Los
carraspeos parecieron despertar a la tal Bryce y recordarle que estaba en una
reunión en la que, seguramente, tuviera que decidir de qué manera nos mataban.
Parpadeando un par de segundos repetidas veces, como si sus ojos quisieran
entregarle a Louis todos los aleteos posibles, aquellos que estaban previstos
para él, se irguió cuan alta era en su asiento, y nos dedicó una sonrisa gélida,
divertida, la clase de sonrisa que te encuentras en un policía antes de que uno
de sus colegas te coloque el cañón de su pistola en la nuca.
-¿Qué
tenemos aquí? Nuestros dos huéspedes más queridos-se echó a un lado, apoyando
un brazo teatralmente en su asiento, y sonrió-. Bienvenidos, ¡bienvenidos a
nuestra sala! Seguramente no hayáis oído hablar de mí-dejó la afirmación,
disfrazada pregunta, en el aire.
Perk
y yo le sostuvimos la mirada con gesto desafiante. En mis entrañas ardía algo
que llevaba muerto, o dormitando, desde que entré en el Cristal. No había
sentido ese tipo de adrenalina en mucho, mucho tiempo.
Su
sonrisa cínica se hizo más amplia, y, mientras Louis y Angelica se paseaban por
el círculo central y se colocaban frente a frente, flanqueándonos, murmuró:
-No
me esperaba menos de mis dos mejores ángeles-Louis sonrió y alzó la cabeza,
pero Angelica, lejos de ser tan buena actriz como era él (o eso deseaba, que
estuviera actuando), bajó la mirada, se mordió el labio y se agarró el codo,
incómoda. Quise abofetearla por arruinar la actuación tan brillante de Louis-.
La discreción es una de nuestras armas, aunque, ¿qué os voy a decir a vosotros?
Sois maestros en cuanto a esconderse se trata. Desde aquí, y en nombre de toda
la ciudad, os aplaudo, y os felicito por la facilidad que tenéis para
desaparecer incluso en los lugares más insospechados.
Y
la puta dio varias palmadas, que fueron coreadas por su coro de rostros mudos,
todos ellos duros, todos ellos indescifrables, todos ellos observándonos con
fijeza.
Perk
se echó hacia atrás en su asiento: todo eso le hacía gracia. Lo miré de soslayo
durante un segundo que me pareció eterno.
-Y,
sin embargo, os hemos podido cazar con las manos en la masa. Y no puedo por más
que preguntarme-la tía se levantó, y comenzó a bajar las escaleras que
conectaban su nivel olímpico con el nuestro, tristemente mortal, deleitándose
con cada paso que daba-, ¿cómo lo hemos hecho? ¿Qué ha sido diferente? ¿Acaso
sois vosotros? ¿No he comprobado yo misma, siempre, Blackfire-se volvió hacia
el que nos custodiaba, que asintió con la cabeza antes de la pregunta; bien
podría estar asintiendo a su sentencia de muerte-, que se siguieran paso a paso
los pasos que trazamos para intentar darles caza a los runners? ¿No se hizo
siempre así?
-Sí-asintió
Louis, con una voz que retumbó por toda la estancia. Bryce fingió no oírlo.
-¿Acaso
no nos mantenemos como siempre nos hemos mantenido, iguales y orgullosos en la
cima de este minúsculo mundo que es nuestra inmensa ciudad? Entonces, ¡habéis
sido vosotros los que habéis cambiado! Decidme, ¿qué es diferente en vosotros?
Algo
en mi interior me urgió a hablar y desafiar a la princesa pájara que no tenía
alas, pero conseguí acallarlo. Si ese algo había estado callado desde que caí
del Cristal, bien podía mantener su silencio un rato más, y sobrepasarme cuando mi vida no dependiera de ello.
Pero
Perk, el imbécil impulsivo de Perk, no fue capaz de mantener la boca cerrada.
-Que
nos habéis mantenido encerrados, lejos de los nuestros, sin un entrenamiento
que nos mantuviera en forma, durante meses. Que nos habéis hecho prisioneros a
pesar de ser lo único que queremos evitar cuando entrenamos-rugió entre
dientes.
Y
alardeó de más gilipollez cuando se levantó de un salto y corrió hacia ella, con
el brazo estirado y la mano en forma de garra, directo a su cuello como una
flecha de carne que quiere impactar contra un objetivo de madera.
Yo
ni siquiera moví un músculo para intentar detenerlo: sabía que si lo hacía, nos
matarían a los dos, y seríamos poco más que motitas de polvo en una ciudad
llena de suciedad, condenados al olvido y a que los nuestros creyeran que nos
habían convertido, que les habíamos traicionado y nos habíamos ido a algún
lugar en el que pudiéramos empezar una nueva vida con alas a la espalda. Todos
los intentos de entrenamiento, todas esas sesiones en las que me rompía huesos
que se curaban al instante, habrían sido
para nada. Seríamos los primeros, y únicos, runners en toda la historia en
hacernos con unas alas que pudiéramos considerar nuestras, en domesticarlas,
dominar sus secretos… y ni siquiera podríamos pasarle nuestra sabiduría a
otros.
La
revolución sería aplastada antes incluso de comenzar.
Y,
con ella, toda esperanza de volver a la ciudad que nos había creado en su
último estertor, suplicando una clemencia que llevaba años extinta.
La
verdad es que no hizo falta que me moviera: antes de que la alcanzara, cuando
estaba a escasos dos metros, cuando uno de mis saltos pudiera haberlo
catapultado hacia la garganta de la chica, uno de los ángeles que había
guardado la entrada descendió del cielo, sin proyectar sombra, y lo estrelló
contra el suelo. Perk no sangró, pero supe en su mirada que prefería haberse
reventado la cabeza en el cemento del suelo a dejarse levantar como lo
levantaron, cual muñeco, y volverse a sentar en aquella especie de trona
infantil.
-Creo
que nuestros amigos están un poco incómodos. Encárgate de acomodarlos, por
favor, Harry. Son nuestros invitados.
Un
ángel de pelo castaño, mucho más alto que Louis, se plantó delante de nosotros.
Nos cogió las manos, nos las plantó encima de la mesa unidas y, justo en el
momento en que su piel dejó de tocar la nuestra, un abrazo del metal más duro y
frío que había tocado nunca rodeó nuestras muñecas.
Le
dirigí a Perk una mirada envenenada. Ni siquiera iba a morir cómoda… o a ser
condenada entre gritos y arañazos, todo gracias a su estupidez.
Decidido
a ignorar el momento bochornoso que me había hecho pasar, tiró todo lo que pudo
de sus esposas y volvió a recostarse en la silla. Yo hice lo propio, pero como
no era tan alta como él, tuve que incorporarme y tirar de mi silla hacia
delante con los pies.
Cuando
me quise dar cuenta, un par de pistolas me apuntaban directamente a la sien,
así como una ametralladora, y todos los ojos de la sala, incluidos los de
Louis, y los de Angelica, los últimos aterrorizados, los primeros intrigados y
amenazantes. No hagas ninguna gilipollez
como él, podías leer en aquellos mares infinitos.
Habría
asentido con la cabeza de no creer que ese era un gesto demasiado conspiratorio
como para permitírmelo con balas listas para atravesarme el cráneo.
-Seré
una runner y sabré esconderme, pero todavía no he aprendido a lanzar cosas con
las piernas, joder.
Bryce
sonrió ante ese pequeño triunfo; o, mejor dicho, su sonrisa se ensanchó un poco
más. Le había parecido simplemente cómico el aborto de ataque que había
protagonizado Perk, y la película sólo podía ponerse mejor si la runner hembra
decidía atacar al lado de su compañero, vengando su honor y su orgullo heridos.
Pero
yo no era ningún caballero andante, y me importaban tres cojones los
sentimientos de Perk en ese momento. Acababa de vendernos a todos, de decirles
exactamente cómo podían destruirnos; lo único peor que podríamos hacer sería
que yo confesara los escalofríos que me recorrían la espina dorsal por el
simple hecho de sentir el contacto de aquellas esposas amorfas besándome la
piel hasta no dejarla escapar.
Me
senté lentamente, dejando claro que yo no era una amenaza, cuando lo cierto era
que sí sabía lanzar cosas con los
pies, aunque en esa postura me resultaría difícil, y volví a mirar al a mujer
con gesto desafiante. La curiosidad ya tendría cabida luego, cuando se perdiera
en aquellos océanos de hielo blanquecino que me observaban con tanta
curiosidad.
-Vaya,
¿eres tú la lista de la pareja?
-Yo
no era la que creaba las estrategias, si te refieres a eso-me eché la trenza a
un lado; azotó mi espalda, y la silla, con un chasquido escalofriante. Decidí
reservarme eso de que había sido yo la que había trazado los planes de salida y
huida que nunca habíamos llevado a cabo Perk y yo, al igual que me callé que
llevaba semanas dándole vueltas al golpe de Estado que se cocía a fuego lento
(demasiado) dentro de los muros de aquel hogar suyo que, seguramente, presumía
de gobernar como una diosa omnipresente.
-Y,
sin embargo, pareces la más sensata de los dos. Tal vez tú sepas qué ha
cambiado para que os podamos pillar.
-¿Que
estamos más cerca?-espeté sin pensar. Pero lo cierto era que, en ese momento,
podía haber algún runner metido en algún conducto de ventilación, escuchando
esa conversación desde las sombras, y podría hasta tenerla a tiro, estar
analizando el lugar para volver y sacarnos de allí porque aún había esperanza…
pero, claro, todo eso eran especulaciones, y no podía gritar ayuda en una
habitación en la que la única persona que podía ayudarme abiertamente acababa
de dejarse en ridículo.
-Yo
creo que tiene más que ver con que ahora os tenemos vigilados. Y con que usáis
nuestros aparatos. Pero, sí, tal vez tengas razón-sonrió y terminó de bajar los
escalones que nos separaban con delicadeza, para acercarse a nosotros lo más
posible-. Todo eso al final viene porque os tenemos cerca, porque sois nuestros-saboreó la palabra mientras la
escupía, como si fuera de esas palabras que te llenan la boca, del estilo de
“goloso” o “mierda”, que rebotan en tu cabeza y en tu lengua antes de salir.
-Vaya,
creía que Estados Unidos había desaparecido y que Texas abolió la esclavitud
antes de finales del siglo pasado. Ese concepto de “nuestros” no me termina de
gustar. Seré una runner, pero también soy una persona, ¿sabes? No un mueble en
el que puedas sentar ese culo que pide a gritos ser pateado.
Iban
a condenarme, iban a matarnos, así que había que solucionar el error de Perk.
Reinstauraría el honor de los runners aunque me costase una tortura y una
muerte lenta y dolorosa. Moriría como una mártir, sería una heroína secreta que
nadie iba a recordar, pero moriría sabiéndolo, y eso sería morir feliz.
-Hablas
de tiempos pasados y de una libertad peligrosa, querida-se apoyó en la mesa,
acercó su rostro al mío de tal forma que mis ojos no pudieran escapar de los
suyos, pues las rutas de huida eran nulas-, pero te has olvidado de algo:
estabas usando un instrumento, una bolita minúscula a la que llamamos “perla de
hielo”… algo que les pertenece a los ángeles, porque les da alas, exactamente
lo que te daba a ti.
Vi
cómo la mandíbula de Louis se endurecía.
-¿Tienes
algo que decir en tu defensa?
Fruncí
el ceño.
-De
todos los científicos que tenéis aquí, y de todos los nombres que se les podían
ocurrir, ¿llamáis a la bola “perla de hielo”?-solté una carcajada que le
arrancó una sonrisa a Perk, robada del rostro de mi interlocutora, que se
ensombreció-. No me extraña que os superemos en astucia, la verdad. Es fácil
esconderse de un gato si el gato es completamente imbécil.
-Ríe
lo que quieras, runner, pero hay algo que no puedes negar. Alguien te dio esa
bola.
Y
se volvió hacia Louis.
Sentí
la sonrisa satisfecha de Blackfire, hija de años y años siendo el segundón,
clavárseme en la espalda en su explosión como una estrella masiva. Toda la
sangre de mi cuerpo se me heló en las venas, Perk dejó caer un segundo la
mandíbula, Angelica se puso pálida, y Louis alzó una ceja.
Ya
no sólo iban a matarnos a nosotros; lo sabían. Lo sabían. Y Louis no luchaba por negarlo contra viento y marea.
Es más, parecía hasta divertirle el hecho de que el tiranosaurio que amenazaba
con comernos a mí y a Perk hubiera cambiado de idea en el último momento y
hubiera decidido que él era una presa mejor, más apetitosa y nutritiva.
-¿Tienes algo que decir,
Louis?-ronroneó Bryce, que parecía estar disfrutando con todo eso a pesar de
los previos aleteos de pestañas. Perk me miró de reojo, sabiendo lo nuestro,
pero yo me limité a mantener la mirada clavada en la escena, demasiado asustada
para moverme, demasiado asustada para respirar.
Se me estaba formando un nudo en la
garganta, y el gilipollas de Perk sólo me miraba porque ahora una tía se estaba
acercando peligrosamente a mi ángel. Pues se podía ir a la mierda.
Louis se pasó la mano por la
mandíbula, acariciándose la barba como yo solía hacer con cada tío con el que
mantenía una relación. Una sonrisa amaneció en sus labios, sonrisa que ni
siquiera trató de esconder. Nos iban a matar a todos y la situación le hacía
gracia.
No había esperanza para la ciudad, y
la situación le hacía gracia.
Me cago en la puta.
-Se lo he dado yo-admitió,
encogiéndose de hombros, como si fueran cosas de críos y dos padres estuvieran
peleándose por algo nimio.
-Louis-espetamos Angelica y yo al
unísono; ella casi dio un grito, lo mío fue un susurro que se perdió en el aire
conquistado por la voz del semicisne.
Bryce alzó una mano.
-No, Angelica, déjalo hablar.
Louis miró a Angelica un segundo, un
único segundo, pero fue tiempo suficiente para que Angelica recobrara la
compostura y volviera a ser la perra que había sido siempre con nosotros, esa
criatura prepotente y chula que nos había encerrado con el mayor de los gustos.
Cruzó los brazos y asintió despacio, como diciéndole: “venga, explícate, a ver
cómo sales de ésta tú solo”.
Louis descruzó las manos y salvó la
distancia que había entre él y Bryce. Le puso las manos en el hombro y le
dedicó una cálida sonrisa, la típica de no haber roto un plato, la que me había
enseñado varias veces cuando lo conocí. Un pánico helado me recorrió las
entrañas: ¿y si sabía lo que había pasado antes de que Perk y yo llegásemos a
la Central? ¿Y si se había enterado de todo?
Peor: ¿y si él, después de todo,
había conseguido engañarme y había dejado que me relajara y que practicara como
una runner para así conocer los movimientos y nuestra manera de proceder?
Bajé la mirada, sopesando las ideas.
La verdad era que todos los momentos juntos, hasta los peores, habían parecido
sinceros, pero uno nunca podía terminar de fiarse de un ángel, por sinceros que
parecieran sus ojos… ellos podían echar a volar, lejos de una conversación,
lejos de una pelea, lejos de todo. Y nosotros no.
Pero, entonces, ¿cómo se explicaba
lo de mis alas virtuales?
-¿Cuántas veces te he fallado,
Bryce?-inclinó la cabeza a un lado; no esperó respuesta-. Exactamente. Ninguna.
Es por eso que te pido que confíes en mí, una vez más, o que sigas haciéndolo
como hasta ahora. Sé lo que me hago.
Ella se liberó de sus manos y pasó a
su lado, en dirección a las escaleras. Volvía a su trono; debía ser la reina
quien dictara sentencia de muerte, y no otro, alguien débil e influenciable.
-Nunca antes habíamos tenido runners
en nuestra custodia. Entiéndeme, Louis. No podemos correr riesgos.
-Al contrario: es precisamente ahora cuando tenemos que correrlos. Hay
rumores de una revuelta.
Las venas de Perk se mostraron sobre
sus brazos; estaba haciendo fuerza para liberarse. Angelica nos dirigió una rápida
mirada, y yo me puse pálida, viendo cómo todo se caía encima de nosotros. El
mundo se derrumbaba a mi alrededor y no iba a poder gritar, porque los que me
importaban estaban demasiado lejos para escucharme, y aunque me oyeran, no me
harían caso.
Todo había sido un juego, todo. Todo,
todo, todo.
-Ellos son la pieza clave para
acabar con ella.
Los brazos de Perk dejaron de tirar,
Angelica inclinó la cabeza mientras observaba con renovada curiosidad y
tranquilidad a Louis. Y yo fruncí el ceño. Las llamas y el hielo de mi interior
dejaron de luchar; las piedras se detuvieron en el aire en plena caída, los
gritos de silencio desaparecieron tal y como habían aparecido, y el corazón se
me detuvo después de dar un latido, sólo uno, como si temiera hacer ruido y
romper el hechizo.
-Les hemos dado alas porque es lo
único que nos mantiene por encima de los runners, así que, ¿qué pasaría si
creásemos una nueva raza de agentes para el Gobierno? ¿Cómo nos recompensaría
si acabásemos con la única y reticente resistencia que aún queda en la ciudad,
oponiéndose a todo avance y complicando las misiones?
Bryce tamborileó el bolígrafo contra
sus labios sonrosados, y un atisbo de sonrisa robó su elasticidad. Su coro
silencioso intercambió miradas interrogantes.
-Continúa-invitó.
-El plan era sencillo: trabajar con
ellos para ver si las alas eran compatibles. Y lo son. Podríamos usarlos como
armas. Todavía no hemos trazado bien el plan, ¿eh, Angie, Jack?-se volvió hacia
sus compañeros, que asintieron rápidamente. Podrían arruinar su actuación de no
tener Louis una magia hipnótica que hacía que no pudieras apartar la vista de
él cuando él requería tu atención-. Tenemos todo cogido con alfileres, pero
poco a poco esclareceremos los detalles.
-¿Y por qué no nos lo
dijiste?-intervino Blackfire. Bryce frunció el ceño ante esa pregunta sin
permiso, pero lo indicó con la mano para que Louis le respondiera. Él apenas
giró la cara para explicar:
-No sabíamos cómo iba a funcionar,
ni si la falta de entrenamiento sería un problema. No queríamos haceros perder
el tiempo, y si no resultasen útiles, los habríamos matado nosotros mismos.
Sólo cooperan con nosotros en lo relativo al vuelo, con lo demás, son herméticos-nos
echó un vistazo a Perk y a mí. En sus ojos había una calma infinita, la de un
océano que no tiene mareas-. Tampoco es que importe demasiado. Sabemos de sobra
por nuestra cuenta, y hemos podido estudiar sus puntos débiles con cada
entrenamiento… en definitiva, Blackfire-se volvió por primera vez hacia él-:
son útiles. Han demostrado que pueden ayudarnos, así que por eso no los hemos
matado, pero había que averiguar hasta qué punto podían ayudar. Y el
descubrimiento es sorprendente-abrió los brazos, mirando a Bryce-: las perlas
los aceptan, es… como si fueran de los nuestros. Y los hemos convertido en uno
de los nuestros.
-Ya, y, ¿qué sacan ellos?
-Salir vivos de ésta-respondió él-.
Hay cierta gloria en ser la última pareja de una raza extinta. Podríamos llegar
a hablar bien de los suyos.
-Y también volar-metió baza
Angelica, adelantándose hacia el estrado. Sus alas níveas barrieron el suelo-.
Todo el mundo quiere volar, incluidos los runners. Les salvaría de muchas
cosas. Les haría inmortales, en cierta medida. Lo único que los mata, aparte de
las balas que les disparamos, son las caídas que sufren. Teniendo alas, el
problema desaparece.
Bryce cruzó las piernas y paseó sus
ojos de Perk a mí, de mí a Perk.
-Tendré que pensar qué hago.
-Vamos, Bryce-esta vez le tocó
ronronear a Louis, que se inclinó hacia delante-. Hazme ese favor. Sé que te
encantaría que te debiera algo.
Se mostró complacida ante ese
coqueteo desvergonzado; una humillación más de alguien que tenía alas ante
alguien que no las tenía.
-Sabes que siempre has sido mi
favorito, hijo mío.
Louis le sonrió.
-Tenía esa impresión.
Angelica se dio la vuelta y volvió a
su sitio con una risita tiñéndole la cara. Perk y yo la miramos sin terminar de
comprender, o sin querer hacerlo.
-Está bien. Pueden conservar sus
alas. Pero tenemos que comprobar que de verdad se han sincronizado con ellas.
-De acuerdo, mañana los sacaremos a
la Cúpula…
-No-cortó ella-. Al aire libre.
Sacadlos al amanecer. Así podrán probar que están con nosotros. La única manera
de ver si un animal te pertenece es sacarlo de su jaula y esperar a ver si
vuelve contigo. Sólo así podremos confiar en ellos.
Jack y Angelica compartieron una
sonrisa complacida, luego nos miraron a nosotros.
Yo miré a Perk, cuyos ojos brillaban
con una emoción que no había visto nunca antes.
-Vamos a salir, Kat. Vamos a ver el
sol de nuevo. Vamos a sentir el aire. Tenemos un pie fuera.
Asentí, sintiendo cómo aquel sol que
nos esperaba en una cuenta atrás florecía en mí. Dejé que me quitaran las
esposas como en un sueño, observé cómo el coro de silencio se levantaba y
desaparecía por sendas puertas ocultas, dejé que Jack me cogiera del brazo para
sacarme de allí, ante la furia de Blackfire, que en un primer momento pareció
querer negarse a hacerse a un lado… y casi sin verlo, sin darme cuenta,
constaté que Louis se quedaba en la sala, con una Bryce que había bajado las
escaleras que lo separaban de él carcajeándose mientras le tocaba el hombro…
pero poco importaba aquello. Si era su concubina, que así fuera. Acababa de
comprar mi libertad.
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