miércoles, 26 de marzo de 2014

Es cosa del apellido.

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Eri entró en su habitación como si fuera la dueña y señora del universo, con el andar de alguien que había creado algo tan grande que aún no era capaz de comprenderlo, pero que sí conocía la envergadura de su talento.
Levantó una bolsa de comida basura que traía colgada precariamente de los dedos, sonrió en dirección a su marido, y suspiró cuando se dio cuenta de que no le estaba prestando la más mínima atención.
Louis se había tirado en la cama como había cuadrado, sin ni siquiera ponerse a pensar en si estaba en su lado o en el de ella, y se había colocado el brazo por detrás de la cabeza, apoyando todo el cuerpo en el colchón a modo de almohada. La película de acción que estaban echando en el canal Hollywood, longevo como pocos en aquella isla gigante, lo tenía totalmente ensimismado, de tal manera que a duras penas conseguía parpadear. No quería perderse absolutamente nada.
Eri se desplazó hacia él con movimientos sensuales, más para curar su orgullo herido que para arrancar de él una mínima respuesta. Tiró la bolsa encima de su vientre y alzó la ceja cuando Louis se giró un único segundo a mirarla. Luego, volvió la vista a la pantalla, ignorando su vientre plano, que se asomaba ligeramente sobre su camiseta, sus caderas redondeadas, donde sobre una reposaba una pequeña L, símbolo del amor que sentía por aquel que ahora no le hacía el menor caso. Llevaba el pelo recogido en un moño, controlado en la cabeza con un pañuelo rojo que hacía las veces de corona con su pequeño lazo, anudado a un lado del rostro de la mujer, a modo de las bandanas que Harry solía llevar cuando eran jóvenes.
Los pantalones colaboraban con ella para buscar la atención de aquel cuya opinión era la única que importaba para ella, pero Louis no parecía estar por la labor de admirar cómo la goma de aquel pantalón, híbrido entre pijama y chándal, lamía la piel de su esposa con la lujuria que a él le faltaba. No podía detenerse a admirar las suaves curvas que cubrían a un cuerpo que le pertenecía casi tanto como el propio, porque un actor que llevaba años muerto era demasiado importante y conseguía atraer demasiado la atención como para osar, si quiera, en pensar en desviarla.
-Louis-dijo ella por fin, molesta porque se le pasara tan por alto y sus esfuerzos por brillar se apagaran antes incluso de encenderse. Louis levantó una ceja, bufó al aire y siguió sin moverse.
Ella se colocó delante de la tele, y él se limitó a gruñir en silencio e inclinarse para poder ver.
-¿Apago la tele?-amenazó la española, notando cómo la rabia le subía desde la punta de los dedos hasta la cabeza, quemándolo todo a su paso, incluido aquel vientre que no era el de una cuatro veces madre, sino el de una quinceañera. Se preocupaba demasiado por mantenerse en perfecta forma por terror a que su marido la abandonara como para que ahora él se atreviera a pasar de ella.
Louis puso los ojos en blanco.
-¿Me vas a dejar por lo menos acostarme? Estás en mi lado de la cama.
-Quítate de en medio-respondió él, pero obedeció sin pretenderlo si quiera. Era una especie de pacto secreto que tenían entre los dos: las discusiones, si se daban, de una en una, y por temas concretos. Lo general llevaba al desastre por buscar siempre algo en lo que los dos podían no coincidir (y, de hecho, no lo hacían casi nunca).
Ella le pasó una pierna por encima, se apartó un mechón de pelo de la cara, y sintió cómo su interior florecía en una sonrisa cuando Louis no pudo resistirlo más y volvió sus ojos sobre el cuerpo de la que ahora era una mole desplazándose sobre él. Louis sonrió, contemplándola sobre él, y se apartó un poco más para que llegara a su lado de la cama, divertido porque cada noche las cosas se repetían: a Eri no le gustaba nada destaparse mientras dormía. Lo odiaba tanto que se aseguraba de haber metido a conciencia las mantas con las que iba a dormir debajo del colchón, entre éste en la cama. Luego se las apañaba para meterse entre las mantas y el colchón y conseguir dormir.
Como a Louis le daba igual destaparse, tanto se movía, habían llegado al acuerdo tácito de que ella se metería en la cama por el lado en que él iba a dormir, con el único propósito de dejar su lado intacto.
Una vez terminó su trabajo de sobrevolar a su marido, se tumbó a su lado y abrió la bolsa de bollería industrial, con más colorantes que una pintura del siglo XVIII, y se metió un par de nachos en la boca. Le tendió uno a Louis, que, demasiado preocupado por no perderse un sólo movimiento del actor, se limitó a abrir la boca y tantear hasta que encontró lo suyo.
-Es una lástima que haya muerto en aquella película.
-Sí, sobre todo por lo mala que es porque él no está. Es una auténtica pena-asintió Eri, clavando los ojos en la televisión y decidiendo dos segundos después que se aburría, mucho.
Demasiado.
Besó a su marido en el pecho, buscando la manera de abordar el tema tan delicado que tanto la preocupaba de manera que él se posicionara, sin saberlo, a favor de la posición que no iba a defender.
-Quiero que hablemos-musitó mientras le besaba el pecho, acariciándole el cuello con la yema de los dedos. Louis se giró un segundo, la miró, la besó, y luego volvió a la televisión. Le pasó el brazo por detrás de la cabeza y la pegó contra sí. De esa forma estaban más cerca, lo que satisfacía a ambos, y a ella le era más difícil distraerlo, lo que gustaba a uno y a la otra no hacía gracia.
-La película está a punto de acabar.
-¿Cuando termine sin falta?-sugirió, y aquella sugerencia fue tan fuerte que se consideró como una orden en toda regla. Louis asintió con la cabeza, contento de que por fin pudieran estar con él sin molestarle. Eri se limitó a acurrucarse contra él y esperar.
Esperar a que el bueno de la película matara a todos los malos de la fortaleza construida con dinero robado pro el malo malísimo de la película.
Esperar a que el malo creyera haber ganado y le soltara un discurso memorable, de esos que los adolescentes querían tatuarse en la espalda pero luego nunca tenían valor a hacerlo.
Esperar a que el bueno demostrara al otro lo equivocado que estaba y le friera, literalmente, los sesos a balazos.
Esperar a que el bueno rescatara a la chica, la sacara de su prisión y la pareja se fundiera en negro mientras las proposiciones de sexo se recompensa flotaban en el ambiente.
Cuando los créditos empezaron a desfilar por la pantalla en orden ascendente, se sorprendió de haber devorado la mitad de la bolsa. No se había dado cuenta tampoco de cómo agarraba la mano de su marido, aprisionando sus dedos con los suyos, de tal forma que las alianzas que tanto le gustaban se marcaban en su piel con dureza.
-Habla.
-¿Qué película van a echar ahora?
-Querías verla. Ahora, habla-espetó Louis, impaciente, incorporándose lo justo para poder aprovechar los recursos de la bolsa.
-Me preocupa lo de Diana.
Él se echó a reír. Sabía que la conversación iba a tomar ese rumbo, y la verdad era que no le gustaba lo más mínimo.
-Ya hemos hablado de ello, Eri. Serás una buena madre.
-No es eso lo que me preocupa. Es lo que conlleva-murmuró ella en un tono que no pretendía ser misterioso. Los niños llevaban mucho tiempo dormidos; Tommy había cogido la costumbre de dormir con los auriculares puestos, seguramente escuchando algún partido de fútbol o alguna radio que asegurara no poner publicidad jamás, pero que acababa colando los anuncios entre canción y canción, como quien no quería la cosa, por lo que no tenían que preocuparse de hacer ruido o no.
Louis alzó una ceja, molesto por tanto secretismo. Quería dormir. O tener sexo.
No quería que le pidieran que descodificara mensajes enigmáticos, en los que su mujer era toda una experta.
-¿Que es, amor?-animó.
-Tendremos una responsabilidad demasiado grande. Tenemos que hacerlo bien no sólo por el bien de la cría (lo cual ya asusta bastante), sino porque es un favor que nos han pedido Harry y Noemí, y... no podemos fallarles. El caso-decidió resumir, incorporándose y poniéndose de rodillas. De repente su ombligo se convirtió en el centro del universo de Louis, ya que éste bajó la vista y luchó por contener una sonrisa. Falló la batalla, pero ella decidió ignorar y seguir, las piernas bajo el cuerpo, como si estuviera meditando-, es que si aceptamos esto, tendremos que aceptar una serie de cosas en las cuales no hemos pensado.
-¿Qué te preocupa?
-Obviamente, no es el dinero-meditó ella.
-No, por eso no tienes que hacerlo-replicó él. Millones de libras esperaban en el banco a que alguien creyera que era un buen momento para moverlas. Cuando aún estaban en la industria en una carrera tan meteórica como vertiginosa, los chicos, en especial Liam y Louis, habían creado una discográfica que se dedicaba a dar nuevas oportunidades a los talentos más prometedores y desconocidos de todo el globo. Los primeros a los que habían acogido habían sido sus teloneros, 5 Seconds of Summer,quienes habían reunido una gran suma de dinero tan sólo en su primer tour mundial. Así, las arcas de One Direction, y sobre todo de estos dos miembros, se llenaron aún más con un dinero que no era exactamente propio, pero tan legítimo como el resto. Ahora, el sello discográfico para el que trabajaban gran cantidad de artistas y bajo cuyo mando se encontraba parte de aquella banda que había roto récords no hacía más que competir por ese título de “destroza leyendas” que se habían colgado One Direction antes de aquel descanso que no iba a durar tanto como lo estaba haciendo.
Que los chicos trabajaran era algo tan anecdótico como extraño en el mundo que les había dado de comer hasta hacía poco. Louis y Liam tenían tanto dinero que podrían hacer lo que se hacía en muchas películas: bañarse en billetes de 100 dólares, o fumárselos si lo creían conveniente.
Pero el aburrimiento hacía milagros, y ambos habían movido el culo hacia una industria totalmente diferente.
Con todo, aquellos trabajos más “serios” no implicaban que ellos consiguieran controlar la vena artística, con sangre ardiente y pura en su interior. Así, de vez en cuando, aún se reunían y preparaban cosas para la banda que antes habían formado, o reservaban algo de su creatividad para los artistas que realmente necesitaban un buen empuje y no sabían cómo obtenerlo.
Los anuncios irrumpieron sonoramente en la televisión. Eri volcó toda su atención en la caja tonta, y torció la boca. Louis comprendió el gesto y bajó un poco el volumen.
-Oye, estaremos bien. Y Diana también. Relájate, nena.
-No estoy segura-contestó ella. Louis suspiró, puso cara de cordero degollado y se quedó mirándola así un rato.
-Por favor, Eri. No eres tan mala madre. Zayn lo ha dicho: si has podido controlar el gen Tomlinson que los monstruos en potencia que tenemos en casa tienen (y me consta que lo hacen porque tienen algunas cosas que sólo pueden ser mías), una Styles será un verdadero paseo. ¿No querías recoger flores en el campo como hacían en las películas? Bueno, pues Diana es el campo.
Eri se mordió el labio, insegura. Louis suspiró, se incorporó y se sentó a su lado. Le acarició la nuca y le dio un profundo beso, largo pero suave, dándole la intimidad y el espacio que ella necesitaba. No estaba segura de lo que podía hacer, y Louis era el encargado de demostrarle sus límites que, en ocasiones, ni siquiera existían.
-Dime qué te preocupa, nena. Cuando te lo saco yo acabamos mal.
Ella sonrió, recordando que la última vez que había intentado mantener un secreto con él había terminado pasándolo tan mal por la noche que, nueve meses después, tenía un bebé en brazos. A su pequeña y preciosa Astrid.
Otra cosa no, pero Louis de extraer lo que quería cuando lo quería, sabía un rato.
-Estoy molesta porque Harry no nos ha dado oportunidad de hablarlo-murmuró ella, dejando que la verdad saliera a la luz de la misma manera que eclosionan los huevos y preciosos pollitos, impolutos, salen de la fría cáscara, ahora ya rota. Pero la verdad no era como el pollito, no le parecía nada tierna. Más bien todo lo contrario. Odiaba reconocer eso, porque era el primer síntoma de lo que a todas luces iba a ser una pelea, y no precisamente de las pequeñas. Louis siempre terminaba poniéndose de lado de sus amigos (al fin y al cabo, eran hombres y tenían un código que nadie había redactado y ninguno había firmado pero que acataban de todas formas, y ese código obligaba a defender a los amigos por encima de todas las cosas, incluso de las mujeres, sobre todo de las mujeres).
Pero Louis no parecía demasiado dispuesto a pelear. El cansancio de todo un día de trabajo, con regañina a su primogénito incluida, estaba haciéndole mella.
-Lo estamos hablando ahora-murmuró con tono cansado. Eri asintió con la cabeza, mordiéndose el labio. Se mesó el pelo y dijo:
-No puedes rechazarlo sin quedar mal con él, Lou. La única manera de hacerlo es que sea yo la que se niegue a ello.
Así que es eso, pensó Louis, negando con la cabeza, tanto mental como físicamente.
-No voy a dejar que quedes como la mala de la película, nena. Estamos en esto juntos. Mañana le llamaré y le diré que no podemos...
-Estoy acostumbrada a ser la mala, no te preocupes-se apresuró a cortarlo, sabedora de que si él seguía hablando terminaría convenciéndola de lo contrario. La mejor solución era la más fácil, pero a veces había que tomar la solución más complicada y la peor, porque en ocasiones las cosas se entremezclaban tanto que lo correcto terminaba escondiéndose en la peor opción que uno podía imaginar. Sentía que le debía esto a Noemí, pero, por otra parte, no quería ejecutar su deuda. No de esa manera-. No me ve a doler cumplir ese papel otra vez.
-Pero yo no quiero que lo hagas.
-Tampoco está tan mal. Quiero decir... todo el mundo quiere hacer de malo, pero no serlo. El malo tiene más maneras de reaccionar-se burló, mirando al infinito, viendo una carrera que nunca había sucedido, una carrera en la que ella se alzaría como una de las actrices consagradas del mundo. Decenas de personas aclamando su nombre, cientos de miles llenando las salas de cine sólo para verla, adolescentes forrando sus carpetas, sus fotos en pantallas grandes como edificios, en vallas publicitarias donde una pestaña suya, una simple pestaña, midiera dos metros...
… vida a la que había renunciado muchísimo tiempo atrás.
-Eri. No-espetó Louis, tumbándose de nuevo a su lado y apoyándose sobre un codo. La pelea estaba acabando, gracias al cielo. Eri no llegó a saber si le había leído la mente (cosa muy probable) o si había pasado por alto su expresión nostálgica y soñadora.
-Es el papel que tenemos-musitó apartando la vista de un sueño que terminó de evaporarse ante sus ojos-. Y de verdad que no me importa seguir interpretándolo.
-Yo te quiero-interrumpió él, brusco, como quien habla del tiempo. Cerró los ojos un segundo, disfrutando del silencio que ella no iba a romper, y continuó-. No voy a dejar que seas algo que no eres. Me gusta este lado tuyo de cabrona, pero no es el que más me fascina de ti... ni lo que ha hecho que me enamore.
Ella torció la boca, y se inclinó a su lado. Ahora una muchacha estaba hablando de la increíble actuación que hacía la actriz protagonista, a la que Eri tenía una tirria especial, y daba paso a unos cuantos americanos que comentaban detalles nimios que a nadie se le ocurriría observar. Si la actuación de la protagonista era tan buena, ¿por qué preocuparse de la buena realización o del vestuario hasta el más mínimo detalle?
-Estoy asustada.
-Bienvenida al club.
-No, Louis. Es diferente, es... nunca me había enfrentado a esto.
-¿Sabes cuándo estuve yo realmente acojonado?-frunció el ceño, ella esperó, colocándose a su lado y observando las trazas de queso cheddar que aún permanecían entre sus dedos. Se encogió de hombros sin alzar la vista, temiendo la furia que se iba a encontrar en los ojos de su esposo-. Cuando diste a luz a Tommy. En serio, literalmente, y tú lo sabes, estaba de los nervios. Creía que no ibas a poder conseguirlo.
Erika puso los ojos en blanco.
-Se agradece el apoyo moral.
-Pero, ¿sabes qué? Lo que más me acojonó de todo aquello fue cuando las enfermeras me lo dieron. Quiero decir, ¡venga! Había cogido a mis hermanas, pero no era nada comparado. Tenía los brazos mucho más pequeños y era más delicado. Podría haber aplastado a Tommy, o se me podría haber caído, o...-negó con la cabeza-. Verte parir sí que fue acojonante, nada comparado con que ahora venga una Styles a casa y me tenga que ocupar de criarla.
-Yo no quería que estuvieras allí.
-Pero estuve. Porque era mi deber. Y sigue siéndolo.
-Yo tampoco creí que fuera a poder con ello.
-¿¡Me lo dices o me lo cuentas!? Aún tengo pesadillas, tía. Perdona, pero es que tú no viste aquello. Dios mío, podrían hacer películas de terror cojonudas con una simple cámara y una mujer pariendo-hizo una mueca y Eri se echó a reír. Se acercó a él y, rompiendo la sonrisa que se había formado en aquellos labios enmarcados por una barba del color del chocolate, posó sus labios en los dientes de él, que no se hizo de rogar y le devolvió el beso.
-Yo también te quiero, por cierto.
-Menos mal-respondió él. Eri se echó a reír y le dio con la almohada en la cabeza. A veces seguían comportándose como críos, y lo mejor de todo era que la infantilidad de uno alimentaba al del otro, de manera que una vez que uno de los dos empezaba a comportarse como había hecho hacía muchos años, el otro se veía arrastrado y terminaba siendo peor que el que había empezado.
Después de revolcarse por la cama mientras los expertos charlaban animadamente sobre la película, que era un éxito del que pocos iban a poder disfrutar (nadie tenía la paciencia que tenía la pareja de enamorados como para soportar tanta cháchara de algo que aún desconocían), Louis, como siempre, acabó ganando y colocándose encima de Eri. Ella se rió, se tapó la boca y cerró los ojos, achinándolos completamente, y rodeándolos de un marco de pequeñas arrugas que llevaban allí una eternidad, pero que se acentuaban con el paso del tiempo. Louis pensó que si a su mujer le salían las arrugas a esa rapidez, estaba haciendo algo bien. Si le salían esas arrugas era porque se reía. Y si ella se reía, él era feliz, y estaba cumpliendo con su trabajo.
-No hagas eso.
-¿Que no haga qué?-respondió ella, colándose su voz entre los dedos.
-No te tapes la boca cuando te ríes.
-¡Pero si es lo que llevas haciendo tú toda la vida!-protestó ella, dándole un empujón, pero sin la fuerza suficiente como para conseguir que se moviera. Louis tiró un poco de Eri para alejarla de los pies de la cama, temiendo que pudiera hacerse daño, con tanto acierto que al tirar de ella, sujetándola por la cadera, le desplazó la goma de los pantalones, que se deslizaron por su piel suavemente. También sus bragas cedieron a la tentación, y pudo apreciar una buena parte de fisonomía de la cadera de Eri.
Con una sonrisa pícara extendiéndose por su boca, se separó un poco de ella e introdujo suavemente la mano por su pantalón, mientras ella no paraba de reír.
-Para, para, pa...-ordenaba sin éxito, presa de las cosquillas y de algo mucho más importante que no eran cosquillas, pero que se manifestaba de una manera muy diferente-. Vamos a despertar a los niños.
-Bueno, ya saben que no les ha traído la cigüeña-respondió él, volviendo a tumbarse encima de ella y besándole la boca, el mentón, toda la cara, mientras los dos recordaban la vez en la que sus hijos les preguntaron por primera vez de dónde venían los niños.
Su madre se había quedado sin palabras, echando cuentas, intentando adivinar si los críos eran demasiado espabilados, buscando en su memoria cuándo le habían dicho sus amigas que los hijos habían empezado con aquellas preguntas...
… pero su padre, raudo, se limitó a remangarse las mangas de la chaqueta y contempló a sus dos hijos, el mayor curioso, y la pequeña aún demasiado pequeña para enterarse bien de cuál había sido la pregunta, y empezó con su disertación, no demasiado literaria:
-A ver, niños... escuchadme bien. Cuando un papá y una mamá se quieren mucho...
Los ojos de Erika alcanzaron el tamaño de la esfera del reloj del Big Ben.
-¡LOUIS! ¡NO! ¡LO DE LA CIGÜEÑA!
-Eso son gilipolleces-replicó él, mirándola con dureza-. Cuando...
-¡¡LOUIS!!
-¡¿Te quieres callar?! Mirad, cuando una mamá y un papá se quieren mucho, se van a la cama. Allí, el papá...
-Dios mío de mi vida, no me lo puedo creer, Dios, Dios, van a salirnos buenos, Dios-murmuró ella, levantándose y corriendo de un lado a otro, llamando a cualquier divinidad dispuesta a ayudar a una atea.
-El papá mete su polla en la vagina de la mamá-continuó Louis después de suspirar-. Y se forman los niños.
-¡PERO NO LES DIGAS ESA PALABRA!
-Dios, Eri, la van a aprender en la guardería. ¿Qué más da?
La pareja del presente se echó a reír.
-Por suerte no se acuerdan de eso-susurró ella, volviendo a taparse la cara-. Oh, Dios, lo pasé tan mal...
-Te encantó, y lo sabes.
-¡Para nada! Bueno, aunque no debería extrañarme. Conociéndote...
-Te encantó, Eri. Fue muy yo. Fui yo al 110%.
-A veces me gustaría que te controlaras y sólo lo fueras al 100%.
-Si hubiera sido al 100%, probablemente habría sido mucho menos delicado.
Ella negó con la cabeza.
-¿Gemelos?-ronroneó él, acariciándole el vientre y bajando dos dedos muy despacio. Ella se mordió el labio y cerró los ojos-. Eh. Quiero oírte.
Pero Eri negó con la cabeza, y tuvo suerte, ya que empezó la película justo cuando estaba a punto de ceder a las peticiones de su marido, persuasivo como pocas personas habían sido nunca. Era la parte mala de la que la conociera tan bien: sabía exactamente dónde había que tocar para desatar a la bestia que llevaba dentro, y que se esforzaba en enjaular cuando estaban en público.
Les había costado mucho salir de la cama cuando estrenaron habitación y colchón, y todo porque la iniciativa, siempre, la llevaba Eri. Louis se limitaba a dormir, levantarse para ir al baño cuando quería, comer cuando tenía hambre, y luego volver a la cama, a meterse y esperar a conseguir convencer a Eri de que se podrían hacer cosas extremadamente interesantes si se unían. Todo el peso del bienestar de la casa, y el suyo propio, recaía en ella. Así como los castigos, que consistían en rechazar a su compañero de cama cuando éste se comportara como un “verdadero gilipollas”, cosa que sucedía cada vez que ella se movía, en especial cuando lo había hecho después de una sesión particularmente dura. Él se reía, porque Louis era así, y a ella le tocaba sufrir por los dos, porque tenía que luchar contra él, y contra las ganas de sentirlo dentro. La vida no era justa.
La chica se las arregló para arrastrarse hasta poner la cabeza sobre la almohada y mirar a Louis con una sonrisa tímida, pidiendo un perdón que él seguramente no tenía pensado concederle. No, al menos, con demasiadas facilidades. Louis suspiró, se sentó al lado de ella y le cogió la mano, llevándosela a la rodilla doblada. Metió la mano que tenía libre en la bolsa de comida basura y se molestó en hacer el mayor ruido posible, tratando de incordiar a su mujer.
-¿No te vas a poner el pijama?
Él se limitó a negar con la cabeza, fingiéndose obnubilado por la primera escena, en la que la protagonista, una pelirroja de ojos oscuros, se paseaba por las calles de Nueva York mientras los maniquíes de los escaparates se esforzaban por llamar su atención.
-¿Esta otra vez?
Eri se encogió de hombros, echando mano de su teléfono móvil, que había dejado en la mesita antes incluso de entrar en la habitación. Desbloqueó la pantalla, provocando una serie de temblores y sonidos amortiguados por su piel, y entrecerró los ojos.
-Es lo mejor que echan.
-Apuesto a que no lo es-respondió él, tumbándose sobre su vientre y revolviendo entre las sábanas, que se habían arrugado por aquellos juegos sin inocencia que habían terminado consiguiéndola, en busca del mando a distancia. Eri le pegó con algo en el trasero, y él se volvió. Ella sostuvo el mando con dos dedos, sacudiéndolo en el aire, como un trofeo.
-Eri, hemos visto esta película mil veces... y eso que ni siquiera te gusta.
-Sí que me gusta-replicó ella, frunciendo el ceño y cruzando las piernas-. No me apasiona, pero...
-Algo bueno estarán echando.
Ella puso los ojos en blanco.
-Ayer elegiste tú la película.
-¡Era una serie!
-Haber pensado antes qué día querías elegir tú lo que veríamos en la tele. Hoy me toca elegir a mí.
-Pues paso de verlo-contestó él, poniéndose de pie y encogiéndose de hombros. Louis abrió los brazos y Eri se encogió de hombros.
-Vale, lo capto. Ahora el de la mala uva eres tú. ¿Si te hago un masaje te quedas?
Louis inclinó la cabeza a un lado.
-¿Con ropa o sin ella?
-No te pases. Estoy cansada.
-Me refiero a mí.
-Ah-respondió su mujer, recorriéndole con la mirada. Por su boca se extendió una sonrisa lasciva-. Puedes... cambiarte de ropa, si quieres-asintió con la cabeza, contenta por haber llegado a aquella solución.
Louis le devolvió la sonrisa, se quitó la camiseta y, sin mediar palabra, se tumbó cuan largo era en la cama. Eri se quitó el pañuelo que llevaba a modo de diadema, apretó la cola de caballo que se había hecho más fuerte con éste, y le ordenó que se pusiera con la cabeza mirando hacia la televisión. Le apetecía enterarse de lo que le pasaba a la pelirroja con desavenencias en la tarjeta de crédito.
-Eri...
-Ni Eri ni hostias. No soy un spa. Yo también quiero hacer lo que a mí me da la gana, y no puedo.
-No vives tan mal.
-No me puedo tirar a mi marido cuando me sale de los cojones-protestó, negando con la cabeza-, ¿sabes? Tengo que esperar hasta por la noche y rezar por no cansarme demasiado durante el día.
-¿Hoy iba a haber fiesta?
-Louis, llevo con gana de fiesta desde que nos conocimos-confesó ella, sujetándole la mandíbula y obligándole a mirarla. Sus ojos llamearon.
-Si me lo hubieras dicho me habría inventado alguna excusa para que Zayn no viniera.
-Las cosas empezaron a ir mal cuando necesitasteis excusas-murmuró entre dientes, encogiéndose de hombros y asegurando los anchos tirantes de la camiseta que utilizaba para dormir... cuando dormía con ropa.
Había cogido aquella camiseta hacía mucho tiempo del fondo de armario de Louis, cuando éste se encontraba de gira y ella se veía muy sola. Necesitada de algo que supliera la ausencia de aquella persona a la que más quería en la Tierra, sintiendo la cama tan vacía que parecía que todos los mares se habían secado, y cansada de pasar noches en vela sin otra cosa que hacer que dar vueltas en la cama mientras la frase “le echo muchísimo de menos” era lo único que cabía en su cabeza, había acabado cansada y dando con una solución que, aunque simple, parecía haber hecho efecto. Simplemente una noche se levantó, abrió los cajones y se vistió con la ropa que su aún novio había dejado en la casa. Al principio le bastó dormir con ella, pero luego terminaba quitándosela a sí misma de noche, porque sus manos reconocían el tejido y las formas.
De modo que terminó dándole un toque personal a unas cuantas prendas de él. Tan personal que había cortado las camisetas, que ahora parecían más tops que otra cosa, y poniéndoles gomas a los pantalones que antes no la llevaban. Y, para sorpresa y secreto placer de Louis, recogiendo los bajos de los pantalones y adaptándolos a su estatura.
A Louis le encantaba que hubiera tenido que recortar sus pantalones porque, por una vez, se había sentido demasiado alto, sentimiento que no se repetía mucho en una banda en la que los demás miden 1,80m y tú sigues atascado en el 1,75.
Aunque no quería hacerlo, fue Eri la que empezó la conversación. Cada mañana se levantaba esperando ya que fuera de noche, porque era cuando se sucedían aquellos momentos tan íntimos con Louis: ambos dos compartían lo que habían hecho por el día, se hacían carantoñas y se contaban hasta la más mínima tontería, molestos por que el otro no lo había vivido, pero contentos de tener algo de qué hablar. Se escuchaban como nadie se había escuchado jamás, y se hablaban como poca gente había hablado nunca.
-¿Cansado?-sugirió, notando la tensión de los músculos de la espalda de Louis bajo sus manos. Eri se apartó un mechón de pelo rebelde de la cara y se lo colocó tras la oreja.
Procuró moverse lo menos posible encima de él, sabiendo que si le encendía, aquello terminaría en un fuego.
-Bastante-susurró él, bostezando. La chica de la televisión se había enamorado, para variar, de una prenda que no se podía permitir y, aun así, se empeñaba en comprar.
-¿Qué has hecho hoy?
-He tenido dos clases con los pequeños, y ya sabes cómo son.
Eri sonrió a su pasado; aquel año que había sido sustituta de la profesora de español que se fue de baja por maternidad había sido muy bonito e interesante para ella. Como no tenía cualificación, ni siquiera había pedido el puesto, pero la directora se lo había ofrecido igualmente: no habría nadie mejor que un español para dar clases de aquel idioma que traía de cabeza a todo aquel que no nacía hablándolo. Y la experiencia fue enriquecedora para Eri, porque comprendía muchas cosas que antes no habían tenido ningún sentido para ella, y porque había podido estar más cerca de su esposo cuando llevaban poco tiempo casados.
Además, fue durante ese trabajo cuando se quedó embarazada por primera vez.
-Ahora me siento mal por no darte lo que te mereces.
Él se encogió de hombros, y ella se mordió el labio al ver el efecto que esto tenía en la espalda de su marido. ¿Por qué una espalda podía ser tan atractiva?
-Me lo han compensado. Mañana no tengo clase las primeras horas. Los de primero tienen excursión.
-¿Y no tienes que ir? Fantástico-susurró ella, retorciéndose de placer en su interior. Tal vez podrían tener un desayuno más sabroso que los habituales, aunque no tan nutritivo como unas cuantas galletas.
-La jefa de estudios me ama.
-¿Por qué?
-¿No ves que casi no me da guardias?-dijo él, girándose y mirándola con el ceño fruncido. En sus ojos se veía una frase “Jesús, Eri, a veces no te entiendo”. Ella sonrió y le besó los labios apretados, calmando su malestar.
-Tampoco es para tanto.
-En serio, nena. Me ama. Con todas las letras. Estoy seguro de que quiere chupármela-respondió, tumbándose de nuevo, sin darle importancia a lo que acababa de decir. O tal vez sí que se la diera y estuviera esperando la reacción de mujer latina celosa que le encantaba y que a Eri le molestaba tanto.
-No es la única-contestó ella para sorpresa de él.
-¡ERI!-bramó, girándose y riéndose. Ella simplemente se encogió de hombros; el tirante de la camiseta, muy oportuno, se deslizó por su hombro, dejando al descubierto una piel limpia, sin marcas de biquini. Ella sabía tomar el sol, no como el resto.
-¿Qué?
-Mi mujer está salida y no hace más que ponerme cachondo a mí-le informó al aire, suspirando y volviendo a bajar la cabeza. Abrió la boca y dejó escapar lentamente el aire, disfrutando de las manos de su mujer sobre su piel, adorando cada poro como sólo ella sabía hacerlo, y como sólo él lo hacía con ella.
-Soy tuya. Y tú eres mío. Sólo mío. Recuérdalo.
-Me da la impresión de que vas a hacer que me acuerde de esto-susurró, divertido y a la vez expectante. Se lo estaba jugando todo a una sola carta, y ahora dependía de si ella iba a seguir con las apuestas o no.
-Mañana, cuando se vayan los niños-accedió ella, sin saber hasta qué punto quería recompensarlo y hasta cuál quería recompensarse a sí misma. Echó cuentas de cuándo fue la última vez, sabiendo que no llevaban una mala vida en cuanto a esos temas, pero, como vio que nada podría hacer que Louis se tranquilizara y no buscara algo que le encantaba, pensó en que no le importaba. ¿Por qué poner fecha de caducidad a algo que era eterno?
-No puedo esperar-comentó él.

Ella se echó a reír y volvió a subir el tirante de su camiseta a su hombro, privándole a él de un trabajo que hubiera hecho encantado.

1 comentario:

  1. Como puede no haber comentarios? Las noches de casada con las que he soñado desde que tengo memoria... Quiero esoooo!!!

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