Zoe podía decir las veces que
quisiera que estaba bien sin mí, que no tendría tiempo a echarme de menos
porque tendría un instituto que mantener a raya, unas siervas a las que
dirigir, y un ejército de tíos al que tirarse… pero las dos sabíamos que no era
así.
De todas maneras, no hacía falta que lo dijéramos en
voz alta. Incluso si no lo hubiéramos sentido en el fondo de nuestros
corazones, el hecho de que hubiera venido a mi apartamento y se hubiera sentado
al borde de la cama a contemplar cómo vaciaba aún más mis armarios ya
evidenciaba la añoranza que sentíamos la una por la otra.
Me hizo sentirme un poco mal por estar anticipando mi
vuelta a Inglaterra, la verdad. Era lo único que dejaba atrás en Nueva York que
me importaba realmente. Lo único por lo que merecía la pena luchar y que no
podía seguirme.
Fingimos que no nos importaba mientras me tendía una
bolsa de la tienda de lencería a la que solíamos ir antes de que yo me
marchara. Sonrió con tristeza cuando cogí el paquete negro, deshice el lazo
blanco, y separé las solapas de azabache para descubrir una caja del mismo
color.
-¿Y esto, Z?
Aleteó con sus pestañas cargadas de rímel.
-Para que vuelvas pronto, y que detrás te traigas a tu
inglés.
Destapé la caja, que también estaba asegurada con un
lazo perla, y saqué un bralette negro
con unas bragas a juego. Todo era de encaje, todo con transparencias, sin dejar
mucho espacio a la imaginación. Justo como les gustaba a los tíos, a todos los tíos, pertenecieran a quien
pertenecieran, provinieran el país que proviniesen, y tuvieran un deje tan
sensual en la voz que, cada vez que los escuchabas hablar, te daba la impresión
de que te estaban haciendo el amor en los oídos.
Zoe se dejó abrazar; era lo que estaba esperando que
hiciera cuando fue a la tienda a por aquello. Le importaba una mierda Tommy, le
importaba una mierda que Scott estuviera bueno (ya no hablemos de Eleanor, le
importaba una mierda que tuviera novia; si ella lo quería, lo tendría), le
importaba una mierda el chico de ojos verdosos que había visto en las fotos de
Instagram de mi inglés y sus amigos… porque estaban lejos, no los conocía, no
como a mí.
Y yo me iba con ellos, la dejaba atrás sin
miramientos.
Por un buen
polvo se cogen aviones, Di, me había dicho una vez, antes de convencerme de
que la acompañara hasta el JFK para coger un avión a Ontario, donde estaba de
vacacione el hijo de uno de los socios de sus padres, al que se había tirado en
varias ocasiones, y al que le apetecía tirarse aquel fin de semana.
Lo hizo, por cierto.
No éramos de las que se quedaban con las ganas de hacer algo. Solíamos
conseguirlo, sin que el precio fuera relevante, pues: a) a nosotras siempre se
nos hacía descuento y b) éramos ricas.
La cubrí a besos, rebusqué en mis cajones en busca de
una caja que había ocultado durante unos días, después de un paseo con mis
padres por la Quinta Avenida en la que el objeto que iba a darle me llamó a
gritos, con una pancarta de “¡soy para Zoe, entra a comprarme!” y sonreí cuando
lanzó un chillido, sacando el collar de perlas más grande del mundo y
enredándoselo varias veces alrededor del cuello. Su pelo cobrizo adquirió un
nuevo brillo cuando la Luna dividida en múltiples esferas contrastó contra las
llamas consumiendo una pila de hojas otoñales.
Me estrechó entre sus brazos y nos echamos a llorar, y
fue ahí cuando me di cuenta de cuánto nos echábamos de menos, con qué alegría
habría cambiado mi destino, lo que habría dado porque yo no volviera a
Inglaterra.
Lo que habría dado yo por no permitirle que me dejara
marchar cuando me bajara del avión y hablara con Tommy sobre lo que había hecho
unas noches atrás.
Z me observó en silencio mientras me ponía el vestido
que me había ayudado a elegir la noche anterior (de corte de tubo, gris, que se
me pegaba al cuerpo como una segunda piel, pero grueso para no permitirme pasar
frío, y de hombros al descubierto) y asintió con la cabeza cuando le pregunté
si me hacía una coleta, o mejor llevaba el pelo suelto.
Cogió unos anillos de mi joyero y un colgante dorado,
compuesto exclusivamente por un pequeño triángulo al que sostenía una cadena
tan fina que casi parecía levitar.
Era el que llevaba puesto la última vez que lo vi. Y
Zoe lo sabía.
-Veremos si tu inglés te merece, Lady Di-bromeó,
pasándomelo por el cuello, apartándome el pelo con una mano y enganchando el
colgante en la otra. Me volví hacia ella.
-Tienes que venir. Quiero que lo conozcas-le cogí las
manos-. No hagas planes para Pascua.
Zoe hizo una mueca.
-¿Piensas estar con él hasta Pascua?
Puede que fuera el haber llamado a Scott y darme
cuenta de hasta qué punto era verdad lo que le había dicho a su amigo en el
aeropuerto, puede que influyera el que Tommy y yo nos hubiéramos acostado entre
arte, puede que fuera que sólo él podía mostrarme una faceta del sexo con la
que los demás ni siquiera soñaban… o puede que, simplemente, el primer amor sea
el que sientes con más fuerza, el que te hace decir más tonterías, y por el que
más estás dispuesta (casi deseas, a un nivel místico) a sufrir.
Por eso, y porque estaba frente a Zoe y no frente a
otra persona, dije sin dudar:
-Pienso estar con él hasta que exhale mi último
aliento, Z.
Zoe sonrió, acariciándome el cuello con la mano que le
había dejado libre. Puede que le pareciera tierno mi lado sensible, un lado que
no sabíamos que yo poseía.
Ojalá le enterneciera la parte de mí que tenía los
días contados.
-Dijimos que nunca nos convertiríamos en esas chicas
que sólo cogen aire para suspirar por sus novios, Didi.
-Cuando lo conozcas, lo entenderás, Z.
Me dedicó una sonrisa torcida que le hinchó
exclusivamente una mejilla. Me acarició los nudillos.
-Me da muchísima pena que te vayas otra vez-confesó-,
pero viendo cómo te marchas, y viendo cómo estás por quien te espera al otro
lado… creo que hasta me alegro.
-¿Y porque tienes toda Nueva York para ti sola?
-Sí, Didi, ¿te imaginas la cantidad de polvos que voy
a echar ahora que no tengo competencia?-nos echamos a reír-. No, ahora, en
serio. Esta ciudad se me hace inmensa sin ti.
-Oh, Zoe-sonreí, inclinándome hacia ella y volviendo a
estrecharla entre mis brazos, inhalando el perfume de lavanda que se ponía cada
vez que se bañaba. No recordaba que nos hubiéramos puesto tan sensibles en toda
nuestra vida, pero, a la vez, también entendía que la situación en la que
estábamos era completamente nueva.
Mamá llamó a la puerta; apenas fue un roce con los
nudillos antes de tirar del picaporte y mirarnos con aprensión.
-¿Diana? ¿Estás lista?
Me limpié un par de lágrimas que se me enredaban en
las pestañas como arañas en sus redes y asentí con la cabeza. Cogí mis maletas,
sonreí cuando Zoe me quitó una (“espero que tengas aquí el vestido de Chanel,
si no, dime dónde lo llevas, para saber qué maleta robarte”) y me negué en
redondo a que mamá me ayudara con mis cosas. Bajé las maletas por las escaleras
asegurándome de hacer el mayor ruido posible, esperando por un lado romper los
escalones para que se acordaran de mí aun cuando ya me hubiera marchado, y me
metí en el ascensor sin echar un último vistazo a mi casa.
En el avión lo lamentaría, porque ya no recordaba la
disposición de las fotos en la estantería, ni si el Grammy estaba girado hacia
la izquierda o la derecha. Pero, en el momento, lo único que podía hacer era
irme de allí con toda la dignidad del mundo, dejar que la parte de mí que se
resistía a abandonar Nueva York tomara el control y les indicara a mis padres
que m e iba en contra de mi voluntad.
En teoría, era así y, aunque tenía muchas ganas de ver
a Tommy, lo cierto era que también quería quedarme en mi habitación, y no en
una triste simulación de ésta en un ático mil veces más pequeño, seguir siendo
la diosa invulnerable de siempre a la que no podía afectarle absolutamente
nada, y esperar con tranquilidad a que mi móvil empezara a sonar y a iluminarse
con el nombre de alguna jefa de editorial de las revistas más importantes del
mundo.
Me había visto obligada a hacer ver que mi breve
estancia en Inglaterra no había puesto mi vida patas arriba cuando escuché a
mis padres, a los pocos días de que cayera la bola en Times Square, hablar de
que parecía que mi camino se había enderezado… puede que no necesitara volver a
Inglaterra, después de todo.
Nada más oír aquella conversación, le mandé un mensaje
a Zoe planeando una orgía. Al final, me acosté sólo con un par de chicos, y no
tomé tantas drogas como solía hacer; pero fue suficiente para que mis padres no
detectaran evolución alguna, creyeran que seguía siendo la misma cabrona cínica
de siempre… la que era, por lo menos, con ellos cerca.
Me puse las gafas de sol cuando salimos al vestíbulo
del edificio, me afiancé mi abrigo de pelo blanco como el de un oso polar, y
salí a la calle refulgente por la nieve que vomitaba los rayos con que el sol
la acribillaba, y los flashes de los fotógrafos que ya se habían enterado, de
alguna manera, de que yo me volvía a mi encierro espiritual: regresaba a mi
ataúd social.
-Diana, ¿es cierto que has renunciado al desfile de
Versace del mes que viene?
-¿Estarás en la gala del Met?
-¿Qué relación tienes con el chico del
aeropuerto?-tuve que sonreír al escuchar la pregunta: ¿en serio iban a intentar
hacerme hablar de esa manera, con cuestiones estúpidas?
-¿Algún comentario sobre los rumores de la clínica de
desintoxicación?
Me metí en la limusina sin hacer caso de sus
inquisiciones, de la misma forma que Zoe y mamá. Papá ya estaba dentro de ella;
me quité las gafas y dejé que me diera un beso.
No hice ademán de devolvérselo, claro está.
Se pusieron a hablar de las cosas que me había perdido
mientras estaba “fuera” (como si marcharme hubiera sido algo que había decidido
por voluntad propia), de los planes que tenían para cuando volviera, de cuándo
podría volver, de los progresos que terminaría haciendo en Inglaterra, rodeada
de gente tan tranquila y amable…
-¿No os preocupa que pueda corromper a los ingleses,
en lugar de que ellos terminen por arreglarme a mí?-espeté, y mamá enmudeció.
Papá sólo apretó la mandíbula, frunció el ceño, se frotó las manos, cerró los
ojos un par de segundos, y luego miró a mamá, invitándola a continuar con su
monólogo.
La vomitona de palabras regresó, pero todos en la
limusina nos dimos cuenta de que era mucho más vacilante, en ocasiones incluso
tímida, que la anterior.
La escena con los fotógrafos se repitió nada más
detenerse la limusina ante el aeropuerto. Pasé de ellos más olímpicamente aún,
me metí dentro de la terminal tras mis padres, con la cabeza muy alta. Dejé las
maletas para embarcar y me acerqué a los controles de seguridad.
-¿No se te olvida algo, Diana?-preguntó mi padre, con
un toque serio en su voz, pero tono totalmente inocente. Me giré, me atusé el
pelo, acaricié la suavidad de mi peludo abrigo, y me encogí de hombros.
-Cuídate, Zoe.
Z se mordió los labios para no echarse a reír, presa
de un ataque de histeria, delante de mis padres. Quería caerles bien; solíamos
ir de angelitos delante de los padres de la otra, para que no se les ocurriera
echarnos la culpa de las locuras que hacía su hija cuando estábamos de fiesta.
Mamá puso los ojos en blanco, harta ya de mi actitud.
Seguro que se alegraba de que me fuera, de tener la casa para sí misma, y que
los focos volvieran a centrarse en ella y en sus diseños (que, por cierto,
habían empeorado bastante desde que me marché, pero como yo no estaba para
lucirlos, podría echarles la culpa a las modelos más feas a las que estaría
obligada a contratar).
Papá, por el contrario, no pareció inmutarse de mi
intento de irme de este mundo segando cabezas en el campo de batalla, pues se
acercó a mí, me tomó de la cintura, me pegó a él y me rodeó con los brazos.
Luché con todas mis fuerzas contra el impulso de
devolverle el abrazo y, claramente, como ya era de esperar, fallé. Terminé
cerrando los ojos, inhalando su aroma, el aroma de mi infancia y los
sentimientos de seguridad que venían cuando él estaba cerca de mí, y subiendo
un brazo (uno solamente, tampoco íbamos a fliparnos) por su espalda.
Me gustaba sentirme rodeada, pero no iba a ceder con
tanta facilidad.
-Algún día-me susurró al oído, sin que nadie pudiera
oírnos, yo era la única confidente del secreto que estaba a punto de
desvelarme-, verás que todo lo que hemos hecho ha sido por tu bien.
Me separé de él sin decir nada; tan sólo lo miré un
momento, en el lapso de tiempo que mamá tardó en acercarse a mí, estrecharme
entre sus brazos y echarse a llorar. Le devolví el abrazo con desgana; puede
que la idea hubiera sido de papá, y puede que me lo hubiera pasado mejor de lo
que me había esperado en un principio en Inglaterra, pero una parte de mí no
podía dejar de culparla porque no hubiera peleado por conservarme a su lado. No
había hecho nada más que contemplar el sobre con horror y fascinación de igual
manera mientras papá la convencía de que lo mejor sería que me fuera, que
abandonara Nueva York y su atmósfera venenosa, probablemente el único factor
que, en su cabeza, tenía verdadera influencia sobre mi comportamiento.
Parece ser que yo era la única persona en el mundo que
no le pertenecía a sus circunstancias, sino a su ambiente.
-Te quiero muchísimo, cariño-me acarició el rostro,
sorbiendo por la nariz. Después de sostenerlo entre sus manos un rato, como
queriendo memorizar mis facciones (qué tontería, podría verme todos los días si
se asomaba a la terraza y echaba un vistazo en dirección a Times Square), se
llevó un dedo a la comisura de los ojos, capturando las lágrimas que le manaban
de ellos por estar abandonando (de nuevo) al (único) fruto de su vientre.
Asentí con la cabeza, en señal de aceptación. No iba a
conseguir que le dijera que la correspondía, porque, ¿lo hacía de verdad? Es
decir, se supone que debes querer a tu madre, y que ella te quiere a ti, pero
una madre no te manda al otro lado del mundo cuando das un poco más de guerra
de la habitual.
-Que tengas un buen vuelo, mi amor-me deseó
finalmente, dando un paso atrás y dejando que papá la envolviera con su enorme
brazo. Zoe volvió a abrazarse a mí, me dio un beso en la mejilla, me dijo que
me quería, sonrió cuando le dije que yo también, y se separó de mí lo justo
para mirarme a los ojos y decirme:
-¿Inglés tenía que ser, Diana?
Creo que se me encendieron un poco las mejillas; lo
noté tanto en mi cuerpo, en el calorcito interior que me invadió cuando volví a
pensar en él, en sus brazos y sus ojos azulísimos, como el cielo en que me iba
a zambullir durante horas para verle, en la forma que tenía de hablar, de
besarme, de hacerme suya y pronunciar su nombre; pero también lo noté en el
chispazo que se manifestó en los ojos de Zoe una vez comprobó los efectos que
Tommy tenía en mí.
-Tenía que ser él, Zoe.
Me dio un último apretón en los brazos, me volvió a
dar un beso en la mejilla, y se abrazó a sí misma mientras me observaba
marchar. Dio un paso atrás, hasta situarse con mis padres, y se tapó la sonrisa
de sentimientos encontrados que le invadía la boca con el puño cerrado, oculto
tras el jersey de lana verde que se había puesto para la ocasión. Mamá extendió
la mano, y Zoe se la cogió, mientras yo dejaba mis cosas en una bandeja y
esperaba pacientemente a que me dejaran pasar por el detector de metales.
Cuando me volví, ya con mi pasaporte guardado de nuevo
en el bolso, junto al billete de avión, y todas mis cosas escaneadas por la
cinta, los descubrí llorando.
Levanté la mano a modo de despedida, me dejé arrastrar
por la marea de gente, y me prometí que no lloraría hasta que el avión no
hubiera despegado.
Empecé a hacerlo nada más sentarme, pero nadie quiso
darle más importancia de la que tenía, a ojos externos: una chica que dejaba
atrás su familia y a sus amigos, que estaba triste por irse al exilio.
Nadie podía ver lo mal que me sentía porque sabía que,
en algún punto del océano, volvería a traicionar a la Diana que había sido
cuando cogí el avión por primera vez, y resucitaría a la chica que había vuelto
de Inglaterra con unas ganas tremendas de que llegara ese momento.
No me gustaba estar traicionando lo que había sido
hacía unos meses por cómo me hacía sentir una única persona. No era justo. Pero
era así.
Una de las azafatas me tendió un pañuelo, con ojos
brillantes de compasión, y yo lo acepté. Apoyé la cabeza en la ventanilla del
avión, hice caso omiso de las indicaciones del piloto, recliné un poco el
asiento, me cubrí con una manta y clavé la mirada en el exterior. Nueva York se
inclinó ante mí, despidiéndose, y casi suplicando que volviera pronto, y
volviera siendo yo. Ve fuerte, o vete a
casa.
Yo no podía ir
fuerte, ni tampoco podía irme a casa.
En cuanto el Empire State se perdió entre la bruma de
las nubes, empecé a llorar como una niña pequeña a la que le han roto su muñeca
favorita. No podía querer ser de Tommy y, a la vez, querer ser mía.
Todo esto era horrible.
Aproximadamente en el mismo
momento en que el avión se estabilizaba y se apagaban las señales de los
cinturones, con varios pañuelos mojados y arrugados ya en mi regazo, la razón
de que yo estuviera así abrió los ojos, cogió el móvil, miró la hora y, después
de pensárselo un momento, desbloqueó el aparato y se fue directamente a la
aplicación de mensajes.
-Scott-escribió. Puede que tuviera suerte y su mejor
amigo no se hubiera acostado aún y la media luna no hubiera hecho acto de
presencia todavía. Pero, Scott estaba en la cama, Tommy no lo molestaría.
Llevaba varios días en los que apenas dormía, ya fuera
porque estaba demasiado ocupado revisando su lista de conquistas, sacudiendo el
polvo de sus artes amatorias, o tirado en la cama pensando en un millón de
cosas. Las mismas voces que hacía varios años habían conseguido casi anularlo
estaban volviendo a cobrar intensidad.
Era la primera noche en que Tommy no iba a dejarlo en
casa y se aseguraba de que se quedaba dormido antes de marcharse, cansado como
pocas veces lo había estado en su vida, y por una parte se odiaba a sí mismo
por privar a Scott de un sueño que necesitaba como el aire para respirar…
… pero por otro, sabía que, si Scott estaba despierto,
le haría bien tener a alguien con quien hablar.
Y ese alguien sólo podía ser él.
Tommy suspiró de alivio cuando vio que, debajo del
nombre, la frase cambiaba de un “última vez a las 00:26” a “en línea”.
-Tommy, ¿no puedes dormir?
Tommy negó con la cabeza, y luego sonrió al darse
cuenta de que Scott no podía verlo, aunque realmente no hiciera ninguna falta.
Simplemente le mandó un emoticono al azar.
-Estaba pensando.
-Ya me parecía a mí que olía a quemado.
-¿Vas a venir a acompañarme a recoger a Diana?
Yo apenas había dejado atrás la costa de mi país, pero
a Tommy ya le estaban entrando ansias de venir a verme. Puede que no lo
anticipara en exceso por lo que me tenía que contar, pero me echaba
terriblemente de menos, el deje de mi voz al hablar con ese acento que tanto le
gustaba, la manera que tenía de cambiarle el nombre a los deportes que más se
practicaban en mi país, la longitud de mis piernas, lo sedoso de mi melena y lo
profundo de mis ojos verdes, que no podían compararse con océanos, pero sí con
junglas en las que miles de almas se habían perdido en busca del paraíso
dorado…
-Claro, tío-contestó rápidamente Scott-. Contaba con
eso, ¿o no querías?-le mandó un lacasito con gafas de sol, lo único que no
había cambiado en su vida durante mi ausencia. Por lo demás, nada era como yo
lo había dejado, salvo ellos dos. Claro que, pensándolo bien, considerar que
ellos dos se mantuvieran juntos tampoco tenía demasiado mérito: era como poner
la mano en el fuego y tener la certeza de que se quemaría.
Tommy le mandó recursos a la aldea guerrera, así como
vidas al Candy Crush. A cambio, Scott dividió a su ejército y ordenó a una
parte de éste que acompañara al de Tommy en una expedición durísima, y le envió
los materiales necesarios para que su granja siguiera siendo próspera. Hicieron
FaceTime mientras yo me moría del aburrimiento en el avión, ya más tranquila y
abandonando mi lado más deprimido; se putearon el uno al otro desde sus
respectivas camas, hasta que Tommy ordenó a Scott que se pusiera a dormir, a lo
que Scott replicó:
-Soy seis meses…
-Cinco meses y 24 días.
Scott entornó los ojos, mordisqueándose el piercing,
decidiendo cómo mandarlo a la mierda sin ser demasiado sutil, pero, a la vez,
manteniendo la elegancia.
-Vale, pues soy cinco meses y 24 días mayor que tú,
por lo tanto, eres tú el que tiene
que obedecerme a mí. Yo no sigo tus
órdenes, Tommy.
-Pero te vas a acostar en cuanto yo cuelgue, ¿verdad?
Scott se lo pensó un momento.
-Me encanta la relación que mantengo con mi cama. Es
la única que merece la pena ahora mismo.
-Vaya, muchas gracias, S.
-T, no te pongas celoso. Lo nuestro es espiritual-le
diría, sonriéndole la pantalla, y T, a pesar de todo, de sus dudas, de lo mal
que se sentía por hacer que lo compartiera con Diana, de lo mucho que sufría
recordando cómo había tocado a Megan sin tener ya ninguna excusa efectiva sobre
que no sabía lo que hacía ni con quién, a pesar del dolor que le producía ver
lo mal que lo había estado pasando Scott últimamente, se echó a reír. Porque
estaba con Scott, más o menos, y eso no podía ser malo-; lo de mi cama y yo, en
cambio, es más físico que otra cosa. Espero que lo entiendas.
-Ponte a dormir, filósofo.
-Scott de Éfeso-se burló el musulmán, le guiñó un ojo,
le dio las buenas noches, y se desconectó.
Tommy se despertó y se incorporó en la cama,
impaciente y extasiado, en el momento en que yo atravesaba una zona de
turbulencias, a mitad de camino. Se metió en la ducha sin hacer caso del reloj,
que le decía que era una hora demasiado indecente como para estar levantándose
sin resaca en lugar de acostándose borracho, abrió a tope el grifo del agua
caliente y se quedó allí plantado unos minutos, disfrutando de cómo se le
enrojecía la piel, mientras por su mente desfilaban los recuerdos de lo que
había sido tenerme allí.
Salió a la media hora, se miró en el espejo, decidió
que era un buen momento para afeitarse, rezó en silencio mientras se echaba la
espuma para no cortarse, y procedió a acicalarse para mí.
Desayunó tortitas cuando a mí me daban el segundo
aperitivo, le sonrió a su hermano cuando éste bajó las escaleras, frotándose
los ojos, y le dijo que les dijera a sus padres que se iba a casa de Scott. Dan
asintió, se quedó con las sobras de Tommy, y le dio un beso cuando su hermano
mayor se lo pidió, ya vestido con unos vaqueros, una camisa y un jersey por
encima.
Shasha le abrió la puerta en casa de Scott.
-Está durmiendo-fue todo lo que le dijo, antes de
hacerse a un lado y olfatear su colonia-. ¡Dios, Tommy! ¿Qué llevas puesto?
Huele genial.
-Aftershave.
-¿Te has afeitado?-estalló Shasha, abriendo muchísimo
los ojos. Tommy la miró, sonriendo.
-Pues sí.
-¿Puedo…?-preguntó, estirando una mano con la palma
vuelta hacia él. Por toda respuesta, Tommy giró la cara y se dejó tocar el
mentón.
-¡SHASHA!-tronó Sherezade, que acababa de despertarse
y bajaba las escaleras. Tommy dijo que no importaba, que la entendía y
compartía su entusiasmo por sus mejillas suaves, y subió las escaleras en
dirección a la habitación de Scott.
Subió las persianas, llamó a Scott, se sentó a su
lado, le acarició la cara y sólo obtuvo por respuesta un leve movimiento de
nariz. Le pellizcó la mejilla, pero Scott no se despertaba.
-Scott. Scott. S. Scott. Arriba, Scott, venga, Scott.
Scott-sonrió con malicia al formársele una idea-. Yasser.
Scott abrió un ojo y lo miró a través de las brumas
del sueño. Tommy se echó a reír.
-Ya sé qué he de hacer cuando no te despiertes, tío.
-¿Qué pasa?
-Te he llamado por tu nombre; el que te gusta tanto.
Scott puso los ojos en blanco.
-Eres un hijo de puta.
-Levántate; tenemos que ir a por Diana.
Scott miró la hora y bufó.
-Quedan tres horas para que llegue-se quejó, volviendo
a esconderse debajo de las mantas. Tommy le arrancó su escondite.
-Sí, pero entre que desayunas, te duchas, te vistes…
-¿Qué pasa, que ahora huelo mal?-ladró Scott.
-¡¿Te quieres callar?! ¿Vienes conmigo a buscar a
Diana o no?-tronó Tommy, y Scott alzó las cejas, se frotó la cara, asintió con
la cabeza y le pidió que le pasara una camiseta que ponerse. Los diez minutos
que estuvo duchándose, lo hizo con la perorata de Tommy sentado en la taza del
váter debatiendo consigo mismo cómo reaccionaríamos los dos al volver a vernos:
¿habría cambiado algo entre nosotros? ¿Que yo me hubiera acostado con varios
tíos habría enfriado lo que sentía por él? ¿Y que él se hubiera acostado con
Megan, y que casi lo hiciera con Layla, me importaría mucho? ¿Me lo tomaría muy
mal, lo de Megan, quería decir?
-Ojalá me ahogue con esta ducha para no tener que
seguir aguantándote, Thomas-protestó Scott, y Tommy se quedó mirando su silueta
a través de las cortinas de la ducha.
-¿Puedes ser un poco más comprensivo, por favor?
-Pásame el champú, que la puñetera de Sabrae se lo ha
terminado y no ha cambiado el bote.
-¡Ni de puta coña te vas a lavar el pelo! ¡Tardas dos
años!
-¡QUE ME PASES EL CHAMPÚ, O TE METO LA CABEZA DENTRO
DE LA TAZA DEL VÁTER, Y ENTONCES SÍ QUE LLEGAMOS TARDE POR ALGO!
Tommy se lo pasó a regañadientes, Scott se lavó el
pelo, bufando cada vez que Tommy hacía una pausa para coger aire entre pregunta
y pregunta, se envolvió una toalla a la cintura e hizo ademán de afeitarse
también.
-¡NO!-protestó Tommy-. ¡YA HEMOS PERDIDO BASTANTE
TIEMPO! ¡ESTÁS BIEN!
-Me siento raro si no me…
-VÍSTETE-rugió Tommy, tirándole la ropa y haciendo
caso omiso de la sugerencia de Scott de lugares por los que se podría meter la
ropa, o lo que podría hacer con ella.
Tommy fingió no escucharlo; tan sólo entrecerró los ojos, intentando
hacer más presión en Scott, y se abalanzó sobre él a ayudarlo a ponerse la
camiseta cuando se percató de que Scott estaba postergándolo todo
deliberadamente-. Me cago en tu madre, te juro por dios que cualquier día te
mato…
Scott se reía, Tommy le intentaba dar bofetadas y, en ocasiones,
lo conseguía. Sólo en ocasiones.
Tommy estuvo a punto de sacarlo de casa sin desayunar;
menos mal que Sherezade estaba allí para velar por los intereses estomacales de
su hijo, y consiguió convencerlo para que su partida se atrasara un poco.
Scott sólo tomó leche y cacao: empezaba a sentir el
nerviosismo de Tommy también en su interior, y no le gustaba lo histérico que
se estaba poniendo su mejor amigo a medida que el reloj avanzaba en su abrazo
de espiral y no se movían. Le dio un beso a su madre, le dijo que nos esperara
(a los tres) para comer, cogió la chaqueta y se lanzó al frío londinense.
Aguantó estoicamente la nueva perorata de que Tommy farfullaba por debajo del
cuello de su jersey, le dijo que estaba feísimo las siete veces que le preguntó
su amigo cómo le quedaba la ropa que llevaba puesta, y sonrió, mirándose los
pies, cuando Tommy musitó:
-Es que quiero estar guapo para ella, ¿sabes, S?
Lo miró con sus ojos verdosos chispeando de alegría,
la alegría de ver a Tommy bien con una chica otra vez. El pobrecito de Tommy,
el bueno de T, bien que se lo merecía.
-Creo que me voy a sacar una licencia de cura por
internet, y voy a oficiar la boda en el aeropuerto, ¿qué te parece?
-Que eres musulmán.
-El amor es el amor, Thomas. No conoce de creencias ni
etiquetas.
Fue subirse al autobús y relajarse un poco el de los
ojos azules, a la vez que se ponía más nervioso: faltaba poco para verme, con
todo lo que ello implicaba. Aceptó uno de los auriculares que le tendió Scott,
apoyó la cabeza en el cristal y le hizo cosquillas en el cuello al otro cuando
éste apoyó la cabeza en su hombro, y contempló la ventana, los árboles pasar,
los coches desfilando increíblemente osados, adelantándolo y poniendo más
distancia y minutos entre nosotros.
Scott se quedó dormido en su hombro.
-Me vas a manchar el jersey con tus babas-protestó
Tommy, sacudiéndoselo de encima.
-Lo que te voy a manchar es la cara-replicó Scott, y
le pasó la lengua por la mejilla como si se tratara de un ejemplar de San
Bernardo que se hacía la fotodepilación, aunque no fuera en todo el cuerpo.
Llegaron al aeropuerto dos horas y media antes de que
mi avión aterrizara; todavía me faltaba para vislumbrar, siquiera, la costa
irlandesa. Se acercaron al panel que anunciaba los vuelos para saber en qué
terminal descendería yo, por qué puerta de salida aparecería.
Scott se metió las manos en los bolsillos.
-¿Quieres un donut mientras esperamos, T?
-Nah.
-Invito yo.
Tommy lo miró un momento; la nuez de su cuello bajó y
subió cuando tragó saliva. Scott no estaba nervioso, así que podía comer con
toda naturalidad. Tommy estaba que se subía por las paredes, así que necesitaba
engullir todo lo que se le pusiera por delante. Si alguien le hubiera puesto a
Astrid enfrente, asada y con unas pocas especias que le dorasen la piel, puede
que protestara un poco antes de devorársela a dentelladas, como si de una hiena
se tratara.
-¿Podemos comérnoslo aquí?
-Pero en el Dunkin tienen unos sofás comodísimos, y te
dejan rellenarte la bebida si…-Tommy puso cara de cachorrito; Scott suspiró-.
Está bien, iré a por la comida y nos la comeremos aquí delante.
Scott volvió con una caja que contenía tres donuts
diferentes y tres iguales en su tono cerúleo. Activé el wifi del móvil y me
encontré con los mensajes de Tommy:
-Ya estamos en el aeropuerto.
-Dios, qué ganas de verte.
-Eres Diana Styles, ¿seguro que no puedes acercarte al
piloto y decirle que acelere un poquito?
-Te echo de menos, Didi.
Pero el último era el mejor:
-Te quiero-acompañado de todos los corazones que la
aplicación de mensajería le permitía añadir. Sonreí al verlos, marqué el
mensaje como “importante” y me arrebujé en el asiento mientras el avión
terminaba de surcar lo poco que aún quedaba de aguas internacionales, y se
adentraba, por fin, en territorio irlandés.
Cuando anunciaron en qué lado de la terminal
desembarcaría y a qué hora, Tommy obligó a Scott a moverse. Ambos chicos se
dirigieron hacia las puertas de salida del aeropuerto, esperando, uno con más
impaciencia que el otro, a que yo por fin apareciera. Una azafata me ofreció
una bebida mientras Tommy se quedaba apoyado en la barandilla, observando a la
gente salir.
-T, falta una hora-comentó Scott-, ¿y si vamos a mirar
videojuegos?
Tommy le lanzó tal mirada envenenada que Scott no hizo
más que hundir los hombros, asentir con la cabeza, pensando en qué sucedería si
fuera él quien estuviera esperando a una novia suya (y se le encogió un poco el
corazón al recordar que hacía días que no tenía novia), esperar al lado de él con
las manos en los bolsillos del pantalón, y finalmente decir que se iba a dar
una vuelta.
-¿Quieres
que te traiga algo?
Tommy
lo miró y sonrió.
-A Diana-las mejillas de Scott se hincharon ante la
contestación de su amigo y, raudo y veloz, se apresuró a desaparecer en
dirección a las tiendas de videojuegos.
Las nubes se cebaron con el vuelo en sus últimos
momentos de vida. El avión se sumió en una especie de sopor inducido por la
blancura que nos rodeaba: bien podríamos estar sobrevolando el mismo infierno y
aquello ser el humo que despedían cientos de cadáveres, y no sospecharlo hasta
que fuera demasiado tarde y el aparato se precipitara hacia la lava que
conformaba el suelo.
Me tapé de nuevo con la manta, no lamentando ni un
solo segundo el no haberme puesto medias a pesar de ser invierno, y sonriendo
para mí misma al pensar en lo poco que podría hacer Tommy por evitar que se le
fueran mis ojos hacia mis piernas, y sonreí, dando un sorbo de mi bebida,
acabándomela por fin. Se encendieron las luces que indicaban la obligatoriedad
de tener los cinturones abrochados, varios pasajeros tuvieron que aguantarse
por postergar la visita al lavabo durante demasiado tiempo y, entre sacudidas,
el avión continuó hundiéndose cual barco en el océano embravecido, adentrándose
cada vez más y más y en la niebla inducida por las borrascas que nos rodeaba.
Los chicos se retiraron a una zona más apartada,
esperando a que anunciaran que mi avión acababa de tocar tierra, hartos de que
un montón de asiáticos los abordaran, rodearan y amenazaran con aglutinarlos en
la marabunta que conformaban.
Por fin, se pudo ver un poco de territorio inglés a
través de la ventanilla. El avión dio un giro de 90 grados, clavando las alas
en el suelo por un segundo, y se encaminó al aeropuerto, descendiendo más y
más. Estaba lloviendo, pero no me importaba. Creía que se debía a que me reunía
con Tommy: después, lo achacaría a que el cielo lamentaba con qué fiereza iba a
querer fundirme con él, tras hablar con mi inglés favorito.
Tommy se levantó como un resorte en cuanto las ruedas
del aparato tocaron tierra, animado por los anuncios de megafonía, anunciando
mi desembarque inminente.
Fui la primera en levantarme y abalanzarme sobre mis
cosas: recogí el equipaje de mano, salí apenas habían colocado la pasarela en
la puerta del avión, y casi corrí en dirección a las cintas transportadoras de
maletas. Me senté a esperar a que desfilaran ante mí, pero la cinta se
arrastraba regodeándose en lo vacía que estaba, de modo que me levanté, me puse
a dar vueltas, me senté, miré el móvil, volví a levantarme, rodeé la cinta para
colocarme en la parte por la que empezaban el paseo las bolsas…
… naturalmente, fui de las últimas en recoger su
equipaje, como no podía ser de otra manera.
Los metros que me separaron de Tommy mientras
arrastraba toda mi vida contenida en unas cuantas maletas fueron los más largos
de mi vida pero, a la vez, también los más hermosos. Scott había insistido en
que me dejaran espacio para verme mejor, en que sería mejor que nos encontráramos
en un lugar en que tuviéramos espacio para abrazarnos, besarnos, y hacer lo que
quisiéramos (pero que sea legal en
público, ¿eh, T? Tampoco queremos dar lecciones gratuitas) a ir apretujados
entre la gente y no poder disfrutar de los primeros momentos de mi vuelta.
Seguí a la marea de gente en dirección a la salida,
mirando a mi alrededor, escaneando cada cara de las que esperaban a sus seres
queridos, decepcionándome cada vez que me encontraba con unos ojos azules que
no eran los suyos, y desesperándome cuando posaba la mirada en unos ojos que ni
siquiera tenían el color del mar.
Hasta que, por fin, nuestros ojos se encontraron.
Tommy miró un segundo a Scott, como pidiéndole
permiso. Era 5 meses y 24 días mayor que
él, así que podría decirse que, en ese momento, en ese preciso instante, estaba
dispuesto a obedecerle… si le decía lo que quería oír.
Scott se frotó la mejilla, sonriendo.
-Corre a por tu chica, tigre.
Y eso es lo que hizo mi inglés. Salió disparado en mi
dirección, y yo en la suya, sonriendo y cargando con mis maletas. Esquivó a la
gente como lo haría una gacela, con la habilidad de quien lleva haciéndolo toda
la vida; pidió perdón cuando se chocó con una pareja que celebraba su
reencuentro con un abrazo que hizo que se olvidaran de cuidar de sus maletas;
saltó diversas bolsas colocadas en el suelo de unos turistas que se afanaban en
encontrar su itinerario de viaje, y, cuando ya no podíamos más, cuando no
soportábamos la ausencia del otro, lo cerca que estábamos y, a la vez, lo
lejos, nos alcanzamos.
Dejé caer mis cosas, di un brinco y lo abracé, tanto
con los brazos como con las piernas. Él hundió su cara en mi melena e inhaló el
aroma de mi champú y mi acondicionador, mientras yo le acariciaba la nuca y
cerraba los ojos, concentrándome sólo en el tacto de su cuerpo contra el mío,
de sus brazos sujetándome y de su esencia envolviéndome.
Y estaba bien.
Y me importaba una mierda no estar en la ciudad que me
había visto nacer.
Porque estaba en casa.
-Tommy-susurré, sintiendo que se me llenaban los ojos
de lágrimas, pero eran lágrimas de felicidad.
Me besó el cuello y yo me derretí entre sus brazos, me
convertí en un líquido con el que podría hacer lo que quisiera. Era suya,
eterna e irremediablemente suya.
-Creía que me iba a volver loco, esperando y
esperando, viendo la cantidad de gente que salía, y tú no aparecías… Pero ya
estás aquí.
Me besó en los labios, primero con pasión, como si
acabara de llegar de una travesía por el desierto que había durado más de lo
previsto y hubiera acabado con todas sus reservas de agua, y no tuviera una
gota en su cantimplora, y yo fuera el oasis que había estado buscando con tanta
obstinación.
-Estoy aquí-susurré.
-Dios, Didi, estás aquí de verdad…
-Y tú eres de verdad...-susurré, aferrándome a su
cuello. Nos miramos un momento: se perdió en la jungla de mis ojos, yo buceé en
el lago cristalino de los suyos. Me dejó en l suelo y volvimos a besarnos, y
nada más importaba: sólo sus manos en mis caderas y mi cuello, sólo mis dedos
recorriendo su pelo y sus brazos, sólo nuestras bocas unidas y nuestras lenguas
acariciándose, como si fueran viejas amigas… porque eran viejas amigas.
-T-dije, con su boca en la mía, y él sonrió al
escuchar su apodo de mi boca y probar, a la vez, la curvatura de mis labios y
el sabor de mi lengua cuando decía su nombre-, no puedo creerme que seas real,
yo…
-Soy súper real-sonrió. Me separé un poco de él,
aclarándome las ideas.
-No lo entiendes, yo… contigo estoy asustada,
¿sabes?-inclinó la cabeza hacia un lado, escuchando-. Estoy asustada de que
puedas irte, y no me gusta estar asustada, ni tener miedo, pero por ti merece
la pena, aunque me ahogue en mis pesadillas, y…
Dio un paso al frente, recuperando la distancia que
había ganado para nosotros, y me besó con más pasión de lo que había hecho
nunca, con su mano en mi mejilla.
-¡Tommy! ¡Acabas de joder mi declaración!-pero me eché
a reír.
-Perdona, es que… Dios-se pasó una mano por el pelo-,
te quiero tantísimo, Diana.
En ese instante, no existía Layla, ni Megan, ni
ninguna otra chica con la que hubiera estado jamás. Sólo estábamos nosotros
dos: estábamos juntos, el resto del mundo se nos olvidó.
Me acarició el pelo, centrándose en mi coleta. Lo
miré.
-No me la deshagas, Tommy.
Tommy sonrió, sus dedos se detuvieron alrededor de la
goma.
-Tommy, no.
Empezó a tirar de ella, despacio, mirándome.
-¡Tommy! ¡Que no!
Pero terminó de tirar de la goma y me atusó el pelo.
-Eres imbécil.
Alzó las cejas.
-Soy tu imbécil.
Me mordí el labio, luego se los mordí a él, y dejé que
me llevara de la mano con Scott.
Nadie en el mundo hubiera sospechado cómo
reaccionaríamos ninguno de los dos cuando nos encontramos: había tanto que nos
separaba, cosas como Eleanor, cómo nos habíamos conocido y la primera impresión
que le habíamos causado al otro, el asco que nos habíamos profesado… y, sin
embargo, fue sorprendente cómo nos abrazamos sin más, centrándonos en quiénes
habíamos sido la última vez que estuvimos en contacto.
Yo, una chica enamorad de su mejor amigo que se despertaba
por la noche llorando por no sentirse suficiente para él.
Él, el novio de una de de mis pocas amigas en
Inglaterra, y alguien que era capaz de escuchar pacientemente mis dudas y
miedos sin juzgarme, y contarme la historia de cómo había sido posible que
estuviera hoy en la Tierra con tal de tranquilizarme, convenciéndome de que, si
estaba escrito, el destino encontraría la forma de hacer que sucediera.
Lo mío con Tommy tenía que estar escrito. ¿Cuáles eran
las posibilidades de que nos juntáramos, si yo vivía en un continente distinto
al suyo?
Tommy alzó las cejas al ver cómo le pasaba los brazos
por el cuello a Scott, cómo él me pegaba contra sí y me decía que se alegraba
de verme. Vaya, mira tú por dónde.
-¿Os encontráis bien? ¿Queréis que vayamos al médico?
Scott se echó a reír.
-Es el cansancio-explicó.
-Es el jet lag-añadí yo, y los tres nos reímos,
cogimos mis cosas y nos metimos en un taxi. El musulmán tuvo la delicadeza de
sentarse delante, para dejarme besar a mi inglés todo lo que quisiera,
acariciarlo para convencerme de que era real, y volver a besarlo cuando me
parecía que volvía mi hambre de él.
Nos ayudó a pasar mis cosas a la casa de Tommy (mi
casa, me recordé) y, después de mirarnos un segundo, contemplar a Tommy un
momento en el que pareció que se decían algo sin mover los labios, dijo que se
iba a dar una vuelta, y desapareció con un chasquido de la puerta al encajarse
de nuevo el cerrojo.
Me volví hacia Tommy. Teníamos toda la casa para
nosotros solos, pero con mi habitación nos bastaba.
Me abalancé sobre él, y él sobre mí, con la urgencia
de los amantes que sólo tienen una última noche antes de que su historia se
termine para siempre. Sus manos volaron a mis nalgas, me apretaron contra sí,
me hicieron ver lo mucho que me había echado de menos y lo mucho que le gustaba
que yo clavara mis uñas en su espalda, intentando fundirme con él. Nuestras
lenguas se pelearon, tanto fuera como dentro de nuestras bocas hasta que,
finalmente, empezamos a subir las escaleras en dirección a mi habitación.
Subimos las escaleras, tropezamos, nos echamos a reír, y yo le quité el jersey
mientras él subía por mis piernas desnudas.
-No puedo creer que no lleves medias-sonrió.
-Hace calor, comparado con Nueva York.
-Me pregunto por qué.
Sonreímos, seguimos besándonos, lo tumbé sobre la cama
y me tumbé encima de él. Me senté a horcajadas sobre su pecho y continué
besándolo; cada dos por tres, mi melena se interponía entre nosotros, y me
obligaba a estar constantemente recogiendo mechones rebeldes tras la oreja.
-Diana-dijo, con la voz ronca por la excitación-.
Diana, espera, tengo que… decirte algo.
-Luego-repliqué, tenía muchísimas ganas de volver a
tirármelo, necesitaba recordar lo que era el sexo con él, lo distinto que era
del sexo con los demás-. Ahora, centrémonos en lo nuestro.
-Es importante-replicó, pero sus manos le
traicionaban, y por mucho que intentara apartarlas de mí, no era capaz.
-Luego, Tommy-repliqué, y a él le pareció suficiente
con mi resistencia, porque dejó de intentar refrenarse, me ayudó a quitarle la
camiseta, me quitó el vestido gris y metió una mano por dentro de mis bragas.
Noté cómo se endurecía más al notar lo preparada que estaba para él.
Seguí besándolo y ayudándolo a desnudarnos, hasta que,
por fin, los dos estábamos con el mismo traje con el que habíamos venido al
mundo. Me acarició los pechos, me besó el cuello, llevó sus manos al interior
de mis muslos y me hizo suspirar y suplicarle que lo hiciera ya. Sonrió, me
separó más las piernas, me besó los pechos y entró en mí con la boca
entreabierta.
-Joder, sí, Tommy… cómo echaba de menos sentirte en mi
interior-gemí, entre jadeos; él sonrió.
-No te haces a la idea de cuánto he deseado volver a
sentirte así, Didi...-replicó, su boca entreabierta para poder darme todo lo
que yo quería, absorber del aire la fuerza necesaria para demostrarme cuánto me
había echado de menos. Le acaricié la espalda, arqueé la mía, recibiéndolo más
dentro aún, si cabe. Cerré los ojos y dejé escapar un suspiro.
Él gruñó, susurró un “joder, dios, sí, así” cuando le
mordí el labio inferior y tiré de él mientras acompañaba el movimiento de sus
caderas con las mías. Le arañé la espalda, él me mordió las clavículas.
Seguimos moviéndonos, pero algo cambió entre nosotros.
Lo notaba distraído, intentando concentrarse pero sin conseguirlo realmente.
Está preocupado.
Me detuve, él tardó un poco en reaccionar a mi
quietud. Me miró a los ojos y se mordió el labio.
-¿Qué pasa?
-Nada.
-Tommy-suspiré. Le acaricié el brazo, adiós al polvo
salvaje que estábamos echando. Bueno, me servía si me hacía el amor despacito,
como él sabía.
-Nada.
-¿Qué era eso que tenías que decirme?-pregunté,
clavando los ojos en él. Negó con la cabeza.
-Luego.
-Dímelo.
-Ahora no, Diana.
-No, Tommy-me incorporé un poco, amenazando con romper
nuestra unión, pero quería saber qué sucedía, lo necesitaba-, dímelo ahora.
Se me quedó mirando un momento, decidiendo si merecía
la pena contármelo o no. Yo decidí que, la mereciera o no, lo haría. Si estaba
distraído, podría ayudarlo a evadirse, pero necesitaba saber de qué quería,
exactamente, hacer huir su mente.
Suspiró, decidiendo que no podía mentirme a la cara,
decir que las cosas iban bien y eran como antes cuando no era así.
-Me he acostado con otra.
Me eché a reír.
-Ya hemos hablado de esto; no me importa que hayas
estado con Layla, es más, me alegro de que ella…
-No ha sido Layla. Me he acostado con Megan.
Se me paró el corazón; me lo quedé mirando, buscando
una pizca de risa en sus labios, un chispazo de complicidad en sus ojos. Pero
la mecha se había apagado.
Soy un segundo
plato.
Soy un paño de
lágrimas.
Si ella le quiere
de vuelta, él saldrá corriendo para estar con ella.
-Me corro y te
vas.
Frunció ligeramente el ceño un segundo.
-¿Qué?
-Me corro y te vas, Tommy-repetí-, necesito pensar,
pero no te equivoques. No me vas a dejar a medias.
Él no tardó mucho en acabar por la forma en que me lo
follé yo: a pesar de estar debajo, la que llevó la voz cantante y dominó
durante todo el polvo fui yo. Se lo hice con fuerza, como si quisiera hacerle
daño, porque quería hacerle daño, en lo más profundo de mi ser. Había herido mi
orgullo, me había hecho daño donde nadie más podía. Para una cosa que no debía hacer, y le faltaba tiempo para correr a los
brazos de ella en cuanto yo me iba…
Finalmente noté cómo me acercaba al clímax. Me mordió,
me besó, me dijo que me corriera para él, y yo me acaricié mientras él me
embestía, decidiendo que me iba a correr, sí, pero para mí, no para él. Bastante buena estaba siendo, que no le arrancaba
la cabeza por lo que acababa de hacerme.
Después de lo que me pareció una eternidad, acabé
gritando su nombre, arañándole la espalda y rindiéndome a la fuerza de la
gravedad. Cerré los ojos, me pasé una mano por la frente, limpiándome el sudor.
Estaba pegajosa, él también.
Me pregunté si se la habría follado así, si habría
sudado como lo hacía conmigo, si ella habría gritado su nombre como lo había
hecho yo. La verdad es que me había decepcionado a mí misma, regalándole la
palabra que le definía como premio por aquella sesión de sexo que, en realidad,
él habría tenido gustosa con otra.
Siguió moviéndose dentro de mí.
-¿Qué se supone que estás haciendo?
-Te gusta estar conmigo porque puedo hacerte llegar
más veces.
Me eché a reír.
-Quítateme de encima, Tommy.
Me miró.
-Te lo compensaré.
-¿Cómo dices? No tienes nada que compensarme. Lo
nuestro sólo es sexo. Y ya has cumplido. Quítateme de encima.
No se movió.
-¿Estás sordo, inglés?-troné-. ¡Quítateme de encima!
Salió de mi interior y se quedó sentado al borde de la
cama, observándome.
-Diana…-empezó, en tono lastimero, como si fuera un
cachorro al que le estoy negando una chuchería después de que me haga un truco
que me ha costado Dios y ayuda enseñarle.
-Ni Diana ni hostias. No uses ese tono conmigo. Vete.
-Pero…
-¡VETE!-ladré, furiosa, y me eché a temblar, tanto por
el frío que hacía en la habitación en sí como por el frío que sentía en mi
interior, un torrente de emociones congeladas que no hacían más que
enfurecerme.
Cogió los pantalones, se los pasó por las piernas, y
estiró la mano en dirección a su camiseta. Yo me puse las bragas y me lo quedé
mirando.
-Estaba borracho-dijo, cuando se hubo vestido-. Estaba
borracho, y no sabía lo que hacía, y…
-Vale.
Puso los ojos en blanco.
-Va en serio, Diana.
-Vale.
Estiró la mano en dirección a mi rodilla, pero me
aparté.
-Márchate. Necesito pensar.
Pero se quedó ahí, esperando.
-¡Tommy!
-No lo hice por hacerte daño. Ni porque estuvieras con
otros-sacudió la cabeza-. No quería… hacerte daño es lo último que querría en
este mundo, princesa.
Nos miramos un momento, largo y tendido. A pesar de
que la desnudez siempre se ha asociado con la vulnerabilidad, y que yo estaba
prácticamente desnuda, y él no, me sentía poderosa, como si me cubrieran las
más finas ropas de la realeza el día de su coronación. Tenía la sartén por el
mango.
-Yo no soy Layla-dije, y él hundió los hombros, iba a
decir algo, pero lo interrumpí-. Márchate, de verdad, Tommy. Quiero estar sola.
Ve con Scott. Necesito pensar.
Ojalá me hubiera dicho que me quería, porque estaba
dispuesta a creérmelo, aun sabiendo cómo me había traicionado. Pero no lo hizo;
puede que pensara que lo que yo quería era que me dejara en paz, cuando, en
realidad, si se hubiera acercado a mí, me hubiera abrazado y me hubiera dicho
que lo que hizo con Megan no significó nada para él, al contrario de lo que
hacía por mí, puede que lo hubiera perdonado en ese instante.
Pero se marchó sin decir nada, sólo me miró una última
vez antes de abrir la trampilla del suelo y bajar las escaleras, y yo decidí
que no haría el esfuerzo de perdonarlo, que no podría perdonarlo, porque una
cosa era que estuviera con Layla, con diez tías, con cien o un millón, y otra
muy diferente era que volviera con Megan, la razón por la que habíamos empezado
a follar en primer lugar.
Escuché cómo bajaba las escaleras, cogía sus llaves y
se dirigía hacia la puerta. Me lo imaginé echándola vista atrás, mirando al
techo y tragando saliva, decidiendo que tenía que quedarse conmigo, que me
quería a mí y no a la zorra pelirroja.
Pero no lo hizo.
Abrió la puerta, la cerró, y aquello fue el
pistoletazo de salida para que yo me echara a llorar a moco tendido.
No me gustaba sentirme como las demás.
Lo bueno que tenía Tommy era que me sentía una diosa
incluso cuando me hacía sentir mortal, que era especial aun cuando todo el
mundo, en algún momento dado, encontraba a la persona que le hacía sentir
especial, a pesar de ser lo más común del mundo.
Fuera de mí, me levanté y me abalancé sobre el
escritorio; vacié los cajones, destrocé las libretas y los libros que había en
las estanterías, sin hacer distinción entre los que me pertenecían y los que
no; abrí el armario y tiré toda la ropa fuera, incluso rompí algunas blusas que
me encantaban, intentando sentir algo diferente a aquella rabia que me corroía
por dentro.
Joder, incluso descolgué un par de cuadros y los
estampé contra el suelo, con la mala suerte de que sólo conseguí romper uno.
Tiré varios frascos de colonia contra la pared y me quedé mirando las manchas
que dibujaron en ésta.
Todo esto, sin parar de gritar.
Me tumbé, exhausta, en la cama, y seguí llorando y
llorando y llorando, continué sollozando aun incluso cuando escuché la puerta
abrirse y unos pasos atravesando la casa, subiendo las escaleras. Los pasos se
detuvieron debajo de mí, como escuchando, y luego, se acercaron a la escalera
por la que se accedía a mi habitación.
Seguía sintiendo a Tommy conmigo, haciéndome daño, aun
cuando no lo tenía cerca.
La trampilla se levantó un poco. Deseé que fuera él.
Si era él y me pedía perdón… bueno, no sabía qué haría. Dudaba que pudiera
perdonarlo. Pero lo intentaría. Por dios que sí. Conseguiría que se olvidara de
ella y que se diera cuenta de que me quería a mí. No a Megan.
Tampoco a Layla.
Sólo a mí.
Era buena haciendo que la gente me quisiera.
Pero los ojos que aparecieron por la ranura de la
trampilla no eran los de Tommy; no eran azules, sino marrones.
Eleanor terminó de subir las escaleras y se me quedó mirando,
confusa. Supongo que constituía una visión fascinante: tendida en la cama, con
los ojos llorosos, agotada de tanto luchar, contra el mundo, contra mí misma.
-¿Diana?-inquirió. ¿Tan irreconocible estaba?
Quizá fuera como un león sin melena: no lo reconoces,
pierde su majestuosidad.
Nadie me había visto así de vulnerable. Sólo una
persona.
Bueno, dos.
Zoe y Scott.
No me gustaba que hubiera una tercera.
-Déjame sola.
-¿Qué te pasa?-miró en derredor, observando el
estropicio que había montado en un momento.
-Déjame sola, Eleanor.
Pero se acercó a mí, se sentó a mi lado, y me acarició
el pelo. Debía de parecer tan poca cosa, con una camiseta blanca, que encima
había sido de Tommy (claro, por eso me daba la impresión de que seguía estando
con él: la prenda todavía despedía su aroma), tendida en la cama, con los ojos
rojos de tanto llorar, y la voz ronca de ser incapaz de detener la rabia que me
manaba como la lava de un volcán…
-¿Qué ha pasado?-preguntó, cuando vio que me
tranquilizaba un poco.
-No sé si el sexo con tu hermano me compensa por todo
lo que lloro por él-conseguí articular, y ella me sonrió con tristeza,
entendiendo perfectamente a qué me refería. El chico en que pensábamos era
diferente, pero la idea era la misma.
-¿Quieres contármelo?-dijo, acariciándome la espalda,
enredando sus dedos en mi pelo. Lo hacía de forma muy similar a su hermano y,
sin embargo, no había contacto que se me antojara más diferente que el de ellos
dos. Mientras Eleanor lo hacía con ternura y lástima, Tommy lo hacía con
pasión, lujuria. Me gustaba más cómo lo hacía él, a cómo lo hacía ella.
O solía gustarme.
Ya no lo tenía tan claro.
-Se ha follado a Megan-dije, y ella frunció el ceño,
pero yo no pude ver su expresión contrariada. ¿Tommy y Megan? ¿De nuevo? No-.
Soy un clavo. Un pañuelo-me lamenté-. No me quiere de verdad-si me quisiera de
verdad, no estaría pillado también por Layla. Yo era un capricho, puede que
Layla fuera eso también, pero yo era un capricho. No le había gustado lo
suficiente como para conseguir mantenerlo en exclusiva-. Me quiere porque le
ayudo a olvidarla. Me folla y me pone su cara; estoy segura-¿se lo había hecho
a ella como me lo había hecho a mí? ¿O me lo hacía a mí como se lo había hecho
a ella? ¿A quién estaba imitando? ¿Al Tommy de Megan, o al Tommy de Diana?-.
Dice mi nombre entre dientes cuando se corre dentro de mí, porque si abre más
la boca, se le escapará el nombre de ella. Seguro que se masturbaba pensando en
ella incluso después de conocerme-Eleanor negó con la cabeza, apartándome el
pelo de la cara-. No me gusta ser un segundo plato-la miré-. Pero no soy un
segundo plato, en realidad. Encima, está Layla. Soy un puto canapé al final de
la comida. Ni siquiera me merezco que se me considere un postre.
Volvió a negar con la cabeza, acariciándome la
mejilla.
-Mi hermano te quiere.
-Tú eso no lo sabes.
-Sí lo sé. Cerraba la puerta cuando llamabas por
teléfono. Tenía un reloj adicional en los relojes mundiales con la hora de
Nueva York. Quería venir a casa en Nochevieja y ver cómo caía la bola, por si
te veía por la tele y te llamaba y podía ver cómo cogías el teléfono, y
comprobar si sonreías de verdad cuando veías su nombre en la pantalla, o
simplemente sonaba como que sonreías, aunque no lo hicieras realmente-Eleanor hundió
las manos en mi melena rubia, para terminar atacándome directamente a mí-. ¿Le
quieres?
La miré a través de una cortina de lágrimas.
-Nunca me había enamorado de nadie-confesé-. Nunca. De
nadie. Hasta ahora. Y es una mierda.
-Puede que el sexo con Tommy no sea bueno porque él
sea bueno en sí, sino porque le quieres-murmuró, pensativa.
-Tu hermano es bueno en la cama. De por sí.
Nos echamos a reír, tristes.
-Scott también era bueno en la cama-reflexionó-.
Aunque no sé si mi juicio se puede considerar imparcial.
-Ojalá me lo hubiera tirado a él, y no a tu hermano-me
hice un ovillo; ella se tumbó a mi lado, sonriendo al techo-. No podría sentir
nada por Scott. Es… repulsivo-cuando no lo pillas medio dormido, claro. Los dos
eran iguales, sacados del mismo molde, cocidos a fuego lento en la misma olla a
presión. Me la quedé mirando-. Perdona si te ofende.
-No lo hace. Es verdad; Scott es repulsivo.
-¿Qué?
Se me quedó mirando, se frotó la mejilla igual que su
hermano.
-Oh, perdón, se me olvidaba que no lo sabías. He roto
con él. No quería decirle a Tommy lo nuestro. Supongo que es cojonudo
mintiendo-se encogió de hombros y apartó la mirada, sus pensamientos estaban
muy lejos de mí, en otra galaxia-. Me miraba a los ojos, y me decía que me
quería. Y era mentira.
-No era mentira. No cuando yo me marché.
Veía cómo la miraba cuando se encontraban por el
instituto. Había visto cómo sus manos buscaban las de ella cuando estábamos los
cuatro juntos. Quizá no la quisiera como ella le quería, puede que nunca
pudiera llegar a hacerlo, porque la adoración que había en los ojos de Eleanor
cada vez que decía su nombre era algo que pocas veces se conseguiría
reproducir, incluso entonces, cuando estaba cabreada con él, y se decía a sí
misma que no lo soportaba y se dormía pensando en él y recriminándose el daño
que se estaba haciendo.
-Entonces, ¿por qué no decírselo a mi hermano, sino
porque Tommy tenía razón desde el principio?-entrecerró los ojos.
-Porque se necesitaban. Más que a nosotras.
-¿Y por eso es por lo que lloras?-me miró. Y sí,
bueno, me habría encantado que Tommy me necesitara hasta el punto de poder
llegar a enfermar si estábamos mucho tiempo separados, me gustaría que no
pudiera pasar un día sin hablar conmigo o escuchar mi voz, me habría encantado
que viniera en mitad de la noche a mi casa, aunque sólo fuera para echar una
partida de videojuegos.
Pero yo no tendría eso jamás con él.
Sólo había un Scott en el mundo.
-No.
Nos quedamos mirando el techo, cada una sumida en sus
pensamientos, lamentándose por lo que podía haber sido y finalmente no sería
con su respectivo caballero de la brillante armadura, o como fuera que llamasen
las chicas normales a los chicos que les hacían sentir lo que Scott a ella y
Tommy a mí.
La habitación acusaba mi ataque de locura: a cada
rincón que llevaba mis ojos, veía un vestigio de lo que me había dicho Tommy,
del tirón en el estómago que había sentido cuando hablamos. El aire olía a él,
podías respirar su presencia aun cuando ni siquiera estaba en la misma calle.
No podía dormir ahí.
No podía imaginármelo llevándosela a esa misma cama y
haciéndole todo lo que me había hecho a mí mil veces mejor, porque sabía qué
era lo que le gustaba a ella como sólo un novio de varios años puede saberlo.
-Quiero irme a casa-me lamenté, y Eleanor clavó los
ojos en mí, me cogió la mano y me acarició la palma con el pulgar. Tommy
también hacía eso.
Empecé a preguntarme si ella podría hacer algo que no
me recordara a su hermano, si llegaría un momento en el que encontrara alguna
diferencia entre ellos dos (al margen de aquellos ojos insultantemente
marrones) que me hiciera tolerar su presencia a mi lado.
-¿Y dejarme a mí sola? ¿Al manejo de Scott?-sonrió,
torciendo la boca, y en eso sí que no se parecía a su hermano, porque elevaba
la comisura contraria a la que elevaba él.
-Eso no sería muy sabio-sonreí, y ella asintió,
también sonriendo.
-No, no lo sería.
Nos echamos a reír, nos pegamos la una a la otra y
continuamos mirando el techo.
-¿El?
-¿Didi?
-Odio a los tíos.
-Bienvenida al club-en su tono había la misma emoción
que la del profesor que explica su tema favorito de la asignatura que hizo que
quisiera iniciarse en la docencia-. Tenemos galletitas. ¿Y si nos hacemos
lesbianas?
-Tu hermano está demasiado cerca como para que yo me
cambie de acera-repliqué, sacudiendo la cabeza, notando cómo me bailaba el
pelo-. Tus padres lo han hecho con muchas ganas.
-Ojalá a mí me hubieran hecho con las suficientes
ganas como para que a Scott le pareciera que merecía la pena luchar por mí-se
lamentó. Me la quedé mirando, vi cómo tragaba saliva y se miraba las manos,
intentando concentrarse en cualquier cosa que no fuera el agujero que sentía en
su pecho, y las ganas tremendas de llorar que tenía.
Scott no la quería a ella y Tommy no me quería a mí.
De lo contrario, no nos estarían haciendo esto.
Pero no pasaba nada: nosotras también podíamos dejar
de quererles.
Y seguir disfrutando de buen sexo cuando nos diera la
gana, joder. Que para algo estábamos más buenas que ellos.
En un universo paralelo en el
que yo no fuera un gilipollas integral, y sólo de campeonato, estaría
emborrachándome para olvidarme de cómo me había echado Diana de su lado hacía
un par de días. Cuando había vuelto a casa, ya entrada la tarde, me había
encontrado con que tanto ella como Eleanor se habían largado a dar una vuelta.
Cuando por fin regresaron, venían acompañadas de
Sabrae, que se quedó a dormir en casa, de modo que no podría hablar con ella
hasta el desayuno siguiente.
Pero, claro, en aquel universo paralelo en el que yo
no era un gilipollas integral, y sólo de campeonato, Scott estaba bien, de modo
que habría cogido a Sabrae y me habría obligado a pedirle perdón a Diana, a
suplicarle clemencia, si hacía falta, de rodillas. Tanto para suplicarle como
para convencerla de que estábamos mejor cuando nos llevábamos bien.
En fin, el caso era que yo no tenía la suerte de estar
en ese universo paralelo, de manera que allí estaba, tirado en el sofá,
intentando no pensar en Diana, en Megan, y en si debería decírselo o no a
Layla, observando cómo mis amigos bebían más y más. Scott se tomaba los
chupitos como si le pagaran por ello, Bey y Tam no paraban de reírse y agitar
las melenas, que una llevaba recogida y otra suelta, y Jordan y Logan estaban
discutiendo sobre fútbol, menuda novedad.
El único que estaba más o menos bien era Alec, si no
contábamos con su trastorno obsesivo compulsivo de meterse la mano en el
bolsillo, sacar el móvil, mirar la pantalla un momento sin darle a ningún
botón, como si esperara que por arte de magia el aparato se encendiera, y
guardárselo rápidamente de nuevo, convenciéndose de que podía pasárselo bien
sin vigilar las fotos con poca ropa que subieran las chicas a las que seguía en
Instagram.
Seguro que ni se daba cuenta de que se sacaba el
teléfono literalmente cada 23 segundos. Pero de reloj. Cada 23 segundos, Alec se llevaba la mano al bolsillo.
No tardé prácticamente nada en memorizar la cifra
porque resultaba ser mi número favorito.
Adivina por qué.
Exacto: la gente normal suele tener de nombre de
usuario en sus redes sociales una combinación de su nombre, apellidos, y el día
de su nacimiento. Yo tenía el 23, y Scott, el 17.
Por eso no bebía, porque ni se me pasaba por la cabeza
el emborracharse cuando más me necesitaba.
Tenía la misma mirada que cuando le quité el bote de
somníferos. No iba a darle tanta cancha como para volver a encontrármelo así
otra vez. Joder, con 15 años yo era un niñato que flipó con toda la situación a
unos niveles interdimensionales.
Si ahora cazaba a Scott de esa guisa, probablemente le
pegara tal paliza que acabaría matándolo, y sería peor el remedio que la
enfermedad. O, por lo menos, le daría un bofetón que lo teletransportaría a una
colonia humana en Marte que se instalaría en el planeta rojo 200 años después
de que nosotros dos muriéramos.
¿Me sentía mal por lo de Diana? Sí. ¿Me consideraba
una mierda de persona por lo que le había hecho? Sí. ¿Me moría de ganas de
volver a estar con ella de buenas, quiero decir, sin acostarnos como si nos diéramos
asco el uno al otro? Sí. ¿Me moría de ganas de decirle que la quería y
escucharle decirme que ella a mí también, en lugar de morderme la lengua
mientras me vestía porque sabía que, como le dijera eso, se pondría como un
basilisco? Sí.
Ahora, ¿le iba a fallar también a Scott? Ni muerto,
vaya. Antes me pegaría un tiro en el estómago.
Y, ¿preferiría una y mil veces estar a malas con mi
americana, a estarla con mi mejor amigo, con el único hermano mayor que tenía?
No lo sé, ¿el agua moja?
Sentí unos ojos clavados en mí mientras aceptaba un
chupito que me tendía Logan (“relájate, T, la noche es joven”). Alec le lanzó
tal mirada envenenada que no sé cómo no se le detuvo el corazón. Tenía el
teléfono en la mano, gracias a dios, desbloqueado.
Por suerte, Logan no se dio cuenta de la situación.
Ojos que no ven, corazón que no siente.
Rastreé el local, la cantidad de gente que nos rodeaba
y abarrotaba la pista de baile, hasta que me encontré con aquellos ojos que
conocía tan bien. ¿Cuántas noches me habría pasado pensando en esos ojos, y
cuántos días me había bastado el sólo verlos para que un día de mierda se
convirtiera en uno que mereciera la pena?
-No durante mi guardia-gruñó Alec, dándome una patada
en el pie. Megan se echó a reír al ver mi cara de besugo al contemplarla, pero
le decepcionó lo rápido que pude volver en mí.
Podría traicionar a Diana, pero no iba a traicionar a
Scott.
Las canciones se sucedían sin pena ni gloria. Jordan
ni siquiera había sacado la pecera; no había nada que mereciera la pena debatir
esa noche, lo cual era curioso: tanto Eleanor como Scott estaban allí, pero
ninguno parecía tener ganas de dar espectáculo ni ganarse el pan, la gloria, la
pasta, la fama, o todo junto.
Scott estaba demasiado ocupado volviéndose alcohólico,
y Eleanor, intentando que le pegaran el sida a través de la saliva, a base de
morrearse con todo el que se le pusiera por delante. Ojo, me parecía de puta
madre, pero… no sé, tía, tienes 15 años, córtate un poco o algo, Jesús.
Scott miraba de vez en cuando en varias direcciones,
se quedaba mirando un punto fijo durante un larguísimo rato, y luego volvía a
beber chupitos como si nada. Supuse que estaba vigilando a Sabrae, que
últimamente pasaba un montón de tiempo con mi hermana. Era como si las dos muchachas
se hubieran dado cuenta de lo fácil que sería su amistad si tiraban de la
nuestra; al fin y al cabo, vivíamos muy cerca, y Scott y yo nos pasábamos la
vida en casa del otro.
Scott se echó a reír en una ocasión; yo dirigí la
mirada hacia el sitio que contemplaba él. Eleanor se estaba enrollando muy
seriamente con un gilipollas al que puede que acabara de conocer. Lo único que
le faltaba era que le hicieran un bombo en aquel sofá. Dios, me tenía
hartísimo. No había quien la soportara en casa de lo arisca que se había
vuelto: cosa que le decías, cosa que ella se tomaba como un ataque personal;
mirada que le dirigías, cruzada que, se suponía, le estabas echando.
No podía ver lo que hacía Sabrae, pero tenía que ser
algo graciosísimo. Me incliné hacia la derecha, intentando cambiar mi punto de
vista. Alec se me quedó mirando.
-¿Qué haces, subnormal?
Sacudí la cabeza e hice un gesto en dirección a Scott.
Alec pudo ver cómo Scott terminaba de reírse, cogía otros dos vasos, se los
vaciaba prácticamente a la vez, y se levantaba. Alzó las cejas.
-Interesante.
-¿Has visto de qué se reía?
Se encogió de hombros.
-No se me ha perdido nada en ese sofá.
Scott se había perdido entre la multitud. Supuse que
se dirigía a la barra, a pedir más mierda que meterse en el torrente sanguíneo.
Desencajé la mandíbula.
-Eres un amor, Al; no sé cómo no tienes a medio
Londres detrás de ti.
-Es que tengo a
medio Londres detrás de mí-espetó Alec-, lo que pasa es que me gusta ir de
interesante.
-Con esa actitud, no encontrarás novia en tu vida.
Sonrió.
-Pues abro un puticlub.
Y hasta ahí la conversación, tanto porque no se me
ocurrió qué decirle, como porque la gente empezó a chillar al ver cómo Scott se
plantaba en medio del escenario y se mantenía con serenidad en el centro,
esperando a que empezara a sonar la canción.
-No me ha llamado para que suba con él-murmuré,
incrédulo. Alec se encogió de hombros.
-Es un Malik; les encanta la atención en solitario,
les viene por naturaleza. Creía que faltaba todavía para el 25 de marzo-desbloqueó
de nuevo el móvil.
-Sí, bueno, buena suerte encontrando una mujer que te
aguante, Alec.
-Qué pesadito estás con las mujeres, ¿qué pasa?
¿Quieres concertarme un matrimonio con Astrid? ¿No crees que deberíamos esperar
a que creciera un poco? Ni siquiera puedo dejarla embarazada aún, Tommy; tiene
ocho años.
-No te acerques a mi hermana.
-Tiene ocho años,
Tommy.
-Te tiras a tías de 30, y a Astrid le llevamos menos.
-Si hubiera sabido que me ibais a echar en cara lo de
la hermana de la amiga de mi madre, no habría abierto la boca en…-se
interrumpió y se volvió, sin reconocer la canción, pero sintiendo las emociones
de Scott en su canto.
Conocíamos esa chulería muy bien.
Scott sonrió mientras las luces del local se apagaban,
dejando en exclusiva a las de emergencia para hacerle competencia a su foco de
atención. Yo conocía esa canción; la habíamos cantado a voz en grito un montón
de veces, especialmente cuando nos poníamos a cocinar. Bacon, de Nick Jonas, con aquel rapero cuyo nombre nunca era capaz
de recordar (¿tenía algo que ver con una libra?), y cuyo videoclip era una
pasada de vídeo continuo que se desarrollaba en el típico bar de carretera
estadounidense.
Scott chasqueó los dedos, sonrió a su público, se
creció con los aplausos y los vítores.
El tío era una puta estrella del rock, bebiendo del
anhelo de todos los que lo contemplaban y querían ser como él, tener un minuto
de su vida.
Lo cierto es que se le veía cómodo; joder, le sentaba
bien estar ahí arriba…
… hasta que llegó el estribillo, y se puso a bailar,
como si de una coreografía ensayada durante meses se tratara, al mismo ritmo de
la canción. Era como estar delante del propio Nick Jonas en alguna entrega de
premios; se contoneaba al ritmo de sus bailarinas, interactuaba con ellas
durante la danza, les sonreía, las acariciaba y se dejaba acariciar.
Todo el mundo se puso a chillar; escuché a Tam
sobreponerse al murmullo de la gente, riéndose:
-¡Scott está borrachísimo!
Alec llevaba más de medio minuto sin tocar el móvil. Tenía
la vista clavada en Scott, y su expresión era de cierta curiosidad, mezclada
con algo que no logré identificar del todo hasta pasado bastante tiempo:
preocupación.
Porque sólo Alec y yo estábamos lo bastante sobrios
para recordar que Scott no bailaba mientras cantaba, no así, nunca, jamás. Era como estar viendo a una
persona totalmente diferente, como si un alien se hubiera comido el cerebro de
mi mejor amigo y estuviera manejando su cuerpo por él.
-Scott está hecho mierda-dije, y Alec tragó saliva y
asintió, sin mirarme. Todo fue a peor cuando se ocupó del rap del tío (¡Ty Dolla $ign!, ¡sabía que tenía algo que
ver con las libras, más o menos!), se inclinó hacia delante, se movió la
visera de una gorra que ni siquiera llevaba puesta, sonrió con chulería, con
aquella sonrisa de Seductor™ que tanto le gustaba al género femenino, y dio
brincos y siguió bailando con sus bailarinas, como si le pagaran por ello.
Trixie estaba allí. Scott le estaba demostrando que
estaba bien sin ella, y, ¿qué mejor forma de hacerlo que cantando y bailando
una oda a la soltería? ¿Acaso la canción no decía que había un montón de cosas
mejores que estar con la chica a la que se quería, como hacer lo que te diera
la gana con quien te diera la gana, levantarse tarde y desayunar beicon, fuera
o no en tu casa?
Con la muerte de la canción, la sala volvió a
explotar, según solía suceder cuando Scott se subía al escenario. S se ajustó
la chaqueta, se inclinó al suelo y lanzó besos. Sonrió con suficiencia y una
pizca de cinismo y se bajó de un salto, echando vistazos por encima del hombro
al lugar en el que debía de haber visto a Trixie. Se pasó la mano por la boca y
sonrió al alcanzarnos, alzando las cejas.
-¿Qué pasa?-sonrió, pero tanto Alec como yo nos lo
quedamos mirando.
-¿Qué pasa?
¿Qué te pasa a ti, tío?
-Nada-se encogió de hombros-, estoy súper bien.
-No lo parece.
-¿Qué pasa?-insistí yo, adelantándome a Alec,
poniéndome entre los dos y mirando a Scott. A mí, podía contármelo. Puede que
Alec no lo entendiera, había cosas que nadie más que yo entendía.
-La he superado, y quiero que lo sepa, ¿vale?-se puso
a la defensiva-. Quiero que sepa que no me acuerdo de ella, ni de cómo se
llama, ni de cómo tiene el pelo, ni de cómo le saben los labios o de qué color
tiene los ojos; bien podrían ser azules, o grises, y yo…-se encogió de hombros-
juraría que son verdes, ya que ni siquiera sé si los tiene…-se perdió en sus
pensamientos, y supe que me lo iba a decir, que ahora venía la verdad-.
Marrones.
Sus ojos
marrones, vale. Podemos trabajar con eso.
-No te merece,
S-repliqué yo, acariciándole el hombro.
Y Scott me miró un momento y me rompió el corazón más
rápido de lo que podía hacerlo Diana, o Layla, o mi madre. Se echó a llorar.
-No, no los tiene de color marrón-negó con la cabeza,
se pegó a mí, buscando que lo abrazara, y yo es lo que hice. Lo estreché entre
mis brazos y no lo dejé marchar-. El marrón es del color de sus ojos.
Escuché con el corazón roto cómo decía esa palabra,
“marrón”, como si contuviera todo el sufrimiento del mundo.
-Me viene en el nombre-continuó-; a todos los Scott de
los que he oído hablar les ponen los cuernos. No estamos a salvo. Nos condenan
en cuanto nos llaman así.
Bastó con mirar un momento a Alec para decidir que era
hora de irse. Avisamos a los demás, le dijimos que nos llevábamos a Scott a
casa, y todos se levantaron y nos siguieron como si yo fuera su general, y
ellos, mis fieles soldados. Alec insistió en que nos lo lleváramos a mi casa,
que allí estaría mejor, y se ofreció a quedarse conmigo, consolándolo.
Estuvimos escuchándolo toda la noche, diciéndole que Trixie era una zorra que
no se merecía que se pusiera así por ella, aunque, ¿qué podíamos esperar de las
amigas de Megan? El de gusto horrible era yo (gracias, Alec, tío, eres un amigo, pensé con ironía cuando lo
espetó como quien habla del tiempo, de cómo está lloviendo mientras sostiene en
alto su paraguas), lo obligamos a jugar a videojuegos, estuvimos con él
mientras se tranquilizaba, y finalmente conseguimos que se durmiera a golpe de
alcohol.
Lo último que nos dijo antes de quedarse frito fue que
siempre nos jodía las noches, exactamente lo mismo que decía yo cuando cogía
una borrachera como la de él.
Estuvimos toda la tarde decidiendo qué hacíamos para
animarlo, hasta que a Karlie se le ocurrió que fuéramos a su casa y nos
quedáramos toda la noche viendo pelis, jugando a las cartas, o haciendo
cualquier cosa que nos permitiera estar aislados. Lo último que necesitaba
Scott era estar en un lugar público en el que pudiera cruzarse con Trixie.
Dentro de lo malo, lo que había hecho con Megan me
había producido una inmunidad interior respecto de ella que me permitía
perfectamente no entrar en cortocircuito cada vez que nuestros ojos se
encontraban. Era lo bueno de que Diana me detestase por ello: me sentía tan mal
por aquella noche que ni siquiera recordaba con ella, y aquella mañana que
recordaba perfectamente (y, seguramente, hasta el día que me muriera), que
ahora me sentía totalmente ajeno a su zona de influencia.
Así que allí nos plantamos los 8 de siempre más Diana
en casa de Scott; resultó que mi americana favorita no tenía planes para el
último viernes de vacaciones, y parecía tolerar un poco más el estar cerca de
mí durante una noche.
O puede que sólo quisiera vigilar que no me follara a
alguna de mis amigas, ni que yo fuera Alec o algo por el estilo.
El caso es que Scott nos abrió la puerta con ilusión,
como si supiera que allí nadie podría hacerle daño. Entramos en tropa y
abarrotamos el hall de su casa; Zayn estaba tirado en el sofá, esperando a que
Sher terminara de prepararse para ir a dar una vuelta. Scott se quedaría al
mando de la casa; en su defecto, estaría Sabrae, que seguramente estuviera en
su habitación, muerta del asco porque ni mi hermana ni Diana habían decidido
salir esa noche.
Justo estábamos enfilando en dirección a la sala de
estar que imitaba a mi sala de juegos de casa de Scott cuando Sherezade bajó
las escaleras como si de una diosa yendo a visitar a sus hijos mortales se
tratara. Se iba colocando unos pendientes que brillaban casi más que la luna en
las noches en que luce llena, y nos sonrió al vernos.
-¡Chicos! ¿Tenéis fiesta de pijamas?
-Joder, yo no pensaría en pijamas al lado de
ella-espetó Alec en voz baja, y Max le dio un codazo. Sher clavó sus ojos
verdosos, los que le había dado con tanta generosidad a su hijo, en la rubia.
-Diana, te esperaba para comer el día que llegaste.
-Estaba cansada-se excusó Diana, y sonaba realmente
arrepentida, como si perderse una cena en casa del chico que, hasta hacía dos
días, era incapaz de soportar, fuera un asunto de estado-. El avión.
-Y los ingleses-añadió Alec, que ya era incapaz de
morderse la lengua cuando había una mujer medianamente guapa cerca; así que
imagínate cómo se ponía cuando Sherezade entraba en su campo de visión.
Sonrió cuando la madre de Scott posó los ojos en él.
-Alec-Sherezade le dedicó una sonrisa tan cálida que
yo pensé que los polos terminarían de derretirse, tanto trabajo invertido en
intentar conservarlos, a la mierda. Alec sonrió a su vez, decidiendo que mi
segunda madre diciendo su nombre era el sonido más hermoso que se hubiera
escuchado jamás-. Lo que hiciste por Sabrae en Nochevieja fue todo un detalle.
Alec se encogió de hombros.
-Lo que sea por ti, Sher.
Hacía años, cuando Alec empezó a llamar a las chicas
“muñeca”, Scott le dijo que, como se le ocurriera llamarle eso a su madre, le
partiría los dientes. Alec se había limitado a mirarlo como si fuera imbécil y
contestar:
-Como si fuera a llamar algo tan vulgar a tu madre, Scott,
que es arte en estado puro. Por
favor-y puso los ojos en blanco.
El resto de mujeres del mundo eran “muñeca”, pero
Sherezade era, como mínimo “Sher”.
Sher se echó a reír.
-Aunque te guste hacerme favores, aun así, me
tranquilizó un montón saber que estuvo contigo toda la noche. Así que gracias
por cuidar de mi niña, Al-y le dio un beso en la mejilla.
Alec se quedó de piedra, se le olvidó cómo respirar
durante unos segundos.
Y sucedió un milagro.
Si Sherezade Malik no era una diosa, es que los dioses
no existían.
Se le encendieron las mejillas.
-¡SE HA PUESTO ROJO!-chilló Bey. Logan sacó el móvil.
-¡ESTO HAY QUE INMORTALIZARLO!
-MADRE MÍA, AL. NI SIQUIERA SABÍA QUE PUDIERAS PONERTE
ROJO.
Nadie lo sabía, en realidad.
-¡DEJADME EN PAZ! ¡NO ME HE PUESTO ROJO!-dijo,
cubriéndose las mejillas, y se puso más rojo aún. Nos echamos encima de él;
hasta Scott se acercó a revolverle el pelo. Se escabulló en dirección a las
escaleras, y se tiró en uno de los sofás que había contra la pared, orientados hacia
el otro extremo de la sala en que Scott había preparado ya la pantalla gigante
de ver pelis.
-Y tú que no querías venir, ¿eh, Al?-se rió Bey, dando
el pistoletazo de salida para que Alec empezara con su adorable chulería.
-Sherezalec es real, tíos-anunció, y luego, se volvió
hacia Scott-. Puedes empezar a llamarme “papi” cuando quieras, Scott.
Scott alzó una ceja, mordiéndose el piercing.
-¿Así es como te llama mi hermana?-Diana sonrió,
mirándose las manos. Hizo espacio entre ella y Jordan para que me sentara a su
lado, si quería. Y sí, la verdad es que quería.
-¡Déjame a Alec, Scott!-riñó Bey, negando con la
cabeza, contrayendo su rostro en un profundo ceño. Pero Alec estaba demasiado
feliz como para percatarse de la pulla.
-Dios mío, en serio, me voy a rapar el pelo y me voy a
meter a monje budista, es que no puedo aspirar a nada más alto que esto; no hay
mujer que me vaya a superar esto, de verdad, puedo jubilarme de mis conquistas,
tomo los hábitos, ¡viva el celibato!-alzó las manos, y nos echamos a reír.
-El día en que Alec deje de ligar, Tam se nos echa
novio-sonrió Jordan.
-Que no vas a ser tú, J, por cierto-Tam se echó a
reír, cruzando las piernas.
-¿Té, caballeros, damas?-se burló Logan, riéndose
también. Joder, cómo iba a echar de menos el estar todos juntos y reírnos y no
preocuparnos por nada, que lo único que nos molestara fuera que se nos acabaran
las palomitas o que alguien nos robara el regaliz.
Las chicas fueron las que eligieron la película, y,
cómo no, la selección fue una pastelada romántica de esas que tanto les gustaba
ver. La verdad es que tenía su punto.
Bueno, me gustó bastante, especialmente porque Diana
subió los pies al sofá y se recostó contra mi cuerpo. Apoyó la cabeza en mi
hombro y suspiró. Yo la miré de reojo.
-Te vi anoche. Resistiéndote a ella. Has sido
valiente-explicó. Sonreí.
-¿Eso significa que tenemos una tregua?
Clavó sus ojos verdes en mí.
-De momento sí, inglés.
La besé, y las cosas estuvieron un poco mejor. Puede
que no estuviera tan mal ser un gilipollas integral, y no sólo de campeonato,
después de todo.
Diana recuperó horas de sueño en mi hombro mientras
las películas iban avanzando. Poco a poco fuimos haciendo piña y acurrucándonos
los unos contra los otros. Pasamos a las pelis de acción, porque se dieron
cuenta de que Scott no estaba para ver historias de amores eternos.
Empecé a comerme el coco pensando en cómo haría para
que se librara de ella cuando me di cuenta de una cosa. Me costó bastante, la
verdad, pero no fue hasta que me percaté de cómo estábamos colocados y cómo
nadie protestaba que pude observar lo duro de la situación.
Bey abrazaba a Scott, que se había tumbado entre sus
piernas, y tenía la cabeza apoyada en su pecho. Le recorría el cuero cabelludo
con los dedos; de vez en cuando, le toqueteaba el piercing para arrancarle una
sonrisa.
Hasta ahí, todo normal.
El problema venía en que Alec no había dicho ni mu
sobre lo que haría él para estar así de cerca de las tetas de Bey. Sólo los
miraba con un poco de pena, pero también con cariño, como el padre que observa
a sus hijos jugar, y no como el chaval que mira cómo uno de sus amigos retoza
con otra amiga a la que quiere tirarse.
Fue entonces, con el silencio de Alec, cuando me di
cuenta de la dureza de la situación.
Si Alec no tenía intención de comentar lo que estaría
dispuesto a hacer para disfrutar de las atenciones de nuestra amiga como lo
estaba haciendo Scott ahora mismo, era que estábamos muchísimo más jodidos de
lo que parecía a simple vista.
Y todo por los putos ojos marrones de…
Espera.
Espera, espera,
espera.
Trixie no tiene los
ojos marrones.
Sólo conocíamos a dos chicas que pudieran responder
por ese nombre, dado que, a nuestra edad, solíamos llamar Trixie a las
Beatrice.
Algo en mi interior hizo clic, y me quedé mirando a
Scott.
Trixie no tenía los ojos marrones.
Pero Eleanor Beatrice Tomlinson, sí.
Mi putísima hermana sí tenía los ojos marrones.
ME CAGÓ EN MI PUTA VIDA
ResponderEliminarAMÉN
EliminarEL DIA HA LLEGADO TÍAS. PERTRECHAROS EN VIESTRAS CAMAS Y AGARRAOS BIEN A VUESTRO PAÑUELOS.
ResponderEliminarEspero de verdad estar a la altura de las expectativas, uf, yo lo estoy pasando mal ya escribiendo el capítulo pero me da miedo que a vosotras os decepcione :(
EliminarME DUELE TODO. ESTAMOS A NADA DE PRESENCIAR EL GO DOWN DE SCOMMY. NO ESTOY LISTA
ResponderEliminarMIRA EN SERIO NOS ESPERAN TIEMPOS MUY DUROS ESPERO QUE SEPAMOS CAPEAR EL TEMPORAL JUNTAS Y QUE NO SE ME QUEDE NADIE POR EL CAMINO
EliminarJODER JODER JODER JODER! ME CAGO EN MI PUTSIMA VIDA!!!
ResponderEliminar¿ERES CONSCIENTE DEL PEDAZO CAPÍTULO QUE HAS ESCRITO?
Vamos a calmar nos un poco porque son muchos por delante. EMPECEMOS POR EL PUTO REENCUENTRO DE TIANA, mis TIANA feels han resurgido como el ave fénix para después irse todo a paseo cuando Tommy le ha contado lo de Megan, pero...OLE ESA DIANA CUANDO HA DEJADO CLARO QUE NO MA IBA A DEJAR CON LAS GANAS. DIOOOOS viva diana!
Me he reido un montón con el momento en el que Sherezade le da el beso a Alec!! ALEC ES TAN JODIDAMENTE IMPORTANTE EN CADA BORRACHERA DE SCOMMY JUNTOS O POR SEPARADO QUE NO SE LE VALORA LO SUFICIENTE.
PERO....PERO SOBRETODO EL MOMENTO FINAL! !!!! POR FIN TOMMY HA CAÍDO EN QUE EL AGUA SÍ MOJA AL IGUAL QUE SCOTT MOJABA CON SU HERMANA
Pd: ERES UNA PUTA DIOSA DE LA ESCRITURA ERIKA ME CAGO EN MIS ANTEPASADOS JODER💖
UF ARI POR DIOS lo de Tiana fue tan dulce, cuando los lié ya pensé en esta escena y :((((( qué hermosos son quiero que tengan muchos hijos; y, por favor, que salgan a Diana, la reina la DIOSA de Diana que se pone por delante de los demás SIEMPRE, ole ella.
EliminarLO DE ALEC SE ME OCURRIÓ CUANDO LO DE NOCHEVIEJA, y en un primer momento lo iba a poner en el mismo capítulo según traían a Saab a casa, pero luego me di cuenta de que sería mucho más gracioso si él estuviera con sus amigos para que hicieran fotos y tal JAJAJAJAJAJAJAJAJA. En cuanto a lo de que es importante en las borracheras, por un lado estoy de acuerdo contigo, aunque creo que ahora Alec se está "abriendo", por así decirlo, con sus amigos, y está más cercano gracias a ciertas cosas que van a suceder y que os voy a contar con bastante más detalle en cierta historia paralela a ésta, chan chan chan... pero no, no le valoramos lo suficiente, es un BIZCOCHO RELLENO DE PRELINÉ™ Y HEMOS DE CUIDARLO A TODA COSTA.
ME HE DESCOJONADO CON LO DE SCOTT MOJABA CON SU HERMANA ES QUE DE VERDAD JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJ qué lento es Tommy madre mía, vamos a ir reptando a los sitios para que él no se quede atrás.
Muchísimas gracias, jo; no eres más mona porque no puedes ❤
DIANA ES MI DIOSA Y MI REINA. LA FUNDABA UNA RELIGIÓN YA MISMO. Y CASI ME DA ALGO AL FINAL. ME CAGÓ EN MI PUTA VIDA VAN A TENER LA PELEA DELANTE DE TODOS NO ESTOY PUTAMENTE LISTA ERIKA
ResponderEliminarDIANA ES LA PUTA AMA ES QUE DE VERDAD NO HAY ANIMAL MÁS GENIAL QUE ELLA.
EliminarEl final me ha quedado epiquísimo, aunque está feo que yo lo diga; por eso no quería subirlo de noche, para que nos dieran ataques a todas a la vez ☺
"Quizá no la quisiera como ella le quería, puede que nunca pudiera llegar a hacerlo" POR QUE TODO EL PUTO MUNDO ESTÁ CONVENCIDO DE QUE SCOTT NO ESTÁ TAN ENAMORADO DE ELLA. ESTOY ENFADADA VALE.
ResponderEliminarPD:LA PELEA HA LLEGADO. YA HE ENCARGADOS LAS DOS TONELADAS DE CLINEX
Hay tanto estigma en torno a Scott por lo vividor follador™ que fue, jo, con lo hermoso que tiene el corazoncito.
EliminarUF vais a disfrutar con el siguiente capítulo
si sois sádicas
si no pues os moriréis de penita
THE END IS NEAR *inserte el gif de Homer con la campana y el cartel*
ResponderEliminarme da muchísima pena Tommy por lo de Diana pero es que se lo merece porque a ver para qué se acuesta con esa pava otra vez. Ole por Diana y sus ovarios.
Totalmente de acuerdo, jo, es que a ver, Tommy es tonto, creo que eso lo hemos visto todas, pero por otro lado justo le han hecho daño donde más le duele, y el hecho de que vaya a tener que pasar por sus remordimientos solo me da tantísima lástima... aunque entiendo la postura de Diana, o sea, ole ella, que no se deja pisotear.
EliminarMadre mía qué #ataque me ha dado.
ResponderEliminarEn primer lugar Diana, que sufro con ella. Cuando Tommy le ha contado lo de Megan yo solo quería abrazarla. Y no sé por qué he empezado a pensar (puede que me equivoque) pero que al final ella acabe con Tommy. Porque la forma en la que Tommy habla de ella y ella de él y también está Layla pero no sé he tenido esa palpitación. Peeeroo a la vez sufro con Layla porque ella se merece lo mejor del mundo y quiere a Tommy pero Tommy está confuso pero mi palpitasion está ahí y me arde el alma.
A la vez que me ha encantado como Diana lo mandaba a paseo no sin antes terminar el polvo. #putísimaAMA #Asísehace
Thomas, ¡ay Thomas! AY THOMAS. La que se va a liar, pollito.
No estoy preparada para la pelea y sin embargo quiero que pase ya.
P.D. Alec como tonto por Sherezade es que me lo como. Alec mirando el móvil cada 23 segundos es que lo abrazo como un oso amoroso.
With all my love, young_bloodx
PODEMOS APRECIAR POR FAVOR QUE DIANA SE PORTÓ MAL EN NUEVA YORK PARA ASEGURARSE DE QUE IBA A VOLVER A INGLATERRA Y ASÍ PODER ESTAR CON TOMMY?????????!!!!?!?!?!?!!?!?!?!?!?! gracias.
EliminarNo andas para nada desencaminada con tu razonamiento, corazón; es más, yo diría que lo que expones de la forma que tienen de hablar el uno del otro es una de las muestras de que esta pareja no es la típica de "bueno, estamos juntos y ya está", sino que van a luchar el uno por el otro, aunque haya veces que incluso tengan que hacerlo contra el otro (no sé si me explico [?]). Estoy convencida de que Diana quiere a Tommy, y que Tommy la quiere a ella, pero también creo que quiere a Layla, y bueno, ya veremos cómo va evolucionando todo eso ☺
Lo del polvo, si te das cuenta, ha sido también muy Sherezade cuando se les rompió el condón. Adoro a mis mujeres fuertes e independientes que exigen un orgasmo cada vez que se quitan la ropa, ay❤
En cuanto a Tommy: sufro por mi niño, aunque me haya salido imbécil.
PD: Cuando sepas por qué mira el móvil cada 23 segundos (si tengo el placer de que me acompañes en el spinoff), te lo vas a querer comer con patatinas.
Un besote, guapa ❤
ME
ResponderEliminarYo
EliminarCAGO
ResponderEliminartambién
EliminarEN
ResponderEliminarviva
EliminarLA
ResponderEliminarmi
EliminarPUTA
ResponderEliminarcoño
EliminarNO TENGO MÁS QUE OBJETAR A PARTE DE QUE TE AMO ❤
ResponderEliminarescritor
EliminarTE AMO VIRGINIA HERMOSA ❤
NO TE CREO!
ResponderEliminarNO PUEDES DEJAR SEMEJANTE CAPÍTULO ASÍ!!!!! DIOS MIO NO PUEDO CON MI VIDA, HA SIDO UN CAPITULAZO!!!!!
PD: Creo que después de este capítulo puedo posicionarme por fin: Tommy y Diana tienen que terminar juntos sí i sí, Tommy quiere a Layla muchísimo pero no de la manera que lo hace con Diana, dios mío sus nervios al verla y el momento aeropuerto, SHIPPO MUCHO DE VERDAD!
LITERALMENTE NO PUEDO ESPERAR AL SIGUIENTE CAPÍTULO, NO ME CANSO DE LEERTE ENSERIO ����������
SOY UNA MALA PÉCORA, QUÉ VAMOS A HACERLE.
EliminarDios, por un lado os entiendo totalmente porque es que Diana y Tommy son una otp muy seria, pero por otro lado está el bizcocho masivo relleno de praliné™ que es Layla y me duele todo el corazón. MIRA OJALÁ ME COMPREN LOS DERECHOS Y HAGAN UNA PELI YA SÓLO POR LA ESCENA DEL AEROPUERTO ES QUE ME LOS IMAGINO TAN HERMOSOS CORRIENDO EL UNO HACIA EL OTRO Y SONRIENDO COMO SI FUERAN TONTOS AY.
ESPERO QUE TE ENCANTE EL SIGUIENTE CAPÍTULO CORAZÓN ♥
VALE HA LLEGADO EL DÍA LA PELEA YA ESTÁ A LA VUELTA DE LA ESQUINA TENGO QUE ARMARME DE VALOR Y PAÑUELOS PARA AFRONTARLO
ResponderEliminar- Ana
ANA, SÉ FUERTE
Eliminar