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Hola, personita con ojos que tiene la capacidad de estar leyendo esto. Seguramente sepas que dije que la novela iba a ser mensual, que iba a subir cada día 11, al menos hasta que terminara con Light Wings. Pues... tengo algo que corregir con respecto a eso. He decidido obsequiarte con dos capítulos al mes, uno el día 11, el otro el día 26,porque sé que no puedes vivir sin mi novela porque, francamente, estoy escribiendo como una puta desgraciada. Y te mereces esperar menos por mis capítulos de mierda. Tengo que aprovechar que ahora has venido para que dentro de 15 días vuelvas. En un mes puedes abandonarme.
O los chicos podrían ser normales.
La cosa es difícil, sí. Lo segundo más que lo primero. Pero todo es posible.
Así que noS VEMOS EN 15 DÍAS OMG OMG FANGIRLEO MÁXIMO vale, ya te dejo.
Dediqué la mitad del camino a meditar sobre lo que me había dicho mi padre; la verdad era que no había elegido el mejor momento de mi vida para mandarlo todo a la mierda, arrojarlo por la borda y solamente preocuparme de mi diversión, pero, ¿qué podía decir? Tan sólo era joven, quería pasármelo bien, y quería que las cosas fueran como habían sido hasta entonces: indoloras, simples, estúpidas, sin nada que me empujara a pensar de una forma u otra, sin nada que me hiciera cambiar de opinión cada segundo, ni nada que me hiciera detestar lo que hacía y cómo lo hacía, los métodos que utilizaba, la manera de ver el mundo con un cristal de aumento que multiplicaba las desgracias y reducía al mínimo las alegrías, que pasaban a ser microscópicas.
Hola, personita con ojos que tiene la capacidad de estar leyendo esto. Seguramente sepas que dije que la novela iba a ser mensual, que iba a subir cada día 11, al menos hasta que terminara con Light Wings. Pues... tengo algo que corregir con respecto a eso. He decidido obsequiarte con dos capítulos al mes, uno el día 11, el otro el día 26,
O los chicos podrían ser normales.
La cosa es difícil, sí. Lo segundo más que lo primero. Pero todo es posible.
Así que noS VEMOS EN 15 DÍAS OMG OMG FANGIRLEO MÁXIMO vale, ya te dejo.
Dediqué la mitad del camino a meditar sobre lo que me había dicho mi padre; la verdad era que no había elegido el mejor momento de mi vida para mandarlo todo a la mierda, arrojarlo por la borda y solamente preocuparme de mi diversión, pero, ¿qué podía decir? Tan sólo era joven, quería pasármelo bien, y quería que las cosas fueran como habían sido hasta entonces: indoloras, simples, estúpidas, sin nada que me empujara a pensar de una forma u otra, sin nada que me hiciera cambiar de opinión cada segundo, ni nada que me hiciera detestar lo que hacía y cómo lo hacía, los métodos que utilizaba, la manera de ver el mundo con un cristal de aumento que multiplicaba las desgracias y reducía al mínimo las alegrías, que pasaban a ser microscópicas.
En
el fondo tenía la sensación de que estaba asustado por si había
perdido a la que se suponía que debía acompañarme toda la vida,
tal y como mamá hacía con papá.
Recordaba
que de pequeño, cuando jugaba con aquellas piezas de manera a hacer
construcciones, castillos y demás cosas, cada una de un color que la
hacía más fascinante que la anterior, a veces mis padres me
observaban con atención, como si estuvieran presenciando a un
mecánico de élite perfeccionar el mejor de los coches, o como si un
arquitecto se hubiera colocado frente a ellos a remodelar una
reproducción a escala del Big Ben. Mamá siempre sonreía, con los
dedos entrelazados, algunos cubiertos de anillos y otros desnudos, y
el pelo cayéndole en cascada por el pecho, enmarcándole el rostro.
Papá se giraba hacia ella, la miraba un segundo, la besaba despacio,
y mamá le devolvía el beso, mientras yo seguía a lo mío, ajeno a
todo lo que me rodeaba y, sin embargo, notando el cariño que fluía
de mis padres, que lo emanaban cual estrella.
Se
tumbaban en el sofá y se seguían besando y acariciando (aunque
habían tenido la decencia de no follar delante de mí, lo cual les
agradecía ahora que recordaba todo aquello), y papá contemplaba a
mamá como si ella fuera la causa de que la Tierra se moviera.
Yo
me giraba, los veía y sonreía sin saber muy bien de qué iba la
cosa; simplemente notaba lo especial del momento, y reaccionaba a
ello.
-Ojalá
encuentres a alguien que te quiera como yo quiero a tu madre,
Tommy-decía papá, y mamá gemía enternecida.
-Oh,
Louis, te quiero mucho.
-Y
yo a ti, amor.
Y
seguían besándome, instruyéndome en el amor.
Amor
que, como el sol en un día de lluvia, desaparecía sin dar
explicaciones a nadie, y sin avisar. Simplemente las gotas empezaban
a caer, tal y como lo hicieron, y te empapabas.
Como
me quedaba poco tiempo para llegar a casa, y el viaje se ralentizaría
demasiado si me detenía a buscar un lugar en el que cobijarme para
buscar el paraguas (que seguramente ni siquiera estaría en la
mochila), decidí seguir caminando bajo la lluvia, sin pausa, pero
sin prisa. Mamá siempre decía que el que corría cuando llovía lo
único que conseguía era mojarse el doble, y a mí no me apetecía
en absoluto empaparme aún más.
Empujé
con el hombro el portillo de casa y le di una patada para cerrarlo
mientras las gotas que se precipitaban de las nubes no cesaban en su
intento de llegarme hasta los huesos. Suspiré cuando llegué a la
parte de la acera que la casa ya conseguía poner a techo y, después
de tomar aliento y contemplar las nubes de vapor que mi respiración
formaba, lago en un día de verano caluroso como pocos, revolví
entre mis libros hasta que, por fin, encontré las llaves. Empujé la
puerta suavemente, rezando en parte porque mamá no estuviera en
casa; me servía cualquier pretexto para llegar allí antes que ella:
que se hubiera ido de compras, que aún no hubiera ido a por el pan,
o incluso que estuviera en casa de su amante... todo con tal de tener
más tiempo para inventarme una excusa creíble que aplacara la ira
de mi padre y, a la vez, pudiera ser lo bastante elaborada como para
convencer a mamá.
Papá
no te dejaba pasar ni una si se enteraba de que le habías mentido.
Mamá
no permitía que le mintieras, porque era más lista, más
inteligente y, sobre todo, mucho mejor mentirosa que tú. Se sabía
todos los trucos para hacer un embuste lo más creíble posible; tan
variados y diferentes entre sí, a la vez que idénticos dependiendo
de la situación, que sólo podías maravillarte cuando soltaba una
mentira que cualquiera hubiera confundido con la mayor verdad de
todas.
Recordé
la primera vez que me dijeron que la Tierra giraba alrededor del sol,
y, cuando llegué a casa maravillado con mi descubrimiento, pero
reacio a creerme la teoría del todo, mamá consiguió convencerme de
algo aún peor: la Tierra estaba quieta, y el sol era una especie de
farola que se deslizaba suavemente por el cielo diurno y que se
apagaba nada más llegar la luz.
Papá
había alzado una ceja y había musitado su nombre, preguntándole en
silencio qué se proponía, mientras la taza de café que sostenía
en sus manos emitía un humo constante y de sabor dulzón.
-Pues
claro, Louis, ¿acaso no lo sabías? Nadie quiere que lo sepamos, y
por eso elaboran teorías tan absurdas como esa. A ver, mi amor-dijo
mamá, inclinándose hacia mí, poniéndose de rodillas para tener
sus ojos a la altura de los míos, y pude ver la verdad, la Verdad
con mayúsculas que bien podría estar nutriendo al universo de su
energía constante, en aquellos ojos del color del chocolate, que a
mí me encantaría haber heredado y sin embargo habían sido para mi
hermana inmediatamente menor-, ¿tú encuentras sentido a que la
Tierra sea redonda?
Me
encogí de hombros, porque había visto globos terráqueos, en casa
incluso teníamos uno, y la verdad era que nunca me había parado a
pensar en esas cosas.
-Pues
claro que no lo es, Tommy. Si fuera redonda, debería moverse tal y
como ellos dicen, al fin y al cabo, ¿por qué habrían de mentir en
tan sólo una cosa? El caso es, mi vida-me arregló el cuello de la
camisa mientras mi padre fruncía el ceño, y en su boca se esbozaba
una sonrisa divertida, bien porque le encantaba aquella mujer, o bien
porque sabía qué se proponía su esposa y estaba dispuesto a
ayudarla en lo que fuera (no en vano habían jurado ante Dios que así
lo harían, aunque uno creyera a su manera y la otra proclamara a los
cuatro vientos los absurdo, lo gilipollas de todas y cada una
de las historias que en la Biblia se contaban y que algunos creían a
pies juntillas)-, que eres lo suficientemente mayor y lo bastante
listo como para caer en la cuenta de que, si la Tierra es realmente
redonda, ¿por qué no notamos nosotros que lo es?
Abrí
los ojos como platos, porque, maldita sea, todo tenía sentido. Mamá
asintió, sabedora de que estaba cayendo en sus redes. Miré a papá
en busca de confirmación, pero tenía una expresión tan concentrada
en mamá que a duras penas podías leerle el pensamiento.
-Y,
si es redonda, ¿por qué no se caen los que están en la parte de
abajo? Eso es... ¿Louis?
-¿Qué,
nena?
-¿Nuestras
antípodas?
-¿Y
yo que sé?-papá se paró a pensar un rato-. ¿Australia?
-Puede
ser. Las de España son Nueva Zelanda-murmuró mamá, frunciendo el
ceño. Era el típico dato irrelevante y con una duda que parecía
ser la mayor duda que nadie podría albergar hasta la fecha que te
hacía confiar en que te estaban diciendo la verdad, toda la verdad y
nada más que la verdad-. Y, además, está eso de que la Tierra se
mueve. Tú cuando vas en coche, ¿no notas que se mueve?
Asentí
con decisión, y estuve toda la tarde dándole vueltas a lo
vergonzoso que era que me enseñaran cosas que eran mentira en la
escuela. Luego, cuando llegó la hora de acostarme, y mis padres me
arroparon y me besaron con dulzura, mamá me acarició la mejilla y
murmuró:
-Tommy,
lo de la Tierra... es mentira. Te lo habían dicho bien en el
colegio.
Yo
sabía que mamá no me había engañado porque fuera pequeño, aunque
en gran medida eso contaba, sino porque era buena en aquello que se
proponía. Podría venderle cubitos de hielo a los esquimales, fideos
chinos a los chinos, y arena del desierto a las tribus del Sáhara si
se lo proponía.
¿Cómo
engañar a la maestra del engaño? Necesitaría mucho tiempo para
preparar algo creíble...
…
tiempo que no tenía, pues apenas estaba cerrando la puerta, la voz
de mi madre cantando en la cocina llegó hasta mí. Iba a decirle que
ya había llegado y, seguramente me daría tiempo a inventarme una
buena excusa, porque estaba empapado y necesitaba cambiarme de ropa.
Con unos diez minutos remoloneando en la habitación, fingiendo
buscar una camiseta que había echado a lavar el fin de semana
anterior, me serviría.
-Cause
you got me flying with your love, shining with your love, I feel like
I'm on top of the world with your love...
Reconocí
de inmediato a la que estaba cantando encerrada en una cajita
pequeña, de color plateado, antes incluso de escuchar realmente a
una de las voces de las amigas de mis padres, Cher Lloyd.
Dejé
tirada la mochila en el suelo del vestíbulo y fui hasta la cocina.
Empujé un poco la puerta, lo justo para ver a mamá asintiendo con
la cabeza al ritmo de la música mientras cortaba unas tiras de
pescado en taquitos muy pequeños. Hice una mueca al darme cuenta de
que íbamos a comer ensalada.
-You
got this swag you got this attitude...
-Wanna
hear you say my name-repliqué yo, sonriendo. Mamá dio un brinco
y se volvió para mirarme, pero sonrió al ver que no había de qué
preocuparse: sólo era yo.
-¡Tommy!
¿Qué haces aquí?
Me
encogí de hombros.
-No
me encontraba demasiado bien-dije, y lo cierto es que no era
mentira... técnicamente.
Llevaba
sin encontrarme demasiado bien mucho tiempo, aunque, pensándolo
bien, ¿quién se encontraba nunca “demasiado bien”?
Mamá
asintió con la cabeza, dejó el cuchillo, se limpió las manos a la
parte trasera de la falda (probablemente fuese la única persona en
toda Inglaterra, y seguramente el Reino Unido, que hacía las tareas
y se vestía como una top model en ocasiones, y otras iba por
ahí con un chándal) y se acercó a mí. Se puso de puntillas para
darme un beso en la mejilla, y me colocó la mano en la frente.
-¿Has
venido solo?
-Sí.
Y,
automáticamente, pasó a hablarme en español. No le hacía
demasiada gracia hablar español cuando papá no estaba en casa, ya
que él entendía, pero no en exceso, y no hablaba demasiado bien, de
modo que rara vez nos hablaba en su lengua materna cuando papá
andaba cerca; sin embargo, cuando papá no aparecía por ningún
sitio, ella aprovechaba para instruirnos en el que era el segundo
idioma más complicado del mundo, sólo superado por el chino.
-No
pareces tener fiebre-caviló,
asintiendo con la cabeza y poniendo las manos en las caderas, los
brazos en jarras, dándole un aspecto aún más pequeño y frágil a
mi lado (no en vano era de los mejores en los deporte del instituto,
y había dado el estirón muy pronto, superando incluso a mi padre,
cuya estatura superaba a la vez a la de mi madre) que me enterneció.
Mamá, leyendo mis ganas de
cariño materno en mis ojos, abrió los brazos y sonrió.
-Ven,
pequeño.
Le di un abrazo y la besé en el
pelo mientras ella me acariciaba la espalda despacio, con los ojos
cerrados, disfrutando del abrazo como sólo los latinos podían
disfrutar del cariño.
-Vete a cambiarte. Estás
pingando-murmuró, negando con la cabeza-. Cuando acabes,
vuelves. Ya que no estás en clase, vas a hacer cosas productivas.
Asentí con la cabeza,
fui a por la mochila, la arrastré hasta la cocina y la coloqué
sobre la mesa, que hacía las veces de encimera y comedor. A veces
nos movíamos al pequeño salón con vistas al jardín y Londres al
fondo, donde apenas se distinguían las siluetas de los edificios más
altos, pero que de todas formas aparecía vigilante sobre el
horizonte, cual guardia nocturno paseando por las murallas del
castillo.
Mamá frunció el ceño al ver
cómo dejaba un pequeño reguero de lluvia desde el vestíbulo hasta
la mesa, pero no dijo una palabra.
-Tengo pensado limpiarlo-me
excusé. Ella asintió con la cabeza, levantó los ojos y se me quedó
mirando largo y tendido.
-Más te vale-aseguró
con convicción, encogiéndose de hombros y, finalmente, decidiendo
que yo no era importante y que debía seguir con la comida-. No
soy tu esclava-farfulló, en voz tan baja que apenas la pude
escuchar.
Me di la vuelta para irme, pero
me retuvo un momento más.
-Oh, Tommy-cambió al inglés
como si tal cosa, asegurándose de que yo la comprendía y la
obedecía; al fin y al cabo, dominaba mejor el inglés que el
español. Lo oía más a menudo y lo practicaba incansablemente-. Si
te vas a duchar (y espero que vayas a hacerlo, Jesús bendito,
vaya si lo espero), tráeme la ropa cuando acabes antes de
vestirte de nuevo, ¿quieres? La iré tendiendo si...
No esperé a que terminara la
frase: me quité la camiseta y la arrojé sobre la mesa de acero,
bajo la atenta mirada de ella, que no dejaba traslucir ni la menor
emoción. Parecía estar quitándome la ropa frente a un maniquí de
las tiendas que, aburrido de ver pasar el tiempo petrificado,
mientras miles de personas se acercaban con curiosidad a contemplar
su atuendo del día, se había creado un mundo propio de fantasía en
el que los maniquíes sin mayor importancia eran los demás, y él,
la única persona real en el mundo.
Me desabroché el botón de los
vaqueros con parsimonia (cuando estabas en último curso podías
llevar la ropa que quisieras, en teoría, pero luego en la práctica
todos estábamos obligados a llevar el mismo uniforme soso y
aburrido, pero nos permitíamos el lujo de ponernos vaqueros, aunque
fueran oscuros, simulando que aún acatábamos las leyes) y, con una
sacudida de caderas, dejé que bajaran por mis piernas, empapándolas
aún más.
Mamá me contempló de arriba a
abajo, como solían hacer las chicas de mi clase cuando me la quitaba
en los partidos de fútbol, debido al calor al que nos sometían y el
ejercicio constante que representaba corretear de un lado a otro de
la cancha con camisetas de algodón falso que parecían más bien
hornos que otra cosa.
Seamos francos: estaba bueno,
muy bueno, me cuidaba para estarlo y no permitía que ni una sola
gota de grasa entrara en mi cuerpo. La machacaba en cuanto podía,
con el deporte que fuera, siempre y cuando sirviera para algo en la
vida, para algo masculino. No iba a hacer ballet, por mucho
que dijeran que quemaba más calorías o cansaba más que un partido
de baloncesto, porque no era algo de lo que enorgullecerse. Es decir,
¿pasearse por ahí con una falda petrificada, que va en órbita
alrededor de tu cintura es masculino? Yo quería mi cuerpo para
ligar, joder, si estaba bueno era porque sabía qué me reportaba
estarlo. La ropa me quedaba bien, pero no era ése el objetivo final,
sino simplemente el medio por el que alcanzar el fin.
Ser de aquellos a los que todas
deseaban. Conseguir que todas suspiraran por mí.
Conseguir que todas estuvieran
dispuestas a hacer lo que fuera por un mínimo de mi atención, y ya
no digamos de mi... “atención personalizada”, como Scott gustaba
de llamar a lo que normalmente se empezaba en una cama y terminaba
trasladándose a todos los lugares, si había suerte.
Mi ego herido me pedía a gritos
que consiguiera de nuevo aquellas miradas que una vez me habían
llegado, hasta que llegó Megan a mi vida, trastocándolo todo,
poniendo el mundo patas arriba.
En el fondo, bastaba la mirada
ardiente de cualquier mujer. Incluso la que me había parido. Todo
con tal de hacer que los monstruos que no paraban de regocijarse en
lo que me había pasado, en lo que ella había hecho conmigo, se
callaran de una vez, y sus risas dejaran de rebotar en mi cabeza, no
lo bastante fuertes como para volverme loco, pero sí lo suficiente
para sentirlas en un ronroneo constante, como el de un deportivo
cuando te montas.
Mamá puso los ojos en blanco,
divertida, y sacudió la cabeza.
-Oh, Tommy, soy demasiado mayor
para ti-y se echó a reír, cogiendo la ropa y estrujándola encima
del fregadero. Pequeñas gotas de agua se precipitaron en caída
libre hacia el desagüe. Yo me encogí de hombros, me quité la
cadena que llevaba al cuello siempre, la dejé encima de la mesa, al
lado de la mochila, y me giré para salir.
-Haz el favor de ir rápido, no
vayas a ponerte malo.
Acto seguido, como buen niño
obediente que era, eché a correr escaleras arriba, me metí en el
baño sin pasar a recoger la ropa primero terminé de desnudarme y me
metí bajo el chorro caliente de la ducha, que fabricaba nubes de
vapor a toda máquina, tal y como una industria el viernes por la
tarde, en el que intenta sacar el máximo partido de sus máquinas
antes de apagarlas e irse a casa.
Cuando el agua me resbalaba por
la piel y me la hacía enrojecer, tan caliente estaba, sentía como
que mis pensamientos se tranquilizaban, dejaban de correr de un lado
a otro y se quedaban quietos, de manera que pudiera analizarlos bien.
Siempre me daba una ducha de agua ardiendo antes de cualquier partido
o competición seria, y cuando me peleaba lo primero que hacía al
llegar a casa era precisamente eso que estaba haciendo ahora. No sólo
quería quitarme los rastros de la pelea, sino que también me
permitía deleitarme un tiempo con el entumecimiento de las heridas y
el escozor del agua pasando por ellas, memorizando los puntos flacos
y prometiéndome a mí mismo que no volvería a dejar que me pegasen
así.
Escuché pasos por el pasillo;
una puerta que se abría, pasos más alejados, un juramento en
español (a mamá le encantaba cagarse en Dios cuando no había nadie
en casa que pudiera escucharla, y la costumbre le llevaba a hacerlo
cuando alguno de nosotros estaba metido en su habitación en las
mañanas que alguien no iba a clase porque enfermáramos o porque
conseguíamos lo imposible, a saber, que se apiadara de nosotros y no
nos sacara de la cama a patadas), un cajón cerrándose y otra puerta
cerrándose.
-¡Sal de mi habitación, mamá!
-¡Si no estoy en tu habitación,
Thomas!
Y ahí se acabó la
conversación. Salí de la ducha y me sequé el pelo con una toalla,
anudándome otra a la cintura. Fui hasta mi habitación, terminé de
secarme allí y, cuando me vestí con un chándal viejo, de los que
me ponía para estar cómodo y sin preocuparme realmente de si me
quedaban bien o no, bajé a la cocina.
Allí encontré a mi madre
cantando a todo lo que daba su voz una canción que le encantaba y
que me había tarareado cada noche.
-...Looks like a girl but
she's a flame, so bright she can burn your eyes, better look the
other way. You can try but you'll never forget her name, she's on top
of the world, hottest of the hottets girls, say oooooooooh-asintió
con la cabeza, felicitándose a sí misma por conseguir sacar aquella
nota de su garganta sin que sufriera.
Me senté en la mesa y abrí la
mochila; si terminaba ahora los ejercicios, no tendría que aguantar
las miradas cabreadas de papá cada dos por tres, asegurándose de
paso de que no levantaba el lápiz del papel o no me ponía a hacer
dibujos raros para entretenerme, cosa que hacía mucho en clase
últimamente. Y Scott no me ayudaba porque, bueno, cuando tu padre es
Zayn Malik, siempre tienes algo en los genes que te hace ser buen
dibujante.
Mamá se giró y me miró un
segundo.
-¿Quieres ayudarme, Tommy?-en
realidad era una orden en toda regla; seguramente fuese más fácil
evitar una orden directa de nuestro rey a hacerlo de las de mi
madre... aunque era lo normal. Guillermo no había hecho nada por mí.
Eri lo había hecho todo. Si no fuera por ella, yo no estaría allí.
De modo que asentí con la cabeza, cerré la mochila, me pasé el
colgante por el cuello y me acerqué a ella mientras la canción
terminaba con la primera frase: “Sólo es una chica, y está en
llamas”.
Asentí con la cabeza, recogí
las cosas, me levanté y fui a ayudarla. Me tendió unas hojas de
lechuga remojadas en agua para que las picara para la comida. Puse
los ojos en blanco, arrastré un taburete hacia la encimera y me
dediqué a deshacer con los dedos la verdura, que cada vez era más y
más pequeña.
Mamá removió algo que tenía
en una pota, se inclinó para saborear una cucharada, asintió con la
cabeza y observó los pedazos de palitos de cangrejo que había
preparado para mezclar en la ensalada. Yo levanté la vista y la
miré, justo en el momento en que se toqueteaba el pelo. Se quedó
quieta, decidiendo qué hacer, luego, murmurando una disculpa en
inglés y español a la vez, dijo que volvería enseguida.
Y así lo hizo, con el pelo
recogido en un moño, pantalón ancho de chándal que le cubría
totalmente las piernas, pero que dejaba al descubierto las caderas,
pues era bajo de éstas, con lo que podías ver la pequeña mancha en
su cadera izquierda en forma de L, la promesa de amor infinito hacia
mi padre. Llevaba una camiseta de tirantes negra, y, sobre ella, una
chaqueta de color granate, que lucía desgastada por los codos, y
cuya capucha estaba deshilachada. Unas botas marrones, como de
peluche, con suela de zapatillas que hacían que no pudieras salir de
casa con ellas (al menos no si vivías en el desierto, y nade en su
sano juicio llevaría eso en el desierto) completaban su vestuario.
La contemplé de arriba a abajo,
ella me ignoró deliberadamente, comprendiendo que lo que su
primogénito pensara de ella ni era de su incumbencia ni debía
serlo.
Cuando
mamá más guapa estaba no era cuando se arreglaba, se rizaba el
pelo, se pintaba los ojos o los labios, ni siquiera cuando lo hacía
todo y se enfundaba en un vestido que se le adhería al cuerpo como
una segunda piel.
Cuando
mamá más guapa estaba era cuando se acurrucaba contra papá en el
sofá, con el pelo revuelto, una camiseta vieja de él, y calcetines
gordos para no tener frío en los pies. Ahí es cuando más guapa
estaba, está y estará, siempre.
Sonreí para mis
adentros, satisfecho con esta información, y ella me miró de reojo.
-¿Qué pasa,
Tommy?
Me encogí de
hombros y negué con la cabeza, ella siguió contemplándome, sus
ojos chispearon un segundo, como viendo algo sobrenatural, y le
contagié mi sonrisa.
-Te acabas de
parecer muchísimo a tu padre cuando supe por primera vez de él.
¿A quién no le
hacía gracia cuando mamá hablaba de su época de fan obsesiva
compulsiva? Las cosas que había hecho por papá cuando él aún no
sabía que ella estaba en este mundo, que ella existía (lo que era
muy irónico, porque ahora prácticamente respiraba para ella, y casi
literalmente), eran tan numerosas, y cada cual más extraña, que no
hacías más que reírte cuando mamá te las contaba, y la sola
mención a esta etapa de su vida en la que había un “Louis” por
encima de ella antes de que se convirtiera en un “nosotros”,
“Louis y Eri” y demás cosas con las que todo el mundo jugaba y
todo el mundo consideraba naturales, evocaba tantos recuerdos que era
imposible no reaccionar de alguna manera.
-Por cierto, ¿hoy
le has visto?
Quise que
preguntara ya lo que quería preguntar, porque todos los días lo
veía, sobre todo desde que había empezado el curso, estaba en el
pasillo de mi curso, y el departamento de música se encontraba en
ese mismo pasillo, pero al final de éste, con lo que era imposible
que papá no entrara en él sin que todo último curso se enterase de
esto. Y era precisamente eso de verle todos los días lo que hacía
que más de una chica se pintara como una puerta y se subiera la
falda del uniforme más de lo debido, arriesgándose a una expulsión;
además, se aprovechaban de que papá no les decía nada, porque “si
no les digo cómo deben vestir a mis hijos, ¿cómo voy a decírselo
a mis alumnos?” de modo que aquello se convertía en una espiral de
desnudos y pasotismo que conllevaba más desnudos y más pasotismo, y
hacía las delicias de todos los chicos de mi curso. Yo incluido.
Debía darle las gracias a mi padre por tener buenas imágenes
mentales de las piernas de mis compañeras de clase, cada una más
maciza que la anterior.
Me vi obligado a
asentir con la cabeza al observar que mi madre se había parado,
había dejado de revolver el estofado o lo que fuera que estuviera
cocinando, y estaba esperando mi respuesta.
-Sí, le vi-dije
por fin, encogiéndome de hombros y terminando con una hoja de
lechuga particularmente resistente.
-¿Y cómo está?
-Sin afeitar.
Mamá llenó la
cocina con una risa musical que te daba ganas de sentarte a
escucharla, y sentir que el tiempo dejaba de importar.
-Tommy, va en
serio.
-Bien-fruncí el
ceño, ¿qué más daría cómo se encontrase antes de verme, o
incluso después? Estaba en un instituto, las cosas podían cambiar
mucho en cuestión de minutos, de segundos si eras estudiante-. Sí,
bien-me reafirmé, dándome ánimos y dándoselos a ella-. ¿Por qué?
-Porque tengo que
ir a comprar.
Me detuve y la
contemplé sin poder dar crédito, compuse la cara más pasmada que
pude y solté:
-Mamá... no está
tan bien.
Mis padres siempre
iban a hacer la compra juntos: sólo en contadas ocasiones o bien
mamá iba después de una bronca descomunal en la que había gritos
tipo “eres un jodido egoísta, Louis” y portazos, y réplicas de
“me cago en mi puta vida, Eri, estoy cansado, can-sa-do, ¿vale? Ya
iremos mañana” y más gritos, y luchas por encontrar la intimidad
para poder seguir gritándose; o bien papá tomaba la iniciativa,
cogía las llaves del coche y bramaba que volvería enseguida, cuando
ella le ponía mala cara o mostraba indicios de tener ganas de
bronca. Solamente cuando había una movida de las gordas de por en
medio, iba uno de los dos y el otro se quedaba en casa. En el resto
de ocasiones, iban juntos y, mal que bien, conseguían realizar su
trabajo con éxito. Papá empujaba el carrito de la compra mientras
mamá correteaba de una estantería para otra, nota en mano, y
estudiaba a fondo cada uno de los productos que se ofertaban.
Meditaba sobre las ofertas, corría hacia las gangas, daba la vuelta
al percatarse de que el producto que estaban buscando estaba en otro
lugar (casi siempre ese lugar terminaba siendo el otro extremo de la
tienda), mientras papá la perseguía como persigue al mar un río
que acaba de nacer, cuyo cauce aún no está formado: sin pausa pero
sin prisa. Cuando mamá le apremiaba, papá alzaba las manos y decía
que, aunque ella se notara joven y fuerte, él ya tenía una edad,
tenía casi cinco años más que ella, y eso se notaba, él lo
notaba, y con eso bastaba.
Mamá ponía los
ojos en blanco y volvía a lo suyo, cazando cosas muertas,
persiguiendo objetos inmóviles, y quejándose por lo curioso que era
que, en cuanto se trataba de comprar ropa o algo así, las cosas
dieran la vuelta, y papá comprase de forma compulsiva pero
estudiando cada milímetro de la tienda, mientras que ella daba
vueltas en círculos, convencida de que lo que buscaba estaba por la
zona en la que ella se encontraba (a pesar de que podía ser que
nunca, jamás, hubiese entrado en la tienda en cuestión antes), y
terminaba desesperándose porque no encontraba nunca lo que quería,
sino sólo objetos “parecidos, no iguales, con diferencias pequeñas
pero que marcan una gran diferencia” y quisiera irse, desalentada
porque no había tenido éxito.
En eso yo me
parecía a ella.
En lo de comprar
comida, me parecía a papá. Siempre me mandaba a por una cosa, yo
ponía los ojos en blanco, me separaba del carro, recibía un par de
palmadas en la espalda de papá, que parecía conocer bien los
entresijos de las órdenes de la mujer que había tenido a bien
ponerme sobre ese mundo, y arrastraba los pies lejos de ellos, hasta
que mamá decidía que le estaba tocando los huevos más de la
cuenta, y bien o me daba un par de voces (aunque no le gustaba
hacerlo, porque le recordaba a la abuela), o bien pasaba zumbando
como un cohete a mi lado, y cuando volvía me lanzaba una mirada
venenosa, sin importar que yo aún siguiera en mi ruta, pues una vez
que se me ordenaba algo, yo me decidía a cumplirlo, pasara lo que
pasase.
La mamá del
presente suspiró, se apartó un mechón de pelo de la cara y olfateó
el aire que manaba de la olla que estaba cocinando. Luego se dispuso
a pelar unas patatas.
-Necesito ir a por
comida.
-La solución es
simple-repliqué yo sin darme tiempo a pensar, y, en cuanto abrí la
boca, me arrepentí de haberlo hecho. Cerré los ojos con fuerza y
recé para que no me preguntara. Pero lo hizo, porque era una mujer.
Estaba en su genética querer tocarle los cojones al género
masculino; no podían remediarlo, había que quererlas con aquellos
pequeños desperfectos que las hacían aún mejores.
-¿Que es...?
Pegué el culo al
horno que estaba bajo la encimera, y me crucé de brazos.
-No quieres
obligarme a decírtela.
-Quiero oír cómo
te refieres a que todavía me follo a tu padre-sonrió con malicia,
con toda la malicia que sólo las mujeres podían tener. Abrí los
ojos y la boca, escandalizado.
-¡¡Mamá!!-bramé,
y ella soltó una risotada estridente que detuvo mis protestas en
español e inglés-. ¡¿Cómo te atreves?! Jesus fucking christ!
I'm your FUCKING SON, NO DEBERÍAS HABLAR CONMIGO DE ESTO,
DIOS, LA IMAGEN MENTAL, LA MALDITA IMAGEN.
Cogí
un paño de cocina y me lo sacudí en el pelo, intentando expulsar
una imagen que luchaba por formarse en mi cabeza, y que yo trataba de
detener, desesperado.
-Habla
bien-se limitó a responder,
quitándome el paño y anudándoselo rápidamente en las muñecas,
tal y como había hecho cuando yo nací, y cuando lo hicieron mis
hermanos, hasta que fueron lo bastante mayores como para comprender
que, a veces, las cosas no salen como deseas y tú quieres
desaparecer, pero alguien decide regalarte una segunda oportunidad
para que vivas una vida que, ya de por sí, en sí misma, es el mejor
de los regalos.
-Por eso creo en
Dios-había dicho papá cuando mamá terminó su relato explicando
quién y por qué había colocado esas cicatrices en su muñeca.
Siempre recordaría la manera en que la miraba, prestando atención a
cada una de sus palabras, que ella medía y sopesaba largamente antes
de pronunciarlas, como si el mero hecho de hablar de lo que había
sucedido lo hiciera más real y fuerte. Papá había jugado con su
pelo, pero en sus ojos había un dolor infinito, inscrito en sus
pupilas, que no le abandonó nunca, desde aquella noche en la que
ella volvió a él, y aquel momento en el que descubrió sus muñecas
cortadas, lo que había intentado hacer por él, porque le amaba
demasiado.
Lo suficiente como
para no soportar una existencia separados.
Le besó la sien,
ella cerró los ojos, bajando unos párpados terminados en infinitas
pestañas, y una leve sonrisa apareció en ella, que se divertía con
la mera mención de un ente divino cuyas bases no se sustentaban, y,
a su modo de ver, se destruía a sí mismo cada vez que alguien lo
mencionaba.
-Y por eso yo creo
en ti-replicó ella, besándolo en los labios, apartando ese dolor de
los ojos de él.
TL;DR
ResponderEliminarEs la cosa mas bonita que voi a leer en toda mi vida. En serio me encanta ese don que tienes de lograr meter un joder o un taco en una frase y que te quede una frase como decirlo?Jodidamente adorable? jajaja Erika me encantas sigue asi!@LauraTrashorras
ResponderEliminarJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA mi talento con los tacos es muy cuqui
EliminarHola!! Nueva lectora me llamo @laura_mullingar y me gustaria saber si me podrias avisar para los capitulos, en serio me encanta tu forma de escribir. Es... es... ES AMOR pero no del artificial ese light que no sirve para nada y es todo agua si no que es AMOR PURO Y DURO.
ResponderEliminarAw faltaría más amor, me alegra que te guste cómo escribo :)
EliminarMe encanta! Me han encantado cada una de las imagenes que he visto en el capitulo, en serio, maravilloso!
ResponderEliminarAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH QUE ME MUERO. No sé por qué pero este capítulo me ha parecido muy bonito, de verdad. Bueno, en realidad sí que sé el porqué... Escribes súper bien, de verdad te lo digo, es como que cada frase que escribes haces que suene a poesía y no, no exajero, tu forma de hablar de un tema y relacionarlo con otro, de escribir metáformas o comparaciones ME. PUTO. ENCANTA. Así de fino lo digo.
ResponderEliminarPoooor otro lado, me ha encantado conocer un poco más a sus padres, ha sido muy asldljlskfjdk.
Y MEGAAAN, OOOOH MEGAN, MADRE MÍA YA SÉ TU NOMBRE SOLO ME FALTA LA DIRECCIÓN PARA IR A POR TI POR DEJARLE ASÍ DE TONTITO A THOMAS.
Yayyy, mañana seguiré con la lectura! Soy de las que leen poco a poco pero metiéndose a fondo en la historia así que lo más seguro es que cada día lea 2 o 3 capítulos JAJAKAKA. Me encanta que una novela me acompañe mucho tiempo, llámame rara.