jueves, 11 de febrero de 2016

Sé libre, mi pequeño capibara.

               Gracias a Dios, no había ido demasiado lejos. No necesitaba de forma imperiosa que se perdiera el primer día que la sacaba de casa, bajo mi completa responsabilidad. Perder la cabeza por esa gilipollez sería incluso más pésimo que perderla porque mis padres supieran identificar mi cara de después de follar (que, según Scott, era increíblemente épica).
               Lejos de mis temores de que se fuera derecha a la barra, se Diana se había inclinado a observar el dinero de la pecera, que aumentaba a pasos agigantados, de tal manera que Jordan apenas daba abasto y necesitaba recurrir a una de las camareras del bar que casualmente pertenecía a su familia, de piel pálida, labios carnosos y pelo recogido en trenzas de millones de colores. A pesar de que todo el mundo se quedaba mirando a la chica un par de minutos la primera vez que la veían (vale que fuéramos londinenses, pero en las afueras no ves lo mismo que en el centro real), la modelo no parecía impresionada por las pintas. Ni siquiera había un deje de curiosidad realmente incrédula en su expresión mientras examinaba la pecera.
               -¿Vas a echar algo, o qué?-espetó la camarera, después de hacer un ademán en nuestra dirección, como reconociendo nuestra presencia.
               -Relájate, cría, sólo estoy mirando.
               -Seguro que no has visto tanto dinero en tu vida-se burló la camarera, echándose a reír, como si eso fuera su sueldo de una noche, cuando lo cierto era que Scott y yo habíamos conseguido sonsacarle que no manejaba tanto dinero ni en un trimestre. A veces, “los padres de este hijo de puta me explotan”, esgrimía. Otras, “lo que os pasa es que sois una panda de niños ricos y mimados que no saben qué hacer con su dinerito, porque tenéis demasiado miedo de pasároslo por el culo, no vaya a ser que os rasque” gruñó.
               La primera noche que nos soltó semejante perla, Scott se la folló en el baño que tenía la puerta rota, pero mi hermano de otra madre era un campeón al que había que dedicarle sus merecidas décadas de estudio. Eso, y que era su manera de lidiar con las críticas y de mantener a todo el mundo a raya.
               -Un pezón mío vale cinco veces lo que sacaríais en un año si llenarais la pecera cada noche, pero aprecio tu esfuerzo-respondió Diana. Jordan se echó a reír cuando la chica alzó las cejas.
               -¿De verdad no sabes quién es? 
               -Si lo supiera, no llevaría esas pintas.
               Y se alejó en busca de Bey y Tam, con nosotros dos como escolta. Escuché por encima de la música tronante cómo Jordan le explicaba con pelos y señales el negocio que podrían hacer ahora que estaba aquí.
               Como si nunca hubiera tenido hijos de nadie de One Direction bajo su techo.
               Bey se atusaba el pelo con los dedos de una mano mientras sostenía un Martini entre los otros.
               -¿Qué se celebra?-inquirí, quitándole la copa de la mano. Scott se dejó caer en el sofá, levantó dos dedos en dirección a la barra y asintió, para después taparse la cara un segundo.
               -La incorporación de una nueva joyita a mi corona particular.
               Diana sonrió.
               -Voy a ser una tía influyente de mayor, te recomiendo que sigas pulida y brillante, mi amor.
               -Eso procuraré-se carcajeó la americana, aceptando una de las copas que llegaban. Concretamente, la que iba a ser para mí.
               Se cruzó de piernas y miró cómo Scott daba un largo sorbo, cerraba los ojos, saboreando la bebida, y luego encendía su radar. Tamika se echó a reír viendo cómo escaneaba la sala en busca de tías buenas dispuestas a pasárselo bien una noche.
               -No puedes parar, ¿eh? Eres un puto ninfómano.
               -Soy tío. Se sigue esperando esto de mí.
               -Deja que lo disfrute, Tam. Cuando deje de ser guapo seguramente acabe suicidándose.
               -Moriré siendo 7 veces más guapo que tú, de todas formas, lo cual es bastante consuelo, viendo con las que consigues juntarte-y le lanzó una mirada descaradísima a Diana, que no le prestaba atención. Observaba el lugar con sumo interés: las luces que danzaban, la barra que veía renovado su brillo constantemente, bien por el derrame de un vodka o una cerveza, bien por la bayeta que la agredía incansablemente; los discos colocados por la pared, tanto de vinilo como compactos, las fotos de los mejores clientes, los recortes de periódico de los conciertos que se habían dado en la ciudad y que habían interesado al dueño…
               -Apuesto a que nunca has estado en un sitio así, americana-le susurré al oído, y todo a mi alrededor desapareció un momento. Sólo existían mis labios y el milímetro de piel que rozaron de su oído. Fue más que suficiente para olvidarme del peligro que corría en ese lugar.
               -Te sorprendería en qué cuevas he llegado a meterme-replicó, colgándose de mi cuello y dándome un beso rápido en los labios, como diciendo “eres mío, no lo olvides”. Su boca tenía un toque a cereza.
               -¿Tienes algún récord en mente, T? Porque te recuerdo que no vale si te las traes de casa.
               -Cierra la boca-respondí.
               De refilón, distinguí el pelo de mi hermana, que sacudía la cabeza al ritmo de la música y esgrimía un vaso de tubo como si no le importase más en la vida que ese trabajo de peculiar portaestandarte. Me disculpé de mis amigos y me acerqué a ella. La pellizqué en la cintura y ella dio un grito que se oyó por encima de las palabras que vomitaban los altavoces, pero nadie nos miró. La gente de esos sitios estaba acostumbrada a gritos histéricos a partir de las 11 de la noche. Eran parte de la música ambiental.
               -Dios, Tommy, ¿qué quieres?
               Una de sus amigas se puso roja como un tomate. Pude verlo incluso con luz azul.
               -No tomes drogas-le advertí, aunque ser amigo de un camello no me dejaba mucha autoridad moral para ello. Pero, joder, había nacido antes que ella. Tenía que hacerme caso.
               -No soy tonta.
               -Y no te emborraches.
               -He venido a eso.
               Dio un trago sólo para fastidiarme.
               -Contrólate, o tendrás que dormir en casa de Scott.
               -Mmm-jugueteó con la pajita negra-. Ahora que me apetece emborracharme.
               -Lo harías en el sofá.
               -Se pueden hacer muchas cosas en un sofá.
               Si no hubiera bebido antes, le habría soltado una bofetada antes incluso de que terminara de pronunciar la última palabra. Pero lo cierto era que había bebido, y que apreciaba el sentido del humor vomitivo de mi hermana cuando el alcohol me iba en vena. Me eché a reír, le di un beso en la mejilla y le dije que se lo pasara bien.
               Cuando regresé con Scott y las chicas, Tamika andaba desaparecida, y Diana se había sentado entre Bey y Scott, con las piernas cruzadas, las rodillas tan cerca que, de haber sido otra gente, habría pensado cualquier cosa, excepto lo que era.
               Scott le contaba a Diana la historia de cómo Jordan quería convertirse en el más rico y famoso de su nombre, lo cual no era fácil.
               -… claro, lo famoso es imposible. O sea, ¿Michael Jordan? Está como una puta cabra. Sin embargo, lo de rico… puede hacerse, ¿sabes?
               -Justin Bieber se llama Justin-concedió ella, removiendo su pajita en la que tenía que ser mi copa, dado que Scott tenía la suya propia y Bey charlaba con una chica a la que yo sólo conocía de vista.
               -El caso es Jordan Belfort. Fue corredor de bolsa. Este cabrón quiere manejar tanto dinero como él, cuando el otro llegó a hacer 3 millones de pavos a la semana. Eso es una bestialidad.
               -No tienes cara de que te interesen las finanzas.
               -Me pasé media infancia en casa de Tommy, ¿eh, T?
               -Dios, por favor, no le vayas con el rollo de que te crió mi madre.
               -Y no lo hizo, la mía fue la que se encargó, y tengo que admitir que hizo una labor excelente. El caso es que Eri siempre tenía una película puesta. Siempre. Y, claro, El lobo de Wall Street tenía que estar entre ellas. ¿El trabajo de DiCaprio? Mi padre no sabe cantar comparado con cómo actúa DiCaprio. Y sabemos de sobra quién era el bueno de los cinco.
               -No me parece una peli muy para niños.
               -Y no solía dejarnos verla. La tía se la sabía de memoria. Tres putas horas de película. En inglés americano. De memoria. De puta coña, ¿no es cierto, T?
               -Yo soy la prueba de que mi padre se interpuso entre ella y el apellido que quería-me encogí de hombros.
               -Esa película me marcó.
               -Margot Robbie-aporté yo.
               -Dios, ¡sí! ¡Margot Robbie!
               -Si Scott tuviera un tipo, ella sería ese tipo. La verdad es que te pareces bastante a ella, Didi.
               -No la insultes. Diana es más guapa.
               Parpadeó un segundo, dándose cuenta de lo que acababa de decir, y luego miró a la americana, que se llevó una mano al pecho, luego le cogió la mano y susurró un vanagloriado “gracias”. No parecía odiarle, ni querer ir a por él en ese momento.
               -Sí, bueno, eh… ¿de qué estábamos hablando?
               -DiCaprio-dije yo.
               -Sí, eso. Eh… bueno, pues que quiere ser como Jordan Belfort.
               -¿No acabó en la cárcel?
               -El hijo de puta consiguió que hicieran una película sobre su vida. Y, si te soy sincero, todo lo que vivió bien merecía un par de años a la sombra.
               -Seguro que  tú no aguantarías ni dos días.
               -Tommy sería mi Jonah Hill. Siempre podría prostituirlo a cambio de mi inmunidad.
               -Me adora-asentí, y Scott se lanzó a darme un beso en la mejilla. Me la limpié y le di un puñetazo en el hombro.
               -No puedo seguir con esta farsa, en serio. Te necesito.
               -Aquí no, mi amor. Tenemos una reputación que mantener.
               Empezamos a pelearnos de coña, y mientras intercambiábamos puñetazos, dos cosas trascendentales sucedieron.
               La primera, Tamika apareció con una bolsita de plástico minúscula, que contenía polvos dentro, y seguramente no pertenecientes a Campanilla.
               La segunda, una cabellera flameante apareció por la puerta.
               Se me detuvo el corazón en plena lucha en el instante en que la vi. Dios, estaba preciosa, con aquella minifalda que enseñaba sus piernas de tal manera que tu imaginación no pudiera aportar casi nada, el top que le dejaba el ombligo al descubierto, y la cazadora vaquera que tantos buenos recuerdos me traía (como el verla aparecer con ella puesta, y sólo con ella, en el último cumpleaños que había pasado estando con ella). Del hombro le colgaba el bolso negro de cadena plateada que tantas veces había tenido que sostener, o incluso llevar yo, cuando iba demasiado borracha para poder tenerse en pie e ir cargando con él a la vez.
               Sus ojos se posaron en mí un segundo, y fue como si me hubieran bendecido mil ángeles. Se me retorció el estómago al ver que una minúscula sonrisa, que rápidamente consiguió asesinar, le atravesaba la boca, aquella boca que sabía tan bien, la mejor delicatesen que había probado… y se me hizo un nudo en la garganta cuando cerró con firmeza la mano en torno a la de su acompañante.
               Quise arrancarle la cabeza.
               A él, no a ella.
               Se paseó como la mejor de las modelos en dirección a la otra esquina del bar, perdiéndose entre la gente, sólo con su pelo como un aura como demostración de que no me la había imaginado, que estaba allí realmente.
               Scott me cerró la mano en torno al cuello.
               -Es hora de irse.
               -Espera un poco.
               -No, Tommy, nos vamos ya.
               Sabía que lo hacía por mí, porque no quería verme sufrir, pero…
               Megan se inclinó hacia mi sustituto y lo besó en los labios, y el nudo de mi garganta se acrecentó tanto que por un instante temí que fuera a reventar y llenara la estancia con mi sangre.
               Unas manos agarraron las mías; eran cálidas y suaves.
               -¿Seguimos de ruta?-inquirió Diana, sonriendo con la selva en sus ojos. Asentí y dejé que Scott tirara de mí en dirección a la calle.
               No quisieron exiliarme demasiado lejos: apenas habíamos salido por la puerta, ya nos habíamos metido en otro bar, esta vez con un rollo distinto. La música estaba más baja, la gente solamente meneaba la cabeza, en lugar de dar brincos, y las chicas mareaban sus cubitos de hielo con la pajita antes de dar un tímido sorbo.
               Scott me empujó hacia el sofá más alejado de la puerta, en la esquina menos iluminada, y Tam se estiró cuan larga era en uno de los sillones blancos que rodeaban la esquina. En el medio había una mesa de cristal, baja, muy parecida a la del salón de mi casa.
               Las sonrisas de Bey y Diana brillaban como fluorescentes sobre la luz azul. En realidad, todo brillaba, haciendo que te dolieran los ojos mirases hacia donde mirases. Scott se dejó caer en el sillón contiguo al de Tam, le pellizcó una pierna (ganándose una patada que casi le acierta en la boca, y del correspondiente “algún día” amenazante de ella, como hacían todas las semanas), y girando la cabeza cual búho, levantó una mano y silbó.
               Antes de que pudiera darme cuenta de qué estaba pasando, ya habían aparecido como por generación espontánea los tequilas de rigor. Diana fue la primera en estirarse a coger un vaso.
               -Ni se os ocurra emborracharos-advirtió Bey, de repente seria. Scott puso los ojos en blanco.
               -Tranquila, mamá. Sólo vamos a jugar, ¿eh, T?
               Poco a poco, la imagen de Megan inclinándose a besar al otro gilipollas se fue desvaneciendo en mi mente. Con cada trago que daba, más borroso se hacía mi dolor. Seguía sintiendo que algo estaba raro dentro de mí, pero pronto una voz en mi cabeza me decía que no era cosa mía, sino de las sustancias tóxicas que me estaba metiendo en el cuerpo.
               Alguien vino a por Tam, que se fue un instante, con los correspondientes hurtos a las bebidas que le pertenecían por parte de Diana, Scott y su hermana. Yo era un tío legal, así que sólo daba pequeños sorbos.
               Volvió con una bolsita de plástico tan pequeña que le caía en la mano. A Diana se le iluminaron los ojos nada más verla. La una se la lanzó a la otra, que la cogió al vuelo y la examinó ala luz de la lámpara.
               Como si no estuviera escrutando la calidad de la droga en un sitio bastante legal, en el que tenían la mano muy suelta y demasiado cerca del teléfono con el número de la policía marcado.
               -Más te vale que sea buena.
               -¿Quieres ir al baño  probarla?-ofreció Tam. Bey puso los ojos en blanco, murmuró algo demasiado parecido a “puta gilipollas” como para no serlo, y apartó la mirada. Tamika se tomaba muy en serio que le cuestionaran su papel de camella.
               Por eso, Scott y yo no dejábamos de putearla en cuanto se nos presentaba la ocasión.
               -Yo de ti iría ahora, antes de que la tiza se apelmace y se note el cambiazo-bromeé.
               Y Diana se levantó.
               Los tres nos quedamos de piedra viéndola meterse la bolsa en el bolsillo, tomarse de un trago su chupito, y marcharse detrás de Tam después de un decidido “ahora vuelvo”.
               -Decidme que no se han pirado de verdad-murmuró Bey, tan bajo que costaba oírla, a pesar de que la música casi no pasaba del susurro. Se había puesto pálida por debajo de su tez de caramelo.
               -Louis te va a matar-y Scott se empezó a descojonar como si no hubiera un mañana.
               A veces me preguntaba por qué era amigo de semejante gilipollas. ¿No lo pillaba, o qué? Si Diana se metía, se le tenía que notar fijo. Y probablemente mis padres estuvieran esperando a que llegásemos a casa, no fuera a ser que se me escapara en dirección al aeropuerto y consiguiera coger un avión antes de que yo la encontrara (porque, no nos engañemos, la tía seguramente tuviera una tarjeta de crédito con varios millones escondida en el sujetador, y pirarse del país en dirección a Berlín sería un momento para ella), con lo que 2+2=4.
               La pillarían drogada, la mandarían de vuelta a Nueva York (o como si la mandaban derecha al infierno, me daba lo mismo) y a mí me arrancaban la piel a tiras.
               Despacito.
               Para que disfrutara.
               -¿Cuánto crees que le durarán los efectos?-le pregunté a mi amiga, ignorando la histeria de Scott, regada por otro chupito más. Tenía un aguante, el hijo de puta…
               -¿Qué me dices a mí, niño?-cuando estaba cabreada, Bey hablaba más como las negras de las películas. Y solía hacernos gracia, claro, excepto ahora. O al menos a mí. Ya se reía Scott por los dos-. La experta en estas mierdas es mi hermana.
               -No va a ser mucho, tío, relájate-Scott alzó las manos y pidió otra ronda.
               -No bebáis más. Quiero ganar la pecera.
               Pero no le hizo caso.
               Volvieron las chicas, sin rastro de lo que habían hecho. Bien podrían haber estado de paseo por el puto Oz, con la tranquilidad con la que aparecieron.
               Tranquilidad que nos duró poco, pues Bey arremetió contra su hermana apenas las vio aparecer, y las dos se enzarzaron en una discusión que sólo acabó cuando Scott gritó, haciendo megáfono con las manos:
               -¡¡Movimiento!!
               De la que salíamos, vislumbré una llamarada a mi espalda. Una llamarada que había estado muchas veces encima de mí, y otras tantas, debajo.
               Fuimos a otros 3 bares más antes de decidirnos, por fin, a ir al de la familia de Jordan, que era con diferencia en el que más gente había. A todo el mundo le gustaba apostar, y, como él era el único con visión de futuro, su local se convertía en un casino de las Vegas que conseguía reunir a más gente que el resto de la calle junta.
               -Cuando queráis, nos asentamos-protestó Diana, bufando y jugueteando con su pelo. Había pasado los efectos de la cocaína yendo de un lado para otro, con lo que la euforia no se había terminado de desarrollar bien. Las continuas migraciones y la poca que había tomado no eran buenas compañeras. Scott se dio la vuelta para mandarla a la mierda, a lo que ella respondió con un corte de manga.
               Entramos en fila de uno en la discoteca de Jordan, y la gente comenzó a aplaudir nada más vernos. Algunos parecieron extrañados de la nueva incorporación rubia al equipo, pero otros sólo tenían ojos para Bey, que abría la comitiva agitando su afro y anunciando que era ahora cuando  empezaba lo bueno. Scott iba detrás de mí, recibiendo los apretones de manos y las revolturas de pelo de los que yo conseguía escabullirme, que no eran propios, más los que le pertenecían por derecho.
               La discoteca se hundía en el suelo varios metros, pero se ensanchaba 10 por cada uno que se hundía: constaba de 3 pisos, a los que accedías por una pasarela en espiral en la que ya se estaba apelotonando gente. Scott y yo empezamos a hacer el gilipollas, como si no hubiéramos tenido que salir de los otros bares porque Megan no dejaba de aparecer y yo no dejaba de hundirme en la mierda, empujándonos y fingiendo que éramos boxeadores. La gente nos jaleaba, éramos como sus dioses. Todo el mundo aprendía que apostar contra Scott era divertido, pero apostar por él era lo más inteligente que ibas a hacer en tu vida.
               -¡Decían que no venías!
               -¡Tienes que cantar Mmm Yeah!
               -¡Decidme que vais a bailar, he apostado 10 pavos a que hoy también bailabais!
               Scott se dejaba querer como mamá decía que lo hacía Niall en los tours: asentía con la cabeza, agitaba las manos, cogía las que le tendían y sonreía a cada persona que se cruzaba en su camino.
               Yo sería mejor en el baloncesto, pero a él no había quien le ganase en una fiesta.
               Llegamos por fin al piso inferior, en el que se sucedía toda la acción: los mismos sofás fosforescentes del segundo bar se desperdigaban cerca de las paredes; la barra, en el extremo opuesto a la pared con la televisión más grande que te pudieras imaginar en un interior, brillaba casi con luz propia, de tantas bebidas se habían derramado ya. Los camareros no daban abasto, y la tarima a la que se subían quienes participaban en el concurso resplandecía con un azul celeste al que no podías mirar de frente.
               3 chicas y el que sería el novio de una de ellas intentaban conseguir la máxima puntuación posible con la máxima cantidad de alcohol en vena. Reconocí la voz de la chica que cantaba, en una esquina, observando el nivel del karaoke para no perder ni un solo punto, pero lo bastante apartada como para no molestar a sus bailarines.
               -¡Tu hermana está aquí!
               Eleanor se lo tomaba muy a pecho, más que nuestras broncas: tenía la vista fija en la televisión y parecía no haber nada más en el mundo para ella. Bien podría entrar alguien montado en elefante en la sala y ponerse a lanzar petardos, que ella no se enteraría. Se agitaba el pelo cuando alcanzaba una nota alta y la gente la jaleaba; algunos, con su nombre, otros, con adjetivos, la cosa era hacerle saber que también era una deidad.
               Acabó su parte, se giró para observar a los que bailaban, dio varias palmadas en su dirección, luego subió al pequeño escenario, hizo un par de reverencias, y bajó de un salto. Era como si no llevase tacones.
               Bey fue a felicitarla por su trabajo y a traerla un momento con nosotros.
               -¿Entrenando la voz?-dije yo, alzando una ceja. Diana le sonreía, y la mirada de Scott era indescifrable.
               -Dándole una paliza a mi hermano. Suerte intentando conseguir la pecera. Espero que tengas suelto para el taxi a casa, Scott-dijo, volviendo a agitarse el pelo y yéndose con sus amigas.
               Tam ya estaba en la tarima, gritando qué canción quería. Se había colado a un grupo de 5 tíos, pero a ninguno parecía importarle: siempre que sacudiera el culo, podía pasar delante de ellos las veces que hiciera falta.
               Jordan apareció por detrás de nosotros, poniéndonos  a cada uno la mano en el hombro.
               -¿Cómo están las apuestas?-preguntó Scott.
               -20 a 1-respondió nuestro amigo. Scott lo miró por encima del hombro.
               -Deberías hacerme una mamada cada sábado por toda la pasta que te hago ganar.
               -Vete a hacer magia, cariño-contestó Jordan, masajeándole los hombros-. Y luego, vienes y negociamos lo de la mamada.
               -No seas ansioso, tío. Sabes que me gustan difíciles-respondió, quitándose las manos de encima y yendo a sentarse al sofá más cercano al escenario. Pronto sería nuestro turno.
               Diana examinó la lista de canciones, que constaba de varias decenas de páginas ya.
               -No hay apenas mierdas de la radio-comentó, gratamente sorprendida.
               -Y eso que no están las que se han añadido esta noche. Siempre se añade algo-expliqué.
               -A la gente le gusta ver cosas nuevas-añadió mi amigo, dirigiendo la vista un segundo hacia la salida, y luego, volviendo la atención al escenario, en el que Bey y Tam salvaban una canción que un tío se empeñaba en destrozar. Las dos hermanas se movían al unísono, sin despeinarse apenas, con giros y latigazos de brazos y piernas mejores incluso que los que le pedía el muñequito de la pantalla.
               -Pareces yo en una pasarela-le llegó a decir Diana en un momento a Scott, justo antes de que nos levantásemos.
               -Lo dices como si eso fuera algo malo, americana. Cuídame esto, ¿quieres?
               Se levantó, le tiró la chaqueta y me siguió por el pasillo que ya nos estaban haciendo en dirección al escenario.
               Todo el mundo contuvo la respiración cuando levanté el pie, y los gritos se volvieron ensordecedores cuando por fin pisé el suelo de la tarima brillante. Alzamos los brazos, como dos campeones de lucha libre que se enfrentaban en el combate del siglo pro la gloria eterna, y cogimos los micrófonos que nos tendieron.
               Nos bastó una mirada para saber que queríamos un rap. Algo jodido de bailar para nuestras amigas.
               -Bragas a la mierda-dijo Scott, seleccionando la canción con el móvil y dedicándome una sonrisa de estrella de cine.
               Las típicas que habíamos heredado los dos.
               -Deberían pagarte algo las fábricas por todo lo que les ayudas a vender.
               -Tal vez ya lo hagan. You used to call me on my cellphone.
               Bey se echó a reír, y todas y cada una de las tías del local (e incluso algunos tíos) decidieron que se follarían a Scott en ese mismo instante. El cabrón sabía cómo poner la voz dulce, cómo hacer que raspara, cómo ser duro, cantar agudo o grave, rapear o entonar una serenata. No había que no pudiera hacer.
               Y a mí me dejaba compartir el dinero.
               Qué bien engañado lo tenía.
               -And I know when the hotline bling-levantamos los micrófonos, porque íbamos sobrados y lo sabíamos.
               -THAT CAN ONLY MEAN ONE THING.
               Nos terminaba costando caro el levantar el micrófono, porque no éramos capaces de batir el récord vigente, pero tampoco habíamos salido a ganar el mundial. De momento, sólo queríamos clasificarnos.
               -Te dejo con tus fans-le informé, dándole una palmada en la espalda.
               -Gilipollas-respondió él, riéndose y dándome un abrazo. A juzgar por los gritos, alguien se murió en la discoteca.
               Se afanó con dos canciones más (Bey abandonó en la segunda, y vino a sentarse con Diana y conmigo), y luego le cedió el turno a una chica que llevaba esperando desde que nos subimos al escenario. Hizo un gesto con la cabeza en dirección a una esquina; iba de caza, a ver a alguien. Asentí y le hice un gesto con la mano. Sé libre, mi pequeño capibara.
               -¿Siempre es así de sobrado?-inquirió Diana, después de observarlo flirtear con una morena despampanante con los ojos entrecerrados.
               -Te acostumbrarás a él.
               -Me apetece vomitarle en la boca-contestó.
               -Hermoso sentimiento.
               Me lanzó una mirada envenenada, se echó a reír, y se inclinó a besarme.
               Sabía a alcohol y a pintalabios de cereza. No me importaría volver a probarla.
               Comenzaron a sonar unos acordes que todo el mundo conocía muy bien.
               -Mi hermana-dije, cuando ella empezó a hablar sobre un fuego que empezaba en su corazón. Diana dio un brinco; más tarde me confesaría que lo único bueno que había dado el país de su padre era Adele.
               Decir que Eleanor torturó a la canción y la asesinó como le apeteció es poco: la chiquilla la hizo suya, hasta el punto de conseguir la puntuación máxima. A la tercera frase, ya había conseguido lo inédito: que las barras por las que se tenía que mover su voz brillasen, como lo hacían cuando alguien estaba en racha.
               El récord anterior con esa canción estaba en 7.
               Toda la discoteca cantaba con ella, y ella se sabía triunfadora. Incluso llegó a girarse y a mirar a Scott mientras cantaba. Mi amigo dejó de hacerle caso a su ligue, que volvió a su mesa, y fijó la mirada en la pantalla.
               Eleanor estaba a mil puntos de él.
               Lo cual no era nada.
               Era una miseria.
               Nadie, nunca, estaba a mil puntos de él.
               -Duelo-dije yo. Bey me escuchó. Y lo repitió. Y, antes de que fuésemos totalmente conscientes de lo que hacíamos, todo el mundo tronaba esas dos sílabas, como si quisiéramos reducir a escombros el Parlamento con nuestras voces.
               Scott avanzó por el río que se había abierto ante él, una barca que bajaba por la corriente en dirección a la desembocadura. Miró a Eleanor a los ojos a escasos centímetros de ella; es estudiaron mutuamente.
               No me habría extrañado una mierda que hubieran empezado a enrollarse allí, delante de todo el mundo. Las amigas de mi hermana, y nuestros amigos, se congregaban a la espalda del rival.
               Nadie respiraba.
               Nadie pestañeaba.
               Éramos planetas, y Scott y Eleanor eran nuestra estrella.
               Si ellos no se movían, nosotros menos.
               -¡¡CÁRGATELO, NIÑA!!-gritó alguien. Eleanor sonrió, y se desató el caos. La discoteca se dividió en algo parecido a chicos-contra-chicas, cada voz clamando por su propio vencedor. Scott dijo algo, Eleanor le respondió. Asintieron con la cabeza y sacaron el móvil de ella.
               Mi hermana hubiera inclinado su cuerpo para disfrutar de más contacto con el de mi mejor amigo de presentarse una ocasión como aquella.
               Pero la estrella que había parido mi madre y que latía por brillar ni se inmutó cuando  le pasó un brazo por la cintura para cerciorarse de que elegía la canción que querían.
               Moves like Jagger.
               -Escúchame, si tu hermana consigue no cargarse la parte de Christina, yo misma le daré un beso en los morros-anunció Diana.
               Se lo dio a la mañana siguiente, pero esa experiencia lésbica que tuve el placer de presenciar es otra historia.
               Scott había aumentado su ventaja al basarse la canción en la voz de Adam Levine, y Eleanor reaccionó escogiendo un canción de Rihanna en la que Jay Z no abría la boca.
               Le quedaba la penúltima canción; todos los jugadores tenían un tope al que aspirar. Con ese tope, debían conseguir el mayor número de puntos posible, pues de lo contrario, habría gente que se pasaría la noche cantando sólo para acercarse un poquito a Scott.
               Y El no hizo otra cosa que sacarse de la manga la carta más sucia que tenía.
               Me puse pálido cuando, ya con Scott a mi lado, reconocí los versos.
               -I got a fire for a heart, I’m not scared of the dark, you’ve never seen it look so easy.
               -Tiene que ser coña lo que está haciendo-musité. Scott se descojonó.
               -Si tu hermana quiere pelear en el barro, pelearemos en el barro.              
               -Es ilegal, ¿verdad?-Diana y yo parecíamos compartir la animadversión en público por las canciones de nuestros padres. Además, Drag me down no resultaba tan humillante para Scott por aquello de que Zayn se había pirado de la banda cuando produjeron la canción-. Quiero decir, invocar a nuestros padres…
               Era la primera vez que Diana no se refería con tono sensual a lo que nos unía en aquel mundo. Más que el sexo. Y yo me estremecí. Me volví hacia Scott.
               -No vas a poder levantarla con Pillow Talk.
               -No voy a usarla.
               -No puedes dejar que nos humille sólo a nosotros.
               -¿Eres retrasado? No os está humillando. Intenta ponerme en mi lugar. Es una pena que mi padre fuera la mejor voz del grupo-se encogió de hombros.
               Scott subió de un brinco, y por un segundo mi corazón dejó de latir, pensando que estaba invocando a Queen.
               Pero no.
               También fue a One Direction.
               -Me siento francamente insultada. Voy a drogarme, ahora vengo-comentó Diana, y se escurrió entre la gente, que también le hizo pasillo.
               Sabía por qué había escogido Rock me. Por lo mismo por lo que Eleanor había elegido Drag me down. Era una declaración de intenciones. La nota alta de Zayn en la primera era mejor que la de Harry en la segunda, pero la de Harry duraba más. Era una cuestión de bombas atómicas enfrentándose a incendios que duraban 100 días.
               Sentí que el techo se me venía encima cuando Scott superó el récord de Zayn en varios tonos y varios segundos. Desgraciadamente, aquella baza no contó, y se quedó a sólo 10 puntos de mi hermana.
               Diez malditos puntos.
               Todos empezaron a chillar y a aplaudir cuando Jordan apareció con la pecera y se la dio a Eleanor, que corrió a darle un beso a Scott en la mejilla. Él la estrechó con fuerza, le acarició la espalda (pum, las bragas que hubieran podido sobrevivir acabaron pulverizadas) y le devolvió el beso.
               Se bajó de un brinco a la tarima y robó un par de copas de la mesa de al lado, que estaba vacía. Las hicimos entrechocar.
               -No se puede ganar siempre.
               -Me quedaba una canción-respondió él, encogiéndose de hombros-. Pero a tu hermana le hacía mas ilusión que a mí.
               -Es coña. ¿Tú? ¿Siendo generoso?
               -Estoy muy borracho-respondió-. ¿Te importa si…?-hizo un gesto con la cabeza en dirección a la morena, que no paraba de lanzarle miradas cargadas de intención. Negué con la cabeza.
               -Tú ahora no pienses en que eres un fracasado, ¿vale? No vaya a ser que no se te levante, y a la mierda tu reputación.
               Fingió ofenderse.
               -Podría encargarme de todas las mujeres en tu familia si no le tuviera un respeto reverencial a tu madre, fuera un pederasta…
               -… y tuvieras como política de funcionamiento el no acostarte con mujeres que suenen mejor que tú teniendo un orgasmo, ¿eh?
               -A veces me pregunto por qué no te empujé escenario abajo cuando  tuve la ocasión-sacudió la cabeza y se fue.
               Se dio el bote para el baile un par de canciones después (evidentemente, fue para Bey y Tam, aunque casi no se hubieran movido), y el ambiente se relajó.
               Una pareja de chicas se subió al escenario, y yo no les presté atención hasta que eligieron una canción horrible: Girlfriend.
               La de Avril Lavigne.
               Fue entonces cuando me giré, y vi la cabellera cobre y el cuerpo danzando con toda sensualidad al ritmo de una música que era más bien ruido. Megan sonreía, feliz y satisfecha con la vida, y señalaba a su nueva adquisición de novio con la mano cuando llegaba el estribillo.
               Sentí que miles de elefantes se congregaban en mi pecho y me impedían respirar. No podía apartar la mirada de ella, pero cada imagen que entraba por mi retina me dolía como una flecha llameándote clavándoseme a la espalda.
               Bey y Tam se habían ido a la barra a guardar su premio y tomar algo para celebrarlo. Diana aún no había vuelto, y todo el mundo brincaba. Todos salvo yo.
               En un impulso de supervivencia de estos que te salen de dentro, pero nunca sabes de dónde, conseguí apartar la mirada y me encaminé a trompicones al baño. Me encerré en uno de los retretes, le di una patada a la puerta, luego un puñetazo, luego otro, otro, y otro, y me senté en la taza. Me ardían los ojos.
               Pero no iba a llorar.
               No.
               Iba.
               A.
               Llorar.
               Joder.
               Es más fácil decirlo que hacerlo.
               No podía dejar de verla bailando allí, tan preciosa como siempre, con sus caderas, y sus piernas, y su pelo, y de repente estaba encima de mí, me acariciaba la espalda, me arañaba el pecho, susurraba mi nombre, me besaba, y yo era todo suyo y ella toda mía, y…
               … y no podía respirar.
               Empecé a temblar.
               Alguien entró en el baño. Luché por controlarme, pero era incapaz de dejar de llorar y temblar.
               Me sequé rápidamente las lágrimas: podía pasar por alguien colocado si sólo temblaba.
               Las pisadas se acercaron a mí. Escuché por encima de mis sollozos sordos, contenidos, cómo alguien empujaba la puerta. Musitó alto, se metió en el baño de al lado, bajó la tapa… y Scott apareció por la parte superior.
               -Ábreme.
               -Te he jodido la noche.
               -Tiene novio. No hago esas cosas. Ábreme la puta puerta o te la echo encima. Tú decides. Luego le explicas tú a tu madre por qué te has quedado tonto.
               Me incliné y descorrí el pestillo; él me susurró un “buen chico” y apareció frente a mí en un segundo.
               -Levántate de ahí. Vamos a emborracharte y hacer que eches un polvo.
               -No puedo si está ella.
               -Pues la echo.
               -No puedes echarla, Scott. No es tu…
               -¿Mi discoteca? Se llena por mí. Puedo hacer que se largue. Espera y verás.
               Se marchó sin mediar palabra, para volver con una botella de vodka.
               -Bébete esto. Te sacaré de aquí en etílico, si hace falta.
               -Nunca voy a superarla, Scott.
               -Ya lo creo que la vas a superar. Por Dios que sí.
               -Ella es mi mundo, Scott.
               Me cruzó la cara para sacarme del bucle en el que los dos sabíamos que me encontraba.
               -No digas eso de nadie. Ni siquiera de tu familia. Ven. ¿Te sostienes en pie? No. Vale. Ya va haciendo efecto. Voy a… ¡eh! ¡Idos a follar a otro sitio! ¡El de las tías tiene más espacio! Vale. Ya estamos solos-me pasó el brazo por debajo de los hombros e hizo que se apoyara en mí-. Bien. Vamos a salir de aquí, vamos a ir a mi casa, y vamos a jugar a videojuegos hasta que consigamos sincronizar una epilepsia. ¿Te parece bien?
               -Siempre te jodo las noches-musité. Y se volvió para mirarme, con la mirada sincera, penetrante. La típica cara que ponía cuando te iba a decir una verdad como una catedral.
               -Si no me metí una pistola en la boca y disparé fue porque tú me convenciste para hacerlo. Lo mínimo que puedo hacer es recogerte hasta que te des cuenta de que vales más que esa zorra.
               -No la llames así.
               -Es lo que es. Una zorra. ¿Me has visto a mí hacer como si mis ex estuvieran muertas, y en cuanto quiero algo ir con ellas? No, ¿a que no? Es una interesada. Los zorros son interesados. Ya verás cómo vendrá llorando en cuanto se dé cuenta de que el otro no la quiere. Pon un poco de tu parte, pesas mucho.
               -Hay que ir a por Diana.
               Se detuvo en seco.
               -Será coña.
               -Tenemos que ir a por Diana.
               -Vete a sentarte. Avisaré a Bey y Tam. Yo me ocuparé de Diana. Me ocuparé de todo, ¿vale, T?-me apartó el pelo de la cara-. Tú sólo deja de temblar. Relájate. Todo saldrá bien.
               Me dejó en el sofá, se puso a gritar hasta que Bey y Tam aparecieron, y desapareció un instante.
               Ahí empiezan las lagunas. Alguien cogiendo de la mano a mi hermana. Un sofá al estilo años 60, de cuero blanco y rojo, y patatas fritas en un plato de diámetro superior al de mi brazo. Diana acercándose a darme un beso. Diciendo que los dos estamos demasiado borrachos para hacerlo. Insistiendo en desnudarme, y yo negándome, porque estoy 50% jodido, 50% a punto de entrar en coma. Será mejor que me tumbe.
               Ella está muy borracha. Dice que quiere hacerlo. Pero yo no sé si quiere de verdad. Está peor que yo. No deberíamos. No debemos. No lo hacemos.
               Tengo más alcohol en las venas que sangre, y deseo realmente despertarme a la mañana siguiente. No quiero que mamá me encuentre muerto en la cama. Una figura negra se sienta a mi lado.
               -Siempre te jodo las noches-repito, como siempre hago cuando me hundo en la mierda, bebo hasta quedarme ciego (muchas veces, por recomendación suya), y tiene que traerme a casa casi a rastras.
               -¿Se pondrá bien?-la voz de mi hermana. Qué bonita es. Le pido que me dé un beso. Me da dos. Me aprieta la mano. Me dice que me quiere. Yo vomito en el cubo que Scott ya ha puesto ahí para mí. Tengo suerte de tenerlo. De que sea mi hermano.
               -Ya lo he tenido en peores condiciones, no te preocupes.
               -Te traeré una manta.
               -Gracias, El.
               Mi hermana se va corriendo. Sabe que no puede perder el tiempo. Pero tampoco me estoy muriendo. ¿O sí?
               -Siempre te jodo las noches-susurro al cielo mi mantra.
               -Era fea.
               -Siempre te jodo las noches.
                Oigo sonreír a Scott.
               -Mejor que me jodas las noches, a que me jodas la vida.
               Sólo Scott puede sonreír cuando habla de cuando quería suicidarse.
               A veces, me gustaría ser como Scott.
               Me da un beso en la mejilla. Nunca hemos perdido la costumbre realmente desde que éramos pequeños. Pero los reservamos para ocasiones especiales.
               -Descansa, T. Yo te cuido. Todo estará bien.
               Cierro los ojos, y la figura negra de Scott se expande hasta convertirse en el todo. Y luego, la laguna se convierte en mar. Y yo soy un pez.
               Y qué apacible es dejarlo estar.

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