jueves, 27 de octubre de 2016

Sherezalec.

Zoe podía decir las veces que quisiera que estaba bien sin mí, que no tendría tiempo a echarme de menos porque tendría un instituto que mantener a raya, unas siervas a las que dirigir, y un ejército de tíos al que tirarse… pero las dos sabíamos que no era así.
               De todas maneras, no hacía falta que lo dijéramos en voz alta. Incluso si no lo hubiéramos sentido en el fondo de nuestros corazones, el hecho de que hubiera venido a mi apartamento y se hubiera sentado al borde de la cama a contemplar cómo vaciaba aún más mis armarios ya evidenciaba la añoranza que sentíamos la una por la otra.
               Me hizo sentirme un poco mal por estar anticipando mi vuelta a Inglaterra, la verdad. Era lo único que dejaba atrás en Nueva York que me importaba realmente. Lo único por lo que merecía la pena luchar y que no podía seguirme.
               Fingimos que no nos importaba mientras me tendía una bolsa de la tienda de lencería a la que solíamos ir antes de que yo me marchara. Sonrió con tristeza cuando cogí el paquete negro, deshice el lazo blanco, y separé las solapas de azabache para descubrir una caja del mismo color.
               -¿Y esto, Z?
               Aleteó con sus pestañas cargadas de rímel.
               -Para que vuelvas pronto, y que detrás te traigas a tu inglés.
               Destapé la caja, que también estaba asegurada con un lazo perla, y saqué un bralette negro con unas bragas a juego. Todo era de encaje, todo con transparencias, sin dejar mucho espacio a la imaginación. Justo como les gustaba a los tíos, a todos los tíos, pertenecieran a quien pertenecieran, provinieran el país que proviniesen, y tuvieran un deje tan sensual en la voz que, cada vez que los escuchabas hablar, te daba la impresión de que te estaban haciendo el amor en los oídos.
               Zoe se dejó abrazar; era lo que estaba esperando que hiciera cuando fue a la tienda a por aquello. Le importaba una mierda Tommy, le importaba una mierda que Scott estuviera bueno (ya no hablemos de Eleanor, le importaba una mierda que tuviera novia; si ella lo quería, lo tendría), le importaba una mierda el chico de ojos verdosos que había visto en las fotos de Instagram de mi inglés y sus amigos… porque estaban lejos, no los conocía, no como a mí.
               Y yo me iba con ellos, la dejaba atrás sin miramientos.
               Por un buen polvo se cogen aviones, Di, me había dicho una vez, antes de convencerme de que la acompañara hasta el JFK para coger un avión a Ontario, donde estaba de vacacione el hijo de uno de los socios de sus padres, al que se había tirado en varias ocasiones, y al que le apetecía tirarse aquel fin de semana.
               Lo hizo, por cierto.
               No éramos de las que se quedaban con  las ganas de hacer algo. Solíamos conseguirlo, sin que el precio fuera relevante, pues: a) a nosotras siempre se nos hacía descuento y b) éramos ricas.
               La cubrí a besos, rebusqué en mis cajones en busca de una caja que había ocultado durante unos días, después de un paseo con mis padres por la Quinta Avenida en la que el objeto que iba a darle me llamó a gritos, con una pancarta de “¡soy para Zoe, entra a comprarme!” y sonreí cuando lanzó un chillido, sacando el collar de perlas más grande del mundo y enredándoselo varias veces alrededor del cuello. Su pelo cobrizo adquirió un nuevo brillo cuando la Luna dividida en múltiples esferas contrastó contra las llamas consumiendo una pila de hojas otoñales.
               Me estrechó entre sus brazos y nos echamos a llorar, y fue ahí cuando me di cuenta de cuánto nos echábamos de menos, con qué alegría habría cambiado mi destino, lo que habría dado porque yo no volviera a Inglaterra.
               Lo que habría dado yo por no permitirle que me dejara marchar cuando me bajara del avión y hablara con Tommy sobre lo que había hecho unas noches atrás.
               Z me observó en silencio mientras me ponía el vestido que me había ayudado a elegir la noche anterior (de corte de tubo, gris, que se me pegaba al cuerpo como una segunda piel, pero grueso para no permitirme pasar frío, y de hombros al descubierto) y asintió con la cabeza cuando le pregunté si me hacía una coleta, o mejor llevaba el pelo suelto.
               Cogió unos anillos de mi joyero y un colgante dorado, compuesto exclusivamente por un pequeño triángulo al que sostenía una cadena tan fina que casi parecía levitar.
               Era el que llevaba puesto la última vez que lo vi. Y Zoe lo sabía.
               -Veremos si tu inglés te merece, Lady Di-bromeó, pasándomelo por el cuello, apartándome el pelo con una mano y enganchando el colgante en la otra. Me volví hacia ella.
               -Tienes que venir. Quiero que lo conozcas-le cogí las manos-. No hagas planes para Pascua.
               Zoe hizo una mueca.
               -¿Piensas estar con él hasta Pascua?
               Puede que fuera el haber llamado a Scott y darme cuenta de hasta qué punto era verdad lo que le había dicho a su amigo en el aeropuerto, puede que influyera el que Tommy y yo nos hubiéramos acostado entre arte, puede que fuera que sólo él podía mostrarme una faceta del sexo con la que los demás ni siquiera soñaban… o puede que, simplemente, el primer amor sea el que sientes con más fuerza, el que te hace decir más tonterías, y por el que más estás dispuesta (casi deseas, a un nivel místico) a sufrir.
               Por eso, y porque estaba frente a Zoe y no frente a otra persona, dije sin dudar:
               -Pienso estar con él hasta que exhale mi último aliento, Z.
               Zoe sonrió, acariciándome el cuello con la mano que le había dejado libre. Puede que le pareciera tierno mi lado sensible, un lado que no sabíamos que yo poseía.
               Ojalá le enterneciera la parte de mí que tenía los días contados.
               -Dijimos que nunca nos convertiríamos en esas chicas que sólo cogen aire para suspirar por sus novios, Didi.
               -Cuando lo conozcas, lo entenderás, Z.
               Me dedicó una sonrisa torcida que le hinchó exclusivamente una mejilla. Me acarició los nudillos.
               -Me da muchísima pena que te vayas otra vez-confesó-, pero viendo cómo te marchas, y viendo cómo estás por quien te espera al otro lado… creo que hasta me alegro.
               -¿Y porque tienes toda Nueva York para ti sola?
               -Sí, Didi, ¿te imaginas la cantidad de polvos que voy a echar ahora que no tengo competencia?-nos echamos a reír-. No, ahora, en serio. Esta ciudad se me hace inmensa sin ti.
               -Oh, Zoe-sonreí, inclinándome hacia ella y volviendo a estrecharla entre mis brazos, inhalando el perfume de lavanda que se ponía cada vez que se bañaba. No recordaba que nos hubiéramos puesto tan sensibles en toda nuestra vida, pero, a la vez, también entendía que la situación en la que estábamos era completamente nueva.
               Mamá llamó a la puerta; apenas fue un roce con los nudillos antes de tirar del picaporte y mirarnos con aprensión.
               -¿Diana? ¿Estás lista?

               Me limpié un par de lágrimas que se me enredaban en las pestañas como arañas en sus redes y asentí con la cabeza. Cogí mis maletas, sonreí cuando Zoe me quitó una (“espero que tengas aquí el vestido de Chanel, si no, dime dónde lo llevas, para saber qué maleta robarte”) y me negué en redondo a que mamá me ayudara con mis cosas. Bajé las maletas por las escaleras asegurándome de hacer el mayor ruido posible, esperando por un lado romper los escalones para que se acordaran de mí aun cuando ya me hubiera marchado, y me metí en el ascensor sin echar un último vistazo a mi casa.
               En el avión lo lamentaría, porque ya no recordaba la disposición de las fotos en la estantería, ni si el Grammy estaba girado hacia la izquierda o la derecha. Pero, en el momento, lo único que podía hacer era irme de allí con toda la dignidad del mundo, dejar que la parte de mí que se resistía a abandonar Nueva York tomara el control y les indicara a mis padres que m e iba en contra de mi voluntad.
               En teoría, era así y, aunque tenía muchas ganas de ver a Tommy, lo cierto era que también quería quedarme en mi habitación, y no en una triste simulación de ésta en un ático mil veces más pequeño, seguir siendo la diosa invulnerable de siempre a la que no podía afectarle absolutamente nada, y esperar con tranquilidad a que mi móvil empezara a sonar y a iluminarse con el nombre de alguna jefa de editorial de las revistas más importantes del mundo.
               Me había visto obligada a hacer ver que mi breve estancia en Inglaterra no había puesto mi vida patas arriba cuando escuché a mis padres, a los pocos días de que cayera la bola en Times Square, hablar de que parecía que mi camino se había enderezado… puede que no necesitara volver a Inglaterra, después de todo.
               Nada más oír aquella conversación, le mandé un mensaje a Zoe planeando una orgía. Al final, me acosté sólo con un par de chicos, y no tomé tantas drogas como solía hacer; pero fue suficiente para que mis padres no detectaran evolución alguna, creyeran que seguía siendo la misma cabrona cínica de siempre… la que era, por lo menos, con ellos cerca.
               Me puse las gafas de sol cuando salimos al vestíbulo del edificio, me afiancé mi abrigo de pelo blanco como el de un oso polar, y salí a la calle refulgente por la nieve que vomitaba los rayos con que el sol la acribillaba, y los flashes de los fotógrafos que ya se habían enterado, de alguna manera, de que yo me volvía a mi encierro espiritual: regresaba a mi ataúd social.
               -Diana, ¿es cierto que has renunciado al desfile de Versace del mes que viene?
               -¿Estarás en la gala del Met?
               -¿Qué relación tienes con el chico del aeropuerto?-tuve que sonreír al escuchar la pregunta: ¿en serio iban a intentar hacerme hablar de esa manera, con cuestiones estúpidas?
               -¿Algún comentario sobre los rumores de la clínica de desintoxicación?
               Me metí en la limusina sin hacer caso de sus inquisiciones, de la misma forma que Zoe y mamá. Papá ya estaba dentro de ella; me quité las gafas y dejé que me diera un beso.
               No hice ademán de devolvérselo, claro está.
               Se pusieron a hablar de las cosas que me había perdido mientras estaba “fuera” (como si marcharme hubiera sido algo que había decidido por voluntad propia), de los planes que tenían para cuando volviera, de cuándo podría volver, de los progresos que terminaría haciendo en Inglaterra, rodeada de gente tan tranquila y amable…
               -¿No os preocupa que pueda corromper a los ingleses, en lugar de que ellos terminen por arreglarme a mí?-espeté, y mamá enmudeció. Papá sólo apretó la mandíbula, frunció el ceño, se frotó las manos, cerró los ojos un par de segundos, y luego miró a mamá, invitándola a continuar con su monólogo.
               La vomitona de palabras regresó, pero todos en la limusina nos dimos cuenta de que era mucho más vacilante, en ocasiones incluso tímida, que la anterior.
               La escena con los fotógrafos se repitió nada más detenerse la limusina ante el aeropuerto. Pasé de ellos más olímpicamente aún, me metí dentro de la terminal tras mis padres, con la cabeza muy alta. Dejé las maletas para embarcar y me acerqué a los controles de seguridad.
               -¿No se te olvida algo, Diana?-preguntó mi padre, con un toque serio en su voz, pero tono totalmente inocente. Me giré, me atusé el pelo, acaricié la suavidad de mi peludo abrigo, y me encogí de hombros.
               -Cuídate, Zoe.
               Z se mordió los labios para no echarse a reír, presa de un ataque de histeria, delante de mis padres. Quería caerles bien; solíamos ir de angelitos delante de los padres de la otra, para que no se les ocurriera echarnos la culpa de las locuras que hacía su hija cuando estábamos de fiesta.
               Mamá puso los ojos en blanco, harta ya de mi actitud. Seguro que se alegraba de que me fuera, de tener la casa para sí misma, y que los focos volvieran a centrarse en ella y en sus diseños (que, por cierto, habían empeorado bastante desde que me marché, pero como yo no estaba para lucirlos, podría echarles la culpa a las modelos más feas a las que estaría obligada a contratar).
               Papá, por el contrario, no pareció inmutarse de mi intento de irme de este mundo segando cabezas en el campo de batalla, pues se acercó a mí, me tomó de la cintura, me pegó a él y me rodeó con los brazos.
               Luché con todas mis fuerzas contra el impulso de devolverle el abrazo y, claramente, como ya era de esperar, fallé. Terminé cerrando los ojos, inhalando su aroma, el aroma de mi infancia y los sentimientos de seguridad que venían cuando él estaba cerca de mí, y subiendo un brazo (uno solamente, tampoco íbamos a fliparnos) por su espalda.
               Me gustaba sentirme rodeada, pero no iba a ceder con tanta facilidad.
               -Algún día-me susurró al oído, sin que nadie pudiera oírnos, yo era la única confidente del secreto que estaba a punto de desvelarme-, verás que todo lo que hemos hecho ha sido por tu bien.
               Me separé de él sin decir nada; tan sólo lo miré un momento, en el lapso de tiempo que mamá tardó en acercarse a mí, estrecharme entre sus brazos y echarse a llorar. Le devolví el abrazo con desgana; puede que la idea hubiera sido de papá, y puede que me lo hubiera pasado mejor de lo que me había esperado en un principio en Inglaterra, pero una parte de mí no podía dejar de culparla porque no hubiera peleado por conservarme a su lado. No había hecho nada más que contemplar el sobre con horror y fascinación de igual manera mientras papá la convencía de que lo mejor sería que me fuera, que abandonara Nueva York y su atmósfera venenosa, probablemente el único factor que, en su cabeza, tenía verdadera influencia sobre mi comportamiento.
               Parece ser que yo era la única persona en el mundo que no le pertenecía a sus circunstancias, sino a su ambiente.
               -Te quiero muchísimo, cariño-me acarició el rostro, sorbiendo por la nariz. Después de sostenerlo entre sus manos un rato, como queriendo memorizar mis facciones (qué tontería, podría verme todos los días si se asomaba a la terraza y echaba un vistazo en dirección a Times Square), se llevó un dedo a la comisura de los ojos, capturando las lágrimas que le manaban de ellos por estar abandonando (de nuevo) al (único) fruto de su vientre.
               Asentí con la cabeza, en señal de aceptación. No iba a conseguir que le dijera que la correspondía, porque, ¿lo hacía de verdad? Es decir, se supone que debes querer a tu madre, y que ella te quiere a ti, pero una madre no te manda al otro lado del mundo cuando das un poco más de guerra de la habitual.
               -Que tengas un buen vuelo, mi amor-me deseó finalmente, dando un paso atrás y dejando que papá la envolviera con su enorme brazo. Zoe volvió a abrazarse a mí, me dio un beso en la mejilla, me dijo que me quería, sonrió cuando le dije que yo también, y se separó de mí lo justo para mirarme a los ojos y decirme:
               -¿Inglés tenía que ser, Diana?
               Creo que se me encendieron un poco las mejillas; lo noté tanto en mi cuerpo, en el calorcito interior que me invadió cuando volví a pensar en él, en sus brazos y sus ojos azulísimos, como el cielo en que me iba a zambullir durante horas para verle, en la forma que tenía de hablar, de besarme, de hacerme suya y pronunciar su nombre; pero también lo noté en el chispazo que se manifestó en los ojos de Zoe una vez comprobó los efectos que Tommy tenía en mí.
               -Tenía que ser él, Zoe.
               Me dio un último apretón en los brazos, me volvió a dar un beso en la mejilla, y se abrazó a sí misma mientras me observaba marchar. Dio un paso atrás, hasta situarse con mis padres, y se tapó la sonrisa de sentimientos encontrados que le invadía la boca con el puño cerrado, oculto tras el jersey de lana verde que se había puesto para la ocasión. Mamá extendió la mano, y Zoe se la cogió, mientras yo dejaba mis cosas en una bandeja y esperaba pacientemente a que me dejaran pasar por el detector de metales.
               Cuando me volví, ya con mi pasaporte guardado de nuevo en el bolso, junto al billete de avión, y todas mis cosas escaneadas por la cinta, los descubrí llorando.
               Levanté la mano a modo de despedida, me dejé arrastrar por la marea de gente, y me prometí que no lloraría hasta que el avión no hubiera despegado.
               Empecé a hacerlo nada más sentarme, pero nadie quiso darle más importancia de la que tenía, a ojos externos: una chica que dejaba atrás su familia y a sus amigos, que estaba triste por irse al exilio.
               Nadie podía ver lo mal que me sentía porque sabía que, en algún punto del océano, volvería a traicionar a la Diana que había sido cuando cogí el avión por primera vez, y resucitaría a la chica que había vuelto de Inglaterra con unas ganas tremendas de que llegara ese momento.
               No me gustaba estar traicionando lo que había sido hacía unos meses por cómo me hacía sentir una única persona. No era justo. Pero era así.
               Una de las azafatas me tendió un pañuelo, con ojos brillantes de compasión, y yo lo acepté. Apoyé la cabeza en la ventanilla del avión, hice caso omiso de las indicaciones del piloto, recliné un poco el asiento, me cubrí con una manta y clavé la mirada en el exterior. Nueva York se inclinó ante mí, despidiéndose, y casi suplicando que volviera pronto, y volviera siendo yo. Ve fuerte, o vete a casa.
               Yo no podía ir fuerte, ni tampoco podía irme a casa.
               En cuanto el Empire State se perdió entre la bruma de las nubes, empecé a llorar como una niña pequeña a la que le han roto su muñeca favorita. No podía querer ser de Tommy y, a la vez, querer ser mía.
               Todo esto era horrible.

Aproximadamente en el mismo momento en que el avión se estabilizaba y se apagaban las señales de los cinturones, con varios pañuelos mojados y arrugados ya en mi regazo, la razón de que yo estuviera así abrió los ojos, cogió el móvil, miró la hora y, después de pensárselo un momento, desbloqueó el aparato y se fue directamente a la aplicación de mensajes.
               -Scott-escribió. Puede que tuviera suerte y su mejor amigo no se hubiera acostado aún y la media luna no hubiera hecho acto de presencia todavía. Pero, Scott estaba en la cama, Tommy no lo molestaría.
               Llevaba varios días en los que apenas dormía, ya fuera porque estaba demasiado ocupado revisando su lista de conquistas, sacudiendo el polvo de sus artes amatorias, o tirado en la cama pensando en un millón de cosas. Las mismas voces que hacía varios años habían conseguido casi anularlo estaban volviendo a cobrar intensidad.
               Era la primera noche en que Tommy no iba a dejarlo en casa y se aseguraba de que se quedaba dormido antes de marcharse, cansado como pocas veces lo había estado en su vida, y por una parte se odiaba a sí mismo por privar a Scott de un sueño que necesitaba como el aire para respirar…
               … pero por otro, sabía que, si Scott estaba despierto, le haría bien tener a alguien con quien hablar.
               Y ese alguien sólo podía ser él.
               Tommy suspiró de alivio cuando vio que, debajo del nombre, la frase cambiaba de un “última vez a las 00:26” a “en línea”.
               -Tommy, ¿no puedes dormir?
               Tommy negó con la cabeza, y luego sonrió al darse cuenta de que Scott no podía verlo, aunque realmente no hiciera ninguna falta. Simplemente le mandó un emoticono al azar.
               -Estaba pensando.
               -Ya me parecía a mí que olía a quemado.
               -¿Vas a venir a acompañarme a recoger a Diana?
               Yo apenas había dejado atrás la costa de mi país, pero a Tommy ya le estaban entrando ansias de venir a verme. Puede que no lo anticipara en exceso por lo que me tenía que contar, pero me echaba terriblemente de menos, el deje de mi voz al hablar con ese acento que tanto le gustaba, la manera que tenía de cambiarle el nombre a los deportes que más se practicaban en mi país, la longitud de mis piernas, lo sedoso de mi melena y lo profundo de mis ojos verdes, que no podían compararse con océanos, pero sí con junglas en las que miles de almas se habían perdido en busca del paraíso dorado…
               -Claro, tío-contestó rápidamente Scott-. Contaba con eso, ¿o no querías?-le mandó un lacasito con gafas de sol, lo único que no había cambiado en su vida durante mi ausencia. Por lo demás, nada era como yo lo había dejado, salvo ellos dos. Claro que, pensándolo bien, considerar que ellos dos se mantuvieran juntos tampoco tenía demasiado mérito: era como poner la mano en el fuego y tener la certeza de que se quemaría.
               Tommy le mandó recursos a la aldea guerrera, así como vidas al Candy Crush. A cambio, Scott dividió a su ejército y ordenó a una parte de éste que acompañara al de Tommy en una expedición durísima, y le envió los materiales necesarios para que su granja siguiera siendo próspera. Hicieron FaceTime mientras yo me moría del aburrimiento en el avión, ya más tranquila y abandonando mi lado más deprimido; se putearon el uno al otro desde sus respectivas camas, hasta que Tommy ordenó a Scott que se pusiera a dormir, a lo que Scott replicó:
               -Soy seis meses…
               -Cinco meses y 24 días.
               Scott entornó los ojos, mordisqueándose el piercing, decidiendo cómo mandarlo a la mierda sin ser demasiado sutil, pero, a la vez, manteniendo la elegancia.
               -Vale, pues soy cinco meses y 24 días mayor que tú, por lo tanto, eres el que tiene que obedecerme a mí. Yo no sigo tus órdenes, Tommy.
               -Pero te vas a acostar en cuanto yo cuelgue, ¿verdad?
               Scott se lo pensó un momento.
               -Me encanta la relación que mantengo con mi cama. Es la única que merece la pena ahora mismo.
               -Vaya, muchas gracias, S.
               -T, no te pongas celoso. Lo nuestro es espiritual-le diría, sonriéndole la pantalla, y T, a pesar de todo, de sus dudas, de lo mal que se sentía por hacer que lo compartiera con Diana, de lo mucho que sufría recordando cómo había tocado a Megan sin tener ya ninguna excusa efectiva sobre que no sabía lo que hacía ni con quién, a pesar del dolor que le producía ver lo mal que lo había estado pasando Scott últimamente, se echó a reír. Porque estaba con Scott, más o menos, y eso no podía ser malo-; lo de mi cama y yo, en cambio, es más físico que otra cosa. Espero que lo entiendas.
               -Ponte a dormir, filósofo.
               -Scott de Éfeso-se burló el musulmán, le guiñó un ojo, le dio las buenas noches, y se desconectó.
               Tommy se despertó y se incorporó en la cama, impaciente y extasiado, en el momento en que yo atravesaba una zona de turbulencias, a mitad de camino. Se metió en la ducha sin hacer caso del reloj, que le decía que era una hora demasiado indecente como para estar levantándose sin resaca en lugar de acostándose borracho, abrió a tope el grifo del agua caliente y se quedó allí plantado unos minutos, disfrutando de cómo se le enrojecía la piel, mientras por su mente desfilaban los recuerdos de lo que había sido tenerme allí.
               Salió a la media hora, se miró en el espejo, decidió que era un buen momento para afeitarse, rezó en silencio mientras se echaba la espuma para no cortarse, y procedió a acicalarse para mí.
               Desayunó tortitas cuando a mí me daban el segundo aperitivo, le sonrió a su hermano cuando éste bajó las escaleras, frotándose los ojos, y le dijo que les dijera a sus padres que se iba a casa de Scott. Dan asintió, se quedó con las sobras de Tommy, y le dio un beso cuando su hermano mayor se lo pidió, ya vestido con unos vaqueros, una camisa y un jersey por encima.
               Shasha le abrió la puerta en casa de Scott.
               -Está durmiendo-fue todo lo que le dijo, antes de hacerse a un lado y olfatear su colonia-. ¡Dios, Tommy! ¿Qué llevas puesto? Huele genial.
               -Aftershave.
               -¿Te has afeitado?-estalló Shasha, abriendo muchísimo los ojos. Tommy la miró, sonriendo.
               -Pues sí.
               -¿Puedo…?-preguntó, estirando una mano con la palma vuelta hacia él. Por toda respuesta, Tommy giró la cara y se dejó tocar el mentón.
               -¡SHASHA!-tronó Sherezade, que acababa de despertarse y bajaba las escaleras. Tommy dijo que no importaba, que la entendía y compartía su entusiasmo por sus mejillas suaves, y subió las escaleras en dirección a la habitación de Scott.
               Subió las persianas, llamó a Scott, se sentó a su lado, le acarició la cara y sólo obtuvo por respuesta un leve movimiento de nariz. Le pellizcó la mejilla, pero Scott no se despertaba.
               -Scott. Scott. S. Scott. Arriba, Scott, venga, Scott. Scott-sonrió con malicia al formársele una idea-. Yasser.
               Scott abrió un ojo y lo miró a través de las brumas del sueño. Tommy se echó a reír.
               -Ya sé qué he de hacer cuando no te despiertes, tío.
               -¿Qué pasa?
               -Te he llamado por tu nombre; el que te gusta tanto.
               Scott puso los ojos en blanco.
               -Eres un hijo de puta.
               -Levántate; tenemos que ir a por Diana.
               Scott miró la hora y bufó.
               -Quedan tres horas para que llegue-se quejó, volviendo a esconderse debajo de las mantas. Tommy le arrancó su escondite.
               -Sí, pero entre que desayunas, te duchas, te vistes…
               -¿Qué pasa, que ahora huelo mal?-ladró Scott.
               -¡¿Te quieres callar?! ¿Vienes conmigo a buscar a Diana o no?-tronó Tommy, y Scott alzó las cejas, se frotó la cara, asintió con la cabeza y le pidió que le pasara una camiseta que ponerse. Los diez minutos que estuvo duchándose, lo hizo con la perorata de Tommy sentado en la taza del váter debatiendo consigo mismo cómo reaccionaríamos los dos al volver a vernos: ¿habría cambiado algo entre nosotros? ¿Que yo me hubiera acostado con varios tíos habría enfriado lo que sentía por él? ¿Y que él se hubiera acostado con Megan, y que casi lo hiciera con Layla, me importaría mucho? ¿Me lo tomaría muy mal, lo de Megan, quería decir?
               -Ojalá me ahogue con esta ducha para no tener que seguir aguantándote, Thomas-protestó Scott, y Tommy se quedó mirando su silueta a través de las cortinas de la ducha.
               -¿Puedes ser un poco más comprensivo, por favor?
               -Pásame el champú, que la puñetera de Sabrae se lo ha terminado y no ha cambiado el bote.
               -¡Ni de puta coña te vas a lavar el pelo! ¡Tardas dos años!
               -¡QUE ME PASES EL CHAMPÚ, O TE METO LA CABEZA DENTRO DE LA TAZA DEL VÁTER, Y ENTONCES SÍ QUE LLEGAMOS TARDE POR ALGO!
               Tommy se lo pasó a regañadientes, Scott se lavó el pelo, bufando cada vez que Tommy hacía una pausa para coger aire entre pregunta y pregunta, se envolvió una toalla a la cintura e hizo ademán de afeitarse también.
               -¡NO!-protestó Tommy-. ¡YA HEMOS PERDIDO BASTANTE TIEMPO! ¡ESTÁS BIEN!
               -Me siento raro si no me…
               -VÍSTETE-rugió Tommy, tirándole la ropa y haciendo caso omiso de la sugerencia de Scott de lugares por los que se podría meter la ropa, o lo que podría hacer con ella.  Tommy fingió no escucharlo; tan sólo entrecerró los ojos, intentando hacer más presión en Scott, y se abalanzó sobre él a ayudarlo a ponerse la camiseta cuando se percató de que Scott estaba postergándolo todo deliberadamente-. Me cago en tu madre, te juro por dios que cualquier día te mato…
               Scott se reía, Tommy le intentaba dar bofetadas y, en ocasiones, lo conseguía. Sólo en ocasiones.
               Tommy estuvo a punto de sacarlo de casa sin desayunar; menos mal que Sherezade estaba allí para velar por los intereses estomacales de su hijo, y consiguió convencerlo para que su partida se atrasara un poco.
               Scott sólo tomó leche y cacao: empezaba a sentir el nerviosismo de Tommy también en su interior, y no le gustaba lo histérico que se estaba poniendo su mejor amigo a medida que el reloj avanzaba en su abrazo de espiral y no se movían. Le dio un beso a su madre, le dijo que nos esperara (a los tres) para comer, cogió la chaqueta y se lanzó al frío londinense. Aguantó estoicamente la nueva perorata de que Tommy farfullaba por debajo del cuello de su jersey, le dijo que estaba feísimo las siete veces que le preguntó su amigo cómo le quedaba la ropa que llevaba puesta, y sonrió, mirándose los pies, cuando Tommy musitó:
               -Es que quiero estar guapo para ella, ¿sabes, S?
               Lo miró con sus ojos verdosos chispeando de alegría, la alegría de ver a Tommy bien con una chica otra vez. El pobrecito de Tommy, el bueno de T, bien que se lo merecía.
               -Creo que me voy a sacar una licencia de cura por internet, y voy a oficiar la boda en el aeropuerto, ¿qué te parece?
               -Que eres musulmán.
               -El amor es el amor, Thomas. No conoce de creencias ni etiquetas.
               Fue subirse al autobús y relajarse un poco el de los ojos azules, a la vez que se ponía más nervioso: faltaba poco para verme, con todo lo que ello implicaba. Aceptó uno de los auriculares que le tendió Scott, apoyó la cabeza en el cristal y le hizo cosquillas en el cuello al otro cuando éste apoyó la cabeza en su hombro, y contempló la ventana, los árboles pasar, los coches desfilando increíblemente osados, adelantándolo y poniendo más distancia y minutos entre nosotros.
               Scott se quedó dormido en su hombro.
               -Me vas a manchar el jersey con tus babas-protestó Tommy, sacudiéndoselo de encima.
               -Lo que te voy a manchar es la cara-replicó Scott, y le pasó la lengua por la mejilla como si se tratara de un ejemplar de San Bernardo que se hacía la fotodepilación, aunque no fuera en todo el cuerpo.
               Llegaron al aeropuerto dos horas y media antes de que mi avión aterrizara; todavía me faltaba para vislumbrar, siquiera, la costa irlandesa. Se acercaron al panel que anunciaba los vuelos para saber en qué terminal descendería yo, por qué puerta de salida aparecería.
               Scott se metió las manos en los bolsillos.
               -¿Quieres un donut mientras esperamos, T?
               -Nah.
               -Invito yo.
               Tommy lo miró un momento; la nuez de su cuello bajó y subió cuando tragó saliva. Scott no estaba nervioso, así que podía comer con toda naturalidad. Tommy estaba que se subía por las paredes, así que necesitaba engullir todo lo que se le pusiera por delante. Si alguien le hubiera puesto a Astrid enfrente, asada y con unas pocas especias que le dorasen la piel, puede que protestara un poco antes de devorársela a dentelladas, como si de una hiena se tratara.
               -¿Podemos comérnoslo aquí?
               -Pero en el Dunkin tienen unos sofás comodísimos, y te dejan rellenarte la bebida si…-Tommy puso cara de cachorrito; Scott suspiró-. Está bien, iré a por la comida y nos la comeremos aquí delante.
               Scott volvió con una caja que contenía tres donuts diferentes y tres iguales en su tono cerúleo. Activé el wifi del móvil y me encontré con los mensajes de Tommy:
               -Ya estamos en el aeropuerto.
               -Dios, qué ganas de verte.
               -Eres Diana Styles, ¿seguro que no puedes acercarte al piloto y decirle que acelere un poquito?
               -Te echo de menos, Didi.
               Pero el último era el mejor:
               -Te quiero-acompañado de todos los corazones que la aplicación de mensajería le permitía añadir. Sonreí al verlos, marqué el mensaje como “importante” y me arrebujé en el asiento mientras el avión terminaba de surcar lo poco que aún quedaba de aguas internacionales, y se adentraba, por fin, en territorio irlandés.
               Cuando anunciaron en qué lado de la terminal desembarcaría y a qué hora, Tommy obligó a Scott a moverse. Ambos chicos se dirigieron hacia las puertas de salida del aeropuerto, esperando, uno con más impaciencia que el otro, a que yo por fin apareciera. Una azafata me ofreció una bebida mientras Tommy se quedaba apoyado en la barandilla, observando a la gente salir.
               -T, falta una hora-comentó Scott-, ¿y si vamos a mirar videojuegos?
               Tommy le lanzó tal mirada envenenada que Scott no hizo más que hundir los hombros, asentir con la cabeza, pensando en qué sucedería si fuera él quien estuviera esperando a una novia suya (y se le encogió un poco el corazón al recordar que hacía días que no tenía novia), esperar al lado de él con las manos en los bolsillos del pantalón, y finalmente decir que se iba a dar una vuelta.
               -¿Quieres que te traiga algo?
               Tommy lo miró y sonrió.
               -A Diana-las mejillas de Scott se hincharon ante la contestación de su amigo y, raudo y veloz, se apresuró a desaparecer en dirección a las tiendas de videojuegos.
               Las nubes se cebaron con el vuelo en sus últimos momentos de vida. El avión se sumió en una especie de sopor inducido por la blancura que nos rodeaba: bien podríamos estar sobrevolando el mismo infierno y aquello ser el humo que despedían cientos de cadáveres, y no sospecharlo hasta que fuera demasiado tarde y el aparato se precipitara hacia la lava que conformaba el suelo.
               Me tapé de nuevo con la manta, no lamentando ni un solo segundo el no haberme puesto medias a pesar de ser invierno, y sonriendo para mí misma al pensar en lo poco que podría hacer Tommy por evitar que se le fueran mis ojos hacia mis piernas, y sonreí, dando un sorbo de mi bebida, acabándomela por fin. Se encendieron las luces que indicaban la obligatoriedad de tener los cinturones abrochados, varios pasajeros tuvieron que aguantarse por postergar la visita al lavabo durante demasiado tiempo y, entre sacudidas, el avión continuó hundiéndose cual barco en el océano embravecido, adentrándose cada vez más y más y en la niebla inducida por las borrascas que nos rodeaba.
               Los chicos se retiraron a una zona más apartada, esperando a que anunciaran que mi avión acababa de tocar tierra, hartos de que un montón de asiáticos los abordaran, rodearan y amenazaran con aglutinarlos en la marabunta que conformaban.
               Por fin, se pudo ver un poco de territorio inglés a través de la ventanilla. El avión dio un giro de 90 grados, clavando las alas en el suelo por un segundo, y se encaminó al aeropuerto, descendiendo más y más. Estaba lloviendo, pero no me importaba. Creía que se debía a que me reunía con Tommy: después, lo achacaría a que el cielo lamentaba con qué fiereza iba a querer fundirme con él, tras hablar con mi inglés favorito.
               Tommy se levantó como un resorte en cuanto las ruedas del aparato tocaron tierra, animado por los anuncios de megafonía, anunciando mi desembarque inminente.
               Fui la primera en levantarme y abalanzarme sobre mis cosas: recogí el equipaje de mano, salí apenas habían colocado la pasarela en la puerta del avión, y casi corrí en dirección a las cintas transportadoras de maletas. Me senté a esperar a que desfilaran ante mí, pero la cinta se arrastraba regodeándose en lo vacía que estaba, de modo que me levanté, me puse a dar vueltas, me senté, miré el móvil, volví a levantarme, rodeé la cinta para colocarme en la parte por la que empezaban el paseo las bolsas…
               … naturalmente, fui de las últimas en recoger su equipaje, como no podía ser de otra manera.
               Los metros que me separaron de Tommy mientras arrastraba toda mi vida contenida en unas cuantas maletas fueron los más largos de mi vida pero, a la vez, también los más hermosos. Scott había insistido en que me dejaran espacio para verme mejor, en que sería mejor que nos encontráramos en un lugar en que tuviéramos espacio para abrazarnos, besarnos, y hacer lo que quisiéramos (pero que sea legal en público, ¿eh, T? Tampoco queremos dar lecciones gratuitas) a ir apretujados entre la gente y no poder disfrutar de los primeros momentos de mi vuelta.
               Seguí a la marea de gente en dirección a la salida, mirando a mi alrededor, escaneando cada cara de las que esperaban a sus seres queridos, decepcionándome cada vez que me encontraba con unos ojos azules que no eran los suyos, y desesperándome cuando posaba la mirada en unos ojos que ni siquiera tenían el color del mar.
               Hasta que, por fin, nuestros ojos se encontraron.
               Tommy miró un segundo a Scott, como pidiéndole permiso.  Era 5 meses y 24 días mayor que él, así que podría decirse que, en ese momento, en ese preciso instante, estaba dispuesto a obedecerle… si le decía lo que quería oír.
               Scott se frotó la mejilla, sonriendo.
               -Corre a por tu chica, tigre.
               Y eso es lo que hizo mi inglés. Salió disparado en mi dirección, y yo en la suya, sonriendo y cargando con mis maletas. Esquivó a la gente como lo haría una gacela, con la habilidad de quien lleva haciéndolo toda la vida; pidió perdón cuando se chocó con una pareja que celebraba su reencuentro con un abrazo que hizo que se olvidaran de cuidar de sus maletas; saltó diversas bolsas colocadas en el suelo de unos turistas que se afanaban en encontrar su itinerario de viaje, y, cuando ya no podíamos más, cuando no soportábamos la ausencia del otro, lo cerca que estábamos y, a la vez, lo lejos, nos alcanzamos.
               Dejé caer mis cosas, di un brinco y lo abracé, tanto con los brazos como con las piernas. Él hundió su cara en mi melena e inhaló el aroma de mi champú y mi acondicionador, mientras yo le acariciaba la nuca y cerraba los ojos, concentrándome sólo en el tacto de su cuerpo contra el mío, de sus brazos sujetándome y de su esencia envolviéndome.
               Y estaba bien.
               Y me importaba una mierda no estar en la ciudad que me había visto nacer.
               Porque estaba en casa.
               -Tommy-susurré, sintiendo que se me llenaban los ojos de lágrimas, pero eran lágrimas de felicidad.
               Me besó el cuello y yo me derretí entre sus brazos, me convertí en un líquido con el que podría hacer lo que quisiera. Era suya, eterna e irremediablemente suya.
               -Creía que me iba a volver loco, esperando y esperando, viendo la cantidad de gente que salía, y tú no aparecías… Pero ya estás aquí.
               Me besó en los labios, primero con pasión, como si acabara de llegar de una travesía por el desierto que había durado más de lo previsto y hubiera acabado con todas sus reservas de agua, y no tuviera una gota en su cantimplora, y yo fuera el oasis que había estado buscando con tanta obstinación.
               -Estoy aquí-susurré.
               -Dios, Didi, estás aquí de verdad…
               -Y tú eres de verdad...-susurré, aferrándome a su cuello. Nos miramos un momento: se perdió en la jungla de mis ojos, yo buceé en el lago cristalino de los suyos. Me dejó en l suelo y volvimos a besarnos, y nada más importaba: sólo sus manos en mis caderas y mi cuello, sólo mis dedos recorriendo su pelo y sus brazos, sólo nuestras bocas unidas y nuestras lenguas acariciándose, como si fueran viejas amigas… porque eran viejas amigas.
               -T-dije, con su boca en la mía, y él sonrió al escuchar su apodo de mi boca y probar, a la vez, la curvatura de mis labios y el sabor de mi lengua cuando decía su nombre-, no puedo creerme que seas real, yo…
               -Soy súper real-sonrió. Me separé un poco de él, aclarándome las ideas.
               -No lo entiendes, yo… contigo estoy asustada, ¿sabes?-inclinó la cabeza hacia un lado, escuchando-. Estoy asustada de que puedas irte, y no me gusta estar asustada, ni tener miedo, pero por ti merece la pena, aunque me ahogue en mis pesadillas, y…
               Dio un paso al frente, recuperando la distancia que había ganado para nosotros, y me besó con más pasión de lo que había hecho nunca, con su mano en mi mejilla.
               -¡Tommy! ¡Acabas de joder mi declaración!-pero me eché a reír.
               -Perdona, es que… Dios-se pasó una mano por el pelo-, te quiero tantísimo, Diana.
               En ese instante, no existía Layla, ni Megan, ni ninguna otra chica con la que hubiera estado jamás. Sólo estábamos nosotros dos: estábamos juntos, el resto del mundo se nos olvidó.
               Me acarició el pelo, centrándose en mi coleta. Lo miré.
               -No me la deshagas, Tommy.
               Tommy sonrió, sus dedos se detuvieron alrededor de la goma.
               -Tommy, no.
               Empezó a tirar de ella, despacio, mirándome.
               -¡Tommy! ¡Que no!
               Pero terminó de tirar de la goma y me atusó el pelo.
               -Eres imbécil.
               Alzó las cejas.
               -Soy tu imbécil.
               Me mordí el labio, luego se los mordí a él, y dejé que me llevara de la mano con Scott.
               Nadie en el mundo hubiera sospechado cómo reaccionaríamos ninguno de los dos cuando nos encontramos: había tanto que nos separaba, cosas como Eleanor, cómo nos habíamos conocido y la primera impresión que le habíamos causado al otro, el asco que nos habíamos profesado… y, sin embargo, fue sorprendente cómo nos abrazamos sin más, centrándonos en quiénes habíamos sido la última vez que estuvimos en contacto.
               Yo, una chica enamorad de su mejor amigo que se despertaba por la noche llorando por no sentirse suficiente para él.
               Él, el novio de una de de mis pocas amigas en Inglaterra, y alguien que era capaz de escuchar pacientemente mis dudas y miedos sin juzgarme, y contarme la historia de cómo había sido posible que estuviera hoy en la Tierra con tal de tranquilizarme, convenciéndome de que, si estaba escrito, el destino encontraría la forma de hacer que sucediera.
               Lo mío con Tommy tenía que estar escrito. ¿Cuáles eran las posibilidades de que nos juntáramos, si yo vivía en un continente distinto al suyo?
               Tommy alzó las cejas al ver cómo le pasaba los brazos por el cuello a Scott, cómo él me pegaba contra sí y me decía que se alegraba de verme. Vaya, mira tú por dónde.
               -¿Os encontráis bien? ¿Queréis que vayamos al médico?
               Scott se echó a reír.
               -Es el cansancio-explicó.
               -Es el jet lag-añadí yo, y los tres nos reímos, cogimos mis cosas y nos metimos en un taxi. El musulmán tuvo la delicadeza de sentarse delante, para dejarme besar a mi inglés todo lo que quisiera, acariciarlo para convencerme de que era real, y volver a besarlo cuando me parecía que volvía mi hambre de él.
               Nos ayudó a pasar mis cosas a la casa de Tommy (mi casa, me recordé) y, después de mirarnos un segundo, contemplar a Tommy un momento en el que pareció que se decían algo sin mover los labios, dijo que se iba a dar una vuelta, y desapareció con un chasquido de la puerta al encajarse de nuevo el cerrojo.
               Me volví hacia Tommy. Teníamos toda la casa para nosotros solos, pero con mi habitación nos bastaba.
               Me abalancé sobre él, y él sobre mí, con la urgencia de los amantes que sólo tienen una última noche antes de que su historia se termine para siempre. Sus manos volaron a mis nalgas, me apretaron contra sí, me hicieron ver lo mucho que me había echado de menos y lo mucho que le gustaba que yo clavara mis uñas en su espalda, intentando fundirme con él. Nuestras lenguas se pelearon, tanto fuera como dentro de nuestras bocas hasta que, finalmente, empezamos a subir las escaleras en dirección a mi habitación. Subimos las escaleras, tropezamos, nos echamos a reír, y yo le quité el jersey mientras él subía por mis piernas desnudas.
               -No puedo creer que no lleves medias-sonrió.
               -Hace calor, comparado con Nueva York.
               -Me pregunto por qué.
               Sonreímos, seguimos besándonos, lo tumbé sobre la cama y me tumbé encima de él. Me senté a horcajadas sobre su pecho y continué besándolo; cada dos por tres, mi melena se interponía entre nosotros, y me obligaba a estar constantemente recogiendo mechones rebeldes tras la oreja.
               -Diana-dijo, con la voz ronca por la excitación-. Diana, espera, tengo que… decirte algo.
               -Luego-repliqué, tenía muchísimas ganas de volver a tirármelo, necesitaba recordar lo que era el sexo con él, lo distinto que era del sexo con los demás-. Ahora, centrémonos en lo nuestro.
               -Es importante-replicó, pero sus manos le traicionaban, y por mucho que intentara apartarlas de mí, no era capaz.
               -Luego, Tommy-repliqué, y a él le pareció suficiente con mi resistencia, porque dejó de intentar refrenarse, me ayudó a quitarle la camiseta, me quitó el vestido gris y metió una mano por dentro de mis bragas. Noté cómo se endurecía más al notar lo preparada que estaba para él.
               Seguí besándolo y ayudándolo a desnudarnos, hasta que, por fin, los dos estábamos con el mismo traje con el que habíamos venido al mundo. Me acarició los pechos, me besó el cuello, llevó sus manos al interior de mis muslos y me hizo suspirar y suplicarle que lo hiciera ya. Sonrió, me separó más las piernas, me besó los pechos y entró en mí con la boca entreabierta.
               -Joder, sí, Tommy… cómo echaba de menos sentirte en mi interior-gemí, entre jadeos; él sonrió.
               -No te haces a la idea de cuánto he deseado volver a sentirte así, Didi...-replicó, su boca entreabierta para poder darme todo lo que yo quería, absorber del aire la fuerza necesaria para demostrarme cuánto me había echado de menos. Le acaricié la espalda, arqueé la mía, recibiéndolo más dentro aún, si cabe. Cerré los ojos y dejé escapar un suspiro.
               Él gruñó, susurró un “joder, dios, sí, así” cuando le mordí el labio inferior y tiré de él mientras acompañaba el movimiento de sus caderas con las mías. Le arañé la espalda, él me mordió las clavículas.
               Seguimos moviéndonos, pero algo cambió entre nosotros. Lo notaba distraído, intentando concentrarse pero sin conseguirlo realmente.
               Está preocupado.
               Me detuve, él tardó un poco en reaccionar a mi quietud. Me miró a los ojos y se mordió el labio.
               -¿Qué pasa?
               -Nada.
               -Tommy-suspiré. Le acaricié el brazo, adiós al polvo salvaje que estábamos echando. Bueno, me servía si me hacía el amor despacito, como él sabía.
               -Nada.
               -¿Qué era eso que tenías que decirme?-pregunté, clavando los ojos en él. Negó con la cabeza.
               -Luego.
               -Dímelo.
               -Ahora no, Diana.
               -No, Tommy-me incorporé un poco, amenazando con romper nuestra unión, pero quería saber qué sucedía, lo necesitaba-, dímelo ahora.
               Se me quedó mirando un momento, decidiendo si merecía la pena contármelo o no. Yo decidí que, la mereciera o no, lo haría. Si estaba distraído, podría ayudarlo a evadirse, pero necesitaba saber de qué quería, exactamente, hacer huir su mente.
               Suspiró, decidiendo que no podía mentirme a la cara, decir que las cosas iban bien y eran como antes cuando no era así.
               -Me he acostado con otra.
               Me eché a reír.
               -Ya hemos hablado de esto; no me importa que hayas estado con Layla, es más, me alegro de que ella…
               -No ha sido Layla. Me he acostado con Megan.
               Se me paró el corazón; me lo quedé mirando, buscando una pizca de risa en sus labios, un chispazo de complicidad en sus ojos. Pero la mecha se había apagado.
               Soy un segundo plato.
               Soy un paño de lágrimas.
               Si ella le quiere de vuelta, él saldrá corriendo para estar con ella.
               -Me corro y te vas.
               Frunció ligeramente el ceño un segundo.
               -¿Qué?
               -Me corro y te vas, Tommy-repetí-, necesito pensar, pero no te equivoques. No me vas a dejar a medias.
               Él no tardó mucho en acabar por la forma en que me lo follé yo: a pesar de estar debajo, la que llevó la voz cantante y dominó durante todo el polvo fui yo. Se lo hice con fuerza, como si quisiera hacerle daño, porque quería hacerle daño, en lo más profundo de mi ser. Había herido mi orgullo, me había hecho daño donde nadie más podía. Para una cosa que no debía hacer, y le faltaba tiempo para correr a los brazos de ella en cuanto yo me iba…
               Finalmente noté cómo me acercaba al clímax. Me mordió, me besó, me dijo que me corriera para él, y yo me acaricié mientras él me embestía, decidiendo que me iba a correr, sí, pero para mí, no para él. Bastante buena estaba siendo, que no le arrancaba la cabeza por lo que acababa de hacerme.
               Después de lo que me pareció una eternidad, acabé gritando su nombre, arañándole la espalda y rindiéndome a la fuerza de la gravedad. Cerré los ojos, me pasé una mano por la frente, limpiándome el sudor. Estaba pegajosa, él también.
               Me pregunté si se la habría follado así, si habría sudado como lo hacía conmigo, si ella habría gritado su nombre como lo había hecho yo. La verdad es que me había decepcionado a mí misma, regalándole la palabra que le definía como premio por aquella sesión de sexo que, en realidad, él habría tenido gustosa con otra.
               Siguió moviéndose dentro de mí.
               -¿Qué se supone que estás haciendo?
               -Te gusta estar conmigo porque puedo hacerte llegar más veces.
               Me eché a reír.
               -Quítateme de encima, Tommy.
               Me miró.
               -Te lo compensaré.
               -¿Cómo dices? No tienes nada que compensarme. Lo nuestro sólo es sexo. Y ya has cumplido. Quítateme de encima.
               No se movió.
               -¿Estás sordo, inglés?-troné-. ¡Quítateme de encima!
               Salió de mi interior y se quedó sentado al borde de la cama, observándome.
               -Diana…-empezó, en tono lastimero, como si fuera un cachorro al que le estoy negando una chuchería después de que me haga un truco que me ha costado Dios y ayuda enseñarle.
               -Ni Diana ni hostias. No uses ese tono conmigo. Vete.
               -Pero…
               -¡VETE!-ladré, furiosa, y me eché a temblar, tanto por el frío que hacía en la habitación en sí como por el frío que sentía en mi interior, un torrente de emociones congeladas que no hacían más que enfurecerme.
               Cogió los pantalones, se los pasó por las piernas, y estiró la mano en dirección a su camiseta. Yo me puse las bragas y me lo quedé mirando.
               -Estaba borracho-dijo, cuando se hubo vestido-. Estaba borracho, y no sabía lo que hacía, y…
               -Vale.
               Puso los ojos en blanco.
               -Va en serio, Diana.
               -Vale.
               Estiró la mano en dirección a mi rodilla, pero me aparté.
               -Márchate. Necesito pensar.
               Pero se quedó ahí, esperando.
               -¡Tommy!
               -No lo hice por hacerte daño. Ni porque estuvieras con otros-sacudió la cabeza-. No quería… hacerte daño es lo último que querría en este mundo, princesa.
               Nos miramos un momento, largo y tendido. A pesar de que la desnudez siempre se ha asociado con la vulnerabilidad, y que yo estaba prácticamente desnuda, y él no, me sentía poderosa, como si me cubrieran las más finas ropas de la realeza el día de su coronación. Tenía la sartén por el mango.
               -Yo no soy Layla-dije, y él hundió los hombros, iba a decir algo, pero lo interrumpí-. Márchate, de verdad, Tommy. Quiero estar sola. Ve con Scott. Necesito pensar.
               Ojalá me hubiera dicho que me quería, porque estaba dispuesta a creérmelo, aun sabiendo cómo me había traicionado. Pero no lo hizo; puede que pensara que lo que yo quería era que me dejara en paz, cuando, en realidad, si se hubiera acercado a mí, me hubiera abrazado y me hubiera dicho que lo que hizo con Megan no significó nada para él, al contrario de lo que hacía por mí, puede que lo hubiera perdonado en ese instante.
               Pero se marchó sin decir nada, sólo me miró una última vez antes de abrir la trampilla del suelo y bajar las escaleras, y yo decidí que no haría el esfuerzo de perdonarlo, que no podría perdonarlo, porque una cosa era que estuviera con Layla, con diez tías, con cien o un millón, y otra muy diferente era que volviera con Megan, la razón por la que habíamos empezado a follar en primer lugar.
               Escuché cómo bajaba las escaleras, cogía sus llaves y se dirigía hacia la puerta. Me lo imaginé echándola vista atrás, mirando al techo y tragando saliva, decidiendo que tenía que quedarse conmigo, que me quería a mí y no a la zorra pelirroja.
               Pero no lo hizo.
               Abrió la puerta, la cerró, y aquello fue el pistoletazo de salida para que yo me echara a llorar a moco tendido.
               No me gustaba sentirme como las demás.
               Lo bueno que tenía Tommy era que me sentía una diosa incluso cuando me hacía sentir mortal, que era especial aun cuando todo el mundo, en algún momento dado, encontraba a la persona que le hacía sentir especial, a pesar de ser lo más común del mundo.
               Fuera de mí, me levanté y me abalancé sobre el escritorio; vacié los cajones, destrocé las libretas y los libros que había en las estanterías, sin hacer distinción entre los que me pertenecían y los que no; abrí el armario y tiré toda la ropa fuera, incluso rompí algunas blusas que me encantaban, intentando sentir algo diferente a aquella rabia que me corroía por dentro.
               Joder, incluso descolgué un par de cuadros y los estampé contra el suelo, con la mala suerte de que sólo conseguí romper uno. Tiré varios frascos de colonia contra la pared y me quedé mirando las manchas que dibujaron en ésta.
               Todo esto, sin parar de gritar.
               Me tumbé, exhausta, en la cama, y seguí llorando y llorando y llorando, continué sollozando aun incluso cuando escuché la puerta abrirse y unos pasos atravesando la casa, subiendo las escaleras. Los pasos se detuvieron debajo de mí, como escuchando, y luego, se acercaron a la escalera por la que se accedía a mi habitación.
               Seguía sintiendo a Tommy conmigo, haciéndome daño, aun cuando no lo tenía cerca.
               La trampilla se levantó un poco. Deseé que fuera él. Si era él y me pedía perdón… bueno, no sabía qué haría. Dudaba que pudiera perdonarlo. Pero lo intentaría. Por dios que sí. Conseguiría que se olvidara de ella y que se diera cuenta de que me quería a mí. No a Megan.
               Tampoco a Layla.
               Sólo a mí.
               Era buena haciendo que la gente me quisiera.
               Pero los ojos que aparecieron por la ranura de la trampilla no eran los de Tommy; no eran azules, sino marrones.
               Eleanor terminó de subir las escaleras y se me quedó mirando, confusa. Supongo que constituía una visión fascinante: tendida en la cama, con los ojos llorosos, agotada de tanto luchar, contra el mundo, contra mí misma.
               -¿Diana?-inquirió. ¿Tan irreconocible estaba?
               Quizá fuera como un león sin melena: no lo reconoces, pierde su majestuosidad.
               Nadie me había visto así de vulnerable. Sólo una persona.
               Bueno, dos.
               Zoe y Scott.
               No me gustaba que hubiera una tercera.
               -Déjame sola.
               -¿Qué te pasa?-miró en derredor, observando el estropicio que había montado en un momento.
               -Déjame sola, Eleanor.
               Pero se acercó a mí, se sentó a mi lado, y me acarició el pelo. Debía de parecer tan poca cosa, con una camiseta blanca, que encima había sido de Tommy (claro, por eso me daba la impresión de que seguía estando con él: la prenda todavía despedía su aroma), tendida en la cama, con los ojos rojos de tanto llorar, y la voz ronca de ser incapaz de detener la rabia que me manaba como la lava de un volcán…
               -¿Qué ha pasado?-preguntó, cuando vio que me tranquilizaba un poco.
               -No sé si el sexo con tu hermano me compensa por todo lo que lloro por él-conseguí articular, y ella me sonrió con tristeza, entendiendo perfectamente a qué me refería. El chico en que pensábamos era diferente, pero la idea era la misma.
               -¿Quieres contármelo?-dijo, acariciándome la espalda, enredando sus dedos en mi pelo. Lo hacía de forma muy similar a su hermano y, sin embargo, no había contacto que se me antojara más diferente que el de ellos dos. Mientras Eleanor lo hacía con ternura y lástima, Tommy lo hacía con pasión, lujuria. Me gustaba más cómo lo hacía él, a cómo lo hacía ella.
               O solía gustarme.
               Ya no lo tenía tan claro.
               -Se ha follado a Megan-dije, y ella frunció el ceño, pero yo no pude ver su expresión contrariada. ¿Tommy y Megan? ¿De nuevo? No-. Soy un clavo. Un pañuelo-me lamenté-. No me quiere de verdad-si me quisiera de verdad, no estaría pillado también por Layla. Yo era un capricho, puede que Layla fuera eso también, pero yo era un capricho. No le había gustado lo suficiente como para conseguir mantenerlo en exclusiva-. Me quiere porque le ayudo a olvidarla. Me folla y me pone su cara; estoy segura-¿se lo había hecho a ella como me lo había hecho a mí? ¿O me lo hacía a mí como se lo había hecho a ella? ¿A quién estaba imitando? ¿Al Tommy de Megan, o al Tommy de Diana?-. Dice mi nombre entre dientes cuando se corre dentro de mí, porque si abre más la boca, se le escapará el nombre de ella. Seguro que se masturbaba pensando en ella incluso después de conocerme-Eleanor negó con la cabeza, apartándome el pelo de la cara-. No me gusta ser un segundo plato-la miré-. Pero no soy un segundo plato, en realidad. Encima, está Layla. Soy un puto canapé al final de la comida. Ni siquiera me merezco que se me considere un postre.
               Volvió a negar con la cabeza, acariciándome la mejilla.
               -Mi hermano te quiere.
               -Tú eso no lo sabes.
               -Sí lo sé. Cerraba la puerta cuando llamabas por teléfono. Tenía un reloj adicional en los relojes mundiales con la hora de Nueva York. Quería venir a casa en Nochevieja y ver cómo caía la bola, por si te veía por la tele y te llamaba y podía ver cómo cogías el teléfono, y comprobar si sonreías de verdad cuando veías su nombre en la pantalla, o simplemente sonaba como que sonreías, aunque no lo hicieras realmente-Eleanor hundió las manos en mi melena rubia, para terminar atacándome directamente a mí-. ¿Le quieres?
               La miré a través de una cortina de lágrimas.
               -Nunca me había enamorado de nadie-confesé-. Nunca. De nadie. Hasta ahora. Y es una mierda.
               -Puede que el sexo con Tommy no sea bueno porque él sea bueno en sí, sino porque le quieres-murmuró, pensativa.
               -Tu hermano es bueno en la cama. De por sí.
               Nos echamos a reír, tristes.
               -Scott también era bueno en la cama-reflexionó-. Aunque no sé si mi juicio se puede considerar imparcial.
               -Ojalá me lo hubiera tirado a él, y no a tu hermano-me hice un ovillo; ella se tumbó a mi lado, sonriendo al techo-. No podría sentir nada por Scott. Es… repulsivo-cuando no lo pillas medio dormido, claro. Los dos eran iguales, sacados del mismo molde, cocidos a fuego lento en la misma olla a presión. Me la quedé mirando-. Perdona si te ofende.
               -No lo hace. Es verdad; Scott es repulsivo.
               -¿Qué?
               Se me quedó mirando, se frotó la mejilla igual que su hermano.
               -Oh, perdón, se me olvidaba que no lo sabías. He roto con él. No quería decirle a Tommy lo nuestro. Supongo que es cojonudo mintiendo-se encogió de hombros y apartó la mirada, sus pensamientos estaban muy lejos de mí, en otra galaxia-. Me miraba a los ojos, y me decía que me quería. Y era mentira.
               -No era mentira. No cuando yo me marché.
               Veía cómo la miraba cuando se encontraban por el instituto. Había visto cómo sus manos buscaban las de ella cuando estábamos los cuatro juntos. Quizá no la quisiera como ella le quería, puede que nunca pudiera llegar a hacerlo, porque la adoración que había en los ojos de Eleanor cada vez que decía su nombre era algo que pocas veces se conseguiría reproducir, incluso entonces, cuando estaba cabreada con él, y se decía a sí misma que no lo soportaba y se dormía pensando en él y recriminándose el daño que se estaba haciendo.
               -Entonces, ¿por qué no decírselo a mi hermano, sino porque Tommy tenía razón desde el principio?-entrecerró los ojos.
               -Porque se necesitaban. Más que a nosotras.
               -¿Y por eso es por lo que lloras?-me miró. Y sí, bueno, me habría encantado que Tommy me necesitara hasta el punto de poder llegar a enfermar si estábamos mucho tiempo separados, me gustaría que no pudiera pasar un día sin hablar conmigo o escuchar mi voz, me habría encantado que viniera en mitad de la noche a mi casa, aunque sólo fuera para echar una partida de videojuegos.
               Pero yo no tendría eso jamás con él.
               Sólo había un Scott en el mundo.
               -No.
               Nos quedamos mirando el techo, cada una sumida en sus pensamientos, lamentándose por lo que podía haber sido y finalmente no sería con su respectivo caballero de la brillante armadura, o como fuera que llamasen las chicas normales a los chicos que les hacían sentir lo que Scott a ella y Tommy a mí.
               La habitación acusaba mi ataque de locura: a cada rincón que llevaba mis ojos, veía un vestigio de lo que me había dicho Tommy, del tirón en el estómago que había sentido cuando hablamos. El aire olía a él, podías respirar su presencia aun cuando ni siquiera estaba en la misma calle.
               No podía dormir ahí.
               No podía imaginármelo llevándosela a esa misma cama y haciéndole todo lo que me había hecho a mí mil veces mejor, porque sabía qué era lo que le gustaba a ella como sólo un novio de varios años puede saberlo.
               -Quiero irme a casa-me lamenté, y Eleanor clavó los ojos en mí, me cogió la mano y me acarició la palma con el pulgar. Tommy también hacía eso.
               Empecé a preguntarme si ella podría hacer algo que no me recordara a su hermano, si llegaría un momento en el que encontrara alguna diferencia entre ellos dos (al margen de aquellos ojos insultantemente marrones) que me hiciera tolerar su presencia a mi lado.
               -¿Y dejarme a mí sola? ¿Al manejo de Scott?-sonrió, torciendo la boca, y en eso sí que no se parecía a su hermano, porque elevaba la comisura contraria a la que elevaba él.
               -Eso no sería muy sabio-sonreí, y ella asintió, también sonriendo.
               -No, no lo sería.
               Nos echamos a reír, nos pegamos la una a la otra y continuamos mirando el techo.
               -¿El?
               -¿Didi?
               -Odio a los tíos.
               -Bienvenida al club-en su tono había la misma emoción que la del profesor que explica su tema favorito de la asignatura que hizo que quisiera iniciarse en la docencia-. Tenemos galletitas. ¿Y si nos hacemos lesbianas?
               -Tu hermano está demasiado cerca como para que yo me cambie de acera-repliqué, sacudiendo la cabeza, notando cómo me bailaba el pelo-. Tus padres lo han hecho con muchas ganas.
               -Ojalá a mí me hubieran hecho con las suficientes ganas como para que a Scott le pareciera que merecía la pena luchar por mí-se lamentó. Me la quedé mirando, vi cómo tragaba saliva y se miraba las manos, intentando concentrarse en cualquier cosa que no fuera el agujero que sentía en su pecho, y las ganas tremendas de llorar que tenía.
               Scott no la quería a ella y Tommy no me quería a mí. De lo contrario, no nos estarían haciendo esto.
               Pero no pasaba nada: nosotras también podíamos dejar de quererles.
               Y seguir disfrutando de buen sexo cuando nos diera la gana, joder. Que para algo estábamos más buenas que ellos.


En un universo paralelo en el que yo no fuera un gilipollas integral, y sólo de campeonato, estaría emborrachándome para olvidarme de cómo me había echado Diana de su lado hacía un par de días. Cuando había vuelto a casa, ya entrada la tarde, me había encontrado con que tanto ella como Eleanor se habían largado a dar una vuelta.
               Cuando por fin regresaron, venían acompañadas de Sabrae, que se quedó a dormir en casa, de modo que no podría hablar con ella hasta el desayuno siguiente.
               Pero, claro, en aquel universo paralelo en el que yo no era un gilipollas integral, y sólo de campeonato, Scott estaba bien, de modo que habría cogido a Sabrae y me habría obligado a pedirle perdón a Diana, a suplicarle clemencia, si hacía falta, de rodillas. Tanto para suplicarle como para convencerla de que estábamos mejor cuando nos llevábamos bien.
               En fin, el caso era que yo no tenía la suerte de estar en ese universo paralelo, de manera que allí estaba, tirado en el sofá, intentando no pensar en Diana, en Megan, y en si debería decírselo o no a Layla, observando cómo mis amigos bebían más y más. Scott se tomaba los chupitos como si le pagaran por ello, Bey y Tam no paraban de reírse y agitar las melenas, que una llevaba recogida y otra suelta, y Jordan y Logan estaban discutiendo sobre fútbol, menuda novedad.
               El único que estaba más o menos bien era Alec, si no contábamos con su trastorno obsesivo compulsivo de meterse la mano en el bolsillo, sacar el móvil, mirar la pantalla un momento sin darle a ningún botón, como si esperara que por arte de magia el aparato se encendiera, y guardárselo rápidamente de nuevo, convenciéndose de que podía pasárselo bien sin vigilar las fotos con poca ropa que subieran las chicas a las que seguía en Instagram.
               Seguro que ni se daba cuenta de que se sacaba el teléfono literalmente cada 23 segundos. Pero de reloj. Cada 23 segundos, Alec se llevaba la mano al bolsillo.
               No tardé prácticamente nada en memorizar la cifra porque resultaba ser mi número favorito.
               Adivina por qué.
               Exacto: la gente normal suele tener de nombre de usuario en sus redes sociales una combinación de su nombre, apellidos, y el día de su nacimiento. Yo tenía el 23, y Scott, el 17.
               Por eso no bebía, porque ni se me pasaba por la cabeza el emborracharse cuando más me necesitaba.
               Tenía la misma mirada que cuando le quité el bote de somníferos. No iba a darle tanta cancha como para volver a encontrármelo así otra vez. Joder, con 15 años yo era un niñato que flipó con toda la situación a unos niveles interdimensionales.
               Si ahora cazaba a Scott de esa guisa, probablemente le pegara tal paliza que acabaría matándolo, y sería peor el remedio que la enfermedad. O, por lo menos, le daría un bofetón que lo teletransportaría a una colonia humana en Marte que se instalaría en el planeta rojo 200 años después de que nosotros dos muriéramos.
               ¿Me sentía mal por lo de Diana? Sí. ¿Me consideraba una mierda de persona por lo que le había hecho? Sí. ¿Me moría de ganas de volver a estar con ella de buenas, quiero decir, sin acostarnos como si nos diéramos asco el uno al otro? Sí. ¿Me moría de ganas de decirle que la quería y escucharle decirme que ella a mí también, en lugar de morderme la lengua mientras me vestía porque sabía que, como le dijera eso, se pondría como un basilisco? Sí.
               Ahora, ¿le iba a fallar también a Scott? Ni muerto, vaya. Antes me pegaría un tiro en el estómago.
               Y, ¿preferiría una y mil veces estar a malas con mi americana, a estarla con mi mejor amigo, con el único hermano mayor que tenía?
               No lo sé, ¿el agua moja?
               Sentí unos ojos clavados en mí mientras aceptaba un chupito que me tendía Logan (“relájate, T, la noche es joven”). Alec le lanzó tal mirada envenenada que no sé cómo no se le detuvo el corazón. Tenía el teléfono en la mano, gracias a dios, desbloqueado.
               Por suerte, Logan no se dio cuenta de la situación. Ojos que no ven, corazón que no siente.
               Rastreé el local, la cantidad de gente que nos rodeaba y abarrotaba la pista de baile, hasta que me encontré con aquellos ojos que conocía tan bien. ¿Cuántas noches me habría pasado pensando en esos ojos, y cuántos días me había bastado el sólo verlos para que un día de mierda se convirtiera en uno que mereciera la pena?
               -No durante mi guardia-gruñó Alec, dándome una patada en el pie. Megan se echó a reír al ver mi cara de besugo al contemplarla, pero le decepcionó lo rápido que pude volver en mí.
               Podría traicionar a Diana, pero no iba a traicionar a Scott.
               Las canciones se sucedían sin pena ni gloria. Jordan ni siquiera había sacado la pecera; no había nada que mereciera la pena debatir esa noche, lo cual era curioso: tanto Eleanor como Scott estaban allí, pero ninguno parecía tener ganas de dar espectáculo ni ganarse el pan, la gloria, la pasta, la fama, o todo junto.
               Scott estaba demasiado ocupado volviéndose alcohólico, y Eleanor, intentando que le pegaran el sida a través de la saliva, a base de morrearse con todo el que se le pusiera por delante. Ojo, me parecía de puta madre, pero… no sé, tía, tienes 15 años, córtate un poco o algo, Jesús.
               Scott miraba de vez en cuando en varias direcciones, se quedaba mirando un punto fijo durante un larguísimo rato, y luego volvía a beber chupitos como si nada. Supuse que estaba vigilando a Sabrae, que últimamente pasaba un montón de tiempo con mi hermana. Era como si las dos muchachas se hubieran dado cuenta de lo fácil que sería su amistad si tiraban de la nuestra; al fin y al cabo, vivíamos muy cerca, y Scott y yo nos pasábamos la vida en casa del otro.
               Scott se echó a reír en una ocasión; yo dirigí la mirada hacia el sitio que contemplaba él. Eleanor se estaba enrollando muy seriamente con un gilipollas al que puede que acabara de conocer. Lo único que le faltaba era que le hicieran un bombo en aquel sofá. Dios, me tenía hartísimo. No había quien la soportara en casa de lo arisca que se había vuelto: cosa que le decías, cosa que ella se tomaba como un ataque personal; mirada que le dirigías, cruzada que, se suponía, le estabas echando.
               No podía ver lo que hacía Sabrae, pero tenía que ser algo graciosísimo. Me incliné hacia la derecha, intentando cambiar mi punto de vista. Alec se me quedó mirando.
               -¿Qué haces, subnormal?
               Sacudí la cabeza e hice un gesto en dirección a Scott. Alec pudo ver cómo Scott terminaba de reírse, cogía otros dos vasos, se los vaciaba prácticamente a la vez, y se levantaba. Alzó las cejas.
               -Interesante.
               -¿Has visto de qué se reía?
               Se encogió de hombros.
               -No se me ha perdido nada en ese sofá.
               Scott se había perdido entre la multitud. Supuse que se dirigía a la barra, a pedir más mierda que meterse en el torrente sanguíneo. Desencajé la mandíbula.
               -Eres un amor, Al; no sé cómo no tienes a medio Londres detrás de ti.
               -Es que tengo a medio Londres detrás de mí-espetó Alec-, lo que pasa es que me gusta ir de interesante.
               -Con esa actitud, no encontrarás novia en tu vida.
               Sonrió. 
               -Pues abro un puticlub.
               Y hasta ahí la conversación, tanto porque no se me ocurrió qué decirle, como porque la gente empezó a chillar al ver cómo Scott se plantaba en medio del escenario y se mantenía con serenidad en el centro, esperando a que empezara a sonar la canción.
               -No me ha llamado para que suba con él-murmuré, incrédulo. Alec se encogió de hombros.
               -Es un Malik; les encanta la atención en solitario, les viene por naturaleza. Creía que faltaba todavía para el 25 de marzo-desbloqueó de nuevo el móvil.
               -Sí, bueno, buena suerte encontrando una mujer que te aguante, Alec.
               -Qué pesadito estás con las mujeres, ¿qué pasa? ¿Quieres concertarme un matrimonio con Astrid? ¿No crees que deberíamos esperar a que creciera un poco? Ni siquiera puedo dejarla embarazada aún, Tommy; tiene ocho años.
               -No te acerques a mi hermana.
               -Tiene ocho años, Tommy.
               -Te tiras a tías de 30, y a Astrid le llevamos menos.
               -Si hubiera sabido que me ibais a echar en cara lo de la hermana de la amiga de mi madre, no habría abierto la boca en…-se interrumpió y se volvió, sin reconocer la canción, pero sintiendo las emociones de Scott en su canto.
               Conocíamos esa chulería muy bien.
               Scott sonrió mientras las luces del local se apagaban, dejando en exclusiva a las de emergencia para hacerle competencia a su foco de atención. Yo conocía esa canción; la habíamos cantado a voz en grito un montón de veces, especialmente cuando nos poníamos a cocinar. Bacon, de Nick Jonas, con aquel rapero cuyo nombre nunca era capaz de recordar (¿tenía algo que ver con una libra?), y cuyo videoclip era una pasada de vídeo continuo que se desarrollaba en el típico bar de carretera estadounidense.
               Scott chasqueó los dedos, sonrió a su público, se creció con los aplausos y los vítores.
               El tío era una puta estrella del rock, bebiendo del anhelo de todos los que lo contemplaban y querían ser como él, tener un minuto de su vida.
               Lo cierto es que se le veía cómodo; joder, le sentaba bien estar ahí arriba…
               … hasta que llegó el estribillo, y se puso a bailar, como si de una coreografía ensayada durante meses se tratara, al mismo ritmo de la canción. Era como estar delante del propio Nick Jonas en alguna entrega de premios; se contoneaba al ritmo de sus bailarinas, interactuaba con ellas durante la danza, les sonreía, las acariciaba y se dejaba acariciar.
               Todo el mundo se puso a chillar; escuché a Tam sobreponerse al murmullo de la gente, riéndose:
               -¡Scott está borrachísimo!
               Alec llevaba más de medio minuto sin tocar el móvil. Tenía la vista clavada en Scott, y su expresión era de cierta curiosidad, mezclada con algo que no logré identificar del todo hasta pasado bastante tiempo: preocupación.
               Porque sólo Alec y yo estábamos lo bastante sobrios para recordar que Scott no bailaba mientras cantaba, no así, nunca, jamás. Era como estar viendo a una persona totalmente diferente, como si un alien se hubiera comido el cerebro de mi mejor amigo y estuviera manejando su cuerpo por él.
               -Scott está hecho mierda-dije, y Alec tragó saliva y asintió, sin mirarme. Todo fue a peor cuando se ocupó del rap del tío (¡Ty Dolla $ign!, ¡sabía que tenía algo que ver con las libras, más o menos!), se inclinó hacia delante, se movió la visera de una gorra que ni siquiera llevaba puesta, sonrió con chulería, con aquella sonrisa de Seductor™ que tanto le gustaba al género femenino, y dio brincos y siguió bailando con sus bailarinas, como si le pagaran por ello.
               Trixie estaba allí. Scott le estaba demostrando que estaba bien sin ella, y, ¿qué mejor forma de hacerlo que cantando y bailando una oda a la soltería? ¿Acaso la canción no decía que había un montón de cosas mejores que estar con la chica a la que se quería, como hacer lo que te diera la gana con quien te diera la gana, levantarse tarde y desayunar beicon, fuera o no en tu casa?
               Con la muerte de la canción, la sala volvió a explotar, según solía suceder cuando Scott se subía al escenario. S se ajustó la chaqueta, se inclinó al suelo y lanzó besos. Sonrió con suficiencia y una pizca de cinismo y se bajó de un salto, echando vistazos por encima del hombro al lugar en el que debía de haber visto a Trixie. Se pasó la mano por la boca y sonrió al alcanzarnos, alzando las cejas.
               -¿Qué pasa?-sonrió, pero tanto Alec como yo nos lo quedamos mirando.
               -¿Qué pasa?  ¿Qué te pasa a ti, tío?
               -Nada-se encogió de hombros-, estoy súper bien.
               -No lo parece.
               -¿Qué pasa?-insistí yo, adelantándome a Alec, poniéndome entre los dos y mirando a Scott. A mí, podía contármelo. Puede que Alec no lo entendiera, había cosas que nadie más que yo entendía.
               -La he superado, y quiero que lo sepa, ¿vale?-se puso a la defensiva-. Quiero que sepa que no me acuerdo de ella, ni de cómo se llama, ni de cómo tiene el pelo, ni de cómo le saben los labios o de qué color tiene los ojos; bien podrían ser azules, o grises, y yo…-se encogió de hombros- juraría que son verdes, ya que ni siquiera sé si los tiene…-se perdió en sus pensamientos, y supe que me lo iba a decir, que ahora venía la verdad-. Marrones.
               Sus ojos marrones, vale. Podemos trabajar con eso.
               -No te merece, S-repliqué yo, acariciándole el hombro.
               Y Scott me miró un momento y me rompió el corazón más rápido de lo que podía hacerlo Diana, o Layla, o mi madre. Se echó a llorar.
               -No, no los tiene de color marrón-negó con la cabeza, se pegó a mí, buscando que lo abrazara, y yo es lo que hice. Lo estreché entre mis brazos y no lo dejé marchar-. El marrón es del color de sus ojos.
               Escuché con el corazón roto cómo decía esa palabra, “marrón”, como si contuviera todo el sufrimiento del mundo.
               -Me viene en el nombre-continuó-; a todos los Scott de los que he oído hablar les ponen los cuernos. No estamos a salvo. Nos condenan en cuanto nos llaman así.
               Bastó con mirar un momento a Alec para decidir que era hora de irse. Avisamos a los demás, le dijimos que nos llevábamos a Scott a casa, y todos se levantaron y nos siguieron como si yo fuera su general, y ellos, mis fieles soldados. Alec insistió en que nos lo lleváramos a mi casa, que allí estaría mejor, y se ofreció a quedarse conmigo, consolándolo. Estuvimos escuchándolo toda la noche, diciéndole que Trixie era una zorra que no se merecía que se pusiera así por ella, aunque, ¿qué podíamos esperar de las amigas de Megan? El de gusto horrible era yo (gracias, Alec, tío, eres un amigo, pensé con ironía cuando lo espetó como quien habla del tiempo, de cómo está lloviendo mientras sostiene en alto su paraguas), lo obligamos a jugar a videojuegos, estuvimos con él mientras se tranquilizaba, y finalmente conseguimos que se durmiera a golpe de alcohol.
               Lo último que nos dijo antes de quedarse frito fue que siempre nos jodía las noches, exactamente lo mismo que decía yo cuando cogía una borrachera como la de él.
               Estuvimos toda la tarde decidiendo qué hacíamos para animarlo, hasta que a Karlie se le ocurrió que fuéramos a su casa y nos quedáramos toda la noche viendo pelis, jugando a las cartas, o haciendo cualquier cosa que nos permitiera estar aislados. Lo último que necesitaba Scott era estar en un lugar público en el que pudiera cruzarse con Trixie.
               Dentro de lo malo, lo que había hecho con Megan me había producido una inmunidad interior respecto de ella que me permitía perfectamente no entrar en cortocircuito cada vez que nuestros ojos se encontraban. Era lo bueno de que Diana me detestase por ello: me sentía tan mal por aquella noche que ni siquiera recordaba con ella, y aquella mañana que recordaba perfectamente (y, seguramente, hasta el día que me muriera), que ahora me sentía totalmente ajeno a su zona de influencia.
               Así que allí nos plantamos los 8 de siempre más Diana en casa de Scott; resultó que mi americana favorita no tenía planes para el último viernes de vacaciones, y parecía tolerar un poco más el estar cerca de mí durante una noche.
               O puede que sólo quisiera vigilar que no me follara a alguna de mis amigas, ni que yo fuera Alec o algo por el estilo.
               El caso es que Scott nos abrió la puerta con ilusión, como si supiera que allí nadie podría hacerle daño. Entramos en tropa y abarrotamos el hall de su casa; Zayn estaba tirado en el sofá, esperando a que Sher terminara de prepararse para ir a dar una vuelta. Scott se quedaría al mando de la casa; en su defecto, estaría Sabrae, que seguramente estuviera en su habitación, muerta del asco porque ni mi hermana ni Diana habían decidido salir esa noche.
               Justo estábamos enfilando en dirección a la sala de estar que imitaba a mi sala de juegos de casa de Scott cuando Sherezade bajó las escaleras como si de una diosa yendo a visitar a sus hijos mortales se tratara. Se iba colocando unos pendientes que brillaban casi más que la luna en las noches en que luce llena, y nos sonrió al vernos.
               -¡Chicos! ¿Tenéis fiesta de pijamas?
               -Joder, yo no pensaría en pijamas al lado de ella-espetó Alec en voz baja, y Max le dio un codazo. Sher clavó sus ojos verdosos, los que le había dado con tanta generosidad a su hijo, en la rubia.
               -Diana, te esperaba para comer el día que llegaste.
               -Estaba cansada-se excusó Diana, y sonaba realmente arrepentida, como si perderse una cena en casa del chico que, hasta hacía dos días, era incapaz de soportar, fuera un asunto de estado-. El avión.
               -Y los ingleses-añadió Alec, que ya era incapaz de morderse la lengua cuando había una mujer medianamente guapa cerca; así que imagínate cómo se ponía cuando Sherezade entraba en su campo de visión.
               Sonrió cuando la madre de Scott posó los ojos en él.
               -Alec-Sherezade le dedicó una sonrisa tan cálida que yo pensé que los polos terminarían de derretirse, tanto trabajo invertido en intentar conservarlos, a la mierda. Alec sonrió a su vez, decidiendo que mi segunda madre diciendo su nombre era el sonido más hermoso que se hubiera escuchado jamás-. Lo que hiciste por Sabrae en Nochevieja fue todo un detalle.
               Alec se encogió de hombros.
               -Lo que sea por ti, Sher.
               Hacía años, cuando Alec empezó a llamar a las chicas “muñeca”, Scott le dijo que, como se le ocurriera llamarle eso a su madre, le partiría los dientes. Alec se había limitado a mirarlo como si fuera imbécil y contestar:
               -Como si fuera a llamar algo tan vulgar a tu madre, Scott, que es arte en estado puro. Por favor-y puso los ojos en blanco.
               El resto de mujeres del mundo eran “muñeca”, pero Sherezade era, como mínimo “Sher”.
               Sher se echó a reír.
               -Aunque te guste hacerme favores, aun así, me tranquilizó un montón saber que estuvo contigo toda la noche. Así que gracias por cuidar de mi niña, Al-y le dio un beso en la mejilla.
               Alec se quedó de piedra, se le olvidó cómo respirar durante unos segundos.
               Y sucedió un milagro.
               Si Sherezade Malik no era una diosa, es que los dioses no existían.
               Se le encendieron las mejillas.
               -¡SE HA PUESTO ROJO!-chilló Bey. Logan sacó el móvil.
               -¡ESTO HAY QUE INMORTALIZARLO!
               -MADRE MÍA, AL. NI SIQUIERA SABÍA QUE PUDIERAS PONERTE ROJO.
               Nadie lo sabía, en realidad.
               -¡DEJADME EN PAZ! ¡NO ME HE PUESTO ROJO!-dijo, cubriéndose las mejillas, y se puso más rojo aún. Nos echamos encima de él; hasta Scott se acercó a revolverle el pelo. Se escabulló en dirección a las escaleras, y se tiró en uno de los sofás que había contra la pared, orientados hacia el otro extremo de la sala en que Scott había preparado ya la pantalla gigante de ver pelis.
               -Y tú que no querías venir, ¿eh, Al?-se rió Bey, dando el pistoletazo de salida para que Alec empezara con su adorable chulería.
               -Sherezalec es real, tíos-anunció, y luego, se volvió hacia Scott-. Puedes empezar a llamarme “papi” cuando quieras, Scott.
               Scott alzó una ceja, mordiéndose el piercing.
               -¿Así es como te llama mi hermana?-Diana sonrió, mirándose las manos. Hizo espacio entre ella y Jordan para que me sentara a su lado, si quería. Y sí, la verdad es que quería.
               -¡Déjame a Alec, Scott!-riñó Bey, negando con la cabeza, contrayendo su rostro en un profundo ceño. Pero Alec estaba demasiado feliz como para percatarse de la pulla.
               -Dios mío, en serio, me voy a rapar el pelo y me voy a meter a monje budista, es que no puedo aspirar a nada más alto que esto; no hay mujer que me vaya a superar esto, de verdad, puedo jubilarme de mis conquistas, tomo los hábitos, ¡viva el celibato!-alzó las manos, y nos echamos a reír.
               -El día en que Alec deje de ligar, Tam se nos echa novio-sonrió Jordan.
               -Que no vas a ser tú, J, por cierto-Tam se echó a reír, cruzando las piernas.
               -¿Té, caballeros, damas?-se burló Logan, riéndose también. Joder, cómo iba a echar de menos el estar todos juntos y reírnos y no preocuparnos por nada, que lo único que nos molestara fuera que se nos acabaran las palomitas o que alguien nos robara el regaliz.
               Las chicas fueron las que eligieron la película, y, cómo no, la selección fue una pastelada romántica de esas que tanto les gustaba ver. La verdad es que tenía su punto.
               Bueno, me gustó bastante, especialmente porque Diana subió los pies al sofá y se recostó contra mi cuerpo. Apoyó la cabeza en mi hombro y suspiró. Yo la miré de reojo.
               -Te vi anoche. Resistiéndote a ella. Has sido valiente-explicó. Sonreí.
               -¿Eso significa que tenemos una tregua?
               Clavó sus ojos verdes en mí.
               -De momento sí, inglés.
               La besé, y las cosas estuvieron un poco mejor. Puede que no estuviera tan mal ser un gilipollas integral, y no sólo de campeonato, después de todo.
               Diana recuperó horas de sueño en mi hombro mientras las películas iban avanzando. Poco a poco fuimos haciendo piña y acurrucándonos los unos contra los otros. Pasamos a las pelis de acción, porque se dieron cuenta de que Scott no estaba para ver historias de amores eternos.
               Empecé a comerme el coco pensando en cómo haría para que se librara de ella cuando me di cuenta de una cosa. Me costó bastante, la verdad, pero no fue hasta que me percaté de cómo estábamos colocados y cómo nadie protestaba que pude observar lo duro de la situación.
               Bey abrazaba a Scott, que se había tumbado entre sus piernas, y tenía la cabeza apoyada en su pecho. Le recorría el cuero cabelludo con los dedos; de vez en cuando, le toqueteaba el piercing para arrancarle una sonrisa.
               Hasta ahí, todo normal.
               El problema venía en que Alec no había dicho ni mu sobre lo que haría él para estar así de cerca de las tetas de Bey. Sólo los miraba con un poco de pena, pero también con cariño, como el padre que observa a sus hijos jugar, y no como el chaval que mira cómo uno de sus amigos retoza con otra amiga a la que quiere tirarse.
               Fue entonces, con el silencio de Alec, cuando me di cuenta de la dureza de la situación.
               Si Alec no tenía intención de comentar lo que estaría dispuesto a hacer para disfrutar de las atenciones de nuestra amiga como lo estaba haciendo Scott ahora mismo, era que estábamos muchísimo más jodidos de lo que parecía a simple vista.
               Y todo por los putos ojos marrones de…
               Espera.
               Espera, espera, espera.
               Trixie no tiene los ojos marrones.
               Sólo conocíamos a dos chicas que pudieran responder por ese nombre, dado que, a nuestra edad, solíamos llamar Trixie a las Beatrice.
               Algo en mi interior hizo clic, y me quedé mirando a Scott.
               Trixie no tenía los ojos marrones.
               Pero Eleanor Beatrice Tomlinson, sí.

               Mi putísima hermana sí tenía los ojos marrones.

32 comentarios:

  1. ME CAGÓ EN MI PUTA VIDA

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  2. EL DIA HA LLEGADO TÍAS. PERTRECHAROS EN VIESTRAS CAMAS Y AGARRAOS BIEN A VUESTRO PAÑUELOS.

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    1. Espero de verdad estar a la altura de las expectativas, uf, yo lo estoy pasando mal ya escribiendo el capítulo pero me da miedo que a vosotras os decepcione :(

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  3. ME DUELE TODO. ESTAMOS A NADA DE PRESENCIAR EL GO DOWN DE SCOMMY. NO ESTOY LISTA

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    1. MIRA EN SERIO NOS ESPERAN TIEMPOS MUY DUROS ESPERO QUE SEPAMOS CAPEAR EL TEMPORAL JUNTAS Y QUE NO SE ME QUEDE NADIE POR EL CAMINO

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  4. JODER JODER JODER JODER! ME CAGO EN MI PUTSIMA VIDA!!!
    ¿ERES CONSCIENTE DEL PEDAZO CAPÍTULO QUE HAS ESCRITO?
    Vamos a calmar nos un poco porque son muchos por delante. EMPECEMOS POR EL PUTO REENCUENTRO DE TIANA, mis TIANA feels han resurgido como el ave fénix para después irse todo a paseo cuando Tommy le ha contado lo de Megan, pero...OLE ESA DIANA CUANDO HA DEJADO CLARO QUE NO MA IBA A DEJAR CON LAS GANAS. DIOOOOS viva diana!
    Me he reido un montón con el momento en el que Sherezade le da el beso a Alec!! ALEC ES TAN JODIDAMENTE IMPORTANTE EN CADA BORRACHERA DE SCOMMY JUNTOS O POR SEPARADO QUE NO SE LE VALORA LO SUFICIENTE.
    PERO....PERO SOBRETODO EL MOMENTO FINAL! !!!! POR FIN TOMMY HA CAÍDO EN QUE EL AGUA SÍ MOJA AL IGUAL QUE SCOTT MOJABA CON SU HERMANA

    Pd: ERES UNA PUTA DIOSA DE LA ESCRITURA ERIKA ME CAGO EN MIS ANTEPASADOS JODER💖

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    1. UF ARI POR DIOS lo de Tiana fue tan dulce, cuando los lié ya pensé en esta escena y :((((( qué hermosos son quiero que tengan muchos hijos; y, por favor, que salgan a Diana, la reina la DIOSA de Diana que se pone por delante de los demás SIEMPRE, ole ella.

      LO DE ALEC SE ME OCURRIÓ CUANDO LO DE NOCHEVIEJA, y en un primer momento lo iba a poner en el mismo capítulo según traían a Saab a casa, pero luego me di cuenta de que sería mucho más gracioso si él estuviera con sus amigos para que hicieran fotos y tal JAJAJAJAJAJAJAJAJA. En cuanto a lo de que es importante en las borracheras, por un lado estoy de acuerdo contigo, aunque creo que ahora Alec se está "abriendo", por así decirlo, con sus amigos, y está más cercano gracias a ciertas cosas que van a suceder y que os voy a contar con bastante más detalle en cierta historia paralela a ésta, chan chan chan... pero no, no le valoramos lo suficiente, es un BIZCOCHO RELLENO DE PRELINÉ™ Y HEMOS DE CUIDARLO A TODA COSTA.

      ME HE DESCOJONADO CON LO DE SCOTT MOJABA CON SU HERMANA ES QUE DE VERDAD JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJ qué lento es Tommy madre mía, vamos a ir reptando a los sitios para que él no se quede atrás.

      Muchísimas gracias, jo; no eres más mona porque no puedes ❤

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  5. DIANA ES MI DIOSA Y MI REINA. LA FUNDABA UNA RELIGIÓN YA MISMO. Y CASI ME DA ALGO AL FINAL. ME CAGÓ EN MI PUTA VIDA VAN A TENER LA PELEA DELANTE DE TODOS NO ESTOY PUTAMENTE LISTA ERIKA

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    1. DIANA ES LA PUTA AMA ES QUE DE VERDAD NO HAY ANIMAL MÁS GENIAL QUE ELLA.
      El final me ha quedado epiquísimo, aunque está feo que yo lo diga; por eso no quería subirlo de noche, para que nos dieran ataques a todas a la vez ☺

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  6. "Quizá no la quisiera como ella le quería, puede que nunca pudiera llegar a hacerlo" POR QUE TODO EL PUTO MUNDO ESTÁ CONVENCIDO DE QUE SCOTT NO ESTÁ TAN ENAMORADO DE ELLA. ESTOY ENFADADA VALE.
    PD:LA PELEA HA LLEGADO. YA HE ENCARGADOS LAS DOS TONELADAS DE CLINEX

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    1. Hay tanto estigma en torno a Scott por lo vividor follador™ que fue, jo, con lo hermoso que tiene el corazoncito.
      UF vais a disfrutar con el siguiente capítulo




      si sois sádicas



      si no pues os moriréis de penita

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  7. THE END IS NEAR *inserte el gif de Homer con la campana y el cartel*

    me da muchísima pena Tommy por lo de Diana pero es que se lo merece porque a ver para qué se acuesta con esa pava otra vez. Ole por Diana y sus ovarios.

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    1. Totalmente de acuerdo, jo, es que a ver, Tommy es tonto, creo que eso lo hemos visto todas, pero por otro lado justo le han hecho daño donde más le duele, y el hecho de que vaya a tener que pasar por sus remordimientos solo me da tantísima lástima... aunque entiendo la postura de Diana, o sea, ole ella, que no se deja pisotear.

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  8. Madre mía qué #ataque me ha dado.
    En primer lugar Diana, que sufro con ella. Cuando Tommy le ha contado lo de Megan yo solo quería abrazarla. Y no sé por qué he empezado a pensar (puede que me equivoque) pero que al final ella acabe con Tommy. Porque la forma en la que Tommy habla de ella y ella de él y también está Layla pero no sé he tenido esa palpitación. Peeeroo a la vez sufro con Layla porque ella se merece lo mejor del mundo y quiere a Tommy pero Tommy está confuso pero mi palpitasion está ahí y me arde el alma.
    A la vez que me ha encantado como Diana lo mandaba a paseo no sin antes terminar el polvo. #putísimaAMA #Asísehace
    Thomas, ¡ay Thomas! AY THOMAS. La que se va a liar, pollito.
    No estoy preparada para la pelea y sin embargo quiero que pase ya.

    P.D. Alec como tonto por Sherezade es que me lo como. Alec mirando el móvil cada 23 segundos es que lo abrazo como un oso amoroso.
    With all my love, young_bloodx

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    1. PODEMOS APRECIAR POR FAVOR QUE DIANA SE PORTÓ MAL EN NUEVA YORK PARA ASEGURARSE DE QUE IBA A VOLVER A INGLATERRA Y ASÍ PODER ESTAR CON TOMMY?????????!!!!?!?!?!?!!?!?!?!?!?! gracias.
      No andas para nada desencaminada con tu razonamiento, corazón; es más, yo diría que lo que expones de la forma que tienen de hablar el uno del otro es una de las muestras de que esta pareja no es la típica de "bueno, estamos juntos y ya está", sino que van a luchar el uno por el otro, aunque haya veces que incluso tengan que hacerlo contra el otro (no sé si me explico [?]). Estoy convencida de que Diana quiere a Tommy, y que Tommy la quiere a ella, pero también creo que quiere a Layla, y bueno, ya veremos cómo va evolucionando todo eso ☺
      Lo del polvo, si te das cuenta, ha sido también muy Sherezade cuando se les rompió el condón. Adoro a mis mujeres fuertes e independientes que exigen un orgasmo cada vez que se quitan la ropa, ay❤
      En cuanto a Tommy: sufro por mi niño, aunque me haya salido imbécil.

      PD: Cuando sepas por qué mira el móvil cada 23 segundos (si tengo el placer de que me acompañes en el spinoff), te lo vas a querer comer con patatinas.
      Un besote, guapa ❤

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  9. NO TENGO MÁS QUE OBJETAR A PARTE DE QUE TE AMO ❤

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  10. NO TE CREO!
    NO PUEDES DEJAR SEMEJANTE CAPÍTULO ASÍ!!!!! DIOS MIO NO PUEDO CON MI VIDA, HA SIDO UN CAPITULAZO!!!!!

    PD: Creo que después de este capítulo puedo posicionarme por fin: Tommy y Diana tienen que terminar juntos sí i sí, Tommy quiere a Layla muchísimo pero no de la manera que lo hace con Diana, dios mío sus nervios al verla y el momento aeropuerto, SHIPPO MUCHO DE VERDAD!
    LITERALMENTE NO PUEDO ESPERAR AL SIGUIENTE CAPÍTULO, NO ME CANSO DE LEERTE ENSERIO ����������

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    1. SOY UNA MALA PÉCORA, QUÉ VAMOS A HACERLE.

      Dios, por un lado os entiendo totalmente porque es que Diana y Tommy son una otp muy seria, pero por otro lado está el bizcocho masivo relleno de praliné™ que es Layla y me duele todo el corazón. MIRA OJALÁ ME COMPREN LOS DERECHOS Y HAGAN UNA PELI YA SÓLO POR LA ESCENA DEL AEROPUERTO ES QUE ME LOS IMAGINO TAN HERMOSOS CORRIENDO EL UNO HACIA EL OTRO Y SONRIENDO COMO SI FUERAN TONTOS AY.
      ESPERO QUE TE ENCANTE EL SIGUIENTE CAPÍTULO CORAZÓN ♥

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  11. VALE HA LLEGADO EL DÍA LA PELEA YA ESTÁ A LA VUELTA DE LA ESQUINA TENGO QUE ARMARME DE VALOR Y PAÑUELOS PARA AFRONTARLO

    - Ana

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