sábado, 11 de marzo de 2017

La semilla de Inception.

Me quedé callado de repente, mirando el mensaje. No solía tener el móvil a mano en el baño, pero, dado que no era yo quien se estaba duchando, ni tampoco tenía intención, me lo había terminado llevando.
               Estaba fortaleciendo mis lazos con la aldea guerrera de Scott, para recuperar nuestro antiguo imperio, cuando me llegó el mensaje. Scott no dijo nada, esperando a que leyera, esperando a que le dijera de qué iba este.
               Sabía que sólo les ponía sonido a mis amigos. Sabía que seleccionaba un sonido para personas importantes.
               Y había escuchado suficientes veces ese sonido estando borrachos, yo echándola de menos hasta que casi se me revolvía el estómago, y desde luego me dolía el corazón, como para no darme mi espacio y permitirme que no le prestara toda mi atención durante unos segundos.
               -¿Vas a venir mañana a clase?-preguntaba la americana, en un tono de añoranza que me imaginé. Le había impregnado cariño a ese mensaje. Me echaba de menos. Quería disfrutar de lo que había tenido el viernes. Quería volver a probarme, a degustarme y saborearme como el mejor de los manjares.
               Y yo necesitaba que me probara.
               Pero todavía estaba a medio cocinar. No me habían espolvoreado el azúcar ni me había inflado bastante en el horno. No estaba lo suficientemente brillante, ni crujiente, ni especiado.
               Mañana era lunes.
               Mañana yo volvería a clase.
               Estaría toda la mañana sin Scott.
               Y me parecía lo más horrible que podía sucederme en milenios. Por mucho que echara de menos a mi americana, a ella, sus besos, y su manera de darme sexo.
               Scott estaba quieto, no se movía, esperando a que yo hablara. La inmensidad del abismo que estaba a punto de separarnos de nuevo comenzó a mordisquearme el alma. Sí, vale, eran 6 horas, pero 6 horas 5 días a la semana eran más de un día entero, y yo necesitaba recuperar el tiempo que había perdido con Scott, no podía estar un día entero sin él, no podía permitirme respirar a más de 10 metros de él, sabiendo la cantidad de oxígeno que habíamos consumido los dos estando peleados, sin separarnos realmente.
               Ya no digamos estar a casi un kilómetro el uno del otro.
               Me levanté y me senté en el borde de la bañera, en el suelo, con la espalda pegada a su pequeño muro. El agua seguía corriendo. Diana no me presionó. Seguramente sabía que en mi interior se había abierto la caja de Pandora.
               -Scott-susurré. Y él sacó la mano de la bañera, una mano mojada, con un poco de jabón. Y yo se la cogí. Y nos quedamos así un rato. Reequilibrándonos. Recuperándonos. Reafirmando nuestra presencia. No nos íbamos a volver a dejar solos.
               -¿Qué es?
               -Mañana es lunes-dije con voz neutra. Él abrió la cortina y me miró desde arriba. En circunstancias normales, le habría chorreado el agua por el pelo. Pero ya no tenía pelo. Se había pegado la rapada del siglo.
               Verle sin su mata de pelo azabache me dio ganas de llorar.
               En circunstancias normales, no se me habría formado un nudo en la garganta. Él me habría dicho “el próximo Nobel va a ser para ti”. Yo me habría metido con él: ¿para qué te echas champú, si estás calvo?
               Pero ninguno de los dos dijo nada. Porque no eran circunstancias normales.
               Hacía sólo un día de que le había dicho lo que había intentado el jueves por la noche. Scott necesitaría dos siglos de mí atiborrándome de felicidad vital para permitirme salir de su campo de visión.
               -Así que… ¿qué vas a hacer?-inquirió. Tragó saliva. Se mordió el piercing. Yo tragué saliva, y me habría mordido el piercing de llevarlo en el mismo sitio en que lo llevaba él.
               -Yo… quiero decir…-miré la pantalla el móvil, que se había vuelto negra, gracias al bloqueo automático-. No estoy preparado para que mañana sea lunes.
               Scott sonrió con sorna.
               -¿Lo está alguien, Thomas?

               Larga vida a Scott Malik, la voz del pueblo, el justiciero de los débiles, el defensor de las causas perdidas y el príncipe de los republicanos. No nos lo merecemos. El mundo no se lo merece. Yo no me lo merezco. Está por encima de cualquier ideal.
               Negué con la cabeza, volviendo a morderme el labio. Me solté de su mano para frotarme la mejilla. Scott me miró y vio a mi hermana en ese mismo gesto. Pero me vio a mí mucho más que a ella, igual que me seguía viendo incluso cuando era ella la que lo hacía y no yo.
               -No voy a poder marcharme mañana y dejarte atrás… otra vez.
               Scott asintió con la cabeza.
               -Se nos ocurrirá algo.
               -Podríamos ir a hablar con Fitz. Decirle que yo estaba allí y que…
               -¿… te expulse?-me cortó, veloz como el rayo-. Ni de coña, T. Con uno que cargue con la culpa, suficiente. No voy a dejar que pases por eso-cerró la cortina de la ducha y lo escuché ponerse de espaldas para colocarse debajo del chorro de agua helada. Scott se duchaba sólo con agua fría, porque al pobre le había faltado oxígeno al nacer. Siendo el primer hijo de Zayn, tampoco podíamos pedir mucho más. Le había salido guapo y buena persona; que fuera normal sería rogar la perfección-. Tienes que graduarte. Un cerebro como el tuyo no se puede quedar sin universidad.
               -¿Y qué me sugieres que estudie, exactamente?-ataqué, y él se encogió de hombros.
               -Estoy expulsado, ¿recuerdas? Ya no tengo que preocuparme de lo que se supone que voy a hacer dentro de dos años.
               -Scott…
               -Deja el tono lastimero, T. ¿O quieres que te bañe?
               Me mordí el labio y miré de nuevo el móvil. Me sorprendía la paciencia de Diana, que seguía sin intentar arrancarme una respuesta. Puede que supiera que no la iba a encontrar fácilmente.
               O puede que supiera que, de hecho, era tan fácil como parpadear.
               Scott sacó la mano de nuevo; me la quedé mirando, derrochando gotitas por encima de mi cabeza, como si fuera mi nube particular.
               -Debería haber sido yo-murmuré, mirando las líneas color café cargado de la palma de su mano. Él suspiró.
               -No podías venir a la pelea, y…
               -Eleanor es mi hermana-le corté, y él se asomó como una especie de virgen de caracolas y caballitos de mar (Duna nunca debería dejar de elegir las cortinas del baño) para mirarme desde arriba, de repente, todo piedad-. Debería haber sido yo el que se la hubiera encontrado con el otro. Debería haber sido yo el que la hubiera consolado. Debería haber sido yo el que se cargara a ese hijo de puta. Debería haber sido yo al que expulsaran. Tú no te mereces esto, Scott.
               -Yo me alegro de que no fueras tú quien se la encontró.
               Desencajé la mandíbula.
               -¿Por qué? ¿Porque ella se quedaría sin darte por fin un morreo?
               -Precisamente-se envaró-. Porque Eleanor no se atrevería a besarte. No encontraría la manera de hacerte parar. Y tú lo matarías. Y, T… no puedes ir a un reformatorio. No sobrevivirías dentro.
               -Tengo contactos.
               -No, Tommy, no lo entiendes. Tú y yo no sobreviviríamos a que te metieran en un reformatorio.
               -Se haría justicia, de todos modos-repliqué. Scott torció la boca.
               -¿A qué te refieres?
               -No importa.
               -Sí que importa, ¿qué es?
               -Yo no me merezco que seas mi mejor amigo-estallé. Le había hecho pasar por tantísimas cosas, y él me las perdonaba una tras otra… no sabía qué veía en mí.
               Podía hacerme una idea de lo que veían Diana y Layla. Tenía unos ojos bonitos, los de mi padre; mis brazos no estaban mal, besaba bastante bien, mis padres me habían hecho con ganas y no es que estuviera escaso de aquello que hace a un tío, bueno, un tío; y, para colmo, sabía usarlo “tremendamente bien”, en palabras de mi americana.
               Pero, ¿Scott? Aparte de que literalmente habíamos crecido juntos, ¿qué veía en mí? ¿Qué seguía viéndome para perdonarme lo que le había hecho con Eleanor? ¿Lo que nos había hecho a nosotros esa semana? ¿Lo que había intentado hacerme?
               -¿Por qué?-estalló él, a la defensiva también-. ¿Te crees que hay alguna persona mejor que tú en esta puta galaxia? Ya no digo en el planeta, para mí salta a la vista-gruñó.
               -Pues ve a que te la revisen, venga.
               -Iría, si no supusiera que nos tendrían que separar para entrar a la consulta, porque en este estúpido país todavía te exigen compartir sangre para que un profesional de las malas noticias te ilustre con su labor-bufó.
               -No nos separaríamos si me dejaras armarla gorda en el instituto y así conseguir que me expulsaran.
               -A ver cómo te lo digo para que lo entiendas, Thomas-tiró de mí de la camisa hasta ponerme a dos palmos de él-. Tú no me vas a quitar el verte coger un diploma con tu nombre que diga que has superado el instituto. Tú no me vas a quitar el dar más gritos que nadie cuando te feliciten por ello. No me vas a arrebatar el verte en la universidad destruir a todos los cabrones que se te pongan por delante. No me vas a quitar el putearme porque “joder, Scott, tú ni siquiera has llegado a la universidad, y yo me estoy sacando mi doctorado”. ¿Está puto claro?-me sacudió-. Me la suda lo que hagas con tu cuerpo, pero no llevo 17 años aguantándote para que ahora decidas que tu vida es sólo tuya. Tu vida es también mía. Igual que la mía es tuya. Así que siéntate en esta puta alfombrilla-ordenó, señalándola con el índice-, y dame la mano mientras me ducho, que bastante te he echado de menos esta semana como para que ahora no quieras ni cogerme la maldita mano porque necesito sentir de verdad que no estoy soñando.
               Lo miré.
               -Tenemos que poner eso que acabas de decirme por escrito.
               Me dedicó su mejor sonrisa de Seductor™.
               -Lo he estado ensayando, ¿se nota?
               -TE ha quedado muy natural.
               -Gracias, T.
               -Te quiero un montón, ¿lo sabes, verdad?
               -Algo sospechaba-contestó, frotándome la nariz contra la mejilla-. Y ahora, ¿me deleitas con esa preciosa voz tuya?
               Le repetí por millonésima vez cómo se había puesto mi hermano pequeño conmigo después de que Layla me diera un beso, diciendo que no era justo que yo tuviera dos novias y él no tuviera ninguna. Confieso que me parecía que tenía un poco de razón.
               Y eso le molestó.
               -Parece que quieres que te moje, ¿puedes dejar de decir gilipolleces?-espetó-. Quieres a Layla, quieres a Diana, ¿cuál es el problema?
               -No es del todo normal, Scott-protesté. Él hizo un mohín.
               -Vale, acabas de insultarme a mí y a todos los musulmanes.
               -A ti tampoco te parece normal que un hombre tenga dos mujeres por el mero hecho de ser musulmán.
               -No estás matando a nadie, sólo tienes dos novias.
               Puse los ojos en blanco.
               -Estoy de tu chulería hasta la polla, Tommy. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que está mal? Vale, está mal. Elige a una. Ahora mismo-salió de la ducha y se pasó una toalla por el pelo que ya no tenía. Lo miré. Él sabía identificar en qué momento me encontraba: si era en el de “me da igual todo, viva el amor” o el de “si la gente vive en pareja y no en trío, por algo será”.
               Lo identificaba incluso mejor que yo. Y explotaba cuando me encontraba en el primero para darle más cancha, y hacía lo imposible para trasladarme del segundo al anterior lo más rápido posible. Uno vivía feliz cuando se creía invencible.
               Y exactamente invencible era como me creía yo cuando estaba en aquel primer estadio.
               -A ti te engañaron con otros-le recordé, como si hiciera falta hacerlo o a él no le molestara la cicatriz que tenía nombre de chica en su corazón cuando cambiaba el tiempo.
               -Conmigo no contaron-replicó, sereno-. Y yo no soy así. Pero tú sí, T. No tienes por qué restringir tus sentimientos hacia una persona sólo porque la gente te diga que no puedes sentir más que una cosa por vez. Eres una persona complicada, T-yo volví a poner los ojos en blanco-. Tienes el corazón más grande que he visto en mi vida; no tienes por qué conformarte con tenerlo lleno a medias sólo porque la gente te diga que sólo puedes querer a una chica.
               Me pasé una mano por el pelo, y él suspiró, se sentó a mi lado en el suelo, con la toalla anudada a la cintura.
               -Vas a coger frío.
               -Qué más quisieras, así podrías cuidarme.
               -Ya lo hago.
               -Y darme mimos.
               -También lo hago.
               Me dio un toquecito en el hombro con el suyo.
               -¿Qué es?-preguntó en voz baja.
               -Yo… creo que quiero más a Diana que a Layla-dije por fin en voz alta, y me aterraba la idea de haberlo hecho. El daño había sido infligido, la flecha se había disparado, ahora sólo quedaba rezar porque un golpe de viento la desviara y no acertara en el corazón. Scott me pasó la mano por la espalda.
               -¿Por qué es eso?
               -Apenas he pensado en ella esta semana. Después de todo lo que le pasó, después de todo lo que me pasó a mí con ella, yo… sólo podía pensar en Diana y en ti.
               -A mí me parece que estabas tan agobiado por todo que no tenías tiempo para pensar en ella. Me dijiste que te animó verla, ¿verdad?
               -Sí, pero no dejo de pensar… es que es diferente, ¿sabes? Quiero a Diana, y quiero cuidar de ella, y no veas las ganas que tenía de que llegara la noche y poder pasarla con ella, al menos durante el tiempo que estuvimos bien, antes de que se fuera… pero luego me voy a la cama, y me quedo pensando, y me acuerdo de Layla, y de cómo me necesita, y de lo bien que me siento cuando estoy con ella…
               -No puedes pretender querer a dos personas diferentes exactamente de la misma manera, T. Sería como si yo quisiera querer a Shasha y a Duna de la misma manera. No me sale. No son iguales, aunque sean mis hermanas.
               -¿Ahora vas a discriminar a Sabrae?
               -Sabrae es subnormal, pero me cae bien-sonrió.
               -A mí no me parece comparable. O sea, no es como si yo te estuviera preguntando a quién quieres más, si a tu novia o a mí…-me quedé callado y lo miré. Scott alzó las cejas, se mordió la cara interna de la mejilla-. Scott.
               -No-respondió.
               -No, ¿qué?
               -No voy a contestarte a eso.
               -¡Serás cabrón! ¡Hace literalmente dos meses que estás con ella, ¿y ya la quieres más que a mí?! ¡Tío! ¡Vete a la mierda!-le di un empujón, riéndome.
               -No te voy a contestar a eso porque, entonces, no vas a querer que esté con ella-replicó, negando con la cabeza.
               Nos miramos un momento en silencio, el peso de los millones de recuerdos entretejidos juntos durante todas nuestras vidas pendiendo sobre nosotros, como preciosas estalactitas en la cueva más antigua del mundo, la que acabábamos de descubrir por casualidad.
               -S…
               -Eso no quiere decir que se me levante pensando en ti, no te hagas ilusiones-se burló, y los dos nos reímos-. Ahora, en serio: ¿quieres dejar de martirizarte? No me extraña que empezaras a salir con Megan, lo gilipollas y masoquista te viene de lejos-hice una mueca-. Sientes por dos personas lo mismo que yo siento por tu hermana, ¿y qué? Si es lo que ellas quieren, y lo que tú también quieres, ¿qué más te da lo que piensen los demás? Sabes que yo os defenderé hasta la muerte.
               -¿Te defendería mi hermana si supiera que me quieres más que a ella? ¿Te lo perdonaría, siquiera?
               -Querido-replicó él, digno-, tengo métodos infalibles que pueden conseguir que Eleanor me perdone cualquier cosa que le haga-alzó las cejas, me dedicó su mejor sonrisa de Seductor™ y me sacó la lengua. Le di un empujón.
               -¿Qué coño te he dicho de las coñas sobre mi hermana, Scott?
               -¡Si ya sabes que me acuesto con ella, Tommy, no me jodas! Una duda: ¿qué vas a hacer si yo te doy sobrinos? ¿No pensarás de verdad que los he hecho dibujándolos?
               -Vete a la mierda-me eché a reír, él me intentó dar un lametón-. ¡No! ¡Aleja esa lengua pervertida de mí, sabe Dios dónde la habrás metido!
               -Dios, no lo sé; pero Eleanor lo sabe de sobra.
               -¡Scott!-bramé, dándole una patada y echándome a reír con él. Si Eleanor alguna vez se enterara de cómo nos reíamos gracias a ella, seguramente nos pegara una paliza por habérselo hecho pasar tan mal.
               Los chicos consiguieron convencernos para que saliéramos de casa de Scott y paseáramos nuestro recién restaurado matrimonio por la cancha de baloncesto. Nuestros rivales se abrazaron a Scott nada más verlo, y mentiría si dijera que no me puse un poco celoso. Poco, no mucho.
               Pero no fuimos los últimos en llegar; Bey insistió en que teníamos que esperar a Alec, so pena de que Karlie tendría que salir a jugar con nosotros, a lo que la otra contestó sentándose en los bancos y anudándose la chaqueta en las piernas, porque “tenía frío” y así no la obligaríamos a jugar.
               Miré el móvil mientras esperábamos a que Al se dignara en aparecer. Le había dicho a Diana que no iría a clase al final, y ella me respondió que lo sospechaba. Le dije que podría venir a jugar a baloncesto, si le apetecía. Contestó que no, que era mi momento, y que se iría a dar una vuelta con El y Mimi por el centro mientras yo jugaba.
               Me apetecía verla, pero tampoco quería perderme mi partida de todos los días; el domingo pasado no habíamos jugado y había sido uno de los peores momentos de la semana.
               Tam me pidió perdón una y mil veces por haber facilitado mi intentona del otro día. Yo le dije que no era su culpa, que no podía saber lo que iba a hacer, que ni siquiera yo sabía lo que tenía pensado hacer hasta que me encontré a mí mismo haciéndolo. Scott al principio ni le dirigía la palabra, pero cuando ella se echó a llorar suplicándole que le perdonara (esto, un poco más apartados de los otros, porque no había necesidad de que se metieran en nuestras movidas), él la abrazó, le dijo que estaba bien, que la perdonaba, y le pidió que le prometiera que dejaría de vender droga. Le buscaríamos un trabajo con el que pudiera pagarse la matrícula en la Royal Academy.
               Ella asintió, con unos lagrimones del tamaño de Siberia cayéndole por la cara, y enlazó su meñique con el de él. Balancearon las manos hasta que ella se echó a reír, y Scott le dio un beso.
               -¡Bueno! Que corra el aire, que tú ya tienes novia-lo pinchó Max, mirándome con intención, a lo que respondí sacándole la lengua.
               -Hablando de novias-se burló Karlie, mirando en dirección a la calle por la que solíamos venir. Todos nos giramos sobre nuestros talones para ver a Alec acercarse, con el pelo un poco revuelto, las manos en los bolsillos y una sonrisa boba en la boca, que intentaba ocultar agachando la cabeza y mirándose los pies.
               Levantó la mirada un momento, y en sus ojos había un brillo que ya quisiera poder imitar la galaxia. Lanzamos una exclamación:
               -¡Uuuuuuuuuuuuh, Alec!-lo pinchamos, y él se echó a reír, se pasó una mano por el pelo y soltó un ilusionado:
               -Hola.
               -No sabíamos si vendrías, ya sabes, por la luna de miel, y eso-lo picó Logan.
               -Me comentan que rompisteis la cama y que Annie te castigó durmiendo boca abajo del techo como un murciélago, ¿confirmamos?-se rió Jordan.
               -Si hubiera dormido algo, hermano-replicó Alec.
               -¿Eso que tienes ahí es un chupetón?-intervine yo, tirándole de la chaqueta y tratando de mostrarles su cuello a los demás.
               -Es un mordisco; a Sabrae le gusta morder-comentó, poniéndose más rojo aún, y diciendo el nombre de su chica de una manera en que no le habíamos escuchado decir ningún otro.
               -Y lo que te encanta, ¿eh?-Max le dio con la cadera y Alec se echó a reír. Miró a Scott, que se cruzó de brazos y sonrió, mordiéndose el piercing.
               -¿Deduzco que cumpliste satisfactoriamente?
               -Define “satisfactoriamente”-sonrió Al.
               -¿Cuántas veces?
               -¿Cuántas piensas?
               -Muchas.
               -Más que esas.
               Los dos se echaron a reír, chocaron los cinco y se dieron un abrazo. Entonces, caí en la cuenta de algo.
               Alec ahora era parte de la familia de Scott.
               Familia oficial, quiero decir.
               Igual que yo.
               Joder, tener hermanas es la hostia.
               -¿Cuánto le duraron las trenzas?-pregunté. Habíamos escuchado a Sabrae acercarse a su madre un poco antes de irse para pedirle que se las hiciera. A Sherezade le encantaba el pelo de sus hijas, y adoraba peinarlas, pero más a la mayor. A Alec también le gustaba, pero más bien suelto; lo había dejado bastante claro las veces que había estado cerca de ella. Y, cuando Sher le preguntó a Sabrae si él no la prefería con los rizos al aire, ella contestó:
               -Sí, pero lo llevo atado, porque no se puede tener todo en esta vida.
               -No llegaron a la cama-informó Alec, y todos nos echamos a reír.
               -¿Debería ponerme oficialmente celosa, Al?-se metió Bey, y él la cogió de la cintura y la atrajo hacia sí.
               -Pero, mi nena, si tú ya sabes que, en el fondo, yo sólo tengo ojos para ti.
               Ella se echó a reír, le dio un beso en la mejilla y le revolvió el pelo.
               -Tienes que contarme qué tal te fue.
               -Oh, ya lo creo que lo haré, reina Bey. Pero antes… tengo que ocuparme de mis fans-hizo un gesto con la cabeza en dirección a nosotros.
               Jugamos el mejor partido de todos los tiempos. Estuvo reñidísimo y yo incliné la balanza a nuestro favor prácticamente en el último tiro libre, después de una falta que me hicieron de las pocas que sucedieron esa tarde.
               Nos fuimos a la cama exhaustos, hechos polvo, pero felices como no lo habíamos estado nunca, como los marineros cuyo barco naufraga y se pierden durante un año en el mar, que finalmente consiguen regresar a casa y beber agua del arroyo que discurre por las montañas: pura, fría, cristalina, y, sobre todo, deliciosa.


No le habíamos dicho a los padres de Scott que no teníamos pensado separarnos tan pronto. Ni siquiera encendimos el despertador, y eso debería haberles hecho sospechar.
               Claro que hacía tiempo que Scott no encendía el despertador, así que bien podían achacarlo a un despiste.
               El caso es que Zayn abrió la puerta de la habitación de Scott y se nos quedó mirando mientras se anudaba la corbata.
               -Tommy-exigió. Yo me di la vuelta y fingí que no le había oído-. Tommy-repitió. Scott levantó la cabeza, de repente alerta por la posibilidad de perderme, y me pasó una pierna por encima, como diciendo “Tommy es mío y le rajaré la garganta a quien me lo intente quitar”-. Voy a llegar tarde, chicos. No tengo tiempo para esto.
               -Pues no lo hagas-replicó su hijo, tirando de mí en un gesto protector y posesivo que hacía años que no reproducía.
               Y yo me pegué también más a él, como queriendo decirle a Zayn que iba a encontrarse resistencia por ambos frentes, no sólo por el genético. Por toda respuesta, el padre de Scott suspiró.
               -Yo no tengo paciencia para estas cosas-y cerró la puerta sin decir nada más. Ni Scott ni yo nos movimos mientras escuchábamos a sus hermanas prepararse para irse al instituto o al colegio.
               Se suponía que mi madre llevaría a Duna a clase.
               Puede que intentaran hacer que subiera para sacarme de la cama y obligarme a ir y fingir que estudiaba. Lo iba a tener chungo, la mujer. Le deseaba suerte.
               Varios pares de pasos después y minutos en silencio, Scott y yo respiramos tranquilos. La puerta de la calle se había cerrado y nadie parecía recordar que nosotros seguíamos en la cama, tapados hasta las cejas y disfrutando del calor que le quitábamos al cuerpo del otro. Scott cerró los ojos, se dio la vuelta y se puso a dormir. Yo me quedé quieto, esperando lo que sabía que iba a terminar llegando.
               Lo que llegó.
               Sherezade abrió la puerta de par en par y dejó escapar el mismo suspiro lastimero que su marido hacía un momento.
               -No-exigió, proclamó, reivindicó Scott de nuevo, aferrándose a mí y mirándola con desafío. Atrévete a separarnos, mujer, parecía decir con su mirada.
               -¿No vas a clase, Tommy?-preguntó, y yo negué con la cabeza, me pegué un poco más a Scott, y los dos nos echamos a temblar como gatitos asustados cuando ella se acercó a la cama y se sentó en el borde, con las manos sobre el regazo, y una comprensión en los ojos que sólo una madre puede tener.
               Porque esa comprensión bien podría ser una treta para sacarme de la cama y separarnos.
               -¿Te encuentras mal? ¿Quieres que avise a…?
               -No-repitió Scott, tirándose encima de mí como si de un escudo humano se tratase. Me aplastó pero me hizo sentir bien. No nos íbamos a separar. Me lo llevaría a rastras si fuera necesario. Lo tendría pegado a mi pierna como un koala que te ha cogido especial cariño-. No nos obligues a separarnos, mamá.
               Ella lo miró un segundo, luego, me miró a mí.
               -Mira, Sher-dije, saliendo de debajo de la prisión de Scott-. Creo que ya tienes bastante experiencia tratando con criminales-escuché el mohín de Scott, intentando no reírse-, así que detenme por querer hacer pellas si es que eso es delito, pero no quiero dejar a Scott solo, ¿sabes?
               -Es demasiado pronto-añadió mi amigo.
               Sherezade frunció los labios, pensativa. Nos miró a ambos, y nos vio de verdad. Era como si fuéramos una pantalla gigantesca en la que cada uno reproducía una película en primera persona de la semana que habíamos pasado. Y la película que vio no era de ésas que te dejan apagar la tele apenas empiezan los créditos y largarte a hacer otras cosas, puede que fregar el baño. No.
               Era de las que no podías ver en el cine porque te dejaban pegado a la butaca, de aquellas que seguías contemplando incluso cuando se había apagado la pantalla y no te dejaban escapar. Las que te drenaban la vida. El cine que no se premiaba en los festivales, porque era demasiado como para compartirlo con el resto de personas. No podías permitir que les absorbiera como a ti.
               -Supongo que… por un día…-accedió finalmente, y los dos chillamos y nos abalanzamos sobre ella, a darle un beso en cada mejilla, cada uno por su lado, a lo que ella respondió con una sonrisa.
               -Eres la mejor, mamá.
               -Joder, te quiero, Sher.
               -Sí, sí, claro, claro-ella hizo un gesto con la mano, restándole importancia a nuestras afirmaciones-. Pero ni una palabra de esto a Eri, ¿de acuerdo? Mañana, vas a clase-dijo, con un dedo amenazador, y yo asentí. Joder, le habría hecho un triple salto mortal atándome los cordones si me lo hubiera pedido. Cualquier cosa que me hubiera ordenado, a habría hecho sin dudar.
               Le debía tantas cosas a esta mujer…
               -¿Cómo te lo compensamos, mamá?-preguntó Scott, que sabía que nada en esta vida venía gratis.
               -Pues… ahora que lo dices… últimamente tu padre no me hace mucho caso…-me miró con intención.
               -Joder, Sher, para ti estoy súper disponible-aseguré, y Scott me dio tal codazo que todavía no sé cómo no me estallaron los pulmones. Sherezade se echó a reír.
               -Tengo que ir a comprar, y tenía pensado pedírselo a Zayn, pero… si me ayudáis a adelantar trabajo…
               -A comprar-clamé, echando a un lado la manta y saltando de la cama de un brinco. Scott se dio la vuelta y lanzó un profundo bufido.
               -¿Tiene que ser ahora?
               -¿Cocináis vosotros?
               -¿Para qué coño está aquí Tommy?
               -Entonces, no. Podemos ir más tarde. Tengo trabajo pendiente.
               Que Sherezade Malik era una santa no era ningún misterio para nadie que la conociera (al menos, nadie que hubiera sido cliente suyo o que fuera de su entorno), pero lo demostró con creces, dejando pruebas irrefutables de su santidad, cuando nos soportó estoicamente en el supermercado. Nos aguantó haciendo el gilipollas por los pasillos, llevando el carro entre los dos, cada uno cogiéndolo con una mano, y retrasándonos cuando teníamos que girar una esquina porque era imposible ponernos de acuerdo, nos indicó las marcas de las cosas que quería y nos pidió por favor que fuéramos a comprobar si x producto estaba de oferta.
               Por lo único por lo que no estaba dispuesta a pasar era porque nos lleváramos una caja de saladitos. Se la llevamos y le pusimos ojitos, pero ella, que ya sospechaba que se la intentaríamos colar, cogió la caja, le dio la vuelta, y nos dijo con la voz de madre de 4 hijos que lo devolviéramos a su sitio, que en su casa no iba a entrar nada hecho con aceite de palma. Que debería darnos vergüenza, porque por culpa de las plantaciones de tal vegetal, los orangutanes estaban al borde de la extinción.
               Y que dejáramos el carro con ella.
               Porque nos veía venir.
               Menos mal que mandó a Scott a por no sé qué cosa mientras me hacía examinar las frutas que nos estaban poniendo (porque se supone que los que somos medio españoles tenemos una especie de sexto sentido para saber la calidad de las frutas), momento que aprovechó para meter la caja de saladitos debajo de un paquete de pan de molde.
               Y no dijo una palabra cuando la cajera la sacó y la pasó por la máquina. Sólo frunció los labios, sonrió, y dijo en voz baja:
               -¿Queréis guerra? Pues la vais a tener.
               Nos tuvo cocinando mientras ella se encargaba de un caso, que enseguida consiguió resolver. Nos esmeramos para compensarla (bueno, me esmeré, Scott se dedicó a comer; tenía mucho peso que recuperar) y casi conseguimos salirnos con la nuestra y sentarnos a comer el cordero asado (su plato favorito; un poco de peloteo nunca está de más) cuando ella nos retiró los platos y se rió al ver nuestras caras de estupefacción.
               -¿No queríais saladitos? Pues ahora sólo comeréis saladitos.
               Y no nos dejó levantarnos de la mesa hasta que todos terminaron de comer (por lo menos, pudimos comer postre), para lo cual Sabrae se tomó su tiempo, saboreando la carne asada, las patatas crujientes y las verduras jugosas.
               -Está de-li-cio-so, Tommy-sonreía. Scott la miraba con odio, los brazos cruzados, y mala cara. Yo no la miraba con odio, pero poco me faltaba.
               -Te dije que era una cabrona.
               -Como si no lo supiera ya.
               Sabrae se rió y se echó más, porque podía, no como otros.
               Luego le tocó joderse cuando abrimos una bolsa de patatas fritas y no la invitamos. Aunque tampoco le causó tanto dolor como a nosotros no poder comer lo que habíamos preparado.
               Scott y yo nos echamos una siesta. Cuando nos despertamos, Duna y Astrid cuchicheaban a nuestro lado, mirándonos por el rabillo del ojo.
               -¿Qué hacéis, peques?-pregunté. Ellas se rieron por lo bajo, tapándose las bocas con sus pequeñas manitas.
               -Miraros-respondió Duna.
               -¿Por qué?
               -Porque sois cuquis-concretó Ash.
               -¿Quién os ha traído?-preguntó entonces Scott, después de sonreírles a las niñas.
               -Eleanor y Diana-dijeron a la vez. Y a ambos nos dio un vuelco el corazón.
               -¿Cuándo habéis llegado?
               -Ahora mis…-empezó a responder Duna, y salimos disparados. Puede que las cogiéramos si corríamos. Puede que las convenciéramos para que se quedaran con nosotros un poco.
               No tuvimos que correr. Ni que convencerlas de que se quedaran en casa, pues ya estaban en casa. Eleanor dio un brinco nada más vernos y se echó en brazos de Scott (ya hablaríamos de ese favoritismo hacia su novio, hola, soy tu puto hermano, ven a darme un beso a mí antes de pasarle la lengua por las anginas a Scott, gracias). Diana sonrió y se levantó con la gracilidad de una diosa.
               Te juro que perdí por un momento el suelo debajo de mis pies. Me derretí y me convertí en un adulador charco que le rodeó los tobillos con aquella sonrisa. Siempre se me olvidaba lo guapa que era Diana.
               O no se me olvidaba, simplemente era incapaz de recordarla del todo bien. Ni aun mirándola mil vidas conseguiría que mi cerebro la reprodujera exactamente como era.
               Dejó que la pegara contra mí y se echó a reír cuando lo hice. Junté nuestras frentes, inhalé el aroma de su piel, su perfume y su aliento, y la besé despacio, tanto que nos dolió. Sentía sus pestañas acariciándome las mías, los latidos de su corazón llevándole sangre a los labios y resonando en los míos. Dejó escapar un suave gemido que sólo pude escuchar yo cuando la pegué más contra mí.
               Uno no se da cuenta del hambre que tiene hasta que le hacen entrar en un banquete y ve los más suculentos manjares dispuestos para él.
               Y, joder, iba a comerme a Diana hasta morir de un empacho.
               Mi americana sonrió cuando por fin nos separamos. Me pasó las manos por el cuello, sus dedos jugaron en mi nuca, y volví a convertirme en ese charquito reverenciador.
               -Te he echado de menos.
               -Y yo a ti-froté mi nariz contra la suya, porque me había dicho que eso le causaba mucha ternura, y porque no me bastaba con tenerla tan cerca y conformarme con mirarla. Ella cerró los ojos, riéndose, como si tuviera seis años.
               Dios, lo que habría dado porque sus padres se hubieran mudado de vuelta a Londres cuando teníamos seis años y haberla visto más que una tarde al año.
               -Mañana vuelvo a clase-anuncié. No era suficiente tiempo para ella, y para mí tampoco, pero nos tendríamos que conformar con media hora. Se colgó de mi hombro, se acarició el pelo que llevaba recogido en una coleta con la mano libre, y miró a Scott.
               -¿Me lo vas a ceder por la mañana?
               -Sólo por la mañana-replicó mi amigo. Eleanor hizo un puchero, reclamando su atención, y le dio un beso en la mandíbula. Scott dejó de prestarnos atención y se entregó a su morreo con mi hermana. Ni siquiera me molestó.
               No mucho, quiero decir.
               -¿Y esta tarde?-los interrumpió Diana-. ¿Me lo cedes? ¿Mm?
               -Aún es pronto-dijimos los dos a la vez, y las chicas asintieron, sin presionarnos. Los dos sabíamos lo que querían. Los cuatro lo queríamos. Pero ninguno nos quería separar aún. Bastante mal lo pasaríamos mañana.
               Las chicas sólo asintieron, y Diana ronroneó:
               -Lo bueno se hace esperar.
               Yo le di una palmada en el culo y le guiñé un ojo; a cada día que pasara más ganas nos tendríamos y mejor se nos daría estar juntos. Pero, de momento, tenía que estar con Scott. Lo necesitaba y lo quería.
               Ambas lo entendían. Y no creían que hubiera nada por lo que entristecerse; las aguas volverían a su cauce tarde o temprano, sólo había que superar la riada. Éramos como el desierto egipcio: se moría de sed durante la mitad del año, y durante la otra mitad se ahogaba con la crecida del Nilo. Y, aun así, el desierto había dado cobijo a una de las mayores civilizaciones de la historia.
               Sólo teníamos que calcular bien cuándo cosechar.
               Nuestros amigos vinieron cargados con bolsas de comida, y me obligaron a preparar un montón de tortillas para celebrar que ya estábamos bien otra vez. No importó que mañana hubiera que madrugar, o que hubiera exámenes pendientes: nos juntamos en el sótano de casa de Scott a ver películas, jugar a videojuegos y comer hasta reventar por el mero hecho de que podíamos, por los viejos tiempos.
               Incluso Alec consiguió que Dan le “perdonara” por acaparar atención de Duna, e hicieron un pacto por el que Dan no ligaría con Sabrae, ni Alec con Duna, y todos contentos.
               Tampoco es que la chiquilla estuviera por la labor de que Alec la siguiera “cortejando”, como había dicho el fin de semana anterior, porque había hablado con su hermana y había decidido que no quería interponerse entre Saab y Al.
               -Pero seguiremos siendo amigos, ¿no, Dun-dun?-le preguntó Alec, y ella se ofendió.
               -Claro que sí. Pero nuestra historia de amor, tiene que acabarse aquí-puso los brazos en jarras, hinchó los carrillos, y parpadeó un par de veces.
               -Pues lo siento un montón, lo nuestro era bonito-Alec le dio un beso en la mejilla y la nena se puso colorada, riéndose sin poder parar. Se lo quedó mirando un rato hasta que Alec cayó en lo que quería-. Pero… puedo seguir trayéndote sandías de gominola, ¿no? Los amigos se hacen regalos constantemente. Además, por los recuerdos…
               Duna lanzó un chillido, se abrazó al cuello de Alec, lo cubrió de besos (“bueno, que me voy a poner celosa”, se rió Sabrae, que había bajado al piso de abajo en cuanto escuchó el alboroto que montaron nuestros amigos al llegar) y salió corriendo en dirección a la planta baja, donde pronto se despediría de mis dos hermanos más pequeños antes de irse a dormir.
               Aunque Scott y yo insistimos en que se quedaran, al final cada uno se fue a su casa, no sin antes llevarse los trozos de tortilla que habían sobrado (los cabrones habían venido con recipientes en que llevárselos) y nos dejaron solos de nuevo, con un silencio nada pesado pero en el que se intuía nuestra inminente separación.
               Scott se iba a llevar la peor parte, y yo lo sabía, pero no me esperaba que fuera tan reacio a que me marchara a pesar de que su madre había dejado bien claro que mi retiro espiritual sería puntual. Se nos acababa la luna de miel y había que volver a la rutina.
               El problema era que él ya no tenía rutina. Así que tenía mucho menos que perder que yo intentando por todos los medios que Sherezade me dejara quedarme una mañana más.
               Me sentí como una verdadera mierda cuando me quedé quieto, sin luchar por nosotros, mientras él se abrazaba a mis piernas y proclamaba que no me dejaría ir, el 99% en broma.
               Pero yo veía ese 1% que iba en serio y que lo hacía porque quería que me quedara, y lo necesitaba. Yo debería quedarme. Debería rebelarme y ponerme en mi sitio. Debería armarla en el instituto y conseguir que me expulsaran para estar otra vez en igualdad de condiciones con él.
               -Deja a Tommy en paz, Scott-exigió Sherezade cuando vio que no me podía mover, abrazado a mis piernas como lo tenía. Zayn levantó la vista de su maletín, en el que estaba terminando de guardar las notas del día. Nos miró a ambos, encogidos sobre nosotros mismos, como si fuéramos una especie de representación corpórea del yin y el yan. Y luego, miró a su mujer.
               -¿Estás segura de que no comiste nada en mal estado embarazada de él?
               -Amor, de lo que cada día estoy más segura es de que no comí nada que no estuviera caducado estando embarazada de él.
               Zayn se rió por lo bajo y esperó con paciencia a que Scott y yo termináramos de despedirnos.
               -Entretente con algo. Haz calceta o lo que sea-le sugerí. Scott me colocó bien el cuello de la camisa, como veías hacer a las esposas de los congresistas en las películas que iban sobre la carrera política de alguien hacia la Casa Blanca.
               -¿Me llamarás en el recreo?
               -Y en el cambio de clase. Si quieres, podemos hacer Skype y todo. O puedo llamarte para que sigas las clases. Sería como si estuvieras ahí, conmigo.
               -No va a hacer falta. Además, te quedarías sin batería. Me conformo con leer tus apuntes. Ya puedes cogerlos bien-me pellizcó la barbilla-. ¿Aprenderás mucho por mí?
               Asentí con la cabeza y él sonrió.
               -Si necesitas que te ayude con las cosas de Mates, ahí puedes llamarme.
               -Estate atento al móvil-murmuré. Nos dimos un abrazo. Y no podíamos soltarnos. Seis horas eran muchísimo tiempo. Joder, íbamos a empezar con los descuentos de varios días al mes en los que estaríamos separados de forma involuntaria. No era lo mismo que cada uno se fuera a su casa después de clase e hiciera vida por separado, a que Scott se quedara estancado mientras yo avanzaba. No lo veía justo.
               No me parecía bien.
               Así que aprovechaba cada segundo libre para hablarle, y él me contestaba tan rápido que dolía. En ocasiones, tardaba un poco más, puede que porque estuviera hablando con Eleanor.
               Pero no le llevaba ni un minuto contestarme.
               Y supe que se sentía mal con su velocidad en cuanto me dijo, cerca de la hora del recreo, que se iba a ayudar a su madre con no sé qué papeleo del despacho. Que no iba a poder hablar en un par de horas, y que nos veíamos en su casa.
               Scott se sentía como si me estuviera quitando algo, cuando la culpa de que lo hubiera perdido todo la tenía sólo yo.
               Los chicos intentaron animarme, hacerme ver que Scott no estaba mal por mi culpa, sino porque le gustaría estar con todos y le dolía que las cosas no fueran así. Pero yo sabía la verdad, aunque me callaba y fingía que me hacían sentir un poco mejor.
               Diana se volcó conmigo ese primer día, pero el segundo, en el que Scott me había dicho que no hacía falta que le mandara mensajes todo el rato, sino cuando tuviera tiempo, para que pudiera concentrarme y él hacer las tareas de casa más rápido y poder estar juntos, la americana se acercó a mí en el patio.
               Se alisó la falda por la parte trasera y se mordió el labio.
               -¿Podemos hablar?
               Yo me puse tenso en cuanto escuché esas palabras salir de su boca, pero no dije nada. La seguí hasta una esquina más apartada y esperé a que se lanzara.
               -¿Sabes… cuándo vas a volver a casa?-preguntó por fin. Yo me metí las manos en los bolsillos, suspiré, miré al cielo, encapotado con las nubes que también tapaban el sol de mi corazón. Pensé que tendría más tiempo para pensar en algo, que Scott resistiría un poco más antes de empezar a marchitarse. Que sería como una rosa que consigue aguantar impecable un par de días después de cortarla, no un pez que se pone a boquear con histeria en cuanto lo sacas del agua.
               No quería que la luz de Scott se apagara.
               Y tenía que encontrar la manera de que él dejara de ser un espejo que reflejara mi propia luz. Scott no era una luna, Scott era el sol.
               -Yo… necesito un poco de tiempo, Didi. Un poco más de tiempo. ¿Lo entiendes?
               Ella asintió, triste.
               -Sí, claro que sí. Pero…
               -¿Pero?
               -Es que te echo mucho de menos-confesó, mirándose los pies, acariciándose el codo.
               -Puedes venir a verme a casa de Scott siempre que quieras. Y pasarte los recreos conmigo y los demás.
               -No es lo mismo. No es suficiente verte con los demás.
               -Eh… si quieres… podemos estar solos en el recreo. Tú y yo. Nos buscamos un rincón tranquilo y hablamos, o nos besamos, si es lo que te apetece…
               -No es sólo eso lo que echo de menos de ti-por fin, me miró a los ojos con esas junglas suyas, y me taladró con ellos-. Hablar y los besos. Están genial, me encantan, pero… necesito sexo también, Tommy.
               Se apartó un mechón de pelo de la cara.
               -Yo…-empecé, pero me callé al ver que pasaba un par de chicos por detrás de mí en dirección al patio más grande. Esperé a que se fueran, sin que los ojos de Diana quisieran clavarse de nuevo en mí-. Yo no puedo ofrecerte eso ahora, pero… si tienes a alguien en mente, no tengo ningún inconveniente en que…
               -¿Qué?-exhaló, incrédula-. ¡Por dios! ¡No! Yo…-se puso coloradísima-. No echo de menos el sexo en ese sentido. Puedo tenerlo yo sola-añadió, más convencida, y traté de desechar la idea de ella teniendo sexo sola en mi cama, con todo el morbo que eso implicaba, porque no era plan de empalmarme en medio del puto patio. Se me hizo difícil, pero lo conseguí-. Uf, bien sabe dios que, desde lo del viernes…-los dos sonreímos, nos miramos, nos sonrojamos y nos miramos los pies. Por fin, se arma de valor para volver a mirarme, y yo me armo de valor para devolverle la mirada-. Echo de menos el sexo contigo, T. Cómo me haces sentir cuando lo hacemos. La forma en que lo hacemos.
               Me descubrí a mí mismo pegándome a ella y acercándola a la pared. Ella entreabrió los labios, mirándome los míos.
               -¿Echas de menos algo en particular?-jugué. Porque lo llevaba dentro y porque los dos lo necesitábamos. Diana negó con la cabeza, pegó sus caderas a las mías y suspiró, mirando aquel punto en el que nuestros cuerpos se encontraban.
               -Todo en general. Cuando es sucio y animal, y cuando lo hacemos despacio y con cariño-levantó la vista y se mordió el labio. Tenía la boca seca, me costaba tragar. Le pasé el pulgar por los labios y sonreí cuando la dejé sin aliento, disfrutando del contacto. Tiré de su labio hacia abajo y lo solté. Ella se lo mordió, intentando conservar el calor de mi contacto un poco más.
               -Te prometo que, en cuanto esté listo para volver a casa, lo primero que haré será subir a tu habitación, quitarte la ropa y hacértelo tan despacio que te vuelvas loca.
               Algo en sus ojos cambió. Ahora, era ella la dueña de la situación, no yo. Se mordió el labio y tiró de mí para pegarme un poco más a ella.
               -¿Y si lo que quiero es que me vuelvas loca, pero por lo fuerte que me lo vas a hacer?
               -Tus deseos serán órdenes para mí-concedí, posando mis labios sobre los suyos. Ella abrió la boca y dejó que su lengua se enredara con la mía. Le puse las manos en las caderas y la pegué contra mí. Suspiró en nuestro beso. Cerró los ojos mientras le mordisqueaba el cuello.
               Joder, qué hambre me daba Diana. Era mi puta droga. La cocaína que nunca podría dejar. Ni aunque quisiera. Y, para colmo, ahora ni siquiera quería.
               -Voy a volver pronto-le prometí. Ella negó con la cabeza.
               -No es verdad.
               -Eso no lo sabes.
               -Sé lo que es pronto. Sé que es subjetivo. Pronto, para mí, sería el domingo. El domingo yo ya quería que estuvieras en casa y poder dormir contigo.
               -Lo sien…
               -No te disculpes. Puedo superarlo.
               -Aún así, lo siento.
               Ella se echó a reír.
               -¿Qué?
               -Es muy inglés.
               -¿El qué?
               -Pedir perdón. Lo hacéis constantemente. En América, no es tan usual. Y menos en Nueva York. Mi inglés-susurró con cariño, acariciándome los brazos.
               En América no es tan usual. Y menos, en Nueva York.
               Se siente sola.
               Diana se siente sola. La sola apreciación de este hecho ya me bastó para darme cuenta de que, hiciera lo que hiciese, ella no dejaría de quererme, y menos ahora que lo habíamos solucionado.
               Pero que lo pasara mal por mi culpa, eso ya era decisión mía. Mía, y de alguien con una melena caoba a la que había echado de menos incluso más de lo que me había querido a mí.
               -¿Qué has hecho con los billetes?            
               Se me quedó mirando.
               -¿Los billetes?
               -Sí, los de avión. ¿Qué has hecho con ellos?
               Se encogió de hombros.
               -No me dejaban devolverlos, y tampoco conozco a nadie que pueda ir en la fecha en la que había reservado a Nueva York, así que…
               -¿Puedes cambiar el destino?
               Ella frunció el ceño.
               -¿Adónde quieres ir?
               -¿Puedes hacer que vengan de Nueva York?
               -¿Por qué iba a querer…?-empezó, pero la corté.
               -¿Por qué no invitas a tu amiga? A Zoe-dije, recordando su nombre, su acento sensual y su risa al otro lado de la línea, la sonrisa que le provocaba a Diana el escucharla. Una estrella fugaz cayó sobre las junglas de Diana-. Puedes decirle que venga. Así, le enseñamos Londres, y de paso te hace compañía mientras yo no esté. Y, dado que no tendría clase, podría estar con Scott mientras estamos aquí.
               Los ojos del Diana eran del tamaño de Saturno.
               -¿Me lo estás diciendo en serio, Tommy?-preguntó, esbozando la típica sonrisa de “no quiero ilusionarme demasiado, pero lo voy a hacer, y lo sé”.
               -Claro. En mi casa hay habitaciones de sobra. O podría dormir contigo, si lo preferís. Lo cierto es que tengo muchísimas ganas de conocer a la mejor amiga de mi chica.
               Diana soltó una risita por lo bajo.
               -Se lo diré. Dios, ¡claro que se lo diré! ¡Y seguro que viene! ¡Madre mía, Tommy, me muero porque la conozcas! Te va a encantar, en serio. Y seguro que tú le encantas a ella. Cuando le hablaba de ti, quería coger un avión y venirse derechita a tu casa. Tuve que frenarla un par de veces; una vez, nos metimos en un taxi y le dijo al taxista que nos llevara “al JFK, a ver a mi inglés”-se echó a reír, poniéndose una mano en el pecho, ay qué rica era, me apetecía meterla en una urna de cristal, como si fuera un hada, para que iluminara mis días más oscuros.
               -¿Le hablabas de mí?-ronroneé, y ella sonrió y asintió.
               -Claro que sí, T.
               -¿Y qué le contabas?-inquirí, mordisqueándole el lóbulo de la oreja y haciendo que le temblaran las rodillas y soltara un suave “oh”.
               -Pues… todo. Le conté lo de nuestra primera vez en el sofá, las noches de fiesta, la noche en el museo…-dios, aquella noche había sido la mejor de la historia, oficialmente-. Cómo me haces el amor…-se apartó de nuevo el pelo detrás de la cara-. También le hablé de Layla.
               Tragué saliva.
               -¿Y qué dijo? Aparte de que soy un cabrón.
               -Tampoco le pareció tan mal-negó con la cabeza-. Al principio le chocó un poco que yo no peleara, pero cuando se lo expliqué… lo entendió. Sabe que lo mereces. Por cierto, hablando de Layla… deberíamos ir a verla. Y hablar los tres.
               Di un paso atrás.
               -¿Sobre qué?
               -Pues… sobre nosotros. Tranquilo, T. No te voy a hacer elegir. Al menos, esa no es mi intención. Y dudo mucho que Layla te pusiera en una situación así. Entendemos por lo que estás pasando. Pero… creo que deberíamos sentarnos los tres un día y hablarlo. Juntos. ¿No te parece?
               -Tiene… sentido.
               -Hoy he quedado con ella-anunció, y yo me quedé a cuadros.
               -¿Hoy? No, ni de coña, ¡no podemos hablarlo hoy!
               -¿Por qué?
               -Pues… ¡porque es muy precipitado, Diana! ¡No he tenido tiempo de prepararme na…!-empecé, pero ella se rió, me calló con un beso y me acarició la mejilla ante mi incredulidad.
               -No es un examen, T. Sólo vamos a hablar. Además, aunque fuera un examen… me consta que eres muy bueno con las palabras cuando estás inspirado. Con la lengua en general-me guiñó un ojo, me dio una palmada en el culo y se fue con sus amigas, dejándome allí plantado, sin saber muy bien qué hacer, o decir, si debería implosionar o morirme de miedo, porque iba a hablar con Layla y Diana sobre mi amor por Diana y Layla.
               Joder, y yo que pensaba que nadie podría necesitar a nadie más de lo que Scott me necesitaba a mí en esos momentos, y resultaba que sí que era posible: yo lo necesitaba más a él.
               Cuando le conté todo lo del recreo, estaba que no cabía en sí de gozo. Iba a salir de casa, a ver a Layla, a dar una vuelta conmigo y vérmelo pasar mal, todo a la vez. Parecía el negocio perfecto. Vaya, muchas gracias, S.
               Prácticamente tuve que suplicarle para que no fuera en sudadera al centro; teníamos una cita y debíamos tomárnoslo como tal. Me sugirió que me tomara una tila y alzó las manos cuando yo devolví una sugerencia de por dónde se podría meter él una tila, se echó a reír y se puso una camisa como dios manda.
               Me sudaban un montón las manos cuando fuimos hasta mi casa, y varias veces Scott tuvo que ponerme las rodeo en los hombros y decirme que me tranquilizara, que sólo era Diana.
               Yo había insistido en ir a buscarla a casa, a pesar de que eso dar para atrás, por el simple hecho de que me hacía ilusión ir a por la americana. Ella me preguntó a qué hora iba a casa de Scott, a lo que respondí:
               -A la que te dé la gana, pero preferiría que no fuera antes de que yo vaya a recogerte.
               Diana alzó las cejas, divertida.
               -¿Vas a ir a buscarme como si fuera tu cita para el baile de graduación?
               -Bueno, para empezar, en Inglaterra no tenemos baile de graduación-la corté, muy digno.
               -Este año van a ponerlo-intervino mi hermana.
               -Eleanor, estás mejor calladita; si para controlar la lengua necesitas que venga a Scott a chupártela, me lo dices, y mañana te consigo una cita con él-Eleanor puso los ojos en blanco y me llamó gilipollas, adoro tener hermanos-. Y, en cuanto a lo de recogerte, Didi… me hace ilusión. Ahora que no estamos viviendo en la misma casa, no voy a consentirte que me quites eso de las relaciones.
               -Me parece bien.
               -Es que nunca te he ido a dejar ni a recoger a ningún sitio-me excusé, como si me hubiera dicho que no le parecía bien lo que tenía planeado para nosotros. Ella se echó a reír.
               -¿Qué hay del día que nos conocimos?
               Debería haberle dicho que el día que nos conocimos yo todavía no tenía un año y ella acababa prácticamente de nacer, pero mi subconsciente me jugó una mala pasada, le miré las piernas desnudas, las mismas que me habían llamado tanto la atención el día que fui a recogerla en el aeropuerto, el mismo día en que había sudado la gota gorda para no separárselas y follármela en el taxi urgentemente, así que sólo me salió una risa tonta y un:
               -Te recojo a las cinco, nena-intenté arreglarlo con el “nena”, porque a ella le gustaba que la llamara así, pero sólo morderme que se enterneciera, se pusiera de puntillas, me diera un beso en la mejilla y me susurrara al oído, antes de morderme el lóbulo de la oreja:
               -Puede que empiece a vestirme un poco después, por si te apetece subir solo a por mí, nene.
               Y ahora estaba allí, intentando por todos los medios no entrar en mi casa como una centella y ver si todavía llegaba a tiempo para pillarla desnuda y puede que abandonar a Scott cinco segundos (los que tardaría en correrme, porque la severa privación de sexo a la que me veía sometido estando con S y los ataques constantes a mi libido por parte de mi rubia favorita en el mundo no ayudaban al mantenimiento en sus sanos niveles de mi masculinidad), repasando mentalmente la tabla del 13 (un número complicado de cojones), cuando se abrió la puerta de mi casa.
               A la mierda mis planes de saludar.
               A la mierda irme de mochilero por Europa.
               A la mierda existir.
               Yo lo único que quería era convertirme en un mini Tommy del tamaño de un guisante y pasarme el resto de mi vida paseándome arriba y abajo por las piernas de Diana.
               Tanto Scott y yo nos quedamos clavados en el sitio; escuché a Scott atragantarse con su propia saliva.
               Hasta en eso teníamos que ser hermanos.
               Diana cerró la puerta de casa apenas girándose, ofreciéndonos una vista impagable de su perfecto culo, cubierto por un trozo de tela negra que no se podría llamar vestido, sino más bien, cinturón ancho deforme. Le llegaba cuatro dedos por debajo de la cintura (no me cabe en la cabeza cómo nadie puede caminar con una falda tan corta sin que se le hielen sus partes), y ascendía por su torso como si la adorara de la misma manera en que lo hacía yo. No tenía hombros, así que había dos posibilidades:
               a. No llevaba sujetador.
               b. Llevaba sujetador, de esos sin tirantes.
               Lo cual nos lleva a:
               a. La madre que me parió.
               b. La madre que me parió.
               Se contoneó con toda confianza sobre sus botas (bueno, botas, más bien hilos de oro que se enroscaban por sus piernas) de tacón y se acercó a nosotros, sonriendo.
               -Hol…-empezó, pero Scott la cortó.
               -Dime otra vez por qué cojones estas tías no se mudan a mi casa.
               -Porque eres un baboso-espeté-. ¿Y no estabas enamoradísimo de mi hermana?
               -¿Ahora resulta que no se puede mirar?
               -¿Adónde vas así?-inquirí, acusador y encantado al mismo tiempo-. Creía que habíamos quedado con Layla, ¿me la estás pegando con otro?
               -¿O con otra?-sugirió Scott. Me apeteció darle un puñetazo y besarle los pies al mismo tiempo.
               -En cuyo caso, ¿podemos mirar?
               -¿O participar?-le lancé una mirada envenenada a Scott-. Bueno, vale. Yo participo, y tú miras, T.
               Puse los ojos en blanco, pero a Diana le parecía divertidísimo que fuéramos unos trogloditas escandalizados por ver un poco de piel. Piel a la que, por cierto, yo estaba acostumbrado a ver en abundancia. No sé por qué coño me ponía así.
               Ah, claro. Porque llevaba… ¿cuatro, cinco días sin absolutamente nada de sexo? Y tenía 17 años. Era un puto mandril en celo.
               Me tocaría hacer el Camino de Santiago este verano para agradecer la fuerza de voluntad que tuve para no hacerla entrar en casa.
               -Tengo una entrevista más tarde-informó. A veces, cuando me invadía la vena gilipollas, se me olvidaba que Diana era modelo, y no simplemente el animal más precioso que había pisado la faz de la tierra. Como si no caminara casi igual que mucha gente baila.
               -¿Y con qué labios vas a hablar?-soltó Scott, y yo le di una colleja.
               -¿Te quieres callar?
               -¡Va a coger una pulmonía, Tommy!
               -¡Como si a ti te preocuparan las pulmonías de Diana!
               Scott se la siguió comiendo con los ojos.
               -¡SCOTT!-recriminé.
               -¿QUÉ?
               -¿QUIERES DEJAR DE MIRARLA ASÍ?
               -ES MODELO, THOMAS, ¿CÓMO COJONES ESPERAS QUE LA MIRE?
               -¿QUÉ COÑO HAY DE MI HERMANA?
               Scott sonrió con lascivia.
               -Si tu hermana se me pusiera delante vestida así, créeme que no la verías ni dos segundos.
               -Vale, machitos, ¿podemos irnos? Soy una mujer ocupada con un montón de cosas que hacer-Diana se sacudió el pelo sobre los hombros desnudos, y echó a andar delante de nosotros. Empujé a Scott para que se pusiera a su altura, porque la cabra tira al monte y su naturaleza le suplicaba que se quedara atrás para mirarla.
               -Perdón, T-se disculpó-. Lo siento, Didi-ella negó con la cabeza, dijo que estaba acostumbrada y que de hecho le gustaban esas atenciones (nos ha jodido que te gustan), que vivía de ellas-. Es que… joder, entendedme. Llevo a pan y agua desde…
               -¿El viernes?-sugerí. Scott sonrió y asintió.
               No se volvió a comentar el vestuario de Diana hasta que nos encontramos con Layla, que la saludó con una sonrisa.
               -¡Qué guapa!-celebró.
               -¡Mira quién fue a hablar!-replicó Diana. Teniendo en cuenta lo que me había dicho de los neoyorquinos, quise creer que se estaba integrando con los ingleses y que de ahí venía su amabilidad.
               Y no de que estaban presentando un frente unido dispuesto a derrotarme.
               Layla me dio un beso en la mejilla, marcando las distancias, y fue entonces cuando caí, tarde, en que Diana ni siquiera me había dado un pico cuando la fui a recoger.
               Nos sentamos en la esquina de una cafetería, desde la que podíamos contemplar toda la calle, gracias a sus inmensas cristaleras. Scott miró en derredor, y fue entonces cuando caí en que era la misma cafetería en que nos habíamos metido un mes antes, cuando habíamos ido a ocuparnos de lo del hijo de puta que le había amargado la vida a Layla.
               No empezamos muy fuerte. Hablamos del instituto, de las prácticas de Layla, los trabajos incipientes de Diana y el disco que estaban preparando nuestros padres. Liam tenía una maqueta. Aquello iba en serio.
               Fue Scott el que nos empujó suavemente hacia el tema que habíamos venido a tratar. Cogió la taza de chocolate que había pedido y la apartó el centro de la mesa, mirándola.
               -Así que… creo que tenéis algo que hablar, vosotros tres. ¿Queréis que me quede, o queréis que me vaya?
               Los ojos de las chicas se centraron en mí. Porque ah, sí. Se habían sentado juntas. Frente unido, y todo eso.
               -Prefiero que te quedes-confirmé. Diana asintió con la cabeza, Layla hizo un gesto con la mano dando a entender que por ella no había ningún problema-. Vale. Eh… creo que os debo una disculpa. A las dos. No debería haber hecho lo que hice con Megan-Scott contuvo un bufido, Diana parpadeó, fingiendo que no había usado su nombre, y Layla simplemente asintió, sus inmensos ojos castaños clavados en mí-, y me arrepiento muchísimo de ello. Ya he hablado de esto con las dos por separado, pero… tiene que volver a salir. Va a volver a salir. Así que quiero pediros perdón otra vez. A las dos. Por faltaros al respeto de esa manera y por intentar echaros la culpa de algo que claramente sólo cae sobre mis hombros-las miré a ambas-. ¿Podréis perdonarme?
               -Yo no tengo nada que perdonar-dijo Layla, oficialmente el nuevo sol del planeta. Miró a Diana, que asintió con la cabeza.
               -Ya está perdonado.
               -No va a volver a pasar. Os lo prometo.
               -Está bien.
               -He estado pensando. Muchísimo. Esta semana. Incluso lo he hablado con Scott-lo miré a él-. Mentiría si dijera que habéis ocupado mis pensamientos por igual. No es así. He estado mucho más centrado en Diana, esta última semana, pero… no puedo concebir mi vida sin las dos. Os quiero a las dos. Lo siento si habíais hablado de esto para conseguir que eligiera. Es cierto que hay veces pienso más en una que en la otra, y que cuando me apetece estar contigo, Lay, no tiene por qué estar reñido con Diana ni necesariamente apetecerme a la vez estar con ella. Y lo mismo al revés. No… no os merezco. Ya lo sé-asentí con la cabeza-. No os merezco a ninguna por lo que os he hecho, ni por las gilipolleces que haré en el futuro, pero… voy a intentar estar a la altura. Lo único que no voy a intentar es elegir. Porque sé que no puedo. Os quiero a las dos. Os necesito a las dos-las miré a ambas-. Uno no puede vivir sin respirar ni beber. Vosotras sois mi aire y mi oxígeno. Esto va a ser una mierda. Habrá días en que incluso yo os pregunte por qué lo aguantáis, pero...-me froté la cara.
               -Por eso hemos hablado de quedar-replicó Layla, cogiéndome la mano. Me la quedé mirando.
               -¿Qué?
               -Hemos hablado con Scott-lo miré a él, que asintió con la cabeza-. Y ya lo habíamos notado nosotras antes, pero que él nos lo dijera fue la confirmación. He estado investigando-se sonrojó un poco, mi niña preciosa-. Que Diana y yo te compartamos no necesariamente significa que tengamos la mitad de amor. Sólo es la mitad de tiempo.
               -Y ni eso-añadió Didi-. Lo bueno es que Layla y yo nos llevamos bien, así que podríamos estar juntas mientras estamos contigo. Claramente yo estoy en ventaja, pero Layla prefiere un tiempo para sí misma, superar lo otro, centrarse en su carrera… Y yo te adoro, T. Te adoro, y trataré de sobrellevar esto de que no siempre te apetezca estar conmigo… porque eso es de lo que trata ser una persona, ¿no?-sonrió, triste. Le brillaban un poco los ojos. Eso es exactamente lo que yo me estaba temiendo, que sufrieran porque yo no podía darles bastante, no sólo porque ni yo al completo era suficiente, sino porque ni siquiera podía darles mi plenitud-. Es malsano necesitar estar con alguien siempre. No lo digo por vosotros, ni siquiera lo necesitáis en circunstancias normales-aseguró, capturando la mirada que nos echamos Scott y yo-. Conseguiré encontrar la manera de adaptarme a ello, y puedo con Layla… pero sólo con Layla.
               -Sí, también lo que nos preocupa es que te tomes esto a la ligera por el mero hecho de que somos dos-aseguró Layla.
               -¿Por qué iba a…?
               -Porque no es lo habitual. Que estés con dos chicas a la vez sería como si no hubiera reglas. Y aquí sí las va a haber. Para empezar, tienes que ser totalmente sincero con nosotras.
               -Y nada de zorras. Ni pelirrojas, ni rubias, ni morenas, ni castañas. Ni de ningún otro color de pelo. Cero zorras. Layla y yo-impuso Diana.
               -Puedo hacerlo-aseguré. Las dos asintieron al unísono. Layla se miró las manos.
               -Y, si necesitas sexo…
               Diana se volvió hacia ella como un resorte.
               -¡A la mierda si necesita sexo, Lay! Yo se lo doy. Si quiere mimos, se los das tú-Diana se volvió hacia mí-. Y si te cansas, nos lo dices. Si quieres a una tía completa, nos lo dices. Pero-tomó aire profundamente-, te juro por dios, que como un día te bese, y note la corrida d otra en tu boca, Tommy-Layla la miró, escandalizada-, es que te lo juro por dios, que ni Layla va a poder protegerte. No te va a quedar mundo para correr. ¿He sido clara?
               Me costó tragar saliva. Había una dureza en las selvas de sus ojos que no podía venir de otro lugar más que, precisamente, del corazón milenario del bosque.
               -Cristalina.
               -Bien-Diana se reclinó sobre su silla, de nuevo la espalda pegada a su asiento, y le dio un sorbo a su Cosmopolitan, que no estaba tan bueno como los de su ciudad, pero se podía beber.
               Scott se desabotonó el primer botón de la camisa.
               -Uf-dijo, y todos nos echamos a reír, descargando la tensión-. ¿Vais a querer que venga a dar fe de lo que decís en la siguiente reunión a tres bandas que tengáis?-preguntó cuando terminamos con nuestras carcajadas-. Porque no sé si soportaré tanta hostilidad.
               -¿Quién dice que vaya a haber una siguiente reunión?-inquirió Diana, dando un sorbo a su bebida mientras Layla jugaba con uno de los cordones de su chaqueta.
               -La cara de Layla cuando dijiste que del sexo te encargabas tú, y de los mimos se iba a encargar ella.
               -Era una forma de hablar, Scott. Claro que le voy a dar mimos a Tommy.
               Layla estaba coloradísima.
               -Y yo espero poder acostarme con él algún día.
               Sonreí.
               -No tengo prisa.
               -Nos ha jodido, que no la tienes-replicó Diana-. ¿Para qué me tienes a mí en casa? Es que, como le digas media palabra a Layla antes de tiempo, te doy un bofetón.
               Layla alzó las cejas y sonrió, agradecida por esa protección inesperada.
               -Joder, ¿no os alegráis de que de repente estemos en un país donde no vendan pistolas en los supermercados?-la pinchó Scott, y Diana puso los ojos en blanco, pero se echó a reír, y dimos el tema por zanjado.
               Cuando nos despedimos, las dos me dieron un beso en los labios. Diana fue después que Layla, e incluso bromeó con ella (“¡Lay! ¡Qué bien sabe tu brillo de labios! ¿De dónde es?”). Lo cierto es que sí que sabía bien.
               Acompañamos a Diana hasta el inmenso edificio donde la estaban esperando, y a la boca del metro en que Layla cogería su tren para irse a casa. Las chicas nos dejaron solos al unísono, pues la boca del metro estaba a los pies del edificio en el que se había metido la americana.
               Me volví hacia Scott.
               -Tarde de chicos-anuncié, y él asintió-. ¿Qué quieres hacer?
               -Vamos a la librería de seis plantas. Tengo una cosa que buscar.
               Lo seguí obedientemente por los pasillos, hasta que entró con decisión en la sección de autoayuda, libros de introspección, y todas esas mierdas que todo el mundo no sabía. Se sacó el móvil del bolsillo, abrió la aplicación de las notas y buscó el apellido de un autor.
               -¿A quién buscas?
               -He tenido mucho tiempo para investigar. Dicen que este libro está muy bien. A ver si… ¡ajá!-celebró, cogiendo un tomo nada despreciable, de unas 400 páginas, y sosteniéndolo en sus manos. Era un libro blanco, con letras negras, como hechas a lápiz, y gotitas azules a intervalos regulares, como si fueran los restos de una pintura que se había derramado en su máximo apogeo. Me lo tendió, y yo lo cogí, confuso. No necesitaba un puto libro anti-suicidios. Me encantaba mi vida, y más ahora que le tenía de nuevo en ella.
               Me lo quedé mirando. Scott esperó a que mis neuronas se pusieran a trabajar y leyeran el texto.
               Amor libre: por qué no es un crimen que ames a cien personas, y no solamente a una.
               Levanté la vista.
               -Para los días en que te apetezca preguntarles a Layla y Diana por qué aguantan eso.
               No iba a llorar en público. Por mis muertos que no. Pero Scott no me lo estaba poniendo fácil. Volví a mirar el libro, con lágrimas en los ojos. ¿En 400 páginas cabía todo lo que yo sentía? ¿400 páginas podrían consolarme?
               -Para que te des cuenta de que no estás haciendo nada mal, ni estás matando a nadie. Es hora de que aceptes como eres y te des un puto respiro, T.
               No lo pude soportar más. La primera lágrima, de un torrente, se deslizó por mi mejilla, y cuando me quise dar cuenta, estaba abrazando muy, muy fuerte a Scott, como si quisiera fusionarme con él o algo así. A él le encantó ese abrazo.
               A mí me encantó ese abrazo.
               Cuando nos separamos, y fue por iniciativa mía, porque Scott nunca se apartaría de un abrazo que había iniciado yo, me sonreía, y también le brillaban un poco los ojos.
               -Siempre me tendrás ahí, ¿vale, tío? Si no funciona, te vienes a vivir con mi mujer y conmigo. Ojalá que sea Eleanor. Inshallah.
               -Inshallah-asentí yo. Sí, ojalá fuera Eleanor. Era la única manera de ser el padre de los sobrinos de Scott, el tío de sus hijos. La única manera de que nos reconocieran lo que éramos en el fondo.
               -Eso sí, nada de sexo-añadió, haciéndose el duro de repente-. No me va dar por el culo. Ni que me den. Espero que lo entiendas.
               -Recuérdame por qué intenté meterme entre mi hermana y tú.
               -Porque eres gilipollas, pero es parte de tu encanto-esta vez fue él quien me cogió.
               -Te quiero un huevo, T. Eres mi puto hermano, ¿vale?
               -Yo también, S. aunque me haga el duro y no te lo diga.
               -Me cubres la espalda en el call of duty.
               -Es por interés.
               Nos sentamos en la cama a leer el libro. Resultó que a Scott también le interesaba el tema. Se quedó frito sobre mi hombro y decidí apagar la luz. Pero yo no pude dormirme. Empecé a darle vueltas. No sólo le iba a cubrir la espalda a Scott. Se la iba a cubrir en todo.
               Y tenía una idea. Una idea que llevaba formándoseme en la cabeza desde que lo expulsaron. Una semilla que germinó en todo aquel caos.
               Lo sacudí en mitad de la noche.
               -Scott. Scott, despierta, Scott-él abrió los ojos y me miró.
               -¿Tommy? ¿Qué puta hora es?
               -Las tres y media.
               -Oh, Tommy, vete a la mierda.
               -Escucha-dije, evitando que se agarrara a la manta y se tapara con ella, porque si lo hacía volvería a dormirse-. Tengo la solución. Scott, mírame.
               -Joder, ¿qué pasa?
               -Mañana me voy a desmatricular del instituto-anuncié, y él se puso pálido, se levantó de un salto y se me quedó mirando, con ojos como platos-. El año que viene, nos matricularemos en otro instituto. Empezaremos el bachiller de ciencias. Y luego iremos a cualquier universidad en la que den astronomía.
               -La astronomía no es una carrera.
               -Pues lo que sea. Aerodinámica turboespacial, o algo así.
               Scott bufó.
               -Eso ni existe. Para ser astronauta, necesitas física, o ingeniería aeroespacial, o… en fin, cualquier puta carrera que está muy por encima de nuestras posibilidades.
               -No de las tuyas.
               Scott se rió entre dientes.
               -Me han expulsado indefinidamente por conducta violenta, Tommy, ¿en qué mundo vives? No me cogerían en ningún buen instituto incluso aunque fuera blanco.
               -¿Qué coño tendrá que ver que no seas blanco con tus notas?
               -Nada, pero, ¿no te parece que me cerrará unas cuantas puertecitas el mero hecho de que soy del mismo puto color de piel que los terroristas que los medios blancos ponen en los medios todos los putos días? La NASA controla el cotarro. La NASA son americanos. Adivina a qué puto país odian en Estados Unidos.
               -Todavía te queda Europa, ¿no?
               -Con la competitividad que hay, no pasaría de la primera ronda. Además, ser Scott Malik no me va a ayudar en esto. ¿Qué pinta el hijo de Zayn Malik flotando en el espacio, se preguntarán todos?
               -¿Qué vas a hacer, entonces?
               -¿De momento? Dormir, que es lo que deberías hacer tú-se dejó caer en la cama y se tapó de nuevo. Yo lo destapé. Él suspiró.
               -Estamos hablando-protesté.
               -Jesús bendito, de todos los seres humanos del planeta, el destino me tenía que haber juntado contigo, ¿qué coño pasa ahora, Tommy?
               -No te consiento esta actitud de mierda que estás teniendo últimamente.
               -Vaya, perdona que no salte de alegría porque mi vida está acabada, Thomas.
               -Tu vida no está acabada. Eres Scott Malik-le recordé.
               -No lo digas como si fuera una revelación, Tommy. No soy nadie. Sólo soy mínimamente interesante porque soy “el hijo de”.
               -Eres Scott Malik-repliqué, tozudo-. Sabes cantar mejor que nadie, incluso que tu padre.
               Scott se levantó, me miró, se masajeó las sienes.
               -¿Qué sugieres?
               -Sabes muy bien qué sugiero.
               -No, es que quiero que lo digas en voz alta para que te des cuenta de la subnormalada que estás diciendo.
               -Tienes la voz, Scott.
               -No voy a cantar, Tommy.
               -¿Por qué?
               -Porque no me sale de los cojones.
               -Es que si te saliera, serías el primer ser humano que cantara con la polla en toda la historia de la humanidad.
               -Vete a la mierda-se volvió a tumbar.
               -A mí tampoco me sale de los cojones aguantarte muchas cosas, pero te las tengo que aguantar.
               -¿Como que me tire a tu hermana?-atacó, y yo sonreí, negué con la cabeza, pero no me vio, dándome la espalda como estaba. Después de un silencio, añadí-: Podrías ir con ella.
               -¿Adónde?
               -Al programa. Ya ha mandado la solicitud. Puedes mandarla…
               -Y vuelta la burra al trigo-gruñó, girándose-. No voy a ir a ningún puto programa. No voy a cantar.
               -¿Por qué no? ¿Tienes miedo de perder? Porque los dos sabemos que tienes posición en toda final que quieras, como mínimo.
               -No voy a ir-dijo, levantándose otra vez-, porque tu hermana quiere sola, y no tengo derecho a arrebatarle eso. No voy a ir, porque lleva esperándolo casi un año. No voy a ir, porque yo no funcionaría solo. No voy a ir, porque ya sabes cómo nos ponemos cuando estamos mucho tiempo separados. No voy a ir, Tommy, porque si ya lo pasamos mal yendo de vacaciones separados durante 15 días, imagínate cómo será que ahora a mí me dé por cantar. No voy a ir, Tommy, porque ya he pasado una semana sin verte, y no pienso hacer nada que nos impida estar juntos meses. No voy a ir, Tommy, porque entrar en ese estúpido programa significaría alejarme de ti, la única cosa que yo no estoy dispuesto a hacer.
               Me lo quedé mirando. Largo y tendido. Y, entonces, usé la última arma que me quedaba. La última flor de la planta que había sembrado hacía una semana.
               Y dije las únicas palabras que no pensé jamás que fuera a decir.
               -Pues formemos una banda. One Direction 2.

Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍

18 comentarios:

  1. LA MADRE QUE TE PARIÓ

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  2. SERÍA UNA FALSA SI DIJESE QUE NO ME ESPERABA LO DE LA BANDA, PERO POR CRISTO CARMEN NO ME ESPERABA A TOMMY SACANDOLO

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    1. Lo de la banda os lo empecé a preparar hace 50 capítulos (estoy corrigiendo CTS2 y hablo con convicción cuando doy cifras), Y SIEMPRE SUPE QUE SERÍA TOMMY EL DE LA IDEA, JAJAJAJAJAJA

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  3. CREO QUE TE QUIERO ERI. DE VERDAD QUE SÍ. LO DE LA BANDA HA SIDO AAAHHAHAHAHAHAHAHAHSAHAH

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    1. MUY PRONTO SE DESVELARÁ POR QUÉ CHASING THE STARS SE LLAMA CHASING THE STARS JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

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  4. Necesito a alguien en mi vida que me quiera tanto como Tommy y Scott se quieren mutuamente.
    Pd: ME CAGO EN TODO TÍA. NO ME ESPERABA LO DE L BANDA. QUIERO QUE TE QUIERO HACER UN ORAL O ALGO PARA DARTE TANTO PLACER COMO ME HAS DADO A MI CON ESO

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    1. Yo necesito que Tommy y Scott existan, con eso me basta y me sobra.
      pd: ¿DE VERDAD TÍA? AY MADRE SI A MÍ ME PARECÍA MUY EVIDENTE QUE IBAN A INTENTAR MONTAR UNA BANDA JAJAJAJAAJAJAJME DA UN PATATÚS, contáctame por privado para darte mi dirección para lo del oral ;3

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  5. Scommy siguen siendo hermosos.
    Todo correcto.

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    1. Son un par de hermosas flores quiero AMARLOS eternamente
      ( ˘͈ ᵕ ˘͈♡)

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  6. whaatttttt que yo pensaba que era porque iba a ser astronauta y se iba a ir a la luna o yo que se que fuerteeeee!!!!
    tommy y scott super bonitos como siemprrre ����
    estoy empezando a soportar a diana por favor que no la cague
    al y sabrae son super cuquis muriéndome

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    1. QUE IBA A SER ASTRONAUTA MADRE BARBARA QUE ME DESCOJONO NUNCA DEJES DE COMENTARME EN SERIO JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
      Scommy son lo mejor de la novela: mi tesis doctoral
      Diana es una bizcocha de verdad aprende a apreciarla por dios
      sABRALEC LA PUTA HOSTIA EN #SABRAE QUÉ GANÍSIMAS DE EMPEZAR A PUBLICARLA

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  7. MALDITA SEA, DE VERDAD QUE INSIGNIFICANTE ES MI VIDA DESPUÉS DE LEER CADA CAPITULO DE ESTA DELICIA!!!
    Te juro por el universo, el karma y la tarta de tres chocolates que necesito a alguien que me quiera de la misma manera en la que Scommy se quieren, porque después de estar viviendo una relación como esta, cualquier otra me parece INSUFICIENTE!! Dios de verdad, deberías hacer que los demás desapareciera y estos dos terminaran por fin de casarse aunque sea sin sexo porque son los mejores novios del mundo joder!!
    Hablemos, por favor, de lo adorable que ha sido el momento de Diana defendiendo a Layla y el bollito de canela esat sonrojandose por desear poder tener sexo con Tommy! ES QUE SIGUE SIENDO UNA BEBÉ Y QUIERO ABRAZARLA CON MUCHO CUIDADO PORQUE SE PUEDE ROMPER!!!
    Y ahora lo más importante...NO ME ESPERABA UNA PUTA MIERDA LO DE LA BANDA, PERO POR FAVOR QUE NO SEA ONE DIRECTION 2. SCOMMY TIENEN MÁS CEREBRO COMO PARA ALGO ORIGINAL!
    pd: Fan del momento Duna-Alec!!!

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    1. ASDFGHJKLÑ QUÉ INSIGNIFICANTE VA A SER CUANDO LA TERMINE DE VERDAD NO SÉ QUÉ ME VA A SUCEDER
      Dios mío si alguien me quisiera como Scommy lo hacen creo que implosionaría de verdad, soy independiente y mimosa a la vez, no es una buena combinación.
      SERÍA MUY ÉPICO QUE AL FINAL SE TERMINARAN CASANDO pero no, tengo otros planes para ellos, lo cual no quita de que vayan a ser ultra mega hiper cuquis y os vayan a encantar <33333333333
      Layla poniéndose roja porque siente deseo por Tommy pero de momento no es suficiente como para superar sus miedos y Diana apoyándola y dándole mimos, BRINDEMOS POR ELLAS.
      De verdad que me hace mucha ilusión que no vierais venir lo de la banda es que no sé a mí me parecía tan obvio que ya pensaba que estaríais en plan "bueno erika, vaya mierda de plot twist xddddd" menos mal jo.
      PD: Dios mío Alec y Duna nos van a dar Los Feels™ en la historia de Sabrae; además esta parte va a tener un poco más de trascendencia en el spinoff y UF QUÉ BIEN LO VAMOS A PASAR DE VERDAD

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  8. Que alguien me explique como suelta Scott esas parrafadas tan bonitas de una forma tan espontánea, madre mía ni estrujandome el cerebro mil años diría cosas tan hermosas como las que dice él.
    Diana es una nubecita de verdad qué bonita y qué adorable vamos a protegerla y adorarla acomo se merece ❤
    MADRE MIA ERIKA LO DE LA BANDA NO ME LO ESPERANA EN ABSOLUTO ME DA ALGO

    - Ana

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    1. Sueltas esas parrafadas cuando eres el ojito derecho de tu escritora, si es que el pobre me tiene ENCANDILADA recemos por mi alma enamorada de un personaje al que se supone que controlo yo, pero que en realidad me controla a mí.
      Diana es un algodoncito de azúcar americano de verdad se merece todo lo bueno del mundo y más❤
      DIOS QUÉ ILUSIÓN QUE NO OS IMAGINARAIS LO DE LA BANDA ES QUE ESTOY EXTASIADA YA VERÉIS EN EL SIGUIENTE CAPÍTULO JEJEJEJEJEJE

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