jueves, 11 de octubre de 2012

Sí señor, ¡YES UN ARTISTA!

En cuanto subimos al avión me di cuenta de que tenía el día no tonto, sino muy tonto. Las azafatas, ya acostumbradas a nuestras caras, que ya se sabían nuestros nombres, sonrieron cuando yo comencé a reírme, nadie sabía por qué, ni siquiera yo misma, y era incapaz de parar. Creo que tuvo algo que ver que Alba soltara:
-Buf, taluego, Jesucristo, el pájaro de hierro se cae- cuando el avión hizo un ruido más fuerte del habitual. Yo abrí la boca, solté una carcajada  que hizo dar un brinco a mis amigas, y comencé a aplaudir de forma frenética; los ojos cerrados con fuerza, tratando de reprimir las lágrimas.
El único pensamiento coherente que me cruzó por la mente fue que, si me reía de esa manera con Alba, Louis terminaría llevándome al hospital de noche porque no sería capaz de parar, y toda la culpa sería de él: diría algo gracioso (vaya, que abriría la boca) y se armaría la Marimorena, porque Louis era así.
Noe sacó su mp3, rebuscó las canciones y comenzó a escuchar Up All Night. Alba y yo observamos el proceso, y a mí no se me ocurrió otra cosa que decirle a la pequeña de las tres:
-Ahí dicen que tienen polla, y están descontrolados.
Y volví a dejar que una carcajada infernal se apoderara de mí, como aquel día en que mi profesor de Latín había entrado en clase de muy mala leche, dando gritos, y yo no pude por más que reírme, y encima Noemí puteándome aún más, imitando a Alfonso.
Esa tarde terminaría gritándole a Louis todo lo que me había dicho o hecho uno de los dos o ambos, entre risas, y él me miraría como si estuviera mal de la cabeza. Mejor dicho, como si acabara de descubrir que yo estaba mal de la cabeza.
-Buenos días, señores pasajeros-anunció el comandante, uno que ya nos había hablado tres o cuatro veces a mis amigas y a mí. 
-Buenos días-repliqué, y la azafata pelirroja, Azucena, reprimió una risita, mirando en mi dirección y negando con la cabeza.
-Está mirando en mi dirección-pensé en voz baja, coloqué índice y pulgar de forma que pareciera que estaba sosteniendo algo, giré la muñeca de forma frenética, y Alba empezó a reírse, y yo me empecé a reír.
-Vamos a una velocidad de crucero de tantos nudos, aproximadamente 850 kilómetros por hora...
-¡POR AQUÍ HAY RADARES!-chillé, roja de la risa, y Alba empezó a llorar mientras Noemí comenzaba a aplaudir.
-Tenemos viento de cola de tantos kilómetros por hora, pero prevemos un vuelo tranquilo...
-¡SÍ SEÑOR, YES UN ARTISTA!-bramé, tapándome la cara y dejando que la risa se apoderara de mí. Imité lo que había gritado Alfonso cuando uno de mis compañeros de clase habían respondido a su pregunta de forma errónea. Alfonso se había girado en mi dirección, había mirado al infinito y había musitado:
-¡Cómo vengo hoy! ¿Eh?
Yo había asentido con la cabeza y me había escondido detrás del estuche para llorar de la risa, reprimir mir carcajadas y morderme los labios para no gritar.
Alba terminó pagándome un bocadillo para que me callara y le dejara disfrutar de un agradable vuelo, admirando el mar que teníamos debajo, ese mar que, a fuerza de repetirlo, ya conocíamos como la palma de nuestra mano.
Pasamos por encima de la península de Bretaña, yo me tragué uno de los últimos trozos del bocadillo, señalé por la ventana y chillé:
-¡Oh, mira los gabachos! ¿Cómo no vamos a ganarles? ¡Si son enanos!
Noemí, que se había quitado el cinturón de seguridad, se torció tanto debido a la risa que se cayó de su asiento y quedó espatarrada en medio del pasillo, pataleando como hacía yo cuando a Louis le daba la venada de hacerme cosquillas. Azucena se giró en redondo, todavía empujando el carrito con la comida, miró a Noemí y le preguntó qué le pasaba.
-¡Eri es imbécil!-replicó ella, todavía pataleando. Azucena sonrió, se metió un mechón de pelo cobrizo que había conseguido escapar de su cola de caballo detrás de la oreja, me miró y me preguntó:
-¿Qué te pasa hoy, Erika? Estás más peleona que de costumbre.
En vez de decirle que tenía el día estúpido, me limité a golpearme los muslos con los puños una única vez y chillar:
-¡DAME PISTACHOS!
No me comí un puñetero pistacho, pero Azucena me los dio igualmente, al igual que le dio a Alba el pañuelo que esta le pidió para limpiarse las lágrimas de los ojos mientras negaba con la cabeza diciendo que estaba zumbada.
Cuando al avión aterrizó, recogí mis cosas como buenamente pude, salí de la cabina devolviéndole el guiño de ojo a Azucena y saqué el espejito de Audrey Hepburn que había comprado en mi primer viaje a Inglaterra, en aquella pequeña tienda de Canterbury. Comprobé que parecía un puñetero tomate en el auge de la temporada de cosecha, así que saqué una brocha de la mochila y comencé a aplicarme unos polvos compactos. Aún seguía afanándome en mi tarea cuando llegamos a la terminal y, antes siquiera de levantar la vista para buscar a los chicos, una fan chilló:
-¡Eri! ¡No te maquilles, ya eres más guapa que un gato persa en un concurso de Miss Pantano 2012!
Cuando Louis llegó hasta mí, estaba sentada en el suelo, sobre mi mochila, balanceándome hacia delante y hacia atrás, pataleando cual recién nacido y con lágrimas corriendo por mis mejillas. Miré su cálida sonrisa a través de aquellas cascadas y susurré:
-¡Hola, amor!
Él asintió, me ofreció una mano que yo acepté de buen agrado y tiró de mí para ponerme en pie. Miró a las Directioners, que aguantaron la respiración, deseando oír lo que Louis estaba a punto de contarles.
-¿Qué le pasa?
-No sabemos, Louis-respondió una, entre el coro de ¡OH DIOS MÍO LOUIS, TE AMO!, ¡LOUIS, DAME UN HIJO! y ¿TE CASAS CONMIGO, BOOBEAR?
Se me quedó mirando un momento.
-¿Qué te pasa?
Le respondí con una carcajada.
-Pues vale-replicó él, riéndose y dándome un rápido beso en los labios.
Las fans gritaron un fortísimo ¡adiós! y yo les respondí sacudiendo la mano.
Salimos al aparcamiento del aeropuerto, donde otro ejército de fans esperaba nuestra aparición, y nos encaminamos hacia los coches.
Me quedé mirando los cinco coches de los chicos. Estudié el Porsche de Louis con una interrogación en la mirada. Me giré a mirar a mi novio.
-Se va a convertir en calabaza a las doce-me confió.
Y volví a sacar el alma fuera de mi cuerpo en una carcajada que llenó el ambiente. Se vio obligado incluso a sostenerme.
-¡Joder, Eri! ¡¿Pero qué te pasa hoy?!
Negué con la cabeza para decirle que no lo sabía, pero luego miré a los demás con tristeza en los ojos.
-¿Nos vamos a separar?-gimoteó Noe, que esperaba sinceramente una nueva fiesta de cumpleaños, esta más grande, más glamurosa, mejor que la que había tenido en Avilés.
Una fiesta al estilo de la de Liam o la de Niall, por ejemplo.
Niall hizo pucheros, asintió con la  cabeza y se nos quedó mirando.
-Mañana tenemos lo de la BBC...
-Estaremos en Londres a la hora, no os preocupéis-se burló Louis, pasándome un brazo por la cintura y no haciendo caso de los gritos de amor y envidia a partes iguales (o no tan iguales) que se generaron entre las fans.
Los del aeropuerto deberían pagarnos una comisión por llevar a tanta gente hacia allí; por lógica debían consumir un montón de cosas de las que se vendían.
Nos acercamos los unos a los otros, hicimos piña (más gritos histéricos, estos todos de amor), nos susurramos que nos veríamos pronto, y cada uno se montón en su coche.
Durante las tres horas y pico de viaje hacia Doncaster, Louis y yo nos pusimos al día de todo lo que habíamos hecho en la semana; yo había empezado aeróbic, la academia y había tenido la segunda semana de teatro, donde llegábamos a 35 actores (por lo que, según le dije, aquel año molaría más, aunque todos tendríamos un papel muy pequeño, estaba claro), le hice un resumen de lo que estaba dando en clase (y sonrió cuando me quejé de que no estábamos dando nada productivo en inglés, pero que me gustaban las clases porque la profesora tenía el mismo acento que él, y que yo, solo que yo no oía mi acento); y él me contó rápidamente lo que habían hecho durante esa semana: corretear de un lado para otro, preparándose para los Teen Awards de la BBC y las entrevistas de dos horas que les iban a hacer a cada uno en esta radio, a la que tendría que ir mañana de 4 a 6, hablar con su familia en Doncaster para conseguir la fecha del primer entrenamiento para el partido de fútbol que tenía previsto, que había resultado ser esa tarde, y a eso se debía el viaje, y demás cosas sin sentido.
Eso sí, no podía parar de reírme cada vez que él hacía un comentario un poco desviado del tema, como, por ejemplo, que un día Liam había vuelto a la casa de Londres con una cesta llena hasta arriba de zanahorias, sobre las cuales había un sobre con una nota en la que se leía ¡Disfrútalas, BooBear!.
Habría sido muy cómico ver su cara cuando Liam apareció con aquello por casa.
Como siempre que íbamos de viaje largo e íbamos solos, conectamos el iPod a los altavoces del coche, y yo lo di todo cantando a Little Mix.
Todavía no me había dado cuenta de que no había razón para que ese grupo existiera si Perrie no tenía contacto con Zayn, porque estaba claro que podía pasearse por ahí a su antojo, en forma fantasmal. Y, en el caso de que Perrie tuviera un cuerpo en el que refugiarse, no había razón para que no hubiera recuperado su antigua vida y fuera por el mundo como un poltergeist amargado de la  vida, deseando asesinar a todo el que se le cruzaba por delante.
O, al menos, a eso me decía Eleanor que se dedicaba Perrie, ya que yo solo la había visto un par de ocasiones (una de ellas, en aquella pesadilla que nunca recordé, cuando Danielle casi mató a Alba o Caroline desquició a Noemí).
Abrió la puerta sin demasiadas ceremonias; estaba cansado (la verdad era que yo también lo estaba, pero no me apetecía quejarme, simplemente quería descansar con él cerca, que en realidad se trataba de la única forma real y auténtica de conseguir descanso últimamente) y quería llegar a casa lo antes posible, consiguiendo reducir el tiempo de viaje a tres horas exactas, por lo que llegamos a Doncaster a las cinco.
-Mamáaaaaaaaa-llamó, arrastrando la vocal, y esperó una respuesta. Tiró la bolsa donde metía la ropa en el hall y continuó esperando, aunque por su mueca de disgusto deduje que no tenía muchas esperanzas de que su madre estuviera allí.
Pero la casa no estaba deshabitada, ni de lejos. Una bola de pelo chillona, pequeña y de color café se apresuró a llegar a nuestro encuentro, ladrando y gimiendo de felicidad.
Ted.
Louis sonrió, se agachó y dejó que su perro le lamiera las manos. Le acarició la cabeza, detrás de las orejas y la barriga cuando éste se echó en el suelo, meneando las patas traseras a un ritmo infernal, reclamando lo que era suyo por derecho propio. Luego, Ted se levantó como un resorte y corrió a enredarse entre mis piernas, exigiendo mis atenciones. No me hice de rogar; me incliné para acariciarle el hocico y el perro ladró de felicidad.
El perro volvió a centrarse en su dueño, le tiró de los pantalones para que lo siguiera hasta la cocina. Louis le regañó por aquello, pero no demasiado en serio, mientras decía Basta chico, basta, se reía y trataba de sacudirse al animal de encima, sin demasiada efusividad. Siguió a Ted hasta la cocina, quien se sentó sobre sus cuartos traseros, observando el cuenco donde, según supuse, le echaban la comida, a continuación nos miró y ladró, un ladrido agudo, reclamando alimentos. Louis negó con la cabeza.
-Ya sabes a qué hora cenas, Ted.
Ted inclinó la cabeza, agachó las orejas y gimoteó, pero Lou se mantuvo firme.
Me condujo al salón y me hizo sentarme en el sofá, al lado de él. Encendió la tele, me lanzó el mando, que pillé al vuelo, y comencé a buscar algo interesante para ver.
Mientras, él se sacó el teléfono del bolsillo y marcó un número.
-No me lo puedo creer-sonrió, mirando el móvil que vibraba furiosamente sobre la mesilla de la tele. Lo cogió, miró un momento la pequeña tapa, la abrió y estudió la pantalla, donde ponía Louis, llamada entrante. Colgó el teléfono de su madre y bloqueó el suyo propio; luego se lo pensó mejor, volvió a desbloquear el iPhone y llamó a una de sus hermanas.
-Lottie... Soy yo.
Tenía el volumen de la llamada tan alta que podía oír lo que le decía su hermana.
-Hola, Lou. ¿Ya habéis llegado?
-Sí, ahora mismo. ¿Y mamá?
-Se ha ido al supermercado con Fizzy. Yo estoy esperando a que las gemelas salgan de clase.
-¿A qué hora?
-En media hora, o al menos, en teoría. Estoy dando una vuelta.
-Ya.
-Estoy cerca-replicó su hermana, con tono molesto.
Louis asintió.
-Vale.
-Mamá se ha ido hace poco. Me mandó un mensaje.
-Ajá.
-¿Qué quieres, tío? Te estoy diciendo todo lo que sé.
Louis se inclinó hacia atrás en el sofá, me miró, me pasó el brazo por los hombros y me atrajo hacia sí.
-¿Sabes a qué hora va a volver?
La carcajada de Lottie voló hasta mis oídos.
-Oh, Louis, si ni siquiera sé a qué hora voy a volver yo. ¿Por qué lo dices?
Louis se encogió de hombros, a pesar de que su hermana no podía verlo.
-Tengo entrenamiento. Ya sabes, por el partido.
-Fascinante-replicó Lottie. Louis hizo una mueca.
-¿A que soy interesante?
-Soberbio.
-Delicioso.
-Fabuloso.
-Fabulosísimo-repliqué yo por lo bajo. Louis se echó a reír, y yo le acompañé.
-¿Te has traído a Eri?
-No, la he dejado en Londres. A ella sola. Claro que me la he traído, Charlotte, no seas estúpida.
-Eres un borde.
-Y tú eres tonta.
-Gilipollas.
-Retrasada.
-Imbécil.
-Eh... retrasada-insistió Louis, recordándome a Amador, el de La Que Se Avecina, y comencé a reírme más fuerte.
-¿Es todo?
-Los detalles de tu incompetencia no-me-in-te-re-san-espeté yo, con mi mejor imitación de Miranda Priestly, dejándome llevar aún más por las carcajadas. Lottie se rió.
-¡Miranda presidenta!
-¡Eh!-intercedió él-. ¡Si queréis hablar, llamaos la una a la otra, no me tengáis a mí de paloma mensajera!
-¿Paloma? ¡KEVIN!
-¿Qué le has dado, hermano?
-Nada, ha venido así de casa. Lo juro por Dios.
Silencio entre los dos mayores del  clan Tomlinson.
-Voy a colgar.
-Cuelgo yo.
-No, no, cuelgo yo.
-¡Que cuelgo yo y punto, Louis!
-¡Voy a colgar yo y ya está, Lottie!
-La gente normal tiene la conversación al revés-repliqué yo, sin poder parar de reír.
-Nosotros no somos gente normal-replicaron los dos a la vez, echándose a reír también.
-Adiós, Lottie.
-Adiós, Lou. Te quiero.
-Oh, qué romántico. Gracias.
-¿Tú a mí no?
-No.
-Gilipollas.
-Sabes que es mentira.
-Guay. Además de gilipollas, mentiroso.
-Yo también te quiero, Lottie-y le tiró unos besos. Su hermana esperó.
-No te pases ni un pelo.
Louis se echó a reír, Lottie también, se despidieron y colgaron.
Detuve mi avance entre canales cuando creí reconocer a Jack Sparrow en una escena. Retrocedí un par de canales y, efectivamente, allí estaba Johnny Depp, caracterizado con uno de mis personajes favoritos. Louis miró la pantalla.
-¿El fin del mundo?
-Mareas misteriosas.
-Ah. Ahí sale Penélope Cruz.
-Lo sé.
-Es española.
-Ya. Yo también.
Louis se apartó de mí y se me quedó mirando como si me viera por primera vez.
-¿De veras?
-Sí.
-¿Desde cuando?
-Desde que nací.
Frunció el ceño.
-Me tomas el pelo.
Y volví a reírme como loca. Se me quedó mirando todo el rato, mientras las carcajadas salían de mi boca a borbotones. Me observó mientras las carcajadas remitían, y mientras volvían a aparecer por su escrutinio. Alzó una ceja.
-Has fumado algo, ¿verdad?
-¡AHJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!-respondí.
-Eri.
-¡JAJAJAJAJAJAJAJA!
Me cogió la mandíbula y me obligó a mirarle.
-Fumar es malo, ¿lo sabes?
Asentí entre risas.
-No fumes nunca, ¿eh?
-¿Y si me obligan?
-¿Quién?
-Tú.
Frunció el ceño un segundo, un solo segundo, hasta que por fin comprendió. Se echó a reír conmigo.
-Yo a eso no lo llamo fumar, ¿sabes?
-Vete a la mierda-repliqué.
Pero no pude parar de reírme, mientras tanto, los ojos de Louis seguían ahondando en los míos, buscando algo que no estaba allí.
¿Un cerebro, tal vez?
-¿Qué has bebido?
-Nada... jaja... nada, de ver...jajajajajajaa.
-¿Seguro?
-ES CULPA DEL DE LATÍN-exploté, echándome hacia atrás y tapándome la cara con las manos. Louis se inclinó para verme mejor.
-Claro que sí, campeona.
-Es que... mira-me incorporé, me senté sobre mis rodillas y le cogí las manos. Se me quedó mirando, intrigado, esperando a que continuara-. El otro día, entró en clase chillando que al gobierno le importábamos una mierda, ¿sabes? Gritó, cito textualmente: Ese es el proyecto de ley que está pariendo el gobierno ahora mismo. Les importa una mierda vuestra educación, ¡UNA PUTA MIERDA!-moví los brazos exactamente como hizo Alfonso en ese momento, y él sonrió, se vio obligado a ello-. Entonces, se puso a corregir los ejercicios, y un chaval se equivocó, se puso a aplaudir y gritó: ¡Sí señor! ¡Yes un artista!-le solté las manos y me dejé llevar por la emoción del momento, Louis sonrió, asintió con la cabeza y me animó a continuar-. Luego se me quedó mirando un momento, y me dijo: Cómo vengo hoy, ¿eh? A mí ese momento casi me manda al cielo, te lo digo de verdad. Después, se puso de rodillas delante de una chica para pedirle que hiciera el siguiente ejercicio, nos mira a los demás y se queda pensando: Ahora los padres vendrán a pedirme explicaciones porque me arrodillo frente a sus hijas, en plan, ¿qué le estás pidiendo a mi niña?-extendí los brazos como pidiéndole algo al cielo, exactamente igual que Alfonso, y no pude soportar la risa de Louis. Recaí en la carcajada, y nos reímos hasta hartarnos. Me incorporé y le hice callar-. Luego, luego fue mejor todavía, se pone: ¡la fonética es vomitiva! O algo por el estilo. Y Noemí fingiendo tener arcadas, mirándome y abriendo la boca con cara de lol, y yo le pegaba porque ella no paraba de hacer eso y no podía parar de reírme-negué con la cabeza y Louis se echó a reír.
-Cómo mola ese tío, ¿no?
-Es como tú, solo que en viejo. Creo que hasta tenéis el mismo color de ojos-me incliné hacia él-... a ver cómo tienes los ojos.
Se apartó de mí.
-¿No sabes de qué color tengo los ojos?
-Ahora no recibo.
-No doy crédito a mis oídos.
-¡Que no lo recibo!-bramé en su oído izquierdo, el que tenía con menos audición, y se echó a reír.
-¡Calla!
-Pero, ¿sabes qué fue lo mejor?
-¿Qué?
Le cogí las manos.
-Tu cara de pato.
-¿Mi cara de pato?
-Tu maldita cara de pato.
Frunció el ceño.
-¿Qué cara de pato?
-Un día una fan te preguntó, ¿Louis, puedes poner cara de pato? Y tú en plan, ¿cómo? ¿Así?
Y me puse la mano delante de la boca, la abrí y la cerré varias veces.

Casi lo mato.
-¿Yo hice eso?
Asentí.
-¿De qué te extrañas?
-De que no me acuerdo.
-Ya. Seguro-repliqué, echándome a reír. Me acercó a él y me besó la cabeza.
-No me acuerdo, amor. No lo hago, de veras.
-Bueno. Te creeré.
Levanté la cabeza y le besé lentamente, dejando que nuestros labios se unieran y se separaran según nos apetecía.
-No voy a sobrevivir a hoy-sonreí en su boca, él se apartó y me miró.
-¿Por qué?
-Vas a hacer algo increíble, y me vas a matar de la risa.
-Hago cosas increíbles cada minuto-espetó, guiñándome un ojo. Negué con la cabeza, volví a reírme y asentí.
-Digo... la típica frase que sueltas justo cuando tienes que soltar, y entonces es cuando yo...-alcé una mano y miré al horizonte- me quedo... como... flipada. Pensando: este es Louis.
-Y es retrasado.
-No pienso eso.
-Sí lo haces.
Me encogí de hombros.
-Vale, lo hago.
Abrió la boca.
-¡Serás cabrona!
Me eché a reír y volví a unir mis labios a los suyos. Sonrió, me besó la punta de la nariz y dejó que encajara mi cabeza entre su cuello y su hombro, mientras seguíamos viendo la película.
-Espero que todo el mundo haya visto eso, porque no pienso repetirlo-espetó Jack Sparrow, y los dos nos reímos: mi novio entre dientes, yo con una gran carcajada.
Observé un rato en silencio las sirenas, pensativa, y notaba cómo Louis esperaba, cada vez más impaciente, mi siguiente tontería.
-Las sirenas molan.
Se encogió de hombros.
-Quiero decir, ¡mira! Respiran debajo del agua. Yo mataría por respirar debajo del agua.
-Eso sería guay, pero... ¿no salir del agua? Ni siquiera puedes hacer surf-puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
-Habrá otras formas de entretenerse.
-Sí. Contar delfines.
¡AHÍ LO TIENES! ¡LOUIS TOMLINSON HA VUELTO A LA CIUDAD! 
Me caí del sofá y pataleé como lo había hecho Noe en el avión esa mañana, sin poder apenas respirar. Me doblé sobre mí misma, sujetándome el vientre, que me dolía a causa de tanta carcajada, y me limpié las lágrimas.
Lejos había quedado la batalla de las sirenas cuando yo conseguí controlar mi histeria.
Me senté a su lado y le besé la mejilla.
-Eres un dios.
Negó con la cabeza y me estrechó entre sus brazos.
-No, no es cierto. Somos dioses los dos juntos-replicó, besándome la frente. Susurré un tierno Oh, sonreí y le besé en los labios. Nos quedamos así, abrazados un rato, viendo la tele, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
Angélica se tumbó sobre Jack y Louis sonrió. Me lo quedé mirando.
-Qué tetas tiene, ¿eh?
-Tiene más mi novia-replicó, burlón, me eché a reír y le acaricié la mejilla.
-¡Cómo sabe el señorito!
Se encogió de hombros.
-Ha tenido tiempo para practicar, la dama ya me entiende-me guiñó un ojo, con intenciones, y volví a reír, esta vez más fuerte.
Mientras la película continuaba avanzando, algo cambió en mí. De repente, me hice consciente de la fuerza que se adivinaba de sus esculpidos bíceps. Deseé que se estrecharan contra mí, que sus brazos me agarraran y no me dejaran escapar, que me pegaran contra él, me fundieran con él... que me poseyera.
Descubrí algo más detrás de aquella risa histérica: descubrí que tenía hambre.
No esa hambre que se  sacia  con un pastelito, o con un bocadillo, no.
Esa hambre que se había despertado cuando lo conocí, cuando fui a Londres por primera vez.
El hambre sucia.
Me incliné hacia él y le besé el cuello. Se estremeció, se me quedó mirando y me sonrió.
-¿Qué?
Me encogí de hombros, y continué dándole lentos mordisquitos, subiendo hasta el lóbulo de su oreja. Se giró un poco para poder besarme él también, me besó la sien mientras yo seguía  con los ojos cerrados, tratándole de hacer entender lo que deseaba.
-¿Cuánto nos queda solos?-pregunté con un hilo de voz, demasiado excitada como para formular esa pregunta en voz más alta. Todo mi ser se echó a temblar cuando me respondió con voz ronca, la misma voz que escuchaba cuando estábamos a las puertas del sexo... otra vez.
-Media hora.
-¿Te dará tiempo?
-Por favor, Eri. Soy el Swagmasta from Doncasta. ¿Me tomas el pelo?
Me eché a reír, me senté sobre él y me aparté el pelo de la cara mientras seguía devorándolo. Sonrió en mi boca, jugó con mi lengua y me miró con ojos azules de cazador.
-Hoy tienes el horario adelantado.
Sonreí, le desabroché el primer botón de la camisa y besé la piel que allí apareció.
-Llevo toda la semana con ganas-confesé, repitiendo la operación.
Noté como se iba excitando poco a poco, muy lentamente, como temiendo lanzarse demasiado y que yo cambiara de opinión, cosa que no iba a pasar.
-Porque te fastidié la rutina el martes, ¿eh?
Cuando alcé la cabeza y uní nuestras miradas  con una sonrisa coqueta en los labios, los dos nos sumergimos en nuestros recuerdos del martes pasado.
Las chicas se estaban preparando  para marcharse al instituto, yo había cerrado la mochila muy lentamente, después de comprobar por tercera o cuarta vez que había metido las gafas. Louis me tendió la agenda, que había  dejado afuera a posta, yo la acepté de mala gana y la introduje lentamente en el bolsillo que le correspondía. Se acercó por detrás de mí, me abrazó la cintura, me apartó el pelo del hombro y me lo besó mientras yo le suplicaba que no parara.
Sabía de sobra que eso me volvía loca, que yo no podía contenerme cuando hacía eso; y por eso lo hacía.
Cerré los ojos y disfruté de su aliento lamiéndome el cuello, poniéndome los pelos de punta, sus palabras flotaron hasta mis oídos.
-¿Qué tienes a primera?
-Tutoría.
-Ah.
El típico ah, qué interesante de Louis Tomlinson. Me mordí el labio inferior, a aquel juego se provocarse mutuamente, a apostar por quién suplicaba que yo me quedara, podían jugar dos.
-¿Qué vais a hacer?
-Nada. Tocar los huevos una hora de mi vida.
Me giré en redondo y me lo quedé mirando. Tenía en los ojos un ligerísimo deje de victoria; en cuanto lo vi supe que había cometido un error girándome y contemplándolo.
Me alzó en volandas y me colocó sobre la mesa del recibidor, donde segundos antes estaba mi mochila, que cayó al suelo desparramando el contenido de su interior. Con una mano aún en mi pierna y la otra acariciándome, apenas rozándome, la mejilla, se inclinó hacia mí y me besó.
-¿No te puedes quedar?-preguntó, con voz de niño bueno. Cerré los ojos y esperé a que su boca volviera a la mía.
No se hizo de rogar.
Asentí lentamente, abrí los ojos de la misma manera y me quedé contemplando la habitación.
-Voy a quedarme.
Sonrió; las chicas no necesitaron que les dijera nada cuando se fueron.
Terminé llegando a la hora del recreo, con el pelo un poco revuelto, los ojos brillantes y las mejillas sonrojadas; además de una sonrisa tonta en el rostro, mientras recordaba lo que había hecho con mi novio esa mañana.
Era la primera vez que lo hacíamos en mi ciudad.
-Me fastidiaste la rutina el martes-asentí, me eché a reír y él recorrió mi cuello con un dedo. Bajó hasta el escote de mi blusa y se quedó allí.
-Soy una mala persona. Has faltado a clase por mi culpa.
-Creo que he aprendido más en esas tres horas contigo que en cuatro años de ESO-repliqué, inclinándome hacia él y reclamando sus labios.
No nos desnudamos del todo, como si supiéramos las enormes posibilidades que había de que nos interrumpieran. Pero su camisa se quedó arrugada en un rincón del sofá, sobre el reposabrazos, bajo mis bragas. Me besó lentamente cuando me recosté lateralmente y él se echó encima de mí, entre mis piernas. Le acaricié el pecho, los brazos, aquellos brazos que tanto me gustaban, y gemí cuando me penetró. Se movió despacio dentro de mí, en realidad, siempre lo hacía así, y yo no me quejaba. Siempre terminaba adaptándose al momento; si necesitábamos hacerlo despacio, él se movía despacio; si lo único que necesitábamos era sentirnos más fuerte el uno al otro, aceleraba...
Ted apareció corriendo con una pelota en la boca, Louis se lo quedó mirando, todavía unido a mí por debajo de mi falda.
-Venga, tío, ahora no. ¿Luego jugamos?-probó. Ted se sentó a nuestro lado, dejó caer la pelota y soltó un ladrido.
Me eché a reír y terminé suspirando su nombre cuando lo hice; aquellos movimientos no eran aptos para mentes aún no pervertidas. Louis se me quedó mirando, estudió cómo cerraba los ojos, cómo entreabría la boca y dejaba escapar mi suspiro, cómo me giraba para mirar al perro y le suplicaba que se fuera, por favor, solo aquella vez. Pobre criatura.
-Si nos dejas, te doy una salchicha.
El perro no se movió.
-Dos.
Nada.
-Tres.
Ted recogió la pelota y se marchó al trote. Negué con la cabeza, incrédula, mientras Louis le gritaba:
-¡Cómo te pareces a mi hermana!
Se inclinó hacia mí, besó mis labios, mi cuello y mis pechos (la parte que el sujetador dejaba al aire) y volvió a su tarea.
Siguió empujándome, arrastrándome sin remedio a las tierras de las que él era el dueño, de las que él poseía la única llave que había. Yo me dejé llevar, lo llevé conmigo, acompañé sus movimientos con mis caderas, haciendo que él gruñera cuando, acertadamente, conseguía alzarnos lo justo y necesario para que entrara más profundo, me sintiera más.
Me embistió en el sofá, yo llené la estancia con pequeños gemidos, acallados ¡Ah! de satisfacción, mientras continuaba poseyéndome. Sabía que le gustaba, le gustaba que no me callara, le encantaba que yo no fuera  capaz de hacerlo en silencio, y yo por eso ni siquiera lo intentaba. Quería que supiera hasta qué punto me hacía disfrutar.
Grité su nombre, él gimió el mío, jadeamos, nos mordimos, nos besamos y acariciamos... pero no llegamos a hartarnos.
No nos dimos la suficiente prisa.
Nos quedamos quietos, con las cabezas alzadas (sentía su respiración en mi frente y yo le devolvía la mía, más excitada aún, a su mandíbula) y escuchamos.
Un coche aparcó a la puerta de casa.
Nos miramos un segundo. En un acto reflejo, algo que yo no debería haber hecho pero que sin embargo se escapó de mi control, le sujeté por el culo y le susurré:
-No te retires, por favor.
Se lo pensó, por un maldito segundo se le pasó por la cabeza seguir hasta el final.
-Son las gemelas.
Con esa última palabra, gemelas, mi conciencia se abrió paso en mí. Yo misma lo empujé fuera, recogí las bragas, me las pasé por las piernas y le ayudé a abrocharse la camisa aprisa y corriendo.
No conseguí abrocharme los dos últimos botones de mi blusa (y ni siquiera me había tocado el pelo) cuando la puerta se abrió y por ella entraron las gemelas, diciendo que su profesora de noséqué era muy simpática. Lottie sonrió, les dijo que se alegraba por ellas, y se asomó al salón.
Contuvo una risita ahogada cuando nos la quedamos mirando, con la mirada más casta que conseguimos.
-¿Interrumpimos algo?
Louis se la quedó mirando.
-¿Sabes, Lou? Siempre he tenido curiosidad por saber qué cara tendrías después de hacerlo-se encogió de hombros y se me quedó mirando-, supongo que gracias a ti lo he descubierto, ¿no, hermana?
Le sonreí. La primera vez que Lottie me había llamado hermana me había girado en redondo y le había preguntado si la había oído bien
-Estás saliendo con mi hermano, así que eres mi hermana ahora. ¿A que es guay?
-Es más guay ser hermana mía que tuya, Lottie-replicó Fizzy, asintiendo en mi dirección.
Además de un novio, había ganado cuatro hermanas.
-Podrías haber tardado un poco en llegar, hermana-repliqué yo. Ella hizo pucheros.
-Si me hubierais avisado, habríamos ido a dar un paseo.
Louis negó con la cabeza.
-No importa.
Los dos hermanos se estudiaron, comparando quién tenía los ojos más azules... o eso me pareció a mí.
-¿No me vas a dar un beso?-se cachondeó Louis. Lottie sonrió, se acercó dando brincos a su hermano y le plantó un sonoro beso en la mejilla.
-¡Ay, mi pobre Lou, que le han jodido un polvo!
-Eres tonta-replicó él, riéndose y devolviéndole el beso.
Lottie me dio dos besos en la mejilla y yo se los devolví.
-Me voy, que he quedado. Perdonad, ¿eh?
-Da igual, Lottie-replicó él. Yo asentí.
-Vete en paz, oh, Charlotte Tomlinson Smith.
-¿Smith?-se cachondeó ella.
Me giré hacia Louis.
-Es que siempre había querido decir eso.
Louis sonrió, me revolvió el pelo, que en nuestro mensaje significaba eres imposible y negó con la cabeza.
Las gemelas llegaron trotando de sus habitaciones, todavía con el uniforme escolar puesto (oh, por favor, ¿puede haber algo más mono en este mundo?), y se abalanzaron sobre nosotros
-¡LOUIS! ¡ERI!
Louis les dio un par de besos y dejó que se subieran a sus rodillas.
-¿Cómo estás, pequeñas?
-Bien-contestó Daisy. Su hermano le estampó un sonoro beso en la mejilla, ella se rió-. ¡Pinchas!
Sí, era verdad que pinchaba. Le estaba saliendo la barba, de hecho, se le notaba ya la ligera sombra oscura...
Pero,  joder, era tan sexy cuando le empezaba a salir la barba. Me encantaba tanto que me besara con esos pelillos... Dios...
Phoebe le pasó la mano por la cara, negó con la cabeza y murmuró:
-¡Tendremos que afeitarte, Louis!
-¡VAMOS A POR CERA!-bramó su gemela, las dos chillaron de entusiasmo y trataron de deshacerse de los fuertes brazos de su hermano. Sus bíceps se hincharon por el esfuerzo de retenerlas, y juro por dios que noté un torrente de lava explotar en mi sexo.
Hace unos minutos lo tenía dentro, y esos brazos me estaban sosteniendo a mí.
Sentí celos de las pequeñas.
-Me depiláis con láser, que es mejor-se burló él. Ellas se rieron, él sonrió ante ese sonido; me había dicho que una de las cosas que más le gustaban de volver a casa era el sonido de las risas de sus hermanas. La de Lottie te alegraba el día, la de Fizzy, una semana... y la de las gemelas le hacía sonreír por más de un año.
Se giraron un momento a mirar la película, curiosas.
-¿Cuál es?
-Piratas del Caribe 4.
-Ahí sale una española-explicó Louis. Daisy y Phoebe se miraron-. Eri es española.
Las gemelas me estudiaron con ojos como platos, incrédulas.
-¿La conoces?-señalaron a la pantalla justo cuando aparecía mi paisana. Asentí, hice un gesto con la mano.
-Oh, sí. Iba todas las mañanas con ella al parque.
-Oh...-exclamaron las pequeñas.
-Os está vacilando-les explicó Louis.
-Oh...-replicaron ellas, tristes. Cogí a Phoebe de los brazos de mi novio y la senté sobre mis rodillas.
-¿Me perdonarás, cosa guapa?
-A ti te perdono hasta que rapes a Ted-replicó Phoebe.
-¡Oh, qué bonito, Phoebe! Dame un beso.
La pequeña no se hizo de rogar. Daisy se deslizó por las rodillas de su hermano y se acercó a mí.
-Yo también te perdonaría eso, Eri.
-Entonces dame un beso tú también, Daisy.
Daisy sonrió, me besó la mejilla y se rió  cuando estiré el brazo para cogerla a ella también.
Claro que en mí no causaban los mismos efectos, ya que yo no era tan fuerte como Louis, además de que era más pequeña.
Louis se nos quedó mirando un rato, sonriendo.
-Vaya trío-comentó.
Le pedí a una de las gemelas que me sacara el móvil del bolso. Phoebe me lo tendió, le dije que se lo pasara a su hermano, y le pedí a este:
-Haznos una foto.
Las gemelas gritaron, entusiasmadas, y sonrieron a la cámara.
-Ahora, posad como modelos-las animé. Daisy levantó los brazos y Phoebe se giró para medio darle la espalda a Louis. Yo guiñé un ojo.
Terminamos poniendo morritos en una foto y haciendo el tonto en otra.
-Qué guapas, joder. Para el Facebook.
-¡AL TARRO DE LAS PALABRAS SUCIAS!-replicó Phoebe, lanzando un dedo acusador en su dirección.
Louis puso los ojos en blanco.
-Vuestra belleza me hace hablar mal, pequeñas.
Daisy se echó a reír y se arrastró hacia su hermano; Phoebe no tardó en seguirla.
Me las quedé mirando.
-Traidoras...
Le dieron sendos besos en las mejillas a Louis, yo fingí agarrarme un puñal clavado en el corazón.
-¡No me hagáis esto!
Los tres se rieron, y terminé uniéndome a ellos. Louis las colocó una a cada lado, alegando que ya eran grandes para él.
Las crías consiguieron quedarse quietas 16 segundos seguidos, todo un récord, si tenemos en cuenta su edad y quién era su hermano mayor.
Phoebe se quedó mirando a su hermano.
-Louis...
-¿Qué, peque?
-¿Nos pelas una manzana?-puso ojos como platos, como el gato con botas de Shrek, y yo luché por no echarme a reír.
Louis se encogió de hombros, se levantó, se encaminó a la cocina y desapareció por la puerta. Las gemelas volvieron a pegarse a mí mientras disfrutábamos de la película (o de lo que quedaba de ella).
Y, después de estar trajinando por la  cocina casi diez minutos, apareció con un bote de Nutella, la crema derretida tras pasar un rato por el microondas, y tres cucharas.
Las gemelas observaron aquel pequeño manjar de los dioses como si lo vieran por primera vez en su vida.
-Pero mamá dice que comamos una manzana para merendar.
-¿Tengo pinta de ser mamá?-replicó Louis, negando con la cabeza y sonriendo. Las pequeñas asintieron.
Se sentó entre ellas y yo, les dio una cucharilla a cada una y luego me miró.
-¿Te importa compartir?
Le respondí sonriéndole, inclinándome hacia él y besándolo rápidamente (las gemelas lanzaron una exclamación ahogada):
-Claro que no, amor.

Un rato después de que la hora a la que Louis dijo que volvería (lo juró y perjuró en presencia de su madre, más tarde Jay y yo nos dimos cuenta de que Louis podía tirarse la vida jurando, lo importante para él eran las palabras), Jay volvió a descolgar el teléfono y probó a llamarlo. Sonaban los toques de rigor antes de que le saltara el contestador: ¡Hola, soy Louis! ¡Si me conoces en persona, claro! ¡Si no, entonces soy un gran fan imitando mi voz! ¡Deja tu mensaje!
Las gemelas observaban eclipsadas la tele, así como Fizzy, que la escrutaba con menor interés, y cada vez más decreciente. Lottie tenía su mirada fija en la pantalla de su Blackberry, yo pugnaba por leer, sin éxito, y dejaba que mis dedos se deslizaran, golosos, hasta el teléfono de mi cuñada. Lottie se mordió la uña del dedo índice un segundo, tiró de las mangas de su jersey canela y se echó el pelo hacia atrás, frunció el ceño, poniendo cara de ¿qué me estás  contando? cuando leyó uno de sus mensajes y tecleó con una furia y velocidad iguales.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que Louis había subido a su habitación, había revuelto en el armario hasta hacerse con el chándal que utilizaba en el instituto, lo había apretujado en su bolsa de deporte y había bajado a todo correr las escaleras bramando que el universo era un cabrón y que yo lo era más por no decirle que llegaba tarde?
¿Cuánto hacía que no disfrutaba de sus tonterías continuas y adorables, que no me reía a carcajadas hasta que me dolía el vientre? Estar con él dolía.
Estar sin él retorcía las entrañas y dejaba caer ácido sulfúrico en ellas.
Jay volvió a  probar a marcar el teléfono de su primogénito, obteniendo la misma respuesta. Su marido observó un momento el aparato y negó con la cabeza. Alzó la vista y me miró.
-¿No lo coge?
Volvió a negar con la cabeza, yo debí de hacer algo que lo descolocó, ya que me guiñó un ojo y me dijo que no me preocupara; seguramente todavía estaba dando vueltas al campo gracias a su facilidad para protestar, especialmente a los profesores o gente que representara la autoridad a su alrededor, y por eso no lo oiría.
Pero ninguna de las mujeres nos lo tragábamos.
Había estirado la mano y cogido la revista Teen Vogue después de lanzarle una mirada suplicante a Lottie, y estaba gruñendo por lo bajo porque había un pequeño reportaje sobre lo bien que vestía Lily Collins y y lo mucho que se parecía a Audrey Hepburn (era tan gracioso que mataría al que escribiera el artículo, jaja, me parto, sois muy cachondos, jaja), cuando Lottie arrugó la nariz, alzó la mirada y dejó sus pestañas horizontales en el aire, con gesto concentrado.
Escuchando.
-¿Y si prueba a llamarlo ella?-sugirió Mark. Sentí su mirada abrasadora sobre mí. Los ojos azules de Lottie rodaron hasta clavar sus negras pupilas en mí, expectantes.
-¿Lo cogerá si piensa que es ella?
Mark abrió los brazos, recordándome más y más a su hijo.
-Jay, por favor, el crío no es gilipollas. Nunca en su vida fue un gilipollas, no entiendo por qué debería empezar a serlo ahora que va a cumplir los 21.
Jay asintió.
-Debería funcionar.
-Venga, Jay, en el instituto seguro que al único que le cogías el teléfono cuando estabas fuera de casa en horario un tanto indecente era a tu novio, ¿no es así?
Jay sonrió, sumida en sus recuerdos, pensando en aquellos tiempos en los que aún no tenía una familia, no tenía que preocuparse de a qué hora acostar a sus gemelas, de que su hija la mediana estudiara, de a qué hora llegaría la mayor de la capital donde estaba estudiando para tenerle preparada la comida, pero sobre todo, y la pregunta con mayúsculas, la más importante, era cuándo tendría tiempo su hijo para pasar un fin de semana en casa, con ellos, ese hijo tan deseado, a quien tanto le había enseñado y tantísimas cosas le había dado, el mismo hijo que le daba un abrazo en cuanto podía, o le decía que la quería todas y cada una de las veces que ella lo llamara por teléfono, estuviera con quien estuviera, haciendo lo que hiciera. Casi pude ver cómo nadaba por las calles de su ciudad, supuse que fumando y haciendo esas cosas de los maravillosos años 70 (Jay me mataría por tomarme tantas libertades  respecto a su edad), con el pelo afro...
-Lo de Louis y Eri es más fuerte que lo mío con mis novios, Mark-replicó ella, pasándose una mano por el pelo, echándoselo hacia atrás exactamente igual que lo hizo su hija mayor un par de segundos antes.
Mark alzó una ceja y se la quedó mirando.
-¿De verdad lo crees?
Jay asintió, convencida, miró en mi dirección, me sonrió, creyendo que no la oía, y le devolví la sonrisa.
-La adora, Mark. Ya ves cómo la mira-miró a su esposo con ojos brillantes, no sabía si de envidia si de emoción porque su hijo mirara a alguien, aunque ese alguien fuera una española a la que apenas conocía y casi 5 años (4 años, 9 meses menos 26 días) más joven que su hijo. Aquello no parecía importarle, porque le hacía feliz, feliz con mayúsculas. Me estremecí, pero ella siguió con su monólogo-. Fíjate, y te darás cuenta de que haría lo que fuera por ella. Se pegaría un tiro con tal de complacerla.
No se lo pediría ni aunque me fuera la vida en ello, Jay.
-Lo sé.
-Y eso es un punto a su favor, ya sabes. Es buena cría. Es raro lo que tienen, ¿no?
-¿Por qué lo dices?
-Porque cuando no son iguales, son polos opuestos, no conocen el término medio. Si ella fuera Louis, ya estaría armándola, intentando cambiar de canal o recordándonos que existe, y ella está ahí... tan tranquila.
-Tal vez por eso le guste.
-Es buena chica.
-Sí, creo que sí. Jay-se inclinó un poco hacia ella y le tomó una mano-, ¿recuerdas lo que te dije cuando me presentaste a Lou? Aun cuando era un bebé ya sabía lo que venía, ¿te acuerdas?-Jay asintió, pensando en su primer bebé, aquel precioso bebé que 20 años más tarde sería una de las personas más conocidas del mundo-. Te dije que la chica que consiguiera su corazón sería la más afortunada del mundo.
Jay le sonrió.
-Ya tenemos a la afortunada, entonces.
Mark asintió, Lottie me miró y sonrió en mi dirección. Le devolví la sonrisa, sintiendo los ojos anegados en lágrimas. Me los sequé con la manga de la sudadera que me había prestado Fizzy y suspiré, contenta de que tuvieran tan buena opinión de mí en mi familia política.
Ya podían tener la misma opinión de mí en la mía, pensé, un poco disgustada por haberlo hecho, y mucho por considerar que llevaba razón.
Jay se inclinó hacia mí y se apoyó en mis hombros.
-¿Eri?
Alcé la cabeza y la miré.
Eres una puta actriz, te van a dar un maldito Oscar, así que ¡actúa, zorra de mierda! ¡Actúa, no por ti, sino por tu novio!
-Dime, Jay.
-¿Me dejas tu móvil? Creo que el teléfono está mal...
Sonreí.
-Claro. Pero dudo que me lo coja a mí.
Me devolvió la sonrisa, agradecida, cuando desbloqueé mi teléfono (sin hacer nada por ocultarle el código, como diciendo que podía cotillearme el móvil cuando le diera la gana) y se puso a teclear en el marcador.
-¿Pongo el manos libres?
-¡Ponlo!-pidió Lottie, subiendo las piernas al sofá, doblándolas y sentándose sobre ellas.
Jay pulsó la tecla de altavoz.
Dos pitidos.
Tres pitidos.
A la mitad del cuarto, Louis cogió el teléfono.
-¿Qué?
-¡¿Dónde coño estás?!-ladró su madre. Louis dejó escapar una  exclamación por no haber visto lo que se le venía encima, tapó un poco el micrófono de su iPhone y se alejó del grupo de gente con el que estaba.
Debería haberme imaginado que estaba por ahí, en algún bar.
-Se ha alargado el entrenamiento.
-¡No me digas!
-Mamá, venga... sabes que voy a dormir en casa. Tengo razones para dormir en casa-noté la sonrisa en su tono de voz. Las razones se reducían a una única cosa.
Yo le estaría esperando en la cama.
Jay gruñó.
-Ven ya.
-Mamá.
-Ya.
-Pero...
-¡YA!-bramó, y las cuatro hermanas se quedaron mirando a su progenitora. Louis suspiró.
-¿Una hora?
-¡LOUIS WILLIAM TOMLINSON!
-¡Media hora!
Jay pareció pensárselo un rato. Terminó asintiendo.
-¡Ni un segundo más!
Louis le gritó que la quería, que era la mejor madre del mundo, que era la más guapa, la que menos vieja parecía, y un largo etcétera de piropos más. Jay suspiró.
-Vas a aparecer a la hora que te dé la gana, ¿eh?
Louis se echó a reír.
-Cómo me conoces, mamá.
-Te he parido, ¿recuerdas?
-No, pero con que lo recuerdes tú me vale. A las diez. No más.
-Está bien, Louis.
-Gracias, mamá.
-Mira a ver lo que haces, ¿eh? Ten cuidado.
-Eso siempre, mamá.
-Y no bebas mucho.
-Que no, mamá. Adiós.
-Adiós, Lou.
Silencio.
-¿No os vais a despedir?
-¿Quiénes?
-Las  crías. Se nota un huevo que tenéis puesto el manos libres.
Nos miramos entre nosotras, Mark se rió desde la cocina.
-¡El crío es un cabrón! ¡Un cabrón!-consiguió decir, desternillándose de risa y golpeando la mesa con la mano abierta.
Nos despedimos de Louis, él se despidió de nosotras diciendo que nos quería muchísimo a todas (de allí a la Luna y de vuelta otra vez, les contestó a las gemelas) y colgamos. Jay me tendió el teléfono.
-Gracias, querida.
-De nada.
Al menos, estaba más tranquila.
No había escuchado la voz de ninguna chica por ahí, lo cual era bueno. ¿No? ¿¡No!?
Más tarde, Daisy se deslizó del sofá y se fue a la cocina. Le preguntó a su madre que cuándo iban a cenar, pues tenía hambre.
-¿Cuándo viene Louis?
-¿No aguantas media hora?-replicó su madre, afanándose en su lasaña casera. Daisy se frotó el estómago y negó con la cabeza. Phoebe salió disparada a apoyar a su hermana.
-Yo también tengo hambre, mamá.
Las pequeñas terminaron saliéndose con la suya, devorando su lasaña a una velocidad abismal. Yo fui la única que no comí nada, pues dije que quería esperar a Louis, que estaba acostumbrada a comer con él y que siempre lo hacíamos así. Nadie en la casa protestó. Cuando le pregunté a Jay si había alguna fruta, me contestó que manzanas, y le supliqué que me dijera dónde estaban, no que me las diera.
A las diez menos cuarto, Daisy y Phoebe se caían de sueño. Lottie, viendo que no iban a aguantar hasta que llegara su hermano y que se dormirían en el sofá, dio una palmada, cogió a una en brazos, yo cogí a la otra y las subimos a la cama. Las depositamos con cautela sobre el colchón, Fizzy se encargó de taparlas.
Les dimos un beso en la frente a cada una. Phoebe le cogió la mano a Lottie.
-Dile a Louis que venga a darnos un beso cuando llegue.
Lottie asintió.
-Claro, mi amor.
-Y que estamos enfadadas porque no nos ha contado un cuento esta noche-añadió Daisy, luchando por no cerrar los ojos para mirar a su hermana, transmitirle la seriedad de aquel asunto de estado que peligraba con hacer estallar la Tercera Guerra Mundial.
La mayor de todas alzó el pulgar en señor de comprendido, se llevó los dedos índice y corazón a la frente e hizo el saludo militar.
Daisy y Phoebe se echaron a reír, se acurrucaron en la cama y nos miraron como buenamente pudieron mientras nosotras salíamos de la habitación, yo apagaba la luz y les cerraba la puerta.
Las dos crías chillaron en cuanto hice eso.
-¿Qué? ¿Qué? ¿Qué pasa?
-¡No habéis puesto al señor Lucero!
Fizzy exclamó que era cierto, rebuscó la pequeña bombilla de noche con forma de caracol feliz, y la enchufó en la mesilla de las pequeñas. Ellas asintieron, satisfechas.
Nos metimos en la habitación de Lottie y estuvimos hablando un buen rato, comentando las revistas que Fizzy atesoraba con recelo en la suya, y riéndonos de cosas intrascendentes. Cuando el reloj dio las diez, todas aguzamos el oído, esperando oír algún coche que indicara que el mayor de los Tomlinson había llegado a casa.
No ocurrió nada.
-Louis es imposible-sonrió Fizzy, sacudiendo la cabeza. Lottie asintió.
-Llega tarde siempre. Todo el mundo tiene que esperar por él-coincidió.
-A mí no me ha hecho esperar nunca-repliqué. Las dos abrieron los ojos, de forma que su rostro se convirtió en un par de círculos azules, blancos y negros.
-¿No?
-No.
-Entonces te ama. Te va a pedir matrimonio-sentenció una, riéndose.
La otra también asintió, solo que seria esta vez. Me encogí de hombros y les sonreí.
-¿Vosotras creéis?
-Wuo, chica-Fizzy alzó una mano, con la palma en mi dirección, y negó con la cabeza-. Si Louis aparece antes que tú en un sitio, tienes un estatus muy alto en su corazón.
-Louis es de llegar tarde.
-Llegaría tarde a su propia boda si no fuera porque la chica con la que se casa sería importante para él-reiteró la pequeña de las tres. Me eché a reír.
-¿En serio?
Asintieron.
-Lo juro.
Nos quedamos mirando un rato una de las portadas de los chicos, donde Louis ponía cara de niño bueno, el típico que en su vida había roto un plato (en realidad, en muchas fotos Louis salía así), entre Zayn y Harry. Llevé los dedos a la revista y acaricié la imagen de mis cinco mejores amigos con los dedos.
-Aunque Louis es el mejor hermano que puedas tener-comentó Lottie, observando mi gesto. Fizzy asintió, muy seria; su hermana se echó un mechón de pelo para atrás y continuó-. Recuerdo cuando rompí con mi primer novio. Fui llorando a su habitación, me abrazó, me dijo que iba a estar bien y me dejó dormir en su cama. Me acurrucó y me acarició la cabeza hasta que me dormí-frunció el ceño, pero la sonrisa seguía en sus labios-, seguramente incluso después.
-Te consoló hasta que me dormiste, ¿no?-repliqué, sintiendo lo que ellas.
Lottie asintió.
-Y más allá-añadió su hermana.
-Eso también lo hizo conmigo-les confesé, y ambas me miraron, con los ojos como platos.
-¿De verdad?
Les conté que me había despertado en medio de la tarde, con pesadillas, y que él me había cantado una nana hasta que me dormí. Las dos se me quedaron mirando.
-¿En la misma cama?
Lottie se giró a su hermana y puso los ojos en blanco.
-Venga, Fiz, no puedes creer de verdad que no se han acostado.
Fizzy observó a Lottie como si la viera por primera vez.
-Ya, pero... no sé... ¿dormís siempre en la misma cama?
Me encogí de hombros.
-Si no, no puedo dormir.
-¿Desde cuándo?
-La primera vez que dormí con él fue aquí, en vuestra casa.
-¡¿Te follaste a mi hermano aquí por primera vez?!-bramó Lottie, escandalizada y divertida a partes iguales.
-¡No! Nos acostamos en Londres. El día de mi cumpleaños.
-Oh, qué romántico.
-¿A que puso velas?
Asentí, Lottie le dio un codazo a su hermana.
-Te dije que le pondría velas. Me debes diez libras.
Fizzy sacudió la cabeza, su pelo castaño, el único cabello castaño que había en esa generación aparte del de su hermano, voló a su alrededor.
-Louis es previsible.
Se inclinó hacia delante hasta quedar tumbada boca abajo, mirándome.
-¿Cómo fue?
-Fue bonito.
-Danos detalles, hermana. Las Tomlinson nos lo contamos todo.
-Yo no soy una Tomlinson, Lottie-repliqué, carcajeándome. Ambas dos alzaron una ceja.
-Podemos arreglarlo.
-Tenemos mucha influencia.
-Sí, nena, una influencia grandiosa.
-Podríamos hacerte una Tomlinson antes de que acabara el año.
-Oh, demonios, antes de que acabara el mes, ¿eh, Felicité?
-Estoy de acuerdo, Charlotte.
No pude parar de reír en varios minutos, acompañada de las locas de mis cuñadas. Al fin y al cabo, ¿qué podía esperarse de ellas? Llevaban en las venas la misma sangre que Louis. Louis llevaba un trocito de ellas dentro y ellas un trocito de Louis.
-Ahora en serio. Lottie, ¿no te tirarías a Louis? Solo por curiosidad.
-¡No! Ni de coña. Es mi hermano, tía. ¿Tú te lo tirarías?
-Es que es tan mono a veces...
-¡¿LE DARÍAS TU VIRGINIDAD A TU PROPIO HERMANO?!
-NO FLIPES, COLEGA-Fizzy se encogió de hombros.
-¿Qué virginidad?-espeté yo, ella se sonrojó, y Lottie se cayó de la cama, muerta de risa.
-¡Vulgar fulana de campo!
-¡Cierra la boca! Todavía no lo he hecho. No soy tan ligera de cascos como vosotras, ¿sabéis?
-Perdón por que me gusten los hombres y por amar al sexo, querida. ¡Perdona! Pero algún día tú serás como yo, pequeña. Algún día-los ojos de la mayor de las tres volaron hacia el cielo, sumidos en sus ensoñaciones.
-Pero no tengas prisa-le aconsejé yo, tocándole la pierna. Ella asintió.
-Eso. Espera al indicado, ¿eh?
-¿Cómo se sabe?
Nos encogimos de hombros.
-¿Cómo sabes si has elegido bien?
-Si no te hace daño-respondí sin vacilar.
Ambas me observaron, los ojos como platos, la boca ligeramente entreabierta.
-¿Louis te hizo daño?
Negué con la cabeza.
-Swagmasta from Doncasta-sonrió Fizzy, mirando a la rubia.
-Is already in the town-canturreó su hermana.
Nos echamos a reír.

Ted dormía a los pies del sofá, dejando que Lottie le pasara un perezoso pie por la pelambrera, distraída. Fizzy observaba la pantalla de la tele con creciente interés, ya que Andrew Garfield estaba muy bueno. Oh, señor.
Lottie y yo escuchábamos la conversación de Jay y Mark, que iba aumentando el volumen a medida que las agujas del reloj se desplazaban, recordando que Louis estaba llegando tarde.
Muy tarde.
-¿Sabes por qué lo hace? Porque sabe que no le vamos a hacer nada. Sabe de sobra que no le vamos a castigar ni nada por el estilo.
-Dios, va a venir de borracho... me va a dejar el baño-se lamentó Jay. Lottie mostró los dientes en una divertida sonrisa, se mordió el labio inferior con ellos y negó con la cabeza.
-Mándale que lo limpie.
-No.
-¿Por qué? Lottie tiene que limpiar muchas veces.
-No es lo mismo.
-Yo creo que sí.
-No quiero ponerlo a limpiar, ¿vale? Para 4 días que está en casa, no quiero que se ponga a limpiar. ¿Y si nos coge asco?
-¿Cómo nos va a coger asco, mujer? Es su casa. Somos su familia. No puede cogernos asco, ni aunque quisiera. Y menos él. Ya sabes cómo es.
-La casa está tan silenciosa cuando no está él...
-No lo digas muy alto, que como te oigan las niñas se pondrán a chillar para rellenar ese vacío infernal-ironizó Mark. Se quejó cuando su mujer le dio un codazo.
-No tiene grac...
Ted se levantó de un salto y se abalanzó hacia la puerta de la calle. Fizzy bajó el volumen. Las tres nos giramos al unísono, esperando a que entrara su hermano.
-Ahí lo tienes-murmuró Fizzy.
-Te toca a ti-le indicó Jay a su marido. Ambos se levantaron y se encaminaron al vestíbulo.
Un minuto y medio después de que el animal corriera a la puerta, esta se abrió lentamente. Louis entró de puntillas, intentando hacer el menor ruido posible, con el iPhone en la boca y las llaves en la mano. Dio un par de pasos, se quedó mirando a sus padres un segundo, dio media vuelta y se encaminó a la puerta.
Las carcajadas de las tres espectadoras del salón llenaron la casa.
-¡No me lo puedo creer!-replicó Lottie, negando con la cabeza.
-Louis. William. Tomlinson.-lo llamó su madre, intentando contener los gritos que le subían por la garganta. Louis suspiró, alzó la cabeza lentamente.
Porque estaba borracho, oh, menuda borrachera traía, sí señor. Una borrachera digna de un tío de 20 años. Ahí lo tienes.
-Mira cómo vienes.
-Pero si vengo bien.
Oh, vale, no estaba borracho. No arrastraba las palabras como lo hacían los borrachos.
-Te estás balanceando-espetó su padre. Louis negó con la  cabeza, se apoyó contra la puerta y movió el índice.
-¡No!
-Estás borracho, Louis.
-¡Que no! Estoy contento, eso es todo.
-Tú estás contento siempre-gruñó su madre. Louis negó otra vez.
-¿Me estás llamando borracho?
-¿Qué horas son estas?
Louis se miró el reloj de la muñeca inexistente.
-La de ayer a estas horas.
-¡NO SE TE OCURRA RESPONDERLE A TU MADRE!-bramó Mark. Louis asintió.
-Vale. Antes de que os volváis locos, escuchad. Me he encontrado con un montón de gente a la que hacía años que no veía, y claro, quisieron ir a tomar algo, para celebrar mis éxitos en la vida, y... ¿cómo iba a decirles que no? Sería de muy mala educación. Y no soy un maleducado.
-Louis...
-Yo intenté irme varias veces, pero ellos no me dejaron, me dijeron ¡tómate otra, Louis, venga!
-Louis-canturreó su madre, sonriéndole, una sonrisa lobuna en un rostro de madre loba muy cabreada.
-Y si me negaba me agarraban y me sentaban y no me dejaban marcharme, entonces claro, 20 contra uno, si sabéis de matemáticas, es...
-¡LOUIS!
Él dio un brinco y miró a Jay.
-¿Qué?
-¿Te estás oyendo?
-La sordera es mínima en el oído izquierdo, mamá. El derecho lo tengo bien.
-¡LOUIS!-gritó su padre. Él alzó los brazos.
-Vale. Me voy a la cama. Mañana lo hablamos.
-¿No cenas?
-No tengo hambre.
-Oh, sí que vas a cenar.
Me levanté y asomé la cabeza para mirarlo. Me observó con ojos un tanto brillantes, pero nada comparado con la luz que estos desprendían las veces que se emborrachaba de verdad, que habían sido un par en mi presencia.
-No he cenado.
-Pero no tengo hambre.
-Pero tienes que cenar.
Puso los ojos en blanco, me acompañó a la cocina, y se echó un trozo ínfimo de lasaña.
Después de lavarnos los dientes, justo después de volver él de la habitación de las gemelas, de cerrar la puerta y lanzarme su camiseta del pijama mientras él se ponía el pantalón, se echó a mi lado en la cama. Se metió debajo de las sábanas, y no hizo nada por buscarme. Me acurruqué contra él, le pasé un brazo por la cintura y le besé la mejilla. Se me quedó mirando, confuso.
-¿No estás enfadada?
-No-negué con la cabeza.
Dejé que se desahogara conmigo, y me harté a recibir mimos como agradecimiento de ese hecho.
Durante esos mimos, le susurré algo, algo que hizo que su sonrisa se ensanchara más.
-Si eres un hombre, terminarás ahora lo que empezaste por la tarde.
Negó con la cabeza y se echó a reír por lo bajo.
-He hecho un buen trabajo contigo. Hemos pasado de hacerlo en un piso a años luz de la gente a que quieras sexo en una habitación pegada a la de mis padres.
Sonreí.
-Eso no me pone. Es una pega. Pero ganas tú la batalla.
Nos besamos y nos retozamos entre las sábanas, decidiendo quién se colocaría encima y quién debajo a base de girar y girar.
Yo estaba encima cuando no pudimos soportarlo más.

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