viernes, 21 de octubre de 2016

Cachorros de Golden Retriever.

Si resultábamos un cuadro patético tanto por su contenido como por la forma en que estaba pintado, papá no hizo ademán de criticarlo. Bien podría no haber advertido su estructura, bien podría no haberse dado cuenta de todo el dolor que había en mi habitación.
               Tirados en mi cama, con los cuerpos enredados, abrazándonos el uno al otro como si nos fuera la vida en ello, Tommy y yo teníamos los ojos igual de rojos, manifiesta la rojez de tanto llorar. Ya se nos habían acabado las lágrimas, pero nuestros estómagos seguían retorciéndose y nuestro pecho continuaba doliéndonos, ardiendo, como si tuviéramos el mismísimo infierno en los pulmones.
               Estábamos un poco mejor, eso sí. Después de que nos hartáramos a llorar, pegándonos el uno al otro, calmándonos, riéndonos por tonterías que sólo entendíamos nosotros y no conseguiríamos explicar a nadie más por mucho que nos hicieran sentarnos frente a un diccionario y nos permitieran buscar la palabra exacta al final de los tiempos, y volviendo a deprimirnos, haciendo llorar al otro porque empezábamos antes, Tommy había sorbido por la nariz, se había frotado los ojos, me había mirado con esos dos océanos inyectados en la sangre de unos guerreros que habían muerto defendiendo a su patria de ultramar, y había susurrado, apenas un hilo de voz ronca, como si estuviera acatarrado:
               -¿Vemos vídeos de perritos?
               Yo lo había mirado, también le había sonreído con tristeza, mordiéndome el piercing.
               -Creí que no me lo ibas a pedir nunca, T.
               Los cachorros eran la mejor terapia de choque contra la tristeza que uno pudiera encontrar. Eran mejores que el chocolate: no engordaban, no te hartabas de ellos, no te dolía la tripa después de pegarte un atracón… y lo mejor de todo era que  podías ver todos los vídeos que quisieras.
               Porque tu corazón dolorido se retroalimentaba de aquellas hermosas criaturas.
               Estábamos mirando un vídeo de unos cachorros de Golden retriever acercándose a una piscina y dándose un baño por primera vez cuando papá abrió la puerta, puede que para preguntarnos algo, como si Tommy iba a comer en casa o si teníamos hechos otros planes, y se nos quedó mirando.
               Hacía tiempo que había dejado de no saber qué decir.
               Sólo podíamos estar así por una cosa.
               -¿Mujeres?-preguntó, y los dos asentimos, sorbiendo por la nariz, sonriendo con tristeza, haciendo como que no nos poníamos vídeos de cachorros para que, si nos volvían a entrar ganas de llorar, no tuviéramos la certeza de que fuera por culpa de nuestros problemas, sino de lo bonitos que eran aquellos seres.
               -Ser hetero es una mierda, Zayn-se quejó Tommy, que se había lamentado en varias ocasiones durante la mañana de no haberse “pasado” al bando de Logan, que seguro que no lo pasaría tan mal como nosotros, porque Logan lo tendría más fácil para controlarse, Logan lo tendría más fácil para encontrar a alguien cuyo único objetivo fuera destruirte.
               Papá solamente asintió, cerrando los ojos. Tommy se pegó un poco más a mí. Cuando papá hacía eso, le recordaba a mí. Cuando yo hacía eso, le recordaba a mi padre a Louis.
               -He intentado millones de veces irme al lado oscuro, siempre que me peleo con Sherezade-confesó-; pero luego la miro y, aunque esté enfadadísima conmigo, sé que me sería imposible alejarme de ella. La seguiría al fin del mundo-comentó, perdido en sus pensamientos, por un momento sin vernos, sino de vuelta en aquel barco donde la vio por primera vez, recortada contra las estrellas, hecha de éter.
               Joder, ¿por qué sentía que era yo el que estaba en ese barco, que era yo el que la miraba?
               Y, sobre todo, ¿por qué la silueta no era la de mi madre nueve meses antes de convertirse estrictamente en “mi madre”, sino la de Eleanor cuando fui a buscarla a Victoria, en aquel fin de semana en el que nos juramos amor eterno, parece ser que mintiéndonos descaradamente el uno al otro?
               -Todo esto es horrible-comenté, sin hacer caso de cómo los perros pataleaban emocionados ante el contacto con el agua. Tommy me miró y asintió; me pegué un poco más a él. Estaba bien tener algo cercano a lo que agarrarse, algo cálido que impidiera que te congelaras, algo en lo que confiar, una piedra que se resiste a ser engullida por la marea.
               -Os traeré unas cervezas-solventó papá, que sabía que estábamos en buenas manos cuando estábamos en manos del otro. Los dos asentimos, esperamos a que cerrara la puerta, y luego nos miramos.
               Fue una de aquellas veces en las que el tiempo se detuvo y nuestras mentes se fusionaron; supimos todo lo que le pasaba por la cabeza al otro.
               A él le preocupaba lo que había hecho, sí, pero con quién era un tema todavía más aterrador. No podía volver a pillarse por Megan, no podía volver a acercarse a ella. La pelirroja haría tambalear lo que estaba construyendo, el inmenso rascacielos que sería su vida y sus relaciones ahora que había aceptado, por fin, que podía amar a dos chicas a la vez.
               Y él veía en mí todo lo que me atormentaba el tener que decirle adiós a la chica de mis sueños, a la que no me hubiera imaginado ni con todo el empeño del mundo, por cuidar de mi alma gemela.
               Joder, lo que no haría yo porque Tommy no se sintiera como se sentía, y lo que él haría porque yo no me sintiera como lo hacía.
               Papá nos dejó al lado de la cama una caja con seis botellines de cerveza, nos revolvió el pelo a ambos, sonrió cuando protestamos y volvió a dejarnos solos.
               Abrimos las botellas, entrechocamos los culos de éstas y le dimos a “siguiente vídeo”. Teníamos una lista de reproducción con vídeos de cachorros ya creada; fue una de las mejores decisiones que pudimos tomar en la vida.
               Terminé deslizándome por la cama hasta tener la cabeza apoyada en su pecho, sentía las pulsaciones de su corazón, ya bastante más relajadas, en la base de la nuca.
               -Scott-dijo en tono lastimero, un tono en el que nunca se debería decir el nombre de nadie-. Dime que lo de Trixie es mentira-me suplicó. Me puse rígido al momento: ¿sabía algo? No, no podía saberlo; de su tono de voz no se deducía enfado alguno.

               ¿Se imaginaba algo? No creía que lo hiciera; le había dado una pista falsa bastante difícil de rastrear, aunque Alec, que ya conocía el final de la película, había visto mi movimiento maestro más como un traspiés perezoso en la narración de la historia, un hecho forzado, introducido con calzador, que empujaba la trama demasiado tarde, cuando llevaba tiempo parada, y el espectador había perdido su interés.
               Los segundos preciosos que tardé en contestar fueron cruciales para él. Lo que para unas personas podía ser una distancia prudencial, para otras era un abismo.
               -Dime que no te has pillado por otra zorra que no te merece y que se muere de ganas de romperte el corazón.
               Volvimos a mirarnos. No me interesaba cómo les quedaban las gorras a los cachorros. Estaba más preocupado pensando en cómo le mentía otra vez a la cara, cómo hacía para ser tan cabrón sin echarle la culpa al alcohol, a la noche, al cansancio.
               Lo único que había de incorrecto en aquella frase era lo de “otra zorra”. Pero todo lo demás describía perfectamente a Eleanor.
               Eleanor, que se había hartado de esperarme.
               Eleanor, que me traicionaría como había hecho Ashley.
Eleanor, que me había colocado una daga en las manos y me había dicho que, o bien me la clavaba yo en el pecho, o lo haría ella misma.
               Eleanor, que había sacado lo peor de mí, cosas que no sabía ni que tuviera dentro: la amenazaría con quitarme de en medio, la destrozaría si ella hacía lo mismo conmigo. Seríamos dos titanes que venían al encuentro el uno del otro, dispuestos a fundirse en una guerra cósmica que no dejaría nada más que desolación y destrucción a su paso. Tiempo y espacio implosionarían, y nos lo llevaríamos todo por delante.
               No quería ser el Scott que Eleanor creía que era. Quería ser el Scott en el que Eleanor me convertía.
               Pero no podía resistirme a la corriente, y ser tan capullo como ella decía. No podía decirle “no, Tommy, no es Trixie, es tu hermana”, no podía hacer otra cosa más que mirarlo a los ojos y esperar un milagro que sabía que no iba a llegar.
               Había cubierto mi cupo de milagros hacía tiempo: había nacido, Tommy había nacido, había encontrado a Sabrae, Shasha y Duna habían nacido… y había visto a Eleanor.
               No podía pedir más. No podía ser tan egoísta. Tenía que apechugar.
               -Ya no me merece nadie, Tommy-respondí, volviendo la vista a los perritos. Me dolían de nuevo los ojos, me escocían terriblemente, pero mi ciclo de autodestrucción ya había pasado.
               -Nunca te ha merecido nadie, hermano-replicó, hundiendo las manos en mi pelo y besándome la cabeza.
               Deseé que fuera Eleanor, y me odié por hacerlo.
               Nos quedamos en silencio, sumidos en nuestros pensamientos. Ninguno de los dos se fijó más en los perros, ya que no nos molestamos en pasar a los vídeos siguientes, y esperamos 10 segundos a que se fueran sucediendo.
               -Tengo que contárselo-dijo, terminándose su botellín de cerveza. Me aparté para mirarlo-. A Layla y Diana. Tengo que contárselo. Y que decidan ellas.
               -No se lo cuentes a Layla-le corté; él frunció el ceño.
               -¿Por qué?
               -Porque Layla necesita idolatrarte todavía un poco más.
               Se revolvió en el sitio, incómodo. Era la primera vez que empleábamos esa palabra en voz alta refiriéndonos a Layla.
               Había visto cómo lo miraba, cómo sonreía cuando decía su nombre, cómo se mordía el labio después de que la besara, como queriendo mantener un poco más el sabor de una fruta prohibida que no te estará permitido probar hasta dentro de mucho, mucho tiempo.
               Había visto cómo se acercaba a él incluso sin darse cuenta, como si ella fuera un satélite y él, un planeta. ¿Qué digo un planeta? Más bien un sol, el centro de un sistema vital cuya ausencia haría que el equilibrio se rompiera.
               -¿Y… qué hago con Diana?
               Sacudí la cabeza.
               -Diana necesita que le digas la verdad.
               Sacó el móvil y se lo quedó mirando, yo esperé a que se diera cuenta de que no podía hacerlo así. Hasta yo habría preferido que Ashley me lo dijera a la cara en lugar de por mensaje… claro que nadie fue tan cortés conmigo como lo estaba siendo él.
               Finalmente, volvió a guardarlo, y yo sonreí.
               -Estoy orgulloso de ti, T.
               -¿Por ser un gilipollas, por haber vuelto a caer, por dejar que me toreen, o por joder lo único bueno que me ha pasado en varios meses con una chica?
               -Porque estás mal-repliqué-, y estás mal porque vas a hacer lo que está bien, y no lo que te resulta más fácil.
               No como yo, replicó una voz en mi cabeza, una voz que sonaba como la mía, y no como la de Tommy. No era mi conciencia, sino mi Yo en el estado más puro y sincero que había tenido nunca.
               Finalmente había encontrado la única cosa en la que Tommy y yo no éramos iguales.
               Menuda mierda que tuviera que ser precisamente ésa.
               Me puso una mano en el hombro y me lo apretó con cariño.
               -Aléjate de ella, S-me pidió-. Es venenosa.
               -Para conseguir un antídoto, primero tienes que conseguir que la serpiente te muerda y escupa su veneno-repliqué, y él se quedó callado, sin saber qué contestar que no fuera un “tienes razón, tío”.
               Nos fuimos tranquilizando; comimos en mi habitación, después de lloriquearle un poco a mamá, colgarnos de sus faldas y decirle lo preciosa, lista y buena que era, lo generosa que se mostraba, qué buena madre había sido para los dos. Y ella, con tal de que la dejáramos trabajar y tener un poco de espacio, nos habría permitido irnos al Magreb.
               Matamos la tarde con los skates, yendo de acá para allá, dando brincos con Jordan, Max y Bey mientras Alec miraba con desconfianza, sentado en la acerca del parque con pendientes. No había ni rastro de Tam ni de Logan; por Karlie no nos preocupábamos, era un alma libre que aparecía como una cueva oculta cuando baja la marea a niveles que no son comunes.
               Al nunca había conseguido dominar el skate  como lo hacíamos los demás, y era partidario de no insistir en una cosa para terminar poniéndose por encima de ésta. Tiraba la toalla fácilmente en cuanto veía que no tenía talento.
               Por eso se había pasado las últimas tres semanas de clase apareciendo por el instituto con un bolígrafo (que, encima, Mary le metía en el bolsillo del pantalón antes de poner los ojos en blanco y darle rápidamente un beso en la mejilla, que él le pedía por hacerla de rabiar, y salir corriendo en dirección a su clase con la falda balanceándose).
               -¿Qué vamos a hacer hoy?-quiso saber Max, que tenía que organizarse para estar con nosotros y su chica a partes iguales. Le habíamos dicho un millón de veces que no nos importaba que pasara más tiempo con ella, pero Max no era imbécil y veía la cara de fastidio de Tamika cuando se marchaba sin despedirse para estar con su chica lo que se suponía que serían “cinco minutos” y acabaría siendo toda la noche.
               -Morirnos-tronó Alec desde el otro extremo de la cancha, encendiéndose un cigarro y dándole una calada mientras se tiraba de las mangas del jersey. Bey le soltó una patada en el pie antes de deslizarse por las curvas de los diferentes obstáculos como una sirena en una tempestad-… de una borrachera-terminó, haciéndole un corte de manga a la chica-. Pídeme perdón, Bey.
               -Yo a ti no te pido ni el teléfono, Alec.
               -Seguro que es porque te lo sabes de memoria, nena.
               Habría puesto los ojos en blanco, teniendo en cuenta cómo estaban Sabrae y Alec por culpa (creo) de él (aunque mi hermana también es bastante especialita), pero me alegré de que algo fuera como siempre porque Tommy sonrió al escucharlos, se detuvo, se bajó del skate y le pisó un borde para que no se le escapara mientras se giraba para contemplarlos.
               -¿Como me sé de memoria tu segundo nombre?-sugirió Bey, deteniéndose y contemplándolo un momento.
               -Tú fuiste la que me bautizó como “el tío de tus sueños”, Bey.
               Bey puso los ojos en blanco cuando nos echamos a reír.
               -Eres gilipollas.
               -Seré lo que tú quieras que sea.
               -Vete a la mierda, Alec.
               -Iré donde me digas, si tú vienes conmigo.
               -¿Queréis ir a mi casa?-preguntó Jordan, levantando las llaves.
               -Sí-sonrió Al.
               -Ni de coña-respondió Bey, lanzándole a Alec una mirada envenenada. Normalmente estaba harta de él, pero cuando Tamika se ausentaba toda la tarde estaba incluso más irascible y tenía menos ganas de aguantar a Alec.
               Le preocupaban demasiado todas las cosas que podían salir mal del plan de Tam, que iba al centro a conseguir más materia prima para su trabajo. Se metía en el metro, se bajaba en una estación de mala muerte sin cámaras de seguridad en el andén (aunque sí en las escaleras, pero eso daba lo mismo); esperaba a que pasaran los trenes que venían detrás con un plano de Londres en la mano, como si fuera una turista perdida, y luego, cuando nadie miraba y el andén se quedaba vacío salvo por su presencia, bajaba hasta las vías, caminaba 50 metros con la iluminación exclusiva de la linterna del móvil para guiarla y no tropezarse, y se metía en un andén abandonado durante la Segunda Guerra Mundial por los bombardeos que habían resentido su estructura.
               Allí era donde la esperaba su “jefe”, por así decirlo, que la aguardaba con paciencia, le entregaba la mercancía a cambio de una suma de dinero que se elevaba hasta la mitad de lo que Tam solía conseguir, y luego la dejaba sola en la estancia sin preocuparse de sacarla por sabía Dios qué puerta secreta utilizaba él para salir con más tranquilidad.
               Cualquier día, el tren se retrasaría.
               Cualquier día, alguien se daría cuenta de que Tam tenía unos planes trazados y una rutina fijada, y que la navaja que llevaba en el bolsillo trasero de los vaqueros tampoco servía de mucho como defensa.
               Bey lo pasaba mal cuando Tam se marchaba, no porque no pudieran estar separadas durante un tiempo (se les daba mejor que a Tommy y a mí, y eso que habían compartido placenta), sino porque le daba la impresión de que en cualquier momento, la única manera que tendría de verse a sí misma frente a sus ojos sería colocándose frente al espejo.
               Ninguno nos imaginábamos la ansiedad que sufría Bey cuando Tam se marchaba a sus expediciones subterráneas, a pesar de que todos teníamos hermanos, porque ninguno tenía hermanos gemelos.
               Y el único que la tranquilizaba a base de cabrearla y hacerla olvidar que estaba sola era Alec, que soportaba estoicamente sus puñaladas mientras continuaba ligando con ella, sin preocuparse de lo que la chica dijera o hiciera.
               Bey y Al eran la típica pareja que hay en todos los grupos de amigos con tanta química que podrían parar un tren, pero tan mala coordinación temporal que ese futuro en el que los dos echarían la vista atrás y descubrirían que habían estado literalmente toda la vida juntos no terminaba de formarse en la mente de ninguno de los dos.
               -No, venga; ahora, en serio, ¿cuándo vais a dejar esas mierdas rodantes-acusó Alec- y vamos a ir a echar unas canastas?-bufó, harto de estar sentado mirando cómo los demás íbamos de un lado a otro. Le revolví el pelo y me mandó a la mierda.
               -¿Quieres que te diga por dónde me paso yo que quieras ir a echar unas canastas, Alec?-espetó Bey, volviendo con él. Al sonrió.
               -Depende, ¿puedo considerarlo una invitación?
               -¡Yo lo mato!-estalló Bey, bajándose del skate y corriendo hacia él con la tabla en alto, dispuesta a pegarle. Ya lo había intentado más veces, pero siempre estábamos allí para detenerla. Siguió deslizándose con Jordan mientras Tommy, Max, Al y yo nos íbamos a la cancha de al lado. Cada vez que alguno que no fuera Alec metía una canasta, ella lo jaleaba, hasta que él espetó:
               -Cómo me gusta cuando os hacéis las difíciles, Bey; así disfruto más cuando separáis las piernas. Me hacéis sentir especial.
               Se volvió hacia Jordan.
               -De repente me suena muy bien ese plan suyo de morirnos-comentó, y nos echamos a reír, y seguí azuzando a Alec para que se ganara una bofetada de Bey, todo con tal de que Tommy se riera un poco, cuando fuimos a cenar al restaurante de Jeff, que sólo asomó la cabeza por la cocina, nos contó, comprobó nuestras identidades y se dispuso a cebarnos.
               Tommy sonrió, mordisqueando la pajita de su refresco, cuando Al le pasó el brazo por los hombros a Bey y ella puso los ojos en blanco.
               -Estoy hasta el coño de ti, Al.
               -Un sueño hecho realidad-contestó él, y ella lo miró un momento; él alzó las cejas, seductor; ella las levantó, incrédula porque se atreviera a usar esos trucos baratos con ella.
               -No hay quien te soporte-estalló finalmente cuando Alec se mordió un poco el labio, comiéndosela con los ojos.
               -¿Es por eso por lo que últimamente se me ponen encima?
               Bey le arreó una bofetada a toda velocidad; ni siquiera lo vimos venir. 
               Cómo iba a echar de menos cómo nos reímos todos juntos, salvo ellos dos. Alec le cantó en español una de las pocas frases que habíamos conseguido que se aprendiera, una de las pocas frases que Bey entendía también.
               -Me gusta cuando se excita y me pega…-entonó, sacudiendo el cuello, y Bey se abalanzó sobre él, que se cubrió la cabeza con los hombros para protegerse de aquel festival de golpes.
               No paró de meterse con ella hasta que no llegaron Tam y Logan a la discoteca de los padres de Jordan, y Bey pudo respirar con tranquilidad.
               Todos sonreímos cuando Bey se volvió hacia Alec y le acarició el brazo.
               -Eres un sol, Al-le dijo, depositando un beso en su mejilla.
               -Qué novedad-replicó él, riéndose, y ella también se rió y, ¡joder!, le regaló otro beso. Alec hizo una mueca, fingiéndose adorable, y dejó que Tamika se sentara al lado de su hermana, entre los dos.
               El momento mágico de reencuentro en el que estábamos todos juntos no tardó en romperse.
               Eleanor acababa de entrar con sus amigas en el local, pero ni siquiera me miró. Mis 24 horas aún no se habían terminado.
               Tampoco es que fuera a darles mucho uso, pero estaba claro que ella no iba a hacer nada hasta que el último grano de arena del reloj que contaba la vida de nuestra relación no se precipitara al vacío, reuniéndose con los demás, los cadáveres de todos y cada uno de los momentos clave que había ido desperdiciando a medida que iba dejando que pasara el tiempo.               Puede que tuviera razón, que ya desde un principio me hubiera negado en redondo a contárselo a Tommy porque no creía que todo terminara llegando a buen puerto. Puede que para mí hubiera sido un juego nada más, ¿por qué, entonces, había puesto como excusa ese supuesto código que teníamos en el grupo de no liarse con las hermanas de los demás, si luego resultaba que dejábamos que Alec hiciera lo que quisiera con mi hermana? ¿Por qué aprovechar cada mínima oportunidad para retrasar lo inevitable?
               Di un trago de un chupito, ahogando mis dudas. No, yo sabía lo que sentía, yo sabía que había querido contárselo a Tommy, que él había sido la causa de que no lo hubiera hecho aún. No Eleanor, no lo que sentía por ella, no yo. Tommy, solamente, su bienestar, cómo lo conocía, cómo sabía que se pondría en cuanto le dijera que estaba con su hermana, que no éramos hermanos, sino cuñados.
               Cada persona es un mundo, pensé, mirando a Bey y Tam, lo idénticas que eran por fuera y lo diferentes que eran por dentro. Volví a beber otro chupito, escuchando cómo se reía Tommy, deseando que se curara milagrosamente para que se lo pudiera contar, y que no tuviera que renunciar a una de las mejores cosas que me había pasado en la vida sólo por tener prioridades.
               No deberían castigarme por tener prioridades ni defenderlas a capa y espada. ¿No se suponía que eso era muy noble?
               Noté los ojos de Alec clavados en mí mientras llegaba otra ronda de chupitos, que los demás se terminaron rápidamente, sin esperar a que nosotros nos moviéramos. En sus ojos castaños volví a vislumbrar la dureza de una montaña que se niega en redondo a doblegarse bajo el poder del huracán.
               Como siguiendo las órdenes de un ente al que sólo nosotros podíamos oír en algún rincón de nuestras almas, cuyo susurros eran tan débiles que el subconsciente, y no otro, era el que los captaba, ambos miramos en dirección a Eleanor. Sentí en mi interior cómo ella notaba nuestras miradas sobre su cabeza, y vi cómo estiraba la espalda, cuadraba los hombros y levantaba la cabeza, haciéndose la dura.
               Tampoco iba a mirarme. Se acabó el tiempo de darme fortaleza con una mirada.
               O puede que ella se hubiera armado de valor durante toda la tarde para hacer lo que tenía que hacer, y sabía que, en el momento en que nuestros ojos se encontraran, no podría hacerme eso.
               Si me quisiera de verdad, no me haría justo eso, ¿verdad?
               Los ojos de Alec volvieron a posarse en mí, y yo rompí el contacto visual con la melena de Eleanor, que ella se peinaba con los dedos, nerviosa.
               Vete a verla, me decía Alec con su manera de mirarme. Eché un vistazo en dirección a Tommy, cuyos ojos ya empezaban a brillar con ese fulgor sobrenatural que sólo podía proporcionarte el alcohol. Alec puso los ojos en blanco. Sí, gilipollas, cuidaré de él, parecía estar diciéndome sin despegar los labios, vete con tu chica.
               Me incorporé, Tommy se me quedó mirando, confuso.
               -¿Adónde vas?-preguntó, y había un deje de pánico en la voz, como si le produjera verdadero pavor el permitir que lo dejara solo, aun incluso rodeado de nuestros amigos.
               -Enseguida vengo-respondí, porque no podía decirle que iba a por bebidas, no podía decirle que iba a ver a Trixie: si le soltaba una mentira más, una sola, por mínima que fuera, mirándolo a los ojos, sentiría que reventaría. Ya estaba bien de mentiras, de ser un puto cabrón. Era hora de apechugar.
               -Yo estoy bien, T-le dijo Alec, dándole un golpecito con su rodilla en la de T. Tommy lo miró un momento, asintió despacio, estiró una mano en dirección a los vasos de chupito y, justo cuando pensé que se lo iba a beber de un trago, me lo tendió. Asentí con la cabeza, nos sonreímos, chocamos los vasitos, y dejé a mi hermano en manos de Alec.
               Me consolé a mí mismo pensando que el único que podría cuidarlo como lo cuidaría yo era precisamente Al, de todos nosotros. Joder, tenía muchas cosas que agradecerle últimamente. Tendría que acabar consiguiéndole una cita con mi madre si seguía en este plan.
               Esquivé a la gente sin hacerles apenas caso, me negué en redondo a contestarles, seguí recto, con los ojos fijos en ella, porque era precisamente verla frente a mí lo que me daba un propósito, lo que me hacía no sentirme mal por alejarme de Tommy cuando él más me necesitaba: más que cuando lo de Layla, más que cuando se fue Diana, era justo ahora el momento en el que Tommy más necesitaría que estuviera con él. Y yo no iba a hacerlo.
               Había más gente que me necesitaba.
               Sus amigas dejaron de reírse en cuanto aparecí, reptando entre los cuerpos que se movían al ritmo de una música de cuya existencia yo ni me había percatado. A pesar de la cantidad de ojos posados sobre mí, no me amedrenté.
               No hasta que Eleanor se volvió hacia mí y percibí la indiferencia que había en su mirada.
               Habría podido manejar cualquier cosa: pasión, dolor, rabia, anhelo, añoranza, la más absoluta de las tristezas… pero no aquello. No podía ver cómo me contemplaba como si fuera una planta decorativa en la tienda de ropa a la que suele entrar siempre que baja al centro. Percibir cómo me observaba sin el más mínimo interés, como quien observa las paredes desnudas de un museo de la que va pasando de una sala a otra para ver cuadros era muchísimo más de lo que podría manejar.
               El ambiente empezó a cargarse de algo que no se parecía a la electricidad: con una carga eléctrica, tienes la necesidad de moverte, de descargarte; pero lo que había en aquel espacio que nos envolvía hacía que me costara horrores respirar. Me dolía el pecho.
               -Eleanor-dije, y todas sus amigas volvieron la vista hacia ella, que se limitó a alzar las cejas.
               -Scott-respondió con voz metálica, haciéndome pensar en un robot. Tragué saliva, me ardía la garganta.
               -¿Podemos hablar?
               Se descruzó las piernas, se las cruzó al revés de como las tenía entonces. Se miró las uñas, se atusó el pelo, sacó su móvil, comprobó que no le hubiera mandado un mensaje nadie interesante, y volvió a clavar sus ojos en mí.
               -Está bien-concedió, levantándose. No hice ademán de tenderle la mano para ayudarla a seguirme por entre la gente, ni ella de intentar cogérmela precisamente para eso. Nos fuimos de aquella esquina sin despedirnos de las chicas que no apartaban los ojos de nosotros, de mí, y nos fuimos haciendo hueco en dirección a los baños, que todavía no estarían demasiado ajetreados.
               Efectivamente, no lo estaban; era demasiado temprano. La dejé pasar delante de mí, se apoyó en el lavamanos, se cruzó de brazos y me estudió mientras atrancaba la puerta. Me volví hacia ella, ignorando cómo se me pusieron los pelos de punta pensando en lo que habría pasado si el tal Simon hubiera hecho eso mismo hacía unos meses.
               Mi vida sería más fácil, pensé con amargura. Sí, claro, sólo sentiría rabia.
               Rabia porque habrían violado a la hermana pequeña de mi mejor amigo.
               ¿Cómo puedo ser tan egoísta?
               -¿Qué querías, Scott?-inquirió, alzando una ceja. Era como si no nos conociéramos, como si la hubiera visto en la fila del aeropuerto y le hubiera pedido que se apartara para hacerle una inspección. Me lo preguntaba en el mismo tono en que le preguntaría a un policía si quería que le abriera la bolsa y le mostrara lo que llevaba dentro.
               -Hola-susurré, porque no me funcionaban las neuronas estando cerca de ella, imagínate si encima estábamos en ese plan. Eleanor puso los ojos en blanco.
               -Mira, Scott, no tengo tiempo para esto. He venido con mis amigas para pasármelo bien; sabe Dios que me lo merezco, después de las semanitas que llevo-aludió, como si tuviera problemas en casa; en definitiva, como si su principal fuente de problemas no fuera yo-. Así que, si quieres… no sé, echar un polvo de estos nuestros, un poco de sexo vacío de ése que tanto te gusta-empezó a agitar la mano-, pues… me gustan los preliminares.
               -No he podido decírselo a Tommy.
               Inclinó la cabeza hacia un lado.
               -Ya sé que no has podido-empezó-decírselo a mi puñetero hermano-y ahí su voz adquirió un cariz de emoción. Puede que no me gustara que se encendiera una chispa, pero desde luego un incendio era mejor que la oscuridad absoluta-. Ya sé que no has podido, y que no vas a poder, porque se te ha acabado el chollo; yo he abierto los ojos, y…
               -¿Crees que esto es un chollo para mí? ¿Tienes idea de cómo me siento?-ataqué, notando cómo algo se desataba también en mi interior. Un tsunami. Oh, genial, aquí estaban las fuerzas titánicas que iban a enfrentarse y destruir el universo en su lucha por reducir al otro a la nada.
               -¿Sabes cómo me siento yo, acaso?-ladró-. ¿Viendo cómo me escondes, viendo cómo te paseas con mi hermano como si no pasara nada, como si yo no fuera a terminar reaccionando? ¿Te creías que era tonta? Bueno, no contestes-acalló-. Es evidente que soy retrasada. Toda mi vida pillada por ti, cuando no eres más que un putísimo capullo, Scott. Ahora, que la culpa no es tuya. Te viene de raza-espetó, y yo me la quedé mirando, incrédula.
               -¿Qué cojones acabas de decir?
               -La manzana no cae muy lejos del árbol, ¿no?
               ¡¿Estaba diciendo lo que yo creía que estaba diciendo?!
               -¿A qué mierda viene eso, Eleanor?
               -¿Cómo te llamas?-acusó, y yo me eché a reír, me pasé una mano por la cara-. ¡No, Scott! ¿De qué cojones te ríes? ¡Mírame! ¡¿Cómo te llamas?!
               -¡Scott! ¡MALIK!-ladré, y ella sonrió, cínica.
               -¡Exacto! ¡Juegas con nosotras igual que lo hizo tu padre, hasta que se encontró a una con los huevos bien puestos que le dijo que se acabó! ¿Sabes por qué no me sorprendió nada que vinieras con cara de cachorrito abandonado a verme?-inquirió, y yo sacudí la cabeza, riéndome, me di la vuelta y me froté la sien. Me apoyé en la pared.
               -No, pero seguro que me vas a iluminar con tu extensísima sabiduría.
               -Porque sabía que no se lo ibas a contar a Tommy. Porque eres un cobarde, igual que lo fue tu padre con Perrie-acusó, y creo que no había nada, nada, en el mundo, que nadie pudiera decirme que me cabreara más que yo era igual que mi padre en lo referente a Perrie. Yo no era mi padre en ese aspecto. Yo era Perrie. Era la otra cara de la moneda, el otro extremo de la ecuación, el punto negro en el lado blanco del ying y el yang.
               -Si te crees que voy a permitir que…
               -¡Tanto dices que odias esa parte de él, y también la tienes tú!-gritó-. ¡Ahí tienes la mayor prueba de que eres hijo suyo! ¡La cabra tira al monte, Scott, reconócelo, por lo menos!
               -¡YO NO ME PAREZCO A MI PADRE!-bramé, y ella se echó a reír. Todavía me pregunto cómo hice para no cruzarle la cara en ese preciso instante. Si hubiera sido cualquier otra chica… joder, incluso si hubiera sido Duna, le habría soltado tal bofetada que habría aterrizado en Saturno.
               -¿ENTONCES, POR QUÉ TE IMPORTAN TAN POCO MIS SENTIMIENTOS? ¿CÓMO LO EXPLICAS?
               -¿TUS SENTIMIENTOS NO ME IMPORTAN?-discutí- ¿ENTONCES QUÉ COJONES HAGO AQUÍ?
               -GARANTIZARTE MÁS POLVOS.
               -YO NO NECESITO GARANTIZARME POLVOS, CRÍA DE MIERDA-ladré, y ella se echó a reír.
               -Es verdaaaaaaaaaad-asintió, alzando las manos-. Perdón: a veces se me olvida que me estoy tirando a Su Majestad, Scott Malik. Disculpa, la cabeza mortal-se dio un toquecito en la frente-. Todavía no he asumido que dejo que Nuestro Señor y Salvador, Scott Malik, me folle como quiera, donde quiera y cuando quiera-chasqueó la lengua.
               Me apeteció cargármela.
               -¿También se te ha olvidado que Tu Señor y Salvador, Scott Malik, te despertó EN MITAD DE LA NOCHE PARA DECIRTE QUE ESTABA ENAMORADO DE TI?
               -Todos hacemos cosas de las que nos arrepentimos de noche-replicó.
               -¿Como acostarte conmigo?
               No contestó, sino que se me quedó mirando. Me acerqué a ella, que bajó la mirada.
               -Estoy cansada de todo esto.
               -Mírame a los ojos y dime que ya no me quieres, Eleanor, y te dejaré tranquila.
               No se movió.
               -Mírame a los ojos, Eleanor, y dímelo, si tienes cojones-ordené. Ella me miró. Estaba llorando, pero lo hacía de rabia, no de dolor.
               -Te detesto, Scott-replicó. La miré un momento, medí sus pensamientos, intenté navegar por su alma, abrir las puertas del inmenso palacio que era su mente… pero nadie me bajó el puente levadizo para cruzar la fosa de los cocodrilos.
               ¿Ya estaba? ¿Así acabábamos? ¿Era eso lo último que me iba a decir, antes de que todo se terminara?
               Estaba enamorado de ella, le había dicho que la amaba, la había mirado mientras dormía y había deseado despertarme con esa visión todos los días de mi vida, la había dibujado estando desnuda, me la había follado y le había hecho el amor, había cantado para ella… ¿y lo último que le iba a escuchar decir, las últimas palabras que iban a salir de aquellos labios con sabor a cereza, era que me detestaba?
               No podía culparla.
               Di un paso atrás.
               -Pero todavía te quiero-dijo con un hilo de voz, mirándome las manos. Estiró una, y la recogió, la tomó entre las suyas, le dio la vuelta y pasó los pulgares por las líneas de la palma. Cerré los ojos, disfrutando de ese contacto, que se me antojaba prohibido en no sabía qué.
               -Por algo se empieza-dije, y subí la mano hasta su mejilla, le acaricié la mandíbula, le recogí las lágrimas-. No llores, El. No me hagas esto. Sabes lo que siento, sabes lo que sentimos los dos. No tienes por qué…
               Se apartó bruscamente de mí, como si fuera una actriz que acababa de recordar que el teatro aún no sabía que su vecino era en realidad su amante, y se había saltado varias escenas al dejar que acariciara a su personaje antes de tiempo. Se secó las lágrimas rápidamente con el dorso de la mano, y anunció, en el tono más neutral que pudo:
               -Te quedan 3 horas para decírselo a mi hermano-clavó sus ojos de gacela en mí, y me sentí pequeño, qué extraño. Era como si un guepardo se sintiera intimidado por la mirada de la gacela a la que ha elegido comer-. 3 horas antes de que empiece a dejar a la puta de Ashley como una santa. Tú verás lo que haces. A ver si consigues demostrarme de verdad que no te pareces a tu padre.
               -¿Me parezco a mi padre?-gruñí; si la mención de Ashley ya me había hecho poca gracia, la repetición del mismo mantra acababa de terminar conmigo. Me hice a un lado-. Corre a ponerme los cuernos, venga. A ver en qué me convierte eso en mi padre. Casi hasta tengo ganas de saberlo.
               -Gilipollas-espetó, alejándose de mí, y no me pude controlar, ni morderme la lengua. Antes de darme cuenta, ya le estaba soltando un insulto.
               Uno en concreto.
               -Zorra.
               Se dio la vuelta y sonrió.
               -Malik-inclinó la cabeza, abrió la puerta y me dejó allí, a solas con mi furia. Había hecho de mi apellido la cosa más ofensiva que pudiera decirme. Y lo peor era que tenía razón.
               No me lo pensé, la verdad. Estampé de nuevo la mano vendada contra la pared; lo bueno es que tuve más acierto y no me cargué ningún espejo. Me volví a abrir las heridas, pero no me importó. Podría manejar perfectamente un poco de sangre.
               Salí y me dirigí hacia los chicos; Alec había conseguido que Tommy se riera de alguna gilipollez. Mira, por lo menos alguien cumplía sus promesas. Sus semblantes se ensombrecieron en cuanto posaron los ojos en mí.
               -¿Qué pasa, S?-preguntaron a la vez, y Tommy bajó los ojos a mi mano vendada-. ¿Te has abierto la herida?
               -Nada. Sí-contesté, volviéndome hacia él-. Oye, ¿creéis que hay algún medicamento que pueda tomar para volverme gay? Estoy hasta los cojones de las mujeres-declaré, y los dos intercambiaron una mirada confusa-. Así que me voy a cambiar de acera. Logan vive bastante mejor que nosotros. Y Chad. Pero Chad es bi, así que, si no tiene movidas, es porque es tímido-me encogí de hombros.
               -¿S?
               -Estoy de puta madre: vamos a emborracharnos.
               -Sabes que puedes hablar con nosotros de…
               -No quiero hablar de nada, coño. A beber.
               Para terminar de encumbrar la noche, se me cerró el estómago, de manera que fue Tommy quien consumió todos los chupitos que iban destinados en un primer momento a intentar ayudarme a enderezar mi día.
               Gracias a mi falta de embriaguez, fui perfectamente de cómo pasaba el tiempo en aquel antro de mala muerte que tanto cariño me había inspirado una vez.
               No obstante, que fuera consciente de cuándo llegaba la hora de mi ejecución no quería decir que me sorprendiera menos ver acercarse al verdugo.
               Eleanor se materializó ante nosotros como si de una aparición se tratara.
               -¿Podemos hablar?-inquirió, haciendo caso omiso de Tommy y de Alec. Era como si estuviéramos solos ella y yo.
               -Estoy con tu hermano-gruñí.
               -También estás conmigo-espetó.
               -Ahora mismo estoy con tu hermano-contesté, lacerante, y ella alzó las cejas, susurró un “guay” convencido, se dio la vuelta y se esfumó por donde había venido. Alec me miró; por suerte, Tommy ya estaba lo suficientemente borracho como para que no le extrañaran las palabras que acababa de intercambiar con Eleanor.
               -¿Qué coño os pasa a vosotros dos?
               -¿Y a ti con Sabrae?-ataqué, y sonrió, se frotó la cara.
               -Ay, madre mía, la paliza que te voy a dar cuando termines de hincharme las pelotas-se frotó la cara-. A ver, Scott; como sé que eres un poco cortito, te lo voy a repetir despacio: ¿Qué. Coño. Os. Pasa. A. Vosotros. Dos?-quiso saber, haciendo las pausas prometidas.
               -Tengo que contárselo a Tommy, por cojones, a toda costa. Incluso me amenaza con enrollarse con otros. Pero no tiene huevos a hacerme eso-… ¿verdad?, escuché en mi cabeza.
               -¿Tú crees?-Alec puso los ojos en blanco-. Si algo aprendí de tu hermana cuando fuimos a lo de Eleanor, es que nunca hay que subestimar a una persona, menos si es mujer, menos si es de nuestra edad.
               -Eleanor no es tan cabrona.
               -Tú tampoco eras tan cabrón como para mentirle a Tommy así-acusó, y yo me reí-. Puede que sea bueno que lo dejéis, al fin y al cabo, parece que no hacéis más que sacar lo peor del otro.
               -Gracias por la aportación que no le interesaba a nadie, Al-me crucé de brazos y lo miré.
               -De nada, pero, ¡eh! Si ahora te giras, y la ves metiéndole la lengua hasta el esófago a algún gilipollas, no digas que no te lo advirtió. Te lo has buscado tú solito, S.
                -Ojalá te lo haga tu primera novia-ladré-, para que veas lo que se siente.
               Tommy me miró, intentando enfocarme.
               -¿Un paseo por el campo?
               -Cállate tú-espeté, dándole un chupito-. Coge un etílico de una puta vez.
               -Mi primera novia no me lo va a hacer-sonrió Alec, con los brazos cruzados y las piernas estiradas-, porque yo no voy a ser tan gilipollas de largarme con la más puta de todo Londres. Ahora, que puede que tengas talento eligiendo a las que no son muy fieles-hizo un gesto con la mandíbula en dirección al sillón donde estaban Eleanor y sus amigas.
               La cosa era que ya no estaban solas.
               Había un par de tíos con ellas, y un tercero tan pegado a Eleanor que cualquiera diría que querían fusionarse.
               Alec alzó las cejas con aires de superioridad en cuanto me levanté y salí disparado hacia ella.
               Aparté al gilipollas de sus morros y la miré.
               -Así que… ¿la charla que teníamos pendiente?
               -Estás con mi hermano-arguyó. La puta que la parió. Quería asfixiarla.
               -También estoy contigo, cría.
               -¿Algún problema?-intervino el subnormal al que había elegido. Me sentí incluso insultado: ¿no podía habérselo buscado con menos pinta de neandertal?
               -Dímelo tú, payaso-espeté.
               -¿A quién coño llamas tú payaso, gilipollas?
               -A tu padre, mientras me tiro a tu madre, imbécil. Quita tus zarpas de mi chica, ¿o quieres morir?
               -Scott-cortó Eleanor-, este modo gallito tuyo…
               -Vamos al baño-sentencié, la agarré de la muñeca, la levanté y la arrastré hasta el baño. Un par de tías se estaban enrollando en sobre el lavamanos-. ¡Eh! ¡A comerse el coño al baño de los tíos! ¡Fuera!
               En cualquier otra situación, las chicas me habrían discutido; en cualquier otra situación, no me habría puesto así en un principio, pero estaba tan fuera de mí que no podía apenas reconocerme en el espejo.
               Eleanor llenó el baño con su risa cínica.
               -¿No me creías capaz?
               -¿Sinceramente? No pensé que pudieras llegar a ser tan hija de puta. Si me quisieras de verdad, aunque sólo fuera un poco, no irías metiéndole la lengua hasta el esófago a medio instituto-espeté, aunque, técnicamente que yo supiera, sólo se había enrollado con uno. Pero eso ya era suficiente como para hacerme daño, que era, a fin de cuentas, lo que ella quería y era, también, por lo que yo me defendería como gato panza arriba.
               -Y si tú me quisieras a mí-rugió-, no te conformarías como te estás conformando.
               -¿Qué cojones significa eso, Eleanor?
               -Me prometiste cinco minutos, y que darías la vida porque fueran seis-me recordó-. Y no haces más que dejarlo correr y conformarte, Scott. Odio el conformismo, tú nunca has sido así, y no me gusta esta nueva faceta tuya. Por eso hago lo que hago. Para que espabiles.
               -¿Seguro que quieres que espabile?-sonreí, oscuro, mordiéndome el piercing.
               -¿Te piensas que me gusta ir por ahí, liándome con el primero que pasa, aunque no me guste, sólo para despertar esos supuestos celos que tienes?
               -Tú no me quieres ver espabilado, Eleanor.
               -No te equivoques, Scott: ahora mismo, es lo único que quiero.
               Sonreí un poco más.
               -Como desees.
               Y me abalancé sobre ella, le comí la boca, se la lamí entera mientras mis manos bajaban por su cuerpo. Llevaba falda. Ella, al principio, parecía un poco confusa e intimidada, pero no tardó en entender lo que era aquello realmente: una discusión física, no verbal, una lucha en toda regla en la que ganaba el que más daño le hacía al otro.
               Me pegó contra sí, me recorrió los brazos con las manos, hundió los dedos en mi pelo, me dejó meterme entre sus piernas y me mordió el cuello; fue subiendo por mi oreja, me mordió el lóbulo.
               Yo hice lo mismo, le mordí el cuello, le capturé el lóbulo de la oreja entre los dientes, la hice mía en todos los aspectos en que me permitía la boca…
               Le quité las bragas, ella gimió cuando mis manos se olvidaron de su torso y pasaron al centro de su ser. Le tiré las bragas al suelo y seguí acariciándola, benditas faldas, mientras nos besábamos con tanta rabia que ella incluso llegó a hacerme sangre. La noté sonreír cuando mis dedos se regodearon en su humedad, la noté sonreír cuando su aliento pasó a mi oreja, y exigió:
               -Fóllame, Scott.
               Como si tuviéramos otra opción u otro plan en mente. No, mira, Eleanor, lo siento, te estoy magreando las tetas para practicar para mi oficio de panadero de esta madrugada, es que !!!!!!!!! de verdad.
               Me desabroché los pantalones, dejé que jugara con mis bóxers para descubrir mi erección. La cogí de la mandíbula y la obligué a mirarme a los ojos.
               -Eres mía-le dije, como si fuera el imbécil de Christian Grey, o algo así.
               Y se la metí.
               Y ella lanzó un grito ahogado, mordiéndose el labio, cerrando los ojos. La tomé de nuevo de la mandíbula y la obligué a mirarme mientras la embestía. Le estaba haciendo daño, yo también me estaba haciendo daño, pero sinceramente, me daba igual. Nuestras caderas se movían al unísono, nuestras bocas se devoraban, nuestras manos recorrían nuestro cuerpo. Sus uñas se clavaron en mi espalda y me arañaron arriba y abajo mientras yo seguía manoseándole los pechos.
               -Despacio-exigió, pero yo no aminoré-. DESPACIO, Scott-tronó, arañándome la espalda-. YO TAMBIÉN SÉ HACERLO A MALAS.
               Me frené un poco, y eso le bastó: seguimos echando el polvo más sucio y salvaje de nuestras vidas, odiándonos el uno al otro, deseando que aquello acabara por el mero hecho de ver quién ganaba, quién hacía más daño, quién se daba por vencido.
               Yo fui el primero en acabar, pero no por eso la dejé tirada. Clavó las uñas en mi espalda y sonrió cuando terminó, satisfecha por cómo todavía, por muy mal que estuviéramos, éramos capaces de darnos placer el uno al otro.
               Me miró a los ojos, buscó mis labios, sonrió al morderme la boca y notar mi sangre, la sangre que ella me había hecho.
               También había manchas rubíes por sus brazos, su blusa, y sus muslos.
               -Es tuya-dijo, al ver mi expresión preocupada. Asentí con la cabeza; sí, ella estaba ilesa, aunque no se podía decir lo mismo de mí. Se me había caído la venda, y los nudillos, que seguían pelados, parecían una fuente de vino tinto.
               Fue ella la que me recogió las vendas de encima del mármol; me puso un poco de papel higiénico alrededor de la mano, y luego me las volvió a atar.
               -Gracias-susurré. Ella asintió, sin mirarme. Se deslizó hasta el suelo, recogió sus bragas y se las puso. Se volvió para observarse el maquillaje-. Eleanor-dije, estirando la mano hacia su hombro.
               -No me toques-replicó, zafándose de mi mano-. Esto… no va a volver a repetirse, Scott. Se acabó. Hemos llegado hasta aquí.
               -Pero… te ha gustado-acusé, y ella asintió.
               -Sí, y no me gusta que me haya gustado, yo… nunca lo había hecho así. Y no creo que quiera hacerlo así… contigo. ¿Entiendes?
               -No.
               -Scott-suspiró, volviéndose hacia mí, apoyándose en la pared, con las manos pegadas por detrás de la espalda-, un polvo como éste no es de los que le echas a tu novia, o a la chica que te gusta. Es de los que le echas a la persona que más odias. Queríamos hacernos daño-explicó, y yo asentí, sí, eso lo había notado-. La cosa es… que no necesitamos hacernos más daño-sacudió la cabeza-.Y no vamos a dejar de hacérnoslo, por lo menos, hasta que Tommy no lo sepa.
               -No se lo puedo contar ahora.
               Ella asintió.
               -Hay veces que las cosas no funcionan, S-se encogió de hombros-. No se puede ganar siempre.
               -¿Qué es lo que no funcionaba?-fruncí el ceño- ¿Lo nuestro? Porque a mí me parece que todo iba rodado, hasta nochevieja.
               Frunció el ceño.
               -No. Hablo del sexo. De este tipo de sexo. Este sexo en plan “dios, no hay nadie que me vaya a follar como él, no hay nadie que me haga ser así, sólo él”. Puede que sea verdad, pero no me compensa. No te ha salido bien-se encogió de hombros-. En algún momento se te iba a acabar el chollo.
               -¿De qué estás hablando, Eleanor?
               Puso los ojos en blanco.
               -¿Te piensas que no me daba cuenta? ¿De cuando algo que hacías me molestaba, y tú te ponías cariñoso, y yo lo dejaba estar?-chasqueó la lengua, divertida. Yo no podía creer lo que estaba diciendo; apenas podía seguirla-. Lo voy a echar de menos, la verdad, pero…
               -Porque tú quieres-ataqué, antes de que siguiera hablando. La mejor defensa solía ser un buen ataque. Y, en este caso, así fue. Más o menos.
               -No, Scott-discutió, entrecerrando los ojos hasta que no se le viera prácticamente nada por entre las pestañas-. Si te parece, echamos polvos así a partir de ahora. Lo siento, pero no. No puedo tenerte dentro, y pensar mientras tanto en qué puedo hacer para hacerte daño, castigarte, y hacer que pares.
               Me eché a reír.
               -Pero si precisamente fuiste la que me dijiste lo que querías que hiciéramos, ¿lo recuerdas? ¿Por qué se supone que tienes que castigarme, Eleanor?
               -Por intentar manipularme-replicó, toda digna, poniendo los brazos en jarras-. Con el sexo.
               -¡La madre que me parió!-me eché a reír, frotándome la cara, incrédulo. Ahora que estaba flipando a niveles estratosféricos, y no cuando nos morreamos la primera vez, en aquel mismo baño- ¿Yo te manipulo?-repetí, y noté cómo se me encendían las entrañas a la par que lo hacían sus mejillas. La pelea del siglo estaba a nada de desatarse, el presidente de Estados Unidos tenía el dedo sobre el botón rojo que liberaba las bombas nucleares, y el brazo le pesaba muchísimo-. ¡Te echaste encima de mí cuando te salvé! ¡Me hiciste seguirte cuando lo de la pelea! ¡Querías esto bastante más que yo!
               -Sí, vale, okay, Scott. Lo que tú digas-alzó las manos-. Como yo no era la víctima en la situación, y tal…
               -Pues bien que te aprovechaste.
               -¿De qué coño me aproveché? ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Esperar a que el otro capullo me violara?
               -¿¡PUEDE QUE NO TIRARTE ENCIMA DE MÍ MIENTRAS YO ME PEGABA CON ÉL!?
               -¡IBAS A MATARLO!
               -¡Sí, Eleanor, ¿y recuerdas por qué?! ¿¡Preferías que lo dejara estar, que recogiera a Diana y me largara!?
               -¡¡Preferiría que te hubieras comportado como un tío mayor que yo y hubieras visto lo que era correcto y lo que no!! ¡¡Podías pararme los pies!!
               -¡NO PODÍA!
               -¡SÍ QUE PODÍAS! ¿POR QUÉ TE CREES ENTONCES QUE TOMMY NO HIZO ADEMÁN DE VENIR CON NOSOTROS AL DÍA SIGUIENTE? ¿NO SERÁ PORQUE SABÍA QUE NO PODÍAS CONTORLARTE, PERO NO TE DIO LA GANA?
               -PUEDE QUE TENGA CONTROL SOBRE A QUIÉN ME CARGO O A QUIÉN NO, PERO NO PUEDO DECIR NADA SOBRE POR QUIÉN ME SIENTO ATRAÍDO.
               Sonrió con cinismo.
               -Ah, así que ahora yo sólo te atraigo, ¿no?
               -Mira, Eleanor, no tengo el día para estas gilipolleces tuyas, así que si quieres que…
               -Es lo que acabas de decir. Que yo te atraigo. Nada más.
               -Me atraías. Luego sucedió todo lo demás.
               -Hay que ser miserable para enrollarse con una chica a las pocas horas de que intenten violarla.
               -¿Sí?-espeté-. Pues hay que estar muy desesperada para follarse a tu amor de la infancia al día siguiente de que te intenten violar. A no ser, claro, que no te intentaran violar en absoluto.
               -¿Qué?-ladró.
               -Venga, Eleanor, que hay confianza. Si montaste todo eso para que yo me fijara en ti, me lo puedes decir.
               -¿TE ESTÁS ESCUCHANDO?
               -¿Y TÚ TE ESTÁS VIENDO? VAS DE DIOSA DE LA VIDA, COMO SI FUERAS PERFECTA, PERO, QUE YO SEPA, FUISTE TÚ LA QUE EMPEZÓ EL ACERCAMIENTO ENTRE LOS DOS. SCOTT, AYÚDAME A DESVESTIRME, SCOTT, BÉSAME, SCOTT, VAMOS A QUEMAR MI ROPA, SCOTT, NO LE DIGAS A MI HERMANO QUE NOS HEMOS ENROLLADO, SCOTT, LLÉVAME A TU CASA Y DIBÚJAME, ESCÚCHAME DECIRTE QUE TE QUIERO Y SIÉNTETE EN LA OBLIGACIÓN DE CONTESTAR QUE TÚ TAMBIÉN ME QUIERES A MÍ-troné, y a cada palabra mía ella se empequeñecía un poco más, nuestra relación jadeaba, aceleraba un poco, aunque su corazón estaba al borde del colapso, era cuestión de tiempo-. Puede que yo no sea un santo, pero ni tú eres un ejemplo a seguir, ni tampoco hiciste mucho por pararme los pies. Es más, yo diría que todo lo que he hecho estos dos meses, ha sido por ti.
               Nos miramos un momento, en absoluto silencio, hasta que ella no pudo aguantarlo más. Rompió el contacto visual, apartó la cara y se llevó el dorso de la mano a la nariz. Cerró los ojos.
               ¿Yo la manipulaba con el sexo?
               Entonces, ¿qué hacía ella con sus lágrimas de cocodrilo?
               Me tenía hasta la polla, de verdad. Estaba harto, no podía más, me sentía agotado, me costaba estar de pie, me dolía hasta respirar. Sólo quería volver al sofá, emborracharme, ser el de siempre, el que había sido hasta entonces: el tío cuya única preocupación era que el condón que llevaba en la cartera no se rompiera cuando fuera a usarlo con el ligue de turno.
               El cabrón con suerte al que ya nadie podría romperle el corazón, porque nadie tendría acceso otra vez a él.
               Por muy preciosa que ella fuera. Por muy especial que me hiciera sentir. Por muy…
               No puedo más.
               En eso estábamos de acuerdo.
               -Eleanor…-susurré.
               Estoy harto.
               -Eleanor, para-estiré la mano hacia ella, pero volvió a zafarse de mi contacto antes de que éste se produjera.
               Yo no… haz que pare. Eleanor.
               Todo aquello era superior a mí. No quererla; quererla había sido lo mejor que me había pasado nunca.
               Pero no podía seguir discutiendo, no podía seguir echándole en cara todo lo que no me parecía bien (y que, por lo visto, era más de lo que yo me había percatado en un principio), no podía escabullirme y dejar a Tommy en manos de Alec sólo para pelearme con ella.
               Necesitaba un descanso, joder, un puto descanso. Un descanso de guerras, un descanso de pasarlo mal… volver al apartamento de mis padres, volver a tenerla durmiendo desnuda a mi lado, volviendo a despertarla, decirle que estaba enamorado de ella, besarla y hacerle el amor.
               No follármela mientras me mordía para hacerme verdadero daño, no correrme en su interior y que una sombra de lo que habíamos sido continuara en ella aun cuando saliera por la puerta del baño, llevándose todas mis esperanzas de un futuro con alguien consigo.
               -Eleanor, yo...
               -Tengo pesadillas-dijo, con la voz rota por el llanto. Ojalá Tommy hubiera venido entonces. Ojalá me hubiera visto así. Ojalá algo en su cabeza hubiera hecho clic. Ojalá me matase.
               Si no me había dejado tragarme aquel bote de pastillas, bien podría ahora matarme con sus propias manos. Me lo debía.
               Todo esto sería más fácil si hubiera sido yo el que se hubiera tirado a Diana desde el principio. ¿Por qué había tenido que insistir en que fuera él? ¿Por qué tenía que ser siempre tan gilipollas?
               -A veces sueño que vuelvo a estar ahí metida. Y tú no llegas. Nadie llega. Ni tú, ni Tommy, ni Diana, ni mis padres, ni… estoy sola-me miró con ojos relucientes, plagados de cataratas-. Y ahora vas tú, y me dices que yo lo he montado todo...-me dio un empujón-. Vete a la puta mierda, Scott, vete a la putísima mierda, no quiero volver a verte-siguió empujándome, en dirección a la puerta-. Todo esto ha sido un error, has sido un error, no puedo creerme que haya sido tan gilipollas de creer que me querías, cuando es evidente que…
               -¿Qué te dije antes? Mírame a los ojos, niña-exigí, cogiéndola de las muñecas y  pegándola a mí-. Dime esto mismo, pero mirándome a los ojos.
               Clavó sus ojos de gacela en mí. Casi pude ver cómo hacía acopio de la escasa munición que me quedaba para un último asalto.
               -Ojalá no me hubieras encontrado, Scott. Podría manejar pasarlo mal como lo ha pasado Layla-acusó-, pero no puedo soportar cómo me haces daño tú.
               La solté y di un paso atrás.
               -Vale.
               -Va en serio, Scott.
               -Vale, tía, ¿qué más quieres que te diga? ¿Que eres libre? Pues lo eres. Fus. Venga-hice un gesto con la cabeza en dirección al baño-. Buena suerte encontrando a uno que te trate como lo hago yo.
               -Es que de eso se trata, Scott; de encontrar a uno que no me haga llorar tanto.
               -Pues buena suerte encontrándolo; yo soy el tío más paciente que conozco, pero todo tiene un límite y, sinceramente, empezaba a estar hasta los cojones de que pongas a llorar cuando no te conceden un capricho.
               Intentó cruzarme la cara, pero le salió mal, porque la veía venir, y le cogí la mano por la muñeca. Sonreí.
               -¡Epa! ¿Qué querías, nena? ¿No te parece que ibas un pelín rápido para acariciarme la mejilla? Cuánto ímpetu, chica. Ya sé que estoy bueno, pero podrías intentar controlarte un poco.
               -Que te jodan, Scott.
               -Oh, créeme, tesoro; lo van a hacer en cuanto crucemos esa puerta.
               -¿Sí? Así que, ¿ya está? ¿Esto es todo? ¿Nada de “no eres tú, soy yo”?
               -Es que es por ti, Eleanor.
               Se echó a reír.
               -Vaya puntería tienes, ¿eh, Scott? A cada cual que eliges es mejor que la anterior. Mira, como soy buena-dijo, llevándose la mano al pecho, cogiendo el avión de papel de plata que le había regalado hacía nada-, hasta te voy a ahorrar el regalo de aniversario para la siguiente-se lo arrancó del cuello con un firme y rápido tirón-. Aunque, ¿quién sabe si llegaréis al mes? Cada vez las novias te duran menos.
               -Puedes quedártelo-gruñí, girándome hacia la puerta.
               -Que cojas tu estúpido colgante, Scott-exigió-. Ya no lo quiero.
               -Es un regalo, Eleanor; por mí, como si lo machacas y te lo esnifas después.
               -¿Seguro que no quieres dárselo a Tommy, ya que lo quieres tanto?-ejecutó su golpe de gracia sin que yo lo viera venir, y me atravesó el corazón clavándome un puñal en la espalda.
               Por ahí sí que no iba a pasar. No iba a entrar al trapo. Podía decirme lo que le diera la gana, pero como usara a su hermano para hacerme daño, me la cargaría.
               Me volví para mirarla.
               Y me arrepentiría toda mi vida de lo que le dije a continuación:
               -Vete a tomar por culo, puta cría de los cojones.
               Salí del baño sin mirarla, seguro de que acababa de meter la pata hasta el fondo, y de que estaba hasta el cuello de mierda, pero sin poder creerme lo que acababa de hacer. ¿Quién lo había dejado? ¿Había sido ella o había sido yo?
               Me autoconvencí de que lo arreglaríamos, de que podía pedirle perdón, hacerle ver que lo sentía y que no decía nada en serio, que lamentaba todo lo que había soltado en aquel baño, que había sido producto de un calentón y que no quería que nos alejáramos.
               Pero la parte de mí que ella resucitó cuando fuimos a mi casa hacía casi dos meses volvió a morir al verla marcharse con sus amigas, besando a un chico diferente del que la había separado… y luciendo su  cuello desnudo, sin el avión de papel.
               Dejé de ser su fiel cachorro, el que esperaba con ansias a que volviera del instituto a casa, y meneaba la cola y chillaba de entusiasmo al verla, a aquel gallito de corral que se la había tirado en el baño de Jeff sin más preocupación que el que se le ensuciara la ropa.
               Tommy y los demás habían sacado un monstruo del pozo en el que me metió Ashley, y aquel monstruo volvía a despertar, como lo hacían los hombres lobo en las noches de luna llena. Me volví un egoísta, pasé de vigilar a Tommy, diciéndome que estaría bien, roncando como una moto en el sofá que siempre ocupábamos, y me dirigí a la barra, dispuesto a emborracharme, a activar aquellos instintos animales que había aprendido a afinar, y a sentirme pleno otra vez mientras me metía entre los muslos de alguna chica.
               Había buen material aquella noche. Tenía que ser una señal.
               Alec estaba dejando unas botellas en la barra cuando yo llegué a ésta. Estaba aún más pegajosa de lo que la recordaba; se notaba que la noche había ido avanzando y la gente cada vez estaba peor.
               Puede que tuviera suerte y pudiera enrollarme con dos a la vez.
               -Scott-dijo Alec.
               -Alec-dije yo.
               -¿Estás bien?
               -Estoy de puta madre-sonreí, mordiéndome el piercing. Alec frunció el ceño.
               -Pues no lo parece.
               -Ya, bueno-me encogí de hombros, robándole un chupito a alguien y bebiéndomelo de un trago-, me quedaría a discutir sobre filosofía y apariencias contigo, pero tengo un poco de prisa. Tengo que buscar a la tía con las tetas más grandes del local, y follármela muy fuerte todo el tiempo que pueda, así que, si me disculpas…
               Me cogió del brazo, cortando mi huida.
               -No te tires a otra, Scott-soltó, como si no fuera el puñetero Alec Whitelaw, cuyo lema de vida y único consejo en cuanto a rupturas era “de toda la vida de Dios, un clavo saca a otro clavo”. ¿Qué le pasaba al mundo?-. Te darás asco a ti mismo si te tiras a otra mientras la lloras a ella. No te folles a otra, si quieres estar con Eleanor.
               Y, como el gallito que era, no se me ocurrió otra cosa que soltar:
               -Tú te follas a otra mientras te haces el dolido por Sabrae.
               Tenía a Alec hasta los cojones. Todos teníamos a Alec hasta los cojones. Lo supe en cuanto vi cómo me miraba, un segundo antes de agarrarme por el cuello de la camisa y zarandearme para que espabilara y dejara de comportarme como un crío de una puta vez. ¿El problema? Que no podía, era un crío. Y uno gilipollas; acababa de dejar escapar a la mujer de mi vida por no saber morderme la lengua. Así que bien merecía que Alec se descargara sobre mí.
               -¿TE CREES QUE NO LO SÉ, JODER? ¡ME CAGO EN DIOS, SCOTT! ¡SI SUPIERAS LO MAL QUE ME SIENTO CUANDO ACABO CON OTRAS! ¡SI VIERAS CÓMO ME SIENTO VIÉNDOLA LIARSE CON OTROS, PORQUE HOY NO LE APETECE ESTAR CONMIGO, JODER! ¡SI SUPIERAS CÓMO SUFRO PORQUE NO SOY SUFICIENTE PARA SABRAE, PORQUE ELLA NO ME QUIERE, NO ESTARÍAS PENSANDO EN HACER EL IMBÉCIL CON OTRA, POR MUY BUENAS TETAS QUE TUVIESE!
               Lo miré largo y tendido.
               -¿Qué pasa entre vosotros dos?
               Alec me soltó, bufando.
               -Ahora no estamos hablando de mí.
               -¿Y cuándo vamos a hablar de ti, Alec?
               -No sé, ¿cuando dejes de comportarte como un crío de 3 años, quizá?-sugirió.
               -Los críos de 3 años no piensan en lo que estoy pensando yo.
               -Madre mía, me van a poner el cielo a mi nombre como siga aguantándoos tanta tontería-se frotó los ojos.
               -Mira, Al, te agradezco que te preocupes por mí, pero, sinceramente, necesito desahogarme un poco, ¿entiendes? Tú, más que nadie, tienes que comprenderlo.
               -¿Y si te lo prohíbo?
               -No eres mi padre.
               -Ya, pero soy uno de tus mejores amigos, así que se supone que tengo un poco de autoridad moral sobre ti.
               Negué con la cabeza. Alec suspiró.
               -¿Qué os ha pasado?
               -Nos hemos peleado.
               -¿Y ya sólo por eso…?
               -Hemos roto.
               Sus ojos se clavaron en los míos.
               -Vaya, S, yo… lo siento.
               -No hay nada que sentir. Créeme. Estas últimas semanas con ella han sido… como una montaña rusa. Y sabes que las odio.
               -No lo haces.
               -Es verdad, no lo hago-me eché a reír-. Pero, ¡eh, Al! Entiéndeme. Lo necesito. Necesito volver a ser el de antes.
               -No hay manera de volver a ser el de antes-sonrió, cansado-. No del todo.
               Le di una palmada en la espalda, le pedí que cuidara de Tommy, le dije que confiaba en él, y escaneé el lugar hasta que me llamó la atención una chica.
               No perdí el tiempo, porque ya la conocía. Había estado con ella el verano pasado, y la verdad era que nos lo habíamos pasado genial. Claramente, había sido recíproco, porque me sonrió con calidez en cuanto me acerqué.
               -¡Scott!
               -¿Qué pasa, Tiff? ¿Todo bien?-ella asintió, sonriente-. ¿Quieres pasártelo bien?
               -¿Seguro que tendrás un hueco en tu apretadísima agenda?
               -Ya sabes lo que puedo hacer en cinco minutos-le guiñé un ojo, y ella se echó a reír.
               -Decían que estabas perdiendo facultades, que te gustaba una chica.
               Joder, las noticias vuelan.
               -Cómo le gusta a la gente pensar mal-sacudí la cabeza, y ella y sus amigas se rieron-. ¿Quieres bailar?
               -Claro-dejó su copa, se levantó, se alisó la falda y me siguió a la pista. La verdad es que no bailamos mucho: apenas nos metimos entre la gente, yo ya tenía mis manos en su cintura, y sus dedos en mi pelo.
               Le gustaba mi piercing.
               A todas les gustaba.
               Terminamos pegados contra una pared, sus manos en mi espalda, las mías en su culo. Le gustaba sentirme duro.
               A todas les gustaba.
               A Eleanor, especialmente.
               Céntrate, tío.
               Nos fuimos deslizando en dirección al baño, porque los dos sabíamos cómo queríamos acabar la noche. Estábamos a la puerta cuando nuestros besos se detuvieron un momento, y me dejó respirar mientras me decía, con un aliento que me recordaba a la granadina:
               -Me he dejado el bolso en la mesa.
               -Tranquila, nena. Podemos solucionarlo.
               Se echó a reír.
               -¿Tienes a mano?-preguntó, acariciándome los brazos. Le dediqué una sonrisa cansada.
               -Dame un minuto.
               Me escurrí entre la gente a la velocidad del rayo y me planté ante Alec, que observaba cómo dos muchachas sacudían las caderas al ritmo de una canción de la que yo no me había ni percatado.
               Puede que lo pasara mal por Sabrae estando solo, pero, desde luego, se le olvidaba su sufrimiento cuando veía un culo bonito.
               -Préstame un condón-le pedí. Alec apartó la vista de los culos bailarines de mala gana, me contempló con mirada ausente y espetó:
               -Vaya morro tienes, chaval.
               -Que me prestes un condón, te digo. Tú siempre traes de sobra.
               -No-soltó. Lo miré.
               -¿Cómo has dicho?
               -Estoy hasta los huevos de que te comportes como un crío, Scott. Se acabó.
               Hubo una pausa súper incómoda en la que estuve seguro de que acabaríamos zurrándonos.
               -Vale, iré a pedírselos a Jordan-dije, girándome sobre mis talones y haciendo ademán de marcharme.
               -Scott-suspiró Alec, en un tono que no hizo más que cabrearme. Sí, podía cabrearme más.
               -¿Sabes por qué no quiere Sabrae estar contigo?
               -Me importa una puta mierda por qué creas que Sabrae no quiere estar conmigo.
               -Porque eres un puto caprichoso, Alec; todo tiene que ser como, donde y cuando tú dices; eso, además de un inseguro de mierda. Vas de confiado, pero sabes que las tías van contigo cuando yo estoy ocupado.
               -Paso de ti, Scott.
               Me tiró un paquetito plateado  a la cara, lo cogí al vuelo, de la que se caía después de impactar contra mi mejilla. Susurré un “gracias” e hice ademán de irme, pero me retuvo con dos palabras. Intercambiamos un par de frases más, y luego, nos separamos, un poco menos hartos del otro.
               Tiffany me sonrió, me tomó de la mano y me condujo hacia el baño. Se metió en uno de los cubículos, esperó a que entrara y empezó a besarme mientras corría el pestillo. Le metí las manos por debajo de la camiseta mientras sus dedos recorrían los músculos de mi espalda.
               -Era Bey-dijo Alec, y yo me volví.
               -¿Qué?
               -La chica con la que estaba, cuando vinisteis a verme Sabrae y tú. Era Bey.
               -Enhorabuena, tío-dije, y me alegraba sinceramente por él. Tanto tiempo detrás de Bey, y por fin había conseguido conquistarla.
               -Gracias-dijo, pero no había ni pizca de emoción, orgullo o nada semejante, en su voz-. Vino a mi casa, y dijo que le había gustado cómo cuidé de Sabrae, y que nunca pensó que no fuera ni un mínimo de capullo para intentar aprovecharme de ella, y yo en plan de “¿ya? Todos pensáis que soy un cabrón, pero no lo soy”. Tú, S, sabes más que todos que no por ser virgen respetas a las tía, ni por follarte a 50 las tratas como a mierda. Y me dijo que le gustó cómo me porté, y que quería recompensarme, y yo en plan de “¿vale?”, sin entender nada; y cuando quise darme cuenta, estábamos besándonos, y desnudándonos, y follando-se estaba pellizcando la palma de la mano, era lo que hacía cuando estaba distraído-. Y... estuvo bien-frunció el ceño, sumido en sus pensamientos.
               -¿Pero…?-lo animé.
               Tiffany me abrió la camisa y me acarició el pecho.
               -¿Has ido al gimnasio?-preguntó, aunque yo creo que estaba como siempre.
               -Baloncesto-expliqué, y ella sonrió, asintió con la cabeza, mordiéndose el labio. Le apreté el culo y dejó escapar un gemido.
               -Te has hecho algo, estás… diferente-susurró en mi cuello, mientras me lo mordisqueaba. Oh, joder, así, sí, ahí.
               -Me siento diferente.
               -Pero no tan bien como con tu hermana-confesó Alec, mirándome a los ojos-. Así que, y no creo lo que estoy a punto de hacer, pero te lo digo, Scott: no lo jodas con Eleanor. El sexo vacío mola, pero es vacío por cómo te deja después.
               -El sexo vacío me salvó, es lo mejor a lo que puedo aspirar ahora. Lo único que puedo aspirar. Lo mejor que hay a mi disposición.
               Tiffany se subió un poco la falda, notando mis ganas. Se pegó contra la pared, dejó que mis manos recorrieran sus curvas por debajo de su camiseta. Luego, fui hacia sus caderas. Tiré de sus bragas…
               -Esta tela me suena-me burlé. Ella se echó a reír.
               -Victoria’s Secret está de rebajas. Tantas al 75%. Muy recomendables-asintió.
               -No les dan a Victoria’s Secret el reconocimiento que merecen-sonreí, intentando no pensar en que Eleanor había llevado ropa interior de esa misma tienda el fin de semana que pasamos juntos… eso, si no había llevado mis calzoncillos.
               -¿Lo mejor?-replicó Alec, alzando las cejas y sonriendo-. Las puestas de sol-Tiffany me besó-, que saquen una peli de superhéroes leal al cómic y que no sea una mierda-yo la besé a ella-, las frutas congeladas en verano-sus dedos volvían a estar por mi espalda-, acostarte con la chica detrás de la que llevas tanto tiempo con la luz encendida porque quieres verla desnuda, necesitas verla desnuda, y quieres verla retorcerse-como lo hacía Tiffany, como lo había hecho Eleanor-, y leer tu nombre de sus labios-Tiffany se mordió el labio cuando empecé a acariciarla- mientras se le escapa entre gemidos-Tiffany me besó, jadeando, y empezó a pelearse con mis pantalones-, quedarte en casa viendo la tele cuando llueve-le quité el tanga-, una taza de chocolate caliente en invierno-me desabrochó el cinturón-, ver cómo frunce el ceño tu hermana pequeña mientras lee, para que no se le caigan las gafas-le di la vuelta y la puse contra la pared-, una puesta de sol, los helados de mango y frambuesa…
               Tiffany susurró mi nombre.
               -Lo pillo, Alec-protesté, alzando las manos-. Eres un romántico, y nadie lo sabía hasta ahora.
               Alec sonrió, como si supiera que lo iba a interrumpir en el momento álgido de su monólogo.
               -Tu hermana-finalizó-. Besar a tu hermana es mejor que follarme a una desconocida. Y lo sabes, Scott. En el fondo, lo sabes-me desabroché los pantalones-. No te folles a una desconocida-rompí el paquetito que me había prestado-. Gánate los besos de Eleanor otra vez.
               Le separé los muslos a Tiffany.
               -Eleanor me odia.
               -Pues haz que te quiera otra vez. A las mujeres les encanta que las volvamos locas-sonrió, sacudiendo la cabeza.
               Tanto Tiffany como yo ahogamos una exclamación cuando entré en ella.
               -Ya no tengo fuerzas para ir tirando de una relación, Alec.
               La embestí y ella gimió. Buscamos nuestras bocas, antiguas conocidas superficiales, y nos lo hicimos el uno al otro despacio. Es curioso: ponía más cuidado con ella que con Eleanor.
               Porque no podía hacérselo fuerte y luchar por mantener la cara de la luz de mis días lejos de mi mente. No podía descontrolarme demasiado.
               No, si cerraba los ojos, y la veía a ella, y sólo quería susurrar su nombre, porque apenas la había perdido, pero ya me mataba su ausencia, y ya la echaba terriblemente de menos.
               En mi mente escuché un susurro mientras Tiffany se estremecía entre mis brazos: la voz de Tommy, mi conciencia.
               Eres gilipollas, Scott.
               Y, si lo decía Tommy, era que era verdad.

22 comentarios:

  1. Tengo que empezar a ponerme una nota mental de leer los capítulos con un paquete de pañuelos a mi lado porque lo que estoy llorando últimamente con esto no es ni medio normal. Y no sé si decirte que lo odio o que me encanta por lo viva que me hace sentir.
    Lo más normal en este momento sería ponerme a insultar a Scott, querer odiarlo y decir que todo lo hace mal. Pero por muy extraño que suene, no puedo. Y no es porque lo tenga idealizado ni mucho menos. Si no porque a cada capitulo que pasa ves más y más el hecho de que realmente TODOS son unos críos. Da igual si tiene 15, 16, 17 o los años que tengan. Son unos críos que están empezando a sentir, a amar, a sufrir fuera de su zona de confort. ¿Acaso ninguna de nosotros ha cometido alguna gilipollez a esa edad? Porque yo sí. Quizás por eso me siento tan identificada con esta historia y con su magia. Scott la caga, Eleanor la caga, Tommy la caga, todos lo cagan. Pero quien, en este mundo completamente imperfecto, ¿no la ha cagado alguna vez?
    Así que muchas gracias Eri por hacer, cada vez más ,que los personajes sean una parte de nosotros, que sean como cualquier persona que nos podemos encontrar por la calle o como nosotros mismo. Has puesto magia en una realidad. GRACIAS

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    1. Ay Ari jo, siempre me hacen muchísima ilusión tus comentarios por lo largos y entusiastas que son, muchísimas gracias❤ La verdad es que no sé qué me pasa últimamente, pero me encanta hacérselo pasar mal a Tommy y compañía, llámame sádica, pero cuanto más sufren ellos y más meten la pata, más disfruto yo. Me da la sensación de que incluso les cojo más cariño.
      Respecto a lo de Scott: mira, totalmente de acuerdo; como mujeres que somos hemos de ponernos de parte de Eleanor; pero, por otro lado, no puedo odiarle. Es superior a mí. Vale que mete la pata muchas veces, vale que lo está complicando todo a lo tonto, pero es precisamente lo que tú dices: tiene 17 años, no puede ser siempre un héroe. Es un crío, Tommy también, Eleanor y Diana son crías que están empezando a experimentar los sentimientos, y es normal que eso les asuste o que no sepan cómo manejarlos, pero es precisamente ESO lo que los hace reales, tangibles, palpables, y lo que me obliga a quererles aún más. Importa que la caguen, pero a la vez no, porque cuanto más la cagan, más auténticos se vuelven, y, sinceramente, no creo que tenga mucho mérito querer a alguien porque sea perfecto: lo importante es quererlo precisamente porque no lo es, a pesar de que no lo es.
      Muchísimas gracias a ti por tu comentario, jo. Me alegro muchísimo de que haya gente que disfrute con esta historia como lo hago yo, que quiera a los personajes y los sienta en su corazón de la misma forma que yo. Os lo digo muchas veces, pero no van a ser suficientes nunca: Chasing the stars es importante para mí, pero es grande y mágica gracias a vosotras. ❤

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  2. SI CREIA QUE HABÍA SUFRIDO COMO UNA PERRA CON SCELEANOR EN EL ULTIMO CAPITULO, CON ESTE HE TENIDO GANAS DE SUICIDARME

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    1. MADRE MÍA, PUES CON LA PELEA VAS A FLIPAR, PALABRA. No estáis preparadas para lo que se viene, ni vosotras, ni yo, ni Tommy y Scott. Nadie lo está.

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  3. ESTA PUTA MOVELA TIENE MÁS DRAMA QUE EL SALVAME

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    1. LO MEJOR DE TODO ES QUE AQUÍ NO HAY ANUNCIOS





      (no veáis Telecirco)

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  4. HE LLORADO MUCHÍSIMO CON EL MONÓLOGO QUE SE HA MSRCADO ALEC AL FINAL. DE VERDAD.

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    1. Dios mío Alec quiere tanto a Sabrae y ninguno de los dos quiere darse cuenta de ello pOR FAVOR qué ganas de empezar a escribir el spinoff.

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  5. Madre mia madre mia. Yo en serio si sigo leyendo esta novels acabo ingresada

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  6. Con lo que nos estas haciendo sufrir más te vale que las reconciliaciones de Scommy y Sceleanor sean preciosas y que lloremos de felicidad
    Pd: quienes se reconciliaran antes?

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    1. Mira de verdad, a mí me parecen preciosas aunque no van a ser muy épicas (lo siento), pero por el mero hecho de que las cosas vuelvan a la normalidad, ya me da la impresión de que van a ser momentos muy emotivos.
      No debería contestarte para mantener la expectación, pero... Sceleanor serán los que se reconcilien primero. Moraleja: SUFRIMIENTO SCOMMY PA' RATO.

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  7. Scott es gilipollas y amo a Alec, fin.

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    1. Sabrae, ¿qué haces poniéndome comentarios en el blog con un pseudónimo?

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    2. Yo también te amo mi bella Vir ❤❤❤❤

      PD: no sé si te das cuenta de que no has escrito ningún pd.
      PD2: tampoco sé si te das cuenta de que hace un mes amábamos a Scott y si alguien se metía con él, lo asesinábamos, y ahora estamos en su contra totalmente.
      PD3: si has vuelto para leer mis respuestas, eres linda. ❤

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    3. Me he reído JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

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    4. Pd: no era consciente hasta estos momentos
      Pd2: ahora amo a Alec, S es puto (pero con cariño, sos)
      Pd3: tu lo eres más porque sé que también vas a leer esto ❤

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  8. Ahora mismo no sé qué sentimientos tengo porque entiendo muchísmo a Eleanor pero no sabe lo de ahora de Tommy y el porqué Scott sigue callado y entonces S me da mucha pena PERO CLARO luego hace lo que hace y lo odio porque es gilipollas

    cuando llegue el momento de la pelea no sé qué va a ser de mi porque Scommy son lo más adorable del mundo y ahora el follón pfffffff mi pobre corazón

    menos mal que has metido a Alec en la historia porque ese tío es DIOS de repente estoy triste porque no aparece antes :(

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    1. Estoy como tú tía, es que entiendo TODAS sus posiciones, desde la de Eleanor hasta la de Scott, pasando por la de Tommy, y aun así no puedo dejar de pensar en que Scott ha provocado todo esto él solo; si hubiera confiado un poco más en su capacidad de amar y se lo hubiera dicho a Tommy desde el principio... pero en fin, lo hecho, hecho está.
      A mí se me hace imposible odiarlo, de verdad, al pobrecito lo veo tan jodido que me parece hasta lógico que reaccione comportándose como un subnormal, pero bueno... también influye el hecho de que sea, precisamente, Scott. Si fuera cualquier otro, puede que los cruzara, pero como es mi punto débil, pues tengo que perdonárselo todo, soy así de hipócrita.

      CON LA PELEA LO VAIS A FLIPAR es que de verdad, entre la fiesta del cine y la uni no sé cuándo voy a tener tiempo para escribir, pero tengo muchísimas ganas de que llegue el sábado para poder contaros todo lo que va a suceder y UF mira de verdad, yo así no puedo vivir. Qué ganísimas de que os enteréis finalmente de cómo ocurre todo; confieso que lo tengo anticipadísimo, espero estar a la altura tanto de lo que vosotras esperáis como de lo que yo me imagino.

      Y POR OTRO LADO, O SEA, ALEC ES UNA BENDICIÓN. Me muero de ganas por empezar a escribir el spinoff (un día me dio la venada, y escribí 4 páginas) y que lo conozcáis con muchísima más profundidad. Sabrae me va a dar mucho juego en cuanto a él, por cosas que van a pasar (y que ya se ven venir), tanto entre ellos dos como entre ella y los demás personajes.
      Además, no hago más que pensar en ellos ❤ es como cuando lié a Scott y Eleanor, y ya no era capaz de pensar en otra pareja, sólo que ahora me sucede con Sabralec en un montón de escenarios. Lo mejor de todo es que me parecen una pareja preciosa, sana y muy productiva, en el sentido de que los dos crecen estando juntos y cumplen sus sueños de la mano, y UF NO PUEDO CON MI VIDA DE VERDAD NECESITO QUE SABRALEC EXISTAN DE VERDAD ❤❤❤❤❤

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  9. Creo que a partir de ahora tendré que leer la novela con un buen paquete de pañuelos en la mano.
    Pero me gusta que haya momentos así, que se muestre la realidad, que no todo sea idílico. Me encanta ver ese lado de los personajes, el que los hace más humanos y hace que te sientas más cercana a ellos. De verdad, te felicito por haber creado algo así.

    - Ana.

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    1. Por aquí es por donde empezaba lo duro, si no recuerdo mal, es que son tan bonitos, tan hermanos, se quieren tanto, mis pobres niños.
      A mí me ENCANTA poner situaciones en las que no todo sea felicidad y color de rosa, creo que un personaje demuestra lo que vale y el juego que puede dar en situaciones duras para él, y Tommy y Scott están a puntito de demostrar su versatilidad. Tanto juntos como separados son geniales, me encantaría no ya tenerlos como amigos, sino saber que existen, punto; aunque admito que juntos son como ~la puta hostia~.
      Muchísimas gracias, corazón ❤

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