ceño fruncido, un poco de lado. Suspiró, abrió los ojos y la cerró lentamente.
-Todavía estás enfadada-murmuró a modo de saludo.
Fingí no escucharle.
-¿Preparo las cosas para ir a Chesire?
Harry sonrió, tiró su chaqueta sobre el sofá y me estudió con los brazos en jarras.
Ni siquiera establecí contacto visual con él, me limité a seguir ojeando la revista que tenía entre las manos. Mordí la manzana, llenando el silencio de la habitación.
-Noe.
Otro mordisco. Sacudí la cabeza, como reprobando la indumentaria de una actriz que no llegué a reconocer en la revista.
-Noe.
Dio un paso hacia mí.
Pasé la página y me rasqué el cuello.
-¡NOE!-bramó, dando un puñetazo en la mesa y haciendo que yo diera un brinco.
-¿QUÉ?
-¡TE HE HECHO UNA JODIDA PREGUNTA!
Me encogí de hombros.
-Repítela.
Se inclinó hacia mí y enroscó el índice en mi dirección. De mala gana, volví a hundirme en aquellos preciosos ojos azules.
-No me sale de los huevos-sonrió-. ¿Lo entiendes?
-Tú mismo-repliqué, encogiéndome de hombros.
Sentí cómo se contenía para no soltarme una bofetada.
-Haz lo que te dé la gana-espetó, chulo, recogiendo su chaqueta con chulería y encaminándose a la puerta.
-Eso llevas haciendo tú desde que nos conocimos-gruñí por lo bajo. Se detuvo en la puerta.
-¿Que qué?-se giró a mirarme y alzó una ceja.
-Me has oído de sobra.
-No.
-Pues-me di la vuelta en la silla y lo miré, me encogí de hombros y puse mi voz más grave para soltar-: no me sale de los huevos repetirlo.
Se echó a reír, asintió varias veces y se cruzó de brazos.
-¿Qué he hecho ahora?
-Pregúntaselo a tu Facebook.
Me cogió de la mandíbula, y supe que había metido la pata hasta el fondo, pero ya no había marcha atrás.
-¿Que haga qué?
-Nada.
-¿Qué cojones has hecho, Noemí?
Negué con la cabeza.
-Nada-ahora sonaba como una puñetera niña desvalida diciendo que no había comido chocolate cuando sabía que tenía toda la cara manchada de delicia marrón.
Se inclinó hacia mí, sus dedos me apretaron la barbilla, acercó tanto mi rostro al suyo que pude ver las pequeñas venas que atravesaban sus ojos.
-¿Qué. Has. Hecho?
-Nada.
-Mírame a los ojos y dime que no te has metido en mi Facebook.
-Yo... yo...
-¡DÍMELO!
Aparté la cabeza para que no me viera llorar.
No porque no quisiera que me abrazara, sino porque era lo único que me apetecía en ese momento y lo único que él no haría ni aunque le pusieran una pistola en la sien. Cerré los ojos con fuerza y un torrente de lágrimas se deslizó por mis ojos. Me mordí el puño solo para contener los sollozos.
Y él, pobre de mí, se limitó a sentarse en el sofá y abrir la pantalla de su ordenador. Murmuró una palabra que yo en mi vida había oído, sonrió sarcástico y sacudió la cabeza. Deslizó los dedos por el panel del portátil (prefería mil veces ese pequeño panel al ratón, era una de las cosas que solo sabías cuando estabas tiempo con él, malgastando los latidos de tu corazón en él) y frunció el ceño.
Se me quedó mirando.
-¿Hasta dónde has mirado?
-¿Qué importa eso ahora?
-Contéstame, Noe.
-No quiero hacerlo.
-Me estás obligando a hacer algo que sabes que no quiero hacer.
-No. Quiero. Contestar.
-Contéstame o te largas de mi casa-murmuró. Tal fue mi sorpresa ante esa simple frase que no vi lo mucho que le había dolido pronunciarlo.
-No quiero irme.
-Entonces contesta.
-Pero...
-Noemí, no me jodas, ¿vale? No me jodas, por favor. No empecemos otra vez, ¿quieres? Estoy cansado. No quiero pelearme más. No necesito que nos demos más gritos, ya nos hemos dado bastantes por un par de vidas, ¿no te parece?
Asentí lentamente.
-¿Hasta dónde has mirado?
-No lo sé.
-Siéntate conmigo-ordenó, ¿o lo pidió?
Palmeó el sofá.
Lo estaba pidiendo.
Me levanté y, con mucho esfuerzo, conseguí llegar al sofá tratando de parecer lo más segura posible. Me senté a su lado, me pegué contra él en un acto reflejo, y escudriñé la pantalla.
Las letras bailaban, se desenfocaban y se volvían a enfocar con cada parpadeo.
-No llores-me pidió, apartándome el pelo de la cara-, sabes que odio cuando lloras, pequeña.
Pequeña.
Mi pequeña.
Vale, ahí sí que empecé a llorar como una loca.
Tal vez lo hubiera interpretado mal, tal vez estuvieran de broma o simplemente fueran imbéciles pero hubieran cambiado en verano. Tal vez al final estaba equivocada y sí que no me merecía a Harry. Era demasiado bueno.
Perdonaba demasiado rápido.
A mí, por lo menos.
Acerqué mi mano al pequeño panel, y pensé sinceramente que iba a apartar la mano con mi contacto.
No solo la dejó ahí, sino que la movió un poco para que nos rozásemos más.
Tragó saliva y leyó los mensajes, frunciendo el ceño ante los recuerdos que iban regresando a él. Suspiró, se me quedó mirando, me asfixió en sus ojos y a mí me encantó.
-Voy a besarte-le avisé. Sonrió.
-Creo que me apetece que lo hagas-replicó. Me incliné hacia su boca y él se inclinó hacia la mía, unimos nuestros labios y terminamos de perdonarnos en ese preciso instante.
Me quedé mirando su boca un rato, él estudió la mía.
-Lee los demás-murmuró con voz ronca, más ronca de lo habitual.
Lo miré, sorprendida.
-Pero, no hace falta...
-Quiero que los leas-se encogió de hombros-. Así lo entenderás todo.
-¿Y Chesire?
-Preparo las cosas y nos largamos.
Estuve todo el trayecto en el coche leyendo los mensajes, mirando cada dos por tres a Harry y disculpándome cada dos minutos. Él sonreía y decía que no importaba, que no pasaba nada.
Su casa estaba vacía cuando llegamos, su madre llegaría más tarde, y él dijo que esperaríamos para comer con ella. Asentí y, como vio que cuando nos sentamos a ver la tele no paraba de mirar por la ventana, me sugirió salir a dar un paseo.
Apenas terminó la frase yo ya estaba abriendo la puerta de la calle y suplicándole que así fuera.
Se echó a reír, buscó las llaves, se las metió en el bolsillo del pantalón y sonrió cuando salí prácticamente brincando a la calle.
Me preguntó nuestro destino, yo le dije que si había parques. Se ofendió.
-Estás en Inglaterra, aquí hay parques hasta en las casas.
Volví a reírme, paseamos por su pequeña ciudad, él me enseñaba los lugares en los que había vivido cosas de pequeño. Me encantaba aquel lugar por el simple hecho de haber tenido constancia de él mucho más tiempo que yo o que todas las Directioners juntas.
Esbocé una mueca de disgusto cuando vi la típica anciana que le tiraba migas de pan a los cisnes.
-¿Qué pasa ahora?-preguntó, curioso. Después de que hubiera musitado, ¡Por Dios, qué cosita! cuando nos encontramos con un pequeño gato melenudo por la calle parecía expectante por que lo sorprendiera aún más.
-Mi ilusión en la vida es echarles pan a los cisnes.
-Pero si tenéis en tu ciudad-replicó. Negué con la cabeza.
-Aquellos son feos. ¿No ves que son negros? Los únicos cisnes bonitos son los blancos, como esos.
Se encogió de hombros.
-Puede ser.
-Además, los cisnes negros son malos. Tú has visto la peli, ¿verdad?
-Sí.
-¿Y qué pasa?
-Ah, ¿yo qué sé? Solo me fijé en que se liaban Mila Kunis y Natalie Portman.
-Joder, Harold-repliqué yo, separándome de él. Me cogió del brazo y me pegó contra su pecho.
-Sabes que te estoy tomando el pelo-y me besó allí, delante de todo el mundo. Cuando posó sus labios en los míos ni siquiera pude cerrar los ojos, me lo quedé mirando, incrédula, pero me dejé llevar-. Y los cisnes negros también son bonitos.
-Los cisnes blancos son las cosas más bonitas del mundo.
-No.
-¿Qué hay más bonito que un cisne blanco?-repliqué, retomando ambos nuestro paseo. Balanceó nuestras manos unidas, miró al cielo y susurró:
-Una chica que me está cogiendo la mano.
Me incorporé, todavía desnuda, y lo estudié a la tenue luz que apenas llegaba por la ventana. Su expresión de paz gracias al sueño, el leve brillo de su piel causado por el sudor después de acostarnos, sus rizos contra la almohada y sus abdominales suavemente marcados me decían, que no podía enfadarme con él, me exigían que no fuera ridícula.
Me acurruqué contra su pecho, me pasé su brazo por los hombros (se movió un poco, como sintiéndome desde dondequiera que estuviese, y me apretó contra sí) y musitó algo. No me molesté en preguntarle qué era; estaba acostumbrada a que Eri se cagara en muchas personas cuando dormía. O que murmurara frases de su Biblia privada, o bien de su Biblia pública, a saber; todos los libros que se había leído. A veces incluso musitaba los títulos de algunos que deseaba leer, como dándonos pistas de cuál podríamos regalarle, o recitaba títulos de películas sin un orden particular: había una ocasión en que había dicho, cito textualmente: Yo, robot; Querido John, Saw, hijos de puta los de Saw, Harry Potter, Tú a Londres y yo a California.
Había soltado una risita tonta cuando pronunció California. Joder, adoraba a los americanos incluso en sueños.
Me lo quedé mirando, mordiéndome el labio, cuando me dijo que cada uno iría a su casa. Tuve ganas de decirle "y Dios en la de todos", pero se abalanzó sobre mi boca antes. Me empujó hasta quedar contra el maletero del coche, sonreí, le mordisqueé los labios y sus manos volaron por debajo de mi camiseta.
Un coche pitó; seguramente era Louis tocando los huevos. Recordamos a la vez dónde estábamos, su mano desapareció de mi cuerpo (no sin dejar una estela cálida y excitante a partes iguales) y nos metimos en el coche.
Llegamos más lejos de lo que pensaba, la verdad. Creía que acabaríamos haciéndolo en el ascensor, pero no.
Conseguimos llegar hasta el pasillo de su piso. Allí mismo, en el suelo.
Nos las arreglamos para arrastrarnos hasta la cama, donde volvimos a las andadas.
Así hasta 12 veces, y todavía nos quedaban 4, porque teníamos que hacerlo tantas veces como años cumplía yo.
-¿Y eso?-le había sonreído, clavando mis dientes en su cuello mientras seguía embistiéndome. Gimió.
-Digamos que Liam y Alba han creado una nueva tradición.
-Les amo-repliqué, echando la cabeza hacia atrás y disfrutando de su lengua en mis pechos. Grité su nombre, él gritó el mío, caímos sobre la cama y nos echamos a reír, disfrutando de aquel chiste privado que ninguno necesitó pronunciar.
Me observé la muñeca, todavía llevaba puesta la tela que habíamos usado para atarnos el uno al otro a la cama. Sonreí, él se giró y me dejó descubierta, tirando de la manta tras de sí. Me deshice el nudo y até mi mano a la suya.
-Ahora estaremos unidos para siempre-le susurré al oído. No me escuchó, pero no me importó nada.
Me senté sobre él y le acaricié la frente; abrió los ojos, somnoliento, y se me quedó mirando.
-¿Vamos a por la 17?-le sugerí, cogiendo su mano y colocándola en mis muslos.
Su sonrisa Colgate asomó en su boca.
-No me lo digas dos veces.
Terminamos la noche acurrucándonos en el sofá, compartiendo una fuente gigante con una lasaña congelada que habíamos encontrado en la cocina, tapados solo con una manta, disfrutando del contacto de piel desnuda contra piel desnuda, besándonos y acariciándonos en lugares que solo nosotros conocíamos mientras a Jennifer Aniston le pasaba algo gracioso.
-Si te soy sincera, creía que me ibas a hacer una fiesta-le confié, besándole la palma de la mano. Se me quedó mirando un segundo, extrañado.
-Pero si ya te la hicimos el lunes.
Me encogí de hombros.
-Aun así...-sacudí la cabeza, él sonrió cuando mi pelo pasó otra vez a campar a sus anchas por mis hombros, cayendo a ambos lados de estos. Me descubrió el hombro que quedaba más cerca de él y me lo besó, apenas apoyando sus labios contra mi piel-, creía que... no sé.
Harry me estrechó contra él y me acarició la cintura, aumentando varios grados la temperatura del lugar.
-Mi niña ambiciosa.
Estuve a punto de replicar que yo no era la más de las tres, pero me callé y me dejé mimar. No era noche para discusiones.
-Te quiero-le susurré. Sonrió.
-Yo también te quiero, mi pequeña-entrelazó sus dedos con los míos y llevó la nariz por mi cuello, arrastrando tras de sí unos segundos el colgante que me había regalado. Suspiré y pestañeé un par de veces, él se echó a reír.
El libro que Alba y Eri me habían regalado por mi cumpleaños descansaba en mi mochila, no muy lejos de allí; la mujer y el hombre desnudos de la portada del Kamasutra nos estudiaban, esperando su oportunidad de enseñarnos a disfrutar.
Alba me tendió el libro y Eri me miró, con la cabeza un poco alzada, y me guiñó un ojo. Cualquiera diría que me estaban pasando droga.
Eché un vistazo dentro de la bolsa y decidí que preferiría que me pillaran con un kilo de coca a que alguien descubriera... esa lectura.
-¿Qué cojones?-espeté.
-Para que lo disfrutes con Harold.
-El de las amantes incontables-soltó Eri. Las dos nos la quedamos mirando, yo con el ceño fruncido, Alba con cara de ¿cómo puedes tener una boca tan grande y no absorber el jodido universo cuando bostezas?-. Perdón.
Pasé unas cuantas páginas, ojeando, y me sonrojé. Los chicos estaban haciendo no sé qué cosa en la cama, dando brincos, saltos mortales hacia delante y hacia atrás y metiendo todo el ruido posible, como si quisieran que nos aseguráramos de que estaban lejos, otorgándonos toda la intimidad posible.
Eri sonrió y le dio un codazo a Alba.
-Oh, mira, la virgen en ella aún vive.
-Una gilipollez más y te suelto una bofetada-espeté. Ella alzó las manos en el aire; en realidad, iba a soltar otra gilipollez, y yo tendría que darle un bofetón. Louis estaba demasiado cerca como para que ella consiguiera controlarse, era como si cada uno segregara una hormona que solo el otro era capaz de olfatear y así el otro se comportaba de manera más estúpida aún.
Sacudí la cabeza.
-No voy a usarlo...
-También dijiste que nunca se la... ya sabes...-murmuró Alba, abriendo los ojos, esforzándose porque yo entendiera.
-Chuparías-espetó Eri, nos miró a las dos, alzando las cejas-.¿Qué? La palabra es chuparías. No os vais a morir por admitirlo.
Fruncí el ceño, era muy fácil decirlo cuando ella no se había humillado nunca de aquella manera.
¿Cómo decía mamá? Ah, sí.
Noemí, no escupas hacia arriba si no quieres que luego te llueva tu propia saliva.
Me estarían recordando toda la vida que yo nunca se la chuparía ni se la tocaría a un tío, qué asquito.
Sonreí.
No, en realidad la de Harry no me daba asquito, precisamente.
Me estremecí, todavía con el pecaminoso libro en las manos.
-Y... bueno-Alba carraspeó, atrayendo de nuevo mi atención-, hemos pensado que os vendría bien probar cosas nuevas.
-Yo lo he hecho en sitios más raros que vosotras.
-Sí, nena-Eri me tocó la nariz con la punta del dedo índice, contoneándose. Modo diva: on-, pero nunca llegarás a mi nivel con Louis cuando me lo tiré en la encimera de la cocina. Dios-sonrió y se quedó mirando al vacío. Meneó la cabeza en un único espasmo-, soy una zorra y me encanta.
Sonreí.
-¿Por qué eres una zorra?
-Porque me encanta el sexo, nena. Es el mejor invento desde Internet.
-Se puede tener cibersexo en Internet-caviló Alba, mirando al suelo a diez pasos de ella, y asintiendo lentamente. Eri le palmeó la espalda.
-¡Ahí lo tienes, nena! ¡ADIÓS OVARIOS!-gritó. Los chicos se la quedaron mirando con el ceño fruncido. Les lanzó un guiño-. Sabéis de lo que hablo, One Direction, y como me lo neguéis, veréis mis dotes de fangirling.
-No tien...-empezó a protestar Liam, ella hinchó el pecho y se dedicó a bramar:
-¡OH, DIOS MÍO! ¡OH! ¡DIOS! ¡MÍO! ¡ONE DIRECTION! ¡ONE DIRECTION ESTÁN AQUÍ! ¡OH JESUCRISTO!-corrió a la ventana, Zayn gritó: ¡NO DEJÉIS QUE LA ABRA! y terminaron saltándole todos encima y tirándola al suelo. Intentaron tapar sus gritos a base de luchar por cerrarle la boca, pero ella siguió chillando como loca. Alba y yo observábamos la escena, estupefactas.
De repente, se calló. Los chicos se retiraron poco a poco de encima de ella. Sopló para arriba, su flequillo danzó en el aire y murmuró, apartándoselo y mirándolos como a aprendices:
-Y eso se llama actuar.
Ellos se echaron a reír, le dieron unas cuantas palmadas y se dividieron para que pudiera volver con nosotras.
-Estás mal de la cabeza.
Se encogió de hombros.
-Defectos de fábrica que hacen a una más interesante.
-No eres una zorra, Eri.
-Oh, demonios, lo soy. Soy la mayor zorra de la Tierra.
-¿Por que te guste el sexo? A mí también me gusta, y no soy una zorra. Soy normal-replicó Alba. Eri sonrió.
-Puede, pero tú no te has aprendido de memoria las posturas del libro de Noemí antes de dárselo.
Las dos la miramos con los ojos como platos, ella se puso seria.
-Oh, venga, ¿no os lo habréis creído? Estoy de coña.
Se giró y se reunió con los chicos. Se giró un momento:
-He hecho fotocopias.
Nos echamos a reír, tuvimos que hacerlo. Louis estaba demasiado cerca de ella como para que ella fuera soportable.
Harry se incorporó, estiró, observó mi cuerpo tendido a su lado y comenzó a besarme. Sonreí, me sacudí y suspiré.
-¿Qué hora es?
Se encogió de hombros.
-La hora de levantarse.
-¿Qué hora es esa?
-La que yo te digo-replicó, inclinándose y besándome en los labios. Cerré los ojos, me mimó un ratito, me dio una palmada en el culo y bufó.
-Arriba. Venga.
Suspiré, hice lo que me pedía; siempre terminaba haciéndolo. Me arrastré como pude fuera de la cama mientras él se metía perezoso en sus bóxer, costumbre adquirida a base de repetirla cuando estábamos en la otra casa, con los demás, con las chicas. Sonreí, sacudí la cabeza y me aparté el pelo de la cara, lo eché hacia atrás, mordiéndome el labio. A mi mente solo acudía un único pensamiento cada vez que lo veía de esa guisa:
Mío.
Solo y exclusivamente mío.
Se dio la vuelta y me pilló mirándole. Me costó un triunfo conseguir levantar la vista para encontrarme con sus ojos, pero en cuanto me sumergí en aquel azul mar, el esfuerzo mereció la pena. Me sonrió, ensanchó sus dientes en una preciosa sonrisa, y creí morir. Mi corazón dio un vuelco, se me subió el color a las mejillas y sentí la típica corriente frenética de lava recorrer todo mi cuerpo, haciéndome arder por dentro. Aquella sonrisa era más de lo que yo podía soportar.
Hizo un gesto con la cabeza, inclinándola hacia un lado.
-Noe.
-¿Qué?-pregunté, frunciendo el ceño y dando un pequeño brinco en la cama. Se echó a reír.
-¿Estás aquí?
Asentí lentamente, fruncí el ceño, pero continué asintiendo.
-Creo que sí.
Me tendió la mano, yo deslicé los dedos por su palma antes de cerrarlos en torno a la muñeca, disfrutando de la suavidad de aquellas manos tan grandes, manos tan adorables cuando me estrechaban o me tomaban de las mías cuando paseábamos, manos de Dios cuando recorrían mi cuerpo, dejando un fuego abrasador por allí donde habían pasado... ¿Había algo en Harry que no fuera perfecto?
Nos acercamos hasta la cocina, y revolvimos en la nevera, buscando algo que llevarnos a la boca. Tiré de la camiseta que me había dejado, poniéndomela a modo de vestido, y observé las tazas blancas dar vueltas en el microondas.
Las tazas le daban un toque tan frío a al casa... recordaban tanto que apenas se vivía en ella, a pesar de que estaba decorada muy bien, estaba limpia y tenía un aspecto acogedor... pero siempre había algo que te recordaba que aquel solo era un lugar de paso, un pequeño oasis en el desierto, simplemente el sitio idílico donde desearías quedarte a vivir pero nunca terminabas haciéndolo.
Nadie soñaba con vivir en las playas paradisíacas, de aguas cristalinas y arena blanca, del Caribe. Todos queríamos ir allí, pero nadie deseaba vivir. Simplemente, no se nos ocurría. Eran sitios demasiado hermosos como para hacerlos cotidianos; acabarían cansándonos y perdiendo su encanto.
-No me deformarás la camiseta, ¿no?-bromeó él, besándome en la mejilla y dando un mordisco de su tostada cubierta de mermelada. Fruncí el ceño y lo miré, negué con la cabeza, la verdad es que no le encontraba la gracia a aquello.
Louis y Eri a veces se peleaban porque ella ya le cogía camisetas sin permiso, y se las deformaba, se las estiraba demasiado por el pecho; algunas incluso ya no tenían remedio alguno, y Louis tenía que aguantarse. Le decía a mi amiga que se la quedara, ella fruncía el ceño y le decía que no le gustaba que fueran suyas, le gustaba coger las de él, y terminaban dándose gritos (pero aquello no eran discusiones, sino simples argumentaciones, pullas por ver quién levantaba más la voz y quién ganaba la batalla esa vez), asegurándose el uno a la otra que se quedaría sin camisetas a ese ritmo, y la otra al uno chillándole que en el fondo le encantaba verla con su ropa.
Argumento al que Louis asentía como si le acabaras de decir que, si sueltas un objeto, este se cae.
Verdad universal, murmuraba a veces. Eri se echaba a reír, se colgaba de sus brazos, le daba un pico y lo llamaba tonto. Se sonreían un rato, y tenías que apartar la vista; verlos así era mucho más incómodo que si se pusieran a hacerlo contigo delante. Sentías que sobrabas y fingías desaparecer de su lado.
Alba y Liam también vivían una situación parecida, solo que no discutían. No sabía si se debía a que tenían pánico de volver a aquella etapa negra del principio de su relación, cuando se daban gritos por todo, se miraban mal y a la mínima intercambiaban respuestas bordes con la más pequeña de las provocaciones. Alba simplemente le cogía a Liam camisetas (muy de vez en cuando), pero estas no tenían el mismo sufrimiento ni la misma forma tan elemental de manifestar que una mujer (su mujer) le estaba usurpando su indumentaria.
Liam estaba más musculoso que Louis. Tenía más espalda. Así que sus camisetas eran más anchas... tal vez ninguna de las tres pudiera deformarlas.
Tomamos el desayuno en silencio, escuchando la conversación de Liam con la chica de la BBC. Apenas intercambiamos palabra, pero yo me sentía a gusto. No era un silencio incómodo, me parecía que estábamos intercambiando algo...
Pero a Harry no le parecía así. Miraba la radio de vez en cuando, hacía una mueca, sacando el labio inferior hacia afuera, y asentía, distraído, cuando Liam o la mujer decían algo interesante. Suspiró un par de veces, bufó en una ocasión y negó frenéticamente con la cabeza tan solo una única vez. Sus ojos, sin embargo, se deslizaban hacia mí de una forma suave, como si temieran que yo pudiera descubrir que se habían posado en mi persona, cosa que no podía estar más lejos de la realidad. Sentía que quería conversar, sentía que se estaba devanando los sesos por conseguir algo interesante de lo que hablar, y pareció haberlo conseguido cuando en la radio anunciaron que llevaban una hora de entrevista. Torció el gesto, asintió, recogimos la mesa y volvimos a la habitación. Empezó a buscar su ropa en el armario y, con expresión ausente, dijo que se iba a dar una ducha.
Me pegué a él y me froté contra él, zalamera.
-¿Y si te acompaño?
Me sorprendió sobremanera apartándose.
-¿Crees que es buena idea?
Lo contemplé con ojos como platos, incrédula. ¿Harry Styles? ¿HARRY STYLES OPONIÉNDOSE A UNA BUENA SESIÓN DE SEXO? ¿Cuándo me lo habían cambiado?
-Bueno... supongo... tal vez...-agaché la cabeza, me estudié los dedos de los pies, las uñas pintadas de azul eléctrico, y me rasqué el brazo.
-Tengo prisa, Noe.
Sentí como si me hubiera pegado un puñetazo en el corazón. Una presión exactamente sobre mi corazón. Asentí.
-Vale...
-No te disgustes.
-Es tarde-repliqué, dándome la vuelta, tapándome la boca con la mano intentando inútilmente reprimir un sollozo.
Me rodeó la cintura, deseé apartármelo, deseé gritarle que no necesitaba su estúpida compasión... pero en realidad la necesitaba. Necesitaba que me dijera al oído que estaba de broma, que por supuesto que nos ducharíamos juntos, que nunca renunciaría a un minuto conmigo, que me quería por encima de todas las cosas, y que lo dejaría todo con tan solo yo pedírselo.
Liam le había dicho a Alba que dejaría la banda si ella se lo pidiera, si viera que no podía manejar ambas cosas, su chica sería lo primero.
-¿Estás mal de la cabeza, Liam James Payne?-replicó mi amiga, aterrorizada ante la idea de la disolución de One Direction. Liam se había echado a reír.
Louis haría lo mismo por Eri. Nunca lo habían hablado, o por lo menos eso decía ella cuando se le preguntaba, pero estaba segura de que Louis haría lo que Eri quisiera.
-No llores-me pidió. Negué con la cabeza.
-No quieres que vaya-me excusé. Se dio la vuelta y me obligó a mirarle a través de la cortina de lágrimas.
-Ahora no me apetece.
¡HUNDE MÁS EL PUÑAL, VENGA!
Tenía que dejar a Eri de lado una temporada. Sus gritos taladraban demasiado la cabeza.
Entonces, hice lo que hacen los animales desesperados cuando ven que están acorralados y que su vida (en mi caso era mi honor y mi autoestima, lo que venía siendo lo mismo) corría peligro.
Me revolví.
Encaré a aquel cazador cabrón, a ese furtivo infernal que quería matarme para exhibir mi cabeza estampada en una pared y pisotear mi piel hecha alfombra, y le enseñé los dientes.
-A ti siempre te apetece.
Se me quedó mirando.
-No...
-Sí, Harry, sí.
Me aparté de él y me senté en la cama. Me incliné hasta coger del suelo unos pantalones y me los puse con furia. Me llevó tres intentos fallidos meter los pies dentro de la pernera.
-Noemí. Mírame.
Sonreí, una sonrisa cínica, la típica sonrisa de mala actriz de telenovela mexicana que no se puede creer que su chamaquito le ame más que a nada en este feo mundo. Alcé la vista y me lo quedé mirando.
-No es todo sexo, ¿sabes?
-¿Te estás oyendo?-espeté.
Sonrió.
-¿Qué? ¿Qué te pasa? Todas rezáis por encontrar a aquel chico que anteponga el amor al sexo, que no esté pensando en ello las 24 horas del día. Tú lo encuentras, ¿y resulta que quieres que sea como los demás? ¿No se supone que era diferente, y por eso te gustaba?
Reprimí una risa condescendiente.
-Por favor, Harry. Por favor.
-Por favor, ¿qué?
Se cruzó de brazos, alejándose aún más de mí, pero a mí no me importó. Me puse de pie, me sacaba dos cabezas; tuve ganas de subirme a la cama para tener los ojos a la misma altura, pero decidí que aquello sería demasiado cómico, sería reconocer mi debilidad y su posición de ventaja sobre mí. Decidí quedarme donde estaba a pesar de que al hacerlo perdía la batalla física.
La psicológica no iba a ser un regalo.
-Sabes el rol que cumples en la banda. No necesitas que te lo recuerde.
Exhibió los dientes en una imitación lobuna de su Sonrisa Colgate.
-¡Vaya, perdón por no ser el Harry Styles de One Direction! ¡Perdón por no ser como todo el mundo cree que soy! De verdad, siento mucho tener una personalidad que pocos conocen, que me afecten cosas que nadie piensa que me afecten, pero, ¿sabes? Esto es lo que hay-se encogió de hombros, impotente-. En el fondo, los dos sabíamos que a quien querías es al tío que canta y no a mí.
-Son el mismo.
-No, no lo son. El chico que canta solo está ahí cuando canta, el resto del tiempo se va, ¿no lo entiendes, Noe? ¿Por qué no comprendes, por qué no te das cuenta, de que tengo un corazón detrás de esta fachada de rompecorazones mujeriego adicto al sexo?
-Porque lo er...
-No, no lo soy. Sí, vale, solía divertirme con las chicas, no me tomaba demasiado en serio lo que hacía, pero, ¡por favor! Tú me dijiste que tenía que cambiar, y lo he hecho. ¿Sabes por qué? Porque te quiero. Porque si tú me lo pides, puedo cambiar. Algunas cosas, no todas-frunció el ceño, sus dedos pasaron por su muñeca, donde tenía el tatuaje de No puedo cambiar.-. Pero mi comportamiento ha cambiado, y lo sabes, ¿no? Sabes de sobra que ya no hago cosas que hacía.
-Y, sin embargo, no puedes darle a tu chica lo que te pide.
Cállate, Noemí. Cállate YA.
Alzó una ceja.
-Siento tener sentimientos y no considerarte solo un juguete sexual, ¿sabes?
-Más lo siento yo.
¡QUE TE CALLES YA, JODER!
Sonrió, frío. Harry Styles, no mi Harry, ahora era Harry Styles quien estaba allí.
-Te estás olvidando de algo, nena-se inclinó hacia mí, me habló al oído, helándome la sangre de pura lujuria en las venas cuando su aliento acarició mi cuello-. Es Harry Styles quien juega con las mujeres, y no al revés.
Dio un paso atrás y se me quedó mirando. Volvió en sí, se inclinó hacia delante, como agradeciéndole a su público los aplausos por una brillante actuación, y, sin apartar sus abrasadores ojos de mí, gruñó:
-¿Era eso lo que querías oír?
Se marchó de la habitación dejándome con la palabra en la boca, ni siquiera lloré de lo estupefacta que estaba.
¿Qué acaba de pasar? era lo único capaz de pensar en ese momento.
-¿Qué acaba de pasar?-pregunté en voz alta.
Me respondió el sonido del agua corriendo en el baño. Sobre Harry.
Deseé ser aquel agua.
Deseé, por encima de todo, tenerlo abrazándome, acunándome la cabeza contra su pecho, y no desear acostarme con él las 24 horas del día. Resultaba cansado tanto deseo.
Y era aterrador que me empeñara en basar la relación solo en el sexo.
Porque las relaciones basadas en el sexo son las que menos duran.
Todavía tenía el pelo un poco húmedo, y había tiempo de sobra para que se lo terminara de secar y se marchara tranquilamente a la cadena, pero salió por la puerta.
Salió por la puerta después de apretar sus labios contra los míos. Fue como besar un par de morcillas.
Y no porque me diera asco, precisamente. Estaba enfadada, vale, pero no estaba mal de la cabeza, y los labios de Harry no me darían asco a no ser que estuviera mal de la cabeza (incluso estándolo me gustarían, seguramente).
Me dio un tirón en el estómago cuando yo luché por alargar nuestro beso y él simplemente se alejó. Se me quedó mirando un rato, quise creer que se encogió de hombros, terminó haciéndose con el móvil y saliendo de casa con la cabeza gacha, concentrado en la pantalla de su iPhone.
Cerré los ojos, apoyé la espalda contra la pared, me deslicé hacia abajo sujetándome las caderas, como hacía Eri entre semana, y me eché a llorar.
Lloré hasta hartarme, lloré porque era una estúpida que tenía todo lo que deseaba y merecía, lloré porque no se me ocurría otra cosa que pedir más y más, cuando la avaricia rompía el saco, lloré por mi incontinencia verbal.
Pero, sobre todo, lloré porque no era justo que mis amigas no se pelearan nunca con sus chicos, y yo no pudiera parar de hacerlo. El mes de tregua había sido solo eso, una pequeña tregua durante la Gran Guerra, la calma que precedía a la tormenta, el ojo del huracán donde brilla el sol sobre las tierras inundadas, que desaparecerán cuando el gran vendaval regrese.
No me di cuenta de que me había sentado frente a un espejo, de que me había colocado exactamente de forma que pudiera verme entera, hasta que descubrí a una chica preciosa mirarme. Tenía lágrimas en los ojos, pero aún así, seguía siendo bonita.
-La más bonita de las tres-sonrió la chica. Sacudió la cabeza, su pelo negro voló alrededor de ella y volvió a enterrarse en sus manos.
-La más bonita de las tres, y la que menos suerte tiene.
-Tal vez lo merezca. ¿No crees? Tal vez deba ser así. Tal vez esté condenada a vivir esto porque estoy con Harry, que es más de lo que puedo aspirar, seguro que es así. Seguro que tengo que vivir así porque le he quitado el sitio a otra-las dos nos observamos las uñas, nos encogimos de hombros simultáneamente y nos miramos-. Tengo más de lo que merezco.
Arrugué la nariz y alcé la vista. La chica me devolvió la mirada, enfadada. No.
-No. No. Me merezco esto y mucho más. Las demás no están peor que yo, y se lo merecen tanto como yo. Mira Alba. Le va genial con Liam. Nunca habían estado tan bien como ahora.
En los ojos de la chica, en mis ojos, se reflejaba otra verdad, una verdad muchísimo mayor, la injusticia del siglo, que convertía a Alba en un ratoncito al lado de un elefante.
-Mira a Eri.
Sí, mira a Eri. Mírala.
-Mira a Eri, mira su vida. Es perfecta. Es más de lo que se merece. Tiene a Louis. Tiene dinero, no es mucho, pero más que yo-nos reímos-. Y mira lo que va a hacer el sábado que viene. Sí, observa a Eri.
Me senté a la japonesa, con las piernas bajo el trasero, y estudié a la chica del espejo, que ya no lloraba, sino que destilaba rabia por los cuatro costados. Por los cinco costados, de tenerlos.
-No se merece esta suerte, ¿no crees?-sacudimos la cabeza, nuestros cabellos se tocaron, reflejo contra realidad-. No, no se lo merece. Yo sí que me lo merezco, ¿verdad? Ojo por ojo. Discutir con Harry a cambio de gloria eterna, no corretear con Louis en un campo de mariposas a cambio de lo mismo. Eso no es ni legal.
Nos contemplamos en silencio, curiosas.
Sonreímos como fieras, recordándome a una película de miedo, cuando el monstruo tiene acorralados a los niños y se los va a comer, tenía la misma expresión en el rostro.
-El karma siempre corre más que la gente.
Simon tenía que cogerme. Tenía que hacer de mí una super estrella, estaba acostumbrado a ello.
Dale a Simon cinco chicos separados y hará de ellos el grupo más fabuloso de toda la historia. Que les den a los Beatles, que les den a las discográficas. Simon estornuda y se le escapa la fama por la nariz.
Debía cogerme, era algo superior a mí. Debí convertirme en la estrella más brillante de la historia, porque yo tendría un comienzo normal, no la salida nula de Eri. Yo empezaría desde el principio, no aterrizaría cuando mejor estaban las cosas y robaría la oportunidad del milenio. Oh, dios, no. Eso no se hace.
El karma siempre acaba pillándote.
-Ganarás X Factor, nena-me dijo la chica del espejo. Sonreí.
-No lo sabes tú bien.
A duras penas conseguí levantarme, después de mi sesión de autocompasión o de reconocimiento, como se llamara aquello. Cerré los ojos, me estiré, me quité al camiseta de Harry y corrí a apagar la radio.
Recordaría lo mucho que me costó hacer eso, pulsar un simple botón, el resto de mis días. En mi lecho de muerte, la última de mis lágrimas sería por aquella radio, mis últimas palabras serían que nunca debía haber hecho aquello.
Pero estaba enfadada, estaba despechada, y era una mujer. Combinación explosiva.
Me puse la chaqueta de London que había comprado en el viaje a Canterbury, la primera vez que pisé la capital del mundo, me hice una coleta y, sabe Dios por qué, me subí a unos tacones. Me pareció que me ayudarían a alzar mi estado de ánimo, como si estando alta consiguiera mejores resultados en mi humor, debido a la menor distancia con las nubes, o cualquier otra tontería psicológica de esas que le encantaban tanto a mi profesor de ciencias. Aquel hombre se dedicaba a dar estocadas a diestro y siniestro, aboliendo todos y cada no de los esquemas preestablecidos, y diciéndonos por qué la astrología no era una ciencia. En el fondo, me caía bien.
Arrastré la mochila hasta la mesa del salón y me senté en una de las sillas. Me quedé mirando mis pies, pues la mesa era de cristal, un buen rato.
Estaba escribiendo unas traducciones de mis deberes de griego, en el silencio de la habitación, cuando me levanté y, atraída por una fuerza magnética que no conseguí identificar, me fui al baño.
A pesar de que no necesitaba levantarme de la silla, a pesar de que hacía poco había ido, regresé. Entré por la puerta como una autómata, la cerré tras de mí y me acerqué al lavabo. Me apoyé en él y me quedé mirando largo rato en el espejo, suspiré y agaché la cabeza.
No era mi culpa. Yo no tenía la culpa de que a alguna se le diera un trato preferente. No, Dios, yo no tenía la cul...
Contuve un grito cuando, al levantar de nuevo la vista, me encontré con un mensaje escrito en el espejo, como en Just Dance de Lady Gaga.
¿Y por qué no investigas?
Me quedé helada contemplando esas palabras, escritas con pintalabios rojo, pintalabios que se estaba derritiendo poco a poco...
¿NO SERÍA SANGRE, NO? ¡POR FAVOR, DIOS MÍO, QUE NO SEA SANGRE!
Me obligué a mí misma a dominar el pánico, estiré la mano y toqué la superficie sucia. Suspiré de alivio cuando no me encontré con un líquido propiamente dicho, sino con una sustancia viscosa...
Coágulos.
JODER, ¿PERO QUIÉN ME MANDARÍA LEER AQUELLA MIERDA DE LIBROS DE MEDICINA?
No eran coágulos. No podían serlo, no, no lo eran. Simplemente era pintalabios derretido, pintalabios que se parecía demasiado a sangre, pero pintalabios al fin y al cabo.
Salí del cuarto sin darle la espalda al espejo, corrí a la habitación, busqué el neceser con las toallitas desmaquillantes y volví lo más rápido que pude al baño, casi como si temiera que Harry pudiera volver en ese preciso instante y verme.
Ver el mensaje.
Una clarísima provocación.
Me afané en limpiarlo lo mejor que pude, intentando recoger todas las manchas posibles a la mayor velocidad.
Terminé acabando el paquete solo por el simple hecho de que quise asegurarme de que no quedaba nada en el espejo. Acaricié la superficie un par de veces, cerré los ojos con fuerza, deseando que aquello no apareciera pero también esperando que el mensaje en cuestión regresara... pero no lo hizo.
Desconfiada, me eché agua por la cara y levanté la cabeza con el grifo aún abierto, vomitando ese límpido líquido, igual que un ninja.
Nada.
El espejo seguía limpio.
Me eché a reír, histérica, sacudí la cabeza, recogí las toallitas y fui a tirarlas.
Volví a la habitación y me senté en la cama.
¿Y por qué no investigas?
Negué con la cabeza.
¿Qué iba a investigar? Se había llevado el móvil. No podía hacer nada si él tenía el móvil.
A no ser...
Volví a sacudir la cabeza.
Un voto de confianza, Noe, sabes que puedes fiarte de él.
La presencia de Harry era tan grande, tan acusadora, tan enorme recordatorio de cómo se había ido de casa, que tuve que salir de su habitación. Vagabundeé por la casa (los deberes habían pasado a un gran segundo plano en mi cabeza, justo al lado de cortar el césped el verano siguiente en la casa de Cantabria), intentando encontrar un sitio en el que meterme.
El hall, no. El beso había sido allí.
El salón, tampoco. Habíamos pasado la noche allí, compartiendo demasiados momentos.
La habitación, ni de coña. Sería como meterse en Chernobyl.
¿La cocina? Mm. No, la cocina tampoco. Su expresión de por la mañana volvía a mí.
Fui desechando lugares de la casa, uno por uno, hasta que reduje mis opciones a solo dos.
El balcón era la mejor de ellas, pero en cuanto salí y el frío viento mañanero de Londres, aumentado mil veces por la altura del edificio, enseguida pasó a la terraza al mismo lugar al que había ido desechando el resto de lugares.
La habitación de Louis.
Me daba muchísimo corte entrar allí, por aquel cúmulo de circunstancias que habían sucedido en aquella habitación, pero también... era la habitación de Louis.
Tenía que invitarme Louis a entrar, y no hacerlo yo porque me diera la gana.
Sin embargo, conseguí arreglármelas para girar el pomo de la puerta, acercarme a la cama sin apenas sentir el movimiento de mis piernas al moverse, y tumbarme boca arriba sobre ella, con las manos sobre el vientre. Estudié el techo como si fuera la cosa más interesante del mundo.
La pregunta, la sugerencia, se convirtió en una palabra, se volvió una orden.
Investiga.
Investiga.
Tal vez tuviera alguna carta...
Por favor, Noemí, no seas ridícula. ¿Cómo va a tener cartas con el vicio que tiene con la tecnología?
-Prueba con el ordenador-susurró una mujer en la puerta, una mujer cuya voz yo conocía muy bien.
Me incorporé de un brinco y contemplé a Caroline, que me dedicaba una sonrisa cínica, oscura. Me arrastré sobre la cama, pegando mi cuerpo contra el cabecero, lo agarré como si fuera mi bote salvavidas y, si hubiera tenido un crucifijo, puedes apostar la vida a que lo habría blandido en dirección a aquel demonio que incluso a Lucifer le parecería malo.
-Déjame en paz-casi le supliqué. Ella alzó una ceja, se echó el pelo rubio hacia atrás y se echó a reír.
-Encima que te intento hacer un favor...
Se marchó.
Sentí cómo desaparecía detrás de la puerta, oculta tras la pared, temiendo que yo descubriera sus asquerosos trucos.
¡Eleanor era maja! ¿Por qué no me había tocado a mí Eleanor?
A pesar de que la había sentido marcharse y estaba segura de que ya estaba muy lejos (en el quinto piso del infierno y bajando), todavía me quedé quieta, mirando la puerta con ojos como platos, dejándome llevar por el pánico, un par de minutos.
Me levanté lentamente, posando una pierna en el suelo y luego la otra, tambaleándome un poco sobre los tacones, pues ya no recordaba que los llevaba, y, cuando recuperé el equilibrio, caminé despacio, haciendo el menor ruido posible, en dirección al salón.
Me asomé a la puerta y miré la habitación vacía; incluso llegué a mirar a ambos lados, asegurándome de que no había nadie en la casa que pudiera ver lo que estaba a punto de hacer.
Me apresuré a abalanzarme sobre el portátil a la carrera, me dejé caer en el sofá y abrí la pantalla a tanta velocidad que, si hubiera sido un poco más fuerte, habría arrancado la pantalla de este y habría tenido por un lado pantalla y por el otro teclado.
Esperé a que el portátil terminara de ponerse en marcha, abrí el explorador y me quedé mirando la pantalla de inicio de Google.
Y, ahora, ¿qué?
Mis ojos bajaron hasta el teclado y se posaron en la T. Mi índice pulsó esa tecla.
Mis ojos fueron hasta la W instantes después.
El tiempo que tardé en escribir Twitter me pareció un milenio.
Pero, ¡sorpresa! No tenía puesto lo de recordar las contraseñas, y yo no me la sabía.
Seguro que Eri la sabe replicó Caroline en mi cabeza, aumentando aún más la rabia que ardía en mi interior. Una cosa era que yo criticara a mi amiga, y otra que la criticara la zorra infernal de Caroline Asaltacunas Flack.
Una cosa era que hubiera competencia entre nosotras (sana por mi parte y desleal por la de ella), y otra muy distinta era que aquella fulana del Averno se dedicara a meter cizaña donde ya había terremotos de sobra, a lanzar antorchas donde ardía un fuego comparable al del sol, donde...
¡Competencia!
La competencia de Twitter era Facebook, ¿no? ¡Claro! ¡De toda la vida!
Corrí a escribir el nombre de aquella red social, crucé los dedos cuando tecleé su correo electrónico en la casilla, muy lentamente debido a tenerlos cruzados, y esperé un rato hasta sentirme preparada para colocar el ratón en la casilla e la contraseña.
Contuve el aliento cuando agarré el pequeño periférico y supliqué a los cielos que Harry tuviera puesta la opción de recordar la contraseña.
Una larga línea de puntos negros apareció en aquel lugar.
-¡SÍ! ¡SÍ, JESUCRISTO! ¡OH, TALUEGUÍSIMO!
Le di tal porrazo a la tecla de Enter que el ordenador botó sobre mis piernas y se hubiera caído de no haber estado yo espabilada.
Retrasé un poco mi Programa de Investigación de la CIA un rato, dejándome llevar, como siempre, por sus fotos. Me mordí el labio inferior cuando entré en el álbum privado al que solo teníamos acceso sus amigos y contemplé nuestras fotos besándonos.
Nada debería cambiar eso.
-Nada-murmuré en mi soledad.
Activada por esa palabra, mi mano corrió a mover el ratón a la casilla de mensajes privados, devorando su interior.
Me gustaría poder decir que solo entré a mirar las conversaciones con Eri, pero en realidad miré todos y cada uno de los mensajes que tenía.
Negué con la cabeza cuando vi que habían creado un grupo los seis, un grupo privado del que yo no tenía conocimiento (seguramente Alba tampoco y probablemente le daría muchísimo igual, así era ella).
Noté mi estómago retorcerse cuando encontré una conversación con mi amiga en la que ella le decía que yo me había ido a Cantabria, él le contestaba que mejor, así tendría más tiempo de relax para hacer sus cosas, ella le puso un lacasito asustado tras una palabra: cacería,él llenó un par de mensajes con histéricos JAJAJAJAJA y ella le respondió de otra manera.
-¿Cómo podéis ser tan hijos de puta?-bramé, cerrando la pantalla sin molestarme en leer los siguientes mensajes.
Los que decían: pobre Noe. En realidad estoy de broma. Ya sabes que hay tema aunque ella ahora pase de mí.
O, los más nuevos, donde Harry suplicaba a los chicos que le dieran ideas de un regalo, porque pronto sería nuestro aniversario.
No, decididamente, preferí quedarme con aquellos más polémicos.
Desde siempre la polémica era lo que más le gustaba al ser humano.
Entró por la puerta y me lo quedé mirando un rato, con el ceño fruncido, un poco de lado. Suspiró, abrió los ojos y la cerró lentamente.
-Todavía estás enfadada-murmuró a modo de saludo.
Fingí no escucharle.
-¿Preparo las cosas para ir a Chesire?
Harry sonrió, tiró su chaqueta sobre el sofá y me estudió con los brazos en jarras.
Ni siquiera establecí contacto visual con él, me limité a seguir ojeando la revista que tenía entre las manos. Mordí la manzana, llenando el silencio de la habitación.
-Noe.
Otro mordisco. Sacudí la cabeza, como reprobando la indumentaria de una actriz que no llegué a reconocer en la revista.
-Noe.
Dio un paso hacia mí.
Pasé la página y me rasqué el cuello.
-¡NOE!-bramó, dando un puñetazo en la mesa y haciendo que yo diera un brinco.
-¿QUÉ?
-¡TE HE HECHO UNA JODIDA PREGUNTA!
Me encogí de hombros.
-Repítela.
Se inclinó hacia mí y enroscó el índice en mi dirección. De mala gana, volví a hundirme en aquellos preciosos ojos azules.
-No me sale de los huevos-sonrió-. ¿Lo entiendes?
-Tú mismo-repliqué, encogiéndome de hombros.
Sentí cómo se contenía para no soltarme una bofetada.
-Haz lo que te dé la gana-espetó, chulo, recogiendo su chaqueta con chulería y encaminándose a la puerta.
-Eso llevas haciendo tú desde que nos conocimos-gruñí por lo bajo. Se detuvo en la puerta.
-¿Que qué?-se giró a mirarme y alzó una ceja.
-Me has oído de sobra.
-No.
-Pues-me di la vuelta en la silla y lo miré, me encogí de hombros y puse mi voz más grave para soltar-: no me sale de los huevos repetirlo.
Se echó a reír, asintió varias veces y se cruzó de brazos.
-¿Qué he hecho ahora?
-Pregúntaselo a tu Facebook.
Me cogió de la mandíbula, y supe que había metido la pata hasta el fondo, pero ya no había marcha atrás.
-¿Que haga qué?
-Nada.
-¿Qué cojones has hecho, Noemí?
Negué con la cabeza.
-Nada-ahora sonaba como una puñetera niña desvalida diciendo que no había comido chocolate cuando sabía que tenía toda la cara manchada de delicia marrón.
Se inclinó hacia mí, sus dedos me apretaron la barbilla, acercó tanto mi rostro al suyo que pude ver las pequeñas venas que atravesaban sus ojos.
-¿Qué. Has. Hecho?
-Nada.
-Mírame a los ojos y dime que no te has metido en mi Facebook.
-Yo... yo...
-¡DÍMELO!
Aparté la cabeza para que no me viera llorar.
No porque no quisiera que me abrazara, sino porque era lo único que me apetecía en ese momento y lo único que él no haría ni aunque le pusieran una pistola en la sien. Cerré los ojos con fuerza y un torrente de lágrimas se deslizó por mis ojos. Me mordí el puño solo para contener los sollozos.
Y él, pobre de mí, se limitó a sentarse en el sofá y abrir la pantalla de su ordenador. Murmuró una palabra que yo en mi vida había oído, sonrió sarcástico y sacudió la cabeza. Deslizó los dedos por el panel del portátil (prefería mil veces ese pequeño panel al ratón, era una de las cosas que solo sabías cuando estabas tiempo con él, malgastando los latidos de tu corazón en él) y frunció el ceño.
Se me quedó mirando.
-¿Hasta dónde has mirado?
-¿Qué importa eso ahora?
-Contéstame, Noe.
-No quiero hacerlo.
-Me estás obligando a hacer algo que sabes que no quiero hacer.
-No. Quiero. Contestar.
-Contéstame o te largas de mi casa-murmuró. Tal fue mi sorpresa ante esa simple frase que no vi lo mucho que le había dolido pronunciarlo.
-No quiero irme.
-Entonces contesta.
-Pero...
-Noemí, no me jodas, ¿vale? No me jodas, por favor. No empecemos otra vez, ¿quieres? Estoy cansado. No quiero pelearme más. No necesito que nos demos más gritos, ya nos hemos dado bastantes por un par de vidas, ¿no te parece?
Asentí lentamente.
-¿Hasta dónde has mirado?
-No lo sé.
-Siéntate conmigo-ordenó, ¿o lo pidió?
Palmeó el sofá.
Lo estaba pidiendo.
Me levanté y, con mucho esfuerzo, conseguí llegar al sofá tratando de parecer lo más segura posible. Me senté a su lado, me pegué contra él en un acto reflejo, y escudriñé la pantalla.
Las letras bailaban, se desenfocaban y se volvían a enfocar con cada parpadeo.
-No llores-me pidió, apartándome el pelo de la cara-, sabes que odio cuando lloras, pequeña.
Pequeña.
Mi pequeña.
Vale, ahí sí que empecé a llorar como una loca.
Tal vez lo hubiera interpretado mal, tal vez estuvieran de broma o simplemente fueran imbéciles pero hubieran cambiado en verano. Tal vez al final estaba equivocada y sí que no me merecía a Harry. Era demasiado bueno.
Perdonaba demasiado rápido.
A mí, por lo menos.
Acerqué mi mano al pequeño panel, y pensé sinceramente que iba a apartar la mano con mi contacto.
No solo la dejó ahí, sino que la movió un poco para que nos rozásemos más.
Tragó saliva y leyó los mensajes, frunciendo el ceño ante los recuerdos que iban regresando a él. Suspiró, se me quedó mirando, me asfixió en sus ojos y a mí me encantó.
-Voy a besarte-le avisé. Sonrió.
-Creo que me apetece que lo hagas-replicó. Me incliné hacia su boca y él se inclinó hacia la mía, unimos nuestros labios y terminamos de perdonarnos en ese preciso instante.
Me quedé mirando su boca un rato, él estudió la mía.
-Lee los demás-murmuró con voz ronca, más ronca de lo habitual.
Lo miré, sorprendida.
-Pero, no hace falta...
-Quiero que los leas-se encogió de hombros-. Así lo entenderás todo.
-¿Y Chesire?
-Preparo las cosas y nos largamos.
Estuve todo el trayecto en el coche leyendo los mensajes, mirando cada dos por tres a Harry y disculpándome cada dos minutos. Él sonreía y decía que no importaba, que no pasaba nada.
Su casa estaba vacía cuando llegamos, su madre llegaría más tarde, y él dijo que esperaríamos para comer con ella. Asentí y, como vio que cuando nos sentamos a ver la tele no paraba de mirar por la ventana, me sugirió salir a dar un paseo.
Apenas terminó la frase yo ya estaba abriendo la puerta de la calle y suplicándole que así fuera.
Se echó a reír, buscó las llaves, se las metió en el bolsillo del pantalón y sonrió cuando salí prácticamente brincando a la calle.
Me preguntó nuestro destino, yo le dije que si había parques. Se ofendió.
-Estás en Inglaterra, aquí hay parques hasta en las casas.
Volví a reírme, paseamos por su pequeña ciudad, él me enseñaba los lugares en los que había vivido cosas de pequeño. Me encantaba aquel lugar por el simple hecho de haber tenido constancia de él mucho más tiempo que yo o que todas las Directioners juntas.
Esbocé una mueca de disgusto cuando vi la típica anciana que le tiraba migas de pan a los cisnes.
-¿Qué pasa ahora?-preguntó, curioso. Después de que hubiera musitado, ¡Por Dios, qué cosita! cuando nos encontramos con un pequeño gato melenudo por la calle parecía expectante por que lo sorprendiera aún más.
-Mi ilusión en la vida es echarles pan a los cisnes.
-Pero si tenéis en tu ciudad-replicó. Negué con la cabeza.
-Aquellos son feos. ¿No ves que son negros? Los únicos cisnes bonitos son los blancos, como esos.
Se encogió de hombros.
-Puede ser.
-Además, los cisnes negros son malos. Tú has visto la peli, ¿verdad?
-Sí.
-¿Y qué pasa?
-Ah, ¿yo qué sé? Solo me fijé en que se liaban Mila Kunis y Natalie Portman.
-Joder, Harold-repliqué yo, separándome de él. Me cogió del brazo y me pegó contra su pecho.
-Sabes que te estoy tomando el pelo-y me besó allí, delante de todo el mundo. Cuando posó sus labios en los míos ni siquiera pude cerrar los ojos, me lo quedé mirando, incrédula, pero me dejé llevar-. Y los cisnes negros también son bonitos.
-Los cisnes blancos son las cosas más bonitas del mundo.
-No.
-¿Qué hay más bonito que un cisne blanco?-repliqué, retomando ambos nuestro paseo. Balanceó nuestras manos unidas, miró al cielo y susurró:
-Una chica que me está cogiendo la mano.
miércoles, 17 de octubre de 2012
Me explican los radicales con besugos Manolo y ovejas Rosi.
La puerta se abrió lentamente, tan lentamente que yo apenas hubiera notado el pequeño haz de luz que fue en aumento si no fuera porque, precisamente, tenía la cara orientada hacia la puerta.
Parpadeé varias veces, y noté que la habitación entera se movía. Se balanceaba arriba y abajo, lentamente, subía y bajaba a un ritmo lento pero regular.
Tenía algo calentito debajo de la cabeza.
Poco a poco fui volviendo a notar mi cuerpo, hasta entonces, había sido como si estuviera tetrapléjica; el brazo de Louis debajo de mí, su barbilla en mi cabeza, el pulso de su cuello golpeándome despacio contra la oreja...
Contuve un segundo la respiración, me permití ese lujo solo para escuchar uno de los sonidos más bellos de este mundo: el latir de su corazón.
Me incorporé un poco, y no fue hasta entonces cuando caí en la cuenta de por qué la habitación subía y bajaba: lo había hecho al ritmo de la respiración de mi novio.
Dos figuras pequeñas se recortaban contra el haz de luz. Se acercaron, y fueron creciendo. Sigilosas, Daisy y Phoebe llegaron hasta la cama donde su cuñada y su hermano dormían, donde solo ahora su hermano lo hacía. Me miraron un segundo, sacudieron una mano, yo las saludé, y noté cómo me sonrojaba en la mortecina oscuridad.
Recordé lo que habíamos hecho por la noche. Cosas que no requerían ropa.
Recordaba haberme desnudado, recordaba sus manos acariciando mi cuerpo, recordaba haberle desnudado a él y haberle acariciado a él, también desnudo.
Estábamos desnudos en la cama y las gemelas estaban a nuestro lado.
Me tapé disimuladamente con la sábana, lo justo para cubrirme el pecho... pero no hizo falta.
En un alarde de inteligencia suprema, nos habíamos vestido. Bueno, yo llevaba su camiseta, y él llevaba los pantalones, lo que venía siendo lo mismo. Todavía no hacía el suficiente frío como para dormir totalmente vestidos en la misma cama, de modo que simplemente compartíamos su pijama.
Daisy alargó una mano juguetona a su hermano. Phoebe se subió a la cama y, con pasos vacilantes, llegó hasta mí. Extendió los brazos y dejó que la abrazara en el mismo momento en que Daisy le pellizcaba la nariz a Louis, no lo suficiente como para evitar que respirara pero sí lo bastante como para que él se despertara.
Abrió los ojos y nos miró, somnoliento. Nos dedicó una dulce sonrisa, bostezó y se incorporó.
Daisy y Phoebe, alentadas por una señal invisible, se lanzaron sobre él y le cubrieron de besos. Louis se echó a reír.
-Hola, pequeñas-las saludó. Ellas le tiraron del pelo, me besaron y dijeron que mamá esperaba para desayunar. Louis volvió a bostezar.
-¿Qué hora es?
-Temprano-informé yo, mirando el reloj. No solíamos levantarnos a esa hora en Londres, normalmente yo dormía hasta que él se despertaba, entonces decidía que ya había dormido suficiente (cuando en realidad me metía con él en la cama pero me dedicaba a leer mientras él roncaba suavemente a mi lado) y terminaba haciéndome salir de la cama entre risas o exclamaciones de exasperación, dependiendo de cómo me despertara.
Ted entró a todo correr en la habitación. Se sentó al lado de la cama, con la cola sacudiéndose frenéticamente, y estudió a su dueño. Louis lo miró.
-¿Qué? ¿No saludas?
Ted puso las patas sobre la cama, ladró y trató de lamerle la cara a su amo. Louis se echó a reír, le acarició entre las orejas y me besó el hombro cuando yo me incliné a hacer lo propio con el perro.
Me estremecí y le sonreí.
-Hola, amor-nos saludamos a la vez. Nos besamos lentamente, dejó su mano en mi nuca y me acarició el pelo. Me lo quedé mirando.
-Cada vez pinchas más.
Se encogió de hombros.
-Mi novia no me deja afeitarme porque le gusta.
Una carcajada llenó la habitación, ya vacía exceptuando por nosotros dos.
-¿Cómo puedes ser tan mentiroso?
Se encogió de hombros.
-He nacido así.
Me dejé caer en la cama, a su lado, y negué con la cabeza cuando él me ofreció la mano después de levantarse, invitándome a imitarlo.
-Tengo que ponerme la camiseta, Eri.
Sacudí la cabeza.
-Eri...-sonrió.
Volví a sacudir la cabeza, se inclinó hacia mí y unió sus labios con los míos.
-Venga, Eri.
-Quítamela tú.
-No me lo digas dos veces.
Pero lo hice.
-Quítamela tú.
Se sentó a mi lado y, sin siquiera cerrar la puerta, llevó sus manos hasta mis caderas. Cogió la camiseta y tiró de ella despacio, hacia arriba, disfrutando del proceso de ver cómo me desnudaba poco a poco ante sus ojos.
Volví a tumbarme en la cama, y me tapé con la sábana.
Solo me cubrían mis bragas.
Sus dedos recorrieron mi cuello, bajaron hasta la sábana y me destapó. Contempló mi pecho desnudo unos minutos; la puerta estaba abierta, pero no me importó.
La forma en que me miraba valía el riesgo. El riesgo en sí también era excitante, pero... sus ojos... ese brillo adorador en la mirada...
No me importaría que me soltara desnuda en el Coliseo de Roma, con este atestado de gente, si me miraba así. ¿Qué demonios? Podía hacerme suya en el Coliseo si así lo deseaba, siempre y cuando me mirara así.
Me besó los pechos.
-Eres preciosa.
Me estremecí y le acaricié el pelo.
-Tengo a quién parecerme.
Sonrió.
-¿Ahora somos familia?
-No quiero ser familia tuya en ese sentido, Louis.
Asintió, travieso.
-Vale. Que conste que lo recordaré. Ya me suplicarás perdón más tarde.
Me incorporé y lo abracé, le besé el cuello, él apartó la cara; le susurré al oído:
-He dicho en ese sentido, Lou.
-Ya, ya.
Le tomé la mandíbula y lo obligué a mirarme; me deleité en aquel azul de sus ojos.
Lo siento, no me gustas, a mí los ojos azules no me van le había dicho a un chaval una vez, que quería salir conmigo. Y ahora mis ojos favoritos eran azules, azulísimos.
-Bobo-besé su sonrisa, su boca. Suspiró.
-¿No tienes hambre?
Me encogí de hombros, su sonrisa reapareció.
-¿Y eso?
-Es temprano-protesté. Asintió.
-Bienvenida a Inglaterra, milady-me besó la mano y me eché a reír-. Aquí nos levantamos y nos acostamos con el sol.
-Qué romántico-susurré, entre carcajadas.
-Para que luego digan que los italianos son los más.
Recordé irremediablemente la película que habíamos visto todos juntos un día de lluvia en Londres, Perdona si te llamo amor.
Los italianos son románticos por naturaleza, decía el narrador; más del 75% de los mensajes empiezan o terminan con la palabra amor.
Me tendió una camiseta y alzó una ceja.
-Vive Dios que no me molesta que estés así en mi casa, Eri, pero, ya sabes... hay que guardar las apariencias.
-Sí, debemos mantener mi virginidad intacta.
Se echó a reír, se inclinó hacia mí y murmuró contra mis labios:
-Creo que va a ser un pelín tarde para eso.
Negué con la cabeza, cogí la ropa que me tendía, y lo seguí hasta la cocina.
Me quedé impresionada con la capacidad sobrenatural que tenía Jay para estar pendiente de todo a su alrededor. Se fusionaba con su cocina de una forma muy elegante, estaba compenetrada con su entorno de tal manera que no desperdiciaba un solo segundo. Louis la besó en la mejilla y ella le devolvió el beso de refilón, mientras cargaba con dos tazones llenos de leche para sus hijas más pequeñas. Se los colocó delante, les plantó una caja de Kellogg's enfrente y colocó un plato en la tostadora, en el momento justo en que las tostadas salían disparadas hacia arriba. Deslizó el plato por la mesa hasta Lottie, que lo detuvo con un distraído movimiento de la mano.
-Sentáos, chicos-ordenó la madre. Obedecí.
Louis, no.
Sorteó a su madre y se inclinó en la nevera, recibiendo un bufido de disgusto cuando se interpuso en el camino de su progenitora. Jay dio varios taconazos en el suelo, apurando a su hijo.
Pero cuando Louis tenía el día lento, tenía el día lento. Hasta los caracoles eran más rápidos que él.
-¿No hay café?
Jay negó con la cabeza e hizo un gesto en dirección a Mark, que estudiaba el periódico del día anterior con gesto distraído al tiempo que mojaba un cruasán en su humeante café.
Louis gruñó algo por lo bajo, se puso de puntillas y sacó la cafetera.
Fizzy protestó porque su madre estaba tardando demasiado en servirle su desayuno. Mark y Jay se la quedaron mirando, con los ojos llameantes, y ella se empequeñeció en su asiento.
-Es que Louis te molesta-apenas consiguió balbucear. Su hermano se giró en redondo y la encaró, desde el otro extremo de la cocina.
-Perdona por querer quitarle un poco de trabajo a mi madre.
Mark sonrió, y sin siquiera mirar a su primogénito espetó:
-¿Qué quieres ahora, Louis?
Louis fingió ofenderse.
-¿No puede un hijo mostrar el amor que siente por su madre?
Todo el mundo lo miró con una ceja alzada, y todos susurramos a la vez su nombre.
-Louis...
-¡CON LO QUE ME DESLOMO POR ESTA FAMILIA, Y ASÍ ME LO PAGÁIS! ¿A QUIÉN HE MATADO YO PARA RECIBIR ESTE SUPLICIO, QUÉ HE HECHO PARA MERECER ESTE CALVARIO? ¡OH, DIOS SANTO, SI TIENES CONCIENCIA LLÉVAME AHORA, PUES EN MI FAMILIA NO ME QUIEREN!-bramó, imitando a su madre. Todos nos reímos, todos salvo Jay.
-Yo no hago eso.
-Lo hacías siempre, mamá-replicó mi novio.
-Lo sigue haciendo-añadió Lottie. Louis la señaló con la mano, meneó las cejas y miró a su madre, como diciéndole ¿ves? ¿ves?
Jay puso los ojos en blanco.
-Preparaos vosotros el desayuno-gruñó, colocando el plato con unas galletas delante de Fizzy. Ella la miró con ojos de cordero degollado.
Louis se apoyó en la encimera mientras su café se hacía, y estudió el panorama. Contempló el periódico de su padre un largo instante, intentando leer lo que ponía en la portada.
Desde aquella distancia, aún con las gafas, me habría resultado difícil. Pero para él, que necesitaba gafas pero en ese momento no las llevaba, debía de parecerle misión imposible.
-¿Papá?
-¿Mm?
-¿De cuándo es el periódico?
-De ayer.
Louis asintió, se deslizó de la encimera y cruzó la cocina. Jay se lo quedó mirando, sirviéndole leche caliente a Fizzy.
-¿A dónde vas ahora?
Louis se encogió de hombros.
-A comprar el periódico.
Jay se puso pálida.
-Te comerán vivo, Louis-sentenció Lottie, demasiado ocupada en embadurnar sus tostadas con mermelada de fresa como para prestar atención a su hermano.
Louis suspiró.
-Venga, en Doncaster están acostumbrados a mí.
-Quiero ir contigo-protestó Phoebe.
-Y yo-la secundó su gemela.
Jay les lanzó una mirada de reproche.
-Vosotras acabaos el desayuno. Y luego hacéis los deberes.
Las gemelas comenzaron a protestar.
-¡Silencio!
Y las crías se callaron al instante.
Jay me preguntó qué quería desayunar, y yo le respondí que no sabía, que podía hacérmelo yo.
Le ofendió más que si me hubiera puesto a insultarla, seguramente.
-¡Eri! ¡Por favor! Eres mi invitada. No voy a dejar que te prepares el desayuno.
Le pedí un Cola Cao y le dije que me sacara lo primero sólido que se encontrara. Pude oír cómo Louis replicaba desde su habitación:
-¡Dale de comer un jarrón, que es sólido!
-¡Cierra la boca, Louis!-le grité. Se rió, y yo también me reí.
Bajó a todo correr las escaleras y se asomó a la cocina.
-Vuelvo ahora.
-Coge una bufanda-le recomendó su madre. Louis asintió.
-Vale.
-Abrígate, ¿eh?
Louis puso los ojos en blanco.
-Mamá, por favor. Ya soy mayor.
Mark frunció el ceño, dobló su periódico y miró a su hijo por encima de sus gafas.
-¿En serio? Y lo de anoche, ¿qué?
-¿Qué pasó anoche?-preguntaron las gemelas. Nadie les hizo caso. Solo yo debí de oírlas.
-Ya soy mayor, papá. Tengo 20 años, ¿recuerdas?
Debía de ser la primera vez que escuchaba a Louis decir su edad sin soltar un soy un maldito carcamal después o poner cara de desagrado.
-Deja de comportarte como un crío, pues-escupió su padre. Él sonrió, hizo una profundísima reverencia abriendo los brazos, y miró en mi dirección, sin erguirse. Declarándose, casi. Esto va por ti, nena. Ya verás qué bueno soy haciendo de Romeo.
-Me queréis tal como soy.
Me descubrí asintiendo, convencida de sus palabras.
Poco después, Mark se levantaría de la mesa, llevaría los platos sucios hasta el fregadero y se encaminaría a su habitación, a prepararse para su trabajo.
Alguien puso la radio, y la voz de Liam en la BBC inundó la casa.
Le di un par de mordiscos a mi sándwich, distraída, escuchando la conversación de Liam con su interlocutora, preguntándome qué estarían haciendo las chicas en ese momento. Alba debía de estar en casa, con Zayn y Niall... Louis me había dicho de pasada que Harry quería llevarse a Noe a su piso de Londres, a tener una noche de intimidad, así que seguramente no estarían juntas. O tal vez ya estarían en casa, las dos.
Las echaba de menos.
A pesar de que íbamos juntas a muchos sitios, cada vez estábamos más distanciadas. Se había notado especialmente cuando me peleé con Noemí por aquella tontería de la actuación, pero... ¿cuánto éramos capaces de aguantar?
Mark bajó con su maletín negro, trajeado, y besó a sus hijas en la frente. Ellas se despidieron en un murmullo.
A mí también me besó en la frente.
-Gracias por venir, Eri-musitó. Le sonreí.
-Es un placer.
-Y por muchas otras cosas.
Le sonreí.
-Sigue siéndolo.
Me dedicó una tierna sonrisa.
Besó en los labios a su esposa, que lo esperaba en el recibidor, con los brazos cruzados a la altura de las caderas.
Abrazándose la cintura exactamente igual que lo hacía yo, solo que yo no sabía que lo hacía.
La puerta se abrió antes de tiempo y Louis apareció con el periódico, el pan y un par de revistas debajo del brazo. Mark frunció el ceño.
-¿Otra vez tarde?
-Me han dado conversación-se explicó su hijo. Se inclinó a un lado, observando su maletín-. ¿Te vas ya?
Mark asintió.
-Algunos tenemos que trabajar.
Louis le dedicó una sonrisa jocosa.
-Y otros ganamos una auténtica pasta solo por ser quienes somos.
Mark le devolvió el pelo, divertido, y se abrazaron. Volvió a besar a su mujer.
-Adiós, nena.
Jay le sonrió y se quedó mirando cómo arrancaba el coche y enfilaba el camino de la entrada, escabulléndose de la casa cuando todavía el Sol era perezoso.
Louis desparramó lo que traía sobre la mesa, se giró en dirección a su madre y sonrió.
-¿Nena?
Jay se encogió de hombros, frotándose un brazo.
-¿Qué pasa?
-Nada, es que... no tienes cara de que te llamen nena, mamá.
-¿Me estás llamando vieja, Louis?-replicó ella, con los brazos en jarras, las manos en las caderas. Louis sonrió, me miró de reojo y murmuró:
-Yo llamo nena a Eri, y a las crías.
-Eh-protestó Lottie. Louis se giró, alzó las cejas y asintió lentamente. Volvió a girarse hacia su madre, mientras las gemelas y Fizzy se me quedaron mirando.
-Hace tiempo que tú dejaste de ser una nena, mamá-se excusó su hijo, acercándose a la cafetera. Jay siguió ofendida.
-Yo también fui joven una vez, Louis.
Louis se mordió el labio, conteniendo la respuesta cómica pero también ofensiva que se la acababa de ocurrir. La tragó costosamente, negando con la cabeza, intentando concentrarse en el café, solo y exclusivamente en su café. Le echó un poco de leche y se sentó a la mesa. Estiró la mano hacia el periódico, pero Jay fue mucho más rápida que él.
Sacudió la cabeza, sonriendo.
-Tanto alcohol te destroza los reflejos, hijo.
Louis le devolvió la sonrisa, se encogió de hombros y le robó un cruasán a Fizzy; ella no protestó, sino que siguió a lo suyo. Solo alzó un segundo la vista y se quedó a cuadros, mirando las revistas que su hijo había traído.
-¿Fabulous?
Louis se encogió de hombros.
-El señor Dawson me obligó a llevármelas. Se las pagué-se apresuró a añadir. Jay, con el ceño fruncido, se acercó a su hija mediana y estudió la portada con los cinco chicos. Se inclinó hacia delante cuando Fizzy abrió la revista y buscó la página donde empezaban las entrevistas.
Daisy y Phoebe se bajaron de sus asientos y corrieron con su hermana y su madre; Lottie cogió la otra y la puso entre las dos.
-Qué guapo sales en esta, Lou-murmuró Fizzy, señalando el primer plano de Louis en el que miraba hacia un lado.
Se limitó a hacer un gesto de indiferencia.
-Yo salgo guapo en todas partes.
-Siento discrepar-repliqué. Me miró con una sonrisa en los labios, el cruasán a media distancia de su boca, goteando café.
-¿Sí?
-Sí.
-Vaya por Dios.
Me encogí de hombros.
-¿Y por qué has tardado tanto?-quiso saber su madre. Louis le dedicó una mirada franca.
-Le he firmado todos los ejemplares.
Jay alzó una ceja.
-¡Así podría cobrarlos más caros!
Su madre se echó a reír.
-Oh, Louis. Mi tierno e inocente Louis-replicó ella, dándole un beso en la mejilla. Su hijo cerró los ojos con fuerza-. Ahora las regalará.
-Que haga lo que quiera, me dijo que si le firmaba una para la hija, y yo le contesté: te las firmo todas, si quieres, así puedes cobrar una libra extra. Y puedo hasta falsificar las firmas de los demás, pero eso solo en el ejemplar de tu hija.
-¿Por qué has traído dos?-quiso saber Lottie. Recibió un encogimiento de hombros a modo de respuesta.
-Por si queréis escribir en una y dejar la otra.
-¿Louis?-repliqué. Negó con la cabeza.
-Vale, en realidad era por si te querías llevar una a España.
Le sonreí.
-No tenemos revistas decentes en mi país.
-No tenéis nada decente-espetó, echándose a reír.
-¡Oye! Me tenían a mí.
-Más razón.
Le lancé un cruasán.
-Qué gracioso.
Apoyó los codos en la mesa.
-Desde el 23 de diciembre de 1991.
-Naciste el 24-replicamos todas salvo las gemelas.
-Por eso. Ya era gracioso incluso antes de nacer.
Miré a Jay.
-¿Tiene abuelas?
-Tiene tres.
-Joder-exclamé. Se encogió de hombros.
-Los Austin, nena. Marge es la mujer más tierna que puedas encontrarte.
-¿Tía Marge?-preguntó Phoebe. Jay asintió.
-Si con tres abuelas es así... ¿cómo sería sin ninguna?
Jay fingió temblar.
-No quiero saberlo, la verdad-y Louis le sacó la lengua.
Una vez terminamos el desayuno, recogimos los platos y los colocamos en el fregadero, haciendo una pila que nada tenía que envidiar en inclinación a la torre de Pisa.
Después de preguntarle cuatro o cinco veces a su madre si de verdad no le importaba fregar, Louis se dejó caer en el sofá y se puso a jugar a la consola mientras las demás nos afanábamos en hacer las tareas.
-Felicité, no te lo vuelvo a repetir. Haz los puñeteros deberes o no sales esta tarde.
-Pero, mamá, si todavía tengo el domingo...
-¡Felicité!
Fizzy gruñó, pero terminó subiendo las escaleras y bajando a base de dar pisotones, arrastrando la mochila tras de sí.
Louis me acarició la nuca, haciéndome estremecer, cuando pasó detrás de mí en dirección a la nevera. Jay hizo una mueca de disgusto cuando sacó una botella de cerveza.
-¿A estas horas, Louis?
Él alzó las manos.
-¿Tienes resaca?
-No.
-¿Seguro?
-Sí, seguro. Mira, dame un grito si quieres-dijo, inclinándose hacia su madre. Esta cogió aire, pero él se apartó-.¡Espera! Ese es el oído bueno. Lo único que necesito es que me destroces ese tímpano también. Mejor el izquierdo.
Jay tomó aire, pero en vez de gritar, le sopló en el oído a su hijo. Él dio un brinco, la atrajo hacia sí y le sorbió la mejilla. Las gemelas se rieron; Jay, Fizzy, Lottie y yo sonreímos.
-¿Qué haces?
-No te mereces mis besos, mujer.
Jay le dio una palmada en la espalda y le ordenó irse, o si no, terminaría empapándolo con el agua.
Todavía estaba haciendo los deberes de economía cuando Jay acabó de fregar, cogió la revista y se sentó con su hijo en el salón. Comenzó a hojearla, se detuvo en la zona de las entrevistas y empezó a leer.
-Tienes que llamar a tu abuela.
-¿A cuál de las tres?
Nadie en la cocina estaba escuchando la conversación, sin embargo, yo tenía curiosidad.
-A la madre de Troy. Creo que está enferma. Le dije que hoy vendrías con tu novia, y me suplicó que te pidiera que se la presentaras, pero cuando le comenté que tenías que irte pronto me dijo que no importaba, y que la conocería otro día.
Louis miró a su madre justo cuando yo alcé la cabeza para observar la escena.
-¿Qué le pasa?-inquirió, preocupado. Jay hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
-Simplemente un resfriado. No te preocupes.
Louis posó la vista en la pantalla un momento.
-No podrías estar tranquilo ni aunque quisieras, ¿verdad?-replicó Jay. Me imaginé que le estaba acariciando la mano, que él cerraba sus dedos en torno a los de su madre, y creo que no anduve tan desencaminada.
-No.
Jay se inclinó a darle un beso en la mejilla, y tuve que aguzar el oído para poder escuchar lo que le decía.
-La sangre es la sangre, Lou, y no podemos hacer nada por cambiar algunas cosas.
Louis asintió.
-Y si fuera él no me preocuparía... y tengo más sangre suya que de mi abuela.
Jay se encogió de hombros.
-Sigue siendo tu sangre, en mayor o menor medida. Y eso demuestra que tienes corazón.
-Ya.
-Un corazón enorme, Louis.
Louis sonrió y observó a su madre, seguramente observó sus parecidos, observó sus ojos azules, su pelo castaño, las pequeñas bolsas en los ojos que ambos compartían, que se marcaban especialmente (a veces incluso solo eran visibles) cuando sonreían.
Louis era de Jay de un modo que nunca sería mío.
-Me dices esas cosas-murmuró su hijo, sacudiendo la cabeza-, y luego me dices que tengo un ego enorme, y me confundes, mamá.
-No tienes un ego enorme. Finges tenerlo.
-A veces es lo mismo.
-En ti, no.
Louis sonrió, asintió varias veces y miró la tele.
-¿Cuándo la llamo?
-Déjala dormir. Cuando vayas a Londres.
Louis asintió, sacó el teléfono y se puso a teclear furiosamente. Justo estaba en ello cuando le llegó un mensaje. ¿La abuela Marge, tal vez?
Se giró a mirarme; seguramente había sentido mis ojos clavados en mi nuca. Se levantó, le dijo a su madre que esperara un momento y me tendió el teléfono.
-¿Qué pasa?-pregunté. Se encogió de hombros.
-Es Alba.
-Ah.
Respondí a los mensajes de mi amiga y le devolví el móvil a mi novio. Sonreía.
-Tengo que conseguir el WhatsApp-susurré, negando con la cabeza. Lottie sonrió, pasó una página de su libro de la universidad, negó despacio con la cabeza y subrayó un frase. Louis se encogió de hombros.
-Ya sabes que a mí no me importa estar dejándote mi móvil cada dos por tres-replicó. Le di un beso en la mejilla.
-Eso ha sonado mal.
-Es que pretendía que sonara mal-replicó él, sacándome la lengua. Luego se puso serio-. No, venga, ahora en serio. Haz lo que quieras. Me da igual, de verdad.
-Qué bonito-replicó Fizzy-, yo quiero un novio así.
-Tú quieres un novio. Punto. Como si es un gángster-dijo Lottie, enseñándole los dientes a su hermana. Esta le lanzó un pedacito de goma de borrar.
Louis se inclinó sobre la mesa, le revolvió el pelo a Fizzy, haciendo que esta le arañara la mano, sonrió y volvió al sofá. Se tendió a lo largo de este y apoyó la cabeza en las piernas de su madre.
-Louis...
-¿Qué? Anda, mujer, si te encanta que tu hijo quiera mimos.
-¿Me has pedido permiso?
-¿Quieres que me quite?
Jay se quedó callada, observándolo.
-No. Estoy cómoda.
Louis se encogió de hombros y continuó con el juego.
Terminé mis deberes de economía y me puse con Latín. Fizzy cerró su libro de matemáticas, recogió sus cosas y se quedó mirando mi mochila. La señaló con un dedo vacilante.
-¿Puedo?
-Claro, mujer.
-A ver si vas a tener algo erótico que no quieres que veamos-bromeó Lottie.
-Los juguetes sexuales los lleva Louis, no yo-repliqué. Pude oír la suave risa de él desde el salón, Jay se giró a mirarme, divertida, y yo me encogí de hombros.
Phoebe estudió mi mochila con desconfianza, desde la distancia.
-¿Qué es un juguete sexual?
-Es... que te lo explique Louis-vaciló Charlotte. Lou se incorporó en el sofá y se la quedó mirando.
-No seas cabrona, Lottie.
-¡Al tarro de las palabras sucias!-gritó Daisy, señalando el tarro que contenía la pequeña fortuna sucia de los Tomlinson.
-¿Qué es un juguete sexual, Louis?-insistió Phoebe, con los ojos abiertos como platos.
-Es un animalito que vive en la selva sahariana.
-El Sáhara es un desierto, subnormal-espetó Fizzy. Daisy volvió a chillar que el tarro de las palabras sucias debía recaudar algo. Louis le hizo un corte de manga.
-¿Quieres cerrar la puñetera boca? Habría colado.
-¿Qué es?-casi chilló Phoebe. Jay cerró la revista, se levantó y se acercó a su hija.
-Es una cosa de mayores.
-¡Yo ya soy mayor!-pataleó Phoebe.
-Es una cosa de mayores malos-puntualizó su madre. Phoebe frunció el ceño.
-Louis no es malo.
-Soy travieso-asintió Lou, mirándome, con una media sonrisa astuta en la boca.
Los dos lo somos, ¿eh, nena?
-¿Tiene algo que ver con el sexo?-inquirió Daisy. Phoebe cerró la boca y miró a su copia, cavilando por qué aquella pregunta no se le había ocurrido a ella.
Jay parpadeó un par de veces.
-Sí... sí, un poco.
-Mamá, tiene que ver con el sexo, punto-murmuró Lottie. Alzó las manos-.Dejadme estudiar.
-¿Para qué sirven?
-Ya está bien, niñas.
-Pero, mamá...
-¡Ya vale! Callaos u os dejo sin natillas durante un mes.
Las pequeñas se pusieron pálidas, y no dijeron nada más.
Estaba leyendo un texto de Filosofía cuando Stan llegó a casa, después de que Louis le mandara un mensaje diciéndole que estaba jugando a la consola y que no había huevos de echar una partida.
Jay se sentó en el otro sillón y se dedicó a estudiar páginas de Internet con el iPad Lou.
Stan se las arregló para arrastrase hasta el sofá, gruñir un educado: Hola, Jay, y suspirar cuando Louis le tendió el mando.
-¿Resaca?
-¿Me quieres, Louis?-espetó su amigo de repente. Louis le pasó un brazo por los hombros y puso la boca de forma que pareciera que le iba a dar un beso.
-Oh, sí, no te quiero, eres mi mejor amigo, lo que yo siento por ti no puede nombrarse con palabras, mi amor.
-Entonces pégame un tiro.
Louis se echó a reír y Stan se dejó caer en el sofá, muerto del asco.
Jay se los quedó mirando, negó con la cabeza, se levantó del sofá y desapareció en el jardín.
-¿Te acuerdas de algo?
-Tío, llegué a casa solo. A ti tuvimos que llevarte. Tenías una mangada encima que no podías con el alma, chaval.
Stan se frotó la cara, Lottie se mordió el labio inferior, mirándolos de reojo, parapetada detrás de su cabellera rubia.
-No me acuerdo de nada.
-De algo te acordarás, hombre.
-Lo último que recuerdo es que entramos en el bar y pedimos unas cervezas. Y luego, negro. Hasta esta mañana.
Louis se encogió de hombros.
-Entonces mejor para ti, así no recordarás al gilipollas del entrenador. ¿Te acuerdas del de gimnasia?
-Era un hijo de puta.
-Bueno, pues nos reconoció, se giró, nos miró de arriba a abajo y gritó: ¡Tomlinson! ¡Lucas! Así que de vuelta al entrenamiento, ¿eh? ¡20 VUELTAS AL CAMPO!-ladró Louis, con una voz mucho más grave que la suya.
Stan volvió a frotarse la cara, centrándose en la frente.
-¿Y qué pasó?
-Que me cagué en su puta madre.
Stan se echó a reír.
-Y nos mandó correr 10 vueltas extra.
-¿A los dos?
Louis asintió, muy serio.
-Cabrón.
Se encogió de hombros y sonrió.
Daisy cerró su libro de matemáticas, frustrada, y revolvió en su mochila hasta encontrar un libro de colorear. Phoebe terminó imitándola, sacó una caja de rotuladores y lápices de colores, cogió un folio con un dibujo y se afanó en darle color a la tortuga que allí tenía. Lottie sonrió.
-¿Tiene nombre?
-Voy a llamarla... señora Tortuga.
-Es un buen nombre-murmuró la mayor, asintiendo. Phoebe le dedicó una sonrisa tan tierna que pensé que se derretiría.
¿Cómo no iba a adorar Louis a sus hermanas si sonreían así? ¿Cómo podía nadie no adorarlas?
Me incliné a mirar lo que pintaba Daisy. Un búho.
-Y la tuya, cómo se llama, ¿Daisy?
-Es Hedwig, pero en morena.
-Oh, qué bonita-repliqué. Daisy sonrió.
-¡Gracias!
Y continuó con su tarea. Los chicos siguieron hablando, ahora Stan le contaba a Louis que de tarde iban a tener una pelea de las legendarias porque se habían metido con una chica del grupo. Louis sacudía la cabeza, disgustado, y cuando preguntó quién era el desgraciado que se había atrevido a ir contra una amiga suya y escuchó un nombre que yo no relacioné con nadie, comentó:
-Estoy pensando seriamente en ir más tarde a la entrevista de la BBC.
Stan se echó a reír y le prometió que le daría buenos puñetazos por él.
Lottie sacudió la cabeza; los labios finos en una mueca, apenas una línea blanca, el ceño fruncido.
-Ya empezamos otra vez.
-Yo creo que es bueno que nos defiendan-protestó Fizzy. Lottie la miró.
-¿En serio?
Fizzy asintió.
-¿Recuerdas cuando Louis fue al colegio a darle una buena a aquel chaval que te insultó?
-No me lo recuerdes-se estremeció, pero en su boca había aparecido una sonrisa-. Louis debe de dar unas hostias increíbles.
-No es demasiado grande, pero cuando se cabrea, se cabrea bien-convino Fizzy.
-Y ahora sí que deben de doler sus bofetadas, con los bíceps que tiene...-murmuré, recordando cómo me gustaba que se le recortaran los músculos del brazo contra la camiseta. Me encantaba engancharme de su brazo cuando íbamos por ahí, acariciarle los músculos, él sonreía y me besaba la boca, siempre me decía que cómo podían encantarme tanto sus brazos, entonces yo replicaba que todo en él me gustaba.
-¿Qué es lo que más te gusta?-preguntaba siempre a esas alturas de la conversación, divertido.
-Lo que más te gusta a ti-le respondía yo.
-Es mi boca.
-Sabe genial-y nos besábamos y nos fundíamos y nos quedábamos solos a pesar de que podíamos estar rodeados de gente y él me rodeaba la cintura y me la apretaba y yo le echaba los brazos al cuello y gemía y notaba su sonrisa y me susurraba que me quería y yo le respondía que yo más y...
-¿En qué piensas, Eri?-me interrumpió Fizzy. Lottie le dedicó una sonrisa maliciosa, murmuró en voz lo suficientemente baja como para que las gemelas no la oyeran:
-En lo bien que se lo pasaron en la cama anoche.
Me descubrí contemplándola estupefacta, los ojos como platos, que me abarcaban casi toda la cara.
Sacudí la cabeza.
-En nada en particular.
Lottie alzó una ceja y entonó un suave: ya, seguro.
Acabados mis deberes y decidida a terminar de una puñetera vez con el libro de Stephen King, escuché cómo Stan se despedía de Louis. Se asomó a la puerta del jardín y le dijo a Jay que ya se iba, a lo que esta le respondió con un sorprendido: ¿No te vas a quedar a comer?
Stan negó con la cabeza, entró en la cocina y nos besó a todas en la frente. Daisy y Phoebe le sonrieron, un poco ruborizadas.
Pero a Lottie, en lugar de en la frente, la besó en los hombros.
-¿Haces algo hoy de noche?
Lottie lo miró, sonriente.
-No sé, tengo que consultarlo en la agenda.
-¿Me llamas?
-Llámame tú, anda.
Stan asintió.
-Vale.
Se inclinó, la besó en la boca, y ella se dejó hacer. Todos apartamos la vista, todos salvo Louis, que contempló la escena con una sonrisa de satisfacción en los labios, como si los hubiera juntado él.
-Bueno, tío, sigue siendo mi hermana, ¿eh?
Stan se separó de ella y ella le sacó la lengua a Louis. Stan le echó el pelo a un lado de los hombros y Lottie sonrió, se mordió el labio inferior y trató de concentrarse en sus libros.
-Hasta esta noche, pequeña-se despidió él, besándole la nuca. Ella cerró los ojos y asintió con la cabeza.
-Si me lo permite mi agenda.
-Si te lo permite tu agenda-concedió él.
Louis intentaba escabullirse hacia su habitación cuando Daisy y Phoebe lo llamaron.
-Lou, ¿nos ayudas con matemáticas?
Jay acudió a contemplar la escena, sin dar crédito a lo que oía. Louis la miró, ofendido.
-¿Qué? De momento, el único hijo del que pensabas que no hacías carrera es el único que trabaja.
-Con un grandioso trabajo-musitó Fizzy para sí. Louis le apretó el hombro en señal de agradecimiento.
Jay alzó los brazos.
Louis se encogió de hombros.
-Puede ser.
-Pero he de reconocer que lo de que te empeñes en pagarles tú los estudios es muy noble por tu parte.
Louis se rascó la nuca, azorado.
-Oh, mamá, si tampoco me cuesta tanto. Además, es lo menos que puedo hacer, ¿o no?
Jay le acarició la espalda a su hijo.
-Lo sé, mi amor.
-Pues ya está. Además, las gemelas todavía son pequeñas. Podré explicarles algo, ¿no?
Cogió una silla y se sentó en el hueco que ellas le hicieron, se inclinó hacia delante y contempló el libro.
-¿Tú qué vas a hacer, Eri?-preguntó Jay.
-Oh, yo voy a estudiar derecho y económicas-me encogí de hombros-. Necesito sacar notas altas para que me den beca e irme a Madrid.
Lou alzó la vista.
-Estoy intentando convencerla de que venga a estudiar a Inglaterra, pero dice que no se siente preparada.
Lottie frunció el ceño.
-¿Por qué?
-Por mi inglés.
-Si no tienes acento.
-Sí que tiene. Habla igual que Louis-replicó Fizzy. Lottie se encogió de hombros.
-Además, no necesitas beca. Louis te la paga si se lo suplicas.
-Tampoco quiere que se la pague-replicó él, haciendo una mueca que daba a entender que yo era una criatura incomprensible.
-Tengo para pagármela.
-Dos millones.
-Eso es mucho.
-¿Quieres saber lo que tengo yo?
-¿No lo sabe?-espetó Jay, incrédula. Louis negó con la cabeza, deslizó la calculadora en mi dirección y me miró a los ojos cuando anunció:
-El año pasado, ganamos 163 millones. Quítale un 20 por ciento, y luego divide entre cinco. A ver qué te sale.
Hice lo que me pedía y contemplé la pantalla de la calculadora, incrédula.
-¿Son dólares?
-Son libras.
-¿Cuántos dólares serían?
Louis se encogió de hombros.
-Una burrada.
-Ya es una burrada-repliqué, deslizando la calculadora y dejando que comprobara que había calculado bien.
-Eso solo el año pasado. Este año ya llevamos más, creo.
-Pero, ¿para qué vas a estudiar? Si dicen que vas a firmar un contrato con Syco...-murmuró Daisy.
-No es seguro aún.
-Da lo mismo.
-Quiere ser actriz-replicó Louis. Todos se lo quedaron mirando-. Si va a Madrid, encontrará papeles.
-¿Cantante y actriz?
Asintió.
-Como Jennifer López.
-Esa mujer mola.
-Eri se parece en muchas cosas a ella.
Phoebe me miró, estupefacta.
-¿Sí?
-Las dos somos latinas, tendríamos las mismas profesiones y las dos nos apellidamos López. Yo, dos veces.
Phoebe frunció el ceño.
-¿Dos veces? ¿Tienes dos apellidos?
-En España tienen dos apellidos, mi amor-informó Jay.
-¿Cómo me apellidaría yo si tuviera dos?
- Lewis.
-Oh. Qué guay. ¿De quién es?
-Es mi apellido de soltera, mi vida-sonrió su madre. Phoebe volvió a asentir.
-Qué guay.
Jay se encogió de hombros y se puso a mirar sus recetas de cocina.
-¿Qué queréis comer?
Mis cuatro cuñadas se me quedaron mirando. Louis también alzó la vista, miró primero a sus hermanas, preguntándose por qué me miraban de esa forma, y también me miró.
-¿Sabes preparar algo de España?
Lo primero que se me vino a la cabeza fue fabada.
Luego, tortilla.
No sabía hacer fabada.
Bueno, había visto hacer tortilla en varias ocasiones, pero nunca la había hecho yo sola...
Me encogí de hombros.
-Sé la receta de la tortilla-¡qué mentira, qué mentira! ¡Erika, mentirosa!-, pero no la sé cocinar -ahí te han dao, colega-. Necesitaría ayuda.
-¿Qué es una tortilla?-preguntó Daisy, mirando a Louis. Él frunció el ceño.
-Es... como...la omelette francesa.
-Pero lleva patata-añadí yo. Franceses. Ni una puñetera tortilla podían hacer bien.
-Tiene un nombre gracioso. Es en plan, ¿qué vas a comer? Tortilla-comentó Fizzy, las gemelas se echaron a reír y empezaron a canturrear ¡tortilla, tortilla!
-¿Lleva tiempo hacerse?-preguntó Jay.
Negué con la cabeza.
-No... media hora, como mucho.
-Entonces voy a ver la tele-replicó ella, recolocando los platos, haciendo una mueca cuando Louis le dijo que parara y que luego lo hacía él, y se fue al salón. Lottie cerró el libro de la universidad de un manotazo, lo metió en su bolso y se fue con su madre.
Fizzy se quedó contemplando mis deberes, estudió las letras de canciones de mi agenda, cogió un lápiz y se puso a hacer dibujos y escribir frases dentro de ella.
Louis se pasó una mano por el pelo y empezó a hacer ruidos con la boca bajo la atenta mirada de sus hermanas, que no dejaban pasar la oportunidad; esperaban pacientemente que a Louis se le ocurriera alguna manera de explicarles aquel puñetero tema.
Tal vez pudiera explicarme a mí los logaritmos.
Sacudí la cabeza desechando la idea. ¿Louis explicarme algo a mí?
Él era el ejecutor, yo la mente pensante. Funcionábamos así. Yo explicaba las cosas y él las hacía. Fin de la historia.
Me hizo un gesto con la mano y yo me acerqué a ellos. Me apoyé en su espalda y dejé la cabeza recostada contra su hombro, mirando la página del libro de las pequeñas.
-¿Qué tenéis que hacer?
Daisy colocó su dedo índice sobre un ejercicio cuyo enunciado rezaba: Expresa como una multiplicación y opera.
Sonreí.
-Ah, guay. A ver, ¿qué no entendéis?
-¿Cómo se escribe esto?-inquirió Phoebe, señalando una procesión de doses y tres.
Cogí una silla y me senté al lado de las chicas. Les cogí un lápiz, una hoja y copié la operación.
-Mirad, es fácil. Tenéis que contar los números iguales, poner una equis y escribir qué número estáis representando.
-Ah-replicaron las dos. Louis le apretó la cintura a una de ellas.
-¿Lo habéis entendido?
-No.
Suspiré.
-Si no lo entendéis, decídmelo.
Louis se mordió el labio inferior mientras los dos nos estrujábamos los sesos.
Fizzy pintarrajeaba distraída en mi agenda.
-Es... como un zoo. Mirad. El dos es un cisne. ¿Os lo explicaron en el colegio que el dos es un cisne?
Louis sonrió.
-No puedo creer que les estés diciendo esto. Tienen ocho años.
-Yo tengo dieciséis y mi profesor de matemática me explica los radicales con ovejas llamadas Rosi y besugos llamados Manolo-repliqué. Abrió los ojos y se encogió de hombros.
-El uno es una montañita-murmuró Phoebe.
-Y el tres es un culo.
-El cinco es un cisne dado la vuelta.
-El séis, un pececito.
-El ocho unas gafas.
-¿Y el nueve?
-Un delfín saltando.
-Ah,es verdad.
-Y el cero un huevo.
-Estoy alucinando-replicó su hermano. Le di un codazo.
-Vale. Escuchad, chicas. Es muy fácil si lo entendéis. Esto es el bolsillo de Garfield. ¿Vale?
-Vale.
-Aquí hay muchas cosas. Por ejemplo, tiene muchos doses. ¿Cuántos doses?
-Cinco.
-Bien.
-Entonces-inquirió Daisy, frunciendo el ceño sin apartar la vista de la hoja donde yo había escrito 2x5. Fizzy ahora nos dedicaba toda su atención-, ¿son cinco cisnes?
-Exacto. ¿Cuántos tres hay?
-Tres.
-¡Tres culos! ¡Es un tío raro!-exclamó Phoebe. Louis sonrió y le revolvió el pelo; no pareció importarle.
-Vale, entonces ahora, ¿cuánto son cinco cisnes y tres culos?
Las dos se me quedaron mirando como si estuviera loca. Ahí las perdí.
-Pues cinco cisnes y tres culos.
-Podéis unirlo.
-¡No!
-¿Por qué no? Unidlo como si fueran cosas.
-Pero los cisnes no son cosas. Son animales.
Bufé, me tapé la cara con las manos y me quedé un rato así. Sentí cómo Lou me sacaba el lápiz de entre las manos.
-¿Puedo?
Asentí.
Se levantó, lo miré entre los dedos hasta que por fin se me pasó la depresión momentánea, justo en el momento en que cogía un frutero.
-A ver. Imaginaos que el dos es una uva.
Ellas asintieron, él despegó cinco uvas del racimo. Las colocó en un plato delante de ellas.
-Y el tres es una manzana. ¿Vale?
-Vale-convinieron ellas.
Oh, por favor, era Louis. Podía decirles que el tres era su madre y ellas le darían la razón, porque era Louis.
-Entonces, ¿cuántas frutas tenemos?
-Ocho-respondieron ellas sin dudar. Louis asintió.
-Muy bien. Pero tenemos que pagarlas, ¿no? No podemos llevárnoslas sin pagar.
-No-replicaron ellas, escandalizadas. Louis les sonrió.
-Entonces, vamos a decir que una uva cuesta dos libras.
-¡Es muy cara!
-Yo no la compro si es tan cara-terció la otra. Él puso los ojos en blanco.
-Bueno, pues dos peniques. ¿Les gusta así a mis damas? ¿Dos peniques está bien para su agarrado bolsillo?
Ellas asintieron, mudas de concentración, sin apartar sus ojos azules de aquella pequeña macedonia aún sin preparar que se les presentaba delante.
-Entonces, son: dos peniques, cuatro peniques-fue cogiendo las uvas y apartándolas del plato-, seis, ocho y diez peniques. Apuntadlo. Diez peniques.
Cogieron el lápiz que descansaba sobre la mesa y apuntaron: diez peniques.
-Diez peniques es igual a cinco uvas.
Diez peniques es igual a cinco uvas.
Contemplé a Louis.
-Porque cinco uvas por dos peniques que cuesta cada una sale a diez peniques.
-¿Y eso cómo se escribe?-preguntó Phoebe, estupefacta. Louis le sonrió, le dedicó una sonrisa tan cálida que pensé que me moriría allí mismo.
-Dos, equis, cinco, igual a, diez.
2x5=10.
-Oh-musitaron ellas.
-Y ahora, tenemos la manzana. La manzana cuesta tres peniques.
-¡Es muy barata!
-Es que están de rebajas.
-Ah.
-Tres manzanas son nueve peniques.
-¿POR QUÉ?
-Tres y tres son seis y tres son nueve.
-Oh.
-Entonces, tres manzanas a tres peniques cada una salen a nueve peniques. Tres por tres igual a nueve.
Esta vez Daisy escribió la operación.
-Lo vamos a pagar todo junto, chicas, ¿qué os parece?
Las dos fruncieron el ceño.
-Son cosas distintas.
-Pero lo compramos en la misma tienda en el mismo momento. ¿Diez más nueve?
-Diecinueve-murmuraron, no muy seguras. Él abrió la boca.
-¡NO! ¡NOVENTA Y UNO!
Ellas se echaron a reír.
-Eres tonto, Louis.
-¿Pero a que lo habéis entendido?
Ellas asintieron y, de repente, se abalanzaron sobre él, se colgaron de su cuello y le cubrieron de besos. Él les acarició la espalda con mimo.
-Gracias, BooBear.
-De nada, pequeñas.
Louis se me quedó mirando.
-¿Qué?
-Te quiero. Muchísimo-le susurré, acariciándole el cuello y besándole los labios. Me sonrió.
-¿A que molo? Explico las cosas mejor que tú.
Me eché a reír. Tuve que hacerlo.
Porque era Louis.
Me quedé apoyada en el marco de la puerta, desorientada.
¿Qué le pasaba a Ben? ¿Era gordo o cojo? ¿Cuál era el apellido de Stan?
Por favor, no podía acabar así, no debía acabar así. No era justo, no era natural, no era...
Era jodidamente real, por eso no podía acabar así.
No podían olvidarse, no. Incluso Harry Potter se terminaba casando con su novia del instituto. No podían olvidarse los unos de los otros, habían ganado, siempre ganaban, nadie tenía la valentía necesaria para matar a su protagonista, nadie nunca escribiría una obra en la que el mal ganara sobre el bien por mucho que este se esforzara.
Harry siempre mataría a Voldemort.
Bella siempre terminaría eligiendo a Edward.
El libro me quemaba los dedos y, sin embargo, no podía soltar aquel torturador de 1501 páginas. No era capaz de dejarlo caer en el suelo, no era digno de que lo sostuviera, pero lo hacía.
Las leyes de la lógica y de la justicia eran demasiado fuertes, eran inquebrantables, joder. Stephen King no tenía ningún derecho a hacer aquello, no podía cargarse lo que ya estaba establecido, no, las cosas no podían cambiarse de esa manera, no.
Me arrastré por la cama hasta llegar a la altura de Louis. Le besé el hombro, él se giró y me besó los labios, sonriendo.
Siguió mirando la pantalla de su teléfono, mandando y recibiendo mensajes, entrando en Twitter, mirando vídeos, jugando, pero yo no veía lo que hacía.
Apoyé la cabeza en su pecho y estudié su perfil de Twitter. Me mandó un mensaje directo que no conseguí leer a tiempo. Me besó la cabeza; uno de mis pies le acarició el suyo, el que tenía más a mano, el que pertenecía a la pierna que estaba doblada. Cerré los ojos.
-¿Qué te pasa?-preguntó, más resignado que otra cosa. Negué con la cabeza , y levanté el libro. Se quedó mirando la portada, medio rostro del payaso, cuyo iris se confundía con el blanco del fondo, la pupila negra, enana, recortada contra aquel fondo de platino; los dientes de tiburón, de cuchilla; la sonrisa del Joker de Batman, solo que sin cicatrices, pintada en la cara-. ¿Lo has acabado?
-Sí.
Sus dedos se cerraron en torno a mi cintura, y yo suspiré. Suspiré por que no me pareció suficiente, me pareció también demasiado, suspiré por que no quería que se olvidara de mí si terminábamos distanciándonos, si todos los momentos que estábamos viviendo se metamorfoseaban de rutina a simples recuerdos que nunca retomarían su realidad...
Tal vez había sido eso más que el simple hecho de que hubiera osado romper el guión establecido lo que me descolocó.
Era exactamente lo que pasaba con la gente. A mí misma me había pasado miles de veces.
Suspiré.
-¿Y no acaba bien?
-Siempre acaban bien.
Se encogió de hombros.
-Supongo.
-Rowling nunca se atrevería a matar a Harry. Nunca. Desde que leí la primera página supe que aquel crío sobreviviría. No los crean para destruirlos. Menos él. Él los destruye y se queda tan ancho.
Me rodeó el hombro y sus dedos rozaron mi clavícula. Me incorporé para mirarlo, mi pelo cayó en una cortina entre él y la pared. Sus ojos brillaban, curiosos, Dios, qué ojos más bonitos.
-Las cosas no siempre son como deberían.
Siguió exprimiendo al máximo las funciones de su iPhone, sin pausa pero sin prisa.
-¿Te importa que me quede un rato?
-¿Te importa que te dé un bofetón simplemente por haberte atrevido a preguntar eso?-replicó. Me eché a reír, lo miré y besé sus labios. Sonrió-. Venga, nena. Es solo un libro. ¿Qué pasa? ¿Te has deprimido porque has acabado con el libro más importante de tu vida?
Negué con la cabeza.
-Perdón. Crepúsculo. Lo siento. No me acordaba.
Volví a negar con la cabeza, luego me encogí de hombros y bufé. Alzó el pulgar.
-Amén a lo que hayas dicho.
Volví a reírme, me tumbé de lado y lo observé mientras él seguía con su móvil, esta vez repartiendo su atención entre este y yo.
-Me siento mal porque estoy pasando de ti.
-No estás pasando de mí-protestó, mirándome molesto.
-Creo que sí. Es decir, en vez de estar contigo en tu casa, prefiero sentarme en la mesa de la cocina a terminar con el libro y...
-Sé que es importante para ti acabarlo porque te ha llevado mucho tiempo y me alegro de que lo hayas terminado por fin. Por eso me retiro discretamente a un segundo plano.
-No estaba preparada para el final.
-Yo tampoco estaba preparado para muchas cosas pero tuve que afrontarlas-se encogió de hombros.
-¿Louis Tomlinson? ¿Madurando? ¿Tú madurando?
Frunció el ceño, miró hacia otro lado y dejó escupió un poco de aire.
-¿Yo? ¿Madurar? ¿Para qué? Si lo primero...
-Que madura es lo primero que se pudre-murmuramos los dos. Las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa.
-Te encanta cómo filosofo.
-Me encanta cómo haces cualquier cosa-espeté, besándole la boca. Dejó a un lado el móvil, se dio la vuelta y me agarró de la cintura. Me pegó contra él, devoró mis labios, y yo me dejé hacer. Solté el libro y le rodeé el cuello con los brazos. Pegó mi frente contra la suya, bajó la vista y estudió mi boca.
-Quieres que lo lea.
-No has leído un libro tan largo en tu vida. Ni siquiera yo lo había leído.
-Tampoco te habías acostado con nadie cuando te conocí, y mírate.
Noté cómo el rubor se me subía a las mejillas.
-Tenemos que aprovechar el fin de semana-me excusé. Sonrió.
-Te has puesto roja.
-Eso es mentira-repliqué, incorporándome y tapándome con una buena mata de pelo. Él lo apartó y me besó las mejillas, que ahora ardían.
-Sí que te has puesto roja.
-¿Hablas de lo de anoche?
-Hablo en general. Pero, oye, tampoco es malo. ¿O te parece malo?-replicó contra mi cuello, mordisqueándolo suavemente. Negué con la cabeza.
-No.
-Pues ya está. Puedo leerlo si me da la gana. Serán más páginas de las que he leído en toda mi vida junta.
-Lou, venga, no exageres.
-¿Qué parte de repetí curso porque no me daba la gana hacer nada es la que no has entendido?
Sonreí.
-Es el destino.
-Y vagancia. Un poco de las dos cosas.
Se quedó mirando el libro, que no ocupaba demasiado; recordaba que el libro más gordo de Harry Potter, con la mitad de páginas, llegaba a ocupar incluso más que aquel pequeñín.
-Si lo consigo leer...-me miró a los ojos, me taladró con aquellos pozos azules, y yo supe en ese momento que no iba poder decirle que no-, tú vuelves a comer y dormir en España como hacías antes de conocerme.
-No lo hago a propósito.
Se encogió de hombros.
-No es mi problema. Mi problema es leerme este tocho. El tuyo es encontrar la manera de hacer vida normal sin mí.
-Tú no haces vida normal sin mí-le acusé. Sonrió.
-Ya, pero soy mayor que tú y tienes que hacer lo que te diga-me tumbó en la cama, sonriendo, y se tendió sobre mí, sujetándome las muñecas. Me miró, cálido, hambriento, como solo él sabía mirarme-. Me dijiste que haríamos lo que yo quisiera el día de tu cumpleaños.
-¿No lo hacemos siempre?
-De acuerdo mutuo.
Me besó.
Y supe que no estaba hablando solo del sexo, sino de todo en general.
La puerta se abrió, la escuché sobre el sonido del agua de la ducha, que corría a toda velocidad, precipitándose por el desagüe.
Si estuviéramos en Derry, este agua iría a parar a la casa de Eso, pensé.
-Soy yo-me informó. Asentí con la cabeza, aunque no podía verme.
Me afané en enjabonarme el pelo, con tanta furia que tuvo que llamarme un par de veces.
-Eri.
-¿Qué, hombre, qué?-repliqué yo. Noté la sonrisa en sus labios cuando replicó:
-Que es tarde. No me va a dar tiempo a ducharme si no te das prisa.
-Valeeeeeeeeee-balé, cogiendo el teléfono de la ducha. Odiaba bañarme a toda prisa, pero era él el que tenía un compromiso. Yo me tiraría a la bartola toda la tarde, quejándome porque la radio tenía interferencias, a lo sumo gritaría a Niall un par de veces que dejara de intentar agarrarme los pies para hacerme cosquillas.
-A no ser... que me dejes ducharme contigo.
Me quedé helada un momento, procesando la información.
La zorra de mi interior (en realidad todo mi interior, pero juraría que aquello era mentira) comenzó a chillar: ¡OH, SÍ, ENTRA AQUÍ, ENTRA AQUÍ Y SÉ UN HOMBRE!
¿Hola, estamos todos locos? ¿Cómo voy a negarme a ducharme con él? ¿Eh? ¿EH?
Y luego: ¿Hola, eres tú la que está loca? Estáis en Doncaster, nena. Y LA MALDITA CASA ESTÁ LLENA DE GENTE.
-No vamos a hacer nada-pareció escuchar mis pensamientos.
Mi mano se escapó entre las cortinas, enroscó y desenroscó el índice en su dirección.
10 segundos después, nos peleábamos por ver quién se adueñaba del chorro de agua. Me pegó contra la pared, devoró mis labios y mi cuello hasta que se proclamó vencedor.
No me dejó escapar, sin embargo, a pesar de haber ganado. Me dejó pegada contra la pared, a su merced, esperando su voluntad con una sonrisa traviesa en los labios.
-¿No vamos a hacer nada?-repliqué, haciendo pucheros. Se echó a reír. Me cogió en brazos, a pesar de que le costó dado que estaba empapada y me levantó por encima de él. Cerré mis piernas en torno a su cintura, disfrutando de la cercanía del centro de su ser al del mío.
-Sabes de sobra que si tuviéramos tiempo hacía ya rato que estábamos haciendo algo interesante.
Llamaron a la puerta, y yo me quedé mirando la cortina. Respondió él.
-¿Qué?
-¿Sabes dónde está Eri, Louis?-le preguntó su madre.
Oh, señor, ahora sí que quería jugar. Comencé a mordisquearle el cuello mientras él me ordenaba en susurros que parara.
-En mi habitación, supongo. ¡Yo qué sé!
-Ya he mirado y no está.
-Estará de paseo con Lottie o alguna de las demás.
-Están todas aquí.
-Bueno, pues yo no estoy haciendo nada con ella.
Le miré a los ojos y articulé con los labios: mentiroso. Negó con la cabeza, y tiró de mí un poco más abajo, acomodándome en sus caderas. Contuve un gemido, sintiéndolo.
-¿Seguro?
-Seguro.
-Está bien. Voy a poner la lavadora. Acaba pronto, ¿eh?
-Vale-asintió Louis.
Pero nos demoramos un rato, nos miramos un buen lapso de tiempo a los ojos, sintiéndonos el uno contra el otro sin llegar a hacer nada.
-Estoy cómoda-le susurré.
-Yo también-replicó.
Una vez fuera de la ducha, me envolví en una toalla y él hizo lo propio. Se inclinó en el lavabo y observó su reflejo en el espejo, distraído, con gesto de fastidio.
-No me apetece una mierda afeitarme.
Me encogí de hombros mientras me frotaba el pelo; lo único que estaba consiguiendo era crearme unos nudos como la catedral de Santiago de Compostela, pero no pasaba nada. De momento.
-A mí no me apetece secarme el pelo pero tengo que hacerlo. No te afeites.
-Tengo que hacerlo.
-Entonces, hazlo-repliqué, burlona.
Empezó a revolver en los pequeños armarios hasta que encontró el bote de espuma. Me estuve riendo todo el rato mientras se dejaba la cara cubierta de la espuma blanca, pareciéndose cada vez más a un Papá Noel excesivamente guapo y en buena forma.
-¿De qué te ríes?-espetó, divertido. Negué con la cabeza, me acaricié los pómulos y me enjugué los ojos: se me escapaban las lágrimas de tanto reír-. Ah, quieres pelea-replicó, echándose más espuma en la cara y pasándome la mano por ella. Chillé y me eché a reír, esparciéndole la espuma por el resto del rostro.
-¿Qué hacéis?-preguntó Lottie desde el otro lado de la puerta.
-¡No me deja afeitarme!-bramó su hermano. Escuché las risas de Lottie y me la imaginé sacudiendo la cabeza y alejándose sin nada más que añadir.
Fuimos relajándonos poco a poco, cejamos en nuestra pelea y nos miramos el uno al otro. Me observé en el espejo y no pude evitar reprimir una sonrisa; tenía una gran línea blanca cruzándome desde un lado del cuello hasta el pómulo contrario, espuma en la punta de la nariz y una poca en el pelo.
Louis me besó el hombro desnudo, dejando otra marca blanca allí.
-¿Tregua?
-Tregua-asentí, cogiendo la espuma y estampándosela en la nariz. Gruñó, me pegó contra él y me besó tan apasionadamente que nos entró el líquido en la boca, pero a ninguno pareció importarle.
Bajamos las escaleras, y Jay estaba esperándonos para preparar la tortilla.
-Llevo media hora buscándote, Eri.
-Lo siento, estaba...-me excusé, pero dejé la frase en el aire. No iba a mentirle a mi suegra, no quería hacerlo, era una bellísima persona, al menos conmigo, pero tampoco podía decirle que me había estado duchando con su hijo, al fin y al cabo, hacía apenas un mes habíamos tenido una conversación acerca de lo putas que podíamos llegar a ser las latinas.
Louis me sacó del atolladero diciendo que nos iba a ayudar a preparar la tortilla, comeríamos y saldríamos pitando en dirección a Londres. A Jay le pareció bien.
Cuando me puse de puntillas para alcanzar una fuente donde echar toda la mezcla (me sorprendería a mí misma descubriendo que tenía un sexto sentido que me decía qué hacer en cada momento, como si mis genes españoles supieran cómo hacer la tortilla, como si eso fuera algo que por el simple hecho de nacer dentro de mis fronteras me pertenecía por naturaleza) que más tarde formaría la tortilla, la camiseta se me subió, dejando al descubierto mi vientre. Noté los ojos de Louis deslizarse a ese pedazo de piel sin que él hiciera nada por evitarlo, su sonrisa al recordar que lo que veía le pertenecía, y sentí sus manos recorrerme con el mismo anhelo de siempre y sus labios sobre los míos y nuestras lenguas enredándose y él poniéndome contra la pared y yo quitándole la camiseta y besándole el pecho desnudo y él desabrochando mi blusa y subiendo mi falda y yo abriendo las piernas y pasándolas por sus caderas y bajándole los pantalones y...
-Tendremos que darnos prisa antes de que Lou te coma, Eri-se rió Jay. Me sonrojé, y él se echó a reír, un poco ruborizado a su vez.
-Perdón, mamá.
Mi suegra se encogió de hombros e hizo un gesto quitándole importancia al asunto.
-Yo también fui joven y sé por lo que estás pasando.
Lou siguió batiendo los huevos y canturreó:
-Allá por el Cretácico...
Jay golpeó a su hijo con el paño de cocina.
-No te pases, Louis, ¿o he de recordarte que todavía puedo enviarte a la cama sin cenar?
-Por Dios, mataría por ver eso-comenté yo, sacudiendo la cabeza. Él alzó una ceja en mi dirección, se inclinó hacia su madre y la besó en la mejilla, zalamero.
-Venga, mamá, con lo que yo te quiero-ronroneó. Jay se echó a reír y le devolvió el beso.
-Y yo a ti, pequeño.
-Todavía soy tu pequeño, ¿eh?-sonrió Louis.
-Sí, incluso cuando tenas 40. Aunque dudo que te vea llegar a esa edad-susurró ella, haciéndose la mártir. Necesitaba mimos, necesitaba a su hijo más tiempo y más cerca de ella, un fin de semana cada dos meses no bastaba. Y menos si era Louis de quien estábamos hablando, él conseguía que la gente desarrollara por él una admiración que rozaba la obsesión, hacía que lo necesitaras alrededor para sentirte lleno, feliz, necesitabas tenerlo cerca para poder disfrutar de la vida...
O, en mi caso, simplemente para respirar.
-Tonterías.
-Es cierto.
-Mamá-le espetó él, en tono reprobatorio-:no fumas.
-No.
-No bebes... casi nunca.
-En ocasiones especiales. No como otros-alzó una ceja, pero Louis fingió no darse cuenta. Se quedó pensativo, mirando las patatas troceadas por su madre.
-Ahora vendría lo de que no te acuestas con hombres ni nada de eso, pero...
-Con tu padre-alegó su madre, sonriendo. Se tapó los oídos.
-¡Suficiente!
-Pero...
-¡Hermoso día! ¿No creéis?
Sonreí.
Se me congeló la sonrisa a los dos segundos.
-Como si vosotros no os acostarais.
Louis y yo nos miramos, no nos pusimos pálidos, pero casi. Contemplamos la estupefacción en el rostro del otro.
-¡Mamá!
-¡Jay!-gritamos a la vez.
Mi suegra se rió.
-¿Os creéis que nací ayer? Venga. Tampoco es nada malo.
-Mamá...
-¿Tomáis precauciones?
-¡Mamá!-le recriminó él. Ella se encogió de hombros.
-Simplemente tened cuidado, ¿vale?
-No vaya a ser que se os cuele un extranjero en la familia-me burlé. Jay se echó a reír.
-Todavía sois jóvenes para tener hijos.
-Pero si a mí me tuviste con ventipocos-replicó Louis. Ella negó con la cabeza.
-Estaba...
-Ahora es cuando dices "enamorada" y yo te suelto: NOS HAS JODIDO, COLEGA, YO TAMBIÉN Y NO VOY PREÑANDO A LA GENTE POR AHÍ.
-Iba a decir casada. Al tarro de las palabras sucias, ya sabes.
Louis puso los ojos en blanco, bufó y asintió. Volvimos a nuestra tarea, en silencio.
-¿Puedo preguntar cuándo?
-Mamá...
-No, si me da igual-repliqué yo. Él se encogió de hombros.
-Entonces díselo.
-En mi cumpleaños.
-Oh. Qué romántico-sonrió a su hijo, y él hizo una mueca de ¿a mí qué me cuentas?
-Pero lo habíamos intentado antes.
-Eri...
-Ay, Louis, ¿qué más da? Es tu madre.
-¿Para qué quieres saberlo, so cotilla?-espetó su hijo. Jay iba a contestar, pero me adelanté.
-Para saber más o menos cuando dejaste de tener uso de tus facultades mentales.
-Yo nunca tuve uso de ninguna facultad mental-me discutió. Me eché a reír.
-En realidad, para ver si la habías presionado.
-¿Presionar? ¿Yo?-ahora fingía sentirse ofendido y herido.
-Louis, eres un chico. Presionáis. Todos lo hacéis.
-Él no. A mí no, por lo menos.
Louis alzó las cejas y torció un poco la cabeza. Gracias.
Jay asintió.
-Me puso velas-le informé.
-¿PERO POR QUÉ SE LO CUENTAS?
Las dos mujeres nos echamos a reír.
Ted se enredó entre las piernas de Louis, ladrando, pues sabía que su dueño se iba de casa... por enésima vez. Mientras él les daba besos a sus hermanas y su madre, después de hacer yo exactamente lo mismo, me arrodillé para acariciar al animal, que se mostró satisfecho de que aquella extraña que se metía en casa como si le perteneciera y dormía con el amo le prestara un mínimo de atención.
-¿Me das la patita?-le pregunté. Levantó la pata derecha, y yo se la cogí, se la zarandeé y le susurré:-Volveré a verte pronto, ¿vale?
Pareció complacerle aquella información.
Tiró la bolsa dentro del coche y sonrió cuando vio que me metía a toda velocidad dentro, eliminando cualquier posibilidad de quedar como un caballero abriéndome mi puerta.
Jay se inclinó hacia su hijo, asomando la cabeza por la ventanilla del coche, dejando sus ojos azules pegados a los de Louis.
-Ah, y Louis...
Louis tamborileó con los dedos en el volante, pero no miró en dirección al reloj. La familia era lo primero, siempre lo primero, luego estaba el trabajo; al menos, así lo veía él.
Me pregunté qué posición ocupaba yo dentro de esa escala. ¿Contaba como familia o estaba debajo del trabajo?
-Dime, mamá.
-La próxima vez que les des Nutella a las gemelas para merendar, por lo menos haz que se laven los dientes-Jay frunció el ceño y puso morritos, estaba muy graciosa-, ¿vale, mi vida?
Louis me miró.
-¿Se lo has contado tú?
Jay le tomó de la barbilla y le obligó a mirarla.
-No, mi amor. Ha mentido por ti. Y ha sido muy romántico, para ser sincera.
Sí, lo había hecho. Él haría lo mismo por mí, estaba claro, éramos un equipo y así funcionaban las cosas.
Jay había abierto la alacena buscando algo, pero se quedó mirando con el ceño fruncido el bote de Nutella que se había visto reducido a escasos restos de la crema que antes había contenido.
Ya estaba formulando su nombre, Louis, ¿qué ha pasado con la Nutella?, así que me tocó pensar rápido.
-Oh, Jay, perdona, es mi culpa. Es que tengo la regla, y necesito muchísimo dulce cuando tengo la regla, ¿sabes? Louis me dijo que buscara algo y la Nutella estaba allí, lo siento.
Jay había negado con la cabeza de forma frenética.
-Por Dios, no pasa nada, querida.
Le había sonreído, tímida, bordando mi actuación. ¡Digna de un Oscar, maldita sea!
O eso había creído yo.
Le plantó un sonoro beso en la mejilla, él sonrió y enfiló el camino a la autopista después de susurrarme que me quería.
Le dije que yo también, me respondió que él más, e iba a replicarle que aquello era mentira cuando comenzó a marcar el número de su abuela paterna biológica.
Me quedé impresionada con la capacidad sobrenatural que tenía Jay para estar pendiente de todo a su alrededor. Se fusionaba con su cocina de una forma muy elegante, estaba compenetrada con su entorno de tal manera que no desperdiciaba un solo segundo. Louis la besó en la mejilla y ella le devolvió el beso de refilón, mientras cargaba con dos tazones llenos de leche para sus hijas más pequeñas. Se los colocó delante, les plantó una caja de Kellogg's enfrente y colocó un plato en la tostadora, en el momento justo en que las tostadas salían disparadas hacia arriba. Deslizó el plato por la mesa hasta Lottie, que lo detuvo con un distraído movimiento de la mano.
-Sentáos, chicos-ordenó la madre. Obedecí.
Louis, no.
Sorteó a su madre y se inclinó en la nevera, recibiendo un bufido de disgusto cuando se interpuso en el camino de su progenitora. Jay dio varios taconazos en el suelo, apurando a su hijo.
Pero cuando Louis tenía el día lento, tenía el día lento. Hasta los caracoles eran más rápidos que él.
-¿No hay café?
Jay negó con la cabeza e hizo un gesto en dirección a Mark, que estudiaba el periódico del día anterior con gesto distraído al tiempo que mojaba un cruasán en su humeante café.
Louis gruñó algo por lo bajo, se puso de puntillas y sacó la cafetera.
Fizzy protestó porque su madre estaba tardando demasiado en servirle su desayuno. Mark y Jay se la quedaron mirando, con los ojos llameantes, y ella se empequeñeció en su asiento.
-Es que Louis te molesta-apenas consiguió balbucear. Su hermano se giró en redondo y la encaró, desde el otro extremo de la cocina.
-Perdona por querer quitarle un poco de trabajo a mi madre.
Mark sonrió, y sin siquiera mirar a su primogénito espetó:
-¿Qué quieres ahora, Louis?
Louis fingió ofenderse.
-¿No puede un hijo mostrar el amor que siente por su madre?
Todo el mundo lo miró con una ceja alzada, y todos susurramos a la vez su nombre.
-Louis...
-¡CON LO QUE ME DESLOMO POR ESTA FAMILIA, Y ASÍ ME LO PAGÁIS! ¿A QUIÉN HE MATADO YO PARA RECIBIR ESTE SUPLICIO, QUÉ HE HECHO PARA MERECER ESTE CALVARIO? ¡OH, DIOS SANTO, SI TIENES CONCIENCIA LLÉVAME AHORA, PUES EN MI FAMILIA NO ME QUIEREN!-bramó, imitando a su madre. Todos nos reímos, todos salvo Jay.
-Yo no hago eso.
-Lo hacías siempre, mamá-replicó mi novio.
-Lo sigue haciendo-añadió Lottie. Louis la señaló con la mano, meneó las cejas y miró a su madre, como diciéndole ¿ves? ¿ves?
Jay puso los ojos en blanco.
-Preparaos vosotros el desayuno-gruñó, colocando el plato con unas galletas delante de Fizzy. Ella la miró con ojos de cordero degollado.
Louis se apoyó en la encimera mientras su café se hacía, y estudió el panorama. Contempló el periódico de su padre un largo instante, intentando leer lo que ponía en la portada.
Desde aquella distancia, aún con las gafas, me habría resultado difícil. Pero para él, que necesitaba gafas pero en ese momento no las llevaba, debía de parecerle misión imposible.
-¿Papá?
-¿Mm?
-¿De cuándo es el periódico?
-De ayer.
Louis asintió, se deslizó de la encimera y cruzó la cocina. Jay se lo quedó mirando, sirviéndole leche caliente a Fizzy.
-¿A dónde vas ahora?
Louis se encogió de hombros.
-A comprar el periódico.
Jay se puso pálida.
-Te comerán vivo, Louis-sentenció Lottie, demasiado ocupada en embadurnar sus tostadas con mermelada de fresa como para prestar atención a su hermano.
Louis suspiró.
-Venga, en Doncaster están acostumbrados a mí.
-Quiero ir contigo-protestó Phoebe.
-Y yo-la secundó su gemela.
Jay les lanzó una mirada de reproche.
-Vosotras acabaos el desayuno. Y luego hacéis los deberes.
Las gemelas comenzaron a protestar.
-¡Silencio!
Y las crías se callaron al instante.
Jay me preguntó qué quería desayunar, y yo le respondí que no sabía, que podía hacérmelo yo.
Le ofendió más que si me hubiera puesto a insultarla, seguramente.
-¡Eri! ¡Por favor! Eres mi invitada. No voy a dejar que te prepares el desayuno.
Le pedí un Cola Cao y le dije que me sacara lo primero sólido que se encontrara. Pude oír cómo Louis replicaba desde su habitación:
-¡Dale de comer un jarrón, que es sólido!
-¡Cierra la boca, Louis!-le grité. Se rió, y yo también me reí.
Bajó a todo correr las escaleras y se asomó a la cocina.
-Vuelvo ahora.
-Coge una bufanda-le recomendó su madre. Louis asintió.
-Vale.
-Abrígate, ¿eh?
Louis puso los ojos en blanco.
-Mamá, por favor. Ya soy mayor.
Mark frunció el ceño, dobló su periódico y miró a su hijo por encima de sus gafas.
-¿En serio? Y lo de anoche, ¿qué?
-¿Qué pasó anoche?-preguntaron las gemelas. Nadie les hizo caso. Solo yo debí de oírlas.
-Ya soy mayor, papá. Tengo 20 años, ¿recuerdas?
Debía de ser la primera vez que escuchaba a Louis decir su edad sin soltar un soy un maldito carcamal después o poner cara de desagrado.
-Deja de comportarte como un crío, pues-escupió su padre. Él sonrió, hizo una profundísima reverencia abriendo los brazos, y miró en mi dirección, sin erguirse. Declarándose, casi. Esto va por ti, nena. Ya verás qué bueno soy haciendo de Romeo.
-Me queréis tal como soy.
Me descubrí asintiendo, convencida de sus palabras.
Poco después, Mark se levantaría de la mesa, llevaría los platos sucios hasta el fregadero y se encaminaría a su habitación, a prepararse para su trabajo.
Alguien puso la radio, y la voz de Liam en la BBC inundó la casa.
Le di un par de mordiscos a mi sándwich, distraída, escuchando la conversación de Liam con su interlocutora, preguntándome qué estarían haciendo las chicas en ese momento. Alba debía de estar en casa, con Zayn y Niall... Louis me había dicho de pasada que Harry quería llevarse a Noe a su piso de Londres, a tener una noche de intimidad, así que seguramente no estarían juntas. O tal vez ya estarían en casa, las dos.
Las echaba de menos.
A pesar de que íbamos juntas a muchos sitios, cada vez estábamos más distanciadas. Se había notado especialmente cuando me peleé con Noemí por aquella tontería de la actuación, pero... ¿cuánto éramos capaces de aguantar?
Mark bajó con su maletín negro, trajeado, y besó a sus hijas en la frente. Ellas se despidieron en un murmullo.
A mí también me besó en la frente.
-Gracias por venir, Eri-musitó. Le sonreí.
-Es un placer.
-Y por muchas otras cosas.
Le sonreí.
-Sigue siéndolo.
Me dedicó una tierna sonrisa.
Besó en los labios a su esposa, que lo esperaba en el recibidor, con los brazos cruzados a la altura de las caderas.
Abrazándose la cintura exactamente igual que lo hacía yo, solo que yo no sabía que lo hacía.
La puerta se abrió antes de tiempo y Louis apareció con el periódico, el pan y un par de revistas debajo del brazo. Mark frunció el ceño.
-¿Otra vez tarde?
-Me han dado conversación-se explicó su hijo. Se inclinó a un lado, observando su maletín-. ¿Te vas ya?
Mark asintió.
-Algunos tenemos que trabajar.
Louis le dedicó una sonrisa jocosa.
-Y otros ganamos una auténtica pasta solo por ser quienes somos.
Mark le devolvió el pelo, divertido, y se abrazaron. Volvió a besar a su mujer.
-Adiós, nena.
Jay le sonrió y se quedó mirando cómo arrancaba el coche y enfilaba el camino de la entrada, escabulléndose de la casa cuando todavía el Sol era perezoso.
Louis desparramó lo que traía sobre la mesa, se giró en dirección a su madre y sonrió.
-¿Nena?
Jay se encogió de hombros, frotándose un brazo.
-¿Qué pasa?
-Nada, es que... no tienes cara de que te llamen nena, mamá.
-¿Me estás llamando vieja, Louis?-replicó ella, con los brazos en jarras, las manos en las caderas. Louis sonrió, me miró de reojo y murmuró:
-Yo llamo nena a Eri, y a las crías.
-Eh-protestó Lottie. Louis se giró, alzó las cejas y asintió lentamente. Volvió a girarse hacia su madre, mientras las gemelas y Fizzy se me quedaron mirando.
-Hace tiempo que tú dejaste de ser una nena, mamá-se excusó su hijo, acercándose a la cafetera. Jay siguió ofendida.
-Yo también fui joven una vez, Louis.
Louis se mordió el labio, conteniendo la respuesta cómica pero también ofensiva que se la acababa de ocurrir. La tragó costosamente, negando con la cabeza, intentando concentrarse en el café, solo y exclusivamente en su café. Le echó un poco de leche y se sentó a la mesa. Estiró la mano hacia el periódico, pero Jay fue mucho más rápida que él.
Sacudió la cabeza, sonriendo.
-Tanto alcohol te destroza los reflejos, hijo.
Louis le devolvió la sonrisa, se encogió de hombros y le robó un cruasán a Fizzy; ella no protestó, sino que siguió a lo suyo. Solo alzó un segundo la vista y se quedó a cuadros, mirando las revistas que su hijo había traído.
-¿Fabulous?
Louis se encogió de hombros.
-El señor Dawson me obligó a llevármelas. Se las pagué-se apresuró a añadir. Jay, con el ceño fruncido, se acercó a su hija mediana y estudió la portada con los cinco chicos. Se inclinó hacia delante cuando Fizzy abrió la revista y buscó la página donde empezaban las entrevistas.
Daisy y Phoebe se bajaron de sus asientos y corrieron con su hermana y su madre; Lottie cogió la otra y la puso entre las dos.
-Qué guapo sales en esta, Lou-murmuró Fizzy, señalando el primer plano de Louis en el que miraba hacia un lado.
Se limitó a hacer un gesto de indiferencia.
-Yo salgo guapo en todas partes.
-Siento discrepar-repliqué. Me miró con una sonrisa en los labios, el cruasán a media distancia de su boca, goteando café.
-¿Sí?
-Sí.
-Vaya por Dios.
Me encogí de hombros.
-¿Y por qué has tardado tanto?-quiso saber su madre. Louis le dedicó una mirada franca.
-Le he firmado todos los ejemplares.
Jay alzó una ceja.
-¡Así podría cobrarlos más caros!
Su madre se echó a reír.
-Oh, Louis. Mi tierno e inocente Louis-replicó ella, dándole un beso en la mejilla. Su hijo cerró los ojos con fuerza-. Ahora las regalará.
-Que haga lo que quiera, me dijo que si le firmaba una para la hija, y yo le contesté: te las firmo todas, si quieres, así puedes cobrar una libra extra. Y puedo hasta falsificar las firmas de los demás, pero eso solo en el ejemplar de tu hija.
-¿Por qué has traído dos?-quiso saber Lottie. Recibió un encogimiento de hombros a modo de respuesta.
-Por si queréis escribir en una y dejar la otra.
-¿Louis?-repliqué. Negó con la cabeza.
-Vale, en realidad era por si te querías llevar una a España.
Le sonreí.
-No tenemos revistas decentes en mi país.
-No tenéis nada decente-espetó, echándose a reír.
-¡Oye! Me tenían a mí.
-Más razón.
Le lancé un cruasán.
-Qué gracioso.
Apoyó los codos en la mesa.
-Desde el 23 de diciembre de 1991.
-Naciste el 24-replicamos todas salvo las gemelas.
-Por eso. Ya era gracioso incluso antes de nacer.
Miré a Jay.
-¿Tiene abuelas?
-Tiene tres.
-Joder-exclamé. Se encogió de hombros.
-Los Austin, nena. Marge es la mujer más tierna que puedas encontrarte.
-¿Tía Marge?-preguntó Phoebe. Jay asintió.
-Si con tres abuelas es así... ¿cómo sería sin ninguna?
Jay fingió temblar.
-No quiero saberlo, la verdad-y Louis le sacó la lengua.
Una vez terminamos el desayuno, recogimos los platos y los colocamos en el fregadero, haciendo una pila que nada tenía que envidiar en inclinación a la torre de Pisa.
Después de preguntarle cuatro o cinco veces a su madre si de verdad no le importaba fregar, Louis se dejó caer en el sofá y se puso a jugar a la consola mientras las demás nos afanábamos en hacer las tareas.
-Felicité, no te lo vuelvo a repetir. Haz los puñeteros deberes o no sales esta tarde.
-Pero, mamá, si todavía tengo el domingo...
-¡Felicité!
Fizzy gruñó, pero terminó subiendo las escaleras y bajando a base de dar pisotones, arrastrando la mochila tras de sí.
Louis me acarició la nuca, haciéndome estremecer, cuando pasó detrás de mí en dirección a la nevera. Jay hizo una mueca de disgusto cuando sacó una botella de cerveza.
-¿A estas horas, Louis?
Él alzó las manos.
-¿Tienes resaca?
-No.
-¿Seguro?
-Sí, seguro. Mira, dame un grito si quieres-dijo, inclinándose hacia su madre. Esta cogió aire, pero él se apartó-.¡Espera! Ese es el oído bueno. Lo único que necesito es que me destroces ese tímpano también. Mejor el izquierdo.
Jay tomó aire, pero en vez de gritar, le sopló en el oído a su hijo. Él dio un brinco, la atrajo hacia sí y le sorbió la mejilla. Las gemelas se rieron; Jay, Fizzy, Lottie y yo sonreímos.
-¿Qué haces?
-No te mereces mis besos, mujer.
Jay le dio una palmada en la espalda y le ordenó irse, o si no, terminaría empapándolo con el agua.
Todavía estaba haciendo los deberes de economía cuando Jay acabó de fregar, cogió la revista y se sentó con su hijo en el salón. Comenzó a hojearla, se detuvo en la zona de las entrevistas y empezó a leer.
-Tienes que llamar a tu abuela.
-¿A cuál de las tres?
Nadie en la cocina estaba escuchando la conversación, sin embargo, yo tenía curiosidad.
-A la madre de Troy. Creo que está enferma. Le dije que hoy vendrías con tu novia, y me suplicó que te pidiera que se la presentaras, pero cuando le comenté que tenías que irte pronto me dijo que no importaba, y que la conocería otro día.
Louis miró a su madre justo cuando yo alcé la cabeza para observar la escena.
-¿Qué le pasa?-inquirió, preocupado. Jay hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
-Simplemente un resfriado. No te preocupes.
Louis posó la vista en la pantalla un momento.
-No podrías estar tranquilo ni aunque quisieras, ¿verdad?-replicó Jay. Me imaginé que le estaba acariciando la mano, que él cerraba sus dedos en torno a los de su madre, y creo que no anduve tan desencaminada.
-No.
Jay se inclinó a darle un beso en la mejilla, y tuve que aguzar el oído para poder escuchar lo que le decía.
-La sangre es la sangre, Lou, y no podemos hacer nada por cambiar algunas cosas.
Louis asintió.
-Y si fuera él no me preocuparía... y tengo más sangre suya que de mi abuela.
Jay se encogió de hombros.
-Sigue siendo tu sangre, en mayor o menor medida. Y eso demuestra que tienes corazón.
-Ya.
-Un corazón enorme, Louis.
Louis sonrió y observó a su madre, seguramente observó sus parecidos, observó sus ojos azules, su pelo castaño, las pequeñas bolsas en los ojos que ambos compartían, que se marcaban especialmente (a veces incluso solo eran visibles) cuando sonreían.
Louis era de Jay de un modo que nunca sería mío.
-Me dices esas cosas-murmuró su hijo, sacudiendo la cabeza-, y luego me dices que tengo un ego enorme, y me confundes, mamá.
-No tienes un ego enorme. Finges tenerlo.
-A veces es lo mismo.
-En ti, no.
Louis sonrió, asintió varias veces y miró la tele.
-¿Cuándo la llamo?
-Déjala dormir. Cuando vayas a Londres.
Louis asintió, sacó el teléfono y se puso a teclear furiosamente. Justo estaba en ello cuando le llegó un mensaje. ¿La abuela Marge, tal vez?
Se giró a mirarme; seguramente había sentido mis ojos clavados en mi nuca. Se levantó, le dijo a su madre que esperara un momento y me tendió el teléfono.
-¿Qué pasa?-pregunté. Se encogió de hombros.
-Es Alba.
-Ah.
Respondí a los mensajes de mi amiga y le devolví el móvil a mi novio. Sonreía.
-Tengo que conseguir el WhatsApp-susurré, negando con la cabeza. Lottie sonrió, pasó una página de su libro de la universidad, negó despacio con la cabeza y subrayó un frase. Louis se encogió de hombros.
-Ya sabes que a mí no me importa estar dejándote mi móvil cada dos por tres-replicó. Le di un beso en la mejilla.
-Eso ha sonado mal.
-Es que pretendía que sonara mal-replicó él, sacándome la lengua. Luego se puso serio-. No, venga, ahora en serio. Haz lo que quieras. Me da igual, de verdad.
-Qué bonito-replicó Fizzy-, yo quiero un novio así.
-Tú quieres un novio. Punto. Como si es un gángster-dijo Lottie, enseñándole los dientes a su hermana. Esta le lanzó un pedacito de goma de borrar.
Louis se inclinó sobre la mesa, le revolvió el pelo a Fizzy, haciendo que esta le arañara la mano, sonrió y volvió al sofá. Se tendió a lo largo de este y apoyó la cabeza en las piernas de su madre.
-Louis...
-¿Qué? Anda, mujer, si te encanta que tu hijo quiera mimos.
-¿Me has pedido permiso?
-¿Quieres que me quite?
Jay se quedó callada, observándolo.
-No. Estoy cómoda.
Louis se encogió de hombros y continuó con el juego.
Terminé mis deberes de economía y me puse con Latín. Fizzy cerró su libro de matemáticas, recogió sus cosas y se quedó mirando mi mochila. La señaló con un dedo vacilante.
-¿Puedo?
-Claro, mujer.
-A ver si vas a tener algo erótico que no quieres que veamos-bromeó Lottie.
-Los juguetes sexuales los lleva Louis, no yo-repliqué. Pude oír la suave risa de él desde el salón, Jay se giró a mirarme, divertida, y yo me encogí de hombros.
Phoebe estudió mi mochila con desconfianza, desde la distancia.
-¿Qué es un juguete sexual?
-Es... que te lo explique Louis-vaciló Charlotte. Lou se incorporó en el sofá y se la quedó mirando.
-No seas cabrona, Lottie.
-¡Al tarro de las palabras sucias!-gritó Daisy, señalando el tarro que contenía la pequeña fortuna sucia de los Tomlinson.
-¿Qué es un juguete sexual, Louis?-insistió Phoebe, con los ojos abiertos como platos.
-Es un animalito que vive en la selva sahariana.
-El Sáhara es un desierto, subnormal-espetó Fizzy. Daisy volvió a chillar que el tarro de las palabras sucias debía recaudar algo. Louis le hizo un corte de manga.
-¿Quieres cerrar la puñetera boca? Habría colado.
-¿Qué es?-casi chilló Phoebe. Jay cerró la revista, se levantó y se acercó a su hija.
-Es una cosa de mayores.
-¡Yo ya soy mayor!-pataleó Phoebe.
-Es una cosa de mayores malos-puntualizó su madre. Phoebe frunció el ceño.
-Louis no es malo.
-Soy travieso-asintió Lou, mirándome, con una media sonrisa astuta en la boca.
Los dos lo somos, ¿eh, nena?
-¿Tiene algo que ver con el sexo?-inquirió Daisy. Phoebe cerró la boca y miró a su copia, cavilando por qué aquella pregunta no se le había ocurrido a ella.
Jay parpadeó un par de veces.
-Sí... sí, un poco.
-Mamá, tiene que ver con el sexo, punto-murmuró Lottie. Alzó las manos-.Dejadme estudiar.
-¿Para qué sirven?
-Ya está bien, niñas.
-Pero, mamá...
-¡Ya vale! Callaos u os dejo sin natillas durante un mes.
Las pequeñas se pusieron pálidas, y no dijeron nada más.
Estaba leyendo un texto de Filosofía cuando Stan llegó a casa, después de que Louis le mandara un mensaje diciéndole que estaba jugando a la consola y que no había huevos de echar una partida.
Jay se sentó en el otro sillón y se dedicó a estudiar páginas de Internet con el iPad Lou.
Stan se las arregló para arrastrase hasta el sofá, gruñir un educado: Hola, Jay, y suspirar cuando Louis le tendió el mando.
-¿Resaca?
-¿Me quieres, Louis?-espetó su amigo de repente. Louis le pasó un brazo por los hombros y puso la boca de forma que pareciera que le iba a dar un beso.
-Oh, sí, no te quiero, eres mi mejor amigo, lo que yo siento por ti no puede nombrarse con palabras, mi amor.
-Entonces pégame un tiro.
Louis se echó a reír y Stan se dejó caer en el sofá, muerto del asco.
Jay se los quedó mirando, negó con la cabeza, se levantó del sofá y desapareció en el jardín.
-¿Te acuerdas de algo?
-Tío, llegué a casa solo. A ti tuvimos que llevarte. Tenías una mangada encima que no podías con el alma, chaval.
Stan se frotó la cara, Lottie se mordió el labio inferior, mirándolos de reojo, parapetada detrás de su cabellera rubia.
-No me acuerdo de nada.
-De algo te acordarás, hombre.
-Lo último que recuerdo es que entramos en el bar y pedimos unas cervezas. Y luego, negro. Hasta esta mañana.
Louis se encogió de hombros.
-Entonces mejor para ti, así no recordarás al gilipollas del entrenador. ¿Te acuerdas del de gimnasia?
-Era un hijo de puta.
-Bueno, pues nos reconoció, se giró, nos miró de arriba a abajo y gritó: ¡Tomlinson! ¡Lucas! Así que de vuelta al entrenamiento, ¿eh? ¡20 VUELTAS AL CAMPO!-ladró Louis, con una voz mucho más grave que la suya.
Stan volvió a frotarse la cara, centrándose en la frente.
-¿Y qué pasó?
-Que me cagué en su puta madre.
Stan se echó a reír.
-Y nos mandó correr 10 vueltas extra.
-¿A los dos?
Louis asintió, muy serio.
-Cabrón.
Se encogió de hombros y sonrió.
Daisy cerró su libro de matemáticas, frustrada, y revolvió en su mochila hasta encontrar un libro de colorear. Phoebe terminó imitándola, sacó una caja de rotuladores y lápices de colores, cogió un folio con un dibujo y se afanó en darle color a la tortuga que allí tenía. Lottie sonrió.
-¿Tiene nombre?
-Voy a llamarla... señora Tortuga.
-Es un buen nombre-murmuró la mayor, asintiendo. Phoebe le dedicó una sonrisa tan tierna que pensé que se derretiría.
¿Cómo no iba a adorar Louis a sus hermanas si sonreían así? ¿Cómo podía nadie no adorarlas?
Me incliné a mirar lo que pintaba Daisy. Un búho.
-Y la tuya, cómo se llama, ¿Daisy?
-Es Hedwig, pero en morena.
-Oh, qué bonita-repliqué. Daisy sonrió.
-¡Gracias!
Y continuó con su tarea. Los chicos siguieron hablando, ahora Stan le contaba a Louis que de tarde iban a tener una pelea de las legendarias porque se habían metido con una chica del grupo. Louis sacudía la cabeza, disgustado, y cuando preguntó quién era el desgraciado que se había atrevido a ir contra una amiga suya y escuchó un nombre que yo no relacioné con nadie, comentó:
-Estoy pensando seriamente en ir más tarde a la entrevista de la BBC.
Stan se echó a reír y le prometió que le daría buenos puñetazos por él.
Lottie sacudió la cabeza; los labios finos en una mueca, apenas una línea blanca, el ceño fruncido.
-Ya empezamos otra vez.
-Yo creo que es bueno que nos defiendan-protestó Fizzy. Lottie la miró.
-¿En serio?
Fizzy asintió.
-¿Recuerdas cuando Louis fue al colegio a darle una buena a aquel chaval que te insultó?
-No me lo recuerdes-se estremeció, pero en su boca había aparecido una sonrisa-. Louis debe de dar unas hostias increíbles.
-No es demasiado grande, pero cuando se cabrea, se cabrea bien-convino Fizzy.
-Y ahora sí que deben de doler sus bofetadas, con los bíceps que tiene...-murmuré, recordando cómo me gustaba que se le recortaran los músculos del brazo contra la camiseta. Me encantaba engancharme de su brazo cuando íbamos por ahí, acariciarle los músculos, él sonreía y me besaba la boca, siempre me decía que cómo podían encantarme tanto sus brazos, entonces yo replicaba que todo en él me gustaba.
-¿Qué es lo que más te gusta?-preguntaba siempre a esas alturas de la conversación, divertido.
-Lo que más te gusta a ti-le respondía yo.
-Es mi boca.
-Sabe genial-y nos besábamos y nos fundíamos y nos quedábamos solos a pesar de que podíamos estar rodeados de gente y él me rodeaba la cintura y me la apretaba y yo le echaba los brazos al cuello y gemía y notaba su sonrisa y me susurraba que me quería y yo le respondía que yo más y...
-¿En qué piensas, Eri?-me interrumpió Fizzy. Lottie le dedicó una sonrisa maliciosa, murmuró en voz lo suficientemente baja como para que las gemelas no la oyeran:
-En lo bien que se lo pasaron en la cama anoche.
Me descubrí contemplándola estupefacta, los ojos como platos, que me abarcaban casi toda la cara.
Sacudí la cabeza.
-En nada en particular.
Lottie alzó una ceja y entonó un suave: ya, seguro.
Acabados mis deberes y decidida a terminar de una puñetera vez con el libro de Stephen King, escuché cómo Stan se despedía de Louis. Se asomó a la puerta del jardín y le dijo a Jay que ya se iba, a lo que esta le respondió con un sorprendido: ¿No te vas a quedar a comer?
Stan negó con la cabeza, entró en la cocina y nos besó a todas en la frente. Daisy y Phoebe le sonrieron, un poco ruborizadas.
Pero a Lottie, en lugar de en la frente, la besó en los hombros.
-¿Haces algo hoy de noche?
Lottie lo miró, sonriente.
-No sé, tengo que consultarlo en la agenda.
-¿Me llamas?
-Llámame tú, anda.
Stan asintió.
-Vale.
Se inclinó, la besó en la boca, y ella se dejó hacer. Todos apartamos la vista, todos salvo Louis, que contempló la escena con una sonrisa de satisfacción en los labios, como si los hubiera juntado él.
-Bueno, tío, sigue siendo mi hermana, ¿eh?
Stan se separó de ella y ella le sacó la lengua a Louis. Stan le echó el pelo a un lado de los hombros y Lottie sonrió, se mordió el labio inferior y trató de concentrarse en sus libros.
-Hasta esta noche, pequeña-se despidió él, besándole la nuca. Ella cerró los ojos y asintió con la cabeza.
-Si me lo permite mi agenda.
-Si te lo permite tu agenda-concedió él.
Louis intentaba escabullirse hacia su habitación cuando Daisy y Phoebe lo llamaron.
-Lou, ¿nos ayudas con matemáticas?
Jay acudió a contemplar la escena, sin dar crédito a lo que oía. Louis la miró, ofendido.
-¿Qué? De momento, el único hijo del que pensabas que no hacías carrera es el único que trabaja.
-Con un grandioso trabajo-musitó Fizzy para sí. Louis le apretó el hombro en señal de agradecimiento.
Jay alzó los brazos.
Louis se encogió de hombros.
-Puede ser.
-Pero he de reconocer que lo de que te empeñes en pagarles tú los estudios es muy noble por tu parte.
Louis se rascó la nuca, azorado.
-Oh, mamá, si tampoco me cuesta tanto. Además, es lo menos que puedo hacer, ¿o no?
Jay le acarició la espalda a su hijo.
-Lo sé, mi amor.
-Pues ya está. Además, las gemelas todavía son pequeñas. Podré explicarles algo, ¿no?
Cogió una silla y se sentó en el hueco que ellas le hicieron, se inclinó hacia delante y contempló el libro.
-¿Tú qué vas a hacer, Eri?-preguntó Jay.
-Oh, yo voy a estudiar derecho y económicas-me encogí de hombros-. Necesito sacar notas altas para que me den beca e irme a Madrid.
Lou alzó la vista.
-Estoy intentando convencerla de que venga a estudiar a Inglaterra, pero dice que no se siente preparada.
Lottie frunció el ceño.
-¿Por qué?
-Por mi inglés.
-Si no tienes acento.
-Sí que tiene. Habla igual que Louis-replicó Fizzy. Lottie se encogió de hombros.
-Además, no necesitas beca. Louis te la paga si se lo suplicas.
-Tampoco quiere que se la pague-replicó él, haciendo una mueca que daba a entender que yo era una criatura incomprensible.
-Tengo para pagármela.
-Dos millones.
-Eso es mucho.
-¿Quieres saber lo que tengo yo?
-¿No lo sabe?-espetó Jay, incrédula. Louis negó con la cabeza, deslizó la calculadora en mi dirección y me miró a los ojos cuando anunció:
-El año pasado, ganamos 163 millones. Quítale un 20 por ciento, y luego divide entre cinco. A ver qué te sale.
Hice lo que me pedía y contemplé la pantalla de la calculadora, incrédula.
-¿Son dólares?
-Son libras.
-¿Cuántos dólares serían?
Louis se encogió de hombros.
-Una burrada.
-Ya es una burrada-repliqué, deslizando la calculadora y dejando que comprobara que había calculado bien.
-Eso solo el año pasado. Este año ya llevamos más, creo.
-Pero, ¿para qué vas a estudiar? Si dicen que vas a firmar un contrato con Syco...-murmuró Daisy.
-No es seguro aún.
-Da lo mismo.
-Quiere ser actriz-replicó Louis. Todos se lo quedaron mirando-. Si va a Madrid, encontrará papeles.
-¿Cantante y actriz?
Asintió.
-Como Jennifer López.
-Esa mujer mola.
-Eri se parece en muchas cosas a ella.
Phoebe me miró, estupefacta.
-¿Sí?
-Las dos somos latinas, tendríamos las mismas profesiones y las dos nos apellidamos López. Yo, dos veces.
Phoebe frunció el ceño.
-¿Dos veces? ¿Tienes dos apellidos?
-En España tienen dos apellidos, mi amor-informó Jay.
-¿Cómo me apellidaría yo si tuviera dos?
- Lewis.
-Oh. Qué guay. ¿De quién es?
-Es mi apellido de soltera, mi vida-sonrió su madre. Phoebe volvió a asentir.
-Qué guay.
Jay se encogió de hombros y se puso a mirar sus recetas de cocina.
-¿Qué queréis comer?
Mis cuatro cuñadas se me quedaron mirando. Louis también alzó la vista, miró primero a sus hermanas, preguntándose por qué me miraban de esa forma, y también me miró.
-¿Sabes preparar algo de España?
Lo primero que se me vino a la cabeza fue fabada.
Luego, tortilla.
No sabía hacer fabada.
Bueno, había visto hacer tortilla en varias ocasiones, pero nunca la había hecho yo sola...
Me encogí de hombros.
-Sé la receta de la tortilla-¡qué mentira, qué mentira! ¡Erika, mentirosa!-, pero no la sé cocinar -ahí te han dao, colega-. Necesitaría ayuda.
-¿Qué es una tortilla?-preguntó Daisy, mirando a Louis. Él frunció el ceño.
-Es... como...la omelette francesa.
-Pero lleva patata-añadí yo. Franceses. Ni una puñetera tortilla podían hacer bien.
-Tiene un nombre gracioso. Es en plan, ¿qué vas a comer? Tortilla-comentó Fizzy, las gemelas se echaron a reír y empezaron a canturrear ¡tortilla, tortilla!
-¿Lleva tiempo hacerse?-preguntó Jay.
Negué con la cabeza.
-No... media hora, como mucho.
-Entonces voy a ver la tele-replicó ella, recolocando los platos, haciendo una mueca cuando Louis le dijo que parara y que luego lo hacía él, y se fue al salón. Lottie cerró el libro de la universidad de un manotazo, lo metió en su bolso y se fue con su madre.
Fizzy se quedó contemplando mis deberes, estudió las letras de canciones de mi agenda, cogió un lápiz y se puso a hacer dibujos y escribir frases dentro de ella.
Louis se pasó una mano por el pelo y empezó a hacer ruidos con la boca bajo la atenta mirada de sus hermanas, que no dejaban pasar la oportunidad; esperaban pacientemente que a Louis se le ocurriera alguna manera de explicarles aquel puñetero tema.
Tal vez pudiera explicarme a mí los logaritmos.
Sacudí la cabeza desechando la idea. ¿Louis explicarme algo a mí?
Él era el ejecutor, yo la mente pensante. Funcionábamos así. Yo explicaba las cosas y él las hacía. Fin de la historia.
Me hizo un gesto con la mano y yo me acerqué a ellos. Me apoyé en su espalda y dejé la cabeza recostada contra su hombro, mirando la página del libro de las pequeñas.
-¿Qué tenéis que hacer?
Daisy colocó su dedo índice sobre un ejercicio cuyo enunciado rezaba: Expresa como una multiplicación y opera.
Sonreí.
-Ah, guay. A ver, ¿qué no entendéis?
-¿Cómo se escribe esto?-inquirió Phoebe, señalando una procesión de doses y tres.
Cogí una silla y me senté al lado de las chicas. Les cogí un lápiz, una hoja y copié la operación.
-Mirad, es fácil. Tenéis que contar los números iguales, poner una equis y escribir qué número estáis representando.
-Ah-replicaron las dos. Louis le apretó la cintura a una de ellas.
-¿Lo habéis entendido?
-No.
Suspiré.
-Si no lo entendéis, decídmelo.
Louis se mordió el labio inferior mientras los dos nos estrujábamos los sesos.
Fizzy pintarrajeaba distraída en mi agenda.
-Es... como un zoo. Mirad. El dos es un cisne. ¿Os lo explicaron en el colegio que el dos es un cisne?
Louis sonrió.
-No puedo creer que les estés diciendo esto. Tienen ocho años.
-Yo tengo dieciséis y mi profesor de matemática me explica los radicales con ovejas llamadas Rosi y besugos llamados Manolo-repliqué. Abrió los ojos y se encogió de hombros.
-El uno es una montañita-murmuró Phoebe.
-Y el tres es un culo.
-El cinco es un cisne dado la vuelta.
-El séis, un pececito.
-El ocho unas gafas.
-¿Y el nueve?
-Un delfín saltando.
-Ah,es verdad.
-Y el cero un huevo.
-Estoy alucinando-replicó su hermano. Le di un codazo.
-Vale. Escuchad, chicas. Es muy fácil si lo entendéis. Esto es el bolsillo de Garfield. ¿Vale?
-Vale.
-Aquí hay muchas cosas. Por ejemplo, tiene muchos doses. ¿Cuántos doses?
-Cinco.
-Bien.
-Entonces-inquirió Daisy, frunciendo el ceño sin apartar la vista de la hoja donde yo había escrito 2x5. Fizzy ahora nos dedicaba toda su atención-, ¿son cinco cisnes?
-Exacto. ¿Cuántos tres hay?
-Tres.
-¡Tres culos! ¡Es un tío raro!-exclamó Phoebe. Louis sonrió y le revolvió el pelo; no pareció importarle.
-Vale, entonces ahora, ¿cuánto son cinco cisnes y tres culos?
Las dos se me quedaron mirando como si estuviera loca. Ahí las perdí.
-Pues cinco cisnes y tres culos.
-Podéis unirlo.
-¡No!
-¿Por qué no? Unidlo como si fueran cosas.
-Pero los cisnes no son cosas. Son animales.
Bufé, me tapé la cara con las manos y me quedé un rato así. Sentí cómo Lou me sacaba el lápiz de entre las manos.
-¿Puedo?
Asentí.
Se levantó, lo miré entre los dedos hasta que por fin se me pasó la depresión momentánea, justo en el momento en que cogía un frutero.
-A ver. Imaginaos que el dos es una uva.
Ellas asintieron, él despegó cinco uvas del racimo. Las colocó en un plato delante de ellas.
-Y el tres es una manzana. ¿Vale?
-Vale-convinieron ellas.
Oh, por favor, era Louis. Podía decirles que el tres era su madre y ellas le darían la razón, porque era Louis.
-Entonces, ¿cuántas frutas tenemos?
-Ocho-respondieron ellas sin dudar. Louis asintió.
-Muy bien. Pero tenemos que pagarlas, ¿no? No podemos llevárnoslas sin pagar.
-No-replicaron ellas, escandalizadas. Louis les sonrió.
-Entonces, vamos a decir que una uva cuesta dos libras.
-¡Es muy cara!
-Yo no la compro si es tan cara-terció la otra. Él puso los ojos en blanco.
-Bueno, pues dos peniques. ¿Les gusta así a mis damas? ¿Dos peniques está bien para su agarrado bolsillo?
Ellas asintieron, mudas de concentración, sin apartar sus ojos azules de aquella pequeña macedonia aún sin preparar que se les presentaba delante.
-Entonces, son: dos peniques, cuatro peniques-fue cogiendo las uvas y apartándolas del plato-, seis, ocho y diez peniques. Apuntadlo. Diez peniques.
Cogieron el lápiz que descansaba sobre la mesa y apuntaron: diez peniques.
-Diez peniques es igual a cinco uvas.
Diez peniques es igual a cinco uvas.
Contemplé a Louis.
-Porque cinco uvas por dos peniques que cuesta cada una sale a diez peniques.
-¿Y eso cómo se escribe?-preguntó Phoebe, estupefacta. Louis le sonrió, le dedicó una sonrisa tan cálida que pensé que me moriría allí mismo.
-Dos, equis, cinco, igual a, diez.
2x5=10.
-Oh-musitaron ellas.
-Y ahora, tenemos la manzana. La manzana cuesta tres peniques.
-¡Es muy barata!
-Es que están de rebajas.
-Ah.
-Tres manzanas son nueve peniques.
-¿POR QUÉ?
-Tres y tres son seis y tres son nueve.
-Oh.
-Entonces, tres manzanas a tres peniques cada una salen a nueve peniques. Tres por tres igual a nueve.
Esta vez Daisy escribió la operación.
-Lo vamos a pagar todo junto, chicas, ¿qué os parece?
Las dos fruncieron el ceño.
-Son cosas distintas.
-Pero lo compramos en la misma tienda en el mismo momento. ¿Diez más nueve?
-Diecinueve-murmuraron, no muy seguras. Él abrió la boca.
-¡NO! ¡NOVENTA Y UNO!
Ellas se echaron a reír.
-Eres tonto, Louis.
-¿Pero a que lo habéis entendido?
Ellas asintieron y, de repente, se abalanzaron sobre él, se colgaron de su cuello y le cubrieron de besos. Él les acarició la espalda con mimo.
-Gracias, BooBear.
-De nada, pequeñas.
Louis se me quedó mirando.
-¿Qué?
-Te quiero. Muchísimo-le susurré, acariciándole el cuello y besándole los labios. Me sonrió.
-¿A que molo? Explico las cosas mejor que tú.
Me eché a reír. Tuve que hacerlo.
Porque era Louis.
Me quedé apoyada en el marco de la puerta, desorientada.
¿Qué le pasaba a Ben? ¿Era gordo o cojo? ¿Cuál era el apellido de Stan?
Por favor, no podía acabar así, no debía acabar así. No era justo, no era natural, no era...
Era jodidamente real, por eso no podía acabar así.
No podían olvidarse, no. Incluso Harry Potter se terminaba casando con su novia del instituto. No podían olvidarse los unos de los otros, habían ganado, siempre ganaban, nadie tenía la valentía necesaria para matar a su protagonista, nadie nunca escribiría una obra en la que el mal ganara sobre el bien por mucho que este se esforzara.
Harry siempre mataría a Voldemort.
Bella siempre terminaría eligiendo a Edward.
El libro me quemaba los dedos y, sin embargo, no podía soltar aquel torturador de 1501 páginas. No era capaz de dejarlo caer en el suelo, no era digno de que lo sostuviera, pero lo hacía.
Las leyes de la lógica y de la justicia eran demasiado fuertes, eran inquebrantables, joder. Stephen King no tenía ningún derecho a hacer aquello, no podía cargarse lo que ya estaba establecido, no, las cosas no podían cambiarse de esa manera, no.
Me arrastré por la cama hasta llegar a la altura de Louis. Le besé el hombro, él se giró y me besó los labios, sonriendo.
Siguió mirando la pantalla de su teléfono, mandando y recibiendo mensajes, entrando en Twitter, mirando vídeos, jugando, pero yo no veía lo que hacía.
Apoyé la cabeza en su pecho y estudié su perfil de Twitter. Me mandó un mensaje directo que no conseguí leer a tiempo. Me besó la cabeza; uno de mis pies le acarició el suyo, el que tenía más a mano, el que pertenecía a la pierna que estaba doblada. Cerré los ojos.
-¿Qué te pasa?-preguntó, más resignado que otra cosa. Negué con la cabeza , y levanté el libro. Se quedó mirando la portada, medio rostro del payaso, cuyo iris se confundía con el blanco del fondo, la pupila negra, enana, recortada contra aquel fondo de platino; los dientes de tiburón, de cuchilla; la sonrisa del Joker de Batman, solo que sin cicatrices, pintada en la cara-. ¿Lo has acabado?
-Sí.
Sus dedos se cerraron en torno a mi cintura, y yo suspiré. Suspiré por que no me pareció suficiente, me pareció también demasiado, suspiré por que no quería que se olvidara de mí si terminábamos distanciándonos, si todos los momentos que estábamos viviendo se metamorfoseaban de rutina a simples recuerdos que nunca retomarían su realidad...
Tal vez había sido eso más que el simple hecho de que hubiera osado romper el guión establecido lo que me descolocó.
Era exactamente lo que pasaba con la gente. A mí misma me había pasado miles de veces.
Suspiré.
-¿Y no acaba bien?
-Siempre acaban bien.
Se encogió de hombros.
-Supongo.
-Rowling nunca se atrevería a matar a Harry. Nunca. Desde que leí la primera página supe que aquel crío sobreviviría. No los crean para destruirlos. Menos él. Él los destruye y se queda tan ancho.
Me rodeó el hombro y sus dedos rozaron mi clavícula. Me incorporé para mirarlo, mi pelo cayó en una cortina entre él y la pared. Sus ojos brillaban, curiosos, Dios, qué ojos más bonitos.
-Las cosas no siempre son como deberían.
Siguió exprimiendo al máximo las funciones de su iPhone, sin pausa pero sin prisa.
-¿Te importa que me quede un rato?
-¿Te importa que te dé un bofetón simplemente por haberte atrevido a preguntar eso?-replicó. Me eché a reír, lo miré y besé sus labios. Sonrió-. Venga, nena. Es solo un libro. ¿Qué pasa? ¿Te has deprimido porque has acabado con el libro más importante de tu vida?
Negué con la cabeza.
-Perdón. Crepúsculo. Lo siento. No me acordaba.
Volví a negar con la cabeza, luego me encogí de hombros y bufé. Alzó el pulgar.
-Amén a lo que hayas dicho.
Volví a reírme, me tumbé de lado y lo observé mientras él seguía con su móvil, esta vez repartiendo su atención entre este y yo.
-Me siento mal porque estoy pasando de ti.
-No estás pasando de mí-protestó, mirándome molesto.
-Creo que sí. Es decir, en vez de estar contigo en tu casa, prefiero sentarme en la mesa de la cocina a terminar con el libro y...
-Sé que es importante para ti acabarlo porque te ha llevado mucho tiempo y me alegro de que lo hayas terminado por fin. Por eso me retiro discretamente a un segundo plano.
-No estaba preparada para el final.
-Yo tampoco estaba preparado para muchas cosas pero tuve que afrontarlas-se encogió de hombros.
-¿Louis Tomlinson? ¿Madurando? ¿Tú madurando?
Frunció el ceño, miró hacia otro lado y dejó escupió un poco de aire.
-¿Yo? ¿Madurar? ¿Para qué? Si lo primero...
-Que madura es lo primero que se pudre-murmuramos los dos. Las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa.
-Te encanta cómo filosofo.
-Me encanta cómo haces cualquier cosa-espeté, besándole la boca. Dejó a un lado el móvil, se dio la vuelta y me agarró de la cintura. Me pegó contra él, devoró mis labios, y yo me dejé hacer. Solté el libro y le rodeé el cuello con los brazos. Pegó mi frente contra la suya, bajó la vista y estudió mi boca.
-Quieres que lo lea.
-No has leído un libro tan largo en tu vida. Ni siquiera yo lo había leído.
-Tampoco te habías acostado con nadie cuando te conocí, y mírate.
Noté cómo el rubor se me subía a las mejillas.
-Tenemos que aprovechar el fin de semana-me excusé. Sonrió.
-Te has puesto roja.
-Eso es mentira-repliqué, incorporándome y tapándome con una buena mata de pelo. Él lo apartó y me besó las mejillas, que ahora ardían.
-Sí que te has puesto roja.
-¿Hablas de lo de anoche?
-Hablo en general. Pero, oye, tampoco es malo. ¿O te parece malo?-replicó contra mi cuello, mordisqueándolo suavemente. Negué con la cabeza.
-No.
-Pues ya está. Puedo leerlo si me da la gana. Serán más páginas de las que he leído en toda mi vida junta.
-Lou, venga, no exageres.
-¿Qué parte de repetí curso porque no me daba la gana hacer nada es la que no has entendido?
Sonreí.
-Es el destino.
-Y vagancia. Un poco de las dos cosas.
Se quedó mirando el libro, que no ocupaba demasiado; recordaba que el libro más gordo de Harry Potter, con la mitad de páginas, llegaba a ocupar incluso más que aquel pequeñín.
-Si lo consigo leer...-me miró a los ojos, me taladró con aquellos pozos azules, y yo supe en ese momento que no iba poder decirle que no-, tú vuelves a comer y dormir en España como hacías antes de conocerme.
-No lo hago a propósito.
Se encogió de hombros.
-No es mi problema. Mi problema es leerme este tocho. El tuyo es encontrar la manera de hacer vida normal sin mí.
-Tú no haces vida normal sin mí-le acusé. Sonrió.
-Ya, pero soy mayor que tú y tienes que hacer lo que te diga-me tumbó en la cama, sonriendo, y se tendió sobre mí, sujetándome las muñecas. Me miró, cálido, hambriento, como solo él sabía mirarme-. Me dijiste que haríamos lo que yo quisiera el día de tu cumpleaños.
-¿No lo hacemos siempre?
-De acuerdo mutuo.
Me besó.
Y supe que no estaba hablando solo del sexo, sino de todo en general.
La puerta se abrió, la escuché sobre el sonido del agua de la ducha, que corría a toda velocidad, precipitándose por el desagüe.
Si estuviéramos en Derry, este agua iría a parar a la casa de Eso, pensé.
-Soy yo-me informó. Asentí con la cabeza, aunque no podía verme.
Me afané en enjabonarme el pelo, con tanta furia que tuvo que llamarme un par de veces.
-Eri.
-¿Qué, hombre, qué?-repliqué yo. Noté la sonrisa en sus labios cuando replicó:
-Que es tarde. No me va a dar tiempo a ducharme si no te das prisa.
-Valeeeeeeeeee-balé, cogiendo el teléfono de la ducha. Odiaba bañarme a toda prisa, pero era él el que tenía un compromiso. Yo me tiraría a la bartola toda la tarde, quejándome porque la radio tenía interferencias, a lo sumo gritaría a Niall un par de veces que dejara de intentar agarrarme los pies para hacerme cosquillas.
-A no ser... que me dejes ducharme contigo.
Me quedé helada un momento, procesando la información.
La zorra de mi interior (en realidad todo mi interior, pero juraría que aquello era mentira) comenzó a chillar: ¡OH, SÍ, ENTRA AQUÍ, ENTRA AQUÍ Y SÉ UN HOMBRE!
¿Hola, estamos todos locos? ¿Cómo voy a negarme a ducharme con él? ¿Eh? ¿EH?
Y luego: ¿Hola, eres tú la que está loca? Estáis en Doncaster, nena. Y LA MALDITA CASA ESTÁ LLENA DE GENTE.
-No vamos a hacer nada-pareció escuchar mis pensamientos.
Mi mano se escapó entre las cortinas, enroscó y desenroscó el índice en su dirección.
10 segundos después, nos peleábamos por ver quién se adueñaba del chorro de agua. Me pegó contra la pared, devoró mis labios y mi cuello hasta que se proclamó vencedor.
No me dejó escapar, sin embargo, a pesar de haber ganado. Me dejó pegada contra la pared, a su merced, esperando su voluntad con una sonrisa traviesa en los labios.
-¿No vamos a hacer nada?-repliqué, haciendo pucheros. Se echó a reír. Me cogió en brazos, a pesar de que le costó dado que estaba empapada y me levantó por encima de él. Cerré mis piernas en torno a su cintura, disfrutando de la cercanía del centro de su ser al del mío.
-Sabes de sobra que si tuviéramos tiempo hacía ya rato que estábamos haciendo algo interesante.
Llamaron a la puerta, y yo me quedé mirando la cortina. Respondió él.
-¿Qué?
-¿Sabes dónde está Eri, Louis?-le preguntó su madre.
Oh, señor, ahora sí que quería jugar. Comencé a mordisquearle el cuello mientras él me ordenaba en susurros que parara.
-En mi habitación, supongo. ¡Yo qué sé!
-Ya he mirado y no está.
-Estará de paseo con Lottie o alguna de las demás.
-Están todas aquí.
-Bueno, pues yo no estoy haciendo nada con ella.
Le miré a los ojos y articulé con los labios: mentiroso. Negó con la cabeza, y tiró de mí un poco más abajo, acomodándome en sus caderas. Contuve un gemido, sintiéndolo.
-¿Seguro?
-Seguro.
-Está bien. Voy a poner la lavadora. Acaba pronto, ¿eh?
-Vale-asintió Louis.
Pero nos demoramos un rato, nos miramos un buen lapso de tiempo a los ojos, sintiéndonos el uno contra el otro sin llegar a hacer nada.
-Estoy cómoda-le susurré.
-Yo también-replicó.
Una vez fuera de la ducha, me envolví en una toalla y él hizo lo propio. Se inclinó en el lavabo y observó su reflejo en el espejo, distraído, con gesto de fastidio.
-No me apetece una mierda afeitarme.
Me encogí de hombros mientras me frotaba el pelo; lo único que estaba consiguiendo era crearme unos nudos como la catedral de Santiago de Compostela, pero no pasaba nada. De momento.
-A mí no me apetece secarme el pelo pero tengo que hacerlo. No te afeites.
-Tengo que hacerlo.
-Entonces, hazlo-repliqué, burlona.
Empezó a revolver en los pequeños armarios hasta que encontró el bote de espuma. Me estuve riendo todo el rato mientras se dejaba la cara cubierta de la espuma blanca, pareciéndose cada vez más a un Papá Noel excesivamente guapo y en buena forma.
-¿De qué te ríes?-espetó, divertido. Negué con la cabeza, me acaricié los pómulos y me enjugué los ojos: se me escapaban las lágrimas de tanto reír-. Ah, quieres pelea-replicó, echándose más espuma en la cara y pasándome la mano por ella. Chillé y me eché a reír, esparciéndole la espuma por el resto del rostro.
-¿Qué hacéis?-preguntó Lottie desde el otro lado de la puerta.
-¡No me deja afeitarme!-bramó su hermano. Escuché las risas de Lottie y me la imaginé sacudiendo la cabeza y alejándose sin nada más que añadir.
Fuimos relajándonos poco a poco, cejamos en nuestra pelea y nos miramos el uno al otro. Me observé en el espejo y no pude evitar reprimir una sonrisa; tenía una gran línea blanca cruzándome desde un lado del cuello hasta el pómulo contrario, espuma en la punta de la nariz y una poca en el pelo.
Louis me besó el hombro desnudo, dejando otra marca blanca allí.
-¿Tregua?
-Tregua-asentí, cogiendo la espuma y estampándosela en la nariz. Gruñó, me pegó contra él y me besó tan apasionadamente que nos entró el líquido en la boca, pero a ninguno pareció importarle.
Bajamos las escaleras, y Jay estaba esperándonos para preparar la tortilla.
-Llevo media hora buscándote, Eri.
-Lo siento, estaba...-me excusé, pero dejé la frase en el aire. No iba a mentirle a mi suegra, no quería hacerlo, era una bellísima persona, al menos conmigo, pero tampoco podía decirle que me había estado duchando con su hijo, al fin y al cabo, hacía apenas un mes habíamos tenido una conversación acerca de lo putas que podíamos llegar a ser las latinas.
Louis me sacó del atolladero diciendo que nos iba a ayudar a preparar la tortilla, comeríamos y saldríamos pitando en dirección a Londres. A Jay le pareció bien.
Cuando me puse de puntillas para alcanzar una fuente donde echar toda la mezcla (me sorprendería a mí misma descubriendo que tenía un sexto sentido que me decía qué hacer en cada momento, como si mis genes españoles supieran cómo hacer la tortilla, como si eso fuera algo que por el simple hecho de nacer dentro de mis fronteras me pertenecía por naturaleza) que más tarde formaría la tortilla, la camiseta se me subió, dejando al descubierto mi vientre. Noté los ojos de Louis deslizarse a ese pedazo de piel sin que él hiciera nada por evitarlo, su sonrisa al recordar que lo que veía le pertenecía, y sentí sus manos recorrerme con el mismo anhelo de siempre y sus labios sobre los míos y nuestras lenguas enredándose y él poniéndome contra la pared y yo quitándole la camiseta y besándole el pecho desnudo y él desabrochando mi blusa y subiendo mi falda y yo abriendo las piernas y pasándolas por sus caderas y bajándole los pantalones y...
-Tendremos que darnos prisa antes de que Lou te coma, Eri-se rió Jay. Me sonrojé, y él se echó a reír, un poco ruborizado a su vez.
-Perdón, mamá.
Mi suegra se encogió de hombros e hizo un gesto quitándole importancia al asunto.
-Yo también fui joven y sé por lo que estás pasando.
Lou siguió batiendo los huevos y canturreó:
-Allá por el Cretácico...
Jay golpeó a su hijo con el paño de cocina.
-No te pases, Louis, ¿o he de recordarte que todavía puedo enviarte a la cama sin cenar?
-Por Dios, mataría por ver eso-comenté yo, sacudiendo la cabeza. Él alzó una ceja en mi dirección, se inclinó hacia su madre y la besó en la mejilla, zalamero.
-Venga, mamá, con lo que yo te quiero-ronroneó. Jay se echó a reír y le devolvió el beso.
-Y yo a ti, pequeño.
-Todavía soy tu pequeño, ¿eh?-sonrió Louis.
-Sí, incluso cuando tenas 40. Aunque dudo que te vea llegar a esa edad-susurró ella, haciéndose la mártir. Necesitaba mimos, necesitaba a su hijo más tiempo y más cerca de ella, un fin de semana cada dos meses no bastaba. Y menos si era Louis de quien estábamos hablando, él conseguía que la gente desarrollara por él una admiración que rozaba la obsesión, hacía que lo necesitaras alrededor para sentirte lleno, feliz, necesitabas tenerlo cerca para poder disfrutar de la vida...
O, en mi caso, simplemente para respirar.
-Tonterías.
-Es cierto.
-Mamá-le espetó él, en tono reprobatorio-:no fumas.
-No.
-No bebes... casi nunca.
-En ocasiones especiales. No como otros-alzó una ceja, pero Louis fingió no darse cuenta. Se quedó pensativo, mirando las patatas troceadas por su madre.
-Ahora vendría lo de que no te acuestas con hombres ni nada de eso, pero...
-Con tu padre-alegó su madre, sonriendo. Se tapó los oídos.
-¡Suficiente!
-Pero...
-¡Hermoso día! ¿No creéis?
Sonreí.
Se me congeló la sonrisa a los dos segundos.
-Como si vosotros no os acostarais.
Louis y yo nos miramos, no nos pusimos pálidos, pero casi. Contemplamos la estupefacción en el rostro del otro.
-¡Mamá!
-¡Jay!-gritamos a la vez.
Mi suegra se rió.
-¿Os creéis que nací ayer? Venga. Tampoco es nada malo.
-Mamá...
-¿Tomáis precauciones?
-¡Mamá!-le recriminó él. Ella se encogió de hombros.
-Simplemente tened cuidado, ¿vale?
-No vaya a ser que se os cuele un extranjero en la familia-me burlé. Jay se echó a reír.
-Todavía sois jóvenes para tener hijos.
-Pero si a mí me tuviste con ventipocos-replicó Louis. Ella negó con la cabeza.
-Estaba...
-Ahora es cuando dices "enamorada" y yo te suelto: NOS HAS JODIDO, COLEGA, YO TAMBIÉN Y NO VOY PREÑANDO A LA GENTE POR AHÍ.
-Iba a decir casada. Al tarro de las palabras sucias, ya sabes.
Louis puso los ojos en blanco, bufó y asintió. Volvimos a nuestra tarea, en silencio.
-¿Puedo preguntar cuándo?
-Mamá...
-No, si me da igual-repliqué yo. Él se encogió de hombros.
-Entonces díselo.
-En mi cumpleaños.
-Oh. Qué romántico-sonrió a su hijo, y él hizo una mueca de ¿a mí qué me cuentas?
-Pero lo habíamos intentado antes.
-Eri...
-Ay, Louis, ¿qué más da? Es tu madre.
-¿Para qué quieres saberlo, so cotilla?-espetó su hijo. Jay iba a contestar, pero me adelanté.
-Para saber más o menos cuando dejaste de tener uso de tus facultades mentales.
-Yo nunca tuve uso de ninguna facultad mental-me discutió. Me eché a reír.
-En realidad, para ver si la habías presionado.
-¿Presionar? ¿Yo?-ahora fingía sentirse ofendido y herido.
-Louis, eres un chico. Presionáis. Todos lo hacéis.
-Él no. A mí no, por lo menos.
Louis alzó las cejas y torció un poco la cabeza. Gracias.
Jay asintió.
-Me puso velas-le informé.
-¿PERO POR QUÉ SE LO CUENTAS?
Las dos mujeres nos echamos a reír.
Ted se enredó entre las piernas de Louis, ladrando, pues sabía que su dueño se iba de casa... por enésima vez. Mientras él les daba besos a sus hermanas y su madre, después de hacer yo exactamente lo mismo, me arrodillé para acariciar al animal, que se mostró satisfecho de que aquella extraña que se metía en casa como si le perteneciera y dormía con el amo le prestara un mínimo de atención.
-¿Me das la patita?-le pregunté. Levantó la pata derecha, y yo se la cogí, se la zarandeé y le susurré:-Volveré a verte pronto, ¿vale?
Pareció complacerle aquella información.
Tiró la bolsa dentro del coche y sonrió cuando vio que me metía a toda velocidad dentro, eliminando cualquier posibilidad de quedar como un caballero abriéndome mi puerta.
Jay se inclinó hacia su hijo, asomando la cabeza por la ventanilla del coche, dejando sus ojos azules pegados a los de Louis.
-Ah, y Louis...
Louis tamborileó con los dedos en el volante, pero no miró en dirección al reloj. La familia era lo primero, siempre lo primero, luego estaba el trabajo; al menos, así lo veía él.
Me pregunté qué posición ocupaba yo dentro de esa escala. ¿Contaba como familia o estaba debajo del trabajo?
-Dime, mamá.
-La próxima vez que les des Nutella a las gemelas para merendar, por lo menos haz que se laven los dientes-Jay frunció el ceño y puso morritos, estaba muy graciosa-, ¿vale, mi vida?
Louis me miró.
-¿Se lo has contado tú?
Jay le tomó de la barbilla y le obligó a mirarla.
-No, mi amor. Ha mentido por ti. Y ha sido muy romántico, para ser sincera.
Sí, lo había hecho. Él haría lo mismo por mí, estaba claro, éramos un equipo y así funcionaban las cosas.
Jay había abierto la alacena buscando algo, pero se quedó mirando con el ceño fruncido el bote de Nutella que se había visto reducido a escasos restos de la crema que antes había contenido.
Ya estaba formulando su nombre, Louis, ¿qué ha pasado con la Nutella?, así que me tocó pensar rápido.
-Oh, Jay, perdona, es mi culpa. Es que tengo la regla, y necesito muchísimo dulce cuando tengo la regla, ¿sabes? Louis me dijo que buscara algo y la Nutella estaba allí, lo siento.
Jay había negado con la cabeza de forma frenética.
-Por Dios, no pasa nada, querida.
Le había sonreído, tímida, bordando mi actuación. ¡Digna de un Oscar, maldita sea!
O eso había creído yo.
Le plantó un sonoro beso en la mejilla, él sonrió y enfiló el camino a la autopista después de susurrarme que me quería.
Le dije que yo también, me respondió que él más, e iba a replicarle que aquello era mentira cuando comenzó a marcar el número de su abuela paterna biológica.
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