martes, 21 de marzo de 2017

Es una observadora, y una ladrona.


Se queda mirando fijamente. Es en eso en lo primero que te fijas de ella. Echa un poco la cabeza hacia atrás con una suave sonrisa sospechosa y se te queda mirando mucho rato. Y piensas, “¿tengo algo entre los dientes, o me quiere romper la cara?”, lo cual no va a suceder.
Y entonces, hace preguntas. “¿Qué hiciste la noche pasada, Viola?” Oh, cociné una tarta de manzana. “¿Usaste manzanas de Piamonte?” No, no usé manzanas de Piamonte, ¿qué demonios son las manzanas de Piamonte? Usé manzanas Granny Smith. “¿Hiciste tu propia corteza?” No, usé corteza precocinada, eso es lo que hice. “Entonces no hiciste una tarta de manzana, Viola.
Bueno, eso es porque me pasé todo el tiempo haciendo mi estofado; hago el mejor estofado del mundo. Uso pavo ahumado, sopa de pollo, y mi salsa barbacoa especial. Silencio. Le he cerrado la boca.
“Bueno, pues no saben bien a no ser que uses lacón. Si no usas lacón, no sabe igual. Así que, ¿qué tal está la familia?”
Y mientras sigue mirándote fijamente, te das cuenta de que te ve, y, como un potentísimo escáner, te está grabando. Es una observadora y una ladrona. Revela lo que ha robado en ese sagrado lugar que es la pantalla. Hace los personajes más heroicos, vulnerables; los más conocidos, familiares; los más odiosos, con los que te puedas identificar. La señora Streep.
Su talento artístico nos hace recordar el impacto de lo que significa ser artistas, que es hacernos sentir menos solos. Sólo puedo imaginarme a dónde vas, Meryl, cuando desapareces dentro de un personaje. Me imagino que estás en ellos, esperando pacientemente, usándote como conducto, animándolos, coaccionándolos para que muestren su desastre, se confiesen, se expongan, vivan. Eres una musa. Tu influencia me animó a mantenerme en la línea, señora Streep. Te veo. Te veo. Y ya sabes, todos esos días lluviosos que pasamos en el set de La duda, cada día que mi marido me llamaba por la noche y me decía “¿Le has dicho ya cuánto significa para ti?”, y yo le decía “nah, no puedo decir nada, Julius. Estoy nerviosa. Lo único que hago es quedarme mirándola todo el rato”, y él dijo, “Bueno, pues tienes que decirle algo, llevas esperando toda tu vida para trabajar con esta mujer, ¡di algo!”, y yo dije “Julius, lo haré mañana”. “Bien, pues más te vale hacerlo mañana, porque cuando yo llegue, le diré algo”. Nunca dije nada. Pero lo voy a decir ahora.
Haces que me enorgullezca de ser una artista. Me haces sentir que lo que tengo en mí (mi cuerpo, mi cara, mi edad), es suficiente. Tú eres la prueba viviente de esa cita de Emile Zola de que si me preguntas como artista qué he venido a hacer a este mundo, como arista te responderé, que he venido a vivir a voz en grito.

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