Gracias a Dios, no había ido demasiado lejos. No
necesitaba de forma imperiosa que se perdiera el primer día que la sacaba de
casa, bajo mi completa responsabilidad. Perder la cabeza por esa gilipollez
sería incluso más pésimo que perderla porque mis padres supieran identificar mi
cara de después de follar (que, según Scott, era increíblemente épica).
Lejos de mis temores de que se fuera derecha a la
barra, se Diana se había inclinado a observar el dinero de la pecera, que
aumentaba a pasos agigantados, de tal manera que Jordan apenas daba abasto y
necesitaba recurrir a una de las camareras del bar que casualmente pertenecía a
su familia, de piel pálida, labios carnosos y pelo recogido en trenzas de
millones de colores. A pesar de que todo el mundo se quedaba mirando a la chica
un par de minutos la primera vez que la veían (vale que fuéramos londinenses,
pero en las afueras no ves lo mismo que en el centro real), la modelo no
parecía impresionada por las pintas. Ni siquiera había un deje de curiosidad
realmente incrédula en su expresión mientras examinaba la pecera.
-¿Vas a echar algo, o qué?-espetó la camarera, después
de hacer un ademán en nuestra dirección, como reconociendo nuestra presencia.
-Relájate, cría, sólo estoy mirando.
-Seguro que no has visto tanto dinero en tu vida-se
burló la camarera, echándose a reír, como si eso fuera su sueldo de una noche,
cuando lo cierto era que Scott y yo habíamos conseguido sonsacarle que no
manejaba tanto dinero ni en un trimestre. A veces, “los padres de este hijo de
puta me explotan”, esgrimía. Otras, “lo que os pasa es que sois una panda de
niños ricos y mimados que no saben qué hacer con su dinerito, porque tenéis
demasiado miedo de pasároslo por el culo, no vaya a ser que os rasque” gruñó.
La primera noche que nos soltó semejante perla, Scott
se la folló en el baño que tenía la puerta rota, pero mi hermano de otra madre
era un campeón al que había que dedicarle sus merecidas décadas de estudio.
Eso, y que era su manera de lidiar con las críticas y de mantener a todo el
mundo a raya.
-Un pezón mío vale cinco veces lo que sacaríais en un
año si llenarais la pecera cada noche, pero aprecio tu esfuerzo-respondió Diana.
Jordan se echó a reír cuando la chica alzó las cejas.
-¿De verdad no sabes quién es?
-Si lo supiera, no llevaría esas pintas.
Y se alejó en busca de Bey y Tam, con nosotros dos
como escolta. Escuché por encima de la música tronante cómo Jordan le explicaba
con pelos y señales el negocio que podrían hacer ahora que estaba aquí.
Como si nunca hubiera tenido hijos de nadie de One
Direction bajo su techo.
Bey se atusaba el pelo con los dedos de una mano
mientras sostenía un Martini entre los otros.
-¿Qué se celebra?-inquirí, quitándole la copa de la
mano. Scott se dejó caer en el sofá, levantó dos dedos en dirección a la barra
y asintió, para después taparse la cara un segundo.
-La incorporación de una nueva joyita a mi corona
particular.
Diana sonrió.
-Voy a ser una tía influyente de mayor, te recomiendo
que sigas pulida y brillante, mi amor.
-Eso procuraré-se carcajeó la americana, aceptando una
de las copas que llegaban. Concretamente, la que iba a ser para mí.
Se cruzó de piernas y miró cómo Scott daba un largo
sorbo, cerraba los ojos, saboreando la bebida, y luego encendía su radar.
Tamika se echó a reír viendo cómo escaneaba la sala en busca de tías buenas
dispuestas a pasárselo bien una noche.
-No puedes parar, ¿eh? Eres un puto ninfómano.
-Soy tío. Se sigue esperando esto de mí.
-Deja que lo disfrute, Tam. Cuando deje de ser guapo
seguramente acabe suicidándose.
-Moriré siendo 7 veces más guapo que tú, de todas
formas, lo cual es bastante consuelo, viendo con las que consigues juntarte-y le
lanzó una mirada descaradísima a Diana, que no le prestaba atención. Observaba
el lugar con sumo interés: las luces que danzaban, la barra que veía renovado
su brillo constantemente, bien por el derrame de un vodka o una cerveza, bien
por la bayeta que la agredía incansablemente; los discos colocados por la
pared, tanto de vinilo como compactos, las fotos de los mejores clientes, los
recortes de periódico de los conciertos que se habían dado en la ciudad y que
habían interesado al dueño…
-Apuesto a que nunca has estado en un sitio así,
americana-le susurré al oído, y todo a mi alrededor desapareció un momento.
Sólo existían mis labios y el milímetro de piel que rozaron de su oído. Fue más
que suficiente para olvidarme del peligro que corría en ese lugar.
-Te sorprendería en qué cuevas he llegado a
meterme-replicó, colgándose de mi cuello y dándome un beso rápido en los
labios, como diciendo “eres mío, no lo olvides”. Su boca tenía un toque a
cereza.
-¿Tienes algún récord en mente, T? Porque te recuerdo que
no vale si te las traes de casa.
-Cierra la boca-respondí.
De refilón, distinguí el pelo de mi hermana, que
sacudía la cabeza al ritmo de la música y esgrimía un vaso de tubo como si no
le importase más en la vida que ese trabajo de peculiar portaestandarte. Me
disculpé de mis amigos y me acerqué a ella. La pellizqué en la cintura y ella
dio un grito que se oyó por encima de las palabras que vomitaban los altavoces,
pero nadie nos miró. La gente de esos sitios estaba acostumbrada a gritos
histéricos a partir de las 11 de la noche. Eran parte de la música ambiental.
-Dios, Tommy, ¿qué quieres?
Una de sus amigas se puso roja como un tomate. Pude
verlo incluso con luz azul.
-No tomes drogas-le advertí, aunque ser amigo de un
camello no me dejaba mucha autoridad moral para ello. Pero, joder, había nacido
antes que ella. Tenía que hacerme caso.
-No soy tonta.
-Y no te emborraches.
-He venido a eso.
Dio un trago sólo para fastidiarme.
-Contrólate, o tendrás que dormir en casa de Scott.
-Mmm-jugueteó con la pajita negra-. Ahora sí que me apetece emborracharme.
-Lo harías en el sofá.
-Se pueden hacer muchas cosas en un sofá.
Si no hubiera bebido antes, le habría soltado una
bofetada antes incluso de que terminara de pronunciar la última palabra. Pero
lo cierto era que había bebido, y que apreciaba el sentido del humor vomitivo
de mi hermana cuando el alcohol me iba en vena. Me eché a reír, le di un beso
en la mejilla y le dije que se lo pasara bien.
Cuando regresé con Scott y las chicas, Tamika andaba
desaparecida, y Diana se había sentado entre Bey y Scott, con las piernas
cruzadas, las rodillas tan cerca que, de haber sido otra gente, habría pensado
cualquier cosa, excepto lo que era.
Scott le contaba a Diana la historia de cómo Jordan
quería convertirse en el más rico y famoso de su nombre, lo cual no era fácil.
-… claro, lo famoso es imposible. O sea, ¿Michael
Jordan? Está como una puta cabra. Sin embargo, lo de rico… puede hacerse,
¿sabes?
-Justin Bieber se llama Justin-concedió ella,
removiendo su pajita en la que tenía que ser mi copa, dado que Scott tenía la suya propia y Bey charlaba con una
chica a la que yo sólo conocía de vista.
-El caso es Jordan Belfort. Fue corredor de bolsa.
Este cabrón quiere manejar tanto dinero como él, cuando el otro llegó a hacer 3
millones de pavos a la semana. Eso es una bestialidad.
-No tienes cara de que te interesen las finanzas.
-Me pasé media infancia en casa de Tommy, ¿eh, T?
-Dios, por favor, no le vayas con el rollo de que te
crió mi madre.
-Y no lo hizo, la mía fue la que se encargó, y tengo
que admitir que hizo una labor excelente. El caso es que Eri siempre tenía una película puesta.
Siempre. Y, claro, El lobo de Wall Street
tenía que estar entre ellas. ¿El trabajo de DiCaprio? Mi padre no sabe cantar
comparado con cómo actúa DiCaprio. Y sabemos de sobra quién era el bueno de los
cinco.
-No me parece una peli muy para niños.
-Y no solía dejarnos verla. La tía se la sabía de
memoria. Tres putas horas de película. En inglés americano. De memoria. De puta coña, ¿no es cierto,
T?
-Yo soy la prueba de que mi padre se interpuso entre
ella y el apellido que quería-me encogí de hombros.
-Esa película me marcó.
-Margot Robbie-aporté yo.
-Dios, ¡sí! ¡Margot Robbie!
-Si Scott tuviera un tipo, ella sería ese tipo. La
verdad es que te pareces bastante a ella, Didi.
-No la insultes. Diana es más guapa.
Parpadeó un segundo, dándose cuenta de lo que acababa
de decir, y luego miró a la americana, que se llevó una mano al pecho, luego le
cogió la mano y susurró un vanagloriado “gracias”. No parecía odiarle, ni
querer ir a por él en ese momento.
-Sí, bueno, eh… ¿de qué estábamos hablando?
-DiCaprio-dije yo.
-Sí, eso. Eh… bueno, pues que quiere ser como Jordan
Belfort.
-¿No acabó en la cárcel?
-El hijo de puta consiguió que hicieran una película
sobre su vida. Y, si te soy sincero, todo lo que vivió bien merecía un par de
años a la sombra.
-Seguro que tú
no aguantarías ni dos días.
-Tommy sería mi Jonah Hill. Siempre podría
prostituirlo a cambio de mi inmunidad.
-Me adora-asentí, y Scott se lanzó a darme un beso en
la mejilla. Me la limpié y le di un puñetazo en el hombro.
-No puedo seguir con esta farsa, en serio. Te
necesito.
-Aquí no, mi amor. Tenemos una reputación que
mantener.
Empezamos a pelearnos de coña, y mientras
intercambiábamos puñetazos, dos cosas trascendentales sucedieron.
La primera, Tamika apareció con una bolsita de
plástico minúscula, que contenía polvos dentro, y seguramente no pertenecientes
a Campanilla.
La segunda, una cabellera flameante apareció por la
puerta.
Se me detuvo el corazón en plena lucha en el instante
en que la vi. Dios, estaba preciosa, con aquella minifalda que enseñaba sus
piernas de tal manera que tu imaginación no pudiera aportar casi nada, el top
que le dejaba el ombligo al descubierto, y la cazadora vaquera que tantos
buenos recuerdos me traía (como el verla aparecer con ella puesta, y sólo con
ella, en el último cumpleaños que había pasado estando con ella). Del hombro le
colgaba el bolso negro de cadena plateada que tantas veces había tenido que
sostener, o incluso llevar yo, cuando iba demasiado borracha para poder tenerse
en pie e ir cargando con él a la vez.
Sus ojos se posaron en mí un segundo, y fue como si me
hubieran bendecido mil ángeles. Se me retorció el estómago al ver que una
minúscula sonrisa, que rápidamente consiguió asesinar, le atravesaba la boca,
aquella boca que sabía tan bien, la mejor delicatesen que había probado… y se
me hizo un nudo en la garganta cuando cerró con firmeza la mano en torno a la
de su acompañante.
Quise arrancarle la cabeza.
Se paseó como la mejor de las modelos en dirección a
la otra esquina del bar, perdiéndose entre la gente, sólo con su pelo como un
aura como demostración de que no me la había imaginado, que estaba allí
realmente.
Scott me cerró la mano en torno al cuello.
-Es hora de irse.
-Espera un poco.
-No, Tommy, nos vamos ya.
Sabía que lo
hacía por mí, porque no quería verme sufrir, pero…
Megan se inclinó hacia mi sustituto y lo besó en los
labios, y el nudo de mi garganta se acrecentó tanto que por un instante temí
que fuera a reventar y llenara la estancia con mi sangre.
Unas manos agarraron las mías; eran cálidas y suaves.
-¿Seguimos de ruta?-inquirió Diana, sonriendo con la
selva en sus ojos. Asentí y dejé que Scott tirara de mí en dirección a la
calle.
No quisieron exiliarme demasiado lejos: apenas
habíamos salido por la puerta, ya nos habíamos metido en otro bar, esta vez con
un rollo distinto. La música estaba más baja, la gente solamente meneaba la
cabeza, en lugar de dar brincos, y las chicas mareaban sus cubitos de hielo con
la pajita antes de dar un tímido sorbo.
Scott me empujó hacia el sofá más alejado de la
puerta, en la esquina menos iluminada, y Tam se estiró cuan larga era en uno de
los sillones blancos que rodeaban la esquina. En el medio había una mesa de
cristal, baja, muy parecida a la del salón de mi casa.
Las sonrisas de Bey y Diana brillaban como
fluorescentes sobre la luz azul. En realidad, todo brillaba, haciendo que te
dolieran los ojos mirases hacia donde mirases. Scott se dejó caer en el sillón
contiguo al de Tam, le pellizcó una pierna (ganándose una patada que casi le
acierta en la boca, y del correspondiente “algún día” amenazante de ella, como
hacían todas las semanas), y girando la cabeza cual búho, levantó una mano y
silbó.
Antes de que pudiera darme cuenta de qué estaba
pasando, ya habían aparecido como por generación espontánea los tequilas de
rigor. Diana fue la primera en estirarse a coger un vaso.
-Ni se os ocurra emborracharos-advirtió Bey, de
repente seria. Scott puso los ojos en blanco.
-Tranquila, mamá. Sólo vamos a jugar, ¿eh, T?
Poco a poco, la imagen de Megan inclinándose a besar
al otro gilipollas se fue desvaneciendo en mi mente. Con cada trago que daba,
más borroso se hacía mi dolor. Seguía sintiendo que algo estaba raro dentro de
mí, pero pronto una voz en mi cabeza me decía que no era cosa mía, sino de las
sustancias tóxicas que me estaba metiendo en el cuerpo.
Alguien vino a por Tam, que se fue un instante, con
los correspondientes hurtos a las bebidas que le pertenecían por parte de
Diana, Scott y su hermana. Yo era un tío legal, así que sólo daba pequeños
sorbos.
Volvió con una bolsita de plástico tan pequeña que le
caía en la mano. A Diana se le iluminaron los ojos nada más verla. La una se la
lanzó a la otra, que la cogió al vuelo y la examinó ala luz de la lámpara.
Como si no estuviera escrutando la calidad de la droga
en un sitio bastante legal, en el que tenían la mano muy suelta y demasiado
cerca del teléfono con el número de la policía marcado.
-Más te vale que sea buena.
-¿Quieres ir al baño
probarla?-ofreció Tam. Bey puso los ojos en blanco, murmuró algo demasiado
parecido a “puta gilipollas” como para no serlo, y apartó la mirada. Tamika se
tomaba muy en serio que le cuestionaran su papel de camella.
Por eso, Scott y yo no dejábamos de putearla en cuanto
se nos presentaba la ocasión.
-Yo de ti iría ahora, antes de que la tiza se apelmace
y se note el cambiazo-bromeé.
Y Diana se levantó.
Los tres nos quedamos de piedra viéndola meterse la
bolsa en el bolsillo, tomarse de un trago su chupito, y marcharse detrás de Tam
después de un decidido “ahora vuelvo”.
-Decidme que no se han pirado de verdad-murmuró Bey,
tan bajo que costaba oírla, a pesar de que la música casi no pasaba del
susurro. Se había puesto pálida por debajo de su tez de caramelo.
-Louis te va a matar-y Scott se empezó a descojonar
como si no hubiera un mañana.
A veces me preguntaba por qué era amigo de semejante
gilipollas. ¿No lo pillaba, o qué? Si Diana se metía, se le tenía que notar fijo. Y probablemente mis padres
estuvieran esperando a que llegásemos a casa, no fuera a ser que se me escapara
en dirección al aeropuerto y consiguiera coger un avión antes de que yo la
encontrara (porque, no nos engañemos, la tía seguramente tuviera una tarjeta de
crédito con varios millones escondida en el sujetador, y pirarse del país en
dirección a Berlín sería un momento para ella), con lo que 2+2=4.
La pillarían drogada, la mandarían de vuelta a Nueva
York (o como si la mandaban derecha al infierno, me daba lo mismo) y a mí me
arrancaban la piel a tiras.
Despacito.
Para que disfrutara.
-¿Cuánto crees que le durarán los efectos?-le pregunté
a mi amiga, ignorando la histeria de Scott, regada por otro chupito más. Tenía
un aguante, el hijo de puta…
-¿Qué me dices a mí, niño?-cuando estaba cabreada, Bey
hablaba más como las negras de las películas. Y solía hacernos gracia, claro,
excepto ahora. O al menos a mí. Ya se reía Scott por los dos-. La experta en
estas mierdas es mi hermana.
-No va a ser mucho, tío, relájate-Scott alzó las manos
y pidió otra ronda.
-No bebáis más. Quiero ganar la pecera.
Pero no le hizo caso.
Volvieron las chicas, sin rastro de lo que habían
hecho. Bien podrían haber estado de paseo por el puto Oz, con la tranquilidad
con la que aparecieron.
Tranquilidad que nos duró poco, pues Bey arremetió
contra su hermana apenas las vio aparecer, y las dos se enzarzaron en una
discusión que sólo acabó cuando Scott gritó, haciendo megáfono con las manos:
-¡¡Movimiento!!
De la que salíamos, vislumbré una llamarada a mi
espalda. Una llamarada que había estado muchas veces encima de mí, y otras
tantas, debajo.
Fuimos a otros 3 bares más antes de decidirnos, por
fin, a ir al de la familia de Jordan, que era con diferencia en el que más
gente había. A todo el mundo le gustaba apostar, y, como él era el único con
visión de futuro, su local se convertía en un casino de las Vegas que conseguía
reunir a más gente que el resto de la calle junta.
-Cuando queráis, nos asentamos-protestó Diana, bufando
y jugueteando con su pelo. Había pasado los efectos de la cocaína yendo de un lado
para otro, con lo que la euforia no se había terminado de desarrollar bien. Las
continuas migraciones y la poca que había tomado no eran buenas compañeras.
Scott se dio la vuelta para mandarla a la mierda, a lo que ella respondió con
un corte de manga.
Entramos en fila de uno en la discoteca de Jordan, y
la gente comenzó a aplaudir nada más vernos. Algunos parecieron extrañados de
la nueva incorporación rubia al equipo, pero otros sólo tenían ojos para Bey,
que abría la comitiva agitando su afro y anunciando que era ahora cuando empezaba lo bueno. Scott iba detrás de mí,
recibiendo los apretones de manos y las revolturas de pelo de los que yo
conseguía escabullirme, que no eran propios, más los que le pertenecían por
derecho.
La discoteca se hundía en el suelo varios metros, pero
se ensanchaba 10 por cada uno que se hundía: constaba de 3 pisos, a los que
accedías por una pasarela en espiral en la que ya se estaba apelotonando gente.
Scott y yo empezamos a hacer el gilipollas, como si no hubiéramos tenido que
salir de los otros bares porque Megan no dejaba de aparecer y yo no dejaba de
hundirme en la mierda, empujándonos y fingiendo que éramos boxeadores. La gente
nos jaleaba, éramos como sus dioses. Todo el mundo aprendía que apostar contra
Scott era divertido, pero apostar por él era lo más inteligente que ibas a
hacer en tu vida.
-¡Decían que no venías!
-¡Tienes que cantar Mmm Yeah!
-¡Decidme que vais a bailar, he apostado 10 pavos a que
hoy también bailabais!
Scott se dejaba querer como mamá decía que lo hacía
Niall en los tours: asentía con la cabeza, agitaba las manos, cogía las que le
tendían y sonreía a cada persona que se cruzaba en su camino.
Yo sería mejor en el baloncesto, pero a él no había
quien le ganase en una fiesta.
Llegamos por fin al piso inferior, en el que se sucedía
toda la acción: los mismos sofás fosforescentes del segundo bar se
desperdigaban cerca de las paredes; la barra, en el extremo opuesto a la pared
con la televisión más grande que te pudieras imaginar en un interior, brillaba
casi con luz propia, de tantas bebidas se habían derramado ya. Los camareros no
daban abasto, y la tarima a la que se subían quienes participaban en el
concurso resplandecía con un azul celeste al que no podías mirar de frente.
3 chicas y el que sería el novio de una de ellas
intentaban conseguir la máxima puntuación posible con la máxima cantidad de
alcohol en vena. Reconocí la voz de la chica que cantaba, en una esquina, observando
el nivel del karaoke para no perder ni un solo punto, pero lo bastante apartada
como para no molestar a sus bailarines.
-¡Tu hermana está aquí!
Eleanor se lo tomaba muy a pecho, más que nuestras
broncas: tenía la vista fija en la televisión y parecía no haber nada más en el
mundo para ella. Bien podría entrar alguien montado en elefante en la sala y
ponerse a lanzar petardos, que ella no se enteraría. Se agitaba el pelo cuando
alcanzaba una nota alta y la gente la jaleaba; algunos, con su nombre, otros,
con adjetivos, la cosa era hacerle saber que también era una deidad.
Acabó su parte, se giró para observar a los que
bailaban, dio varias palmadas en su dirección, luego subió al pequeño
escenario, hizo un par de reverencias, y bajó de un salto. Era como si no
llevase tacones.
Bey fue a felicitarla por su trabajo y a traerla un
momento con nosotros.
-¿Entrenando la voz?-dije yo, alzando una ceja. Diana
le sonreía, y la mirada de Scott era indescifrable.
-Dándole una paliza a mi hermano. Suerte intentando
conseguir la pecera. Espero que tengas suelto para el taxi a casa, Scott-dijo,
volviendo a agitarse el pelo y yéndose con sus amigas.
Tam ya estaba en la tarima, gritando qué canción
quería. Se había colado a un grupo de 5 tíos, pero a ninguno parecía
importarle: siempre que sacudiera el culo, podía pasar delante de ellos las
veces que hiciera falta.
Jordan apareció por detrás de nosotros, poniéndonos a cada uno la mano en el hombro.
-¿Cómo están las apuestas?-preguntó Scott.
-20 a 1-respondió nuestro amigo. Scott lo miró por
encima del hombro.
-Deberías hacerme una mamada cada sábado por toda la
pasta que te hago ganar.
-Vete a hacer magia, cariño-contestó Jordan,
masajeándole los hombros-. Y luego, vienes y negociamos lo de la mamada.
-No seas ansioso, tío. Sabes que me gustan
difíciles-respondió, quitándose las manos de encima y yendo a sentarse al sofá
más cercano al escenario. Pronto sería nuestro turno.
Diana examinó la lista de canciones, que constaba de
varias decenas de páginas ya.
-No hay apenas mierdas de la radio-comentó, gratamente
sorprendida.
-Y eso que no están las que se han añadido esta noche.
Siempre se añade algo-expliqué.
-A la gente le gusta ver cosas nuevas-añadió mi amigo,
dirigiendo la vista un segundo hacia la salida, y luego, volviendo la atención
al escenario, en el que Bey y Tam salvaban una canción que un tío se empeñaba
en destrozar. Las dos hermanas se movían al unísono, sin despeinarse apenas, con
giros y latigazos de brazos y piernas mejores incluso que los que le pedía el
muñequito de la pantalla.
-Pareces yo en una pasarela-le llegó a decir Diana en
un momento a Scott, justo antes de que nos levantásemos.
-Lo dices como si eso fuera algo malo, americana.
Cuídame esto, ¿quieres?
Se levantó, le tiró la chaqueta y me siguió por el
pasillo que ya nos estaban haciendo en dirección al escenario.
Todo el mundo contuvo la respiración cuando levanté el
pie, y los gritos se volvieron ensordecedores cuando por fin pisé el suelo de
la tarima brillante. Alzamos los brazos, como dos campeones de lucha libre que
se enfrentaban en el combate del siglo pro la gloria eterna, y cogimos los
micrófonos que nos tendieron.
Nos bastó una mirada para saber que queríamos un rap. Algo
jodido de bailar para nuestras amigas.
-Bragas a la mierda-dijo Scott, seleccionando la
canción con el móvil y dedicándome una sonrisa de estrella de cine.
Las típicas que habíamos heredado los dos.
-Deberían pagarte algo las fábricas por todo lo que
les ayudas a vender.
-Tal vez ya lo hagan. You used to call me on
my cellphone.
Bey
se echó a reír, y todas y cada una de las tías del local (e incluso algunos
tíos) decidieron que se follarían a Scott en ese mismo instante. El cabrón
sabía cómo poner la voz dulce, cómo hacer que raspara, cómo ser duro, cantar
agudo o grave, rapear o entonar una serenata. No había que no pudiera hacer.
Y a mí me dejaba compartir el dinero.
Qué bien engañado lo tenía.
-And I know when
the hotline bling-levantamos los micrófonos, porque íbamos sobrados y lo
sabíamos.
-THAT CAN ONLY MEAN ONE THING.
Nos terminaba costando
caro el levantar el micrófono, porque no éramos capaces de batir el récord
vigente, pero tampoco habíamos salido a ganar el mundial. De momento, sólo queríamos
clasificarnos.
-Te dejo con tus fans-le informé, dándole una palmada
en la espalda.
-Gilipollas-respondió él, riéndose y dándome un
abrazo. A juzgar por los gritos, alguien se murió en la discoteca.
Se afanó con dos canciones más (Bey abandonó en la
segunda, y vino a sentarse con Diana y conmigo), y luego le cedió el turno a
una chica que llevaba esperando desde que nos subimos al escenario. Hizo un
gesto con la cabeza en dirección a una esquina; iba de caza, a ver a alguien. Asentí
y le hice un gesto con la mano. Sé libre,
mi pequeño capibara.
-¿Siempre es así de sobrado?-inquirió Diana, después
de observarlo flirtear con una morena despampanante con los ojos entrecerrados.
-Te acostumbrarás a él.
-Me apetece vomitarle en la boca-contestó.
-Hermoso sentimiento.
Me lanzó una mirada envenenada, se echó a reír, y se
inclinó a besarme.
Sabía a alcohol y a pintalabios de cereza. No me
importaría volver a probarla.
Comenzaron a sonar unos acordes que todo el mundo
conocía muy bien.
-Mi hermana-dije, cuando ella empezó a hablar sobre un
fuego que empezaba en su corazón. Diana dio un brinco; más tarde me confesaría
que lo único bueno que había dado el país de su padre era Adele.
Decir que Eleanor torturó a la canción y la asesinó
como le apeteció es poco: la chiquilla la hizo suya, hasta el punto de
conseguir la puntuación máxima. A la tercera frase, ya había conseguido lo
inédito: que las barras por las que se tenía que mover su voz brillasen, como
lo hacían cuando alguien estaba en racha.
El récord anterior con esa canción estaba en 7.
Toda la discoteca cantaba con ella, y ella se sabía
triunfadora. Incluso llegó a girarse y a mirar a Scott mientras cantaba. Mi amigo
dejó de hacerle caso a su ligue, que volvió a su mesa, y fijó la mirada en la
pantalla.
Eleanor estaba a mil puntos de él.
Lo cual no era nada.
Era una miseria.
Nadie, nunca, estaba a mil puntos de él.
-Duelo-dije yo. Bey me escuchó. Y lo repitió. Y, antes
de que fuésemos totalmente conscientes de lo que hacíamos, todo el mundo
tronaba esas dos sílabas, como si quisiéramos reducir a escombros el Parlamento
con nuestras voces.
Scott avanzó por el río que se había abierto ante él,
una barca que bajaba por la corriente en dirección a la desembocadura. Miró a Eleanor
a los ojos a escasos centímetros de ella; es estudiaron mutuamente.
No me habría extrañado una mierda que hubieran
empezado a enrollarse allí, delante de todo el mundo. Las amigas de mi hermana,
y nuestros amigos, se congregaban a la espalda del rival.
Nadie respiraba.
Nadie pestañeaba.
Éramos planetas, y Scott y Eleanor eran nuestra
estrella.
Si ellos no se movían, nosotros menos.
-¡¡CÁRGATELO, NIÑA!!-gritó alguien. Eleanor sonrió, y
se desató el caos. La discoteca se dividió en algo parecido a
chicos-contra-chicas, cada voz clamando por su propio vencedor. Scott dijo
algo, Eleanor le respondió. Asintieron con la cabeza y sacaron el móvil de
ella.
Mi hermana hubiera inclinado su cuerpo para disfrutar
de más contacto con el de mi mejor amigo de presentarse una ocasión como
aquella.
Pero la estrella que había parido mi madre y que latía
por brillar ni se inmutó cuando le pasó
un brazo por la cintura para cerciorarse de que elegía la canción que querían.
Moves like
Jagger.
-Escúchame, si tu hermana consigue no cargarse la
parte de Christina, yo misma le daré un beso en los morros-anunció Diana.
Se lo dio a la mañana siguiente, pero esa experiencia
lésbica que tuve el placer de presenciar es otra historia.
Scott había aumentado su ventaja al basarse la canción
en la voz de Adam Levine, y Eleanor reaccionó escogiendo un canción de Rihanna
en la que Jay Z no abría la boca.
Le quedaba la penúltima canción; todos los jugadores
tenían un tope al que aspirar. Con ese tope, debían conseguir el mayor número
de puntos posible, pues de lo contrario, habría gente que se pasaría la noche
cantando sólo para acercarse un poquito a Scott.
Y El no hizo otra cosa que sacarse de la manga la
carta más sucia que tenía.
Me puse pálido cuando, ya con Scott a mi lado,
reconocí los versos.
-I got a fire for a heart, I’m not scared of
the dark, you’ve never seen it look so easy.
-Tiene
que ser coña lo que está haciendo-musité. Scott se descojonó.
-Si tu hermana quiere pelear en el barro, pelearemos
en el barro.
-Es ilegal, ¿verdad?-Diana y yo parecíamos compartir
la animadversión en público por las canciones de nuestros padres. Además, Drag me down no resultaba tan humillante
para Scott por aquello de que Zayn se había pirado de la banda cuando
produjeron la canción-. Quiero decir, invocar a nuestros padres…
Era la primera vez que Diana no se refería con tono
sensual a lo que nos unía en aquel mundo. Más que el sexo. Y yo me estremecí. Me
volví hacia Scott.
-No vas a poder levantarla con Pillow Talk.
-No voy a
usarla.
-No puedes dejar que nos humille sólo a nosotros.
-¿Eres retrasado? No os está humillando. Intenta ponerme
en mi lugar. Es una pena que mi padre fuera la mejor voz del grupo-se encogió de
hombros.
Scott subió de un brinco, y por un segundo mi corazón
dejó de latir, pensando que estaba invocando a Queen.
Pero no.
También fue a One Direction.
-Me siento francamente insultada. Voy a drogarme,
ahora vengo-comentó Diana, y se escurrió entre la gente, que también le hizo
pasillo.
Sabía por qué había escogido Rock me. Por lo mismo por lo que Eleanor había elegido Drag me down. Era una declaración de
intenciones. La nota alta de Zayn en la primera era mejor que la de Harry en la
segunda, pero la de Harry duraba más. Era una cuestión de bombas atómicas
enfrentándose a incendios que duraban 100 días.
Sentí que el techo se me venía encima cuando Scott
superó el récord de Zayn en varios tonos y varios segundos. Desgraciadamente,
aquella baza no contó, y se quedó a sólo 10 puntos de mi hermana.
Diez malditos puntos.
Todos empezaron a chillar y a aplaudir cuando Jordan apareció
con la pecera y se la dio a Eleanor, que corrió a darle un beso a Scott en la
mejilla. Él la estrechó con fuerza, le acarició la espalda (pum, las bragas que
hubieran podido sobrevivir acabaron pulverizadas) y le devolvió el beso.
Se bajó de un brinco a la tarima y robó un par de
copas de la mesa de al lado, que estaba vacía. Las hicimos entrechocar.
-No se puede ganar siempre.
-Me quedaba una canción-respondió él, encogiéndose de
hombros-. Pero a tu hermana le hacía mas ilusión que a mí.
-Es coña. ¿Tú? ¿Siendo generoso?
-Estoy muy borracho-respondió-. ¿Te importa si…?-hizo
un gesto con la cabeza en dirección a la morena, que no paraba de lanzarle
miradas cargadas de intención. Negué con la cabeza.
-Tú ahora no pienses en que eres un fracasado, ¿vale? No
vaya a ser que no se te levante, y a la mierda tu reputación.
Fingió ofenderse.
-Podría encargarme de todas las mujeres en tu familia
si no le tuviera un respeto reverencial a tu madre, fuera un pederasta…
-… y tuvieras como política de funcionamiento el no
acostarte con mujeres que suenen mejor que tú teniendo un orgasmo, ¿eh?
-A veces me pregunto por qué no te empujé escenario
abajo cuando tuve la ocasión-sacudió la
cabeza y se fue.
Se dio el bote para el baile un par de canciones
después (evidentemente, fue para Bey y Tam, aunque casi no se hubieran movido),
y el ambiente se relajó.
Una pareja de chicas se subió al escenario, y yo no
les presté atención hasta que eligieron una canción horrible: Girlfriend.
La de Avril Lavigne.
Fue entonces cuando me giré, y vi la cabellera cobre y
el cuerpo danzando con toda sensualidad al ritmo de una música que era más bien
ruido. Megan sonreía, feliz y satisfecha con la vida, y señalaba a su nueva
adquisición de novio con la mano cuando llegaba el estribillo.
Sentí que miles de elefantes se congregaban en mi
pecho y me impedían respirar. No podía apartar la mirada de ella, pero cada
imagen que entraba por mi retina me dolía como una flecha llameándote
clavándoseme a la espalda.
Bey y Tam se habían ido a la barra a guardar su premio
y tomar algo para celebrarlo. Diana aún no había vuelto, y todo el mundo
brincaba. Todos salvo yo.
En un impulso de supervivencia de estos que te salen
de dentro, pero nunca sabes de dónde, conseguí apartar la mirada y me encaminé
a trompicones al baño. Me encerré en uno de los retretes, le di una patada a la
puerta, luego un puñetazo, luego otro, otro, y otro, y me senté en la taza. Me ardían
los ojos.
Pero no iba a llorar.
No.
Iba.
A.
Llorar.
Joder.
Es más fácil decirlo que hacerlo.
No podía dejar de verla bailando allí, tan preciosa
como siempre, con sus caderas, y sus piernas, y su pelo, y de repente estaba
encima de mí, me acariciaba la espalda, me arañaba el pecho, susurraba mi
nombre, me besaba, y yo era todo suyo y ella toda mía, y…
… y no podía respirar.
Empecé a temblar.
Alguien entró en el baño. Luché por controlarme, pero
era incapaz de dejar de llorar y temblar.
Me sequé rápidamente las lágrimas: podía pasar por
alguien colocado si sólo temblaba.
Las pisadas se acercaron a mí. Escuché por encima de
mis sollozos sordos, contenidos, cómo alguien empujaba la puerta. Musitó alto,
se metió en el baño de al lado, bajó la tapa… y Scott apareció por la parte
superior.
-Ábreme.
-Te he jodido la noche.
-Tiene novio. No hago esas cosas. Ábreme la puta
puerta o te la echo encima. Tú decides. Luego le explicas tú a tu madre por qué
te has quedado tonto.
Me incliné y descorrí el pestillo; él me susurró un “buen
chico” y apareció frente a mí en un segundo.
-Levántate de ahí. Vamos a emborracharte y hacer que
eches un polvo.
-No puedo si está ella.
-Pues la echo.
-No puedes echarla, Scott. No es tu…
-¿Mi discoteca? Se llena por mí. Puedo hacer que se
largue. Espera y verás.
Se marchó sin mediar palabra, para volver con una
botella de vodka.
-Bébete esto. Te sacaré de aquí en etílico, si hace
falta.
-Nunca voy a superarla, Scott.
-Ya lo creo que la vas a superar. Por Dios que sí.
-Ella es mi mundo, Scott.
Me cruzó la cara para sacarme del bucle en el que los
dos sabíamos que me encontraba.
-No digas eso de nadie. Ni siquiera de tu familia. Ven.
¿Te sostienes en pie? No. Vale. Ya va haciendo efecto. Voy a… ¡eh! ¡Idos a
follar a otro sitio! ¡El de las tías tiene más espacio! Vale. Ya estamos
solos-me pasó el brazo por debajo de los hombros e hizo que se apoyara en mí-.
Bien. Vamos a salir de aquí, vamos a ir a mi casa, y vamos a jugar a
videojuegos hasta que consigamos sincronizar una epilepsia. ¿Te parece bien?
-Siempre te jodo las noches-musité. Y se volvió para
mirarme, con la mirada sincera, penetrante. La típica cara que ponía cuando te
iba a decir una verdad como una catedral.
-Si no me metí una pistola en la boca y disparé fue
porque tú me convenciste para hacerlo. Lo mínimo que puedo hacer es recogerte hasta
que te des cuenta de que vales más que esa zorra.
-No la llames así.
-Es lo que es. Una zorra. ¿Me has visto a mí hacer
como si mis ex estuvieran muertas, y en cuanto quiero algo ir con ellas? No, ¿a
que no? Es una interesada. Los zorros son interesados. Ya verás cómo vendrá
llorando en cuanto se dé cuenta de que el otro no la quiere. Pon un poco de tu
parte, pesas mucho.
-Hay que ir a por Diana.
Se detuvo en seco.
-Será coña.
-Tenemos que ir a por Diana.
-Vete a sentarte. Avisaré a Bey y Tam. Yo me ocuparé
de Diana. Me ocuparé de todo, ¿vale, T?-me apartó el pelo de la cara-. Tú sólo
deja de temblar. Relájate. Todo saldrá bien.
Me dejó en el sofá, se puso a gritar hasta que Bey y
Tam aparecieron, y desapareció un instante.
Ahí empiezan las lagunas. Alguien cogiendo de la mano
a mi hermana. Un sofá al estilo años 60, de cuero blanco y rojo, y patatas
fritas en un plato de diámetro superior al de mi brazo. Diana acercándose a
darme un beso. Diciendo que los dos estamos demasiado borrachos para hacerlo. Insistiendo
en desnudarme, y yo negándome, porque estoy 50% jodido, 50% a punto de entrar
en coma. Será mejor que me tumbe.
Ella está muy borracha. Dice que quiere hacerlo. Pero yo
no sé si quiere de verdad. Está peor que yo. No deberíamos. No debemos. No lo
hacemos.
Tengo más alcohol en las venas que sangre, y deseo
realmente despertarme a la mañana siguiente. No quiero que mamá me encuentre
muerto en la cama. Una figura negra se sienta a mi lado.
-Siempre te jodo las noches-repito, como siempre hago
cuando me hundo en la mierda, bebo hasta quedarme ciego (muchas veces, por
recomendación suya), y tiene que traerme a casa casi a rastras.
-¿Se pondrá bien?-la voz de mi hermana. Qué bonita es.
Le pido que me dé un beso. Me da dos. Me aprieta la mano. Me dice que me
quiere. Yo vomito en el cubo que Scott ya ha puesto ahí para mí. Tengo suerte
de tenerlo. De que sea mi hermano.
-Ya lo he tenido en peores condiciones, no te
preocupes.
-Te traeré una manta.
-Gracias, El.
Mi hermana se va corriendo. Sabe que no puede perder
el tiempo. Pero tampoco me estoy muriendo. ¿O sí?
-Siempre te jodo las noches-susurro al cielo mi
mantra.
-Era fea.
-Siempre te jodo las noches.
Oigo sonreír a
Scott.
-Mejor que me jodas las noches, a que me jodas la
vida.
Sólo Scott puede sonreír cuando habla de cuando quería
suicidarse.
A veces, me gustaría ser como Scott.
Me da un beso en la mejilla. Nunca hemos perdido la
costumbre realmente desde que éramos pequeños. Pero los reservamos para
ocasiones especiales.
-Descansa, T. Yo te cuido. Todo estará bien.
Cierro los ojos, y la figura negra de Scott se expande
hasta convertirse en el todo. Y luego, la laguna se convierte en mar. Y yo soy
un pez.
Y qué apacible es dejarlo estar.
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