lunes, 14 de marzo de 2016

Lex specialis derogat generalis.

“Tuve que pararlo antes de que no pudiera decir que no, porque no es plan de perder la virginidad en un coche aparcado en un polígono industrial”. Las palabras de mi amiga me dejan con una parte del cerebro pensando toda la tarde; le intento quitar importancia. Adopto una filosofía hedonista, le digo que haga lo que quiera cuando le apetezca, simplemente porque le apetece, sin importar el recuerdo que vaya a dejar posteriormente.
Al fin y al cabo, nuestras vidas no son películas. Lo que cuenta no es el producto final, sino el camino hacia él. Sería ridículo repetir una y otra vez un cruce de calles porque no lo has hecho con el suficiente glamour.
Pero, claro, hay detalles y detalles.
Nadie se preocupa por lo especial que sea su primer coche. A nadie le aterroriza que su primer trabajo sea una mierda, sirviendo mesas más horas de las que tiene el día mientras con el mismo paño con el que las limpias te secas el sudor de la frente. Nadie se escandaliza por que la primera nota de la universidad no sea un 10.
Sólo a tu yo emocionado cumpliendo años se le ocurre decir "voy a ver la película que tanto me gustaba en mi infancia, para entrar en la edad adulta de forma especial". No te confundas: la ves porque te apetece, no porque quieras hacerla especial. Ya es especial para ti. Y punto. Al igual que anotas la primera canción del año, pero no te acuerdas de decir cuál fue la que realmente te marcó. Fuerzas lo especial en las cosas, porque no sabes apreciar lo especial de lo rutinario, de tus apetencias.
Nuestro problema es que a veces somos hedonistas, y a veces, perfeccionistas.
El problema viene cuando te dicen que la “virginidad” es algo inventado. Cómo va a serlo. Lleva existiendo ni se sabe, culturas enteras se han construido a su alrededor, ha sido motivo de luchas y de encuentros… casi, casi, como un dios. El dios sexo, que nos esclaviza a todos, que nos hace ser personas desde el momento en que nos penetran o penetramos. Y, evidentemente, tienes que pasar a ser persona a lo grande. Aquel momento en el que te extrajeron del cuerpo de tu madre, o ella te sacó con su esfuerzo, no  cuenta. Lo que importa es que te hagan persona en una cama llena de pétalos de rosa, a la luz de las velas, con tu canción lenta favorita sonando de fondo. Que acabéis juntos, os miréis a los ojos y os deis cuenta de que estéis enamorados. Que veáis que esperar, esperar, pasar ganas, al final ha merecido la pena.
Pero, ¿merece la pena?
Mi primer viaje al extranjero sola no ha sido con mi mejor amiga. Y, aun así, me lo pasé genial. Y será importante. Y nunca lo olvidaré.
La primera vez que vi a Noble no lo trajeron unos ángeles entre cantos celestiales. Lo traía mi padre en brazos en el coche viejo que había comprado mi hermano. Y con eso bastó. Y sigue siendo lo más bonito que he visto en mi vida. Y jamás lo olvidaré.
La primera vez que vi a mi actor favorito ganar el premio que tanto tiempo llevaba esperando, lo hizo por un papel que a mí ni siquiera me parecía el mejor de su carrera. Pero me alegré igual. Y me sentí aliviada. Y tampoco olvidaré esa sensación.
Sí, bueno, no. Esperar una entrada triunfal en el mundo no merece la pena. Pero nos engañan tanto, nos dicen que tiene que ser especial, que va a ser el mejor momento de nuestras vidas (como el verano antes de la universidad, ése en el que me acostaba llorando).
Hace 4 años, me lo imaginaba como el momento más especial de mi vida. Estaba en la edad perfecta, la edad en que había que perderla. Y encontraría a alguien genial a quien entregársela.
Hace 2 años, estaba agobiada, porque a mi edad era más bien patético tenerla aún. Me despertaba en mitad de la noche y me quedaba en vela, descartando extras, decidiendo ir a lo mínimo. Un baño me bastaría. Que me follasen, y no follar yo, sería suficiente. Cualquier cosa con tal de saber qué se sentía, al ser, por fin, un ser humano.
Hace un año, me di cuenta de que no podían quitarme algo que yo no tenía. No puedo entregar algo que no existe. No puedo hacer una entrada triunfal en la humanidad, porque lo cierto es que abrieron a mi madre en canal hace más de 19 años para enseñarme al sol.
El 8 de septiembre de 1996 fue el día más importante y especial de mi vida.
Y no voy a dejar que nadie pinte como “especial” algo que no lo es. Un saco en el que nos empujan a todos, sin preguntarnos si queremos formar parte de él, o, siquiera, si hay sitio para nosotros dentro.
No voy a dejar que me tachen de especial y de viva en el momento en que una polla se cuele entre mis piernas. Llevo mereciendo estar viva desde que fui el espermatozoide ganador.
Y de eso no van a poder hacer una película.

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