sábado, 4 de marzo de 2017

Auli'i Cravalho es todo lo que está bien en esta vida.

Cuando abrí los ojos y me lo encontré a mi lado, todavía dormido, me creí el tío con más suerte de todo el puto mundo.
               Y, cuando él los abrió también, probablemente notando mi escrutinio y queriendo recompensarme con lo mismo, se confirmó que lo era. Ni aun siendo el ganador de la lotería 10 años consecutivos podría decirse que tenía tanta suerte como yo ahora, viendo a T dormir apaciblemente, sin ninguna preocupación rondándole la mente, ya no digamos despertarse y sonreír porque joder, menos mal, había pasado todo, habíamos dejado de ser unos imbéciles y volvíamos a ser amigos, hermanos, todo lo demás.
               Joder, el día que quisiera a alguien tanto como quería a Tommy, creo que estallaría. No podría soportar tantos sentimientos en mi interior.


Scott se había despertado antes que yo. Puede que unos segundos, pero el caso es que sentí su mirada a través del mar de nubes que eran mis sueños, y algo en mi interior se sacudió para despertarme. Si tu cuerpo es el cascarón, y tu alma es el animal que hay dentro, brillante y etéreo, los ojos de Scott acariciaron mi interior para hacer que volviera con él.
               -Buenos días, rayito de sol-canturreó, muchísimo más espabilado que yo. Vale, el cabrón debía de llevarme mirando una eternidad. No me extraña, soy guapísimo.
               -Mmf-bufé, revolviéndome, tumbándome sobre mi tripa y estirándome cuan largo era, robándole un poco de manta a Scott, que protestó y tiró de ella. Sonreí y dejé caer la cabeza en la almohada. Me sentía como si hubiera dormido un millón de años; hacía siglos que no dormía tan bien, de un tirón, sin preocupaciones.
               Sin ningún sueño, de ningún tipo, que me impidiera sentir que realmente estaba descansando, y no viviendo un episodio de acción constante en escenarios imposibles. ¿Cómo demonios iba a estar a bordo de la Perla Negra, cuando claramente se había hundido hacía un montón de tiempo?
               Scott también se estiró, pero con la espalda pegada al colchón. Le hice cosquillas debajo del brazo, él protestó y negó con la cabeza.
               -¿Llamas eso a mi hermana?-inquirí, fingiéndome celoso, no estando seguro de si no me lo sentía de verdad. Scott alzó las cejas, mordiéndose el piercing.
               -¿Gilipollas? No, sólo lo reservo para ti, mi amor-ronroneó cual tigre amansado que se cree un inmenso gatito. Me dio un mordisco en la mejilla y yo me incorporé.
               -Digo “rayito de sol”.
               Scott se pasó la lengua por las muelas, deleitándose en mi quietud.
               -También lo reservo para ti, cariñito.
               -Qué atento-repliqué, dándome la vuelta, estirándome como él y mirando al techo. Instintivamente, me pegué a él.
               E, instintivamente, Scott se pegó a mí. Nos quedamos con los hombros juntos, los costados unidos, las caderas pegadas y las piernas acopladas. Teníamos los huesos de los tobillos tocándose.
               Esperamos.
               A que la energía que había entre nosotros saltara de un cuerpo a otro sin hacer ningún tipo de distinción. Purificándonos, limpiándonos, mejorándonos y restaurándonos. Scott no dijo nada, y yo tampoco, pero me sentía como si estuviéramos teniendo una conversación prolongada y profundísima sobre lo que teníamos dentro.
               Tenía ganas de llorar de felicidad.
               -¿Qué tal has dormido?-pregunté, girando la cabeza para mirarlo. Scott se encogió de hombros, mordiéndose el labio.
               -Bien. Como me imagino que dormía antes de que mi catástrofe personal naciera-bromeó.
               -Capullo-me eché a reír, y él se me quedó mirando. Ya quisiera Eleanor que la mirara como me miraba a mí.
               Scott y yo éramos novios, lo habíamos decidido hacía años, cuando éramos pequeños y no sabíamos que la gente podía dormir junta, quererse mucho, confiar ciegamente el uno en el otro, dar la vida por el otro, ser hermanos sin compartir sangre.

               -Me consta que tú también has dormido bien. Por los ronquidos, y tal-se puso sobre su costado, y alzó las cejas repetidas veces.
               -¿Discúlpame? Tú sueñas, chaval.
               -Soñaría de no ser por los bramidos infernales que te salen de esa boca. No sé cómo Diana o Layla pueden soportar besártela. O cómo no has echado abajo medio barrio.
               -Yo no ronco, respiro fuerte-protesté.
               -Joder, pues el Amazonas no da abasto para renovar el oxígeno que tú consumes, tío-Scott se echó a reír. Yo le pellizqué el hombro-. ¡Au! ¡Por favor, Tommy, un poco de consideración! ¡Encima que casi me quedo sordo!
               -¡Por tus putos ronquidos, sinvergüenza! ¡Creo que has desplazado la órbita de la Tierra! ¡Voy a tener que usar tapones la próxima vez!
               -Te perderías un increíble concierto-fardó él.
               -Sí, claro, porque tú roncas como los ángeles, ¿no?
               -Soy un Malik. Los Malik sonamos bien. Es ley-afirmó, asintiendo con la cabeza. Le hice un corte de manga y él se volvió a tirar sobre la cama.
               Nos quedamos así unos minutos más.
               -Deberíamos levantarnos.
               Otros minutos.
               -Pues sí.
               Más minutos.
               -Scott.
               -Mm.
               -No he dormido así de bien en mi vida.
               -Yo tampoco-los dos sonreímos, sin mirarnos. No fue necesario.
               -¿Qué vamos a hacer hoy?-inquirió después de un tiempo, en el que nuestra energía siguió reestructurándose. Me daba la sensación de que estábamos salvando el planeta a base de comportarnos así.
               Alguien de la NASA debería venir a darnos un diploma dorado y las gracias. Seguro que Scott se moriría de la ilusión.
               Me puse las manos en la tripa.
               -No sé.
               -Pf-bufó-. ¿Ningún plan? ¿En serio, T? Es nuestro renacimiento, deberíamos estar celebrándolo por todo lo alto. Barcos, mujeres y alcohol.
               -El yate no estaba libre-contesté, y él bufó de nuevo. Me lo quedé mirando al ver que no decía nada.
               -¿No me vas a pedir que aumente el cupo de mujeres?
               Él me miró como si le acabara de apuñalar en un riñón. En el derecho, además. Su favorito.
               -Tengo novia, Thomas-me recordó, ofendido con la vida porque yo hubiera tenido la poca vergüenza de poder olvidarlo.
               -Es cierto-asentí, frotándome la cara-. Sí, se me olvidaba que eres un puto asaltacunas.
               -Oye, firmamos la tregua, no puedes tocarme los cojones con lo de tu hermana.
               -Sí que puedo. Soy tu mejor amigo. Te voy a tocar los cojones con todo lo que me pongas por delante.
               Él lanzó un lastimero y profundo suspiro.
               -No te hagas la víctima.
               -¿Quién se hace la víctima?
               -Scott Suspiros Estridentes Malik-contesté, él puso los ojos en blanco.
               -Es que me agobia pensar en que no vamos a hacer nada importante precisamente hoy-explicó, negando con la cabeza-. ¿Seguro que no tienes ningún plan, T? Tú eres el de los planes. Eres el listo de los dos.
               -Lo único que me apetece ahora mismo es quedarme aquí tumbado hasta que me haga viejo.
               -Tú y yo, cogiditos de las manos, jugando al parchís mientras nuestros nietos nos tocan los huevos-murmuró él, cogiéndome la mano.
               -Y calvos. Bueno, tú ya lo estás. Ahora que lo pienso, te falta muy poco para aparentar 100 años.
               Se le borró la sonrisa de la cara.
               -Vete a la mierda, Thomas.
               Se dio la vuelta y se tapó hasta el hombro. Yo me incorporé y le soplé en la oreja, me dijo que eso no le hacía gracia, que parara, y me eché a reír.
               -¿Qué quieres hacer?
               -Que no lo sé, Tommy, joder. El de los planes eres tú.
               -¿Quieres ir al centro?-inquirí, porque a Scott tenías que sonsacarle las veces que quería ir al centro a comprar algo para él. Era como si se sintiera mal gastando su dinero en cosas para él. Le encantaba hacer regalos, igual que a mí (no eres un buen hermano mayor si no tienes la cartera un poco suelta), pero cuando se trataba de darse un capricho, la cosa cambiaba,
               -Bueno, vale-asintió, encogiéndose de hombros.
               -¿Dónde vamos?
               -Donde quieras.
               Oh, genial, me tocaba adivinar.
               -¿Videojuegos?
               -No hay nada interesante.
               -¿Discos?
               -Nah, nadie ha sacado nada bueno.
               -¿Pelis?
               -No, pero, ¡oye! Tenemos que ir al cine un día de estos. Yo tengo libres las mañanas-bromeó
               -Ya, pues yo estoy ocupado las mañanas…-solté, haciendo caso omiso de la razón por la que él estaba libre y yo no-, y, además, el cine no abre por la mañana-Scott volvió a bufar-. ¿Libros?
               -Sí, libros está bien.
               Alcé las cejas y él puso los ojos en blanco.
               -Tengo que buscar uno.
               -¿Que es…?
               -El que me regaló tu madre cuando era pequeño. El de los planetas desplegables y todo eso.
               Fruncí el ceño.
               -¿Es que ha salido una nueva edición, con más sonidos, o con colores más…?-empecé, pero Scott negó con la cabeza, se levantó, se fue hasta la estantería, cogió el libro de lomo tan gastado del uso que apenas se distinguían las letras plateadas, con estrellas doradas, sobre el fondo azul marino, y se sentó en el borde de la cama, a la altura de mi cadera. Yo me incorporé y recogí el libro que me pasó. Lo dejé cuidadosamente sobre mis rodillas dobladas. Scott adoraba ese libro. Era el primer contacto que había tenido con el mundo de la astronomía. A mamá le encantaba, y, como no sabía qué comprarle cuando era pequeño (ropa, muy visto; música, demasiado complejo; películas, ninguna tenía calidad suficiente como para considerar comprarla… y la lista seguía), se decidió por lo típico: un libro desplegable, de los que te bombardean con dibujos que saltan hacia ti nada más abrirlo, como si estuvieran ansiosas por conocerte.
               A él le gustó tanto que se pasó todo el colegio diciendo que quería ser astronauta.
               La culpa de que no estuviera ahora mismo mandando su currículo a las mejores universidades de Europa la tenía yo. Dos veces, además.
               Porque me había negado a llevar a mi hermana a mi casa la noche en que casi la violaron, lo cual desencadenó todo aquel desastre en el que ahora nos encontrábamos…
               … y porque no había sido capaz de seguir su ritmo con las mates ni con las ciencias.
               Así que él eligió. Era sencillo, en principio: las estrellas, o yo. Volar o atarse al suelo.
               Decidió que le bastaba con reptar.
               Decía que no le importaba, que no pasaba nada, que la mayoría de los astronautas no hacían una mierda allí arriba y que las letras eran más entretenidas que las ciencias, pero yo sabía que le gustaría no hacer absolutamente nada sin el más mínimo de gravedad durante, al menos, un par de minutos. Los meses que se pasaban en la Estación Espacial Internacional serían un regalo llovido del cielo para él.
               Y por eso yo guardaba siempre una parte del dinero que me daban mis padres en mi cuenta bancaria. Y no lo tocaba. Y me desesperaba porque creciera, a varios peniques al año. Le pagaría un vuelo de esos orbitales que hacían los turistas con más pasta del mundo. Costara lo que costase.
               Ese libro era la representación del sacrificio que Scott había hecho por mí, de la compensación que le iba a hacer a él. Y, ahora, había algo raro en él.
               Estaba más gordo de lo que lo recordaba, sus bordes eran mucho más irregulares, como si Scott no hubiera parado de sobarlo en la semana en la que no nos hablamos. Había unas cuantas páginas con las esquinas dobladas. Lo abrí despacio, pasé un par de hojas, y lo vi.
               El celo.
               El libro se había roto. Los desplegables ya no saltaban como antes.
               Miré a Scott, que se miraba los pies, los hombros hundidos. Ahora sí que parecía que tuviera 100 años.
               -¿Qué… le pasó?-pregunté. Negó con la cabeza-. ¿Se te cayó?-inquirí, estupefacto. A Scott nunca se le caería ese libro. Lo cogería con el pie, si hiciera falta.
               -A Duna-explicó. Bueno, eso tenía más sentido-. Lo tiró al suelo-dijo con un hilo de voz.
               Me quedé helado. Literalmente, no sabía qué hacer. Creo que mi corazón se saltó un latido, menuda puta mierda, acababa de desincronizarse con el suyo.
               -S…
               -Y luego yo le di una hostia-confesó, cerrando los ojos y apretando los puños. Salí de la manta y le pasé un brazo por los hombros.
               -No pasa nada, ella intentó arreglarlo, ¿no ves?-inquirí, enseñándole los trozos de celo. Él negó con la cabeza.
               -Los puse yo. No quería… joder, T. Con que nosotros estuviéramos mal, me bastaba. Era suficiente con que estuviéramos rotos, no había necesidad… ya sé que es un puto libro de mierda, pero no podía soportar que estuviera roto él también…
               -No es un puto libro de mierda-le dije, pasándole las manos por los hombros y negando con la cabeza. Le besé la sien y él se echó a llorar.
               -Y tenías que haberla visto… No quería que me acercara a ella… no puedo culparla.
               -Seguro que sólo fue un momento.
               -Sí, Tommy, pero le pegué a mi hermana pequeña-dijo, mirándome, como si fuera un monstruo por hacerlo. A mí Astrid me tocaba los huevos bastante, pero nunca había sentido la necesidad de pegarle. Y Scott, con Duna, tampoco. Hasta ahora, claro. Le volví a dar un beso y lo achuché-. Fue el martes.
               -Ya me lo imaginaba.
               -Después de que te fueras.
               -También me lo imaginaba.
               Consiguió tranquilizarse, dejar de llorar al menos. Yo le dije que siguiera si quería. No me hizo caso.
               -Lo sient…
               -Para. No hagas eso.
               -Siento lo del libro. Y lo de Duna. Es culpa mía.
               -No, es culpa mía ser un gilipollas que no sabe controlarse.
               -La semana ha sido culpa mía-repliqué, y él se quedó callado.
               -No puede ser sano-dijo por fin, después de una eternidad.
               -¿Que seamos amigos?-quise saber, con el corazón en un puño. No, no podía ser sano que fuéramos amigos. No era normal que nos pusiéramos enfermos si pasábamos tiempo separados. No era normal que necesitáramos diez minutos seguidos tocándonos por cada día en que no nos veíamos. No era normal que nos enfadáramos con el mundo cuando no nos juntábamos.
               No era normal que intentáramos suicidarnos porque no podíamos estar juntos.
               No era normal que prefiriéramos estar muertos a sin el otro.
               Pero yo no podía renunciar a Scott. Era lo único a lo que no podría decirle adiós. Ahora ya no. Ahora era demasiado tarde. 17 años tarde.
               -Que nos necesitemos tanto-contestó-. Que nos queramos así.
               -Yo no puedo quererte menos, S-susurré, disculpándome. Me miró con sus ojos avellana que aún está en el árbol, engarzada en sus hojas esmeralda, reflejando el brillo del sol de otoño, triunfal aunque exhausto.
               -Yo tampoco puedo quererte menos, T.
               Nos quedamos en silencio, reequilibrándonos una vez más. Los dos cerramos los ojos, concentrándonos en nuestra respiración. Scott se dio la vuelta y apoyó la cabeza en mi hombro.
               -Tenemos que hablar de esta semana-dije por fin. No podía permitir que se sintiera como una mierda por haber pegado a Duna sabiendo lo que había intentado hacer yo. Casi le quito un hermano a mis hermanos, casi hago que Dan sea el único hijo varón de mi madre, casi les quito un hijo a mis padres, casi les quito un amigo a mis amigos.
               Casi le quito a Diana a su primer novio. Casi le quito a Layla a su único salvador.
               Yo era mil veces peor persona que Scott. Pero todavía estaba dispuesto a sacrificarme por él, eso lo tenía muy claro. Daría lo que fuera porque se sintiera mejor y fuera feliz.
               Y eso, precisamente, iba a hacer.
               Revolvería mis entrañas, hurgaría en mis heridas, sólo para que él viera que el único rayito de sol que había en la habitación, era él.
               -No quiero hablar de esta puta semana, Tommy-murmuró.
               -Pues tenemos que hacerlo. Para poder superarla. Scott. Scott-le cogí la cara entre las manos-. Mírame. No nos va a pasar nada. Vamos a hablar, vamos a compartirlo, como siempre hacemos, es lo único que se nos da bien, ¿eh? Lo compartimos todo, menos a las chicas, y ahora más que nunca-sonreí, y él sonrió un poco, triste-. Así, ése es mi chico. Hablaremos de esta semana, nos reiremos de las tonterías que hicimos-bueno, espero que te rías, o que por lo menos no te culpes de lo que intenté; si quieres matarme, es secundario-, y lo superaremos. Y estaremos juntos otra vez. Y nos olvidaremos de esta puta semana de mierda y de las cosas que aprendimos en ella. Como la fuerza de tus derechazos-bromeé, y él se echó a reír-. Tío, mírate eso, en serio. Eres un dios de los puñetazos.
               -Tú tampoco te peleas mal, T-respondió, frotándose la mandíbula, en el punto donde el moratón se había mimetizado con su piel. Si fuera blanco, se seguiría notando, pero gracias a su tono café, el único recuerdo que quedaba de mi ataque de locura estaba en su mente-. Todavía me duele el que me diste el martes.
               -¡Eres un exagerado! Es que te pillé con la guardia baja. No volverá a pasar.
               -No-sonrió.
               -No-aseguré-. Porque no te voy a volver a tocar un pelo de esa cabeza tuya.
               -… porque voy a estar más espabilado-me dio un toquecito en el hombro.
               -… y porque no quedan pelos en esa cabeza tuya.
               Scott puso los ojos en blanco.
               -Esta noche, te asfixiaré-me prometió, pero no lo hizo, sino que dormimos plácidamente enredados otra vez.
               Nos sentamos con las piernas cruzadas, las rodillas rozándose; las suyas estaban fuera de la manta, las mías, cubiertas por ella.
               -Así que… ¿quién empieza?-inquirí, frotándome la mejilla. Él se golpeó un par de veces la palma de la mano con el dorso del puño cerrado de la otra, sin atreverse a levantar la vista-. ¿Lo hago yo?
               -En realidad… ¿te importa si lo hago yo?-inquirió, mirándome. Asentí con la cabeza e hice un gesto con la mano, la palma vuelta hacia el techo, invitándole a empezar. Scott inhaló profundamente, exhaló, y se pellizcó el punto entre el pulgar y el índice, dándose ánimos-. De acuerdo. Sabes que empecé con tu hermana la noche en que… bueno, esa noche.
               -Ajá.
               -Antes de nada-me dijo, abriendo las manos-, quiero que sepas que no te voy a echar la culpa de nada. Lo que hice mal estuvo mal simplemente por mí. Tú no tienes nada que ver. ¿Vale?
               -Vale, S.
               -Bien. Bueno, técnicamente, empecé “oficialmente” con Eleanor-le agradecí que la llamara Eleanor y no mi hermana, que pusiera un poco más de distancia entre ella y nosotros-esa semana. El lunes, o el martes. Cuando tú te quedaste con Diana y yo me fui a dar una vuelta con ella. Lo hablamos y lo decidimos-asentí con la cabeza-. Pero… ya habíamos hecho cosas antes. Pasado a mayores-alzó un poco las cejas, aplacando una ira que no estaba ahí-, ¿entiendes?
               -Tuvisteis sexo ese fin de semana. Lo capto-asentí con la cabeza.
               -Sí, bueno. Eh… el sábado… después de la pelea… en fin, nos enrollamos. Ya sabes cómo me pongo yo cuando me cabreo. Me sube la testosterona y no distingo.
               -No pasa nada.
               -No, sí que pasa, T. Me la tiré en el baño de Jeff-soltó, y yo abrí la boca.
               -¡Estás enfermo, Scott!
               -¡Lo siento, tío! Ya sé que es tu hermana, y joder, yo la quiero muchísimo, créeme que sé de sobra que ella se merecía su primera vez conmigo en otro sitio, que se lo hiciera con más cariño y no con…
               -Me preocupa lo del baño-lo tranquilicé, poniéndole una mano en el hombro-. Lo demás me da igual. Podéis f… acostaros como queráis. Pero, ¡joder, Scott! ¡El baño de Jeff! ¡Manda huevos!-me eché a reír, y él también soltó una risa.
               -Sí, la verdad es que podría haber elegido un sitio menos… no sé, puto asqueroso-se sonrió.
               -Pero era el momento-le consolé.
               -No sé en qué estaba pensando, T. Cuando me quise dar cuenta, ella… yo… bueno, ya sabes. Ya sabes dónde estaba yo.
               -¿Leeds?-lo pinché, y él puso los ojos en blanco.
               -Entre las piernas de tu puñetera hermana pequeña, Thomas-sonreí-. Bueno, pues esa noche, cuando te dije que me iba a casa, que estaba cansado… me la pasé con ella. Toda. Dios-se frotó la cara, sonriendo, y le brillaban los ojos, perdido en el recuerdo de aquella noche que había terminado de abrirle la puerta al mundo en el que ahora era el rey. Nota mental: darse 48 cabezazos contra la pared por decirle que nunca podría enamorarse de mi hermana como ella lo estaba de él. Con un poco de suerte, y mucho entrenamiento por parte de Eleanor, puede que consiga quererle la quinta parte de lo que él la quiere a ella-. Fue la hostia. En serio. No hay… no hay palabras para describir esa noche-negó con la cabeza y suspiró.
               -Porque eres tú, Romeo-me reí, y él me dio un empujón.
               -¡Te lo digo en serio! Tienes que creerme, T, no fue… no lo busqué, ¿sabes? Pasó lo que pasó la noche anterior, y… buah-se pasó una mano por el pelo.
               -Vale, ¿me vas a contar qué fue lo que lo desencadenó todo, o tengo que esperar a que escribas tus memorias?
               De repente, se puso tenso. Se me quedó mirando un rato, toda diversión y felicidad evaporada como un charco un día de verano.
               Estábamos pasando una prueba de fuego. O a punto de hacerlo, al menos. Estábamos acostumbrados y, sin embargo, el que más había superado era él. Yo no había tenido tantas como Scott, casi se reducían a la época en la que estuvo hecho mierda por culpa de la zorra de su ex novia…
               Me daba la sensación de que tenía miedo de que esta fuera demasiado gorda para poder pasarla por encima.
               -Cuando los encontré en el baño de la discoteca… me cegué. No veía nada más que el cuerpo de ese mierdas al que quería cargarme. Necesitaba cargármelo. Eleanor me detuvo. Nos besamos-dijo en voz baja.
               -¿Quién besó a quién?
               -¿Importa esto, Tommy?
               -Sí.
               -Ella a mí.
               Alcé las cejas.
               -Sí, yo también lo flipé. Te llevamos a casa, ya sabes cómo estabas de mal aquella noche, nos quedamos a tu lado, cuidándote… le daba asco su ropa, pero no podía quitársela, así que yo… esta vez fui yo el que empezó a besarla. La desnudé. Y ella a mí. Estuvimos a punto de hacerlo contigo dormido a unos centímetros. Pero no quería faltarte al respeto de esa manera. Así que pudimos parar. Bajamos a la chimenea y tiramos su ropa al fuego. Por eso le compré un top después. Me dijo que era su favorito, pero que no iba a poder ponérselo otra vez. Yo le sugerí quemarlo y comprarle otro. Le pareció bien. La tarde en que se lo compré, fue cuando decidimos ir en serio-asentí. Se quedó callado un rato, esperando a que yo hablara, pero no hice ademán de hacerlo en un buen pedazo. Él esperó, y esperó, esperó, esperó a que cruzara el anillo de fuego e hiciera una voltereta y el público me aplaudiera.
               -¿No me lo dijiste… por las cosas que te dije yo el fin de semana siguiente?
               Inclinó la cabeza.
               -Sí. O sea, no es por echarte la culpa, ni nada. Si hubiera sido un paisano como dios manda, lo habría hecho y ya está. Supe que estaba enamorado de ella desde la mañana en que se marchó, después de pasar la noche conmigo. Pero, a la vez, sentía que te estaba traicionando por sentir eso.
               -Y yo no ayudaba con mis comentarios de mierda.
               -No, bueno, los comentarios me daban un poco igual. El problema era que lo de Layla vino después-estiró la mano-. Con esto no quiero decir que la culpa la tenga Layla. Pobrecita. No. Pero te veía tan preocupado que no quería meterte esto también en la cabeza. Hablé con Eleanor, y le pareció bien. De momento, al menos.
               -¿No volvisteis a pasar tiempo juntos?
               -La semana siguiente-informó-. Como estábamos castigados, ella podía ir y venir sin preocuparse de que aparecieras. Mentiría si te dijera que no le encontré ventajas a lo de no poder salir de casa-alcé las cejas-. ¿Ha sonado cruel?
               -Creo que lo superaré. ¿Más?
               -Bueno. No mucho, en realidad. Yo… eh… ¿recuerdas la semana que estuve en Bradford?-sí, claro, se había ido una semana antes de Navidad al norte para estar con su familia. Los compromisos sociales son algo común en esa época del año-. Pues no estuve en Bradford todo el tiempo. O sea, mis padres se marcharon al norte, dieron una vuelta, y luego me reuní con ellos en casa de mis abuelos-explicó.
               Fruncí el ceño.
               -¿Dónde estuviste?
               -En el piso del centro-confesó, tragando saliva. Quería que lo descubriera por mi cuenta.                -¿Qué harías en…?-empecé, hasta que caí en la cuenta de una cosa. Había estado muerto del aburrimiento ese fin de semana. Me había marchado a Irlanda porque Diana se iba ese mismo fin de semana.
               Y yo no tendría a nadie con quien estar.
               Porque Eleanor se había ido a Canterbury.
               Mi hermana se había marchado, sí, pero, ¿realmente había sido Canterbury?
               Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía sentido que una chica como Eleanor, preocupada por su estatus social en el instituto y su reputación en su círculo de amigas, no saliera en ninguna de las fotos que se habían hecho sus amigas. Estaba etiquetada, sí, como si hubiera estado allí.
               Pero no había estado. De lo contrario, saldría. Los palos de selfie se habían inventado para algo. Por dios, si cuando mi madre era joven, ya existían.
               -Ah-dije solamente, un poco dolido. Scott se pegó a mí.
               -Tenía muchas ganas de estar con ella, no íbamos a poder vernos en mucho tiempo, teniendo en cuenta las vacaciones, y todo eso. Siento muchísimo haberte engañado, debería haberte…
               -¡Scott! ¿Quieres parar? No es culpa tuya.
               -Un poco sí. Te dije que me iba a Bradford cuando era mentira. No debería haber hecho eso.
               -Y yo no debería haberte dicho todo lo que te dije con respecto a mi hermana.
               Debería haberme dado cuenta de que algo pasaba antes de que me estallara en la cara. Debería haber sumado dos y dos mucho antes de que alguien me soplara al oído “oye, T, son cuatro”. Debería haber visto que Scott ya no miraba a Eleanor como antes, que ella tampoco lo miraba a él como antes, que ya no se comportaban como lo habían hecho toda la vida, que la confianza y la intimidad y la sensualidad con la que interactuaban el uno con el otro no era la de siempre.
               Esa semana de mierda, literalmente la puta semana entera de mierda, cada puto minuto, era mi responsabilidad, mi culpa, y recaía sobre mis hombros.
               Lo habíamos pasado mal por mi culpa. Scott había sufrido durante un mes entero por mi culpa. Por no ser lo suficiente listo como para darme cuenta de que las cosas no terminaban de cuadrar.
               Lancé un profundo bufido. Scott se pegó un poco más a mí.
               -¿Estás enfadado conmigo?-preguntó en el tono en que lo haría un niño de 7 años, no de 17. Pero incluso había un poco de esperanza en ese tono. Una súplica velada. Siente algo por mí, parecía decir. Siente algo por mí, prefiero odio a que no sientas nada.
                Negué con la cabeza, sus ojos marrones chispearon.
               -¿En serio?
               -Estoy cabreado conmigo porque soy subnormal, S-suspiré. Él sonrió.
               -Eso ya lo sabía, pero decidí quererte igual.
               -Qué considerado.
               -¿Ves como eres subnormal? Acabo de decirte que te quiero, y tú pones los ojos en blanco.
               -Es que esta semana ha sacado lo peor de mí-él asintió.
               -Siento que haya sido así. Debería haberlo llevado mucho mejor.
               -¡Para, Scott! Joder, deja de ser adorable dos millonésimas de segundo. ¿Puedes? ¿Mm?-él se encogió de hombros, mordisqueándose el piercing-. Todo ha sido por mi culpa. Si no hubiera sido imbécil…
               -¿Lo dejamos a medias?
               -Hecho-solté rápidamente, mejor hacer un trato con él y estafarlo antes de que se diera cuenta de que efectivamente lo estaba haciendo. Chocamos las manos, enredamos los pulgares y nos las cogimos así un rato. Scott me presionó el pulgar hasta dejarlo pegado contra el dorso de nuestras manos unidas, como si estuviéramos en una lucha de pulgares y me acabara de ganar en la final del campeonato.
               -Siento haberte pegado el puñetazo del martes.
               -Yo siento haber ido a por ti el viernes.
               -Siento haberte llamado moro de mierda.
               -Siento haberte llamado basura blanca.
               -Siento no haberme dado cuenta de que lo que tenías con mi hermana era bueno y en serio.
               -Siento no habértelo dicho en cuanto pasó.
               Nos miramos a los ojos. Nuestras almas se mezclaron. Por un momento, fuimos uno.
               El día que nos muriéramos, nos juntaríamos. Éramos parte de un todo superior a nosotros. La única explicación que había a nuestra conexión era que fuéramos una persona dividida en dos cuerpos, un alma repartida en dos mitades, una un pelín más mayor que la otra.
               -Scott-murmuré, con un hilo de voz. Porque estuve a punto de arrebatarle al único hermano que tenía, y se merecía saberlo. Yo no me merecía que él considerara perdonarme. Pero Scott se merecía tener esa oportunidad.
               -Tommy-respondió él. Lo miré a los ojos, los primeros ojos de niño que había visto cuando nací, los ojos que tanto calor me reportaban y que tan bien me entendían.
               Si los ojos de una persona fueran una casa, los de Scott para mí eran un palacio de chocolate.
               Los míos para él, una mansión submarina.
               -Intenté suicidarme-dije por fin, en voz tan baja que no me habría oído de no ser él, y de no ser yo. Parpadeó un momento, me miró, y luego, reaccionó justo como yo me esperaba que lo hiciera.
               Se echó a reír. El gilipollas de Scott, mi mejor amigo, se echó a reír.
               Pensaba que era mentira.
               Se inclinó hacia atrás y vomitó una carcajada que yo odié apenas la escuché. Me quedé quieto, esperando que dijera algo más, que hiciera algo más, pero no lo hizo. Siguió riéndose y riéndose, hasta que sacudió la cabeza y me miró.
               -Joder, T, y yo que pensaba que se te habían acabado todas las coñas hasta, digamos, dentro de 20 años.
               -No es coña-contesté en tono sereno.
               -Sí, claro, y yo voy y me lo creo.
               Me lo quedé mirando, serio, sin mover un músculo. Sólo parpadeé, esperando a que entendiera.
               Vi en su cara cómo lo iba asimilando poco a poco. Le cambió la expresión, se le volvió un poco más dura, mucho menos ligera, y la furia de los elementos se escabulló para concentrarse en él.
               -Repite eso-exigió, como queriendo confirmar que había oído bien. Puede que hubiera dicho “intenté salarme”, como si fuera un salmón de Noruega al que acaban de pescar y que deben vender en la otra punta del mundo.
               Pero no. Yo no era un salmón.
               -Intenté… suicidarme.
               Scott se quedó muy quieto, tan quieto que por un momento dudé de no haberme convertido en Medusa y haberlo petrificado en el momento. Sabía que no podía ser un basilisco porque lo estaba mirando a los ojos, y necesitaba que él viera mi reflejo o me viera a través de algo para poder sobrevivir a mi mirada mortal.
               Y, luego, me dio un tortazo.
               Me lo merecía. Me merecía ese y todos los que quisiera darme. Así que me quedé allí, estoico, esperando los que venían. Los que vinieron. Me dio otro bofetón, se abalanzó sobre mí y me cruzó la cara tantas veces que perdí la cuenta.
               Tenía los ojos llenos de lágrimas, las escuchaba deslizarse por su piel mientras jadeaba, cabreadísimo de que hubiera podido traicionarle de esa manera, las notaba caer en mi pecho después de arrastrarse por su cara.
               -¡Cómo! ¡Has! ¡Podido! ¡Hacerme! ¡Esto! ¡Sucio! ¡Cabrón! ¡De! ¡Mierda!-me cogió de los hombros y me levantó hasta hacer que estuviéramos a la misma altura-. ¡DIME QUE ES COÑA!-rugió. Negué con la cabeza, me empujó sobre la almohada y se apartó hasta pegar la espalda contra la pared. Me incorporé. Se había hecho un ovillo, había cerrado los ojos con fuerza y había pegado la frente a las rodillas.
               -Scott…
               -¿Con qué fin?-inquirió, venenoso.
               -No podía soportarlo.
               -¿El qué?
               -Todo. La semana.
               -Joder, Tommy, yo también viví esta semana y no me ves intentando meterme un bote de pastillas entre pecho y espalda.
               -No fue un bote de pastillas-escupí, porque soltarle algo como “sí, claro, como no lo has intentado antes” me pareció demasiado ruin incluso para mí. Scott alzó las cejas.
               -Vaya, perdone, su Majestad, ¿qué método usó para abandonar el mundo de los mortales, que tan indigno le parece?
               -Tú a mí no me hablas así, pavo-gruñí.
               -¡Manda huevos! ¡Te hablaré como me salga de la polla, Thomas, me cago en mi madre! ¿Por qué y con qué hiciste eso?
               Me levanté la camiseta y le enseñé el costado de la herida. Se mordió la cara interna de la mejilla mientras yo añadía:
               -Y drogas y alcohol.
               Scott bufó por la nariz. Tenía las cejas tan juntas que temí que se le soldaran y no pudiera dejar de fruncir el ceño nunca.
               -¿Y por qué?
               -Porque nos bloqueamos en Instagram-solté. Menuda gilipollez como una casa. Me pregunto de dónde saco las tonterías. Debería patentarlas. Estoy perdiendo dinero.
               Scott se echó a reír.
               -Serás melodramático-gruñó, luego me miró, se limpió las lágrimas y chasqueó la lengua-. Estoy llorando más contigo que con tu hermana, luego tendrás los huevos de decir que no es buena para mí.
               -Seguro que ella no te amenaza con las cosas que lo hago yo.
               -Si te suicidas te mato, Tommy-informó, alzando una ceja.
               -Sabes que eso no tiene sentido, ¿verdad, Scott?
               -Igual que tu cara-espetó, y toda la tensión desapareció. Me eché a reír, por lo menos podíamos seguir de coñas, después de todo. Scott sonrió también-. No, pero ahora en serio, Thomas, ¿eres gilipollas, o algo? Que yo te bloquee en Instagram no vale que te intentes suicidar. Yo no valgo bastante como para que te intentes suicidar.
               -que lo vales-discutí, y él suspiró su famoso “vale”, equivalente a “como tú digas, campeón”-, y, aun en el caso de que no fuera así, que yo esté sin ti sí que vale para suicidarse.
               Él giró la cabeza.
               -¿Debería preocuparme por esta declaración de amor?
               -Depende; si quieres ser la parte activa del polvito de reconciliación que estamos a punto de echar, te sugiero que vayas preocupándote. Me va dominar a la gente-contesté. Scott sonrió, negó con la cabeza y se levantó.
               -Necesito un cigarro-se excusó, revolvió en los cajones hasta encontrar una cajetilla.
               -¿No íbamos a dejarlo?
               -Concédeme un capricho por una vez, tío-protestó, encendiéndolo y sentándose a mi lado en la cama-. ¿De dónde sacaste las drogas?
               -¿De dónde piensas?
               -Dios mío, voy a cargármela-Scott negó con la cabeza, se masajeó la sien con la mano del cigarro y se mordió la uña del pulgar cuando yo se lo arrebaté.
               -Eso, si no lo hace Alec antes.
               -Pues me lo cargo a él. Como venganza por dejarme sin venganza.
               -No le hagas nada a Tam. Yo la convencí. Estaba muy mal. Seguro que Eleanor estaba dispuesta hacer un montón de cosas con tal de que te sintieras un poco mejor.
               -¡Ya, pero no me puedes comparar que Eleanor se abriera de piernas con que Tamika te diera coca, Tommy, joder!
               Le di un manotazo en el pecho.
               -¡No hables así de mi hermana!
               Scott se apartó un poco de mí.
               -Vaya, perdona, ¿qué coño te piensas que estuvimos haciendo esta semana? ¿Jugar al parchís?-lo miré con los ojos entrecerrados-. Bueno, vale, alguna partida echamos…
               -Ni clonándote conseguiríamos otro animal como tú, Scott-sonreí.
               -Por suerte para ti. ¿Recuerdas cómo estuviste encima de mí con lo de Ashley? Pues prepárate, porque ese acoso no va a ser nada comparada con la vigilancia que te estoy diseñando en mi cabeza.
               -Mira, puede que me venga bien, y deje de meter la pata hasta el fondo cada dos segundos.
               Me quitó el cigarro.
               -Te lo juro, Tommy, como ahora me vayas a dar otra pieza de información épica con la que yo tenga que construir una película apta para todos los públicos en la que haya dos plot twists…
               -Esto no es la mejor película de animación de la historia, Scott. No me voy a convertir en un puto pájaro gigante con la voz de Dwayne Johnson.
               -¡Ajá! ¿Me toca a mí ser Moana? Porque Auli’i Cravalho es todo lo que está bien en esta vida-dio una calada-. Bueno, ¿me lo vas a contar, o no?
               -Intenta adivinarlo.
               -Volviste a intentar acostarte con Layla-negué con la cabeza.
               -Va sobre mujeres.
               -Pues me rindo. Habla-exigió. Intentó hacer un aro de humo con la boca, pero le salió mal.
               -Megan me besó-no dijo nada, sólo asintió con la cabeza-. Yo la besé a ella también. Un poco. Diana ya lo sabe y me ha perdonado por eso-no sé por qué se lo dije de esa manera, como si el hecho de que Diana hubiera decidido pasar por alto que era un gilipollas de primer nivel disminuyera mi categoría.
               -¿Algo más?-preguntó, y yo me quedé a cuadros. Negué con la cabeza-. Vale-se levantó y fue a por el ordenador.
               -¿Qué vas a…?
               -Encender el ordenador.
               -¿Para…?
               -Buscar en Google el teléfono del FBI. Quiero ver si tienen convocatoria de plazas abiertas.
               -¿Qué?-susurré. Scott suspiró.
               -Mierda, soy inglés. ¿Crees que discriminan por nacionalidad?
               -¿Para qué coño te quieres meter en el FBI?
               -Para darle a esa puta lo que se merece. Si tengo que cargármela para que te deje tranquilo, me la cargaré. Estoy hasta los cojones de que no haga más que molestarte, necesita desesperadamente que alguien le rompa la cara para que aprenda a…
               -Ya se la han roto.
               Scott se volvió hacia mí como un resorte. Y sonrió, feliz. Le entusiasmaba la vida en ese momento. No me extrañaba, la verdad.
               -¿Quién, oh, Señor, grandísima es Tu gloria e inmensa Tu misericordia, ha sido nombrado el nuevo profeta que nos guiará por el desierto?
               -Diana-dije. Su sonrisa titiló.
               -Siempre supe que esta chica era un regalo.
               -No es verdad-me eché a reír.
               -¿Qué le hizo?
               - La insultó.
               -Delicioso.
               - Le tiró del pelo.
               -Uf, sí, sigue hablando, T.
               -Le arañó la cara y le dio varios tortazos.
               -Estoy literalmente viviendo para este momento, T.
               -Pues eso no es todo. A la salida, la volvió a enganchar de los pelos y le arrancó un mechón. Nunca en mi vida he visto a alguien correr tan rápido como Diana con el mechón de pelo de Megan en la mano.
               -Le voy a hacer una puta reverencia la americana cuando la vea-me prometió. No tardaría mucho en hacerlo, pero antes, pudimos bajar a la cocina y encontrarnos allí a su madre preparando una mermelada que olía a cielo y tenía una textura similar. Su color era rojo, y se me hizo la boca agua nada más ver las capas de tarta que Sherezade ya tenía preparadas.
               -Hola, hijitos-sonrió Sher, y los dos nos estremecimos, como hacíamos cuando éramos pequeños.
               El día en que empezamos al cole y nuestros padres tuvieron que explicarnos que lo normal de los niños es que sólo tengan dos padres (lo más común era un padre y una madre, pero a veces tenían dos madres, dos padres, o solamente uno, los que menos suerte tenían), y no cuatro, Scott y yo nos disgustamos tantísimo que nos tuvieron que tirar un cubo de agua fría encima para poder separarnos.
               Porque, cuando nos disgustábamos de pequeños, Scott y yo nos abrazábamos y nos poníamos a llorar. Aún hacíamos eso de mayores, la diferencia era que, actualmente, cogíamos turno.
               De nuestros padres, a la que más le gustaba llamarnos “hijitos” a ambos era a la madre de Scott. Supongo que era por el tiempo que tardó en enterarse de que podía tener más hijos, lo que tardó en conseguir otra, pero el caso era que a Sher le encantaba llamarnos así, y a nosotros nos encantaba esa costumbre suya.
               Nos acercamos y le dimos un beso a la vez, cada uno en una mejilla, y ella soltó una risita satisfecha y complacida con el mundo.
               -¿Qué es?-inquirí. Era menos trabajo para mí, lo sabía, pero quería cotejarlo. Scott pasó el dedo índice por el bol de cristal en el que su madre revolvía la gelatina roja y sonrió. Yo hice lo mismo; dado que Sherezade no le reñía, a mí tampoco me caería bronca.
               -Cereza-observé. Sher le guiñó un ojo a su hijo, que se echó a reír-. ¿Qué pasa?
               -A tu hermana le saben los labios a cereza.
               -¡Madre mía!-me eché a reír-. ¡De verdad, Scott, basta de tanta idolatría hacia mi hermana!
               Él sólo se encogió de hombros, su momento llegó cuando nuestras chicas (le hizo mucha ilusión que dijera “nuestras” y no “mis” al aparecer Eleanor y Diana) llegaron a casa diciendo que querían ayudarnos.
               -Nada de besuqueos-exigí yo al ver cómo Scott se lanzaba contra ella, le pasaba las manos por la cintura y la apretaba contra sí. Yo hice lo mismo con Diana, que se rió cuando le di una palmada en el culo, e hizo lo mismo, agarrándomelo después de morderme un poco el labio.
               -¿Y tú, qué?-se burló Scott. Eleanor me dio un beso, se rió cuando le recriminé que no se tomara tantas confianzas, que sabía Dios lo que había hecho con esa boca, y se sentó a la mesa mientras Diana nos ayudaba a Scott y a mí a cocinar.
               -¿No habías dicho que ibas a hacer algo con Diana?-pregunté, guiñándole un ojo. Scott inclinó la cabeza, chasqueó la lengua, se puso de rodillas (¡la hostia!) y le hizo una reverencia a Diana, que en un primer momento dio un paso atrás, pero luego se rió. Se echó el pelo sobre un hombro y se quedó con los brazos en jarras, esperando a que Scott se levantara.
               Los dioses no se sienten violentos cuando los mortales nos postramos ante ellos, y a Diana no la llamaban la Diosa de Nueva York por nada. Le expliqué a qué se debía esto, ella dijo que Scott debería besarle los pies, y él le respondió que no se pasase.
               -¿Ya os lo habéis contado todo?-inquirió más tarde mi americana, ilusionada porque había conseguido cascar dos huevos y echarlos en un plato sin que se le escaparan trocitos de cáscara en la mezcla.
               -Sí, incluso lo de las flores-me reí yo, mirando de reojo a Scott, que freía unas verduras. Él sólo me hizo un corte de manga, cogió una de la sartén y se la metió en la boca. Dijo que le faltaba sal y, automáticamente, se comió otra. Scott era así.
               -¿Qué flores?-quiso saber Eleanor.
               -Tommy me trajo flores ayer-explicó la rubia, orgullosa de haberse enamorado del mejor inglés del mundo. Se apartó el pelo de la cara y alzó la cabeza, altiva.
               -Tú nunca me has regalado flores, Scott-le recriminó mi hermana de mis mismos padres a mi hermano de distinta sangre. Él se volvió, aún masticando la tercera verdura de la cata, y soltó:
               -Me peleé con mi mejor amigo por ti, Eleanor, así que creo que he cubierto mi cupo de regalos de novio cuqui hasta el año 3000, siéntate dos siglos, muchísimas gracias-mi hermana se echó a reír.
               -Me parece justo. ¿Cuántas joyas te ha regalado T, Didi?
               -Una.
               -¿De plata?
               -No, de plata no.
               -Qué bajo presupuesto.
               -Es que soy estudiante, Eleanor, ¿te quieres callar?
               -A mí Scott me regaló el colgante del avión-sonrió ella, satisfecha.
               -¿Qué significa?
               -Que no había otro-murmuré yo, y Scott me dio una colleja.
               -Que yo soy la brisa que le da alas-informó El, orgullosa, hinchándose como un pavo.
               -Además de que no había otro colgante-repetí, y Scott me dio con el tenedor de madera-. ¡Au!
               Diana se echó a reír.
               -Creo que lo vamos a dejar en tablas, ¿te parece, El?
               -Porque me caes bien.
               -Ah, ¿que ahora vais a competir por ver quién hace mejores regalos? Pobre Tommy, se va a quedar en la mierda-Scott me miró, haciendo un puchero.
               -Yo puedo cocinar siempre, Scott, a ti se te terminará acabando el dinero, ¿qué harás entonces?
               -Pedirle a Diana que me enchufe en su agencia.
               -No eres tan guapo.
               -¿Y? Me parezco a mi padre, con eso basta.
               -Puede, pero eres mío-me lo quedé mirando, a la espera. Scott me devolvió la mirada.
               -¿Qué tiene eso que ver con que Diana me enchufe?
               -Que va a haber un montón de gente intentando separarnos y ocupar mi lugar, así que yo tendré que cantar nuestra canción.
               Scott se puso pálido.
               -Como les cantes esa mierda, te dejo de hablar en serio durante cuatro años-amenazó, pero yo saqué el móvil-. Tommy, no. Tommy, por lo que más quieras, no-abrí la app de la música-. Tommy, en serio, para, no me hace gra…-empezaron los acordes de la canción y las dos chicas se quedaron tiesas, reconociéndolos al instante. Scott se pasó una mano por la cara y se apoyó en la encimera, olvidándose de las verduras-. Ay, señor, qué desgracia me ha tocado vivir…
               No es tan difícil identificar una de las canciones de la banda de tu padre, menos aún el primer single de un disco.
               Tanto Eleanor como Diana me miraron, esperando. Yo cogí aire y empecé a cantar a voz en grito:
               -HE BEEN MY KING SINCE I WAS 1 DAY WE WANT THE SAME THINGS, WE DREAM THE SAME DREAMS ALRIGHT. ALRIGHT. I GOT IT ALL CAUSE HE IS THE ONE, HER MOM CALLS ME LOVE HER DAD CALLS ME SON, ALRIGHT-Diana y Eleanor se reían a carcajadas, Scott tenía ganas de matarme.
               -Como te metas al…
               -I know…
               -…estribillo y digas…
               -I know…
               -… mi nombre te…
               -I know…
               -… apuñalo en un…
               -… for sure…
               ­-ojo mientras duermes…
               -EVERYBODY WANNA STEAL MY SCOTT, EVERYBODY WANNA TAKE HIS HEART AWAY, COUPLE BILLION IN THE WHOLE WIDE…-grité, y Scott se abalanzó sobre mí, me tiró al suelo y me tapó la boca con la mano mientras yo luchaba por seguir cantando y Diana y Eleanor se meaban de risa.
               -¿QUIERES GALLETAS? ¡COME GALLETAS!-me gritó, metiéndome tres en la boca para que me callara, y me ayudó a levantarme cuando finalmente cedí. Diana se limpió una lágrima con el dorso de la mano mientras mi hermana se abanicaba, la cara roja de tanto reírse.
               Scott se colgó de mi hombro y me dio un mordisco en las mejillas llenas de galletas.
               -Eso ha sido hermoso.
               -Como tú, bribón.
               Él sonrió, se descolgó y suspiró cuando yo me convertí en un koala, colgado, literalmente, de su cuello, y aleteé con las pestañas, mientras las chicas (nuestras chicas, recordé con orgullo) no dejaban de reírse y no se perdían detalle.
               -¿Quieres un piquito?-bromeó, pellizcándome la cadera.
               -No sé cómo te puede parecer guapo desde este ángulo, Eleanor-comenté, picándolos a ambos.
               -Debo mejorar desde más abajo, teniendo en cuenta lo mucho que le gusta…-replicó Scott, que toda la vida ha jugado en otra liga y ha sido el rey supremo vacilando, ni siquiera sé por qué se me ocurrió intentar meterme con él.
               -¡Scott! ¡¿Qué te he dicho de las coñas con mi hermana?!
               Mi amigo alzó las manos, negó con la cabeza y asintió, juntando las palmas. Me incorporé y volví a mis tareas.
               -¿Qué te ha dicho, S?-quiso saber el objeto de discordia.
               -Que sólo él puede hacer coñas contigo, nena.
               -Nada de llamarla nena delante de mí.
               -Ya lo has oído, nene-se burló Diana. Yo me giré hacia ella.
               -¿Tú no estabas haciendo de pinche? Pues venga, a batir huevos.
               -Los de gallina, Diana-aclaró Scott.
               -Gracias, Scott-repliqué yo, él hizo el saludo militar y se echó a reír. Diana se pegó a mí toda la mañana y toda la tarde, feliz de volver a disfrutarme como no lo llevaba haciendo desde antes que se marchara, en diciembre. Se restregó contra mí cual gatita cuando terminamos de hacer la comida y Scott se sentó al lado de Eleanor, simplemente a cogerla de la mano y mirarme a mí, desafiante. Diana hundió la cara en mi cuello y me dio suaves besos, haciendo que considerara seriamente la posibilidad de hacerla mujer en aquella cocina, sin importarme nada más que su cuerpo y las reacciones que provocaba en el mío. Me daba igual tener público.
               Llegaron mis padres, repartieron besos a todos y nos sentamos en el comedor que daba al jardín. La lluvia nos había dado una tregua, era como si el sol quisiera vencer todas las adversidades ahora que nosotros habíamos superado las nuestras. Me encantó ver cómo todo el mundo comía la comida que habíamos hecho Scott y yo, cómo Diana cogía una y otra vez el pollo frito y crujiente que había hecho pensando en las fotos en el partido de béisbol, en las que se había puesto las botas al lado de su amiga Zoe. Los americanos no conciben un espectáculo sin comida, y Diana era hija de su patria hasta las trancas. Alabó el pollo frito, la salsa barbacoa casera que había preparado (spoiler: un poco de tabasco y kétchup son buenos padres para esta salsa) y se rió de todas las bromas que se hacían, las entendiera o no.
               Se dejó besar la sien mil y una veces, una por carcajada, y me manchó la nariz de salsa y me la quitó con la punta de la lengua mientras mi padre y el de Scott se peleaban por intentar comparar el éxito de sus primeros singles, como si pudieras juntar top 10 de R&B con otro de música dance. Nuestras madres no les hacían caso y discutían sobre no sé qué película nominada a un Oscar, con un elenco íntegramente femenino. No se llevaría nada, porque en Hollywood eran así: por eso era necesario establecer una categoría a Película más representativa, o algo por el estilo.
               -¿Qué vamos a hacer por la tarde?-preguntó Eleanor, con la tripa hinchada, palmeándosela como si estuviera embarazada. Miró a Scott con intención, como diciéndole “ahora que mi hermano sabe lo nuestro, es hora de que empecemos a hacer bebés”. Scott le devolvió la mirada, miró su mano en su tripa, volvió a mirarla a ella, le dio unas palmaditas cariñosas a su vientre y luego le cogió la mano, apartándosela de allí, como diciendo “todavía no, mujer, ¿no ves que no podríamos casarnos y sólo te puedo dar bastardos ahora mismo?”.
               -Tommy y yo, ir al centro-informó él. Sonreí. Diana se acurrucó contra mi pecho y cerró los ojos un segundo. Seguro que podría dormirse ahí.
               -¿Podemos ir?
               -¿T?
               -Por mí-me encogí de hombros.
               Sabrae se estiró cuan larga era después de limpiar su plato e hizo ademán de marcharse, pero se topó de bruces con su madre.
               -¿Adónde se supone que vas?
               -A ducharme.
               -Tienes que fregar.
               -Le toca a Scott-protestó ella, frunciendo el ceño.
               -Scott ha estado toda la semana haciendo vuestras tareas; es hora de que se la devolváis, chicas.
               -Vale, pues después de ducharme, pondré la lavadora.
               -No, Sabrae, vas a fregar, ahora.
               -¡Pero! ¡Mamá!-tronó Saab, y Diana se la quedó mirando, sonriendo. Se pegó un poco más a mí. Sabrae hizo un puchero, esbozó una sonrisa invertida que no consiguió convencer a Sher.
               -¿Estás intentando ponerte a llorar para librarte?
               -Puede, ¿va a funcionar?
               -No.
               -¡Pero, por qué, mamá! ¡Sabes que se me quedan las manos muy ásperas cuando friego!
               -Pues ponte guantes.
               -¡Pero no me apaño! ¡Además, voy con el tiempo justo, tengo un millón de cosas que hacer, y…!
               -¡Haberlas hecho antes, Sabrae! ¡Coge los platos y ponte a fregar!
               -¡ESTOY HARTA DE LA DISCRIMINACIÓN DE ESTA CASA Y DEL FAVORITISMO QUE HAY HACIA Scott!-clamó Sabrae, recogiendo los platos a la velocidad del rayo-. ¡CLARO! ¡COMO ÉL ES EL ÚNICO CHICO, VAMOS A UNTARLO DE JOYAS Y A DARLE MIMOS Y A BESARLE LOS PIES Y EL SUELO POR DONDE PISA! ¡PORQUE ES NUESTRO DIOS! ¡ALELUYA SEA LA GLORIA DIVINA DE MI HERMANO!
               -¿Quieres dejar de ser tan melodramática?
               -¡PERDONA, MAMÁ, ES QUE ME ABRUMA LA BENDICIÓN QUE ES PODER CONVIVIR CON EL TODOPODEROSO! ¡GLORIA ETERNA A…!
               Diana volvía a reírse como si no hubiera un mañana; me encantaba tener la mano en su cintura y poder notar cómo se le contraían los músculos del vientre mientras se deshacía en carcajadas.
               -Madre mía, ¿te quieres callar, Sabrae?-bufó Shasha, cogiendo los platos-. Trae, ya lo hago yo.
               -¡Qué ven mis ojos, otra mesías! ¡¡ALABEMOS A LA REINA DE LOS CIELOS, SHASHA!!
               -¡VETE A DUCHARTE, SABRAE!-le gritó a su hermana, mientras le cogía los platos y le lanzaba una mirada cargada de intención a su madre, que sonrió al ver cómo Saab se iba corriendo en dirección al baño.
               -¿Lo habéis hecho para putearla?-inquirió Scott, incrédulo. Sherezade se apartó el pelo del hombro.
               -Quizás-todos nos echamos a reír, y salió triunfante del comedor.
               Para cuando salimos de casa, Sabrae seguía en el baño, haciéndose mil cosas, de ésas que sólo entienden las tías. Cuando regresáramos, mucho más tarde, nos la encontraríamos saliendo, con el pelo salvaje en elásticos bucles negros.
               Confieso que no volví a pensar en ella en toda la tarde, estaba demasiado ocupado caminando pegado a Scott, con los dedos de Diana enredados entre los míos. Me detenía paciente cada vez que alguien la reconocía y se acercaba a ella, pidiendo una foto o un autógrafo (a Diana le hacían más ilusión los segundos, lo notaba en cómo sonreía y asentía mirando a su interlocutor mientras éste rebuscaba frenéticamente en su bolso o mochila algo en lo que le firmara), y me enamoraba un poquito más y más de ella cada vez que esto sucedía, porque miraba a todo con el que se paraba con un cariño, como si de verdad lo sintiera. Varias veces le hicieron comentarios con respecto a mí, pero nadie nos pidió fotos ni a mí, ni a Scott. Los interesantes eran nuestros padres, no nosotros.
               Y, cuando ella volvía su atención a mí, y me pillaba mirándola con la admiración de la que se había mofado Sabrae, sonreía, se sonrojaba un poco, se apartaba un mechón de pelo rubio de la cara, y fingía que no era perfectamente consciente de mi mirada mientras posaba o firmaba.
               Yo la tomaba de la cintura, le frotaba la nariz con la mía hasta que ella suspiraba un suave “mi inglés” (en mi vida renunciaría a mi nacionalidad gracias a esa forma de llamarme que tenía) y se ponía un poco de puntillas para darme un beso en los labios. Y, luego, buscaba a Scott en la multitud, que no se había ido muy lejos, siempre atento a mi posición, siempre con la mano de mi hermana cogida de la suya.
               Nos sonreíamos y seguíamos caminando, entrábamos en tiendas, preguntábamos por el libro, revolvíamos en estanterías o en cajones de saldos, enseñábamos la portada, esperábamos a que se encontrara la referencia, y nos disgustábamos cuando no encontrábamos nada. Las chicas nos animaban, nos decían que no pasaba nada, que terminaríamos encontrando el libro, pero es que nosotros no podíamos permitirnos encontrarlo tarde o temprano, teníamos que encontrarlo ahora.
               Estábamos a punto de tirar la toalla cuando encontramos, milagrosamente, una pequeña librería en la esquina de una calle por la que no pasaban turistas. Llevábamos toda la tarde atravesando esas calles; sabíamos que las zonas más populares enseguida se libraban de las antiguallas, y un libro de tantos años no debía de venderse mucho. Eleanor entró tirando de Scott, Scott tirando de mí y yo tirando de Diana, y él y yo nos pusimos a revolver en un cajón mientras Eleanor se acercaba a la zona de divulgación, y Diana, al mostrador. La anciana que llevaba la tienda le sonrió, asintió con la cabeza y se fue derecha a una estantería a la que Eleanor no había llegado.
               Scott y yo sonreímos cuando nos preguntó si aquél era el libro que buscábamos, de tapas azul oscuro, con letras plateadas y estrellas doradas sobre ella. Era un par de ediciones más moderno que el original de Scott, pero aun así era perfecto.
               Salimos de la tienda casi bailando alrededor de la bolsa. Scott cogió a Diana de los hombros y se la quedó mirando.
               -¡Te voy a acabar dando un morreo, americana!
               Diana alzó las cejas, divertida.
               -¿Crees que Tommy te lo consentirá?
               -Si tú le consientes que tenga dos novias, debería hacerlo-Scott me dio un codazo y yo puse los ojos en blanco.
               -¿Adónde vamos ahora?
               -A Oxford Street-todos se me quedaron mirando-. Vamos a comprarle algo a Diana.
               -¿Por qué?
               -Joder, Didi, porque eres una santa, porque no te merecemos, porque no te he dado una joya como dios manda que te recuerde a mí… y porque has encontrado el libro de Scott. ¿Te parece poco?
               Ella negó con la cabeza, se acercó, me dio un beso, y dejó que la condujera hacia la boca de metro más cercana.


Le di la vuelta a la revista en cuanto la vi. Era de esas del corazón. ¿Qué se podía esperar de ellas? Aun así, no quería que mamá la viera. Ella ojeaba la Cosmopolitan del mes. No sé por qué lo hace, si siempre terminaba comprándola. Puede que buscara un reportaje que le sirviera de excusa.
               El caso es que le di tan rápido la vuelta que tiré ese ejemplar y varios más. Mamá me miró. La chica encargada del kiosco, también. Vi en sus ojos cómo me reconocía al instante. Miró en derredor, buscando a mi padre. Pero no.
               El rey de Irlanda no había salido a cazar con su hijo.
               -¿Estás bien, cariño?-preguntó mamá. Yo asentí. Recogí las revistas con manos temblorosas. Las coloqué de nuevo en el estante. La chica apretó los labios, pero no dijo nada. Ya las colocaría cuando me fuera-. Ponlas bien-exigió mamá. Se debió de dar cuenta de lo que había hecho la chica. Así que yo, a regañadientes, las puse en su lugar.
               Y la cara de mi padre, brillante por los flashes, pálida por la noche, apareció en primera plana. O, bueno, la mitad de su cara. La otra mitad estaba en sombra. Al igual que la de la chica de turno que lo acompañaba.
               Mamá sólo alzó las cejas. No hizo nada más.
               -Ya veo-dijo, sin embargo. Apartó la vista, la centró en su bolso. Sacó la cartera y le pagó a la chica. Compró una bolsa de regalices. Se guardó la revista y la cartera. No la bolsa de regalices. Me tomó del brazo que yo le ofrecí, y echamos a andar por el centro comercial-. No tenías por qué hacer eso.
               -Sólo es una amiga-le conté. No quería que ninguna estúpida portada se metiera entre ellos. Las cosas iban bien. Se notaba. Iban como no habían ido en años.
               -Tu padre puede hacer lo que quiera. Ya es mayorcito. Igual que yo-comentó. Le devolvió la mirada a un hombre que se giró al pasar nosotros. En circunstancias normales, habría sonreído. Ahora, sin embargo, sólo puso los ojos en blanco.
               Y suspiró.
               Sospeché que ese suspiro no era para el hombre. Sino para papá. Y la portada. Y la chica. Y el don que tenía mi padre para cagarla.
               Estaba haciendo otro disco.
               Era oportuno, el hombre.
               Aunque, bueno, creo que era para la banda.
               Qué oportunos, joder.
               -Lo sé-respondí. Me detuve a posta en un escaparate con vestidos de Nochevieja. Vestidos a secas, en realidad. Pero los llamaban “de Nochevieja”. Y decían que estaban rebajados-. Los Brits van a ser pronto-comenté. Ella asintió, mirando un vestido verde-. Deberías entrar a probártelo. Por si acaso.
               Se volvió hacia mí como un resorte.
               -¿Qué? No entiendo la relación.
               -Bueno… había pensado…
               Mamá negó con la cabeza.
               -Aun así, te quedaría bien-insistí. Mamá volvió a mirar el vestido. Estaba indecisa. Mala señal. Buena a la vez.
               Mala, porque los Brits eran en un mes. La mayoría de las mujeres que iban a acudir ya sabía lo que llevarían puesto. Muchas, incluso ya lo habían comprado. Y lo tendrían en manos de su modista de confianza, retocándolo.
               Buena, porque dudaba. Había una posibilidad. Mínima, pero la había. Podíamos aprovecharlo.
               -Te resaltaría los ojos-comenté. Mamá sonrió. Le brillaron los ojos. Más que el vestido. Y mira que estaba hecho para brillar-. Te vas a arrepentir de no comprarlo.
               -¿Te han contratado como publicista de esta tienda, o algo?
               -¿Deberían?
               -Sin duda-sonrió. Me apretó el brazo con gesto cariñoso y entró en la tienda. Una dependienta se acercó a nosotros de inmediato. No había mucha gente. La verdad es que era un poco tarde. Estaban a punto de cerrar. Habíamos ido al centro comercial porque ya habían quitado las luces de Navidad en la calle. A mamá eso la ponía muy triste.
               Creo que se debía a que era la señal indiscutible de que el tiempo pasaba. Había soplado las velas de mi tarta sin ningún padrastro. Creo que mamá se sentía sola.
               Ella no llevaba la vida de papá. No le servía que alguien el calentara la cama una noche. Necesitaba un cuerpo conocido al que abrazarse.
               No me lo decía. Para no preocuparme. Pero yo lo sabía. Porque soy su hijo, la quiero, y vivo con ella.
               Le buscaron el vestido. Se lo probó. Le ayudé a subirse la cremallera y le dije que estaba muy guapa mientras se miraba al espejo. Mamá me dijo que era un cielo. Pero no estaba segura del escote. La dependienta le dijo que podría ponerse un sujetador de esos sin tirantes, para realzarlo y que pareciera que tuviera más. Yo le dije que a mí me gustaba como estaba. Mamá lo miró con ojos entrecerrados. La dependienta se retiró un poco, para dejarnos espacio.
               -¿De verdad te gusta?-preguntó en un susurro. No había cámaras de seguridad en los probadores. Y, aunque las hubiera, no grababan sonido. Sólo imagen. Yo asentí.
               -Me gusta de verdad.
               -¿Pero gustar, gustar?
               -Gustar, gustar, mamá.
               -En una escala del uno al diez, ¿qué nota le pondrías?
               -¿Qué es el diez?
               Mamá se quedó callada un momento.
               -Entrega de premios-dijo por fin. Se puso colorada, se dio la vuelta. Se atusó el pelo. Cuando se giró, ya no le brillaban tanto las mejillas. Pero yo seguía mirándola igual.
               -¿Vas a ir a los Brits?-inquirí, esperanzado. Mamá se mordió el labio. No podía evitarlo. Sentirme así de esperanzado, quiero decir. Los Brits eran el evento más importante de la música de Gran Bretaña. Que papá le hubiera pedido que fuera con él, era como… guau. Yo había ido una vez. De pequeño. Me había agobiado un poco. Todas aquellas mesas, el público gritando. La gente emborrachándose. Las actuaciones estridentes y las luces demasiado brillantes.
               Papá empezó a ir solo al año siguiente.
               -Yo… aún lo estoy considerando.
               -Es bonito-reflexioné-. Pero no sé si lo suficiente-admití. Mamá asintió-. Pero te lo podrías poner en otra ocasión.
               -¿Como cuál?
               -No sé. Una boda-espeté. Fue lo primero que se me vino a la cabeza. Mamá suspiró.
               -¡Chad!
               -¡No la tuya!-me apresuré a decir-. Es decir… ¡las novias van de blanco! No iba con segundas intenciones.
               -Ya-contestó, en el mismo tono en que lo hace alguien que sabe que algo va con segundas intenciones-. Claro. En fin. No sé-se puso las manos en la cintura. Me costó convencerla de que se lo llevara. Le quedaba bien en la cintura. Podíamos arreglarle lo del pecho. Y le hacía juego con los ojos. Casi la cago diciendo que a papá le gustaban sus ojos. Estuvo en un tris de dejar el vestido en la tienda sólo por ese comentario. No debería haberme ido de la lengua así.
               Pero seguro que a papá le encantaba cómo le quedaba el vestido. Y cómo le hacía juego con sus ojos.
               Nos lo metieron con cuidado en una bolsa y nos dijeron que lo disfrutáramos. Dijimos que eso haríamos. Devolvimos las gracias que nos dieron. Salimos por la puerta y nos unimos a la marabunta de gente que se marchaba en dirección a las puertas del centro comercial.
               Mientras bajábamos por las escaleras mecánicas, me pareció ver una cara familiar paseando tranquilamente por entre la gente. Se dejaba adelantar. No tenía prisa. Llevaba una bolsa pequeña, blanca y morada.
               Mamá miró en la dirección en que lo hacía yo. Y sonrió mientras a mí se me caía el corazón al suelo.
               Y luego, daba un triple salto mortal de tres metros.
               -¿Ése no es Aiden?-preguntó mamá. Yo la miré un segundo. Era todo pánico-. ¿Tu Aiden?
               Madre mía, ¿debía presentarlos? No llevábamos ni un mes. Espera, ¡mañana hacíamos un mes! ¡Y yo no le había comprado nada!
               Dios mío, ¿era demasiado pronto para presentarle a mi madre? ¿Y si se asustaba?
               Pero… ¿y si no se la presentaba? ¿Le parecería mal? ¿Que no íbamos en serio? ¿Qué se supone que debería hacer?
               ¿DÓNDE ESTÁ KIARA CUANDO SE LA NECESITA?
               Sintiendo unos ojos sobre él, Aiden levantó su mirada chocolate. Buscó en derredor una cara clavada en la suya. Unos ojos fijos en su rostro.
               Hasta que, por fin, me encontró.
               Y me sonrió.
               Mamá sonrió también, asistiendo a nuestro encuentro.
               Y yo me caí.
               Es que quiero morirme. En serio, por qué no me partirá un rayo, o me tragará la tierra, o surgirá un volcán de mi habitación y me chamuscará. Qué he hecho yo para merecer esto.
               Se me olvidó caminar. Estaba demasiado absorto en los ojos y la sonrisa de Aiden. Así que no me di cuenta de que se terminaba la escalera mecánica. Y que debía dar un paso.
               Y, ¡boom! Me estampé contra el suelo.
               Varios pares de brazos me arrastraron lejos de las escaleras. Lo único que faltaba era que alguien se cayera encima de mí. Y así haríamos el día.
               Por lo menos, se ocultaría mi vergüenza.
               -¿Estás bien, amor?-preguntaron mamá y Aiden a la vez. Y yo me derretí. De vergüenza y porque Aiden me había llamado amor.
               Ay.
               No puedes explotar de alegría. De no ser físicamente imposible, yo lo habría hecho.
               Experimento fallido.
               Yo me puse aún más rojo. De ilusión y de vergüenza. Aiden me sonrió. Se me olvidó cómo respirar. Ojalá me hubiera desmayado y me hubiera despertado en el hospital con una enfermera preocupada a mi lado. “Chad, ha estado usted 20 años en coma”.
               No caerá esa breva.
               -Sí, sí-susurré, dejando que mamá y Aiden me levantaran. Todo el mundo nos miraba. Dios mío, quería morirme. Mamá me colocó la ropa, me toqueteó por todo el cuerpo, comprobando que estuviera entero.
               No me funcionaba el cerebro. Lo demás, todo correcto.
               -Dios, C, menudo trompazo-comentó Aiden, y se echó a reír. Mamá sonrió, escuchando su risa. Y viendo el efecto que esta tenía en mi cuerpo. Me abracé a la chaqueta, con la esperanza de que él no lo notara.
               Ya lo había notado más veces. Cuando nos besábamos. A él también le había pasado un par.
               Pero estábamos en público. Y sólo se estaba riendo. Debería controlarme un poco mejor.
               -Sí, un poco-admití, pasándome una mano por el pelo-. Es que… me pones nervioso.
               -Supongo que tendrás experiencia-bromeó él, mirándome a los ojos-. Ya sabes. Cayéndote.
               -¿Qué?-respondí sin aliento.
               -Por cuando te caíste del cielo-respondió, feliz de que le hubiera dado pie a esa broma. Mamá lanzó un suave suspiro. Yo me puse aún más rojo. Aiden me dio un beso en la mejilla.
               Corroboro mi teoría: no se puede explotar de alegría. Yo lo habría hecho.
               -¿De compras?-inquirí. Él miró la bolsa y la escondió tras de sí.
               -Se supone que no puedes verla.
               -¿Es para mí?-él asintió.
               -Iba a dártelo mañana.
               -Ah, yo… no quiero que me compres nada, A.
               -Un poco tarde-replicó. Y yo sonreí. Aiden se inclinó un poco hacia mí. Yo me incliné un poco hacia él. Mamá se dio la vuelta, dándonos intimidad. Nuestros labios se rozaron. Fue como un choque de galaxias.
               Todo en mi cuerpo se incendió. Mis mejillas, mis entrañas… todo.
               Iba a meterle la lengua en la boca cuando mamá carraspeó. Hola, quiero que me presentes, parecía decir.
               Nos separamos, un poco cortados, y me volví hacia mamá.
               -Eh, mamá, él es Aiden. Mi… mi… oh… mi…
               -Creo que la palabra que está intentando decir su hijo es “novio”-comentó Aiden. Me gustó que se lo tomara con tanta naturalidad. Se acostumbraba a mi timidez. Yo asentí y me miré los pies.
               -Chad-susurró mamá con dulzura.
               -Oh, sí, claro-asentí-. Aiden. Ella es mamá.
               Mamá se mordió los labios para no reírse. Aiden se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.
               -Es un placer, señora Horan.
               Oh, no. La había llamado “señora Horan”. No por su apellido de soltera. El único que había tenido en toda su vida, en realidad.
               -Igualmente, tesoro. Pero llámame Vee. La señora Horan es mi ex suegra-mamá se echó a reír, Aiden se sonrojó un poco.
               -Oh, perdón, olvidaba que…
               -No pasa nada. Me han llamado peores cosas que “señora Horan”. Es O’ Reilly, por cierto-sonrió mamá. Aiden nos miró a ambos, curioso. Mamá se echó a reír-. Sí, tenemos banshee. En teoría.
               Las banshees eran espíritus femeninos irlandeses que se presentaban la noche anterior a la muerte de alguien, avisando a sus familiares de que ésta iba a suceder. Sólo los que tenían apellido empezado por O’ o Mc’ la tenían, en teoría.
               Se consideraba una señal de buena suerte. Y la mayoría de los irlandeses presumían de ella.
               Mamá, no.
               -Pues mucho gusto, señora… señorita…
               -Sólo Vee. Vee está bien-mamá le sonrió de nuevo. Aiden asintió con la cabeza y también le sonrió-. ¿Has venido solo, Aiden?
               -Pues… sí. Mis padres han ido a visitar a mi abuela.
               -¡Ah! ¿Dónde vive?
               -Cornualles-mamá asintió con la cabeza-. El viaje era largo, y no quería perder clase-Aiden me miró con intención-, así que…
               -Entiendo. ¿Se encuentra bien?
               -Sí, señora-mamá sonrió-. Sólo se encontraba un poco sola. Mi tío ha tenido que ir a Manchester por negocios, y no podía irse y dejarla sola.
               -Entiendo. ¿Tienes hermanos?-Aiden negó con la cabeza-. Vaya. Así que, ¿estás solo en casa?
               -Sí, señora. Ahora mismo iba para allá, a preparar la cena, ver un poco la tele y…
               -¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros?-sugirió mamá. Me apeteció besarla. Yo sonreí, ilusionado. Aiden me miró.
               -Bueno, si no es molestia…
               -¡Claro que no! Además, a Chad le hace ilusión, ¿verdad, hijo?
               -Mucha, mucha-asentí, saliendo de mi trance. Miré a Aiden-. Ven a cenar con nosotros. La comida que hace mamá está de muerte.
               -Pues…suena genial. Aunque… ¿debería llevar algo?-se carcajeó, y mamá se echó a reír. Negó con la cabeza y echó a andar delante de nosotros. Me dejó sentarme en el asiento trasero, con Aiden, mientras el vestido que se había comprado descansaba en el asiento delantero, a su lado. Estuvo hablando con Aiden todo el trayecto, preguntándole cosas de su vida que ni siquiera a mí se me ocurriría preguntar.
               Aiden me cogió la mano todo el trayecto. Me la apretaba de vez en cuando. Podría haberme muerto de felicidad.
               Quisimos ayudar en la preparación de la cena. Mamá dijo que no. Se fue a la cocina. Nos dijo que necesitábamos un rato solos.
               Encendimos la tele y Aiden prácticamente se echó encima de mí. Me recorrió con las manos y yo a él. Cerré los ojos mientras nos besábamos. Lo noté sonreír en nuestro beso cuando me excité. Le sonreí en su boca cuando se excitó.
               -Chad, la cena ya casi está. ¿Puedes preparar la mesa?
               Aiden se separó de mí, jadeante. No podía creerme que lo tuviera en casa. Me sonrió cuando me levanté, se mordió el labio inconscientemente mirando la prueba de mi felicidad, y me siguió con la mirada mientras yo salía del salón. Luego, intentó tranquilizarse, igual que yo. Estiré mi sudadera, intentando disimular mi excitación. Mamá no se dio cuenta. O, si lo hizo, no dijo nada.
               Aiden se quedó con nosotros hasta casi las doce de la noche. Finalmente, lo llevamos a casa en coche. No vivía demasiado lejos, pero mamá se quedaba más tranquila. Nos dio cinco minutos para despedirnos en la puerta de su casa. No hablamos ni un segundo de esos minutos. Nos besamos, nos enredamos las manos en el pelo, nos tocamos por todo el cuerpo y suspiramos en la boca del otro.
               Aiden me pegó a él, haciendo que nuestros paquetes se rozaran de un modo peligroso. Los dos volvimos a suspirar.
               -¿Te veo mañana?
               -Puedes apostar-coqueteé. Él se echó a reír, me mordió el labio en el último beso y empujó la puerta de su portal hacia atrás. Me miró mientras desandaba el camino andado hacía seis minutos. Me sonrió en la noche. Yo le sonreí a él.
               -Adiós.
               -Adiós.
               Empujé la verja de su portal y me reuní con mamá. No dijo nada para no romper el hechizo.
               -¿Qué opinas de Aiden?-inquirí.
               -Es muy guapo. No me extraña que te tuviera como te tuvo tanto tiempo-sonrió, conduciendo. Me miró un segundo antes de girar una esquina-. Y parece muy buen chico.
               -Lo es-asentí. Quería bailar. Tirar cohetes. A mamá le gustaba mi novio. Le había causado buena impresión. A pesar de haberla llamado “señora Horan”.
               No me quise lavar los dientes. Sentía que estaría desechando los besos que me había dado Aiden. Y no quería hacerlo bajo ningún concepto. Necesitaba su boca en la mía un poco más.
               Me tumbé en la cama y desbloqueé el móvil.
               -Le has caído genial a mi madre-escribí. Enseguida se conectó y leyó el mensaje.
               -Ella a mí también-respondió-. Es una tía guay. Enrollada.
               -Ya verás cuando conozcas a mi padre-tecleé sin pensar. Y lo mandé sin pensar. Y se me revolvió el estómago, temiendo que fuera demasiado pronto. Aiden lo leyó. Tecleó. Borró. Volvió a teclear. Se quedó un rato sin teclear.
               Hasta que, por fin, me llegó su mensaje.
               -Lo estoy deseando. Mañana te veo, C.
               Pero no sólo eso. Un corazón, que aceleró el mío. Un lacasito amarillo tirando un beso con un corazoncito pequeño. Me mordí el labio. Deseé estar con él y que me lo diera de nuevo.
               Y una lengua. Sólo una lengua.
               Ese rincón de mi cuerpo que a Aiden le resultaba tan fácil invocar volvió a despertarse.

               Tardé una hora y media en dormirme, sólo por culpa de esa lengua.


Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍

6 comentarios:

  1. "Yo no puedo quererte menos, S
    -Yo tampoco puedo quererte menos, T." Y YO NO PUEDO CON ESTE AMOR QUE OS TENEIS CASAOS YA POR FAVOR
    MIRA ME HE REIDO MUCHISIMO CON STEAL MY SCOTT HA SIDO DEMASIADO XD
    El momento de Chad cayéndose por mirar a Aiden ha sido muy yo. Y tenía tantas ganas de volver a saber de Chad de verdad lo que le quiero no es ni medio normal ❤
    - Ana

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    1. Dios mío se quieren tanto necesito que existan y estudiar lo que haga falta para oficiar su boda:(((((((((
      ES GRACIOSO PORQUE LO DE STEAL MY SCOTT SE ME OCURRIÓ VINIENDO DE LA UNI EN EL BUS, ME SALIÓ EN EL ALEATORIO SMG Y DIJE YO "NO PUEDE SEEEEEEEEEEEEEER JAJAJAJAJA" Y AQUÍ LO METÍ.
      Uf Chad de verdad es que si es más mono explota el pobrecito, está tan enamorado de Aiden, qué ganas tengo que de os enteréis de un poquito más de su historia❤ la buena noticia es que dentro de poco va a ganar más protagonismo y ^^

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  2. QUIERO ENMARCAR ESTE CAPITULO Y ABRAZARLO, BESARLO Y LAMERLO TODAS LAS VECES QUE ME DE LA GANA PORQUE ES TAAAAAAN DULCE
    De verdad que si alguien continuaba con la más mínima duda de que Scommy son novios, después de este capítulo debería tenerlo más que claro porque son tiernisimos y me muero de amor. Te juro que podría vivir solo leyendo momentos de Scommy, como se aman, como se pican, como se protegen. Y DIOS QUE PRECIOSOS SON!!!!

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    1. ME HE DESCOJONADO ARI PORQUE TE HE IMAGINADO LAMIENDO LA PARED DONDE TIENES EL CAPÍTULO JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
      Por favor tía, que hasta Tommy confirma que son novios, BODA URGENTE, AVISAD AL CURA.
      Pues no te queda nada de momentos Scommy, la diabetes se va a palpar en el ambiente.

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  3. HE TENIDO QUE RELEER ESTE CAPÍTULO Y NO ME ACORDABA DE CHAIDEN AAAAH NECESITO SABER MÁS DE ELLOS ERIKA POR FAVOR NO ME DEJES ASÍ

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    1. TE ACABO DE SUBIR MÁS AYYYYYYYYYY MIS HIJOS LES AMO

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