miércoles, 11 de mayo de 2016

Khaleesi.

Me encanta venir a ver a los Tomlinson. Escuchar las diferentes conversaciones que se desarrollan en una mesa abarrotada de gente. Es lo que sucede cuando tienes el doble de hijos que mis padres, y entre ellos se llevan menos edad que Rob y yo.
               Eleanor y Louis están enzarzados en una acalorada discusión sobre quién fue el mayor exponente de la música negra. Eleanor dice que Michael Jackson. Desde que él murió, el pop es una república. Por mucho que intenten dotarle de un nuevo rey, no va a haber otro como él.
               Louis está ofendido porque no cree que se pueda considerar “exponente” de la música negra a una persona que murió siendo blanco nuclear. Y eso que él es el profesor de música.
               Ah, pero, claro, tenemos a Whitney Houston. Atrévete a mantener notas tan potentes como las suyas en períodos igual de largos que los mantenía ella.
               Astrid pone los ojos en blanco ante algo que su madre le comenta. Diana sonríe mientras frunce el ceño por un comentario de Tommy.
               Yo estoy demasiado ocupada contemplando la mano de Dan acariciando la mía, deseando encontrar una lámpara en el desierto que le haga crecer diez años en una noche.
               -Tienes las manos tan suaves, Lay.
               -Gracias, mi amor.
               -Tienes que venir más a menudo, Lay. Te echo muchísimo de menos.
               Empezaron a picarme los ojos. Cuando estoy sola en casa, disfrutando de la tranquilidad del ojo del huracán, a veces me acuerdo de él. En lo poco que se parece a su hermano y lo muchísimo que se parece a su hermana mayor. En lo inocente que es. Sólo Rob podría igualarlo.
               Ash ya es más espabilada que él, a pesar de ser un par de años menor. Pero es niña. Y escucha. Aprende deprisa.
               Igual que debería haber aprendido yo.
               -Te quiero un montón, pequeñajo-le digo, y él me abraza la cintura y se aprieta a ella. Contengo un gemido; me está haciendo daño, pero es un daño diferente. Un daño al que no estoy acostumbrada. Es un daño tranquilo, como de recuerdo. Es tu corazón cuando te lo han roto y alguien se cruza en tu camino. “Estoy aquí, seguimos vivos, estamos bien dentro de lo que cabe”.
               No es el daño del infarto cuando te das cuenta de que te has vuelto a pasar de la raya. No es el daño rabioso que luego intentarán calmar con un perdón desde lo más profundo de un alma que apenas llega a los dos centímetros en su parte más honda y complicada.
               -Y yo a ti, Lay-murmura contra mi cuerpo, apretando el suyo un poco más. Como siga así, no voy a poder controlarme. La presión ya llega a mis entrañas.
               Y me regala el honor de ser la primera chica a la que le pide que duerma con él.
               -¿No crees que vas un poco rápido para eso? Primero, deberías regalarme flores.
               A mí no me regalaron flores. Pero se lo digo porque tengo que convertirlo a toda costa en un príncipe azul. Si yo no puedo disfrutarlo, por lo menos que lo haga otra.
               Alguna que realmente se lo merezca.
               -Te quitaré el trabajo para poder pagarte la floristería entera.
               A Chris no le saldría una frase así ni aunque estudiara tres carreras relacionadas con poesía y estuviera pensando una semana entera sin parar. Qué fácil lo hacen todo los niños.
               Voy a contestarle cuando llaman al timbre. Todos los Tomlinson se quedan en silencio.
               -Seguro que es Scott-murmura Tommy, que no hace amago de moverse. Está cómodo con las rodillas pegadas a las de Diana.
               Ella no lo mira como si estuviera dispuesta a seguirlo al fin del mundo, pero consigue que esté cómodo con ella. Y eso ya tiene mérito.
               -Eleanor-ordenan Erika y Louis a la vez. Eleanor suspira, se desliza por la silla hasta el suelo y va a abrir. Los demás retoman la conversación, pero yo me fijo en el reloj. El segundero pasa dos veces por el número 5 antes de que ella vuelva con el susodicho, al que anuncia con un:
               -Mirad qué paquete nos han dejado en la puerta.
               Lo ignora a pesar de que seguramente ha estado besándolo esos dos minutos que ha tardado en recorrer menos de 20 metros. No se atreve a mirarlo porque apenas puede controlar la sonrisa. Y él tampoco. Se apoya en la mesa y mira directamente a Tommy; alza las cejas, y se muerde un poco el piercing.
               -Vamos a emborrachar a Layla esta noche.
               Tommy se echa a reír.
               -¿Nada de preliminares, hermano?
               -Los preliminares son para pringados-replica Scott, echándose a reír. Diana pone los ojos en blanco y Eleanor sonríe para sus adentros, llevando su plato al fregadero. Parece que Whitney Houston es, después de todo, el mayor exponente de la música negra.

               No la he visto estando con él más que aquellos arrumacos más bien intuidos en el bar, pero sé por su mirada baja, sus comisuras alzadas y sus mejillas ligeramente encendidas que Scott se acaba de marcar un farol de campeonato. Seguro que la besa hasta que casi le suplica que le haga el amor. Seguro que la acaricia hasta hacerle perder la razón. Seguro que ella se retuerce entre sus brazos antes incluso de que termine de desnudarla. Siempre despacio, disfrutando del proceso.
               El sexo para ellos es un baile, y para Chris y para mí, una carrera. Pero no una cualquiera: los cien metros lisos, disputados en las cuartas olimpiadas que tienen lugar en la gloriosa capital de nuestro país.
               Dan parece intuir que mi mente está abandonándolo, y no va a ser segundo plato de nadie. Ni siquiera mío. Se separa de mí, dejando tranquilas mis magulladuras, y ayuda a su hermana.
               Los jóvenes nos levantamos mientras los mayores nos contemplan marchar, puede que añorando las épocas pasadas, tal vez sintiendo lástima por nosotros porque mañana nos levantaremos con una resaca de aúpa.
               Los días festivos en los que no me merece la pena subir a Wolverhampton, me los suelo pasar borracha. Sé que Chris se aprovecha de mi estado, pero me da igual. Mientras no me entere de lo que me hace, puede tenerme como quiera y cuando quiera, las veces que le dé la gana.
               Ya lo hace, de todas formas.
               -¿No vienes, El?
               Las tres chicas nos quedamos a cuadros. Diana también lo sabe. ¡Diana también lo sabe!
               Diana mira a Tommy. Yo miro a Scott. Eleanor los mira a los dos alternativamente.
               Es un maestro del suspense. Hitchcock no es nada comparado con Scott Malik.
               Eleanor le da la contestación del siglo cuando replica:
               -¿Y hacer cinco en el grupo? Eres un Malik; ¿no te tentará largarte en mitad de la fiesta?
               Scott será un Malik, pero esa velocidad en la respuesta, y la calidad de ésta, y el tono de ésta, la convierte a ella automáticamente en la Tomlinson más auténtica. Más incluso que su padre. Alza las cejas cuando todos se echan a reír.
               Como si la marcha de Zayn de la banda no hubiera sido la peor época, con diferencia, de la vida de nuestros padres. Papá perdió las ganas de hacer nada; sólo salía a los conciertos, y se pasó casi dos meses intentando no llorar. Niall rellenó libretas y libretas con letras de canciones en un intento desesperado por conseguir material para el grupo y que éste no naufragara.
               Harry se volcó en asegurarles a las fans que todo seguía adelante.
               Lo peor había sido para Louis. Louis, que le dio la espalda a prácticamente todo, que se jugó a una carta su relación con Erika a cambio de emborracharse casi cada semana, y meterse todo lo que hubiera en el cuerpo intentando rellenar el vacío que había dejado Zayn.
               Y ahora es él quien más se ríe. Aquella época es sólo una mala historia encerrada en un libro con 364 más: una para cada día, cuéntale la de la fecha de hoy a tu hijo.
               -Ponme a prueba-la tienta Scott. A Diana y a mí no nos explota un ojo de la tensión sexual que hay entre ellos de puro milagro. Y Tommy ni se inmuta.
               El pobre es tonto perdido.
               -Otro día, Scott.
               Diana y yo nos miramos. Para nada se están follando el uno al otro oralmente hablando. Esto es increíble.
               Cuando salimos por la puerta al frío de la noche, Tommy se vuelve hacia él.
               -Deja de tirarle la caña a mi hermana. Último aviso.
               -Lo hago para ponerte celoso, mi amor-replica Scott, que es un mentiroso de campeonato al que vamos a tener que vigilar muy de cerca-. Para que te des cuenta de lo que te estás perdiendo-le ha pasado un brazo por los hombros y ahora lo agarra de la mandíbula. Le da un golpecito cariñoso y exige-: Venga. Al bar de Jordan. Que nos adelanten la hora feliz.
               -Son las diez de la noche-espeta Tommy. Scott se vuelve y abre los brazos.
               -Y yo soy la persona más guapa que está pisando este país.
               -Estoy aquí-protesta Diana, frunciendo el ceño ligeramente.
               -Tú no eres una persona; da gracias si te categorizamos como bicho. Que proteste Layla, bueno, puedo entenderlo. Pero que lo hagas tú…
               Diana abre la boca para espetar una respuesta que me muero por escuchar, pero Tommy la detiene antes de que empiece a formularla.
               -Dadme un respiro por una noche. Sólo una noche. Ha sido una semana muy larga.
               -Para unos más que para otros-acusa la rubia, y Scott finge no oírla.
               Una semana mía equivale a aproximadamente un semestre de su vida. Pero no le digo nada, porque poner por palabras lo que vivo hace que se materialice de nuevo ante mí. Y de verdad que quiero que las manos de Dan sean las últimas que me han tocado la cintura un ratito más.
               Los chicos hacen que me sienta bien. Nos meten en un local de luces brillantes y van derechos a un sofá en la mejor esquina del lugar, donde ya hay una chica con las piernas estiradas. La conozco. Ese pelo afro no se olvida.
               -¿Y Tam?-preguntan los dos chicos a la vez, porque son gemelos a pesar de sus rasgos radicalmente distintos y los meses que hubo entre sus nacimientos. Son siameses; comparten un cerebro dividido en dos mitades que trabaja conjuntamente con conexión inalámbrica. Mejor que el wifi.
               -Comisaría-informa la chica, dando un trago de su Martini y dejando medio pintalabios en la copa. Su boca sigue impecable, sin embargo.
               -No hagas como que te la suda, Bey-se mofa Scott.
               -Lo hace. Estoy hasta los cojones de ella. Perdón, ovarios. Ya sé que estáis sensibles-pone los ojos en blanco y sonríe.
               -O sea, que no tengo compra hoy, ¿no?-bufa Diana, sentándose y alargando la mano en dirección a la copa de Bey. Se la quita de las manos y da un trago.
               -Si quieres ir a buscarla a comisaría y consigues que te den la bolsita…-se encoge de hombros. Me da dos besos en la mejilla cuando me siento al lado de ella.
               -Por favor, Bey, ¿puedes quitar las pezuñas? Quiero sentarme. Gracias. Eres muy amable. Que Dios te bendiga con un buen marido.
               -¿Un buen marido? Tú a mí no me amenazas tan gratuitamente un viernes a horas tan tempranas, Tommy. Te voy a acabar echando una maldición-Tommy se echa a reír-. A mí dame dinero ilimitado y ropa gratis por el resto de mi vida.
               -¿Para qué quieres dinero ilimitado y ropa gratis?-pregunto yo, cruzando las piernas.
               -No se ha inventado nada más bonito que un buen fajo de billetes. Y no pienso dárselo a marcas que explotan a media Asia. Me lo gastaré en museos y viajes.
               -¿Y no le vas a pagar la escuela a tu hermana?-interrumpe Diana, que le sonríe a la camarera que se nos acerca con una bandeja hasta arriba de chupitos. Sí, señor.
               -¿Y dejarte a ti sin drogas, rubita? Nah. Yo miro por mis amigas; y las amigas de mis amigos son mis amigas-me pellizca la cintura. Qué obsesión tienen todos con mi cintura, parece que quieren que me descubra.
               -Diana me da asco-informa Scott.
               -El sentimiento es mutuo.
               -Te metería la polla en la boca sólo para que te callaras.
               -Prueba a hacerlo. A ver si consigues sacarla.
               Tommy bufa.
               -Las chicas que le dan asco a Scott son mis íntimas amigas-contesta Bey, que tiene ganas de pinchar. Levanta su nueva copa en dirección a Diana, que la entrechoca con la suya, y dan un largo trago.
               -Megan-dice Tommy. A Scott le cambia la expresión mientras busca entre las caras-. No, S. Megan-se vuelve hacia Bey-. A Scott también le da asco Megan.
               -Es tan jodidamente surrealista la capacidad que tienes para relacionarlo todo con ella…
               Bey se echa a reír.
               -Scott es sabio. A veces. Yo sigo a los sabios.
               -Píllate un etílico ya, por favor-la conmina el musulmán, y la negra se ríe aún con más fuerza. Levanta su copa en su dirección y se la bebe a su salud. Scott niega con la cabeza, se echa a reír y se bebe un chupito de un trago.
               Es hora de jugar.
               Aunque con mis amigas es más divertido porque tenemos juegos más relacionados con nuestros gustos y lo que conocemos, con ellos tampoco me lo paso mal. Los chicos insisten en jugar al yo nunca, pero cambiamos de juego cuando Diana no deja de dar tragos y más tragos. Nuestras vidas son aburridas al lado de la de ella.
               Eso, y que Bey no se traga lo del polvo en la playa con una tía cuyo idioma no entiende de Scott.
               -Macho, si se me presenta la ocasión, ¿qué coño quieres que haga? ¿Que le diga que no? ¿Para qué, si no me va a entender?
               -Tú tienes problemas serios-espeta Bey. Tommy no para de reírse.
               -Y tú una envidia que te mueres, guapa.
               Se nos unen varios chicos; luego, Bey se marcha con uno a buscar a sabe Dios quién. Los colores se vuelven más brillantes y decido parar. Tengo que ir conduciendo a casa, no puedo emborracharme.
               No puedo emborracharme ahí, aunque puedo bajar al bar de la esquina para que el alcohol me dé fuerzas para afrontarme a la noche que me espera.
               Tommy me arrastra a la pista de baile, y se burla de mis reticencias cuando me muevo con más pasión que él. Nos acercamos y nos alejamos, porque somos amigos, nos conocemos desde que somos críos y confiamos el uno en el otro ciegamente. Scott silba y nos manda buscarnos un hotel mientras Diana se echa a reír. Me doy cuenta de que los dos están muy borrachos cuando entrechocan sus copas y se ríen de un mismo chiste.
               Tommy me deja sola, pero no me puede importar menos. Me dice que vuelve en seguida, pero la música es genial y yo no estoy dispuesta a seguirlo. Me planteo si es posible que quiera irme a casa de alguno de los chicos que bailan a mi alrededor en algún momento de la noche.
               Alguien se choca contra mi espalda; me pide perdón, y yo digo que no pasa nada, pero el daño ya está hecho. Me vuelvo consciente de que estoy cubierta de moratones, y no sólo eso. También me percato de quién me los ha hecho. De por qué me los ha hecho.
               No es que no quiera desnudarme delante de alguien por miedo a mostrarlos; es que no quiero desnudarme delante de nadie porque me los han hecho cuando estaba desnuda. En algún rincón de mi mente, Pavlov anota en su cuaderno nuevas pruebas para su tesis de los reflejos condicionados.
               “Desnuda” equivale a “dolor”.
               “Desnuda” equivale a “humillación”.
               “Desnuda” ya no es un privilegio que pueda otorgarle a quien me apetezca, sino un minúsculo tesoro que me arrebatan cuando quieren.
               No, ni esa noche ni ninguna otra. Ya está bien de moratones. Me merezco vivir con la piel de un mismo color de nuevo. No puedo estar recordando siempre un cuerpo de tono uniforme; también me merezco verlo en el espejo de vez en cuando.
               Se me acerca un chico y yo accedo a bailar con él. La verdad es que es bastante guapo. Se me acerca un montón; no me importa… hasta que noto que quiere acercarse aún más. Me pone la mano en la culo y yo lo empujo. Me sale solo; en casa, me costaría caro, muy caro. Una bofetada, mínimo. Aquí, no.
               Aquí sólo es una invitación.
               Dios mío, ¿no se va a acabar nunca?
               -Podemos ir despacio si tú quieres, muñeca.
               Me niego en redondo. Rezo mentalmente para que no me llame “nena”. Si me llama así, no lo soportaré.
               -No seas tímida, te divertirás-me aparta el pelo del hombro y me acaricia la clavícula. Doy un paso atrás. Scott se ríe en el sofá aún, con Diana. Ni rastro de Tommy.
               -¿No entiendes el inglés? No quiero nada contigo.
               -No hace falta que te hagas la estrecha conmigo.
               Mi cuerpo entero entra en estado de alerta. Chris. Chris. Chris encima de mí Chris separándome las piernas Chris quitándome las bragas Chris entrando con fuerza en mi interior Chris corriéndose dentro de mí y jugándosela a dejarme embarazada Chris Chris ChrisChrisChris…
               -Tengo novio-replico, y escucho la desesperación en mi propia voz. Es la verdad y suena como una mentira. El chaval se echa a reír.
               -No soy celoso.
               -Pero yo sí, hijo de puta. Vuelve a tocarla y te corto las manos.
               Todo el mundo sigue bailando, ajenos a la guerra a punto de desatarse. Pero Tommy tiene las manos en los bolsillos de los vaqueros. Tomo conciencia de lo fuertes que parecen sus brazos.
               El chico lo mira de arriba abajo. Calcula las posibilidades. Luego, recuerda que las chicas somos sagradas en el momento en que tenemos dueño. Sí, sí. Dueño. Diles que no las veces que quieras; en cuanto digas la palabra mágica, “novio”, saldrás de su alcance.
               Tú no vales nada. Eres un objeto. Un objeto al que usar. Un objeto intransferible a no ser que tu dueño diga expresamente lo contrario. Fóllatela si quieres, te la presto esta noche. Yo me doy por satisfecho con tenerla varias veces todas las demás.
               Me tiemblan las piernas; Tommy me sujeta.
               -¿Estás bien, Lay?
               Asiento despacio; el local da vueltas. Las luces brillan demasiado.
               -Ven, vamos a un sitio más tranquilo.
               Hace un gesto en dirección a Scott, que indica a Diana que es hora de irse. Vamos a otro bar, se toman otras copas. Yo pido un zumo porque no puedo permitirme el tener un accidente y matarme. A mis padres les hace mucha ilusión tener un hijo en la universidad. No pueden perderme de repente.
               No puedo permitir que Rob acabe siendo hijo único.
               Tommy me acaricia la rodilla de vez en cuando y se asegura de que esté bien. ¿Tengo frío? No, estoy bien. ¿Quieres comer algo? No, no tengo hambre. ¿Quieres que nos vayamos?
               La tercera vez que me lo pregunta, me pienso la respuesta. Sacudo la cabeza.
               Él me mira a los ojos. Unos ojos puros como océanos. La vida salió de los océanos. En sus ojos hay un origen. Sólo tengo que cogerlo.
               Díselo, Layla. Díselo.
               Pero no lo hago, porque para decirlo hace falta valentía. Y si tuviera un pelo de valiente, no estaría en mi situación.
               Sus manos pasan a las mías. Diana y Scott observan la calle. Parecen estar más calmados; han recordado que se odian a muerte.
               -¿Estás segura?
               Un movimiento de cabeza en dirección vertical, y lo pierdo todo.
               Vuelvo a sacudirla despacio. Tommy asiente, tragando saliva.
               -A casa-dice, y me lo dice en español, y se me forma un nido en la garganta y tengo que controlarme para no echarme a llorar. Mis primeras palabras fueron en español. Cuando llamo a mamá al móvil y me dice que no está en casa, cambio al español. A Rob le digo que le quiero en español.
               Me abalanzo sin pensar a sus brazos y él me estrecha con fuerza. Me quiere decir que estoy segura, pero, ¿cómo voy a estar segura en un cuerpo que no me permite llorar?
               ¿Cómo voy a poder llorar? Chris me trata como un objeto. Me he convertido en un objeto. Y los objetos no lloran.
               Hundo la cara en su cuello y huelo su colonia. Huele bien. Se me revuelven las tripas porque huele bien. Él no me da asco. Él me trataría bien.
               Chris olía bien en Wolverhampton.
               Scott y Diana nos están mirando cuando nos separamos.
               -¿Te encuentras bien, Lay? ¿Pasa algo?-pregunta Scott, acercándose un poco a nosotros. Asiento despacio y me froto las mejillas, estirándome la cara. En los ojos de Diana hay una expresión imperturbable.
               -Siento haberos jodido la noche.
               -Pfff. Tú no puedes jodernos nada. Eres un cielo.
               -Sí, Layla, eres un amor-interviene la americana, con un acento suavizado por los susurros.
               -Es hora de irnos a casa, ¿no creéis, chicos? Estamos todos un poco cansados.
               Yo no podría haberlo dicho mejor. Sí, estoy cansada. Estoy agotada.
               Estoy cansada de temblar cuando meto la llave en la puerta de casa. Estoy cansada de quedarme haciendo unas horas extra que no necesito con tal de postergar mi llegada a casa. Estoy cansada de comer con él. Estoy cansada de escucharlo frotándosela en la habitación de al lado. Estoy cansada de que me diga que piense en él cuando me masturbe. Estoy cansada de que me folle. De que me viole. Estoy cansada de llorar de alivio cuando veo las bragas manchadas de sangre cada mes. Estoy cansada de tomar medicamento tras medicamento para impedir que consiga atarse a mí de por vida.
               Estoy cansada de mirarme en el espejo antes de ducharme, contemplar las heridas que me inflige la persona que se supone que más me tiene que querer, y preguntarme si ésta es la última vez en la que tengo las muñecas intactas.
               Estoy cansada de dormirme por las noches, deseando tener cojones al día siguiente para suicidarme. No puede ser en el metro; no quiero grabar ninguna imagen desagradable en la retina de nadie.
               No puede ser a cortes; en cuanto eche el pestillo, vendrá a ver qué hago.
               No puede ser de una sobredosis de medicamentos; sólo tomo la píldora.
               Tiene que ser un suicidio temerario: llevarle la contraria, aguantar hasta el punto de que por fin quiera matarme.
               También estoy cansada de que en sus manos esté incluso el momento en el que yo deje de respirar.
               Tommy es el que mejor está de los tres. Y es el que me coge de la mano y me la aprieta con cariño. Me mira a los ojos y me sonríe cuando yo le devuelvo la mirada.
               -Tienes que venir a vernos más a menudo.
               -Me lo paso genial con vosotros. Aunque no lo parezca.
               -Todos tenemos días malos, Lay. No te preocupes.
               Yo no recuerdo los verdaderos días buenos. Mis días buenos actuales son los sábados. Y eso que me paso la mitad de estos metida en un tren.
               Tiene la mano cálida. Me reconforta su contacto. Vuelven a entrarme ganas de llorar, y les echo la culpa a mis padres. ¿Por qué no nos mudamos a Londres, cerca de Louis y Zayn? ¿Por qué tuvimos que volver al norte? ¿Por qué no pude crecer al lado de Tommy y Scott? ¿Por qué se me negó la posibilidad, siquiera remota, de ser como Eleanor? ¿Por qué no me puedo enamorar de chicos buenos, chicos a los que ni se les ocurriría hacerme cosas que a mí ya me parecen incluso suaves?
               Dios no existe. Si lo hiciera, haría que me enamorase de Tommy. O incluso de Scott. No me importaría sufrir en la sombra porque prefiriese a Eleanor.
               No le estoy pidiendo la Luna. Ni siquiera le pediría que ellos me quisieran a mí. Sólo quiero ser libre. Por favor, deja que deje de inventarme excusas para la persona que me está destrozando por dentro. Haz que deje de creerme cuando me dice que va a cambiar. Haz que deje de echarle la culpa al alcohol, o a su pronto, o a que no ha crecido con un hermano y no sabe lo que es tener un buen modelo a seguir, o una responsabilidad por tener que alcanzar un estándar.
               Déjame descansar.
               Sólo quiero dormir tranquila.
               Llegamos a casa de Tommy. Scott se ha ofrecido a acompañarme un poco más a cambio de un viaje gratis en coche. Dice que hoy es su día de suerte, cuando en realidad es el mío. Si hubiera estado sola, me habría echado a llorar nada más arrancar el motor. En cambio, como tengo la presión de otra persona a mi lado, sigo manteniendo la compostura.
               -¿Cómo te encuentras, Lay?
               Quiero ser madre y mi mayor pesadilla es despertarme un día con el vientre abultado.
               -Bien. Oye, respecto de lo de antes…
               -No tienes que darme explicaciones, pequeña.
               Sonrío con cansancio.
               -Pero quiero hacerlo. Llevo unos días… creo que son… las hormonas-asiente despacio. Tiene tres hermanas. Más una madre. Por fuerza tiene que saber de qué hablo-. Ya sabes, por…
               -La regla. Puedes decirlo. Ya no me acojona. Tanto-bromea. Y me río despacio.
               -Tengo mucha presión por los exámenes, y se me está juntando todo. Lo de ese chico…
               -Somos gilipollas. Nacemos así. Es la testosterona. No lo hacemos a posta.
               No, claro que no.
               -¿Seguro que sólo es eso, Lay?
               Asiento despacio.
               -Pasa un rato a ver a mis padres. Me preguntan mucho por ti. Si quieres, claro.
               Me iría de excursión a un matadero a ver cómo desmiembran a los conejos con tal de llegar un poco más tarde a casa. Sé que lo voy a pagar caro de todas formas. Siempre termino pagando caro cosas que ni he hecho.
               En cambio, a él, siempre le sale gratis todo.
               A pesar de que es bastante tarde, Zayn, Sherezade y Shasha se encuentran viendo la tele. Pasamos al comedor y me dan una taza de chocolate que me reactiva las neuronas. Nos ponemos al día, hablamos de todo. Tanto que Scott incluso se cae de sueño; cuando está borracho, le dan ganas de dormir. Y su comportamiento de esa noche con Diana me hace saber que ha llegado a estar bastante mal.
               -Mira cómo estás-espeta Zayn.
               -Puedes irte a dormir, si quieres-le digo-. Estoy bien acompañada.
               Scott sonríe, somnoliento. Cómo no se va a enamorar de él Eleanor. La pregunta es por qué no me enamoro yo. Me da un beso en la mejilla, me dice que espera verme pronto, reparte besos a toda su familia y se va arrastrando los pies.
               Shasha me cuenta su vida en el instituto. Es su primer año. No era para tanto; Sabrae y Scott le metieron miedo sólo por fastidiarla. Se quiere poner velo. Me pregunto por qué, si tiene un pelo precioso.
               Se me está haciendo tarde. Me pesan un poco los párpados a mí también. Sherezade sonríe y asiente; me ofrece quedarme en su casa y marcharme por la mañana. Hay sitio de sobra. Pero yo declino la invitación.
               Mi negativa no vale una mierda en el momento en que me deslizo por la silla hacia el suelo (son sillas altas, parecidas a las de los bares), se me engancha la camisa que llevo puesta en una esquina, y mi moratón más grande se queda al descubierto como la pantalla más espectacular de la modelo del momento.
               -¿Qué te ha pasado?
               Estamos solas Sherezade y yo. Zayn asoma la cabeza por la puerta. No ve nada; ya me he apresurado a tapar el rastro de mi desgracia con las manos. Si me lo hubiera hecho yo, seguramente no me avergonzase tanto.
               -Me he dado contra una puerta.
               Mi interior suplica porque se dé cuenta de que es mentira. Por favor, Sherezade, por favor, pregúntame si es verdad.
               Sherezade se levanta, me pide permiso con los ojos y me levanta un poco la camisa. Sisea al ver la pinta que tiene. Sí, es muy grande, ya lo sé.
               -Layla.
               Empiezo a llorar.
               -Pregúntamelo.
               Sus ojos se humedecen también.
               -Por favor, Sherezade, pregúntamelo.
               Traga saliva. Zayn entra en la habitación. Shasha también.
               -Esto no te lo ha hecho una puerta.
               Niego con la cabeza.
               Zayn observa con horror la herida.
               -Pregúntamelo. Preguntádmelo, por favor.
               Me doy cuenta tarde de que he vuelto a romper mi promesa en un mismo día. Bueno, técnicamente, no es el mismo día.
               -¿Quién te ha hecho esto, Layla?
               Corro a sus brazos. Zayn también viene y me abraza por detrás. Me besa la cabeza y me dice que, ahora, todo va a salir bien. Yo no puedo parar de llorar. Quiero ser madre porque yo necesito a una madre; llevo sin ver a la mía casi dos semanas. Ella tenía que sospechar algo.
               Tomo prestada la madre de otro, porque no puedo soportar estar sola ni un minuto más. No dejo de llorar, pero Sherezade no me pide que pare. Tal vez, si me lo pidiera, yo parase. Pero no lo hace. Tengo un monstruo dentro, clavado en el corazón, y la manera de purgarlo es ahogándolo con mis lágrimas.
               -Shasha. Despierta a tu hermano. No vamos a dejarla sola ni un minuto.
               -Es tardísimo, Sherezade, no hace falta que…
               -No te vamos a dejar sola.
               Shasha sube corriendo las escaleras. Abre la habitación. Sherezade hace amago de soltarme, pero yo me aferro a sus manos como si me fuera la vida en ello.
               Me va la vida en ello.
               -Tráele más chocolate, Zayn.
               Su marido asiente y sale un momento. Para cuando vuelve, su primogénito y único hijo varón ya está con nosotras. Entró arrastrando los pies y ahora está más despierto que si se hubiera tomado 4 cafés. Me mira aterrorizado. Me abraza, me da un beso, me asegura que a partir de ahora todo se va a alegrar.
               Se lo cuento todo a los cuatro. Me detengo para secarme las lágrimas, sonarme la nariz y dar un par de sorbos del chocolate cuando se me seca la garganta y me fallan las fuerzas. Para cuando acabo, llevo una hora hablando. Una hora en la que los demás no han cruzado palabra.
               -Tengo que volver, tengo allí mis cosas, si no vuelvo no sé qué va a pasar…
               -Puedes ir mañana, chiquilla.
               -No, no lo entendéis, tengo que ir al centro; le he dicho dónde estoy, vendrá a buscarme…
               -Vamos al piso. Dormiremos allí-sugirió Scott.
               -Está ocupado.
               -Pues vamos al de Louis y Eri. Tommy tiene las llaves.
               Zayn no parece muy convencido.
               -No me hace gracia dejaros a los dos solos con ella así, Scott.
               Scott le grita en árabe, a lo que Zayn responde en tono calmado en la misma lengua. Le está diciendo que no va a hacerme nada, y su padre le contesta que ya sabe que no va a hacerme nada.
               Aun incluso por Eleanor, sigo siendo sagrada. Y más ahora. Soy la khaleesi viuda de un dothraki; nadie va a volver a tocarme.
               -Tommy vendrá con nosotros. Estaremos con ella las 24 horas del día.
               Sherezade me mira con ojos húmedos. Ha llorado varias veces a lo largo de mi relato. Shasha se ha pegado a ella cada vez que mencionaba las violaciones. Scott agachaba la cabeza.
               -Mi pobre niña, que Alá te bendiga, que vuelva a verte y protegerte como nunca debió dejar de hacer.
               Esa noche es la última en la que Sherezade reza. También pierde la esperanza en que haya alguien al otro lado escuchando las plegarias que le envía al cielo.
               Igual que yo.
               Scott sube a recoger un poco de ropa para pasar la noche conmigo. Cuando baja con una sudadera roja que tiene dos ojos blancos enmarcados en negro, me pregunta si me importa que lleve algo de Deadpool. Sabe que lo detesto. Si quiero, puede subir a cambiarse. Le digo que me da igual. Le sonrío con tristeza, pero mis ojos continúan llorando.
               Abraza a su hermana, le da un beso a su madre y le dirige un asentimiento hacia su padre. “Sé un hombre”, parece decirle Zayn con los ojos, “cuida de ella”.
               Zayn se ha ofrecido a llevarnos a todos a casa, pero le he mentido y le he dicho que prefiero conducir. Que me relaja.
               La verdad es que no creo que soporte a otros pares de ojos mirando a la carretera fijamente, sumidos en sus pensamientos, no cumpliendo con sus funciones. Me detengo enfrente de casa de Tommy y él no se mueve. Yo tampoco.
               No cruzamos palabra en más de diez minutos. Su silencio empieza a inquietarme.
               -Di lo que sea, Scott-le pido. Me aferro al volante con tanta fuerza que me clavo las uñas en las palmas de la mano. A Chris no le gustan mis uñas largas. A mí, sí. Me ayudan a defenderme. Puedo hacerle más daño si lo necesito.
               Aunque, cuando necesito hacerle daño, a él le excita que le arañe. Es como un tiburón: se ciega con la sangre, incluso aunque sea la suya propia.
               -Dímelo. No puede hacerme más daño de lo que me han hecho ya.
               Cierra los ojos. Respira hondo. Está luchando consigo mismo para no gritarme.
               Los dos sabemos que, si me grita, acabaré tirando el puente al Támesis conmigo dentro. Apareceré hinchada dentro de una semana, arrastrada por la corriente hasta la costa. Seré el trauma de un par de bomberos que creen haberlo visto todo. Todo, menos el cuerpo de una joven que no ha salido aún de la adolescencia que ya no podía vivir un minuto más.
               -Estoy furioso, Lay.
               Se aprieta la mandíbula. Me encanta cuando los chicos hacen eso. Chris lo hace a veces. Es el único momento del día en el que no siento un asco visceral hacia él. El único segundo en el que me apetece un poco que me separe las piernas. Eso sí, por favor, que lo haga despacio. Que no me use. Que me quiera.
               -Muchísimas veces yo lo provoco, le contesto cuando no tengo que hacerlo, le…
               -No lo defiendas. Voy a matarlo.
               -Scott…
               -¿Por qué no me lo dijiste, Layla? Te preguntamos si estabas bien.
               Llevo demasiado tiempo teniendo la culpa de todo, incluso de las funciones que mi cuerpo hace por el mero hecho de ser femenino, que escucho el tono acusador que él no ha utilizado en ningún momento.
               -No soportaría que me miraras como me estás mirando.
               Me vuelvo a echar a llorar. Las lágrimas seguían ahí, esperando su oportunidad. Que haya conseguido mantener el nivel del agua a raya no quiere decir que con dos días de lluvias la presa no tenga que abrir sus compuertas.
               Él también llora. Llora en silencio. Llora de pura rabia, porque cree que no me merezco esto. Llora de culpabilidad, porque se le hace evidente de repente que yo no estaba bien. Llora de alivio de que lo haya contado y no haya tenido que enterarse por los periódicos o las noticias cuando Chris acabe lo que lleva iniciado tanto tiempo.
               Llora de miedo. Miedo porque yo bien podría ser su hermana.
               Pero, sobre todo, llora de pena. Porque soy su amiga. Porque estoy mal. Porque me quiere, y yo a él. Aunque no nos lo hayamos dicho nunca. Somos como primos. Él es mi hermano pequeño. Yo soy la hermana mayor que no tiene.
               -Jamás te volveré a dejar sola. Te lo prometo. Haré que pague. Lo destrozaré-me lo jura. Me lo jura sin palabras, pero me lo jura; sus ojos lo hacen. Sacudo la cabeza, me acerco hacia él y lo estrecho entre mis brazos. No quiere que lo deje ir. Hunde la cabeza en mi pelo y se deja llevar. Ahora los dos lloramos sin tapujos, no sólo yo.
               Se limpia los ojos, sorbe por la nariz y se vuelve a frotar la mirada, que le brilla como si se hubiera emborrachado.
               -Dime que alguna vez dejarás de mirarme así.
               -Mañana por la mañana. Cuando vuelvas a ser libre.
               Niego con la cabeza. Es más complicado que eso.
               -Soy una superviviente, Scott, y la gente quiere heroínas o mártires, pero nunca supervivientes.
               Tardará meses en volver a mirarme como al principio de la noche.
               Tardaré años en volver a sentirme la chica que dejó atrás Wolverhampton. Esto siempre estará ahí. Al acecho. Esperando a que desfallezca, como un buitre en el desierto, para alimentarse de lo que quede de mí. Que es poco. Pero peor es nada.
               Me acaricia la mano, me mire a los ojos, me sonríe con pena y me insta a ir a buscar a Tommy. Cuando cierro la puerta del coche, se está secando la cara con el borde de su sudadera.
               -Somos un desastre andante, Lay.
               -Eleanor te va a seguir queriendo igual. Nos gustan los chicos sensibles.
               Es un poco mentira; a cada cual le gustan como le gustan.
               A mí, por ejemplo, han acabado por irme los violadores.
               La sonrisa que me dedica no escala hasta sus ojos. La sonrisa es tetrapléjica; sus ojos, la cara más complicada del Everest.
               Atravesamos el camino de entrada y llama con suavidad a la puerta. No quiere que suene el timbre. Golpea con los nudillos y espera. Hay luz dentro. Toma aire al escuchar pasos.
               Si tenemos suerte, será Tommy.
               No la tenemos.
               Es Eleanor.
               Nos mira como si nos viera por primera vez.
               -¿Qué ha pasado? ¿Os habéis olvidado algo?-mira a su novio, lo mira bien-. ¿Scott? ¿Te has cambiado de ropa?
               -Es largo de contar.
               Tanto Scott como yo sabemos que no voy a poder volver a contar mi historia en una temporada.
               Eleanor asiente y se hace a un lado para dejarnos pasar. Ha empezado a llover. Ninguno de los dos se ha dado cuenta.
               -¿Tu hermano?
               -Arriba, durmiendo.
               -Vete a despertarlo. Es urgente.
               -¿No te sirvo yo?-se siente insultada en lo más profundo de su ser.
               -No.
               -Entonces vete a despertarlo tú-espeta, volviendo al sofá. Creo que es porque no se fía realmente de lo que le prometió en mi bar. Tommy ha vuelto bastante antes. Se ha cambiado de ropa, eliminando cualquier prueba de otra. Scott es Scott, es inherente a él.
               En realidad, no es por eso. Le duele que no quiera confiar en ella. Le duele que haya venido a buscar a su hermano, y no para estar un poco con ella.
               -Eleanor. Obedece-ni Scott ni yo estamos para broncas. Especialmente, yo. Eso lo envalentona más.
               -¿Qué pasa?-quiere saber ella.
               -Vamos a ir a dormir con Layla-se siente atacada, y se le ve en la cara-. Sólo a dormir.
               -Entonces, no te importará que vaya contigo.
               -No puede dormir en su casa.
               Algo en su interior cambia. Empieza a atar cabos. Se fija en nuestros ojos. Se da cuenta de a qué se debe la sudadera. Lo han sacado de la cama, y he sido yo la causa.
               -Ahora que me voy contigo.
               -Tú te quedas aquí-gruñe él-. Bastante tengo en la cabeza como para encima tener que preocuparme de que tú también estés bien.
               -¿Llamo a Sabrae?-se ofrece ella. ¿Qué?
               -Deja a Sabrae. De esto nos ocupamos tu hermano y yo. Vete a llamarlo. Obedece por una vez en tu vida.
               Creo que están rompiendo y a la vez se están reconciliando implícitamente sin yo saberlo. Sólo se dan cuenta ellos.
               -¿Por qué? Somos iguales. Si te crees que te va a funcionar el papel de machito superior porque llevo detrás de ti tantos años, conmigo vas dado, guapo.
               -Porque soy el mejor amigo de tu hermano mayor.
               Se miden con la mirada hasta que ella se da la vuelta y va dando pisotones hacia las escaleras. Scott se da cuenta de que está metiendo la pata. No la puede dejar ir así.
               -Eleanor-ella no le hace caso-. Eleanor. El.
               Lo mira un segundo, sólo un segundo.
               -Mi amor.
               Se detiene, como si fuera un dragón al que se dirigen por fin en su lengua. Está en el segundo escalón.
               Scott va hacia ella. Eleanor baja hasta situarse en el último peldaño. Está un poco más alta que él. Poco. Yo sigo siendo más alta.
               Debería apartar la mirada. Estoy invadiendo su privacidad. Me van a hacer daño.
               Pero no lo hago. Estoy hipnotizada. Atrapan mi atención como un inmenso agujero negro en el centro de una galaxia.
               -Perdona. Ahora no te lo puedo contar, ¿vale? Pero lo voy a hacer. Tengo que procesarlo-ni siquiera me miran, ya no estoy ahí. Le acaricia la mano-. Me he pasado un montón.
               -No pasa nada.
               -Te quiero-levanta la mirada, se lo dice a sus ojos. Su alma habla hacia la de ella. Ella sonríe.
               -Y yo a ti.
               Se besan despacio. Son amantes del arte robando un cuadro de un museo en el que lo maltratan día tras día.
               -Déjame ir con vosotros.
               -No puedo.
               -Mff. Scott.
               Le pone un dedo en los labios.
               -Mañana te veo.
               -Pero…
               -Te lo prometo. Mañana estaré contigo. Vendré a verte si es lo que quieres, ¿vale? Te prometí cinco minutos, y te voy a dar cinco minutos.
               Casi puedo sentir en mi propio cuerpo cómo las entrañas de Eleanor se revuelven con su caricia. Le tira un poco de la mano, haciendo que baje del escalón, y, aprovechando una posición mucho más cómoda para él, sostiene la cara de ella entre las manos y vuelve a besarla como si fuera lo más precioso de este mundo. A sus ojos, lo es. En su boca, es el mejor manjar. La mira a los ojos, se sonríen sin prisa. Scott le pasa el pulgar por los labios, como si quisiera volver a besarla con las manos.
               Chris me hizo un par de veces eso cuando empezamos a salir. Y a mí me volvía loca.
               No entiendo por qué las cosas que a mí me gustaban se perdieron con el paso del tiempo, y las que a él más le atraían se vieron magnificadas hasta el extremo en el que estamos ahora.
               Debe deberse a mi incapacidad para expresar mis deseos.
               Vuelve conmigo y se apoya en el sofá mientras Eleanor desaparece por el pasillo. Me mira y ve el dolor en mi mirada. La envidia. La envidia dolorosa y el dolor envidioso.
               -Lo siento-murmura, y parece decirlo de corazón, aunque en el fondo los dos creemos que nadie tiene que pedir perdón por las cosas buenas que siente.
               -No, S, lo siento yo por haberte estropeado la noche con ella.
               -Puedes alejarme de Eleanor las veces que quieras, princesa-susurra, acariciándome la mano. Se detiene en mis nudillos y me abraza cuando yo me echo a llorar de nuevo.
               Papá me llamaba princesa cuando era pequeña.
               Me acaricia la espalda en círculos. Se nota que ha estado con muchísimas chicas. Sabe qué hacer para tranquilizarnos. Sabe lo que nos gusta. Sabe dónde tocar y cómo hacernos para que recuperemos la compostura.
               Cuando me separo de él, está sonriéndome. Me aparta un mechón de la cara, me lo coloca detrás de la oreja, y me recoge una lágrima que se me desliza por la mejilla. Es la última. Me lo prometo a mí misma: es la última.
               -¿Lay?
               -¿Sí?
               -Te quiero muchísimo.
               -Y yo a ti también.
               Desliza los ojos por la estancia y mira hacia arriba. Su expresión cambia de cariño a puto fastidio.
               -¿También tenías que despertar a la americana?-inquiere, molesto, y no sé si se lo está diciendo a Eleanor o a Tommy.
               -La americana tiene nombre-informa Diana. Sí, un nombre real, un nombre de música.
               -Estaban juntos-comenta Eleanor.
               ¿Tommy y Diana?
               ¿De verdad?
               Vaya.
               Pero si ella no lleva nada en casa de él.
               -Joder, Thomas, que están tus padres en casa-gruñe Scott. Tommy se despereza, bajando las escaleras y terminando de colocarse bien la camiseta del pijama.
               -¿Qué pasa?
               -Layla. Necesitamos las llaves del piso. Nos vamos a quedar a dormir con ella.
               Tommy no pregunta. Tommy ya lo sabe. Cuando Scott sabe algo, Tommy también. Son como gemelos; gemelos de distintas procedencias, gemelos con diferentes fechas de nacimiento, gemelos que no comparten padres.
               -Y yo voy con vosotros-insiste Eleanor, envalentonada porque no es justo que Tommy disfrute de tiempo a solas con Diana y ella no tenga ni 3 minutos con Scott.
               -Tú te quedas aquí, Eleanor-le dicen los dos chicos, a la vez. Se miran con orgullo. Eleanor suspira, me estrecha entre sus brazos, pasa de largo a Scott, que se ríe en silencio y abraza a los otros dos. Se lo piensa mejor y termina por despedirse de su chico con un abrazo que dura una milésima más de segundo más que el de los otros. Suficiente para ambos.
               Nos metemos en el coche, conduzco en silencio. Tommy mira por la ventana; sabe que Scott se lo contará en cuanto tenga la ocasión. Diana se ha sentado detrás de su amigo, dejando un asiento libre entre ellos dos. Hasta ella parece sentir la dureza de la situación.
               Tommy me indica con paciencia las calles por las que me tengo que meter para llegar hasta el piso de sus padres. Ha cogido las llaves del pequeño plato en el que las depositan sus padres; no los ha avisado. Scott mira por el retrovisor a la americana, que ha apoyado los dos codos en la ventanilla y contempla la silueta de la ciudad, que crece a pasos agigantados a medida que nos vamos acercando a ella. Pasa de ser una silueta a ser nuestro entorno; todo lo que nos rodea son las luces prometidas desde varias decenas de kilómetros. Las farolas asesinan a las estrellas.
               Las estrellas se mueren en silencio, desapareciendo poco a poco hasta dejar totalmente sola a la Luna.
               Cuando me detengo en un semáforo y la observo, me doy cuenta de que la Luna soy yo. Las estrellas son mis amigos. Y Chris es cada farola de cada esquina.        
               Todos se vuelven a mirarme cuando no arranco en cuanto el semáforo de pone en verde. No puedo. No me responden las piernas. O me quedo quieta y no lloro, o me muevo y destruyo el poco saber estar que me queda.
               -¿Quieres que lo lleve yo?-se ofrece Scott.
               -No tienes carnet.
               -Pero tengo pies y manos, que es con lo que se conduce un coche.
               Menos mal que no hay nadie detrás de nosotros. Me quito el cinturón, echo el freno de mano y me bajo del coche. Scott y yo nos cambiamos de lugar.
               -¿Gasolina?-pregunta, colocando el asiento un poco más cerca del volante. El no tener dos pértigas de las olímpicas como piernas es lo que tiene.
               -No.
               -Guay-replica, terminando de ajustarlo todo y arrancando despacio. Se le cala. Bufa.
               -Tranquilo, Scott, no tenemos prisa-se burla Diana.
               -¿A que te bajas aquí, retrasada?
               -Seguro que llegaría antes que vosotros.
               -Vale ya. Los dos-bufa Tommy. Scott consigue sacar el coche. Interpreta cada semáforo en ámbar como si le estuvieran gritando al oído que acelere más. Se salta un stop. Nadie lo ve, más que los que estamos en el coche.
               Las luces se convierten en discos de todos los colores cuando las lágrimas me vuelven miope. Sorbo por la nariz y alguien de los asientos delanteros me pasa un pañuelo. Creo que es Diana.
               -Viene un camión-informa Tommy. Scott frena en seco. Se le olvida pisar el embrague y se le vuelve a calar en coche-. Era coña.
               -Yo a ti te voy a terminar matando un día, serás hijo de puta…
               Pero un camión nos adelanta por la derecha. Pita. Diana, Scott y Tommy le hacen un corte de manga.
               -Venga, vuelve a arrancarlo.
               Scott bufa.
               -Hay un cruce.
               -Thomas. Cállate.
               -Pero es verdad.
               -Tengo preferencia.
               -No, no la tienes.
               -¿Quién se ha sacado el teórico aquí, eh?-Scott se vuelve y lo mira. Casi suelta el volante. Rezo mentalmente para que no le den el carnet en su vida. Imagínate que hace eso en una autopista. O en una carretera de dos sentidos-. ¿Tú o yo?
               -Mira hacia delante.
               -¿Quién se lo ha sacado?
               -¡Scott! ¡Mira a la carretera!
               Scott bufa y vuelve a conducir como una persona normal. Alguien que no se juegue ir a la cárcel por atropellar a algún inocente.
               -¿Quién lo tiene?
               -Tuviste tres fallos.
               -Ojalá tengas tú cuatro y tengas que repetirlo-gruñe entre dientes. Tommy pone los ojos en blanco.
               -Te has saltado un semáforo.
               -¡Se acabó!-brama el musulmán. Se desabrocha y abre la puerta. Yo tiro del freno de mano. Abre la puerta trasera del lado del copiloto y saca a Tommy del coche-. ¡Cógelo tú, valiente!
               -No sé conducir.
               -Pues entonces, nos callamos.
               Un taxista nos mira con curiosidad desde su parada. Somos más interesantes que el crucigrama que se trae entre manos. Mi historia, desde luego.
               Diana se está mordiendo el labio inferior para no echarse a reír.
               Estamos cruzando por detrás del parlamento cuando Tommy susurra:
               -Scott…
               Scott lo mira. Lo hace por el retrovisor. Menos mal.
               -¿Qué?
               -Me he equivocado de llaves.
               Scott vuelve a frenar en seco. Se le vuelve a calar el coche.
               -Creo que es mejor que lo coja yo-susurro, desabrochándome el cinturón.
               -Sí, estaría bien llegar este mes-me da la razón Diana.
               -Me estás vacilando.
               -No.
               -¿En serio, Thomas? ¿En puto serio? ¿Para una jodida cosa que te pido y vas y la cagas? ¿En qué coño estás pensando? No, calla, mejor no me lo digas, sé de sobra en qué coño estabas pensando-mira por encima del hombro a Diana, que levanta las cejas-. Me cago en mi vida. No, si al final, la culpa es mía. Mía por…
               -Scott.
               -… pedirte nada sabiendo que cerca de Diana no riges. Tú ves una rubia y ya te vuelves loco. Y también por no encargarme yo de…
               -Scoooooooooooooott-repite Tommy.
               -… las cosas que tienen que salir bien, porque parece que te pagan por meter la pata. Ah, y no nos olvidemos de que fui yo el que te dijo que si no te la tirabas serías retrasado, pero, toma, el auténtico retrasado soy…
               -Scott. Es coña. Son las nuevas. Relájate un poco, hombre.
               Se vuelve y se miran. Tommy sonríe.
               -Bájate del coche, Layla.
               -¿Qué?
               -Que te bajes del coche. Voy a meterlo en el metro para que se nos lleve por delante el primer tren.
               -Era para rebajar la tensión, tío-se excusa Tommy.
               -A ti te voy a rebajar yo otras cosas. El coeficiente intelectual. Ah, no, espera, que no puedo. Tienes el de un repollo a medio cocer.
               Me echo a reír. Son igual que un matrimonio que llevan años casados y que están juntos más por inercia que por otra cosa.
               Vuelvo a coger el coche y Tommy se pone juguetón con Scott. Le acaricia la cara. Susurra su nombre y motes cariñosos.
               -S. S. S. Scooooooooooooooooooott-le da un beso y Scott intenta soltarle una bofetada.
               -No me toques, hijo de puta.
               -Dime que me quieres.
               -Te quiero-le dice en español, y me sorprende comprobar que no tiene acento-… acuchillar.
               Tommy se echa a reír. Yo me echo a reír. Scott mira por la ventanilla para ocultarnos que también sonríe. La única que ni se inmuta es Diana.
               ¿Tanto lo odia?
               No será hasta más tarde, cuando Tommy me diga que ella no habla español, cuando me terminen de encajar las piezas.
               Aparco, y subimos en el ascensor. Miro la pantalla del móvil; todavía no ha llegado a casa. Ni rastro de él. Y eso que es bastante tarde.
               Tampoco parece preocuparle mucho el hecho de que yo no haya llamado o le haya enviado un mensaje diciendo que ya he llegado y que me voy a acostar.
               Lo cual me indica que se lo está pasando bien en la bolera. Más que bien. Es insaciable.
               Me estremezco y Tommy me mira. Se imagina lo que pasa, pero no va a presionarme para que le cuente nada. Tiene que salir de mí.
               Espero que salga pronto.
               Abre la puerta y la empuja para que pasemos los demás primero. Scott es el último en entrar. La cierra despacio mientras Tommy va encendiendo todas las luces. Y la calefacción.
               Pregunto qué vamos a hacer. Lo que yo quiera, evidentemente, me responden. Estoy agotada. Necesito dormir.
               Sólo hay dos camas en la casa, pero a Scott no le importa dormir en el sofá. A mí me duele en el alma tener que mandarlo desterrado a un sitio tan incómodo, después de todas las molestias que le he hecho tomarse esta noche, así que le digo que duerma en la misma cama que yo. Diana lo mira de arriba abajo cuando asiente con la cabeza y me da las gracias.
               Cree que está deseando engrosar su lista de conquistas. Lo que no sabe es que la ha echado al fuego en el momento en que Eleanor lo besó.
               Revolvemos en los cajones hasta encontrar algo que me pueda poner. Ellos han venido preparados; yo, no tanto. Unos pantalones de pijama de Louis servirán. Es bastante más bajo que yo, pero cumplirán con su cometido. Tampoco voy a ir a desfilar a ninguna pasarela, sólo voy a dormir.
               Scott se quita la sudadera por la cabeza y la deja en una silla. Pone los brazos en jarras.
               -¿Qué lado prefieres? ¿Derecho o izquierdo?
               Le digo que me da lo mismo.
               -Layla.
               Le digo que prefiero el derecho. Porque duermo en el derecho cuando estoy con Chris.
               Ponemos las sábanas de la cama y un par de mantas.
               -¿Sueles tener frío?
               -Yo ya no tengo nada-murmuro. Pone la carita de un perro que lleva demasiado tiempo en el refugio y que se ve envejecer a pasos agigantados; es ahora o nunca. Debe seducir a esta última familia. Es su última oportunidad para salir de este infierno.
               -Si tienes frío, me lo dices. Yo me adapto enseguida.
               Me deslizo entre las sábanas y me tapo hasta la nariz. Lo contemplo mientras tira de las mantas hacia atrás, haciéndose hueco, se sienta, se inclina a apagar la luz y su silueta se pone a mi altura.
               Suspira despacio.
               -Que descanses, Lay.
               -Buenas noches, S.
               No me he dado cuenta de que, si me pongo de lado, me apoyo sobre el moratón más grande. Gimo entre dientes cuando lo hago y compruebo de mala manera que no puedo dormir en esa posición.
               -¿Estás bien?
               -Sí, son las magulladuras. No te preocupes. Duérmete.
               -¿Quieres que cambiemos de lado?
               -No, no pasa nada.
               Se pone boca arriba. ¿Quién duerme boca arriba?
               Chris duerme boca arriba.
               Tiene los ojos abiertos.
               Yo bailo entre el sueño y la vigilia. Cada vez que él se mueve, doy un brinco sin yo pretenderlo.
               Estoy acostumbrada a dormir con la guardia alta, esperando sentir una mano acariciarme la cintura, o la cadera, o las piernas, dándome los buenos días. O las buenas noches. Nena, ¿estás despierta?
               Nena, te deseo mucho.
               Me froto las rodillas para asegurarme de que las tengo juntas.
               Nena, te quiero.
               Nena, ven que te folle.
               Me subo un poco más la manta. Ahora está a tapándome los ojos. No, por favor…
               Mis entrañas dan un latigazo cuando un recuerdo de Chris sobre mí se combina con un movimiento de Scott.
               Me estoy haciendo daño en la boca de tanto apretar los dientes. Me los voy a terminar arrancando.
               Nena, te voy a comer.
               Me lo imagino con la boca entre mis piernas y los labios en mi sexo con tanta nitidez que, por un momento, Scott desaparece. Scott desaparece, estoy en mi casa, con las piernas separadas y gimiendo su nombre. Lo gimo de verdad. Me está gustando lo que me hace. Me gusta porque así no habla, y yo puedo pensar que es cualquier otra persona. Mi primer novio, el que nunca me hizo esto. El chico con el que me acosté la primera vez. El chico que me hizo esto por primera vez.
               Su lengua entra un poco en mí. Me va a volver loca.
               Se baja los pantalones. No vamos a hacer nada gratis. Él también quiere correrse, y mi respiración entrecortada es un buen sustituto de mi sexo.
               Me río en la cara de quien dice que los hombres no pueden hacer varias cosas a la vez. Chris me hace un oral, se masturba y, con la mano que le queda libre, me manosea los pechos. A mí no me podría importar menos; estoy muy cerca del orgasmo. Pero me los manosea como si quisiera detectarme el cáncer.
               Bebe de mí cuando me rompo debajo de él. Sube dándome besos por mi vientre. Me muerde los pechos, y yo grito su nombre. Me está haciendo daño y me está excitando más.
               Su miembro está sobre mi cadera. Sigue acariciándose. Tiene una mano libre, y la mete entre mis piernas. Quiero llegar más veces. Él quiere hacerme llegar más veces.
               -Métemela. Métemela, Chris-susurro en su boca. Sabe a sal. No me gusta. Pero me callo. Me callo porque estoy disfrutando. Me callo porque ha sabido calentarme.
               Me callo porque me está gustando que me folle duro. Y sólo sabemos follar duro así.
               -Tus deseos son órdenes, nena.
               Cuando quiero que me devore, mis deseos son órdenes. Cuando quiero chupársela, mis deseos son órdenes. Cuando quiero que me ponga contra la pared y me lo haga lo más fuerte que pueda, mis deseos son órdenes.
               Cuando estoy cansada y no me apetece, necesito que me convenza.
               Cuando no lo quiero encima de mí, estoy confusa.
               Cuando yo no me quiero poner encima, me estoy haciendo la dura.
               Cuando no quiero hacerle una paja, estoy en mis días.
               Sólo soy una persona cuando quiero sexo. En cuanto le digo que mi vida tiene más aspectos que ese, que nuestra relación abarca más cosas (por ejemplo, el espacio personal, el respetar mis decisiones), soy un perro al que apalear. Al que abandonar en una gasolinera cuando se acercan las vacaciones.
               Cuando me desnudo y dejo que me monte, soy el cachorro que ha recibido en Navidades.
               Cuando me visto y cierro las piernas, soy el chucho que no deja de ladrar mientras corre detrás del coche. Con un poco de suerte, lo pillará otro antes de que acabe el día.
               Scott vuelve a moverse. Mis pulmones no dan para más. Se niegan a seguir funcionando. Me he escapado de casa y lo sigo teniendo dentro de mí. Sabe dónde estoy. Sabe qué hacerme. Sabe cómo someterme.
               Y yo soy tan estúpida que me someto más justo con lo que él más disfruta. Cuando me pega, por lo menos se siente un poco mal. No se empalma. Y yo consigo odiarlo. Odiarlo y pensar en acabar con esto.
               En cambio, cuando lo hacemos… no hay hueco para los remordimientos.
               Tengo la mala suerte de ser de ese 10% de chicas que lo tienen muy fácil para llegar al orgasmo con penetración. Hasta en eso el destino me ha dado la espalda. Hasta mi cuerpo me traiciona, y él no puede pensar que está haciendo algo mal cuando me muevo, aunque sea un par de veces, a la vez que él.
               Me llevo la mano a los muslos. Tengo que asegurarme de que él no está ahí.
               Scott enciende la luz y se incorpora.
               -Voy a ir a dormir al sofá.
               -¿Qué? ¿Por qué?
               -Cada vez que me muevo, Layla, te estremeces. Es mejor así. Además, así estarás más tranquila, y los dos tendremos intimidad.
               Recoge la sudadera, coge el móvil y unos auriculares, y abre la puerta de la habitación. La cierra despacio, devolviéndome a la oscuridad. Escucho cómo abre otra puerta sin llamar.
               -Por mí no paréis, ¿eh?
               -¿Qué coño quieres, Scott?-una voz entrecortada. Diana.
               -Una manta, Didi, relájate.
               -Qué oportuno eres, hijo de puta.
               -¿Para qué, tío?-ahora el que habla es Tommy.
               -Voy a dormir en el sofá.
               -Vaaaaaaaaaya, así que no quiere yacer contigo.
               -Cierra la boca, Diana.
               -No me extraña, seguro que intentas adoctrinarla.
               -Diana-espeta Tommy.
               -¿En el arte de mandarte a la puta mierda?-sugiere Scott. Me lo imagino mordiéndose el piercing mientras sonríe.
               -Scott.
               -El One World Trade Center aún está en pie, ¿vas a seguir permitiendo eso mucho tiempo?
               -¡DIANA!-ladra Tommy, porque se está pasando tres pueblos.
               -Vete practicando para ahogarte con la polla de Tommy. Si no te funciona, avísame de cuándo vayas. Hablaré con mis primos. Uno es piloto de avión.
               -¡SCOTT!
               Me imagino a Scott poniendo los ojos en blanco, asintiendo con la cabeza.
               -Que folléis bien.
               Sí, ha hecho lo que yo pensaba.
               Cierra la puerta y lo escucho ir por el pasillo en dirección al salón. Por ahí hay mantas.
               Se abre una puerta. Por la manera de caminar, juraría que es Tommy. Sí, es Tommy; él no dejaría que Diana fuera a por Scott, no después de ese intercambio de pullas que podría iniciar una guerra.
               -Te calmas dos años-le dice Tommy a Scott. Seguro que Scott le coge la manta que le tiende de mala manera.
               -Mira a ver si te centras. Me tiene hasta la polla.
               -Me tiene que gustar a mí, no a ti.
               -En eso estamos de acuerdo. Pero soy tu mejor amigo y me preocupa el gusto de mierda que estás desarrollando por las mujeres.
               -No es culpa mía que no te soportes a ti mismo porque te canse todo el mundo.
               -Cuidado, Thomas.
               -Me gusta muchísimo.
               -Bien por ti.
               -Deberías apoyarme.
               Me levanto y abro la puerta. Estoy cara a cara con Diana. Ella también se ha levantado a escuchar cómo se pelean. Sentimos que estamos asistiendo a un acontecimiento histórico. Sólo espero que no dejen de hablarse por esto.
               Es culpa tuya, susurra una voz en mi cabeza. Si me hubiera callado y hubiera vuelto a casa, ellos no estarían así.
               -Te apoyo en las cosas que me parece que haces bien, y esto no creo que lo estés haciendo bien.
               -Diana es cocaína. Me ayuda a estar bien. No puedes reprocharme que quiera volver a estar bien. Es adictiva.
               ¿La sensación, o Diana en sí?
               Tommy se gira sobre sus talones y desanda el camino andado hace poco. Diana se debate entre meterse en la cama y fingir que no ha escuchado nada o seguir allí, en la puerta, esperándolo. Le gusta que la haya defendido así.
               Le gusta que se enfrente a Scott.
               Le gusta saber que hay esperanzas para salvar a Eleanor; lo que no sabe es que Eleanor es, con diferencia, la que mejor está de todas.
               Corre hacia la cama y se mete dentro. Ha decidido por fin. Tommy ni siquiera me mira.
               Se gira cuando Scott lo llama. Está al final del pasillo, en la puerta del salón.
               -Tommy.
               Tommy espera al último ataque de Scott.
               -Tú no me reproches a mí cuando me niegue a ir a enterrarte porque te has muerto de una sobredosis.
               Se miran un momento. Se miran como sólo dos hermanos cabreados pueden mirarse: odio lo mucho que hemos pasado juntos, odio la razón que tienes, odio el no poder mandarte a la mierda de una puta vez porque hemos crecido juntos, pero me estás cansando…
               Tommy suelta una risa sarcástica entre dientes. Niega con la cabeza y se mete en su habitación. Scott bufa y entra de nuevo en el salón.
               Yo me quedo allí un rato, pensando en lo que acaba de suceder. ¿Para salir del pozo, he tirado a dos personas dentro?
               Son Scott y Tommy. No van a dejar de hablarse, me recuerda una voz en mi interior.
               No estoy muy segura. Cierro la puerta despacio y me meto en la cama. En el lugar que, hasta hace poco, estaba ocupado por Scott. Ha estado ahí tumbado poco tiempo, pero las sábanas huelen a él. Huelen bien. Mejor que Chris, sin duda.
               Me hago un ovillo, ignorando el dolor sordo de mis magulladuras. Estoy acostumbrada a que estén ahí, presionándome constantemente. Cierro los ojos. Tardo un poco en dormirme.
               En cuanto lo hago, tengo una pesadilla.

               Ni en sueños consigo descansar.

10 comentarios:

  1. Dios mío, a mitad del capítulo se me han saltado las lágrimas. Es tan triste lo que le pasa a Layla...
    Menos mal que no ha contado y ahora todos podrán ayudarla a salir de ese pozo donde ese cabron la ha metido.

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  2. "Diana lo mira de arriba abajo cuando asiente con la cabeza y me da las gracias.Cree que está deseando engrosar su lista de conquistas. Lo que no sabe es que la ha echado al fuego en el momento en que Eleanor lo besó" BUENO BUENO BUENO

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  3. Estoy súper contenta por Layla. Pensé que ibas a hacernos sufrir más y que iba a tardar mucho más en contarlo. Ojalá muelan a palos a ese cabron.

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    1. Esta tarde me pongo a escribir el capítulo en el que Sabrae se entera y le parte la cara.
      A no ser que no sea Sabrae quien le termina partiendo la cara ¬u¬

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  4. ay Eri que sufrimiento de capítulo por dios. Menos mal que ya lo han descubierto y van a poder ayudarla porque 😢😢

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    1. ME DA MUCHÍSIMA PENA LAYLA LE DESEO LO MEJOR quién lo iba a decir si soy YO la que le está haciendo esto, no tiene sentido, viva mi cinismo

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  5. He sufrido la de Dios leyendo el capítulo. Menos mal que ya todo ha salido a la luz y ahora todos juntos podrán ayudar a Layla....
    Un capítulo genial Eri. Bien hecho tia.

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