¡Muchísimas gracias por los comentarios de la anterior entrada! Me ha hecho muchísima ilusión volver a leeros. No sabéis la alegría que me da cuando me escribís.❤
Os espero el domingo en SABRAE. Y, sin más dilación:
El día nos acompañaba a los
que queríamos quedarnos dentro del instituto sin hacer absolutamente nada.
Y teniendo más posibilidades de ver a nuestras chicas.
La cafetería estaba abarrotada de críos menores que
nosotros buscando un huequecito donde sentarse; yo había aprendido hacía tiempo
que era inútil hacer aquello si no eras de último curso. Y los de último curso
no necesitábamos buscar sitio, por la misma razón por la que no tenía sentido
hacerlo cuando no estabas a punto de marcharte del instituto.
Porque tenías que ceder los sitios que hubiera a los
mayores. Así de simple. O te levantabas tú, o te levantaban a bofetadas.
Y lo mejor de todo era que ni siquiera había sitio
para todos los que estábamos a punto de graduarnos en aquella cafetería. Con lo
que era una lucha a muerte.
Me fijé en su melena dorada como los rayos de sol
reflejándose en una flor de primavera en cuanto entró en la cafetería. Ya sabía
que me echaba de menos, tanto o más que yo a ella, porque una cosa es añorar lo
que no puedes disfrutar de ningún modo, y otra diferente era echar de menos
algo de lo que sólo obtenías pedacitos. Se vive mejor sin comerte una tableta
de chocolate entera cuando nadie te ofrece ni una triste onza.
Las chicas estaban discutiendo sobre quién tenía los
mejores apuntes de toda la clase mientras Diana miraba en derredor, esperé,
recé, deseé, que buscándome. Por fin, sus ojos se toparon con los míos, su
sonrisa escaló de sus labios sabor a fruta de la pasión hasta la explosión de
color selvático de sus ojos, y empezó a caminar hacia mí.
Bueno, decir que caminó hacia mí sería un insulto para
lo que hizo. Se deslizó como una diosa que se paseara por su creación, cuidando
y refortaleciendo del mundo que acababa de crear.
No podía dejar de mirar el contoneo de sus caderas,
los ligeros botes que daba su pelo mientras venía hacia mí, el efecto que sus
pasos tenía en su cuerpo, la forma en la que se balanceaban sus pechos a medida
que iba eliminado la distancia que nos separaba.
El mundo podría desmoronarse a mi alrededor y a mí no
me importaría menos: estaba demasiado ocupado admirando aquella divinidad
bajada de las estrellas para hacerme creer, aunque fuera un segundo, el tiempo
que dedicara en besarme, que yo era la criatura más importante del universo.
Es por eso que no me di cuenta de que Max se sentaba
en la silla a mi lado, la que se suponía que iba a ser para ella, y se
inclinaba sobre su café mientras Jordan arrastraba una silla de una mesa en la
que dos chicas intentaban ponerse al día con unos deberes que no habían hecho. Esos somos Scott y yo, habría pensado de
haberlas visto, y una punzada me habría atravesado el corazón, porque eso de ir
al instituto sin él era una mierda…
… pero, como estaba demasiado centrado en mi
americana, ni me enteré.
-Hola-saludó con ese acento dulce, mirándonos a todos
y a la vez sólo a mí (pero sin ponerse bizca ni nada, fue algo bastante raro).
Se inclinó y me dio un beso en los labios, la noté sonreír en cuanto nuestras
bocas se rozaron.
-Hola-respondí casi sin aliento. No podía creerme que
esa criatura me hubiera elegido precisamente a mí, de entre todos los chicos que había en el mundo, como su
compañero y como su novio. Alguien debía de estar sosteniendo la balanza del
destino para asegurarse de que a mí me tocara todo lo bueno; sólo esperaba que
el desgraciado que tuviera que compensar mi exceso de suerte no estuviera
quedándose sin fuerzas, porque de verdad que necesitaba que aguantara un poco
más.
Mis amigos soltaron un sonoro y alargado “uh” cuando
notaron cómo mis pulmones se vaciaban. Diana se apartó el pelo de la cara, se
colocó un mechón tras la mejilla, y miró a cada uno durante un segundo. Se
mordió el labio y Max me dio un codazo.
-Búscale una silla a tu chica, joder, Tommy. Sé
educado.
Diana se echó a reír, las manos entrelazadas sobre su
vientre.
-Sí, T, ¿y tus modales ingleses?-me picó, y yo alcé
las cejas.
-¿Acaso tienes queja de cómo te trato?-repliqué,
negando con la cabeza. Con un poco de suerte, se sentaría en mi regazo. No iba
a ir a por una silla para ella. Bastante tenía ya con no poder pasar juntos
todo el tiempo del que disponíamos. Tenía que estar con S. Tenía y necesitaba estar con S.
Puede que compensara nuestra separación ahora, en el
recreo, teniéndola tan cerca que incluso nos sintiéramos el pulso a través del
cuerpo del otro.
Diana sacó la lengua, cerró los ojos y se inclinó un
poco hacia delante mientras se la mordía con aquellos dientes blanquísimos.
Luego, contoneándose más incluso de lo que había hecho al venir, rodeó la mesa
y se sentó en las rodillas de Jordan, que se echó a reír mientras yo lo
fulminaba con la mirada. Didi le guiñó un ojo y, después, me lo guiñó a mí
mientras le pasaba un brazo por los hombros.
Alec llegó con Logan y se nos quedó mirando mientras
el segundo buscaba una mesa en la que sentarse.
-Joder, ¿exceso de aforo?-preguntó-. Didi, si tan poco
te satisface Tommy, no te recomiendo que te vayas con Jordan. Yo puedo
hacértelo pasar mejor-se ofreció, haciéndose hueco entre el susodicho y Max. Le
intenté dar una colleja, pero fracasé.
-Lo que hacéis los hetero por echar un polvo-se rió
Logan, que había pasado a abrazarse a sí mismo y hacer coñas con la sexualidad
de los demás en un tiempo récord. Alec sonrió y le revolvió el pelo.
-T no quería ofrecerme asiento, así que se me ocurrió
sentarme con Jordan. Por cierto, Jor, eres bastante cómodo-le sonrió. Yo puse
los ojos en blanco.
-Sí, claro. ¿Os busco una cortina, para que hagáis
cosas sucias en la intimidad?
-O podéis hacerlas con público-sugirió Max, y todos se
echaron a reír. Todos menos yo. Se iba a enterar esa tarde, madre mía.
Mi americana finalmente entró en razón y vino a
sentarse en mi regazo, las piernas colgando de mi costado, mientras escuchaba a
mis amigos mantener una conversación que yo ni me molesté en fingir que seguía.
De vez en cuando le echaba vistazos a Diana, deteniéndome descaradamente en la
curva que sus pechos hacían en la blusa del delicioso uniforme que tenía que
llevar.
En alguna ocasión me vi obligado a intervenir, pero
siempre con monosílabos, en los debates de mi grupo. Tenía que dejarles bien
claro que estaba allí de cuerpo presente, pero tenía la cabeza en otro lugar.
Diana también habló, más a menudo que yo, pero sus aportaciones a la discusión
que se estaba celebrando fueron escaseando más y más hasta que su presencia se
redujo a estar sobre mis piernas, con una mano hundida en mi pelo, y la mirada
ausente, pensando en sus cosas.
O en mi mano entre sus piernas.
Tenía la inmensa suerte de estar con la chica más
guapa del instituto, del país y del mundo, y también la única chica que no
llevaría medias en un helado día del enero inglés, porque “en Nueva York sí que
hace frío, no como aquí, que sólo tenéis fresquito”. De todas las chicas que había
por el instituto que tuvieran que ir de falda, sólo Didi iba sin medias en un
día como aquel.
Puede que fuera por mí.
Puede que fuera por ella.
Pero terminaba siendo por los dos.
Le mordisqueé el hombro cuando mi mano se coló por
debajo de su falda, reclamando su atención. Diana me miró a los ojos desde
arriba, como lo haría una aparición de algún ser de otro mundo que venía para
ofrecerle a la humanidad la paz y la cura de todos sus males; la salvación y la
vida eterna. Se mordió el labio y se inclinó para besarme en un ambiente
abarrotado de ruidos en el que sólo nos podía escuchar a nosotros dos.
Nuestras caricias, sus manos en mi pelo, la mía en sus
muslos, sus gemidos en mi poca, sus uñas en mi piel, su respiración acelerada,
los latidos de mi corazón enloquecido. Diana separó un poco las piernas,
dejándome más espacio para poder explorar.
Estábamos tan cachondos y tan necesitados de sexo que
nos daba absolutamente igual estar en la cafetería del instituto y que todo el
mundo pudiera mirarnos.
Hasta ese punto llegaba nuestro mono del otro.
Y hasta ese punto podía llegar a desquiciarme el estar
sin ella y, a la vez, sin Scott.
Además… nosotros dos éramos todo el mundo.
Diana me acarició el cuello, me miró a los ojos, se
aseguró de transmitirme los secretos del universo antes de echar a volar un
dulce jadeo que me supo a miel. Necesitaba tenerla, probarla, saborearla,
hacerle todas las cosas que un hombre le pudiera hacer a una mujer. Su mirada
transmitía una tranquilidad que se filtraba por entre sus muslos, en ese
pequeño paraíso que tenía entre las piernas y al que yo tenía un acceso
exclusivo. Ni siquiera me parecía justo que me dejara disfrutar de ella. Era
demasiado para mí, siempre lo sería: esos ojos, esos labios, esos dientes que
se asomaban en una suave sonrisa, aquellas manos hechas para acariciar a los
mortales y compadecerse de su mortalidad, unas piernas fuertes, kilométricas,
que te robaban la cordura…
-Tommy-me regaló mi nombre en un murmullo sordo que
sólo yo pude escuchar, y me dio la impresión de que me estaba nombrando por
primera vez, que me sacaba de la masa de gente y me daba individualidad, que
destruía mi anonimato. Mi madre había elegido mi nombre, pero me lo había
terminado de poner Diana.
-Te amo-le dije, y ella sonrió, se pegó un poco a mí y
me dio un beso como le darías una palmada en la cabeza al cachorro del criadero
que no te deja irte sin que le mimes más que al resto con una salchicha.
Sentimos los ojos de los demás sobre nosotros, pero no
nos importó. Diana estaba acostumbrada a que la miraran, literalmente vivía de
eso. Y yo… bueno… ni siquiera se me pasó por la cabeza que miraran a mi mitad
del “nosotros”. Ella era hermosa de sobra para acaparar todos los focos.
-Tortolitos-dijo por fin Logan, casi cansado de ver
cómo ella y yo nos mirábamos a los ojos como si no existiera nada más. Diana
respondió clavando los ojos en él y riéndose un poco, tapándose la sonrisa
mientras sus mejillas se encendían lo justo y necesario.
Debería sacar mi mano de entre sus muslos.
Pero no lo hice.
No le quitas al peregrino la figura del santo después
de hacerlo caminar mil millas. Le permites que disfrute de ella un poco más.
-Mm-dije, no obstante, cuando la mano de Diana que
llevaba el anillo que le había regalado yo me apretó el hombro. Presta atención, parecía decirme.
-Las chicas y yo nos vamos al cine hoy, ¿os apuntáis?
Arrugué la nariz y por fin los miré.
-Creo que paso-respondí-. Tengo la tarde un poco
liada. Cosas que hacer-me encogí de hombros. Todavía no le había dicho a la
americana que tenía pensado pasar la tarde en casa, a poder ser en mi auténtico
hogar: su cama. Quería que fuera una sorpresa.
Diana cruzó las piernas sobre las mías y no dijo nada,
sino que dejó que Bey y Alec trataran de convencerme.
-¿Seguro que os queréis perder dos horas de oscuridad
y ruidos que tapen vuestros gemidos?-pinchó Bey, mientras Tam y Karlie se reían
como las cabronas que eran. Los más cabrones del instituto habíamos conseguido
juntarnos, pero nos queríamos los unos a los otros y nos perdonábamos nuestras
respectivas personalidades.
-Venga, T, ¿vas a desperdiciar la oportunidad de
hablar de pollas toda la tarde?-atacó Alec, haciendo un gesto con la cabeza en
dirección a Logan y las chicas. Karlie le tiró un trozo de patata.
-¡No hablamos de pollas!
-… toda la tarde-añadió Logan, dando un sorbo de su
zumo.
-¡Oooh!-clamamos todos, y él se rió.
Una piedra se hundió en mis pulmones cuando caí en la
cuenta de que Scott no estaba allí para picarme, de que no estaba para escuchar
cómo Logan por fin era feliz y salía de su caparazón, hacía comentarios que
antes ni se le habrían pasado por la cabeza, no fuéramos a ser capaces de leer
sus pensamientos…
Me sentía culpable disfrutar de esas cosas y hacer que
se las perdiera. Era como si estuviera sentado en un tren que comenzaba a
avanzar por los raíles mientras Scott caminaba por el andén.
Y era Scott. No podía dejarlo atrás. A él, no.
Diana me pellizcó el cuello, cerca de un lunar que
había heredado de mi madre.
-¿Estás bien?-preguntó suavemente, y supe que los
demás anticipaban mi respuesta aunque se hubieran puesto a discutir sobre
películas (Logan sería gay, pero el típico gusto masculino por las películas de
acción con un guión de mierda seguía estando ahí, y aquello causaba problemas
con las chicas, que no querían ir a ver la 15º entrega de Fast and Furious) como si no hubieran escuchado a la rubia.
-Ajá-dije, cogiéndole la mano y besándole el dorso-.
Me he acordado de Scott. Eso es todo.
Diana jugó con mi pelo, los ojos chispeantes de algo
que no pude identificar. Cuando quería, mi chica podía esconder sus emociones
tras un muro de espesa vegetación que no podrías traspasar por muchas ramas que
apartaras: siempre surgían más.
-Ya se nos ocurrirá algo para volver a traerlo-me consoló,
y yo sonreí y asentí. Si fuera tan fácil…
Había renunciado a traerlo de vuelta; Fitz era
jodidamente terco y no iba dar su brazo a torcer así como así. Además, aunque
lo que hubiera hecho mi mejor amigo fuera justicia universal, seguía estando ese
puñetero vídeo contra el que no podíamos luchar. Incluso si no se demostraba
que Scott había sido el de la paliza, el mero hecho de que saliera del
instituto minutos más tarde que los chicos a los que mis amigos mandaron al
hospital ya era más que suficiente para echarlo.
Así que estaba la otra ruta de escape, o, como lo
había empezado a llamar en mi cabeza, el plan B: B de banda.
Eres un pelín
subnormal, ¿no crees, Tommy?, me había recriminado mi Scott interior, más
conocido como “mi conciencia”, cuando se me ocurrió el nombre y estuve riéndome
en silencio mientras el Scott de verdad, el Scott exterior, más conocido como
“mi mejor amigo”, preparaba el desayuno de sus hermanas con un humor de perros.
No le expliqué de qué me reía porque él no le habría hecho la gracia, y
probablemente me hubiera estampado una sartén en la cara. Nada guay, porque,
aparte de ser una sartén, estaría llena de aceite hirviendo, y uno tiene una
belleza que mantener para conservar a sus chicas.
Sus chicas.
Layla.
Otra piedra que
añadir a mi pecho, intentando luchar contra la influencia de Diana: hundirse o
flotar, volar o caminar. Es increíble lo mucho que puede cambiar una persona
dependiendo con quién esté, cómo sus sentimientos se balancean como un péndulo
que oscila de un lado a otro según cómo se incline su punto de apoyo.
Scott había dicho que Layla era a Diana lo que las
pizzas al pan: podías comer pizza todos los días, pero te terminarías cansando.
En cambio, con el pan, no llegarías a esa situación de hastío.
El problema era que aquello era comida, no personas. Y
no me parecía que una relación tuviera que ser así. Desde luego, las relaciones
más parecidas que había tenido con anterioridad no se habían basado en “un día
quiero estar contigo, y otro no”. Siempre había querido estar con Megan, aunque
a veces me agobiara lo pesada que podía ser y que siempre hubiera que hacer lo
que ella quería.
Con Scott no era así. Y Scott había sido la persona a
la que yo más quería, y lo había dicho sin pudor, por lo menos hasta que
llegaron las chicas.
El cuerpo de Diana comenzó a pesar encima de mí: fue
un peso tanto físico como psicológico. De repente, me parecía que no me merecía
que estuviera sentada sobre mis rodillas. Tenía que alejarme de ella, pensar.
Pensar en si realmente encajaba en los textos que
había en el libro que S me había comprado, y en cómo lo harían Layla y Diana.
Ah, y estaba lo de la banda, claro. Tenía que decidir
la mejor manera de hablarle de ello a Diana. Ella era la pieza más difícil de
encajar en todo el puzzle: sabía que no iba a querer, que tenía toda la vida
arreglada, que probablemente la sola mención de la banda bastaría para alejarla
de mí.
Puede que tuviera que hacer eso. Mencionarle la banda,
que ella diera marcha atrás y no me dejara comiéndome la cabeza. Podría estar
con Layla a partir de entonces sin sentir que estaba haciendo algo mal.
¿Estaba haciendo algo mal?
Hombre, tampoco
es que lo estuviera haciendo bien. Uno no tiene dos novias y deja de pensar en
una durante casi una semana mientras que no puede apartarse a la otra de la
cabeza.
Estás dándole
vueltas a demasiadas cosas, me recordó mi Scott interior. No pudo
tranquilizarme, como tampoco habría podido el de verdad.
Diana me acarició el pelo y yo la miré a los ojos.
Frotó su nariz contra mi frente y me dio un beso en la cabeza.
-Vamos a solucionarlo, T-me susurró, pegándose más
contra mí, sus piernas cruzadas de nuevo sobre mis rodillas, su cintura pegada
a mi vientre y sus dedos en mi cuello. Y la creí. Me creería cualquier cosa que
me dijeran esos ojos: que la Tierra era plana, que el sol giraba alrededor de
ésta, que el agua hervía a 0º C y se congelaba a 100… todo, salvo una cosa: que
no me quería.
El amor que había en sus ojos me bastó para apartar de
nuevo aquellos pensamientos sobre Lay. Ya me encargaría de ellos más tarde.
Seguimos besándonos hasta que sonó el timbre, con mis
amigos haciéndonos caso omiso. Me dieron una palmada en el hombro cuando
comenzaron a levantarse, después de que los más pequeños empezaran a enfilar el
camino hacia las escaleras, y yo asentí con la cabeza.
-Tommy, a clase-exigió mi padre, pasando a mi lado y
poniendo los ojos en blanco. Una cosa era lidiar con adolescentes hormonados
totalmente salidos, y otra muy diferente es que esos adolescentes fueran tu
hijo.
-Sí, profesor Tomlinson-bufé, y él puso los ojos en
blanco y no dijo nada más. Diana me acarició la mejilla con la yema de los
dedos.
-¿Podemos vernos a la salida de clase?-pidió, y yo
asentí con la cabeza, le di una palmada en el glúteo para que se levantara, y
la acompañé hasta su clase. Porque era un buen novio.
El mejor novio del mundo, según ella, cuando la esperé
pacientemente a la salida y le cogí la mano y la acompañé hasta la esquina
donde se suponía que yo debía torcer, junto a Sabrae y Shasha, para ir a casa
de mi mejor amigo. Pero no lo hice. Fue Eleanor quien se despidió en mi lugar,
y Diana frunció un ceño precioso. Mientras sus cejas intentaban tocarse, sin
éxito, se volvió y me preguntó:
-¿No decías que tenías cosas que hacer?
Le besé la sien.
-Y las tengo-alzó las cejas, sin entender-. Voy a
hacerte el amor toda la tarde, ¿te parece bien?
Le pareció más que bien, pude verlo en cómo sonreía
con toda su cara, todo su cuerpo, su esencia y su aura. Su rostro se iluminó
como una charca de carpas koi en un festival japonés donde estos peces, ya de
por sí apreciados, eran los verdaderos reyes.
Se inclinó y me dio un profundo beso en los labios,
acariciando mi lengua con la suya, enredándonos y jugueteando con nuestras
bocas como lo haría una niña en la mañana de Navidad tras desenvolver el regalo
por el que lleva suplicando un año. Sonreí y le devolví el beso, incluso más
entusiasmado que ella. La tomé de la cintura y la pegué a mí, y no me importó
nada, absolutamente nada, de lo que estaba pasando a mi alrededor.
Eleanor sonrió y apartó la vista, dejándonos espacio,
mientras Mary lo hacía, pero más bien sobrepasada por la situación y un poco
avergonzada. La mejor amiga de El era extremadamente tímida, pero su hermano
equilibraba la situación entre los dos.
-Buscaos un hotel, Thomas-protestó, riéndose. Diana
dejó de besarme y pegó su frente a mi boca. Y a mí me dio igual que Alec me
hubiera llamado Thomas y que aquello fuera monopolio exclusivo de Scott, me dio
igual estar en la calle, me dio igual que mi hermana y sus amigas me vieran.
Deseaba a mi americana como un árbol desea la llegada de la primavera para
poder florecer.
Ella era mi primavera. Ella era la que me hacía ser
mejor.
-Te echo de menos-dije contra su frente, las manos
tras su espalda, en un abrazo del que no se iba a escapar. Porque no lo quería
ella, y porque no se lo permitiría yo.
-Y yo a ti-se puso un poco de puntillas para frotar
más cómodamente mi nariz con la suya. Era un beso esquimal entre dos cuerpos que
vivían, más bien, en la superficie del sol.
-No, Didi… dios, en serio-bufé-. Te echo tanto de menos. Como un lobo a la luna
llena-dije en un susurro, pero todos pudieron oírme. Y todos sonrieron: Shasha,
Sabrae, Eleanor, Mary… hasta Alec vio que me había inspirado más de lo normal
en aquella frase.
Diana me miró desde abajo y juro que vi en sus ojos
todo un paraíso abrirme sólo para mí: era el sol asomándose por fin entre las
nubes después de un monzón particularmente duro.
-Alec-dijo, sin embargo, y se volvió hacia él mientras
se pegaba más a mí-. ¿Tienes condones por ahí? Se me ha olvidado
comprar-explicó, juguetona, y mi amigo puso los ojos en blanco.
-Alec, ¿tienes condones?-la imitó, poniendo voz de
pito-. ¿Tienes condones, Al? ¿Por qué todo el mundo me los pide a mí?-inquirió,
con su voz de siempre-. ¡Primero Scott, y ahora tú, Diana! ¿Qué soy yo? ¿Una
puta ONG de preservativos? ¿Condones sin fronteras?
Las chicas se echaron a reír mientras volvíamos a
besarnos.
-Tíratelo sin condón-urgió Alec.
-Alec-lo detuve yo.
-¿Qué? Sólo le estoy dando ideas. Así ahorráis. Ya
deberíais ir pensando en cambiar de método anticonceptivo. Varios aquí
deberíamos ir considerándolo, de hecho-insinuó, inclinándose hacia un lado para
lanzarle una mirada cargada de intención a Sabrae, que puso los ojos en blanco
y se giró sobre sus talones.
-Adiós, Alec-contestó, como si la cosa no fuera con
ella y el fin de semana que pasó en casa de él nunca hubiera sucedido.
Nos despedimos y cada uno se fue en direcciones distintas;
Diana y yo entramos en casa sin haber separado nuestras pieles ni un solo
segundo: en todo momento habíamos estado en contacto.
Decidí que ya iba siendo hora de regresar cuando mamá
casi se echa a llorar al verme; llevaba un montón de tiempo sin comer en casa y
echaba de menos tenerme trasteando en la cocina, o en el salón, o en cualquier
sitio.
Pero lo primero era lo primero.
Diana.
Sé que me había
prometido a mí mismo buscar un tiempo para meditar sobre Layla, Scott, la banda
y todo lo demás, pero es muy fácil decidir que vas a ser productivo esa tarde
cuando estás en el instituto. Una cosa son los planes, y otra cómo resulten.
¿Podría culparme alguien si me pasaba toda la comida
pegado a ella, dándole besos cada vez que se me ponía a tiro y acariciándome la
cintura? Que me llevaran preso si estaba cometiendo algún crimen. Pero,
primero, que me dejaran disfrutarlo.
Diana, cansada de tanta seducción, se volvió hacia mí
y empezó a comerme la boca descaradamente, como si yo fuera su postre. Papá preguntó
desde la cocina qué queríamos para terminar de comer. Miré a mamá, pidiéndole
permiso.
-Tommy quiere a Diana-informó mi augusta madre. La
americana se echó a reír y se puso en pie, se alisó la falda, me cogió la mano
y corrió escaleras arriba, conmigo siguiéndola.
Ni dos segundos tardamos en quitarnos la ropa.
-No puedo creerme que estés aquí-dijo, como si
viviera, no sé, en Júpiter. Lo cierto es que los dos nos sentíamos como si
hubiera vivido a años luz. Tiré de su blusa y se la saqué por la cabeza
mientras ella se peleaba con mi camiseta. Me la quitó como yo se la había
quitado a ella y nos afanamos con mis pantalones. Después de forcejear con
ellos durante lo que me pareció un siglo, conseguimos desabrochármelos. Diana
se colgó de mi cuello y me mordisqueó los labios mientras le desabrochaba los
botones de la falda. Se la bajé y salió de ella con elegancia y gracilidad.
Gimió en mi boca cuando ni me preocupé de las medias hasta la rodilla y me metí
directamente en sus bragas-. Oh, sí, dios. Tommy-jadeó cuando mis dedos
llegaron a ese rincón tan húmedo.
Me bajó los pantalones como buenamente pudo, sin
separarse de mí ni un centímetro más de lo necesario. Mi mano siguió entre sus
muslos, colonizando el terreno explorado por la mañana. Se mordió el labio y
lanzó un profundo suspiro, como diciendo “es increíble lo bien que sienta
esto”.
Me encantó que nuestra ropa no volara como en
anteriores situaciones; teníamos ganas de bañarnos para purificarnos y, a la
vez, también para probar el mar. Se deleitó en no permitirme contemplarla en
todo su esplendor durante un momento, pero la necesidad terminó siendo tal que
finalmente la ropa que hacía de barrera entre nuestros cuerpos se desintegró.
Diana se mordió el labio cuando por fin estuvimos
desnudos y jadeó al notar la punta de mi miembro listo para saborearla contra
su perfecta piel. Arqueó la espalda y me dejó besarle los pechos, cosa que hice
con esmero. No iba a ponérselo tan fácil para que se resistiera a mis encantos.
Después de una eternidad de besos, caricias y gemidos
en la que nos dejamos claro qué era exactamente lo que queríamos del otro,
separó las piernas, me miró a los ojos y observó los cambios de color que se
sucedieron en éstos cuando me acarició al ponerme un condón y me introdujo en ella.
-Tommy-gimió, callándose un “sí” que yo le robé de la
punta de la lengua con la punta de la mía.
-Diana-repliqué yo, robándole un “no” que ella reclamó
volviendo a acariciarme.
No sé cómo lo hizo, nunca sabía cómo lo hacía, pero se
puso encima de mí. Y lo que me hizo fue una locura. Todo su cuerpo celebró la
intrusión del mío, recordándome a quién le pertenecía, en quién pensaba en mis
noches en vela y quién me volvía loco de celos cuando la tenía a un océano de
distancia, haciendo aquello mismo con chicos que no se la merecían.
No es que yo me la mereciera más que ellos, pero aun
así.
Sus caderas bailaron una danza que llevaba milenios
celebrándose, generaciones enteras puliendo aquellos movimientos tan perfectos
que me tensaban y relajaban a partes iguales. Tenía que aguantar para ella,
tenía que aguantar con ella, pero
dudaba de que lo consiguiera. Cerré los ojos, me mordí los labios, disfruté de
cómo me acariciaba con la yema de los dedos, nuestras espaldas arqueadas, cada
una en una dirección diferente, como el cáliz de una flor cuyos capullos se
iban abriendo con la salida del sol.
La escuché jadear, la escuché gemir, susurrar mi
nombre, suplicarme, suplicarle a los dioses, decirme lo mucho que me gustaba.
Me tensé debajo de ella y eso le encantó.
-Sí, Tommy, sí, dámelo-jadeó mientras se acariciaba
conmigo dentro. Y se lo di. Vaya que si se lo di. Y ella a mí. Me desintegré en
su interior minutos antes de que ella lo hiciera de la misma manera, fusionando
nuestros átomos hasta que fuera imposible distinguirlos.
Se quedó sentada sobre mí, con la piel perlada del
sudor que mi amor le proporcionaba y los ojos brillantes por el sexo. Esbozó
una preciosa sonrisa que yo me morí de ganas por besar, pero no quería romper
el hechizo que era observarla, simplemente.
Refulgía como un ser sobrenatural, como te imaginabas
que lo hacían las sirenas de los cuentos de niños que volvían locos a los
marineros con su belleza y su canto. Su silueta estaba esculpida como Miguel
Ángel no habría podido hacerlo, sus curvas eran una carretera de montaña en la
que yo me moría por despeñarme. Su cuerpo aún conservaba las débiles marcas de
mis besos fugaces, como un satélite que se recupera poco a poco de los impactos
de meteoritos.
El único momento en que Diana era más guapa que
vestida con las mejores galas, era cuando sólo la vestía la atmósfera.
Parpadeó un par de veces y se sonrojó bajo mi
escrutinio. Quería besarla hasta comérmela, meterla en una cajita y no dejar
que nadie la tocara. La contaminarían. No le harían nada más que estropearla.
-¿Qué?-inquirió en un murmullo, colocando las manos en
mi vientre, puede que buscando mi pulso, conectando mis latidos con los suyos,
o puede que simplemente en busca de un apoyo.
-Te amo-le
dije en español, como había visto hacer a mi madre con mi padre, y sólo con mi
padre, en ocasiones muy especiales para ella. Casi siempre había un hermano mío
involucrado. O alguna hazaña de la que estuviera orgullosa.
Me habían enseñado a hablaren inglés, pero el cariño
me lo habían inculcado en castellano.
Diana se apartó el pelo de la cara, se mordió los
labios sonrosados.
-No me hables en español justo después de terminar de
hacer el amor-me pidió, y yo me reí.
-¿Te parece que esto ha sido hacer el amor?
Mi preciosa americana se encogió de hombros. Puede que
lo hubiera dicho por decir, o puede que no. Si al final resultaba que no,
nuestras concepciones eran un poco diferentes. A mí no me parecía que acabar
sudoroso una sesión de sexo te permitiera calificarla como “hacer el amor”. Para
mí, era algo que se hacía despacio. Disfrutando del proceso, no del final.
Poniendo más que tu cuerpo en aquella relación.
Como cuando nos reconciliamos y nos acostamos, hacía
una semana. Cuando su cuerpo acarició al mío y el mío al suyo.
-Creo que siempre hacemos el amor-explicó-. Tú y yo,
al menos-se sonrojó un poco y yo sonreí-. No importa cómo lo hagamos. O cómo lo
llamemos. No podemos follar. Yo no puedo follar contigo, Tommy-musitó,
cogiéndome la mano y entrelazando sus dedos con los míos. Contempló nuestras
manos engarzadas antes de decirme lo que yo quería oír, lo que había escuchado
en mi corazón antes incluso de que las palabras salieran de su boca-. Te quiero
demasiado como para poder sólo follar contigo.
Alcé la otra mano en su dirección, la palma vuelta
hacia el techo.
-Ven aquí-le pedí, y ella se acurrucó sobre mi cuerpo.
Rompimos nuestra unión, pero no me importaba.
Prefería mil veces que nuestros sexos estuvieran
separados, y nuestros corazones unidos, como en aquella ocasión, a que fuera al
revés.
Se acomodó sobre mi pecho y me besó el esternón. Yo la
rodeé con mis brazos y le besé la cabeza.
-Éste soy yo ahora. Soy tuyo, Didi-susurré, y la noté
sonreír sobre mi piel-. Nada de lo que yo diga o haga puede contrarrestar esto
que ves ahora. Ninguna gilipollez que pueda hacer debe ponerte en duda de lo
que siento-la tomé de la mandíbula para mirarla-. Estoy enamorado de ti.
-Lo sé-respondió con dulzura, acunando su cabeza
contra la palma de mi mano.
-Te quiero.
-Yo también te quiero, T.
-Por eso, tengo que pedirte un favor.
-¿Cuál?-inquirió, besándome la piel dela palma de la
mano, siguiendo las líneas grabadas en ella que se suponía que predecían mi
futuro. Seguro que no la habían predicho a ella. La sola idea de tenerla
tatuada en mi piel, haber nacido con mi destino escrito justo frente a mí y no
poder leerlo me volvía loco.
-No dejes que haga nada que pueda estropear lo
nuestro-negué con la cabeza y ella sonrió-. Nada de tonterías. Ni de celos.
Nada de Megan. Sólo tú.
En sus ojos hubo una explosión de fuegos artificiales
como los que llenaban el cielo de su país conmemorando cada aniversario.
-Y Layla-añadió, pero no había ni rastro de envidia,
posesión, o malestar en su declaración. Sólo una verdad como un templo. Algo
insondable de lo que a mí me avergonzaba dudar.
Asentí despacio con la cabeza. No era momento de
discutir mis dudas con ella.
Ni de constatar que Layla no podía meterse entre
nosotros, porque Layla era diferente.
A veces, me hacían sentir como si fuera un carnet de
conducir y a la vez un coche. Las necesitaba a ambas para poder ser de
utilidad. No podías conducir sin carnet (a no ser que fueras un forajido de la
vida, como lo era Scott, pero eso era otra historia), y no podías usar tu
carnet si no tenías coche.
Me imaginaba que ellas me veían un poco así.
Diana se quedó acurrucada sobre mi pecho un ratito
más, calentándome con su cálido cuerpo y protegiéndome con el peso de su ser.
Cerró los ojos, y creo que se quedó dormida un rato, con mis dedos
recorriéndole la espalda.
Me rugieron las tripas y ella soltó una risita como si
tuviera tres años.
-Tienes hambre-observó, un poco maravillada.
-Me la has dado tú-repliqué, frotándome los ojos.
-Porque estoy muy buena-respondió, incorporándose y
dándome la mano para tirar de mí y sacarme así de la cama. Gruñí una protesta
cuando se dispuso a vestirse y conseguí que me prestara un poquito más de
atención. Se colgó de mi cuello, me mordisqueó un poco los labios, y finalmente
intentó hacerme entrar en razón diciéndome que no podíamos bajar a la cocina a
prepararme nada así vestidos.
-Pues no vamos a la cocina-respondí, agarrándola de
las caderas y bajando con mis suaves mordisquitos por su piel. Diana cerró los
ojos un segundo, dejándose llevar.
Pero los americanos son gente decidida; no han
construido su país de la nada arrastrándose por la corriente, sino más bien
luchando contra ella, así que cuando mi boca estaba a las puertas de aquel
cielo en la tierra, enredó sus dedos en mi pelo y me apartó de ella con delicadeza
pero firmeza, justo lo necesario para poner distancia entre nosotros y, a la
vez, no ofenderme.
-No, vas a comer algo-exigió-. He estado mejorando en
mis dotes culinarias-añadió, orgullosa, dejándose una mano en el pecho-. Tu
madre me ha estado enseñando.
-Apuesto a que sí.
Trafiqué con sus besos a cambio de ponerme ropa, y me
resistí a salir de su habitación cuando se puso la misma que había llevado
puesta la primera vez que la probé: el sujetador deportivo blanco de Calvin
Klein, y el peto vaquero. Bajó descalza, tirando de mí y riéndose por mis
fútiles resistencias.
Mi americana sería una madre genial, paciente y
cariñosa, pero a la vez estricta. No dejaría que sus hijos se echaran a perder,
igual que a mí no me permitía salirme por la tangente.
Consiguió meterme en la cocina, pero no lo tuvo tan
fácil para librarse de mí mientras preparaba sus cosas. Abrió y cerró puertas,
sacó y metió ingredientes, hasta que yo caí en lo que se proponía hacer.
-¿Tortilla? ¿En serio?-le dije, cuando colocó un par
de patatas sobre la encimera y comenzó a revolver en el cajón de los utensilios
de cocina. El de los cubiertos estaba al lado.
Se volvió sobre las puntas de sus pies y me sonrió
como lo haría na madre que acaba de escuchar la primera palabra de su hijo:
curiosamente, la palabra con la que va a reclamar su atención hasta que se
mueran ambos dos.
-Eri dice que me salen muy bien. Las hacemos jugosas
por el centro. Dice que así, te encantan. Ya verás, estará para chuparse los
dedos-se volvió hacia los muebles de nuevo. Yo me senté a la isla. No creía en
serio que mi madre hubiera conseguido hacer de ella una cocinera lo bastante
experimentada como para hacer una tortilla sola. La última vez que había estado
con Diana allí metido, la pobre había aprovechado un huevo entero de 4 que
había cascado.
Y sólo teníamos una docena. No puedes hacer una
tortilla con 3 huevos.
-Cuchara-anunció
en español, sacando… ¡un cuchillo! Sonreí, pero no le dije nada. Sacó un
tenedor, para batir los huevos-. Tenedor-dijo
con ese delicioso acento suyo. Me encantaba cuando el resto de angloparlantes
intentaban defenderse en el idioma de mi madre. Había letras que no sabían
pronunciar. Sacó una cuchara, no sé para qué-. Cuchillo.
-Los has dicho mal.
-Gracias.
-Diana-me eché
a reír-, te he dicho que los has dicho mal.
Hizo un puchero.
-Estoy aprendiendo-se excusó-. El español es muy difficulto.
-Difícil. Difficulto no existe.
-Eso es lo que he dicho-sonrió, por encima del
hombro-. Difísil.
-No. Difícil. Con
c.
-¿Como… en zorra?-se
volvió y me guiñó un ojo. La verdad es que lo pronunció bastante bien. Mejor de
lo que solían hacerlo la mayoría de extranjeros. Me eché a reír.
-Veo que has estado ampliando vocabulario.
-Es para saludar a Megan-explicó-. Wassup, zorra?-ronroneó. Por fin,
encontró un cuchillo, se dio la vuelta y se sentó frente a mí en la barra
americana. Empezó a pelar la pobre patata, o más bien a masacrarla. Si la
hubiéramos pesado antes y después, probablemente hubiéramos descubierto que la
patata se había sometido a un régimen muy estricto. Operación bikini en toda
regla.
Operación banda.
Me la quedé mirando mientras pelaba la patata,
concentrada. ¿Cómo le iba a sacar el tema sin que se me cerrara en banda?
Estudié sus facciones, los rasgos de su rostro mientras se concentraba en su
tarea de darme de comer. Sintió mi mirada sobre su cara y clavó sus ojos verdes
en mí.
-¿Qué?-preguntó. Sacudí la cabeza-. ¡Tommy!
-Voy a hacerme un batido.
Chasqueó la lengua.
-¡Tommy!-replicó, lastimera.
-No me apetece tortilla. Y tengo hambre ahora. Al
ritmo que vas, hasta mañana no vas a tener terminadas las patatas-añadí. Puso
los ojos en blanco.
-Vale, listillo. ¿Y qué hago ahora con esto?
-Podemos hacerla luego. Si quieres. Pero ahora-dije,
acercándome a ella y tomándola de la cintura, a costa de sus carcajadas-, te
quiero solo para mí.
-¿Y si te pincho?-amenazó.
-¿Y si te pincho yo?
-No tienes cuchillo.
Alcé las cejas y sonreí.
-Eres tonto. Todos los tíos sois iguales-se rió,
zafándose de mi abrazo y lavando el cuchillo. Era lo más eficiente que le había
visto hacer por sí sola desde que había llegado a casa. Me pegué a ella y hundí
la nariz en su cuello.
-¿De veras? ¿Haces el amor con todos?-la piqué.
-Gilipollas engreído-musitó por lo bajo, y soltó una
risa cuando le di un beso en el cuello. No me ayudó a hacerme ningún batido,
sino que se sentó y sacó su móvil y empezó a hacerse fotos (si las tías ya son
egocéntricas, imagínate una modelo). Llamó a su representante mientras yo
lavaba la fruta, actualizó su agenda, aceptó y rechazó ofertas y luego se me
quedó mirando mientras la cortaba.
-Voy a hacer un directo-espetó de repente, y volvió a
sacar el teléfono del bolsillo del peto y lo encendió antes de que pudiera
reaccionar. No es que me importara que me sacara en sus directos; me daba
igual. La oí hablar con la gente, contestar preguntas, y vi de reojo cómo se
atusaba el pelo cada dos segundos mientras se paseaba por la cocina,
respondiendo a gente a la que nunca había visto en persona, y probablemente
nunca vería.
Mi móvil vibró en mi bolsillo. Me lo saqué mientras
terminaba de meter las frutas en el vaso de la batidora. Era del grupo que
teníamos los chicos y yo.
Bonita espalda, T, se
burlaba Tam mientras adjuntaba una captura de pantalla del vídeo de Diana. Puse
los ojos en blanco y me guardé el móvil en el bolsillo.
-Tommy me cae mejor-soltó de repente Diana, y yo me
volví.
-¿Qué?
-Nada, dicen que si soy más de Scott o de
Tommy-explicó, encogiéndose de hombros-. Hay una guerra no declarada entre
vosotros dos, ¿verdad?
-Dile a Scott que le odio-sonreí-. Y nos has jodido
que me prefieres a mí. Es conmigo con quien te acuestas-añadí, y Diana se echó
a reír. Dejé que grabara a las frutas dando vueltas y desintegrándose unas a
otras.
-Cuéntales a mis fans qué vamos a hacer después, T-me
pidió.
La miré. Miré a la cámara, y luego la miré a ella de
nuevo y me reí.
-Follar-solté, y ella lanzó un grito ahogado y me dio
un manotazo en el hombro.
-¡Eres gilipollas! ¿Para qué les cuentas eso?
-Bueno, querida audiencia-informé, mirando a la
cámara-, al menos, eso es lo que yo espero.
No sé qué planes tiene ella.
-Mis planes son alejarte de mis seguidores. Eres una
mala influencia.
-Tienes tantas ganas de follar como yo, nena-me burlé,
y ella puso los ojos en blanco, se despidió de la gente que la veía y esperó a
que yo vertiera el contenido del vaso gigante en dos jarras de cristal, con
asas y todo. Les puse la tapa y le tendí el vaso rosa a Diana, pero ella me
arrebató el azul.
-A ver si te sienta mal el rosa, machito-me provocó.
Yo di un sorbo de mi pajita, poniendo los dientes por delante y guiñándole un
ojo a la rubia. Ella me miró los labios un momento y luego salió al jardín,
asegurándose de sacudir bien el culo mientras caminaba. Era lo que hacía cuando
quería ponerme, y con lo que más fácil lo conseguía. La seguí con los ojos
puestos en sus posaderas, y clavé mis ojos en sus tetas cuando se volvió.
-Tommy-se rió, y yo volví a comportarme como un ser
humano decente. Me tiré sobre una de las hamacas que alguien había sacado,
burlándose del variable tiempo inglés, y me dediqué a mirar cómo se paseaba por
el jardín, dando sorbos de su batido azul, con los pies descalzos.
De repente, se volvió y se me quedó mirando. Luego,
corrió hacia mí, colocó nuestras jarras de cristal de colores frente a
nosotros, y se sacó el móvil del bolsillo. Se sentó sobre mis rodillas y nos
hizo una foto antes de que yo pudiera hacer nada por impedirlo.
O intentar salir bien.
Sonrió, complacida, mirando las fotos que nos había
hecho, y me dio un beso en los labios que me supo a una macedonia de frutas
irresistible, a sol inesperado de invierno, a pasear descalzo por el jardín de
mi casa, sintiendo la hierba meterse entre mis dedos, y a sexo.
Sobre todo, a sexo.
Es por eso que la cogí de la cintura y me pegué a
ella, mordisqueándole la oreja mientras Diana soltaba risitas por lo bajo.
-Estamos fuera-me recordó, porque dos meses eran
suficiente para enamorarse de una persona y ser capaz de leer sus inequívocas
señales de que quería consumar ese amor.
-Me da igual-respondí.
-Tus padres-dijo solamente.
-Que nos vean-la reté. Se volvió hacia mí y me
acarició los labios con el pulgar. Le di un mordisco y ella puso los ojos en
blanco.
-Tengo que subir las fotos a Instagram-se disculpó, y
me presionó el esternón para que volviera a tumbarme. Lo hice a regañadientes,
y me quedé mirando cómo elegía las fotos, se hacía más a ella misma, se atusaba
el pelo, comprobaba la luz…
-Eres modelo, Diana-le recordé, después de que se
pasara un minuto entero intentando decidir qué ángulo le quedaba mejor. Si
fuera yo quien le sacara las fotos, sería sencillo encontrarlo. Eran todos.
-No me gusta cómo salgo.
Alcé las cejas.
-En algunas fotos no me veo guapa.
-Joder, mi niña, menos mal que yo no veo cómo te
imaginas-respondí, pasando mis pies alrededor de su cintura. Miró nuestros
cuerpos entrelazados un momento, y luego se inclinó y me besó. Y nos hizo una
foto besándonos. Y sonrió mientras la miraba, apartándose mechones rubios de la
cara para evitar que le distorsionaran el campo de visión. Se mordió el labio y
me enseñó las nuevas fotos.
Y se tumbó a mi lado para subirlas por fin mientras yo
le hacía cosquillas en la cintura. Sólo puso un emoticono de un helado, nada
más.
Nos quedamos mirando el avance del sol, las sombras
caminantes, que trataban de huir de él, creciéndose en su debilidad. Por la
mañana habría estado lloviendo, pero ahora era el astro rey quien volvía a
estar en el trono. Diana me iba avisando de las cantidades redondas de “me
gusta” que atravesaba nuestra improvisada sesión fotográfica.
Y, cuando llegó a un número que consideró decente,
apagó la pantalla tras cerrar la aplicación y se abrazó a mi cintura.
-Entonces-dije, después de un rato acariciándola-, lo
de follar…
Se rió, levantó la cabeza.
-Estoy cómoda.
Me eché a reír.
-Está bien.
Mentiría si dijera que no quería volver a probarla.
Por supuesto que sí. Pero, a la vez, me sentía tan cómodo sosteniéndola,
dejándome invadir por su aroma y el calor de su cuerpo, que no me importó tener
que reprimir mis impulsos. Deseaba estar con ella físicamente, sí, pero también
espiritualmente.
Y el sol conseguía calentarnos el cuerpo de una manera
dulce, como sus dedos me acariciaban el vientre.
-Me encanta cómo te late el corazón, Tommy-comentó de
repente, con la oreja sobre mi pecho. Me derretí debajo de ella, me convertí en
un charquito y le juré que siempre le mantendría los pies mojados.
Todo eso lo hice solamente con una sonrisa.
-Pues mira que late raro. Tan pronto está un rato sin
moverse, como se vuelve loco y empieza a trabajar a destajo.
Diana volvió a reírse. Daría lo que fuera porque
siempre estuviera así. Siguió con la cabeza en mi pecho hasta que sonó el
teléfono. Lo levantó y se sentó sobre sus piernas cruzadas.
-Layla ha comentado la foto-festejó, y, den o haberlo
dicho en ese tono, yo me habría puesto tenso. Pero parecía realmente feliz, así
que no me esperé ningún tipo de bronca.
-¿Qué ha dicho?
Por toda respuesta, me mostró la pantalla de su
teléfono. Me esperaba un mar de comentarios incomprensibles: era lo que nos
tocaba aguantar a Scott y a mí si decidíamos subir una foto. Pero Diana tenía
unos pocos, nada más; y, entre ellos, figuraba la de nuestra más que amiga.
-Mamá y papá-comentaba a la foto en la que los dos
mirábamos a la cámara sonriendo. Y un emoticono con ojos cambiados por
corazones. Layla no podía ser más mona, de verdad.
Diana se incorporó y volvió a pasear por el jardín
mientras la llamaba. Yo la miré, deseando ser parte de la conversación, sólo
escuchar, escuchar un lado o no escuchar nada. Volvía a sentirme como una
mierda, y el verlas tan ilusionadas la una con la otra no hacía más que
aumentar mi culpa. ¿Cuánto iba a tardar yo en joder lo que tenían? ¿Cuánto
tardarían ellas en cansarse de compartirme y empezar a pelearse por mí?
¿Cuánto tardarían en recordar que una amiga vale más
que un novio, y me dejarían de lado? Porque terminarían dejándome de lado. Las
tías eran así. Y yo no quería perderlas. A ninguna.
Ni a la que se paseaba descalza en un día de enero por
mi jardín aún húmedo, ni a la que comentaba en nuestras fotos juntos con
emoticonos felices y enamorados. Eran parte de mí, y una parte importante.
Todavía había que ver si cada una de sus mitades era
de mismo tamaño.
-Hola, cariño-celebró Diana, y casi se puso a dar
saltos-. Adivina qué. ¡Sí! ¡Lo tengo en casa!-sonrió, mirándome, y luego siguió
con su paseo-. Ajá… No, está bien, de verdad… ¡Para nada! Me ha hecho ilusión…
Jo, gracias. Eres tú, que me miras con buenos ojos. ¿Qué tal todo? ¿Las
prácticas?... ¿Estás curando a mucha gente? ¿Cuántas vidas has salvado
hoy?-escuché a Layla reírse al otro lado de la línea-. Ajá… Y, ¿tú cómo
estás?-Diana se puso seria, escuchando-. Sabes que puedes llamarme cuando
quieras. E iré. Tengo todas las tardes libres. Bueno, entreno, pero-me miró de
reojo-, no pasa nada si un día no voy. Estoy haciendo progresos… ¿Tú también?
Genial, Lay, eso es genial…-se mordió el pulgar-. ¿Sigues con…? Vale. No, no
pasa nada, lo entiendo. Ajá. No te preocupes, mujer. Oye, ¿quieres que te lo
pase?-me miró de nuevo, y una pausa-. ¡A Tommy, a quién si no!.... Está aquí
conmigo… No, no estábamos haciendo nada. Que no, de verdad. No interrumpes
nada. Me estaba poniendo firme con él. Chicos-suspiró trágicamente-. Sólo
piensan en una cosa… Ah, no. Tommy también. Lo que pasa es que contigo se
comporta. Y más le vale-se puso una mano en la cadera-. Que no, Lay, no inte…
-Dile que tengo ganas de hablar con ella-espeté. Y
cuando me escuché decirlo en voz alta fue cuando vi hasta qué punto era verdad.
-Quiere hablar contigo-repitió la americana, y la
inglesa contestó algo que la hizo sonreír. Se separó el móvil de la oreja y me
tendió el teléfono.
-Hola, princesa-saludé, y sentí cómo Layla florecía
con sólo escuchar mi voz.
-Hola, T. Yo… ¿estabas haciendo algo con Diana?
-Me tiene esclavizado. De fotógrafo. Ya sabes.
Modelos-puse los ojos en blanco, y ella se rió.
-Sí, modelos.
-¿Cómo estás?
-Bien.
-¿Seguro?
-Sí. Ahora sí-susurró, y algo en mi interior se
despertó y se levantó como se alzaban las islas por encima de la superficie del
agua, alimentándose de los volcanes que les habían dado vida. Suspiré, y ella
también suspiró, y yo volví a suspirar. Y Layla se rió-. ¿Todo bien con Scott?
-Es gilipollas-dije-. Pero yo también. Hacemos buena
pareja.
-Sois cuquis-sentenció. Y si Layla decía que éramos
cuquis, era que Scott y yo teníamos que casarnos urgentemente. Joder, si no
conseguía convencerlo para formar una banda, ¿cómo iba a hacer que dejara a mi
hermana y se fugara conmigo?
Algo se me ocurriría.
-¿Qué tal la uni?
-Bien.
-¿Y las prácticas?
-Oh, ¡genial, T! Verás, hay una ancianita…-empezó, y
yo la escuché pacientemente, maravillado con cómo le cambiaba la voz y
cuantísima vitalidad había en ella cuando hablaba de su pasión. La pobre era
tan buena que no soportaba el sufrimiento de los demás. Me confesó que había
llorado cuando estuvo presente en el momento en que le contaron a un matrimonio
que la mujer tenía cáncer de mama, y eso que lo habían pillado a tiempo y era
muy posible que se recuperara. Me habló de sus pacientes, me contó que hablaban
con ella y le contaban sus historias y a Layla le encantaba saber qué les
motivaba. Los estudiantes hacían más cosas por animar a los que estaban en el
hospital que los propios médicos, demasiado ocupados con sus cosas.
Siguió hablando y hablando, varias veces me pidió
perdón, y yo le decía que no pasaba nada, y que me gustaba escucharla.
Me gustaba escuchar los copos de nieve de la primera
nevada del año cayendo en su voz, las flores abriendo sus pétalos en la
primavera, las olas lamiéndote los pies en el primer baño del verano, las hojas
cayéndose de los árboles y tiñendo los parques de bronce mientras avanzaba el
otoño.
Diana se sentó a mi lado, pero no sobre mí. Sólo me
cogió la mano cuando yo me estiré para dársela, mientras continuaba escuchando
a Layla.
Recordando las cosas que había leído.
Asumiendo que yo era eso ahora. Diana era mi mundo, y
Layla, mis estaciones. Diana era el mar, Layla, las mareas. Diana era las
montañas, Layla, la nieve para hacer esquí. Diana era el chocolate caliente,
Layla, la calidez de las manos que cogían la taza.
Diana era la jungla.
Y Layla era la primavera de esa jungla.
Ninguna tenía sentido sin la otra.
-Princesa-la corté, y ella se quedó callada un
segundo.
-¿Qué pasa? ¿Tienes que irte?-preguntó, quizá un poco
herida.
-No. No me voy a ningún sitio-miré a Diana, que me
acarició los nudillos-. Quería decirte una cosa.
-¿Qué es?
-Te quiero-la escuché sonreír-. Aunque no te tenga en
mente a todas horas. Lo hago. Eres parte de mí.
-Oh, Tommy-suspiró-. Yo también te quiero. Aunque no
te tenga en mente a todas horas.
-No he pensado mucho en ti últimamente-confesé, y
Diana se mordió los labios.
-No importa. No has tenido tiempo. Lo entiendo. La
verdad es que yo también he estado un poco liada. No pasa nada.
-Pero…
-Tommy, de veras, no pasa nada. Yo no soy el centro de
tu vida-miré a Diana, preguntándome si lo era ella-. Diana tampoco lo
es-añadió, como queriendo darse importancia y, a la vez, quitarme un peso de
los hombros-. Y tú no eres el de la mía. Me estás ayudando, y te quiero
muchísimo, pero… la importante soy yo. Ahora lo veo.
La escuché respirar un rato.
-Deberías escribir un libro de autoayuda-dije.
-No creo que lo leyera mucha gente… Oh, mierda… Tommy,
tengo que dejarte. Urgencias-anunció-. Hablamos, ¿vale?
-Cuando quieras.
-Hasta luego.
-Adiós, princesa-dije, y cortó la comunicación antes
de que pudiera pensar en algo más elaborado con lo que despedirme. Miré el
teléfono, con la desorientación de quien pierde un momento el norte, y luego se
lo tendí a Diana.
Ella lo cogió y lo dejó en la mesilla entre nosotros
dos, tumbada sobre su costado.
-Me gusta cómo tratas a Layla.
-¿No te trato igual a ti?
-Sí y no. Eres dulce con las dos. Pero con ella lo
eres más.
-Lo sien…
-Otra vez disculpándote, inglés-sonrió-. No pasa nada.
Me gusta que seas diferente. Nosotras somos diferentes-le dediqué una sonrisa
torcida-. ¿T? ¿La echas de menos?-asentí despacio con la cabeza-. Échala de
menos conmigo-me pidió, estirando los brazos. Y yo obedecí.
Me puse entre sus piernas y le besé los labios
mientras enredaba sus dedos en mi pelo. Me quitó la camiseta.
-Tengo frío-me quejé.
-Yo te caliento-me respondió. Me puso la chaqueta y me
desabrochó los pantalones lo justo y necesario para poder sacar de mí lo que le
interesaba. Se bajó los tirantes del peto y se lo desabrochó para dejarme vía
libre. Se quitó las bragas, yo la acaricié, la besé, y no fui capaz de esperar
a tenerla suplicando. Me metí en su interior muy, muy despacio, como si cada
milímetro de nuestra unión nos doliera, un dolor placentero, un placer
doloroso. Diana cerró los ojos y se mordió el labio, agitó despacio las
caderas, hizo todo lo posible por disfrutar y hacerme disfrutar a mí sin hacer
ruido.
Yo miraba de vez en cuando al interior de la casa,
como si pudiera ver más que el reflejo de nuestros cuerpos enredados y unidos
mientras hacíamos el amor bajo la capa anaranjada del crepúsculo.
Como si fuera a poder separarme de ella ahora que
estábamos así.
Diana se detuvo un momento y me miró a los ojos. Me
perdí en aquellas selvas suyas que se vestían de atardecer. Me acarició la
mejilla, me besó la frente y luego los labios.
Y me dijo algo que no se me olvidará en la vida. Algo
que recordaría cada día.
-Ojalá hubiera sido virgen cuando nos conocimos-dijo
en voz baja, avergonzada por su anhelo-. Ojalá tú hubieras sido el único chico
con el que he estado en toda mi vida.
Siempre habíamos sido abiertos con lo de nuestro
pasado. Nunca habíamos lamentado haber estado con otra gente, porque aquello
nos permitía gozar como lo hacíamos.
Era la primera vez que me decía algo así.
Y era la primera vez en que yo también deseaba que
ella fuera la única con la que había estado. No se merecía estar con las sobras
de Megan. El contacto con la pelirroja me había dejado marcado, contaminado,
sucio.
Y Diana no se merecía tener algo así.
-A mí también me habría gustado que tú fueras mi
primera chica-confesé, acariciándole el cuello. Diana cerró los ojos y movió
las caderas una vez más.
-Regálame tu luz, T-me pidió.
-Mi luz eres tú, Didi.
Sonrió, siguió besándome despacio, moviéndose, con los
ojos ya cerrados. Le pedí que los abriera. Me miró mientras yo entraba en el cielo
y la esperaba entre las nubes. La miré mientras ella se reunía conmigo.
Me reposé sobre ella, agotado y absolutamente borracho
de su cuerpo. Diana metió los dedos en mi pelo y comenzó a acariciármelo
mientras yo dejaba la boca lo bastante cerca de sus senos como para que mi
respiración no le fuera indiferente.
-No quiero dejarte marchar-lamentó.
-No tienes que hacerlo-besé la piel entre sus pechos.
-Vas a ir a dormir a casa de Scott-acusó, y yo asentí
con la cabeza.
-Todavía no estamos listos, Diana.
-No pasa nada-replicó, estudiando los árboles de mi
casa.
-Diana…
-Está bien. En serio-me besó la frente-. Es solo que…
echo de menos cuando podíamos dormir juntos. Aunque no lo hiciéramos. Me
gustaba saber que, si necesitaba abrazarte, sólo tenía que bajar las escaleras.
-Todavía puedes avisarme. Y bajar las escaleras. Y
esperar a que yo llegue y te abrace.
-¿Vendrías?-inquirió, ilusionada.
-Por supuesto.
Me acarició la mejilla.
-Sólo fueron tres.
-¿Qué?
-Los chicos con los que estuve en Nueva York. Sólo
fueron tres. No me acosté con todos los Giants.
-Lo sospechaba.
-Ahora ya lo sabes. Yo no te haría eso. Sabía que te
dolería si eran demasiados-me tomó de la barbilla-. ¿Te duele?
-¿Que no fueran yo? Sí. ¿Que sean tres? No. Como si
son un millón. Puedes hacer lo que quieras.
-Tú eres lo que quiero-me pellizcó las mejillas cuando
se hincharon tras mi sonrisa. Me vi reflejado en sus ojos y me gustó lo que vi.
A alguien totalmente enamorado, perdido en su chica, vulnerable y fuerte al
mismo tiempo.
En la forma en que me miraba había una belleza tan
intangible como el tiempo.
-Por dios, Tommy-suspiró-. La chica que se llevó tu
regalo no sabe la suerte que tiene.
-No se lo merece. Debería haber sido para ti.
-Sí.
-Estoy seguro de que el chico que se llevó el tuyo
sabe de sobra lo afortunado que es.
-Te equivocas. No lo sabe. Y no lo aprecia. Pero no me
importa.
La abracé.
-¿Cómo fue tu primera vez?-quiso saber.
-Humillantemente corta. ¿La tuya?
-Dolorosa-respondió tras un momento de meditar. Sus
ojos se perdían en el horizonte.
-A veces pasa-la consolé. Diana apretó los labios, sus
ojos se humedecieron un poco.
-Sí-asintió, con la voz un poco rota-. A veces pasa.
La besé y la cubrí de mimos. No quería que se pusiera
triste. El sol se puso y las estrellas comenzaron a gotear en el cielo. Tuvimos
que vestirnos, que entrar en casa, y finalmente nos tuvimos que decir adiós.
-Puedo pedirle a Eleanor que duerma contigo, si lo que
quieres es tener a un Tomlinson en tu cama-bromeé, y ella negó con la cabeza,
abrazándose la cintura.
-Estaré bien.
Y lo estuvo, lo estuvo hasta el día siguiente, y todos
los demás, cuando me acerqué a ella a la salida del instituto y le dije que me
tendría otra vez enterito para sí. Me respondió que tenía que ir a trabajar, y
yo le dije que no pasaba nada. Que otro día sería.
Corrió a mis brazos cuando volvió a casa y me encontró
en pijama, listo para pasar mi primera noche desde mi resurrección en mi hogar.
Me cubrió de besos y no se separó de mí, como si temiera que fuera a irme, como
si mis hermanos no se hubieran asegurado de hacer que me dieran ganas de volver
a usar mi cama: me había pasado toda la tarde con Astrid y con Dan, jugando con
ellos y comportándome básicamente como el hermano mayor más cariñoso y mejor
del mundo.
Astrid insistió muchísimo en preguntar si me quedaba a
dormir, como poniendo a prueba mi voluntad.
-¿Te quedas a dormir, Tommy?-inquirió a posta delante
de Diana, a lo que yo respondí, pellizcándole la nariz:
-No sólo me quedo a dormir, peque, sino que también
voy a ser yo quien te cuente un cuento hoy.
Los niños corrieron a ponerse el pijama mientras mi
americana y yo fregábamos los platos y terminábamos de prepararlo todo para el
día siguiente, cuando llegaría Zoe. Subimos de la mano, nos sentamos en la cama
de Dan, en la que se había metido también Astrid, y les leí el cuento más largo
del libro que tocaba, sólo por estar un poco con ellos. Astrid se dejó llevar
por el sueño sin más problemas, pero Dan luchó y luchó hasta que no pudo más, y
cerró los ojos, abrazado a nuestra hermanita más pequeña.
Les besé la frente y los arropé para que no cogieran
frío. Diana me esperó fuera de la habitación, mirándome como si me viera por
primera vez. Tardaría años en verla volver a mirarme así.
-¿Qué?-pregunté en voz baja.
-Mis padres no tenían ni idea del regalo que me
estaban haciendo cuando me mandaron a tu casa-explicó, abrazándose a mí y
hundiendo la nariz en mi cuello. Yo hice lo mismo con la mía en su pelo.
-Tú eres el regalo, Didi, no yo.
-Te seguiría hasta el fin del mundo-me prometió.
-Woah. Cuidado,
americana. No me lo vaya a tomar al pie de la letra, y te pida que lo hagas-la
miré a los ojos, y vi su resolución cuando respondió:
-Pídemelo.
Ahí estaba. Mi oportunidad. Si le decía ahora lo de la
banda, me la llevaría de calle. Estaría todo hecho.
Pero no. Había que seguir el plan, hacer las cosas
bien. Ir paso por paso, dominar el arte de caminar antes de correr.
Las palabras que había intercambiado esa misma mañana
con otra chica muy importante en mi vida resonaron en mi cabeza mientras me
metía debajo de las mantas, al lado de Diana. Recé para que fuera ella quien
pusiera la guinda del pastel y empujara la bola de nieve colina abajo.
-Tú también eres su hermano-me había dicho-. Tienes
influencia, aunque no lo creas. Somos lo más importante de la vida de Scott,
nosotros cuatro-había proclamado, orgullosa. Me había costado llegar hasta
ella, pero una vez juntos, hablar fue lo más fácil del mundo.
Primero, me había quejado de aquello a Jordan y Alec.
Ellos escuchaban, entendían, y lo más importante, no prejuzgaban. Escucharon mi
perorata con paciencia y, finalmente, Alec me bendijo con uno de sus momentos
de lucidez:
-Puede que no hayas recurrido a todo.
-¿Qué dices? Soy su mejor amigo. Eleanor tiene razón,
es a mí a quien más escucha.
-Puede-asintió Alec-. Pero no lo estás enfocando bien.
Yo a Jordan se lo cuento todo-hizo un gesto con la mano en dirección a éste-,
pero no se lo concedo todo. Scott
tampoco va a hacerlo contigo. Con su novia, lo mismo. Yo no lo hago con Sabrae.
-Sabrae no es tu novia, Al-le recordó Jordan, y Alec
se volvió hacia él.
-Te voy a pegar un puñetazo en la cara y te voy a
dejar más feo de lo que ya eres-espetó, arisco.
-No te sigo, Al-protesté.
-Hay una persona en el mundo a quien yo sí le regalaría la luna, y todo lo que
me pidiera-respondió, críptico. Me giré y miré a Mimi. Empecé a sumar dos y
dos, pero demasiado despacio.
Además, no la tenía a la vista.
Porque acababa de llegar a su lado.
-¿Qué haces cuando necesitas un milagro,
Tommy?-preguntó Alec, y me volví hacia él. Y la vi allí, de pie, detrás de él,
con las manos en sus hombros, los dos mirándome como los amos y señores del
cotarro. Porque lo eran. Para que luego
digáis que soy gilipollas, oí a Alec protestar un millón de veces en mi
cabeza.
No fue él quien me contestó.
Fue Sabrae.
-Acudes a Dios.
No había podido dejar de
pensar en Eleanor, en Diana y Tommy, en Eleanor, en qué iba a hacer ahora que
se había acabado mi vida estudiantil, en Eleanor, en si me cogerían en algún
sitio con buenas salidas laborales, en Eleanor…
…
también en Eleanor…
…
ah, sí, y en Eleanor. ¿Cuánto de verdad había en lo que me había dicho? ¿Cómo
se tomaría ella que hiciera una banda y me presentara en el mismo programa que
ella? ¿Le molestaría? ¿Le haría ilusión?
Scott,
tío, no vas a montar una banda.
Ya,
ya sé que no voy a montar una puta banda.
¿Pues
entonces?
¿Cómo
nos va a afectar a nosotros que ella entre en el programa? Seguro que ya ha
mandado su audición. Fijo que ya tiene su número de identificación. ¿Cuánto
tiempo va a pasar hasta que nos demos cuenta de que no vamos a sobrevivir a su
ausencia?
Había
tenido tiempo de sobra para comerme la cabeza con todas estas cuestiones
durante la tarde, y estaba tan agotado que me había dado igual todo. Me pasé
todo el día con mis hermanas: viendo series de personajes idénticos cuyos
nombres eran trabalenguas con Shasha, y jugando a las muñecas-señoras de la
guerra con Duna.
Podía culpar a
Tommy de muchas cosas, pero no de tener un buen sentido del momento indicado
para largarse.
-Voy a volver a
casa-había anunciado esa misma mañana, antes de irse al instituto.
-Vale-respondí,
fingiendo que no le estaba echando de menos aunque lo tuviera a, literalmente,
dos metros. Me había levantado en uno de esos días en que tenía que resistirme
para no morderle un moflete a Tommy para agradecerle que existiera.
-No te lo tomes a
mal, pero echo de menos a…
-¿Dan?-ataqué,
cruzándome de brazos. Tommy puso los ojos en blanco.
-También,
evidentemente. Pero…
-Eleanor-adiviné.
No tenía a su hermana cuando yo andaba cerca; la única manera de estar con ella
era no estar conmigo-. Me pasa igual. Con Sabrae-me encogí de hombros. Yo sabía
que Eleanor era la favorita de Tommy, al igual que Tommy sabía que Sabrae era
mi favorita. De nuestras hermanas, eran las que más tiempo llevaban con
nosotros.
Habían sido
nuestros primeros bebés.
La inclinación
natural que sentíamos hacia ellas era lógica.
Y mi mejor amigo
sonrió.
-Nos vuelven locos,
¿eh, tío? Pero esto de ser hermanos mayores es una puta pasada.
-Son una desgracia,
pero son nuestra desgracia-asentí.
Ninguno de los dos
tuvo una tarde perfecta porque nuestras desgracias particulares decidieron irse
de casa. Eleanor, a hacer un trabajo con Mimi, y Sabrae, a boxear con Alec.
No me dijo que se
iba con Alec, pero, a ver. No soy gilipollas, ni nací ayer. Cuando se puso su
mejor sudadera y los shorts que más le alzaban el culo, hasta un tonto habría
sabido que iba a verlo a él.
Los Whitelaw nos
habían quitado nuestras delicias vespertinas; menos mal que nuestras madres
habían sido de útero generoso y nos habían bendecido con dos hermanos extra a
cada uno con los que entretenernos y a los que llenar de mimos.
Pero mentiría si
dijera que no se me cayó la baba cuando Sabrae salió de la ducha y vino
derechita a darme un abrazo. Se metió por mí hasta darse por satisfecha cuando
mis brazos la rodearon y bufó de placer cuando se acomodó contra mí. Zorra
zalamera, mataría a toda la población mundial sólo para mantenerte a salvo, suspiré
para mis adentros mientras Sabrae frotaba la nariz por mi pecho.
-Sabrae-se rió
papá-. ¿Hay mimos?-Sabrae asintió con la cabeza y me apretó más a ella con sus
brazos en mi cintura. Cerró los ojos, y hundió la cara en mi pecho, sin
importarle que eso pusiera en peligro la estabilidad de su gorra de cuero negro
con la placa dorada de Batman, que había adquirido hacía dos vidas.
Y empezó el festival de Vamos A Hacer Que Scott Se
Muera De Amor®.
-Das los mejores abrazos del mundo, S.
Miré a papá, que sonrió.
-Creía que eso era cosa de Alec.
-No, Alec da los mejores besos del mundo-se sonrojó un
poco, mi niña preciosa, ¡es que me la comía!
-¿Quieres que hablemos de él?-inquirí, negándome a
creerme que aquel ataque de amor se debía a uno de mis mejores amigos, y no a
mí. Ella negó con la cabeza y se pegó más contra mí, y yo me reí-. De acuerdo,
mi niña.
La llevé al salón, dejé que se me tumbara literalmente
encima, y me dediqué a ver la tele mientras ella se pegaba a mí como una lapa.
Normalmente ese comportamiento me molestaría, porque lo haría más por
fastidiarme que por otra cosa, pero había echado tanto de menos la sensación de
estar vivo y de poder querer a alguien y tolerar el contacto con mis hermanas
que tenía la sensación de que ni un millón de años me bastarían para
abrazarlas.
Así que, ¿qué otra cosa podía hacer, aparte de
relajarme y disfrutar de aquella vida que me había dado tanto?
Cuando Shasha bajó corriendo las escaleras y nos
encontró en el salón, y llamó a Duna para venir a atosigarme con mimos, supe
que había estado muy jodido por lo mucho que disfruté de tenerlas acosándome.
Me dejé hacer como un estoico cachorrito, y disfruté en secreto de cada besito
que una de mis hermanas me daba como lo había hecho de pequeño.
Estaba perdiendo facultades.
Papá y mamá iban a salir esa noche, de modo que me
quedaba al mando de la casa. Pero yo sabía que tantas atenciones venían por la
adoración fraternal que mis hermanas me profesaban, no por interés.
Lo cual no evitó que se pusieran a saltar y chillar a
mi alrededor cuando les sugerí pedir comida a domicilio. No querían pizza,
querían hamburguesas, y las querían ahora, y se aseguraron de hacérmelo saber.
Mamá me había dejado pasta, pero estábamos tan extasiados con tener la casa
para nosotros solos que decidimos que no íbamos a reparar en gastos.
Cuando sugerí pedir a domicilio al Burger King, se
pusieron a dar gritos como locas. Duna corrió a por el ordenador de Shasha
mientras las mayores me rodeaban y chillaban al unísono, dando brincos en
círculos a mi alrededor:
-¡Aros de cebolla, aros de cebolla, aros de cebolla!
Empezaron a levantarme dolor de cabeza. Ya estaba un
poco hasta los cojones de ellas, así que les grité que o dejaban de dar voces o
descongelaba algo y nos lo comíamos sin calentar.
Las chicas hicieron lo que les pedí, pero no contemplé
la posibilidad de que hicieran un anillo a mi alrededor, se cogieran de las
manos y empezaran un ritual satánico susurrando, muy bajo:
-Aros de cebolla, aros de cebolla…
Puse los ojos en blanco y me froté la frente.
-Qué ganas tengo de cumplir los 18 para ligarme las
trompas y asegurarme de que nunca tenga
que aguantar a copias vuestras que haya creado yo, putas crías.
-¿Trompas? ¿Qué trompas?-cacareó Sabrae.
-¡Trompas de elefante!-festejó Duna.
-Tampoco creo que tengas necesidad de ligarte nada,
Scott. Seguro que con tu trompa no puedes tener hijos. Es demasiado
pequeña-acusó Shasha, y Sabrae se echó a reír y chocó los cinco con ella.
¿Lo que dije antes de Sabrae? Olvídalo, no es mi
favorita. Mi favorita es Duna, que todavía no me toca los huevos al nivel que
lo hacen las otras dos.
-Para tu información, mi trompa está de puta madre.
Tengo credenciales-dije-. Y hablo de las de Falopio.
-No tienes trompas de Falopio, Scott-informó Sabrae.
-Sí que las tengo.
-No, no las tienes.
-¿Qué te apuestas?-exigí saber.
-Quesitos de chile-sentenció Sabrae. Nos dimos la mano
y Shasha abrió google.
No me quedó más remedio que añadir los quesitos de
chile al pedido cuando vimos que las trompas de Falopio conectaban los ovarios con el útero. Volvieron a ponerse a chillar y yo decidí que no iba a tener
hijos nunca, no me fueran a salir como ellas.
Me pareció que estaría feo querer asfixiar a tu prole,
por mucho que te enterneciera que se volvieran locas mirando qué pasaba con el
pedido, en qué punto estaba, cuándo iba a llegar… o por mucho que me gustara
que volvieran a darme mimos para compensar mi fallo intelectual… o que me
dejaran apartada una hamburguesa extra solo para mí…
Ay. Cómo mola tener hermanas.
Nos quedamos viendo telebasura mientras cenábamos, y
más telebasura tras acostar a Duna, y más telebasura después de que Shasha se
marchara también a dormir. Sabrae se pegó a mí y se pasó mi brazo por los
hombros, se metió una patata en la boca y me acercó otra a mí a los labios. Se limpió
la sudadera negra y caí en la cuenta de quién era.
-¿Le has robado a Alec su sudadera favorita?
-Me la regaló-explicó sin darle más importancia, pero
vi en la manera en que escondía sus manos en las mangas que era importante para
ella.
-Le encantaba esa sudadera-comenté.
-Lo sé-respondió, mirándome-. Por eso la voy a cuidar.
Volvió a coger comida y volvió a acurrucarse contra
mí.
-Me gusta-dijo en voz baja- porque huele a él.
Le besé la cabeza, sonriendo.
-¿Qué tal os va?
-Bien-musitó, sonrojándose.
-¿Bien, bien… para preparar san Valentín?
-… bien-dijo tras una pausa, alargando la “e” y
metiéndose un quesito de chile en la boca.
-¿Te vas a resistir a él hasta san Valentín?
-Eso espero-y soltó una risita.
-Ay, Saab-suspiré, trágico-. Tu primer día de los
enamorados con novio.
-Ya tuve uno, ¿cuándo crees que perdí la virginidad?-me
provocó.
-¿Hace un año? ¿Con 13? Madre mía, Sabrae, cálmate un
poco, ¿no?
-No fue entonces-se echó a reír-. Fue hace menos. Ya tenía
los 14. Fue en verano.
-¿Y fue como te esperabas?
-Me dolió-admitió, encogiéndose de hombros. La experiencia
no había sido demasiado traumática, o no estaría tirándose a Alec cada vez que
se le pusiera a tiro.
Pero mis alarmas de hermano mayor protector ya se
habían encendido.
-Me voy a cargar el hijo de puta bruto que te lo hizo.
¿Cómo hostias se llama?
-Está bien, Scott-Sabrae meneó la mano, sin hacerme
caso.
-¿Lo sabe Alec?-quise saber, herido.
-Claro.
-¿Y también sabe quién es?
-Ah-respondió, alzando las manos.
-Le preguntaré a él.
-No te lo va a decir.
-¿Es que ahora os guardáis secretos? Uuuh-me burlé,
tirándole una patata. Sabrae se echó a reír, sus rizos volando en todas
direcciones.
-¡Cállate, Scott!
Nos quedamos mirando un poco más la tele. Se sacó el
móvil del inmenso bolsillo (en el que podría caber perfectamente ella), y lo
desbloqueó. Tenía un mensaje de Al. Le respondió sin desbloquear el teléfono y
se lo volvió a guardar.
Pero la sonrisa boba no era tan fácil de esconder.
-Te veo bien, hermana.
-Me siento bien, hermano.
Le acaricié los rizos.
-¿Y tú? ¿Estás bien?-quiso saber. Me encogí de
hombros.
-Tengo muchas cosas en la cabeza.
-¿Como cuáles?
-Futuro. Básicamente.
-Sé que le dijiste a mamá de ir a su despacho.
-Fue una idea estúpida.
-Un poco.
-Eh, ¿quieres oír otra idea estúpida?
-A ver.
-Tommy quiere hacer una banda-dije en voz alta. Sabrae
parpadeó.
-Ya veo.
-¿Ya ves? ¿Sólo voy a obtener esa reacción?
Se apartó un mechón de pelo de la cara.
-A mí no me parece una idea tan… descabellada.
-Sabrae-dije, alzando las cejas-. Soy el hijo de Zayn Malik.
Estuvo en una banda.
-Yo también soy la hija de Zayn Malik-se encogió de
hombros.
-Sí, pero tú no te pareces a él.
-¿Qué tiene de malo parecerse a papá?
-Pues… todo. Que no soy yo. Soy él, en joven. Soy él
hace 20 años. Soy él, básicamente, cuando estaba en una banda.
Subió los pies al sofá y no me contestó.
-¿Sabrae? ¿Hola?
-Yo mataría por parecerme a papá. O a mamá-dijo con
voz queda. Tragó saliva y se le llenaron los ojos de lágrimas.
-No te pongas triste, Saab. Oye. Eh-la atraje hacia mí
y le besé la cabeza-. Te pareces a papá y a mamá. Eres la que más se parece de
los cuatro.
-En mi personalidad, puede. Pero no tengo los ojos de
nadie. No tengo la sonrisa de nadie. Ni siquiera sé si me parezco a la mujer
que me parió-se limpió una lágrima-. Y a ti te parece mal parecerte a papá.
Dios, lo que daría porque la gente pudiera decir que yo soy la viva imagen de
mamá, como lo dicen de Duna.
Seguí abrazándola hasta que se tranquilizó. Nos quedamos
tumbados sobre el sofá.
-No es una idea estúpida.
-Sí que lo es.
-Que te parezcas a…
-No es porque me parezca. Es porque yo no soy Zayn. Yo
no voy a ser suficiente. La gente va a esperar cosas de mí, y… sólo va a ser
otra decepción que añadir a la larga lista de decepciones que es mi vida. No
deseado, expulsado… no puedo ser también un fracaso.
-No eres un fracaso, Scott.
-Eso no lo sabes, Sabrae.
-Sí que lo sé. Eres el único hermano que tengo. Y no
quiero que papá y mamá tengan más. Contigo es más que suficiente. Tú eres suficiente. ¿Te preocupa que no nos
enorgullezcamos de ti? Yo ya lo hago. Me gusta ser una Malik. Me encanta ser una
Malik. Si algún día me caso, jamás tomaré el apellido de mi marido. Quiero morir
con el de mi padre. Es el que tiene mi madre. Es el que va a transmitir mi
hermano-sacudió la cabeza y me dio un beso en la mejilla-. No tienes por qué
avergonzarte de tener miedo.
-No tengo miedo.
-Tommy lo tiene-replicó. La miré-. Habló conmigo. Quiere
que te convenza. Pero yo no voy a poder.
-Lo que no puedas tú, no lo puede nadie,
pequeña-repliqué, tras anotar mentalmente darle una patada en el culo a Tommy mañana.
-No, no voy a poder, porque tú ya estás convencido. Lo
que pasa es que no quieres darte cuenta. No quieres entrar en One Direction…
pero tu banda no va a ser One Direction. Va a ser sólo para ti. Va a estar
hecha a tu medida. Como nuestra familia.
Le acaricié el rostro, examiné sus facciones, los ojos
que me habían conquistado hacía tanto tiempo. Su piel de chocolate. Sus rizos
de azabache. Le di un beso en la cabeza y ella me lo devolvió en la mejilla. Me
quedé mirando la tele sin verla. Me quedé frito en el sofá con Sabrae dándome
calor encima. Ella nos tapó con una manta y también se durmió sobre mí.
Me desperté de madrugada, la recogí y me la llevé a mi
cama. Ella no dejó de dormir en ningún momento. Se me daba bien esto. Ser un
hermano mayor.
Y no había nada más de hermano mayor que hacer que tus
hermanas pequeñas se sintieran orgullosas de ti.
Es por eso que me pasé la noche pensando, meditando,
reflexionando. Comí mis cereales en silencio y acompañé a Tommy y Diana al aeropuerto.
Y, sólo cuando el vuelo de la amiga de Diana aterrizó
y la rubia salió disparada al encuentro de ésta, me volví hacia Tommy y le
solté:
-Me va a encantar ver cómo tardas un millón de años en
convencer a Diana.
Tommy me miró como si fuera su mujer diciéndole que
está embarazada tras meses intentándolo, pero yo sólo estaba cumpliendo con mi
misión.
Sólo estaba haciendo que Sabrae se sintiera orgullosa
de mí…
… por elegir ser feliz.
¿A que no podéis vivir con lo cuquis que son Sabrae y Scott? Pues imaginaoslo que os espera en Sabrae❤. Os recuerdo que aún podéis apuntaros para que os avise el domingo de que el capítulo ya está publicado dando fav a este tweet, o poniéndomelo en comentarios.
Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads❤, te estaré súper agradecida.😍
SIIII JODER SI SI SIIIII
ResponderEliminarQUÉ POCO QUEDA, AY.
EliminarNO SE QUE PARTE ME HA GUSTADO MÁS SI TIANA Ó SCABRAE!!!!
ResponderEliminarMe encantan lo tiernecitos que se han puesto tanto Tommy como Diana diciendose que se quieren y deseando haberse renido6el uno al otro para la primera vez. Es precioso Joder.
Y SCOTT CON SUS HERMANAS ESO SÍ QUE ES AMOR ME CAGO EN TODO. ¿POR QUE ME HA TOCADO A MI SER LA HEEMANA MAYOR EN MI FAMILIA?
Y ESE FINAL, hablemos de ese final y el bendito Scott Yaser Malik aceptando hacer la puta banda
Uf, yo estoy dividida también porque Tiana=mis padres pero por otro lado Scabrae (dios mío, necesito buscarles un nombre en condiciones urgentemente xd) son demasiado cuquis como para ser de verdad y ESTOY SUFRIENDO.
EliminarPobres de vosotras que creéis que Scott es cuqui con 17 años. Ya lo veréis con 3. Eso SÍ que va a ser salseo delicioso.
QUE VAN A HACER UNA BANDA TÍAS. FIESTOTE DEL BUENO. YATES Y PUTAS.
A ver, Tiana son mis padres y punto.
ResponderEliminarSon los padres de todo el mundo, necesito que se casen y tengan como dos millones de hijos, gracias
EliminarAleluya gloria a dios que ya me he podido leer el capitulo
ResponderEliminarsuper blessed con que sea sabrae la que convenciera a scott me esperaba que fuese eleanor pero sabrae y scott han sido muchisisimo más cuquis me muero
tommy y diana si que son mis padres madre miiiiia
hay que buscarle un maromo a logan YA pq chad tiene novio que sino le traia de los pelos
Ya me tenías en ascuas de verdad te hiciste de rogar eh CABRONA (como si yo no tardara 4 días en contestar xd)
EliminarMira de verdad Scott vive por y para Sabrae desconozco quién es esa tal Eleanor de la que me hablas (aunque en la versión que tenía en mi cabeza el momento era aún más cuqui, pero por motivo de tiempo no pude ponerlo y sufro fuertote :()
TE DAS CUENTA DE QUE ANTES ODIABAS A DIANA Y AHORA ES TU MADRE ME ESTOY DESCOJONANDO
"Hay que buscarle un maromo a Logan YA porque Chad tiene novio que si no le traía de los pelos" mE ESTALLO EN SERIO JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA LA MADRE QUE TE PARIÓ. (en el fondo tienes razón, y en SABRAE vamos a profundizar más en ello ((apúntate para que te avise cuando suba coño ya)))❤
ME HE DESCOJONADO CON SCOTT SÚPER CONVENCIDO DE QUE TIENE TROMPAS DE FALOPIO XD
ResponderEliminarHA ACEPTADO FORMAR LA BANDA OMG CADA VEZ ESTAMOS MÁS CERCA ❤
Diana es un ser hermosísimo que no nos merecemos TOMMY CABRÓN CON SUERTE (Por favor pueden casarse ya y tener hijos?)
POR FIN VAMOS A LEER SABRAE GRACIAS POR BENDECIR NUESTRO DÍA DEL LIBRO (Y EL NACIMIENTO DE SCOTT) ASÍ ❤
- Ana
Al pobre lo expulsaron del instituto, no hay nada que hacer con él, es un nini
EliminarLA BANDA IS COMING
Diana es tan preciosa de verdad quiero abrazarla, encima tiene una historia detrás súper profunda UF os va a encantar todavía más cuando la conozcáis de verdad en serio
AY DE NADA DE VERDAD ME HACÍA UNA ILUSIÓN TERRIBLE EL PODER SUBIROS EL CAPÍTULO, ESTOY SUFRIENDO QUÉ HERMOSO ES VIVIR❤
SCABRAE
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