sábado, 15 de marzo de 2014

Santuario.

Ojalá pudiera decir que su marcha me afectó menos de lo que pensaba. Que no me dolía el hecho de sentir cómo la esencia que me había traído al besarme aquella vez en aquellas oficinas desiertas, de cristales rotos por mi entrada estelar, se difuminaba en el aire a medida que en mi cabeza iba calculando, sin pretenderlo, la distancia que nos separaba. Cada vez mayor. Cada vez más lejos. Cada vez menos Cyntia y más Kat de nuevo.
Me quedé en la azotea, observando la noche y encontrando demasiadas similitudes con las que habíamos pasado allí arriba, o en mi habitación, con la luna cómo única testigo de nuestro pequeño secreto y la gran traición que éste suponía. No quería bajar, y, sin embargo, tenía que hacerlo. No podía quedarme allí para siempre, bueno, tarde o temprano alguien empezaría a buscarme, y si me encontraban allí, todo por lo que había luchado se iría al traste. No tendría a quién acudir. Esta vez el perdón no era una solución: aquella vía estaba cortada, yo misma la había cortado al besarle... al acostarme con él en aquel parque tan lejano.
Respiré hondo, preguntándome si sería malo quedarme allí un poco más, buscando el hilo de la armonía en mi interior... pero se había roto y deshilachado. No podría meditar en bastante tiempo. Necesitaría correr para compensar todo aquello.
Cuando comprendí esto, tomé una decisión: si Cyntia había desaparecido porque él la había robado, Kat sería toda yo. Podría ser como Faith, hacer que todo el mundo me llamase Kat y servir para correr, no tener tiempo libre, no buscar nada más que una misión imposible que yo pudiera cumplir. No sería tan malo, después de todo, ¿verdad? Ella podía hacerlo, y no era mejor runner que yo.
Tal vez pudiera huir de mí misma si corría lo suficientemente rápido.
O tal vez no.
Dado que no perdía nada por intentarlo, eché un último vistazo a la losa negra que conformaba el cielo nocturno, rota en los lugares en que las estrellas más valientes y poderosas lograban vencer a la luz que manaba del suelo, letal y terrible para ellas, y me despedí en silencio de la azotea. Me juré a mí misma que nunca, jamás, volvería a subir allí. Era el santuario de la traición.
Eché a andar sin saber muy bien a dónde iba; lo único que había en mi mente era esa simple palabra “adelante”. Simple y llanamente “adelante”. La cumpliría hasta el fin de mis días, estaba claro... siempre y cuando ese “adelante” no implicara seguir caminando por el cielo y hacer caso omiso a mi conciencia, que bramaría al borde de un edificio “¿a dónde vas, subnormal? ¿No ves que no tienes alas? Da la vuelta, coge carrerilla, y salta. Es lo que mejor se te da”.
Estaba bien tener principios y defenderlos a capa y espada. Pero si la espada se había roto y no tenías nada con qué defenderte, lo mejor era que utilizaras aquel entrenamiento que tanto dolor y a la vez felicidad te había aportado, te dieras la vuelta y pusieras pies en polvorosa.
Bajé en silencio por las escaleras, escondiéndome en los rincones oscuros cuando sentía cómo alguien se acercaba a mí. No tenía ni idea de mi aspecto, al igual que tampoco tenía ganas de rendir cuentas ante nadie y explicar por qué me había encerrado en mi habitación toda la tarde y me había negado a dejar que nadie me viera, y había optado por pasear de noche, como los ladrones. Sería un comportamiento sospechoso que habría que explicar tarde o temprano, y mis ganas de hacerlo eran nulas.
Me cubrí el rostro con la capucha, como si mi comportamiento no fuera lo suficientemente sospechoso, y vagabundeé por los pasillos sin un rumbo fijo. Sorprendida, noté lo sobrevalorado que estaba correr para escapar de los problemas, pues un simple paseo también servía para alejarte de ellos. Y, en ocasiones, era mejor, porque los problemas no oían tus pasos alejarse y no se afanaban en ir tras de ti, abalanzarse como jaguares nocturnos sobre ti y destrozarte. Con un paseo ponías distancia entre tú y ellos, mucho más lentamente, pero con mayor duración.
Cuando quise darme cuenta, estaba al lado del gran boquete en la pared producido por la bomba negra que había debilitado nuestra fortaleza. Cerré los ojos y apreté los puños, pensando en lo injusto que era todo, en cómo nos habían herido en tan sólo unos minutos, echando abajo muros de poder que habían tardado generaciones y generaciones en alzarse. Los aprendices tenían miedo. Los principiantes no se fiaban. Los expertos estaban perdidos. Los mejores nos habíamos vuelto mediocres.
Y todo aquello se reducía a una única frase: “Por ser una traidora”.
Tomé aire, lo expulsé y volví a tomarlo. Observé la escena ante mí: las casas recortadas contra la noche, las farolas rasgando la oscuridad con su luz débil, las alambres de espino de algunas partes de la valla que impedían que nos atacaran, y, a la vez, nos encerraban, y pensé: Esto no está bien.
Las primeras familias ya habían vuelto a sus casas, pero a aquellas horas de la noche no había una sola lámpara que hiciera una promesa de salvación y libertad al estar encendida. Los monstruos podrían campar a sus anchas aquella noche, mientras los niños se revolvían en sus camas, con las sábanas de escudo, temiendo que algo saliera del armario y los arrastrara dentro llevándoselos cogidos por los pies. Suficiente para perder el alma en las entrañas del inframundo.
Así que, si ni siquiera las que tenían por oficio salvar a los suyos, ¿por qué yo habría de salvar a nadie y nadie me tendría que salvar a mí?
Me retiré de nuevo a mi paseo nocturno y, sin saber muy bien cómo, terminé llegando a la sala con el simulador. Apreté la cara contra los cristales y comprobé que había dos runners tumbados en aquellos asientos rescatados de algún dentista descuidado. Sólo una informática controlaba lo que estaban viendo mientras mordisqueaba una chuchería. Era lo bueno de no ser alguien de acción: te dejaban comer lo que quisieras, y no tenías que desobedecer mirando por encima del hombro temiendo por las consecuencias.
La chica bajó la vista un segundo para comprobar su teclado, le dio un manotazo para limpiar los trazos de azúcar que habían osado llegar hasta su sagrada zona de trabajo, y luego volvió a alzar la vista. Tragó el trozo de gominola que estaba comiendo y conectó el micrófono presionando una tecla que todos los teclados de los simuladores tenían. Pronunció un par de palabras y frunció el ceño con la respuesta.
Mis manos se cerraron en torno al pomo de la puerta y, cuando quise darme cuenta, había caminado como una zombie hasta colocarme al lado de la chica en cuestión. Me apoyé en el respaldo de su silla y estudié las pantallas. Había tres: la central, en la que se colocaba cada obstáculo al que se sometía a los runners que estaban dentro, la lateral izquierda, en el que se controlaban las constantes vitales y mentales de los dos que estaban corriendo (ninguno de los que entraba en los simuladores sabía a ciencia cierta si aquello era peligroso, pero era precisamente el morbo de poder sufrir algo lo que nos hacía aplicarnos más; de lo contrario, nos lo tomaríamos todo a risa) y la lateral derecha, en la que se veía el ambiente de los runners desde tres puntos de vista diferentes. Además de ver lo que los otros veían, también podías tener una visión global del escenario, como en los típicos videojuegos en los que ves siempre la espalda del personaje principal y puedes anticipar una puñalada en la espalda antes de que esta termine de prepararse.
-¿Cuánto llevan ahí metidos?-pregunté, estudiando las líneas irregulares de la pantalla izquierda. La chica se encogió de hombros.
-No me han dicho que les cronometre.
Asentí con la cabeza, temiendo volver a hablar. Era sorprendente cómo sonaba mi voz, como si... estuviera compuesta de trozos de cristal rotos.
Había un tintineo en ella que no me resultaba familiar. Y el tintineo no era el típico procedente de una campanilla ni nada por el estilo.
-¿Quieres entrar?-preguntó, alzando la mirada. No había caído en la cuenta de lo joven que era. A pesar de estar maquillada con los ojos ahumados que le daban aspecto de una pantera nocturna, resaltando aún más la pureza del azul grisáceo que había en las cuencas oculares, la chiquilla apenas pasaría los 15 años. De manos finas y dedos largos acabadas en uñas como arpones, tecleaba a toda velocidad sin centrarse en el teclado. Comprobó una fórmula que había escrito en la pantalla y pulsó Enter con un sonoro golpe del dedo meñique.
Sintiendo la boca seca, asentí lentamente.
-Ponte en el sillón 2 y conecta las cosas.
-Mi código es...
-Eres Kat-replicó, señalando mi perfil. Nos tenían totalmente fichados en la base de datos; así nos evitaban la dolorosamente aburrida tarea de decir cuáles eran nuestros logros y en qué nivel de simulador estábamos. La dificultad. Nuestro personaje. Todo estaba allí.
Una versión pixelada de mí misma, con hombros limpios, apareció en la pantalla.
-¿No se supone que no deberías saber los códigos de memoria?
-Y no lo sé. Pero sé leer tatuajes-respondió, señalando varias barras que se cruzaban y enredaban entre sí, creando un entramado al que no le encontraba lógica alguna. No me habían dicho qué significaba aquello; es más, era la única parte de mi cuerpo que no conseguía encajar en algún esquema mental. Todos los demás tatuajes tenían sentido, todos salvo ese.
-¿Esto es...?
-Es como un código de barras-respondió, bajando la mirada y tecleando a toda velocidad en la parte de los números. Sus labio seguían a sus dedos y lo que la pantalla representaba a la velocidad del rayo.
Alzó una única vez sus ojos hacia mí para comprobar que no se había equivocado, y luego señaló el sillón número 2, pegado a la cabeza del chico que estaba allí tirado.
-No quiero ir con ellos.
-De acuerdo. Prepararé un escenario específico para ti. ¿Qué sección de la ciudad quieres?
-La de la Central de Pajarracos.
Frunció el ceño.
-¿Por qué esa?
-Necesito entrenarme en la pelea contra los pájaros. Ya sabes-murmuré, estirándome a pesar de que aquellos músculos no iban a moverse. Hice que mis nudillos crujieran-. Cada vez son más, y nosotros cada vez menos.
-Ya-respondió, moviendo pequeños interruptores alrededor de las pantallas. Alzó la mano un segundo para que me callara. Mientras tanto yo me quité la capucha y la cazadora; dejé que se deslizara por mis brazos fantaseando con que aquel contacto era una caricia masculina, de esas que te metían en tantos problemas pero sentaban tan bien-. Tardaré un poco en crearte a un ángel. La base de datos sobre la Central es casi nula. Te dejaré en algún punto cercano y mientras te acercas iré preparando la zona, ¿de acuerdo?
-Nada de efectos especiales ultra realistas. Sólo el ángel y yo.
Se metió otro trozo de gominola en la boca.
-Detecto venganza en tu voz.
-El ordenador sabe cómo me gustan-repliqué cortante, tumbándome y tratando de detener la sensación de pánico y quemazón en la garganta que me embargó cuando sentí cómo los aviones sin alas rodeaban mi frente y se colocaban en mi nuca, justo al lado del cerebro.
-La transición siempre me pone nerviosa.
-Relájate, bombón. No te va a pasar nada.
La última palabra a la que encontré sentido fue “bombón”. Y eso no hizo más que acrecentar mi sensación de malestar. Esta vez ya no eran nervios. Era pura rabia.
La luz azul que manaba de aquel casco que en ningún momento me tocaba la cabeza me cegó, y fue haciéndose más y más pálida hasta que se convirtió en simplemente la pared de un edificio particular, igual al resto y diferente de todos, tal y como era todo en aquella maldita ciudad.
¿O tal vez era el suelo?
Apenas pensé en la posibilidad de que tal vez estuviera tirada en el suelo, algo tiró de mí y me lanzó a un lado hasta estrellarme contra sabía dios dónde.
Me giré en el aire y eché un vistazo a mi alrededor, pero estaba sola. Estudié mis manos, temiendo que hubiera magia (aquella magia que se había extinguido hacía tanto tiempo) en ellas y que no supiera controlarla. Pero no. Era normal como siempre, común la resto de los mortales, de no ser por ser extraordinaria en lo que hacía. Lo cual no era poco.
-Perdón-dijo una voz en mi cabeza y a la vez en el cielo. Me sentí como si las nubes hablaran conmigo y quisieran disculparse por tapar el sol.
El único inconveniente era que no había nubes. Ni sol. Había luz y punto, pero ésta no venía de ningún sitio.
-Por lo menos necesito sombras, ¿sabes?-le dije al cielo, a aquel dios informático que controlaba todo en mí, y que podría matarme con sólo quererlo. Pero mi diosa particular se mostró piadosa y me mandó a la mierda mientras me ordenaba que esperase, calificándome de “zorra impaciente”.
Como si de una explosión lejana y silenciosa se tratase, una bola de luz apareció en el cielo y se quedó clavada allí, mirándome con superioridad.
Ahora sí que todo está bien, pensé, y me permití un momento para mirar en derredor y...
… y me di cuenta de que estaba en el puente que no conseguí cruzar. El puente que lo cambió todo.
Casi podía verme a mí misma a través del velo de mis recuerdos lanzándome al vacío ante la visión del ángel aproximándose hacia mí, las alas recortándose en el cielo y proyectando sombras infernales.
Aquello fue la gota que colmó el vaso.
Empecé a buscar a mi presa, sabiendo que en cuanto la encontrase no tendría piedad.

La mejor forma de sentirse viva en ocasiones era matando a alguien.

4 comentarios:

  1. ME ENCANTA EL PERSONAJE DE CYNTIA , 1° me tiene un toque a la protagonista de los juegos del hambre
    2° me encanta absolutamente tu forma(su forma) de pensar
    Dicen que la forma de escribir puede decirnos como es el autor y yo aunque no te conozco de nada (ojo, me puedo equivocar) te veo como una persona llena de personalidad, que le importa una mierda lo que digan de ella, y una persona fuerte. Vamos de ese tipo de personas que yo adoro como si fueran una especie de extinción ya que en toda tu vida encuentras muy pocas y por mucho que lo intente no poder ser así. @LauraTrashorras
    PD: se lo que te gusta leer los comentarios (más que nada porque me lo has dicho 2 veces jajaja) así que intentare escribirte más =)

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    Respuestas
    1. Aw, me alegro de que te guste Cyntia, la verdad es que es el personaje que tengo que mejor me cae, al menos hasta la fecha. Si lees Chasing the stars, está a punto de aparecer una que es como ella, pero más radical incluso. Ya me contarás cuál de las dos es mejor; yo aún no sé a cuál prefiero.
      En cuanto a lo de Los juegos del hambre: LO SÉ, LO SÉ MUY BIEN, creo que se nota mucho la influencia de Katniss que tengo en ella, no sé, el mundo en el que vive es muy como Panem. Pero Cyn también es diferente de Katniss en algunos aspectos que ya se irán viendo.
      Y la verdad es que me has cazado, aunque preferiría que no hubiera tantas influencias mías en la novela. Me gusta poner a mujeres fuertes porque son eso, precisamente mujeres, las eternas muñequitas de porcelana a las que hay que tratar con un cariño especial por miedo a que se rompan, cuando en realidad no somos así. Ni de lejos. Y lo que se empieza en la ficción se termina haciendo realidad.
      Muchísimas gracias por tus comentarios tan geniales, Laura <3

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  2. Me han quitado el comentario(iba a decir que Cyn me recordaba a Katniss), pero da igual, yo improviso. La novela en sí, me encanta. Es de ese estilo futuriata que tanto me llama la atención. Los personajes, el lugar, todo está tan bien hecho que no se te puede sacar un fallo. Espero ansiosa el siguiente, sigue así, eres increíble. :3 @GirlOfDragonfly♥

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