domingo, 30 de abril de 2017

¿Puedes ser más extranjera?

Zoe llega mañana.
               Zoe llega mañana.
               ¡Zoe llega mañana!
               Eso era en lo único en que podía pensar esa noche. Fue quitarme la ropa y tumbarme al lado de Tommy en mi cama, y empezar a darme vueltas la cabeza. ¿Y si pasaba algo? ¿Y si se llevaban mal? ¿Y si se entraban por los ojos?
               ¿Y si Tommy le caía mal a Zoe?
               ¿Y si Zoe le caía mal a Tommy?
               … ¿y si Zoe le recordaba a la zorra pelirroja? No es que mi zorra pelirroja se pareciera en nada a la zorra pelirroja de Tommy, pero todos sus amigos decían que Tommy tenía algo por las pelirrojas. Yo había llegado a bromear, incluso, con cambiarme el color de pelo sólo para gustarle más a él. Y él, como el dulce de leche oculto en un cuerpo humano, me había dado un beso en la mejilla y me había dicho que no había manera de que le gustara más.
               Pero aun así.
               -Diana-susurró en medio de la noche cuando me giré por cuarta vez en el mismo minuto, buscando una postura en la que estuviera cómoda. Suspiré como si estuviera dormida, aunque tenía los ojos abiertos y él podía verme gracias al tenue brillo de la luna que se colaba por la claraboya. No me había acordado de cerrarla. Así que me levanté sin decir nada, cogí una silla, me subí a ella y tiré del estor para encerrarnos en la oscuridad. Me volví a meter en la cama y me acurruqué contra él-Diana-repitió.
               -Estoy bien.
               Tommy no dijo nada, aunque los dos sabíamos que era mentira. Me imaginé que cerraba los ojos. Su respiración se volvió más lenta. Me di la vuelta. Su respiración se hizo más lenta otra vez. Volví a girarme. Más profunda.
               Otra vuelta.
               Me quitó el brazo de encima y encendió la mesilla de noche. Me cegó la repentina luz. Era un poco absurdo que sus padres hubieran puesto dos luces en mi habitación, a cada lado de la cama. Era como si estuvieran preparando el terreno para lo que iba a pasar entre él y yo.
               Joder, estaba paranoica.
               -A ver, ¿qué pasa?-inquirió, frotándose los ojos e incorporándose para quedarse sentado a mi lado. Negué con la cabeza, me mordí el labio, me tapé un poco más con la funda nórdica y me giré. No quería mirarlo. Me ponía nerviosa cuando me miraba. Siempre lo había hecho y siempre lo haría.
               Una parte de mí se despertaba cuando sus ojos se posaban en los míos.
               Al igual que otra se dormía.
               Pero yo, ahora, necesitaba tener las dos dormidas. Tenía mucho que hacer al día siguiente, no podía permitirme estar dando vueltas en la cama como una vulgar croqueta.
               -Didi-susurró.
               -Siento haberte despertado. Ponte a dormir.
               -Nena…
               -Buenas noches.
               Me pasó una mano por el costado. Yo no me moví. Si se estaba insinuando, no iba a responder a sus provocaciones. Y, si no se estaba insinuando, no iba a darme la vuelta de todos modos. Tommy apagó la luz y se tumbó de nuevo. Tiró de la manta y me destapó un poco. Tiré, recuperé terreno, y él volvió a tirar.
               -Tommy, para-protesté. Él se acercó a mí, me dio un beso en el cuello y no hizo más movimiento. Aparte de ponerme el brazo en la cintura.
               Pasó el tiempo. Y yo no me dormía.
               Zoe viene mañana. Zoe viene mañana. Zoe viene mañana.
               No me había sentido así en toda mi vida. Me daban ganas de vomitar. Ni siquiera me había puesto así en mi primer casting, ni cuando el de Victoria’s Secret, ni en todos los demás que habían hecho posible el de VS tras mi primer casting. Ninguna campaña había sido tan importante para mí como para retorcer todo lo que tenía dentro.
               Si Tommy tenía algo que no le gustara a Zoe, yo me moriría. Necesitaba que lo encontrara perfecto. Que no tuviera ningún defecto a los ojos de mi mejor amiga.
               La única opinión que importaba era la de Z. Y si ella me llevaba aparte y me decía “es guapo, pero no me gusta para ti”, estaríamos jodidos.
               Estaba enamorada de él. Joder, estaba hecha para él; a ningún otro le habría permitido verse con otra chica mientras estaba conmigo, ningún otro osaría siquiera conocer a otra mujer cuando disfrutaba de mis atenciones.
               Ningún otro me había hecho pensar que puede que no pasara nada si de repente engordaba y me echaban de una pasarela.
               Ningún otro me había hecho ver Nueva York en un tono gris y sucio.
               Ningún otro me había hecho el amor.
               De ninguna manera.
               Tommy se dio la vuelta, por fin dormido. Se puso boca arriba y me permitió escuchar cómo respiraba profundamente, raptado por algún dios en cuyos brazos no iba a permanecer mucho. Me eché a temblar. Sabía lo que quería. Lo quería a él, lo quería ahora, iba a tenerlo.
               Algún reloj de la casa en que yo no había reparado nunca había sonado varias veces, en diferentes tonos y a distintas horas, cuando yo terminé mi metamorfosis en la Diana que había sido antes de que Tommy me poseyera por primera vez, antes incluso de saber que Tommy existía en su máximo esplendor, como ahora lo estaba haciendo.
               Encendí mi luz y me incorporé. Él frunció el ceño en sueños, pero nada más.

domingo, 23 de abril de 2017

Pizquita.

Soy ligera. Estoy flotando en algo. No tengo nada de peso.
               Creo que es líquido. Estoy mojadita.
               Oh, vaya. Tengo cuerpo.
               Y manitas.
               Abro los ojos.
               Vaya, pero si tengo ojos.
               Sí, estoy en algún líquido. Y en un sitio en penumbra. Hay muy poca luz. Apenas puedo distinguirme.
               Y estoy apretada. Sé que tengo espacio de sobra, pero me siento un poco… encerrada.
               Abro y cierro las manos. Me gustan mis dedos. Me emociona tenerlos. Me revuelvo. Uno de mis pies choca contra la pared flexible que me recubre. Automáticamente, se oye un sonido. Más tarde lo identificaré con una voz. Y no sólo eso: una voz de mujer.
               Todo se oscurece un poquito más. Siento una presión alrededor de mí. Pero la presión es tranquilizadora. Igual que la voz.
               Vuelvo a cerrar los ojos. Bostezo. Me ha vuelto a dar el sueño.
               Mi madre sonríe y mira al frente, contemplando los edificios enfrente del suyo. Ha dejado de hacer frío.
               Se pregunta si me echará de menos.
               Sí. Soy suya. Pero sabe que no puede darme una vida buena. Pronto tendrá que regresar. Lo mejor es que yo me quede aquí. Incluso una niña sin madre en Inglaterra tiene más futuro en el sitio a donde está obligada a volver.
               Susurra mi nombre, un nombre por el que yo nunca voy a responder.
               Doy otra patadita.
               Y me quedo dormida.
              

               Me duele. Muchísimo. Y me agobia.
               Algo le ha pasado a la pared. Creo que tiene una grieta. Yo ya no puedo flotar como lo hacía antes. El líquido que sobraba se ha marchado. Me estoy quedando sin fuerzas.
               Tengo que salir.
               Mi madre quiere que salga.
               Pero yo estoy a gusto donde estoy.
               O lo estaba, hasta que las cosas se pusieron feas.
               No quiero marcharme. Mi cabeza choca contra algo. Algo me está empujando para que mi cabeza choque. Es muy agobiante. No puedo salir. Deja de empujarme. No hay espacio.
               Poco a poco, la grieta se hace mayor. Me va tragando. Tengo mucho miedo. ¿Qué me está pasando? ¡No quiero marcharme!
               Mi nuca asoma por la grieta. No es muy profunda. Es tan profunda como grande. Enseguida tengo una parte de mí en el otro lado. Hace frío. Y hay una sensación nueva en mi frente… está seca. No sé qué es estar seca. No me gusta.
               Sigo saliendo. Hay gritos. Algo me acaricia la nuca. No me gusta. No me gusta, no me gusta. No quiero marcharme. Quiero volver.
               Mi nariz está sobre la grieta. Me duele todo. No puedo pasar. Pero, misteriosamente, paso.
               Oigo voces. Alguien grita. Un par de caras se han inclinado hacia mí. Yo no las veo. Tengo los ojos cerrados. No he visto nada de lo que hay más allá de mi pared. No sé si quiero.
               Mi cabeza atraviesa la grieta. Unas manos me recogen. Me alejan de la grieta. La luz es cegadora.
               No puedo respirar.
               Me estoy muriendo. Necesito ayuda.
               Alguien me hace algo. Oigo un grito. Y me asusta. Yo también grito. Y mis pulmones se llenan de aire. Estoy respirando, por primera vez.
               Quiero volver.
               Me envuelven en una manta.
               Cortan algo que me sale de la tripa.
               Me limpian, me miran, me recogen. Unos ojos se clavan en mí. Sonríen. La mujer que me sostiene sonríe.
               Susurra mi nombre.
               No me besa.
               Mi madre biológica sabe que, si me besa, no podrá dejarme atrás.
               Y, por el bien de las dos, debe dejarme atrás.

jueves, 20 de abril de 2017

Plan B, B de banda.

¡Muchísimas gracias por los comentarios de la anterior entrada! Me ha hecho muchísima ilusión volver a leeros. No sabéis la alegría que me da cuando me escribís.
Os espero el domingo en SABRAE. Y, sin más dilación:

El día nos acompañaba a los que queríamos quedarnos dentro del instituto sin hacer absolutamente nada.
               Y teniendo más posibilidades de ver a nuestras chicas.
               La cafetería estaba abarrotada de críos menores que nosotros buscando un huequecito donde sentarse; yo había aprendido hacía tiempo que era inútil hacer aquello si no eras de último curso. Y los de último curso no necesitábamos buscar sitio, por la misma razón por la que no tenía sentido hacerlo cuando no estabas a punto de marcharte del instituto.
               Porque tenías que ceder los sitios que hubiera a los mayores. Así de simple. O te levantabas tú, o te levantaban a bofetadas.
               Y lo mejor de todo era que ni siquiera había sitio para todos los que estábamos a punto de graduarnos en aquella cafetería. Con lo que era una lucha a muerte.
               Me fijé en su melena dorada como los rayos de sol reflejándose en una flor de primavera en cuanto entró en la cafetería. Ya sabía que me echaba de menos, tanto o más que yo a ella, porque una cosa es añorar lo que no puedes disfrutar de ningún modo, y otra diferente era echar de menos algo de lo que sólo obtenías pedacitos. Se vive mejor sin comerte una tableta de chocolate entera cuando nadie te ofrece ni una triste onza.
               Las chicas estaban discutiendo sobre quién tenía los mejores apuntes de toda la clase mientras Diana miraba en derredor, esperé, recé, deseé, que buscándome. Por fin, sus ojos se toparon con los míos, su sonrisa escaló de sus labios sabor a fruta de la pasión hasta la explosión de color selvático de sus ojos, y empezó a caminar hacia mí.
               Bueno, decir que caminó hacia mí sería un insulto para lo que hizo. Se deslizó como una diosa que se paseara por su creación, cuidando y refortaleciendo del mundo que acababa de crear.
               No podía dejar de mirar el contoneo de sus caderas, los ligeros botes que daba su pelo mientras venía hacia mí, el efecto que sus pasos tenía en su cuerpo, la forma en la que se balanceaban sus pechos a medida que iba eliminado la distancia que nos separaba.
               El mundo podría desmoronarse a mi alrededor y a mí no me importaría menos: estaba demasiado ocupado admirando aquella divinidad bajada de las estrellas para hacerme creer, aunque fuera un segundo, el tiempo que dedicara en besarme, que yo era la criatura más importante del universo.
               Es por eso que no me di cuenta de que Max se sentaba en la silla a mi lado, la que se suponía que iba a ser para ella, y se inclinaba sobre su café mientras Jordan arrastraba una silla de una mesa en la que dos chicas intentaban ponerse al día con unos deberes que no habían hecho. Esos somos Scott y yo, habría pensado de haberlas visto, y una punzada me habría atravesado el corazón, porque eso de ir al instituto sin él era una mierda…
               … pero, como estaba demasiado centrado en mi americana, ni me enteré.
               -Hola-saludó con ese acento dulce, mirándonos a todos y a la vez sólo a mí (pero sin ponerse bizca ni nada, fue algo bastante raro). Se inclinó y me dio un beso en los labios, la noté sonreír en cuanto nuestras bocas se rozaron.
               -Hola-respondí casi sin aliento. No podía creerme que esa criatura me hubiera elegido precisamente a mí, de entre todos los chicos que había en el mundo, como su compañero y como su novio. Alguien debía de estar sosteniendo la balanza del destino para asegurarse de que a mí me tocara todo lo bueno; sólo esperaba que el desgraciado que tuviera que compensar mi exceso de suerte no estuviera quedándose sin fuerzas, porque de verdad que necesitaba que aguantara un poco más.
               Mis amigos soltaron un sonoro y alargado “uh” cuando notaron cómo mis pulmones se vaciaban. Diana se apartó el pelo de la cara, se colocó un mechón tras la mejilla, y miró a cada uno durante un segundo. Se mordió el labio y Max me dio un codazo.
               -Búscale una silla a tu chica, joder, Tommy. Sé educado.
               Diana se echó a reír, las manos entrelazadas sobre su vientre.
               -Sí, T, ¿y tus modales ingleses?-me picó, y yo alcé las cejas.
               -¿Acaso tienes queja de cómo te trato?-repliqué, negando con la cabeza. Con un poco de suerte, se sentaría en mi regazo. No iba a ir a por una silla para ella. Bastante tenía ya con no poder pasar juntos todo el tiempo del que disponíamos. Tenía que estar con S. Tenía y necesitaba estar con S.
               Puede que compensara nuestra separación ahora, en el recreo, teniéndola tan cerca que incluso nos sintiéramos el pulso a través del cuerpo del otro.
               Diana sacó la lengua, cerró los ojos y se inclinó un poco hacia delante mientras se la mordía con aquellos dientes blanquísimos. Luego, contoneándose más incluso de lo que había hecho al venir, rodeó la mesa y se sentó en las rodillas de Jordan, que se echó a reír mientras yo lo fulminaba con la mirada. Didi le guiñó un ojo y, después, me lo guiñó a mí mientras le pasaba un brazo por los hombros.
               Alec llegó con Logan y se nos quedó mirando mientras el segundo buscaba una mesa en la que sentarse.
               -Joder, ¿exceso de aforo?-preguntó-. Didi, si tan poco te satisface Tommy, no te recomiendo que te vayas con Jordan. Yo puedo hacértelo pasar mejor-se ofreció, haciéndose hueco entre el susodicho y Max. Le intenté dar una colleja, pero fracasé.
               -Lo que hacéis los hetero por echar un polvo-se rió Logan, que había pasado a abrazarse a sí mismo y hacer coñas con la sexualidad de los demás en un tiempo récord. Alec sonrió y le revolvió el pelo.
               -T no quería ofrecerme asiento, así que se me ocurrió sentarme con Jordan. Por cierto, Jor, eres bastante cómodo-le sonrió. Yo puse los ojos en blanco.
               -Sí, claro. ¿Os busco una cortina, para que hagáis cosas sucias en la intimidad?
               -O podéis hacerlas con público-sugirió Max, y todos se echaron a reír. Todos menos yo. Se iba a enterar esa tarde, madre mía.

martes, 11 de abril de 2017

Divinidad femenina.

Tommy había nacido con varios dones; Eri se había asegurado de traerlo al mundo de esa manera. Podría detenerme en todos los buenos, en los que hacían que todo el mundo lo adorara y se muriera por estar cerca de él, en cómo conseguía tranquilizarme en cualquier situación…
               … pero no me daba la gana.
               Porque el mayor de todos esos dones no era otro que la capacidad que tenía para tocarme los huevos sin esfuerzo. Sabía exactamente dónde estaba mi punto más sensible y cómo explotarlo. Sabía a qué lugar apuntar. Sabía cómo conseguir que me cabreara en segundos, con palabras o actos que en los demás no me molestarían, pero en sí… porque las hacía sólo para molestarme.
               Y lo de la banda tenía que ser sólo para molestarme.
               Cuando había llegado por la tarde y me había dicho que más tarde se iría a su casa, yo sólo asentí con la cabeza y dije que necesitaba espacio para mí. Él puso los ojos en blanco y me preguntó si no tenía bastante por las mañanas. Me apeteció pegarle un puñetazo. De hecho, se lo pegué, pero él se rió, y hasta allí llegó nuestro intento de bronca.
               Fingí que no me importaba cuando se fue de mi casa y me dijo que volvería pronto, pero lo cierto es que, nada más irse, yo fui a la habitación de los graffitis y me obligué a entretenerme terminando el mural de Diana y Layla. Empecé a cogerles un poco de asco porque podrían estar disfrutando de él y yo no, pero me dije que estaba siendo un crío y que no debería pensar en esas cosas.
               Estaba tirado en la cama cuando volvió. Me lo quedé mirando, a la espera de que me saludara como me merecía, como necesitaba. Se sentó a mi lado en la cama y me acarició la cabeza como si fuera un perrito.
               -¿Qué tal en casa?-pregunté. Se encogió de hombros.
               -Bien.
               Esperé a que me pusiera la mano en la mejilla. Era la señal para que yo hiciera lo mismo. Por fin, después de lo que me pareció una puta eternidad, lo hizo. Yo me incorporé y le puse la mía en la mandíbula. Estuvimos un rato mirándonos a los ojos, tranquilizándonos por ese contacto, reequilibrando nuestras energías vitales y mezclando nuestras esencias. No se apartó hasta que yo no lo hice, un poco más calmado.
               Se tumbó a mi lado y nos pusimos a ver una serie. No dijimos nada, como si hubiéramos estado toda la tarde juntos y no tuviéramos nada que contarnos.
               -¿Qué tal con Diana?-quise saber, después de un rato. Tenía ganas de bronca, y sabía que podía conseguirla gracias a la americana. Seguro que él se las apañaría para llevar la conversación de nuevo hacia su sugerencia, dándome derecho a mí para ponerme como una fiera y poder descargar toda la rabia.
               A no ser, claro, que se hubiera acostado con ella.
               -Estaba trabajando-replicó, mirando su teléfono, en el que no tenía ningún mensaje. Asentí con la cabeza.
               -Entonces, ¿nada de sexo?
               Los ojos de T chispearon un segundo. Sonrió.
               -No habría vuelto tan pronto de haber estado con ella.
               Puse los ojos en blanco.
               -Genial, T.
               -Venga, S, ya sabes por qué…
               -No, déjalo. Lo aprecio un montón-bufé, ajustando la pantalla del ordenador. Tommy se incorporó un poco y me miró.
               -Yo también te he echado de menos, ¿sabes?
               -Sí, claro. Entonces, ¿por qué no viniste antes?-quise saber. Había dicho que vendría mucho antes de lo que terminó llegando.
               -Tenía cosas que hacer-replicó, envarándose-. ¿De verdad quieres que nos peleemos tan pronto, Scott?
               -No lo sé, Tommy, ¿vamos a pelearnos?-repliqué. Tommy puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza. Se tumbó de nuevo a mi lado, poniendo una prudente distancia entre nosotros, no le fuera a terminar mordiendo.
               Y, por fin, soltó lo que le estaba dando vueltas por la cabeza.
               -Voy a volver a dormir a casa.
               -Creía que mi casa era la tuya-contesté. Tommy bufó, bajó la tapa del ordenador y se me quedó mirando, de nuevo sentado-. ¡Estaba viendo el episodio!
               Lo único que hizo fue alzar las cejas.
               -La echo de menos.
               -¿A quién? ¿A Layla?-le pinché, pero no mordió el anzuelo. Sólo inspiró hondo y cerró los ojos, contando hasta 10. No hagas eso. Quiero bronca.
               -A Diana-dijo por fin.
               -Ya, bueno, ¿y a mí no me echas de menos?-acusé. Tommy se rió entre dientes. Era increíble el aguante que tenía cuando no le davala gana discutir. Pero cuando le apetecía tener movida, con que respiraras a su lado era más que suficiente.
               -Ya hemos estado juntos bastante, tío. Además, hace siglos que no paso tiempo con ella.
               -Ok-contesté. Me dio un puñetazo suave en el hombro.
               -No te piques.
               -¿Quién se pica?
               Tommy sabía que yo quería que pasáramos más tiempo juntos. Eleanor estaba increíblemente liada y no podía venir a verme, y yo necesitaba el apoyo de mi mejor amigo, que había decidido de repente que echar un polvo era más interesante que unas partidas a la Xbox.
               Bueno, vale, los polvos eran más interesantes que unas partidas a la Xbox. ¡Pero las iba a echar conmigo! ¿Eso no era un plus?
               Me tocó esperar hasta la mañana siguiente para poder soltarle una pullita y quedarme más a gusto.
               -Este plan tuyo no va a funcionar-le dije mientras metía sus libros en la mochila.
               -¿Qué plan?
               Hice un gesto con la mano en dirección a mi habitación, que estaba a punto de vaciarse a pesar de tener a una persona dentro.
               -Este plan. No voy a ceder a lo de la puñetera banda sólo porque me mates de aburrimiento.
               -¿Cuánto quieres apostar a que voy a terminar convenciéndote para que la hagamos?-me provocó, con su mejor imitación de mi sonrisa de Seductor™. Bueno, más que una imitación, era toda una reedición, un nuevo lanzamiento
 del mismo libro con una portada y edición totalmente novedosas.
               ¿Por qué era yo el que más follaba de los dos? Si él era mejor persona que yo, más atento con las chicas, tenía mejor sonrisa, e incluso los ojos azules.
               Joder, hasta yo me lo tiraría sin pensármelo dos veces, de ser una tía.
               -No voy a entrar en ninguna puta banda. Tus truquitos no funcionan conmigo-anuncié, cruzándome de brazos. Se rió, me apeteció partirle la boca y saltarle todos los dientes, y se inclinó a darme un beso que yo no le devolví.
               -Pero, Malik-me susurró al oído-. Si todos mis truquitos los empecé a usar contigo.
               -Vete a la mierda-insté-. Y dios te libre de separarle las piernas a Diana llevando esos vaqueros-añadí-. Deja de cogerme la ropa.
               -¿Es que no los has usado con Eleanor?-Tommy puso los ojos en blanco.
               -No lo sé, Thomas, ¿el agua moja?
               Tommy volvió a reírse y se marchó después de preguntarme cómo llamaríamos a la banda, a lo que yo respondí:
               -¿Qué tal: Tommy Tomlinson es gilipollas por pensar que voy a entrar en una banda con él?
               -Es un nombre un poco largo; impediría que nuestras fans se hicieran cuentas con ese nombre de usuario.
               -Déjame tranquilo.

sábado, 8 de abril de 2017

Terivision: The sun is also a star.

¡Hola, startie! Te traigo de nuevo una reseña, aunque esta vez no es tan fresca como las anteriores. Se trata de:
 
La portada es preciosa mADRE MÍA
The sun is also a star, de Nicola Yoon. Leí el libro justo después de Everything, Everything, dado que era de la misma autora y la verdad es que me quedé tan prendada del otro que no pude resistirme a probar el siguiente. En The sun is also a star, dos historias se cruzan: la de Natasha, una inmigrante irregular en Estados Unidos que será deportada esta noche, y Daniel, un hijo de inmigrantes coreanos que se dirige a una entrevista para entrar en la universidad. Por cosa del destino, sus vidas se cruzan, y Daniel queda prendado de Natasha. Decidido a sacarla de su lado cínico y desconfiado en el amor, él le pide que le deje demostrarle que están hechos el uno para el otro.
Ahora, en frío, después de que la influencia del libro haya dejado de ser tan fuerte, confieso que tengo sentimientos encontrados en lo relativo a él. Por un lado, me gusta la frescura con la que se moldea a los personajes: es de las pocas veces en que es la chica la que pone el freno en las situaciones, la que no deja que las cosas escalen y la que no permite que sus sentimientos afloren. El chico es el romántico y ella es la cínica.
Por otro lado, me encanta la idea de los mundos distintos pero a la vez similares de los que provienen los protagonistas. Natasha nació en Jamaica, Daniel es coreano de segunda generación; ella se siente comodísima en Nueva York, mientras que él siente que no termina de encajar a pesar de no haber pisado nunca Corea. La trama es bastante original, y me ha gustado especialmente lo rápido que tiene que ser todo y la evolución que ves en los personajes: por la mañana están dubitativos con respecto a su futuro, pero a medida que pasan más tiempo juntos se van dando cuenta de que no tenían las cosas tan claras y de que, quizás, el amor sí que se pueda producir como un experimento.
Lo que no me ha gustado de la trama ha sido la insistencia de Daniel. Vale que, sin él, nos quedaríamos sin historia, pero hay ocasiones en las que él se pone tan terco con eso de llevarle la contraria a ella que me apetecía pegarle un bofetón. No conoce a Natasha de nada y ya intenta hacerle cambiar de una opinión que ni siquiera entiende, bajo la excusa de “te voy a enseñar que en realidad somos almas gemelas”. Me pareció la típica situación en la que un hombre se siente con la necesidad de venir y explicarte, no sé, los efectos que tiene el machismo en ti como mujer. Mansplaining total, vamos.
Escrita en una forma directa y sencilla, más elaborada en el caso de las narraciones de Daniel, la autora va alternando entre sus dos puntos de vista y, de vez en cuando, dedica un capítulo a algo relevante en la historia: la vida de un personaje muy secundario pero cuya influencia se extiende a lo largo de la novela, el porqué de ciertos eventos, una conexión entre el final y el principio del libro… ah, y también relatos más técnicos sobre, por ejemplo, la historia del pelo de los pueblos africanos o del negocio coreano de productos de pelo para negros. En ocasiones estas historias pueden estar situadas en un momento que te corta mucho el rollo, pero, en general, se agradecen bastante. Lo cierto es que son interesantes.
Lo mejor: los cambios en los personajes, que notas tanto en sus diálogos como en las narraciones.
Lo peor: Daniel no terminó de caerme muy bien.
La molécula efervescente: algunos diálogos del final y reflexiones de los protagonistas que me hicieron llorar. No por la historia en sí, sino porque me hicieron meditar sobre lo que estaba sucediendo y mi propia vida. Se podría decir que este libro ha resucitado mis sueños en el momento en que más lo necesitábamos ambos.
Grado cósmico: Estrella {4/5}. Hay en este libro un rayo de esperanza que nos puede venir muy bien a algunos. Yo, desde luego, lo agradecí.
¿Y tú? ¿Ya lo has leído? Si es así, ¡no dudes en dejarme tu impresión sobre él! 


sábado, 1 de abril de 2017

Es para comérsela.

Scott se me quedó mirando. En aquellos ojos que tan bien conocía pude ver desarrollarse el mismo proceso que antes había sucedido en mí.
               Me pregunté si alguien podría verlo como yo lo podía ver en él.
               Pero, como personas diferentes que éramos, tomamos caminos diferentes. Donde yo me había cerrado en banda totalmente y había desechado la idea un momento, él dejó que calara en lo más profundo de su ser, como una gota de lluvia que se filtra en dirección a su manantial.
               Y descubrió que esa agua era venenosa.
               Por mí, haría el esfuerzo de bebérsela, y no intentar hundirme en ella para que todo mi ser se redujera a cenizas. Por mí, y por él, por nosotros, por los dos.
               Él y yo teníamos las mismas razones, navegábamos en el mismo barco. El único problema era que íbamos en direcciones distintas.
               Esperaba ser yo quien controlara las velas.
               -Estás borracho-dijo por fin, y luchó por no bufarme en la cara de puro agotamiento que le ocasionaba ser amigo mío. Pero no lo consiguió.
               -Y tú eres hermoso-contesté, intentando quitarle hierro al asunto. Si conseguía que se riera, me sería más fácil convencerle. Si conseguía que no le ofendiera mi propuesta (porque no era tan ofensiva como a él le parecía, y, aun así, era la única opción que teníamos), me escucharía.
               Pero se echó a reír.
               Ya le había ofendido.
               -Eres gilipollas-se frotó la cara-, mira que despertarme para vacilarme de esta manera…
               -Te lo estoy diciendo en serio-repliqué, sereno. No iba a ser yo quien empezara a gritar. Ya sabíamos qué pasaba cuando era yo el que empezaba a gritar.
               Scott volvió a reírse con cinismo. Me apeteció pegarle un puñetazo. Todavía me pregunto cómo es que no lo hice. Puede que estuviera medio dormido y por eso no se ocurría apelar a sus sentimientos, y no a su razón, para conseguir convencerlo. Me llevaría un par de días darme cuenta de que lo que Scott necesitaba no era guiarme a ningún sitio, sino seguirme a mí.
               -No, joder-aulló, y empezó a subir el volumen a medida que iba avanzando en las palabras, dejando que la rabia tomara el control de sus cuerdas vocales y de su cuerpo. Cerró los puños y negó con la cabeza, se pasó una mano por el pelo-. No me lo puedes estar diciendo en serio. No puedes ir en puto serio con lo de formar una banda, porque, ¿sabes qué es una banda también? One Direction-escupió, y lo hizo con asco, y mentiría si dijera que podía culparle, mentiría si dijera que me molestó de alguna forma que lo hiciera de esa manera, aunque le debiéramos literalmente nuestras vidas a esa banda, porque One Direction nos había quitado todo lo demás. Nos había hecho existir, pero, ¿a qué precio?
               A crecer viendo cómo nuestros padres se marchaban.
               A no hablar con papá de cómo llevaba mamá su ausencia en el primer tour internacional que hicieron después de que Scott y yo naciéramos, porque si la mencionábamos, se me terminaría escapando que estaba embarazada, que iba a tener un hermanito que iba a ser una sorpresa, y que me preocupaba mucho cómo me iba a dejar eso con Scott. Si yo tenía un hermano y me llegaba otro, ¿tenía que dar de lado al primero para cuidar al segundo?
               A verlos en la tele cuando éramos pequeños y no entender lo que pasaba, a intentar hablar con ellos y que no nos respondieran, sordos y mudos a nuestra presencia, como si no existiéramos.
               A las noches no pudiendo entrar en la sala de los premios porque estaban escribiendo allí. A escuchar canciones geniales que no íbamos a volver a oír en nuestras vidas. A escuchar canciones que no nos gustaban por la radio una, y otra, y otra vez.
               A no ser Scott y Tommy.
               A ser Zayn y Louis.
               A no tener identidad propia, no tener un físico propio, sólo ser “Dios, igual que tu padre”. A preguntarnos de mayores si nuestras madres nos querían porque éramos sus hijos, o porque éramos iguales a sus maridos.
               A contestarnos que ellas nos querían porque éramos sus hijos, y casi, casi, punto… porque también ayudaba que nos pareciéramos a sus maridos.