sábado, 28 de mayo de 2016

Abejita de flor en flor.

-¿Dónde cojones estabas?-ladré, cogiendo a Eleanor de la cara interna del codo y arrebatándosela a Scott, que simplemente se echó a reír, a lo “vale, estás cabreado, lo pillamos, ¿tienes que hacerte de verdad el macho con tu hermana?”.
               Pues sí, gilipollas. Sí.
               -Si querías que estuviera tirándote de las faldas toda la noche, sólo me lo tendrías que haber dicho, Jesús-bufó, zafándose de mi captura. Me giré sobre mis talones y me encaré a Scott.
               -¿Y a ti qué coño te pasa, tío? ¿Te encontraste con dos y te las trabajaste a ambas?
               -¿No teníamos prisa?-fue su respuesta-. Pues ya discutiremos de camino, joder.
               Lo imité como mejor pude y puse los ojos en blanco; tiré de mi hermana en dirección a la salida mientras Diana iba haciendo sitio… o, más bien, anunciando nuestra salida.
               Que las luces no nos hicieran justicia a ninguno o que no nos permitieran admirarla no significaba que le sentasen mal. Todo lo contrario, le daban un aire místico, casi divino, en el que su pelo rubio brillaba con un aura celestial mientras los focos violáceos y azules arrancaban chispas de diversos colores de sus ojos cada vez que se giraba y comprobaba que estábamos bien, que la seguíamos.
               Y no hubo nadie que no se girara a contemplarla según pasaba, como si estuviéramos en una procesión muy esperada que, tras horas posponiéndose por culpa de la lluvia, salía triunfal al exterior.
               Sabrae se nos unió cuando estábamos a punto de llegar a la salida, se agitó el pelo, se guardó un par de papeles en el bolsillo trasero de los shorts de cuero e hizo un globo inmenso con su chicle.
               -Tenemos que repetir lo de esta noche, ha sido bestial.
               -Menos mal que no quería subir a cantar.
               -Y no quería. Hasta que supe que mi voz puede granjearme un par de polvos.
               -Sabrae-suspiró Scott.
               -Scott-suspiró Sabrae, imitando el tono trágico de su hermano. Se cogió la gorra y le dio la vuelta; la visera pasó a estar en su lugar, la placa brillante con el símbolo de Batman brillando contra la luz de las farolas.
               -¿Tenemos tiempo a llevarlas a casa?-preguntó Scott, y yo me alegré de haber salido de la calle de las fiestas cuando lo hizo, porque sabía que tendríamos movida en el segundo en que contestara a esa pregunta.
               -Podemos dejar a Eleanor de camino, pero no nos podemos desviar.
               Scott se detuvo, Sabrae lo esquivó de milagro, mirando la pantalla de su móvil.
               -Estás de puta coña-dijo él. Diana se paró, y con ella, todos los demás. Se volvió para disfrutar del espectáculo que era ver cómo Scott y yo nos peleábamos en serio, y no de broma. Sabíamos cómo putear al otro y nuestras broncas eran inmensas; nos importaba una mierda dar golpes bajos con tal de arrancarle al otro la razón, y lo hacíamos más a menudo de lo que quisiéramos o nos atreveríamos a admitir cuando ya no estábamos de mala uva el uno con el otro.
               -¡Yo quiero ir con vosotros!-protestó Eleanor. Sabrae se levantó un poco la visera de la gorra.
               -¡Tú te callas! ¿Qué dijo mamá antes de irse?
               -Me importa tres cojones lo que dijera mamá.
               Le solté una bofetada sin pensar. Fue automático. Ella intentó devolvérmela.
               -En vez de tener la mano tan suelta, lo que deberías hacer sería escuchar, gilipollas-se metió Scott. Sabrae sonrió para sí misma, porque sabía que no se estaba enfrentando a mí, sino defendiendo a su novia, a la que nadie iba a volver a tocar sin que él se pusiera como una fiera-. Tú serás el mayor, pero la lista de los dos es ella.
               -No podemos llevárnosla.
               -Sabrae no va a venir.
               -¿Es que le caigo mal a Layla, o algo?-replicó Sabrae, abriendo los brazos. Diana le dijo que se callara, tanto por su integridad física (Scott la mataría como siguiera poniéndose chula estando él de tan malas pulgas), como por la posición privilegiada que había conseguido obtener en nuestro concierto de puñaladas.
               Yo la miré un segundo.
               -¿También quieres darle una hostia?-provocó Scott-. Es mía. Tócala y te juro por tu dios y por el mío que te destrozo aquí mismo.
               Eleanor dio un paso atrás. Sabrae también. Era la pelea más épica desde Batman vs Superman (y eso que la más épica no la habían protagonizado ni Batman ni Superman, sino Wonder Woman contra la cosa que había creado Lex Luthor), y los daños colaterales serían muy altos si seguían cerca el uno del otro.
               -Lo has hecho a posta, ¿verdad que sí, cabrón? Por eso querías que viniera también ella-Scott dio un par de pasos hacia mí, y yo hice lo propio, estábamos a medio metro y estábamos a punto de liarnos a palos. A la mierda 17 años sin tocarnos; ahora íbamos a hacerlo. Y nos íbamos a poner al día.
               -Es mejor que nosotros-repliqué yo-, y es cosa de chicas.
               -¡Una puta mierda es cosa de chicas!-ladró él, salvando la distancia que había entre nosotros y pegando nuestras frentes. Eleanor dio un paso al frente, dispuesta a meterse entre los dos; mala idea. Sabrae la agarró de la muñeca y tiró de ella, alejándola de la bronca masiva.
               Dijo un nombre, pero no fue el mío.
               Diana le dijo algo, pero yo no le presté atención, a pesar de que podría haber oído de sobra cómo le sugería que se lo volviera a llevar al baño y se lo trabajara como había hecho antes, porque estaba muy crecidito y realmente lo necesitaba. Vale, sí, lo necesitaba de veras.
               Casi fue mejor que no le hubiera hecho caso a la americana; con la mirada envenenada que le dedicó mi hermana, bastó. Si hubiera prestado atención, seguramente hubiera acabado por matarlo.

miércoles, 25 de mayo de 2016

¡Lunares al poder!

-Estás de coña-fue todo lo que dijo Tommy, abriéndonos la puerta a mis hermanas y a mí. Nos estudió con precisión, como si fuera el pintor de la Casa Real y se dispusiera a iniciar el trabajo por el que conseguiría pasar a la posteridad, y aburrir a otros estudiantes de diferentes generaciones a la nuestra añadiendo su nombre a la inmensa lista de pintores reales.
               Era ahora o nunca: debíamos ponernos en posición, ajustarnos la ropa y el pelo, comprobar que la luz que incidía sobre nosotros era la adecuada para dibujar nuestra apariencia en los libros de historia.
               -Hoy os toca a vosotros-fue todo lo que dije. Terminó de ajustarse el cinturón de los vaqueros y se sacó la camisa blanca y azul. Le brillaban los ojos como si fueran dos zafiros, y no ojos.
               Ya había echado un polvo, joder. Si es que no se le podía dejar solo.
               -Mis padres tampoco están.
               -Estarás de puta coña-repetí yo, mientras Sabrae sonreía sin que yo la viera, por detrás de mí. Duna se metió en casa de Tommy, en busca de Dan y Ash; Shasha se apoyó en la pared de la puerta y se contempló las uñas.
               -Eso os pasa por querer dejarme sola. El universo quiere que obedezcas a mamá y papá, Scott.
               -Tú cierra la boca, que la cosa no va contigo.
               -¿A qué hora vuelven?-quiso saber Tommy, haciéndose a un lado y dejándonos pasar. Le miró el culo a Sabrae.
               Una parte de mí, le echó la culpa a ella. Sólo se le podía ocurrir llevar unos pantalones de cuero cortos con unas medias negras en pleno noviembre. Tenía que llamarle la atención.
               A otra le apeteció romperle los dientes, porque, ¿cómo se atrevía a mirar así a mi hermana?
               ¡¿Mi hermana pequeña?!
               ¡¡¿Mi hermana pequeña, que ni siquiera había cumplido los 15?!!
               ¿Qué pasa a los 15, Scott?, se rió una voz en mi cabeza, una voz que se parecía demasiado a la americana como para que yo no le cogiera asco nada más oírla, ¿se vuelven legales?
               -No me lo han dicho.
               -Los míos tampoco.
               -Pues tenemos un problema, y gordo, hermano. Yo no me he vestido para quedarme en casa.
               -Vaya, pero si hasta te has duchado-se burló él, cerrando la puerta. Shasha clavó los ojos en sus posaderas. Joder, cuánta tensión sexual había entre nuestras familias. Ya estaba bien.
               -Cierra la boca. Tam y Bey nos esperan.
               -Espero que estén sentadas.
               -No se hablan.
               -Hacen bien-respondió él, encogiéndose de hombros y tirándose en el sofá.
               -¿Tu hermana?-pregunté, y Sabrae me dirigió una mirada cargada de intención. Shasha sonrió. Duna no dijo nada, porque era la única discreta de la familia y la única de las tres que todavía conservaba un poco del amor fraternal con el que nacían. Las otras dos ya lo habían perdido por mí. Si no fuera porque les mancharía la ropa, le contarían a Tommy qué pasaba entre Eleanor y yo, sólo para disfrutar del espectáculo de verlo destrozarme. Puede que debieran avisar a Diana si tenían pensado irse de la lengua.
               -Diana y ella están cambiándose-bufó, cambiando el canal de uno de deportes a otro de películas antiguas. Duna y Astrid chillaron a la vez; Shasha y Sabrae las miraron. Tommy y yo no nos inmutamos.
               -¿Qué vamos a hacer?
               -Como no nos turnemos, vamos bien. Me han dicho que me quede y que te llame y que veamos una película o algo, y que nos hagamos palomitas.
               -Mi madre ha pedido pizza.
               Tommy me miró con las cejas alzadas.
               -Por Dios, Scott. Sí que van en serio. Quieren ver quién les desobedece antes.
               -¿Y si lo hacemos a la vez?
               -Me la estoy jugando mucho con Diana como para encima reírme de ellos en su puta cara, y, ¿sabes qué? Le tengo aprecio a mi vida. Es la única que tengo. Disculpa si no la doy por un par de chupitos.
               Sabrae subió las escaleras de dos en dos, toda una hazaña, si teníamos en cuenta las botas de tacón que se había puesto, y que hacían que todos los centímetros que mi ADN y la diferencia de edad que había entre nosotros se disiparan en un par de segundos, los que tardó en atarse los cordones y ponerse en pie.
               Shasha se dejó caer en el sofá, miró con aburrimiento la pantalla, y se sacó el móvil del bolsillo. Se había puesto unos vaqueros rotos, y ni se había molestado en cambiarse la sudadera de andar por casa.
               Porque la casa de Tommy también era la suya. Íbamos con la misma ropa estuviéramos en la casa cuyas escrituras estaban a nombre de Louis y Erika o de mis padres, sin distinción.

jueves, 19 de mayo de 2016

No mires al mal.

A Diana no le importaba una mierda que Scott quisiera dormir. Al igual que a él no le importaba una mierda ella.
                Otra cosa era que Layla todavía no se hubiese levantado; eso ya era una cuestión diferente. Como mujeres, debían apoyarse. Especialmente ahora que Diana intuía lo que estaba sucediendo, pero no parecía atreverse a preguntar para confirmarlo.
                Pero, en cuanto la inglesa dio señales de vida, la americana se tomó como algo personal, una especie de misión trascendental que le reportase un pasaje al cielo, el hacer todo el ruido posible.
                Abrió cajones, sacó platos, volvió a guardarlos, revolvió hasta encontrar una taza que le satisficiera (que, curiosamente, resultó ser la primera de las 5 que sacó), escarbó en la nevera buscando leche abierta…
                Yo no le dije nada, estaba demasiado perdido en la jungla que eran mis pensamientos y mi mar de lástima por Layla que apenas podía escucharla.
                Pero Layla sí.
                -Diana, Scott está durmiendo.
                Si se lo hubiera dicho yo, me habría mandado a la mierda y me habría jugado una bofetada casi seguro. Sin embargo, no había sido yo el del recordatorio, así que asintió con la cabeza, decidiendo que Layla bien podía ser la madre de la manada por un día, y se dedicó en silencio a sus quehaceres de conseguir un desayuno consistente.
                Layla jugaba con un cruasán, lo paseaba de un lado a otro como entrenándolo para una maratón de dulces.
                -Me asusté cuando se metió en la cama conmigo.
                -Ah, ¿que habéis dormido juntos?
                -No, Diana, si te parece, lo ponemos a dormir en el suelo-gruñí. Con aguantar las pullas de él tenía bastante, no necesitaba también las de ella. Me miró por encima de su taza a rebosar de café con leche sin decirme una palabra. Esa insolencia mía me costaría un par de polvos, pero me daba igual. Necesitaba estar tranquilo, pensar con calma qué íbamos a hacer a partir de entonces.
                Era sábado. El móvil de Layla no había parado de encenderse. Ella le había mandado un mensaje a su novio (no quería usar la palabra que empezaba por v aún) diciéndole que no se preocupara, que estaba en mi casa porque había bebido demasiado y mis padres no le habían dejado conducir. Sí, bueno, algo por el estilo.
                Mis padres no la dejarían regresar a Londres si se enteraran de lo que nos traíamos entre manos.
                -No me acordaba de dónde estaba.
                -Estás en casa-le dije, porque soltarle una mentirijilla a una niña desvalida como ella tampoco podía ser un pecado mortal. ¿Y qué si lo fuera?
                -Para todo lo que necesites, nos tienes aquí, Lay. Para todo-enfatizó Diana, que no la conocía más que de cuatro o cinco encuentros desperdigados por sus vidas, pero habían conectado al instante.
                Layla conectaba al instante con todo el mundo.
                -No sé qué voy a hacer ahora. Ni siquiera sé cómo llamaré a mis padres y les diré que hoy no voy a Wolverhampton.
                -Con el móvil. Están un poco lejos para que lo hagas a gritos.
                Diana puso los ojos en blanco, porque no entendía que lo que necesitaba Layla era reírse un poco. Aunque fuera de gilipolleces.
                -No puedo volver a casa. Pero es lo que tengo que hacer.
                -Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras. ¿Por qué no aprovechas el fin de semana para relajarte y vas el lunes por la mañana? Porque vas a por tus cosas, me imagino, ¿no?
                -Todavía no he decidido qué es lo que voy a hacer.
                Diana se lo olía, lo notaba en el aire. Lo veía en sus ojos cuando los bajaba y se rascaba el brazo, sumida en sus pensamientos. Lo escuchaba en su voz cuando decía la palabra “casa”, con el convencimiento del académico de la lengua que usa frases cortas e imprecisas con un niño pequeño porque sabe que no va a entenderlo de otro modo.
                -Dejarlo, evidentemente. Espero. ¿No?-sugirió la rubia. Yo asentí con la cabeza, pero Layla dejó de jugar con su cruasán y agarró la taza que le habíamos llenado varias veces ya con las dos manos. Se le pusieron los nudillos blancos cuando la apretó. Su mirada estaba perdida, y su mente vagabundeaba por rincones de la galaxia a los que ninguna nave había conseguido llegar aún.
                -Todo es tan… tan…
                Sacudió la cabeza, impotente. No tener palabras cuando necesitas hablar es de las peores cosas que pueden pasarte.
                -Te diré lo que haremos. Vas a llamar a alguna de tus amigas de la facultad. Dile lo que pasa. Que venga contigo y no te deje sola en todo el tiempo que estéis aquí. Piensa con calma tu siguiente movimiento. A Chris-me cuidé mucho de evitar decirle “tu novio”- dile que vas a coger directamente el tren a Wolverhampton y que os veis el domingo. Invéntate que es el cumpleaños de alguna tía anciana que tengas y que no vas a poder llamarle.
                -No nos llamamos nunca.
                -Ah. Vale. Mejor. Eso nos puede servir. Y luego…
                -Eso ya era mal síntoma, ¿verdad?-preguntó, levantando la mirada. Diana cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro-. Que no nos llamásemos cuando yo me iba al norte, digo. No lo hice nunca. Nos mandábamos mensajes.
                -No tiene por qué…
                -¿Cada cuánto os llamaréis cuando Diana vuelva a Nueva York? –preguntó, mirándonos alternativamente. Diana y yo también nos miramos el uno al otro.
                -Nosotros no estamos…
                -Sólo es…
                -Entre Tommy y yo no hay…
                -Simplemente nos acostamos. De vez en cuando.
                -Más que de vez en cuando.

domingo, 15 de mayo de 2016

Curly squad goals.

Mis pesadillas no son muy originales. Casi siempre tienen el mismo contenido, porque, ¿para qué esmerarse produciendo algo nuevo, si lo viejo tiene efectos tanto o más buenos?
               Tengo el vientre ligeramente abultado. Estoy de unos cuantos meses. No muchos. Sé con la seguridad que sólo puedes tener cuando estás en los brazos de Morfeo que no es de Chris.
               Eso hace que lo quiera. O, por lo menos, que lo haga un poco más.
               Estoy echada en la misma cama en que me he dormido. Eso sí es nuevo.
               Lo que no es nuevo es la figura que hay sentada al borde de la cama. Creo que se está calzando.
               No, no, se está desnudando. Se desabotona la camisa. Se levanta, se la quita y la deja colgada de una silla. A continuación, los pantalones.
               Yo no estoy desnuda, pero el camisón que llevo puesto hace que lo parezca. Tengo el ombligo vuelto del revés. El bebé ha hecho que se me dé la vuelta.
               Es una niña.
               La acaricio inconscientemente, como si mis manos tuvieran superpoderes y fueran a crear un escudo entre ella y la sombra, y contemplo al desconocido.
               No es un desconocido. Sé de sobra quién es.
               Es joven para hacerlo, o eso me parece a mí, pero creo que ella se estremece en mi interior.
               -Sabía que volverías, nena-dice. Si tuviera cuerdas vocales y aire con que hacerlo, mi hija chillaría.
               Me incorporo un poco, doblando las piernas debajo de mi cuerpo.
               -Chris.
               -Siempre vuelves.
               Se está quitando los pantalones. Estoy embarazada de otro pero eso a él no le importa.
               Me noto la alianza en los dedos. Estoy casada con otro. No le conozco, pero le soy fiel. Le quiero. No quiero hacerle daño, y sé que estando en la misma habitación que Chris, ya se lo estoy haciendo.
               -Yo…
               -Así estás preciosa. Incluso con eso-señala mi vientre, yo reprimo el impulso de decirle que no es ningún “eso”.
               Se inclina hacia mí, hacia nosotras. Me echo a temblar inconscientemente, pero no me muevo. Meses, años, de experiencia, me han enseñado que lo mejor es no moverse. El que hace el primer movimiento, pierde.
               Me acaricia la cara muy despacio. Es el Chris de Wolverhampton. El que me hizo el amor con timidez. Era la primera vez que estaba con una chica, yo fui su primera vez. Él no fue la mía, pero no le importó.
               Me pidió perdón cuando se excitó tanto al quitarme yo el sujetador que se derramó incluso antes de entrar en mí. Recuerdo que yo me reí. Le dije que no pasaba nada, lo acaricié despacio y le enseñé cómo tenía que hacerme lo que quería hacerme cuando volvió a estar en condiciones de estar con una chica. Me gustó su ternura.
               -Déjame verte-me pide. Yo trago saliva. Estoy enamorada de él. Pero estoy casada con otro. No puedo hacerlo. No debo hacerlo. Seré una persona horrible si lo hago.
               Lentamente, baja sus manos por mi cuello. Tira un poco del tirante y lo desliza por mi hombro. Me cuesta respirar. Mi hija está expectante. Ella tampoco se atreve a moverse. Es lista. Más lista que yo.
               Repite la misma operación con el otro tirante. Tengo los pechos al aire. No lo había tenido tan grandes en toda mi vida. Chris sonríe. El camisón no baja más allá de mi cintura. La pequeña se lo impide.
               -Siempre supe que estarías preciosa incluso estando preñada.
               -Chris…
               -Sh-me pone un dedo en la boca. Se acerca a mí. Está en calzoncillos. Se está endureciendo. Cuando se inclina hacia mí para besarme, besarme la boca, la clavícula y los pechos, sus caderas rozan mi vientre abultado.
               Hay diez centímetros de distancia entre lo que más quiero y lo que más asco me da en el mundo.
               -Lo bueno de que estés así, es que tenemos barra libre durante nueve meses.
               -Chris, no, para, por favor.
               Hace caso omiso de mis súplicas. Ya no puedo ponerme chula. Llevo mercancía demasiado preciada como para ponerme a dar bandazos en una carretera comarcal.
               Sus manos se cuelan por mis muslos. Arrastra despacio las bragas lejos de mí. Yo no puedo hacer casi nada. No puedo incorporarme y estirarme para detenerlo. Mi hija está ahí.
               Algo frío me araña la piel. Parece metálico.
               Deseo hablar todos los idiomas del mundo para rezarles a todos los dioses habidos y por haber. Las diosas suelen escuchar mejor; tengo que aprender griego antiguo. Y egipcio. Y mesopotámico.
               -Chris. No. No quiero. Se acabó.
               -Eso dijiste la otra vez. Y la anterior. Y la anterior. Llevas diciendo que se acabó tanto tiempo…-suspira trágicamente. Me separa las piernas. Yo intento cerrarlas, pero ya está dentro, haciéndome imposible volver a juntar las rodillas.
               Se termina de desnudar. A pesar de mi costumbre, lo veo. Me lo quedo mirando. Él sonríe y juega con eso.
               -Te gusta.
               -Por favor, para. Mírame. Haré lo que sea. Déjanos tranquilas. No le hagas daño.
               Se acerca hacia mí. Su punta está en mi sexo. Lo siento palpitar. Se me desliza una lágrima por la mejilla. Cierro los ojos con fuerza. Le pido perdón a mi hija.
               Lo siento tantísimo, mi reina…
               -No voy a hacerle nada, Lay. Yo también la quiero.
               Por un momento, me entra un ataque de pánico. No puede ser suya. Es lo mejor que me ha pasado. No puede ser el producto de mi maldición. No debo dejar que sea el producto de mi maldición.
               -…aunque sea de otro. Pero tú eres mía.
               Me la mete. Me hace mucho daño. Mi hija se revuelve en mi interior. Aunque sé que es imposible en este estado del embarazo, me lo imagino alcanzándola.
               Y eso acaba con la poca cordura que me queda.
               Me revuelvo. Chillo. Pataleo. Muerdo. Él me da una bofetada. Yo le doy otra. Él me agarra del cuello y me obliga a reclinarme. Me lo hace con muchísima fuerza. Empiezo a sangrar. Me aprieta el cuello. Me arden las entrañas. Me arde el alma de pura rabia y terror.
               Me aprieta la garganta lo suficiente como para que no pueda defenderme, pero no lo bastante como para que pierda el conocimiento. Lleva un tiempo gustándole ver mi expresión mientras me fuerza. Ahora ya no se engaña, ya no dice que no puede controlarse. Le gusta violarme. Le encanta el odio que hay en mis ojos cuando lo hace.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Khaleesi.

Me encanta venir a ver a los Tomlinson. Escuchar las diferentes conversaciones que se desarrollan en una mesa abarrotada de gente. Es lo que sucede cuando tienes el doble de hijos que mis padres, y entre ellos se llevan menos edad que Rob y yo.
               Eleanor y Louis están enzarzados en una acalorada discusión sobre quién fue el mayor exponente de la música negra. Eleanor dice que Michael Jackson. Desde que él murió, el pop es una república. Por mucho que intenten dotarle de un nuevo rey, no va a haber otro como él.
               Louis está ofendido porque no cree que se pueda considerar “exponente” de la música negra a una persona que murió siendo blanco nuclear. Y eso que él es el profesor de música.
               Ah, pero, claro, tenemos a Whitney Houston. Atrévete a mantener notas tan potentes como las suyas en períodos igual de largos que los mantenía ella.
               Astrid pone los ojos en blanco ante algo que su madre le comenta. Diana sonríe mientras frunce el ceño por un comentario de Tommy.
               Yo estoy demasiado ocupada contemplando la mano de Dan acariciando la mía, deseando encontrar una lámpara en el desierto que le haga crecer diez años en una noche.
               -Tienes las manos tan suaves, Lay.
               -Gracias, mi amor.
               -Tienes que venir más a menudo, Lay. Te echo muchísimo de menos.
               Empezaron a picarme los ojos. Cuando estoy sola en casa, disfrutando de la tranquilidad del ojo del huracán, a veces me acuerdo de él. En lo poco que se parece a su hermano y lo muchísimo que se parece a su hermana mayor. En lo inocente que es. Sólo Rob podría igualarlo.
               Ash ya es más espabilada que él, a pesar de ser un par de años menor. Pero es niña. Y escucha. Aprende deprisa.
               Igual que debería haber aprendido yo.
               -Te quiero un montón, pequeñajo-le digo, y él me abraza la cintura y se aprieta a ella. Contengo un gemido; me está haciendo daño, pero es un daño diferente. Un daño al que no estoy acostumbrada. Es un daño tranquilo, como de recuerdo. Es tu corazón cuando te lo han roto y alguien se cruza en tu camino. “Estoy aquí, seguimos vivos, estamos bien dentro de lo que cabe”.
               No es el daño del infarto cuando te das cuenta de que te has vuelto a pasar de la raya. No es el daño rabioso que luego intentarán calmar con un perdón desde lo más profundo de un alma que apenas llega a los dos centímetros en su parte más honda y complicada.
               -Y yo a ti, Lay-murmura contra mi cuerpo, apretando el suyo un poco más. Como siga así, no voy a poder controlarme. La presión ya llega a mis entrañas.
               Y me regala el honor de ser la primera chica a la que le pide que duerma con él.
               -¿No crees que vas un poco rápido para eso? Primero, deberías regalarme flores.
               A mí no me regalaron flores. Pero se lo digo porque tengo que convertirlo a toda costa en un príncipe azul. Si yo no puedo disfrutarlo, por lo menos que lo haga otra.
               Alguna que realmente se lo merezca.
               -Te quitaré el trabajo para poder pagarte la floristería entera.
               A Chris no le saldría una frase así ni aunque estudiara tres carreras relacionadas con poesía y estuviera pensando una semana entera sin parar. Qué fácil lo hacen todo los niños.
               Voy a contestarle cuando llaman al timbre. Todos los Tomlinson se quedan en silencio.
               -Seguro que es Scott-murmura Tommy, que no hace amago de moverse. Está cómodo con las rodillas pegadas a las de Diana.
               Ella no lo mira como si estuviera dispuesta a seguirlo al fin del mundo, pero consigue que esté cómodo con ella. Y eso ya tiene mérito.
               -Eleanor-ordenan Erika y Louis a la vez. Eleanor suspira, se desliza por la silla hasta el suelo y va a abrir. Los demás retoman la conversación, pero yo me fijo en el reloj. El segundero pasa dos veces por el número 5 antes de que ella vuelva con el susodicho, al que anuncia con un:
               -Mirad qué paquete nos han dejado en la puerta.
               Lo ignora a pesar de que seguramente ha estado besándolo esos dos minutos que ha tardado en recorrer menos de 20 metros. No se atreve a mirarlo porque apenas puede controlar la sonrisa. Y él tampoco. Se apoya en la mesa y mira directamente a Tommy; alza las cejas, y se muerde un poco el piercing.
               -Vamos a emborrachar a Layla esta noche.
               Tommy se echa a reír.
               -¿Nada de preliminares, hermano?
               -Los preliminares son para pringados-replica Scott, echándose a reír. Diana pone los ojos en blanco y Eleanor sonríe para sus adentros, llevando su plato al fregadero. Parece que Whitney Houston es, después de todo, el mayor exponente de la música negra.

jueves, 5 de mayo de 2016

Layla.

¿Sorprendida, perra? Apuesto a que pensabas que habías visto lo último de mí.
¡Es broma! Aunque, si te soy sincera, yo también estoy sorprendida de haber vuelto tan pronto. Sí, sigue siendo mayo. No, no he dejado la universidad. Sí, estoy estudiando para mis exámenes. Lo cual no me implica de estar todo el puto día con ansiedad porque lo que quiero hacer es escribir. Pero, ¡aaaamiga! Llega la noche, y cuando antes me pasaba dos horas viendo películas, ahora tecleo como una loca.
No puedo prometerte regularidad, porque no sé cómo estaré de agobiada la semana que viene, cuando ya tendré hecho un examen. Quiero garantizarte el capítulo del día 11, que para algo ese día es sagrado, pero no sé si te puedo dar una garantía del 100%. Dejémosla en un 75.
Y para el resto... sé paciente. Y deséame suerte. Créeme, la voy a necesitar.
¡Ah, y otra cosa! ¡Sigue dejándome comentarios! ¡A d o r o saber qué es lo que piensas, mi pequeño melocotón aframbuesado!


               Termino de barrer la parte trasera de la tienda mientras mi relevo llega a ocupar mi sitio. Es una chica de primer año de universidad, que ha venido a Londres con la esperanza de participar en algún musical. Aunque sea de figurante, da lo mismo. El caso es probar la miel de los escenarios y, con un poco de suerte, fundar su propia colmena.
               Me sonríe con calidez mientras le paso la escoba, y por un momento la llego a envidiar. Van a tratarla mal, sí, probablemente, pero las caras de confundirán las unas con las otras, y podrá dormir bien por la noche. El agotamiento la ayudará. En cambio, yo…
               Me quito el delantal, lo levanto sobre mi cabeza, pronuncio el nombre de mi jefe para captar su atención, y lo dejo encima de la barra, ante sus ojos. Él asiente, muy serio, pero me dice que me divierta. No suelo pedirle los días libres, ni tampoco salir antes, pero la verdad es que hoy me apetece cambiar de aires. Dejar el aire viciado del centro y la atmósfera cargada de contaminación acústica para irme a las afueras, disfrutar del relativo silencio y lo puro de los barrios de los suburbios.
               No me sonríe porque le estoy haciendo perder dinero, pero me dice que me lo pase bien porque se alegra de que tenga vida más allá del bar. Lo cual no casa muy bien con sus intereses, pero tengo un algo especial que hace  que todo el mundo se sienta atraído por mí. El problema es que, después, no son capaces de abandonarme. Y yo no quiero ser la primera en tener que decir adiós. Lleva toda la carga de la palabra: sufres por ser el que tiene el poder de revocar la despedida, y por el sufrimiento que sabes que le estás causando a la otra persona.
               Cojo el metro, me lo pienso mejor y me bajo dos paradas antes de llegar a casa. Tal vez, si tardo lo suficiente, ya haya salido con sus amigos. Así podré comer algo, ducharme tranquila y elegir qué me pongo vestida sólo con una toalla.
               Las toallas son su perdición.
               Toda yo soy su perdición.
               Me lo recuerda cada vez que me mira, cada vez que nos encontramos, cada vez que me separa las piernas y me hace suya con fuerza. No puede controlarse porque soy preciosa. A pesar de que soy demasiado alta, parezco un espárrago, él me desea y me quiere de todas formas.
               Me deja marcas para recordármelo. Marcas en sitios en las que las puedo esconder, porque está mal visto que me marque, pero lo hace porque me quiere. Excepto cuando se pasa y me duele de verdad. Él, en realidad, no quiere hacerme daño. Me adora. Le hago perder el control, tanto en la cama como fuera de ella.
               El nudo en el estómago tarda un poco más en formárseme. En lugar de aparecer cuando doblo la esquina de mi edificio o al meter la llave en el portal, decide aparecer, por fin, cuando marco el número del piso dentro del ascensor. Es tarde, seguro que ya no está en casa.
               Si papá y mamá me vieran… iba a matar a mamá de un disgusto.
               Empujo la puerta despacio, sin hacer ruido. Soy una damisela en apuros que va a salir de su alcoba, a intentar escapar del castillo en el que la custodia un dragón.
               Tomo aire, lo suelto, y meto la llave en la puerta. La empujo despacio y escucho ruidos. Por favor, que se esté calzando para salir.
               -¿Nena? ¿Eres tú?
               ¿Quién iba a ser, si no? Sólo él y yo tenemos las llaves.
               El susurro de unos vaqueros al subirse. Se levanta de la silla de su escritorio y se me revuelven las tripas. Se estaba masturbando.
               Le gusta el porno con asiáticas. Aunque me asegura que más le gusto yo.

domingo, 1 de mayo de 2016

Lacasitos con gafas de sol.

Voy a dejarte un mensaje que seguramente no te entusiasme ahora que vas a leer; con un poco de suerte, te gustará el capítulo y se te quitarán las ganas de venir a apuñalarme a mi casa: no sé cuándo voy a subir el siguiente capítulo. Como probablemente sepas, mayo es época de exámenes universitarios. Y yo, sorprendentemente, estoy en la universidad. Tengo que centrarme y estudiar lo que no he estudiado este semestre, así que terminaremos echando de menos a Tommy, Diana, Scott, Eleanor, y compañía.
Es posible que escriba todos las noches un pedacito de historia (porque me conozco y veo cómo me tiene esta putísima novela), pero no quiero comprometerme a nada que no sé si podré cumplir.
Espero que te guste el capítulo y, ya que estamos, que me desees suerte.
Nos vemos pronto.♥


               Al principio, Layla ni siquiera se fijó en nosotros. Me odié a mí mismo por desperdiciar la oportunidad de acariciarla una última vez, de probar la cereza de su boca, pero en el fondo supe que no merecía la pena arriesgarlo todo cuando probablemente nos quedasen menos de diez minutos metidos en el bar.
               No obstante, yo me lo recriminé igual. Podía recriminarme muchas otras cosas, pero decidí decantarme por esa, ¿por qué no?
               Eleanor jugó con su pajita, dio un largo trago para compensar lo poco que había bebido hasta entonces (calculando, eso sí, a la perfección lo que debería haber llevado de no ser por tener la lengua metida en otros lugares más apetecibles) y pegó su pierna a la mía.
               Me acarició con el pie por debajo de la mesa, sin inmutarse, mientras Layla se hacía una coleta, se ponía medio delantal negro y miraba en derredor, buscando a quién atender.
               Le sonreímos a la vez, últimamente lo hacíamos todo a la vez: excitarnos, corrernos, sonreír… ya quisiera Apple que sus dispositivos se sincronizaran a nuestra velocidad.
               Se acercó a nosotros con la sorpresa dibujada en la cara. Los dos nos levantamos para darle un par de besos; también tenía madre española.
               Y también era como mi prima.
               Mira, igual que la que te follas.
               -¿Qué hacéis aquí, tan solitos?-fue lo primero que preguntó, porque la ecuación Tommy-Scott daba como resultado una indeterminación imposible de resolver. Teníamos personalidad separada, pero para el resto de la gente éramos poco menos que siameses. 17 años convalidaban tales ideas.
               -Tenía que ir a comprar una cosa, y Scott vino conmigo mientras Tommy se quedaba con Diana-explicó Eleanor, levantando la bolsa de papel y tendiéndosela a Layla, que la cogió, alzó las cejas a modo de pregunta y exploró el contenido.
               No pude contener una sonrisa cuando sacó el top blanco, después de alabar el negro, y soltó:
               -Uy, no, éste es mejor.
               Los Payne llevaban toda la vida siendo unos sabios, y aquello no iba a cambiar en un futuro próximo. Se lo pegó al cuerpo y contempló cómo le quedaba, suspirando trágicamente.
               Layla era muy alta. Y cuando digo muy alta, es “bastante más alta que yo”, que tampoco soy un tapón entre los tíos. A ver, los hay más altos, evidentemente, pero la población masculina más baja que yo era superior a la población más alta.
               -A mí no me quedan bien estas cosas, chiquilla, no sé por qué sigo insistiendo-musitó, devolviéndole el top a Eleanor, que lo dobló con infinito cariño (normal) antes de meterlo en la bolsa.
               -Te tiene que quedar bien a la fuerza, con esa tripa que tienes. Parece una pista de aterrizaje.
               -Sí, corazón, el problema es que parece una pista de aterrizaje por lo larga que es. Horroroso-suspiró, apoyando una cadera en la mesa y contemplando su vaso y mi botella-. ¿Queréis que os traiga más?
               Los dos negamos con la cabeza, ya nos daría tiempo de pelearnos por quién pagaba después. Spoiler: iba a pagar Eleanor, porque “ya se sentía bastante mal por haber dejado que le comprara dos tops”.
               Di que sí.