domingo, 26 de abril de 2015

Y, si crees que no puedes ser nada... entonces, ve por ello.

Querido teatro. No, palacio. Palacio Valdés.
Hoy, 21 de abril de 2015, ha sido un día especial. Especial por todo lo que ha pasado; ya me levanté pensando en el momento en que caería el sol, porque sabía muy bien dónde iba a estar: en primera fila, animando a mis antiguos compañeros, la familia que yo elegí y que con tan buenos brazos me acogió cuando la fui conociendo.
Ya en clase, a primera hora de la mañana, me tocó hacer una exposición desde una tarima en cuyo parecido con un escenario no pude evitar fijarme. "Es como el nieto de lo que les espera esta tarde", pensé con una sonrisa mientras desfilaba detrás de mis amigas, saliendo a la palestra.
En el bus de vuelta a casa, vine sentada con una compañera que no sólo vive en Avilés, sino que también estuvo en teatro 4 años, en el otro instituto que consigue llenarte. Y, casualidades de la vida, estuvimos hablando de nuestras obras como dos madres orgullosas de sus hijos, los mejores de la clase.
Y por fin, terminé de comer y de prepararme para esa noche, y salí a buscarlos, echando de menos aquellas tardes de antes del estreno, en las que íbamos al Burger King o al Pizza Móvil; poco importaba con tal de estar juntos, reunidos y riéndonos, riéndonos de cualquier tontería, y riéndonos de alguien cuando intenta decirnos que lo que no hacemos es importante. Tu vida triste y vacía sí que no es importante.
Me los encontré tirados a la sombra, haciendo el ruido que tiene que hacer un artista: no hay nada peor que pasar desapercibido. Dos vinieron corriendo hacia mí, y yo las estreché entre mis brazos, recordando lo que se sentía y echándolo de menos como el buceador que añora la superficie cuando sus pulmones empiezan a arder.
No tardé en unirme a la fiesta, y en ponerme en ridículo delante de todo el parque cantando un rap que, a pesar de que me sé de memoria y que no paro de repetir cuando estoy aburrida, me cargué a la primera sílaba porque me puse nerviosa. Parece ser que 18 años poniéndome en evidencia no son suficientes para que no me bombardee el corazón cada vez que voy a ser (más) gilipollas en público.
Y lo tienen grabado; gracias a Dios, ha quedado constancia de uno de esos días tan importantes y tan difíciles de olvidar, aunque yo sea una visitante y no forme parte de la acción.
Llegaron las 5 de la tarde, y nos tocó ir hacia ti, con la suerte de que nos encontramos a nuestro director por el camino, quien me da permiso para quedarme.
Las puertas volvieron a abrirse, y como el primer día que te visité, aquel 6 de mayo de 2010, en lugar de subir a los camerinos (pues, especialmente, hoy no tenía sentido), fui directamente al escenario, que me pareció mucho más grande, mucho más alto, mucho mejor iluminado y mucho más especial que la última vez que había estado allí, en mi último estreno. El eco de las palabras más importantes que me han dicho en mi vida todavía reverbera en tus paredes como aquella noche en la que estuve más cerca que nunca de unas manos que habían cogido a lo que yo aspiro.
Les serví de utilidad, no te creas que soy una turista, sino más bien la guía que lleva a los recién llegados por los sitios más importantes. Cuando necesitaron agua, estuve allí. Cuando se quisieron hacer fotos como la mía, estuve allí. Cuando ensayaron y nadie estaba disponible para hacer fotos, yo me ofrecí voluntaria. Al fin y al cabo, vivo en una zona famosa por su minería.
Antes de darme cuenta, se bajó el telón, y yo pasé a los asientos, esos asientos que tienes que, según dicen, aparecen y desaparecen dependiendo de la ocasión. Vinieron más de los veteranos, de los antiguos del grupo, y nos congregamos los que pudimos en la parte de delante, porque, no sabemos muy bien cómo, sólo se llenaron el patio y los primeros palcos, y todos pensamos que esto no es justo. Lueje se merece despedir con el teatro lleno, no con esta chapuza culpa de la organización. ¿Realmente hay gente fuera cuando hay sitios dentro?
Pero suenan los primeros timbrazos, y un tirón en el estómago me advierte de que me dé la vuelta, y ya no vuelvo a girarme hasta una hora y pico después. Porque con el oscuro se ha abierto una puerta,
la puerta al séptimo cielo, el séptimo arte, en el que se esculpen personajes, se pintan tramas, se bailan vidas, se escriben relaciones y se componen palabras. El total. El último. El del número mágico. El mejor.
No nos decepcionan, y compensan todo lo que hicimos mal el año que yo me fui bordándolo este año. El público que tienen se ríe, les aplaude, y, cuando quiero darme cuenta, suenan las primeras notas de Bang Bang, y yo, como ya les he amenazado, doy un grito y me pongo de pie de un salto. Salen todos, y les aplaudimos y jaleamos hasta que no podemos más. Las veteranas nos miramos entre nosotras cuando uno de ellos me mira, y yo le devuelvo la mirada, y él sonríe como diciendo "sabía que no lo ibas a hacer". Entonces nos agachamos y recogemos los sujetadores, y se los tiramos en cuanto se vuelven a acercar a saludar de nuevo. Niega con la cabeza y se ríe; ojalá le puteen por haber creído que podía putearme a mí. Nadie se mete con alguien que ha subido a tu escenario, Palacio Valdés, porque tú nos das una fuerza y un valor comparables a una batalla.
Al fin y al cabo, ¿no es una batalla lo que libramos ahí arriba? ¿No ponemos en peligro nuestra alma por un aplauso?
Y, mientras llaman a Lueje para que salga a saludar, un pensamiento explota en mi cabeza.
Tengo que conseguirlo. Por ellos. Por Lueje. Se merecen que alguien se pregunte qué significan sus nombres al otro lado del mundo. Porque, mientras Nicki dice que va a enseñarnos cómo se hace, yo, por primera vez en mi vida, me siento feliz por una cosa que no me pasa a mí.
Y, entonces, me doy cuenta de todo. Son seres mágicos. Son actores.
Dales la enhorabuena, Palacio Valdés. Y dales también las gracias, por ser tan grandes, por ser tan mágicos, y convertirte, así, en el Hogwarts de una ciudad pequeña, pero que tiene el orgulloso título de la Atenas del Norte.
Eso, también, se lo debe a gente como nosotros.

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