sábado, 11 de julio de 2015

Daenerys de la Tormenta.

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           Tenía la misma mirada de su tía, aunque el color era el de su padre, y los ojos, los de su madre.
            Pero sin duda la dureza y el cinismo, la armadura que había era de Gemma.
            Inclinó la cabeza a un lado cuando terminé de hablarle, sopesando mi respuesta y decidiendo si debía tenerla en cuenta, aceptarla, o si acaso se le aplicaba a ella. Pero yo ya había aprendido, hacía mucho tiempo, mucho antes incluso de que ella fuera un proyecto, que todo se le aplicaba a todo el mundo; de una manera o de otra, pero se les aplicaba.
            -Por muchos genes que tenga, sigue siendo inglés. Los ingleses sois unos estirados-se defendió, dando un sorbo del vaso que le había colocado frente a ella y vigilándome por encima del borde de éste, como si esperase un ataque por mi parte por haber insultado a todo mi país, a todos mis compatriotas, y sobre todo por haber ido a por mi hijo.
            Podían ofenderme muchas cosas, pero la verdad no era una de ellas.
            -¿Y yo te parezco un estirado?-me cachondeé. Me miró de arriba abajo, y luego se encogió de hombros.
            -No mucho-cedió, volviendo a beber y toqueteando el vaso como aquel personaje de Mujeres desesperadas cada vez que tenía una buena mano al póker-. Tu forma de ser es más americana que otra cosa. Creo que eso influye en que te prefiera a ti a los demás.
            -Así que me comporto como lo hacéis en las Colonias-dije, inclinándome hacia delante. Ella suspiró.
            -Podéis llamarnos así, pero seguimos siendo mil veces más que vosotros en todo. Más fuertes, más, más poderosos… tal vez nos hicierais, pero el alumno ha terminado superando al maestro.
            -Y yo no he dicho lo contrario. Un país que tiene varias franjas horarias se merece el respeto del mundo. Es por eso que Rusia está donde está.
            Se le borró la sonrisa de la boca. Puede que sus padres fueran europeos, que su padre fuera inglés y su madre española y no estuvieran metidos en esos líos que había entre las grandes potencias del mundo, que todavía conservaban sus tronos a pesar de que China e India peleaban por ellos, pero seguía siendo hija de su patria, de las típicas que celebraba el 4 de Julio a lo grande, que se sentaba en el porche a ver los fuegos artificiales y que se ponía la mano en el pecho cuando sonaba el himno nacional, incluso viéndolo por televisión.
            -No hay ninguna Nueva York en Rusia.
            -Grecia no tiene ningún rascacielos en el top 100 del mundo, y aun así tuvo el mayor imperio de toda la historia de la humanidad.
            -Mamá dice que en España hubo momentos en que nunca se ponía el sol.
            Alcé las cejas, sorprendido.
            -Así que Noemí que te habla de España.
            -Unos genes son de ahí; tengo que conocerlos. Que no hable ni una palabra del idioma no quiere decir que no sepa que puedo venir de conquistadores, y de reyes incas, y de ancestros que fueron dioses. Eso explicaría muchas cosas.
            -Y aun así te sientes atrapada en una jaula de cristal, a pesar de que puedes tener sangre inmortal en las venas.
            -Sé que la tengo-aseguró-. Nosotros lo somos; hemos hecho cosas con las que muchos ni se atreven a soñar. Eso ya nos deja un sitio en la humanidad que será imposible de borrar; no hasta que nos extingamos, o que nos pase algo que haga que todo lo que somos, esa “curiosidad” que supone nuestra esencia, se evapore como el agua de un lago en verano. Pero eso no quiere decir que a los dioses les guste estar encerrados en iglesias, ni que las estatuas que se hacen de ellos sean suficientes para representarlos en lo infinitos que son.
            Estudié sus facciones, seguras de sí mismas, con mucho cuidado.
            -Parece que no necesitas a nadie más.
            -Y no lo hago, pero estar sola a veces es muy… solitario. El aburrimiento hace de una vida cortísima una espera insufrible. Y yo no soporto esperar.
            Un destello de algo se asomó en sus ojos; los cruzó a toda velocidad, sin dejarme adivinar qué era. Pero supe que era algo malo: tal vez tristeza, tal vez rabia, puede que rencor. Las cosas no deberían ser así, una chiquilla de su edad no debería hablar de esa manera, por muy famosa que fuera ni por muy hija de quien era.
            Precisamente el hecho de que fuera hija de Harry y de Noe hacía que las piezas se volvieran incluso más difíciles de encajar. Los delirios de grandeza siempre habían sido de mi mujer, no de ellos.
            ¿Era por eso por lo que la habían enviado aquí? Mientras seguía picoteando de su plato, asegurándose de que no dejaba nada, me asaltó una sospecha como un gato salta sobre un ratón: puede que nos la enviasen porque habían visto en ella a la Eri de su edad, puede que supieran que, si no la juntaban con gente había estado en su misma situación, se convirtiera en una supernova y más tarde en un agujero negro, en lugar del sistema solar al que aspiraba todo aquel que tenía un hijo.
            Y, con todo, algo no terminaba de cuadrar. Eri nunca había hablado así; siempre había dependido de alguien para sentirse inmortal, infinita, como una diosa, y ese alguien había sido yo.
            Nadie se sentía de esa manera hasta que encontraba a alguien con quien sabía que debía pasar el resto de su vida.
            Entonces, ¿por qué estaba aquí?
            ¿Era por su facilidad para recuperarse de las cosas que le hacían daño?
            -¿Alguna vez has hablado de esto con tus padres?
            -¿De Tommy?-inquirió, jugueteando con su tenedor-. Apenas lo conocía.
            -No, de esto que me estás contando ahora a mí.
            Frunció los labios, el ceño y los ojos.
            -No… tampoco me han preguntado. No suelo ponerme a reflexionar porque sí. Me gusta que me ajusten los vestidos, ¿sabes? Pero nunca me vas a ver ir derecha a una talla que sé que no es la mía. Está bien que busques que las cosas encajen, pero no tienes por qué ir específicamente a por algo que  sabes que te va a dar problemas.
            Me di cuenta de que eran las 4 de la mañana y estaba teniendo una de las conversaciones más extrañas de mi vida con una chica extranjera que ni siquiera tenía la edad de mi hijo mayor.
            -¿Quieres más?
            -No, gracias-apartó el plato despacio, esperando a que alguien se lo recogiera. Ni siquiera me dirigió una mirada cuando se levantó y regresó al salón.
            Yo no era la criada de nadie, así que el plato se quedaría allí hasta que volviera a la cocina y lo pusiera en su lugar.
            Se sentó en el sofá, se pasó una manta por encima de las piernas y encendió la tele, aunque tuvo el cuidado de ponerla con el volumen lo bastante bajo como para que tuvieras que hacer un esfuerzo para poder escucharla. Yo me senté a su lado, en el otro extremo del sofá, con el ordenador en el regazo y las páginas y páginas de apuntes rodeándome cual cinturón de asteroides rodeando a un planeta que todavía se está formando.
            Aunque mis dedos me obedecían con una agilidad que pocas veces conseguía alcanzar, las palabras se rebelaban contra mí: luchaba por encontrar las rimas más sencillas, se me ahogaban las expresiones apenas las pescaba en el cerebro, y en mi cabeza no escuchaba la melodía que solía embargarme de noche, sino el barullo de una ciudad en hora punta, aquel que resulta tan horrible a quien lo experimenta de resaca.
            Harto de pelear conmigo mismo y sintiendo el fantasma del sueño sobrevolando mi cabeza, suspiré, cerré la tapa del ordenador y miré la tele sin llegar a ver lo que en ella sucedía.
            -Deberías dormir, Diana-murmuré por fin. Ella se volvió para estudiarme con unos ojos que estaban de acuerdo, pero una expresión desafiante: si por ella fuera, no dormiría ni un ápice en mi casa. Era su cruzada personal para demostrar que quería irse de allí.
            … Aunque no todo su ser.
            Había una parte de ella que podría disfrutar su estancia allí, si la dejaba tomar el control.
            -No tengo sueño-se atrevió a espetar. Y yo me tuve que echar a reír.
            -Ya, claro. En ese caso-murmuré, quitándomelo todo de encima y poniendo el ordenador a una distancia prudencial de ella, que tendría que estirar el brazo para recuperarlo-, nos vemos mañana por la mañana, cuando me vaya a trabajar.
            -¿Por qué haces todo eso? ¿Madrugar y tal? Eres millonario. Tú y Liam habéis sido los que mejor os lo habéis montado de los cinco, así que, ¿por qué aguantar críos?
            -Me gustan los críos. De lo contrario, no habría tenido 4. Y, por cierto, Zayn trabaja conmigo. Él enseña literatura, y yo, música.
            -Ya, papá me lo dijo. Y también me dijo que Zayn siempre era el que más sabía de libros.
            -Eri lee muchísimo, pero lo de Zayn es estar a otro nivel. No he conocido nunca a nadie que controle tanto, ¿sabes? Aunque, claro, teniendo el máster en literatura inglesa, no veo por qué debería saber él más que mi mujer.
            -Aun así, ¿por qué? Erais buenos.
            -Aún lo somos.
            -Sabes a qué me refiero. Podríais seguir viviendo de ello hasta que os retiraseis, con, no sé…
            -¿40 años?-sonreí, negando con la cabeza y colocando un cojín en su lugar.
            -En realidad, iba a decir… con más dinero del que estáis haciendo a base de aguantar a una panda de anormales.
            -Te sorprendería lo gratificante que es ver cómo una panda de anormales se convierte en gente con dos dedos de frente, con cabeza y con unos ideales que has ayudado a encontrar tú. Si no fuera por eso, la música no sería tan especial.
            -¿Porque la haces a las 3 de la mañana, cuando terminas de corregir exámenes?
            -Porque no dejo que se convierta en una rutina, sino en un lujo, y porque no tengo un horario fijo, sino que dejo que fluya a través de mí cuando me viene la inspiración.
            Echó un último vistazo a la tele, y se destapó y la apagó cuando yo estaba a medio camino de las escaleras. Me alcanzó de varias zancadas con esas piernas kilométricas que tanto le habían gustado a Tommy (el chaval no era tonto, después de todo).
            Fue entonces cuando me fijé más detenidamente en la sudadera que llevaba puesta.
            -¿Vas a dormir con eso?
            Se echó un vistazo al torso, y vi que se ponía colorada.
            -Perdón, yo… tenía frío, y la vi ahí, y…
            -No pasa nada. En realidad, soy el que menos se pone mi ropa últimamente. Esas son las ventajas de tener una familia-se mordió el labio-. Pero así ya sé que no tienes novio.
            -¿Por qué?-abrió mucho los ojos, y no fue a Gemma a quien tuve delante en ese instante, sino a su madre.
            -Porque si no, te habrías traído su sudadera de Nueva York.
            Me giré en redondo para irme, pero su siseo me detuvo.
            -¿No quieres que te la devuelva?-dijo, haciendo un gesto hacia las letras negras escritas como a lápiz sobre el fondo gris del pecho. Negué con la cabeza.
            -Es más de Eri que mía. Tendrás que pedirle a ella permiso para ponértela, no a mí. Créeme, no me molesta que la uses. Si mi hija pequeña no la lleva también, es porque apenas es más alta que uno de los brazos.
            Asintió con la confusión grabada en el rostro, se giró y escaló las escaleras que llevaban a su improvisada (o no tan improvisada) habitación. Yo suspiré y me metí en la mía, en la que una lámpara encendida me indicó que Eri sabía que me había levantado antes de tiempo.
            Me senté en mi lado de la cama y contemplé la ventana, deseando poder abrirla y estudiar las constelaciones que me habían vigilado a mí y a mis hijos, y que vigilarían a los hijos de los hijos de sus hijos durante todas sus vidas, muchos años después de que yo me hubiera convertido en poco más que un recuerdo, tal y como habían hecho ya con mis antepasados.
            -¿Dónde estabas?-preguntó una voz somnolienta detrás de mí, y un brazo me rodeó la cintura y una nariz me acarició la espalda-. Te he echado de menos.
            -Haciéndole la cena a Diana. Tenía hambre.
            Y supe que había metido la pata en cuanto lo dije.
            -¿Qué le preparaste?
            -El pollo a la Louis.
            Se incorporó sonriendo.
            -Te adoro. Larry es súper real.
            -Sí, mi vida, lo que tú digas-repliqué, metiéndome debajo de las sábanas y tumbándome.
            -Buenas noches-dijo, dándome un beso en la nariz-. Te voy a soñar teniendo sexo duro con Harry.
            Tuve que echarme a reír, otra vez.
            -Nos vemos en tus sueños, entonces.
            -Yo ya vivo en uno.
            La miré; estaba sonriendo.
            -Eres tonta.
            Se pegó un poco más a mí, me volvió a rodear la cintura y se acurrucó contra mí.
            -¿Estaba bien Diana?
            -Está muy jodida, Eri.
            Sus ojos encontraron los míos.
            -¿Cómo de jodida? ¿Cómo tú cuando se cargaron a Jon Nieve?
            -Joder-espeté, apartándola un poco de mí-. Fue un momento trágico para toda la humanidad que tiene corazón.
            -Gracias.
            Solté una risa sarcástica, incorporándome, y ella se levantó conmigo ¿íbamos a pelearnos en serio otra vez por la puñetera Daenerys a las 4 de la mañana?
            -No entiendo por qué te gusta.
            Sí, íbamos a tenerla.
            -Ni yo por qué a ti no te gusta.
            -Representaba una amenaza para el trono de Dany.
            -Hizo votos.
            -Los votos se rompen.
            -Yo no tengo pensado romper los míos, ¿y tú?
            -Ya me entiendes, Louis, joder, por una corona evidentemente mandarías a la mierda a la gente que te convierte en escudo humano. Además-se echó el pelo hacia atrás en ese gesto de “ven a por mí si tienes huevos”-, era un bastardo. Hijo de lobos y nieto de lobos. Un dragón no debería juntarse con esa clase de criaturas-arrugó la nariz.
            -Pues Dany se sentó con otro en el trono.
            -Ya, pero Tyrion era medio león. El león está por encima del lobo. Eso se le perdona; es como tú y como yo-sonrió-, somos un dragón y un león; estamos juntos, pero uno está por encima del otro. Lo sabemos, y lo aceptamos. En la diversidad está la riqueza.
            Le sostuve la mirada por más de medio minuto.
            -¿Qué?
            -Que nos estamos yendo del tema.
            -Es verdad. Diana. Vale, ¿qué le pasa?
            -Está como…
            Y entonces recordé qué había visto en sus ojos: exactamente el mismo chispazo que cuando Eri regresó a España antes de tiempo después de pelearse conmigo… y casi no volvió.
            -¿Como…?
            -Como tú antes de abrirte las muñecas.
            -Pero tiene los brazos limpios-murmuró con toda naturalidad-. Es en lo primero que me he fijado en cuanto he entrado por la puerta.
            -¿Y se ha dado cuenta?
            -Lo dudo. Soy buena.
            -Mm.
            Se hizo el silencio entre nosotros, uno de esos pocos silencios incómodos que a veces nos tocaba compartir.
            -Astrid me ha preguntado por qué me las hice.
            Este momento siempre llegaba, y era, sin duda, el más difícil de criar a nuestros hijos. Comparado con esto, la explicación de dónde venían los niños no era nada.
            -¿Y qué le respondiste?
            -Que no siempre había sido fuerte… y que había habido un tiempo en que tampoco había sido tuya, ni estado a tu lado, lo cual me daba fuerzas, compensaba mis defectos y debilidades…
            Se dio la vuelta en la cama, dándome la espalda. Me pegué a ella y le acaricié la mejilla.
            -No pude decirle que no fue porque no me quisieras, sino porque no me quería yo.
            -Basta, pequeña. Ese tiempo ha quedado atrás y no volverá.
            -Lo sé, pero… no deberían crecer viendo esto. Tus hijos no se merecen a una madre con brazos llenos de cicatrices; tú no te mereces….
            -¿A ti? Lo sé. Pero he tenido la suerte de conseguirte-le di la vuelta y la besé en la frente, ella me dedicó una sonrisa triste, que me partió el alma y me dio esperanzas a la vez.
            -Louis…-hasta se oía su sonrisa en su voz.
            -Eres lo mejor. Para ellos y para mí. Estas cicatrices casi invisibles son la mara de tu mortalidad. Gracias a ellas sé que no eres una diosa. Y eso es justo lo que necesitamos ahora, tanto nosotros como Diana: recordarle que es una humana, no una diosa, y que no está sola. Noemí no te la habría enviado si no creyera que la podrías ayudar. Y esto-pasé los dedos por aquellos brazos en suave relieve- no es más que una prueba de que, no importa lo duras que se pongan las cosas y lo mucho que luchemos por irnos, al final siempre se encuentra el camino, siempre hay esperanza, y siempre volvemos a casa. Vas a ser tú la que envíe a Diana a casa.
            -Ni siquiera sabemos qué le pasa, ni por qué nos la han enviado.

           -Mañana podremos averiguarlo, ¿no? De poco te sirve un mapa con una x si no sabes que estás buscando un tesoro.

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