viernes, 11 de marzo de 2016

Scott.

               Papá y mamá eran de darme muchos consejos. Especialmente, papá. Creían que la sabiduría popular era la mayor, y mejor, fuente de conocimiento y huida de problemas que podías encontrarte.
               Pero nunca pensé que el mejor consejo que me había dado mi padre sería: “no te fíes de las pelirrojas”.
               Joder, papá, cómo sabes, pensé nada más ver la expresión de Tommy que tanto conocía, y que de tan mala hostia me ponía. La cara de desamparo, la mirada de cachorrito indefenso, sus manos tensándose porque su cuerpo se había puesto en modo lucha-o-pelea. No tuve ni que girarme para saber que ella estaba allí.
               Así que decidí levantar el chiringuito, e iniciar nuestro éxodo particular de bar en bar y de calle en calle, huyendo siempre de ese demonio egipcio que no era otro que la gilipollas de la que se había quedado pillado mi mejor amigo.
               Pensaba que nuestro Mar Rojo particular había sido la fiesta de Jordan, pero qué equivocado estaba. Ni siquiera la había visto venir, ni siquiera había reconocido la canción.
               Me acerqué a la morena un poco más. Estaba a tres minutos de sugerirme que fuéramos a un lugar más tranquilo. Sólo tres minutos para que me arreglara la noche, que había querido joderme la rubia con la que se había enrollado Tommy (menudo gusto tienes con las mujeres, colega, te las buscas guapas, pero bien subnormales). Ella me sonreía, al ritmo de la música, queriendo llevarme a su terreno.
               Lo que no sabía era que llevaba casi 3 años en su terreno.
               Me acercó su copa, y yo di un sorbo sin dejar de mirarla. Dos minutos. Y bam. Los dientes le brillaban en la oscuridad como si se hubiera tragado un cartel de neón entero. Y sus ojos, enmarcados en un negro más oscuro incluso que el de mi pelo, no dejaban de mirarme la boca. Sabía de sobra lo que significaba aquello.
               Me gustaban más lanzadas, debía admitir. Llegaba a ser aburrido dar siempre el primer paso. Me incliné a besarla, y ella respondió con pasión, como si llevara toda la noche esperando ese beso. Normal. No es por fardar, pero yo era un dios en ese local. Y en la calle. Y en la ciudad. Y en el país. En el mundo, aún no, pero porque me gustaba mantener la incógnita cuando salía de la isla. Poco a poco.
               Le sabían los labios a alcohol, frambuesa, y sexo. Dios, qué bien sabía el sexo cuando lo probabas de la boca de una tía a la que no conocías.
               -Deberías venir más a menudo-le susurré al oído, acariciándole el lóbulo de la oreja de una forma que la haría correrse.
               -Tengo… asuntos que me impiden venir tanto como quisiera.
               Alerta roja. Adúltera al acecho.
               De repente, me repugnaba el sabor a frambuesa de su pintalabios. Y el sabor a sexo de su boca. No se dio cuenta; sólo chasqueó la lengua y se echó a reír al escuchar los primeros acordes de la canción.
               -Se me declararon con esto, ¿te lo puedes creer?
               Yo empecé a descojonarme.
               Hasta que me di cuenta de qué canción era.
               Me giré un momento, para comprobar que todo iba bien. Evidentemente, no, porque la muy zorra no podía darnos ni una noche de descanso. Acabaría cargándomela, lo juro.
               -¿Me disculpas un momento? En seguida vuelvo-la típica mentira que Megan hacía que Tommy me obligase a contar cada vez que entraba en escena, con ganas de más movida del a habitual. Me había girado en el momento preciso para ver cómo Tommy se alejaba de la mesa, los vasos vacíos, y se colaba entre la gente como un bulldozer en la selva.
               Corrí tras él, abriéndome hueco a trompicones entre la gente que a) quería felicitarme, b) me pedía que les devolviera el dinero que habían apostado por mí o c) simplemente quería saber qué tal llevaba el examen de matemáticas del martes.
               Cómo cojones lo voy a llevar.
               Mal.
               Quítate de en medio.
               Después de lo que me pareció una putísima eternidad, conseguí llegar a una zona limpia de gente. Me lancé a la puerta de los baños cual guepardo sobre una gacela.
               Escuché un par de golpes que me ayudaron a identificar el habitáculo en el que se encontraba Tommy.
               Me detuve frente a la puerta. La empujé; evidentemente, estaba cerrada. Bufando porque me habían obligado a criarme con un rey del drama, le di una patada al baño de al lado, me subí a la taza del váter (casi me caigo ((dos putas veces))), y me asomé al cubículo de Tommy, apoyando las manos en la pared de madera para no perder el equilibrio.
               -Ábreme-gruñí. Me parecía de puta madre que quisiera estar solo, pero conmigo no iba a estarlo.
               -Te he jodido la noche.
               No.
               Dios.
               Joder.
               -Tiene novio. No hago esas cosas-con que me las hagan a mí, ya basta, muchas gracias­-. Ábreme la puta puerta, o te la echo encima. Y luego le explicas tú a tu madre por qué te has quedado tonto. Bueno, más tonto.
               Me miró un instante, como calculando el peso de verdad que había en mis palabras. Se sorbió los mocos.
               -Venga, cariñito-le animé yo. Sabía que le cabreaba un montón que le dijera cosas así, especialmente cuando estaba triste. Tal vez, si conseguía cabrearlo, podría sacarlo de allí.
               Se inclinó hacia delante y descorrió el pestillo con la alegría de un muerto.
               -Buen chico-susurré con la típica voz de dueño de perro complacido porque el animal ha aprendido a dar la patita. Me bajé de un salto de mi precario soporte, y me asomé al baño de Tommy. Tenía incluso peor aspecto visto de frente que desde arriba.
               -Levántate de ahí. Vamos a emborracharte y hacer que eches un polvo.
               Pero con la tía esa, no.
               -No puedo si está ella.
               -Pues la echo.
               -No puedes echarla, Scott. No es tu…
               -¿Mi discoteca? Se llena por mí. Puedo hacer que se largue. Aquí, soy poco menos que Dios. Espera y verás.
               La cosa no estaría para mucha bronca, y llevaba las de perder considerando que pertenecía al sexo privilegiado, de manera que tendría que darle la razón a mi amigo y conformarme con largarnos simplemente. Pero para ello, necesitaría munición. De la buena.
               Corrí entre el pasillo de gente que se formó a mi paso (soy Moisés) pensó la parte insensible de mi cerebro, me lancé sobre la barra y le grité directamente a Jordan:
               -¡Vodka!
               Me tiró un vaso que yo no me molesté en coger. Se reventó contra el suelo, y él hizo una mueca de disgusto.
               -¡Es para Tommy!
               Sacudió la cabeza, miró al escenario, entendió lo que sucedía (justo en ese momento se terminaba la canción, y las bailarinas de Bollywood se pavoneaban como si acabasen de hacer la actuación del milenio), y me acercó una botella sin abrir. Le quité la tapa con los dientes, la alcé en su dirección, y volví al baño.
-Bébete esto. Te sacaré de aquí en etílico, si hace falta.  
Tommy se balanceaba a un lado a otro, único pasajero de un barco que sólo él podía ver. Le tendí la botella. No hizo ademán de cogerla.
               -Te la meto por el culo, si quieres.
               Volvió a mirarme con esa expresión de muerto viviente, y se me empezaron a calentar los nudillos. Era una buena persona, no se merecía algo así.
               Levantó el brazo lo justo para que yo le colocara la botella entre los dedos.
               -Nunca voy a poder superarla, Scott.
               -Eso dijimos del final de Juego de tronos, pero aquí estamos. Ya lo creo que sí. Por Dios que la vas a superar.
               -Ella es mi mundo, Scott.
               Vale.
               Vale.
               Vale.
               Ahí ya se había pasado. Y lo sabía. Los dos lo sabíamos. Le solté una bofetada tan rápido que ni siquiera yo mismo me enteré de lo que estaba haciendo hasta que su mejilla se enrojeció. Eso pareció espabilarlo un poco.
               -No digas eso de nadie. Ni siquiera de tu familia. Ven. ¿Te aguantas en pie?
               Qué coño se va a aguantar en pie, si tiene el amor propio en el subsuelo.
               -Vale. Ya te va haciendo efecto.
               Cuando estaba borracho, Tommy se volvía de un dócil que asustaba. Podría mandarlo a aniquilar a todo un poblado masai, y él iría presto, sin tener en cuenta que llevaba las manos desnudas y era varias cabezas más bajo que los guerreros. Me lo cargué al hombro, lo saqué del baño habitáculo y lo arrastré en dirección a la salida, que se colapsó cuando una pareja entró metiéndose mano por sitios en los que no solían cachearte.
               -Idos a follar a otro sitio, tíos. El de las tías tiene más espacio.
               Los dos dieron un brinco al vernos. Alternaron su mirada entre la botella, Tommy y yo.
               -Etílico-me limité a decir, y salieron pitando como si cargara con un cadáver. No estaba bien visto estar relacionado con alguien que entraba en coma. Por eso de que no eras un buen amigo al no intentar que no se destrozara la vida, y tal.
               Se hacía lo que se podía.
               -Bien, vamos a salir de aquí, vamos a irnos a casa, y vamos a jugar a videojuegos hasta que consigamos sincronizar una epilepsia, ¿te parece bien?-lo sacudí un poco, para asegurarme de que se mantenía conmigo. Sus ojos vidriosos me intentaron enfocar, sin demasiado éxito.
               -Siempre te jodo las noches-murmuró con un hilo de voz. Y a mí ya terminó de cabrearme. Lo pegué contra la pared, le sujeté la cara con las manos y le dije las palabras mágicas que tanto efecto tenían en él, más que un abracadabra. Nos miramos en silencio un rato más, para luego dejarse arrastrar hasta los sofás y, mientras lo dejaba caer, soltó:
               -Hay que ir a por Diana.
               Me quedé de piedra. Mierda, se me había olvidado la americana.
               -Será coña.
               -Tenemos que ir a por Diana.
               Evidentemente, no podía ir a por ella y dejarlo allí solo. Sabía Dios quién podría acercarse a él, o intentar llevárselo, o lo que fuera. No estaba de más no fiarse demasiado.
               -Quédate aquí. Avisaré a Bey y Tam. Yo me ocuparé de Diana. Me ocuparé de todo, ¿vale, T? Tú sólo deja de temblar. Relájate. Todo saldrá bien.
               Era bastante más fácil decirlo que hacerlo, y tanto él como yo sentimos un nudo en el estómago mientras nos alejábamos el uno del otro; él de forma pasiva, yo, esquivando las mareas de gente que se me venían encima. Una melena afro vino en mi dirección.
               -¡Scott! ¿Cómo está Tommy?
               De verdad que no nos merecíamos los amigos que teníamos, especialmente las amigas.
               -Cuando se acabe la botella, nosotros nos vamos. ¿Puedes ir con él? Tengo que ir a por la americana-puse los ojos en blanco; la tía ya me había molestado lo suficiente aquella noche por los cinco próximos milenios. Lo último que me apetecía era hacerme el héroe con ella y dejar que la pagara poco menos que riéndose de mí.
               Pobre Tommy. Siempre le tocaban las peores.
               -Claro. Scott…-se inclinó hacia mí, privatizando una conversación que nacía de todo el poder de unas cuerdas vocales-, la vimos cuando entró. Vino directamente a bailar. Intenté avisarlo, pero estaba en el otro extremo, y ya era tarde. Tam ha salido fuera, creímos que estabas por allí. No pensamos que fuera  aparecer, de lo contrario no lo habríamos dejado solo, y menos así…
               -No es culpa tuya. Es culpa de esa zorra-por una vez, estaba bien llamarla por su nombre y que nadie se pusiera medio loco, defendiendo lo indefendible-, pero voy a solucionarlo.
               La tía estaba hablando con un grupo nuevo de gente. Todo chavales que se la comían con la mirada.
               Serpenteé entre la gente hasta tenerla a dos palmos de distancia.
               -Megan.
               -Scott.
               -Creía que me habías dicho que no eras una torturadora. ¿Oiré mal?
               -Y no lo soy-respondió, meneando la melena de la manera en que a Tommy tanto le gustaba. El hijo de puta se habría empalmado y todo al verlo. Pero a mí, lo único que me producía era asco.
               -Entonces, sólo debes de ser una sádica.
               Soltó una risita nerviosa que a mí no me engañó.
               -Explícate.
               -Venías detrás de nosotros.
               -Tenéis un itinerario muy bueno. Pensé que no os importaría que os lo copiara.
               Me acerqué un paso más a ella. Nuestras narices se rozaban. Su círculo de admiradores aguantó la respiración. Todo el edificio lo habría hecho de no haber estado Tamika bailando.
               -Aléjate de él. O te destruyo.
               -¿Es una amenaza?
               -Y yo que pensaba que eran las rubias las que eran tontas.
               -Soy una chica-me recordó.
               -Y yo musulmán. Tengo mala reputación haga lo que haga. No me importaría ganármela contigo.
               Esta vez, la sonrisa fue de suficiencia.
               -Ya te he dicho que no te tengo miedo, Scott.
               -Y yo ya te he dicho que pensaba que eran las rubias las que eran tontas.
               Me giré sobre mis talones y me alejé, con los ecos de sus palabras intentando hacerme daño a mí también. Oh, pero las cucarachas no me hacen nada. Sólo me parecen repulsivas.
               Iba por media botella cuando volví con ellos.
               -Ya me he ocupado de todo. ¿Cómo vas, T? Vete despacio, no te vaya a sentar mal.
               Dio un sorbito más.
               -Estoy lleno-y dejó que la botella rodara por su pecho hasta caer en el sofá. El alcohol hacía que su lengua pesase toneladas.
               -Vamos a comer algo entonces, ¿eh?
               -Diana-replicó.
               Joder.
               La americana.
               Ya se me había olvidado.
               -Bey…
               -Vete a por ella, Scott-me pidió Tommy, con la voz rota. Intentaba mirarme tras las capas de vidrio que el alcohol de la noche habían ido instalando, poco a poco, en sus ojos-. Bey me cuidará.
               -Bey…
               -Vete, Scott. Estaremos bien.
               Cogí la chaqueta y señalé a Tom.
               -Yo no soy la que me la tiro, y sin embargo tengo que hacer de niñera. Y tú, desagradecido, no me dejas ganar al Fifa ni una vez. No te mereces a nadie como yo.
               -No-coincidió.
               Y me apeteció darle un beso en la mejilla, porque era mi hermanito pequeño, estaba asustado y necesitaba que lo cuidaran. Y sólo yo podía hacerlo.
               En lugar de eso, simplemente le revolví el pelo y me dirigí al baño de las tías porque, ¿dónde si no iba a estar?
               -¿Vienes a vernos mear?-espetó una chica con el pelo azul eléctrico, frunciendo el ceño en mi dirección.
               -Te gustaría, ¿eh, guapa?
               -¡Pírate, pervertido!
               -En cuanto encuentre a mi amiga. ¿La has visto? Muy rubia, muy modelo, muy americana. Y seguramente muy drogada.
               Se encogió de hombros y se escurrió por la puerta en cuanto tuvo ocasión.
               Allí estaba, sentada en el suelo (algo muy poco recomendable, la verdad), sonriendo y temblando a la vez. Se abrazaba a sí misma y soltaba una carcajada a intervalos regulares. Tenía la nariz manchada de algo que probablemente no fuese tiza.
               -Se acabó la fiesta, princesita.
               Se me quedó mirando. Tenía las pupilas del tamaño de Eslovaquia.
               Lo que, si comparamos Eslovaquia con otros países, no sería nada. Pero, si comparábamos el de Eslovaquia con unas pupilas, era bestial.
               -He visto la luz.
               -Qué suerte, en mi casa no la pagamos. Venga, arriba-tiré de ella para levantarla. Se rió más fuerte-. Oye, tía, no estoy para jueguecitos. Y no te voy a llevar en volandas como tu príncipe azul. O te levantas ya o te quedas aquí. Eso sí, como soy un caballero, te puedo dejar mi chaqueta para que te haga de manta, si quieres.
               A Diana le parecía el cómico del año. Me apetecía estrangularla.
               Con el autocontrol que me caracterizaba, simplemente puse los ojos en blanco, me incliné y la recogí del suelo. Ella no opuso resistencia (de hecho, hasta me llamó “mamá” y me aseguró que volvía a ser un bebé), se rió aún más y suspiró cuando la dejé encima del lavamanos.
               -Siempre me ha apetecido hacerlo aquí-dijo, acariciando una superficie que en su cerebro burbujeaba como la lava de un volcán. Me quedé mirando un momento sus manos, la forma en que sus dedos trazaban dibujos en la superficie.
               -Yo también-confesé para mi sorpresa. Clavó sus ojos en los míos, y, a pesar de que era ella la de las pupilas de kilómetros de diámetro, sentí cómo echaba un vistazo en mi alma.
               Se me retorció el estómago al darme cuenta de lo rápido que habían cambiado las tornas. De estar por encima de ella, a empequeñecerme ante sus gigantescas pupilas.
               Alargó la mano y me acarició la mejilla.
               -Eres muy guapo.
               ¿Qué se había tomado la chiquilla?
               El estrépito de la sala de baile cesó un momento, lo justo para oír los quejidos y sollozos que venían del baño del fondo, acompañados de negativas ahogadas. Diana frunció el ceño, sin comprender qué registraban sus oídos. Decidí adelantarme a los acontecimientos y ver qué pasaba, ayudar a otra alma en pena más si podía. Total, ¿qué más daba?
               Pero sí que me dio más, porque el alma a la que salvé no era la de una persona cualquiera, sino la de la hermana de mi mejor amigo. Abrí la puerta de improviso, sin dar tiempo a los que estaban dentro del habitáculo a disimular, y lo que me encontré me horrorizó: Eleanor, pegada a la pared, besando a un tío al que yo no conocía, pero luchando continuamente con las manos de éste, que se multiplicaban hasta la enésima potencia, y que bajaban y se metían por su falda y peleaban por quitarle las bragas, y bajarse el la cremallera, y seguir reclamando una boca que lo despreciaba, y…
               -¿Qué pasa aquí?
               Los dos hablaron a la vez; una mirándome, el otro, sin prestarme la más mínima atención.
               -Búscate otro sitio donde echar un polvo, aquí estamos ocupados-y un gesto con la mano para que me fuera.
               -Scott-susurró Eleanor, con el terror tatuado en los ojos. Terror que se intensificó al darse verdadera cuenta de la situación. Estaba borracha, y estaban intentando violarla.
               Invirtió su fuerza, y pasó de intentar quitarle las manos al tío a empujarlo con todas sus fuerzas lejos de ella.
               Y ésa fue la gota que colmó el vaso.
               Lo agarré por el cuello de la camisa, lo separé de ella, le di un puñetazo en el estómago y lo empujé contra la pared. Sentí cómo la adrenalina se me disparaba en las venas, inundándome todo el cuerpo, mientras Eleanor se tapaba la boca y se deslizaba hacia abajo. Se le había roto un tirante del top, y se le había corrido el maquillaje hasta hacer de ella un panda que sufría como no lo había hecho ninguno. Se apartó el pelo de la cara y observó, medio fascinada, medio horrorizada, cómo le pegaba al tío la paliza de su vida.
               Yo no podía pensar, no podía parar, apenas podía ver: sólo el cuerpo que tenía delante, aquel saco de mierda al que iba a mandar al otro barrio, hombre, vaya que sí. Daba patadas, puñetazos a diestro y siniestro, mientras el muy cabrón intentaba defenderse, como si no se mereciera que le sacaran los órganos por lo que había intentado hacer.
               Empezaron a dolerme los nudillos, y la cabeza de los gritos de Eleanor y el individuo en cuestión. Alguien me abrazó por detrás.
               -¡Para, Scott! ¡Lo vas a matar!
               Eso es lo que quiero, pensé, con tanta furia que no me sorprendería que ese pensamiento se proyectara por las mentes de todos los que estuvieran a un radio de 10 km de mí.
               Ahora ya no se defendía, había aceptado su castigo.
               -¡SCOTT! ¡NO! ¡PARA!
               Me giró la cabeza y me obligó a mirarla. Respiraba con dificultad, igual que yo.
               E hizo la única cosa que yo no pensé que se atrevería a hacer. Básicamente, porque Tommy estaba vivo.
               Se inclinó y me dio un beso en los labios.
               Era imposible decir quién de los dos lo flipó más.
               -Qué bonito-dijo Diana a nuestra espalda, y lo decía en serio. Yo me sentía sucio por el incesto, pero, a la vez, me sentía… bien. Extrañamente bien a pesar de todo.
               Eleanor me agarró del antebrazo.
               -Vámonos antes de que entre alguien.
               Le di una última patada al tío, ya sin ganas. Pero había que marcar territorio.
               -Cuando vayas al infierno, les dices que te manda Scott. Malik. Seguro que saben quién soy.
               Eleanor le dio una patada, temblando. El temblor parecía venir de familia. La cogí de la mano y, agarrando a Diana con la que tenía libre, las saqué del baño, y las llevé, a ellas y a Tommy, a la calle.



               Eleanor mantuvo la compostura todo el trayecto desde la discoteca a la hamburguesería a la que había decidido llevarlos. Llevaba la cabeza alta, intentando que las lágrimas siguieran el curso natural de las cosas en los planetas, y se vieran atraídas por la gravedad, y no se derramasen, mientras sujetaba con firmeza la mano de Diana, que se detenía en cada farola y la contemplaba con fascinación. Probablemente en Nueva York no hubiese farolas; seguramente fueran un gran descubrimiento para ella.
               Yo también las encontraba fascinantes cuando iba borracho, la verdad. O, al menos, eso decía Tommy.
               Agradecí la fortaleza de su hermana cuando él dejó de caminar, de repente, en un paso de peatones. Se detuvo un momento, observó el suelo, y luego empezó a inclinarse más y más hacia él. De no ser porque lo tenía bien vigilado, y por la voz suave de alarma de Eleanor (“Scott”, simplemente había rogado), se habría comido el asfalto, y el asfalto, sus dientes. Lo agarré del cuello de la camisa, tiré de él hacia arriba y lo arrastré como pude al final de la otra calle, sólo para percatarme de que ya no podía andar solo.
               Bien, ya estaba en el punto en el que no se acordaba de nada, ni tenía control sobre sí mismo.
               Me pasé un brazo por encima de los hombros, le cogí la botella, le di un trago y la tiré a la basura, a pesar de que todavía le quedaba para un par de sorbos como mínimo. Tommy protestó, pero lo mandé a la mierda, y hasta ahí llegó la conversación.
               Sólo había dos camioneros sentados en una esquina para contemplar la llegada de nuestra patética comitiva: dos chavales que apenas se mantenían en pie, uno por la borrachera, y otro por el cansancio de pelearse con un peso muerto más de 5 calles; y dos chicas que se sujetaban la una a la otra como si fueran a caerse. Diana ya estaba en la fase post-euforia de la droga, y se dejaba guiar, pero el alcohol la había atontado hasta el punto de hacer que arrastrara las palabras y no supiera dónde estaba. Seguramente también influyera el hecho de que nunca había estado en el restaurante, pero bueno.
               El dueño se nos acercó nada más vernos. Apenas había sentado a Tommy en nuestra mesa de siempre, cuando  nos alcanzó.
               -Qué mal vais hoy. Deberíais controlaros un poco más.
               Le dediqué una sonrisa cansada.
               -Mal de amores.
               Asintió, toqueteándose el bigote canoso. Se dio una palmada en la barriga prominente, que comenzó a bailar a su antojo, y se echó a reír.
               -Ya veo que os habéis encontrado consuelo.
               -Es su hermana-expliqué, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Eleanor. Jeff no insistió más.
               -Ya sabes qué hacer, Scott.
               Los camioneros nos miraron con curiosidad mientras Eleanor terminaba de sentarse, se arrebujaba en la chaqueta que le había prestado, y clavaba la mirada en la mesa. Nunca había visto a nadie mirar los nudos de la madera como lo hizo ella.
               Diana se subió la capucha de una sudadera que había robado en la discoteca (hay que ver con la tía, es espabilada hasta cuando no es persona), chasqueó la lengua, apoyó una pierna en el borde de la mesa y se acomodó en la esquina.
               Tommy se deslizaba, sin pausa pero sin prisa, hacia el suelo. Lo volví a agarrar del cuello de la camisa y lo empujé hacia la esquina, de forma que el cristal frenara su hundimiento.
               -Tío, tío, tío-se limitó a decir. Eleanor clavó los ojos en él.
               -Está muy mal, Scott.
               -Una vez lo saqué de una piscina. Estaba flotando boca abajo-no debería haberle dicho eso, lo vi en su expresión horrorizada-. No te preocupes. Decía que era un ballenato. No estuvo sin respirar más de 20 segundos.
               Frunció el ceño en su dirección.
               -Sé que en frío puede sonar a que nos lo pasamos de puta pena el uno con el otro, o a que somos unos alcohólicos que no pueden controlarse, pero créeme que no todas las noches acabo a hostias en un baño.
               Otra vez había metido la pata.
               -O sea, que me alegro de haber acabado a hostias hoy por ti, ¿sabes? Pero… no es mi rutina diaria. Suelo llevar una vida más… tranquila.
               Si por “tranquila” entiendes follar en los baños con una completa desconocida. Guau, qué vida más súper tranquila.
               Examinó el local con una curiosidad que brillaba por su ausencia. A nosotros nos encantaba, pero a alguien que no estuviera en el rollo de los restaurantes americanos de los años 70 podría parecerle una horterada: los sofás eran de cuero, rojos y blancos; las mesas, de metal y madera del mismo tono blanco que el sofá. Las paredes estaban decoradas con algo que recordaba a la madera, pero que apenas se intuía debido al millón de cuadros de artistas de la música y el cine que llevaban muertos más años que los mamuts. Un tocadiscos se asentaba en una esquina, con el gramófono orientado en dirección al local, y otra máquina de música (por la que había suplicado en casa hasta que finalmente mamá se hartó de mí, y me metió en el coche y me llevó a comprar una) trabajaba por ambos, reproduciendo un disco tan antiguo como las pirámides.
               Sinatra.
               Ya no hacían música así.
               Detuvo los ojos en una réplica a escala de un Cadillac en el extremo contrario a donde nos habíamos sentado. Del maletero del coche salía la barra, de mármol negro, sostenida por una oruga de metal que hacía las veces de reposapiés. La barra moría donde empezaba la cocina, una habitación más allá, y se enfrentaba a las copas y vasos colgados del techo.
               -Me gusta este sitio-sentenció como quien habla del tiempo-. Tommy nunca me habló de él. ¿Venís mucho por aquí?
               -Casi todos los fines de semana. Unas veces de noche, otras de tarde. Depende de cómo nos cuadre-me encogí de hombros-. Tu hermano me matará en cuanto se entere de que te he traído aquí.
               -¿Por qué?
               Empujé la carta en su dirección.
               -Porque vas a dejar de comer en casa.
               Diana abrió los ojos y se me quedó mirando.
               -Seguro que este tugurio tiene una bestia que caga hamburguesas para ahorrarles dinero y poder comprar tanta horterada.
               -Me gustabas más cuando estabas tirada en el suelo el baño, si quieres mi opinión.
               -Me importa entre nada, y aún menos-y volvió a bajarse la capucha.
               Mejor, así no molestas. Lo último que necesitaba era a una gilipollas de la que preocuparme. Esa noche, no.
               La expresión en los ojos de Eleanor cambió al mirarme.
               -No tengo dinero-se excusó, poniéndose pálida y mirando en dirección a la cocina, de la que ya manaba el canto de la carne al freírse. Seguramente Jeff ya estuviese preparando las hamburguesas que, cada fin de semana, Tommy y yo nos metíamos entre pecho y espalda justo antes de salir en dirección a casa, preparados para dormir una mañana entera.
               -¿No le habías ganado un pastón a éste, cantando?-ahora Diana había subido una pierna al sofá, y jugaba con los cordones que salían de la capucha de la sudadera. Fruncía el ceño de tal forma que sus pestañas se enredaran unas con otras.
               La pecera.
               Nos habíamos dejado la pecera.
               -Os invito yo-era lo que llevábamos haciendo desde que descubrimos aquel sitio, y no iba a ser para menos.
               -No, Scott, yo…
               -No te preocupes por el dinero, ¿vale? Mañana iremos los dos a por tu dinero.
               -Mamá me ha enseñado a ser independiente.
               Diana alzó las cejas.
               -Pues, El, no lo has sido mucho esta noche.
               -Va en serio, tía, me pregunto por qué no te ha dado una sobredosis en ese puto baño-gruñí. La otra sonrió, sin añadir nada más.
               -Me refería al dinero-aclaró Eleanor, aunque seguro que se había gastado algún billete esa noche que no saliera de sus esfuerzos, sino de los de su familia. A mí me daba igual de dónde procediera la pasta; no era importante. Lo importante de San Franscisco no era el Golden Gate, sino la ciudad en sí.
               Estiré la mano para acariciarle los nudillos, lo cual tuvo un efecto inmediato en sus facciones. Los ojos verdes de diana no dejaban de analizar mi expresión.
               -Esto no es una cuestión de sexos, ¿vale, El? Va más bien de que somos amigos, ¿o no?-evidentemente, yo te cogía en brazos cuando eras un bebé-. Mañana, si quieres, puedes invitarme tú a algo, ¿qué te parece?
               Asintió despacio con la cabeza. Parecía encontrarse un poco mejor. Se frotó las mejillas, murmuró algo débilmente que se parecía mucho a “voy al baño”, y se zafó de nosotros. Diana no hizo amago de levantarse a pesar de que se ofreció a acompañarla.
               -No deberías darle esperanzas de esa manera.
               -¿De qué manera?-suspiré. Tiré una cajetilla de tabaco encima de la mesa, la abrí con una mano y con la otra alcancé la libretilla en la que íbamos a escribir lo que queríamos. Nuestro pedido ya estaba en marcha; ahora faltaba el de ellas. Me metí un cigarro en la boca y lo encendí. A Jeff no le molaba que fumásemos dentro del local, por eso de que estaba prohibido y encima el olor era insoportable, pero, si iba a tener que aguantar a la americana medio borracha cargando contra mí en cuanto se le presentaba la oportunidad toda la noche, me merecía romper un par de reglas.
               -Puede que no esté del todo despierta, pero no soy gilipollas. Y tú tampoco. Sabes de sobra cómo te mira. Lo peor es cómo la miras tú a ella. Cómo la tocas y la acaricias.
               -Es la hermana de mi mejor amigo.
               -Sabes que, en el fondo, te la suda.
               Me eché a reír.
               -Es verdad.
               -No tienes ni puta idea de quiénes somos, Diana. Sabes cómo nos llamamos. Nuestros padres se conocen. Si nos vieras por la calle hace dos semanas, sabrías que te sonamos de algo, pero no de qué. Vernos una vez cada dos años no te da derecho a decir que nos conoces.
               -Te da rabia que alguien de fuera te diga lo que los de dentro no se atreven a decirte.
               -No, lo que me da rabia es que los gilipollas vayan de listos. Es una costumbre muy extendida entre vosotros, y estoy trabajando en acostumbrarme a ella. No sabes cómo soy yo. Ni cómo es Tommy. Ni cómo es Eleanor. Ni nadie de nuestras familias. Hemos pasado por cosas que no te imaginarías ni aun metiéndote dos kilos de coca-di una calada.
               -¿Te repites eso cada noche, cuando la conciencia te resucita y no puedes dormir por todo el mal que haces?
               -¿Y tú te metes porque no soportas convivir contigo misma? ¿O para olvidar que tus padres no te querían en casa, y por eso te mandaron aquí, a un océano de distancia?
               Me observó en silencio, con la rabia borboteando en el rostro. Vale, puede que me hubiera pasado un poco, pero, ¿de qué coño iba? No tenía ni zorra idea de lo que me traía entre manos. Nunca había visto a Tommy jodido por culpa de Megan. No había visto a Eleanor llorando y retorciéndose en aquel cubículo, a pesar de haber estado más tiempo  con ella que yo. Tenía todo el derecho del mundo a estar cabreado, y a usar cada arma que tuviera a mi alcance para ganar una batalla más. Si tenía que quedar como un hijo de puta, quedaría como un hijo de puta, pero no iba a estar soportando mierda por todos lados si podía guardarme un salvoconducto por el que respirar.
               Terminé de garabatear lo que Eleanor había señalado. Empujé la carta en su dirección, pero ella me arrebató la libreta y escribió un par de palabras, nada más. Se levantó con chulería, me lanzó una mirada de desprecio, arrancó la hoja en la que habíamos escrito con tanta fuerza que la mitad se quedó trabada entre las anillas, y musitó:
               -Al menos yo sé quién soy, y me ocupo de ello. No soy una cínica, que va de que respeta a las mujeres y las adora, pero a la hora de la verdad sólo sabe hacerse el machito salvador, sólo para garantizarse un polvo.
               Se giró sobre sus talones y se marchó, dejándome allí sentado, observando cómo se alejaba y pensando una respuesta inteligente que darle, porque decir que “estaba mal de la cabeza” no parecía una contestación adecuada.
               Tommy roncaba suavemente cuando Jeff se nos acercó con una bandeja cargada hasta arriba de comida: hamburguesas como ya no se hacían, dos bolsas de papel de patatas fritas, y dos vasos de refresco de casi un litro cada uno.
               -Tu amiga no tenía por qué levantarse, ya lo sabes.
               -Se está haciendo la independiente-repliqué-. Jeff-añadí cuando se alejaba. Se volvió-. No es amiga mía.
               Jeff alzó las manos, disculpándose y a la vez diciendo que no era problema suyo, y volvió a la cocina.

               Pensé que el trayecto hasta casa de Tommy sería más fácil que la ida hacia el restaurante. Tener el estómago lleno y las ideas un poco más claras gracias al agua y la Coca Cola solía ayudar.
               Pero, claro, haber ido a ver qué le pasaba a Eleanor cuando pasaron 10 minutos sin que apareciera, y encontrármela llorando en el baño, no había propiciado mucho un cambio en el ritmo de la noche. Eso, y que Diana espetara un “¿qué le has hecho ahora?” cuando nos acercamos, ella hecha un manojo de lágrimas y yo, cada vez más hecho polvo y con mi mano en la suya, no ayudó mucho.
               Tuve que suplicarle, prácticamente, a Tommy para que se despertara y diera un par de bocados a la hamburguesa, alejándose así del coma con el que no lo podría dejar en casa. Fue el único momento de tranquilidad que me dio la americana, que miraba con preocupación y me daba instrucciones. Debía de haberse visto en aquellas situaciones varias veces en Nueva York porque, aunque sus ojos no se apartaban de la cara de T, su voz transmitía la serenidad de quien hace esto prácticamente todos los fines de semana.
               A Eleanor le sentó peor el ver cómo teníamos que luchar con su hermano para que no se rindiera. Las lágrimas del baño se multiplicaban, y caían como meteoritos por sus mejillas, hasta estrellarse en su regazo, en el que tenía las manos entrelazadas, casi rezando.
               La culpa era mía, por haber obligado a Tommy a salir aquella noche.
               Pero ahora no había tiempo para lamentarse.
               -Come algo, El, te sentirás mejor.
               -Sí, come algo, corazón-asintió Diana, acercándole una de sus alitas de pollo y poniéndosela en la mano. Eleanor la desmenuzó y se llevó un par de trozos a los labios, y sonrió cuando  aplaudimos su mínimo avance.
               Al principio, la comida le supo horrible por la mezcla de las lágrimas y el nudo que tenía en la garganta (Quería follarme, Scott, le daba igual que me estuviera violando, y si no hubiera sido por ti… se había estremecido cuando la encontré mirando su reflejo y recorriendo con sus manos el mismo circuito que las del otro hacía una hora. Me hizo preguntarme por qué le había hecho caso y no había matado a aquel hijo de puta cuando se me presentó la ocasión). Una vez que las alitas se acabaron, el estómago le pedía más. Se le había deshecho el nudo y estaba sorprendentemente abierta. Los nervios te hacían tener más hambre, le expliqué.
               Lo que no le dije fue que el que fuera capaz de comerse una hamburguesa de dos bocados, cuando a nosotros nos llevaba casi 10, se debía más al pánico y la adrenalina que había disparado su cuerpo en su situación que a otra cosa.
               -Tienes que ser fuerte, El, no me hagas esto ahora, ¿vale?-le había dicho en el baño, sosteniendo su cara entre mis manos, asegurándose de que toda su atención se centrase en mí-. No puedo hacer esto solo. Tommy te necesita a ti también.
               Ella había asentido con la cabeza, había sorbido por la nariz, se había frotado la cara y aceptó la mano que le tendía.
               Terminada la comida, Tommy estaba más espabilado. Parecía que ya podíamos irnos, aunque seguramente habría que guiarlo. Diana se ocupó de ello mientras yo me adelantaba un par de pasos, con la mano de Eleanor otra vez en la mía.
               La manera en que apretaba sus dedos contra mi mano, como asegurándose de que no volvía a quedarse sola, me rompió el corazón. Volvía a ser el bebé por el que me peleaba con Tommy para que me dejara cogerla (porque ella había sido el mayor tesoro de su hermano, y no iba a compartirlo tan fácilmente), la niña a la que obligábamos a sentarse en el sofá a estarse quieta mientras practicábamos para hacerle trenzas. Ya no tenía 15 años. Apenas tenía 5 meses, y, aun así, sabía caminar.
               Llevar a T y Diana caminando detrás de nosotros parecía infundirle seguridad. De vez en cuando, giraba la cabeza y los miraba por encima del hombro. Como si yo fuera a dejar de prestarles atención.
               Cuando doblamos la esquina de su calle, sorbió por la nariz y se limpió el poco rastro de lágrimas que aún le quedaba dividiéndole la cara con dos cascadas negras que habían sufrido los efectos del calentamiento global. Ya no estaban allí, pero su huella seguía presente, y lo seguiría tiempo después de que se quedase dormida y enterrase esa noche en el pasado. Metió la mano en el bolso y rebuscó y rebuscó, sin éxito. Terminó soltando un entrecortado “joder”, tirando las cosas al suelo y rescatando la llave de entre un montón de porquería que probaba que era en secreto una bruja que se acababa de jugar la expulsión de Hogwarts por hacer magia fuera de la escuela.
               Los mismos temblores que tenía su hermano le reconcomían el alma. Intentó tres veces meter la llave en la cerradura, y las tres falló. Finalmente, le cogí la mano y la ayudé a enfocar. Me miró como si fuera una especie de dios.
               Diana me miró como si fuera el mismo demonio. Pasaron todos delante de mí, y enfilaron en dirección a la escalera. Yo me quedé justo en el marco de la puerta, preguntándome si debería volver a casa y no preocupar a mis padres, y comerme la cabeza toda la noche por cómo estaría Tommy, o quedarme allí y hacer que a mamá le diera algo cuando le había dicho que Tommy se venía a dormir, y en realidad no aparecíamos ninguno de los dos.
               Tommy y Diana habían empezado a besarse a medio camino de la escalera. No me podía creer lo hija de puta que era ella, y lo gilipollas que podía llegar a ser él. ¿Tan poco les importaban sus cabezas? Pues ella las necesitaría para mover esas piernas kilométricas, y él…
               … bueno, para lo que la usaba escogiendo a las mujeres, tampoco habría mucha diferencia.
               -Scott-susurró Eleanor, con la voz rasposa. Se aferraba a la chaqueta que le había dado como a un chaleco salvavidas.
               -Tengo que ir a avisar a casa-dije por fin, maldiciendo a mi intelecto superior porque no se me ocurrió en ningún momento parar de la que veníamos. Y ahora me tocaba recorrer varias calles de noche, con un frío que pelaba, solo.
               -Voy contigo.
               -No. Quédate. Vigila a tu hermano.
               -Está con Diana.
               -Por eso tienes que vigilarlo.
               Me volví y empecé a cerrar la puerta.
               -No me dejes sola-pidió con un hilo de voz que me sorprendió oír. Empujé un poco la puerta. Había dado un paso, uno nada más, y la luz que se colaba por las ventanas le daba un aspecto medio divino, medio mortal. Mirándola allí, de pie, brillando a la luz de la luna a través de su piel pálida, con los rasgos acentuados por la noche, me recordó tanto a las estatuas que adornaban el exterior de algunos museos de noche que mis pulmones se negaron a trabajar un segundo.
               -No lo he hecho nunca-repliqué. Me dedicó una sonrisa triste-. Pero de verdad que necesito que te quedes aquí. Me abrirás la puerta, ¿no?
               Su sonrisa se amplió un poco más.
               -Sí.
               -Vale. Vigila a esos dos. El negro me sienta bien, pero los funerales, no tanto.
               Asintió con la cabeza y cerró despacio la puerta cuando yo llegaba corriendo al final de la calle. Cuanto más rápido iban mis pies, más me pesaban. No me gustaba una mierda dejarlos solos con Diana, no era de fiar, pero tenía que llegar a casa lo antes posible.
               Antes de que me diera tiempo a sacar las llaves del bolsillo, la puerta se abrió, y Sabrae se materializó ante ella como un fantasma.
               -Qué lástima, no te has muerto-sacudió la cabeza y se hizo a un lado.
               -No tengo tiempo para gilipolleces, niña. No están despiertos, ¿verdad?
               -Sólo estoy yo-concedió, lamiendo la piruleta de turno e inclinando la cabeza en dirección al reality enmudecido que se desarrollaba ante la tele.
               -Dame un boli.
               -¿Te pasa algo en las manos?
               -Sabrae, no me jodas, dame un puto boli.
               Se sentó en el sofá y me contempló mientras garabateaba rápidamente una nota en la que decía que me quedaba en casa de Tommy a dormir, y que volvería en cuanto me despertara. Omití lo de posiblemente me esperase una noche en vela.
               -Cuelga esto en la nevera.
               -No soy tu puta esclava.
               -Tommy está mal. He dejado a Eleanor sola.
               -Se las apañará.
               -Casi la violan esta noche, Saab.
               Abrió mucho los ojos y se sacó la piruleta de la boca.
               -¿Quién?
               -¿Importa quién, niña?
               -¿Lo mataste?
               -No. Casi. Un poco.
               -Se lo merecía.
               -Consiguió pararme.
               -A ver quién me para a el lunes-le dio un bocado a la piruleta, que conservaba aún la banda más ancha, a modo de cinturón, que sostenía la figura esférica.
               -Ya estoy yo en ello. Tú cuelga esto. Y vete a dormir pronto.
               -Estoy muy cabreada-anunció, como si sirviera de  explicación a por qué seguía levantándose de madrugada y consumiendo la mayor mierda que pusieran los canales de televisión a esas horas-. Identifícame a ese hijo de puta, ¿quieres? Hace mucho que no le parto la boca a nadie.
               Volví a la puerta después de asentir con la cabeza. Sí, claro, necesitaba saber el nombre del tío para ponerlo en su esquela.
               -Scott-me llamó. Me giré-. ¿Lo dejaste ko?-Sabrae jugaba con una de sus trenzas, muy similares a las que llevaba Tam.
               -Estás hablando conmigo.
               -Estoy orgullosa de que seas mi hermano-espetó sin más. Se encogió de hombros-. Sólo quería que lo supieras.
               Le tiré un beso y me apresuré a casa de los Tomlinson. La luz de la puerta estaba encendida, y ésta, entreabierta. Entré y cerré muy despacio detrás de mí. Eleanor seguía en el salón, sentada en el sofá como había estado mi hermana en nuestra casa.
               -A la cama-ordené-. ¿Y Tommy?
               Se fue a dormir.
               Rellené una botella de agua y la seguí escaleras arriba. Entré en la habitación de mi amigo, que se hacía un ovillo encima de las mantas, con la ropa aún puesta. Le tiré el pijama encima y le conminé a vestirse.
               -Siempre te jodo las noches.
               Y dale.
               Eleanor apareció detrás de mí. Se inclinó un poco hacia la cama.
               -¿Se pondrá bien?
               -Lo he tenido en peores condiciones-era verdad, aunque no fuera consuelo-. Ve a por una manta, por favor.
               -Siempre te jodo las noches-repitió Tommy. Me eché a reír, le dije que prefería que me arruinase las noches a que me arruinase la vida, y le di un beso en la mejilla.
               -Descansa, T. Yo te cuido.
               Sonrió, se hundió aún más dentro de las mantas, dejó escapar un profundo suspiro, y cerró los ojos.
               Eleanor cerró la puerta tras de sí y me tendió la manta. Me ayudó a sacar el colchón de debajo de la cama de Tommy y lo levantamos mientras el otro lo preparaba todo para dormir allí.
               -No te preocupes por él, ¿vale, El? No voy a quedarme dormido. Vete a la cama. Yo le cuidaré.
               -¿Y quién te va a cuidar a ti?
               Tiró un poco de la manta y se metió dentro. Aún llevaba puesta la ropa de la fiesta. Pegó la mejilla al colchón de Tommy y se quedó mirándolo.
               -Deberías cambiarte de ropa.
               -No creo que pueda desnudarme en mucho tiempo-admitió, las lágrimas volviendo a asomar por sus ojos. El gesto de la boca me indicó que esta vez sentía rabia, y no terror. Y eso era bueno. El terror te destruía por dentro; la rabia, te hacía destruir. Era mejor que el mundo a tu alrededor se desmoronase, que romperte tú por dentro-. Y, sin embargo, esta ropa me da tanto asco…
               Cambió de postura y se acurrucó contra mí. Le di un beso en la cabeza y me quedé acariciándole el brazo.
               -Podríamos quemarla.
               -¿Qué?
               -Tu ropa. El fuego purifica-me encogí de hombros-. Tal vez ayudase.
               Pareció sopesar mi propuesta un momento.
               -Desnúdame tú.
               Tuve que echarme a reír.
               -No voy a…
               -Lo has hecho miles de veces. No puede haber mucha diferencia entre las chicas que te gustan y yo.
               Nos miramos en silencio, con todo el universo callado, esperando oír lo que iba a decir yo.
               Cagarla o no cagarla, ésa es la cuestión.
               -Ninguna de esas chicas me ha tranquilizado nunca como me has tranquilizado hoy tú, El.
               Sus ojos corrieron a mis labios. Y yo dejé de respirar. Y ella también. Y se inclinó un poco hacia mí, como tanteando el ambiente.
               Y me di cuenta de por qué me gustaba putear a Tommy con Eleanor.
               Y de por qué me daba tanto asco Diana.
               Para.
               No.
               No está bien.
               Es como tu hermana.
               No se merece esto.
               Tú no te mereces esto.
               Fui yo el que salvó la distancia que nos separaba, el que hizo que nuestras bocas se acariciasen. Nunca estuve tan orgulloso y a la vez avergonzado de mí mismo.
               Ella me acarició la nuca, mi punto débil. Cerré los ojos y dejé que me volviera a besar. Volvía a estar llorando.
               -Dime que me quieres, aunque sea mentira.
               -Llevo haciéndolo desde que te conocí.
               Noté su sonrisa en mi boca, y mis manos ya se fueron solas a terminar de desnudarla. No podía dejar de pensar en que me estaba aprovechando de ella. Pero ella quería esto. Y yo también. Joder, Tommy iba a matarme. Pero no tenía por qué enterarse, ¿o sí?
               ¿Por qué es todo tan complicado?
               Se detuvo y me miró a los ojos. Tenía mi rostro entre sus manos, y su cuerpo desnudo temblaba de frío.
               -Tommy nos mataría.
               -A ti, puede. A mí seguro. O si no, tu padre. O si no, el mío. O si no, yo mismo.
               -Haz que merezca la pena morir, entonces.
               Volvió a inclinarse hacia mí, y sabía que, cuanto más le devolviera el beso, más me costaría parar. Y tenía que parar. Era lo único que estaba claro. El problema era, ¿quería parar?
               Pues estaba claro. Si tenía que planteármelo, era que, muchas ganas, precisamente, no tenía.
               Pero debía hacerlo.
               -El. El. El-susurré, separándola un poco de mí-. Ahora no, ¿vale? Estás cansada. Y confundida. Yo también lo estoy.
               Vi cómo le rompía el corazón, pero no se merecía que la engañara.
               -Lleva apeteciéndome desde…
               -Pero no te mereces que lo haga así-negué con la cabeza.
               Se quedó pensando un momento. Acabó por asentir, y se separó de mí, y algo en mi interior protestó mientras mis pulmones volvían a coger aire y mi cerebro funcionaba a toda velocidad.
               Cogió mi camisa del suelo y se la abotonó con la rapidez de una verdadera dueña. Se sacó el pelo de dentro de ella y alisó el cuello para, a continuación, arrastrarse y revolver en uno de los cajones de Tommy, que dormía apaciblemente sin saber que yo era un traidor y un hijo de puta y un miserable, y se puso lo primeros pantalones de chándal que encontró.
               -Sácame algo a mí también, por favor-le pedí. Me lanzó otros pantalones y una camiseta y no me volvió a mirar hasta que no volví a estar vestido. Recogí la ropa que se había quitado (corrección: que yo le había quitado) del suelo e hice un gesto con la cabeza en dirección a la puerta.
               Bajamos al salón. Todavía crepitaba el fuego que habían hecho esa noche para sentarse a leer Eri, probablemente.
               La miré un segundo, ella asintió, y con gesto decidido, lancé la falda y el top a las brasas, que celebraron su llegada con euforia.
               Se sentó sobre sus piernas cruzadas, hipnotizada por el espectáculo, y la imité.
               Observamos en silencio cómo el fuego reclamaba su combustible y devoraba la ropa cual animal hambriento.
               -¿Estás bien?-le pregunté, porque como soy gilipollas, me parece que preguntarle a una chica a la que casi violan si está bien es algo acorde con la situación.
               Asintió despacio, eligiendo sus palabras.
               -Era mi top favorito-confesó por fin.
               -Puedo comprarte otro.
               -Me lo pondría sólo porque me lo compraste tú, pero…-agachó la cabeza-. Tampoco es para tanto. Además, si quieres hacerme un regalo, vuelve a acariciarme algún día como lo has hecho esta noche.
         Le dediqué mi sonrisa de Seductor™, como la llamaba Tommy, torciendo el gesto y mordiéndome un poco el labio, haciendo que el piercing brillase con luz propia, a pesar de no ser más que un aro negro.
               Tampoco tenía mucha elección: era lo único que me salía en esas situaciones.
               -S…
               -El…
               -¿Has hecho eso porque soy una chica, o porque soy la hermana de Tommy?
              Otra vez, la sombra del Maligno, también conocido como Diana, planeando sobre mi cabeza.
               -Porque necesitabas que te ayudaran… y porque eres mi amiga.
               Sonrió complacida y volvió a fijar sus ojos en las llamas.
               -Nos ocuparemos de esto. No le digas nada a Tommy.
           Debería haberle preguntado si quería que me callase sobre lo del baño, o sobre lo de la habitación. Probablemente de ambas cosas. Pero no iba a poder callármelo todo. Tenía que decírselo. Había que hacer algo. No podíamos quedarnos callados.
               Pero la forma en que el fuego bailaba en sus ojos y su cara hizo que decidiera cerrar el pico y disfrutar de lo mágico de la situación. Ya volveríamos a la realidad y a la mierda más delante. No todos los días tienes a una bruja escapada de Hogwarts frente a ti.         
               Y menos aún, a la reencarnación de Godric Gryffindor en persona.

9 comentarios:

  1. En serio, el día que dejes de escribir avisa con antelación para que pueda comprarme un bote gigante de helado, meterme en un armario y llorar. No es ni medio normal lo bien que escribes tía...

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  2. ERI JODER. ¿QUE HAS HECHO? Yo ya había empezado a shippear a El con Chad (no sé porque) y ahora me traes a Scott que parece un donut gigante de lo dulce que es. Pffff....

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    1. PUES HE METIDO LA PATA HASTA EL FONDO PORQUE ME HE DEJADO LLEVAR Y LO TENÍA TODO MUY ESTUDIADO, pero sinceramente, me gusta el rumbo que están tomando las cosas (aunque me voy a tener que romper la cabeza a partir de ahora).

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  3. Ojalá Sabrae le rompa al hijo de puta el resto de huesos que no rompió Scott. Por favor.

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  4. Seguilaaa, me encanta la nove. Amo A Scott

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