Si lo prefieres, puedes leer este capítulo en Wattpad haciendo clic aquí.
Eri entró en su habitación como si fuera la dueña y señora del universo, con el andar de alguien que había creado algo tan grande que aún no era capaz de comprenderlo, pero que sí conocía la envergadura de su talento.
Eri entró en su habitación como si fuera la dueña y señora del universo, con el andar de alguien que había creado algo tan grande que aún no era capaz de comprenderlo, pero que sí conocía la envergadura de su talento.
Levantó una bolsa
de comida basura que traía colgada precariamente de los dedos,
sonrió en dirección a su marido, y suspiró cuando se dio cuenta de
que no le estaba prestando la más mínima atención.
Louis se había
tirado en la cama como había cuadrado, sin ni siquiera ponerse a
pensar en si estaba en su lado o en el de ella, y se había colocado
el brazo por detrás de la cabeza, apoyando todo el cuerpo en el
colchón a modo de almohada. La película de acción que estaban
echando en el canal Hollywood, longevo como pocos en aquella isla
gigante, lo tenía totalmente ensimismado, de tal manera que a duras
penas conseguía parpadear. No quería perderse absolutamente nada.
Eri se desplazó
hacia él con movimientos sensuales, más para curar su orgullo
herido que para arrancar de él una mínima respuesta. Tiró la bolsa
encima de su vientre y alzó la ceja cuando Louis se giró un único
segundo a mirarla. Luego, volvió la vista a la pantalla, ignorando
su vientre plano, que se asomaba ligeramente sobre su camiseta, sus
caderas redondeadas, donde sobre una reposaba una pequeña L, símbolo
del amor que sentía por aquel que ahora no le hacía el menor caso.
Llevaba el pelo recogido en un moño, controlado en la cabeza con un
pañuelo rojo que hacía las veces de corona con su pequeño lazo,
anudado a un lado del rostro de la mujer, a modo de las bandanas que
Harry solía llevar cuando eran jóvenes.
Los pantalones
colaboraban con ella para buscar la atención de aquel cuya opinión
era la única que importaba para ella, pero Louis no parecía estar
por la labor de admirar cómo la goma de aquel pantalón, híbrido
entre pijama y chándal, lamía la piel de su esposa con la lujuria
que a él le faltaba. No podía detenerse a admirar las suaves curvas
que cubrían a un cuerpo que le pertenecía casi tanto como el
propio, porque un actor que llevaba años muerto era demasiado
importante y conseguía atraer demasiado la atención como para osar,
si quiera, en pensar en desviarla.
-Louis-dijo ella
por fin, molesta porque se le pasara tan por alto y sus esfuerzos por
brillar se apagaran antes incluso de encenderse. Louis levantó una
ceja, bufó al aire y siguió sin moverse.
Ella se colocó
delante de la tele, y él se limitó a gruñir en silencio e
inclinarse para poder ver.
-¿Apago la
tele?-amenazó la española, notando cómo la rabia le subía desde
la punta de los dedos hasta la cabeza, quemándolo todo a su paso,
incluido aquel vientre que no era el de una cuatro veces madre, sino
el de una quinceañera. Se preocupaba demasiado por mantenerse en
perfecta forma por terror a que su marido la abandonara como para que
ahora él se atreviera a pasar de ella.
Louis puso los ojos
en blanco.
-¿Me vas a dejar
por lo menos acostarme? Estás en mi lado de la cama.
-Quítate de en
medio-respondió él, pero obedeció sin pretenderlo si quiera. Era
una especie de pacto secreto que tenían entre los dos: las
discusiones, si se daban, de una en una, y por temas concretos. Lo
general llevaba al desastre por buscar siempre algo en lo que los dos
podían no coincidir (y, de hecho, no lo hacían casi nunca).
Ella le pasó una
pierna por encima, se apartó un mechón de pelo de la cara, y sintió
cómo su interior florecía en una sonrisa cuando Louis no pudo
resistirlo más y volvió sus ojos sobre el cuerpo de la que ahora
era una mole desplazándose sobre él. Louis sonrió, contemplándola
sobre él, y se apartó un poco más para que llegara a su lado de la
cama, divertido porque cada noche las cosas se repetían: a Eri no le
gustaba nada destaparse mientras dormía. Lo odiaba tanto que se
aseguraba de haber metido a conciencia las mantas con las que iba a
dormir debajo del colchón, entre éste en la cama. Luego se las
apañaba para meterse entre las mantas y el colchón y conseguir
dormir.
Como a Louis le
daba igual destaparse, tanto se movía, habían llegado al acuerdo
tácito de que ella se metería en la cama por el lado en que él iba
a dormir, con el único propósito de dejar su lado intacto.
Una vez terminó su
trabajo de sobrevolar a su marido, se tumbó a su lado y abrió la
bolsa de bollería industrial, con más colorantes que una pintura
del siglo XVIII, y se metió un par de nachos en la boca. Le tendió
uno a Louis, que, demasiado preocupado por no perderse un sólo
movimiento del actor, se limitó a abrir la boca y tantear hasta que
encontró lo suyo.
-Es una lástima
que haya muerto en aquella película.
-Sí, sobre todo
por lo mala que es porque él no está. Es una auténtica
pena-asintió Eri, clavando los ojos en la televisión y decidiendo
dos segundos después que se aburría, mucho.
Demasiado.
Besó a su marido
en el pecho, buscando la manera de abordar el tema tan delicado que
tanto la preocupaba de manera que él se posicionara, sin saberlo, a
favor de la posición que no iba a defender.
-Quiero que
hablemos-musitó mientras le besaba el pecho, acariciándole el
cuello con la yema de los dedos. Louis se giró un segundo, la miró,
la besó, y luego volvió a la televisión. Le pasó el brazo por
detrás de la cabeza y la pegó contra sí. De esa forma estaban más
cerca, lo que satisfacía a ambos, y a ella le era más difícil
distraerlo, lo que gustaba a uno y a la otra no hacía gracia.
-La película está
a punto de acabar.
-¿Cuando termine
sin falta?-sugirió, y aquella sugerencia fue tan fuerte que se
consideró como una orden en toda regla. Louis asintió con la
cabeza, contento de que por fin pudieran estar con él sin
molestarle. Eri se limitó a acurrucarse contra él y esperar.
Esperar a que el
bueno de la película matara a todos los malos de la fortaleza
construida con dinero robado pro el malo malísimo de la película.
Esperar a que el
malo creyera haber ganado y le soltara un discurso memorable, de esos
que los adolescentes querían tatuarse en la espalda pero luego nunca
tenían valor a hacerlo.
Esperar a que el
bueno demostrara al otro lo equivocado que estaba y le friera,
literalmente, los sesos a balazos.
Esperar a que el
bueno rescatara a la chica, la sacara de su prisión y la pareja se
fundiera en negro mientras las proposiciones de sexo se recompensa
flotaban en el ambiente.
Cuando los créditos
empezaron a desfilar por la pantalla en orden ascendente, se
sorprendió de haber devorado la mitad de la bolsa. No se había dado
cuenta tampoco de cómo agarraba la mano de su marido, aprisionando
sus dedos con los suyos, de tal forma que las alianzas que tanto le
gustaban se marcaban en su piel con dureza.
-Habla.
-¿Qué película
van a echar ahora?
-Querías verla.
Ahora, habla-espetó Louis, impaciente, incorporándose lo justo para
poder aprovechar los recursos de la bolsa.
-Me preocupa lo de
Diana.
Él se echó a
reír. Sabía que la conversación iba a tomar ese rumbo, y la verdad
era que no le gustaba lo más mínimo.
-Ya hemos hablado
de ello, Eri. Serás una buena madre.
-No es eso lo que
me preocupa. Es lo que conlleva-murmuró ella en un tono que no
pretendía ser misterioso. Los niños llevaban mucho tiempo dormidos;
Tommy había cogido la costumbre de dormir con los auriculares
puestos, seguramente escuchando algún partido de fútbol o alguna
radio que asegurara no poner publicidad jamás, pero que acababa
colando los anuncios entre canción y canción, como quien no quería
la cosa, por lo que no tenían que preocuparse de hacer ruido o no.
Louis alzó una
ceja, molesto por tanto secretismo. Quería dormir. O tener sexo.
No quería que le
pidieran que descodificara mensajes enigmáticos, en los que su mujer
era toda una experta.
-¿Que es,
amor?-animó.
-Tendremos una
responsabilidad demasiado grande. Tenemos que hacerlo bien no sólo
por el bien de la cría (lo cual ya asusta bastante), sino porque es
un favor que nos han pedido Harry y Noemí, y... no podemos
fallarles. El caso-decidió resumir, incorporándose y poniéndose de
rodillas. De repente su ombligo se convirtió en el centro del
universo de Louis, ya que éste bajó la vista y luchó por contener
una sonrisa. Falló la batalla, pero ella decidió ignorar y seguir,
las piernas bajo el cuerpo, como si estuviera meditando-, es que si
aceptamos esto, tendremos que aceptar una serie de cosas en las
cuales no hemos pensado.
-¿Qué te
preocupa?
-Obviamente, no es
el dinero-meditó ella.
-No, por eso no
tienes que hacerlo-replicó él. Millones de libras esperaban en el
banco a que alguien creyera que era un buen momento para moverlas.
Cuando aún estaban en la industria en una carrera tan meteórica
como vertiginosa, los chicos, en especial Liam y Louis, habían
creado una discográfica que se dedicaba a dar nuevas oportunidades a
los talentos más prometedores y desconocidos de todo el globo. Los
primeros a los que habían acogido habían sido sus teloneros, 5
Seconds of Summer,quienes habían reunido una gran suma de dinero
tan sólo en su primer tour mundial. Así, las arcas de One
Direction, y sobre todo de estos dos miembros, se llenaron aún más
con un dinero que no era exactamente propio, pero tan legítimo como
el resto. Ahora, el sello discográfico para el que trabajaban gran
cantidad de artistas y bajo cuyo mando se encontraba parte de aquella
banda que había roto récords no hacía más que competir por ese
título de “destroza leyendas” que se habían colgado One
Direction antes de aquel descanso que no iba a durar tanto como lo
estaba haciendo.
Que los chicos
trabajaran era algo tan anecdótico como extraño en el mundo que les
había dado de comer hasta hacía poco. Louis y Liam tenían tanto
dinero que podrían hacer lo que se hacía en muchas películas:
bañarse en billetes de 100 dólares, o fumárselos si lo creían
conveniente.
Pero el
aburrimiento hacía milagros, y ambos habían movido el culo hacia
una industria totalmente diferente.
Con todo, aquellos
trabajos más “serios” no implicaban que ellos consiguieran
controlar la vena artística, con sangre ardiente y pura en su
interior. Así, de vez en cuando, aún se reunían y preparaban cosas
para la banda que antes habían formado, o reservaban algo de su
creatividad para los artistas que realmente necesitaban un buen
empuje y no sabían cómo obtenerlo.
Los anuncios
irrumpieron sonoramente en la televisión. Eri volcó toda su
atención en la caja tonta, y torció la boca. Louis comprendió el
gesto y bajó un poco el volumen.
-Oye, estaremos
bien. Y Diana también. Relájate, nena.
-No estoy
segura-contestó ella. Louis suspiró, puso cara de cordero degollado
y se quedó mirándola así un rato.
-Por favor, Eri. No
eres tan mala madre. Zayn lo ha dicho: si has podido controlar el gen
Tomlinson que los monstruos en potencia que tenemos en casa tienen (y
me consta que lo hacen porque tienen algunas cosas que sólo pueden
ser mías), una Styles será un verdadero paseo. ¿No querías
recoger flores en el campo como hacían en las películas? Bueno,
pues Diana es el campo.
Eri se mordió el
labio, insegura. Louis suspiró, se incorporó y se sentó a su lado.
Le acarició la nuca y le dio un profundo beso, largo pero suave,
dándole la intimidad y el espacio que ella necesitaba. No estaba
segura de lo que podía hacer, y Louis era el encargado de
demostrarle sus límites que, en ocasiones, ni siquiera existían.
-Dime qué te
preocupa, nena. Cuando te lo saco yo acabamos mal.
Ella sonrió,
recordando que la última vez que había intentado mantener un
secreto con él había terminado pasándolo tan mal por la noche que,
nueve meses después, tenía un bebé en brazos. A su pequeña y
preciosa Astrid.
Otra cosa no, pero
Louis de extraer lo que quería cuando lo quería, sabía un rato.
-Estoy molesta
porque Harry no nos ha dado oportunidad de hablarlo-murmuró ella,
dejando que la verdad saliera a la luz de la misma manera que
eclosionan los huevos y preciosos pollitos, impolutos, salen de la
fría cáscara, ahora ya rota. Pero la verdad no era como el pollito,
no le parecía nada tierna. Más bien todo lo contrario. Odiaba
reconocer eso, porque era el primer síntoma de lo que a todas luces
iba a ser una pelea, y no precisamente de las pequeñas. Louis
siempre terminaba poniéndose de lado de sus amigos (al fin y al
cabo, eran hombres y tenían un código que nadie había redactado y
ninguno había firmado pero que acataban de todas formas, y ese
código obligaba a defender a los amigos por encima de todas las
cosas, incluso de las mujeres, sobre todo de las mujeres).
Pero Louis no
parecía demasiado dispuesto a pelear. El cansancio de todo un día
de trabajo, con regañina a su primogénito incluida, estaba
haciéndole mella.
-Lo estamos
hablando ahora-murmuró con tono cansado. Eri asintió con la cabeza,
mordiéndose el labio. Se mesó el pelo y dijo:
-No puedes
rechazarlo sin quedar mal con él, Lou. La única manera de hacerlo
es que sea yo la que se niegue a ello.
Así que es eso,
pensó Louis, negando con la cabeza, tanto mental como físicamente.
-No voy a dejar que
quedes como la mala de la película, nena. Estamos en esto juntos.
Mañana le llamaré y le diré que no podemos...
-Estoy acostumbrada
a ser la mala, no te preocupes-se apresuró a cortarlo, sabedora de
que si él seguía hablando terminaría convenciéndola de lo
contrario. La mejor solución era la más fácil, pero a veces había
que tomar la solución más complicada y la peor, porque en ocasiones
las cosas se entremezclaban tanto que lo correcto terminaba
escondiéndose en la peor opción que uno podía imaginar. Sentía
que le debía esto a Noemí, pero, por otra parte, no quería
ejecutar su deuda. No de esa manera-. No me ve a doler cumplir ese
papel otra vez.
-Pero yo no quiero
que lo hagas.
-Tampoco está tan
mal. Quiero decir... todo el mundo quiere hacer de malo, pero no
serlo. El malo tiene más maneras de reaccionar-se burló, mirando al
infinito, viendo una carrera que nunca había sucedido, una carrera
en la que ella se alzaría como una de las actrices consagradas del
mundo. Decenas de personas aclamando su nombre, cientos de miles
llenando las salas de cine sólo para verla, adolescentes forrando
sus carpetas, sus fotos en pantallas grandes como edificios, en
vallas publicitarias donde una pestaña suya, una simple pestaña,
midiera dos metros...
… vida a la que
había renunciado muchísimo tiempo atrás.
-Eri. No-espetó
Louis, tumbándose de nuevo a su lado y apoyándose sobre un codo. La
pelea estaba acabando, gracias al cielo. Eri no llegó a saber si le
había leído la mente (cosa muy probable) o si había pasado por
alto su expresión nostálgica y soñadora.
-Es el papel que
tenemos-musitó apartando la vista de un sueño que terminó de
evaporarse ante sus ojos-. Y de verdad que no me importa seguir
interpretándolo.
-Yo te
quiero-interrumpió él, brusco, como quien habla del tiempo. Cerró
los ojos un segundo, disfrutando del silencio que ella no iba a
romper, y continuó-. No voy a dejar que seas algo que no eres. Me
gusta este lado tuyo de cabrona, pero no es el que más me fascina de
ti... ni lo que ha hecho que me enamore.
Ella torció la
boca, y se inclinó a su lado. Ahora una muchacha estaba hablando de
la increíble actuación que hacía la actriz protagonista, a la que
Eri tenía una tirria especial, y daba paso a unos cuantos americanos
que comentaban detalles nimios que a nadie se le ocurriría observar.
Si la actuación de la protagonista era tan buena, ¿por qué
preocuparse de la buena realización o del vestuario hasta el más
mínimo detalle?
-Estoy asustada.
-Bienvenida al
club.
-No, Louis. Es
diferente, es... nunca me había enfrentado a esto.
-¿Sabes cuándo
estuve yo realmente acojonado?-frunció el ceño, ella esperó,
colocándose a su lado y observando las trazas de queso cheddar que
aún permanecían entre sus dedos. Se encogió de hombros sin alzar
la vista, temiendo la furia que se iba a encontrar en los ojos de su
esposo-. Cuando diste a luz a Tommy. En serio, literalmente, y tú lo
sabes, estaba de los nervios. Creía que no ibas a poder conseguirlo.
Erika puso los ojos
en blanco.
-Se agradece el
apoyo moral.
-Pero, ¿sabes qué?
Lo que más me acojonó de todo aquello fue cuando las enfermeras me
lo dieron. Quiero decir, ¡venga! Había cogido a mis hermanas, pero
no era nada comparado. Tenía los brazos mucho más pequeños y era
más delicado. Podría haber aplastado a Tommy, o se me podría haber
caído, o...-negó con la cabeza-. Verte parir sí que fue
acojonante, nada comparado con que ahora venga una Styles a casa
y me tenga que ocupar de criarla.
-Yo no quería que
estuvieras allí.
-Pero estuve.
Porque era mi deber. Y sigue siéndolo.
-Yo tampoco creí
que fuera a poder con ello.
-¿¡Me lo dices o
me lo cuentas!? Aún tengo pesadillas, tía. Perdona, pero es que tú
no viste aquello. Dios mío, podrían hacer películas de terror
cojonudas con una simple cámara y una mujer pariendo-hizo una mueca
y Eri se echó a reír. Se acercó a él y, rompiendo la sonrisa que
se había formado en aquellos labios enmarcados por una barba del
color del chocolate, posó sus labios en los dientes de él, que no
se hizo de rogar y le devolvió el beso.
-Yo también te
quiero, por cierto.
-Menos
mal-respondió él. Eri se echó a reír y le dio con la almohada en
la cabeza. A veces seguían comportándose como críos, y lo mejor de
todo era que la infantilidad de uno alimentaba al del otro, de manera
que una vez que uno de los dos empezaba a comportarse como había
hecho hacía muchos años, el otro se veía arrastrado y terminaba
siendo peor que el que había empezado.
Después de
revolcarse por la cama mientras los expertos charlaban animadamente
sobre la película, que era un éxito del que pocos iban a poder
disfrutar (nadie tenía la paciencia que tenía la pareja de
enamorados como para soportar tanta cháchara de algo que aún
desconocían), Louis, como siempre, acabó ganando y colocándose
encima de Eri. Ella se rió, se tapó la boca y cerró los ojos,
achinándolos completamente, y rodeándolos de un marco de pequeñas
arrugas que llevaban allí una eternidad, pero que se acentuaban con
el paso del tiempo. Louis pensó que si a su mujer le salían las
arrugas a esa rapidez, estaba haciendo algo bien. Si le salían esas
arrugas era porque se reía. Y si ella se reía, él era feliz, y
estaba cumpliendo con su trabajo.
-No hagas eso.
-¿Que no haga
qué?-respondió ella, colándose su voz entre los dedos.
-No te tapes la
boca cuando te ríes.
-¡Pero si es lo
que llevas haciendo tú toda la vida!-protestó ella, dándole un
empujón, pero sin la fuerza suficiente como para conseguir que se
moviera. Louis tiró un poco de Eri para alejarla de los pies de la
cama, temiendo que pudiera hacerse daño, con tanto acierto que al
tirar de ella, sujetándola por la cadera, le desplazó la goma de
los pantalones, que se deslizaron por su piel suavemente. También
sus bragas cedieron a la tentación, y pudo apreciar una buena parte
de fisonomía de la cadera de Eri.
Con una sonrisa
pícara extendiéndose por su boca, se separó un poco de ella e
introdujo suavemente la mano por su pantalón, mientras ella no
paraba de reír.
-Para, para,
pa...-ordenaba sin éxito, presa de las cosquillas y de algo mucho
más importante que no eran cosquillas, pero que se manifestaba de
una manera muy diferente-. Vamos a despertar a los niños.
-Bueno, ya saben
que no les ha traído la cigüeña-respondió él, volviendo a
tumbarse encima de ella y besándole la boca, el mentón, toda la
cara, mientras los dos recordaban la vez en la que sus hijos les
preguntaron por primera vez de dónde venían los niños.
Su madre se había
quedado sin palabras, echando cuentas, intentando adivinar si los
críos eran demasiado espabilados, buscando en su memoria cuándo le
habían dicho sus amigas que los hijos habían empezado con aquellas
preguntas...
… pero su padre,
raudo, se limitó a remangarse las mangas de la chaqueta y contempló
a sus dos hijos, el mayor curioso, y la pequeña aún demasiado
pequeña para enterarse bien de cuál había sido la pregunta, y
empezó con su disertación, no demasiado literaria:
-A ver, niños...
escuchadme bien. Cuando un papá y una mamá se quieren mucho...
Los ojos de Erika
alcanzaron el tamaño de la esfera del reloj del Big Ben.
-¡LOUIS! ¡NO! ¡LO
DE LA CIGÜEÑA!
-Eso son
gilipolleces-replicó él, mirándola con dureza-. Cuando...
-¡¡LOUIS!!
-¡¿Te quieres
callar?! Mirad, cuando una mamá y un papá se quieren mucho, se van
a la cama. Allí, el papá...
-Dios mío de mi
vida, no me lo puedo creer, Dios, Dios, van a salirnos buenos,
Dios-murmuró ella, levantándose y corriendo de un lado a otro,
llamando a cualquier divinidad dispuesta a ayudar a una atea.
-El papá mete su
polla en la vagina de la mamá-continuó Louis después de suspirar-.
Y se forman los niños.
-¡PERO NO LES
DIGAS ESA PALABRA!
-Dios, Eri, la van
a aprender en la guardería. ¿Qué más da?
La pareja del
presente se echó a reír.
-Por suerte no se
acuerdan de eso-susurró ella, volviendo a taparse la cara-. Oh,
Dios, lo pasé tan mal...
-Te encantó, y lo
sabes.
-¡Para nada!
Bueno, aunque no debería extrañarme. Conociéndote...
-Te encantó, Eri.
Fue muy yo. Fui yo al 110%.
-A veces me
gustaría que te controlaras y sólo lo fueras al 100%.
-Si hubiera sido al
100%, probablemente habría sido mucho menos delicado.
Ella negó con la
cabeza.
-¿Gemelos?-ronroneó
él, acariciándole el vientre y bajando dos dedos muy despacio. Ella
se mordió el labio y cerró los ojos-. Eh. Quiero oírte.
Pero Eri negó con
la cabeza, y tuvo suerte, ya que empezó la película justo cuando
estaba a punto de ceder a las peticiones de su marido, persuasivo
como pocas personas habían sido nunca. Era la parte mala de la que
la conociera tan bien: sabía exactamente dónde había que tocar
para desatar a la bestia que llevaba dentro, y que se esforzaba en
enjaular cuando estaban en público.
Les había costado
mucho salir de la cama cuando estrenaron habitación y colchón, y
todo porque la iniciativa, siempre, la llevaba Eri. Louis se limitaba
a dormir, levantarse para ir al baño cuando quería, comer cuando
tenía hambre, y luego volver a la cama, a meterse y esperar a
conseguir convencer a Eri de que se podrían hacer cosas
extremadamente interesantes si se unían. Todo el peso del bienestar
de la casa, y el suyo propio, recaía en ella. Así como los
castigos, que consistían en rechazar a su compañero de cama cuando
éste se comportara como un “verdadero gilipollas”, cosa que
sucedía cada vez que ella se movía, en especial cuando lo había
hecho después de una sesión particularmente dura. Él se reía,
porque Louis era así, y a ella le tocaba sufrir por los dos, porque
tenía que luchar contra él, y contra las ganas de sentirlo dentro.
La vida no era justa.
La chica se las
arregló para arrastrarse hasta poner la cabeza sobre la almohada y
mirar a Louis con una sonrisa tímida, pidiendo un perdón que él
seguramente no tenía pensado concederle. No, al menos, con
demasiadas facilidades. Louis suspiró, se sentó al lado de ella y
le cogió la mano, llevándosela a la rodilla doblada. Metió la mano
que tenía libre en la bolsa de comida basura y se molestó en hacer
el mayor ruido posible, tratando de incordiar a su mujer.
-¿No te vas a
poner el pijama?
Él se limitó a
negar con la cabeza, fingiéndose obnubilado por la primera escena,
en la que la protagonista, una pelirroja de ojos oscuros, se paseaba
por las calles de Nueva York mientras los maniquíes de los
escaparates se esforzaban por llamar su atención.
-¿Esta otra vez?
Eri se encogió de
hombros, echando mano de su teléfono móvil, que había dejado en la
mesita antes incluso de entrar en la habitación. Desbloqueó la
pantalla, provocando una serie de temblores y sonidos amortiguados
por su piel, y entrecerró los ojos.
-Es lo mejor que
echan.
-Apuesto a que no
lo es-respondió él, tumbándose sobre su vientre y revolviendo
entre las sábanas, que se habían arrugado por aquellos juegos sin
inocencia que habían terminado consiguiéndola, en busca del mando a
distancia. Eri le pegó con algo en el trasero, y él se volvió.
Ella sostuvo el mando con dos dedos, sacudiéndolo en el aire, como
un trofeo.
-Eri, hemos visto
esta película mil veces... y eso que ni siquiera te gusta.
-Sí que me
gusta-replicó ella, frunciendo el ceño y cruzando las piernas-. No
me apasiona, pero...
-Algo bueno estarán
echando.
Ella puso los ojos
en blanco.
-Ayer elegiste tú
la película.
-¡Era una serie!
-Haber pensado
antes qué día querías elegir tú lo que veríamos en la tele. Hoy
me toca elegir a mí.
-Pues paso de
verlo-contestó él, poniéndose de pie y encogiéndose de hombros.
Louis abrió los brazos y Eri se encogió de hombros.
-Vale, lo capto.
Ahora el de la mala uva eres tú. ¿Si te hago un masaje te quedas?
Louis inclinó la
cabeza a un lado.
-¿Con ropa o sin
ella?
-No te pases. Estoy
cansada.
-Me refiero a mí.
-Ah-respondió su
mujer, recorriéndole con la mirada. Por su boca se extendió una
sonrisa lasciva-. Puedes... cambiarte de ropa, si quieres-asintió
con la cabeza, contenta por haber llegado a aquella solución.
Louis le devolvió
la sonrisa, se quitó la camiseta y, sin mediar palabra, se tumbó
cuan largo era en la cama. Eri se quitó el pañuelo que llevaba a
modo de diadema, apretó la cola de caballo que se había hecho más
fuerte con éste, y le ordenó que se pusiera con la cabeza mirando
hacia la televisión. Le apetecía enterarse de lo que le pasaba a la
pelirroja con desavenencias en la tarjeta de crédito.
-Eri...
-Ni Eri ni hostias.
No soy un spa. Yo también quiero hacer lo que a mí me da la gana, y
no puedo.
-No vives tan mal.
-No me puedo tirar
a mi marido cuando me sale de los cojones-protestó, negando con la
cabeza-, ¿sabes? Tengo que esperar hasta por la noche y rezar por no
cansarme demasiado durante el día.
-¿Hoy iba a haber
fiesta?
-Louis, llevo con
gana de fiesta desde que nos conocimos-confesó ella, sujetándole la
mandíbula y obligándole a mirarla. Sus ojos llamearon.
-Si me lo hubieras
dicho me habría inventado alguna excusa para que Zayn no viniera.
-Las cosas
empezaron a ir mal cuando necesitasteis excusas-murmuró entre
dientes, encogiéndose de hombros y asegurando los anchos tirantes de
la camiseta que utilizaba para dormir... cuando dormía con ropa.
Había cogido
aquella camiseta hacía mucho tiempo del fondo de armario de Louis,
cuando éste se encontraba de gira y ella se veía muy sola.
Necesitada de algo que supliera la ausencia de aquella persona a la
que más quería en la Tierra, sintiendo la cama tan vacía que
parecía que todos los mares se habían secado, y cansada de pasar
noches en vela sin otra cosa que hacer que dar vueltas en la cama
mientras la frase “le echo muchísimo de menos” era lo único que
cabía en su cabeza, había acabado cansada y dando con una solución
que, aunque simple, parecía haber hecho efecto. Simplemente una
noche se levantó, abrió los cajones y se vistió con la ropa que su
aún novio había dejado en la casa. Al principio le bastó dormir
con ella, pero luego terminaba quitándosela a sí misma de noche,
porque sus manos reconocían el tejido y las formas.
De modo que terminó
dándole un toque personal a unas cuantas prendas de él. Tan
personal que había cortado las camisetas, que ahora parecían más
tops que otra cosa, y poniéndoles gomas a los pantalones que antes
no la llevaban. Y, para sorpresa y secreto placer de Louis,
recogiendo los bajos de los pantalones y adaptándolos a su
estatura.
A Louis le
encantaba que hubiera tenido que recortar sus pantalones porque, por
una vez, se había sentido demasiado alto, sentimiento que no se
repetía mucho en una banda en la que los demás miden 1,80m y tú
sigues atascado en el 1,75.
Aunque no quería
hacerlo, fue Eri la que empezó la conversación. Cada mañana se
levantaba esperando ya que fuera de noche, porque era cuando se
sucedían aquellos momentos tan íntimos con Louis: ambos dos
compartían lo que habían hecho por el día, se hacían carantoñas
y se contaban hasta la más mínima tontería, molestos por que el
otro no lo había vivido, pero contentos de tener algo de qué
hablar. Se escuchaban como nadie se había escuchado jamás, y se
hablaban como poca gente había hablado nunca.
-¿Cansado?-sugirió,
notando la tensión de los músculos de la espalda de Louis bajo sus
manos. Eri se apartó un mechón de pelo rebelde de la cara y se lo
colocó tras la oreja.
Procuró moverse lo
menos posible encima de él, sabiendo que si le encendía, aquello
terminaría en un fuego.
-Bastante-susurró
él, bostezando. La chica de la televisión se había enamorado, para
variar, de una prenda que no se podía permitir y, aun así, se
empeñaba en comprar.
-¿Qué has hecho
hoy?
-He tenido dos
clases con los pequeños, y ya sabes cómo son.
Eri sonrió a su
pasado; aquel año que había sido sustituta de la profesora de
español que se fue de baja por maternidad había sido muy bonito e
interesante para ella. Como no tenía cualificación, ni siquiera
había pedido el puesto, pero la directora se lo había ofrecido
igualmente: no habría nadie mejor que un español para dar clases de
aquel idioma que traía de cabeza a todo aquel que no nacía
hablándolo. Y la experiencia fue enriquecedora para Eri, porque
comprendía muchas cosas que antes no habían tenido ningún sentido
para ella, y porque había podido estar más cerca de su esposo
cuando llevaban poco tiempo casados.
Además, fue
durante ese trabajo cuando se quedó embarazada por primera vez.
-Ahora me siento
mal por no darte lo que te mereces.
Él se encogió de
hombros, y ella se mordió el labio al ver el efecto que esto tenía
en la espalda de su marido. ¿Por qué una espalda podía ser tan
atractiva?
-Me lo han
compensado. Mañana no tengo clase las primeras horas. Los de primero
tienen excursión.
-¿Y no tienes que
ir? Fantástico-susurró ella, retorciéndose de placer en su
interior. Tal vez podrían tener un desayuno más sabroso que los
habituales, aunque no tan nutritivo como unas cuantas galletas.
-La jefa de
estudios me ama.
-¿Por qué?
-¿No ves que casi
no me da guardias?-dijo él, girándose y mirándola con el ceño
fruncido. En sus ojos se veía una frase “Jesús, Eri, a veces no
te entiendo”. Ella sonrió y le besó los labios apretados,
calmando su malestar.
-Tampoco es para
tanto.
-En serio, nena. Me
ama. Con todas las letras. Estoy seguro de que quiere
chupármela-respondió, tumbándose de nuevo, sin darle importancia a
lo que acababa de decir. O tal vez sí que se la diera y estuviera
esperando la reacción de mujer latina celosa que le encantaba y que
a Eri le molestaba tanto.
-No es la
única-contestó ella para sorpresa de él.
-¡ERI!-bramó,
girándose y riéndose. Ella simplemente se encogió de hombros; el
tirante de la camiseta, muy oportuno, se deslizó por su hombro,
dejando al descubierto una piel limpia, sin marcas de biquini. Ella
sabía tomar el sol, no como el resto.
-¿Qué?
-Mi mujer está
salida y no hace más que ponerme cachondo a mí-le informó al aire,
suspirando y volviendo a bajar la cabeza. Abrió la boca y dejó
escapar lentamente el aire, disfrutando de las manos de su mujer
sobre su piel, adorando cada poro como sólo ella sabía hacerlo, y
como sólo él lo hacía con ella.
-Soy tuya. Y tú
eres mío. Sólo mío. Recuérdalo.
-Me da la impresión
de que vas a hacer que me acuerde de esto-susurró, divertido y a la
vez expectante. Se lo estaba jugando todo a una sola carta, y ahora
dependía de si ella iba a seguir con las apuestas o no.
-Mañana, cuando se
vayan los niños-accedió ella, sin saber hasta qué punto quería
recompensarlo y hasta cuál quería recompensarse a sí misma. Echó
cuentas de cuándo fue la última vez, sabiendo que no llevaban una
mala vida en cuanto a esos temas, pero, como vio que nada podría
hacer que Louis se tranquilizara y no buscara algo que le encantaba,
pensó en que no le importaba. ¿Por qué poner fecha de caducidad a
algo que era eterno?
-No puedo
esperar-comentó él.
Ella se echó a
reír y volvió a subir el tirante de su camiseta a su hombro,
privándole a él de un trabajo que hubiera hecho encantado.
Como puede no haber comentarios? Las noches de casada con las que he soñado desde que tengo memoria... Quiero esoooo!!!
ResponderEliminar