martes, 20 de septiembre de 2016

El Sauce Boxeador.

Me lo encontré hablándole a un cactus, la madre que lo parió, ni media hora podía dejarlo solo.
               -Tommy-dije, cogiéndolo del brazo y obligándolo a mirarme-. ¿Sabes que eso es un cactus?
               -¿Sí? Ya me parecía que estaba muy callado. Escucha que da gusto-se le escapó un hipido-. Te estaba buscando.
               -¿Y el cactus te iba a decir dónde estaba?
               -Era más bien de escuchar.
               -¿Qué querías?
               -Es Duna.
               -¿Duna?
               -Sí, está muy borracha.
               -¿Duna está borracha?
               -¿Duna está borracha?-replicó él, sin comprender.
               -¡Acabas de decir eso, T!
               -¡Noooooooooooooooooooooooooooo!-se fue para delante, yo lo cogí para que no se cayera-. ¡Shasha está borracha!
               -¿Shasha?
               ¡Nooooooooooooooooooooooooo!-repitió, y se fue hacia atrás. Le quité la botella que algún gilipollas le había dado por hacer la gracia-. ¡Síiiiiiiiii!-se corrigió-. ¡Tu hermana está borracha!
               -¿No estarás hablando de ti?-pregunté, porque sería lo más lógico.
               -Yo no soy tu hermana-replicó-. Tengo polla. Soy un chico. Digo tu hermana. La mayor. No me acuerdo de cómo se llama.
               -¿Sabrae?
               -No, Sabrae no es tu hermana mayor; es más pequeña que tú.
               -Sabrae es mi hermana mayor de las pequeñas que tengo-contesté, y Tommy se echó a reír, me puso una mano en el hombro, y soltó.
               -¡Es verdaaaaaaaaaaaaaaaaaad!-se fue para un lado, volví a recogerlo. Se echó a reír-. Estaba llorando.
               -¿Sabrae? ¿Por qué?
               -¿Sabrae?-inquirió, mirándome-. ¡No! ¡Sabrae no! ¡Layla! He llamado a Layla.
               -¿Por qué?
               -Pues… para felicitarle el año. Pero calculé mal. Todavía faltaban un par de horas.
               -Hablas de Diana.
               -No. Layla estaba llorando. He llamado a Diana, y calculé mal. Ay, Scott, hoy estás muy bobo, ¿te encuentras bien?-me miró con los ojos entrecerrados, y yo me eché a reír.
               -Tengo que ir a buscar a mi hermana. Ver si está bien, ¿vale, T?
               -Sí.
               -¿Me ayudas?
               -Sí.
               Hizo amago de seguirme, y se cayó de bruces contra el suelo del jardín.
               -Uy-dijo solamente. Lo levanté.
               -Creo que será mejor que te quedes aquí.
               -Sí. Hablaré con el cactus. Me gusta cómo me escucha. Creo que me entiende. Aunque es un poco borde. No contesta.
               -No le intentes dar un abrazo, ¿vale?-sonreí.
               -No le voy a dar un abrazo-replicó, ofendido-. Acabo de conocerlo.
               -Vete con Logan y los demás. Y quédate allí. No te vayas tú solo a ninguna parte.
               -Vale.
               Me alejé un poco de él.
               -Scoooooooooooooooooooooooooooott-se lamentó, y yo me volví.
               -Tengo que ir a buscar a Sabrae, ¿qué pasa?
               -¿Sabrae? Estaba muy borracha. Tamika y Bey le hicieron unas trenzas por si potaba, para poder cogerle el pelo. Se puso a sacudir la cabeza y a gritar que era el Sauce Boxeador-la madre que me parió, no había nadie normal en mi puñetera casa-. Ahora está con Alec. Están arriba. Creo que están haciendo eso que no querías que yo hiciera con Layla. Z e x o-me confió. Sí. Zexo. No sexo. Zexo. Me quedaba más tranquilo, la verdad.
               Mentira; una rabia como un volcán en erupción tomó posesión de mi persona. Agarré a Tommy, lo arrastré por entre la gente, lo tiré en el sofá, le grité a Max que si era gilipollas, dejándolo por ahí solo viendo cómo estaba, también le grité un poco a Tommy, por coger semejante borrachera sin tenerme a mí cerca para controlar que no se metiera en ningún lío o le diera la venada y se tirase a una piscina y se hiciera el muerto, y acabara ahogándose de verdad; y luego, le grité un poco a Bey por no vigilarlo por si se tiraba a alguna piscina, les grité a todos, que se pusieron a jugar la parchís durante mi bronca (manda huevos), hasta que ya me di por satisfecho y reservé un poco de aire de mis pulmones para Alec.
               Porque sabía lo que Alec estaba haciendo con Sabrae.
               Y tenía pensado desmembrarlo.

               Fui abriendo puerta por puerta, interrumpiendo diversos polvos y mamadas, hasta que finalmente me encontré con mi objetivo. Alec levantó la mirada del iPad (sabe dios de dónde lo había sacado) que contemplaba con fascinación. Tenía un auricular blanco en la oreja; el otro estaba en la de mi hermana, que dormía profundamente, a su lado, con la placidez de un sueño que sólo una buena borrachera te puede dar.
               Cabe destacar que Sabrae se había deshecho de su mono rojo, que reposaba sobre una silla de plástico transparente y patas de metal, acariciando con las cadenas doradas que rodeaban los tirantes una manta de pelo blanco, y había tenido a bien ponerse la camisa de Alec justo después de abrirse de piernas para él.
               Alec levantó las cejas, como esperando que intentara descargar mi ira sobre él. Sabía que no era rival para mí en esas condiciones, pero tenía un as debajo de la manga; más bien, a la baraja entera durmiendo con su camisa a su lado.
               Sabrae me machacaría, porque yo no podría pegarme en serio con ella, y porque, seamos claros, mi hermana pelea mucho mejor que yo. No le da miedo jugar sucio.
               A mí, normalmente, tampoco, pero con ella, sí.
               No sé qué terminó de cabrearme: que esperara a que yo dijera algo, la tranquilidad con que me miró, que ni siquiera hiciera amago de tapar su torso desnudo, o que tuviera la mano en su cintura, acariciándosela lentamente, mientras la de mi hermana reposaba sobre su pecho, como si se hubieran estado intercambiando caricias hasta que ella se dejó vencer por el sueño.
               -¿Qué hacéis?-gruñí, ladré, no sé lo que hice. Alec parpadeó.
               -Ver How to get away with murder. Bueno, eso; yo. Sabrae duerme.
               -¿No te habrás aprovechado de ella?-esto, puedo confirmar que lo grité con todas mis fuerzas. Sabrae sólo se revolvió en sueños. Parece ser que el sueño profundo viene de ser una Malik, no de la genética.
               -En todo caso se aprovecharía ella de mí-soltó Alec, quien claramente no tiene en ninguna estima su vida ni ha oído hablar en su puta existencia del concepto de “inoportuno”. Me cago en su putísima madre; me ve de muy mala hostia, y no se le ocurre otra cosa que vacilarme. Yo me cargo a este hijo de puta-, porque, S, si vieras las cosas que sabe hacer… Conoce cosas que ni tú ni yo sabemos que existen, chaval.
               -¡¿QUÉ COJONES HABÉIS HECHO, ALEC?!-troné, y Sabrae siguió sin darse por enterada. Mis gritos no iban para ella.
               -Nada-Alec me sostuvo la mirada.
               -ALEC.
               -¡Nada, joder! ¿Cuándo me has visto a mí vestirme tanto después de follar en una cama?-espetó, como si nos acostáramos todos los fines de semana, o algo.
               -¡NUNCA! ¡PORQUE NUNCA HE ESTADO CONTIGO! ¡ESO LO SABRÁN LAS DEMÁS!
               -Ya, también es verdad-murmuró, pasándose una mano por la mandíbula-. De todas maneras, ¡está borracha, por dios!
               -¿Y? ¿Cuándo te ha importado a ti eso? Te tiras a tías borrachas todos los fines de semana.
               -No están borrachas, están contentillas-discutió Alec-. Saben perfectamente lo que hacen. Seguro que tu hermana no sabe ni dónde está. Y yo suelo estar también un poco borracho cuando hago eso, para empezar. Me gusta que sepan qué están haciendo, con quién lo están haciendo. Llámame fetichista, no sé-gruñó-, pero me pone a mil que digan mi nombre cuando se corren. Puede que te hagas una idea de lo perversa que puede llegar a ser mi alma si me gustan abominaciones semejantes.
               Su chulería debería haberme puesto todavía peor, pero estaba tan aliviado por haber comprobado que Alec mantenía unos principios… no es que lo creyera capaz de hacer esas cosas con las demás chicas, pero lo que había entre él y mi hermana era diferente, hasta yo podía verlo. No sé qué había cambiado entre ellos dos, pero Alec no podía apartar los ojos de ella en cuanto la veía por el pasillo; Sabrae siempre encontraba una excusa para ir a verme cuando estaba con él…
               … y no nos olvidemos del tonteo constante, por favor. ¡El tonteo constante!
               Aunque, pensado en frío, también tenía sentido que, lo que Alec no hacía con las demás, ni se le pasara por la cabeza con Sabrae.
               Me acerqué un poco más a ellos, Alec se me quedó mirando. Inspeccioné a Sabrae; parecía estar bastante bien, para todo lo que me había dicho Tommy que se había dedicado a hacer.
               -¿Dónde tienes el piercing?
               -¿Qué?-salté, a la defensiva, mirándolo.
               -El piercing. Que dónde lo tienes.
               -Lo he perdido.
               Entrecerró los ojos.
               -Sabes que sé que te estás tirando a Eleanor, ¿verdad?
               ¡Pero bueno! ¿Y esta caza de brujas? Acababa de cazarlo medio desnudo con mi hermana, casi desnuda, en la misma cama, y todavía me venía con las polladas de lo que yo hacía con Eleanor. ¡Manda! ¡Huevos!
               -Lo tiene Eleanor, vale-admití-. Pero no me la estoy tirando.
               -Te acuestas con ella-no era una pregunta, pero, aun así, yo me vi en la obligación de decir:
               -Sí.
               -Te la estás tirando, hermano; me da igual que la lleves a restaurantes, o de fin de semana, o le digas que la quieres mientras te la follas. Te la estás tirando igual que yo me tiro a tu hermana.
               -Alec-bufé, mirándolo.
               -Me la tiro a veces. No es de continuo, tranqui.
               -Alec, la estás arreglando.
               -Ha habido otras.
               -¡Que te calles, Alec, me cago en dios!
               Alec sólo sonrió, con su pseudo sonrisa de Seductor™. Teníamos que ponerle urgentemente un nombre. Puede que Vividor Follador© sirviera.
               No, demasiado larga. Quizá Fuckboy® le pegaba más.
               Sabrae abrió ligeramente un ojo, y los dos nos quedamos quietos tras clavar los ojos en ella. Se frotó la cara con el puño.
               -¿Scott?-me llamó, y yo me incliné hacia ella, y casi tiré a Alec de la cama, que protestó. Pero que le jodan, yo soy el hermano de Sabrae, yo soy quien tiene que cuidar de ella-. ¿Crees que los tulipanes están floreciendo?
               ¿Pero qué coño me estás contando, puta cría?
               Ay, madre mía, la que te va a montar mamá cuando llegues a casa.
               Ay, mi madre, la que te voy a montar YO cuando lleguemos a casa.
               -No lo sé, mi pequeña-respondí, porque me miraba como me había mirado cuando era una niña. La cabrona sabía qué hacer para no cabrearme-. ¿Cómo estás?
               Se incorporó un poco y miró a Alec largamente, como si le costara verlo. Cuando por fin su cerebro consiguió enfocarlo, sonrió. Le acarició el pecho, y él le acarició un poco más la cintura.
               -Alec me está cuidando.
               Al le sonrió y, joder, no le había visto sonreírle así a nadie en su vida.
               -Pues claro, bombón.
               -Al se tiene que ir. Ahora te voy a cuidar yo, ¿vale?
               -¿Por qué?-soltó Sabrae, me cago en la puta que la parió, ¿por qué no se la quedó después de traerla al mundo? ¿Por qué la había dejado en un orfanato para que yo fuera a recogerla? ¡Desagradecida de mierda, puta cría de los cojones, me tenía hartísimo!
               -No sé, ¿porque yo soy tu hermano, y Alec no, tal vez? Además, Alec querrá un poco de fiesta, ¿eh, Al?
               -La verdad…-empezó él, frunciendo el ceño.
               -¿Ves? Al se va, S se queda, y La casa de la pradera sigue en emisión.
               -Pero… ¡yo no quiero que se vaya!
               Satán, ¿me escuchas? Te la voy a ofrecer en sacrificio. No es virgen, al contrario, es bastante experimentada; puede que eso le otorgue puntos.
               -Ni yo quiero que me confundan con papá viajando en el tiempo cuando voy por la calle, pero me tengo que joder. Dale su camisa, venga.
               -Sí, Saab, dame mi camisa-asintió Alec, de repente muy animado, y yo la detuve, me quité la mía y se la tendí. Sabrae se puso de morros, pero no dijo nada; contempló cómo él se vestía sin decir una palabra y susurró un suave “adiós, Al” cuando él se inclinó para darle un beso en la frente.
               Fue cerrar él la puerta y empezar a darme el coñazo con que quería que volviera.
               -¿Crees que volverá? Quiero que vuelva. Le echo de menos. Quiero estar con Alec. Que vuelva a Alec. Alec. Alec, Alec, Alec.
               -Por mucho que digas su nombre, eso no va a hacer que mágicamente aparezca de nuevo por aquí.
               -Me ha cuidado mucho. Es genial. Es adorable. Ay-suspiró-, me da vueltas todo, con Alec no me…
               -Mira, Sabrae, ya sé que Alec es un santo y todo eso, pero, ¡lástima! ¿Quién te sacaba de la cuna cada noche desde que te trajimos a casa? ¿Fue Alec? ¿A que no? ¡Vaya por dios! Déjale pasárselo bien, no tiene por qué estar todo el rato detrás de ti. Para eso ya estoy yo.
               -Pero Alec…
               -No me obligues a decirlo, Sabrae, sabes que odio que me obligues a decirlo-gruñí.
               -… me hace sentir bien, estaba muy a gusto, hemos bailado abrazaditos, ¿sabes? Ay, me ha tratado muy bien, me gusta un montón, S, no sé por qué le hago las cosas que le hago. Dile que vuelva, venga. Quiero que vuelva Alec.
               -No.
               -Quiero a Alec.
               -¿Te sacó él del orfanato, Sabrae?-estallé, y ella se me quedó mirando-. ¿A que no? Pues cállate.
               Su silencio duró unos segundos. No parecía haberse percatado de lo que le acababa de decir, por mucho que yo me sintiera una mierda por dentro.
               -Dile a Alec que vuelva-volvió-, quiero compensarle por…
               La puerta se abrió.
               -¡ALEC!-festejó, sonriendo, intentando incorporarse y fracasando estrepitosamente. Me lo quedé mirando mientras se desabotonaba la camisa y me la tiraba.
               -¿Y ese morro, S?-sonrió él.
               -Me tiene hasta la polla.
               -¿Tienes celos? ¿De mí? Eso es nuevo. Me gusta esa sensación.
               -Prefiere estar contigo, la imbécil esta.
               -S, S, S-sacudió la cabeza-. Es una edad muy crítica. La atracción prima sobre la sangre. No te preocupes, se les termina pasando. Creo-sonrió con maldad-. Y si no, bueno… soy hombre de una sola mujer, te quedan otras dos hermanas. No seas crío, Scott. Yo le atraigo, a ti te quiere, tú eres su hermano, yo soy su… no sé qué soy suyo, la verdad. Dejémoslo en Follamigo Premium-el imbécil tenía que darse aires de importancia siempre.
               -¿Cómo te sentirías si ella fuera Mary?-ataqué-. ¿Si cuando se echara novio, te diera de lado?
               -No soy su novio.
               -Alec-suspiré.
               -Buena suerte al gilipollas que intente meterse entre ella y yo. Ya le tengo dicho que las piernas cerraditas, que primero me los tiene que traer a casa para que yo les dé el visto bueno.
               Dejó una bolsa de plástico encima de la cama; la señalé.
               -¿Qué es eso?
               -Comida. Palomitas, Doritos, un poco de tortilla, Pepsi y agua. Ah, y bocadillos-añadió, revolviendo-. Estaban en la nevera, supongo que estarán bien.
               -¿Te vas a ir de picnic con ella?
               -Le vendrá bien comer-soltó, envarándose-. Son para ella, por si se pone peor. No voy a volver a dejar que se duerma. Me como demasiado la cabeza, pensando en lo que va a tardar a volver a despertarse. Sabrae-llamó, cogiéndole el pie; ella se revolvió-. Sabrae, mira, te he traído comida.
               Ella abrió los ojos de nuevo, con mucho esfuerzo.
               -¿Al?
               -Sí, nena, soy yo. Mira, te he traído palomitas.
               -¿Con queso?
               -Eh… no, queso no tienen, pero se lo podemos echar, si quieres.
               Volvió a aferrarse a él como si su vida dependiera de ello. Y él estaba encantado. Empezó a contarme cómo se habían topado de nuevo en la fiesta, y ella ya estaba bastante jodida. Sus amigas la habían ayudado a vomitar, y Alec temía que volviera a tener ganas, de modo que les pidió a Bey y Tam que le hicieran unas trenzas como las que solía llevar a boxeo, y a Sabrae le habían entusiasmado tanto que se había lanzado a la pista de baile a sacudir la cabeza, azotando a todo el que se le pusiera a tío, chillando “¡soy el Sauce Boxeador!”.
               El momento más memorable de la noche, sin duda.
               Y luego, no había tenido nada más interesante que hacer, cuando Alec la volvió a recoger después de que intentaran (y, en algunos casos, lograran) darle más alcohol, que sentarse en su regazo y empezar a desabotonarle la camisa, metiéndole mano, colgándose de su cuello y besándole por debajo de la mandíbula.
               Alec se guardó para sí las dudas que había tenido de que realmente estuviera borracha cuando le decía:
               -Eres muy guapo.
               Porque, a ver, eso era evidente.
               -Tú también, Saab-había replicado él, sonriendo. ¿Estaba a gusto teniéndola tan cerca? Sí. ¿Le había venido de puta madre que ella se desinhibiera de esa manera? Sí.
               ¿Lo admitiría alguna vez en voz alta? No, porque Alec era orgulloso. Ni aunque le fuera la vida en ello dejaría entrever la verdad, a pesar de que todo el mundo que tuviera ojos que funcionaran (y puede que algún ciego más perspicaz también se percatara de ello) pudiera ver lo que le pasaba con Sabrae.
               -Ay, madre mía, qué guapo eres, Alec; llevas gustándome desde que era… así-Sabrae se había puesto la mano a mitad de la cara, porque no había crecido mucho desde que empezó a interesarse por Alec de aquella forma. No tenían tanta historia como Eleanor tenía conmigo.
               Pero la tenían.
               -Coladita por ti desde que empezó al instituto-le había dicho ella, y Alec dudó tanto de que Sabrae utilizara el término “coladita” estando sobria, ni con una pistola apuntándole a la cabeza, que terminó por dar por buena la teoría de que, efectivamente, estaba borracha de verdad.
               Alec había notado que algo en su interior se revolvía, algo conocido y ampliamente aceptado pero, por una vez, calmó sus instintos más básicos. Detuvo las manos de Sabrae, fue paciente con ella, la miraba a los ojos, le decía que no pasaba nada cuando ella le pedía disculpas en momentos de lucidez… y finalmente decidió sacarla de allí, llevarla a un sitio más tranquilo.
               Las habitaciones estarían bien.
               Tommy llevaba tiempo buscándome, y también estaba jodido, pero confiaba en que volvería antes de ponerse peor. El problema era que Tommy se había agobiado porque no conseguía encontrarme, y aceptaba copas de todo el mundo, hasta finalmente acabar hablando con cactus.
               Eso sí, había cumplido con lo que le había pedido Alec. Me había dado el mensaje de que mi hermana estaba mal, y que fuera a buscarla. Probablemente, Al se lo había dicho para que decidiera qué hacer con ella, pero en cuanto cerró la puerta y nos dejó solos se dio cuenta de que no iba a poder quitársela de la cabeza.
               Lo mejor sería volver.
               Sabrae le pasó una pierna por encima de las suyas, y Alec se echó a reír.
               -¿Ves lo que te decía? No me estaría aprovechando de ella. Es más, casi estaría dejándome llevar-sonrió, acariciándole la cabeza.
               -Voy a matarla en cuanto se ponga bien para enterarse de que la estoy matando-bufé.
               -Alec-susurró ella, y él le acarició la espalda-. No quiero que esta noche acabe nunca.
               -Yo tampoco, bombón-sonrió, y yo los miré, y él me miró-. Tengo un par de series pendientes. Y tu hermana es calentita y cómoda.
               Alcé las cejas.
               -Ya.
               -Vete, S. Estaremos bien. No voy a empalmarme, te lo prometo.
               -Más te vale.
               -Yo ya estoy cuidando de ella, ¿quién hay cuidando de Tommy? ¿Karlie? ¿Vas a confiar en Karlie para cuidar a un borracho?-alzó las cejas.
               -Vale, Al, lo pillo, no me queréis aquí. Me marcho antes de que me propongáis un trío o algo por el estilo, bien sabe dios que a ti te da todo igual-me puse la camisa y me incorporé-. Si necesitáis algo…
               -Que sí. Ve. Cuida de Tommy. Estaremos bien, ¿eh, Saab?
               Sabrae asintió.
               -Me gusta el ritmo que tiene tu corazón, Al-comentó, y los dos nos echamos a reír.
               -Es adorable; deberíamos emborracharla más a menudo.
               -Estoy bastante seguro de que tú no necesitas que esté borracha para que se te tire encima.
               -Me encanta que se me ponga chula, pero también me gusta esto-admitió, pasándole los dedos por la cintura.
               -Alec.
               -Scott.
               -Dime que no es tu puta corbata lo que mi hermana tiene atado a la pierna.
               -Lo que tu hermana tiene atado a la pierna no es mi putísima corbata-replicó sin vacilar.
               -Gracias, tío-susurré. Me sería más fácil irme después de esa concesión-. Eres un amigo.               -¿Sabes que…?-empezó, sonriendo con maldad, porque Alec era el diablo.
               -Ya sé que es tu putísima corbata, Alec; por favor, no hagas que quiera asesinarte.
               Abrí la puerta, me detuve y los miré. Alec me miró a mí, mientras Sabrae no se percataba de que seguía con ellos en la habitación. Tenía los ojos fijos en la pantalla del iPad, puede que intentando ponerse al día con el capítulo que estaban viendo.
               Alec iba a perderse su fiesta favorita, fin de año, la noche en que absolutamente todo era posible, por quedarse con ella. Viendo una serie que ya había visto. En una casa que no era la suya, sin posibilidad de sexo sin cargo de conciencia; en definitiva, el único sexo que valía la pena.
               De alguna manera, Alec estaba haciendo más sacrificios esa sola noche que yo no contándole a Tommy lo que tenía con Eleanor. Alec había elegido. Yo no. ¿Qué decía eso de mí?
               ¿Qué decía eso de él?
               -Al-susurré.
               -S…
               -No haces esto por las demás-sacudí la cabeza, refiriéndome a la comida, a la habitación, a la fiesta, a todo.
               -Las demás no son hermanas de mis amigos-replicó, como si fuera una verdad tan lógica, tan evidente, que la sola idea de que alguien no le hiciera caso le parecía inconcebible.
               -¿No son hermanas de mis amigos… o no son mi hermana?
               Alec se rió, con la risa del niño al que pillan con las manos metidas hasta el fondo del tarro de galletitas.
               -No sé qué quieres que te responda a eso.
               -La verdad, Al. ¿Mi hermana te gusta?-solté, y él inclinó un poco la cabeza, sin atreverse a mirarla. Si lo hacía, se le notaría.
               -Tu hermana es una mujer-respondió finalmente, cauteloso-, y a mí me encantan las mujeres. Ya lo sabes.
               Sonreí.
               -El hecho de que la consideres una mujer cuando tiene 14 años ya me da más respuestas que tú diciéndolo claramente.
               Como si no os lo hubiera dicho claramente varias veces esta noche-sonrió.
              
Zoe se llevó el pequeño bolso al oído, intentando dilucidar si el sonido de un móvil emitiendo su tono de llamada venía de él. Ni siquiera la miré cuando lo hizo; me estaba quitando el vestido de la cena, y para ello tenía incluso que llegar a desnudarme.
               Ser modelo, neoyorquina, y llevar un solo vestido en la noche de Fin de año, la más importante de nuestra ciudad, no eran cosas compatibles. Era, más bien, un pecado.
               Además, llevaba casi desde antes de iniciar oficialmente mi carrera luciendo varios vestidos de varios diseñadores en una misma noche; no podía permitirme el lujo de abandonar ahora mi costumbre, especialmente ahora, que se decía que mi carrera estaba en horas bajas por mi mudanza a Londres.
               Pobres imbéciles de los tabloides, la cara de estúpidos que se les quedaría a todos cuando me vieran desfilar para Victoria’s Secret, demostrando que estaba más de moda, más viva, y más atareada, que nunca.
               -Es el tuyo-sentenció, asqueada, tirando el bolso sobre el sofá y girándose para quitarse los pendientes.
               Una niña bien de Nueva York se cambia de ropa tras medianoche; va de vaqueros y jersey a ver caer la bola, y a continuación, se enfunda el vestido más ajustado y original que ha conseguido encontrar en toda la ciudad para pasar la mejor noche del año.
               Pero nosotras no éramos niñas bien. Éramos de la realeza; yo era la diosa de esa ciudad; Zoe, una de sus pocas reinas. Y, como tales, podíamos fardar de armario.
               Nos cambiábamos incluso la ropa interior, aunque muy poca gente tendría el placer de verla.
               Me abroché el sujetador, revolví por el suelo hasta encontrar mi bolso, lo abrí y saqué el teléfono. Sonreí como si fuera tonta al ver el nombre que se había dibujado en la pantalla.
               -¡Tommy!-festejé.
               -¡Feliz año nuevo!-respondió él. Yo no pude hacer más que echarme a reír, y suspirar para mis adentros mientras me regodeaba en el sonido de su voz, la fuerza de su acento, las imágenes mentales que evoqué nada más escucharlo… uf. Le echaba tantísimo de menos…
               -Todavía no son las doce-sonreí, y Zoe se volvió para mirarme, con un pendiente diferente en cada oreja.
               -¿En serio?-respondió-. Joder, he calculado mal la hora.
               -¿Has bebido?-inquirí, notando cómo empezaba a arrastrar algunas palabras, como si le costara pelearse con su boca.
               -¿Qué eres? ¿La poli? Vamos, nena, es fin de año. Déjame desmelenarme, aunque sólo sea un poquito.
               -Qué tierno es que pienses en mí cuando te emborrachas, T.
               -Pienso en ti a todas horas, Didi.
               Otra vez ese retortijón en el bajo del estómago, aquello que me decía claramente, como si yo no lo supiera “madre mía, lo que podríamos estar haciendo ahora mismo”.
               -Yo también pienso en ti, T. En ti, y en ese traje-susurré, y Zoe sonrió, sin poder creerse que me pusiera a coquetear con mi inglés frente a ella.
               Le había preguntado a Tommy qué era lo que tenía pensado llevar puesto en nochevieja, visto que él no paraba de preguntármelo a mí, así que me había mandado una foto del traje colgado de una percha.
               -¿No puedes ponerlo sobre algo?-le había escrito, zalamera, mientras esperaba a que me arreglaran los bajos del vestido.
               Y lo había puesto sobre la cama, colocado con mimo, como si fuera un hijo suyo al que quisiera cubrir de amor.
               -Quiero vértelo puesto, Tommy-había protestado yo, y él me había dicho que no, y me había hecho esperar hasta esa tarde, cuando volví a preguntarle qué pensaba llevar, y se había topado con que carecía de excusas para negarme la foto, de manera que me la había mandado.
               Y me había encantado lo que había visto.
               Probó suerte, me pidió que le mandara una foto de mi vestido, pero yo alegué que bien podía venderles la exclusiva a los blogs de moda, y me negué en redondo.
               -Ya me verás mañana, en la cima de la lista de las mejores vestidas de la noche.
               -No sé si podré esperar hasta mañana-había respondido él.
               -Es gracioso-sonrió el Tommy de mi presente-, porque yo estaba pensando precisamente en lo que haría con los tirantes de ese vestido negro.
               Me eché a reír.
               -No me puedo creer que te hayas parado en Fin de año a mirar las fotos que están subiendo los de Vanity Fair sólo para ver lo que llevo puesto.
               -No me he parado-corrigió-. Tengo un becario muy bueno en casa. Mi hermano-explicó-. Dan ya apunta maneras. El crío estaba encantado con tener una excusa para permanecer despierto hasta tarde. En cuanto salió la primera foto tuya, me mandó un mensaje con el enlace. Y luego me bombardeó Telegram-me lo imaginé sonriendo, mordiéndose el labio, pasándose la mano por el pelo. Quiero follármelo-. Va a ser peor que yo. Peor que Scott, incluso. Dios nos libre de que haya nadie peor que Scott-se echó a reír.
               -Pobre hermano tuyo.
               -Voy a pagarle. Es una tarifa flexible, depende de la calidad de las fotos que me consiga hoy.
               -Págale el doble. Me estoy cambiando-dije, cogiendo los zapatos, cambiando unos plateados por otros negros como el carbón, con una miríada de diamantes negros que le habían costado un ojo de la cara al jeque árabe de turno, cuyas concubinas se habían encaprichado de ellos, y que habían llegado a parar a mis manos… o, mejor dicho, mis pies.
               -¿Qué llevas puesto?-y escuché cómo sonreía, y joder, ahora sí que quería tirármelo.
               -Nada-sonreí.
               Me lo imaginé apoyándose contra una columna.
               -Me gusta el tono que está adquiriendo esta conversación, Didi, pero estoy en público, así que, te lo preguntaré otra vez.
               -Nada-coqueteé, llenándome la boca con aquella palabra… y sonriendo. Zoe me miró.
               -¿Quieres que te deje sola?
               Negué con la cabeza.
               -¿Por qué tengo la impresión de que es mentira?
               -Porque lo es-admití-. Llevo unos zapatos de tacón, de Louboutin. Creo que tu madre tiene unos parecidos, pero en blanco. Los míos tienen cristales negros. Un sujetador de Armani; ese hombre sí que sabía cómo hacer ropa para una mujer. Y unas bragas de… Vaya, sorpresa, Victoria-sonreí-. Qué cosas, no sé de qué me suena esa marca.
               Lo escuché bufar al otro lado de la línea, del océano, del mundo, incluso del calendario.
               -Joder, Diana-masculló-. Casi prefería la respuesta vaga. Cabe tanto en un “nada”.
               -Querías la verdad. Ahí la tienes-sonreí-. Voy a ponerte en manos libres, ¿vale? Tengo que ponerme el vestido.
               Tommy asintió, puse el altavoz y le dije que estaba con Zoe.
               -Hola, inglés-saludó mi amiga, que decidió ignorar deliberadamente mi mirada envenenada. No le llames “inglés”, sólo yo puedo llamarle “inglés”.
               -Hola, pelirroja-fue la contestación de Tommy, porque mi país tenía 350 millones de habitantes… pero sólo yo era “americana”.
               Se enzarzaron en una conversación en la que no paraban de coquetear, pero con respeto hacia mí y Layla: Zoe quería saber si Tommy tenía algún familiar que se le pareciera al máximo, para, por así decirlo, practicar el acento del otro lado del Atlántico.
               -La persona a la que más me parezco del mundo es mi padre-comentó él.
               Sí, eran copias, tenía toda la razón del mundo.
               Zoe se echó a reír.
               -Bien sabe dios que no me importa ni que me tripliquen la edad, ni que estén casados-se burló-, pero no suelo meterme con mujeres que tienen más tetas que yo. No voy a batallas que sé que voy a perder.
               Tommy se echó a reír mientras yo me enfundaba el vestido blanco, con una única manga que llegaba hasta la muñeca. El otro hombro se quedaba al descubierto. Tenía diamantes negros, con forma de lágrima, incrustados en la cintura y en la parte superior, escalando en un triángulo irregular, de un borde redondeado, por encima de la clavícula cubierta, y volviendo a descender por el omóplato. Los diamantes más grandes estaban rodeados de brillantes más pequeños de forma que, cada vez que me movía, un millón de arcoíris se reflejaban en la pared contraria.
               El vestido se pegaba a mi cuerpo como un guante; no en vano mi madre lo había diseñado teniendo en cuenta mis medidas exactas, medidas a las que yo me aferraba como náufrago a su tabla, medidas que no podría perder ni aun queriendo, gracias a un metabolismo tan bueno que ni me lo merecía.
               Mi cuerpo era perfecto, en todos los sentidos. Ojos claros, piel tersa, pelo largo y suave, de un crecimiento nada envidiable, que soportaba con estoicismo los tintes que le echaba, unas piernas que no se terminaban nunca y un vientre en el que podría aterrizar un Boeing 747.
               Y no nos olvidemos ni de mis pechos ni de mi culo, por favor.
               Un cuerpo así está hecho para lucirlo, y aquel vestido, que me lamía la piel, que se ajustaba a mis curvas y caía en línea recta hacia el suelo, dejando una abertura el muslo contrario al del hombro desnudo para poder lucir piernas, tenía, exactamente, ese cometido: lucir la figura de la pobre mortal que se atreviera a llevarlo.
               Me recogí el pelo en un tupé, me puse las horquillas que ya había ensayado, me retoqué el maquillaje, cuidando de que siempre mis labios resaltaran con el color granate, y de que mis ojos brillasen como si fueran dos esmeraldas, y miré a Zoe.
               Ella sonrió, observándome desde su vestido de corte griego, en color negro, con un cinturón plateado ciñéndose a su cuerpo.
               -Ay, inglés-lo provocó-. Qué suerte tienes de no estar aquí, con nosotras. Perderías el juicio si la vieras ahora.
               -¿Más?-replicó Tommy, que siempre sabía qué era lo que tenía que decir. Zoe se echó a reír, usó una pobre excusa sobre su eyeliner, y desapareció para dejarme intimidad con Tommy. Me senté en el diván blanco, con pies y acabado de madera en color crema, me quité los zapatos y me acomodé en él.
               -Dame una razón para que no te mande una foto de cómo estoy ahora mismo sólo para ver exactamente cómo te pones.
               -Que me volverías loco-sonrió él-. Pero seguro que merecía la pena, ¿no es así?
               Me reí.
               -Te echo de menos, Didi-dijo por fin, en un tono mucho más íntimo. Me lo imaginé saliendo de la casa a la que me había dicho que iban, adentrándose en el jardín, buscando un poco de privacidad.
               -Yo también te echo de menos.
               -Ven mañana-me suplicó-. Necesito volver a abrazarte.
               Me mordí el labio.
               -¿Nada más que abrazarme?
               -Ya sabes qué viene después de que te abrace, amor.
               Me acaricié la pierna.
               -Yo también echo de menos el sexo-admití-. No te voy a engañar. Ya lo sabes. He estado con algunos chicos. Pero ellos no me hacen lo que me hacías tú. Ellos sólo follan, y a mí ya no me interesa tanto follar como hacer el amor-suspiré. Él también suspiró.
               -He mandado a Eleanor subir a tu habitación a por una camiseta. La que te ponías para dormir. La que me quitaste-precisó, y yo sonreí-. Me tumbo en mi cama, y cierro los ojos, y por un momento te siento ahí, conmigo. Dios, Didi, lo echo todo de menos de ti. Hasta cómo hueles.
               -Uso una colonia de Chanel-sonreí.
               -No es la colonia. Es cómo hueles tú. Por mucha colonia que se eche alguien, siempre va a tener un olor.
               -¿Y a qué huelo yo?
               -A esperanza-dijo sin dudar-. A mirar a alguien que te ha hecho daño a los ojos y no encontrar razones para seguir martirizándote por ella. A sexo a escondidas-los dos sonreímos, sumidos en nuestros pensamientos-, a polvos en sofás, a caricias, a miradas, a besos en una esquina, a… visitas a medianoche. A cogernos de las manos cuando estamos a punto de acabar. A no soportar un adiós. A tirria a un aeropuerto, porque nos separamos, aunque sea momentáneamente.
               Me acaricié la cintura, pasándome una mano por la mejilla.
               -Tommy-musité.
               -Y a cómo dices mi nombre. Por favor, cómo dices mi nombre, con ese acento tuyo, podría morirme. No pares de decirlo así, Diana. No cojas mi acento. No dejes de decir mi nombre.
               -Tommy-sonreí. Y lo noté sonreír a él también.
               -Eres un regalo-me dijo-, un ángel caído del cielo.
               -Tú eres el cielo, Tommy.
               Sin darme cuenta, me pasé dos dedos por los labios, igual que había hecho él con su pulgar, recogiendo aquellas palabras, que debían ser catalogadas como “La Verdad”.
               -¿Y yo? ¿A qué huelo, Didi?-quiso saber.
               -A… sorpresa-susurré-. A recompensa. A creer que algo va a ser horrible, un suplicio, y que acabe siendo genial, un pequeño paraíso. A querer volver a Inglaterra aunque, técnicamente, sea mi exilio. A hogar. No como Nueva York, el olor de Nueva York es desagradable; puede que sea lo único malo de mi ciudad. No, a hogar, a… calidez. Y cariño. Y mimos. Y ternura. Y dulces. Me recuerdas un poco a un mazapán-se echó a reír-. Me gusta el mazapán-añadí.
               -A mí también me gusta el mazapán.
               Nos quedamos callados un momento.
               -Debería irme-dije por fin.
               -Y yo. Están esperando por mí, de hecho.
               -Pero no quiero-completé la frase.
               -Yo tampoco-admitió.
               -¿Tommy?
               -¿Sí?
               -Pásatelo bien.
               -Y tú también, amor.
               -Te quiero-dije, y se me humedecieron los ojos, pero no me importaba; mi máscara de pestañas era a prueba de sudor, y de agua.
               Era la primera vez que se lo decía a nadie que no fuera de mi familia, o a Zoe.
               -Yo también te quiero-respondió sin dudar, y supe que era sincero, que no estaba pensando en Layla, que sólo pensaba en mí… algo dentro me dijo que me había llamado a mí antes que a ella. Puede que hubiera esperanzas.
               Puede que no le horrorizase, después de todo, la profundidad de la sima de mi alma, aquella sima de la que yo me había percatado hacía tan poco, y que no quería explorar.
               -¿T?-susurré, él me preguntó si estaba llorando, pero lo ignoré-. Europa es incluso más bonita desde que te conozco.
               Se quedó callado un momento, digiriendo lo que acababa de decirle.
               -Y también se vuelve más importante cuando tú estás aquí-respondió, y me dolió el pecho de lo mucho que me quería, de lo feliz que me hacía, incluso estando tan lejos. Por favor, que no me lo quitaran, no sabía qué haría si me lo quitaban…
               Le dije adiós, le volví a confesar mi amor, él hizo lo propio, nos escuchamos respirar un rato, y finalmente colgamos, y yo no podía dejar de sonreír y llorar.
               La única pega que tenía mi inglés era que no estaba allí, a mi lado, pero todo lo demás en él eran ventajas: desde sus ojos, hasta su acento, todo en él eran cosas que tenías que tener en cuenta para valorarlo más, y no menos.
               Me acurruqué en el diván, deseando, por primera vez en mi vida, ser como las demás; no llevar un apellido tan inmenso que se desparramara como la cola de mis vestidos cada vez que hacía acto de presencia en algún lugar, poder llevar un vida normal, no tener posibilidades de salir del país para así conocer gente nueva, gente como Tommy, a la que sólo podías querer, y echar de menos…
               Ser, en definitiva, una ciudadana de un país, y no del mundo, porque los hijos del mundo terminan no teniendo un lugar donde echar raíces. Y una buena raíz, que me atara a algo o más bien a alguien, era precisamente lo que más me apetecía tener.
               Le echaba tanto de menos que empecé a evocar sus manos sobre mi cuerpo, sus ojos mirándome, la chispa de diversión, alegría y hambre que se manifestaba en ellos cuando me quitaba la ropa para él, y sentí cómo me enrojecían las mejillas.
               Con un inglés, me recriminé a mí misma, disgustada del poco orgullo patrio del que estaba haciendo gala.
               Zoe entró finalmente en la habitación, con un maquillaje radicalmente opuesto al mío, y, desde luego, muy diferente al que había lucido instantes anteriores. Se me quedó mirando, en parte divertida y en parte enternecida.
               -¿Por qué lloras?-susurró, sentándose a mi lado, acunándome la cabeza, que depositó con cariño en su regazo.
               -Z-dije solamente, y ella me deshizo el moño y me acarició el pelo-. No quiero que me lo quiten.
               -Nadie podría quitártelo-replicó, sonriendo, mordiéndose el labio-. Mírate.
               -Hay otra-susurré-. También la quiere a ella. Aunque no sé si hay alguna a la que esté engañando-suspiré, me daba tanto miedo decir aquello en voz alta, romper el idealismo que encarnaba Tommy… pero si las parejas siempre habían sido de dos, era por algo. Tres son multitud, siempre. Uno sobraba en la ecuación.
               Y sospechaba que los añadidos posteriores eran lo que terminaban siendo desechados en primer lugar.
               Zoe se quedó quieta, sus dedos congelados a media caricia.
               -Pues la destruimos-dijo por fin, porque cuando el cuerpo se ve sometido a presión, se ve empujado al modo pelea-o-huye; no es así en el caso de Zoe, exactamente. Ella siempre luchaba, arrancaba con uñas y dientes lo que quería, no tenía piedad. Y eso era bueno.
               -No puedo, Z-me lamenté-. Es amiga mía. Y ahora está débil. No sería justo.
               Y no quería hacerle daño a Layla.
               Zoe se quedó pensando un momento, sus ojos clavados en el cristal de la ventana. La lluvia nos había dado una tregua; incluso ella parecía saber que Nochevieja en Nueva York era el acontecimiento del año. Contempló un momento cómo relucía el centro de la ciudad, desafiando las tinieblas en la más oscura de las noches, siendo un foco de esperanza.
               Ninguna de las dos dijo nada, porque no nos hacía falta. Un torrente de energía manaba de los dedos de Zoe, purificándome a mí por dentro, tranquilizándome, diciéndome sin palabras que no había nada que temer.
               Llamaron a la puerta de su habitación; resultó ser mi padre, preguntándonos si estábamos listas. Me incorporé, me limpié apresuradamente las lágrimas y asentí con la cabeza, para que Zoe abriera la puerta. Me agaché para colocarme los zapatos, por si acaso se daba cuenta de la rojez de mis ojos, como efectivamente hizo.
               -¿Pasa algo, mi niña?-preguntó, y yo negué con la cabeza.
               -Me he metido el lápiz un poco por el ojo, eso es todo. Por suerte, no he estropeado nada.
               Zoe se echó a reír ante mi ocurrencia.
               Papá asintió, no muy convencido, y se marchó escaleras abajo. Los coches ya estaban listos, se irían antes de que nosotras termináramos de bajar las escaleras, pues nuestros destinos eran diferentes.
               Su meta era una gala de éstas en las que todo el mundo se pasea con el diseño más moderno que ha conseguido encontrar (y que no es tan bueno como se creen, por mucho que paguen por ellos), en el que los invitados se regodeaban en insultarse unos a otros a la cara con palabras tan suaves como el terciopelo y frases tan poéticas como cualquier oda a una amada de un artista del siglo pasado. El alcohol corría, manaba como si de una fuente se tratara, de un géiser, más bien, pero todo el mundo se controlaba.
               Zoe y yo teníamos pensado un destino un poco diferente: primero, los balcones con mejores vistas de todo Manhattan a la bola que estaba por caer. Y, después un ático de algún rascacielos cuya dirección no tardaríamos en olvidar, con música ensordecedora, tanto en volumen como de lo buena que era, vestidos cortísimos, diseños interesantes (no siempre bonitos, pero, desde luego, más interesantes que las fiestas sosas de la madurez de la alta sociedad). Allí correría el alcohol, y las drogas, y todos nos abalanzaríamos sobre ellos para disfrutar de nuestra juventud, de unos cuerpos que se recuperaban antes incluso de ser heridos.
               Puede que la bebida no manara a chorro, como un géiser, sino más bien como una tromba de agua, pero la joven élite de Nueva York estaba lo suficientemente sedienta como para bailar bajo la lluvia con la boca abierta.
               Dejé que Tommy y la nostalgia que me producía resbalara por mi cuerpo, deslizándose por mi vestido, hasta caerse al suelo, y me la sacudí como quien se sacude unos pantalones muy ajustados después de un día de intensísimo trabajo. Zoe me miró.
               -¿Mejor?-asentí-. Normal, no hay quien esté triste en unos Louboutins como esos-sonrió-. Pero, por si te da la nostalgia otra vez, ¿quieres imprimir una foto de tu inglés?-sugirió, encendiendo la impresora y conectándole el wifi para enviarle cualquier fotografía robada del Instagram de Tommy.  Me eché a reír.
               -¡Claro que no!-dije entre carcajadas, aunque una voz en mi interior, de la que pensaba que me acababa de librar, susurraba un suave, aunque firme: no me importaría.
               Sacudí la cabeza, intentando librarme de esos pensamientos. No. Estoy en Nueva York. Estoy en casa. Estoy bien. Siempre he estado bien estando en casa.
               Incluso haciendo el mal, siendo el demonio personificado, había estado bien.
               Bajamos las escaleras con gracilidad, deleitándonos en cómo nos miraban las criadas de casa de Zoe, que tendrían que quedarse esperando hasta que sus padres, y después nosotras, volviéramos. No podíamos llevar llaves de casa; al margen de que no era una costumbre que tuviéramos interiorizada, tampoco queríamos preocuparnos todo el rato de dónde estaban las llaves, de si nos las habían quitado, de si alguien podría acceder a ellas…
               Además, en cuanto cerrásemos la puerta y se quedaran solas, bajarían a la bodega de los vinos del padre de Zoe y cogerían la borrachera del milenio. Así que todos ganábamos, sólo que nosotras, un poquito más: veríamos la bola de cerca, no a través de la tele, sin ningún puñetero anuncio cutre que nos fastidiara las vistas.
               Les dijimos adiós con una sacudida de pelo, nos tiramos en la limusina, nos echamos a reír, y sacamos las manos por la ventanilla cuando nuestro coche se separó de los de nuestros padres, en dirección a lugares diferentes. Nos bajamos entre flashes de un millón de cámaras, gritos de fotógrafos venidos de todas partes del mundo para cubrir nuestra fiesta, sonreímos con unos dientes que puede que pudieran pagar varias carreras universitarias (y hablo de las caras, en Yale o Harvard) sin problema, dejando incluso un fondo para las fotocopias, subimos al balcón y nos acomodamos en la barandilla, ya reservada para nosotras.
               En fin de año, Nueva York estaba abarrotada. Era imposible encontrar una cara entre la multitud y, sin embargo, sabías perfectamente quién era nativo y quién venía de visita.
               Los neoyorquinos mirábamos la bola caer, nos fijábamos en ella de vez en cuando, intentábamos dilucidar operarios, y nos poníamos nerviosos en silencio, sin llegar a mordernos las uñas (porque había una reputación que mantener) cuando veíamos que alguien subía o bajaba corriendo las escaleras del inmenso monumento que era la bola.
               Los que no pertenecían a nuestra ciudad lo observaban todo, fascinados: los anuncios de Times Square, los globos con diversas formas que los patrocinadores de turno repartían por doquier, los sombreros, gafas y antenas de “feliz año nuevo” que llevaba el prójimo (y que, seguramente, no había estado en el Bronx en su vida). Se dejaban llevar por un mundo epiléptico en el que todo eran luces, y no existía una sola sombra.
               Quedaban cinco minutos, y luego, cuatro, y luego, tres, y la expectación crecía y crecía.
               En el penúltimo minuto del año, toda Times Square se apagó, dejando sólo unas pantallas a cada lado en reserva para la gran final.
               Y luego, un glorioso, inmenso y potentísimo 59 apareció durante un escasísimo segundo en las pantallas, clonado hasta la saciedad. Todo el mundo chilló, neoyorquinos y extranjeros por igual, porque el fin de un año y el comienzo del siguiente en Times Square es lo más parecido a un puente entre mundos, uno repleto de magia, y uno que ha languidecido terriblemente hasta prácticamente hacer que desaparezca, que nadie puede vivir en su momento.
               Los gritos se hicieron más potentes, y llegaron a armonizarse cuando quedaban 30 segundos. A la cuenta de 20, las palabras ya eran claramente audibles. Todos decían los números en inglés, sin importar cómo los llamaran en su lengua natal, la que dominaban.
               Cadenas de televisión de todos los estados se quedaron en silencio cuando quedaban 15 segundos para escuchar a Nueva York, la verdadera capital de Estados Unidos, dirigirlos en aquella plegaria anual que era la cuenta atrás de fin de año.
               Miles y miles de gargantas acallaron el micrófono del artista de turno que despedía el año con la atención de todos los demás.
               -¡Diez! ¡Nueve! ¡Ocho! ¡Siete! ¡Seis! ¡Cinco! ¡Cuatro! ¡Tres! ¡Dos! ¡UNO!-bramó Nueva York; la bola tocó fondo, y la ciudad explotó.
               No como lo hizo un 11 de septiembre.
               Explotó de verdad, de júbilo, con gritos que declaraban que allí estábamos nosotros, gritos que se iban modulando. Me volví hacia Zoe, que ya se había vuelto a mí, nos sonreímos y nos dimos un beso en los labios, como ya llevaba siendo tradición tanto tiempo que ni siquiera recordamos cuándo habíamos empezado. Nos echamos a reír, nos limpiamos el pintalabios la una a la otra (y eso que se suponía que no se transmitía, pero bueno, confieso que me gusta dejar la marca de mis besos en la boca de un chico, especialmente en cierto chico que se empeña a llamar a los ascensores por palabras que no tienen nada que ver con ellos).
               -Me he adelantado a tu inglés-se burló, y yo negué con la cabeza.
               -Eres estúpida.
               -Sabes que cuando tenga hijos voy a seguir morreándome contigo delante de ellos, ¿verdad, Didi?
               -Lo mejor de Nochevieja es que nos metemos la lengua hasta el esófago, Z-me burlé, y ella negó con la cabeza, también riéndose. Enseguida nos fuimos del balcón; teníamos cosas más interesantes que hacer que ver cómo media Nueva York empezaba a desmadrarse sin ningún plan fijado, y la otra mitad se metía en el metro para ir a fiestas, galas, o incluso sus casas.
               Nueva York es tan grande que, incluso siendo un ser único en tu especie, es imposible que te sientas solo.
               El tráfico iba a ser una pesadilla, lo sabíamos, pero ser multimillonaria, tanto de nacimiento como por derecho propio, tenía sus ventajas.
               Como, por ejemplo, desplazarte en helicóptero por la ciudad y contemplar a tus pies las mareas de gente desparramándose por las calles como si éstas estuvieran vomitando un arcoíris que no se decide por qué color prefiere que predomine.
               Atravesamos varias manzanas, aterrizamos en la azotea, y los que ya estaban allí (o sea, todos) se acercaron rápidamente a darnos la bienvenida. La música atronaba en nuestros oídos, hacía vibrar todos y cada uno de mis huesos, pero no se me escapaban las miradas de las demás chicas, que se preguntaban cómo no habían conseguido rogarles a sus papis lo suficiente como para conseguir un vestido la millonésima parte de hermoso que lo era el mío.
               Desatendí mi agenda, hice caso omiso de mi móvil, bailé, bebí, esnifé un poco (poco, incluso para lo poco que yo solía tomar), critiqué con Zoe que los tíos fueran tan gilipollas como para creer que, teniéndonos ya en bragas, con las piernas separadas, listas para que terminaran con nosotras, dejaríamos pasar que no les diera la gana ponerse condón, que les consentiríamos tocarnos sin protección de por medio.
               -Ya van dos esta noche, ¿qué coño les pasa?-se lamentó, entre copa y copa, entre brinco y brinco-. ¡Es fin de año, no la fiesta del embarazo!
               Pronto se marchó con un muchacho latino que, según me confió después, sí que estaba bien dotado. Tanto de protección, como de armas de destrucción masiva; “ya me entiendes, zorrita”.
               Sí, la entendía de sobra.
               Me enrollé con un par de chicos, nada serio. Mis bragas se mantuvieron en su sitio toda la noche, porque precisamente con aquellas estrellas vigilándome, las mismas que habían visto a Tommy salir y llamarme antes que a Layla, no me apetecía conocer a ningún chico de aquella forma si aquel chico no tenía unos ojos azules como el océano que nos separaba y una forma de hablar que hacía queme derritiera por dentro.
               Los ánimos se fueron calmando un poco, las luces se hicieron más tenues; lo más salvaje de la fiesta ya pasó, y el cansancio empezaba a hacer mella. Me senté en un sofá, y felicité el año en todas las redes sociales a todo aquel que pudiera leerme u oírme. Abrí los mensajes, bajé por las canciones, y no pude evitar sonreír.
               Me alegré de haberme mantenido “fiel” al más puro estilo de las chicas normales, a las que acompañan a algún portal de algún edificio y besan en la primera cita después de mucho tantear, a las que llevan flores en el día de San Valentín, a las que regalan colgantes en los aniversarios, y a las que se hace el amor muy despacito la primera vez que se está con ellas.
               Me alegré de haber entrado todo lo que podía en la normalidad y fidelidad de las demás, porque él había hecho lo propio. La conversación que más hundida estaba de todas las que tenían un número azul era la suya. Había sido el primero en mandarme un mensaje con el cambio de año.
               Y empezaban con emoticonos de besos.
               Tommy había sido el primero en besarme en el año nuevo, aunque lo hubiera hecho a distancia. Los besos desde las 23:59 hasta las 00:02 lo acreditaban. Ni Zoe podía competir con aquello.
               Me acurruqué en el sofá, dando un sorbo de mi copa, mirando los mensajes, qué pocos eran en comparación con todo lo que me había dicho estando juntos. Y me di cuenta de una cosa.
               Ya no me importaba tanto pasar a ser una modelo mediocre, ni engordar, ni conformarme. El gustito que daba saber que te querían, a pesar de lo que cargabas a tus espaldas, por cómo era tu alma, y no tu cuerpo, o tu nombre, bien merecía enterrarte de nuevo en el anonimato del que tus padres habían luchado con tanta fiereza por escapar.
               Por supuesto, mis ganas de Nueva York, mi amor por mi ciudad y mi fascinación por todo lo que representaba y me había dado, continuaba ahí. Pero empecé a contar los días para volver a Inglaterra. Volver a verlo a él.

               Permitirme a mí misma dejar de ser una diosa, disfrutar de la mortalidad que él me otorgaba… y de las pequeñas cosas que desde un panteón, un hogar en las estrellas, no pueden admirarse. Pero desde un cuerpo pequeñito, sí.

35 comentarios:

  1. Creo que no me he podido reír más con el Tommy borracho. Siii pero nooo, nooo pero siiii jajajjaja es un bebito amoroso y precioso. SOBRETODO HABLANDO CON DIANA. ¿Crees que se puede ser Tiana y Lommy? PORQUE LO MIO NO ES NORMAL, me encanta con las dos porque es tan bebé con ambas de diferentes maneras. Me ha explotado el corazón cuando ha dicho que huele a esperanza y he acabado con lágrimas en los ojitos con toda la parte de Diana. NADIE DE ESE TRÍO MERECE SUFRIR (bueno nadie en general pero vamos a centrarnos) Tommy las necesita a ambas y ambas lo necesitan a él y...ains.

    Pd: APRECIEMOS EL MOMENTO DE SCOTT DÁNDOSE CUENTA DE QUE DEBE SER VALIENTE CON SU RELACIÓN
    PD2: ADMIREMOS LA FRASE FINAL DE LA PARTE DE DIANA!!! ES PRECIOSO

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    1. Me lo he pasado tan bien escribiendo esa parte de verdad; parece que Scott y Tommy sólo salen juntos para emborracharse y joderle la noche al otro pero NO. SON TAN LINDOS. SE CUIDAN Y SE QUIEREN TANTO. AY.
      Lo mejor es cómo habla con Diana, por favor, está tan enamorado de ella, me duele el coraçao.
      Rotundamente sí, Ari, yo soy de Lommy y Tiana, disfruto como nadie haciéndolo bailar a él entre las dos. Ese triángulo es tan precioso que en cualquier momento me estalla el hígado y adiós, muy buenas.

      PD: RECAPASITA ESCÓ, RECAPASITA.
      PD2: SÍ SÍ Y SÍ

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  2. TIANA TIANA TIANA O SEA T I A N A
    NO VEO NADA MÁS ALLÁ DE ELLOS

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    1. Por favor Lilith, que se me cae un mito contigo, ¿y Sabralec, qué?

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  3. ESTABA TAN OBCECADA EN QUE TOMMY SE ENTERARA DE SCELEANOR QUE NO ME HABÍA DADO CUENTA DE LAS GANAS QUE TENGO DE QUE SÉ REENCUENTRE CON DIANA O SEA CASI MUERO LEYENDO ESTO, CADA DÍA TE SUPERAS MÁS ������
    PD: ALEC ES LA CRIATURA MÁS BONITA DEL MUNDO Y QUIERE A SABRAE MUCHO ��������

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    1. NO SÉ POR QUÉ MUCHAS SEGUÍS EN VUESTROS TRECE DICIENDO QUE TOMMY LOS CAZABA FOLLANDO EN NOCHEVIEJA CUANDO YA OS DIJE QUE SE LO IBAN A CONTAR

      aunque sí, la verdad es que os entiendo, en lo más profundo de mi ser. Habría sido súper épico que Tommy los pillara con las manos en la masa, sería tan:
      -¿Qué coño haces, Scott?
      -Cierra la puerta tío luego te lo explico, ¿no ves que estoy a punto de correrme?
      JODER DEBERÍA HABERLO HECHO,TOMMY SE LO CARGARÍA, CON TODA LA RAZÓN DEL MUNDO. JAJAJAJAJAJA

      PD: Alec es un animal hermosísimo que no se merece que nada, absolutamente nada, malo pueda sucederle.♥

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  4. "Ya no me importaba tanto pasar a ser una modelo mediocre, ni engordar, ni conformarme. El gustito que daba saber que te querían, a pesar de lo que cargabas a tus espaldas, por cómo era tu alma, y no tu cuerpo, o tu nombre, bien merecía enterrarte de nuevo en el anonimato del que tus padres habían luchado con tanta fiereza por escapar." PODEMOS HABLAR DE QUE DÍA ESTÁ YA TAN ENAMORADA DE TOMMY QUE YA HASTA LE DA IGUAL NO TENER TODO EL PRESTIGIO Y RECONOCIMIENTO QUE TIENE O SEA HASTA LUEGO LUCAS. ME MATO MIL VECES. TIANA MANDA COÑO.

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    1. Diana está viendo por primera vez en su vida que hay cosas más importantes y que sientan mejor que el sentir la envidia de los demás, como el que alguien te quiera y DIOS está evolucionando tanto en tan poco tiempo, mi niña preciosa.

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  5. PERO PORQUE CASI NADIE HABLA DE SABALEC JODER. POR QUÉ. ME DUELE EL ALMA, SON GENIALES SOCORRO

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  6. "-¿T?-susurré, él me preguntó si estaba llorando, pero lo ignoré-. Europa es incluso más bonita desde que te conozco.
    -Y también se vuelve más importante cuando tú estás aquí-respondió"
    me ha reventado el pie derecho sabéis

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    1. Deberíamos hacer un club de gente a la que le revientan los pies derechos, veo que tendríamos varios miembros ya

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  7. ARRIBA TODO LO QUE SABRALEC DIGA. EN SERIO, SON HERMOSOS. ME ENCANTAN.
    Pd: Eri, he oído que vas a hacer un spin off de Sab y no puedo estar más contenta de verdad. Me gustaría saber si la historia va a ser contada solamente por Sabrae o si también van a participar otros personajes y si empezará después del final de chasing the stars o justo en el momento en el que Sabrae es adoptada. Gracias :)

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    1. SON PRECIOSÍSIMOS POR FAVOR QUÉ POCO SE NOTA QUE SON MI NUEVA OTP Y QUE ESTOY ENTUSIASMADA CON ELLOS.

      Sí, voy a hacer un Spinoff de Sabrae (gracias a los que me dieron permiso por Twitter), ¡me alegro muchísimo, corazón! La verdad es que estoy súper entusiasmada, ya tengo varias ideas anotadas (bendito Evernote) pero quiero desarrollarlas una vez termine Chasing the stars, porque, si no, eternizamos.
      De momento no he pensado seriamente en si sólo va a narrar Sabrae, es probable que sí, aunque puede que ella misma sea narradora omnisciente en algunos momentos ☺
      Voy a empezar a subirla (si consigo un determinado apoyo) al acabar Chasing the stars, pero va a ocuparse de momentos anteriores, contemporáneos y posteriores a la novela. Es un vistazo a la vida de Sabrae, que se extiende muchisísimo más allá de lo que estoy contando aquí, con su hermano y compañía.
      Muchas gracias a ti, ricura ♥

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  8. "-¿T?-susurré, él me preguntó si estaba llorando, pero lo ignoré-. Europa es incluso más bonita desde que te conozco.
    -Y también se vuelve más importante cuando tú estás aquí-respondió"
    me ha reventado el pie derecho sabéis

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    1. NO SÉ SI ESTÁIS HACIENDO ESTO A PROPÓSITO O ES UNA TROLLEADA DE BLOGGER (como otras tantas a las que me tiene acostumbrada) PERO OS SUPLICO QUE PARÉIS

      es broma, podéis seguir, JAJAJAJAJA

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  9. "Me tumbo en mi cama, y cierro los ojos, y por un momento te siento ahí, conmigo. Dios, Didi, lo echo todo de menos de ti. Hasta cómo hueles." Me duele todo de verdad. Me quiero tirar de un sexto. Son completamente preciosos.

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    1. Hablemos de que Tommy se tumba en su cama con una camiseta suya que Diana le quitó y cierra los ojos y la huele y finge que está allí, al lado de él.
      No hablamos lo suficiente de lo hermosos que son, me he puesto triste de repente.

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  10. Yo es que siempre cuando hay Tiana me rayo pensando en el gran secreto de Diana. Es que por más que le doy a la cabeza se que luego vas a salir por donde quieras y por algo que ni se nos habría pasado.
    Sólo una cosa, el secreto ¿puede hacer que Tommy no quiera saber nada de ella más) Espero y creo que no....

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    1. Que te rayes implica que yo estoy haciendo las cosas bien, plantando la semillita en vuestras cabezas y esperando pacientemente a verla germinar. No sé si habrá alguien que lo intuya; una amiga mía sabe lo que es, porque se lo conté hace muuuuuuucho tiempo, y me parece que no lo veía venir (claro que tampoco sabía que a Diana la habían violado ni cómo era ella realmente, esto fue mucho antes de avanzar tanto con la novela), pero creo que no va a dejar a nadie indiferente.
      Eso sí, me temo que vais a tener que esperar para enteraros de lo que es: llevaréis tiempo sabiendo a qué se debe el título de la novela (o teniéndolo confirmado) antes de que yo desvele qué hizo que Diana se exiliara a Inglaterra.
      En lo que a Tommy respecta, entenderás que no te pueda decir "sí" o "no", no quiero cargarme la tensión. Lo que sí te puedo decir es que lo de Diana es gordo (evidentemente; de lo contrario, sus padres no la habrían mandado lejos), pero, si Tommy la quiere de verdad como él dice, no debería alejarse de ella para siempre.

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  11. "Sí. Hablaré con el cactus. Me gusta cómo me escucha. Creo que me entiende. Aunque es un poco borde. No contesta." me encanta, por favor pon más veces a Tommy borracho, me he echado las risas del siglo.

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    1. Haré lo que pueda, Guillermo, pero porque me lo pides tú, ¿eh?

      Porfa, Carola, no te enfades ☺

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  12. "pero en cuanto cerró la puerta y nos dejó solos se dio cuenta de que no iba a poder quitársela de la cabeza." SE ESTÁ EMPEZANDO A ENAMORAR DE SABRAE. ME ENCANTA. AY. sólo espero que no haga sufrir y que por una ve sea el chico en que espere por las confesiones.

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    1. ES QUE POR FAVOR SABRAE ES PRECIOSA Y A LA VEZ UNA SASS QUEEN A SU LADO SCOTT NO SABE DECIR DOS PALABRAS COHERENTES SEGUIDAS UFFFFFFFFFF DIVA REINA ÍDOLA DIOSA

      es exactamente el tipo de chica que volvería loco a Alec

      la única chica que él conoce que sea así

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  13. "Alec iba a perderse su fiesta favorita, fin de año, la noche en que absolutamente todoera posible, por quedarse con ella." SABRALEC. SABRALEC. SABRALEC. joder que me encantan demasiado, quiero protegerlos a toda costa. En serio, quiero a Alec perdidito por Sabrae. Más de lo que ya lo está.

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    1. Quiero que tengan bebés, imagínatelos con bebés, uf, estoy sufriendo.

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  14. "-Como si no os lo hubiera dicho claramente varias veces esta noche-sonrió." ALEC ESTA EMPEZANDO A SENTIR COSAS PRO SABRAE Y JODER ME DAN ESPASMOS. ME ENCANTAN MUCHÍSIMO JODER.

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    1. SON TAN BONITOS DE VERDAD tengo como una millonada de ideas para ellos, una parte de mí tiene ganas de empezar el spinoff de Sabrae para que veáis cómo van a ser ♥

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  15. "A esperanza-dijo sin dudar-. A mirar a alguien que te ha hecho daño a los ojos y no encontrar razones para seguir martirizándote por ella. A sexo a escondidas-los dos sonreímos, sumidos en nuestros pensamientos-, a polvos en sofás, a caricias, a miradas, a besos en una esquina, a… visitas a medianoche. A cogernos de las manos cuando estamos a punto de acabar. A no soportar un adiós. A tirria a un aeropuerto, porque nos separamos, aunque sea momentáneamente." PERO VAMOS A VER SEÑORAS Y SEÑORES. COMO COÑO ME PODÉIS PENSAR QUE ESTE CHAVAL ESTÁ MÁS COLADO POR LAYLA. COMO?

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    1. Me encanta cómo desato una guerra en mis comentarios cada vez que Tommy interactúa con Diana o Layla de verdAD ES QUE ME ENCANTA


      CAPITANA ERIKA: GUERRA CIVIL.

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  16. TIANA MANDA Y NO TU BANDA

    TE AMO X3 ❤

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    1. ¿Te das cuenta de que, cuando conocimos a Diana, cuando Diana empezó a enrollarse con Tommy, incluso cuando se marchó, no la soportabas? Estoy TAN orgullosa de cómo has ido evolucionando, Vir. Ven que te dé un besote. ❤

      TE AMO ❤

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  17. Me encanta esa última reflexión de Diana, está avanzando tanto ❤
    Bueno y Alec es un ser precioso por favor ��

    - Ana.

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    1. Es uno de los párrafos de los que más orgullosa estoy, y Diana es uno de los personajes que más me gusta escribir porque tiene tantísima evolución a lo largo de la historia... La americana da muchísimo juego, me encanta cómo es, vive y piensa.❤
      Y en cuanto a Alec... qué puedo decir, es el descubrimiento del otoño de 2016. Para que luego digan que en octubre es cuando empiezan a morirse las hojas. Alec ha venido para quedarse. Y yo encantada (aunque Sabrae más).❤

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