Y, cuando él los abrió también, probablemente notando
mi escrutinio y queriendo recompensarme con lo mismo, se confirmó que lo era.
Ni aun siendo el ganador de la lotería 10 años consecutivos podría decirse que
tenía tanta suerte como yo ahora, viendo a T dormir apaciblemente, sin ninguna
preocupación rondándole la mente, ya no digamos despertarse y sonreír porque
joder, menos mal, había pasado todo, habíamos dejado de ser unos imbéciles y
volvíamos a ser amigos, hermanos, todo lo demás.
Joder, el día que quisiera a alguien tanto como quería
a Tommy, creo que estallaría. No podría soportar tantos sentimientos en mi
interior.
Scott se había despertado
antes que yo. Puede que unos segundos, pero el caso es que sentí su mirada a
través del mar de nubes que eran mis sueños, y algo en mi interior se sacudió
para despertarme. Si tu cuerpo es el cascarón, y tu alma es el animal que hay
dentro, brillante y etéreo, los ojos de Scott acariciaron mi interior para
hacer que volviera con él.
-Buenos días, rayito de sol-canturreó, muchísimo más
espabilado que yo. Vale, el cabrón debía de llevarme mirando una eternidad. No
me extraña, soy guapísimo.
-Mmf-bufé, revolviéndome, tumbándome sobre mi tripa y
estirándome cuan largo era, robándole un poco de manta a Scott, que protestó y
tiró de ella. Sonreí y dejé caer la cabeza en la almohada. Me sentía como si
hubiera dormido un millón de años; hacía siglos que no dormía tan bien, de un
tirón, sin preocupaciones.
Sin ningún sueño, de ningún tipo, que me impidiera
sentir que realmente estaba descansando, y no viviendo un episodio de acción
constante en escenarios imposibles. ¿Cómo demonios iba a estar a bordo de la
Perla Negra, cuando claramente se había hundido hacía un montón de tiempo?
Scott también se estiró, pero con la espalda pegada al
colchón. Le hice cosquillas debajo del brazo, él protestó y negó con la cabeza.
-¿Llamas eso a mi hermana?-inquirí, fingiéndome
celoso, no estando seguro de si no me lo sentía de verdad. Scott alzó las
cejas, mordiéndose el piercing.
-¿Gilipollas? No, sólo lo reservo para ti, mi
amor-ronroneó cual tigre amansado que se cree un inmenso gatito. Me dio un
mordisco en la mejilla y yo me incorporé.
-Digo “rayito de sol”.
Scott se pasó la lengua por las muelas, deleitándose
en mi quietud.
-También lo reservo para ti, cariñito.
-Qué atento-repliqué, dándome la vuelta, estirándome
como él y mirando al techo. Instintivamente, me pegué a él.
E, instintivamente, Scott se pegó a mí. Nos quedamos
con los hombros juntos, los costados unidos, las caderas pegadas y las piernas
acopladas. Teníamos los huesos de los tobillos tocándose.
Esperamos.
A que la energía que había entre nosotros saltara de
un cuerpo a otro sin hacer ningún tipo de distinción. Purificándonos,
limpiándonos, mejorándonos y restaurándonos. Scott no dijo nada, y yo tampoco,
pero me sentía como si estuviéramos teniendo una conversación prolongada y
profundísima sobre lo que teníamos dentro.
Tenía ganas de llorar de felicidad.
-¿Qué tal has dormido?-pregunté, girando la cabeza
para mirarlo. Scott se encogió de hombros, mordiéndose el labio.
-Bien. Como me imagino que dormía antes de que mi
catástrofe personal naciera-bromeó.
-Capullo-me eché a reír, y él se me quedó mirando. Ya
quisiera Eleanor que la mirara como me miraba a mí.
Scott y yo éramos novios, lo habíamos decidido hacía
años, cuando éramos pequeños y no sabíamos que la gente podía dormir junta,
quererse mucho, confiar ciegamente el uno en el otro, dar la vida por el otro,
ser hermanos sin compartir sangre.
-Me consta que tú también has dormido bien. Por los
ronquidos, y tal-se puso sobre su costado, y alzó las cejas repetidas veces.
-¿Discúlpame? Tú sueñas, chaval.
-Soñaría de no ser por los bramidos infernales que te
salen de esa boca. No sé cómo Diana o Layla pueden soportar besártela. O cómo
no has echado abajo medio barrio.
-Yo no ronco, respiro fuerte-protesté.
-Joder, pues el Amazonas no da abasto para renovar el
oxígeno que tú consumes, tío-Scott se echó a reír. Yo le pellizqué el hombro-.
¡Au! ¡Por favor, Tommy, un poco de consideración! ¡Encima que casi me quedo
sordo!
-¡Por tus putos ronquidos, sinvergüenza! ¡Creo que has
desplazado la órbita de la Tierra! ¡Voy a tener que usar tapones la próxima
vez!
-Te perderías un increíble concierto-fardó él.
-Sí, claro, porque tú roncas como los ángeles, ¿no?
-Soy un Malik. Los Malik sonamos bien. Es ley-afirmó,
asintiendo con la cabeza. Le hice un corte de manga y él se volvió a tirar
sobre la cama.
Nos quedamos así unos minutos más.
-Deberíamos levantarnos.
Otros minutos.
-Pues sí.
Más minutos.
-Scott.
-Mm.
-No he dormido así de bien en mi vida.
-Yo tampoco-los dos sonreímos, sin mirarnos. No fue
necesario.
-¿Qué vamos a hacer hoy?-inquirió después de un
tiempo, en el que nuestra energía siguió reestructurándose. Me daba la
sensación de que estábamos salvando el planeta a base de comportarnos así.
Alguien de la NASA debería venir a darnos un diploma
dorado y las gracias. Seguro que Scott se moriría de la ilusión.
Me puse las manos en la tripa.
-No sé.
-Pf-bufó-. ¿Ningún plan? ¿En serio, T? Es nuestro
renacimiento, deberíamos estar celebrándolo por todo lo alto. Barcos, mujeres y
alcohol.
-El yate no estaba libre-contesté, y él bufó de nuevo.
Me lo quedé mirando al ver que no decía nada.
-¿No me vas a pedir que aumente el cupo de mujeres?
Él me miró como si le acabara de apuñalar en un riñón.
En el derecho, además. Su favorito.
-Tengo novia, Thomas-me
recordó, ofendido con la vida porque yo hubiera tenido la poca vergüenza de
poder olvidarlo.
-Es cierto-asentí, frotándome la cara-. Sí, se me
olvidaba que eres un puto asaltacunas.
-Oye, firmamos la tregua, no puedes tocarme los
cojones con lo de tu hermana.
-Sí que puedo. Soy tu mejor amigo. Te voy a tocar los
cojones con todo lo que me pongas por delante.
Él lanzó un lastimero y profundo suspiro.
-No te hagas la víctima.
-¿Quién se hace la víctima?
-Scott Suspiros Estridentes Malik-contesté, él puso
los ojos en blanco.
-Es que me agobia pensar en que no vamos a hacer nada
importante precisamente hoy-explicó, negando con la cabeza-. ¿Seguro que no
tienes ningún plan, T? Tú eres el de los planes. Eres el listo de los dos.
-Lo único que me apetece ahora mismo es quedarme aquí
tumbado hasta que me haga viejo.
-Tú y yo, cogiditos de las manos, jugando al parchís
mientras nuestros nietos nos tocan los huevos-murmuró él, cogiéndome la mano.
-Y calvos. Bueno, tú ya lo estás. Ahora que lo pienso,
te falta muy poco para aparentar 100 años.
Se le borró la sonrisa de la cara.
-Vete a la mierda, Thomas.
Se dio la vuelta y se tapó hasta el hombro. Yo me
incorporé y le soplé en la oreja, me dijo que eso no le hacía gracia, que
parara, y me eché a reír.
-¿Qué quieres hacer?
-Que no lo sé, Tommy, joder. El de los planes eres tú.
-¿Quieres ir al centro?-inquirí, porque a Scott tenías
que sonsacarle las veces que quería ir al centro a comprar algo para él. Era
como si se sintiera mal gastando su dinero en cosas para él. Le encantaba hacer
regalos, igual que a mí (no eres un buen hermano mayor si no tienes la cartera
un poco suelta), pero cuando se trataba de darse un capricho, la cosa cambiaba,
-Bueno, vale-asintió, encogiéndose de hombros.
-¿Dónde vamos?
-Donde quieras.
Oh, genial, me tocaba adivinar.
-¿Videojuegos?
-No hay nada interesante.
-¿Discos?
-Nah, nadie ha sacado nada bueno.
-¿Pelis?
-No, pero, ¡oye! Tenemos que ir al cine un día de
estos. Yo tengo libres las mañanas-bromeó
-Ya, pues yo estoy ocupado las mañanas…-solté,
haciendo caso omiso de la razón por la que él estaba libre y yo no-, y, además,
el cine no abre por la mañana-Scott volvió a bufar-. ¿Libros?
-Sí, libros está bien.
Alcé las cejas y él puso los ojos en blanco.
-Tengo que buscar uno.
-¿Que es…?
-El que me regaló tu madre cuando era pequeño. El de
los planetas desplegables y todo eso.
Fruncí el ceño.
-¿Es que ha salido una nueva edición, con más sonidos,
o con colores más…?-empecé, pero Scott negó con la cabeza, se levantó, se fue
hasta la estantería, cogió el libro de lomo tan gastado del uso que apenas se
distinguían las letras plateadas, con estrellas doradas, sobre el fondo azul
marino, y se sentó en el borde de la cama, a la altura de mi cadera. Yo me
incorporé y recogí el libro que me pasó. Lo dejé cuidadosamente sobre mis
rodillas dobladas. Scott adoraba ese libro. Era el primer contacto que había
tenido con el mundo de la astronomía. A mamá le encantaba, y, como no sabía qué
comprarle cuando era pequeño (ropa, muy visto; música, demasiado complejo;
películas, ninguna tenía calidad suficiente como para considerar comprarla… y
la lista seguía), se decidió por lo típico: un libro desplegable, de los que te
bombardean con dibujos que saltan hacia ti nada más abrirlo, como si estuvieran
ansiosas por conocerte.
A él le gustó tanto que se pasó todo el colegio
diciendo que quería ser astronauta.
La culpa de que no estuviera ahora mismo mandando su
currículo a las mejores universidades de Europa la tenía yo. Dos veces, además.
Porque me había negado a llevar a mi hermana a mi casa
la noche en que casi la violaron, lo cual desencadenó todo aquel desastre en el
que ahora nos encontrábamos…
… y porque no había sido capaz de seguir su ritmo con
las mates ni con las ciencias.
Así que él eligió. Era sencillo, en principio: las
estrellas, o yo. Volar o atarse al suelo.
Decidió que le bastaba con reptar.
Decía que no le importaba, que no pasaba nada, que la
mayoría de los astronautas no hacían una mierda allí arriba y que las letras
eran más entretenidas que las ciencias, pero yo sabía que le gustaría no hacer
absolutamente nada sin el más mínimo de gravedad durante, al menos, un par de
minutos. Los meses que se pasaban en la Estación Espacial Internacional serían
un regalo llovido del cielo para él.
Y por eso yo guardaba siempre una parte del dinero que
me daban mis padres en mi cuenta bancaria. Y no lo tocaba. Y me desesperaba
porque creciera, a varios peniques al año. Le pagaría un vuelo de esos
orbitales que hacían los turistas con más pasta del mundo. Costara lo que
costase.
Ese libro era la representación del sacrificio que
Scott había hecho por mí, de la compensación que le iba a hacer a él. Y, ahora,
había algo raro en él.
Estaba más gordo de lo que lo recordaba, sus bordes
eran mucho más irregulares, como si Scott no hubiera parado de sobarlo en la
semana en la que no nos hablamos. Había unas cuantas páginas con las esquinas
dobladas. Lo abrí despacio, pasé un par de hojas, y lo vi.
El celo.
El libro se había roto. Los desplegables ya no
saltaban como antes.
Miré a Scott, que se miraba los pies, los hombros
hundidos. Ahora sí que parecía que tuviera 100 años.
-¿Qué… le pasó?-pregunté. Negó con la cabeza-. ¿Se te
cayó?-inquirí, estupefacto. A Scott nunca se le caería ese libro. Lo cogería
con el pie, si hiciera falta.
-A Duna-explicó. Bueno, eso tenía más sentido-. Lo
tiró al suelo-dijo con un hilo de voz.
Me quedé helado. Literalmente, no sabía qué hacer.
Creo que mi corazón se saltó un latido, menuda puta mierda, acababa de
desincronizarse con el suyo.
-S…
-Y luego yo le di una hostia-confesó, cerrando los
ojos y apretando los puños. Salí de la manta y le pasé un brazo por los
hombros.
-No pasa nada, ella intentó arreglarlo, ¿no
ves?-inquirí, enseñándole los trozos de celo. Él negó con la cabeza.
-Los puse yo. No quería… joder, T. Con que nosotros
estuviéramos mal, me bastaba. Era suficiente con que estuviéramos rotos, no
había necesidad… ya sé que es un puto libro de mierda, pero no podía soportar
que estuviera roto él también…
-No es un puto libro de mierda-le dije, pasándole las
manos por los hombros y negando con la cabeza. Le besé la sien y él se echó a
llorar.
-Y tenías que haberla visto… No quería que me acercara
a ella… no puedo culparla.
-Seguro que sólo fue un momento.
-Sí, Tommy, pero le pegué a mi hermana pequeña-dijo, mirándome, como si fuera
un monstruo por hacerlo. A mí Astrid me tocaba los huevos bastante, pero nunca
había sentido la necesidad de pegarle. Y Scott, con Duna, tampoco. Hasta ahora,
claro. Le volví a dar un beso y lo achuché-. Fue el martes.
-Ya me lo imaginaba.
-Después de que te fueras.
-También me lo imaginaba.
Consiguió tranquilizarse, dejar de llorar al menos. Yo
le dije que siguiera si quería. No me hizo caso.
-Lo sient…
-Para. No hagas eso.
-Siento lo del libro. Y lo de Duna. Es culpa mía.
-No, es culpa mía ser un gilipollas que no sabe
controlarse.
-La semana ha sido culpa mía-repliqué, y él se quedó
callado.
-No puede ser sano-dijo por fin, después de una
eternidad.
-¿Que seamos amigos?-quise saber, con el corazón en un
puño. No, no podía ser sano que fuéramos amigos. No era normal que nos
pusiéramos enfermos si pasábamos tiempo separados. No era normal que
necesitáramos diez minutos seguidos tocándonos por cada día en que no nos
veíamos. No era normal que nos enfadáramos con el mundo cuando no nos
juntábamos.
No era normal que intentáramos suicidarnos porque no
podíamos estar juntos.
No era normal que prefiriéramos estar muertos a sin el
otro.
Pero yo no podía renunciar a Scott. Era lo único a lo
que no podría decirle adiós. Ahora ya no. Ahora era demasiado tarde. 17 años
tarde.
-Que nos necesitemos tanto-contestó-. Que nos queramos
así.
-Yo no puedo quererte menos, S-susurré, disculpándome.
Me miró con sus ojos avellana que aún está en el árbol, engarzada en sus hojas
esmeralda, reflejando el brillo del sol de otoño, triunfal aunque exhausto.
-Yo tampoco puedo quererte menos, T.
Nos quedamos en silencio, reequilibrándonos una vez
más. Los dos cerramos los ojos, concentrándonos en nuestra respiración. Scott
se dio la vuelta y apoyó la cabeza en mi hombro.
-Tenemos que hablar de esta semana-dije por fin. No
podía permitir que se sintiera como una mierda por haber pegado a Duna sabiendo
lo que había intentado hacer yo. Casi le quito un hermano a mis hermanos, casi
hago que Dan sea el único hijo varón de mi madre, casi les quito un hijo a mis
padres, casi les quito un amigo a mis amigos.
Casi le quito a Diana a su primer novio. Casi le quito
a Layla a su único salvador.
Yo era mil veces peor persona que Scott. Pero todavía
estaba dispuesto a sacrificarme por él, eso lo tenía muy claro. Daría lo que
fuera porque se sintiera mejor y fuera feliz.
Y eso, precisamente, iba a hacer.
Revolvería mis entrañas, hurgaría en mis heridas, sólo
para que él viera que el único rayito de sol que había en la habitación, era
él.
-No quiero hablar de esta puta semana, Tommy-murmuró.
-Pues tenemos que hacerlo. Para poder superarla.
Scott. Scott-le cogí la cara entre las manos-. Mírame. No nos va a pasar nada.
Vamos a hablar, vamos a compartirlo, como siempre hacemos, es lo único que se
nos da bien, ¿eh? Lo compartimos todo, menos a las chicas, y ahora más que
nunca-sonreí, y él sonrió un poco, triste-. Así, ése es mi chico. Hablaremos de
esta semana, nos reiremos de las tonterías que hicimos-bueno, espero que te rías, o que por lo menos no te culpes de lo que
intenté; si quieres matarme, es secundario-, y lo superaremos. Y estaremos
juntos otra vez. Y nos olvidaremos de esta puta semana de mierda y de las cosas
que aprendimos en ella. Como la fuerza de tus derechazos-bromeé, y él se echó a
reír-. Tío, mírate eso, en serio. Eres un dios de los puñetazos.
-Tú tampoco te peleas mal, T-respondió, frotándose la
mandíbula, en el punto donde el moratón se había mimetizado con su piel. Si
fuera blanco, se seguiría notando, pero gracias a su tono café, el único
recuerdo que quedaba de mi ataque de locura estaba en su mente-. Todavía me
duele el que me diste el martes.
-¡Eres un exagerado! Es que te pillé con la guardia
baja. No volverá a pasar.
-No-sonrió.
-No-aseguré-. Porque no te voy a volver a tocar un
pelo de esa cabeza tuya.
-… porque voy a estar más espabilado-me dio un toquecito
en el hombro.
-… y porque no quedan pelos en esa cabeza tuya.
Scott puso los ojos en blanco.
-Esta noche, te asfixiaré-me prometió, pero no lo
hizo, sino que dormimos plácidamente enredados otra vez.
Nos sentamos con las piernas cruzadas, las rodillas
rozándose; las suyas estaban fuera de la manta, las mías, cubiertas por ella.
-Así que… ¿quién empieza?-inquirí, frotándome la
mejilla. Él se golpeó un par de veces la palma de la mano con el dorso del puño
cerrado de la otra, sin atreverse a levantar la vista-. ¿Lo hago yo?
-En realidad… ¿te importa si lo hago yo?-inquirió,
mirándome. Asentí con la cabeza e hice un gesto con la mano, la palma vuelta
hacia el techo, invitándole a empezar. Scott inhaló profundamente, exhaló, y se
pellizcó el punto entre el pulgar y el índice, dándose ánimos-. De acuerdo.
Sabes que empecé con tu hermana la noche en que… bueno, esa noche.
-Ajá.
-Antes de nada-me dijo, abriendo las manos-, quiero
que sepas que no te voy a echar la culpa de nada. Lo que hice mal estuvo mal
simplemente por mí. Tú no tienes nada que ver. ¿Vale?
-Vale, S.
-Bien. Bueno, técnicamente, empecé “oficialmente” con
Eleanor-le agradecí que la llamara Eleanor y no mi hermana, que pusiera un poco
más de distancia entre ella y nosotros-esa semana. El lunes, o el martes.
Cuando tú te quedaste con Diana y yo me fui a dar una vuelta con ella. Lo
hablamos y lo decidimos-asentí con la cabeza-. Pero… ya habíamos hecho cosas
antes. Pasado a mayores-alzó un poco las cejas, aplacando una ira que no estaba
ahí-, ¿entiendes?
-Tuvisteis sexo ese fin de semana. Lo capto-asentí con
la cabeza.
-Sí, bueno. Eh… el sábado… después de la pelea… en
fin, nos enrollamos. Ya sabes cómo me pongo yo cuando me cabreo. Me sube la
testosterona y no distingo.
-No pasa nada.
-No, sí que pasa, T. Me la tiré en el baño de
Jeff-soltó, y yo abrí la boca.
-¡Estás enfermo, Scott!
-¡Lo siento, tío! Ya sé que es tu hermana, y joder, yo
la quiero muchísimo, créeme que sé de sobra que ella se merecía su primera vez
conmigo en otro sitio, que se lo hiciera con más cariño y no con…
-Me preocupa lo del baño-lo tranquilicé, poniéndole
una mano en el hombro-. Lo demás me da igual. Podéis f… acostaros como queráis.
Pero, ¡joder, Scott! ¡El baño de Jeff! ¡Manda huevos!-me eché a reír, y él
también soltó una risa.
-Sí, la verdad es que podría haber elegido un sitio
menos… no sé, puto asqueroso-se sonrió.
-Pero era el momento-le consolé.
-No sé en qué estaba pensando, T. Cuando me quise dar
cuenta, ella… yo… bueno, ya sabes. Ya sabes dónde estaba yo.
-¿Leeds?-lo pinché, y él puso los ojos en blanco.
-Entre las piernas de tu puñetera hermana pequeña,
Thomas-sonreí-. Bueno, pues esa noche, cuando te dije que me iba a casa, que
estaba cansado… me la pasé con ella. Toda. Dios-se frotó la cara, sonriendo, y
le brillaban los ojos, perdido en el recuerdo de aquella noche que había
terminado de abrirle la puerta al mundo en el que ahora era el rey. Nota mental: darse 48 cabezazos contra la
pared por decirle que nunca podría enamorarse de mi hermana como ella lo estaba
de él. Con un poco de suerte, y mucho entrenamiento por parte de Eleanor, puede
que consiga quererle la quinta parte de lo que él la quiere a ella-. Fue la
hostia. En serio. No hay… no hay palabras para describir esa noche-negó con la
cabeza y suspiró.
-Porque eres tú, Romeo-me reí, y él me dio un empujón.
-¡Te lo digo en serio! Tienes que creerme, T, no fue…
no lo busqué, ¿sabes? Pasó lo que pasó la noche anterior, y… buah-se pasó una
mano por el pelo.
-Vale, ¿me vas a contar qué fue lo que lo desencadenó
todo, o tengo que esperar a que escribas tus memorias?
De repente, se puso tenso. Se me quedó mirando un
rato, toda diversión y felicidad evaporada como un charco un día de verano.
Estábamos pasando una prueba de fuego. O a punto de
hacerlo, al menos. Estábamos acostumbrados y, sin embargo, el que más había
superado era él. Yo no había tenido tantas como Scott, casi se reducían a la
época en la que estuvo hecho mierda por culpa de la zorra de su ex novia…
Me daba la sensación de que tenía miedo de que esta
fuera demasiado gorda para poder pasarla por encima.
-Cuando los encontré en el baño de la discoteca… me
cegué. No veía nada más que el cuerpo de ese mierdas al que quería cargarme.
Necesitaba cargármelo. Eleanor me detuvo. Nos besamos-dijo en voz baja.
-¿Quién besó a quién?
-¿Importa esto, Tommy?
-Sí.
-Ella a mí.
Alcé las cejas.
-Sí, yo también lo flipé. Te llevamos a casa, ya sabes
cómo estabas de mal aquella noche, nos quedamos a tu lado, cuidándote… le daba
asco su ropa, pero no podía quitársela, así que yo… esta vez fui yo el que
empezó a besarla. La desnudé. Y ella a mí. Estuvimos a punto de hacerlo contigo
dormido a unos centímetros. Pero no quería faltarte al respeto de esa manera.
Así que pudimos parar. Bajamos a la chimenea y tiramos su ropa al fuego. Por
eso le compré un top después. Me dijo que era su favorito, pero que no iba a
poder ponérselo otra vez. Yo le sugerí quemarlo y comprarle otro. Le pareció
bien. La tarde en que se lo compré, fue cuando decidimos ir en serio-asentí. Se
quedó callado un rato, esperando a que yo hablara, pero no hice ademán de
hacerlo en un buen pedazo. Él esperó, y esperó, esperó, esperó a que cruzara el
anillo de fuego e hiciera una voltereta y el público me aplaudiera.
-¿No me lo dijiste… por las cosas que te dije yo el
fin de semana siguiente?
Inclinó la cabeza.
-Sí. O sea, no es por echarte la culpa, ni nada. Si
hubiera sido un paisano como dios manda, lo habría hecho y ya está. Supe que
estaba enamorado de ella desde la mañana en que se marchó, después de pasar la
noche conmigo. Pero, a la vez, sentía que te estaba traicionando por sentir
eso.
-Y yo no ayudaba con mis comentarios de mierda.
-No, bueno, los comentarios me daban un poco igual. El
problema era que lo de Layla vino después-estiró la mano-. Con esto no quiero
decir que la culpa la tenga Layla. Pobrecita. No. Pero te veía tan preocupado
que no quería meterte esto también en la cabeza. Hablé con Eleanor, y le
pareció bien. De momento, al menos.
-¿No volvisteis a pasar tiempo juntos?
-La semana siguiente-informó-. Como estábamos
castigados, ella podía ir y venir sin preocuparse de que aparecieras. Mentiría
si te dijera que no le encontré ventajas a lo de no poder salir de casa-alcé
las cejas-. ¿Ha sonado cruel?
-Creo que lo superaré. ¿Más?
-Bueno. No mucho, en realidad. Yo… eh… ¿recuerdas la
semana que estuve en Bradford?-sí, claro, se había ido una semana antes de
Navidad al norte para estar con su familia. Los compromisos sociales son algo
común en esa época del año-. Pues no estuve en Bradford todo el tiempo. O sea,
mis padres se marcharon al norte, dieron una vuelta, y luego me reuní con ellos
en casa de mis abuelos-explicó.
Fruncí el ceño.
-¿Dónde estuviste?
-En el piso del centro-confesó, tragando saliva.
Quería que lo descubriera por mi cuenta. -¿Qué
harías en…?-empecé, hasta que caí en la cuenta de una cosa. Había estado muerto
del aburrimiento ese fin de semana. Me había marchado a Irlanda porque Diana se
iba ese mismo fin de semana.
Y yo no tendría a nadie con quien estar.
Porque Eleanor se había ido a Canterbury.
Mi hermana se había marchado, sí, pero, ¿realmente
había sido Canterbury?
Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía
sentido que una chica como Eleanor, preocupada por su estatus social en el
instituto y su reputación en su círculo de amigas, no saliera en ninguna de las
fotos que se habían hecho sus amigas. Estaba etiquetada, sí, como si hubiera
estado allí.
Pero no había estado. De lo contrario, saldría. Los
palos de selfie se habían inventado para algo. Por dios, si cuando mi madre era
joven, ya existían.
-Ah-dije solamente, un poco dolido. Scott se pegó a
mí.
-Tenía muchas ganas de estar con ella, no íbamos a
poder vernos en mucho tiempo, teniendo en cuenta las vacaciones, y todo eso.
Siento muchísimo haberte engañado, debería haberte…
-¡Scott! ¿Quieres parar? No es culpa tuya.
-Un poco sí. Te dije que me iba a Bradford cuando era
mentira. No debería haber hecho eso.
-Y yo no debería haberte dicho todo lo que te dije con
respecto a mi hermana.
Debería haberme dado cuenta de que algo pasaba antes
de que me estallara en la cara. Debería haber sumado dos y dos mucho antes de
que alguien me soplara al oído “oye, T, son cuatro”. Debería haber visto que
Scott ya no miraba a Eleanor como antes, que ella tampoco lo miraba a él como
antes, que ya no se comportaban como lo habían hecho toda la vida, que la
confianza y la intimidad y la sensualidad con la que interactuaban el uno con
el otro no era la de siempre.
Esa semana de mierda, literalmente la puta semana
entera de mierda, cada puto minuto, era mi responsabilidad, mi culpa, y recaía
sobre mis hombros.
Lo habíamos pasado mal por mi culpa. Scott había
sufrido durante un mes entero por mi culpa. Por no ser lo suficiente listo como
para darme cuenta de que las cosas no terminaban de cuadrar.
Lancé un profundo bufido. Scott se pegó un poco más a
mí.
-¿Estás enfadado conmigo?-preguntó en el tono en que
lo haría un niño de 7 años, no de 17. Pero incluso había un poco de esperanza
en ese tono. Una súplica velada. Siente
algo por mí, parecía decir. Siente
algo por mí, prefiero odio a que no sientas nada.
Negué con la cabeza, sus ojos marrones
chispearon.
-¿En serio?
-Estoy cabreado conmigo porque soy subnormal,
S-suspiré. Él sonrió.
-Eso ya lo sabía, pero decidí quererte igual.
-Qué considerado.
-¿Ves como eres subnormal? Acabo de decirte que te
quiero, y tú pones los ojos en blanco.
-Es que esta semana ha sacado lo peor de mí-él
asintió.
-Siento que haya sido así. Debería haberlo llevado
mucho mejor.
-¡Para, Scott! Joder, deja de ser adorable dos
millonésimas de segundo. ¿Puedes? ¿Mm?-él se encogió de hombros,
mordisqueándose el piercing-. Todo ha sido por mi culpa. Si no hubiera sido
imbécil…
-¿Lo dejamos a medias?
-Hecho-solté rápidamente, mejor hacer un trato con él
y estafarlo antes de que se diera cuenta de que efectivamente lo estaba
haciendo. Chocamos las manos, enredamos los pulgares y nos las cogimos así un
rato. Scott me presionó el pulgar hasta dejarlo pegado contra el dorso de
nuestras manos unidas, como si estuviéramos en una lucha de pulgares y me
acabara de ganar en la final del campeonato.
-Siento haberte pegado el puñetazo del martes.
-Yo siento haber ido a por ti el viernes.
-Siento haberte llamado moro de mierda.
-Siento haberte llamado basura blanca.
-Siento no haberme dado cuenta de que lo que tenías
con mi hermana era bueno y en serio.
-Siento no habértelo dicho en cuanto pasó.
Nos miramos a los ojos. Nuestras almas se mezclaron.
Por un momento, fuimos uno.
El día que nos muriéramos, nos juntaríamos. Éramos
parte de un todo superior a nosotros. La única explicación que había a nuestra
conexión era que fuéramos una persona dividida en dos cuerpos, un alma
repartida en dos mitades, una un pelín más mayor que la otra.
-Scott-murmuré, con un hilo de voz. Porque estuve a
punto de arrebatarle al único hermano que tenía, y se merecía saberlo. Yo no me
merecía que él considerara perdonarme. Pero Scott se merecía tener esa
oportunidad.
-Tommy-respondió él. Lo miré a los ojos, los primeros
ojos de niño que había visto cuando nací, los ojos que tanto calor me
reportaban y que tan bien me entendían.
Si los ojos de una persona fueran una casa, los de
Scott para mí eran un palacio de chocolate.
Los míos para él, una mansión submarina.
-Intenté suicidarme-dije por fin, en voz tan baja que
no me habría oído de no ser él, y de no ser yo. Parpadeó un momento, me miró, y
luego, reaccionó justo como yo me esperaba que lo hiciera.
Se echó a reír. El gilipollas de Scott, mi mejor
amigo, se echó a reír.
Pensaba que era mentira.
Se inclinó hacia atrás y vomitó una carcajada que yo
odié apenas la escuché. Me quedé quieto, esperando que dijera algo más, que
hiciera algo más, pero no lo hizo. Siguió riéndose y riéndose, hasta que
sacudió la cabeza y me miró.
-Joder, T, y yo que pensaba que se te habían acabado
todas las coñas hasta, digamos, dentro de 20 años.
-No es coña-contesté en tono sereno.
-Sí, claro, y yo voy y me lo creo.
Me lo quedé mirando, serio, sin mover un músculo. Sólo
parpadeé, esperando a que entendiera.
Vi en su cara cómo lo iba asimilando poco a poco. Le
cambió la expresión, se le volvió un poco más dura, mucho menos ligera, y la
furia de los elementos se escabulló para concentrarse en él.
-Repite eso-exigió, como queriendo confirmar que había
oído bien. Puede que hubiera dicho “intenté salarme”, como si fuera un salmón
de Noruega al que acaban de pescar y que deben vender en la otra punta del
mundo.
Pero no. Yo no era un salmón.
-Intenté… suicidarme.
Scott se quedó muy quieto, tan quieto que por un
momento dudé de no haberme convertido en Medusa y haberlo petrificado en el
momento. Sabía que no podía ser un basilisco porque lo estaba mirando a los
ojos, y necesitaba que él viera mi reflejo o me viera a través de algo para
poder sobrevivir a mi mirada mortal.
Y, luego, me dio un tortazo.
Me lo merecía. Me merecía ese y todos los que quisiera
darme. Así que me quedé allí, estoico, esperando los que venían. Los que
vinieron. Me dio otro bofetón, se abalanzó sobre mí y me cruzó la cara tantas
veces que perdí la cuenta.
Tenía los ojos llenos de lágrimas, las escuchaba
deslizarse por su piel mientras jadeaba, cabreadísimo de que hubiera podido
traicionarle de esa manera, las notaba caer en mi pecho después de arrastrarse
por su cara.
-¡Cómo! ¡Has! ¡Podido! ¡Hacerme! ¡Esto! ¡Sucio!
¡Cabrón! ¡De! ¡Mierda!-me cogió de los hombros y me levantó hasta hacer que
estuviéramos a la misma altura-. ¡DIME QUE ES COÑA!-rugió. Negué con la cabeza,
me empujó sobre la almohada y se apartó hasta pegar la espalda contra la pared.
Me incorporé. Se había hecho un ovillo, había cerrado los ojos con fuerza y
había pegado la frente a las rodillas.
-Scott…
-¿Con qué fin?-inquirió, venenoso.
-No podía soportarlo.
-¿El qué?
-Todo. La semana.
-Joder, Tommy, yo también viví esta semana y no me ves
intentando meterme un bote de pastillas entre pecho y espalda.
-No fue un bote de pastillas-escupí, porque soltarle
algo como “sí, claro, como no lo has intentado antes” me pareció demasiado ruin
incluso para mí. Scott alzó las cejas.
-Vaya, perdone, su Majestad, ¿qué método usó para
abandonar el mundo de los mortales, que tan indigno le parece?
-Tú a mí no me hablas así, pavo-gruñí.
-¡Manda huevos! ¡Te hablaré como me salga de la polla,
Thomas, me cago en mi madre! ¿Por qué y con qué hiciste eso?
Me levanté la camiseta y le enseñé el costado de la
herida. Se mordió la cara interna de la mejilla mientras yo añadía:
-Y drogas y alcohol.
Scott bufó por la nariz. Tenía las cejas tan juntas
que temí que se le soldaran y no pudiera dejar de fruncir el ceño nunca.
-¿Y por qué?
-Porque nos bloqueamos en Instagram-solté. Menuda
gilipollez como una casa. Me pregunto de dónde saco las tonterías. Debería
patentarlas. Estoy perdiendo dinero.
Scott se echó a reír.
-Serás melodramático-gruñó, luego me miró, se limpió
las lágrimas y chasqueó la lengua-. Estoy llorando más contigo que con tu
hermana, luego tendrás los huevos de decir que no es buena para mí.
-Seguro que ella no te amenaza con las cosas que lo
hago yo.
-Si te suicidas te mato, Tommy-informó, alzando una
ceja.
-Sabes que eso no tiene sentido, ¿verdad, Scott?
-Igual que tu cara-espetó, y toda la tensión
desapareció. Me eché a reír, por lo menos podíamos seguir de coñas, después de
todo. Scott sonrió también-. No, pero ahora en serio, Thomas, ¿eres gilipollas,
o algo? Que yo te bloquee en Instagram no vale que te intentes suicidar. Yo no valgo bastante como para que te
intentes suicidar.
-Sí que lo
vales-discutí, y él suspiró su famoso “vale”, equivalente a “como tú digas,
campeón”-, y, aun en el caso de que no fuera así, que yo esté sin ti sí que
vale para suicidarse.
Él giró la cabeza.
-¿Debería preocuparme por esta declaración de amor?
-Depende; si quieres ser la parte activa del polvito
de reconciliación que estamos a punto de echar, te sugiero que vayas
preocupándote. Me va dominar a la gente-contesté. Scott sonrió, negó con la
cabeza y se levantó.
-Necesito un cigarro-se excusó, revolvió en los
cajones hasta encontrar una cajetilla.
-¿No íbamos a dejarlo?
-Concédeme un capricho por una vez, tío-protestó,
encendiéndolo y sentándose a mi lado en la cama-. ¿De dónde sacaste las drogas?
-¿De dónde piensas?
-Dios mío, voy a cargármela-Scott negó con la cabeza,
se masajeó la sien con la mano del cigarro y se mordió la uña del pulgar cuando
yo se lo arrebaté.
-Eso, si no lo hace Alec antes.
-Pues me lo cargo a él. Como venganza por dejarme sin
venganza.
-No le hagas nada a Tam. Yo la convencí. Estaba muy
mal. Seguro que Eleanor estaba dispuesta hacer un montón de cosas con tal de
que te sintieras un poco mejor.
-¡Ya, pero no me puedes comparar que Eleanor se
abriera de piernas con que Tamika te diera coca, Tommy, joder!
Le di un manotazo en el pecho.
-¡No hables así de mi hermana!
Scott se apartó un poco de mí.
-Vaya, perdona, ¿qué coño te piensas que estuvimos
haciendo esta semana? ¿Jugar al parchís?-lo miré con los ojos entrecerrados-.
Bueno, vale, alguna partida echamos…
-Ni clonándote conseguiríamos otro animal como tú,
Scott-sonreí.
-Por suerte para ti. ¿Recuerdas cómo estuviste encima
de mí con lo de Ashley? Pues prepárate, porque ese acoso no va a ser nada comparada con la vigilancia que te
estoy diseñando en mi cabeza.
-Mira, puede que me venga bien, y deje de meter la
pata hasta el fondo cada dos segundos.
Me quitó el cigarro.
-Te lo juro, Tommy, como ahora me vayas a dar otra
pieza de información épica con la que yo tenga que construir una película apta
para todos los públicos en la que haya dos plot twists…
-Esto no es la mejor película de animación de la
historia, Scott. No me voy a convertir en un puto pájaro gigante con la voz de
Dwayne Johnson.
-¡Ajá! ¿Me toca a mí ser Moana? Porque Auli’i Cravalho
es todo lo que está bien en esta vida-dio una calada-. Bueno, ¿me lo vas a
contar, o no?
-Intenta adivinarlo.
-Volviste a intentar acostarte con Layla-negué con la
cabeza.
-Va sobre mujeres.
-Pues me rindo. Habla-exigió. Intentó hacer un aro de
humo con la boca, pero le salió mal.
-Megan me besó-no dijo nada, sólo asintió con la
cabeza-. Yo la besé a ella también. Un poco. Diana ya lo sabe y me ha perdonado
por eso-no sé por qué se lo dije de esa manera, como si el hecho de que Diana
hubiera decidido pasar por alto que era un gilipollas de primer nivel
disminuyera mi categoría.
-¿Algo más?-preguntó, y yo me quedé a cuadros. Negué
con la cabeza-. Vale-se levantó y fue a por el ordenador.
-¿Qué vas a…?
-Encender el ordenador.
-¿Para…?
-Buscar en Google el teléfono del FBI. Quiero ver si
tienen convocatoria de plazas abiertas.
-¿Qué?-susurré. Scott suspiró.
-Mierda, soy inglés. ¿Crees que discriminan por
nacionalidad?
-¿Para qué coño te quieres meter en el FBI?
-Para darle a esa puta lo que se merece. Si tengo que
cargármela para que te deje tranquilo, me la cargaré. Estoy hasta los cojones
de que no haga más que molestarte, necesita desesperadamente que alguien le
rompa la cara para que aprenda a…
-Ya se la han roto.
Scott se volvió hacia mí como un resorte. Y sonrió,
feliz. Le entusiasmaba la vida en ese momento. No me extrañaba, la verdad.
-¿Quién, oh, Señor, grandísima es Tu gloria e inmensa
Tu misericordia, ha sido nombrado el nuevo profeta que nos guiará por el
desierto?
-Diana-dije. Su sonrisa titiló.
-Siempre supe que esta chica era un regalo.
-No es verdad-me eché a reír.
-¿Qué le hizo?
- La insultó.
-Delicioso.
- Le tiró del pelo.
-Uf, sí, sigue hablando, T.
-Le arañó la cara y le dio varios tortazos.
-Estoy literalmente viviendo para este momento, T.
-Pues eso no es todo. A la salida, la volvió a
enganchar de los pelos y le arrancó un mechón. Nunca en mi vida he visto a
alguien correr tan rápido como Diana con el mechón de pelo de Megan en la mano.
-Le voy a hacer una puta reverencia la americana
cuando la vea-me prometió. No tardaría mucho en hacerlo, pero antes, pudimos
bajar a la cocina y encontrarnos allí a su madre preparando una mermelada que
olía a cielo y tenía una textura similar. Su color era rojo, y se me hizo la
boca agua nada más ver las capas de tarta que Sherezade ya tenía preparadas.
-Hola, hijitos-sonrió Sher, y los dos nos
estremecimos, como hacíamos cuando éramos pequeños.
El día en que empezamos al cole y nuestros padres
tuvieron que explicarnos que lo normal de los niños es que sólo tengan dos padres
(lo más común era un padre y una madre, pero a veces tenían dos madres, dos
padres, o solamente uno, los que menos suerte tenían), y no cuatro, Scott y yo
nos disgustamos tantísimo que nos tuvieron que tirar un cubo de agua fría
encima para poder separarnos.
Porque, cuando nos disgustábamos de pequeños, Scott y
yo nos abrazábamos y nos poníamos a llorar. Aún hacíamos eso de mayores, la
diferencia era que, actualmente, cogíamos turno.
De nuestros padres, a la que más le gustaba llamarnos
“hijitos” a ambos era a la madre de Scott. Supongo que era por el tiempo que
tardó en enterarse de que podía tener más hijos, lo que tardó en conseguir
otra, pero el caso era que a Sher le encantaba llamarnos así, y a nosotros nos
encantaba esa costumbre suya.
Nos acercamos y le dimos un beso a la vez, cada uno en
una mejilla, y ella soltó una risita satisfecha y complacida con el mundo.
-¿Qué es?-inquirí. Era menos trabajo para mí, lo
sabía, pero quería cotejarlo. Scott pasó el dedo índice por el bol de cristal
en el que su madre revolvía la gelatina roja y sonrió. Yo hice lo mismo; dado
que Sherezade no le reñía, a mí tampoco me caería bronca.
-Cereza-observé. Sher le guiñó un ojo a su hijo, que
se echó a reír-. ¿Qué pasa?
-A tu hermana le saben los labios a cereza.
-¡Madre mía!-me eché a reír-. ¡De verdad, Scott, basta
de tanta idolatría hacia mi hermana!
Él sólo se encogió de hombros, su momento llegó cuando
nuestras chicas (le hizo mucha ilusión que dijera “nuestras” y no “mis” al
aparecer Eleanor y Diana) llegaron a casa diciendo que querían ayudarnos.
-Nada de besuqueos-exigí yo al ver cómo Scott se
lanzaba contra ella, le pasaba las manos por la cintura y la apretaba contra
sí. Yo hice lo mismo con Diana, que se rió cuando le di una palmada en el culo,
e hizo lo mismo, agarrándomelo después de morderme un poco el labio.
-¿Y tú, qué?-se burló Scott. Eleanor me dio un beso,
se rió cuando le recriminé que no se tomara tantas confianzas, que sabía Dios
lo que había hecho con esa boca, y se sentó a la mesa mientras Diana nos
ayudaba a Scott y a mí a cocinar.
-¿No habías dicho que ibas a hacer algo con
Diana?-pregunté, guiñándole un ojo. Scott inclinó la cabeza, chasqueó la
lengua, se puso de rodillas (¡la hostia!) y le hizo una reverencia a Diana, que
en un primer momento dio un paso atrás, pero luego se rió. Se echó el pelo
sobre un hombro y se quedó con los brazos en jarras, esperando a que Scott se
levantara.
Los dioses no se sienten violentos cuando los mortales
nos postramos ante ellos, y a Diana no la llamaban la Diosa de Nueva York por
nada. Le expliqué a qué se debía esto, ella dijo que Scott debería besarle los
pies, y él le respondió que no se pasase.
-¿Ya os lo habéis contado todo?-inquirió más tarde mi
americana, ilusionada porque había conseguido cascar dos huevos y echarlos en
un plato sin que se le escaparan trocitos de cáscara en la mezcla.
-Sí, incluso lo de las flores-me reí yo, mirando de
reojo a Scott, que freía unas verduras. Él sólo me hizo un corte de manga,
cogió una de la sartén y se la metió en la boca. Dijo que le faltaba sal y,
automáticamente, se comió otra. Scott era así.
-¿Qué flores?-quiso saber Eleanor.
-Tommy me trajo flores ayer-explicó la rubia,
orgullosa de haberse enamorado del mejor inglés del mundo. Se apartó el pelo de
la cara y alzó la cabeza, altiva.
-Tú nunca me has regalado flores, Scott-le recriminó
mi hermana de mis mismos padres a mi hermano de distinta sangre. Él se volvió,
aún masticando la tercera verdura de la cata, y soltó:
-Me peleé con mi mejor amigo por ti, Eleanor, así que
creo que he cubierto mi cupo de regalos de novio cuqui hasta el año 3000,
siéntate dos siglos, muchísimas gracias-mi hermana se echó a reír.
-Me parece justo. ¿Cuántas joyas te ha regalado T,
Didi?
-Una.
-¿De plata?
-No, de plata no.
-Qué bajo presupuesto.
-Es que soy estudiante, Eleanor, ¿te quieres callar?
-A mí Scott me regaló el colgante del avión-sonrió
ella, satisfecha.
-¿Qué significa?
-Que no había otro-murmuré yo, y Scott me dio una
colleja.
-Que yo soy la brisa que le da alas-informó El,
orgullosa, hinchándose como un pavo.
-Además de que no había otro colgante-repetí, y Scott
me dio con el tenedor de madera-. ¡Au!
Diana se echó a reír.
-Creo que lo vamos a dejar en tablas, ¿te parece, El?
-Porque me caes bien.
-Ah, ¿que ahora vais a competir por ver quién hace
mejores regalos? Pobre Tommy, se va a quedar en la mierda-Scott me miró,
haciendo un puchero.
-Yo puedo cocinar siempre, Scott, a ti se te terminará
acabando el dinero, ¿qué harás entonces?
-Pedirle a Diana que me enchufe en su agencia.
-No eres tan guapo.
-¿Y? Me parezco a mi padre, con eso basta.
-Puede, pero eres mío-me lo quedé mirando, a la
espera. Scott me devolvió la mirada.
-¿Qué tiene eso que ver con que Diana me enchufe?
-Que va a haber un montón de gente intentando
separarnos y ocupar mi lugar, así que yo tendré que cantar nuestra canción.
Scott se puso pálido.
-Como les cantes esa mierda, te dejo de hablar en
serio durante cuatro años-amenazó, pero yo saqué el móvil-. Tommy, no. Tommy,
por lo que más quieras, no-abrí la app de la música-. Tommy, en serio, para, no
me hace gra…-empezaron los acordes de la canción y las dos chicas se quedaron
tiesas, reconociéndolos al instante. Scott se pasó una mano por la cara y se
apoyó en la encimera, olvidándose de las verduras-. Ay, señor, qué desgracia me
ha tocado vivir…
No es tan difícil identificar una de las canciones de
la banda de tu padre, menos aún el primer single de un disco.
Tanto Eleanor como Diana me miraron, esperando. Yo
cogí aire y empecé a cantar a voz en grito:
-HE BEEN MY KING
SINCE I WAS 1 DAY WE WANT THE SAME THINGS, WE DREAM THE SAME DREAMS ALRIGHT.
ALRIGHT. I GOT IT ALL CAUSE HE IS THE ONE, HER MOM CALLS ME LOVE HER DAD CALLS
ME SON, ALRIGHT-Diana y Eleanor se reían a carcajadas, Scott tenía ganas de
matarme.
-Como te metas al…
-I know…
-…estribillo y digas…
-I know…
-… mi nombre
te…
-I know…
-… apuñalo en
un…
-… for sure…
-ojo mientras
duermes…
-EVERYBODY WANNA
STEAL MY SCOTT, EVERYBODY WANNA TAKE HIS HEART AWAY, COUPLE BILLION IN THE
WHOLE WIDE…-grité, y Scott se abalanzó sobre mí, me tiró al suelo y me tapó
la boca con la mano mientras yo luchaba por seguir cantando y Diana y Eleanor
se meaban de risa.
-¿QUIERES GALLETAS? ¡COME GALLETAS!-me gritó,
metiéndome tres en la boca para que me callara, y me ayudó a levantarme cuando
finalmente cedí. Diana se limpió una lágrima con el dorso de la mano mientras
mi hermana se abanicaba, la cara roja de tanto reírse.
Scott se colgó de mi hombro y me dio un mordisco en
las mejillas llenas de galletas.
-Eso ha sido hermoso.
-Como tú, bribón.
Él sonrió, se descolgó y suspiró cuando yo me convertí
en un koala, colgado, literalmente, de su cuello, y aleteé con las pestañas,
mientras las chicas (nuestras chicas,
recordé con orgullo) no dejaban de reírse y no se perdían detalle.
-¿Quieres un piquito?-bromeó, pellizcándome la cadera.
-No sé cómo te puede parecer guapo desde este ángulo,
Eleanor-comenté, picándolos a ambos.
-Debo mejorar desde más abajo, teniendo en cuenta lo
mucho que le gusta…-replicó Scott, que toda la vida ha jugado en otra liga y ha
sido el rey supremo vacilando, ni siquiera sé por qué se me ocurrió intentar
meterme con él.
-¡Scott! ¡¿Qué te he dicho de las coñas con mi
hermana?!
Mi amigo alzó las manos, negó con la cabeza y asintió,
juntando las palmas. Me incorporé y volví a mis tareas.
-¿Qué te ha dicho, S?-quiso saber el objeto de
discordia.
-Que sólo él puede hacer coñas contigo, nena.
-Nada de llamarla nena delante de mí.
-Ya lo has oído, nene-se burló Diana. Yo me giré hacia
ella.
-¿Tú no estabas haciendo de pinche? Pues venga, a
batir huevos.
-Los de gallina, Diana-aclaró Scott.
-Gracias, Scott-repliqué yo, él hizo el saludo militar
y se echó a reír. Diana se pegó a mí toda la mañana y toda la tarde, feliz de
volver a disfrutarme como no lo llevaba haciendo desde antes que se marchara,
en diciembre. Se restregó contra mí cual gatita cuando terminamos de hacer la
comida y Scott se sentó al lado de Eleanor, simplemente a cogerla de la mano y
mirarme a mí, desafiante. Diana hundió la cara en mi cuello y me dio suaves
besos, haciendo que considerara seriamente la posibilidad de hacerla mujer en
aquella cocina, sin importarme nada más que su cuerpo y las reacciones que
provocaba en el mío. Me daba igual tener público.
Llegaron mis padres, repartieron besos a todos y nos
sentamos en el comedor que daba al jardín. La lluvia nos había dado una tregua,
era como si el sol quisiera vencer todas las adversidades ahora que nosotros
habíamos superado las nuestras. Me encantó ver cómo todo el mundo comía la
comida que habíamos hecho Scott y yo, cómo Diana cogía una y otra vez el pollo
frito y crujiente que había hecho pensando en las fotos en el partido de
béisbol, en las que se había puesto las botas al lado de su amiga Zoe. Los
americanos no conciben un espectáculo sin comida, y Diana era hija de su patria
hasta las trancas. Alabó el pollo frito, la salsa barbacoa casera que había
preparado (spoiler: un poco de tabasco y kétchup son buenos padres para esta salsa)
y se rió de todas las bromas que se hacían, las entendiera o no.
Se dejó besar la sien mil y una veces, una por
carcajada, y me manchó la nariz de salsa y me la quitó con la punta de la
lengua mientras mi padre y el de Scott se peleaban por intentar comparar el
éxito de sus primeros singles, como si pudieras juntar top 10 de R&B con
otro de música dance. Nuestras madres no les hacían caso y discutían sobre no
sé qué película nominada a un Oscar, con un elenco íntegramente femenino. No se
llevaría nada, porque en Hollywood eran así: por eso era necesario establecer
una categoría a Película más representativa, o algo por el estilo.
-¿Qué vamos a hacer por la tarde?-preguntó Eleanor,
con la tripa hinchada, palmeándosela como si estuviera embarazada. Miró a Scott
con intención, como diciéndole “ahora que mi hermano sabe lo nuestro, es hora
de que empecemos a hacer bebés”. Scott le devolvió la mirada, miró su mano en
su tripa, volvió a mirarla a ella, le dio unas palmaditas cariñosas a su
vientre y luego le cogió la mano, apartándosela de allí, como diciendo “todavía
no, mujer, ¿no ves que no podríamos casarnos y sólo te puedo dar bastardos
ahora mismo?”.
-Tommy y yo, ir al centro-informó él. Sonreí. Diana se
acurrucó contra mi pecho y cerró los ojos un segundo. Seguro que podría
dormirse ahí.
-¿Podemos ir?
-¿T?
-Por mí-me encogí de hombros.
Sabrae se estiró cuan larga era después de limpiar su
plato e hizo ademán de marcharse, pero se topó de bruces con su madre.
-¿Adónde se supone que vas?
-A ducharme.
-Tienes que fregar.
-Le toca a Scott-protestó ella, frunciendo el ceño.
-Scott ha estado toda la semana haciendo vuestras
tareas; es hora de que se la devolváis, chicas.
-Vale, pues después de ducharme, pondré la lavadora.
-No, Sabrae, vas a fregar, ahora.
-¡Pero!
¡Mamá!-tronó Saab, y Diana se la quedó mirando, sonriendo. Se pegó un poco más
a mí. Sabrae hizo un puchero, esbozó una sonrisa invertida que no consiguió
convencer a Sher.
-¿Estás intentando ponerte a llorar para librarte?
-Puede, ¿va a funcionar?
-No.
-¡Pero, por qué, mamá! ¡Sabes que se me quedan las
manos muy ásperas cuando friego!
-Pues ponte guantes.
-¡Pero no me apaño! ¡Además, voy con el tiempo justo,
tengo un millón de cosas que hacer, y…!
-¡Haberlas hecho antes, Sabrae! ¡Coge los platos y
ponte a fregar!
-¡ESTOY HARTA DE LA DISCRIMINACIÓN DE ESTA CASA Y DEL
FAVORITISMO QUE HAY HACIA Scott!-clamó Sabrae, recogiendo los platos a la
velocidad del rayo-. ¡CLARO! ¡COMO ÉL ES EL ÚNICO CHICO, VAMOS A UNTARLO DE
JOYAS Y A DARLE MIMOS Y A BESARLE LOS PIES Y EL SUELO POR DONDE PISA! ¡PORQUE
ES NUESTRO DIOS! ¡ALELUYA SEA LA GLORIA DIVINA DE MI HERMANO!
-¿Quieres dejar de ser tan melodramática?
-¡PERDONA, MAMÁ, ES QUE ME ABRUMA LA BENDICIÓN QUE ES
PODER CONVIVIR CON EL TODOPODEROSO! ¡GLORIA ETERNA A…!
Diana volvía a reírse como si no hubiera un mañana; me
encantaba tener la mano en su cintura y poder notar cómo se le contraían los
músculos del vientre mientras se deshacía en carcajadas.
-Madre mía, ¿te quieres callar, Sabrae?-bufó Shasha,
cogiendo los platos-. Trae, ya lo hago yo.
-¡Qué ven mis ojos, otra mesías! ¡¡ALABEMOS A LA REINA
DE LOS CIELOS, SHASHA!!
-¡VETE A DUCHARTE, SABRAE!-le gritó a su hermana,
mientras le cogía los platos y le lanzaba una mirada cargada de intención a su
madre, que sonrió al ver cómo Saab se iba corriendo en dirección al baño.
-¿Lo habéis hecho para putearla?-inquirió Scott,
incrédulo. Sherezade se apartó el pelo del hombro.
-Quizás-todos nos echamos a reír, y salió triunfante
del comedor.
Para cuando salimos de casa, Sabrae seguía en el baño,
haciéndose mil cosas, de ésas que sólo entienden las tías. Cuando regresáramos,
mucho más tarde, nos la encontraríamos saliendo, con el pelo salvaje en
elásticos bucles negros.
Confieso que no volví a pensar en ella en toda la
tarde, estaba demasiado ocupado caminando pegado a Scott, con los dedos de
Diana enredados entre los míos. Me detenía paciente cada vez que alguien la
reconocía y se acercaba a ella, pidiendo una foto o un autógrafo (a Diana le
hacían más ilusión los segundos, lo notaba en cómo sonreía y asentía mirando a
su interlocutor mientras éste rebuscaba frenéticamente en su bolso o mochila
algo en lo que le firmara), y me enamoraba un poquito más y más de ella cada
vez que esto sucedía, porque miraba a todo con el que se paraba con un cariño,
como si de verdad lo sintiera. Varias veces le hicieron comentarios con
respecto a mí, pero nadie nos pidió fotos ni a mí, ni a Scott. Los interesantes
eran nuestros padres, no nosotros.
Y, cuando ella volvía su atención a mí, y me pillaba
mirándola con la admiración de la que se había mofado Sabrae, sonreía, se
sonrojaba un poco, se apartaba un mechón de pelo rubio de la cara, y fingía que
no era perfectamente consciente de mi mirada mientras posaba o firmaba.
Yo la tomaba de la cintura, le frotaba la nariz con la
mía hasta que ella suspiraba un suave “mi inglés” (en mi vida renunciaría a mi
nacionalidad gracias a esa forma de llamarme que tenía) y se ponía un poco de
puntillas para darme un beso en los labios. Y, luego, buscaba a Scott en la
multitud, que no se había ido muy lejos, siempre atento a mi posición, siempre
con la mano de mi hermana cogida de la suya.
Nos sonreíamos y seguíamos caminando, entrábamos en
tiendas, preguntábamos por el libro, revolvíamos en estanterías o en cajones de
saldos, enseñábamos la portada, esperábamos a que se encontrara la referencia,
y nos disgustábamos cuando no encontrábamos nada. Las chicas nos animaban, nos
decían que no pasaba nada, que terminaríamos encontrando el libro, pero es que
nosotros no podíamos permitirnos encontrarlo tarde o temprano, teníamos que encontrarlo ahora.
Estábamos a punto de tirar la toalla cuando
encontramos, milagrosamente, una pequeña librería en la esquina de una calle
por la que no pasaban turistas. Llevábamos toda la tarde atravesando esas
calles; sabíamos que las zonas más populares enseguida se libraban de las
antiguallas, y un libro de tantos años no debía de venderse mucho. Eleanor
entró tirando de Scott, Scott tirando de mí y yo tirando de Diana, y él y yo
nos pusimos a revolver en un cajón mientras Eleanor se acercaba a la zona de
divulgación, y Diana, al mostrador. La anciana que llevaba la tienda le sonrió,
asintió con la cabeza y se fue derecha a una estantería a la que Eleanor no había
llegado.
Scott y yo sonreímos cuando nos preguntó si aquél era
el libro que buscábamos, de tapas azul oscuro, con letras plateadas y estrellas
doradas sobre ella. Era un par de ediciones más moderno que el original de
Scott, pero aun así era perfecto.
Salimos de la tienda casi bailando alrededor de la
bolsa. Scott cogió a Diana de los hombros y se la quedó mirando.
-¡Te voy a acabar dando un morreo, americana!
Diana alzó las cejas, divertida.
-¿Crees que Tommy te lo consentirá?
-Si tú le consientes que tenga dos novias, debería
hacerlo-Scott me dio un codazo y yo puse los ojos en blanco.
-¿Adónde vamos ahora?
-A Oxford Street-todos se me quedaron mirando-. Vamos
a comprarle algo a Diana.
-¿Por qué?
-Joder, Didi, porque eres una santa, porque no te
merecemos, porque no te he dado una joya como dios manda que te recuerde a mí…
y porque has encontrado el libro de Scott. ¿Te parece poco?
Ella negó con la cabeza, se acercó, me dio un beso, y
dejó que la condujera hacia la boca de metro más cercana.
Le di la vuelta a la revista
en cuanto la vi. Era de esas del corazón. ¿Qué se podía esperar de ellas? Aun
así, no quería que mamá la viera. Ella ojeaba la Cosmopolitan del mes. No sé
por qué lo hace, si siempre terminaba comprándola. Puede que buscara un
reportaje que le sirviera de excusa.
El caso es que le di tan rápido la vuelta que tiré ese
ejemplar y varios más. Mamá me miró. La chica encargada del kiosco, también. Vi
en sus ojos cómo me reconocía al instante. Miró en derredor, buscando a mi
padre. Pero no.
El rey de Irlanda no había salido a cazar con su hijo.
-¿Estás bien, cariño?-preguntó mamá. Yo asentí. Recogí
las revistas con manos temblorosas. Las coloqué de nuevo en el estante. La
chica apretó los labios, pero no dijo nada. Ya las colocaría cuando me fuera-.
Ponlas bien-exigió mamá. Se debió de dar cuenta de lo que había hecho la chica.
Así que yo, a regañadientes, las puse en su lugar.
Y la cara de mi padre, brillante por los flashes,
pálida por la noche, apareció en primera plana. O, bueno, la mitad de su cara.
La otra mitad estaba en sombra. Al igual que la de la chica de turno que lo
acompañaba.
Mamá sólo alzó las cejas. No hizo nada más.
-Ya veo-dijo, sin embargo. Apartó la vista, la centró
en su bolso. Sacó la cartera y le pagó a la chica. Compró una bolsa de
regalices. Se guardó la revista y la cartera. No la bolsa de regalices. Me tomó
del brazo que yo le ofrecí, y echamos a andar por el centro comercial-. No
tenías por qué hacer eso.
-Sólo es una amiga-le conté. No quería que ninguna
estúpida portada se metiera entre ellos. Las cosas iban bien. Se notaba. Iban
como no habían ido en años.
-Tu padre puede hacer lo que quiera. Ya es mayorcito.
Igual que yo-comentó. Le devolvió la mirada a un hombre que se giró al pasar
nosotros. En circunstancias normales, habría sonreído. Ahora, sin embargo, sólo
puso los ojos en blanco.
Y suspiró.
Sospeché que ese suspiro no era para el hombre. Sino
para papá. Y la portada. Y la chica. Y el don que tenía mi padre para cagarla.
Estaba haciendo otro disco.
Era oportuno, el hombre.
Aunque, bueno, creo que era para la banda.
Qué oportunos, joder.
-Lo sé-respondí. Me detuve a posta en un escaparate
con vestidos de Nochevieja. Vestidos a secas, en realidad. Pero los llamaban
“de Nochevieja”. Y decían que estaban rebajados-. Los Brits van a ser pronto-comenté.
Ella asintió, mirando un vestido verde-. Deberías entrar a probártelo. Por si
acaso.
Se volvió hacia mí como un resorte.
-¿Qué? No entiendo la relación.
-Bueno… había pensado…
Mamá negó con la cabeza.
-Aun así, te quedaría bien-insistí. Mamá volvió a
mirar el vestido. Estaba indecisa. Mala señal. Buena a la vez.
Mala, porque los Brits eran en un mes. La mayoría de
las mujeres que iban a acudir ya sabía lo que llevarían puesto. Muchas, incluso
ya lo habían comprado. Y lo tendrían en manos de su modista de confianza,
retocándolo.
Buena, porque dudaba. Había una posibilidad. Mínima,
pero la había. Podíamos aprovecharlo.
-Te resaltaría los ojos-comenté. Mamá sonrió. Le
brillaron los ojos. Más que el vestido. Y mira que estaba hecho para brillar-.
Te vas a arrepentir de no comprarlo.
-¿Te han contratado como publicista de esta tienda, o
algo?
-¿Deberían?
-Sin duda-sonrió. Me apretó el brazo con gesto
cariñoso y entró en la tienda. Una dependienta se acercó a nosotros de
inmediato. No había mucha gente. La verdad es que era un poco tarde. Estaban a
punto de cerrar. Habíamos ido al centro comercial porque ya habían quitado las
luces de Navidad en la calle. A mamá eso la ponía muy triste.
Creo que se debía a que era la señal indiscutible de
que el tiempo pasaba. Había soplado las velas de mi tarta sin ningún padrastro.
Creo que mamá se sentía sola.
Ella no llevaba la vida de papá. No le servía que
alguien el calentara la cama una noche. Necesitaba un cuerpo conocido al que
abrazarse.
No me lo decía. Para no preocuparme. Pero yo lo sabía.
Porque soy su hijo, la quiero, y vivo con ella.
Le buscaron el vestido. Se lo probó. Le ayudé a
subirse la cremallera y le dije que estaba muy guapa mientras se miraba al
espejo. Mamá me dijo que era un cielo. Pero no estaba segura del escote. La
dependienta le dijo que podría ponerse un sujetador de esos sin tirantes, para
realzarlo y que pareciera que tuviera más. Yo le dije que a mí me gustaba como
estaba. Mamá lo miró con ojos entrecerrados. La dependienta se retiró un poco,
para dejarnos espacio.
-¿De verdad te gusta?-preguntó en un susurro. No había
cámaras de seguridad en los probadores. Y, aunque las hubiera, no grababan
sonido. Sólo imagen. Yo asentí.
-Me gusta de verdad.
-¿Pero gustar, gustar?
-Gustar, gustar, mamá.
-En una escala del uno al diez, ¿qué nota le pondrías?
-¿Qué es el diez?
Mamá se quedó callada un momento.
-Entrega de premios-dijo por fin. Se puso colorada, se
dio la vuelta. Se atusó el pelo. Cuando se giró, ya no le brillaban tanto las
mejillas. Pero yo seguía mirándola igual.
-¿Vas a ir a los Brits?-inquirí, esperanzado. Mamá se
mordió el labio. No podía evitarlo. Sentirme así de esperanzado, quiero decir.
Los Brits eran el evento más importante de la música de Gran Bretaña. Que papá
le hubiera pedido que fuera con él, era como… guau. Yo había ido una vez. De
pequeño. Me había agobiado un poco. Todas aquellas mesas, el público gritando.
La gente emborrachándose. Las actuaciones estridentes y las luces demasiado
brillantes.
Papá empezó a ir solo al año siguiente.
-Yo… aún lo estoy considerando.
-Es bonito-reflexioné-. Pero no sé si lo
suficiente-admití. Mamá asintió-. Pero te lo podrías poner en otra ocasión.
-¿Como cuál?
-No sé. Una boda-espeté. Fue lo primero que se me vino
a la cabeza. Mamá suspiró.
-¡Chad!
-¡No la tuya!-me apresuré a decir-. Es decir… ¡las
novias van de blanco! No iba con segundas intenciones.
-Ya-contestó, en el mismo tono en que lo hace alguien
que sabe que algo va con segundas
intenciones-. Claro. En fin. No sé-se puso las manos en la cintura. Me costó
convencerla de que se lo llevara. Le quedaba bien en la cintura. Podíamos
arreglarle lo del pecho. Y le hacía juego con los ojos. Casi la cago diciendo
que a papá le gustaban sus ojos. Estuvo en un tris de dejar el vestido en la
tienda sólo por ese comentario. No debería haberme ido de la lengua así.
Pero seguro que a papá le encantaba cómo le quedaba el
vestido. Y cómo le hacía juego con sus ojos.
Nos lo metieron con cuidado en una bolsa y nos dijeron
que lo disfrutáramos. Dijimos que eso haríamos. Devolvimos las gracias que nos
dieron. Salimos por la puerta y nos unimos a la marabunta de gente que se
marchaba en dirección a las puertas del centro comercial.
Mientras bajábamos por las escaleras mecánicas, me
pareció ver una cara familiar paseando tranquilamente por entre la gente. Se
dejaba adelantar. No tenía prisa. Llevaba una bolsa pequeña, blanca y morada.
Mamá miró en la dirección en que lo hacía yo. Y sonrió
mientras a mí se me caía el corazón al suelo.
Y luego, daba un triple salto mortal de tres metros.
-¿Ése no es Aiden?-preguntó mamá. Yo la miré un
segundo. Era todo pánico-. ¿Tu Aiden?
Madre mía, ¿debía presentarlos? No llevábamos ni un
mes. Espera, ¡mañana hacíamos un mes! ¡Y yo no le había comprado nada!
Dios mío, ¿era demasiado pronto para presentarle a mi
madre? ¿Y si se asustaba?
Pero… ¿y si no se la presentaba? ¿Le parecería mal?
¿Que no íbamos en serio? ¿Qué se supone que debería hacer?
¿DÓNDE ESTÁ KIARA CUANDO SE LA NECESITA?
Sintiendo unos ojos sobre él, Aiden levantó su mirada
chocolate. Buscó en derredor una cara clavada en la suya. Unos ojos fijos en su
rostro.
Hasta que, por fin, me encontró.
Y me sonrió.
Mamá sonrió también, asistiendo a nuestro encuentro.
Y yo me caí.
Es que quiero morirme. En serio, por qué no me partirá
un rayo, o me tragará la tierra, o surgirá un volcán de mi habitación y me
chamuscará. Qué he hecho yo para merecer esto.
Se me olvidó caminar. Estaba demasiado absorto en los ojos
y la sonrisa de Aiden. Así que no me di cuenta de que se terminaba la escalera
mecánica. Y que debía dar un paso.
Y, ¡boom! Me estampé contra el suelo.
Varios pares de brazos me arrastraron lejos de las
escaleras. Lo único que faltaba era que alguien se cayera encima de mí. Y así
haríamos el día.
Por lo menos, se ocultaría mi vergüenza.
-¿Estás bien, amor?-preguntaron mamá y Aiden a la vez.
Y yo me derretí. De vergüenza y porque Aiden me había llamado amor.
Ay.
No puedes explotar de alegría. De no ser físicamente
imposible, yo lo habría hecho.
Experimento fallido.
Yo me puse aún más rojo. De ilusión y de vergüenza. Aiden
me sonrió. Se me olvidó cómo respirar. Ojalá me hubiera desmayado y me hubiera
despertado en el hospital con una enfermera preocupada a mi lado. “Chad, ha
estado usted 20 años en coma”.
No caerá esa breva.
-Sí, sí-susurré, dejando que mamá y Aiden me levantaran.
Todo el mundo nos miraba. Dios mío, quería morirme. Mamá me colocó la ropa, me
toqueteó por todo el cuerpo, comprobando que estuviera entero.
No me funcionaba el cerebro. Lo demás, todo correcto.
-Dios, C, menudo trompazo-comentó Aiden, y se echó a
reír. Mamá sonrió, escuchando su risa. Y viendo el efecto que esta tenía en mi
cuerpo. Me abracé a la chaqueta, con la esperanza de que él no lo notara.
Ya lo había notado más veces. Cuando nos besábamos. A él
también le había pasado un par.
Pero estábamos en público. Y sólo se estaba riendo. Debería
controlarme un poco mejor.
-Sí, un poco-admití, pasándome una mano por el pelo-. Es
que… me pones nervioso.
-Supongo que tendrás experiencia-bromeó él, mirándome a
los ojos-. Ya sabes. Cayéndote.
-¿Qué?-respondí sin aliento.
-Por cuando te caíste del cielo-respondió, feliz de
que le hubiera dado pie a esa broma. Mamá lanzó un suave suspiro. Yo me puse
aún más rojo. Aiden me dio un beso en la mejilla.
Corroboro mi teoría: no se puede explotar de alegría. Yo
lo habría hecho.
-¿De compras?-inquirí. Él miró la bolsa y la escondió
tras de sí.
-Se supone que no puedes verla.
-¿Es para mí?-él asintió.
-Iba a dártelo mañana.
-Ah, yo… no quiero que me compres nada, A.
-Un poco tarde-replicó. Y yo sonreí. Aiden se inclinó
un poco hacia mí. Yo me incliné un poco hacia él. Mamá se dio la vuelta,
dándonos intimidad. Nuestros labios se rozaron. Fue como un choque de galaxias.
Todo en mi cuerpo se incendió. Mis mejillas, mis
entrañas… todo.
Iba a meterle la lengua en la boca cuando mamá
carraspeó. Hola, quiero que me presentes,
parecía decir.
Nos separamos, un poco cortados, y me volví hacia
mamá.
-Eh, mamá, él es Aiden. Mi… mi… oh… mi…
-Creo que la palabra que está intentando decir su hijo
es “novio”-comentó Aiden. Me gustó que se lo tomara con tanta naturalidad. Se acostumbraba
a mi timidez. Yo asentí y me miré los pies.
-Chad-susurró mamá con dulzura.
-Oh, sí, claro-asentí-. Aiden. Ella es mamá.
Mamá se mordió los labios para no reírse. Aiden se
acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.
-Es un placer, señora Horan.
Oh, no. La había llamado “señora Horan”. No por su
apellido de soltera. El único que había tenido en toda su vida, en realidad.
-Igualmente, tesoro. Pero llámame Vee. La señora Horan
es mi ex suegra-mamá se echó a reír, Aiden se sonrojó un poco.
-Oh, perdón, olvidaba que…
-No pasa nada. Me han llamado peores cosas que “señora
Horan”. Es O’ Reilly, por cierto-sonrió mamá. Aiden nos miró a ambos, curioso. Mamá
se echó a reír-. Sí, tenemos banshee. En
teoría.
Las banshees eran
espíritus femeninos irlandeses que se presentaban la noche anterior a la muerte
de alguien, avisando a sus familiares de que ésta iba a suceder. Sólo los que
tenían apellido empezado por O’ o Mc’ la tenían, en teoría.
Se consideraba una señal de buena suerte. Y la mayoría
de los irlandeses presumían de ella.
Mamá, no.
-Pues mucho gusto, señora… señorita…
-Sólo Vee. Vee está bien-mamá le sonrió de nuevo. Aiden
asintió con la cabeza y también le sonrió-. ¿Has venido solo, Aiden?
-Pues… sí. Mis padres han ido a visitar a mi abuela.
-¡Ah! ¿Dónde vive?
-Cornualles-mamá asintió con la cabeza-. El viaje era
largo, y no quería perder clase-Aiden me miró con intención-, así que…
-Entiendo. ¿Se encuentra bien?
-Sí, señora-mamá sonrió-. Sólo se encontraba un poco
sola. Mi tío ha tenido que ir a Manchester por negocios, y no podía irse y
dejarla sola.
-Entiendo. ¿Tienes hermanos?-Aiden negó con la
cabeza-. Vaya. Así que, ¿estás solo en casa?
-Sí, señora. Ahora mismo iba para allá, a preparar la
cena, ver un poco la tele y…
-¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros?-sugirió
mamá. Me apeteció besarla. Yo sonreí, ilusionado. Aiden me miró.
-Bueno, si no es molestia…
-¡Claro que no! Además, a Chad le hace ilusión,
¿verdad, hijo?
-Mucha, mucha-asentí, saliendo de mi trance. Miré a
Aiden-. Ven a cenar con nosotros. La comida que hace mamá está de muerte.
-Pues…suena genial. Aunque… ¿debería llevar algo?-se carcajeó,
y mamá se echó a reír. Negó con la cabeza y echó a andar delante de nosotros. Me
dejó sentarme en el asiento trasero, con Aiden, mientras el vestido que se había
comprado descansaba en el asiento delantero, a su lado. Estuvo hablando con
Aiden todo el trayecto, preguntándole cosas de su vida que ni siquiera a mí se
me ocurriría preguntar.
Aiden me cogió la mano todo el trayecto. Me la
apretaba de vez en cuando. Podría haberme muerto de felicidad.
Quisimos ayudar en la preparación de la cena. Mamá dijo
que no. Se fue a la cocina. Nos dijo que necesitábamos un rato solos.
Encendimos la tele y Aiden prácticamente se echó encima
de mí. Me recorrió con las manos y yo a él. Cerré los ojos mientras nos
besábamos. Lo noté sonreír en nuestro beso cuando me excité. Le sonreí en su
boca cuando se excitó.
-Chad, la cena ya casi está. ¿Puedes preparar la mesa?
Aiden se separó de mí, jadeante. No podía creerme que
lo tuviera en casa. Me sonrió cuando me levanté, se mordió el labio
inconscientemente mirando la prueba de mi felicidad, y me siguió con la mirada
mientras yo salía del salón. Luego, intentó tranquilizarse, igual que yo. Estiré
mi sudadera, intentando disimular mi excitación. Mamá no se dio cuenta. O, si
lo hizo, no dijo nada.
Aiden se quedó con nosotros hasta casi las doce de la
noche. Finalmente, lo llevamos a casa en coche. No vivía demasiado lejos, pero
mamá se quedaba más tranquila. Nos dio cinco minutos para despedirnos en la
puerta de su casa. No hablamos ni un segundo de esos minutos. Nos besamos, nos
enredamos las manos en el pelo, nos tocamos por todo el cuerpo y suspiramos en
la boca del otro.
Aiden me pegó a él, haciendo que nuestros paquetes se
rozaran de un modo peligroso. Los dos volvimos a suspirar.
-¿Te veo mañana?
-Puedes apostar-coqueteé. Él se echó a reír, me mordió
el labio en el último beso y empujó la puerta de su portal hacia atrás. Me miró
mientras desandaba el camino andado hacía seis minutos. Me sonrió en la noche. Yo
le sonreí a él.
-Adiós.
-Adiós.
Empujé la verja de su portal y me reuní con mamá. No
dijo nada para no romper el hechizo.
-¿Qué opinas de Aiden?-inquirí.
-Es muy guapo. No me extraña que te tuviera como te
tuvo tanto tiempo-sonrió, conduciendo. Me miró un segundo antes de girar una
esquina-. Y parece muy buen chico.
-Lo es-asentí. Quería bailar. Tirar cohetes. A mamá le
gustaba mi novio. Le había causado buena impresión. A pesar de haberla llamado “señora
Horan”.
No me quise lavar los dientes. Sentía que estaría
desechando los besos que me había dado Aiden. Y no quería hacerlo bajo ningún
concepto. Necesitaba su boca en la mía un poco más.
Me tumbé en la cama y desbloqueé el móvil.
-Le has caído genial a mi madre-escribí. Enseguida se
conectó y leyó el mensaje.
-Ella a mí también-respondió-. Es una tía guay.
Enrollada.
-Ya verás cuando conozcas a mi padre-tecleé sin
pensar. Y lo mandé sin pensar. Y se me revolvió el estómago, temiendo que fuera
demasiado pronto. Aiden lo leyó. Tecleó. Borró. Volvió a teclear. Se quedó un
rato sin teclear.
Hasta que, por fin, me llegó su mensaje.
-Lo estoy deseando. Mañana te veo, C.
Pero no sólo eso. Un corazón, que aceleró el mío. Un lacasito
amarillo tirando un beso con un corazoncito pequeño. Me mordí el labio. Deseé estar
con él y que me lo diera de nuevo.
Y una lengua. Sólo una lengua.
Ese rincón de mi cuerpo que a Aiden le resultaba tan
fácil invocar volvió a despertarse.
Tardé una hora y media en dormirme, sólo por culpa de
esa lengua.
Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads❤, te estaré súper agradecida.😍
"Yo no puedo quererte menos, S
ResponderEliminar-Yo tampoco puedo quererte menos, T." Y YO NO PUEDO CON ESTE AMOR QUE OS TENEIS CASAOS YA POR FAVOR
MIRA ME HE REIDO MUCHISIMO CON STEAL MY SCOTT HA SIDO DEMASIADO XD
El momento de Chad cayéndose por mirar a Aiden ha sido muy yo. Y tenía tantas ganas de volver a saber de Chad de verdad lo que le quiero no es ni medio normal ❤
- Ana
Dios mío se quieren tanto necesito que existan y estudiar lo que haga falta para oficiar su boda:(((((((((
EliminarES GRACIOSO PORQUE LO DE STEAL MY SCOTT SE ME OCURRIÓ VINIENDO DE LA UNI EN EL BUS, ME SALIÓ EN EL ALEATORIO SMG Y DIJE YO "NO PUEDE SEEEEEEEEEEEEEER JAJAJAJAJA" Y AQUÍ LO METÍ.
Uf Chad de verdad es que si es más mono explota el pobrecito, está tan enamorado de Aiden, qué ganas tengo que de os enteréis de un poquito más de su historia❤ la buena noticia es que dentro de poco va a ganar más protagonismo y ^^
QUIERO ENMARCAR ESTE CAPITULO Y ABRAZARLO, BESARLO Y LAMERLO TODAS LAS VECES QUE ME DE LA GANA PORQUE ES TAAAAAAN DULCE
ResponderEliminarDe verdad que si alguien continuaba con la más mínima duda de que Scommy son novios, después de este capítulo debería tenerlo más que claro porque son tiernisimos y me muero de amor. Te juro que podría vivir solo leyendo momentos de Scommy, como se aman, como se pican, como se protegen. Y DIOS QUE PRECIOSOS SON!!!!
ME HE DESCOJONADO ARI PORQUE TE HE IMAGINADO LAMIENDO LA PARED DONDE TIENES EL CAPÍTULO JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
EliminarPor favor tía, que hasta Tommy confirma que son novios, BODA URGENTE, AVISAD AL CURA.
Pues no te queda nada de momentos Scommy, la diabetes se va a palpar en el ambiente.
HE TENIDO QUE RELEER ESTE CAPÍTULO Y NO ME ACORDABA DE CHAIDEN AAAAH NECESITO SABER MÁS DE ELLOS ERIKA POR FAVOR NO ME DEJES ASÍ
ResponderEliminarTE ACABO DE SUBIR MÁS AYYYYYYYYYY MIS HIJOS LES AMO
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