jueves, 20 de abril de 2017

Plan B, B de banda.

¡Muchísimas gracias por los comentarios de la anterior entrada! Me ha hecho muchísima ilusión volver a leeros. No sabéis la alegría que me da cuando me escribís.
Os espero el domingo en SABRAE. Y, sin más dilación:

El día nos acompañaba a los que queríamos quedarnos dentro del instituto sin hacer absolutamente nada.
               Y teniendo más posibilidades de ver a nuestras chicas.
               La cafetería estaba abarrotada de críos menores que nosotros buscando un huequecito donde sentarse; yo había aprendido hacía tiempo que era inútil hacer aquello si no eras de último curso. Y los de último curso no necesitábamos buscar sitio, por la misma razón por la que no tenía sentido hacerlo cuando no estabas a punto de marcharte del instituto.
               Porque tenías que ceder los sitios que hubiera a los mayores. Así de simple. O te levantabas tú, o te levantaban a bofetadas.
               Y lo mejor de todo era que ni siquiera había sitio para todos los que estábamos a punto de graduarnos en aquella cafetería. Con lo que era una lucha a muerte.
               Me fijé en su melena dorada como los rayos de sol reflejándose en una flor de primavera en cuanto entró en la cafetería. Ya sabía que me echaba de menos, tanto o más que yo a ella, porque una cosa es añorar lo que no puedes disfrutar de ningún modo, y otra diferente era echar de menos algo de lo que sólo obtenías pedacitos. Se vive mejor sin comerte una tableta de chocolate entera cuando nadie te ofrece ni una triste onza.
               Las chicas estaban discutiendo sobre quién tenía los mejores apuntes de toda la clase mientras Diana miraba en derredor, esperé, recé, deseé, que buscándome. Por fin, sus ojos se toparon con los míos, su sonrisa escaló de sus labios sabor a fruta de la pasión hasta la explosión de color selvático de sus ojos, y empezó a caminar hacia mí.
               Bueno, decir que caminó hacia mí sería un insulto para lo que hizo. Se deslizó como una diosa que se paseara por su creación, cuidando y refortaleciendo del mundo que acababa de crear.
               No podía dejar de mirar el contoneo de sus caderas, los ligeros botes que daba su pelo mientras venía hacia mí, el efecto que sus pasos tenía en su cuerpo, la forma en la que se balanceaban sus pechos a medida que iba eliminado la distancia que nos separaba.
               El mundo podría desmoronarse a mi alrededor y a mí no me importaría menos: estaba demasiado ocupado admirando aquella divinidad bajada de las estrellas para hacerme creer, aunque fuera un segundo, el tiempo que dedicara en besarme, que yo era la criatura más importante del universo.
               Es por eso que no me di cuenta de que Max se sentaba en la silla a mi lado, la que se suponía que iba a ser para ella, y se inclinaba sobre su café mientras Jordan arrastraba una silla de una mesa en la que dos chicas intentaban ponerse al día con unos deberes que no habían hecho. Esos somos Scott y yo, habría pensado de haberlas visto, y una punzada me habría atravesado el corazón, porque eso de ir al instituto sin él era una mierda…
               … pero, como estaba demasiado centrado en mi americana, ni me enteré.
               -Hola-saludó con ese acento dulce, mirándonos a todos y a la vez sólo a mí (pero sin ponerse bizca ni nada, fue algo bastante raro). Se inclinó y me dio un beso en los labios, la noté sonreír en cuanto nuestras bocas se rozaron.
               -Hola-respondí casi sin aliento. No podía creerme que esa criatura me hubiera elegido precisamente a mí, de entre todos los chicos que había en el mundo, como su compañero y como su novio. Alguien debía de estar sosteniendo la balanza del destino para asegurarse de que a mí me tocara todo lo bueno; sólo esperaba que el desgraciado que tuviera que compensar mi exceso de suerte no estuviera quedándose sin fuerzas, porque de verdad que necesitaba que aguantara un poco más.
               Mis amigos soltaron un sonoro y alargado “uh” cuando notaron cómo mis pulmones se vaciaban. Diana se apartó el pelo de la cara, se colocó un mechón tras la mejilla, y miró a cada uno durante un segundo. Se mordió el labio y Max me dio un codazo.
               -Búscale una silla a tu chica, joder, Tommy. Sé educado.
               Diana se echó a reír, las manos entrelazadas sobre su vientre.
               -Sí, T, ¿y tus modales ingleses?-me picó, y yo alcé las cejas.
               -¿Acaso tienes queja de cómo te trato?-repliqué, negando con la cabeza. Con un poco de suerte, se sentaría en mi regazo. No iba a ir a por una silla para ella. Bastante tenía ya con no poder pasar juntos todo el tiempo del que disponíamos. Tenía que estar con S. Tenía y necesitaba estar con S.
               Puede que compensara nuestra separación ahora, en el recreo, teniéndola tan cerca que incluso nos sintiéramos el pulso a través del cuerpo del otro.
               Diana sacó la lengua, cerró los ojos y se inclinó un poco hacia delante mientras se la mordía con aquellos dientes blanquísimos. Luego, contoneándose más incluso de lo que había hecho al venir, rodeó la mesa y se sentó en las rodillas de Jordan, que se echó a reír mientras yo lo fulminaba con la mirada. Didi le guiñó un ojo y, después, me lo guiñó a mí mientras le pasaba un brazo por los hombros.
               Alec llegó con Logan y se nos quedó mirando mientras el segundo buscaba una mesa en la que sentarse.
               -Joder, ¿exceso de aforo?-preguntó-. Didi, si tan poco te satisface Tommy, no te recomiendo que te vayas con Jordan. Yo puedo hacértelo pasar mejor-se ofreció, haciéndose hueco entre el susodicho y Max. Le intenté dar una colleja, pero fracasé.
               -Lo que hacéis los hetero por echar un polvo-se rió Logan, que había pasado a abrazarse a sí mismo y hacer coñas con la sexualidad de los demás en un tiempo récord. Alec sonrió y le revolvió el pelo.
               -T no quería ofrecerme asiento, así que se me ocurrió sentarme con Jordan. Por cierto, Jor, eres bastante cómodo-le sonrió. Yo puse los ojos en blanco.
               -Sí, claro. ¿Os busco una cortina, para que hagáis cosas sucias en la intimidad?
               -O podéis hacerlas con público-sugirió Max, y todos se echaron a reír. Todos menos yo. Se iba a enterar esa tarde, madre mía.

               Mi americana finalmente entró en razón y vino a sentarse en mi regazo, las piernas colgando de mi costado, mientras escuchaba a mis amigos mantener una conversación que yo ni me molesté en fingir que seguía. De vez en cuando le echaba vistazos a Diana, deteniéndome descaradamente en la curva que sus pechos hacían en la blusa del delicioso uniforme que tenía que llevar.
               En alguna ocasión me vi obligado a intervenir, pero siempre con monosílabos, en los debates de mi grupo. Tenía que dejarles bien claro que estaba allí de cuerpo presente, pero tenía la cabeza en otro lugar. Diana también habló, más a menudo que yo, pero sus aportaciones a la discusión que se estaba celebrando fueron escaseando más y más hasta que su presencia se redujo a estar sobre mis piernas, con una mano hundida en mi pelo, y la mirada ausente, pensando en sus cosas.
               O en mi mano entre sus piernas.
               Tenía la inmensa suerte de estar con la chica más guapa del instituto, del país y del mundo, y también la única chica que no llevaría medias en un helado día del enero inglés, porque “en Nueva York sí que hace frío, no como aquí, que sólo tenéis fresquito”. De todas las chicas que había por el instituto que tuvieran que ir de falda, sólo Didi iba sin medias en un día como aquel.
               Puede que fuera por mí.
               Puede que fuera por ella.
               Pero terminaba siendo por los dos.
               Le mordisqueé el hombro cuando mi mano se coló por debajo de su falda, reclamando su atención. Diana me miró a los ojos desde arriba, como lo haría una aparición de algún ser de otro mundo que venía para ofrecerle a la humanidad la paz y la cura de todos sus males; la salvación y la vida eterna. Se mordió el labio y se inclinó para besarme en un ambiente abarrotado de ruidos en el que sólo nos podía escuchar a nosotros dos.
               Nuestras caricias, sus manos en mi pelo, la mía en sus muslos, sus gemidos en mi poca, sus uñas en mi piel, su respiración acelerada, los latidos de mi corazón enloquecido. Diana separó un poco las piernas, dejándome más espacio para poder explorar.
               Estábamos tan cachondos y tan necesitados de sexo que nos daba absolutamente igual estar en la cafetería del instituto y que todo el mundo pudiera mirarnos.
               Hasta ese punto llegaba nuestro mono del otro.
               Y hasta ese punto podía llegar a desquiciarme el estar sin ella y, a la vez, sin Scott.
               Además… nosotros dos éramos todo el mundo.
               Diana me acarició el cuello, me miró a los ojos, se aseguró de transmitirme los secretos del universo antes de echar a volar un dulce jadeo que me supo a miel. Necesitaba tenerla, probarla, saborearla, hacerle todas las cosas que un hombre le pudiera hacer a una mujer. Su mirada transmitía una tranquilidad que se filtraba por entre sus muslos, en ese pequeño paraíso que tenía entre las piernas y al que yo tenía un acceso exclusivo. Ni siquiera me parecía justo que me dejara disfrutar de ella. Era demasiado para mí, siempre lo sería: esos ojos, esos labios, esos dientes que se asomaban en una suave sonrisa, aquellas manos hechas para acariciar a los mortales y compadecerse de su mortalidad, unas piernas fuertes, kilométricas, que te robaban la cordura…
               -Tommy-me regaló mi nombre en un murmullo sordo que sólo yo pude escuchar, y me dio la impresión de que me estaba nombrando por primera vez, que me sacaba de la masa de gente y me daba individualidad, que destruía mi anonimato. Mi madre había elegido mi nombre, pero me lo había terminado de poner Diana.
               -Te amo-le dije, y ella sonrió, se pegó un poco a mí y me dio un beso como le darías una palmada en la cabeza al cachorro del criadero que no te deja irte sin que le mimes más que al resto con una salchicha.
               Sentimos los ojos de los demás sobre nosotros, pero no nos importó. Diana estaba acostumbrada a que la miraran, literalmente vivía de eso. Y yo… bueno… ni siquiera se me pasó por la cabeza que miraran a mi mitad del “nosotros”. Ella era hermosa de sobra para acaparar todos los focos.
               -Tortolitos-dijo por fin Logan, casi cansado de ver cómo ella y yo nos mirábamos a los ojos como si no existiera nada más. Diana respondió clavando los ojos en él y riéndose un poco, tapándose la sonrisa mientras sus mejillas se encendían lo justo y necesario.
               Debería sacar mi mano de entre sus muslos.
               Pero no lo hice.
               No le quitas al peregrino la figura del santo después de hacerlo caminar mil millas. Le permites que disfrute de ella un poco más.
               -Mm-dije, no obstante, cuando la mano de Diana que llevaba el anillo que le había regalado yo me apretó el hombro. Presta atención, parecía decirme.
               -Las chicas y yo nos vamos al cine hoy, ¿os apuntáis?
               Arrugué la nariz y por fin los miré.
               -Creo que paso-respondí-. Tengo la tarde un poco liada. Cosas que hacer-me encogí de hombros. Todavía no le había dicho a la americana que tenía pensado pasar la tarde en casa, a poder ser en mi auténtico hogar: su cama. Quería que fuera una sorpresa.
               Diana cruzó las piernas sobre las mías y no dijo nada, sino que dejó que Bey y Alec trataran de convencerme.
               -¿Seguro que os queréis perder dos horas de oscuridad y ruidos que tapen vuestros gemidos?-pinchó Bey, mientras Tam y Karlie se reían como las cabronas que eran. Los más cabrones del instituto habíamos conseguido juntarnos, pero nos queríamos los unos a los otros y nos perdonábamos nuestras respectivas personalidades.
               -Venga, T, ¿vas a desperdiciar la oportunidad de hablar de pollas toda la tarde?-atacó Alec, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Logan y las chicas. Karlie le tiró un trozo de patata.
               -¡No hablamos de pollas!
               -… toda la tarde-añadió Logan, dando un sorbo de su zumo.
               -¡Oooh!-clamamos todos, y él se rió.
               Una piedra se hundió en mis pulmones cuando caí en la cuenta de que Scott no estaba allí para picarme, de que no estaba para escuchar cómo Logan por fin era feliz y salía de su caparazón, hacía comentarios que antes ni se le habrían pasado por la cabeza, no fuéramos a ser capaces de leer sus pensamientos…
               Me sentía culpable disfrutar de esas cosas y hacer que se las perdiera. Era como si estuviera sentado en un tren que comenzaba a avanzar por los raíles mientras Scott caminaba por el andén.
               Y era Scott. No podía dejarlo atrás. A él, no.
               Diana me pellizcó el cuello, cerca de un lunar que había heredado de mi madre.
               -¿Estás bien?-preguntó suavemente, y supe que los demás anticipaban mi respuesta aunque se hubieran puesto a discutir sobre películas (Logan sería gay, pero el típico gusto masculino por las películas de acción con un guión de mierda seguía estando ahí, y aquello causaba problemas con las chicas, que no querían ir a ver la 15º entrega de Fast and Furious) como si no hubieran escuchado a la rubia.
               -Ajá-dije, cogiéndole la mano y besándole el dorso-. Me he acordado de Scott. Eso es todo.
               Diana jugó con mi pelo, los ojos chispeantes de algo que no pude identificar. Cuando quería, mi chica podía esconder sus emociones tras un muro de espesa vegetación que no podrías traspasar por muchas ramas que apartaras: siempre surgían más.
               -Ya se nos ocurrirá algo para volver a traerlo-me consoló, y yo sonreí y asentí. Si fuera tan fácil…
               Había renunciado a traerlo de vuelta; Fitz era jodidamente terco y no iba dar su brazo a torcer así como así. Además, aunque lo que hubiera hecho mi mejor amigo fuera justicia universal, seguía estando ese puñetero vídeo contra el que no podíamos luchar. Incluso si no se demostraba que Scott había sido el de la paliza, el mero hecho de que saliera del instituto minutos más tarde que los chicos a los que mis amigos mandaron al hospital ya era más que suficiente para echarlo.
               Así que estaba la otra ruta de escape, o, como lo había empezado a llamar en mi cabeza, el plan B: B de banda.
               Eres un pelín subnormal, ¿no crees, Tommy?, me había recriminado mi Scott interior, más conocido como “mi conciencia”, cuando se me ocurrió el nombre y estuve riéndome en silencio mientras el Scott de verdad, el Scott exterior, más conocido como “mi mejor amigo”, preparaba el desayuno de sus hermanas con un humor de perros. No le expliqué de qué me reía porque él no le habría hecho la gracia, y probablemente me hubiera estampado una sartén en la cara. Nada guay, porque, aparte de ser una sartén, estaría llena de aceite hirviendo, y uno tiene una belleza que mantener para conservar a sus chicas.
               Sus chicas.
               Layla.
               Otra piedra que añadir a mi pecho, intentando luchar contra la influencia de Diana: hundirse o flotar, volar o caminar. Es increíble lo mucho que puede cambiar una persona dependiendo con quién esté, cómo sus sentimientos se balancean como un péndulo que oscila de un lado a otro según cómo se incline su punto de apoyo.
               Scott había dicho que Layla era a Diana lo que las pizzas al pan: podías comer pizza todos los días, pero te terminarías cansando. En cambio, con el pan, no llegarías a esa situación de hastío.
               El problema era que aquello era comida, no personas. Y no me parecía que una relación tuviera que ser así. Desde luego, las relaciones más parecidas que había tenido con anterioridad no se habían basado en “un día quiero estar contigo, y otro no”. Siempre había querido estar con Megan, aunque a veces me agobiara lo pesada que podía ser y que siempre hubiera que hacer lo que ella quería.
               Con Scott no era así. Y Scott había sido la persona a la que yo más quería, y lo había dicho sin pudor, por lo menos hasta que llegaron las chicas.
               El cuerpo de Diana comenzó a pesar encima de mí: fue un peso tanto físico como psicológico. De repente, me parecía que no me merecía que estuviera sentada sobre mis rodillas. Tenía que alejarme de ella, pensar.
               Pensar en si realmente encajaba en los textos que había en el libro que S me había comprado, y en cómo lo harían Layla y Diana.
               Ah, y estaba lo de la banda, claro. Tenía que decidir la mejor manera de hablarle de ello a Diana. Ella era la pieza más difícil de encajar en todo el puzzle: sabía que no iba a querer, que tenía toda la vida arreglada, que probablemente la sola mención de la banda bastaría para alejarla de mí.
               Puede que tuviera que hacer eso. Mencionarle la banda, que ella diera marcha atrás y no me dejara comiéndome la cabeza. Podría estar con Layla a partir de entonces sin sentir que estaba haciendo algo mal.
               ¿Estaba haciendo algo mal?
               Hombre, tampoco es que lo estuviera haciendo bien. Uno no tiene dos novias y deja de pensar en una durante casi una semana mientras que no puede apartarse a la otra de la cabeza.
               Estás dándole vueltas a demasiadas cosas, me recordó mi Scott interior. No pudo tranquilizarme, como tampoco habría podido el de verdad.
               Diana me acarició el pelo y yo la miré a los ojos. Frotó su nariz contra mi frente y me dio un beso en la cabeza.
               -Vamos a solucionarlo, T-me susurró, pegándose más contra mí, sus piernas cruzadas de nuevo sobre mis rodillas, su cintura pegada a mi vientre y sus dedos en mi cuello. Y la creí. Me creería cualquier cosa que me dijeran esos ojos: que la Tierra era plana, que el sol giraba alrededor de ésta, que el agua hervía a 0º C y se congelaba a 100… todo, salvo una cosa: que no me quería.
               El amor que había en sus ojos me bastó para apartar de nuevo aquellos pensamientos sobre Lay. Ya me encargaría de ellos más tarde.
               Seguimos besándonos hasta que sonó el timbre, con mis amigos haciéndonos caso omiso. Me dieron una palmada en el hombro cuando comenzaron a levantarse, después de que los más pequeños empezaran a enfilar el camino hacia las escaleras, y yo asentí con la cabeza.
               -Tommy, a clase-exigió mi padre, pasando a mi lado y poniendo los ojos en blanco. Una cosa era lidiar con adolescentes hormonados totalmente salidos, y otra muy diferente es que esos adolescentes fueran tu hijo.
               -Sí, profesor Tomlinson-bufé, y él puso los ojos en blanco y no dijo nada más. Diana me acarició la mejilla con la yema de los dedos.
               -¿Podemos vernos a la salida de clase?-pidió, y yo asentí con la cabeza, le di una palmada en el glúteo para que se levantara, y la acompañé hasta su clase. Porque era un buen novio.
               El mejor novio del mundo, según ella, cuando la esperé pacientemente a la salida y le cogí la mano y la acompañé hasta la esquina donde se suponía que yo debía torcer, junto a Sabrae y Shasha, para ir a casa de mi mejor amigo. Pero no lo hice. Fue Eleanor quien se despidió en mi lugar, y Diana frunció un ceño precioso. Mientras sus cejas intentaban tocarse, sin éxito, se volvió y me preguntó:
               -¿No decías que tenías cosas que hacer?
               Le besé la sien.
               -Y las tengo-alzó las cejas, sin entender-. Voy a hacerte el amor toda la tarde, ¿te parece bien?
               Le pareció más que bien, pude verlo en cómo sonreía con toda su cara, todo su cuerpo, su esencia y su aura. Su rostro se iluminó como una charca de carpas koi en un festival japonés donde estos peces, ya de por sí apreciados, eran los verdaderos reyes.
               Se inclinó y me dio un profundo beso en los labios, acariciando mi lengua con la suya, enredándonos y jugueteando con nuestras bocas como lo haría una niña en la mañana de Navidad tras desenvolver el regalo por el que lleva suplicando un año. Sonreí y le devolví el beso, incluso más entusiasmado que ella. La tomé de la cintura y la pegué a mí, y no me importó nada, absolutamente nada, de lo que estaba pasando a mi alrededor.
               Eleanor sonrió y apartó la vista, dejándonos espacio, mientras Mary lo hacía, pero más bien sobrepasada por la situación y un poco avergonzada. La mejor amiga de El era extremadamente tímida, pero su hermano equilibraba la situación entre los dos.
               -Buscaos un hotel, Thomas-protestó, riéndose. Diana dejó de besarme y pegó su frente a mi boca. Y a mí me dio igual que Alec me hubiera llamado Thomas y que aquello fuera monopolio exclusivo de Scott, me dio igual estar en la calle, me dio igual que mi hermana y sus amigas me vieran. Deseaba a mi americana como un árbol desea la llegada de la primavera para poder florecer.
               Ella era mi primavera. Ella era la que me hacía ser mejor.
               -Te echo de menos-dije contra su frente, las manos tras su espalda, en un abrazo del que no se iba a escapar. Porque no lo quería ella, y porque no se lo permitiría yo.
               -Y yo a ti-se puso un poco de puntillas para frotar más cómodamente mi nariz con la suya. Era un beso esquimal entre dos cuerpos que vivían, más bien, en la superficie del sol.
               -No, Didi… dios, en serio-bufé-. Te echo tanto de menos. Como un lobo a la luna llena-dije en un susurro, pero todos pudieron oírme. Y todos sonrieron: Shasha, Sabrae, Eleanor, Mary… hasta Alec vio que me había inspirado más de lo normal en aquella frase.
               Diana me miró desde abajo y juro que vi en sus ojos todo un paraíso abrirme sólo para mí: era el sol asomándose por fin entre las nubes después de un monzón particularmente duro.
               -Alec-dijo, sin embargo, y se volvió hacia él mientras se pegaba más a mí-. ¿Tienes condones por ahí? Se me ha olvidado comprar-explicó, juguetona, y mi amigo puso los ojos en blanco.
               -Alec, ¿tienes condones?-la imitó, poniendo voz de pito-. ¿Tienes condones, Al? ¿Por qué todo el mundo me los pide a mí?-inquirió, con su voz de siempre-. ¡Primero Scott, y ahora tú, Diana! ¿Qué soy yo? ¿Una puta ONG de preservativos? ¿Condones sin fronteras?
               Las chicas se echaron a reír mientras volvíamos a besarnos.
               -Tíratelo sin condón-urgió Alec.
               -Alec-lo detuve yo.
               -¿Qué? Sólo le estoy dando ideas. Así ahorráis. Ya deberíais ir pensando en cambiar de método anticonceptivo. Varios aquí deberíamos ir considerándolo, de hecho-insinuó, inclinándose hacia un lado para lanzarle una mirada cargada de intención a Sabrae, que puso los ojos en blanco y se giró sobre sus talones.
               -Adiós, Alec-contestó, como si la cosa no fuera con ella y el fin de semana que pasó en casa de él nunca hubiera sucedido.
               Nos despedimos y cada uno se fue en direcciones distintas; Diana y yo entramos en casa sin haber separado nuestras pieles ni un solo segundo: en todo momento habíamos estado en contacto.
               Decidí que ya iba siendo hora de regresar cuando mamá casi se echa a llorar al verme; llevaba un montón de tiempo sin comer en casa y echaba de menos tenerme trasteando en la cocina, o en el salón, o en cualquier sitio.
               Pero lo primero era lo primero.
               Diana.
               Sé que me había prometido a mí mismo buscar un tiempo para meditar sobre Layla, Scott, la banda y todo lo demás, pero es muy fácil decidir que vas a ser productivo esa tarde cuando estás en el instituto. Una cosa son los planes, y otra cómo resulten.
               ¿Podría culparme alguien si me pasaba toda la comida pegado a ella, dándole besos cada vez que se me ponía a tiro y acariciándome la cintura? Que me llevaran preso si estaba cometiendo algún crimen. Pero, primero, que me dejaran disfrutarlo.
               Diana, cansada de tanta seducción, se volvió hacia mí y empezó a comerme la boca descaradamente, como si yo fuera su postre. Papá preguntó desde la cocina qué queríamos para terminar de comer. Miré a mamá, pidiéndole permiso.
               -Tommy quiere a Diana-informó mi augusta madre. La americana se echó a reír y se puso en pie, se alisó la falda, me cogió la mano y corrió escaleras arriba, conmigo siguiéndola.
               Ni dos segundos tardamos en quitarnos la ropa.
               -No puedo creerme que estés aquí-dijo, como si viviera, no sé, en Júpiter. Lo cierto es que los dos nos sentíamos como si hubiera vivido a años luz. Tiré de su blusa y se la saqué por la cabeza mientras ella se peleaba con mi camiseta. Me la quitó como yo se la había quitado a ella y nos afanamos con mis pantalones. Después de forcejear con ellos durante lo que me pareció un siglo, conseguimos desabrochármelos. Diana se colgó de mi cuello y me mordisqueó los labios mientras le desabrochaba los botones de la falda. Se la bajé y salió de ella con elegancia y gracilidad. Gimió en mi boca cuando ni me preocupé de las medias hasta la rodilla y me metí directamente en sus bragas-. Oh, sí, dios. Tommy-jadeó cuando mis dedos llegaron a ese rincón tan húmedo.
               Me bajó los pantalones como buenamente pudo, sin separarse de mí ni un centímetro más de lo necesario. Mi mano siguió entre sus muslos, colonizando el terreno explorado por la mañana. Se mordió el labio y lanzó un profundo suspiro, como diciendo “es increíble lo bien que sienta esto”.
               Me encantó que nuestra ropa no volara como en anteriores situaciones; teníamos ganas de bañarnos para purificarnos y, a la vez, también para probar el mar. Se deleitó en no permitirme contemplarla en todo su esplendor durante un momento, pero la necesidad terminó siendo tal que finalmente la ropa que hacía de barrera entre nuestros cuerpos se desintegró.
               Diana se mordió el labio cuando por fin estuvimos desnudos y jadeó al notar la punta de mi miembro listo para saborearla contra su perfecta piel. Arqueó la espalda y me dejó besarle los pechos, cosa que hice con esmero. No iba a ponérselo tan fácil para que se resistiera a mis encantos.
               Después de una eternidad de besos, caricias y gemidos en la que nos dejamos claro qué era exactamente lo que queríamos del otro, separó las piernas, me miró a los ojos y observó los cambios de color que se sucedieron en éstos cuando me acarició al ponerme un condón y me introdujo en ella.
               -Tommy-gimió, callándose un “sí” que yo le robé de la punta de la lengua con la punta de la mía.
               -Diana-repliqué yo, robándole un “no” que ella reclamó volviendo a acariciarme.
               No sé cómo lo hizo, nunca sabía cómo lo hacía, pero se puso encima de mí. Y lo que me hizo fue una locura. Todo su cuerpo celebró la intrusión del mío, recordándome a quién le pertenecía, en quién pensaba en mis noches en vela y quién me volvía loco de celos cuando la tenía a un océano de distancia, haciendo aquello mismo con chicos que no se la merecían.
               No es que yo me la mereciera más que ellos, pero aun así.
               Sus caderas bailaron una danza que llevaba milenios celebrándose, generaciones enteras puliendo aquellos movimientos tan perfectos que me tensaban y relajaban a partes iguales. Tenía que aguantar para ella, tenía que aguantar con ella, pero dudaba de que lo consiguiera. Cerré los ojos, me mordí los labios, disfruté de cómo me acariciaba con la yema de los dedos, nuestras espaldas arqueadas, cada una en una dirección diferente, como el cáliz de una flor cuyos capullos se iban abriendo con la salida del sol.
               La escuché jadear, la escuché gemir, susurrar mi nombre, suplicarme, suplicarle a los dioses, decirme lo mucho que me gustaba. Me tensé debajo de ella y eso le encantó.
               -Sí, Tommy, sí, dámelo-jadeó mientras se acariciaba conmigo dentro. Y se lo di. Vaya que si se lo di. Y ella a mí. Me desintegré en su interior minutos antes de que ella lo hiciera de la misma manera, fusionando nuestros átomos hasta que fuera imposible distinguirlos.
               Se quedó sentada sobre mí, con la piel perlada del sudor que mi amor le proporcionaba y los ojos brillantes por el sexo. Esbozó una preciosa sonrisa que yo me morí de ganas por besar, pero no quería romper el hechizo que era observarla, simplemente.
               Refulgía como un ser sobrenatural, como te imaginabas que lo hacían las sirenas de los cuentos de niños que volvían locos a los marineros con su belleza y su canto. Su silueta estaba esculpida como Miguel Ángel no habría podido hacerlo, sus curvas eran una carretera de montaña en la que yo me moría por despeñarme. Su cuerpo aún conservaba las débiles marcas de mis besos fugaces, como un satélite que se recupera poco a poco de los impactos de meteoritos.
               El único momento en que Diana era más guapa que vestida con las mejores galas, era cuando sólo la vestía la atmósfera.
               Parpadeó un par de veces y se sonrojó bajo mi escrutinio. Quería besarla hasta comérmela, meterla en una cajita y no dejar que nadie la tocara. La contaminarían. No le harían nada más que estropearla.
               -¿Qué?-inquirió en un murmullo, colocando las manos en mi vientre, puede que buscando mi pulso, conectando mis latidos con los suyos, o puede que simplemente en busca de un apoyo.
               -Te amo-le dije en español, como había visto hacer a mi madre con mi padre, y sólo con mi padre, en ocasiones muy especiales para ella. Casi siempre había un hermano mío involucrado. O alguna hazaña de la que estuviera orgullosa.
               Me habían enseñado a hablaren inglés, pero el cariño me lo habían inculcado en castellano.
               Diana se apartó el pelo de la cara, se mordió los labios sonrosados.
               -No me hables en español justo después de terminar de hacer el amor-me pidió, y yo me reí.
               -¿Te parece que esto ha sido hacer el amor?
               Mi preciosa americana se encogió de hombros. Puede que lo hubiera dicho por decir, o puede que no. Si al final resultaba que no, nuestras concepciones eran un poco diferentes. A mí no me parecía que acabar sudoroso una sesión de sexo te permitiera calificarla como “hacer el amor”. Para mí, era algo que se hacía despacio. Disfrutando del proceso, no del final. Poniendo más que tu cuerpo en aquella relación.
               Como cuando nos reconciliamos y nos acostamos, hacía una semana. Cuando su cuerpo acarició al mío y el mío al suyo.
               -Creo que siempre hacemos el amor-explicó-. Tú y yo, al menos-se sonrojó un poco y yo sonreí-. No importa cómo lo hagamos. O cómo lo llamemos. No podemos follar. Yo no puedo follar contigo, Tommy-musitó, cogiéndome la mano y entrelazando sus dedos con los míos. Contempló nuestras manos engarzadas antes de decirme lo que yo quería oír, lo que había escuchado en mi corazón antes incluso de que las palabras salieran de su boca-. Te quiero demasiado como para poder sólo follar contigo.
               Alcé la otra mano en su dirección, la palma vuelta hacia el techo.
               -Ven aquí-le pedí, y ella se acurrucó sobre mi cuerpo. Rompimos nuestra unión, pero no me importaba.
               Prefería mil veces que nuestros sexos estuvieran separados, y nuestros corazones unidos, como en aquella ocasión, a que fuera al revés.
               Se acomodó sobre mi pecho y me besó el esternón. Yo la rodeé con mis brazos y le besé la cabeza.
               -Éste soy yo ahora. Soy tuyo, Didi-susurré, y la noté sonreír sobre mi piel-. Nada de lo que yo diga o haga puede contrarrestar esto que ves ahora. Ninguna gilipollez que pueda hacer debe ponerte en duda de lo que siento-la tomé de la mandíbula para mirarla-. Estoy enamorado de ti.
               -Lo sé-respondió con dulzura, acunando su cabeza contra la palma de mi mano.
               -Te quiero.
               -Yo también te quiero, T.
               -Por eso, tengo que pedirte un favor.
               -¿Cuál?-inquirió, besándome la piel dela palma de la mano, siguiendo las líneas grabadas en ella que se suponía que predecían mi futuro. Seguro que no la habían predicho a ella. La sola idea de tenerla tatuada en mi piel, haber nacido con mi destino escrito justo frente a mí y no poder leerlo me volvía loco.
               -No dejes que haga nada que pueda estropear lo nuestro-negué con la cabeza y ella sonrió-. Nada de tonterías. Ni de celos. Nada de Megan. Sólo tú.
               En sus ojos hubo una explosión de fuegos artificiales como los que llenaban el cielo de su país conmemorando cada aniversario.
               -Y Layla-añadió, pero no había ni rastro de envidia, posesión, o malestar en su declaración. Sólo una verdad como un templo. Algo insondable de lo que a mí me avergonzaba dudar.
               Asentí despacio con la cabeza. No era momento de discutir mis dudas con ella.
               Ni de constatar que Layla no podía meterse entre nosotros, porque Layla era diferente.
               A veces, me hacían sentir como si fuera un carnet de conducir y a la vez un coche. Las necesitaba a ambas para poder ser de utilidad. No podías conducir sin carnet (a no ser que fueras un forajido de la vida, como lo era Scott, pero eso era otra historia), y no podías usar tu carnet si no tenías coche.
               Me imaginaba que ellas me veían un poco así.
               Diana se quedó acurrucada sobre mi pecho un ratito más, calentándome con su cálido cuerpo y protegiéndome con el peso de su ser. Cerró los ojos, y creo que se quedó dormida un rato, con mis dedos recorriéndole la espalda.
               Me rugieron las tripas y ella soltó una risita como si tuviera tres años.
               -Tienes hambre-observó, un poco maravillada.
               -Me la has dado tú-repliqué, frotándome los ojos.
               -Porque estoy muy buena-respondió, incorporándose y dándome la mano para tirar de mí y sacarme así de la cama. Gruñí una protesta cuando se dispuso a vestirse y conseguí que me prestara un poquito más de atención. Se colgó de mi cuello, me mordisqueó un poco los labios, y finalmente intentó hacerme entrar en razón diciéndome que no podíamos bajar a la cocina a prepararme nada así vestidos.
               -Pues no vamos a la cocina-respondí, agarrándola de las caderas y bajando con mis suaves mordisquitos por su piel. Diana cerró los ojos un segundo, dejándose llevar.
               Pero los americanos son gente decidida; no han construido su país de la nada arrastrándose por la corriente, sino más bien luchando contra ella, así que cuando mi boca estaba a las puertas de aquel cielo en la tierra, enredó sus dedos en mi pelo y me apartó de ella con delicadeza pero firmeza, justo lo necesario para poner distancia entre nosotros y, a la vez, no ofenderme.
               -No, vas a comer algo-exigió-. He estado mejorando en mis dotes culinarias-añadió, orgullosa, dejándose una mano en el pecho-. Tu madre me ha estado enseñando.
               -Apuesto a que sí.
               Trafiqué con sus besos a cambio de ponerme ropa, y me resistí a salir de su habitación cuando se puso la misma que había llevado puesta la primera vez que la probé: el sujetador deportivo blanco de Calvin Klein, y el peto vaquero. Bajó descalza, tirando de mí y riéndose por mis fútiles resistencias.
               Mi americana sería una madre genial, paciente y cariñosa, pero a la vez estricta. No dejaría que sus hijos se echaran a perder, igual que a mí no me permitía salirme por la tangente.
               Consiguió meterme en la cocina, pero no lo tuvo tan fácil para librarse de mí mientras preparaba sus cosas. Abrió y cerró puertas, sacó y metió ingredientes, hasta que yo caí en lo que se proponía hacer.
               -¿Tortilla? ¿En serio?-le dije, cuando colocó un par de patatas sobre la encimera y comenzó a revolver en el cajón de los utensilios de cocina. El de los cubiertos estaba al lado.
               Se volvió sobre las puntas de sus pies y me sonrió como lo haría na madre que acaba de escuchar la primera palabra de su hijo: curiosamente, la palabra con la que va a reclamar su atención hasta que se mueran ambos dos.
               -Eri dice que me salen muy bien. Las hacemos jugosas por el centro. Dice que así, te encantan. Ya verás, estará para chuparse los dedos-se volvió hacia los muebles de nuevo. Yo me senté a la isla. No creía en serio que mi madre hubiera conseguido hacer de ella una cocinera lo bastante experimentada como para hacer una tortilla sola. La última vez que había estado con Diana allí metido, la pobre había aprovechado un huevo entero de 4 que había cascado.
               Y sólo teníamos una docena. No puedes hacer una tortilla con 3 huevos.
               -Cuchara-anunció en español, sacando… ¡un cuchillo! Sonreí, pero no le dije nada. Sacó un tenedor, para batir los huevos-. Tenedor-dijo con ese delicioso acento suyo. Me encantaba cuando el resto de angloparlantes intentaban defenderse en el idioma de mi madre. Había letras que no sabían pronunciar. Sacó una cuchara, no sé para qué-. Cuchillo.
               -Los has dicho mal.
               -Gracias.
               -Diana-me eché a reír-, te he dicho que los has dicho mal.
               Hizo un puchero.
               -Estoy aprendiendo-se excusó-. El español es muy difficulto.
               -Difícil. Difficulto no existe.
               -Eso es lo que he dicho-sonrió, por encima del hombro-. Difísil.
               -No. Difícil. Con c.
               -¿Como… en zorra?-se volvió y me guiñó un ojo. La verdad es que lo pronunció bastante bien. Mejor de lo que solían hacerlo la mayoría de extranjeros. Me eché a reír.
               -Veo que has estado ampliando vocabulario.
               -Es para saludar a Megan-explicó-. Wassup, zorra?-ronroneó. Por fin, encontró un cuchillo, se dio la vuelta y se sentó frente a mí en la barra americana. Empezó a pelar la pobre patata, o más bien a masacrarla. Si la hubiéramos pesado antes y después, probablemente hubiéramos descubierto que la patata se había sometido a un régimen muy estricto. Operación bikini en toda regla.
               Operación banda.
               Me la quedé mirando mientras pelaba la patata, concentrada. ¿Cómo le iba a sacar el tema sin que se me cerrara en banda? Estudié sus facciones, los rasgos de su rostro mientras se concentraba en su tarea de darme de comer. Sintió mi mirada sobre su cara y clavó sus ojos verdes en mí.
               -¿Qué?-preguntó. Sacudí la cabeza-. ¡Tommy!
               -Voy a hacerme un batido.
               Chasqueó la lengua.
               -¡Tommy!-replicó, lastimera.
               -No me apetece tortilla. Y tengo hambre ahora. Al ritmo que vas, hasta mañana no vas a tener terminadas las patatas-añadí. Puso los ojos en blanco.
               -Vale, listillo. ¿Y qué hago ahora con esto?
               -Podemos hacerla luego. Si quieres. Pero ahora-dije, acercándome a ella y tomándola de la cintura, a costa de sus carcajadas-, te quiero solo para mí.
               -¿Y si te pincho?-amenazó.
               -¿Y si te pincho yo?
               -No tienes cuchillo.
               Alcé las cejas y sonreí.
               -Eres tonto. Todos los tíos sois iguales-se rió, zafándose de mi abrazo y lavando el cuchillo. Era lo más eficiente que le había visto hacer por sí sola desde que había llegado a casa. Me pegué a ella y hundí la nariz en su cuello.
               -¿De veras? ¿Haces el amor con todos?-la piqué.
               -Gilipollas engreído-musitó por lo bajo, y soltó una risa cuando le di un beso en el cuello. No me ayudó a hacerme ningún batido, sino que se sentó y sacó su móvil y empezó a hacerse fotos (si las tías ya son egocéntricas, imagínate una modelo). Llamó a su representante mientras yo lavaba la fruta, actualizó su agenda, aceptó y rechazó ofertas y luego se me quedó mirando mientras la cortaba.
               -Voy a hacer un directo-espetó de repente, y volvió a sacar el teléfono del bolsillo del peto y lo encendió antes de que pudiera reaccionar. No es que me importara que me sacara en sus directos; me daba igual. La oí hablar con la gente, contestar preguntas, y vi de reojo cómo se atusaba el pelo cada dos segundos mientras se paseaba por la cocina, respondiendo a gente a la que nunca había visto en persona, y probablemente nunca vería.
               Mi móvil vibró en mi bolsillo. Me lo saqué mientras terminaba de meter las frutas en el vaso de la batidora. Era del grupo que teníamos los chicos y yo.
               Bonita espalda, T, se burlaba Tam mientras adjuntaba una captura de pantalla del vídeo de Diana. Puse los ojos en blanco y me guardé el móvil en el bolsillo.
               -Tommy me cae mejor-soltó de repente Diana, y yo me volví.
               -¿Qué?
               -Nada, dicen que si soy más de Scott o de Tommy-explicó, encogiéndose de hombros-. Hay una guerra no declarada entre vosotros dos, ¿verdad?
               -Dile a Scott que le odio-sonreí-. Y nos has jodido que me prefieres a mí. Es conmigo con quien te acuestas-añadí, y Diana se echó a reír. Dejé que grabara a las frutas dando vueltas y desintegrándose unas a otras.
               -Cuéntales a mis fans qué vamos a hacer después, T-me pidió.
               La miré. Miré a la cámara, y luego la miré a ella de nuevo y me reí.
               -Follar-solté, y ella lanzó un grito ahogado y me dio un manotazo en el hombro.
               -¡Eres gilipollas! ¿Para qué les cuentas eso?
               -Bueno, querida audiencia-informé, mirando a la cámara-, al menos, eso es lo que yo espero. No sé qué planes tiene ella.
               -Mis planes son alejarte de mis seguidores. Eres una mala influencia.
               -Tienes tantas ganas de follar como yo, nena-me burlé, y ella puso los ojos en blanco, se despidió de la gente que la veía y esperó a que yo vertiera el contenido del vaso gigante en dos jarras de cristal, con asas y todo. Les puse la tapa y le tendí el vaso rosa a Diana, pero ella me arrebató el azul.
               -A ver si te sienta mal el rosa, machito-me provocó. Yo di un sorbo de mi pajita, poniendo los dientes por delante y guiñándole un ojo a la rubia. Ella me miró los labios un momento y luego salió al jardín, asegurándose de sacudir bien el culo mientras caminaba. Era lo que hacía cuando quería ponerme, y con lo que más fácil lo conseguía. La seguí con los ojos puestos en sus posaderas, y clavé mis ojos en sus tetas cuando se volvió.
               -Tommy-se rió, y yo volví a comportarme como un ser humano decente. Me tiré sobre una de las hamacas que alguien había sacado, burlándose del variable tiempo inglés, y me dediqué a mirar cómo se paseaba por el jardín, dando sorbos de su batido azul, con los pies descalzos.
               De repente, se volvió y se me quedó mirando. Luego, corrió hacia mí, colocó nuestras jarras de cristal de colores frente a nosotros, y se sacó el móvil del bolsillo. Se sentó sobre mis rodillas y nos hizo una foto antes de que yo pudiera hacer nada por impedirlo.
               O intentar salir bien.
               Sonrió, complacida, mirando las fotos que nos había hecho, y me dio un beso en los labios que me supo a una macedonia de frutas irresistible, a sol inesperado de invierno, a pasear descalzo por el jardín de mi casa, sintiendo la hierba meterse entre mis dedos, y a sexo.
               Sobre todo, a sexo.
               Es por eso que la cogí de la cintura y me pegué a ella, mordisqueándole la oreja mientras Diana soltaba risitas por lo bajo.
               -Estamos fuera-me recordó, porque dos meses eran suficiente para enamorarse de una persona y ser capaz de leer sus inequívocas señales de que quería consumar ese amor.
               -Me da igual-respondí.
               -Tus padres-dijo solamente.
               -Que nos vean-la reté. Se volvió hacia mí y me acarició los labios con el pulgar. Le di un mordisco y ella puso los ojos en blanco.
               -Tengo que subir las fotos a Instagram-se disculpó, y me presionó el esternón para que volviera a tumbarme. Lo hice a regañadientes, y me quedé mirando cómo elegía las fotos, se hacía más a ella misma, se atusaba el pelo, comprobaba la luz…
               -Eres modelo, Diana-le recordé, después de que se pasara un minuto entero intentando decidir qué ángulo le quedaba mejor. Si fuera yo quien le sacara las fotos, sería sencillo encontrarlo. Eran todos.
               -No me gusta cómo salgo.
               Alcé las cejas.
               -En algunas fotos no me veo guapa.
               -Joder, mi niña, menos mal que yo no veo cómo te imaginas-respondí, pasando mis pies alrededor de su cintura. Miró nuestros cuerpos entrelazados un momento, y luego se inclinó y me besó. Y nos hizo una foto besándonos. Y sonrió mientras la miraba, apartándose mechones rubios de la cara para evitar que le distorsionaran el campo de visión. Se mordió el labio y me enseñó las nuevas fotos.
               Y se tumbó a mi lado para subirlas por fin mientras yo le hacía cosquillas en la cintura. Sólo puso un emoticono de un helado, nada más.
               Nos quedamos mirando el avance del sol, las sombras caminantes, que trataban de huir de él, creciéndose en su debilidad. Por la mañana habría estado lloviendo, pero ahora era el astro rey quien volvía a estar en el trono. Diana me iba avisando de las cantidades redondas de “me gusta” que atravesaba nuestra improvisada sesión fotográfica.
               Y, cuando llegó a un número que consideró decente, apagó la pantalla tras cerrar la aplicación y se abrazó a mi cintura.
               -Entonces-dije, después de un rato acariciándola-, lo de follar…
               Se rió, levantó la cabeza.
               -Estoy cómoda.
               Me eché a reír.
               -Está bien.
               Mentiría si dijera que no quería volver a probarla. Por supuesto que sí. Pero, a la vez, me sentía tan cómodo sosteniéndola, dejándome invadir por su aroma y el calor de su cuerpo, que no me importó tener que reprimir mis impulsos. Deseaba estar con ella físicamente, sí, pero también espiritualmente.
               Y el sol conseguía calentarnos el cuerpo de una manera dulce, como sus dedos me acariciaban el vientre.
               -Me encanta cómo te late el corazón, Tommy-comentó de repente, con la oreja sobre mi pecho. Me derretí debajo de ella, me convertí en un charquito y le juré que siempre le mantendría los pies mojados.
               Todo eso lo hice solamente con una sonrisa.
               -Pues mira que late raro. Tan pronto está un rato sin moverse, como se vuelve loco y empieza a trabajar a destajo.
               Diana volvió a reírse. Daría lo que fuera porque siempre estuviera así. Siguió con la cabeza en mi pecho hasta que sonó el teléfono. Lo levantó y se sentó sobre sus piernas cruzadas.
               -Layla ha comentado la foto-festejó, y, den o haberlo dicho en ese tono, yo me habría puesto tenso. Pero parecía realmente feliz, así que no me esperé ningún tipo de bronca.
               -¿Qué ha dicho?
               Por toda respuesta, me mostró la pantalla de su teléfono. Me esperaba un mar de comentarios incomprensibles: era lo que nos tocaba aguantar a Scott y a mí si decidíamos subir una foto. Pero Diana tenía unos pocos, nada más; y, entre ellos, figuraba la de nuestra más que amiga.
               -Mamá y papá-comentaba a la foto en la que los dos mirábamos a la cámara sonriendo. Y un emoticono con ojos cambiados por corazones. Layla no podía ser más mona, de verdad.
               Diana se incorporó y volvió a pasear por el jardín mientras la llamaba. Yo la miré, deseando ser parte de la conversación, sólo escuchar, escuchar un lado o no escuchar nada. Volvía a sentirme como una mierda, y el verlas tan ilusionadas la una con la otra no hacía más que aumentar mi culpa. ¿Cuánto iba a tardar yo en joder lo que tenían? ¿Cuánto tardarían ellas en cansarse de compartirme y empezar a pelearse por mí?
               ¿Cuánto tardarían en recordar que una amiga vale más que un novio, y me dejarían de lado? Porque terminarían dejándome de lado. Las tías eran así. Y yo no quería perderlas. A ninguna.
               Ni a la que se paseaba descalza en un día de enero por mi jardín aún húmedo, ni a la que comentaba en nuestras fotos juntos con emoticonos felices y enamorados. Eran parte de mí, y una parte importante.
               Todavía había que ver si cada una de sus mitades era de mismo tamaño.
               -Hola, cariño-celebró Diana, y casi se puso a dar saltos-. Adivina qué. ¡Sí! ¡Lo tengo en casa!-sonrió, mirándome, y luego siguió con su paseo-. Ajá… No, está bien, de verdad… ¡Para nada! Me ha hecho ilusión… Jo, gracias. Eres tú, que me miras con buenos ojos. ¿Qué tal todo? ¿Las prácticas?... ¿Estás curando a mucha gente? ¿Cuántas vidas has salvado hoy?-escuché a Layla reírse al otro lado de la línea-. Ajá… Y, ¿tú cómo estás?-Diana se puso seria, escuchando-. Sabes que puedes llamarme cuando quieras. E iré. Tengo todas las tardes libres. Bueno, entreno, pero-me miró de reojo-, no pasa nada si un día no voy. Estoy haciendo progresos… ¿Tú también? Genial, Lay, eso es genial…-se mordió el pulgar-. ¿Sigues con…? Vale. No, no pasa nada, lo entiendo. Ajá. No te preocupes, mujer. Oye, ¿quieres que te lo pase?-me miró de nuevo, y una pausa-. ¡A Tommy, a quién si no!.... Está aquí conmigo… No, no estábamos haciendo nada. Que no, de verdad. No interrumpes nada. Me estaba poniendo firme con él. Chicos-suspiró trágicamente-. Sólo piensan en una cosa… Ah, no. Tommy también. Lo que pasa es que contigo se comporta. Y más le vale-se puso una mano en la cadera-. Que no, Lay, no inte…
               -Dile que tengo ganas de hablar con ella-espeté. Y cuando me escuché decirlo en voz alta fue cuando vi hasta qué punto era verdad.
               -Quiere hablar contigo-repitió la americana, y la inglesa contestó algo que la hizo sonreír. Se separó el móvil de la oreja y me tendió el teléfono.
               -Hola, princesa-saludé, y sentí cómo Layla florecía con sólo escuchar mi voz.
               -Hola, T. Yo… ¿estabas haciendo algo con Diana?
               -Me tiene esclavizado. De fotógrafo. Ya sabes. Modelos-puse los ojos en blanco, y ella se rió.
               -Sí, modelos.
               -¿Cómo estás?
               -Bien.
               -¿Seguro?
               -Sí. Ahora sí-susurró, y algo en mi interior se despertó y se levantó como se alzaban las islas por encima de la superficie del agua, alimentándose de los volcanes que les habían dado vida. Suspiré, y ella también suspiró, y yo volví a suspirar. Y Layla se rió-. ¿Todo bien con Scott?
               -Es gilipollas-dije-. Pero yo también. Hacemos buena pareja.
               -Sois cuquis-sentenció. Y si Layla decía que éramos cuquis, era que Scott y yo teníamos que casarnos urgentemente. Joder, si no conseguía convencerlo para formar una banda, ¿cómo iba a hacer que dejara a mi hermana y se fugara conmigo?
               Algo se me ocurriría.
               -¿Qué tal la uni?
               -Bien.
               -¿Y las prácticas?
               -Oh, ¡genial, T! Verás, hay una ancianita…-empezó, y yo la escuché pacientemente, maravillado con cómo le cambiaba la voz y cuantísima vitalidad había en ella cuando hablaba de su pasión. La pobre era tan buena que no soportaba el sufrimiento de los demás. Me confesó que había llorado cuando estuvo presente en el momento en que le contaron a un matrimonio que la mujer tenía cáncer de mama, y eso que lo habían pillado a tiempo y era muy posible que se recuperara. Me habló de sus pacientes, me contó que hablaban con ella y le contaban sus historias y a Layla le encantaba saber qué les motivaba. Los estudiantes hacían más cosas por animar a los que estaban en el hospital que los propios médicos, demasiado ocupados con sus cosas.
               Siguió hablando y hablando, varias veces me pidió perdón, y yo le decía que no pasaba nada, y que me gustaba escucharla.
               Me gustaba escuchar los copos de nieve de la primera nevada del año cayendo en su voz, las flores abriendo sus pétalos en la primavera, las olas lamiéndote los pies en el primer baño del verano, las hojas cayéndose de los árboles y tiñendo los parques de bronce mientras avanzaba el otoño.
               Diana se sentó a mi lado, pero no sobre mí. Sólo me cogió la mano cuando yo me estiré para dársela, mientras continuaba escuchando a Layla.
               Recordando las cosas que había leído.
               Asumiendo que yo era eso ahora. Diana era mi mundo, y Layla, mis estaciones. Diana era el mar, Layla, las mareas. Diana era las montañas, Layla, la nieve para hacer esquí. Diana era el chocolate caliente, Layla, la calidez de las manos que cogían la taza.
               Diana era la jungla.
               Y Layla era la primavera de esa jungla.
               Ninguna tenía sentido sin la otra.
               -Princesa-la corté, y ella se quedó callada un segundo.
               -¿Qué pasa? ¿Tienes que irte?-preguntó, quizá un poco herida.
               -No. No me voy a ningún sitio-miré a Diana, que me acarició los nudillos-. Quería decirte una cosa.
               -¿Qué es?
               -Te quiero-la escuché sonreír-. Aunque no te tenga en mente a todas horas. Lo hago. Eres parte de mí.
               -Oh, Tommy-suspiró-. Yo también te quiero. Aunque no te tenga en mente a todas horas.
               -No he pensado mucho en ti últimamente-confesé, y Diana se mordió los labios.
               -No importa. No has tenido tiempo. Lo entiendo. La verdad es que yo también he estado un poco liada. No pasa nada.
               -Pero…
               -Tommy, de veras, no pasa nada. Yo no soy el centro de tu vida-miré a Diana, preguntándome si lo era ella-. Diana tampoco lo es-añadió, como queriendo darse importancia y, a la vez, quitarme un peso de los hombros-. Y tú no eres el de la mía. Me estás ayudando, y te quiero muchísimo, pero… la importante soy yo. Ahora lo veo.
               La escuché respirar un rato.
               -Deberías escribir un libro de autoayuda-dije.
               -No creo que lo leyera mucha gente… Oh, mierda… Tommy, tengo que dejarte. Urgencias-anunció-. Hablamos, ¿vale?
               -Cuando quieras.
               -Hasta luego.
               -Adiós, princesa-dije, y cortó la comunicación antes de que pudiera pensar en algo más elaborado con lo que despedirme. Miré el teléfono, con la desorientación de quien pierde un momento el norte, y luego se lo tendí a Diana.
               Ella lo cogió y lo dejó en la mesilla entre nosotros dos, tumbada sobre su costado.
               -Me gusta cómo tratas a Layla.
               -¿No te trato igual a ti?
               -Sí y no. Eres dulce con las dos. Pero con ella lo eres más.
               -Lo sien…
               -Otra vez disculpándote, inglés-sonrió-. No pasa nada. Me gusta que seas diferente. Nosotras somos diferentes-le dediqué una sonrisa torcida-. ¿T? ¿La echas de menos?-asentí despacio con la cabeza-. Échala de menos conmigo-me pidió, estirando los brazos. Y yo obedecí.
               Me puse entre sus piernas y le besé los labios mientras enredaba sus dedos en mi pelo. Me quitó la camiseta.
               -Tengo frío-me quejé.
               -Yo te caliento-me respondió. Me puso la chaqueta y me desabrochó los pantalones lo justo y necesario para poder sacar de mí lo que le interesaba. Se bajó los tirantes del peto y se lo desabrochó para dejarme vía libre. Se quitó las bragas, yo la acaricié, la besé, y no fui capaz de esperar a tenerla suplicando. Me metí en su interior muy, muy despacio, como si cada milímetro de nuestra unión nos doliera, un dolor placentero, un placer doloroso. Diana cerró los ojos y se mordió el labio, agitó despacio las caderas, hizo todo lo posible por disfrutar y hacerme disfrutar a mí sin hacer ruido.
               Yo miraba de vez en cuando al interior de la casa, como si pudiera ver más que el reflejo de nuestros cuerpos enredados y unidos mientras hacíamos el amor bajo la capa anaranjada del crepúsculo.
               Como si fuera a poder separarme de ella ahora que estábamos así.
               Diana se detuvo un momento y me miró a los ojos. Me perdí en aquellas selvas suyas que se vestían de atardecer. Me acarició la mejilla, me besó la frente y luego los labios.
               Y me dijo algo que no se me olvidará en la vida. Algo que recordaría cada día.
               -Ojalá hubiera sido virgen cuando nos conocimos-dijo en voz baja, avergonzada por su anhelo-. Ojalá tú hubieras sido el único chico con el que he estado en toda mi vida.
               Siempre habíamos sido abiertos con lo de nuestro pasado. Nunca habíamos lamentado haber estado con otra gente, porque aquello nos permitía gozar como lo hacíamos.
               Era la primera vez que me decía algo así.
               Y era la primera vez en que yo también deseaba que ella fuera la única con la que había estado. No se merecía estar con las sobras de Megan. El contacto con la pelirroja me había dejado marcado, contaminado, sucio.
               Y Diana no se merecía tener algo así.
               -A mí también me habría gustado que tú fueras mi primera chica-confesé, acariciándole el cuello. Diana cerró los ojos y movió las caderas una vez más.
               -Regálame tu luz, T-me pidió.
               -Mi luz eres tú, Didi.
               Sonrió, siguió besándome despacio, moviéndose, con los ojos ya cerrados. Le pedí que los abriera. Me miró mientras yo entraba en el cielo y la esperaba entre las nubes. La miré mientras ella se reunía conmigo.
               Me reposé sobre ella, agotado y absolutamente borracho de su cuerpo. Diana metió los dedos en mi pelo y comenzó a acariciármelo mientras yo dejaba la boca lo bastante cerca de sus senos como para que mi respiración no le fuera indiferente.
               -No quiero dejarte marchar-lamentó.
               -No tienes que hacerlo-besé la piel entre sus pechos.
               -Vas a ir a dormir a casa de Scott-acusó, y yo asentí con la cabeza.
               -Todavía no estamos listos, Diana.
               -No pasa nada-replicó, estudiando los árboles de mi casa.
               -Diana…
               -Está bien. En serio-me besó la frente-. Es solo que… echo de menos cuando podíamos dormir juntos. Aunque no lo hiciéramos. Me gustaba saber que, si necesitaba abrazarte, sólo tenía que bajar las escaleras.
               -Todavía puedes avisarme. Y bajar las escaleras. Y esperar a que yo llegue y te abrace.
               -¿Vendrías?-inquirió, ilusionada.
               -Por supuesto.
               Me acarició la mejilla.
               -Sólo fueron tres.
               -¿Qué?
               -Los chicos con los que estuve en Nueva York. Sólo fueron tres. No me acosté con todos los Giants.
               -Lo sospechaba.
               -Ahora ya lo sabes. Yo no te haría eso. Sabía que te dolería si eran demasiados-me tomó de la barbilla-. ¿Te duele?
               -¿Que no fueran yo? Sí. ¿Que sean tres? No. Como si son un millón. Puedes hacer lo que quieras.
               -Tú eres lo que quiero-me pellizcó las mejillas cuando se hincharon tras mi sonrisa. Me vi reflejado en sus ojos y me gustó lo que vi. A alguien totalmente enamorado, perdido en su chica, vulnerable y fuerte al mismo tiempo.
               En la forma en que me miraba había una belleza tan intangible como el tiempo.
               -Por dios, Tommy-suspiró-. La chica que se llevó tu regalo no sabe la suerte que tiene.
               -No se lo merece. Debería haber sido para ti.
               -Sí.
               -Estoy seguro de que el chico que se llevó el tuyo sabe de sobra lo afortunado que es.
               -Te equivocas. No lo sabe. Y no lo aprecia. Pero no me importa.
               La abracé.
               -¿Cómo fue tu primera vez?-quiso saber.
               -Humillantemente corta. ¿La tuya?
               -Dolorosa-respondió tras un momento de meditar. Sus ojos se perdían en el horizonte.
               -A veces pasa-la consolé. Diana apretó los labios, sus ojos se humedecieron un poco.
               -Sí-asintió, con la voz un poco rota-. A veces pasa.
               La besé y la cubrí de mimos. No quería que se pusiera triste. El sol se puso y las estrellas comenzaron a gotear en el cielo. Tuvimos que vestirnos, que entrar en casa, y finalmente nos tuvimos que decir adiós.
               -Puedo pedirle a Eleanor que duerma contigo, si lo que quieres es tener a un Tomlinson en tu cama-bromeé, y ella negó con la cabeza, abrazándose la cintura.
               -Estaré bien.
               Y lo estuvo, lo estuvo hasta el día siguiente, y todos los demás, cuando me acerqué a ella a la salida del instituto y le dije que me tendría otra vez enterito para sí. Me respondió que tenía que ir a trabajar, y yo le dije que no pasaba nada. Que otro día sería.
               Corrió a mis brazos cuando volvió a casa y me encontró en pijama, listo para pasar mi primera noche desde mi resurrección en mi hogar. Me cubrió de besos y no se separó de mí, como si temiera que fuera a irme, como si mis hermanos no se hubieran asegurado de hacer que me dieran ganas de volver a usar mi cama: me había pasado toda la tarde con Astrid y con Dan, jugando con ellos y comportándome básicamente como el hermano mayor más cariñoso y mejor del mundo.
               Astrid insistió muchísimo en preguntar si me quedaba a dormir, como poniendo a prueba mi voluntad.
               -¿Te quedas a dormir, Tommy?-inquirió a posta delante de Diana, a lo que yo respondí, pellizcándole la nariz:
               -No sólo me quedo a dormir, peque, sino que también voy a ser yo quien te cuente un cuento hoy.
               Los niños corrieron a ponerse el pijama mientras mi americana y yo fregábamos los platos y terminábamos de prepararlo todo para el día siguiente, cuando llegaría Zoe. Subimos de la mano, nos sentamos en la cama de Dan, en la que se había metido también Astrid, y les leí el cuento más largo del libro que tocaba, sólo por estar un poco con ellos. Astrid se dejó llevar por el sueño sin más problemas, pero Dan luchó y luchó hasta que no pudo más, y cerró los ojos, abrazado a nuestra hermanita más pequeña.
               Les besé la frente y los arropé para que no cogieran frío. Diana me esperó fuera de la habitación, mirándome como si me viera por primera vez. Tardaría años en verla volver a mirarme así.
               -¿Qué?-pregunté en voz baja.
               -Mis padres no tenían ni idea del regalo que me estaban haciendo cuando me mandaron a tu casa-explicó, abrazándose a mí y hundiendo la nariz en mi cuello. Yo hice lo mismo con la mía en su pelo.
               -Tú eres el regalo, Didi, no yo.
               -Te seguiría hasta el fin del mundo-me prometió.
               -Woah. Cuidado, americana. No me lo vaya a tomar al pie de la letra, y te pida que lo hagas-la miré a los ojos, y vi su resolución cuando respondió:
               -Pídemelo.
               Ahí estaba. Mi oportunidad. Si le decía ahora lo de la banda, me la llevaría de calle. Estaría todo hecho.
               Pero no. Había que seguir el plan, hacer las cosas bien. Ir paso por paso, dominar el arte de caminar antes de correr.
               Las palabras que había intercambiado esa misma mañana con otra chica muy importante en mi vida resonaron en mi cabeza mientras me metía debajo de las mantas, al lado de Diana. Recé para que fuera ella quien pusiera la guinda del pastel y empujara la bola de nieve colina abajo.
               -Tú también eres su hermano-me había dicho-. Tienes influencia, aunque no lo creas. Somos lo más importante de la vida de Scott, nosotros cuatro-había proclamado, orgullosa. Me había costado llegar hasta ella, pero una vez juntos, hablar fue lo más fácil del mundo.
               Primero, me había quejado de aquello a Jordan y Alec. Ellos escuchaban, entendían, y lo más importante, no prejuzgaban. Escucharon mi perorata con paciencia y, finalmente, Alec me bendijo con uno de sus momentos de lucidez:
               -Puede que no hayas recurrido a todo.
               -¿Qué dices? Soy su mejor amigo. Eleanor tiene razón, es a mí a quien más escucha.
               -Puede-asintió Alec-. Pero no lo estás enfocando bien. Yo a Jordan se lo cuento todo-hizo un gesto con la mano en dirección a éste-, pero no se lo concedo todo. Scott tampoco va a hacerlo contigo. Con su novia, lo mismo. Yo no lo hago con Sabrae.
               -Sabrae no es tu novia, Al-le recordó Jordan, y Alec se volvió hacia él.
               -Te voy a pegar un puñetazo en la cara y te voy a dejar más feo de lo que ya eres-espetó, arisco.
               -No te sigo, Al-protesté.
               -Hay una persona en el mundo a quien yo le regalaría la luna, y todo lo que me pidiera-respondió, críptico. Me giré y miré a Mimi. Empecé a sumar dos y dos, pero demasiado despacio.
               Además, no la tenía a la vista.
               Porque acababa de llegar a su lado.
               -¿Qué haces cuando necesitas un milagro, Tommy?-preguntó Alec, y me volví hacia él. Y la vi allí, de pie, detrás de él, con las manos en sus hombros, los dos mirándome como los amos y señores del cotarro. Porque lo eran. Para que luego digáis que soy gilipollas, oí a Alec protestar un millón de veces en mi cabeza.
               No fue él quien me contestó.
               Fue Sabrae.
               -Acudes a Dios.



No había podido dejar de pensar en Eleanor, en Diana y Tommy, en Eleanor, en qué iba a hacer ahora que se había acabado mi vida estudiantil, en Eleanor, en si me cogerían en algún sitio con buenas salidas laborales, en Eleanor…
               … también en Eleanor…
               … ah, sí, y en Eleanor. ¿Cuánto de verdad había en lo que me había dicho? ¿Cómo se tomaría ella que hiciera una banda y me presentara en el mismo programa que ella? ¿Le molestaría? ¿Le haría ilusión?
               Scott, tío, no vas a montar una banda.
               Ya, ya sé que no voy a montar una puta banda.
               ¿Pues entonces?
               ¿Cómo nos va a afectar a nosotros que ella entre en el programa? Seguro que ya ha mandado su audición. Fijo que ya tiene su número de identificación. ¿Cuánto tiempo va a pasar hasta que nos demos cuenta de que no vamos a sobrevivir a su ausencia?
               Había tenido tiempo de sobra para comerme la cabeza con todas estas cuestiones durante la tarde, y estaba tan agotado que me había dado igual todo. Me pasé todo el día con mis hermanas: viendo series de personajes idénticos cuyos nombres eran trabalenguas con Shasha, y jugando a las muñecas-señoras de la guerra con Duna.
               Podía culpar a Tommy de muchas cosas, pero no de tener un buen sentido del momento indicado para largarse.
               -Voy a volver a casa-había anunciado esa misma mañana, antes de irse al instituto.
               -Vale-respondí, fingiendo que no le estaba echando de menos aunque lo tuviera a, literalmente, dos metros. Me había levantado en uno de esos días en que tenía que resistirme para no morderle un moflete a Tommy para agradecerle que existiera.
               -No te lo tomes a mal, pero echo de menos a…
               -¿Dan?-ataqué, cruzándome de brazos. Tommy puso los ojos en blanco.
               -También, evidentemente. Pero…
               -Eleanor-adiviné. No tenía a su hermana cuando yo andaba cerca; la única manera de estar con ella era no estar conmigo-. Me pasa igual. Con Sabrae-me encogí de hombros. Yo sabía que Eleanor era la favorita de Tommy, al igual que Tommy sabía que Sabrae era mi favorita. De nuestras hermanas, eran las que más tiempo llevaban con nosotros.
               Habían sido nuestros primeros bebés.
               La inclinación natural que sentíamos hacia ellas era lógica.
               Y mi mejor amigo sonrió.
               -Nos vuelven locos, ¿eh, tío? Pero esto de ser hermanos mayores es una puta pasada.
               -Son una desgracia, pero son nuestra desgracia-asentí.
               Ninguno de los dos tuvo una tarde perfecta porque nuestras desgracias particulares decidieron irse de casa. Eleanor, a hacer un trabajo con Mimi, y Sabrae, a boxear con Alec.
               No me dijo que se iba con Alec, pero, a ver. No soy gilipollas, ni nací ayer. Cuando se puso su mejor sudadera y los shorts que más le alzaban el culo, hasta un tonto habría sabido que iba a verlo a él.
               Los Whitelaw nos habían quitado nuestras delicias vespertinas; menos mal que nuestras madres habían sido de útero generoso y nos habían bendecido con dos hermanos extra a cada uno con los que entretenernos y a los que llenar de mimos.
               Pero mentiría si dijera que no se me cayó la baba cuando Sabrae salió de la ducha y vino derechita a darme un abrazo. Se metió por mí hasta darse por satisfecha cuando mis brazos la rodearon y bufó de placer cuando se acomodó contra mí. Zorra zalamera, mataría a toda la población mundial sólo para mantenerte a salvo, suspiré para mis adentros mientras Sabrae frotaba la nariz por mi pecho.
               -Sabrae-se rió papá-. ¿Hay mimos?-Sabrae asintió con la cabeza y me apretó más a ella con sus brazos en mi cintura. Cerró los ojos, y hundió la cara en mi pecho, sin importarle que eso pusiera en peligro la estabilidad de su gorra de cuero negro con la placa dorada de Batman, que había adquirido hacía dos vidas.
               Y empezó el festival de Vamos A Hacer Que Scott Se Muera De Amor®.
               -Das los mejores abrazos del mundo, S.
               Miré a papá, que sonrió.
               -Creía que eso era cosa de Alec.
               -No, Alec da los mejores besos del mundo-se sonrojó un poco, mi niña preciosa, ¡es que me la comía!
               -¿Quieres que hablemos de él?-inquirí, negándome a creerme que aquel ataque de amor se debía a uno de mis mejores amigos, y no a mí. Ella negó con la cabeza y se pegó más contra mí, y yo me reí-. De acuerdo, mi niña.
               La llevé al salón, dejé que se me tumbara literalmente encima, y me dediqué a ver la tele mientras ella se pegaba a mí como una lapa. Normalmente ese comportamiento me molestaría, porque lo haría más por fastidiarme que por otra cosa, pero había echado tanto de menos la sensación de estar vivo y de poder querer a alguien y tolerar el contacto con mis hermanas que tenía la sensación de que ni un millón de años me bastarían para abrazarlas.
               Así que, ¿qué otra cosa podía hacer, aparte de relajarme y disfrutar de aquella vida que me había dado tanto?
               Cuando Shasha bajó corriendo las escaleras y nos encontró en el salón, y llamó a Duna para venir a atosigarme con mimos, supe que había estado muy jodido por lo mucho que disfruté de tenerlas acosándome. Me dejé hacer como un estoico cachorrito, y disfruté en secreto de cada besito que una de mis hermanas me daba como lo había hecho de pequeño.
               Estaba perdiendo facultades.
               Papá y mamá iban a salir esa noche, de modo que me quedaba al mando de la casa. Pero yo sabía que tantas atenciones venían por la adoración fraternal que mis hermanas me profesaban, no por interés.
               Lo cual no evitó que se pusieran a saltar y chillar a mi alrededor cuando les sugerí pedir comida a domicilio. No querían pizza, querían hamburguesas, y las querían ahora, y se aseguraron de hacérmelo saber. Mamá me había dejado pasta, pero estábamos tan extasiados con tener la casa para nosotros solos que decidimos que no íbamos a reparar en gastos.
               Cuando sugerí pedir a domicilio al Burger King, se pusieron a dar gritos como locas. Duna corrió a por el ordenador de Shasha mientras las mayores me rodeaban y chillaban al unísono, dando brincos en círculos a mi alrededor:
               -¡Aros de cebolla, aros de cebolla, aros de cebolla!
               Empezaron a levantarme dolor de cabeza. Ya estaba un poco hasta los cojones de ellas, así que les grité que o dejaban de dar voces o descongelaba algo y nos lo comíamos sin calentar.
               Las chicas hicieron lo que les pedí, pero no contemplé la posibilidad de que hicieran un anillo a mi alrededor, se cogieran de las manos y empezaran un ritual satánico susurrando, muy bajo:
               -Aros de cebolla, aros de cebolla…          
               Puse los ojos en blanco y me froté la frente.
               -Qué ganas tengo de cumplir los 18 para ligarme las trompas y asegurarme de que nunca tenga que aguantar a copias vuestras que haya creado yo, putas crías.
               -¿Trompas? ¿Qué trompas?-cacareó Sabrae.
               -¡Trompas de elefante!-festejó Duna.
               -Tampoco creo que tengas necesidad de ligarte nada, Scott. Seguro que con tu trompa no puedes tener hijos. Es demasiado pequeña-acusó Shasha, y Sabrae se echó a reír y chocó los cinco con ella.
               ¿Lo que dije antes de Sabrae? Olvídalo, no es mi favorita. Mi favorita es Duna, que todavía no me toca los huevos al nivel que lo hacen las otras dos.
               -Para tu información, mi trompa está de puta madre. Tengo credenciales-dije-. Y hablo de las de Falopio.
               -No tienes trompas de Falopio, Scott-informó Sabrae.
               -Sí que las tengo.
               -No, no las tienes.
               -¿Qué te apuestas?-exigí saber.
               -Quesitos de chile-sentenció Sabrae. Nos dimos la mano y Shasha abrió google.
               No me quedó más remedio que añadir los quesitos de chile al pedido cuando vimos que las trompas de Falopio conectaban los ovarios con el útero. Volvieron a ponerse a chillar y yo decidí que no iba a tener hijos nunca, no me fueran a salir como ellas.
               Me pareció que estaría feo querer asfixiar a tu prole, por mucho que te enterneciera que se volvieran locas mirando qué pasaba con el pedido, en qué punto estaba, cuándo iba a llegar… o por mucho que me gustara que volvieran a darme mimos para compensar mi fallo intelectual… o que me dejaran apartada una hamburguesa extra solo para mí…
               Ay. Cómo mola tener hermanas.
               Nos quedamos viendo telebasura mientras cenábamos, y más telebasura tras acostar a Duna, y más telebasura después de que Shasha se marchara también a dormir. Sabrae se pegó a mí y se pasó mi brazo por los hombros, se metió una patata en la boca y me acercó otra a mí a los labios. Se limpió la sudadera negra y caí en la cuenta de quién era.
               -¿Le has robado a Alec su sudadera favorita?
               -Me la regaló-explicó sin darle más importancia, pero vi en la manera en que escondía sus manos en las mangas que era importante para ella.
               -Le encantaba esa sudadera-comenté.
               -Lo sé-respondió, mirándome-. Por eso la voy a cuidar.
               Volvió a coger comida y volvió a acurrucarse contra mí.
               -Me gusta-dijo en voz baja- porque huele a él.
               Le besé la cabeza, sonriendo.
               -¿Qué tal os va?
               -Bien-musitó, sonrojándose.
               -¿Bien, bien… para preparar san Valentín?
               -… bien-dijo tras una pausa, alargando la “e” y metiéndose un quesito de chile en la boca.
               -¿Te vas a resistir a él hasta san Valentín?
               -Eso espero-y soltó una risita.
               -Ay, Saab-suspiré, trágico-. Tu primer día de los enamorados con novio.
               -Ya tuve uno, ¿cuándo crees que perdí la virginidad?-me provocó.
               -¿Hace un año? ¿Con 13? Madre mía, Sabrae, cálmate un poco, ¿no?
               -No fue entonces-se echó a reír-. Fue hace menos. Ya tenía los 14. Fue en verano.
               -¿Y fue como te esperabas?
               -Me dolió-admitió, encogiéndose de hombros. La experiencia no había sido demasiado traumática, o no estaría tirándose a Alec cada vez que se le pusiera a tiro.
               Pero mis alarmas de hermano mayor protector ya se habían encendido.
               -Me voy a cargar el hijo de puta bruto que te lo hizo. ¿Cómo hostias se llama?
               -Está bien, Scott-Sabrae meneó la mano, sin hacerme caso.
               -¿Lo sabe Alec?-quise saber, herido.
               -Claro.
               -¿Y también sabe quién es?
               -Ah-respondió, alzando las manos.
               -Le preguntaré a él.
               -No te lo va a decir.
               -¿Es que ahora os guardáis secretos? Uuuh-me burlé, tirándole una patata. Sabrae se echó a reír, sus rizos volando en todas direcciones.
               -¡Cállate, Scott!
               Nos quedamos mirando un poco más la tele. Se sacó el móvil del inmenso bolsillo (en el que podría caber perfectamente ella), y lo desbloqueó. Tenía un mensaje de Al. Le respondió sin desbloquear el teléfono y se lo volvió a guardar.
               Pero la sonrisa boba no era tan fácil de esconder.
               -Te veo bien, hermana.
               -Me siento bien, hermano.
               Le acaricié los rizos.
               -¿Y tú? ¿Estás bien?-quiso saber. Me encogí de hombros.
               -Tengo muchas cosas en la cabeza.
               -¿Como cuáles?
               -Futuro. Básicamente.
               -Sé que le dijiste a mamá de ir a su despacho.
               -Fue una idea estúpida.
               -Un poco.
               -Eh, ¿quieres oír otra idea estúpida?
               -A ver.
               -Tommy quiere hacer una banda-dije en voz alta. Sabrae parpadeó.
               -Ya veo.
               -¿Ya ves? ¿Sólo voy a obtener esa reacción?
               Se apartó un mechón de pelo de la cara.
               -A mí no me parece una idea tan… descabellada.
               -Sabrae-dije, alzando las cejas-. Soy el hijo de Zayn Malik. Estuvo en una banda.
               -Yo también soy la hija de Zayn Malik-se encogió de hombros.
               -Sí, pero tú no te pareces a él.
               -¿Qué tiene de malo parecerse a papá?
               -Pues… todo. Que no soy yo. Soy él, en joven. Soy él hace 20 años. Soy él, básicamente, cuando estaba en una banda.
               Subió los pies al sofá y no me contestó.
               -¿Sabrae? ¿Hola?
               -Yo mataría por parecerme a papá. O a mamá-dijo con voz queda. Tragó saliva y se le llenaron los ojos de lágrimas.
               -No te pongas triste, Saab. Oye. Eh-la atraje hacia mí y le besé la cabeza-. Te pareces a papá y a mamá. Eres la que más se parece de los cuatro.
               -En mi personalidad, puede. Pero no tengo los ojos de nadie. No tengo la sonrisa de nadie. Ni siquiera sé si me parezco a la mujer que me parió-se limpió una lágrima-. Y a ti te parece mal parecerte a papá. Dios, lo que daría porque la gente pudiera decir que yo soy la viva imagen de mamá, como lo dicen de Duna.
               Seguí abrazándola hasta que se tranquilizó. Nos quedamos tumbados sobre el sofá.
               -No es una idea estúpida.
               -Sí que lo es.
               -Que te parezcas a…
               -No es porque me parezca. Es porque yo no soy Zayn. Yo no voy a ser suficiente. La gente va a esperar cosas de mí, y… sólo va a ser otra decepción que añadir a la larga lista de decepciones que es mi vida. No deseado, expulsado… no puedo ser también un fracaso.
               -No eres un fracaso, Scott.
               -Eso no lo sabes, Sabrae.
               -Sí que lo sé. Eres el único hermano que tengo. Y no quiero que papá y mamá tengan más. Contigo es más que suficiente. Tú eres suficiente. ¿Te preocupa que no nos enorgullezcamos de ti? Yo ya lo hago. Me gusta ser una Malik. Me encanta ser una Malik. Si algún día me caso, jamás tomaré el apellido de mi marido. Quiero morir con el de mi padre. Es el que tiene mi madre. Es el que va a transmitir mi hermano-sacudió la cabeza y me dio un beso en la mejilla-. No tienes por qué avergonzarte de tener miedo.
               -No tengo miedo.
               -Tommy lo tiene-replicó. La miré-. Habló conmigo. Quiere que te convenza. Pero yo no voy a poder.
               -Lo que no puedas tú, no lo puede nadie, pequeña-repliqué, tras anotar mentalmente darle una patada en el culo a Tommy mañana.
               -No, no voy a poder, porque tú ya estás convencido. Lo que pasa es que no quieres darte cuenta. No quieres entrar en One Direction… pero tu banda no va a ser One Direction. Va a ser sólo para ti. Va a estar hecha a tu medida. Como nuestra familia.
               Le acaricié el rostro, examiné sus facciones, los ojos que me habían conquistado hacía tanto tiempo. Su piel de chocolate. Sus rizos de azabache. Le di un beso en la cabeza y ella me lo devolvió en la mejilla. Me quedé mirando la tele sin verla. Me quedé frito en el sofá con Sabrae dándome calor encima. Ella nos tapó con una manta y también se durmió sobre mí.
               Me desperté de madrugada, la recogí y me la llevé a mi cama. Ella no dejó de dormir en ningún momento. Se me daba bien esto. Ser un hermano mayor.
               Y no había nada más de hermano mayor que hacer que tus hermanas pequeñas se sintieran orgullosas de ti.
               Es por eso que me pasé la noche pensando, meditando, reflexionando. Comí mis cereales en silencio y acompañé a Tommy y Diana al aeropuerto.
               Y, sólo cuando el vuelo de la amiga de Diana aterrizó y la rubia salió disparada al encuentro de ésta, me volví hacia Tommy y le solté:
               -Me va a encantar ver cómo tardas un millón de años en convencer a Diana.
               Tommy me miró como si fuera su mujer diciéndole que está embarazada tras meses intentándolo, pero yo sólo estaba cumpliendo con mi misión.
               Sólo estaba haciendo que Sabrae se sintiera orgullosa de mí…
               … por elegir ser feliz.

       
¿A que no podéis vivir con lo cuquis que son Sabrae y Scott? Pues imaginaoslo que os espera en Sabrae❤. Os recuerdo que aún podéis apuntaros para que os avise el domingo de que el capítulo ya está publicado dando fav a este tweet, o poniéndomelo en comentarios.


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11 comentarios:

  1. NO SE QUE PARTE ME HA GUSTADO MÁS SI TIANA Ó SCABRAE!!!!
    Me encantan lo tiernecitos que se han puesto tanto Tommy como Diana diciendose que se quieren y deseando haberse renido6el uno al otro para la primera vez. Es precioso Joder.
    Y SCOTT CON SUS HERMANAS ESO SÍ QUE ES AMOR ME CAGO EN TODO. ¿POR QUE ME HA TOCADO A MI SER LA HEEMANA MAYOR EN MI FAMILIA?
    Y ESE FINAL, hablemos de ese final y el bendito Scott Yaser Malik aceptando hacer la puta banda

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    1. Uf, yo estoy dividida también porque Tiana=mis padres pero por otro lado Scabrae (dios mío, necesito buscarles un nombre en condiciones urgentemente xd) son demasiado cuquis como para ser de verdad y ESTOY SUFRIENDO.
      Pobres de vosotras que creéis que Scott es cuqui con 17 años. Ya lo veréis con 3. Eso SÍ que va a ser salseo delicioso.
      QUE VAN A HACER UNA BANDA TÍAS. FIESTOTE DEL BUENO. YATES Y PUTAS.

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  2. A ver, Tiana son mis padres y punto.

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    1. Son los padres de todo el mundo, necesito que se casen y tengan como dos millones de hijos, gracias

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  3. Aleluya gloria a dios que ya me he podido leer el capitulo
    super blessed con que sea sabrae la que convenciera a scott me esperaba que fuese eleanor pero sabrae y scott han sido muchisisimo más cuquis me muero
    tommy y diana si que son mis padres madre miiiiia
    hay que buscarle un maromo a logan YA pq chad tiene novio que sino le traia de los pelos

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    1. Ya me tenías en ascuas de verdad te hiciste de rogar eh CABRONA (como si yo no tardara 4 días en contestar xd)
      Mira de verdad Scott vive por y para Sabrae desconozco quién es esa tal Eleanor de la que me hablas (aunque en la versión que tenía en mi cabeza el momento era aún más cuqui, pero por motivo de tiempo no pude ponerlo y sufro fuertote :()
      TE DAS CUENTA DE QUE ANTES ODIABAS A DIANA Y AHORA ES TU MADRE ME ESTOY DESCOJONANDO
      "Hay que buscarle un maromo a Logan YA porque Chad tiene novio que si no le traía de los pelos" mE ESTALLO EN SERIO JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA LA MADRE QUE TE PARIÓ. (en el fondo tienes razón, y en SABRAE vamos a profundizar más en ello ((apúntate para que te avise cuando suba coño ya)))❤

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  4. ME HE DESCOJONADO CON SCOTT SÚPER CONVENCIDO DE QUE TIENE TROMPAS DE FALOPIO XD
    HA ACEPTADO FORMAR LA BANDA OMG CADA VEZ ESTAMOS MÁS CERCA ❤
    Diana es un ser hermosísimo que no nos merecemos TOMMY CABRÓN CON SUERTE (Por favor pueden casarse ya y tener hijos?)
    POR FIN VAMOS A LEER SABRAE GRACIAS POR BENDECIR NUESTRO DÍA DEL LIBRO (Y EL NACIMIENTO DE SCOTT) ASÍ ❤

    - Ana

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    1. Al pobre lo expulsaron del instituto, no hay nada que hacer con él, es un nini
      LA BANDA IS COMING
      Diana es tan preciosa de verdad quiero abrazarla, encima tiene una historia detrás súper profunda UF os va a encantar todavía más cuando la conozcáis de verdad en serio
      AY DE NADA DE VERDAD ME HACÍA UNA ILUSIÓN TERRIBLE EL PODER SUBIROS EL CAPÍTULO, ESTOY SUFRIENDO QUÉ HERMOSO ES VIVIR❤

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