viernes, 26 de octubre de 2012

Pon una Eleanor en tu vida.

Sí, probablemente debería haberme cabreado cuando, después de acabar, cuando a mí más me apetecía hablar con él (declararnos, ya que no lo hacíamos nunca), él se había limitado a dejarse caer a mi lado y dejarse llevar por Morfeo al país de los sueños.
Me incorporé, todavía desnuda, y lo estudié a la tenue luz que apenas llegaba por la ventana. Su expresión de paz gracias al sueño, el leve brillo de su piel causado por el sudor después de acostarnos, sus rizos contra la almohada y sus abdominales suavemente marcados me decían, que no podía enfadarme con él, me exigían que no fuera ridícula.
Me acurruqué contra su pecho, me pasé su brazo por los hombros (se movió un poco, como sintiéndome desde dondequiera que estuviese, y me apretó contra sí) y musitó algo. No me molesté en preguntarle qué era; estaba acostumbrada a que Eri se cagara en muchas personas cuando dormía. O que murmurara frases de su Biblia privada, o bien de su Biblia pública, a saber; todos los libros que se había leído. A veces incluso musitaba los títulos de algunos que deseaba leer, como dándonos pistas de cuál podríamos regalarle, o recitaba títulos de películas sin un orden particular: había una ocasión en que había dicho, cito textualmente: Yo, robot; Querido John, Saw, hijos de puta los de Saw, Harry Potter, Tú a Londres y yo a California.
Había soltado una risita tonta cuando pronunció California. Joder, adoraba a los americanos incluso en sueños.

Me lo quedé mirando, mordiéndome el labio, cuando me dijo que cada uno iría a su casa. Tuve ganas de decirle "y Dios en la de todos", pero se abalanzó sobre mi boca antes. Me empujó hasta quedar contra el maletero del coche, sonreí, le mordisqueé los labios y sus manos volaron por debajo de mi camiseta.
Un coche pitó; seguramente era Louis tocando los huevos. Recordamos a la vez dónde estábamos, su mano desapareció de mi cuerpo (no sin dejar una estela cálida y excitante a partes iguales) y nos metimos en el coche.
Llegamos más lejos de lo que pensaba, la verdad. Creía que acabaríamos haciéndolo en el ascensor, pero no.
Conseguimos llegar hasta el pasillo de su piso. Allí mismo, en el suelo.
Nos las arreglamos para arrastrarnos hasta la cama, donde volvimos a las andadas.
Así hasta 12 veces, y todavía nos quedaban 4, porque teníamos que hacerlo tantas veces como años cumplía yo.
-¿Y eso?-le había sonreído, clavando mis dientes en su cuello mientras seguía embistiéndome. Gimió.
-Digamos que Liam y Alba han creado una nueva tradición.
-Les amo-repliqué, echando la cabeza hacia atrás y disfrutando de su lengua en mis pechos. Grité su nombre, él gritó el mío, caímos sobre la cama y nos echamos a reír, disfrutando de aquel chiste privado que ninguno necesitó pronunciar.

Me observé la muñeca, todavía llevaba puesta la tela que habíamos usado para atarnos el uno al otro a la cama. Sonreí, él se giró y me dejó descubierta, tirando de la manta tras de sí. Me deshice el nudo y até mi mano a la suya.
-Ahora estaremos unidos para siempre-le susurré al oído. No me escuchó, pero no me importó nada.
Me senté sobre él y le acaricié la frente; abrió los ojos, somnoliento, y se me quedó mirando.
-¿Vamos a por la 17?-le sugerí, cogiendo su mano y colocándola en mis muslos.
Su sonrisa Colgate asomó en su boca.
-No me lo digas dos veces.
Terminamos la noche acurrucándonos en el sofá, compartiendo una fuente gigante con una lasaña congelada que habíamos encontrado en la cocina, tapados solo con una manta, disfrutando del contacto de piel desnuda contra piel desnuda, besándonos y acariciándonos en lugares que solo nosotros conocíamos mientras a Jennifer Aniston le pasaba algo gracioso.
-Si te soy sincera, creía que me ibas a hacer una fiesta-le confié, besándole la palma de la mano. Se me quedó mirando un segundo, extrañado.
-Pero si ya te la hicimos el lunes.
Me encogí de hombros.
-Aun así...-sacudí la cabeza, él sonrió cuando mi pelo pasó otra vez a campar a sus anchas por mis hombros, cayendo a ambos lados de estos. Me descubrió el hombro que quedaba más cerca de él y me lo besó, apenas apoyando sus labios contra mi piel-, creía que... no sé.
Harry me estrechó contra él y me acarició la cintura, aumentando varios grados la temperatura del lugar.
-Mi niña ambiciosa.
Estuve a punto de replicar que yo no era la más de las tres, pero me callé y me dejé mimar. No era noche para discusiones.
-Te quiero-le susurré. Sonrió.
-Yo también te quiero, mi pequeña-entrelazó sus dedos con los míos y llevó la nariz por mi cuello, arrastrando tras de sí unos segundos el colgante que me había regalado. Suspiré y pestañeé un par de veces, él se echó a reír.
El libro que Alba y Eri me habían regalado por mi cumpleaños descansaba en mi mochila, no muy lejos de allí; la mujer y el hombre desnudos de la portada del Kamasutra nos estudiaban, esperando su oportunidad de enseñarnos a disfrutar.

Alba me tendió el libro y Eri me miró, con la cabeza un poco alzada, y me guiñó un ojo. Cualquiera diría que me estaban pasando droga.
Eché un vistazo dentro de la bolsa y decidí que preferiría que me pillaran con un kilo de coca a que alguien descubriera... esa lectura.
-¿Qué cojones?-espeté.
-Para que lo disfrutes con Harold.
-El de las amantes incontables-soltó Eri. Las dos nos la quedamos mirando, yo con el ceño fruncido, Alba con cara de ¿cómo puedes tener una boca tan grande y no absorber el jodido universo cuando bostezas?-. Perdón.
Pasé unas cuantas páginas, ojeando, y me sonrojé. Los chicos estaban haciendo no sé qué cosa en la cama, dando brincos, saltos mortales hacia delante y hacia atrás y metiendo todo el ruido posible, como si quisieran que nos aseguráramos de que estaban lejos, otorgándonos toda la intimidad posible.
Eri sonrió y le dio un codazo a Alba.
-Oh, mira, la virgen en ella aún vive.
-Una gilipollez más y te suelto una bofetada-espeté. Ella alzó las manos en el aire; en realidad, iba a soltar otra gilipollez, y yo tendría que darle un bofetón. Louis estaba demasiado cerca como para que ella consiguiera controlarse, era como si cada uno segregara una hormona que solo el otro era capaz de olfatear y así el otro se comportaba de manera más estúpida aún.
Sacudí la cabeza.
-No voy a usarlo...
-También dijiste que nunca se la... ya sabes...-murmuró Alba, abriendo los ojos, esforzándose porque yo entendiera.
-Chuparías-espetó Eri, nos miró a las dos, alzando las cejas-.¿Qué? La palabra es chuparías. No os vais a morir por admitirlo.
Fruncí el ceño, era muy fácil decirlo cuando ella no se había humillado nunca de aquella manera.
¿Cómo decía mamá? Ah, sí.
Noemí, no escupas hacia arriba si no quieres que luego te llueva tu propia saliva.
Me estarían recordando toda la vida que yo nunca se la chuparía ni se la tocaría a un tío, qué asquito.
Sonreí.
No, en realidad la de Harry no me daba asquito, precisamente.
Me estremecí, todavía con el pecaminoso libro en las manos.
-Y... bueno-Alba carraspeó, atrayendo de nuevo mi atención-, hemos pensado que os vendría bien probar cosas nuevas.
-Yo lo he hecho en sitios más raros que vosotras.
-Sí, nena-Eri me tocó la nariz con la punta del dedo índice, contoneándose. Modo diva: on-, pero nunca llegarás a mi nivel con Louis cuando me lo tiré en la encimera de la cocina. Dios-sonrió y se quedó mirando al vacío. Meneó la cabeza en un único espasmo-, soy una zorra y me encanta.
Sonreí.
-¿Por qué eres una zorra?
-Porque me encanta el sexo, nena. Es el mejor invento desde Internet.
-Se puede tener cibersexo en Internet-caviló Alba, mirando al suelo a diez pasos de ella, y asintiendo lentamente. Eri le palmeó la espalda.
-¡Ahí lo tienes, nena! ¡ADIÓS OVARIOS!-gritó. Los chicos se la quedaron mirando con el ceño fruncido. Les lanzó un guiño-. Sabéis de lo que hablo, One Direction, y como me lo neguéis, veréis mis dotes de fangirling.
-No tien...-empezó a protestar Liam, ella hinchó el pecho y se dedicó a bramar:
-¡OH, DIOS MÍO! ¡OH! ¡DIOS! ¡MÍO! ¡ONE DIRECTION! ¡ONE DIRECTION ESTÁN AQUÍ! ¡OH JESUCRISTO!-corrió a la ventana, Zayn gritó: ¡NO DEJÉIS QUE LA ABRA! y terminaron saltándole todos encima y tirándola al suelo. Intentaron tapar sus gritos a base de luchar por cerrarle la boca, pero ella siguió chillando como loca. Alba y yo observábamos la escena, estupefactas.
De repente, se calló. Los chicos se retiraron poco a poco de encima de ella. Sopló para arriba, su flequillo danzó en el aire y murmuró, apartándoselo y mirándolos como a aprendices:
-Y eso se llama actuar.
Ellos se echaron a reír, le dieron unas cuantas palmadas y se dividieron para que pudiera volver con nosotras.
-Estás mal de la cabeza.
Se encogió de hombros.
-Defectos de fábrica que hacen a una más interesante.
-No eres una zorra, Eri.
-Oh, demonios, lo soy. Soy la mayor zorra de la Tierra.
-¿Por que te guste el sexo? A mí también me gusta, y no soy una zorra. Soy normal-replicó Alba. Eri sonrió.
-Puede, pero tú no te has aprendido de memoria las posturas del libro de Noemí antes de dárselo.
Las dos la miramos con los ojos como platos, ella se puso seria.
-Oh, venga, ¿no os lo habréis creído? Estoy de coña.
Se giró y se reunió con los chicos. Se giró un momento:
-He hecho fotocopias.
Nos echamos a reír, tuvimos que hacerlo. Louis estaba demasiado cerca de ella como para que ella fuera soportable.

Harry se incorporó, estiró, observó mi cuerpo tendido a su lado y comenzó a besarme. Sonreí, me sacudí y suspiré.
-¿Qué hora es?
Se encogió de hombros.
-La hora de levantarse.
-¿Qué hora es esa?
-La que yo te digo-replicó, inclinándose y besándome en los labios. Cerré los ojos, me mimó un ratito, me dio una palmada en el culo y bufó.
-Arriba. Venga.
Suspiré, hice lo que me pedía; siempre terminaba haciéndolo. Me arrastré como pude fuera de la cama mientras él se metía perezoso en sus bóxer, costumbre adquirida a base de repetirla cuando estábamos en la otra casa, con los demás, con las chicas. Sonreí, sacudí la cabeza y me aparté el pelo de la cara, lo eché hacia atrás, mordiéndome el labio. A mi mente solo acudía un único pensamiento cada vez que lo veía de esa guisa:
Mío.
Solo y exclusivamente mío.
Se dio la vuelta y me pilló mirándole. Me costó un triunfo conseguir levantar la vista para encontrarme con sus ojos, pero en cuanto me sumergí en aquel azul mar, el esfuerzo mereció la pena. Me sonrió, ensanchó sus dientes en una preciosa sonrisa, y creí morir. Mi corazón dio un vuelco, se me subió el color a las mejillas y sentí la típica corriente frenética de lava recorrer todo mi cuerpo, haciéndome arder por dentro. Aquella sonrisa era más de lo que yo podía soportar.
Hizo un gesto con la cabeza, inclinándola hacia un lado.
-Noe.
-¿Qué?-pregunté, frunciendo el ceño y dando un pequeño brinco en la cama. Se echó a reír.
-¿Estás aquí?
Asentí lentamente, fruncí el ceño, pero continué asintiendo.
-Creo que sí.
Me tendió la mano, yo deslicé los dedos por su palma antes de cerrarlos en torno a la muñeca, disfrutando de la suavidad de aquellas manos tan grandes, manos tan adorables cuando me estrechaban o me tomaban de las mías cuando paseábamos, manos de Dios cuando recorrían mi cuerpo, dejando un fuego abrasador por allí donde habían pasado... ¿Había algo en Harry que no fuera perfecto?
Nos acercamos hasta la cocina, y revolvimos en la nevera, buscando algo que llevarnos a la boca. Tiré de la camiseta que me había dejado, poniéndomela a modo de vestido, y observé las tazas blancas dar vueltas en el microondas.
Las tazas le daban un toque tan frío a al casa... recordaban tanto que apenas se vivía en ella, a pesar de que estaba decorada muy bien, estaba limpia y tenía un aspecto acogedor... pero siempre había algo que te recordaba que aquel solo era un lugar de paso, un pequeño oasis en el desierto, simplemente el sitio idílico donde desearías quedarte a vivir pero nunca terminabas haciéndolo.
Nadie soñaba con vivir en las playas paradisíacas, de aguas cristalinas y arena blanca, del Caribe. Todos queríamos ir allí, pero nadie deseaba vivir. Simplemente, no se nos ocurría. Eran sitios demasiado hermosos como para hacerlos cotidianos; acabarían cansándonos y perdiendo su encanto.
-No me deformarás la camiseta, ¿no?-bromeó él, besándome en la mejilla y dando un mordisco de su tostada cubierta de mermelada. Fruncí el ceño y lo miré, negué con la cabeza, la verdad es que no le encontraba la gracia a aquello.
Louis y Eri  a veces se peleaban porque ella ya le cogía camisetas sin permiso, y se las deformaba, se las estiraba demasiado por el pecho; algunas incluso ya no tenían remedio alguno, y Louis tenía que aguantarse. Le decía a mi amiga que se la quedara, ella fruncía el ceño y le decía que no le gustaba que fueran suyas, le gustaba coger las de él, y terminaban dándose gritos (pero aquello no eran discusiones, sino simples argumentaciones, pullas por ver quién levantaba más la voz y quién ganaba la batalla esa vez), asegurándose el uno a la otra que se quedaría sin camisetas a ese ritmo, y la otra al uno chillándole que en el fondo le encantaba verla con su ropa.
Argumento al que Louis asentía como si le acabaras de decir que, si sueltas un objeto, este se cae.
Verdad universal, murmuraba a veces. Eri se echaba a reír, se colgaba de sus brazos, le daba un pico y lo llamaba tonto. Se sonreían un rato, y tenías que apartar la vista; verlos así era mucho más incómodo que si se pusieran a hacerlo contigo delante. Sentías que sobrabas y fingías desaparecer de su lado.
Alba y Liam también vivían una situación parecida, solo que no discutían. No sabía si se debía a que tenían pánico de volver a aquella etapa negra del principio de su relación, cuando se daban gritos por todo, se miraban mal y a la mínima intercambiaban respuestas bordes con la más pequeña de las provocaciones. Alba simplemente le cogía a Liam camisetas (muy de vez en cuando), pero estas no tenían el mismo sufrimiento ni la misma forma tan elemental de manifestar que una mujer (su mujer) le estaba usurpando su indumentaria.
Liam estaba más musculoso que Louis. Tenía más espalda. Así que sus camisetas eran más anchas... tal vez ninguna de las tres pudiera deformarlas.
Tomamos el desayuno en silencio, escuchando la conversación de Liam con la chica de la BBC. Apenas intercambiamos palabra, pero yo me sentía a gusto. No era un silencio incómodo, me parecía que estábamos intercambiando algo...
Pero a Harry no le parecía así. Miraba la radio de vez en cuando, hacía una mueca, sacando el labio inferior hacia afuera, y asentía, distraído, cuando Liam o la mujer decían algo interesante. Suspiró un par de veces, bufó en una ocasión y negó frenéticamente con la cabeza tan solo una única vez. Sus ojos, sin embargo, se deslizaban hacia mí de una forma suave, como si temieran que yo pudiera descubrir que se habían posado en mi persona, cosa que no podía estar más lejos de la realidad. Sentía que quería conversar, sentía que se estaba devanando los sesos por conseguir algo interesante de lo que hablar, y pareció haberlo conseguido cuando en la radio anunciaron que llevaban una hora de entrevista. Torció el gesto, asintió, recogimos la mesa y volvimos a la habitación. Empezó a buscar su ropa en el armario y, con expresión ausente, dijo que se iba a dar una ducha.
Me pegué a él y me froté contra él, zalamera.
-¿Y si te acompaño?
Me sorprendió sobremanera apartándose.
-¿Crees que es buena idea?
Lo contemplé con ojos como platos, incrédula. ¿Harry Styles? ¿HARRY STYLES OPONIÉNDOSE A UNA BUENA SESIÓN DE SEXO? ¿Cuándo me lo habían cambiado?
-Bueno... supongo... tal vez...-agaché la cabeza, me estudié los dedos de los pies, las uñas pintadas de azul eléctrico, y me rasqué el brazo.
-Tengo prisa, Noe.
Sentí como si me hubiera pegado un puñetazo en el corazón. Una presión exactamente sobre mi corazón. Asentí.
-Vale...
-No te disgustes.
-Es tarde-repliqué, dándome la vuelta, tapándome la boca con la mano intentando inútilmente reprimir un sollozo.
Me rodeó la cintura, deseé apartármelo, deseé gritarle que no necesitaba su estúpida compasión... pero en realidad la necesitaba. Necesitaba que me dijera al oído que estaba de broma, que por supuesto que nos ducharíamos juntos, que nunca renunciaría a un minuto conmigo, que me quería por encima de todas las cosas, y que lo dejaría todo con tan solo yo pedírselo.
Liam le había dicho a Alba que dejaría la banda si ella se lo pidiera, si viera que no podía manejar ambas cosas, su chica sería lo primero.
-¿Estás mal de la cabeza, Liam James Payne?-replicó mi amiga, aterrorizada ante la idea de la disolución de One Direction. Liam se había echado a reír.
Louis haría lo mismo por Eri. Nunca lo habían hablado, o por lo menos eso decía ella cuando se le preguntaba, pero estaba segura de que Louis haría lo que Eri quisiera.
-No llores-me pidió. Negué con la cabeza.
-No quieres que vaya-me excusé. Se dio la vuelta y me obligó a mirarle a través de la cortina de lágrimas.
-Ahora no me apetece.
¡HUNDE MÁS EL PUÑAL, VENGA!
Tenía que dejar a Eri de lado una temporada. Sus gritos taladraban demasiado la cabeza.
Entonces, hice lo que hacen los animales desesperados cuando ven que están acorralados y que su vida (en mi caso era mi honor y mi autoestima, lo que venía siendo lo mismo) corría peligro.
Me revolví.
Encaré a aquel cazador cabrón, a ese furtivo infernal que quería matarme para exhibir mi cabeza estampada en una pared y pisotear mi piel hecha alfombra, y le enseñé los dientes.
-A ti siempre te apetece.
Se me quedó mirando.
-No...
-Sí, Harry, sí.
Me aparté de él y me senté en la cama. Me incliné hasta coger del suelo unos pantalones y me los puse  con furia. Me llevó tres intentos fallidos meter los pies dentro de la pernera.
-Noemí. Mírame.
Sonreí, una sonrisa cínica, la típica sonrisa de mala actriz de telenovela mexicana que no se puede creer que su chamaquito le ame más que a nada en este feo mundo. Alcé la vista y me lo quedé mirando.
-No es todo sexo, ¿sabes?
-¿Te estás oyendo?-espeté.
Sonrió.
-¿Qué? ¿Qué te pasa? Todas rezáis por encontrar a aquel chico que anteponga el amor al sexo, que no esté pensando en ello las 24 horas del día. Tú lo encuentras, ¿y resulta que quieres que sea como los demás? ¿No se supone que era diferente, y por eso te gustaba?
Reprimí una risa condescendiente.
-Por favor, Harry. Por favor.
-Por favor, ¿qué?
Se cruzó de brazos, alejándose aún más de mí, pero a mí no me importó. Me puse de pie, me sacaba dos cabezas; tuve ganas de subirme a la cama para tener los ojos a la misma altura, pero decidí que aquello sería demasiado cómico, sería reconocer mi debilidad y su posición de ventaja sobre mí. Decidí quedarme donde estaba a pesar de que al hacerlo perdía la batalla física.
La psicológica no iba a ser un regalo.
-Sabes el rol que cumples en la banda. No necesitas que te lo recuerde.
Exhibió los dientes en una imitación lobuna de su Sonrisa Colgate.
-¡Vaya, perdón por no ser el Harry Styles de One Direction! ¡Perdón por no ser como todo el mundo cree que soy! De verdad, siento mucho tener una personalidad que pocos conocen, que me afecten cosas que nadie piensa que me afecten, pero, ¿sabes? Esto es lo que hay-se encogió de hombros, impotente-. En el fondo, los dos sabíamos que a quien querías es al tío que canta y no a mí.
-Son el mismo.
-No, no lo son. El chico que canta solo está ahí cuando canta, el resto del tiempo se va, ¿no lo entiendes, Noe? ¿Por qué no comprendes, por qué no te das cuenta, de que tengo un corazón detrás de esta fachada de rompecorazones mujeriego adicto al sexo?
-Porque lo er...
-No, no lo soy. Sí, vale, solía divertirme con las chicas, no me tomaba demasiado en serio lo que hacía, pero, ¡por favor! Tú me dijiste que tenía que cambiar, y lo he hecho. ¿Sabes por qué? Porque te quiero. Porque si tú me lo pides, puedo cambiar. Algunas cosas, no todas-frunció el ceño, sus dedos pasaron por su muñeca, donde tenía el tatuaje de No puedo cambiar.-. Pero mi comportamiento ha cambiado, y lo sabes, ¿no? Sabes de sobra que ya no hago cosas que hacía.
-Y, sin embargo, no puedes darle a tu chica lo que te pide.
Cállate, Noemí. Cállate YA.
Alzó una ceja.
-Siento tener sentimientos y no considerarte solo un juguete sexual, ¿sabes?
-Más lo siento yo.
¡QUE TE CALLES YA, JODER!
Sonrió, frío. Harry Styles, no mi Harry, ahora era Harry Styles quien estaba allí.
-Te estás olvidando de algo, nena-se inclinó hacia mí, me habló al oído, helándome la sangre de pura lujuria en las venas cuando su aliento acarició mi cuello-. Es Harry Styles quien juega con las mujeres, y no al revés.
Dio un paso atrás y se me quedó mirando. Volvió en sí, se inclinó hacia delante, como agradeciéndole a su público los aplausos por una brillante actuación, y, sin apartar sus abrasadores ojos de mí, gruñó:
-¿Era eso lo que querías oír?
Se marchó de la habitación dejándome con la palabra en la boca, ni siquiera lloré de lo estupefacta que estaba.
¿Qué acaba de pasar? era lo único capaz de pensar en ese momento.
-¿Qué acaba de pasar?-pregunté en voz alta.
Me respondió el sonido del agua corriendo en el baño. Sobre Harry.
Deseé ser aquel agua.
Deseé, por encima de todo, tenerlo abrazándome, acunándome la cabeza contra su pecho, y no desear acostarme con él las 24 horas del día. Resultaba cansado tanto deseo.
Y era aterrador que me empeñara en basar la relación solo en el sexo.
Porque las relaciones basadas en el sexo son las que menos duran.

Todavía tenía el pelo un poco húmedo, y había tiempo de sobra para que se lo terminara de secar y se marchara tranquilamente a la cadena, pero salió por la puerta.
Salió por la puerta después de apretar sus labios contra los míos. Fue como besar un par de morcillas.
Y no porque me diera asco, precisamente. Estaba enfadada, vale, pero no estaba mal de la cabeza, y los labios de Harry no me darían asco a no ser que estuviera mal de la cabeza (incluso estándolo me gustarían, seguramente).
Me dio un tirón en el estómago cuando yo luché por alargar nuestro beso y él simplemente se alejó. Se me quedó mirando un rato, quise creer que se encogió de hombros, terminó haciéndose con el móvil y saliendo de casa con la cabeza gacha, concentrado en la pantalla de su iPhone.
Cerré los ojos, apoyé la espalda contra la pared, me deslicé hacia abajo sujetándome las caderas, como hacía Eri entre semana, y me eché a llorar.
Lloré hasta hartarme, lloré porque era una estúpida que tenía todo lo que deseaba y merecía, lloré porque no se me ocurría otra cosa que pedir más y más, cuando la avaricia rompía el saco, lloré por mi incontinencia verbal.
Pero, sobre todo, lloré porque no era justo que mis amigas no se pelearan nunca con sus chicos, y yo no pudiera parar de hacerlo. El mes de tregua había sido solo eso, una pequeña tregua durante la Gran Guerra, la calma que precedía a la tormenta, el ojo del huracán donde brilla el sol sobre las tierras inundadas, que desaparecerán cuando el gran vendaval regrese.
No me di cuenta de que me había sentado frente a un espejo, de que me había colocado exactamente de forma que pudiera verme entera, hasta que descubrí a una chica preciosa mirarme. Tenía lágrimas en los ojos, pero aún así, seguía siendo bonita.
-La más bonita de las tres-sonrió la chica. Sacudió la cabeza, su pelo negro voló alrededor de ella y volvió a enterrarse en sus manos.
-La más bonita de las tres, y la que menos suerte tiene.
-Tal vez lo merezca. ¿No crees? Tal vez deba ser así. Tal vez esté condenada a vivir esto porque estoy con Harry, que es más de lo que puedo aspirar, seguro que es así. Seguro que tengo que vivir así porque le he quitado el sitio a otra-las dos nos observamos las uñas, nos encogimos de hombros simultáneamente y nos miramos-. Tengo más de lo que merezco.
Arrugué la nariz y alcé la vista. La chica me devolvió la mirada, enfadada. No.
-No. No. Me merezco esto y mucho más. Las demás no están peor que yo, y se lo merecen tanto como yo. Mira Alba. Le va genial con Liam. Nunca habían estado tan bien como ahora.
En los ojos de la chica, en mis ojos, se reflejaba otra verdad, una verdad muchísimo mayor, la injusticia del siglo, que convertía a Alba en un ratoncito al lado de un elefante.
-Mira a Eri.
Sí, mira a Eri. Mírala.
-Mira a Eri, mira su vida. Es perfecta. Es más de lo que se merece. Tiene a Louis. Tiene dinero, no es mucho, pero más que yo-nos reímos-. Y mira lo que va a hacer el sábado que viene. Sí, observa a Eri.
Me senté a la japonesa, con las piernas bajo el trasero, y estudié a la chica del espejo, que ya no lloraba, sino que destilaba rabia por los cuatro costados. Por los cinco costados, de tenerlos.
-No se merece esta suerte, ¿no crees?-sacudimos la cabeza, nuestros cabellos se tocaron, reflejo contra realidad-. No, no se lo merece. Yo sí que me lo merezco, ¿verdad? Ojo por ojo. Discutir con Harry a cambio de gloria eterna, no corretear con Louis en un campo de mariposas a cambio de lo mismo. Eso no es ni legal.
Nos contemplamos en silencio, curiosas.
Sonreímos como fieras, recordándome a una película de miedo, cuando el monstruo tiene acorralados a los niños y se los va a comer, tenía la misma expresión en el rostro.
-El karma siempre corre más que la gente.
Simon tenía que cogerme. Tenía que hacer de mí una super estrella, estaba acostumbrado a ello.
Dale a Simon cinco chicos separados y hará de ellos el grupo más fabuloso de toda la historia. Que les den a los Beatles, que les den a las discográficas. Simon estornuda y se le escapa la fama por la nariz.
Debía cogerme, era algo superior a mí. Debí convertirme en la estrella más brillante de la historia, porque yo tendría un comienzo normal, no la salida nula de Eri. Yo empezaría desde el principio, no aterrizaría cuando mejor estaban las cosas y robaría la oportunidad del milenio. Oh, dios, no. Eso no se hace.
El karma siempre acaba pillándote.
-Ganarás X Factor, nena-me dijo la chica del espejo. Sonreí.
-No lo sabes tú bien.
A duras penas conseguí levantarme, después de mi sesión de autocompasión o de reconocimiento, como se llamara aquello. Cerré los ojos, me estiré, me quité al camiseta de Harry y corrí a apagar la radio.
Recordaría lo mucho que me costó hacer eso, pulsar un simple botón, el resto de mis días. En mi lecho de muerte, la última de mis lágrimas sería por aquella radio, mis últimas palabras serían que nunca debía haber hecho aquello.
Pero estaba enfadada, estaba despechada, y era una mujer. Combinación explosiva.
Me puse la chaqueta de London que había comprado en el viaje a Canterbury, la primera vez que pisé la capital del mundo, me hice una coleta y, sabe Dios por qué, me subí a unos tacones. Me pareció que me ayudarían a alzar mi estado de ánimo, como si estando alta consiguiera mejores resultados en mi humor, debido a la menor distancia con las nubes, o cualquier otra tontería psicológica de esas que le encantaban tanto a mi profesor de ciencias. Aquel hombre se dedicaba a dar estocadas a diestro y siniestro, aboliendo todos y cada no de los esquemas preestablecidos, y diciéndonos por qué la astrología no era una ciencia. En el fondo, me caía bien.
Arrastré la mochila hasta la mesa del salón y me senté en una de las sillas. Me quedé mirando mis pies, pues la mesa era de cristal, un buen rato.
Estaba escribiendo unas traducciones de mis deberes de griego, en el silencio de la habitación, cuando me levanté y, atraída por una fuerza magnética que no conseguí identificar, me fui al baño.
A pesar de que no necesitaba levantarme de la silla, a pesar de que hacía poco había ido, regresé. Entré por la puerta como una autómata, la cerré tras de mí y me acerqué al lavabo. Me apoyé en él y me quedé mirando largo rato en el espejo, suspiré y agaché la cabeza.
No era mi culpa. Yo no tenía la culpa de que a alguna se le diera un trato preferente. No, Dios, yo no tenía la cul...
Contuve un grito cuando, al levantar de nuevo la vista, me encontré con un mensaje escrito en el espejo, como en Just Dance de Lady Gaga.
¿Y por qué no investigas?
Me quedé helada contemplando esas palabras, escritas con pintalabios rojo, pintalabios que se estaba derritiendo poco a poco...
¿NO SERÍA SANGRE, NO? ¡POR FAVOR, DIOS MÍO, QUE NO SEA SANGRE!
Me obligué a mí misma a dominar el pánico, estiré la mano y toqué la superficie sucia. Suspiré de alivio cuando no me encontré con un líquido propiamente dicho, sino con una sustancia viscosa...
Coágulos.
JODER, ¿PERO QUIÉN ME MANDARÍA LEER AQUELLA MIERDA DE LIBROS DE MEDICINA?
No eran coágulos. No podían serlo, no, no lo eran. Simplemente era pintalabios derretido, pintalabios que se parecía demasiado a sangre, pero pintalabios al fin y al cabo.
Salí del cuarto sin darle la espalda al espejo, corrí a la habitación, busqué el neceser con las toallitas desmaquillantes y volví lo más rápido que pude al baño, casi como si temiera que Harry pudiera volver en ese preciso instante y verme.
Ver el mensaje.
Una clarísima provocación.
Me afané en limpiarlo lo mejor que pude, intentando recoger todas las manchas posibles a la mayor velocidad.
Terminé acabando el paquete solo por el simple hecho de que quise asegurarme de que no quedaba nada en el espejo. Acaricié la superficie un par de veces, cerré los ojos con fuerza, deseando que aquello no apareciera pero también esperando que el mensaje en cuestión regresara... pero no lo hizo.
Desconfiada, me eché agua por la cara y levanté la cabeza con el grifo aún abierto, vomitando ese límpido líquido, igual que un ninja.
Nada.
El espejo seguía limpio.
Me eché a reír, histérica, sacudí la cabeza, recogí las toallitas y fui a tirarlas.
Volví a la habitación y me senté en la cama.
¿Y por qué no investigas?
Negué con la cabeza.
¿Qué iba a investigar? Se había llevado el móvil. No podía hacer nada si él tenía el móvil.
A no ser...
Volví a sacudir la cabeza.
Un voto de confianza, Noe, sabes que puedes fiarte de él.
La presencia de Harry era tan grande, tan acusadora, tan enorme recordatorio de cómo se había ido de casa, que tuve que salir de su habitación. Vagabundeé por la casa (los deberes habían pasado a un gran segundo plano en mi cabeza, justo al lado de cortar el césped el verano siguiente en la casa de Cantabria), intentando encontrar un sitio en el que meterme.
El hall, no. El beso había sido allí.
El salón, tampoco. Habíamos pasado la noche allí, compartiendo demasiados momentos.
La habitación, ni de coña. Sería como meterse en Chernobyl.
¿La cocina? Mm. No, la cocina tampoco. Su expresión de por la mañana volvía a mí.
Fui desechando lugares de la casa, uno por uno, hasta que reduje mis opciones a solo dos.
El balcón era la mejor de ellas, pero en cuanto salí y el frío viento mañanero de Londres, aumentado mil veces por la altura del edificio, enseguida pasó a la terraza al mismo lugar al que había ido desechando el resto de lugares.
La habitación de Louis.
Me daba muchísimo corte entrar allí, por aquel cúmulo de circunstancias que habían sucedido en aquella habitación, pero también... era la habitación de Louis.
Tenía que invitarme Louis a entrar, y no hacerlo yo porque me diera la gana.
Sin embargo, conseguí arreglármelas para girar el pomo de la puerta, acercarme a la cama sin apenas sentir el movimiento de mis piernas al moverse, y tumbarme boca arriba sobre ella, con las manos sobre el vientre. Estudié el techo como si fuera la cosa más interesante del mundo.
La pregunta, la sugerencia, se convirtió en una palabra, se volvió una orden.
Investiga.
Investiga.
Tal vez tuviera alguna carta...
Por favor, Noemí, no seas ridícula. ¿Cómo va a tener cartas con el vicio que tiene con la tecnología?
-Prueba con el ordenador-susurró una mujer en la puerta, una mujer cuya voz yo conocía muy bien.
Me incorporé de un brinco y contemplé a Caroline, que me dedicaba una sonrisa cínica, oscura. Me arrastré sobre la cama, pegando mi cuerpo contra el cabecero, lo agarré como si fuera mi bote salvavidas y, si hubiera tenido un crucifijo, puedes apostar la vida a que lo habría blandido en dirección a aquel demonio que incluso a Lucifer le parecería malo.
-Déjame en paz-casi le supliqué. Ella alzó una ceja, se echó el pelo rubio hacia atrás y se echó a reír.
-Encima que te intento hacer un favor...
Se marchó.
Sentí cómo desaparecía detrás de la puerta, oculta tras la pared, temiendo que yo descubriera sus asquerosos trucos.
¡Eleanor era maja! ¿Por qué no me había tocado a mí Eleanor?
A pesar de que la había sentido marcharse y estaba segura de que ya estaba muy lejos (en el quinto piso del infierno y bajando), todavía me quedé quieta, mirando la puerta con ojos como platos, dejándome llevar por el pánico, un par de minutos.
Me levanté lentamente, posando una pierna en el suelo y luego la otra, tambaleándome un poco sobre los tacones, pues ya no recordaba que los llevaba, y, cuando recuperé el equilibrio, caminé despacio, haciendo el menor ruido posible, en dirección al salón.
Me asomé a la puerta y miré la habitación vacía; incluso llegué a mirar a ambos lados, asegurándome de que no había nadie en la casa que pudiera ver lo que estaba a punto de hacer.
Me apresuré a abalanzarme sobre el portátil a la carrera, me dejé caer en el sofá y abrí la pantalla a tanta velocidad que, si hubiera sido un poco más fuerte, habría arrancado la pantalla de este y habría tenido por un lado pantalla y por el otro teclado.
Esperé a que el portátil terminara de ponerse en marcha, abrí el explorador y me quedé mirando la pantalla de inicio de Google.
Y, ahora, ¿qué?
Mis ojos bajaron hasta el teclado y se posaron en la T. Mi índice pulsó esa tecla.
Mis ojos fueron hasta la W instantes después.
El tiempo que tardé en escribir Twitter me pareció un milenio.
Pero, ¡sorpresa! No tenía puesto lo de recordar las contraseñas, y yo no me la sabía.
Seguro que Eri la sabe replicó Caroline en mi cabeza, aumentando aún más la rabia que ardía en mi interior. Una cosa era que yo criticara a mi amiga, y otra que la criticara la zorra infernal de Caroline Asaltacunas Flack.
Una cosa era que hubiera competencia entre nosotras (sana por mi parte y desleal por la de ella), y otra muy distinta era que aquella fulana del Averno se dedicara a meter cizaña donde ya había terremotos de sobra, a lanzar antorchas donde ardía un fuego comparable al del sol, donde...
¡Competencia!
La competencia de Twitter era Facebook, ¿no? ¡Claro! ¡De toda la vida!
Corrí a escribir el nombre de aquella red social, crucé los dedos cuando tecleé su correo electrónico en la casilla, muy lentamente debido a tenerlos cruzados, y esperé un rato hasta sentirme preparada para colocar el ratón en la casilla e la contraseña.
Contuve el aliento cuando agarré el pequeño periférico y supliqué a los cielos que Harry tuviera puesta la opción de recordar la  contraseña.
Una larga línea de puntos negros apareció en aquel lugar.
-¡SÍ! ¡SÍ, JESUCRISTO! ¡OH, TALUEGUÍSIMO!
Le di tal porrazo a la tecla de Enter que el ordenador botó sobre mis piernas y se hubiera caído de no haber estado yo espabilada.
Retrasé un poco mi Programa de Investigación de la CIA un rato, dejándome llevar, como siempre, por sus fotos. Me mordí el labio inferior cuando entré en el álbum privado al que solo teníamos acceso sus amigos y contemplé nuestras fotos besándonos.
Nada debería cambiar eso.
-Nada-murmuré en mi soledad.
Activada por esa palabra, mi mano corrió a mover el ratón a la casilla de mensajes privados, devorando su interior.
Me gustaría poder decir que solo entré a mirar las conversaciones con Eri, pero en realidad miré todos y cada uno de los mensajes que tenía.
Negué con la cabeza cuando vi que habían creado un grupo los seis, un grupo privado del que yo no tenía conocimiento (seguramente Alba tampoco y probablemente le daría muchísimo igual, así era ella).
Noté mi estómago retorcerse  cuando encontré una conversación con mi amiga en la que ella le decía que yo me había ido a  Cantabria, él le contestaba que mejor, así tendría más tiempo de relax para hacer sus cosas, ella le puso un lacasito asustado tras una palabra: cacería,él llenó un par de mensajes con histéricos JAJAJAJAJA y ella le respondió de otra manera.
-¿Cómo podéis ser tan hijos de puta?-bramé, cerrando la pantalla sin molestarme en leer los siguientes mensajes.
Los que decían: pobre Noe. En realidad estoy de broma. Ya sabes que hay tema aunque ella ahora pase de mí.
O, los más nuevos, donde Harry suplicaba a los chicos que le dieran ideas de un regalo, porque pronto sería nuestro aniversario.
No, decididamente, preferí quedarme con aquellos más polémicos.
Desde siempre la polémica era lo que más le gustaba al ser humano.

Entró por la puerta y me lo quedé mirando un rato, con el ceño fruncido, un poco de lado. Suspiró, abrió los ojos y la cerró lentamente.
-Todavía estás enfadada-murmuró a modo de saludo.
Fingí no escucharle.
-¿Preparo las cosas para ir a Chesire?
Harry sonrió, tiró su chaqueta sobre el sofá y me estudió con los brazos en jarras.
Ni siquiera establecí contacto visual con él, me limité a seguir ojeando la revista que tenía entre las manos. Mordí la manzana, llenando el silencio de la habitación.
-Noe.
Otro mordisco. Sacudí la cabeza, como reprobando la indumentaria de una actriz que no llegué a reconocer en la revista.
-Noe.
Dio un paso hacia mí.
Pasé la página y me rasqué el cuello.
-¡NOE!-bramó, dando un puñetazo en la mesa y haciendo que yo diera un brinco.
-¿QUÉ?
-¡TE HE HECHO UNA JODIDA PREGUNTA!
Me encogí de hombros.
-Repítela.
Se inclinó hacia mí y enroscó el índice en mi dirección. De mala gana, volví a hundirme en aquellos preciosos ojos azules.
-No me sale de los huevos-sonrió-. ¿Lo entiendes?
-Tú mismo-repliqué, encogiéndome de hombros.
Sentí cómo se contenía para no soltarme una bofetada.
-Haz lo que te dé la gana-espetó, chulo, recogiendo su chaqueta con chulería y encaminándose a la puerta.
-Eso llevas haciendo tú desde que nos conocimos-gruñí por lo bajo. Se detuvo en la puerta.
-¿Que qué?-se giró a mirarme y alzó una ceja.
-Me has oído de sobra.
-No.
-Pues-me di la vuelta en la silla y lo miré, me encogí de hombros y puse mi voz más grave para soltar-: no me sale de los huevos repetirlo.
Se echó a reír, asintió varias veces y se cruzó de brazos.
-¿Qué he hecho ahora?
-Pregúntaselo a tu Facebook.
Me cogió de la mandíbula, y supe que había metido la pata hasta el fondo, pero ya no había marcha atrás.
-¿Que haga qué?
-Nada.
-¿Qué cojones has hecho, Noemí?
Negué con la cabeza.
-Nada-ahora sonaba como una puñetera niña desvalida diciendo que no había comido chocolate cuando sabía que tenía toda la cara manchada de delicia marrón.
Se inclinó hacia mí, sus dedos me apretaron la barbilla, acercó tanto mi rostro al suyo que pude ver las pequeñas venas que atravesaban sus ojos.
-¿Qué. Has. Hecho?
-Nada.
-Mírame a los ojos y dime que no te has metido en mi Facebook.
-Yo... yo...
-¡DÍMELO!
Aparté la cabeza para que no me viera llorar.
No porque no quisiera que me abrazara, sino porque era lo único que me apetecía en ese momento y lo único que él no haría ni aunque le pusieran una pistola en la sien. Cerré los ojos con fuerza y un torrente de lágrimas se deslizó por mis ojos. Me mordí el puño solo para contener los sollozos.
Y él, pobre de mí, se limitó a sentarse en el sofá y abrir la pantalla de su ordenador. Murmuró una palabra que yo en mi vida había oído, sonrió sarcástico y sacudió la cabeza. Deslizó los dedos por el panel del portátil (prefería mil veces ese pequeño panel al ratón, era una de las cosas que solo sabías cuando estabas tiempo con él, malgastando los latidos de tu corazón en él) y frunció el ceño.
Se me quedó mirando.
-¿Hasta dónde has mirado?
-¿Qué importa eso ahora?
-Contéstame, Noe.
-No quiero hacerlo.
-Me estás obligando a hacer algo que sabes que no quiero hacer.
-No. Quiero. Contestar.
-Contéstame o te largas de mi casa-murmuró. Tal fue mi sorpresa ante esa simple frase que no vi lo mucho que le había dolido pronunciarlo.
-No quiero irme.
-Entonces contesta.
-Pero...
-Noemí, no me jodas, ¿vale? No me jodas, por favor. No empecemos otra vez, ¿quieres? Estoy cansado. No quiero pelearme más. No necesito que nos demos más gritos, ya nos hemos dado bastantes por un par de vidas, ¿no te parece?
Asentí lentamente.
-¿Hasta dónde has mirado?
-No lo sé.
-Siéntate conmigo-ordenó, ¿o lo pidió?
Palmeó el sofá.
Lo estaba pidiendo.
Me levanté y, con mucho esfuerzo, conseguí llegar al sofá tratando de parecer lo más segura posible. Me senté a su lado, me pegué contra él en un acto reflejo, y escudriñé la pantalla.
Las letras bailaban, se desenfocaban y se volvían a enfocar con cada parpadeo.
-No llores-me pidió, apartándome el pelo de la  cara-, sabes que odio cuando lloras, pequeña.
Pequeña.
Mi pequeña.
Vale, ahí sí que empecé a llorar como una loca.
Tal vez lo hubiera interpretado mal, tal vez estuvieran de broma o simplemente fueran imbéciles pero hubieran cambiado en verano. Tal vez al final estaba equivocada y sí que no me merecía a Harry. Era demasiado bueno.
Perdonaba demasiado rápido.
A mí, por lo menos.
Acerqué mi mano al pequeño panel, y pensé sinceramente que iba a apartar la mano con mi contacto.
No solo la dejó ahí, sino que la movió un poco para que nos rozásemos más.
Tragó saliva y leyó los mensajes, frunciendo el ceño ante los recuerdos que iban regresando a él. Suspiró, se me quedó mirando, me asfixió en sus ojos y a mí me encantó.
-Voy a besarte-le avisé. Sonrió.
-Creo que me apetece que lo hagas-replicó. Me incliné hacia su boca y él se inclinó hacia la mía, unimos nuestros labios y terminamos de perdonarnos en ese preciso instante.
Me quedé mirando su boca un rato, él estudió la mía.
-Lee los demás-murmuró con voz ronca, más ronca de lo habitual.
Lo miré, sorprendida.
-Pero, no hace falta...
-Quiero que los leas-se encogió de hombros-. Así lo entenderás todo.
-¿Y Chesire?
-Preparo las cosas y nos largamos.
Estuve todo el trayecto en el coche leyendo los mensajes, mirando cada dos por tres a Harry y disculpándome cada dos minutos. Él sonreía y decía que no importaba, que no pasaba nada.
Su casa estaba vacía cuando llegamos, su madre llegaría más tarde, y él dijo que esperaríamos para comer con ella. Asentí y, como vio que cuando nos sentamos a ver la tele no paraba de mirar por la ventana, me sugirió salir a dar un paseo.
Apenas terminó la frase yo ya estaba abriendo la puerta de la calle y suplicándole que así fuera.
Se echó a reír, buscó las llaves, se las metió en el bolsillo del pantalón y sonrió cuando salí prácticamente brincando a la calle.
Me preguntó nuestro destino, yo le dije que si había parques. Se ofendió.
-Estás en Inglaterra, aquí hay parques hasta en las casas.
Volví a reírme, paseamos por su pequeña ciudad, él me enseñaba los lugares en los que había vivido cosas de pequeño. Me encantaba aquel lugar por el simple hecho de haber tenido constancia de él mucho más tiempo que yo o que todas las Directioners juntas.
Esbocé una mueca de disgusto cuando vi la típica anciana  que le tiraba migas de pan a los cisnes.
-¿Qué pasa ahora?-preguntó, curioso. Después de que hubiera musitado, ¡Por Dios, qué cosita! cuando nos encontramos  con un pequeño gato melenudo por la calle parecía expectante por que lo sorprendiera aún más.
-Mi ilusión en la vida es echarles pan a los cisnes.
-Pero si tenéis en tu ciudad-replicó. Negué con la cabeza.
-Aquellos son feos. ¿No ves que son negros? Los únicos cisnes bonitos son los blancos, como esos.
Se encogió de hombros.
-Puede ser.
-Además, los cisnes negros son malos. Tú has visto la peli, ¿verdad?
-Sí.
-¿Y qué pasa?
-Ah, ¿yo qué sé? Solo me fijé en que se liaban Mila Kunis y Natalie Portman.
-Joder, Harold-repliqué yo, separándome de él. Me cogió del brazo y me pegó contra su pecho.
-Sabes que te estoy tomando el pelo-y me besó allí, delante de todo el mundo. Cuando posó sus labios en los míos ni siquiera pude cerrar los ojos, me lo quedé mirando, incrédula, pero me dejé llevar-. Y los cisnes negros también son bonitos.
-Los cisnes blancos son las cosas más bonitas del mundo.
-No.
-¿Qué hay más bonito que un cisne blanco?-repliqué, retomando ambos nuestro paseo. Balanceó nuestras manos unidas, miró al cielo y susurró:
-Una chica que me está cogiendo la mano.

2 comentarios:

  1. dios,te juro que vivi cada momento de la pelea como si estuviera aquí conmigo.Me llegó exageradamente.Y con el final morí de amor.

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