nadie la puede detener.
Esta es la música del pueblo
que no se deja someter.
Barcos. Cadenas. Trajes de época. Presos. Carceleros. Obispos. Obreros. Prostitutas. Rebeldes. Hijas. Madres. Padres. Amantes. Amor no correspondido. Libertad. Justicia. Injusticia. Huidas. Llegadas. Tabernas. Barricadas. Palacios. Bodas. Funerales.
París.
Los miserables.
Crees que por ver una película de musicales ya eres un experto en el género, pero te diré algo: no hay nada que pueda compararse a la voz de un actor elevándose hasta notas que ni sabías que existían, frente a ti, usando únicamente su garganta y los instrumentos de la orquesta para que se te pongan los pelos de punta, ni hay nada que se compare con ver la acción en primera persona, teniendo el escenario al alcance de los dedos, que el humo te ciegue y te piquen los ojos, que la pólvora inunde el ambiente, que las explosiones te sobresalten, que la música haga vibrar las paredes de todo el teatro.
Ni ver morir a alguien frente a ti para que se te salten las lágrimas.
No son musicales. Son magia.
Y cada día estoy más segura de qué es lo que mueve el mundo.
domingo, 30 de marzo de 2014
miércoles, 26 de marzo de 2014
Es cosa del apellido.
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Eri entró en su habitación como si fuera la dueña y señora del universo, con el andar de alguien que había creado algo tan grande que aún no era capaz de comprenderlo, pero que sí conocía la envergadura de su talento.
Eri entró en su habitación como si fuera la dueña y señora del universo, con el andar de alguien que había creado algo tan grande que aún no era capaz de comprenderlo, pero que sí conocía la envergadura de su talento.
Levantó una bolsa
de comida basura que traía colgada precariamente de los dedos,
sonrió en dirección a su marido, y suspiró cuando se dio cuenta de
que no le estaba prestando la más mínima atención.
Louis se había
tirado en la cama como había cuadrado, sin ni siquiera ponerse a
pensar en si estaba en su lado o en el de ella, y se había colocado
el brazo por detrás de la cabeza, apoyando todo el cuerpo en el
colchón a modo de almohada. La película de acción que estaban
echando en el canal Hollywood, longevo como pocos en aquella isla
gigante, lo tenía totalmente ensimismado, de tal manera que a duras
penas conseguía parpadear. No quería perderse absolutamente nada.
Eri se desplazó
hacia él con movimientos sensuales, más para curar su orgullo
herido que para arrancar de él una mínima respuesta. Tiró la bolsa
encima de su vientre y alzó la ceja cuando Louis se giró un único
segundo a mirarla. Luego, volvió la vista a la pantalla, ignorando
su vientre plano, que se asomaba ligeramente sobre su camiseta, sus
caderas redondeadas, donde sobre una reposaba una pequeña L, símbolo
del amor que sentía por aquel que ahora no le hacía el menor caso.
Llevaba el pelo recogido en un moño, controlado en la cabeza con un
pañuelo rojo que hacía las veces de corona con su pequeño lazo,
anudado a un lado del rostro de la mujer, a modo de las bandanas que
Harry solía llevar cuando eran jóvenes.
Los pantalones
colaboraban con ella para buscar la atención de aquel cuya opinión
era la única que importaba para ella, pero Louis no parecía estar
por la labor de admirar cómo la goma de aquel pantalón, híbrido
entre pijama y chándal, lamía la piel de su esposa con la lujuria
que a él le faltaba. No podía detenerse a admirar las suaves curvas
que cubrían a un cuerpo que le pertenecía casi tanto como el
propio, porque un actor que llevaba años muerto era demasiado
importante y conseguía atraer demasiado la atención como para osar,
si quiera, en pensar en desviarla.
-Louis-dijo ella
por fin, molesta porque se le pasara tan por alto y sus esfuerzos por
brillar se apagaran antes incluso de encenderse. Louis levantó una
ceja, bufó al aire y siguió sin moverse.
Ella se colocó
delante de la tele, y él se limitó a gruñir en silencio e
inclinarse para poder ver.
-¿Apago la
tele?-amenazó la española, notando cómo la rabia le subía desde
la punta de los dedos hasta la cabeza, quemándolo todo a su paso,
incluido aquel vientre que no era el de una cuatro veces madre, sino
el de una quinceañera. Se preocupaba demasiado por mantenerse en
perfecta forma por terror a que su marido la abandonara como para que
ahora él se atreviera a pasar de ella.
Louis puso los ojos
en blanco.
-¿Me vas a dejar
por lo menos acostarme? Estás en mi lado de la cama.
-Quítate de en
medio-respondió él, pero obedeció sin pretenderlo si quiera. Era
una especie de pacto secreto que tenían entre los dos: las
discusiones, si se daban, de una en una, y por temas concretos. Lo
general llevaba al desastre por buscar siempre algo en lo que los dos
podían no coincidir (y, de hecho, no lo hacían casi nunca).
Ella le pasó una
pierna por encima, se apartó un mechón de pelo de la cara, y sintió
cómo su interior florecía en una sonrisa cuando Louis no pudo
resistirlo más y volvió sus ojos sobre el cuerpo de la que ahora
era una mole desplazándose sobre él. Louis sonrió, contemplándola
sobre él, y se apartó un poco más para que llegara a su lado de la
cama, divertido porque cada noche las cosas se repetían: a Eri no le
gustaba nada destaparse mientras dormía. Lo odiaba tanto que se
aseguraba de haber metido a conciencia las mantas con las que iba a
dormir debajo del colchón, entre éste en la cama. Luego se las
apañaba para meterse entre las mantas y el colchón y conseguir
dormir.
Como a Louis le
daba igual destaparse, tanto se movía, habían llegado al acuerdo
tácito de que ella se metería en la cama por el lado en que él iba
a dormir, con el único propósito de dejar su lado intacto.
Una vez terminó su
trabajo de sobrevolar a su marido, se tumbó a su lado y abrió la
bolsa de bollería industrial, con más colorantes que una pintura
del siglo XVIII, y se metió un par de nachos en la boca. Le tendió
uno a Louis, que, demasiado preocupado por no perderse un sólo
movimiento del actor, se limitó a abrir la boca y tantear hasta que
encontró lo suyo.
-Es una lástima
que haya muerto en aquella película.
-Sí, sobre todo
por lo mala que es porque él no está. Es una auténtica
pena-asintió Eri, clavando los ojos en la televisión y decidiendo
dos segundos después que se aburría, mucho.
Demasiado.
Besó a su marido
en el pecho, buscando la manera de abordar el tema tan delicado que
tanto la preocupaba de manera que él se posicionara, sin saberlo, a
favor de la posición que no iba a defender.
-Quiero que
hablemos-musitó mientras le besaba el pecho, acariciándole el
cuello con la yema de los dedos. Louis se giró un segundo, la miró,
la besó, y luego volvió a la televisión. Le pasó el brazo por
detrás de la cabeza y la pegó contra sí. De esa forma estaban más
cerca, lo que satisfacía a ambos, y a ella le era más difícil
distraerlo, lo que gustaba a uno y a la otra no hacía gracia.
-La película está
a punto de acabar.
-¿Cuando termine
sin falta?-sugirió, y aquella sugerencia fue tan fuerte que se
consideró como una orden en toda regla. Louis asintió con la
cabeza, contento de que por fin pudieran estar con él sin
molestarle. Eri se limitó a acurrucarse contra él y esperar.
Esperar a que el
bueno de la película matara a todos los malos de la fortaleza
construida con dinero robado pro el malo malísimo de la película.
Esperar a que el
malo creyera haber ganado y le soltara un discurso memorable, de esos
que los adolescentes querían tatuarse en la espalda pero luego nunca
tenían valor a hacerlo.
Esperar a que el
bueno demostrara al otro lo equivocado que estaba y le friera,
literalmente, los sesos a balazos.
Esperar a que el
bueno rescatara a la chica, la sacara de su prisión y la pareja se
fundiera en negro mientras las proposiciones de sexo se recompensa
flotaban en el ambiente.
Cuando los créditos
empezaron a desfilar por la pantalla en orden ascendente, se
sorprendió de haber devorado la mitad de la bolsa. No se había dado
cuenta tampoco de cómo agarraba la mano de su marido, aprisionando
sus dedos con los suyos, de tal forma que las alianzas que tanto le
gustaban se marcaban en su piel con dureza.
-Habla.
-¿Qué película
van a echar ahora?
-Querías verla.
Ahora, habla-espetó Louis, impaciente, incorporándose lo justo para
poder aprovechar los recursos de la bolsa.
-Me preocupa lo de
Diana.
Él se echó a
reír. Sabía que la conversación iba a tomar ese rumbo, y la verdad
era que no le gustaba lo más mínimo.
-Ya hemos hablado
de ello, Eri. Serás una buena madre.
-No es eso lo que
me preocupa. Es lo que conlleva-murmuró ella en un tono que no
pretendía ser misterioso. Los niños llevaban mucho tiempo dormidos;
Tommy había cogido la costumbre de dormir con los auriculares
puestos, seguramente escuchando algún partido de fútbol o alguna
radio que asegurara no poner publicidad jamás, pero que acababa
colando los anuncios entre canción y canción, como quien no quería
la cosa, por lo que no tenían que preocuparse de hacer ruido o no.
Louis alzó una
ceja, molesto por tanto secretismo. Quería dormir. O tener sexo.
No quería que le
pidieran que descodificara mensajes enigmáticos, en los que su mujer
era toda una experta.
-¿Que es,
amor?-animó.
-Tendremos una
responsabilidad demasiado grande. Tenemos que hacerlo bien no sólo
por el bien de la cría (lo cual ya asusta bastante), sino porque es
un favor que nos han pedido Harry y Noemí, y... no podemos
fallarles. El caso-decidió resumir, incorporándose y poniéndose de
rodillas. De repente su ombligo se convirtió en el centro del
universo de Louis, ya que éste bajó la vista y luchó por contener
una sonrisa. Falló la batalla, pero ella decidió ignorar y seguir,
las piernas bajo el cuerpo, como si estuviera meditando-, es que si
aceptamos esto, tendremos que aceptar una serie de cosas en las
cuales no hemos pensado.
-¿Qué te
preocupa?
-Obviamente, no es
el dinero-meditó ella.
-No, por eso no
tienes que hacerlo-replicó él. Millones de libras esperaban en el
banco a que alguien creyera que era un buen momento para moverlas.
Cuando aún estaban en la industria en una carrera tan meteórica
como vertiginosa, los chicos, en especial Liam y Louis, habían
creado una discográfica que se dedicaba a dar nuevas oportunidades a
los talentos más prometedores y desconocidos de todo el globo. Los
primeros a los que habían acogido habían sido sus teloneros, 5
Seconds of Summer,quienes habían reunido una gran suma de dinero
tan sólo en su primer tour mundial. Así, las arcas de One
Direction, y sobre todo de estos dos miembros, se llenaron aún más
con un dinero que no era exactamente propio, pero tan legítimo como
el resto. Ahora, el sello discográfico para el que trabajaban gran
cantidad de artistas y bajo cuyo mando se encontraba parte de aquella
banda que había roto récords no hacía más que competir por ese
título de “destroza leyendas” que se habían colgado One
Direction antes de aquel descanso que no iba a durar tanto como lo
estaba haciendo.
Que los chicos
trabajaran era algo tan anecdótico como extraño en el mundo que les
había dado de comer hasta hacía poco. Louis y Liam tenían tanto
dinero que podrían hacer lo que se hacía en muchas películas:
bañarse en billetes de 100 dólares, o fumárselos si lo creían
conveniente.
Pero el
aburrimiento hacía milagros, y ambos habían movido el culo hacia
una industria totalmente diferente.
Con todo, aquellos
trabajos más “serios” no implicaban que ellos consiguieran
controlar la vena artística, con sangre ardiente y pura en su
interior. Así, de vez en cuando, aún se reunían y preparaban cosas
para la banda que antes habían formado, o reservaban algo de su
creatividad para los artistas que realmente necesitaban un buen
empuje y no sabían cómo obtenerlo.
Los anuncios
irrumpieron sonoramente en la televisión. Eri volcó toda su
atención en la caja tonta, y torció la boca. Louis comprendió el
gesto y bajó un poco el volumen.
-Oye, estaremos
bien. Y Diana también. Relájate, nena.
-No estoy
segura-contestó ella. Louis suspiró, puso cara de cordero degollado
y se quedó mirándola así un rato.
-Por favor, Eri. No
eres tan mala madre. Zayn lo ha dicho: si has podido controlar el gen
Tomlinson que los monstruos en potencia que tenemos en casa tienen (y
me consta que lo hacen porque tienen algunas cosas que sólo pueden
ser mías), una Styles será un verdadero paseo. ¿No querías
recoger flores en el campo como hacían en las películas? Bueno,
pues Diana es el campo.
Eri se mordió el
labio, insegura. Louis suspiró, se incorporó y se sentó a su lado.
Le acarició la nuca y le dio un profundo beso, largo pero suave,
dándole la intimidad y el espacio que ella necesitaba. No estaba
segura de lo que podía hacer, y Louis era el encargado de
demostrarle sus límites que, en ocasiones, ni siquiera existían.
-Dime qué te
preocupa, nena. Cuando te lo saco yo acabamos mal.
Ella sonrió,
recordando que la última vez que había intentado mantener un
secreto con él había terminado pasándolo tan mal por la noche que,
nueve meses después, tenía un bebé en brazos. A su pequeña y
preciosa Astrid.
Otra cosa no, pero
Louis de extraer lo que quería cuando lo quería, sabía un rato.
-Estoy molesta
porque Harry no nos ha dado oportunidad de hablarlo-murmuró ella,
dejando que la verdad saliera a la luz de la misma manera que
eclosionan los huevos y preciosos pollitos, impolutos, salen de la
fría cáscara, ahora ya rota. Pero la verdad no era como el pollito,
no le parecía nada tierna. Más bien todo lo contrario. Odiaba
reconocer eso, porque era el primer síntoma de lo que a todas luces
iba a ser una pelea, y no precisamente de las pequeñas. Louis
siempre terminaba poniéndose de lado de sus amigos (al fin y al
cabo, eran hombres y tenían un código que nadie había redactado y
ninguno había firmado pero que acataban de todas formas, y ese
código obligaba a defender a los amigos por encima de todas las
cosas, incluso de las mujeres, sobre todo de las mujeres).
Pero Louis no
parecía demasiado dispuesto a pelear. El cansancio de todo un día
de trabajo, con regañina a su primogénito incluida, estaba
haciéndole mella.
-Lo estamos
hablando ahora-murmuró con tono cansado. Eri asintió con la cabeza,
mordiéndose el labio. Se mesó el pelo y dijo:
-No puedes
rechazarlo sin quedar mal con él, Lou. La única manera de hacerlo
es que sea yo la que se niegue a ello.
Así que es eso,
pensó Louis, negando con la cabeza, tanto mental como físicamente.
-No voy a dejar que
quedes como la mala de la película, nena. Estamos en esto juntos.
Mañana le llamaré y le diré que no podemos...
-Estoy acostumbrada
a ser la mala, no te preocupes-se apresuró a cortarlo, sabedora de
que si él seguía hablando terminaría convenciéndola de lo
contrario. La mejor solución era la más fácil, pero a veces había
que tomar la solución más complicada y la peor, porque en ocasiones
las cosas se entremezclaban tanto que lo correcto terminaba
escondiéndose en la peor opción que uno podía imaginar. Sentía
que le debía esto a Noemí, pero, por otra parte, no quería
ejecutar su deuda. No de esa manera-. No me ve a doler cumplir ese
papel otra vez.
-Pero yo no quiero
que lo hagas.
-Tampoco está tan
mal. Quiero decir... todo el mundo quiere hacer de malo, pero no
serlo. El malo tiene más maneras de reaccionar-se burló, mirando al
infinito, viendo una carrera que nunca había sucedido, una carrera
en la que ella se alzaría como una de las actrices consagradas del
mundo. Decenas de personas aclamando su nombre, cientos de miles
llenando las salas de cine sólo para verla, adolescentes forrando
sus carpetas, sus fotos en pantallas grandes como edificios, en
vallas publicitarias donde una pestaña suya, una simple pestaña,
midiera dos metros...
… vida a la que
había renunciado muchísimo tiempo atrás.
-Eri. No-espetó
Louis, tumbándose de nuevo a su lado y apoyándose sobre un codo. La
pelea estaba acabando, gracias al cielo. Eri no llegó a saber si le
había leído la mente (cosa muy probable) o si había pasado por
alto su expresión nostálgica y soñadora.
-Es el papel que
tenemos-musitó apartando la vista de un sueño que terminó de
evaporarse ante sus ojos-. Y de verdad que no me importa seguir
interpretándolo.
-Yo te
quiero-interrumpió él, brusco, como quien habla del tiempo. Cerró
los ojos un segundo, disfrutando del silencio que ella no iba a
romper, y continuó-. No voy a dejar que seas algo que no eres. Me
gusta este lado tuyo de cabrona, pero no es el que más me fascina de
ti... ni lo que ha hecho que me enamore.
Ella torció la
boca, y se inclinó a su lado. Ahora una muchacha estaba hablando de
la increíble actuación que hacía la actriz protagonista, a la que
Eri tenía una tirria especial, y daba paso a unos cuantos americanos
que comentaban detalles nimios que a nadie se le ocurriría observar.
Si la actuación de la protagonista era tan buena, ¿por qué
preocuparse de la buena realización o del vestuario hasta el más
mínimo detalle?
-Estoy asustada.
-Bienvenida al
club.
-No, Louis. Es
diferente, es... nunca me había enfrentado a esto.
-¿Sabes cuándo
estuve yo realmente acojonado?-frunció el ceño, ella esperó,
colocándose a su lado y observando las trazas de queso cheddar que
aún permanecían entre sus dedos. Se encogió de hombros sin alzar
la vista, temiendo la furia que se iba a encontrar en los ojos de su
esposo-. Cuando diste a luz a Tommy. En serio, literalmente, y tú lo
sabes, estaba de los nervios. Creía que no ibas a poder conseguirlo.
Erika puso los ojos
en blanco.
-Se agradece el
apoyo moral.
-Pero, ¿sabes qué?
Lo que más me acojonó de todo aquello fue cuando las enfermeras me
lo dieron. Quiero decir, ¡venga! Había cogido a mis hermanas, pero
no era nada comparado. Tenía los brazos mucho más pequeños y era
más delicado. Podría haber aplastado a Tommy, o se me podría haber
caído, o...-negó con la cabeza-. Verte parir sí que fue
acojonante, nada comparado con que ahora venga una Styles a casa
y me tenga que ocupar de criarla.
-Yo no quería que
estuvieras allí.
-Pero estuve.
Porque era mi deber. Y sigue siéndolo.
-Yo tampoco creí
que fuera a poder con ello.
-¿¡Me lo dices o
me lo cuentas!? Aún tengo pesadillas, tía. Perdona, pero es que tú
no viste aquello. Dios mío, podrían hacer películas de terror
cojonudas con una simple cámara y una mujer pariendo-hizo una mueca
y Eri se echó a reír. Se acercó a él y, rompiendo la sonrisa que
se había formado en aquellos labios enmarcados por una barba del
color del chocolate, posó sus labios en los dientes de él, que no
se hizo de rogar y le devolvió el beso.
-Yo también te
quiero, por cierto.
-Menos
mal-respondió él. Eri se echó a reír y le dio con la almohada en
la cabeza. A veces seguían comportándose como críos, y lo mejor de
todo era que la infantilidad de uno alimentaba al del otro, de manera
que una vez que uno de los dos empezaba a comportarse como había
hecho hacía muchos años, el otro se veía arrastrado y terminaba
siendo peor que el que había empezado.
Después de
revolcarse por la cama mientras los expertos charlaban animadamente
sobre la película, que era un éxito del que pocos iban a poder
disfrutar (nadie tenía la paciencia que tenía la pareja de
enamorados como para soportar tanta cháchara de algo que aún
desconocían), Louis, como siempre, acabó ganando y colocándose
encima de Eri. Ella se rió, se tapó la boca y cerró los ojos,
achinándolos completamente, y rodeándolos de un marco de pequeñas
arrugas que llevaban allí una eternidad, pero que se acentuaban con
el paso del tiempo. Louis pensó que si a su mujer le salían las
arrugas a esa rapidez, estaba haciendo algo bien. Si le salían esas
arrugas era porque se reía. Y si ella se reía, él era feliz, y
estaba cumpliendo con su trabajo.
-No hagas eso.
-¿Que no haga
qué?-respondió ella, colándose su voz entre los dedos.
-No te tapes la
boca cuando te ríes.
-¡Pero si es lo
que llevas haciendo tú toda la vida!-protestó ella, dándole un
empujón, pero sin la fuerza suficiente como para conseguir que se
moviera. Louis tiró un poco de Eri para alejarla de los pies de la
cama, temiendo que pudiera hacerse daño, con tanto acierto que al
tirar de ella, sujetándola por la cadera, le desplazó la goma de
los pantalones, que se deslizaron por su piel suavemente. También
sus bragas cedieron a la tentación, y pudo apreciar una buena parte
de fisonomía de la cadera de Eri.
Con una sonrisa
pícara extendiéndose por su boca, se separó un poco de ella e
introdujo suavemente la mano por su pantalón, mientras ella no
paraba de reír.
-Para, para,
pa...-ordenaba sin éxito, presa de las cosquillas y de algo mucho
más importante que no eran cosquillas, pero que se manifestaba de
una manera muy diferente-. Vamos a despertar a los niños.
-Bueno, ya saben
que no les ha traído la cigüeña-respondió él, volviendo a
tumbarse encima de ella y besándole la boca, el mentón, toda la
cara, mientras los dos recordaban la vez en la que sus hijos les
preguntaron por primera vez de dónde venían los niños.
Su madre se había
quedado sin palabras, echando cuentas, intentando adivinar si los
críos eran demasiado espabilados, buscando en su memoria cuándo le
habían dicho sus amigas que los hijos habían empezado con aquellas
preguntas...
… pero su padre,
raudo, se limitó a remangarse las mangas de la chaqueta y contempló
a sus dos hijos, el mayor curioso, y la pequeña aún demasiado
pequeña para enterarse bien de cuál había sido la pregunta, y
empezó con su disertación, no demasiado literaria:
-A ver, niños...
escuchadme bien. Cuando un papá y una mamá se quieren mucho...
Los ojos de Erika
alcanzaron el tamaño de la esfera del reloj del Big Ben.
-¡LOUIS! ¡NO! ¡LO
DE LA CIGÜEÑA!
-Eso son
gilipolleces-replicó él, mirándola con dureza-. Cuando...
-¡¡LOUIS!!
-¡¿Te quieres
callar?! Mirad, cuando una mamá y un papá se quieren mucho, se van
a la cama. Allí, el papá...
-Dios mío de mi
vida, no me lo puedo creer, Dios, Dios, van a salirnos buenos,
Dios-murmuró ella, levantándose y corriendo de un lado a otro,
llamando a cualquier divinidad dispuesta a ayudar a una atea.
-El papá mete su
polla en la vagina de la mamá-continuó Louis después de suspirar-.
Y se forman los niños.
-¡PERO NO LES
DIGAS ESA PALABRA!
-Dios, Eri, la van
a aprender en la guardería. ¿Qué más da?
La pareja del
presente se echó a reír.
-Por suerte no se
acuerdan de eso-susurró ella, volviendo a taparse la cara-. Oh,
Dios, lo pasé tan mal...
-Te encantó, y lo
sabes.
-¡Para nada!
Bueno, aunque no debería extrañarme. Conociéndote...
-Te encantó, Eri.
Fue muy yo. Fui yo al 110%.
-A veces me
gustaría que te controlaras y sólo lo fueras al 100%.
-Si hubiera sido al
100%, probablemente habría sido mucho menos delicado.
Ella negó con la
cabeza.
-¿Gemelos?-ronroneó
él, acariciándole el vientre y bajando dos dedos muy despacio. Ella
se mordió el labio y cerró los ojos-. Eh. Quiero oírte.
Pero Eri negó con
la cabeza, y tuvo suerte, ya que empezó la película justo cuando
estaba a punto de ceder a las peticiones de su marido, persuasivo
como pocas personas habían sido nunca. Era la parte mala de la que
la conociera tan bien: sabía exactamente dónde había que tocar
para desatar a la bestia que llevaba dentro, y que se esforzaba en
enjaular cuando estaban en público.
Les había costado
mucho salir de la cama cuando estrenaron habitación y colchón, y
todo porque la iniciativa, siempre, la llevaba Eri. Louis se limitaba
a dormir, levantarse para ir al baño cuando quería, comer cuando
tenía hambre, y luego volver a la cama, a meterse y esperar a
conseguir convencer a Eri de que se podrían hacer cosas
extremadamente interesantes si se unían. Todo el peso del bienestar
de la casa, y el suyo propio, recaía en ella. Así como los
castigos, que consistían en rechazar a su compañero de cama cuando
éste se comportara como un “verdadero gilipollas”, cosa que
sucedía cada vez que ella se movía, en especial cuando lo había
hecho después de una sesión particularmente dura. Él se reía,
porque Louis era así, y a ella le tocaba sufrir por los dos, porque
tenía que luchar contra él, y contra las ganas de sentirlo dentro.
La vida no era justa.
La chica se las
arregló para arrastrarse hasta poner la cabeza sobre la almohada y
mirar a Louis con una sonrisa tímida, pidiendo un perdón que él
seguramente no tenía pensado concederle. No, al menos, con
demasiadas facilidades. Louis suspiró, se sentó al lado de ella y
le cogió la mano, llevándosela a la rodilla doblada. Metió la mano
que tenía libre en la bolsa de comida basura y se molestó en hacer
el mayor ruido posible, tratando de incordiar a su mujer.
-¿No te vas a
poner el pijama?
Él se limitó a
negar con la cabeza, fingiéndose obnubilado por la primera escena,
en la que la protagonista, una pelirroja de ojos oscuros, se paseaba
por las calles de Nueva York mientras los maniquíes de los
escaparates se esforzaban por llamar su atención.
-¿Esta otra vez?
Eri se encogió de
hombros, echando mano de su teléfono móvil, que había dejado en la
mesita antes incluso de entrar en la habitación. Desbloqueó la
pantalla, provocando una serie de temblores y sonidos amortiguados
por su piel, y entrecerró los ojos.
-Es lo mejor que
echan.
-Apuesto a que no
lo es-respondió él, tumbándose sobre su vientre y revolviendo
entre las sábanas, que se habían arrugado por aquellos juegos sin
inocencia que habían terminado consiguiéndola, en busca del mando a
distancia. Eri le pegó con algo en el trasero, y él se volvió.
Ella sostuvo el mando con dos dedos, sacudiéndolo en el aire, como
un trofeo.
-Eri, hemos visto
esta película mil veces... y eso que ni siquiera te gusta.
-Sí que me
gusta-replicó ella, frunciendo el ceño y cruzando las piernas-. No
me apasiona, pero...
-Algo bueno estarán
echando.
Ella puso los ojos
en blanco.
-Ayer elegiste tú
la película.
-¡Era una serie!
-Haber pensado
antes qué día querías elegir tú lo que veríamos en la tele. Hoy
me toca elegir a mí.
-Pues paso de
verlo-contestó él, poniéndose de pie y encogiéndose de hombros.
Louis abrió los brazos y Eri se encogió de hombros.
-Vale, lo capto.
Ahora el de la mala uva eres tú. ¿Si te hago un masaje te quedas?
Louis inclinó la
cabeza a un lado.
-¿Con ropa o sin
ella?
-No te pases. Estoy
cansada.
-Me refiero a mí.
-Ah-respondió su
mujer, recorriéndole con la mirada. Por su boca se extendió una
sonrisa lasciva-. Puedes... cambiarte de ropa, si quieres-asintió
con la cabeza, contenta por haber llegado a aquella solución.
Louis le devolvió
la sonrisa, se quitó la camiseta y, sin mediar palabra, se tumbó
cuan largo era en la cama. Eri se quitó el pañuelo que llevaba a
modo de diadema, apretó la cola de caballo que se había hecho más
fuerte con éste, y le ordenó que se pusiera con la cabeza mirando
hacia la televisión. Le apetecía enterarse de lo que le pasaba a la
pelirroja con desavenencias en la tarjeta de crédito.
-Eri...
-Ni Eri ni hostias.
No soy un spa. Yo también quiero hacer lo que a mí me da la gana, y
no puedo.
-No vives tan mal.
-No me puedo tirar
a mi marido cuando me sale de los cojones-protestó, negando con la
cabeza-, ¿sabes? Tengo que esperar hasta por la noche y rezar por no
cansarme demasiado durante el día.
-¿Hoy iba a haber
fiesta?
-Louis, llevo con
gana de fiesta desde que nos conocimos-confesó ella, sujetándole la
mandíbula y obligándole a mirarla. Sus ojos llamearon.
-Si me lo hubieras
dicho me habría inventado alguna excusa para que Zayn no viniera.
-Las cosas
empezaron a ir mal cuando necesitasteis excusas-murmuró entre
dientes, encogiéndose de hombros y asegurando los anchos tirantes de
la camiseta que utilizaba para dormir... cuando dormía con ropa.
Había cogido
aquella camiseta hacía mucho tiempo del fondo de armario de Louis,
cuando éste se encontraba de gira y ella se veía muy sola.
Necesitada de algo que supliera la ausencia de aquella persona a la
que más quería en la Tierra, sintiendo la cama tan vacía que
parecía que todos los mares se habían secado, y cansada de pasar
noches en vela sin otra cosa que hacer que dar vueltas en la cama
mientras la frase “le echo muchísimo de menos” era lo único que
cabía en su cabeza, había acabado cansada y dando con una solución
que, aunque simple, parecía haber hecho efecto. Simplemente una
noche se levantó, abrió los cajones y se vistió con la ropa que su
aún novio había dejado en la casa. Al principio le bastó dormir
con ella, pero luego terminaba quitándosela a sí misma de noche,
porque sus manos reconocían el tejido y las formas.
De modo que terminó
dándole un toque personal a unas cuantas prendas de él. Tan
personal que había cortado las camisetas, que ahora parecían más
tops que otra cosa, y poniéndoles gomas a los pantalones que antes
no la llevaban. Y, para sorpresa y secreto placer de Louis,
recogiendo los bajos de los pantalones y adaptándolos a su
estatura.
A Louis le
encantaba que hubiera tenido que recortar sus pantalones porque, por
una vez, se había sentido demasiado alto, sentimiento que no se
repetía mucho en una banda en la que los demás miden 1,80m y tú
sigues atascado en el 1,75.
Aunque no quería
hacerlo, fue Eri la que empezó la conversación. Cada mañana se
levantaba esperando ya que fuera de noche, porque era cuando se
sucedían aquellos momentos tan íntimos con Louis: ambos dos
compartían lo que habían hecho por el día, se hacían carantoñas
y se contaban hasta la más mínima tontería, molestos por que el
otro no lo había vivido, pero contentos de tener algo de qué
hablar. Se escuchaban como nadie se había escuchado jamás, y se
hablaban como poca gente había hablado nunca.
-¿Cansado?-sugirió,
notando la tensión de los músculos de la espalda de Louis bajo sus
manos. Eri se apartó un mechón de pelo rebelde de la cara y se lo
colocó tras la oreja.
Procuró moverse lo
menos posible encima de él, sabiendo que si le encendía, aquello
terminaría en un fuego.
-Bastante-susurró
él, bostezando. La chica de la televisión se había enamorado, para
variar, de una prenda que no se podía permitir y, aun así, se
empeñaba en comprar.
-¿Qué has hecho
hoy?
-He tenido dos
clases con los pequeños, y ya sabes cómo son.
Eri sonrió a su
pasado; aquel año que había sido sustituta de la profesora de
español que se fue de baja por maternidad había sido muy bonito e
interesante para ella. Como no tenía cualificación, ni siquiera
había pedido el puesto, pero la directora se lo había ofrecido
igualmente: no habría nadie mejor que un español para dar clases de
aquel idioma que traía de cabeza a todo aquel que no nacía
hablándolo. Y la experiencia fue enriquecedora para Eri, porque
comprendía muchas cosas que antes no habían tenido ningún sentido
para ella, y porque había podido estar más cerca de su esposo
cuando llevaban poco tiempo casados.
Además, fue
durante ese trabajo cuando se quedó embarazada por primera vez.
-Ahora me siento
mal por no darte lo que te mereces.
Él se encogió de
hombros, y ella se mordió el labio al ver el efecto que esto tenía
en la espalda de su marido. ¿Por qué una espalda podía ser tan
atractiva?
-Me lo han
compensado. Mañana no tengo clase las primeras horas. Los de primero
tienen excursión.
-¿Y no tienes que
ir? Fantástico-susurró ella, retorciéndose de placer en su
interior. Tal vez podrían tener un desayuno más sabroso que los
habituales, aunque no tan nutritivo como unas cuantas galletas.
-La jefa de
estudios me ama.
-¿Por qué?
-¿No ves que casi
no me da guardias?-dijo él, girándose y mirándola con el ceño
fruncido. En sus ojos se veía una frase “Jesús, Eri, a veces no
te entiendo”. Ella sonrió y le besó los labios apretados,
calmando su malestar.
-Tampoco es para
tanto.
-En serio, nena. Me
ama. Con todas las letras. Estoy seguro de que quiere
chupármela-respondió, tumbándose de nuevo, sin darle importancia a
lo que acababa de decir. O tal vez sí que se la diera y estuviera
esperando la reacción de mujer latina celosa que le encantaba y que
a Eri le molestaba tanto.
-No es la
única-contestó ella para sorpresa de él.
-¡ERI!-bramó,
girándose y riéndose. Ella simplemente se encogió de hombros; el
tirante de la camiseta, muy oportuno, se deslizó por su hombro,
dejando al descubierto una piel limpia, sin marcas de biquini. Ella
sabía tomar el sol, no como el resto.
-¿Qué?
-Mi mujer está
salida y no hace más que ponerme cachondo a mí-le informó al aire,
suspirando y volviendo a bajar la cabeza. Abrió la boca y dejó
escapar lentamente el aire, disfrutando de las manos de su mujer
sobre su piel, adorando cada poro como sólo ella sabía hacerlo, y
como sólo él lo hacía con ella.
-Soy tuya. Y tú
eres mío. Sólo mío. Recuérdalo.
-Me da la impresión
de que vas a hacer que me acuerde de esto-susurró, divertido y a la
vez expectante. Se lo estaba jugando todo a una sola carta, y ahora
dependía de si ella iba a seguir con las apuestas o no.
-Mañana, cuando se
vayan los niños-accedió ella, sin saber hasta qué punto quería
recompensarlo y hasta cuál quería recompensarse a sí misma. Echó
cuentas de cuándo fue la última vez, sabiendo que no llevaban una
mala vida en cuanto a esos temas, pero, como vio que nada podría
hacer que Louis se tranquilizara y no buscara algo que le encantaba,
pensó en que no le importaba. ¿Por qué poner fecha de caducidad a
algo que era eterno?
-No puedo
esperar-comentó él.
Ella se echó a
reír y volvió a subir el tirante de su camiseta a su hombro,
privándole a él de un trabajo que hubiera hecho encantado.
lunes, 24 de marzo de 2014
Campeón.
¿Me creería alguien si
dijera que la esencia de mi presa llegó volando hasta mí, y que
cuando la percibí, me limité a perseguirla como un sabueso? ¿Me
creería alguien si decía que casi había olfateado al ángel y
había seguido su rastro, como un carroñero seguiría el rastro de
sangre, inconfundiblemente procedente de una herida mortal, de un
animal al que le quedaba poco tiempo disfrutando de nuestro mundo?
¿Me creerían si les
decía que había desarrollado dotes más propias de una rastreadora
experimentada que de una runner?
¿O lo achacarían a que
estaba en una simulación?
No lo sabía, y no tenía
interés alguno en averiguarlo. De repente me apetecía terriblemente
estar en la Edad Media, y tener como única arma una espada. La
sangre venía bien en ocasiones. Te hacía fuerte, o al menos eso nos
enseñaban. En nuestro entrenamiento muchas veces nos hacían sangrar
para que nos acostumbrásemos al olor empalagoso de la sangre, a su
sabor metálico, a su brillo escarlata que pretendía competir con el
sol. Nos daba un subidón impresionante ver sangre, casi como le
darían a los vampiros de las novelas que se habían hecho famosas a
principios de milenio, pero era un subidón diferente: el subidón
del que sabe que está a punto de ganar la batalla, y que pugna aún
más por alzarse con la copa tan ansiada y perseguida.
Además, podías hacer
mucho más daño con una espada que con una bala. Las posibilidades
eran infinitas: desde ensartar a alguien, hasta arrancarle un brazo,
pasando por atravesarle la cabeza. Un agujero en el pecho no podía
competir con el fuego que te destrozaba por dentro. Y la espada sería
el mechero.
Azuzada por esa esencia
que voló hasta mí, esencia que se parecía en exceso a la sangre,
apreté aún más el paso. Ahora ya no estaba entrenando: estaba en
una caza en toda regla, y me preparaba para luchar. Mi corazón latía
enloquecido, pero ya no era de cansancio, sino de rabia, e, incluso,
lo contrario a lo primero: expectación. Ansia. Deseo.
Casi lujuria.
Estaba enloquecida,
apenas era capaz de reconocerme a mí misma.
Y por eso me lancé a la
carrera con más ímpetu de lo que había hecho en mi vida: porque
por una vez era completamente Kat, había olvidado a Cyntia, ella se
había quedado atrás, muy lejos. El personaje y la historia que se
escondía detrás de aquella piel de hombros limpios, sin un solo
tatuaje, se había desvanecido en el aire, y ahora lo sustituía la
esencia que yo estaba persiguiendo.
Kat sería fuerte.
Kat destrozaría.
Kat vencería.
Kat sería eterna
mientras Cyntia se perdía en la oscuridad, cada vez más y más
pequeña, pegándose más y más a la pared y deseando fundirse con
ella. Llegaría un momento en el que lo conseguiría.
Y ese momento podía
ser, perfectamente, este.
No lo pillé
desprevenido. Era imposible. Primero, porque era un ángel, y
segundo, porque era una simulación. Se suponía que las cosas habían
de ponérseme difíciles, al menos ese era el trato. Yo sufría mil y
una heridas para aprender a curarlas, y luego despertaba viendo que
estaba intacta e ilesa. Así sería más fácil que llegara de una
pieza a casa el día en que los juegos de guerra se convirtieran en
batallas de verdad.
Estaba de pie, ante mí,
con las alas desplegadas, contemplando un gran salto al vacío que no
haría más que cargarle la fuerza de sus preciosos y monstruosos
miembros, esperando a que llegara. En el fondo deseaba la batalla
tanto (o más) que yo.
Mis pulmones se llenaron
de aire, mis ojos enloquecieron y se cegaron con su visión. Ahora
sólo tenía al ángel frente a mí, todo lo demás se había
desvanecido, y tardaría mucho tiempo en volver.
Me llevé la mano a la
espalda, y comencé a deslizar la pistola con una mueca asesina en la
boca, semejante a la sonrisa de un lobo. Estudié a mi enemigo
mientras éste aún me daba la ventaja de darme la espalda. Había
mirado al suelo, auscultándome por el rabillo del ojo y decidiendo
que no era lo suficientemente buena como para merecer que se girara.
Pobre. No sabía lo que le esperaba.
Reparé en su
constitución fuerte, en su piel oscura, curtida por el sol,
acostumbrada a bañarse en él como lo hacían las antiguas ninfas en
los ríos, peinándose unos cabellos kilométricos, dorados, por los
que miles de chicas estarían dispuestas a matar. Sus brazos estaban
hinchados por un ejercicio que había hecho hacía poco, sus piernas,
tensas. En el fondo no le era tan indiferente como pretendía hacerme
creer. Quería hacerme daño tanto, o más, de lo que yo quería
hacérselo a él. Pero fingía que no era así, para que yo atacara a
lo loco. De lo cual tenía ganas. Muchísimas ganas.
Sin embargo, sabía
contenerme y esperar al momento propicio.
Su pelo, corto y negro,
apenas se dejaba inmutar por la brisa envalentonada de la cima de los
edificios. Estaba allí, quieto, único rastro de la pregunta
inquisitiva que rebotaba en las paredes del interior de mi enemigo.
¿Quién era yo? ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Cuánto le llevaría
derrotarme antes de poder largarse para ir un rato con las putitas
que, de seguro, le estaban esperando en casa, tal vez hipnotizadas
para servir sus crueles fines sin rechistar?
¿Podría ser yo una de
esas?
Le quité el seguro a mi
pistola, y lo encañoné.
-Date la vuelta-ordené
con una voz exageradamente de ultratumba. No parecía yo. No sonaba
como yo. No era yo.
Intuí
la sonrisa que le cruzó el rostro, motita de polvo en el haz de una
linterna que se hace monstruosamente grande en la pared a la que
alumbras.
Una
de sus manos pasó de estar colgando, impasible, a un lado de su
costado, a apoyarse en su cadera. Fue entonces cuando reparé en que
tenía una pierna de más, la tercera mucho más tiesa y delgada que
las anteriores.
-No
puedo creerlo-le dije al aire, y alcé la mirada a un sol
despampanante que representaba a mi controladora. Sí, había
escuchado mis deseos y los había llevado a cabo. Estaba armado con
una espada.
Lo
cual lo hacía todo más interesante, porque todo se volvía mil
veces más peligroso.
-¿Cuál
es tu nombre?-preguntó el pájaro, de piel de cuervo y alas de
cisne, girándose y estudiándome. Odié la mueca de satisfacción al
comprobar la diferencia de tamaño entre nosotros. Si se trataba de
peso y estatura, llevaba las de ganar.
Pero
mi arma era mejor que la suya.
Punto
para mí.
-Llámame
Muerte-respondí, sonriendo y lanzándome hacia él. Se esperaba,
lógicamente, mi reacción enloquecida, cosa que no hubiera sucedido
en la vida real. Me recibió con los brazos abiertos y las palmas
sujetando un muro invisible entre nosotros. Un muro que rompí. Me
cogió con sus manazas y me lanzó al suelo ipso facto, sin darme
tiempo a reaccionar. Choqué estrepitosamente contra el suelo de la
azotea, y escuché el crujido de algún hueso virtual.
No,
me dije. No son tan fuertes. No rompen huesos así. Yo
estoy preparada para esto.
Me
levanté de un brinco, ignorando un dolor punzante en el pecho, y
volví a la carga. Se me había caído la pistola, pero aún llevaba
otra con la que disparar.
Quería
freírle la cara, al mamón. Y mi puntería no era demasiado buena
cuando estaba en movimiento. Es por eso que quería acercarme al
máximo antes de disparar. Si me salpicaba con su sangre, tanto
mejor. Victoria sucia.
Esperó
mi llegada de nuevo con los brazos abiertos. Seguramente la
programadora aún no hubiera podido ponerle un modo de proceder
mejor. Me daba lo mismo. Aunque fuera un ángel virtual, seguía
siendo un ángel. Serviría para aplacar mi furia, al menos de
momento, hasta que encontrara algo mejor, más real, con lo que
cebarme.
Justo
cuando estaba a escasos centímetros de sus dedos metálicos, me
lancé al suelo como los nadadores profesionales que se tiran sin
temor alguno al agua de la piscina. De cabeza. Con las manos por
delante.
Pasé
entre sus piernas abiertas y alcancé mi pistola con la yema de los
dedos. La sujeté en el momento en que mi oponente me agarraba un pie
y me levantaba en el aire, arrastrándome con él.
Sabía
que no podía hacer eso.
Louis
me lo había dicho: les costaba muchísimo despegar si llevaban a
alguien cargado. Bastante tenían con su peso propio, como para
encima llevar sobrecarga.
Louis
me lo había dicho.
Louis.
Su
nombre se hizo hueco en mi mente como un tren en un túnel que le era
pequeño: dolió. Dolió en exceso, tanto que me hizo perder la
concentración y soltar la pistola. El arma cayó girando en el aire,
dando vueltas enloquecida, para chocar y dispararse contra un cristal
que no había hecho nada malo.
Contemplé al ángel, vi
cómo ascendía por el cielo de la misma manera que yo ascendía por
la pared de un edificio: con seguridad, como quien sabe que ha nacido
para eso y que eso es lo que ha de hacer hasta que no pueda hacer
nada más.
El sol ardía en mi cara
y me impedía ver poco más que una sombra negra recortándose contra
todo lo oscuro.
Y la sombra se inclinó
cual guadaña y me estudió. Observó mis facciones, decidiendo que
era bonita, muy bonita (tenía ego, era mi punto débil, y los
ángeles encontraban los puntos débiles como los runners
encontrábamos los maletines que se nos encargaba transportar). Vi
algo blanco nacer entre la negrura, y me estremecí de pies a
cabeza... o de cabeza a pies, dado que estaba dada la vuelta.
Se despidió de mí
agitando la mano.
Y soltó la que me
sujetaba.
Mi caída me recordó
mucho al típico sueño en el que estás cayendo, y no terminas de
caer. Estás encerrado en una trampilla sin fondo, y tú caes y caes,
y nunca llegas al final, jamás llegas a espachurrarte contra el
suelo ni poner fin a ese sufrimiento que es el estar viendo cómo tu
cuerpo se cree que puede convertirse en un paracaídas, y se echa
para atrás y para atrás, sufriendo los gastos psicológicos y
físicos que eso conlleva. Tú te retuerces en tu caída, pero, ¿de
qué sirve? Con un poco de suerte, pierdes velocidad. Con mucha mala
suerte, la ganas, y tu sufrimiento aumenta.
Yo, por suerte, no
estaba en una pesadilla.
Y mis manos chocaron
contra el borde de un edificio mientras mi cuerpo seguía obedeciendo
la ley más simple y poderosa del universo: la de la gravedad.
El golpe frenó mi
caída, no lo suficiente como para que pudiera sujetarme allí, pero
sí lo bastante como para que encontrara dónde agarrarme.
Las tuberías digitales
y medio pixeladas servirían. Pegué mis manos a ellas, sintiendo
cómo comenzaban a arder por la velocidad, y tiré de mi cuerpo
volador hasta pegarlo contra la pared. Puse los dos pies alrededor de
la tubería y mi velocidad fue disminuyendo poco a poco.
Caí de culo en el
suelo.
La subida no fue fácil,
teniendo en cuenta las ampollas que habían surgido debajo de mis
guantes sin dedos. Pero mereció la pena.
Jodía mucho despertarse
en la sala del simulador empapado en sudor y con la mente acelerada
porque no era capaz de comprender que hubiera pasado un segundo entre
la situación de tensión y muerte en la que se empezaba a deshacer,
y la tranquilidad de la base.
Los simuladores
acabarían por volvernos locos.
Rabiosa, busqué la
manera de subir hacia la azotea. El ángel, tan seguro de su
victoria, ni se había molestado en contemplar cómo moría.
Seguramente tuviera ganas de volver a casa y ya lo estuviera
haciendo.
La tubería parecía una
buena opción, de no ser porque yo tenía orgullo, y me recordaba la
casi derrota a la que me acababan de someter.
Tardé apenas un minuto
en encontrar una ruta alternativa, y casi cuatro en llegar arriba de
nuevo.
La azotea estaba vacía,
con la única excepción de mi fiel pistola esperando por mí.
Miré en derredor y,
hasta que no vi la sombra negra alejándose de mí, no sentí que el
aire fuese aire, y no agua envenenada.
Molesta porque me
hubieran dado por muerta mucho antes de estar siquiera fuera de mi
estado consciente, pegué un tiro al aire.
Vi cómo el ángel se
giraba.
-¡Sorpresa,
putita!-bramé con toda mi fuerza pulmonar; de nuevo aquella voz
desconocida para mí.
Apenas veía el cuerpo
del ángel, de modo que su cara fue algo imposible para mí. Sin
embargo, pude ver perfectamente la furia ciega que se instaló en él
cuando descubrió que su orgía deprimente tendría que posponerse
unos minutos más.
Tal vez para siempre, si
yo no jugaba limpio.
Y estaba decidida a no
jugar limpio.
Se lanzó a por mí como
un bólido, mientras yo me limitaba a esperarle con los brazos en la
espalda y una sonrisa de cazadora, la misma que había tenido
anteriormente, instalada en mi boca y negándose a abandonarme.
Cuando estuvo lo
bastante cerca de mí, apunté y disparé. La bala izquierda le dio
en el pecho; esa fue la que lo mató.
La bala derecha le dio
en un ala. Esa fue la que más le dolió.
Herido y con un motor
deshabilitado, comenzó a girar sobre sí mismo y se estrelló contra
el suelo, dejando un reguero de sangre tras de sí. Fui hasta él. Le
costaba respirar; la bala estaba en su pecho, inundando sus pulmones
con la sangre y haciendo que se ahogara. Debía de ser horrible el
hecho de que el propio líquido que te mantenía con vida y sin el
cual no podías vivir se volviera contra ti. A mí no me gustaría
tener que probar eso en mis propias carnes.
Caminé sobre él, y le
puse un pie en la garganta. Contemplé la súplica rastrera de sus
ojos convertirse en una plegaria de llorica.
-No tengo el gusto de
saber tu nombre-murmuré, sonriendo y enseñándole a su frente la
hermosa oscuridad del cañón de mi pistola.
Ahora había un orgullo
indecible en sus ojos. Sonrió.
Dijo un nombre. No era
el de mi pájaro del averno.
Pero para mí sonó tan
parecido a “Louis” como si lo hubiera nombrado a él.
Un volcán explotó en
mí. El mismo que apretó el gatillo e hizo al ángel pasar al otro
barrio, a reclamar unas alas espirituales.
Asentí con la cabeza,
diciendo que ya había acabado, y que quería salir de mi ensoñación
a todo aquel que quisiera escucharme.
Mientras la ciudad se
desvanecía a mi alrededor, perdiéndose en un abanico de líneas
rectas, paralelas y perpendiculares entre sí, tuve tiempo para
inclinarme hacia el ángel y estudiar la bolita de plata, surcada por
líneas de azul luminoso, que llevaba colgada del pecho.
La gemela de la que la
yo real llevaba aún metida dentro del sujetador.
jueves, 20 de marzo de 2014
Pequeñas cosas, grandes sentimientos.
Estar en la cama, tapado hasta las cejas, mientras fuera está lloviendo. Escuchar música en el coche. Leer ese libro que lleva esperando en tu estantería tanto tiempo. Ir por la calle con la cabeza alta y sonreír a un extraño. Tener un 10 en un examen que has preparado mucho. Saber la lección antes de que te la digan. Tumbarte en el prado a mirar el cielo nocturno de una noche estrellada. Ver auroras boleares. Acariciar a tu mascota. Reírte tanto con algo que la barriga te duela. Ver tu película favorita con un buen bol de palomitas en el regazo. Sentarte de noche a la brisa del verano. Besar. Jugar a las cartas en la playa. Sentir cómo el sol te dora la piel. Encontrar un lugar de sombra cuando hace mucho calor. Tomar un helado sin que se te derrita y te pringue las manos. Hacer muñecos de nieve. Jugar con las hojas marrones en otoño. Oler las flores en primavera. Echar de menos sabiendo que los momentos compartidos con ese alguien a quien añoras se exprimieron al máximo. Recibir una llamada inesperada. Recibir una carta. Que alaben tu trabajo. Abrazar a tus seres queridos. Decirles "te quiero" a quienes quieras. Sentarte con tu mejor amiga en un parque, simplemente a hablar. Comprar una bolsa de chucherías y comértelas todas, sin dejar ni una. Esperar con impaciencia a que las luces del cine se apaguen y empiece la película. Escuchar los aplausos del público después de actuar en tu primera obra de teatro. Escuchar el acento extranjero. Saber que hay gente a la que el exterior no le importa. Alejarte de la gente tóxica. Que te dé igual lo que los demás piensen de ti. Ser valiente. Esperar el futuro porque deseas lo que va a pasar. Tener una aplicación de "días que faltan para..." y abrirla cada dos minutos, esperando que el día baje. Beber agua cuando tienes sed. Encontrar una oferta para el viaje de tu vida. Comer una hamburguesa después de mucho tiempo sin probarla por estar a dieta. Meterte en los charcos los días de lluvia. Pisar descalzo la hierba recién cortada. Ver a los niños jugando con sus mascotas en el parque. Luchar por lo que deseas y saber que lo que haces sirve para algo. Ver cómo tu famoso favorito recibe el premio que tanto se merece. Ir a un concierto. Ir a una firma de libros. Ir a un preestreno.Ser pequeño y que llegue la Navidad. Ponerte un jersey mullido en los días de invierno. Recogerte el pelo para que no te moleste. Terminar la época de exámenes. Dormir hasta tarde. Bailar como si no hubiera nadie mirando. Escuchar tu canción favorita en la radio. Ver por millonésima vez el musical que tanto te gusta y cantar las canciones tal y como lo hacen los protagonistas. Enamorarse. Amar. Coleccionar fotos, y hacerlas. Viajar. Ayudar a quien más lo necesita sin pedir nada a cambio. Pasarte el videojuego en el que tanto tiempo has estado atascado. Quedarte sin respiración de tanto reír. Dejarte bambolear por las olas del mar. Contemplar una puesta de sol. Ponerte un vestido, y que te quede perfecto. Ver fotos de tu persona favorita en el mundo, y sonreír. Sonreír porque sí. No tener preocupaciones. Saber que el karma te está reservando algo. Sentirte libre.
Cuando eres pequeño, la felicidad es la luz de los días de verano, otoño, invierno y primavera.
Cuando eres joven, la felicidad son pequeñas gotas de luz en la oscuridad.
Cuando eres viejo, la felicidad es una vela de cuya existencia eres consciente intermitentemente.
Está todo dentro de ti.
Sólo tienes que dejar que cerrar los ojos... y ver.
Cuando eres pequeño, la felicidad es la luz de los días de verano, otoño, invierno y primavera.
Cuando eres joven, la felicidad son pequeñas gotas de luz en la oscuridad.
Cuando eres viejo, la felicidad es una vela de cuya existencia eres consciente intermitentemente.
Está todo dentro de ti.
Sólo tienes que dejar que cerrar los ojos... y ver.
(Los comentarios con más pequeños instantes que traigan felicidad son más que bienvenidos)
sábado, 15 de marzo de 2014
Santuario.
Ojalá pudiera decir que
su marcha me afectó menos de lo que pensaba. Que no me dolía el
hecho de sentir cómo la esencia que me había traído al besarme
aquella vez en aquellas oficinas desiertas, de cristales rotos por mi
entrada estelar, se difuminaba en el aire a medida que en mi cabeza
iba calculando, sin pretenderlo, la distancia que nos separaba. Cada
vez mayor. Cada vez más lejos. Cada vez menos Cyntia y más Kat de
nuevo.
Me quedé en la azotea,
observando la noche y encontrando demasiadas similitudes con las que
habíamos pasado allí arriba, o en mi habitación, con la luna cómo
única testigo de nuestro pequeño secreto y la gran traición que
éste suponía. No quería bajar, y, sin embargo, tenía que hacerlo.
No podía quedarme allí para siempre, bueno, tarde o temprano
alguien empezaría a
buscarme, y si me encontraban allí, todo por lo que había luchado
se iría al traste. No tendría a quién acudir. Esta vez el perdón
no era una solución: aquella vía estaba cortada, yo misma la había
cortado al besarle... al acostarme con él en aquel parque tan
lejano.
Respiré
hondo, preguntándome si sería malo quedarme allí un poco más,
buscando el hilo de la armonía en mi interior... pero se había roto
y deshilachado. No podría meditar en bastante tiempo. Necesitaría
correr para compensar todo aquello.
Cuando
comprendí esto, tomé una decisión: si Cyntia había desaparecido
porque él la había robado, Kat sería toda yo. Podría ser como
Faith, hacer que todo el mundo me llamase Kat y servir para correr,
no tener tiempo libre, no buscar nada más que una misión imposible
que yo pudiera cumplir. No sería tan malo, después de todo,
¿verdad? Ella podía hacerlo, y no era mejor runner que yo.
Tal
vez pudiera huir de mí misma si corría lo suficientemente rápido.
O
tal vez no.
Dado
que no perdía nada por intentarlo, eché un último vistazo a la
losa negra que conformaba el cielo nocturno, rota en los lugares en
que las estrellas más valientes y poderosas lograban vencer a la luz
que manaba del suelo, letal y terrible para ellas, y me despedí en
silencio de la azotea. Me juré a mí misma que nunca, jamás,
volvería a subir allí. Era el santuario de la traición.
Eché
a andar sin saber muy bien a dónde iba; lo único que había en mi
mente era esa simple palabra “adelante”. Simple y llanamente
“adelante”. La cumpliría hasta el fin de mis días, estaba
claro... siempre y cuando ese “adelante” no implicara seguir
caminando por el cielo y hacer caso omiso a mi conciencia, que
bramaría al borde de un edificio “¿a dónde vas, subnormal? ¿No
ves que no tienes alas? Da la vuelta, coge carrerilla, y salta. Es lo
que mejor se te da”.
Estaba
bien tener principios y defenderlos a capa y espada. Pero si la
espada se había roto y no tenías nada con qué defenderte, lo mejor
era que utilizaras aquel entrenamiento que tanto dolor y a la vez
felicidad te había aportado, te dieras la vuelta y pusieras pies en
polvorosa.
Bajé
en silencio por las escaleras, escondiéndome en los rincones oscuros
cuando sentía cómo alguien se acercaba a mí. No tenía ni idea de
mi aspecto, al igual que tampoco tenía ganas de rendir cuentas ante
nadie y explicar por qué me había encerrado en mi habitación toda
la tarde y me había negado a dejar que nadie me viera, y había
optado por pasear de noche, como los ladrones. Sería un
comportamiento sospechoso que habría que explicar tarde o temprano,
y mis ganas de hacerlo eran nulas.
Me
cubrí el rostro con la capucha, como si mi comportamiento no fuera
lo suficientemente sospechoso, y vagabundeé por los pasillos sin un
rumbo fijo. Sorprendida, noté lo sobrevalorado que estaba correr
para escapar de los problemas, pues un simple paseo también servía
para alejarte de ellos. Y, en ocasiones, era mejor, porque los
problemas no oían tus pasos alejarse y no se afanaban en ir tras de
ti, abalanzarse como jaguares nocturnos sobre ti y destrozarte. Con
un paseo ponías distancia entre tú y ellos, mucho más lentamente,
pero con mayor duración.
Cuando
quise darme cuenta, estaba al lado del gran boquete en la pared
producido por la bomba negra que había debilitado nuestra fortaleza.
Cerré los ojos y apreté los puños, pensando en lo injusto que era
todo, en cómo nos habían herido en tan sólo unos minutos, echando
abajo muros de poder que habían tardado generaciones y generaciones
en alzarse. Los aprendices tenían miedo. Los principiantes no se
fiaban. Los expertos estaban perdidos. Los mejores nos habíamos
vuelto mediocres.
Y
todo aquello se reducía a una única frase: “Por ser una
traidora”.
Tomé
aire, lo expulsé y volví a tomarlo. Observé la escena ante mí:
las casas recortadas contra la noche, las farolas rasgando la
oscuridad con su luz débil, las alambres de espino de algunas partes
de la valla que impedían que nos atacaran, y, a la vez, nos
encerraban, y pensé: Esto no está bien.
Las
primeras familias ya habían vuelto a sus casas, pero a aquellas
horas de la noche no había una sola lámpara que hiciera una promesa
de salvación y libertad al estar encendida. Los monstruos podrían
campar a sus anchas aquella noche, mientras los niños se revolvían
en sus camas, con las sábanas de escudo, temiendo que algo saliera
del armario y los arrastrara dentro llevándoselos cogidos por los
pies. Suficiente para perder el alma en las entrañas del inframundo.
Así
que, si ni siquiera las que tenían por oficio salvar a los suyos,
¿por qué yo habría de salvar a nadie y nadie me tendría que
salvar a mí?
Me
retiré de nuevo a mi paseo nocturno y, sin saber muy bien cómo,
terminé llegando a la sala con el simulador. Apreté la cara contra
los cristales y comprobé que había dos runners tumbados en aquellos
asientos rescatados de algún dentista descuidado. Sólo una
informática controlaba lo que estaban viendo mientras mordisqueaba
una chuchería. Era lo bueno de no ser alguien de acción: te dejaban
comer lo que quisieras, y no tenías que desobedecer mirando por
encima del hombro temiendo por las consecuencias.
La
chica bajó la vista un segundo para comprobar su teclado, le dio un
manotazo para limpiar los trazos de azúcar que habían osado llegar
hasta su sagrada zona de trabajo, y luego volvió a alzar la vista.
Tragó el trozo de gominola que estaba comiendo y conectó el
micrófono presionando una tecla que todos los teclados de los
simuladores tenían. Pronunció un par de palabras y frunció el ceño
con la respuesta.
Mis
manos se cerraron en torno al pomo de la puerta y, cuando quise darme
cuenta, había caminado como una zombie hasta colocarme al lado de la
chica en cuestión. Me apoyé en el respaldo de su silla y estudié
las pantallas. Había tres: la central, en la que se colocaba cada
obstáculo al que se sometía a los runners que estaban dentro, la
lateral izquierda, en el que se controlaban las constantes vitales y
mentales de los dos que estaban corriendo (ninguno de los que entraba
en los simuladores sabía a ciencia cierta si aquello era peligroso,
pero era precisamente el morbo de poder sufrir algo lo que nos hacía
aplicarnos más; de lo contrario, nos lo tomaríamos todo a risa) y
la lateral derecha, en la que se veía el ambiente de los runners
desde tres puntos de vista diferentes. Además de ver lo que los
otros veían, también podías tener una visión global del
escenario, como en los típicos videojuegos en los que ves siempre la
espalda del personaje principal y puedes anticipar una puñalada en
la espalda antes de que esta termine de prepararse.
-¿Cuánto
llevan ahí metidos?-pregunté, estudiando las líneas irregulares de
la pantalla izquierda. La chica se encogió de hombros.
-No
me han dicho que les cronometre.
Asentí
con la cabeza, temiendo volver a hablar. Era sorprendente cómo
sonaba mi voz, como si... estuviera compuesta de trozos de cristal
rotos.
Había
un tintineo en ella que no me resultaba familiar. Y el tintineo no
era el típico procedente de una campanilla ni nada por el estilo.
-¿Quieres
entrar?-preguntó, alzando la mirada. No había caído en la cuenta
de lo joven que era. A pesar de estar maquillada con los ojos
ahumados que le daban aspecto de una pantera nocturna, resaltando aún
más la pureza del azul grisáceo que había en las cuencas oculares,
la chiquilla apenas pasaría los 15 años. De manos finas y dedos
largos acabadas en uñas como arpones, tecleaba a toda velocidad sin
centrarse en el teclado. Comprobó una fórmula que había escrito en
la pantalla y pulsó Enter con un sonoro golpe del dedo meñique.
Sintiendo
la boca seca, asentí lentamente.
-Ponte
en el sillón 2 y conecta las cosas.
-Mi
código es...
-Eres
Kat-replicó, señalando mi perfil. Nos tenían totalmente fichados
en la base de datos; así nos evitaban la dolorosamente aburrida
tarea de decir cuáles eran nuestros logros y en qué nivel de
simulador estábamos. La dificultad. Nuestro personaje. Todo estaba
allí.
Una
versión pixelada de mí misma, con hombros limpios, apareció en la
pantalla.
-¿No
se supone que no deberías saber los códigos de memoria?
-Y
no lo sé. Pero sé leer tatuajes-respondió, señalando varias
barras que se cruzaban y enredaban entre sí, creando un entramado al
que no le encontraba lógica alguna. No me habían dicho qué
significaba aquello; es más, era la única parte de mi cuerpo que no
conseguía encajar en algún esquema mental. Todos los demás
tatuajes tenían sentido, todos salvo ese.
-¿Esto
es...?
-Es
como un código de barras-respondió, bajando la mirada y tecleando a
toda velocidad en la parte de los números. Sus labio seguían a sus
dedos y lo que la pantalla representaba a la velocidad del rayo.
Alzó
una única vez sus ojos hacia mí para comprobar que no se había
equivocado, y luego señaló el sillón número 2, pegado a la cabeza
del chico que estaba allí tirado.
-No
quiero ir con ellos.
-De
acuerdo. Prepararé un escenario específico para ti. ¿Qué sección
de la ciudad quieres?
-La
de la Central de Pajarracos.
Frunció
el ceño.
-¿Por
qué esa?
-Necesito
entrenarme en la pelea contra los pájaros. Ya sabes-murmuré,
estirándome a pesar de que aquellos músculos no iban a moverse.
Hice que mis nudillos crujieran-. Cada vez son más, y nosotros cada
vez menos.
-Ya-respondió,
moviendo pequeños interruptores alrededor de las pantallas. Alzó la
mano un segundo para que me callara. Mientras tanto yo me quité la
capucha y la cazadora; dejé que se deslizara por mis brazos
fantaseando con que aquel contacto era una caricia masculina, de esas
que te metían en tantos problemas pero sentaban tan bien-. Tardaré
un poco en crearte a un ángel. La base de datos sobre la Central es
casi nula. Te dejaré en algún punto cercano y mientras te acercas
iré preparando la zona, ¿de acuerdo?
-Nada
de efectos especiales ultra realistas. Sólo el ángel y yo.
Se
metió otro trozo de gominola en la boca.
-Detecto
venganza en tu voz.
-El
ordenador sabe cómo me gustan-repliqué cortante, tumbándome y
tratando de detener la sensación de pánico y quemazón en la
garganta que me embargó cuando sentí cómo los aviones sin alas
rodeaban mi frente y se colocaban en mi nuca, justo al lado del
cerebro.
-La
transición siempre me pone nerviosa.
-Relájate,
bombón. No te va a pasar nada.
La
última palabra a la que encontré sentido fue “bombón”. Y eso
no hizo más que acrecentar mi sensación de malestar. Esta vez ya no
eran nervios. Era pura rabia.
La
luz azul que manaba de aquel casco que en ningún momento me tocaba
la cabeza me cegó, y fue haciéndose más y más pálida hasta que
se convirtió en simplemente la pared de un edificio particular,
igual al resto y diferente de todos, tal y como era todo en aquella
maldita ciudad.
¿O
tal vez era el suelo?
Apenas
pensé en la posibilidad de que tal vez estuviera tirada en el suelo,
algo tiró de mí y me lanzó a un lado hasta estrellarme contra
sabía dios dónde.
Me
giré en el aire y eché un vistazo a mi alrededor, pero estaba sola.
Estudié mis manos, temiendo que hubiera magia (aquella magia que se
había extinguido hacía tanto tiempo) en ellas y que no supiera
controlarla. Pero no. Era normal como siempre, común la resto de los
mortales, de no ser por ser extraordinaria en lo que hacía. Lo cual
no era poco.
-Perdón-dijo
una voz en mi cabeza y a la vez en el cielo. Me sentí como si las
nubes hablaran conmigo y quisieran disculparse por tapar el sol.
El
único inconveniente era que no había nubes. Ni sol. Había luz y
punto, pero ésta no venía de ningún sitio.
-Por
lo menos necesito sombras, ¿sabes?-le dije al cielo, a aquel dios
informático que controlaba todo en mí, y que podría matarme con
sólo quererlo. Pero mi diosa particular se mostró piadosa y me
mandó a la mierda mientras me ordenaba que esperase, calificándome
de “zorra impaciente”.
Como
si de una explosión lejana y silenciosa se tratase, una bola de luz
apareció en el cielo y se quedó clavada allí, mirándome con
superioridad.
Ahora
sí que todo está bien, pensé, y me permití un momento para
mirar en derredor y...
…
y me di cuenta de que estaba en el puente que no conseguí cruzar. El
puente que lo cambió todo.
Casi
podía verme a mí misma a través del velo de mis recuerdos
lanzándome al vacío ante la visión del ángel aproximándose hacia
mí, las alas recortándose en el cielo y proyectando sombras
infernales.
Aquello
fue la gota que colmó el vaso.
Empecé
a buscar a mi presa, sabiendo que en cuanto la encontrase no tendría
piedad.
La
mejor forma de sentirse viva en ocasiones era matando a alguien.
martes, 11 de marzo de 2014
Favores.
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Eri se había vestido no con sus mejores galas para la ocasión, pero tampoco estaba demasiado informal. Fiel a su estilo de seguir los dictados de su corazón, escuchó a sus instintos y se puso una blusa que, según su marido, le sentaba como un guante. Ella se limitó a sonreír y besarlo rápidamente.
Eri se había vestido no con sus mejores galas para la ocasión, pero tampoco estaba demasiado informal. Fiel a su estilo de seguir los dictados de su corazón, escuchó a sus instintos y se puso una blusa que, según su marido, le sentaba como un guante. Ella se limitó a sonreír y besarlo rápidamente.
Una cosa era una
visita de Zayn, con quien estaba a gusto, y otra muy distinta; la
visita de su recién estrenada esposa, la madre de Scott, que había
resultado ser una vecina de Bradford del segundo mayor de la banda.
Sherezade era la típica mujer de piel tostada y ojos verde aceituna,
que hacían darse la vuelta a los hombres, y Eri... bueno, no era
ninguna belleza, no tenía nada que la hiciera destacar sobre los
demás. Louis había encontrado algo en ella que ella aún no había
conseguido ver, pero, mientras su esposo siguiera viendo ese algo,
todo estaría en orden.
Simplemente no
quería que Sherezade la ganara en su propia casa. Eran algo parecido
a amigas, ya que habían estado mucho tiempo juntas (sus hijos eran
mejores amigos), pero tampoco llegaban a ser tan cercanas como lo
habían sido las madres de los integrantes del grupo al que sus
maridos pertenecían porque, simplemente, no habían necesitado
apoyarse la una en la otra ante la ausencia de sus hijos.
Sherezade y Eri
tenían una relación de amistad cortés, no demasiado distante, pero
no lo bastante cercana como para que las dos mujeres pensaran en irse
de compras la una con la otra por iniciativa propia.
Eri suspiró, se
llevó las manos a los pantalones vaqueros y se las frotó
repetidamente, intentando calmar sus nervios. Hacía bastante que no
veía a Zayn, desde que había empezado el curso, de lo que ya habían
pasado varios meses, y la confundía hasta qué punto era capaz de
echar de menos y recriminarse no ir a verlo cuando lo tenía a
escasos minutos en coche, viviendo en la misma ciudad. Se había
acostumbrado a la añoranza en esos temas, ya que Niall y Liam vivían
muy lejos, y Harry ya era un caso aparte, separándose de los demás
colocando un océano entre ellos.
-¿Te puedes creer
que estoy nerviosa?
Louis levantó la
cabeza del periódico y se encogió de hombros. Él no se había
preparado en absoluto; seguía con la camiseta que se había puesto
cuando llegó a casa, la chaqueta vieja, y los pantalones de chándal.
Al fin y al cabo, ¿para qué prepararse? Sólo era Zayn. Había
estado con él mucho tiempo.
Y no necesitaba
causarle buena impresión a su mujer, ya que a) era su mujer y
b) él era Louis Tomlinson, de One Direction. No necesitaba
esforzarse demasiado con esos temas: todo el mundo tenía una opinión
ya formada de él, y a él no le interesaba lo más mínimo tratar de
cambiarla. Seguiría siendo él mismo.
Esa era una de las
cosas que atraían a su mujer hacia él.
-Tan sólo es
Zayn-susurró pensativo cuando la escuchó corretear por la cocina,
asegurándose de que había preparado suficiente café-. ¿Vamos a
decirles lo que nos ha contado Harry?
-La cría de Harry
y Noemí es el menor de mis problemas ahora mismo-replicó Erika con
la boca seca, comiéndose la cabeza al meditar si sus invitados
querrían pastas con el café. Se mordió el labio-. ¿Querrán té?
Louis puso los ojos
en blanco y negó con la cabeza. Cerró el periódico, lo dejó
encima de la mesa, y se acercó a su mujer. Sus alianzas tintinearon
al chocar, pero Eri estaba demasiado ocupada volviéndose loca por
detalles insignificantes como para enternecerse por el hecho de que
llevaban anillos idénticos, y el significado de estos.
-¿Quieres
relajarte? Ya han venido muchas veces, y nunca te has puesto así.
-¿Acaso no te das
cuenta de la presión a la que nos acaba de someter Harry? ¿Por qué
nos ha elegido a nosotros en vez de a Liam, Niall, o Zayn? ¿Por qué
tú, Louis, de entre todos ellos? Si Liam siempre fue el más
disciplinado, y Niall el más alegre, y Zayn...-frunció el ceño un
momento-. Bueno, a Zayn ya le buscaré un rol que encaje con tener
hijos en la banda.
Louis se echó a
reír.
-Tal vez te haya
elegido a ti, y yo sea el efecto colateral de haberte elegido.
-Eso me asusta más
aún. Quiero decir, ¡venga! ¿Realmente Alba no puede ocuparse de
este asunto? Es la más tranquila, su hija va a la universidad y su
hermano es el primero de su clase, mientras que nosotros... bueno...
Tommy-señaló la puerta y negó despacio con la cabeza, sin dar
mucho crédito a lo que debía decir a continuación. Hubiera querido
detener el tiempo en el instante en que le mencionó a Louis que
había que ir a comprar y él le masajeó el cuello, dejó que sus
manos bajaran por el costado de su mujer, convenciéndola de que no
sería necesario ir a comprar ese día... podrían ir otro.
El contenido sexual
de aquella conversación y la profundidad de aquellas caricias le
habían causado verdadero pánico, porque era algo totalmente
público, rayano en la exhibición de sexo gratuito ante aquellos a
quienes había tratado de proteger con todo su empeño.
-Louis... los
niños-murmuró tratando de acallar los gemidos que veían en el
fondo de su garganta el lugar idóneo para salir al mundo y retozar
en el aire-. Están delante-lo dijo tan bajo, temiendo esa verdad,
que temió que él no la oyera. Pero él lo hizo. Llevaba
acostumbrado a escuchar sus gemidos mucho tiempo.
-Me da igual. Así
aprenden.
-Pues a mí no me
hace ni puta gracia-replicó.
En ese momento
había sido muy feliz, a pesar de la angustia y el terror a que los
pequeños entraran y la descubrieran así. Había sido feliz y ahora
le habían arrebatado la felicidad, dejando sólo la angustia y la
presión que conllevaba el ser una buena madre.
Se apoyó en la
encimera y contempló a Louis con ojos entrecerrados. Él le puso las
manos en los hombros, y la instó a respirar profundamente.
-¿Quieres que
cancele lo de hoy de Zayn? Puedo decirle que te encuentras mal...
Eri negó con la
cabeza, frotándose la frente.
-No... no podemos
echarnos atrás por esto. Tengo muchas ganas de ver a Zayn y a
Sherezade, incluso a Scott, y no puedo dejar que estas cosas me
afecten. Y mucho más ahora que me van a meter a otra adolescente de
hormonas revolucionadas en casa.
-Diana no puede
estar tan mal.
Eri alzó las
cejas, apartando la mano de su frente y mirando a su marido.
-¿Louis?-lo llamó,
tratando de atraer toda su atención.
-¿Qué?
-Noemí bajo ningún
concepto reconocería que no puede con su hija y me la mandaría a mí
para que me encargue yo de ella a no ser que Diana no fuera una
santa, como vuestra princesa.
-Ahora también es
la tuya.
-Louis.
Él asintió con la
cabeza, alzando las manos.
-Sólo intentaba
ayudar, ¿vale?
-Lo sé, y te lo
agradezco, amor, pero... quiero seguir con esto. No sé hasta qué
punto voy a aguantar, pero si no fuerzo hasta el límite, no sabré
dónde lo tengo.
-La última vez que
forzaste hasta el límite lo pagamos caro, Eri.
-Me volvió a
crecer el pelo.
Louis se echó a
reír, la besó despacio, y le acarició la cintura. Ella se dejó
hacer, rodeando su cuello con las manos y sonriendo para sí,
disfrutando de algo que no iba a cambiar nunca por mucho empeño que
pusieran los demás.
Sonó el timbre,
ella suspiró, lo miró a los ojos y se colocó bien la blusa,
asegurándose de que la había colocado como debía.
-Ya abro yo-baló
Eleanor, que estaba en el salón, viendo el programa de talentos de
rigor. America's Best Top Model se había tomado un descanso,
pero los británicos rápidamente habían hecho su propia versión
del programa, muy exitoso en el país que se creía continente, lo
que alentaba las esperanzas de la mayor de los hermanos Tomlinson de
meterse en la industria de la moda algún día. Que sus padres
hubieran hecho sendos pinitos posando para diversas revistas del
mundo, aunque ese no hubiera sido su trabajo “oficial”, hacía
que ella tuviera secretas esperanzas en que podría triunfar. Le
corría por las venas. Lo sabía. Tenía que correrle. Era algo
natural.
Louis le apretó la
mano a su mujer y le pasó el brazo por la cintura, acariciando su
vientre nuevamente plano, que tanto había hecho abultarse a causa de
aquellas noches de pasión, vestidos con los halos de luz de luna,
siguiendo a su hija.
-¡Zayn!
-¡Louis!
Ambos se abrazaron
como si no trabajaran juntos.
-Estás preciosa,
Sherezade.
-Oh, gracias,
Louis. Sólo es un trapito, es lo primero que he cogido.
-Sí, lo primero
después de revolver todo el armario-se carcajeó Malik, riendo a
carcajada limpia. Eri escuchó pasos subiendo las escaleras, y estuvo
segura de que Scott había ido con sus padres, aprovechando para
hacer una visita a su mejor amigo y contarle qué tal había ido la
clase a la que Tommy había faltado.
-¿Y Eri? Quiero
abrazarla; hace mucho que no la veo.
-Sí, tengo muchos
cotilleos que contarle-asintió la señora Malik más legítima,
esbozando una sonrisa luminosa, cuya pureza blanca se alimentaba de
la oscuridad de su piel.
-Está preparando
las cosas. Hoy ha tenido un día muy atareado.
-Más trabajo va a
tener ahora-contestó Zayn, entrando en la cocina y viendo cómo Eri
colocaba cuidadosamente las tazas de café que iban a tomar. Eri se
apartó el pelo de la cara, se colocó un par de mechones tras las
orejas, levantó la vista y sonrió como si hubiera visto al
mismísimo arcángel San Gabriel.
Erika abrió los
brazos y Zayn se escurrió entre ellos, levantándola y haciendo que
sus pies se despegaran del suelo. La española se echó a reír, le
dio un beso en la mejilla y murmuró:
-Cada día estás
más guapo.
-Es la
genética-replicó el musulmán, sonriendo y colocando
inconscientemente la lengua entre los dientes, como solía hacer en
las fotos.
Eri se apartó el
pelo de la cara, echándose un mechón tras la oreja, y se acercó a
Sherezade. La señora Malik sonrió y le dio dos besos a la señora
Tomlinson, que no se hizo de rogar y los devolvió sin dudarlo.
Sherezade tenía ese efecto en todo el mundo: la gente, cuando
pensaba en ella, se sentía se sentía amenazada por esa belleza
exótica, que la hacía semejante a una diosa egipcia, debido al tono
de su piel y sus ojos verdes; sin embargo, cuando estaban con ella,
se relajaban, como si los poros de la esposa de Zayn emitieran alguna
sustancia que relajaban a todo aquel que se encontraba frente a ella.
Zayn era el
encargado de poner en su sitio a los hombres que se sentían
demasiado cómodos con la mujer, que se mostraba azorada y tímida
cuando alguien desconocido se acercaba a ella.
-Estás preciosa,
Eri-sonrió Sherezade, mostrando unos dientes que parecían brillar
en la oscuridad. Eri se echó a reír y negó con la cabeza.
-¿Tú crees? ¿No
estarás hablando de ti?
Después de
intercambiar las cortesías de rigor, las dos parejas pasaron al
comedor, con vistas a la ciudad de Londres, capital del mundo (Eri
había dejado de luchar por hacer ver que Londres no lo era, siempre
defendiendo a su querida Los Ángeles, dando el caso por perdido; al
fin y al cabo, la adoración por la capital inglesa era muy superior
a la de la ciudad que ostentaba el título de Meca del Cine),
recortándose contra el cielo encapotado tan usual. Zayn se sentó
entre las dos mujeres, y Louis se colocó al lado de su invitada,
ligeramente alejado de su esposa, que no protestó. Tendrían mucho
tiempo para estar solos; no era ocasión de discutir por tonterías.
-Así que, ¿qué
tal todo? ¿Has hablado con Niall?-inquirió Zayn dando un sorbo de
su taza de café. Louis negó con la cabeza, apartándose la taza de
té de los labios. Sherezade alzó una ceja, mirando a su marido,
preguntándose en silencio a dónde quería llegar dando rodeos.
-¿Debería?
-Me llamó ayer por
la noche, y, como en el instituto estábamos tan liados, no me
apetecía demasiado hablar con toda esa gente escuchando.
-Y por eso me
habéis hecho preparar de comer-contestó Eri, alzando las cejas y
echándose a reír. Sherezade puso los ojos en blanco y negó con la
cabeza.
-Hubiera traído
pastas si no hubiera creído que tal vez te resultase ofensivo,
querida.
-Me lo
resultaría-aseguró la española, dejando su taza posada sobre el
plato y tomando una pasta de la pequeña bandeja plateada. Louis
experimentó un pequeño placer, semejante al que le recorría la
espina dorsal cada vez que su esposa comía sin que él se lo
pidiera.
Sherezade rió,
pero Zayn la ignoró.
-Quiere volver a
las andadas.
-Niall siempre
quiere volver a las andadas, así que eso no es nada nuevo-contestó
Louis, haciendo un gesto desdeñoso con la mano-. ¿De qué tipo de
canción estamos hablando? ¿Has hablado con Liam? Siempre escribimos
mejor juntos...
-Habla de la
banda-murmuró Zayn, clavando los ojos en su compañero. Louis
frunció ligeramente el ceño.
-¿One Direction?
¿Va en serio?
Zayn asintió con
la cabeza.
-Hace muchísimo
que no trabajamos juntos, y necesitaríamos muchos ensayos. Además,
Harry está en Nueva York...
-Eso mismo le dije
yo, pero... la verdad es que tengo ganas de revivir los viejos
tiempos.
-Yo tenía ganas de
cambiar el nombre de la banda y vosotros no me hicisteis ni caso.
-Siempre te dije
que One Direction está bien tal y como está-contestó Eri, molesta.
Siendo una gran fan de la banda como era, vivía en el pasado,
recordando cada uno de los premios que su marido y sus amigos habían
ganado, los momentos que les habían regalado, los instantes
compartidos con ellos, las decepciones... Y todo aquello tenía una
historia con un título, el mismo nombre de la banda. Que se quisiera
cambiar este título no le hacía ninguna gracia.
Louis suspiró.
-El caso es que
deberíamos hablar de todo. Al fin y al cabo, Niall y Harry están
triunfando en solitario, somos nosotros los que más desaparecidos
estamos.
-Entra en Twitter;
todavía tienes un millón de seguidores.
Louis y Zayn se
echaron a reír, recordando la pequeña competición que montaron
cuando ambos estaban rozando los cien millones de seguidores. El
resto ya los habían alcanzado (Harry, de hecho, casi duplicaba esa
cifra), pero ninguno de los dos quería ser el último. Así, habían
hecho de todo con la intención de ser el primero de los dos en
traspasar esa frontera, llegando Zayn antes que Louis, y
cachondeándose de eso en cada ocasión que se le brindaba.
Que Louis no se
callara nada era una de las cosas que hacía que fuera el menos
seguido, porque siempre hablaba de lo que pensaba, sin preocuparse de
las opiniones ajenas. Así, comentaba siempre lo que le apetecía (y
el fútbol ocupaba la mayor parte de su tiempo), lo que hacía que
dejara de ser interesante para los que una vez habían visto en él
el centro de su mundo.
Louis se mordió
los labios y cogió otra pasta, mientras Sherezade y Eri admiraban la
pulsera de la última, que rara vez se quitaba, pues era un regalo de
hacía mucho tiempo de su marido. Se la había comprado una de las
primeras veces que salieron juntos.
-No quieres volver,
¿verdad?-preguntó Zayn, mirándolo. Las dos mujeres interrumpieron
su charla y alzaron la vista. Todos los ojos de la habitación
estaban clavados en Louis, el mayor de la banda, el que había sido
el mayor soporte, el que había hecho a sus compañeros sonreír
cuando las cosas no iban nada bien.
-Claro que quiero.
La música es mi vida, ya lo sabes. Es sólo que... los hijos de
Niall aún son pequeños. Y los nuestros no.
Zayn asintió con
la cabeza.
-No había pensado
en eso.
-Yo sí-replicó su
mujer, encogiéndose de hombros-, pero no quise decirte nada porque
parecías muy ilusionado.
-Sher...
Sherezade se
encogió de hombros.
-Te eché mucho de
menos la última vez. Casi me volví loca.
-Escucha, Tommo.
Escucha, porque eso se puede aplicar a mí.
Louis sonrió con
una sonrisa escondida tras sus dedos índice y corazón, que había
apoyado cuando Sherezade se volvió hacia Malik.
-No quiero que te
vayas, pero tampoco quiero que te quedes. Es tu sueño, y yo no soy
quién para meterme en medio, pero... no soportaría otro tour.
Eri asintió con la
cabeza. Zayn cerró los ojos.
-Tenemos que hablar
con Niall, pero esto es cosa de todos. De nuestras mujeres también,
Zayn-respondió Louis.
Zayn abrió los
ojos y sonrió.
-Es increíble que
seas tú el que esté diciendo esto. ¿Te lo imaginas?
-El mundo está
jodido-respondió Louis.
-Entonces,
¿hablamos con Niall?
-Podemos hacer una
vídeo llamada entre los cinco y hablar de esto-contestó Louis,
encogiéndose de hombros-. Yo por mí volvía, Zayn, sabes lo que me
gusta todo eso. Me lo paso genial con vosotros y no lo cambiaría por
nada.
-Pero...
-Pero tengo una
familia. La última vez que me largué de tour, cuando volví tenía
un bebé más en casa-lanzó una mirada envenenada hacia su mujer,
que se ruborizó y bajó la vista. Sherezade rió con una risa
musical como el tintineo de una campanilla. Se había enterado del
embarazo de Erika cuando ella estaba en el sexto mes. Por suerte para
la sorpresa, fue a visitarla a ella antes de llamar a Louis para
felicitarlo por la noticia y a Zayn para reñirle por lo ocurrido.
-No volveré a
hacerlo, puedes confiar en mí.
-Confiaba en que me
hubieras dicho qué pasaba mientras pasaba, no después.
-Reconoce que te
encantó la sorpresa.
Louis alzó una
ceja, y Eri le imitó. Sherezade se echó a reír.
-No tuvisteis
ninguna bronca, así que no estuvo tan mal, ¿verdad?
Louis negó con la
cabeza, esbozando una tímida sonrisa.
-La verdad es que
no, pero eso fue porque estaba cansado. No me apetecía ponerme a
discutir apenas había llegado a casa.
Zayn se
mordisqueaba la uña, divertido por esa pequeña riña que sus amigos
parecían haber librado más veces y querían sacar a la luz, pero
aliviado porque no lo hicieran de verdad. Eso era lo mejor de la
banda y lo mejor de las chicas que habían estado con ellos desde
casi el principio: no se tomaban las cosas demasiado en serio, podían
hablar con tranquilidad sin temer que hubiera malas vibraciones o
malas contestaciones y, si las había, no les daban mucho crédito.
Siguieron charlando
de cosas insustanciales, alejándose cada vez más de lo que
realmente importaba a los Tomlinson. Sherezade le cambió el sitio a
su marido, y ahora las mujeres cotilleaban como nunca habían hecho
antes, hablando de que si la vecina había estado con otro hombre y
su marido no lo sabía, de la ropa que había llevado tal actriz a
tal entrega de premios, del vídeo de una cantante juvenil que había
seguido los pasos de Miley Cyrus y terminaba desnudándose como lo
había hecho ella, pero esta vez sin una metáfora relacionada con la
canción por detrás... Mientras tanto, los hombres echaban partidas
a las cartas y comentaban momentos del pasado, que iba a volver pero
a la vez era irrecuperable.
-¿Recuerdas
aquella vez en Italia en la que las fans se las apañaron para entrar
en el hotel y las chicas estaban dentro y casi se pelean?
-¿No fue en
México, tío?
-Puede ser. La
verdad es que los países se mezclan.
-Yo me acuerdo de
cuando fuimos a la India. ¿Te acuerdas tú? Nos lo pasamos muy bien
en Bollywood, a ti querían cogerte para hacer una película o por lo
menos salir de extra.
-Lo habría hecho
si me hubieran dejado.
-Casi no había
tiempo.
-Creo que donde
mejor me lo pasé fue en Dubai. Había mucha tranquilidad allí.
-Porque llevábamos
un montón de guardaespaldas.
-Sí, pero las
tiendas, el ambiente... todo allí era diferente, era como si los
demás estuvieran demasiado ocupados controlando que no se les
escaparan sus millones de dólares como para fijarse en nosotros, ¿no
te acuerdas?
-Apenas me acuerdo
de Dubai, tío. Estuve metido en el hotel casi todo el tiempo, viendo
películas de ninjas. Tenía demasiado miedo de la tormenta de arena
que habían anunciado el día anterior.
-Y que al final no
nos pilló.
-Me habría
recriminado eso toda la vida de no ser por una de las películas que
vi. Era genial.
-¿Te acuerdas del
título?
Louis negó con la
cabeza.
-Era muy raro.
-¿Cuánto hace que
no habláis con Harry, Zayn?-preguntó Eri. Sherezade había cambiado
radicalmente de expresión, ahora estaba seria, observando a su
anfitriona con ojos suspicaces, tratando de leer algo inscrito en su
piel, más hondo que sus pulmones.
Zayn se encogió de
hombros sin darle importancia a la pregunta, que había hecho que
Louis pusiera los ojos en blanco un segundo, alzara la vista al cielo
y asintiera con la cabeza. Así le hizo saber a su mujer que había
captado el mensaje en forma de indirecta que le había mandado.
-Un mes, quizá
dos. La verdad es que no lo recuerdo muy bien. ¿Muñeca?-se giró
hacia Sherezade, poniendo especial cuidado en no enseñar las cartas.
Los ojos de Sherezade chispearon, a juego con su blusa, y sus hombros
se alzaron.
-Puede que haga mes
y medio. Seguramente. Sí.
Zayn sacó una
cajetilla de tabaco y se la mostró a Louis, que se encogió de
hombros y señaló con la mandíbula a Erika, auténtica dueña de la
casa, a pesar de que las escrituras estaban a nombre de él. Ella
cuidaba de la casa y la mantenía en buen estado, limpiando
regularmente y acicalándola cada vez que se le presentaba la
ocasión, de manera que para él el verdadero poseedor del hogar era
su mujer.
Eri le dio luz
verde con un movimiento de la mano y Zayn encendió el cigarro. Dio
una larga calada y se levantó a por un cenicero colocado
estratégicamente en una de las pequeñas mesas que había en el
comedor. Su boca esbozó una sonrisa sarcástica, respondiendo a la
previsión de la mujer que, una vez más, iba por delante de él.
-¿Por qué?
-Hemos hablado hoy
con él.
-Ah, ¿sí? ¿Y
cómo estaba? ¿Todo bien en Nueva York?
-Quiere que nos
quedemos con Diana-espetó Eri sin ningún pudor. Sherezade frunció
el ceño y apretó los labios un poco más de lo que ya lo estaba
haciendo. Zayn alzó las cejas y miró a la pareja.
Louis estiró el
brazo y sacó un cigarro del pequeño paquete que traía su amigo.
-Lo siento, nena.
Erika se encogió
de hombros. La conversación se repetía tanto y se parecía tanto a
las demás que era capaz de reproducirla de memoria, y no quería
tenerla con los Malik delante.
-Tengo constancias
de que lo haces más a menudo de lo que te atreves a confesar.
-Sólo en
situaciones desesperadas que requieren medidas desesperadas.
-¿Por qué te
cabrea el asunto, Louis?-preguntó Zayn, sentándose de nuevo en el
lugar que previamente se le había asignado a su mujer. Louis se
encogió de hombros, encendiendo el cigarro apoyándolo apenas sobre
la llama que no iba a sostener nada, y se encogió de hombros. Dio
una larga calada, se encogió de hombros y soltó el humo tóxico que
habían almacenado sus pulmones con semblante serio.
-Porque no me ha
dado oportunidad a negarme.
-Pero, ¡es Harry!
Podrías haberle dicho que no-respondió Sherezade-. Sabes que no se
lo tomaría a mal. Es un cielo.
-Ya, pero también
sé que él sabe que yo no le podría decir que no a un favor. Y
menos siendo él.
-Larry-respondió
Eri esbozando una sonrisa. Louis frunció el ceño.
-A mí dejó de
hacerme gracia hace muchísimo tiempo.
-A mí me la sigue
haciendo porque seguís con esos lazos, por muy lejos que estéis.
-Stan no me toca
los cojones a este nivel-respondió Louis, echando la cabeza hacia
atrás y tragando saliva.
-Eso es porque Stan
es un tío legal, y Harry no lo ha sido nunca-replicó Zayn, riendo a
carcajada limpia.
-Pobre Harry, cómo
le estáis poniendo en un momento-sonrió Erika, incorporándose y
echando un vistazo por encima del hombro de su marido, contemplando
sus cartas. Sherezade se limitó a inclinarse para hacer lo mismo que
ella con el suyo. Hizo una mueca que a Eri no se le escapó pero,
dado que no era su partida, y no estaban jugándose nada verdadero,
no dijo nada.
-¿Qué te
preocupa, Louis?
Louis se encogió
de hombros.
-Me preocupan
muchas cosas. Tengo mucho en qué pensar, y no me ayuda el hecho de
que ahora Harry quiera que nos hagamos cargo de su hija.
Eri suspiró
levemente y asintió con la cabeza sin demasiada energía, como si de
repente le hubieran quitado toda la energía para utilizarla ya en la
empresa de cuidar de Diana Styles.
-¿Os ha dicho por
qué quiere que os encarguéis de ella?
Ambos negaron con
la cabeza, a pesar de que la mujer no había hablado realmente de
ello con el que ahora vivía en Estados Unidos. Se había limitado a
hacer de telefonista.
-No, no nos lo ha
dicho, pero la cría debe de haber hecho algo malo-murmuró Louis,
tocándose la mandíbula con la mano que sostenía el cigarro y
extendiendo una carta. Zayn asintió, meditabundo, y lanzó otra
carta a la mesa. Habían cambiado de juego sin decir nada, y las
mujeres estaban perdidas, sin saber muy bien cuáles eran las nuevas
reglas.
-Podréis con ello.
-¿Por qué estáis
tan seguros de que ha hecho algo malo? Tal vez sólo quieren que
estudie algo que se trabaja mejor en Reino Unido-comentó Sherezade,
llamando a la calma. Eri negó con la cabeza, haciendo que sus rizos
chocolate levitaran un segundo rodeando su cara.
-No; lo habrían
dicho a principios de curso, no en pleno primer trimestre.
-Que para Scott y
Tommy resulta ser finales-intervino Zayn, recogiendo un manojo de
cartas y colocándolo en un montón ya hinchado que acababa de
formar.
-En todo caso, han
hecho una buena elección.
Louis y Eri
levantaron la cabeza al unísono, haciendo gala de una coordinación
que se creía desaparecida, y que se había perdido realmente, porque
no se daba entre ellos dos, sino entre Niall y Louis cuando estos se
lo proponían.
-¿A qué te
refieres?
-Bueno, Eri... te
has casado con Louis, y tus hijos han salido normales. Les has
cuidado bien y estás haciendo un trabajo muy bueno conteniendo esos
genes Tomlinson que tienen. La sangre de Louis tiene mucha
influencia, lo sabemos (no hay más que pensar en tus cuñadas), pero
vuestros críos no han hecho nada particularmente gordo-se explicó
Zayn, alzando las cejas con la vista perdida, pensando en sus cosas,
seguramente recordando algo que sus hijos habían hecho y de lo que
no se alegraba demasiado. Scott, Sabrae, Shasha y Duna (el nombre de
esta última había sido motivo de muchas mofas hacia su padre,
porque los chicos creían que continuaría con la tradición y le
pondría un nombre iniciado en S, pero resultó no ser así) no eran
malos, pero sí revoltosos. Con predilección por el alboroto, los
hermanos Malik eran una bomba de relojería cuando se juntaban, y
minas antipersona cuando se separaban. Sin embargo, sólo las chicas
se comportaban relativamente bien, pues la timidez las frenaba.
Eso y que las
mujeres siempre estaban mucho más sometidas a la presión de la
sociedad y del ambiente que las rodeaba, cosa que con los chicos no
pasaba. Y eso, por muy jóvenes que fueran, los niños lo notaban,
haciendo que los varones tuvieran más libertad para hacer lo que
quisiera sin temer por lo que los demás dijeran, y las chicas
tuvieran que medir más sus actos, haciendo incluso cosas en la
sombra, escondiéndose de los demás por temor a los juicios.
-Después de lo que
está pasando con Tommy, no sé cómo tomarme eso-comentó Eri, dando
un trago de su bebida y apretando la mano en el hombro de su marido
que, automáticamente, le puso la mano sobre la suya, mostrándole
que no estaba sola.
-Son sólo etapas,
querida, no te preocupes. Tu hijo la superará.
-Además, con la
cabeza que tiene, seguro que se lo rifan en cualquier universidad. No
debéis preocuparos por eso.
-El problema es que
ahora no da un palo al agua, y deberíamos estar encima de él
constantemente y, si viene la hija de Noemí y Harry, no vamos a
poder hacer mucho de eso.
-Podréis con
ello-aseguró Sherezade, sonriendo de nuevo, devolviendo la luz a la
habitación y recuperando la confianza de quienes la estaban
escuchando. Ella era la luna en una noche oscura; en ocasiones se
ocultaba tras una nube, pero cuando volvía lo hacía con tanta
gloria que nadie se quedaba indiferente ante ella.
Después de animar
a la pareja con bromas y más charlas recordando el pasado, o
comentando los cambios de peinado de tal cantante que estaba dando
mucho que hablar, y cuando el sol parecía ocultarse, perezoso y
abatido por no conseguir que los Malik se echaran a la calle antes de
que él tuviera que irse, Zayn y Sherezade se levantaron de la mesa.
Llamaron a su hijo, que bajó con aires tristes la escalera, seguido
por su mejor amigo de cerca, y se despidieron de sus anfitriones.
-Ánimo con la cría
de Harry, Louis-le susurró Zayn al oído-. Si necesitáis algo...
-Lo sé, Zayn, lo
sé. No te preocupes-le dio una palmada en la espalda, agradecido por
el gesto.
-No te agobies,
¿quieres, Eri?-inquirió Sherezade tras darle dos besos a Erika, que
asintió con la cabeza, pero cuya expresión demostraba que estaba
lejos de obedecer-. Lo harás genial.
Y se fueron así,
después de intercambiar besos y promesas de que volverían a unirse
pronto.
Cuando se fueron y
se quedaron solos en el salón, Louis y Eri se miraron. Suspiraron y
se tiraron en el sofá, en silencio, mirando la tele con la pantalla
apagada, pero que parecía igual de interesante que cuando echaban
noticias de algún accidente de aviación o alguna catástrofe
natural.
Eri terminó
rindiéndose y acercándose a su marido. Se pasó el hombro de este
por encima del hombro y le besó el costado. Louis cerró los ojos,
disfrutando del contacto de su mujer.
-Deberías hacer
más caso a Sherezade.
-Estoy preocupada.
-Oh, vamos, Eri. Es
una Styles. Lo ha dicho Zayn. Comparada con Tommy y Eleanor, Diana
será una tontería.
Eri torció la
boca, no muy segura de sí misma.
-Pero la cuestión
es no cómo la vaya a cuidar, sino si estoy preparada para cuidar de
alguien que no sea mi hija. No sé si estoy preparada aún para
cuidar de la hija de Noemí, Lou. Si la hace irse es por algo.
Louis tomó la
mandíbula de la mujer con sus manos y la obligó a mirarla. La besó
en la boca despacio, con aquella delicadeza que a Eri siempre le daba
la impresión de tener miedo de que se rompiera entre sus manos,
esfumándose como el humo que se escurre entre los dedos.
-Lo has hecho bien
con los nuestros, nena. Una Styles será un paseo.
Eri sonrió con
ternura, observando aquellos labios tan apetecibles, y se inclinó
hacia ellos. Se dejó besar y besó, acariciándole el cuello, con el
mismo sentimiento que había puesto en su primer beso.
-Louis.
Él no le hizo
caso, siguió besándola y pegándola contra él como solía hacer.
Tiraba de su ropa, la cogía por la cintura y la acercaba a su
cuerpo, dejándose llevar por el sentimiento.
-Louis-repitió
ella, sonriendo cuando él le besó el cuello, en un “cállate”
mudo, y negó con la cabeza. Lo apartó despacio, él se la quedó
mirando. Se mordió el labio y ella sintió cómo algo se retorcía
en su interior, respondiendo a esto y a la expresión hambrienta de
sus ojos. Supo que esa noche se lo iba a pasar bien.
-Tengo que preparar
la cena.
-Puedo hacerla yo
luego. O podemos pedir una pizza.
-No-respondió su
mujer, viéndose atraída de nuevo a sus brazos-. ¡Louis!-baló,
alargando su nombre todo lo que pudo, y echándose a reír. Él se
separó, bufó, se pasó una mano por el pelo y murmuró para sí:
-Debo de haber
perdido muchas facultades si es tan fácil para ti rechazarme de esta
manera.
-No es fácil, pero
tengo que hacerlo-se defendió Erika, besándolo rápidamente, tanto
que a él apenas le dio tiempo a cerrar los ojos y notar sus labios
sobre los de ella-. ¿Qué preparo?
Su marido dejó
caer la cabeza sobre el sofá, con los brazos extendidos en actitud
de absoluto amo de todo, y se encogió de hombros.
-Carne. Siempre
carne.
-¿Tienes cosas que
hacer?
-Oh, sí,
mierda-gruñó él, frotándose la cara. Eri volvió a reírse, se
levantó y le tendió la mano.
-Voy a cambiarme de
ropa. Luego puedes ir a la cocina y estaremos un rato juntos, ¿qué
te parece? Hace mucho que no estamos juntos.
-Creo que quiero
suicidarme-respondió él, cerrando los ojos y haciendo un gesto de
dejadez con la mano-. Vete. Déjame morir en paz.
Eri volvió a
echarse a reír, le cogió la mano y tiró de él. Le besó la nuez
del cuello, que se marcaba especialmente ahora que él tenía aquella
posición tan comprometedora, y consiguió arreglárselas para
levantarlo. Le ordenó que fuera a la cocina o que la esperara allí,
pero que, bajo ningún concepto, se fuera con ella a la habitación,
porque se conocía y sabía qué iba a pasar si se metían en la
misma sala en la que ella se iba a desnudar.
Y se habían
prometido no hacer eso cuando los niños estaban en casa.
Cuando volvió,
vestida de nuevo con ropa totalmente informal, se encontró con que
Astrid había conseguido convencer a su padre para que jugara con
ella. Daniel estaba jugando al balón con Tommy, por lo que no le
prestaba atención, y Eleanor seguramente estuviera encerrada en su
cuarto, hablando por teléfono con cualquiera de sus innumerables
ligues del instituto, con los que hacía malabares para tener las
tardes y los fines de semana ocupados.
-¿Quieres venir a
hacer la cena, Astrid?-preguntó Eri, inclinándose hacia ella. El
rostro de la niña se iluminó, bramó un emocionado “¡sí!” en
español, y se levantó corriendo. Louis la miró, agradecido, ya que
las muñecas no eran algo que le atrajera especialmente de el asunto
de ser padre, y siguió a dos de sus tres mujeres favoritas hacia la
cocina. Astrid escaló como pudo, arreglándoselas para subir al
taburete y extendiendo sus brazos rechonchos por encima de la mesa.
Eri le tendió una bolsa de pistachos, y le pidió que los sacara de
su cáscara. Astrid asintió con la cabeza, tomándose la misión
como si de un auténtico asunto de estado se tratara, y se concentró
al máximo. Louis abrió su libreta y se dispuso a corregir deberes
del colegio.
-¿Qué tal las
clases?-preguntó Eri, sentándose al lado de la niña y enfrente de
su marido para pelar patatas.
-Bien. No me dan
guerra. ¿Y tú por casa?
-Bien. No me da
guerra-se burló Eri sin evitar una carcajada. Astrid no oía nada;
su misión la tenía totalmente absorbida.
-¿Qué has hecho
hoy?
-He barrido toda la
casa y luego me he tirado al sofá, compareciéndome de lo dura que
es la vida de la mujer casada.
Louis se puso serio
de inmediato.
-Oye, Eri, ya sabes
que si te ves sobrepa...
-¡Estoy bien! No
te preocupes, amor. No vamos a contratar a nadie que limpie la casa
estando yo aquí sin hacer absolutamente nada. Me aburriría
demasiado.
Louis torció el
gesto.
-No te preocupes-le
repitió, poniéndole una mano sobre el brazo y acariciándole con le
pulgar el bíceps. Louis cerró los ojos.
-Podrías volver a
dar clase.
Ella negó con la
cabeza.
-No tengo la
carrera; además, realmente no necesitamos el dinero. Tú también
podrías quedarte aquí... y hacerme compañía-susurró en tono
íntimo, dirigiendo una rápida mirada a su hija pequeña, que seguía
concentrada en sus asuntos-. Así tal vez no nos aburriríamos
tanto-bajó la vista como queriendo comprobar si su sonrisa era tan
bonita como Louis la veía y luego se echó a reír-. Pero entiendo
que quieras ir. Al fin y al cabo, es tu segunda vocación.
-Es la tercera.
-No me gusta que
juegues al fútbol, eso es todo. Te has lesionado mucho en esa
carrera meteórica que podría competir con la de David Beckham.
-Sólo
caridad-coincidió él, pasándose una mano por el pelo, asegurándose
de que lo tenía bien peinado, y siguiendo con sus correcciones.
Hablando entre
ellos como si realmente estuvieran solos pasaron el tiempo mientras
Eri preparaba la cena y Louis terminaba su trabajo. Daniel y Tommy
entraron en la cocina y exigieron que ella se diera prisa, recibiendo
una merecida riña pro parte de su padre, que les invitó a hacer lo
que estaba haciendo su madre tan bien como lo hacía ella y más
rápido. Los chicos se sentaron a la mesa; Daniel trató de ayudar a
su hermana, pero Astrid interpretó esa intrusión como un boicot a
su trabajo y protestó enérgicamente, amenazando con desbordarse en
lágrimas si no la dejaban tranquila.
-¿Has hecho los
deberes, Dan?-inquirió Louis. Dan bajó la cabeza y sonrió, azorado
porque le habían pillado en media fechoría. Louis esbozó una media
sonrisa y le instó a que fuera a hacer sus deberes.
Eleanor fue la
última en llegar, vestida con un pijama que dejaba al descubierto su
vientre pano y dejaba entrever unas piernas fuertes y sanas,
perfectas, las de una chica que arrancaba miradas allá por donde
pasaba. Cenaron juntos, como siempre solían hacer, y luego se fueron
distribuyendo por la casa: Tommy y Eleanor en sus respectivas
habitaciones, viendo la televisión (podrían haberse reunido, ya que
veían el mismo programa, pero su orgullo les hacía creer que no era
acertado reunirse con el otro, y menos con las peleas que podían
desatarse), y los dos más pequeños se quedaban viendo en el salón
el último programa infantil del día, esperando a que los dibujos
animados les dieran la señal para ir a la cama.
Louis se metió en
la ducha, decidido a descargar toda la tensión del día en el agua y
dejar que ésta se escurriera por el desagüe... y no pareció avisar
a Eri, ya que ella se dispuso a fregar los platos (quejándose una
vez más de que Eleanor se quejara de que tenía mucho que estudiar y
se escaqueara, sin demasiadas ganas de iniciar otra pelea con su hija
mayor, que era igual que ella incluso en aquellas cosas).
Tommy pudo escuchar
los improperios de su padre en la habitación contigua, que resultaba
ser el baño, cuando cerró el grifo. Louis se envolvió la cintura
con una toalla y abrió la puerta del baño.
-¡Erika!
¡ERIKA!-bramó con todas sus fuerzas. Tommy se asomó a la puerta,
sorprendido: su padre sólo llamaba a su madre así en ocasiones muy
contadas.
Cuando por fin la
interpelada se dio por aludida, lanzó un grito que recorrió toda la
casa.
-¿QUÉ ESTÁS
HACIENDO!
-¡Fregar!
-¡CIERRA ESE PUTO
GRIFO, QUE ME ESTOY DUCHANDO!
Tommy frunció el
ceño. Louis se giró, se lo quedó mirando un segundo, y notó la
mirada de su hijo recorriendo todos sus tatuajes, cada uno con una
visión distinta, cada uno mostrando secetos al mundo que nadie era
capaz de descifrar. Se preguntó por millonésima vez por qué no le
dejaban tatuarse un símbolo tribal en el hombro si su padre tenía
un ciervo en el mismo lugar. Y un gorrión en el antebrazo.
Un puto gorrión
en el antebrazo.
-Tommy, si tanto te
gusto puedes teclear mi nombre en Internet. Te sorprendería ver
hasta qué punto se me conoce-se cachondeó su padre.
-No quiero ver
montajes de tu polla al aire, papá.
-¿La tengo grande?
-Enorme.
-Entonces no son
montajes, chico.
-¡PAPÁ!
Louis se echó a
reír, negó con la cabeza y cerró la puerta. Pero Tommy ya había
abierto la caja de Pandora que era su mente, y ya estaba pensando en
los tatuajes. Cada uno de los cuales, sin excepción, y de eso estaba
seguro, contaba una historia pasada hacía mucho, pero lo bastante
importante como para que alguien, por temor a perderla, utilizara su
piel a modo de diario y la estampara allí para la posteridad, sin
importar lo dura que fuera.
Y es que son
precisamente las historias duras las que te hacen ser quien eres.
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