domingo, 23 de abril de 2017

Pizquita.

Soy ligera. Estoy flotando en algo. No tengo nada de peso.
               Creo que es líquido. Estoy mojadita.
               Oh, vaya. Tengo cuerpo.
               Y manitas.
               Abro los ojos.
               Vaya, pero si tengo ojos.
               Sí, estoy en algún líquido. Y en un sitio en penumbra. Hay muy poca luz. Apenas puedo distinguirme.
               Y estoy apretada. Sé que tengo espacio de sobra, pero me siento un poco… encerrada.
               Abro y cierro las manos. Me gustan mis dedos. Me emociona tenerlos. Me revuelvo. Uno de mis pies choca contra la pared flexible que me recubre. Automáticamente, se oye un sonido. Más tarde lo identificaré con una voz. Y no sólo eso: una voz de mujer.
               Todo se oscurece un poquito más. Siento una presión alrededor de mí. Pero la presión es tranquilizadora. Igual que la voz.
               Vuelvo a cerrar los ojos. Bostezo. Me ha vuelto a dar el sueño.
               Mi madre sonríe y mira al frente, contemplando los edificios enfrente del suyo. Ha dejado de hacer frío.
               Se pregunta si me echará de menos.
               Sí. Soy suya. Pero sabe que no puede darme una vida buena. Pronto tendrá que regresar. Lo mejor es que yo me quede aquí. Incluso una niña sin madre en Inglaterra tiene más futuro en el sitio a donde está obligada a volver.
               Susurra mi nombre, un nombre por el que yo nunca voy a responder.
               Doy otra patadita.
               Y me quedo dormida.
              

               Me duele. Muchísimo. Y me agobia.
               Algo le ha pasado a la pared. Creo que tiene una grieta. Yo ya no puedo flotar como lo hacía antes. El líquido que sobraba se ha marchado. Me estoy quedando sin fuerzas.
               Tengo que salir.
               Mi madre quiere que salga.
               Pero yo estoy a gusto donde estoy.
               O lo estaba, hasta que las cosas se pusieron feas.
               No quiero marcharme. Mi cabeza choca contra algo. Algo me está empujando para que mi cabeza choque. Es muy agobiante. No puedo salir. Deja de empujarme. No hay espacio.
               Poco a poco, la grieta se hace mayor. Me va tragando. Tengo mucho miedo. ¿Qué me está pasando? ¡No quiero marcharme!
               Mi nuca asoma por la grieta. No es muy profunda. Es tan profunda como grande. Enseguida tengo una parte de mí en el otro lado. Hace frío. Y hay una sensación nueva en mi frente… está seca. No sé qué es estar seca. No me gusta.
               Sigo saliendo. Hay gritos. Algo me acaricia la nuca. No me gusta. No me gusta, no me gusta. No quiero marcharme. Quiero volver.
               Mi nariz está sobre la grieta. Me duele todo. No puedo pasar. Pero, misteriosamente, paso.
               Oigo voces. Alguien grita. Un par de caras se han inclinado hacia mí. Yo no las veo. Tengo los ojos cerrados. No he visto nada de lo que hay más allá de mi pared. No sé si quiero.
               Mi cabeza atraviesa la grieta. Unas manos me recogen. Me alejan de la grieta. La luz es cegadora.
               No puedo respirar.
               Me estoy muriendo. Necesito ayuda.
               Alguien me hace algo. Oigo un grito. Y me asusta. Yo también grito. Y mis pulmones se llenan de aire. Estoy respirando, por primera vez.
               Quiero volver.
               Me envuelven en una manta.
               Cortan algo que me sale de la tripa.
               Me limpian, me miran, me recogen. Unos ojos se clavan en mí. Sonríen. La mujer que me sostiene sonríe.
               Susurra mi nombre.
               No me besa.
               Mi madre biológica sabe que, si me besa, no podrá dejarme atrás.
               Y, por el bien de las dos, debe dejarme atrás.
              
Mi madre está llorando. Lleva llorando desde que me envolvió en la manta más suave que ha conseguido. No tiene mucho en el refugio. Pero se las han apañado para conseguir una manta en condiciones en la que poder envolverme.
               Me coloca con mimo en la cesta. Desde que se enteró que me esperaba, destina todo lo que consigue en la calle a mí. Apenas se guarda una parte para comer.
               Todos los que me han conocido en estos días de mi vida, los primeros, se despiden de mí con gesto triste. Alguno me da incluso besos. Saben que se lo pueden permitir.
               A mi madre no se le ocurre disfrutar de ese lujo.
               Me lleva en la cesta, en silencio, en mitad de la noche. Yo me mantengo callada. Soy buena, y rara vez hago algún ruido. Lloro lo imprescindible.
               Por fin llegamos. Mi madre se limpia las lágrimas. Me apoya en una barandilla, sujetando el extremo de la canasta en la que me ha guardado, y saca un papel arrugado del bolso de su abrigo. No es necesario. Se sabe la dirección de memoria.
               El edificio está en silencio.
               Abre la verja. Se mete dentro. Me mira un segundo, sin poder parar de llorar. ¿Qué pasa? ¿Por qué está triste? ¿Van a hacerme daño? ¿Se lo van a hacer a ella?
               Me deposita en el suelo. Me acaricia la cara. Suspira cuando me remuevo y me destapo. Vuelve a taparme. Vuelvo a destaparme. Vuelvo a taparme.
               Me mira largamente. Mira la puerta, y luego, de nuevo, a mí. Se besa la punta de los dedos, y luego, me toca con ella.
               Jamás se perdonará no haberme dado ni un solo beso, aunque eso signifique ponerme en peligro. No ha sufrido durante todo mi parto para dejar que me muera de hambre allá donde va. No me ha tenido en la habitación que comparte con otras 8 personas para arruinarlo todo ahora, dándome un beso.
               Me acaricia la cara de nuevo. Me vuelve a besar. Dice algo que yo no entiendo, porque nadie me enseñará el idioma de mi familia biológica. Nadie sabe quién es mi familia biológica.
               Me está pidiendo perdón.
               Me está diciendo que me quiere.
               Y me está deseando suerte.
               Me arrulla, me tira un beso, acerca mi cesta a la puerta, se incorpora, y se marcha.
               Mira atrás un millón de veces, pero yo nunca sabré eso. Porque estoy mirando la puerta.
               Estoy preocupada.
               ¿Y si no se abre?
               Me quedo donde estoy, esperando a mi madre.
               Pero ella no vuelve.
               Se odiará por siempre, pero se ha informado. Aunque yo haya nacido en Inglaterra, soy hija de refugiados. Pertenezco a mi país. Me obligarán a volver con ella. Me matarán en la guerra, si no me ahogo en el Mediterráneo antes. Quizá tenga suerte y no me maten, pero me conviertan en esclava sexual mucho antes de cumplir los 10 años. África es la cuna de la vida. África es mi continente. Pero ahora, África está infectada. No puedo pertenecerle a África.
               Eso es lo que hace que no vuelva. No darme un beso es lo que hace que se odie por siempre.
               Me empieza a doler el estómago. Tengo hambre. Empiezo a llorar. Necesito que vuelva mi madre.
               No lo hace. Mi llanto, en su lugar, enciende una luz. Pero yo no puedo tomar luz. Necesito leche. Continúo llorando, aun incluso cuando se abre la puerta frente a mí, y una mujer, espantosamente blanca, clava los ojos en mí.
               Por lo menos, su mirada es suave.
               Dice algo. No la entiendo. Es un idioma distinto del de mi madre, aunque yo eso no lo sé. Se inclina hacia mí. Me saca de la cesta. Me sostiene en sus brazos. Me reconforta un poco. Pero no lo suficiente. ¿Dónde está mi madre? Quiero que vuelva. Necesito que me dé un abrazo, de esos que me llenan la boca de leche.
               Me está preguntando si tengo hambre. Y si estoy sola. Me llama pequeña.
               Cuando tenga una familia, y mi hermano me llame “pequeña”, voy a ponerme loquísima. A hacer como que me enfurece que me diga eso. Jo, ya sé que soy pequeña.
               Pero, en secreto, me gustará que me llame pequeña. Y que me acaricie la cintura cuando me lo dice. Y que me dé un beso en la mejilla.
               Mi primer “pequeña” lo escucho con un “¿estás sola, pequeña?”.
               Mi “pequeña” favorito vendrá con un “no te enfades, pequeña”.
               Mira en derredor. No soy la primera que aparece en estos términos. Suspira. Grita algo. Debe de ser un nombre. Otra mujer, más bien una chica, baja por las escaleras, corriendo. Se anuda la bata. Me mira con aprensión, triste. La mujer recoge mi cesta mientras la chica se sienta conmigo, paciente, en un sofá. Me acaricia la espalda, intentando calmarme.
               Entiende lo que necesito. Mira a la mujer, que asiente.
               Se abre la bata. Me abraza… y mi boca se vuelve a llenar de leche.

Llevo una eternidad aquí. No llega al día, pero para un bebé, eso es todo un eón. Nadie me hace caso. Me aburro mucho. Me han puesto algo que se mueve, brilla y tiene colores encima de la cuna… pero se han olvidado de cambiarle las pilas. Y ya no se mueve. Así que ya no brilla.
               Los colores se quedan estáticos.
               Me colocan en el salón. Apenas hay nadie allí ahora; sólo un par de niños, con la vista fija en una caja en la que hay encerrada gente. Esa gente debe de ser maga, porque no para de moverse, desaparecer y volver y aparecer, como si nada.
               Nunca he visto una televisión.
               Es fascinante.
               Pero, claro, enseguida me meten de nuevo en la cuna. Y le dicen a un niño que la agite de vez en cuando. Él coloca la mano sobre un borde y la mueve, distraído. No quiere perderse nada de lo que están haciendo los magos.
               No oigo ninguna puerta abrirse, pero lo hace. No es mi nodriza. Y la directora, la mujer de mediana edad, ya está en la casa. Deben de ser algunos de mis compañeros de vivienda. Han llamado a la puerta.
               Entra una pareja. Lo noto por cómo se quedan callados un segundo los niños. Y luego, siguen a lo suyo. Pierden el interés nada más verlos entrar. Nada de galletas nuevas. Nada de una excursión. Las parejas no son interesantes. Son tan escasas que no sirven. A veces, alguna pareja entra, y se llevan a uno de nosotros. Creo que estamos en una especie de tienda de niños.
               Quiero pensar que yo soy una apetecible lechuguita. Me gustan las lechugas. Son bonitas.
               La pareja está acompañada. Mientras hablan con la directora y la cuidadora, una anciana de pelo blanco, el niño se suelta de la mano de la chica con la que viene. La chica lo mira, preocupada. El chico la coge de la cintura, le dice algo. Que no pasa nada.
               Parecen cansados.
               Vuelvo a mis quehaceres: o sea, contemplar cómo se balancean los juguetes de la cosa que flota encima de mí. Nadie le hace caso al niño. Nadie se esfuerza en impresionar a la pareja. Los que están aquí son los descartados. Yo soy una descartada.
               El niño habla con el que está a mi lado, balanceándome. Intercambian un par de palabras.
               Luego, el niño repara en mi cuna.
               Se acerca hacia mí. Se inclina a echar un vistazo dentro.
               Nos miramos un momento.
               Me gustan sus ojos: son marrones, con una pizca de verde y dorado, como serán los árboles de Navidad que pongamos en nuestra casa.
               Me gusta mucho. Es muy guapo. Su pelo es negro, como es la matita que tengo yo. Su piel es marrón, no blanca o rosa, como la de los demás… y eso me gusta. Soy la única niña de piel marrón en ese lugar.
               Quiero tocarlo.
               Estiro el bracito. Le sonrío. No quiero que piense que quiero hacerle algo. No quiero que me haga daño. Tengo que seducirlo para dejar que le toque, y no se aparte.
               A los demás niños no les gusta que yo les toque, ni tocarse entre ellos. Sólo se muestran cariño unos pocos: los mayores, con los pequeños.
               Y ese niño no es lo bastante mayor para no querer rechazarme.
               Pero… es tan guapo, y me gustaría tanto comprobar que es real, que su piel es así, que no está sucio, ni nada por el estilo…
               Me sonríe. Estira la mano, con el dedo índice por delante. Me deja que se lo coja. Lo tiene suave.
               Se inclina un poco más. Mete la otra mano en mi cuna. Me acaricia la cara. Baja su dedo por mis mejillas. Y luego, por mi cuello.
               No conozco esta sensación. Es agradable.
               Son cosquillas. Me gusta que me hagan cosquillas.
               Suelto una risita. El niño también se ríe.
               Y sale disparado, perdiendo el interés en mí.
               Me quedo quieta. Estoy muy triste. No quiero que se vaya. Para un niño que me hace caso… podríamos tener una conexión especial.
               Escucho su voz. Más bien, la oigo por encima del ruido de la tele.
               Oigo pasos. Alguien se acerca a mí. Es el niño.
               Agito los pies, feliz de que tenga ganas de volver a verme. Estira la mano y me toca de nuevo la mejilla. Recuerdo cómo me hizo cosquillas. Lo a gustito que se siente que te hagan cosquillas. Y sonrío. Vomito una carcajada de bebé. Ni siquiera sé reírme, pero al niño no le importa.
               A la chica que le acompaña, tampoco.
               Clavo los ojos en ella. Es preciosa. Tiene los mismos ojos que el niño. Es su madre, pienso, mirándola. Me sonríe con cariño. Yo le devuelvo la sonrisa. Me acaricia la mejilla.
               Me fijo entonces en el chico. El niño tiene su pelo. Y su nariz. Y su boca. Lo tiene todo de él, salvo el color de sus ojos. También me sonríe. Yo le sonrío a él.
               Me gustaría saber hablar, poder decirles “hola”.
               El niño se inclina para recogerme. Me pasa las manos por detrás de la espalda. Tira de mí. Menudas libertades se toma, el colega.
               La verdad es que no me importa.
               Me gusta cómo me coge.
               Lo hace con cariño, como si temiera que me fuera a caer, pero con firmeza, como si no estuviera dispuesto a dejar que me escurra entre sus brazos.
               -Eres muy guapa-me dice-. Quiero que seas mi hermanita.
               Me da un beso mientras sus padres hablan con la directora.
               -Te voy a cuidar mucho, seré bueno, te lo prometo-me dice. La directora está diciendo que aún no tienen mi ficha lista, que me han recogido esa misma noche, con un sobre diciendo qué día nací, y mi nombre-. ¿Cómo se llama?-pregunta mi hermano.
               Me llamo Sherezade.
               Igual que mamá.
               Mi hermano me deja en el capazo mientras papá y mamá me miran. Clava sus ojos verdes, chispeantes de felicidad, en ellos.
               -¿Podemos llevárnosla? ¿Por favor? ¡Es muy guapa!
               Me acaricia la piel de caramelo, mis ojos chispean. Me encanta que haga eso. No quiero que pare nunca.
               Mis padres se miran un momento.
               -¿Zayn?-pregunta mamá por fin. Vaya, papá se llama Zayn. Me gusta ese nombre.
               Mi hermano ya me está sacando de la cuna. Me llevará caminando a casa si es lo que tiene que hacer.
               -¿Crees que podríamos dejarla atrás ahora, Sher?
               Oh, mamá se llama Sher. Suena como “cereza”, pero… sin el “eza”.
               Me gusta ese nombre. Es precioso. Como mamá.
               -Aunque pudiéramos, ¿nos dejaría Scott?
               -No-aseguró mi hermano. Scott. Me gusta ese nombre. Suena bien. Scott.
               Scott me mira. Me da un beso en la mejilla. Es mi primer beso en la mejilla. La nodriza siempre me los da en la frente, mientras mamo. Y cuando me quedo dormida, para calmarme.
               Pero me gusta el beso que me da Scott. Puede que más que el de la nodriza. Tengo unas mejillas muy blanditas. Me gustan mis mejillas.
               Me río. Scott también se ríe.
               -Mira, papá, le gusta que le dé besos-celebra, dándome más. Me pega contra él. No quiero que me suelte. Está calentito. Calentito y suave. Calentito, suave y cómodo.
               Quiero pasarme toda la vida abrazada a él.
               Me llevan a un despacho. Scott se sienta en un sofá mientras papá y mamá hablan con la directora. Me acaricia la barriga. Me hace cosquillas. Le gusta hacerme cosquillas; a mí, me gusta sentirlas. Me da un beso en la nariz. Otro en la frente. Y prefiero mil veces que él me dé besos a que lo haga la nodriza.
               Firman los papeles. Hablan sobre mi nombre. Mamá no quiere que lleve el suyo. Dice que no es digno de mí. Que no me pega llamarme Sherezade.
               Papá y mamá se miran un momento. No han pensado en eso. Venían con la intención de llevarse a una niña mucho mayor que yo, ya con un nombre. Se acostumbrarían a él.
               Se vuelven los dos al unísono. Mamá descruza las piernas.
               -¿S? ¿Se te ocurre algún nombre para ella?
               Scott clava sus ojos en mí. Me pone un dedo a tiro. Lo encierro entre los míos.
               -Sabrae-dice por fin, acariciándome los nudillos con el pulgar. Da gustito. Me gusta. No quiero que pare.
               Es increíble la cantidad de cosas que me hace Scott en las que no quiero que pare.
               Me gusta mi nombre. Sabrae. Es precioso. Especialmente, por cómo lo dice Scott. Lo pronuncia con adoración. Como si alguien le hubiera revelado mi identidad, y sólo esa palabra fuera capaz de resumirla haciéndole justicia.
               Scott me entrega a regañadientes a mamá. Oh, me gusta mucho cómo me coge. También está calentita, pero es más cómoda que Scott. Sabe cómo cogerme. Me sostiene contra su pecho mientras papá le da las gracias a la directora, que les entrega algo.
               Es la cestita donde me han recogido la noche anterior.
               -Suerte, Sabrae-me desean la nodriza y la directora. Yo también se la deseo. Papá y mamá vuelven a darles las gracias. Scott pide llevar mi cestita. La mete en el maletero.
               Mamá me mete en el coche. Me acaricia la frente, y me da un beso. Me gusta mucho su boca. Tiene un color muy llamativo. Y su piel… es preciosa. Y su pelo es tan largo, y tan negro…
               Scott se pasa todo el trayecto en coche besándome y diciéndome lo que haremos. Bostezo un par de veces, y todas lo celebra como si fuera un triple salto mortal perfecto en unas olimpiadas con un:
               -Oh, ¡mira, mamá, tiene sueño!-y mamá y papá sonríen, porque todos somos felices. Es la primera vez que somos felices juntos-. ¿Tienes sueño, pequeña? Ya verás, te va a encantar nuestra casa, y mi habitación, tenemos un montón de juguetes que podemos compartir, y vamos a dormir juntos, y…
               Un montón de cosas. Voy a necesitar una agenda para organizarme.
               El coche se detiene. Me gusta cómo lo hace, porque, por un momento, yo sigo avanzando a pesar de que él está parado. Puede que sea mágica. Scott estira los brazos para volver a dejarme contra el asiento. Como si pudiera. Tiene unos brazos pequeñitos. No como los míos, pero es que los míos son muy pequeñitos.
               Mamá se desabrocha el cinturón, se gira y me mira. Le brillan los ojos. Los tiene preciosos. Quiero dormirme mirando esos ojos. Se inclina y le da un beso en los labios a papá. Puede que se alimente de besos de papá. Me gustaría alimentarme de besos de ella. Papá le devuelve el beso, le dice que la quiere, y ella se echa a reír.
               Creo que alguien te diga que te quiere es gracioso.
               Se bajan de un salto del coche y Scott espera pacientemente a que le quiten el cinturón. Luego, hacen lo mismo con mi cestita. Scott se ofrece a llevarme a casa. Quiere hacer mi primer trayecto conmigo. Mamá le dice que no puede ser, que peso mucho y que podrá hacerlo otro día. Scott hace un puchero, pero papá lo coge en brazos, se lo sienta en sus hombros (¡guau!) y él se echa a reír.
               Mamá me acaricia la nariz.
               -Hola, pequeña-me dice. Hola, me gustaría decirle, muy entusiasmada. Pero no puedo, no sé hablar. Tengo apenas unos días. Así que agito los pies en señal de saludo y felicidad. Gracias por ir a buscarme. Me gustas mucho. Eres buena y guapa. Tengo muchas ganas de que seas mi madre.
               Mamá entiende todo lo que intento transmitirle con ese festival de pies bailarines. Me da un beso en la frente, se asegura de tener bien cogida mi cestita, y cierra el coche con la cadera. Sigue a papá y Scott dentro.
               Si los bebés llorásemos de felicidad, yo estaría hecha un manojo de lágrimas.
               Tengo una casa.
               Y una familia.
               Soy la niña más afortunada del mundo.
               Papá espera a que mamá entre en casa (nuestra casa) para cerrar la puerta. Scott mira la parte de abajo de mi cesta como si fuera lo más bonito del mundo. Creo que lo es. Es en mi cesta en lo que me han traído a casa. Es en mi cesta donde me encontraron la pasada madrugada. Mi cesta me da suerte. Jamás me voy a separar de mi cesta.
               -¿Me la dejas, Sher?-pregunta. Me gustaría responderle que por favor, se aclare. No soy Sher. Soy Sabrae.
               Pero mamá suspira, asiente, y le pasa mi cesta a papá. Me mira desde arriba, con ojos igual de brillantes.
               En mi familia, todos tienen un millar de constelaciones en sus ojos.
               Se inclina y me da un beso.
               Y me asusta. Siento algo extraño contra mi piel. Algo duro. Se clava en mis poros. Raspa. Es la primera cosa en mi vida que me raspa. ¿Qué pasa?
               Papá se aparta un poco para observarme. Y se ríe, con unos dientes muy blancos. Scott se pone de puntillas para mirar en el interior de mi cesta. Lo cual es absurdo. Estoy muy lejos de él. Como en la cima de una montaña. Y él, en la parte baja. Papá se da cuenta.
               -Sher-llama. Oigo ruidos en el piso de arriba. Mamá está cambiándose de ropa. Bueno, ahora está viniendo. Papá se sienta en el sofá, Scott se sube de un salto y me mira. Lo hace como si fuera la cosa más bonita que ha visto nunca.
               Como si no hubiera visto su reflejo en el espejo. Mi hermano es muy guapo. Guapo y mono. Cuando crezca, me daré cuenta de que no son la misma cosa. Así que ahora lo aclaro.
               -Mira, S-susurra papá. Y me vuelve a dar un beso. Y me vuelve a asustar. ¿Qué ocurre? ¿Por qué me raspan sus besos? ¿Todos los besos de padres son así? ¿A Scott también le pasa?
               Scott se ríe y da palmadas ante mi reacción. Estoy muy confusa. Pero, ¿qué pasa?
               Mamá baja las escaleras y se reúne con nosotros. Se nos queda mirando. Se apoya en el sofá.
               -¿De qué os reís, chicos?-pregunta. Va a tener que dejar de decir “chicos” pronto. Ya no vive sólo con hombres. Ahora también hay una señorita en casa.
               Papá repite su operación. Y yo me vuelvo a sobresaltar. Sé que no debería hacerlo, ya es el tercer beso que me da, pero… soy un bebé. Creo que estoy reaccionando muy bien. No he llorado aún.
               No creo que lo haga, la verdad. Dudo que papá pueda hacer algo que me disguste.
               Mamá se echa a reír también al verme. Bueno, parece que soy la atracción de la noche. La verdad es que no me importa. Incluso me gustan tantas atenciones. Así, puedo observarlos. Me gustan mucho. Me encanta mi familia. Son muy guapos, y se nota que me quieren.
               Llevan toda la vida esperándome.
               Cuando sea mayor, aprenderé que “toda la vida” es increíblemente relativo. “Toda la vida” para mí en este instante es menos de una semana. Para Scott, son 3 años y un poco más de una semana. Y para papá y mamá, son más de 20 años.
               Guau.
               -¡La pinchas con la barba, papá!-festeja Scott. Y entonces, me doy cuenta. ¡Vaya! ¿Lo que tiene en la cara se llama barba? Interesante. Y, ¿eso pincha?
               ¿Por qué se lo pondría?
               Espero que Scott no se lo ponga nunca. Me gustan los besos suaves y amorosos que me dan.
               -Qué rica, por favor-comenta mamá. Oh, dios mío, ¿y si me comen? No quiero que me coman, soy muy joven aún. Ni siquiera he dormido en mi nueva casa.
               Espero que me den al menos un día disfrutando de mi familia. Aunque no creo que toda una vida me parezca suficiente. Toda una vida, en su máxima extensión. 20 años o así.
               Scott me saca de la cesta muy despacio. Es un arduo trabajo de precisión. Me da un beso en la nariz y me acaricia la tripa. Y se ríe cuando yo lo hago. Tiene las manos frías, pero me hacen cosquillas. Su contacto no me molesta para nada.
               -¿Quién cocina?-pregunta mamá. Papá y mamá se miran.
               -Cocina tú-dicen ambos. Y se ríen. Mamá se sienta en el sofá, entre Scott y papá, y se acurruca contra él.
               -Quiero quedarme con la pequeña.
               -Pues tenemos un problema, mi amor, porque yo también quiero quedarme con ella.
               Mamá y papá vuelven a besarse.
               -¿Me dejas cogerla, Scott?
               -Es mía-replica mi hermano, pegándome contra él. No me sujeta la cabeza, y de repente todo el mundo hace una cosa rara. Es como si se girara y desapareciera, sustituido por otro totalmente blanco.
               -¡Scott! ¡Sujétale la cabecita, aún es pequeña para sostenerla ella!
               -Uy-contesta Scott. Y me pone una mano en la nuca, una helada mano llena de cariño, y me pega a él. Sostiene el peso de mis ideas, supliendo el trabajo de mi todavía débil cuellecito. Sonríe al verme-. Hola, Saab. Hola, pequeña. Hermanita-celebra, y yo sonrío. Scott mira a sus padres, mis padres, nuestros padres, y les sonríe-. Mirad, sabe quién soy.
               -Claro que sí, mi amor-mamá lo coge de la cintura y le da un beso en la mejilla. Scott se acurruca contra ella. Ella se acurruca contra papá. Y papá se tumba en el sofá.
               Y nos quedamos así un rato, haciendo una especie de tren familiar. Me gusta muchísimo estar así. Scott me tiene en brazos y no deja de mirarme. Me acaricia suavemente mientras me balancea de un lado a otro.
               Mamá le acaricia el pelo a Scott mientras nos mira a ambos. Hay tanto amor en su mirada que me convenzo de que somos ricos sólo gracias a mi madre.
               Y papá le acaricia a ella los hombros y la cintura, de vez en cuando la besa, mirándonos a los tres.
               A papá le gusta nuestra familia casi tanto como me gusta a mí.
               Y nos da calorcito a todos. Y mamá nos da calorcito a Scott y a mí. Y Scott me lo da a mí. Y estoy al borde del sueño, pero no quiero perderme esto. No quiero perderme un segundo con mi familia. Me encantan. Son los mejores. Me gusta mucho cómo me hacen sentir. Protegida como nunca antes me he sentido. Valiosa, como si yo no pudiera ser sacrificada.
               Creo que mi madre fue buena dejándome atrás para que pudieran encontrarme. Me imagino que tuvo que ser difícil para ella. Me pregunto si aún me recordará.
               Se lo agradezco. Le doy las gracias por dejar que Scott me encontrara y me dé besos como lo está haciendo ahora.
               Me estoy durmiendo. Estoy a punto de dejarme llevar, a pesar de que no quiero, cuando Scott vibra un momento. Y suelta una risita, mirando a sus padres, mis padres, nuestros padres. Papá y mamá.
               -Uy-dice, riéndose. Mamá le besa la cabeza.
               -¿Tienes hambre, cariño?-Scott asiente y me mira de nuevo. Parece estar disculpándose por estar hambriento. Lo cierto es que yo también noto una presión en la tripa. Nada serio. Me imagino que será de felicidad.
               -Un poco-admite mi hermano, cogiéndome y plantándome un beso en la mejilla. Me vuelve a achuchar contra él y me deposita de nuevo en su regazo. Me gusta mucho que me dé mimos.
               Mamá y papá se miran un momento. Papá le acaricia la cintura a mamá y le da un beso en la punta de la nariz. Ella le sonríe con timidez. Ninguno de los dos quiere cocinar. Están demasiado embobados con mi presencia como para querer alejarse mucho de mí. No quieren perderme de vista. ¿Y si soy una ilusión, y desaparezco en cuanto se den la vuelta?
               Yo tampoco quiero perderlos de vista.
               No quiero ser una ilusión y desaparecer cuando se den la vuelta.
               -¿Pedimos una pizza?-sugiere por fin papá. Y Scott se gira tan rápido que me habría tirado al suelo. Pero me tiene bien cogida. No voy a escaparme de su abrazo tan fácilmente.
               -¡No podemos pedir una pizza!-protesta-. ¡Es su primer día en casa, ¿qué va a pensar de nosotros?!
               Que me encantáis.
               Que os quiero mucho.
               Que tengo mucha suerte de que me hayáis encontrado.
               Que sois perfectos.
               -Es un bebé, Scott-le recuerda mamá-. Seguro que no le importa que comamos pizza. Mira qué buena es-mamá me hace cosquillas en la tripa, y yo agito las piernas y suelto una risita. El mundo se detiene en ese sofá. Todos sonríen. Me miran como si hubiera hecho un triple salto mortal.
               Me gusta que me miren así. Así que me río otra vez.
               -No vamos a pedir una pizza, y punto-sentencia Scott. Mamá pone los ojos en blanco, se gira hacia papá.
               -¿Cocinas tú?
               -¿No puedes hacerlo tú?
               -Quiero estar con ella.
               -Yo también.
               -Pues tenemos un problema-sonríe mamá. Ninguno de los dos va a renunciar a mí tan fácilmente. Creo que podría acostumbrarme a esto. A ser imprescindible.
               Sí, de hecho, me voy a acostumbrar a esto.
               Scott tiene algo dentro que ruge. Y vibra. Abro los ojos y observo a mi alrededor, buscando las señales de que esa bestia se acerca.
               -De acuerdo-dice mamá, dando una palmada. Coge a Scott y lo pone en el suelo. Me balanceo peligrosamente en los brazos de mi hermano. Pero, luego, mamá me recoge-. Dado que nadie mueve un dedo, yo haré la cena. Vete a cambiarte, Scott.
               -Dámela-pide papá. Estira los brazos en mi dirección. Scott se pone de morros. Mamá dice su nombre una vez. Scott se cruza de brazos. Mamá vuelve a decir su nombre y él se marcha a regañadientes.
               Papá me sostiene delante de sí. Me saca la lengua y yo me río. Me da un beso en la frente y otro en la punta de la nariz. Y me tumba sobre su pecho. Y me gusta su pecho. Es cálido, fuerte, y me hace sentir segura y protegida. Me encanta seguirme segura y protegida. Me encanta estar con papá.
               Cierro los ojos. Me gusta cómo huele. Su aroma llena mi nariz. Papá pone sus manos en mi espalda. Me da un mordisquito en las manos y yo me río.
               Nos estamos abrazando.
               Me gusta dar abrazos.
               Y que me abracen.
               Mamá me da un beso en la cabeza. Le da un beso en los labios a papá. Él le dice que la quiere, ella le contesta que también.
               -Mi pequeñita-dice mamá antes de irse, volviendo a darme un beso. Quiero aprender a dar besos. Y devolvérselos todos a mamá.
               Mamá se marcha. Atraviesa un agujero en la pared, que se cierra tras ella, y desaparece. Papá me mira. Me gustan sus ojos. No son como los de mamá. Son marrones. Los de mamá son más bien verdes.
               -Sabrae-susurra. Saborea mi nombre. Lo paladea. Se deleita en él. Me gusta mi nombre. Sabrae. Lo cierto es que suena genial. Porque es mío. Me lo han regalado ellos-. Vas a ser preciosa-me da otro mordisquito en las manos, y yo me vuelvo a reír. Me hace cosquillitas-. Y vas a ser lista. Y vas a ser fuerte. Y nos vas a hacer sentir orgullosos a mamá y a mí.
               Me pasa las manos por los bracitos. Y me fijo en que su piel es rara. Tiene como manchas. Dibujos. No sé cómo describirlo. No he visto nada parecido en toda mi vida. Claro que mi vida ha durado días, pero… es mucho tiempo. Y nunca lo he visto. Me pregunto qué será.
               Los dibujos de su piel se mueven con él. Cambian cuando mueve las manos. Aparecen y desaparecen. Quiero tocarlos para ver si son de verdad.
               También tiene en el pecho. Me fijo ahora. No sé qué son. Pero los toco con las manos, les paso la palma entera por encima. No parecen estar ahí. Son un poco decepcionantes, la verdad. Me esperaba algo más que no notar nada.
               Papá sonríe. Le brillan los ojos. Y una aleta de la nariz.
               -¿Te gustan mis tatuajes, mi amor?-pregunta. Yo soy un bebé, y no sé lo que son tatuajes, y a duras penas lo entiendo. Pero me gusta oír su voz, así que emito una suave risita, para que sepa que puede seguir hablándome todo lo que quiera. Me pone una mano en la cabeza y me besa la frente-. Tengo que hacerme uno también de ti.
               Me parece bien.
               Todo lo que papá haga me va a parecer bien.
               El agujero de la pared vuelve a abrirse. La puerta. Es una puerta rara. Se balancea. Parece tener vida propia.
               El agujero de la pared se abre y mamá aparece por él.
               -Zayn-susurra. Papá la mira. ¿Papá se llama Zayn?
               Le pega más “papá”.
               Papá me acuna. Se sienta. Y luego, se pone de pie. El mundo entero baila cuando papá se mueve. Todo parece recordar que tiene que llegar a un sitio y que va tarde.
               -¿Qué pasa?-pregunta.
               Y mamá empieza a llorar.
               Y papá se acerca a ella. Se une a todo el mundo que lleva prisa. Le pone una mano en la mejilla.
               -No tenemos leche para ella-explica mamá. Papá le da un beso en la mejilla.
               -No pasa nada, gatita.
               -No, sí que pasa, Zayn. No tenemos nada que darle. ¿Qué clase de madre voy a ser, si ni siquiera me doy cuenta de que no tenemos nada que darle de comer? ¿Qué clase de madre voy a ser, si no puedo alimentarla ni el primer día?-mamá me mira con lástima. Me está pidiendo perdón.
               No quiero que me mire así nunca. Me ha salvado la vida. Mamá es lo mejor que me ha pasado nunca. No quiero que se sienta mal por mí. Ni que me pida perdón. No tengo nada que perdonarle.
               -Sher-papá le aparta un mechón de pelo de la cara. Se lo pone tras la oreja. Mamá se deja acariciar. Estira las manos. Y papá me cede. Mamá me coge y me arropa y me da un beso.
               Una de sus lágrimas se me cae en la frente. Y ella me la limpia y cierra los ojos.
               -No me la merezco. No voy a ser buena para ella.
               -No digas eso. Ni delante de mí, ni delante de ella.
               -Es la verdad.
               -Es mentira-replica papá-. No pasa nada porque se nos haya olvidado. Llevamos todo el día buscándola. Ni siquiera sabíamos que iba a ser un bebé. Sólo sabíamos que teníamos que encontrarla. Y estábamos demasiado entusiasmados con ella como para pensar en cosas prácticas. Como en qué darle de comer. Voy a ir a por leche en polvo a la farmacia-decide, yendo a por una chaqueta-. No quiero que llores más.
               -Pero…
               Papá viene con nosotras y le da un beso en la frente.
               -Tienes que empezar a confiar en ti, Sher. Mira lo bien que lo estamos haciendo con Scott. Mírala a ella-me señala, y yo los miro a ambos-. ¿De verdad crees que no nos vamos a esforzar igual con ella que con él?
               -Pero con él tuvimos tiempo para habituarnos, sabíamos que venía… en cambio, Sabrae…-me mira. Me gusta cómo dice mi nombre. Ay, me encanta mi nombre, ¡qué suerte tengo de que lo vayan a usar para llamar mi atención el resto de mi vida!-. Dios… es tan… inesperada. Tan… de sorpresa-me da un beso de nuevo. Me gusta que me dé besos. Creo que podría vivir sólo a base de besos de mamá.
               -No tienes que preocuparte. Hiciste un trabajo genial con Scott. Ella va a ser un paseo, ¿verdad, pequeña?-inquiere papá, dándome un toquecito en la nariz. Yo me revuelvo, divertida. Claro que voy a ser un paseo. Me voy a esforzar para portarme bien. Seré una delicia. Jamás querréis separaros de mí.
               No creo que sobreviva a que os separéis de mí.
               -¿Cómo es que tú no tienes miedo?-pregunta mamá en voz baja.
               -¿Bromeas? Estoy acojonado por mí, pero tengo algo que me consuela.
               -¿El qué?-mamá frunce el ceño. Y es preciosa hasta haciendo muecas. Quiero ser como ella cuando sea mayor.
               -Que tengo la mejor compañera de equipo que un hombre puede desear-papá atrae a mamá hacia sí. Le pasa el brazo por la cintura y nos pega a él. Siento golpecitos dentro de su pecho. Es su corazón. Claro que yo, eso, aún no lo sé. Sólo me fascina-. Sé que no me vas a dejar cagarla porque, tú tampoco lo vas a hacer.
               Mamá sonríe con timidez.
               -Mira, estás asustada, y entiendo que estés asustada, pero oye… ella te necesita, te necesita ahora. Eso es ser una madre, ¿no? Que tus hijos te necesiten. Tú vas a ser una madre genial. Todo va a salir bien, mi amor, pero Sabrae necesita que seas valiente, igual que lo estás siendo con Scott. Nosotros la salvamos, gatita-le recuerda, acariciándole la mejilla-. Tienes que recordarlo para poder ser fuerte y ser la madre que estás siendo con Scott. Tienes que serlo con ella. ¿Qué sería de ella sin ti? Esta pobre criaturita indefensa-me da un beso en la mejilla y yo suelto una risita. Y mamá sonríe-, a la que nadie ha podido cuidar como la vas a cuidar tú. No llores. No te preocupes. Lo vamos a hacer bien, igual que lo estamos haciendo bien con Scott. Claro que tengo miedo, pero no me preocupo, porque sé que con la compañera que tengo, voy a ganar la guerra.
               Mamá se muerde los labios y asiente con la cabeza. Le da un beso a papá y lo mira mientras se marcha. Y, entonces, me mira a mí.
               -¿Quieres ver la cocina, pequeña?-pregunta. Y no espera a mi respuesta. Me mete en la cocina y me pasea por ella. Es un mundo fascinante. Pasamos a otra estancia, en que sólo hay una pared. El resto es aire fuerte, duro, al que puedes empujar y que cambia de color cuando respiras cerca de él. Y que se ensucia si le pones la mano encima-. Muy bien, señorita. Es hora de que te encontremos un sitio en el que acomodarte. Por lo menos, hasta la hora de ir a dormir, ¿qué te parece?
               Agito las manos en el aire y le cojo un mechón de pelo. Es increíblemente suave. Mamá sonríe, me acaricia los mofletes y me lleva a otro sitio. No sé muy bien qué sucede, pero me deja encima de una superficie mullida y acogedora (mi primer contacto con una cama es algo difícil de describir) y prepara unas cuantas cosas. Scott viene con nosotras, escala por la cama y se sienta a mi lado. Me coge en brazos.
               -¿Dónde va a dormir?-pregunta.
               -Con nosotros, mi amor.
               -¿Puedo dormir yo también con vosotros? Sólo por hoy-pide, agitando los pies. Y mamá sonríe y asiente. Y Scott me da un beso, y yo se lo intentaría dar a él si supiera dar besos. Pero mamá se lo da por mí, así que no tengo de qué preocuparme.
               Bajamos de nuevo a la cocina. Mamá me deja encima de una mesa, dentro de una cosa circular a la que le ha puesto cosas mullidas para que esté cómoda. Scott me acaricia y me da mimos mientras mamá prepara la comida.
               De repente, Scott se golpea la cara. Se da con las dos manos en los mofletes y lanza una exclamación.
               Creo que es un poco tonto. ¿Cómo puede sorprenderse de algo que ha hecho él mismo?
               -¡Tengo que contárselo a Tommy!
               Mamá se gira y nos mira.
               -¿El qué?
               -Pues, ¡que hemos encontrado a Sabrae!
               -Vale, cariño.
               Mamá sigue cocinando. Scott salta de las sillas y se va hacia ella. Le tira del pantalón y le mete la mano en el bolsillo.
               -¡Scott! ¿Qué hemos dicho de coger cosas de los demás?
               -Mm… ¿que hay que pedirlas?-pregunta Scott, dando una patadita en el suelo.
               -Eso es. Mira qué ejemplo le estás dando a Sabrae. Ahora tienes que comportarte. Eres un hermano mayor.
               -Es verdad-asiente Scott, convencido-. Lo soy. ¿Mamá?
               -¿Qué, mi rey?
               -¿Me dejas tu móvil?
               -Claro que sí.
               Mamá se saca una cosa blanca y plana del bolsillo del pantalón y se la entrega a Scott. Mi hermano vuelve conmigo. Presiona un círculo blanco, de bordes grises, debajo de una mancha negra en uno de los lados de la cosa blanca.
               -Hola, Siri.
               Y una voz surge de la nada.
               -Hola, Sherezade. ¿En qué puedo ayudarte?
               ¡¿Hay una persona metida en esa lámina blanca?! ¿¿Cómo han hecho para meterla ahí?? ¡Me encanta mi familia!
               -No soy Sherezade. Soy Scott.
               -Primero debes desbloquear el iPhone.
               Qué graciosa. Qué palabras más raras usa.
               Scott sigue sujetando la lámina blanca. No hace nada.
               -A partir de ahora, te llamaré Scott, ¿de acuerdo?-dice la lámina.
               -No-dice mamá, en voz alta-. Scott, llama a Tommy si quieres, pero no te pongas a jugar con el teléfono ahora.
               -Vaaaaaaaaaleeeeeeeeee-bala mi hermano. Vuelve a invocar a la voz-. Siri, llama a Tommy.
               -No hay ningún Tommy en tus contactos.
               -¡Jopé, Siri!-protesta Scott, hinchando los mofletes.
               -Tienes que llamar a Louis-le dice mamá.
               Madre mía, ¿soy la única a la que le parece mágico que haya una señorita encerrada en una lámina minúscula?
               -Llama a Louis.
               -¿A qué Louis quieres que llame?
               -¿Cómo se apellida Louis, mamá?
               -Scott, estoy cocinando. Marca su número, y punto.
               Scott asiente con la cabeza. Da unos toquecitos en la mancha negra (más tarde descubriré que eso se llama “pantalla”) y se la queda mirando un rato.
               -Mamá.
               -¿Qué?-pregunta ella, paciente.
               -No sé leer-confiesa Scott. Mamá se echa a reír, coge el teléfono, da varios toques aparentemente aleatorios y se lo pasa a Scott. Él espera. Me coge la mano mientras lo hace.
               -Pon el altavoz, cariño.
               -¡Merezco intimidad!
               -No protestes y pon el altavoz. ¿O no quieres ver lo que hace Sabrae?
               Sí, Scott, ¿no quieres ver cómo alucino yo?
               Scott hace lo que le piden sin rechistar. Suenan ruidos raros. Nunca los he escuchado. Y luego, otra voz.
               ¿Cuánta gente hay metida en esa lámina? Deben de estar apretujadísimos.
               -¿Sí? ¿Sher? ¿Todo bien?
               -Hola-saluda Scott-. ¿Tommy?
               -Scott-celebra la voz-. ¿Cómo estás?
               -Bien, ¿está Tommy?-insiste Scott. Mamá lo mira.
               -Scott.
               -¿Qué?
               -Ahora te lo paso-dice la voz. Se oyen más ruidos. Voces hablando. Voces diferentes. Más ruidos. Y luego, una voz distinta, como de niño.
               -Hola, S.
               -¡Adivina qué!-festeja mi hermano, saltando en la silla.
               -¿Qué?
               -¡Adivínalo!
               -Jopé, Scott, ¡no sé!
               -¡TENGO UNA HERMANITA!-brama Scott, y yo doy un brinco y me revuelvo y me echo a llorar. No me esperaba que me diera un susto. No me gusta que me den sustos. Me duele todo el cuerpo. Es como si dejara de funcionar un segundo-. No, no, no llores, no llores, Sabrae… perdona…
               -¿Cómo vas a tener una hermanita?-escupe la voz-. ¡Eso es imposible! A Sher no se le ha hinchado la barriga.
               -Eres muy tonto. La barriga de tu mamá no tiene que hincharse para que tengas otro hermano.
               -¡Claro que sí!
               -¡Claro que no!
               -A ver, tío listo, ¿si a Sher no se le ha hinchado la barriga, entonces, de dónde habéis sacado a tu hermanita? Seguro que es una muñeca.
               -¡Que no es una muñeca! ¡Es de verdad! ¡Es calentita y huele bien y se ríe y tiene cosquillas, y cuando le tocas los mofletes, mueve los pies! ¡A ver si tú vas a ser una muñeca!
               -¡Yo no soy una muñeca! ¡Soy un niño!-protesta la voz-. ¡Y seguro que es mentira!
               -No seas terco, Tommy-responde otra voz. ¿Cuánta gente hay ahí?
               -Bueno, ¿y de dónde la has sacado?
               -De una casa.
               -¿La has secuestrado?
               -No, hemos ido a por ella. Nos estaba esperando. Nos la han regalado.
               -¿Y cómo llegó a esa casa?
               -La señora de cuya barriga salió la dejó allí-explica mamá. Tiene sentido. Todo lo que mamá diga tiene sentido.
               -Ah, ¿y si vuelve? ¿Y os la quita?
               -No puede-responde Scott.
               -¿Por qué no?
               -Pues porque es mi hermana. Y no se la voy a dar.
               La voz se queda callada un momento.
               -¿Puedo ir a verla ahora?
               -No. No puedes. ¿No decías que era una muñeca?
               -Eso era antes.
               -Me da igual. No puedes. Ea. Fastídiate.
               -¡Jopé, Scott, lo siento!
               -¡Yo lo siento más! ¡No vas a venir a verla!
               -¿Y mañana?
               -Ay, bueno. Mañana, pues sí.
               -Genial. Como en tu casa.
               Mamá se echa a reír.
               -¡Tommy! ¡No puedes autoinvitarte así a casas ajenas!
               -No es una casa ajena. Es la casa de Scott.
               Me cae bien, este tal Tommy.
               -¡Da igual! No es tu casa.
               -Sí que lo es, mamá, he dormido allí como… tres veces.
               ¿Mamá está dentro del teléfono y a la vez, fuera de él?
               Ya sabía yo que mamá podía hacer magia.
               -Déjalo, Eri. Ya sabes que no es molestia-contesta mamá. La voz de mujer de dentro de la lámina suspira-. Si quieres, puede venir a dormir hoy, y así la conoce.
               -¡Sí!-celebra Tommy.
               -¡No!-contesta Scott-. ¡Estoy enfadado contigo! ¡Ahora te aguantas, y te mueres de intriga!
               -¡Pero, Scott!
               -¡No! ¡Adiós, Tommy!-y le da a un círculo rojo de la mancha negra. Y todo se vuelve blanco un momento. Scott mira a mamá-. ¿Crees que se habrá puesto triste? No quiero que Tommy se ponga triste.
               -Estará bien-responde-. Ayúdame a poner la mesa.
               Se mueven de un lado a otro, con las manos llenas de cosas, y vacías, y luego llenas de nuevo. Papá regresa con una bolsa blanca. No sé qué hacen, pero antes de que me dé cuenta, mamá me coge en brazos y se sienta en una de las sillas.
               -¿Le puedo dar yo el biberón?-pregunta Scott. Mamá lo mira. Sus ojos se entristecen.
               -Deja a mamá que se lo dé ahora-dice papá-. Mañana se lo das tú. Además… ¡te he traído una piruleta, Scott!
               -¡Bien, piruleta!-festeja mi hermano. Y se acaba la pelea antes de que empiece.
               Mamá le sonríe a papá. Mueve los labios, creo que le está diciendo algo sin hacer ruido.
               “Gracias”.
               Le hace ilusión darme mi primer biberón.
               El caso es que me da un abrazo de los que me llenan la boca de leche, sólo que, esta vez, la leche viene de fuera, y no de dentro. Está deliciosa. Mamo y mamo hasta que se agota la leche. Me preparan otro biberón. Y yo mamo un poco más.
               Y se me escapa el alma de dentro del cuerpo cuando termino de beber. Doy un eructo y Scott se ríe.
               -¡Sabrae!-se burla-. ¡Eso no se hace!
               -Ella puede hacerlo, S-explica mamá.
               -¿Por qué?
               -Porque es un bebé.
               Ellos tienen su propia comida. Me quedo dormida mientras ellos comen y me miran. Luego, papá me saca de mi improvisada cuna y me lleva al salón, con Scott y mamá.
               Se sientan delante de La Tele, una caja en la que hay más gente metida. Es como el teléfono, pero allí la gente también tiene cuerpo. No son sólo voces.
               Scott bosteza un par de veces. Yo también bostezo. Creo que los hermanos nos pegamos los bostezos.
               Y, finalmente, nuestros padres deciden que es hora de irse a dormir.
               -Scott-dice papá cuando él me lleva a la habitación-. ¿No se te olvida algo?
               -Los dientes-reconoce. Me tiende a papá, que me recoge con cuidado, y se va. Papá me tumba en la almohada, un trocito de nube en el que estoy comodísima, y me mira y me acaricia y me sonríe y me besa mientras los demás regresan con nosotros. Mamá es la primera en llegar. Se quita la ropa que traía puesta y se pone una camiseta blanca.
               Hasta con algo sencillo como una camiseta blanca y el pelo recogido en una coleta está preciosa.
               Se suelta el pelo para meterse en la cama, y lo está aún más.
               Scott llega y salta para llegar hasta la cama. Gatea hasta mí y se tira a mi lado. Me atrae hacia su cuerpo y se queda dormido en segundos. Suspira en mi cara. Huele diferente. Sus besos están frescos.
               Mamá y papá me dan besos, me acarician la tripa, y yo termino por quedarme dormida también. Aunque no quiero. Quiero que este día dure, por lo menos… mucho tiempo. Todo el tiempo que haya en el mundo. Dos vidas. Sí. Dos vidas.
               Escucho muy lejos las voces de papá y mamá. No entiendo lo que dicen. Pero su conversación me hace sentir protegida.
               -Es preciosa-susurra mamá en voz baja. No quiere despertarnos a ninguno de los dos. Sus tesoros.
               -Lo es-asiente papá. Le acaricia la espalda a mamá, con la yema de los dedos.
               -Z-dice-. Me apetece. Pero… ellos están aquí.
               -No se enterarían, gatita.
               -Sí que se enterarían.
               -Está bien-concede papá. Los dos nos miran, a la luz de la luna parecemos incluso más guapos. Más dignos de su cariño-. Gracias por darme esta familia tan perfecta.
               -¿Crees que podré quererla como quiero a Scott?-suelta mamá. Estoy dormida y no puedo oírla.
               Además, soy un bebé, no puedo entenderla.
               Y Scott duerme profundamente.
               -Yo ya lo hago. Y estoy seguro de que tú también.
               -La conocemos de hace unas horas.
               -Es mi hija. Tú eres su madre.
               -Voy a ser una madre horrible para ella-suspira mamá-. Si tu ya la quieres así, y yo…
               -Estás asustada. Es normal. Pero la quieres, lo veo.
               -Pf. Con Scott no era así. Eso dice mucho de la madre que voy a ser para Sabrae.
               -Con que seas una décima parte de lo buena madre que eres para él, vas a ser la mejor del mundo.
               Mamá le acaricia la mejilla a mamá.
               -No sé qué he hecho para merecerte.
               -¿Es broma? Eres la mujer más guapa que he conocido, la más lista y la más inteligente, y la mejor madre que podría encontrar para mis hijos. Cualquiera diría que no has podido copiarlo de nadie. Vas a adorar a Sabrae, Sher. Ya lo haces, lo veo en cómo la miras. Pero… ¿sabes qué pasa? Que te da miedo que ella se sienta mal al descubrir que ella no es nuestra, nuestra. Que te pida ver a su madre biológica. Cuando yo creo que ella está muy feliz de que la hayamos encontrado. De que su madre seas tú.
               -Solo tenemos una pizquita de ella.
               -Por muy pizquita que sea, con eso, a mí, me basta. Te hace feliz. Me hace feliz. Hace feliz a Scott. Y la hacemos feliz. Y con eso basta.
               -Te amo.
               -Yo también te amo.
               Mamá y papá se besan un poco. Se acarician y siguen besándose. Y se tumban de nuevo, cada uno a un lado de nosotros dos. Nos están protegiendo. Son como los muros de un castillo.
               Los dos se mueren de ganas de que me despierte y volver a disfrutar de un día conmigo. Mi segundo día en casa.
               Yo también me muero de ganas de despertarme y seguir conociendo a mis padres y a mi hermano. Me encanta mi familia. No quiero separarme nunca, nunca, de ellos.
               Quiero crecer con ellos y aprender a dar cariño para devolverles todos los mimos que me han estado regalando. Quiero compensarlos. Darles las gracias.
               Y hacerlos felices, como ellos me lo hacen a mí.
¡No olvidéis decirme qué os ha parecido el primer capítulo!  Para mí es muy importante conocer vuestra opinión. Y, porfa, si os ha gustado, ¡apuntaos para que os avise cuando suba el siguiente! Cuantas más personas tengo que avisar, más ganas tengo de escribir. Podéis hacerlo dejándome un comentario con vuestro usuario de Twitter o dándole fav a este tweet. ¡Nos vemos! 

12 comentarios:

  1. SABRAE ES TAN DELICIOSA DESDE PEQUEÑA. ME HE REÍDO MUCHÍSIMO CON ALGUNAS COSAS QUE NARRABA. ME ENCANTA Y ESTOY DESEANDO MÁS

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    1. ASDFGHJKLÑ ME ALEGRO MUCHÍSIMMO DE QUE TE GUSTARA ARI ❤

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  2. AYYYYYYYYYYYYYYYYYYYYY PERO QUÉ PRECIOSIDAD DE CAPÍTULO!!!!!!!
    Sabrae es la criatura más tierna que ha pisado esta tierra de verdad... me he sentido muy mal por ella al principio y por su madre, pero luego cuando ha ido narrando todo el momento del encuentro y del primer día en casa... ha sido precioso. No puedo esperar a ver cómo continúas todo, tengo muchísmas ganas de que llege Alec porque OTP!
    Tenía muchísimas ganas de leer el primer capítulo del spinoff y sabía que no iba a decepcionarme.
    Un beso gigante ♡

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    1. AYYYYYYYYYYYYYY CORAZÓNME ALEGRO MUCHÍSIMO DE QUE TE HAYA GUSTADO DE VERDAD ❤❤
      Sabrae es preciosísima, de verdad, me la imagino de bebé y no puedo dejar de salivar, normal que en casa la quieran tanto :(
      Alec llegará pronto, pero para que llegue en serio todavía hay que esperar bastante (en tiempo, aunque en capítulos será menos).
      No sabes la ilusión que me hace que no te haya decepcionado, tenía miedo de haber creado demasiadas expectativas y terminar no estando a la altura ❤
      Otro besote para ti❤

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  3. Me ha gustado mushisísisisisisisisisisisisimo. Desde que dijiste que ibas a hacer el spin-off de Sabrae me moría ganas de leerlo. La verdad me estaba preguntando cómo lo ibas a enfocar si desde ella un poco antes de que empezara ''Chasing the Stars'' o si ibas a seguir más o menos paralelamente pero me ha enamorado que sea ella desde bebé. Mientras leía sentía como si viera las cosas como lo hacía ella. Me ha llenado de infinita ternura. Qué ganas de seguir leyendo!
    P.D.Scommy son TAN HERMOSOS
    P.P.D. Sherezade y Zayn me apasionan
    with love @young_bloodx

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    1. Ayyyyyyyyyyyyy cuqui me alegro TANTÍSIMO de que os haya gustado jo, para mí era súper importante estar a la altura con esto porque Sabrae es mi personaje favorito de CTS (de ahí que tenga spinoff xd) y, si te soy sincera, no me veía empezando su historia de otra forma que no fuera con ella desde bebé, conociendo a sus padres y todo. Me causaba, como tú dices, tanta ternura imaginándomela desde el minuto uno...❤
      Me temo que tendréis que esperar un poquito para leer el siguiente capítulo porque evidentemente no voy a aparcar Chasing the stars por esto, pero os prometo que os iré dando pedacitos aquí y allá ☺❤
      PD: LO SÉ.
      PPD: Zerezade la el mejor matrimonio de la historia, Louri quiénes.
      Un besote, gracias por tu comentario ❤

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  4. Me ha encantado, la forma de narrarlo ha sido muy dulce ❤
    "Oh, mamá se llama Sher. Suena como “cereza”, pero… sin el “eza”." Sabrae es demasiado tierna ❤
    Scott y Tommy discutiendo sobre si Sabrae era una muñeca y luego Scott en plan 'te aguantas y no la ves ala' *cuelga* ME HE REÍDO MUCHISIMO XD
    Tengo muchas ganas de seguir leyendo Sabrae, cada día te superas más ��

    - Ana.

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    1. Desde el segundo en que se me ocurrió hacer el spinoff supe que Sabrae iba a ser muy tierna, crece en una casa en la que se valora muchísimo el amor y eso se nota ya desde el minuto en que la adoptan ❤
      Scommy también siendo preciosos desde el minuto 1, cómo no, ay ❤
      Me alegro muchísimo de que te gustara corazón, tenía muchísimas ganas de saber qué os parecía el capítulo y me preocupaba bastante que no estuviera a la altura; es genial descubrir que no es así❤

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  5. Hola Erika:)
    Solo he podido leer el principio (estoy corta de tiempo) pero volveré a leer el capitulo entero más adelante^^ tiene pinta de ser una historia muy tierna
    besitos
    p.d.: te he nominado a este premio http://shinyandpowerful.blogspot.fr/2017/04/stranger-things-big-little-lies-13.html :*

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    1. Hola Shine ☺
      Me alegro de que hayas dedicado un poco de tu tiempo a leer lo que escribo, ojalá te guste y te termine enganchando; cuantas más seamos, mucho mejor ❤
      Me hace muchísima ilusión que te hayas acordado de mí y me hayas mencionado en tu blog, jo, qué tierna eres ❤

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  6. Jolines Eri, es sólo el primer capítulo y ya soy las cataratas del Niágara, ¿por qué me haces esto? Me encanta el enfoque que le estás dando a esta historia y estoy segura de que con cada capítulo vas a hacer que me ponga más fea de tanto llorar y reir y y y y estoy borracha de tanta adorabilidad, nos vemos en wattpad<3

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    1. Ayyyy me alegro muchísimo de que te guste Bel corazón, espero seguir leyéndote tanto por aquí como por Wattpad ☺

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