jueves, 4 de febrero de 2016

El Nilo del cosmos.

Les gusta ser públicos.
Pero más les gusta lo privado.
Pasear de la mano por las alfombras rojas es un privilegio ganado a pulso, pero cuando la alfombra es la de casa, blanca, o cuando ni siquiera es, y se permiten cogerse de la mano, se sienten como dioses.
Les encanta verse trabajar en directo a cada uno. Echar un vistazo entre bastidores, captar la atención del que está actuando, robarle una sonrisa, conseguir que le invite a compartir escenario.
Pero no hay nada como la emoción del momento después de que el último foco se apague, el último grito finalmente quede sumido en el silencio, y los aplausos ya no son más que ecos en la distancia.
Qué apetecibles son las bocas después de cantar. Qué apetecibles son los cuerpos cuando  en ellos aún late el calor del baile.
Es por eso que siempre se besan antes y después de cada actuación. Les gusta comprobar la diferencia en su ser, que permanece imperturbable y a la vez eternamente cambiante, igual que un río, cuyo curso no suele variar, pero cuyas gotas de agua no son, jamás, las mismas.
Hay gente que son afluentes, pero ellos son el Nilo. Son fuertes; una cultura entera está dedicada sólo a ellos. Y lo adoran.
Hoy, ha sido uno de esos días mágicos en los que dos corrientes de agua se unen para desembocar juntas y engrandecer a un océano ya de por sí enorme. Ella se lo recrimina, con una sonrisa en los labios cuya luz le hace pensar a él que bien podría leer bajo ella.
-Desafinaste a posta.
Él se ríe, sonríe, y vuelve a probar el pintalabios de cereza de ella. Habían llegado a un acuerdo, tiempo atrás, cuando el Nilo era poco más que un reguero al que cualquier guijarro podía hacer peligrar. Si él necesitaba apoyos, ella aparecería, igual que la Luna se pone delante de la Tierra para recibir el impacto de un asteroide.
Y así había sido, y él no había podido dejar de perder la noción del tiempo al verla volver dando brincos, los rizos agitándose con sus movimientos, como un halo de esperanza chocolate, cobre y oro; la risa en la boca, el cuerpo listo para más espectáculo aún, su piel tan descubierta en aquella noche, tan sólo tapada por el sencillo pero glorioso vestuario consistente en poco más que un sujetador y unas bragas negras, de cuero, terminado en una falda que le aportaba más sensualidad.
-Somos dioses juntos, ¿o no lo recuerdas?
Claro que lo recuerda. Todos los días, al levantarse. Todas las noches, al irse a la cama, y añadir a la “lista de cosas que haces antes de dormir”, el darle un beso.
Se sienta en sus rodillas, se desliza hasta que los ojos de ella están a la altura de los de él. Vuelve a saborear el éter de su boca; en sus ojos hay una pregunta cuya respuesta conocen desde hace tiempo.
Empiezan a desnudarse, con la urgencia de quien va a hacer el amor, disfrutando del susurro de la ropa deslizándose por los cuerpos. Y piensan, “¿Qué he hecho yo para merecer tanta felicidad?”.
Y piensan, “¿cómo puedo hacer que dure para siempre?”.
Y saben que lucharán por hacer de lo interminable su rutina, de la eternidad un voto.
Él juega con el colgante de ella, una pequeña estrella colmada de diamantes colgada de una cadena tan fina que, con los mismos movimientos del cuello de ella, podrían romperse.
Y la mira largo y tendido; él es Miguel Ángel, y ella, su David. Sus manos recorren su cuerpo como el mejor orfebre crea el jarrón perfecto.
El colgante no puede competir con sus ojos, a pesar de ser lo único que lleva puesto.
Ella mueve suavemente las caderas; cada una de las células de ambos se encoge de expectación. Cierran los ojos, se recorren la cara con la yema de los dedos, susurran sus nombres que, curiosamente, son las palabras más hermosas en labios del otro.
-Te voy a escribir un disco entero.
Ella sacude la cabeza, divertida.
-Estás loco.
-Eres arte visual. Haré que entres también por los oídos.
-Ya entro por los oídos-contesta ella, dulcemente. Lo besa en la mejilla, se acerca a su oído, y le susurra exactamente lo que él quiere oír.
Qué afortunado hay que ser para conseguir, siquiera, imaginarse lo que ellos tienen. Dos galaxias que rotan alrededor de la otra hasta acabar colisionando y formar un microcosmos, más grande que la suma de las partes, que resplandece en el cielo nocturno con más fuerza que el sol.

Qué bueno es vivir, cuando puedes verlos cerrando los ojos.

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