miércoles, 22 de julio de 2015

La constelación de un bolígrafo.

La mejor tinta del boli bic es la que sale días antes de que se termine. Azul oscura, casi negra, la tinta son las últimas palabras de un mensajero que te ha acompañado a lo largo de cientos de metamorfosis de neblina mental a frases concisas, exactas, y a la vez inexactas. Las palabras son magia, pero magia subjetiva.
Una simple conjunción de sonidos puede dar lugar a muchas manifiestaciones incorpóreas, dependiendo del sujeto. Puede, incluso, no dar lugar a ninguna, porque la persona no sepa qué quiere decir esa conjunción. Como una maraña de estrellas en el firmamento, la constelación está en los ojos de quien la ve, no en la inmensidad del universo.
De la misma manera que un anciano no es igual que otro. Uno puede ahogarse en sus recuerdos, otro perderlos, y un tercero navegar por los dos mares que son el ayer y el hoy, distinguiendo sus aguas. Azul, azul oscuro, y blanco. 
Y es, precisamente, en esta edad donde se debería ser más feliz. Aunque el cuerpo no acompaña, si la mente está bien, si la mete recibe y entiende, no deberíamos por qué estar tristes. Tenemos un mar de recuerdos en el que sumergirnos cada vez que algo no nos gusta, un sinfín de conocimientos que nos ayudan a entender el mundo, y, ¿por qué no?, a veces incluso nos permiten predecir el futuro.
Pero todo eso dura poco, y el cénit de nuestro saber se termina disipando mucho más rápido de lo que lo adquirimos: es como si una tormenta apagara en un minuto una hoguera que nos llevó horas y horas conseguir encender y mantener.
Todo es tan efímero como el último suspiro que exhalamos en nuestra vida.
Azul, azul oscuro, blanco.
Exactamente lo que escupe el boli.
Exactamente lo que terminamos por ser.

2 comentarios:

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