sábado, 28 de mayo de 2016

Abejita de flor en flor.

-¿Dónde cojones estabas?-ladré, cogiendo a Eleanor de la cara interna del codo y arrebatándosela a Scott, que simplemente se echó a reír, a lo “vale, estás cabreado, lo pillamos, ¿tienes que hacerte de verdad el macho con tu hermana?”.
               Pues sí, gilipollas. Sí.
               -Si querías que estuviera tirándote de las faldas toda la noche, sólo me lo tendrías que haber dicho, Jesús-bufó, zafándose de mi captura. Me giré sobre mis talones y me encaré a Scott.
               -¿Y a ti qué coño te pasa, tío? ¿Te encontraste con dos y te las trabajaste a ambas?
               -¿No teníamos prisa?-fue su respuesta-. Pues ya discutiremos de camino, joder.
               Lo imité como mejor pude y puse los ojos en blanco; tiré de mi hermana en dirección a la salida mientras Diana iba haciendo sitio… o, más bien, anunciando nuestra salida.
               Que las luces no nos hicieran justicia a ninguno o que no nos permitieran admirarla no significaba que le sentasen mal. Todo lo contrario, le daban un aire místico, casi divino, en el que su pelo rubio brillaba con un aura celestial mientras los focos violáceos y azules arrancaban chispas de diversos colores de sus ojos cada vez que se giraba y comprobaba que estábamos bien, que la seguíamos.
               Y no hubo nadie que no se girara a contemplarla según pasaba, como si estuviéramos en una procesión muy esperada que, tras horas posponiéndose por culpa de la lluvia, salía triunfal al exterior.
               Sabrae se nos unió cuando estábamos a punto de llegar a la salida, se agitó el pelo, se guardó un par de papeles en el bolsillo trasero de los shorts de cuero e hizo un globo inmenso con su chicle.
               -Tenemos que repetir lo de esta noche, ha sido bestial.
               -Menos mal que no quería subir a cantar.
               -Y no quería. Hasta que supe que mi voz puede granjearme un par de polvos.
               -Sabrae-suspiró Scott.
               -Scott-suspiró Sabrae, imitando el tono trágico de su hermano. Se cogió la gorra y le dio la vuelta; la visera pasó a estar en su lugar, la placa brillante con el símbolo de Batman brillando contra la luz de las farolas.
               -¿Tenemos tiempo a llevarlas a casa?-preguntó Scott, y yo me alegré de haber salido de la calle de las fiestas cuando lo hizo, porque sabía que tendríamos movida en el segundo en que contestara a esa pregunta.
               -Podemos dejar a Eleanor de camino, pero no nos podemos desviar.
               Scott se detuvo, Sabrae lo esquivó de milagro, mirando la pantalla de su móvil.
               -Estás de puta coña-dijo él. Diana se paró, y con ella, todos los demás. Se volvió para disfrutar del espectáculo que era ver cómo Scott y yo nos peleábamos en serio, y no de broma. Sabíamos cómo putear al otro y nuestras broncas eran inmensas; nos importaba una mierda dar golpes bajos con tal de arrancarle al otro la razón, y lo hacíamos más a menudo de lo que quisiéramos o nos atreveríamos a admitir cuando ya no estábamos de mala uva el uno con el otro.
               -¡Yo quiero ir con vosotros!-protestó Eleanor. Sabrae se levantó un poco la visera de la gorra.
               -¡Tú te callas! ¿Qué dijo mamá antes de irse?
               -Me importa tres cojones lo que dijera mamá.
               Le solté una bofetada sin pensar. Fue automático. Ella intentó devolvérmela.
               -En vez de tener la mano tan suelta, lo que deberías hacer sería escuchar, gilipollas-se metió Scott. Sabrae sonrió para sí misma, porque sabía que no se estaba enfrentando a mí, sino defendiendo a su novia, a la que nadie iba a volver a tocar sin que él se pusiera como una fiera-. Tú serás el mayor, pero la lista de los dos es ella.
               -No podemos llevárnosla.
               -Sabrae no va a venir.
               -¿Es que le caigo mal a Layla, o algo?-replicó Sabrae, abriendo los brazos. Diana le dijo que se callara, tanto por su integridad física (Scott la mataría como siguiera poniéndose chula estando él de tan malas pulgas), como por la posición privilegiada que había conseguido obtener en nuestro concierto de puñaladas.
               Yo la miré un segundo.
               -¿También quieres darle una hostia?-provocó Scott-. Es mía. Tócala y te juro por tu dios y por el mío que te destrozo aquí mismo.
               Eleanor dio un paso atrás. Sabrae también. Era la pelea más épica desde Batman vs Superman (y eso que la más épica no la habían protagonizado ni Batman ni Superman, sino Wonder Woman contra la cosa que había creado Lex Luthor), y los daños colaterales serían muy altos si seguían cerca el uno del otro.
               -Lo has hecho a posta, ¿verdad que sí, cabrón? Por eso querías que viniera también ella-Scott dio un par de pasos hacia mí, y yo hice lo propio, estábamos a medio metro y estábamos a punto de liarnos a palos. A la mierda 17 años sin tocarnos; ahora íbamos a hacerlo. Y nos íbamos a poner al día.
               -Es mejor que nosotros-repliqué yo-, y es cosa de chicas.
               -¡Una puta mierda es cosa de chicas!-ladró él, salvando la distancia que había entre nosotros y pegando nuestras frentes. Eleanor dio un paso al frente, dispuesta a meterse entre los dos; mala idea. Sabrae la agarró de la muñeca y tiró de ella, alejándola de la bronca masiva.
               Dijo un nombre, pero no fue el mío.
               Diana le dijo algo, pero yo no le presté atención, a pesar de que podría haber oído de sobra cómo le sugería que se lo volviera a llevar al baño y se lo trabajara como había hecho antes, porque estaba muy crecidito y realmente lo necesitaba. Vale, sí, lo necesitaba de veras.
               Casi fue mejor que no le hubiera hecho caso a la americana; con la mirada envenenada que le dedicó mi hermana, bastó. Si hubiera prestado atención, seguramente hubiera acabado por matarlo.

               -¡Les corresponde a ellas vengarse!
               -¡No vas a llevar a mi hermana para usarla en tu intento de ser un héroe, Thomas! ¡Ya pasó! ¡Hace una semana, ¿recuerdas?!
               -Tócame tú primero, hijo de puta-ordené-. Vamos a solucionarlo en condiciones, y el que gane…
               -Me da igual que me lleves por delante, retrasado. Mi hermana se queda en casa.
               -¿Qué pasa, Malik?-repliqué, envarándome, y él sonrió al escuchar su apellido-. ¿Sólo puedes usarla tú?
               -Es mi hermana, y, yo no la uso.
               -Yo tampoco.
               -¿En serio?
               -Que decida ella-sugerí.
               -Ella no tiene nada que decidir, porque igual que tu madre te ha dado el poder a ti, el de mi casa lo tengo yo. Nos ocuparemos los dos de esto, que para algo somos mayores. Me suda la polla que Sabrae pelee mejor que yo. No voy a permitir que la metas en la boca del lobo si ni siquiera sabemos a qué vamos, ni cómo es ese tío, si es más alto, más fuerte…
               -Pude con seis-intervino el objeto de nuestra disputa, que milagrosamente tenía una conciencia y una boca con la que expresar su voluntad.
               -¿Te puedes callar?-le gritó su hermano, y yo le puse la mano en el pecho.
               -A ella no la vas a tratar como a mierda, con quien estás cabreado es conmigo, ¿estamos?
               -Estaban crecidos, Sabrae, esto es diferente.
               -Podré con quien me digáis. Por dios, puedo cargarme a Chuck Norris si es lo que me apetece.
               Scott se la quedó mirando; sabía que había perdido una batalla. Pero no iba a dar su brazo a torcer tan fácilmente.
               -Si Sabrae viene, Eleanor también.
               Diana controló una contestación del estilo de “¿no te ha servido el polvo de ahora, Scott? ¿Necesitas varios?”. Los dos se lo agradecimos sin saberlo.
               -Eres un hijo de puta-contesté.
               -¿Quieres arriesgar hermanas, cabrón de mierda? Muy bien. Juguemos con las dos. Ya verás lo bien que se pasa teniéndola allí.
               -No me dejaste ir con ella la semana pasada.
               -¡Porque éramos cuatro, no dos!
               -Me encanta que vayáis de feministas para luego no contarnos por el simple hecho de tener útero-comentó Sabrae, jugando con la gorra.
               -Mira, cría, hoy te la estás ganando a pulso.
               -Seguro que si me tocas, Tommy te revienta.
               Asentí despacio.
               Scott dejó escapar una exclamación, se cagó en mi familia entre dientes, se pasó una mano por el pelo y asintió.
               -Voy a estar bien, S. Sé defenderme.
               -Sabes defenderte cuando estás tranquila, pero este tío va a hacer que se te crucen los cables.
               -No creo que…
               -Simon no le hizo nada a Eleanor, dentro de lo que cabe-anunció Diana-. En cambio, este cabrón lleva violando a Layla más de un año.
               Sabrae alzó las cejas, Eleanor abrió la boca. Tenía que haberse imaginado algo por cómo vino Scott a por mí el día anterior, pero ni de lejos, ni poniendo todo el empeño de su mente, habría podido llegar a hacerse una idea de lo duro de la situación de nuestra amiga.
               -¿Violándola?
               -Sí.
               -¿Maltrato?
               -Sí.
               Eleanor y Sabrae se miraron… y sonrieron.
               Se me heló la sangre al ver sus sonrisas.
               -El miedo va a cambiar de bando, Saab.
               -Y yo con medias, El. Desde luego, tengo estrella para elegir mi ropa-sacudió la cabeza-. Polla violadora, a la licuadora, ¿a que sí, hermana?
               -Ya lo creo.
               -Nos lo vamos a pasar bien-Sabrae se caló la gorra y se volvió hacia nosotros dos-. Guiadnos, niños. Acabáis de despertar a la bestia. Es hora de cobrar nuestra deuda de sangre.
               Scott me miró. Y yo le miré a él.
               -¿Ves por qué no quería traerla?
               Las chicas echaron a andar.
               -Lo va a destrozar.
               -Le va a hacer lo que se merece, pero, ¿a qué precio, T?
               -Eleanor la parará. Es buena tranquilizando a la gente.
               ¿Se lo estaba diciendo en serio a él, que lo sabía mejor que nadie y que acababa de sentir los dones de mi hermana en su propia piel?
               Seguimos caminando detrás de ellas, en silencio, con su secuencia de pasos haciendo de tambores rítmicos en nuestros pensamientos. Puede que me hubiera pasado un poco con él. Seguro que, siendo la situación a la inversa, me habría puesto como una fiera. En el fondo sabía que compartiría el cabreo de Scott. Eleanor era mi pequeña igual que Sabrae era la suya, por mucho que me tocara los huevos y por mucho que se hiciera la mayor.
               -¿Tommy?
               Diana nos echó un vistazo por encima del hombro, disgustada porque sabía que estábamos a punto de hacer las paces.
               -¿Scott?
               -Siento lo de antes.
               -Yo siento haber traído a Saab así-respondí.
               -Está olvidado, hermano. Le van a partir la cara-sonrió con malicia, un poco nada más, pero la suficiente para darme confianza en ellas. Le devolví la sonrisa y choqué mi puño con el suyo.
               Rematé la jugada agarrándolo del cuello, aprovechando que estaba desprevenido, y revolviéndole el pelo. Me dio un puñetazo en el costado para que lo soltara, y yo me eché a reír. Las chicas se giraron para vernos; nuestras hermanas sonrieron y asintieron con la cabeza. Diana sólo contuvo una sonrisa a duras penas. Le estaba cogiendo cariño a Scott, se le notaba a la legua.
               Fue mi americana la que puso al día a las chicas, que escucharon con atención un relato tan “puro” como el original. Scott no había añadido nada a la historia de Layla, bastante horrible era ya. Ni una sola exageración se escapó de sus labios, ni tampoco de los míos cuando se lo conté esa misma tarde a Diana, con la lengua más suelta después del sexo. Ella había escuchado con atención, con una mano en mi pecho y el ceño ligeramente fruncido. Puede que estuviera comparando lo que le había dicho Layla cuando salieron las dos solas a dar una vuelta. Tal vez estuviera uniendo piezas, creando un puzzle tridimensional, una versión actualizada y mejorada del que habíamos conseguido resolver S y yo.
               Nosotros fuimos en silencio, asintiendo cuando Diana se volvía para contrastar información y añadiendo o corrigiendo cuando se equivocaba en algo. A Scott le sonó el móvil, y se lo sacó del bolsillo con una mueca de disgusto a punto de aparecer. Sabía quién era antes de mirar la pantalla y deslizar el dedo para atender la llamada.
               -Hola, mamá.
               Tenía la costumbre de poner el volumen del teléfono a tope, con lo que pude oír perfectamente toda la conversación. Sabrae se dio la vuelta y siguió caminando hacia atrás. Nos quedaban un par de calles para llegar a la parada del metro. Lo malo de vivir en las afueras era que tardabas bastante en encontrar una estación; en el centro, eran demasiado abundantes.
               -¿Qué tal todo por ahí?-oí que preguntaba Sherezade. Era imposible que no supiera nada, los dos lo sabíamos. Por si acaso, nos pusimos de acuerdo con la mirada.
               -Bien-dijo Scott.
               -¿Tus hermanas?
               -También bien.
               -¿Qué hacéis?
               Era pronto. Era pronto, joder, Scott todavía no podía habérsela cargado.
               -Ver una peli-espetó, en un alarde de creatividad propio de algún guionista de reality. Menuda puta mierda de excusa. Me apeteció darle una bofetada para que espabilara.
               -Ajá. ¿Seguro?-insistió Sherezade, que para algo lo había parido y lo había criado y notaba cuándo mentía incluso mejor de lo que lo hacía yo-. Porque estoy aquí con ellas y no te veo por ninguna parte.
               Scott cerró los ojos y se detuvo. Todos lo imitamos.
               -He ido a ver a Layla.
               -Pásamela.
               -No puedo-suspiró-, estoy…
               -¡Me importa una mierda dónde estés, Scott! ¡Lo único que me importa es que has intentado engañarme!-estalló su madre, y Scott se encogió un poco. Un par de milímetros; para un dios no era nada, pero yo era la única persona de aquel grupo que no lo consideraba un dios. Diana lo veía como un dios del mal; Sabrae, como un dios de la estrategia en lo que a la familia se refería, y Eleanor…
               …no me hacía una idea de hasta qué punto Eleanor lo consideraba un dios omnipotente.
               -Ya verás cuando vuelvas a casa. Tómate tu tiempo-advirtió, y cuando tu madre te dice que te tomes tu tiempo en volver a casa, vete pensando en ahorrar para contratar mercenarios que te escolten cuando regreses-, no vaya a ser que te termine colgando de una ventana. Y lo mismo va por tu hermana. Qué vergüenza de trabajo he hecho con vosotros, de verdad. Es imposible que me salierais peor-ladró-. Preparaos los dos. Rezad porque vuestro padre me lleve a la cama esta noche, porque como volváis y no se me haya pasado el cabreo, os mando de una bofetada a Saturno, a ver cómo me desobedecéis ahí. Ah, y la próxima vez que las dejes solas, por lo menos hazlo en una casa que Shasha domine, y no en la de Erika, ¿está claro?
               Sabrae tomó aire y lo dejó escapar muy lentamente.
               -Sí, mamá, lo sien…-empezó él, pero se escuchó el sonido de la línea cortándose. Miró la pantalla con incredulidad-. A ver, le he dicho la verdad. He ido a ver a Layla.
               -Llevamos horas fuera de casa y todavía no estamos con ella, S. Mamá no es tonta.
               -No puedo estar a todo, ¿vale? Si no quería responsabilidad, que no nos hubiera tenido, joder.
               Empezó a sonar mi teléfono en el bolsillo.
               -Madre mía, están juntas. Vamos a morir todos-se lamentó Eleanor. Saqué el aparato y me lo quedé mirando.
               -¿Y si no lo cojo?
               -Nos despellejará, T.
               Deslicé el dedo. Mamá ni siquiera me dejó decirle hola.
               -¿Dónde coño estás, Thomas?
               -Yendo a ver a Layla.
               -¿Y TE HA LLEVADO TODA LA NOCHE?
               Me estaba gritando en español. Ya podía correr y esconderme en algún iglú en Alaska. Me mataría. Me mataría porque Scott era el único chico de su casa, pero yo tenía un hermano. Era prescindible. Más o menos.
               -¿Qué?-fue mi respuesta.
               -¡Qué!­-replicó ella, repitiendo la palabra exagerando mi acento y mezclándolo con la pronunciación de alguien de su país, que no dominaba nuestro idioma y que rezaba la palabra tal cual se escribía-. ME TIENES HARTA, Y… NO, CÁLLATE, LOUIS. NO TE LO VOY A PASAR. AHORA ESTOY YO CON ÉL. VETE A LA PUTA MIERDA­-no sé si eso era para mí o para mi padre-. Y TÚ. QUE SEA LA ÚLTIMA VEZ QUE TE INTENTAS REÍR DE MÍ TAN DESCARADAMENTE. “VOLVEMOS ANTES DE QUE ELLOS LLEGUEN”, Y UNA PUTÍSIMA MIERDA, THOMAS. DIME QUE POR LO MENOS TIENES A TU HERMANA. NO, BUENO, NO ME DIGAS NADA; SABE DIOS SI ESTÁS INTENTANDO ENGAÑARME CON ESO TAMBIÉN. SI FUERAS MEDIO LISTO, NO PASEARÍAS TANTO LA LENGUA CON TU HERMANO DELANTE. YA SABES QUE A DAN YO SE LO SACO TODO.
               -No metas al crío en esto también, Erika-escuché a papá interceder.
               -QUE TE CALLES, LOUIS, ME CAGO EN MI VIDA YA. Y TÚ, THOMAS. PREPÁRATE PARA CUANDO VUELVAS A CASA. NO VAS A VER LA LUZ DEL SOL HASTA QUE CUMPLAS LOS 50.
               Colgó sin decir nada más. yo también me quedé mirando la pantalla del móvil.
               -Podría haber sido peor, ¿no?-murmuró Scott-. Nos podrían haber llamado por nuestros nombres completos.
               -Tengo 57 mensajes de ella. En 22 dice mi nombre entero. En 13 incluso me pone su apellido de soltera.
               Scott bufó.
               -A mí no me pone el apellido de soltera, pero como si lo hiciera.
               -¿Te imaginas que Tommy no lleva consigo las llaves?-le dijo Eleanor a mi amigo, y él se encogió de hombros.
               -Duermo en un banco, si hace falta. Yo a casa no vuelvo hoy. Le tengo aprecio a mi cabeza. Alá sólo me ha dado una.
               Es increíble lo mucho que nos cambian las broncas de nuestras madres. Pasamos de ser leones que dan zarpazos y muerden y juegan lo más sucio que pueden para robar aunque sea medio metro de territorio, a tiernos corderitos que se quedan mirando al lobo con estupefacción mientras lo ven acercarse, con los ojos enloquecidos y los dientes ensangrentados con el líquido vital del resto del rebaño. Y no nos sale correr, sólo los miramos con incredulidad mientras temblamos. Es lo único que podemos hacer: temblar.
               No estamos haciendo nada malo ahora, ¿por qué quieren meternos el miedo en el cuerpo precisamente cuando necesitamos ir tranquilos?
               En ese momento, no quedaba nada del Scott que se había levantado en el examen de matemáticas, ignorando las miradas de la pelirroja que se le sentaba detrás y que no le quitaba la vista de encima ni a él ni a su culo, al que le había pedido que me cogiera un folio para mí también y me había espetado.
               -Cógetelo tú, ¿no tienes piernas?
               Me lo había terminado trayendo, pero el guante ya había sido lanzado al suelo y estaba manchado de barro.
               Tampoco quedaba nada del Tommy que había alzado las cejas cuando Scott me pidió que le devolviera el típex de cinta para unos ejercicios de biografía que teníamos que entregar y en los que la presentación contaba un punto.
               -¿Qué típex, Scott?
               -El mío. No me toques los huevos, que voy justo de tiempo.
               -¿Éste?-le había dicho, recogiéndolo de su escondite de debajo de los libros y sosteniéndolo entre dos dedos. Él asintió-. Qué lástima, ha echado alas.
               Y lo tiré por la ventana.
               No me mató de milagro, porque la profesora era estricta y estaba deseando que le diéramos una razón para que nos mandara expulsados a casa una semana. Se giró y se lo pidió a Bey. No me dirigió la palabra en los 45 minutos restantes. Le pedí un folio, él me miró por el rabillo del ojo, cogió uno, lo hizo una bola y me lo tiró a la cara.
               -Malik-amenazó la profesora. Él levantó la cabeza y le dedicó su mejor sonrisa de Seductor ™. Ella le habría ordenado que me pidiera perdón si no hubiéramos sido demasiado mayores para que nuestro comportamiento de críos de 2 años no diera vergüenza ajena. También se lo hubiera ordenado si me soportara, aunque fuera un poco.
               Seguro que la muy cabrona nos imaginaba a los dos haciéndole cosas sucias.
               Cuando llegó el tren y nos subimos a él, volví a sacar el teléfono y le envié un mensaje a Layla diciéndole que estábamos al caer. Estamos en el tren. Diez minutos como máximo.
               Sé que lo leyó aunque no se conectara. Cuando llevas tanto tiempo subyugada, empiezas a encontrar formas de hacer que tu suplicio se haga un poco más llevadero. Desconectar el internet y abrir las aplicaciones de mensajes para leerlos sin que parezca que los has recibido es una de esas cosas. Le había visto hacerlo la noche anterior.
               Las chicas bromeaban sobre lo que iban a hacerle al cabrón de su novio cuando llegaran. No nos iban a dejar subir. Sabrae y Diana lo querían para ellas solas, no iban a dejar que les quitasen su presa.
               Eleanor sonreía con tristeza, y nos echaba sendos vistazos de vez en cuando a Scott y a mí. Él le devolvía las miradas cada vez que las sentía, pero yo no podía. Estaba rememorando el SOS de Layla.
               Había bajado del escenario y me había inclinado para besar a Diana después de beber un chupito. Ella me había dicho que no sabía que pudiera cantar así. Yo me encogí de hombros.
               -Tengo mejor voz que mi padre.
               Papá no podría ni soñar con alcanzar las notas a las que llegaba yo, claro que yo no podía soñar con alcanzar las notas a las que llegaba Scott.
               Ni siquiera pregunté por mi amigo; noches y noches saliendo de fiesta ya habían servido para confirmar mi teoría de que, si Scott desaparecía de repente, era porque había encontrado una chica. Saqué el móvil de manera automática, para mirar la hora, y vi las llamadas perdidas y el mensaje que intentaba ser tranquilizador de Layla.
               “Tommy, cuando puedas, llámame”.
               Layla era demasiado buena como para querer preocuparte o meterte prisa. Pero ese cuando puedas no hizo más que revolverme las entrañas. Le enseñé la pantalla a Diana y ella asintió; no necesitó que le dijera que iba a la calle para hablar con la hija de Alba más tranquilo.
               Me mordí las uñas mientras esperaba a que lo cogiera. La gente salía y entraba, algunos me saludaban, ajenos a mi preocupación. Yo asentía con la cabeza cuando alguien decía mi nombre.
               Me había dejado mensajes en el buzón de voz, todos con voz intentando estar tranquila, ninguno consiguiéndolo. Se reducían a lo mismo “Tommy, no te preocupes, pero en cuanto tengas un ratito, necesito que me llames”. “Es importante”. “No te molestaría si no fuera importante, pero tú tranquilo, sólo…” “Sólo necesito que me llames”.
               En el último, luchaba por no llorar.
               “Tommy, Tommy, no te enfades, por favor. He llamado a Scott pero tampoco me lo coge.”
               Volví a probar a llamarla.
               Le llevó descolgar 11 toques.
               -¿Tommy?-musitó, esperanzada.
               -Lay-dije yo-, ¿qué te pasa?
               Y se echó a llorar.
               -Tommy, Tommy, por favor, no te enfades. He venido de noche a casa, quería recoger mis cosas, tenía miedo de que hiciera algo, que encontrara el ordenador y se diera cuenta de que no estoy en Wolverhampton porque siempre me lo llevo, pero… ha venido a casa. Venid a buscarme. Por favor, por favor, Tommy, ven a por mí.
               Ha venido a casa.
               He venido de noche.
               Tenía miedo de que hiciera algo.
               -Tranquila, Lay, tranquila. Vamos para allá, ¿vale? Salimos ya. Tú espera. No te preocupes. Enseguida llegamos.
               -Vale.
               -No tardamos nada.
               -Vale.
               -Se va a acabar pronto, princesa. Se va a acabar ahora.
               Una puerta que se abría. Ella contuvo una exclamación.
               -Corred-suplicó-. Corred. Por favor. Ha bebido. Tengo que colgar. Daos prisa.
               Y todavía tuve los huevos de perder valiosísimos minutos peleándome con Scott en la calle. No podíamos elegir mejores momentos.
               Me alegré de no haberle preguntado si le había hecho algo, porque el tiempo que perdí haciéndome el macho con Scott lo habría perdido de todas formas esperando el metro.
               Cumplimos su deseo y nos bajamos del tren y echamos a correr y salimos de la estación casi antes de que las puertas hubieran terminado de abrirse. El maquinista nos habría mirado por el retrovisor y habría sacudido la cabeza. Estos jóvenes de hoy en día, ya no tienen respeto ni educación ni nada. Éramos los únicos que viajábamos en su tren, y teníamos la culpa hasta del hambre en el mundo.
               Contamos los números, yo fui el que me detuve frente a su portal. Scott fue el segundo; Diana, la tercera. Las pequeñas fueron las más tardías.
               -¿Cómo abrimos? ¿Cuál es su piso? ¿Cómo sabemos dónde vive? ¿Lo sabes, Tom…?-empezó Eleanor, pero el sonido de cristales rompiéndose acalló su perorata histérica. Sabrae acababa de darle una patada al cristal del portal y había roto una de las ventanas.
               -¡Eso, córtate una pierna, que total, tienes otra!-le gritó Scott. Diana la agarró de la muñeca y terminó de romper la puerta de cristal dándole con su bolso. Sabrae la miró con adoración en la mirada.
               -A ver si te piensas que yo no robé nunca nada en el Bronx. Que sea millonaria no quiere decir que no me vaya la acción-le dijo, luego, se volvió hacia nosotros-. Quedaos aquí. Nosotras nos ocupamos.
               Eleanor siguió a Sabrae, Diana clausuró el desfile. Se acercaron a los buzones, encendieron las linternas de los móviles, y anunciaron el piso de Layla.
               -Diana-la llamó Scott; ella se volvió, a punto de subir el primer escalón-. Matadlo.
               Diana sonrió, asintió con la cabeza y se perdió en la oscuridad de la escalera no iluminada. No se les había ocurrido encender la luz. Casi mejor; así, si había cámaras, no las veían.
               Las luces oscilantes que salían de las linternas de sus móviles no tardaron en desaparecer. Nos quedamos allí, de pie, intentando escuchar ruidos o voces que sabíamos que no llegarían. Layla vivía en los últimos pisos, sería complicado escuchar nada que escapara de ellos si no se abría ninguna ventana. Y hacía demasiado frío para abrir ninguna ventana.
               Frente al portal de Layla, había una tienda. El dependiente, un hombre rechoncho de rasgos orientales, salió a la calle y nos miró. Nos iluminaba una farola cercana.
               Sacó el móvil del bolsillo de su delantal.
               -Tommy-dijo Scott. Tenía que pensar un plan, y hacerlo rápido. Si llamaba a la poli, se nos caería el pelo. A nosotros y  a nuestras hermanas. No podíamos tener la culpa de su primera noche en comisaría.
               Scott estaba bloqueado. Funcionaba mal bajo ese tipo de presiones.
               -Urdu-espeté; él abrió muchísimo los ojos.
               -¿Qué?
               -Háblale en urdu. Dile que somos de los nuestros.
               -¿Y si no lo entiende? Si es de Pakistán, sólo la élite…
               -Tú inténtalo. Creará conexión.
               Se volvió hacia él, y los dos rezamos una misma oración. Por Dios, por Dios, que sea de Pakistán. De Pakistán o la India.
               Scott le gritó algo. Algo así como que no queríamos hacerle daño. El hombre se detuvo a medio camino de poner el teléfono en la oreja. Le replicó algo con un acento tan diferente del que le salía a mi amigo cuando hablaba en el idioma de sus abuelos que no le entendí.
               -Es de la India-musitó él. Asentí despacio. Scott le pidió que no llamara a la policía.
               El hombre le contestó que por qué no debería hacerlo.
               -Sabes lo que nos hacen.
               No parecía convencerle del todo que mis rasgos fueran europeos. Pero Sabrae era de un colectivo minoritario. Tenía que haberlo visto.
               -Venga, hombre, estamos haciendo lo correcto. Venimos a ayudar a una amiga.
               -Los amigos no rompen puertas. A los amigos se les abren.
               Volvió a encender la pantalla.
               Scott le dijo algo que yo no conseguí entender. El hombre volvió a centrar su atención en él; luego, en mí.
               Scott se bajó de la acera y cruzó la calle. Se quedó a medio camino, porque el dependiente le dijo que no se acercara más o llamaría a la policía. Scott le dijo que se equivocaba. El hombre le replicó algo, y se enzarzaron en una discusión en la que mi amigo simplemente se defendía con calma. Me señaló a mí, luego a la ventana, luego a él. Entendí la palabra “hijas”. Le preguntaba si tenía hijas.
               El hombre sujetó con fuerza la escoba con la que había salido. Asintió despacio. Scott asintió también.
               -¿Cuántas?
               -No te importa.
               -¿Están casadas?
               -Tampoco te importa.
               Noté su sonrisa cuando adivinó que eso era un sí. Tenía varias, y al menos una estaba casada. El hombre frunció el ceño, asió aún más fuerte su improvisada arma… pero bajó el teléfono.
               Sólo pude entender fragmentos de la conversación. Una cosa era lo que me habían enseñado los Malik y aprendido más o menos escuchando, en un ambiente tranquilo que quería que lo entendiera, y otra muy diferente el traducir mentalmente a la mayor velocidad posible una conversación a la que no estaba invitado y que, para colmo, se mantenía en dos variantes.
               Scott le pidió que imaginara algo malo. Insistió mucho en una palabra que no conocía. Dijo varias veces “tus hijas”. Creo que mencionó a nietos. El hombre se puso tenso. “Hogar, crecer, miedo” fue lo que conseguí sacar de la siguiente frase. Dejó de sujetar con tanta fuerza la escoba. “Sólo queremos ayudarla”. “Tengo tres hermanas pequeñas”. “Ella es como mi hermana”. “Deber, proteger, nuestra, familia”.
               El hombre me miró con desconfianza.
               -También es mi hermano. De distintos padres. Me ayudará a acabar. Inshalllah-probó suerte. El hombre asintió y repitió la misma palabra. Scott sacudió la mano por detrás de sí; me estaba diciendo que ni se me ocurriera repetirla.
               -No me traigáis problemas-dijo en inglés, se dio la vuelta y se encaminó a su tienda. Empujó la puerta mientras Scott y yo le prometíamos que no lo haríamos, cada uno en el idioma que mejor dominaba.
               Miramos hacia el edificio; no había luces encendidas. Nos sentamos en la acera y afinamos el oído, pero nada. Sólo nos llegaba el sonido ahogado de una televisión encendida en la tienda.
               -¿Lo has pillado todo?
               Negué con la cabeza.
               -¿Lo has entendido a él?
               -Partes.
               Sonrió.
               -¿Qué pasa?
               -Me habló en hindi.
               -Pero…
               -El urdu se parece.
               -¿Hablas tres idiomas?
               -¿Hablas tú portugués, T? ¿A que no? Pero les entiendes. Esto es lo mismo. Me la he jugado un montón. Menos mal que no sabe que Pakistán y su país se odian a muerte.
               Se sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo y me tendió un cigarro, que yo estaba deseando a pesar de no saber que lo necesitaba hasta que me lo mostró. Lo acepté y me lo puse en los labios; me lo encendió, y luego el suyo.
               La verdad es que me sentí muy bien cuando todas las sustancias del tabaco entraron en contacto con mi cuerpo. Me estaría jugando el cáncer, pero, a corto plazo, era una posibilidad que podía permitirme, y que, de hecho, me permitía.
               Scott dio una calada larguísima, se atragantó con el humo y lo tosió durante medio minuto. Yo observé, simplemente. Le di una palmada en la espalda. Sacudió la cabeza cuando terminó de expulsarlo, los ojos humedecidos por el esfuerzo. Se inclinó hacia atrás, tomó aire un par de veces, lo exhaló, y le dio una calada más tímida.
               -Eso te pasa por chulo.
               -Cierra la boca, o le digo a nuestro amigo que le he mentido porque si te caza la policía tú no te irás con mi hermana, a la que has dejado embarazada sin haberte casado antes con ella.
               -Qué descaro-repliqué-, me pregunto quién hace eso de dejar a alguien embarazada sin casarse con ella.
               -Todavía te meto una hostia.
               Se terminó el cigarro y esperó con una sonrisa a que yo hiciera lo propio.
               -Otro-dijimos a la vez, y volvimos a sacar dos.
               -¿Sabes, S? Creo que estamos fumando un montón últimamente. Demasiado.
               -Menos mal, creía que me estaba volviendo paranoico o que me empezaban a cundir más que de costumbre.
               -Deberíamos dejarlo.
               -Sí.
               -Dame fuego, anda-me incliné hacia él, que encendió el mechero y me acercó la llama-. ¿Cuál es tu excusa?
               -Estoy estresado por tener que verte el careto tan a menudo-soltó, como si no me llevara viendo el careto todos los días desde que nací-. ¿La tuya?
               -Me estoy enganchando.
               -Ah no. Ni de coña. Tenemos que parar. Esto fastidia los dientes.
               -Y la voz-nos dan igual los pulmones, porque, ¿realmente son importantes? Unos dientes blancos son los nuevos pulmones sanos-. Y yo no estoy para joderme más la voz.
               Se me quedó mirando.
               -Cantas bien, tío.
               -No como tú-acusé.
               -Pero sigues cantando bien, T-inclinó la cabeza hacia un lado.
               -No sé yo-me dio una palmada en la espalda, como haría con un niño que está triste por alguna tontería, pero yo sabía que le entristecían esos comentarios que me salían de vez en cuando. Era la verdad; era mejor que yo. En prácticamente todo. No me importaba, pero… era así.
               -Vas a ganar un puto Grammy.
               -No voy a ganar ningún puto Grammy.
               -Eh, si pudo la puñetera Meghan Trainor, tú también puedes.
               -Inshallah-lo provoqué.
               -Ni inshallah ni pollas. Como que me llamo Scott-sostuvo la cajetilla en alto-. La última cajetilla, ¿te parece bien?
               -Sí.
               Nos quedamos callados, terminando en silencio nuestros respectivos cigarros. Se oyó una sirena acercarse y alejarse de nuevo. El dependiente se puso a limpiar su tienda. Nos lanzó un par de miradas. No se oía nada del piso de Layla; bien podrían haberse cargado a su novio ya o haber encontrado una entrada a Narnia.
               -¿S?
               -¿T?
               -He estado pensando…
               -Menuda novedad-sonrió, dando una calada tímida y mirando las puertas.
               -¿Cómo crees que podemos animar a Layla?
               -Cargándonos a ese hijo de puta.
               -Ya, pero, después… podríamos hacer algo.
               Se volvió y me miró.
               -Continúa.
               -Verás, había pensado…-llevaba dándole vueltas todo el día, no podía dejar de pensar en lo que me había dicho Diana sobre cómo le había hecho el amor y cómo se olvidaba de todo cuando yo se lo hacía despacio-, en que tal vez… pudieras acostarte tú… con Layla-alzó las cejas-. Hacérselo despacio. Que recuerde que el sexo no es un castigo, ¿entiendes? Bueno, al principio no me parecía muy adecuado, pero si a mí me ayuda a olvidarme de Megan el acostarme con Diana, y lo que Layla necesita es, básicamente, olvidarse de ese cabrón… podrías hacérselo tú. Eres bueno. Por la cuenta que te trae. Despacio, claro. Como si… estuvieras enamorado de ella y… ¿por qué cojones me miras así?
               -Es que me encanta la cara que pones cuando sabes que has metido la pata hasta el fondo pero tú sigues insistiendo, venga, venga, a ver si Scott tiene el día tonto y traga, pero Scott no tiene el día para gilipolleces-negó con la cabeza-, aunque te agradezco de corazón que me quieras hacer reír. De veras. Esa obsesión tuya con insistir incluso en tus errores me encanta. Creo que es lo que más me gusta de ti. Tengo que hacerte una foto-murmuró, sacando el móvil del bolsillo de su pantalón-, sigue hablando, T.
               -No es mala idea.
               -En Plutón, puede. Aquí, sí.
               -Layla es guapa.
               -Es Layla.
               -Sigue siendo Layla.
               -Joder, Scott, no es como si te enrollaras con mi hermana-espeté, y él alzó las cejas-, es más lejana que eso.
               -Pues tíratela tú, no te jode.
               -Estoy con Diana.
               -Y yo con…
               Ahora, el que levanté las cejas fui yo.
               -¿Con quién?
               -Con nadie.
               -Estás con alguien, Scott, se te ve en la cara.
               Qué cabrón, cómo me lo había ocultado.
               -Que no estoy con nadie, joder, cierra la boca ya. Ni fumar tranquilo me dejas ya.
               -¿La conozco?
               Me miró de soslayo.
               -¿A cuántas tías conozco yo que tú no conozcas?
               -También es verdad-concedí-. ¿Cómo es?
               -Que no te voy a decir nada, flipado.
               -Pues me parece mal. Me ofende que la quieras monopolizar. Somos amigos. Compartimos esas cosas.
               -Entonces compartiré contigo que me ha parecido muy mal: a) que sugieras que le eche un polvo a Layla como si fuera una cosa en la que meter la polla, simple y llanamente…
               -Yo no lo he sugerido así…
               -…b), que sugieras que lo que necesita Layla es un buen polvo después de tanto tiempo violándola es que de verdad, eh, Tommy, ¡de verdad!; c) que creas que Layla de verdad nos dejaría a alguno de los dos acercarnos de esa guisa a ella y aceptaría o d), que Layla ni siquiera quiera acostarse con nadie después de todo lo que ha pasado.
               Bueno, vale, visto así, tenía su lógica.
               -Soy un insensible.
               -Y vas a ganar un Nobel por este descubrimiento.
               Me terminé el cigarro.
               -¿Quién es ella?-insistí.
               -Te voy a terminar apagando el cigarro en el ojo.
               -Joder, Scott, dime un nombre.
               -No hay nombres. Es tu hermana.
               Dio una calada con tranquilidad. Me miró con esos ojos oscuros. Y se echó a reír. La madre que lo parió, el muy hijo de puta se echó a reír. Le solté un puñetazo en el costado.
               -No me hace ni puta gracia.
               -A mí sí.
               -Si tocas a mi hermana, te rompo las putas piernas.
               -Pues la abrazo todos los días-me pinchó, la madre que lo parió, iba a cortarlo en cachitos-. Más bien, me abraza ella a mí.
               Bufé.
               -Sí que es verdad que mi hermana te soba más que de costumbre.
               -¿Me has oído quejarme?
               -¿Cuándo te quejas tú, cabrón? Ése es el problema.
               Se inclinó hacia atrás hasta quedar con los codos sosteniéndole por encima de la acera.
               -Sólo por curiosidad, ¿qué tendría de malo que me liara con tu hermana?-noté su sonrisa en su tono sarcástico. Puse los ojos en blanco.
               -Que ella está pillada por ti.
               -Yo podría pillarme por ella.
               -No como ella lo está. Le romperías el corazón.
               -Para tu información, yo también puedo enamorarme de alguien. Que sea una abejita que va de flor en flor no quiere decir que no termine prefiriendo ir a la colmena a disfrutar de la miel.
               -Ojalá pudieras quererla como ella te quiere a ti, Scott. Pero no podrías. Ni aunque quisieras. Por eso no quiero ni que le des esperanzas.
               Suspiró.
               -Esto de ir de chico malo te termina ganando una celda aunque no te cargues a nadie.
               Me arrastré hacia atrás, hasta quedar con la espalda pegada a la pared del edificio. Me imitó.
               -Puede que eso sea lo que necesita-reflexionó, jugando con el mechero, pasándoselo entre los dedos-. Que le rompa el corazón para que pueda seguir adelante.
               -Ya lo hace. Menos cuando tonteáis.
               -Lo hacemos para picarte.
               -Lo hacéis porque os gusta.
               Un par de chicas cogidas de la mano desfilaron por la acera de enfrente. Nos las quedamos mirando; ellas no nos dedicaron más que un segundo de su atención. Alzaron la cabeza, muy dignas, afianzaron sus manos unidas y siguieron adelante, sin darnos más importancia.
               Esperaron inútilmente a que un semáforo se pusiera en verde sólo para aprovechar y morrearse. Sois lesbianas, ya lo hemos pillado.
               -Eres con diferencia la mejor persona que he conocido y conoceré en toda mi vida, S-solté de repente. Se me quedó mirando.
               -¿A qué viene eso aho…?
               -Sólo quería que lo supieras. Que a los perros el chocolate les resulte venenoso no quiere decir que a nosotros nos vaya a hacer mal.
               -Oh, T, ¡qué bonito! ¿Me quieres dar un beso?
               -Vete a la mierda. Dáselo a tu novia, la innombrable.
               -No hay nadie en mi vida. Sólo tengo ojos para ti-me acarició la mano, todo sensualidad. Suspiré.
               -¿Quién te va a querer a ti, Scott? Si eres imbécil perdido.
               -Tu hermana, por ejemplo.
               Le di un manotazo en el vientre.
               -Que dejes a mi hermana tranquila, hostia ya.
               Se estaba riendo. Menudo gilipollas.
               Yo también me reí. Otro gilipollas.
               Éramos tal para cual.
               Apoyé la cabeza en la pared y acepté el cigarro que me tendía. El más enganchado de los dos parecía ser yo. Tragué el humo, esperé un poco, aguzando el oído por si llegaba a nosotros alguna llamada de socorro, algún grito o ruido de algo que se rompía. Nada.
               Las chicas se estaban arreglando muy bien sin nosotros.
               -T.
               Solté el humo por la nariz y asentí.
               -Mm.
               -Por simple curiosidad.
               Me lo quedé mirando. Se había abrazado las rodillas y había puesto la barbilla entre las piernas. Abrió un poco una mano y me miró a los ojos, mordiéndose el piercing como hacía cuando una pregunta le rondaba la cabeza y los labios, pero su lengua no terminaba de desenredarse para permitirle formularla.
               -¿Por qué no podría quererla como ella se merece?
               -Porque te quiere como si fueras para ella.
               Lo dije con toda naturalidad, con tanta, que ni me percaté del chispazo en sus ojos cuando asintió con la cabeza, fingiendo que le daba igual. Que realmente lo decía por curiosidad, y no porque le importase muchísimo lo que yo pudiera opinar de aquello que tanto se esforzaba en ocultarme.
               Podría haberle preguntado a qué venía de repente tanto interés con mi hermana, a qué se debían las confianzas que se tomaban ahora, confianzas que eran inéditas hasta la fecha. Pero no lo hice, porque tampoco me parecía nada raro. Pensándolo en frío, sí que había piezas que no terminaban de encajarme, como que Eleanor hubiera dicho su nombre, y no el mío, cuando nos peleamos. O que me pinchara tanto bromeando con que estaba con ella incluso después de pararle yo los pies la primera vez.
               Mi cabeza sólo tenía una protagonista, y aquella era Layla. No podía dejar de darle vueltas a sus sollozos y unas súplicas que nunca le habría oído hacer de no estar realmente desesperada.
               Scott se incorporó un poco.
               -Tengo hambre, ¿compramos algo?
               Tiré el cigarro al suelo, él lo apagó con la punta del pie, atravesamos la calle y nos metimos en la tienda de nuestro falso amigo. Cuando salimos, con unas libras menos en los bolsillos y unas bolsas de más en las manos, un poco de movimiento en los pisos superiores captó nuestra atención. Había luz, y en la luz se recortaba una silueta extraña.
               -¿Qué cojones?-murmuré yo.
               -La madre que la parió-replicó Scott, procesando la información más deprisa y dándose cuenta de que la figura amorfa era, en realidad, el cuerpo de un tío que pendía de dos pares de brazos que no eran lo suficientemente fuertes como para mantenerlo durante mucho tiempo en esa postura, pero que estaban gobernados por unas conciencias demasiado poderosas como para hacer que dejaran de responder sin más.
               Corrimos al portal; Scott se metió dentro y me indicó el piso al que tenía que llamar por el telefonillo. Teníamos que hacerlo ya, no podíamos subir. Apreté el botón del piso y esperé.
               -¿Quién?-inquirió Eleanor, la madre que la parió, ¿por qué hacía de secretaria en lugar de intentar parar a Sabrae y Layla?
               -El puto Grinch, Eleanor. Páralas, se les está yendo de las manos.
               -Layla sigue en ello.
               ¿Layla?
               -¿Layla?-se aseguró de haber oído bien Scott-. ¡¿Layla?! ¿Es la americana la que está ayudando a mi hermana?
               La noche mejoraba por momentos.

Diana.
Me sorprendió gratamente descubrir que no todos los Malik podían ser unos gilipollas de campeonato. Evidentemente, no pensaba eso de Zayn. Papá y mamá me habían criado asegurándose de que yo siempre pensara bien de sus compañeros de banda, y Zayn no me había dado ninguna razón para que yo violara las normas morales con las que había crecido.
               Otra cosa sería su hijo, pero desde luego, su hija mayor bien podía compensar al imbécil de Scott.
               Sabrae subió con decisión las escaleras, a una velocidad de vértigo, ignorando las botas con plataforma que tenían que pesarle toneladas e impedirle ser tan ágil como realmente era. Eleanor la seguía de cerca, ganando un terreno muy valioso después de quitarse los tacones y subir descalza, brincando con unas piernas más largas, pero menos fibrosas, que la pequeña de las tres. A mí, los chicos me habían retenido demasiado. Pero no importaba; teníamos un jaguar abriendo la comitiva y no dudaríamos en utilizarlo.
               Levantamos las linternas de los móviles buscando, sin éxito, los interruptores de las luces del rellano cuando llegamos al piso en el que vivía Layla. Sabrae levantó aún más la luz, pero Eleanor le dio un toquecito en el codo.
               -Mira, Saab.
               Me dio igual que fuese adoptada y que no tuviera los genes de Scott, me dio igual incluso que pertenecieran a dos razas distintas: cuando bajó la vista y miró fijamente la rendija de la puerta entreabierta por la que se colaba la luz del pasillo, se convirtió en una copia clavada de él. Pero no me disgustó.
               Si era la mitad de cabrona que él, acabaríamos con el otro imbécil en una milésima de segundo.
               -Ten cuidado-advirtió Eleanor. Sabrae empujó un poco la puerta, lo justo para meter la cabeza y comprobar que no había nadie esperándonos.
               Eleanor la siguió dentro; yo cerré la expedición, al igual que la puerta. Unos sonidos que no logré identificar se apagaron con el chasquido de ésta, como lo harían unos ronquidos en cuanto empieza a atronar el despertador un lunes.
               Alguien sorbió por la nariz. Sabrae se pasó las manos por los shorts, buscando instintivamente un arma que no había traído, porque no la poseía.
               -¿Chicas?-nos recibió la voz de Layla, esperanzada. La seguimos hasta el salón. Estaba llorando, con una camiseta de tirantes que no le permitiría mantener su calor corporal durante mucho tiempo. Estaba estirada por un lado. Tenía un poco de sangre en la zona baja.
               Se limpió las lágrimas y los mocos con el dorso de la mano y se levantó.
               -Perdonad que os haya hecho venir tan tarde, es que…-negó con la cabeza, se encogió de hombros, se abrazó a sí misma y volvió a desmoronarse. Eleanor fue la primera en llegar a ella.
               -Sh, sh. Diana nos lo ha contado todo. Te sacaremos de aquí.
               -¿Dónde está?-quise saber yo.
               -En la cama. Está dormido.
               Sabrae sonrió como sólo podría hacerlo alguien que tiene problemas manteniendo a raya las voces en su cabeza que le incitan a asesinar.
               -Ojalá tenga una pesadilla, para que la pueda comparar con lo que le voy a hacer.
               -No-corrigió Layla-. Ayudadme a sacar mis cosas. Quiero irme de aquí. Si lo despertamos, si me mira...-se abrazó el vientre-. No puedo más. Me prometí a mí misma que ayer sería la última vez que me tocaría, la última vez que lloraría por él, pero…
               -Yo me prometí a mí misma que la semana pasada sería la primera y única vez en que le cortaría media cara a un cabrón. No te preocupes; Alá bendice las noches en que rompemos nuestras promesas por un fin mayor.
               -Saab, no. Por favor.
               Asintió despacio, visiblemente disgustada. Volvió a asentir cuando Layla le pidió que se quedara en el salón, cuidando de que los chicos no subieran. Sería mejor así, o eso decía ella. No quería más gente en la casa; tenía poca ropa, con las manos de Eleanor, las suyas y las mías, bastaría de sobra.
               Sabrae se acercó a la ventana y se asomó a ella. No nos miró ni cuando salimos de la habitación y seguimos a Layla por el pasillo en penumbra, iluminado por la luz de las farolas que se colaba por las ventanas cuyas persianas llevaban tiempo sin bajarse.
               Nos detuvimos ante una puerta; Layla tanteó buscando el interruptor. Lo apretó hasta que la luz se encendió poco a poco. Apenas hubo diferencia; tenía demasiado miedo de despertar a la bestia roncadora que se había adueñado de su cama, su cuerpo, y su vida.
               Abrimos los armarios y sacamos las cosas. Layla abrió un par de bolsas de deporte y metió apresuradamente lo que Eleanor y yo le tendimos. Cogió una cajita pequeña, de madera, la envolvió en un par de camisetas y la enterró entre las cosas. Luego, un estuche de maquillaje bastante feo y desgastado por el tiempo. Tenía varios hilos sueltos y un par de agujeros aquí y allá. Si tenía sombras de ojos en ese neceser, y se le abrían, dejaría todo el armario perdido.
               Descorrió la cremallera rápidamente, haciendo un ruido inaceptable en un tiempo más que razonable, y contó los billetes que había dentro. Eleanor y yo la miramos.
               -Son mis ahorros-explicó. Asentimos con la cabeza-. Él no miraría en mi maquillaje. Tampoco en mi caja de tampones, pero…
               Volvimos a asentir. Sacamos un par de chaquetas y las descolgamos. Eleanor recogió el cargador del móvil, abrió unos cajones de la mesilla de noche y nos tiró la ropa interior que se fue encontrando.
               Fue el turno del calzado. Abrí un calzador, con tan mala suerte que las manecillas golpearon contra la madera con un ruido metálico que inundó la habitación un segundo.
               Escuchamos a Sabrae detenerse a medio paso en su paseo cargado de nerviosismo, y casi intuimos cómo su pelo acariciaba su espalda cuando se giraba y mantenía la respiración para escuchar.
               El novio de Layla se limitó a bufar en sueños, se dio la vuelta y se tumbó de lado, de cara a Eleanor, que abrió muchísimo los ojos. Se tropezó con sus zapatillas en su huida. Layla la sujetó justo cuando estaba a punto de perder el equilibrio.
               Recogimos los zapatos que pudimos y los otros los sacamos en brazos. Layla revolvió en el armario hasta encontrar una nueva bolsa de deporte en la que meterlos. Los zapatos de tacón serían los peores, que podía permitirse una renovación de armario después de esto.
               -Mis padres son millonarios, después de todo-bromeó, y sus dos amigas sonreímos. Cerró la puerta muy despacio, chasqueó la lengua porque se había olvidado un colgante que dejaba encima de la mesilla de noche siempre, y volvió a abrirla. Se metió dentro y aprovechó un ronquido de su novio para abrir un cajón, sacar la cartera de éste y metérsela en el bolsillo del pantalón de chándal.
               Se quedó a medio camino de la puerta, contemplando la escena de la bestia desnuda, cubierta a duras penas por las sábanas, gruñendo y roncando a medio metro de ella. Sin apartar los ojos de él, cogió una de las almohadas individuales y la sostuvo con fuerza entre las manos. Con tanta fuerza que le empezaron a temblar.
               Yo estaba como en trance. Una parte de mí quería que lo hiciera, y jamás reconocería ante nadie lo inmensa que era esa parte. Sólo una pequeña me gritaba que le quitara la almohada y la sacara de allí.
               -Lay. Lay. No merece la pena. Ven, Lay. Vámonos-instó Eleanor. Entró en la habitación, le quitó la almohada de las manos y la lanzó a un rincón. Tiró la tapa mal cerrada de una caja apilada en aquella esquina. Chris sólo se revolvió.
               -Me obligó a mirarlo a los ojos mientras se corría en mí. Me dijo que era suya. Suya, y de nadie más-murmuró, conteniendo los estremecimientos-. Ni siquiera de tu hermano.
               -Para hablar de mi hermano, este hijo de puta tiene que lavarse la boca con jabón. Para hablarte a ti, necesita desinfectante del fuerte. Vámonos, venga. No te mereces soñar todas las noches con tus manos sobre su cara.
               -Ya lo hago, El. Cuando no tengo pesadillas, es lo que hago.
               Me hice a un lado y las dejé pasar. A Sabrae no le quedaban uñas que morderse. Aceptó una de las bolsas que le tendimos y miró en dirección al pasillo en penumbra.
               -¿Te queda algo más?
               -También guardo un poco de pasta en la nevera. Por si acaso. Y una base muy buena, dicen que es lo mejor, ¿no, Didi?
               -Sí, algunos de mis maquilladores llevan neceseres aislantes.
               -Además, tengo que coger mis pastillas. Son para la regla.
               -¿Te duele mucho?-preguntó Sabrae, uniendo sus cejas en una mueca de tristeza.
               -No. Es para asegurarme de que me sigue viniendo.
               Nos quedamos en silencio, la seguimos a la cocina. Abrió una alacena y sacó una caja. Me la tendió, y yo la guardé en mi bolsa. Se fue hasta la nevera y sacó una caja de lasaña boloñesa del congelador. La abrió, desparramó el contenido en la mesa de la cocina, cogió los billetes y se los tendió a Eleanor, que los escondió en lo más profundo de la bolsa que traía.
               Metió de nuevo la caja en el congelador y abrió la puerta más grande, la de abajo, en la que se intuían pequeños botes de crema y maquillaje. Tanteó con la mano hasta hacerse con uno. Tiró de él despacio.
               Una botella de leche se deslizó por el cristal de su estante, empujada por el brazo de Layla, y se precipitó al vacío. Todas contuvimos la respiración, y, de paso, una exclamación incrédula. Íbamos tan bien, era lo último que nos quedaba para irnos.
               La cama crujió.
               Layla se puso pálida.
               Se puso más pálida que un folio, dios, en mi vida había visto a nadie ponerse así de pálida.
               -¿Nena?
               -Se me ha caído la leche-explicó-, vuelve a dormirte. Perdona.
               Oímos un nuevo crujido, y Layla empezó a ponerse azul. Se volvió hacia nosotras.
               -Meted las bolsas en la despensa-señaló una puerta en la que yo no había reparado. Sabrae era la que más cerca estaba de ella-. Meteos vosotras también. Cerrad la puerta.
               No entrábamos con la puerta cerrada; nos quedó una rendija a la que nos aferramos como si nos fuera la vida en ello. Con mano temblorosa, Layla cogió una fregona y la pasó varias veces por el estropicio. Su novio apareció en escena, frotándose los ojos.
               -¿Qué hacías?
               -Iba a prepararme una taza de leche caliente. No puedo dormir.
               -Deja eso, nena, y ven a la cama. Ya lo limpiarás mañana.
               “Ya lo limpiarás”. Gilipollas machista de mierda. Hasta papá se ofrecía de vez en cuando a ayudar a la criada cuando no tenía nada que hacer. Y este puto violador de mierda…
               -No puedo dejarlo aquí, ¿y si entramos descalzos sin darnos cuenta y nos cortamos? No tengo con qué limpiarte la herida.
               Su novio asintió, sin decir nada, y la observó escurrir la fregona un par de veces para, a continuación, pasar la escoba recogiendo los trozos de cristal con los que las hebras no habían podido.
               Terminada la tarea, Layla se apoyó en la encimera y cruzó los brazos. Se frotó la cara.
               -Vete a dormir. No quiero que te desveles.
               -¿No vienes?
               -Enseguida te alcanzo.
               Lejos de cumplir con sus deseos, salvó la distancia que los separaba y le acarició el brazo. Layla sonrió con tristeza.
               -Ven conmigo, nena. Aprovechemos que este fin de semana podemos estar juntos, que no has vuelto a casa.
               -Me encuentro un poco mal. Por eso no he ido. Es la regla. Me va a venir enseguida.
               Empezó a besarla por el cuello. Eleanor se puso tensa, porque era la única de las tres que sabía cómo se sentían esos besos.
               -Más razón para que aprovechemos el tiempo, ¿no crees?
               -Estoy cansada.
               -Puedo hacértelo yo todo-deslizó la mano por su brazo, Layla puso los ojos en blanco y se mordió el labio-. Estás preciosa. Y hoy has estado espectacular.
               -Chris, lo que te dije antes de eso, iba en serio. Tenemos que hablar seriamente.
               -Hablemos después de follar-sugirió él. Layla negó con la cabeza, lo apartó un poco.
               -No, Chris. No quiero hacerlo. Quiero hablar contigo, pero… no así. Estás medio borracho. No estás para…
               -Puedo hacer que te corras estando así.
               Layla se estremeció.
               -Vete a la cama.
               -Ven conmigo.
               -No me da la gana.
               Chris se echó a reír. Le bajó un tirante de la camiseta con insistencia. Sabrae me clavó las uñas en la palma de la mano. Eleanor se mordía el labio con tanta fuerza que se haría sangre. Yo temblaba tanto de rabia que no supe cómo no se registró un terremoto de 9 grados en la escala Ritcher.
               -Me encanta cuando te haces la dura, nena. Te siento mejor.
               -No me hago la duda. No me vas a follar más. Ésa ha sido la última vez.
               -Eso dices siempre.
               -Pues hoy va en serio. Déjame tranquila-lo empujó, pero él ni se inmutó. Era tan alto como ella, y más fuerte.
               -Muy bien-replicó él-. Te lo haré aquí si te niegas a ir a la cama-bajó sus manos hasta su culo, y Layla no hizo absolutamente nada. Se lo apretó, y ella alzó las cejas. Le comió la boca,  y ella ni cerró los ojos.
               -Tenemos que hacer algo-susurro Eleanor, pero Sabrae y yo apenas la escuchamos.
               Chris pasó las manos por dentro del pantalón de Layla. Iba a meterlas por sus bragas, pero llegó antes a la cartera que se había metido en los bolsillos. La palpó con curiosidad.
               -¿Qué es esto?
               Layla se encogió de hombros.
               -No lo sé, Chris, ¿qué es? ¿Me lo dices tú?
               La sacó y la sostuvo entre las manos, perplejo.
               -¿La has cogido de mi mesilla de noche?
               -¿Qué cojones dices?
               La agarró del cuello y la estampó contra la pared antes de que ninguna de las tres que observábamos pudiéramos parpadear.
               -A mí háblame con respeto.
               -¿Me respetas tú a mí cuando me violas?
               -No puedo violarte, Layla. Eres mía. Te hago lo que quiero y cuando quiero.
               -Eres un puto gilipollas.
               -Puede-replicó él, tirando la cartera al suelo, separándole las piernas a la fuerza y metiendo la mano entre sus pantalones-. Pero hoy vas a gritar mi nombre. Para bien o para mal.
               Algo en la cabeza de Sabrae hizo click. Chris se estaba metiendo la mano en los pantalones cuando le dio una patada a la puerta y se plantó en la cocina.
               -Y tú el mío, hijo de puta. Se lo dirás al demonio cuando te pregunte quién te ha enviado a sus puertas.
               El tío estaba tan impactado que no pudo mantener el abrazo en el cuello de Layla. Mi amiga se liberó y respiró tranquila.
               -¿Qué coño…?
               Eleanor y yo nos pusimos al lado de Sabrae.
               Nos miró a las cuatro alternativamente.
               Empezó a atar cabos sueltos mirándonos a las tres, y a las bolsas de deporte que se habían deslizado detrás de nosotras, liberadas por fin de un lugar tan apretado.
               -¿Quiénes sois vosotras?
               -Sabrae Malik, gilipollas. Vengo del infierno. Te echan de menos, y quieren que vuelvas.
               -Eleanor Tomlinson, cabrón de mierda. Vengo a enterarme de cuáles son tus últimas palabras.
               Se me quedó mirando.
               -Diana Styles-sonrió. No me sorprendía una mierda que me conociera-. Otra de la banda-sonrió, a pesar de estar superado en número y de llevar claramente las de perder-. Enhorabuena por tu campaña para Banana Moon del verano pasado. Material de paja óptimo.
               Layla se estremeció.
               -Me alegro de que te gustara-repliqué-. Más me gusta a mí hacer que los tíos como tú se tiren desde un octavo.
               -¿Habéis venido a disfrutar del espectáculo que es vernos a Layla y a mí en plena acción?
               Sabrae se echó a reír ante tan patética provocación.
               -Tú tócala, y te mando al otro barrio disfrutando del proceso.
               -Eres una cría.
               -Los úteros dan vida, y también pueden quitarla, por si no lo sabías.
               Chris sonrió, se la quedó mirando, y estiró un brazo en dirección a Layla. Metió la mano por su camiseta ante las protestas de ésta y le acarició un pecho.
               Sabrae se echó el pelo a un lado.
               -Espero que tengas el testamento en regla, cariño. Esta noche, nos vamos a divertir tú y yo.
               Se abalanzó sobre él, pillándolo desprevenido, y le arreó una patada en pleno vientre. Aprovechó que se dobló para darle un rodillazo en la cara y un codazo en la nuca. Eso habría acabado con cualquiera.
               -Disfrutad del show, chicas-aconsejó Eleanor. Layla y yo nos apartamos, disfrutando de cómo Sabrae se ensañaba con un indefenso Chris que no veía por dónde le caían las hostias. Lo tiró al suelo, le dio varias bofetadas y un par de puñetazos, lo levantó y lo lanzó contra la pared...
               Y la cagó. Porque los dos eran igual de fuertes, pero él era más alto. Sabrae calculó mal, intentando llegar con el pie a su cara, pero se quedó a centímetros y le dejó en bandeja que la cogiera del tobillo, oportunidad que Chris aprovechó sin dudarlo.
               La agarró del pie, tiró de ella hasta tenerla a centímetros, y la lanzó contra el suelo.
               -¡Sabrae!-chillamos todas, y ella rodó para evitar un puñetazo que iba derecho a sus costillas. Le dio una patada en la entrepierna y se lo quitó  de encima, pero él la agarró del pelo y volvió a tirarla en el suelo.
               Eleanor dio un paso, pero Sabrae negó con la cabeza.
               -¡ES MÍO!-bramó, dándole un puñetazo en la mandíbula después de recibir un par de ellos en el costado. Recuperó el aliento y se echó hacia delante. De un brinco se puso en pie y lo esquivó por los pelos, haciendo que chocara contra la pared y se quedara de pie, a escasos centímetros de mí, aturdido.
               Sabrae lo agarró de los pantalones, lo tiró al suelo de nuevo y le dio una patada en las costillas. Se escuchó un crujido.
               -¿A que mola el sadomasoquismo, corazón?-Sabrae se rió-. Pues espera a ver lo que soy capaz de hacerte, cariñito. Piensa en gatitos muertos. No te me vayas demasiado pronto. Déjame disfrutar.
               Chris le dio una patada en el tobillo, haciendo que perdiera el equilibrio. Se puso encima de ella y tiró de su pierna, intentando rompérsela o algo peor, pero nosotras éramos más y Eleanor y yo le dimos una patada en la espalda que hizo que se derrumbara sobre Sabrae. Ésta le dio un codazo en el pecho y se incorporó. Se miró las medias. Una línea más clara le recorría media pierna.
               -¡ME HAS ROTO MIS MEDIAS FAVORITAS, PEDAZO DE HIJO DE PUTA! ¡AHORA TÚ Y YO VAMOS A TENER MÁS QUE PALABRAS!
               La pelea se volvió más caótica, Sabrae perdió la disciplina y empezó a dar golpes a diestro y siniestro.
               Mala idea: terminó yendo a un rincón, recibiendo y devolviendo golpes, hasta quedar acorralada y perder un segundo la concentración. Lo suficiente para que Chris le diera una bofetada, la agarrara del cuello y la levantara sobre los pies, apretándole la garganta.
               Eleanor y yos quedamos heladas cuando Sabrae dejó de patalear, lo miró, sonrió, y le dio una patada en la entrepierna. Chris no la soltó, pero sí aminoró su presión, lo suficiente como para que ella volviera a respirar tranquila…
               …como recompensa, golpeó su cabeza contra la pared. Sabrae dejó escapar una exclamación y estiró los brazos hacia la cara de Chris, buscando sus ojos. No llegaba. Era demasiado pequeña para él.
               Probó a volver a darle patadas, pero las fuerzas le fallaban. Cerró los ojos; ver consumía un oxígeno que se le agotaba. Eleanor se lanzó a por él, pero no hizo más que cabrearlo, ganarse un puñetazo y apretar más el abrazo de Sabrae…
               … hasta que Layla le dio un sartenazo en la cabeza.
               El tío cayó desplomado, soltando así a Sabrae, que se cayó de culo y luchó por coger aire.
               -¡Qué cojones, Layla! ¡Era MÍO!
               Layla sonrió con timidez.
               -Te vi apurada.
               -Yo nunca estoy apurada. En fin-se incorporó un poco, todavía recuperando el aliento-, ¿tienes agua?
               -Rompámosle algo-pidió Eleanor.
               -Castrémosle-fue mi sugerencia.
               -¿Qué dices, Lay? Es tu saco de mierda-murmuró Sabrae-, ¿quieres romperle algo?
               -¿Qué tal el brazo?
               -Delicioso-convenimos las tres-. ¿Sabes romper brazos?
               -Sé curarlos-fue su respuesta. Sabrae alzó las cejas.
               -Ajá.
               Cogió el palo de la fregona con la que había estado hacía poco Layla, le quitó la cabeza y la arrojó a un lado.
               -¿Cuándo crees que despertará?
               -En seguida. La conmoción es pequeña.
               -Guay. ¿Es diestro?
               -Sí.
               Layla asintió.
               -Bien. Observa.
               Sabrae le dio un golpe seco en el antebrazo, y se escuchó un crujido. Eleanor sonrió. Yo también sonreí. Layla lo miró fascinada, y Sabrae se apoyó en el palo.
               -Ya verás cuando despierte.
               -Así no tiene gracia-se quejó Eleanor.
               -Paciencia, pequeño saltamontes-dije yo. Sabrae le tendió el palo a Layla, pero ésta no lo cogió, de modo que le volvió a dar un golpe en el mismo punto.
               -¡Sabrae!-protestó Layla.
               -¿Qué? Todavía le queda otro brazo.
               Bueno, había que reconocer que tenía razón.
               Me situé al lado de la morena, pidiéndole permiso, que se me concedió tácitamente. Poco a poco, Chris volvió en sí. Puse el pie en su brazo roto. Se quejó. Lo apreté, y empezó a chillar.
               Me incliné y le pasé un cuchillo recién adquirido por la mejilla.
               -Sh, sh, sh. Sh. Nos callamos. Vas a pedirle perdón a Layla.
               -Pero si yo no…
               -Sabrae.
               Sabrae le dio un golpe en la pierna. No se la rompió, pero tuvo que hacerle daño por fuerza.
               -Perdón, Layla.
               -Dilo de corazón, cariñito, o te dibujo una sonrisa de dos kilómetros en la cara, y a ver cómo se la explicas a tu siguiente víctima.
               -¡Lo siento mucho, Layla!
               -¿Aceptamos las disculpas, chicas?-inquirí. Eleanor y Sabrae se encogieron de hombros. Layla sopesó su respuesta hasta terminar asintiendo despacio-. Qué suerte tienes. Hoy estamos de buenas. En fin, ¿Layla es de tu propiedad?
               Sacudió la cabeza.
               -Lo siento, no te he entendido.
               -No.
               -Así me gusta, cariño, que hablemos. La comunicación es vital en las relaciones. ¿Ha estado bien todas esas cosas que le has hecho a Layla a lo largo de este tiempo?
               -No.
               -No ha sido malo siempre-murmuró Layla-, a veces…
               -Vale, doña Perfecta, ¿ha estado bien que te violara?
               -No, no; evidentemente, eso, no.
               -¿Has oído, tesoro? No está bien ir violando. Normalmente, te cortaríamos la polla y la echaríamos a quemar ofreciéndoselo a nuestro dios, el Feminazismo al que tanto miedo deberíais tenerle los  tíos como tú. Pero estamos cansadas. Nos conformaremos con castrarte.
               Se puso a chillar que no le hiciéramos daño.
               -O te callas, o te corto los labios y te los hago tragar.
               Cerró la boca en el acto.
               -Muy bien. ¿Vas a volver a acercarte a Layla?
               Sus ojos se desviaron hacia ella, que se encogió de hombros.
               -No.
               -¿Durante cuánto tiempo?
               -Toda mi vida.
               -¿A cuánta distancia?
               -Muchos kilómetros.
               -Chico listo. ¿Algo más, señoritas?-ofrecí, pero ellas negaron con la cabeza-. Da gracias de que no te matemos.
               -Gracias.
               -Era metafórico, tampoco hace falta ser patético. Ahora, nos vamos a ir. Tú no le contarás a nadie que hemos estado aquí, o vendremos Sabrae y yo y terminaremos la faena. Soy muy buena con los cuchillos, ¿sabes? Mis padres me mandaron aquí porque le corté la cara a una zorra que se atrevió a llamarme fea y decirme que era modelo por mi apellido, ¿qué te parece?
               -Era mentira.
               -Evidentemente-me incorporé-. Ah, y para que conste en acta: no trabajo con Banana Moon. La original cerró hace años, y la de ahora fabrica sus prendas en Camboya, perpetrando un sistema de explotación laboral que enferma a pueblos enteros. Compra cosas de comercio justo. Aunque sean caras.
               Asintió.
               -¿Qué hemos hablado sobre la comunicación?
               -Perdón. Sí, claro, lo haré.
               -Genial. Un placer conocerte, Chris. Deberíamos quedar algún día.
               Se estremeció. Así me gusta, joder. Que te quieran mola, pero que te tengan miedo mola incluso más.
               -¿Quieres decirle algo a Layla antes de que se vaya? ¿Volver a disculparte, quizás?-intervino Eleanor, cruzándose de brazos. La miró, y luego a su ya ex novia.
               -Te quiero, nena.
               Layla intentó contener, sin éxito, una lágrima.
               -Haré lo que sea para volver contigo.
               -No voy a querer, Chris. No voy a poder después de esto.
               Se incorporó un poco hasta quedar sentado.
               -Dame otra oportunidad.
               -Qué pesado eres, hijo de mi vida-bufó Sabrae, sacudiendo la cabeza.
               -No puedo, Chris. Te he dado demasiadas.
               Eleanor cogió las bolsas y nos las tendió. En los ojos del tío cambió algo cuando se puso en pie, conteniendo las quejas por su brazo inútil y dolorido.
               -Estás confundida.
               -No.
               -Volveremos a intentarlo. Estaré a la altura. Te lo prometo.
               -¿Te tengo que romper el otro brazo para que lo entiendas, gilipollas? No quiere volver contigo. Se acabó. C’est fini. Fin. Caput. Ciao. The end, sucker.
               -Tú no te metas, puta  zorrita negra de mierda.
               Nos quedamos en silencio. Él se puso pálido. Layla abrió la boca.
               -¿Qué cojones la acabas de llamar?
               -¿Qué pollas me has llamado, hijo de puta?
               -¿Qué mierdas acabas de decir, cabrón?-quiso saber Eleanor.
               -¿Qué hostias acabas de soltar?-espeté yo. Layla cogió el palo de la fregona y le dio un golpe en las rodillas, haciendo que cayera sobre éstas; Sabrae y yo nos miramos, miramos la ventana y asentimos con la cabeza. Lo cogimos del cuello de la camiseta, abrimos la ventana y lo empujamos hacia atrás.
               Eleanor y Layla empezaron a darle palos por todos lados mientras nosotras lo sacudíamos en el aire. Nuestras manos eran lo único que se interponía entre él y un asfalto deseoso de devorarlo.
               Un par de figuras se materializaron por debajo de nosotros. Sonó un telefonillo. Eleanor y Layla salieron del trance, pero nosotras seguíamos disfrutando de hacer que se meara en los pantalones.
               -Tú la quieres palmar hoy, ¿no es así, gilipollas?
               -Te vas a cagar, te vas a cagar, tú no sabes quién soy yo, no sabes cómo nos las gastamos en América.
               -Me echaron de la mafia por ser demasiado sádica, imbécil, acabas de meter la pata hasta el fondo.
               -Ya nos tenías calentitas con lo de Layla, y ahora quieres ir a por Sabrae. Más retrasado que tú no lo hay en todo el mundo.
               Seguimos sacudiéndolo, insultándolo y pegándole por turnos hasta que dos voces masculinas detrás de nosotras nos intentaron hacer entrar en razón.
               -¿ESTÁIS PUTO LOCAS?
               -¡BAJADLO DE AHÍ YA!
               Scott y Tommy nos lo arrebataron de las manos y lo tiraron al suelo. Chris se había desmayado. Sus pantalones estaban húmedos. Sabrae abrió la ventana y se puso a gritar de júbilo, la última pizca de cordura perdida.
               Eleanor y yo empezamos a dar palmas, al grito de “Machete al machote” y “polla violadora, a la licuadora”.
               Layla se echó a llorar en el suelo, pero sonreía. Lloraba de alegría. Por fin era libre. Era una lástima que la hubiéramos terminado de liberar por una provocación que no la tenía como objetivo, pero lo que  contaba era que habíamos acabado con todo su sufrimiento de una vez por todas. Lo único peor que un machista de mierda era un machista racista de mierda. Un racista, además, cínico, que no veía que su piel era poco más clara que la de Sabrae.
               Tommy y Scott miraron a su alrededor. Tommy se pasó las manos por el pelo, uniéndolas detrás de la nuca, preguntándose cómo iba a hacer para tranquilizarnos.
               Scott me miró, miró a su hermana, miró a su novia y miró a su amiga. Y luego, a su mejor amigo.
               -Desde luego, Tommy, tenemos puntería hasta eligiendo el día en que dejamos de fumar.
               Y se echaron a reír. El suelo tenía pequeñas manchas rojas. Venían de la ceja rota de Sabrae, en la que no habíamos reparado aún… y del corte que le había hecho Eleanor mientras cantaba sus consignas a Chris en la cara.
               Exactamente el mismo corte que se había llevado el tío que había intentado violarla.

24 comentarios:

  1. SIIII. POR FIN HAN REVENTADO AL HIJO DE PUTA. ALELUYA JODER.

    ResponderEliminar
  2. BUENO BUENO BUENO A TOMAR POR CULO CHRIS (o eso espero porque si no la vamos a tener) NO SABES LO QUE ME HE REÍDO ES QUE SABRAE Y DIANA PUTAS AMAS ME HA ENCANTADO SÍ SEÑORA

    -Joder, Scott, dime un nombre.
    " -No hay nombres. Es tu hermana." por un momento he creido que se lo decía pero claro NO Y DE VERDAD ESTOY MUY ENFADADA CON LA CONVERSACIÓM POSTERIOR PORQUE POBRE SCOTT :(

    pd; sé que en los últimos caps no te he comentado pero lo único que puedo decir es que estoy enamorada de Scoott y fin.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. SABRAE Y DIANA SON LA VERDADERA PAREJA FUERTE DE ESTA NOVELA ES QUE TOMMY Y SCOTT NO SON N A D A COMPARADOS CON ELLAS.
      Cómo os he engañado, dejándolo caer así y luego quitándoos el caramelo de los labios y haciendo que leáis lo que Tommy le dice a Scott, soy marvada.
      No te preocupes por poder comentar siempre, mujer, me hace ilusión pero tampoco se trata de que dejes de vivir por no poder escribirme un comentario ♥

      Eliminar
  3. AMO A SABRAE. A ELEANOR. A DIANA. A LAYLA. AMO A TODAS LAS MUJERES DE ESTA NOVELA SOCORRO

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mis mujeres son las que van a hacer evolucionar la trama, no van a ser el saco arrastrado por los chicos, ES UNA RESPONSABILIDAD QUE TENGO CON MI SEXO.

      Eliminar
  4. POR UN MOMENTO HE CREIDO QUE SE LO CONTABA MADRE MIA

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞ Me encanta engañaros, qué le vamos a hacer, no soy una buena persona

      Eliminar
  5. Si Tommy supiera que el idiota de su amigo ya esta enamorado hasta las trancas de su hermana otro gallo cantaría. Ojalá le confiese pronto a Eleanor lo que siente :(

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El problema de Tommy es que sabe de sobra hasta qué punto puede hacer Scott feliz a una chica si se lo propone, pero no cree que pueda proponérselo en serio con Eleanor. En el fondo, sabe que nadie va a tratarla mejor que él, pero tiene miedo de que no resulte porque se pasan las 24 horas del día juntos, así que imagínate si salen y, por lo que sea, terminan rompiendo, lo jodidísimo que va a ser para Tommy estar con los dos.
      En cuanto a la confesión, os queda esperar unos pocos capítulos. Ya tengo pensada la situación y todo pero tengo que introducirla y seguir avanzando con las historias de los demás. En un mes, espero que ya la hayáis leído :D

      Eliminar
  6. Respuestas
    1. ERES BOBA JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

      Eliminar
    2. Me amas.

      No puedo esperar a que T se entere de una puta vez, ya es desesperación

      Cuando salen las tres del armario (Saab, El y Di) me han recordado a las supernenas, vale y me he empezado a descojonar yo sola. Putas amas las 3 (y eso que Diana no me cae bien eh)

      Mmm no se que más decirte (I don't know what else to say, but you're pretty fucking dope)

      Vuelvo a descojonarme yo sola. Ya me voy 😂😂

      Eliminar
    3. La verdad es que sí.

      Pues no sabes CÓMO se va a enterar ni la reacción que va a tener, yo SÍ y por eso estoy el doble de ansiosa.

      Pues Diana es una bizcocha de licor, que conste. O no. Quién sabe. Pero sí, van un poco en modo Supernenas.

      SEVEN TWENTY SEVEN ALL THE WAY BITCH.

      Descojonémonos juntas ♥

      Eliminar
    4. La madre que te parió Erika, deja de decirme esas cosas que me desesperas más.

      Su actitud en ocasiones me echa pa'tras 😪😕 pero otras veces me mola su rollo,no se, es una r relación de amor-odio

      🙌🙌

      ❤❤❤

      Eliminar
    5. Se hace la fuerte, pobrecita. Es como una oreo: por fuera es dura, pero por dentro es cremita.

      Eliminar
  7. Emmm... LAS MUJERES AL PODER JODER!! SI SEÑOOOOR!! EL REGRESO DE LARA CROFT EN EL CUERPO DE SABRAE MALIK HAHAHAHAHHA!!

    Vale, ya me tranquilizo. PERO POR FIN SE HA HECHO JUSTICIA JODER! A LA HORCA CON ÉL! Me encanta el momento en el que salen las tres del armario y hacen la presentacion de cada una... me ha recordado a las Totally Spies (que no se si las conoceras but en fin...).

    Diana y Sabrae son TOP juntas, en serio, esa complicidad repentina me mola cantidaaad!

    Y JODER OTRA VEZ! Cuando le ha dicho lo de "tu hermana" casi me da algo... PARA QUE LUEGO NO SEA LA CONFESION! Pues lloro :( quiero leer yaaaaaa el cap donde T se enteraaaaaaa y a ver como reaccionaa!!!

    Y ya para acabar, como no acabes liando Layla y a Tommy voy a implosionar o algo... Cuando Lay ha dicho lo de "ni siquiera de tu hermano" ha sido muy *emoticonos llorando* vale? Osea, ese romance tiene que suceder, aunque sea solo para reparar el alma de Layla, pobrecita mia <3

    Creo que ya esta todo... Bueno, en fin, que espero que ahora que has acabado examenes (que espero que los hayas aprobado todos, btw) subas asi de continuo :))

    (P.D.: Iba a comentarte en los caps anteriores, pero soy gilipollas y se me acabo olvidando, asique aqui tienes comentario y medio *emoji llorando de risa*)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡FEMINISMO!
      No he visto las Totally Spies pero me lo imagino como un momento súper épico porque Chris, evidentemente, no se lo espera, y salen las 3 a lo diosas de la muerte, listas a arrancarle la cabeza y UF.
      Diana y Sabrae se caen bien porque no las torea ni Dios, así que se tienen que respetar y apreciar a la fuerza.
      Si shippeas a Layla y Tommy te va a gustar el próximo capítulo Olatz ;)
      Y sí, tengo pensado seguir subiendo así de continuo porque ahora el 75% del tiempo con el ordenador me lo paso escribiendo y BUAH tengo material a mansalva, lo único que tengo que hacer es encontrar la forma de conectarlo todo.
      No te preocupes por no poder comentarme siempre, mujer, se te puede olvidar de vez en cuando, es normal ♥

      Eliminar
  8. LO HAN DESTROZADO. SI SI SI LA JUSTICIA ESTA AQUI.

    ResponderEliminar
  9. OMG. Me tenés en una agonía, necesito que Scott confiese ya lo que siente por Eleanor y que el BOLUDO de Tommy entienda que nadie amara a su hermana como él. No me hagas sufrir mucho reina.
    PD: Cuando subiras el próximo linda?

    ResponderEliminar
  10. Buaaah. Necesito que Scott le confiese a Eleanor sus sentimientos. Siento que vamos a tener que esperar una eternidad....
    PD: Cuando crees que subiras en siguiente?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Voy a hacer que pasen un par de capítulos antes de que se lo diga, pero os prometo que merecerá la pena esperar, en serio ♥ mientras tanto, os iré regalando cosas cuquis de ellos, pero también un poco de los demás :D
      El día 1 tengo pensado subir el siguiente para empezar con energía junio, ¿te parece bien? :3

      Eliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤