miércoles, 11 de octubre de 2017

Malik.


En cuanto se bajó del bus y se giró para encontrarse conmigo, su sonrisa se convirtió en la mueca que hacen las bocas cuando se convierten en la cárcel de una carcajada.
               -Ni se te ocurra-le avisé, pero Tommy era un gilipollas de primera que no iba a dejar pasar la oportunidad de meterse conmigo.
               -Joder, y yo que pensaba que lo que me ha pasado esta noche no se podría superar por nada-señaló, y se echó a reír abiertamente mientras varias personas, los madrugadores del barrio, se bajaban del bus y nos rodeaban con curiosidad. Me planteé seriamente la posibilidad de empujar a Tommy contra el bus en el momento en el que éste arrancara, pero enseguida la deseché.
               No porque no se lo mereciera (créeme, lo hacía).
               Sino porque luego yo tendría que buscarme mi propio bus para saltar.
               -¿Tengo que empezar a llamarte Piolín ahora?
               -Cierra la puta boca-gruñí, pasándome una mano por el pelo, mi precioso pelo, que antes había sido un hermoso color azabache y que las hijas de puta que tenía por hermanas me habían teñido de un rubio casi platino mientras dormía.
               Lo malo de tener el sueño más profundo que las fosas abisales era que no te enterabas de absolutamente nada de lo que te hacían, así que cuando ellas decidieron que hacerme una de nuestras típicas putadas sería una buena forma de celebrar que estaba en casa y convencerme de que no me marchara, yo había sido dócil cual cordero y no había movido un músculo mientras me levantaban la cabeza, me pasaban agua por el pelo y empezaban a pintármelo con una de esas brochas de plástico cutre que vienen con los paquetes de tinte.
               Me había despertado como siempre, aunque sintiendo la cabeza un poco húmeda pero no le di más importancia. Supuse que serían imaginaciones mías debido a la resaca.
               Pero, cuando vi mi reflejo en el espejo, los ojos mucho más oscuros debido al contraste con mi pelo, las motitas verde y dorado prácticamente desaparecidas por la luz que acaparaban mis mechones, me quedé a cuadros.
               Y luego bajé corriendo las escaleras hecho una furia.
               -¡HIJAS DE PUTA!-grité nada más entrar en la cocina. Mamá dio un brinco, terminando de pasar un poco de zumo de naranja a la nevera, mientras Shasha se echaba a reír y se llevaba una de las fuentes de patatas-. ¿SOIS IMBÉCILES? ¡YO OS MATO! ¡QUE TENGO UNA IMAGEN DE CARA AL PÚBLICO, COÑO! ¿CÓMO MIERDA PRETENDÉIS QUE SALGA ASÍ A LA CALLE?
               -Pero si estás muy mono, pareces papá en el reportaje que le hicieron para GQ-contestó la cabrona de la mediana de mis hermanas, y mamá tuvo que cogerme del brazo para que no le soltara un bofetón.
               -Yo creo que te queda muy bien-me había dicho, pero su boca hizo el mismo gesto que estaba haciendo la de Tommy ahora.

               Comencé a planear mi venganza contra Shasha y Sabrae mientras recogía los vasos y me los llevaba al comedor. Hasta consideré el introducir a Duna en nuestros juegos de bromas que no hacían ni puta gracia a la víctima, pero entonces, algo sucedió.
               Bueno, más bien dos cosas.
               La primera: me di cuenta de que Sabrae no estaba en casa. Había pasado la noche con Alec, aprovechando el poco tiempo que él pasaría en Inglaterra antes de regresar a África.
               La idea de teñirme de rubio no había sido de ella, a pesar de que era la sospechosa número uno, por eso de cómo había reaccionado cuando vio a Alec.
               Estábamos yendo en dirección al restaurante de Jeff cuando a todos nos vibró el teléfono. Karlie fue la que se lo sacó del bolsillo y lo miró.
               -¿No venís a buscarme?-leyó en voz alta. Todos nos giramos hacia ella, que, sin entender, toqueteó su teléfono-. Es Alec-dijo, frunciendo el ceño.
               -¿A buscarle a dónde?-preguntó Jordan, y Karlie comenzó a teclear. Sus ojos se abrieron de par en par.
               -Está en el aeropuerto-anunció. Y dejamos a un lado nuestro plan de ir a cenar pronto y nos largamos corriendo al aeropuerto de Heathrow, sólo para encontrárnoslo sentado sobre sus maletas, comiéndose un bocadillo y consultando la hora. Sacudió la cabeza cuando nos vio llegar.
               -Y yo que he cruzado medio mundo para venir a veros-acusó-, y ni un poco de prisita os dais.
               Habíamos avisado de que Alec estaba con nosotros a mi hermana y ella se plantó en la parada de bus a esperarnos. Exhaló un gritito al verlo: un poco más alto, un poco más fuerte, muchísimo más moreno, con el pelo de un tono paja que (qué hijo de puta) le sentaba genial.
               Sólo a Alec podía sentarle bien tener el pelo así de quemado.
               -¡Qué guapo estás!-gritó ella, lanzándose a sus brazos-. ¡Me encanta cómo tienes el pelo! ¡Estás súper sexy!-dijo, y literalmente, le lamió la cara. Ojalá estuviera de puta coña, pero mi hermana le lamió la puta cara.
               -Menos mal-replicó él-, porque me he dejado un pastizal en las peluquerías de África para este cambio de look. Me alegro de que te guste, bombón-y le metió la lengua hasta el esófago mientras le masajeaba el culo como si pretendiera encontrarle un tumor en las nalgas.
               A veces me apetecía vomitar mirándolos.
               Así que no: Sabrae estaba con Alec, no había hablado con nuestras hermanas (tenía poca batería en el teléfono y se lo había dejado en casa y, que yo supiera, sólo se sabía de memoria mi número, el de casa, y da gracias), y, seamos francos: a Sabrae se la sudaba lo que hiciera yo en el momento en que Alec entraba en escena.
               Yo era como el firmamento cuajado de estrellas y Alec era el puto sol. En el momento en que él aparecía, a Sabrae se le olvidaba el nombre de cada constelación.
               Y la segunda cosa: Duna sonrió. Se mordió el labio con los dos paletos mientras me observaba sentarme, y soltó una risita mientras me toqueteaba el pelo.
               Y lo supe.
               Qué desgraciadas.
               Sabrae y Shasha me la habían echado a perder. Sabía que lo del concurso no había sido buena idea.
               Había ayudado a Shasha.
               -¿A ti no te da vergüenza?-acusé, mirando a la mediana, que sonreía con suficiencia mientras se servía patatas-. Que tiene nueve años, joder.
               -Yo soy una mandada-respondió Shasha, metiéndose una patata en la boca y sonriendo en mi dirección. Duna me tocó el brazo e hizo que me volviera hacia ella.
               -¿Te gusta tu cambio de look? Ha sido idea mía.
               Sentí cómo me clavaban una daga en el corazón.
               Traición.
               Mentira.
               Engaños.
               Conjuras.
               Mi niña.
               Qué le habían hecho.
               Qué mundo más cruel.
               -Sí, ¿eh?-espeté, sacudiéndome su manita de mi brazo, fingiéndome más enfadado de lo que estaba (pero, sí, estaba enfadado)-. No te preocupes, Dunita, que esta te la guardo. Joder, no me esperaba esto de ti. Creía que teníamos una conexión especial. Que sepas que ya no eres mi favorita-acusé. Duna abrió mucho los ojos, herida, y se puso a berrear como la víbora que era. Sus lágrimas de cocodrilo se le bajaban por las mejillas en verdaderas cascadas de dramatismo y arrepentimiento.
               Pero cuando le dije que la perdonaba, se puso a toquetearme el pelo de una manera que me hizo sospechar que no le importaba en absoluto aquel despliegue de ofensa del que me estaba rodeando yo.
               -¿Vida nueva, pelo nuevo?-me picó Tommy, y yo le di un empujón.
               -Te lo juro por mi madre, Thomas, como no cierres la boca, te pego una paliza y te dejo aquí tirado, en medio de la calzada, para que el camión de la basura termine el trabajo por mí.
               -A ver, que a mí me va todo: pelirrojas, rubias, castañas, morenas. No había necesidad de teñirse-respondió, dándome una palmadita en la parte baja de la espalda-, que yo te voy a seguir queriendo igual.
               Le pegué un empujón y él se cayó de culo sobre la calle, riéndose. Ni me molesté en ofrecerle la mano para ayudarlo a levantarse: seguí caminando, con las manos en los bolsillos y los hombros cuadrados, asegurándome de que cada persona con la que me cruzaba se percatara de que odiaba en qué me habían convertido. Me parecía a una edición limitada árabe del Ken de la Barbie. Estaba seguro de que, en cualquier momento, una mano gigantesca y divina descendería de los cielos y me pondría uno de esos pañuelos que llevan los jeques árabes en cada puta película americana, no vaya a ser que la audiencia crea que el personaje no se ducha y por eso es marrón, en lugar de que es extranjero.
               -¿A qué tanta prisa, Piolín? ¿Has visto por aquí a Silvestre?
               -Mira-ladré, girándome y encarándome a él-, como no cierres ya la boca, vas a tatuarte con tu puta madre.
               -Tampoco hace falta ponerse así, Scott-gruñó Tommy, de repente muy serio, soltándome un empujón para ponerme en mi sitio, para ganar terreno y, de paso, para poder respirar también. Exhalé un suspiro, no dije nada y me di la vuelta de nuevo. Él se giró, abrió la boca, yo le dije que como estuviera preparando otra pullita se fuera preparando, y él continuó:
               -¿Te quieres callar? Sólo quiero saber por qué vamos a casa en lugar de al centro.
               Su obstinación con ir a tatuarnos era graciosa: se iba a poner a llorar en cuanto la aguja tocara su piel, yo lo sabía. Lo conocía como si lo hubiera parido.
               Y ya ayer había tenido que disuadirle, casi tuve que contarle que Diana y Layla querían hacer un trío con él y no era muy recomendable ir recién tatuado, pero nada, él seguía erre que erre, hasta que tuve que mentirle y decirle que estaba acojonado y que no me parecía que fuera a poder irme de fiesta después de permitir que alguien taladrara mi precioso cuerpo y me hiciera un grafiti en él.
               Tommy se me había quedado mirando con el ceño fruncido.
               -Y luego te molesta que dijeran que tu padre era el vanidoso de la banda.
               Señor, santa paciencia había que tener con toda esta gente, de verdad.
               -Vamos a por consejo experto-expliqué, y él me alcanzó, se metió las manos en los bolsillos y acomodó su paso al mío. Vi por el rabillo del ojo cómo nuestros pies se movían en sincronización, y disimulé una sonrisita. Scommy, haciéndolo todo juntos, pensé.
               -¿A nuestras casas?
               -Hijo, Tommy, a ti follar, te afecta a la cabeza. ¿Qué tenemos en casa?
               -Nuestras camas.
               -Aparte-puse los ojos en blanco.
               -A nuestros padres-cedió.
               -¿Y qué tienen nuestros padres?
               -Tatuajes.
               -¡Muy bien!-festejé. Tommy se detuvo.
               -Tío, Scott, ¿por qué estás así hoy? ¿Es por tu pelo? Porque te queda bien.
               -A mí todo lo que me haga me queda bien. Hasta agujerearme la puta cara y ponerme un aro negro en la boca. Yo puedo hacer elegante algo que los demás convertiríais en un icono cani.
               -¿Es por mi hermana?
               Me detuve en seco y le miré.
               -No-dije.
               Pero sí.
               Claro que era por Eleanor. A Eleanor le encantaba mi pelo. Le encantaba lo rápido que podía crecer cuando me lo cortaba, lo tupido y suave que era y el frufrú que hacía cuando pasaba sus dedos por él. Adoraba lo negro que era. Adoraba que fuera herencia de mi madre y no de mi padre. Adoraba lo bien que encajaba con el resto de mis facciones.
               Y ahora se notaba un huevo que no era mi pelo. Sí, pero no. Parecía Piolín. Y yo no quería ser Piolín. Quería ser yo.
               -Porque le va a encantar. Te queda bien, S. En serio.
               -Lo que tú digas.
               -¿Quieres un achuchón?
               -Quiero volver a ser moreno-sentencié. Tommy se rió.
               -Eres rubio de bote, no moreno. Mira de qué color tienes los pelos del rabo si no me crees.
               -Me fascina la capacidad que tienes para tener dos novias-dije-, y no doscientas, con esa vena poética que te corre por las venas.
               -Es que soy muy romántico-respondió, abriendo los brazos. Nos echamos a reír, negué con la cabeza, dejé que me revolviera el pelo (un poco, nada más) y continuamos en dirección a nuestra casa.
               Nuestros padres ya nos estaban esperando allí. Papá estaba paseándose por el salón de casa de Louis mientras éste permanecía sentado, moviendo algo a la velocidad del rayo entre los dedos y mirándolo fijamente, como si del movimiento caótico dependiera su mismísima vida. Ambos se quedaron quietos con los ojos fijos en nosotros. Louis parpadeó al ver mi pelo teñido, pero no dijo nada, siguiendo la señal de Tommy.
               Astrid y Dan se levantaron y se fueron a sus habitaciones por orden de su padre. Tommy y yo nos quedamos plantados en la puerta del salón un momento, hasta que éste tomó aire, asintió con la cabeza y me dio un suave empujoncito en la parte baja de la espalda, animándome a echar a andar. Nos sentamos en los sofás de cuero blanco y esperamos a que nuestros padres se acomodaran.
               -No os cabreéis-empecé, recordando cómo se había puesto papá el día que aparecí con el piercing en el labio (qué co-jo-nes llevas en la boca, Scott, te lo quitas ahora mismo) y mordisqueándome el arito inconscientemente. Louis y papá se miraron un segundo.
               -Habéis hecho un trío y no sabéis quién es el padre-aventuró Louis. Papá se mordió los labios y se miró las palmas de las manos, considerando seriamente esa posibilidad.
               -Claro que no-espeté.
               -A lo último-añadió Tommy, esbozando una sonrisa orgullosa y cruzándose de brazos. Louis alzó las cejas y Tommy asintió con la cabeza, satisfecho con su recién adquirida experiencia. Le di un codazo y recuperó la postura tensa y preocupada de antes.
               -Queremos hacernos un tatuaje.
               Papá y Louis se volvieron a mirar.
               -¿Podéis parar de hacer eso?-protesté.
               Papá y Louis se miraron otra vez y, ante nuestra mueca de fastidio, se echaron a reír.
               -¿Queréis o quieres?-quiso aclarar papá, y Tommy carraspeó.
               -La idea ha sido mía.
               -Fue de los dos-respondí.
               -Bueno, sí, fue de los dos, nos llevaba rondando la idea un tiempo, pero fui yo quien decidí el momento indicado.
               -¿Que es…?-inquirió Louis, reclinándose en su asiento. Tommy tragó saliva.
               -Hoy hace 18 años que Scott y yo nos conocimos.
               -Tenéis que estar seguros-dijo una voz a nuestra espalda, y Eri apareció por la puerta, la sudadera más vieja y ajada de Tommy cubriéndole los hombros y llegándole hasta las piernas-. Los tatuajes son para toda la vida.
               -Nosotros también somos para toda la vida, mamá-respondió mi mejor amigo, y en ese momento me pregunté por qué era heterosexual y me gustaban las tías, cuando ninguna había dicho sobre mí algo tan bonito como lo que acababa de decir Tommy.
               -Suena bien-respondió Eri, sentándose en el reposabrazos al lado de Louis. Cruzó las piernas mientras él le rodeaba la cintura.
               -¿Dónde queréis hacéroslo?-preguntó papá, y yo me lo quedé mirando.
               -Aquí, en Londres.
               Eri frunció el ceño, Louis esbozó una sonrisa, papá parpadeó… y los tres se echaron a reír.
               -No, Scott, que en qué parte del cuerpo-respondió la madre de Tommy, y él y yo nos pusimos colorados. Que no hubiéramos entendido bien a qué se referían daba idea de lo pez que estábamos en el asunto. Sólo teníamos una idea de lo que queríamos y en qué zona lo queríamos, pero lo demás estaba en el aire. Por eso, en parte, habíamos decidido acudir a nuestros padres antes que ir a la aventura. Porque un piercing no era lo mismo que un tatuaje. Yo podía quitarme el piercing y esperar (más bien rezar) porque el agujero se cerrara, pero el tatuaje era permanente en el momento en que una gotita te entraba en la piel.
               -En el costado izquierdo.
               -Vaya, sí que lo tenéis pensado-respondió Eri, sorprendida, asintiendo con la cabeza y abrazándose a sí misma. Papá exhaló un “uf”.
               -¿Seguro que queréis haceros el primero en ese sitio? Es de los más sensibles del cuerpo.
               -No queremos hacernos más-respondió Tommy.
               -Eso dije yo-le contestó su padre, remangándose-, y mírame ahora. Tengo hasta un gorrión gordo tatuado.
               -A mí me gusta el gorrión-respondió Eri.
               -No es verdad.
               -No, no lo es, cariño-asintió ella, riéndose y cogiéndole la cara a su marido.
               -¿Qué queréis haceros?
               -Un 23-dijo Tommy.
               -Un 17-dije yo. Papá esbozó una sonrisa que ocultó acariciándose la barba.
               -¿A juego?
               -En realidad-respondió Tommy-, yo quiero una almohadilla y un 23 redondito, como los de las camisetas de baloncesto.
               Todos los ojos se volvieron hacia mí.
               -Yo lo quiero en romanos-me encogí de hombros y papá se echó a reír.
               -Puede funcionar, ¿habéis mirado algún sitio?
               -Bueno…-Tommy se frotó las manos-, habíamos pensado que pediros consejo sería mucho más rápido. ¿Dónde nos…sugerís…?
               -Donde se hizo el piercing tu hermana-contestó papá-. El sitio parecerá un antro, pero trabajan que da gusto. Es un milagro que no se le infectara, la verdad.
               -¿Tú sabes dónde lo tiene?
               Papá sonrió, con la misma sonrisa que en mí tenía un nombre, pero que en él sólo podía describirse con varios adjetivos, entre los que destacaban “traviesa” y “torcida”.
               -Échale imaginación, S.
               -Me imagino que no habréis pedido cita.
               -Eh…
               Louis suspiró, negó con la cabeza y miró a papá.
               -¿Vamos con ellos para que se lo hagan hoy, Z?
               -Hace un montón que no me tatúo.
               -No jodas, ¿vas a honrarnos con una nueva tontería en tu piel?
               -Llevo varios años pensando en hacerme un pequeño tatuaje de Campanilla en los lumbares.
               -Qué guay, porque yo tengo ganas de ponerme un Peter Pan en la nalga derecha.
               Eri puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y nos dio a cada uno un beso en la frente.
               -En estas circunstancias-nos susurró antes de marcharse-, es aceptable llorar.
               Y se marchó sin decir nada más, sacudiendo la cabeza y amenazando a su marido con que dormiría en el sofá por el resto de la eternidad si se atrevía a hacerse un tatuaje en el culo.
               -Esta mujer está loca si piensa de verdad que lo voy a hacer.
               -Poneos ropa cómoda-aconsejó papá, y Tommy me prestó una camiseta de baloncesto con su dorsal que me puse por debajo de una sudadera ancha, en vías de convertirse en ropa de dormir de su madre o directamente en trapos.
               Bajamos las escaleras y de hecho íbamos de camino a la puerta cuando oímos pasos por el pasillo. Me giré instintivamente para mirarla y ver en sus ojos el amor que me profesaba, aunque fuera un segundo antes de que éste se desvaneciera al ver el estropicio que me habían hecho en la cabeza.
               -S-susurró Eleanor, deteniéndose en seco al instante, observándome el pelo.
               -Hola-susurré con timidez, de repente consciente de cada uno de mis defectos, aquellos que Eleanor elegía pasar por alto cuando estábamos juntos o cada vez que nos cruzábamos. Tenía los brazos más delgados que Tommy, la barba peor afeitada (no me había visto con fuerzas de pasarme la cuchilla hoy), y el piercing con zonas desconchadas, en las que se veía el metal por debajo de la pintura.
               -¿Qué te has hecho en el pelo?-preguntó mi chica, bajando las escaleras en silencio, con pasos firmes pero cautelosos. Era como una pantera que estudiaba las profundidades de la jungla en busca de su presa.
               -Qué me han hecho, dirás-puse los ojos en blanco y me mordisqueé el piercing. Eleanor se detuvo a un paso de mí, estudiando mi melena. Luego, levantó la mano, me la pasó por el pelo, y me hizo revivir. Cerré los ojos, disfrutando del contacto de las yemas de los dedos contra mi piel y mi pelo, de su mano en mi cabeza, de la calidez que manaba de su dulce cuerpo y del gracioso frufrú de nuestra inercia.
               Eleanor sonrió.
               -Te queda genial-susurró, y se puso de puntillas para darme un suave beso en los labios con el que selló su cumplido. La atraje instintivamente hacia mí, regañándome a mí mismo por haber sido tan estúpido de pensar que a ella no le gustaría mi pelo así, que me aniñaba los rasgos, que me hacía parecer un ángel, que me oscurecía la piel y los ojos… con lo que a ella le gustaba mi piel, con lo que a ella le gustaban mis ojos.
               Si ella me lo pidiera, me seguiría tiñendo de rubio hasta el día en que me muriera.
               O me quedara calvo.
               Eleanor sonrió en mi boca, notando mi cambio de humor con su mera presencia. Disparé el puño a un lado, sintiendo la forma en que Tommy se reía en silencio con la satisfacción de quien sabía los resultados de una prueba antes incluso de que ésta tuviera lugar.
               -¿Dónde vas?-preguntó ella, acariciándome los brazos.
               -A hacerme un tatuaje-respondí, encogiéndome de hombros, no dándole demasiada importancia. Eleanor alzó las cejas y se rió.
               -¿Te vas a poner mi nombre?
               -Quizás otro día-respondí, besándole la frente-. ¿Te veo de tarde?
               -Sí, por favor-asintió, mimosa, abrazándose a mi cintura, dándome un beso en el esternón y separándose de mí-. Scott-me llamó cuando ya había atravesado la puerta.
               -¿Sí?
               -Nada de tatuarse la cara. Tienes una cara preciosa.
               -Vaya, ¿y dónde quieres que se tatúe la calavera pirata si no es debajo del ojo, niña?-quiso saber Tommy. Nos echamos a reír y le guiñé un ojo.
               Ojalá hubiéramos conservado el buen humor mientras nos tatuaban, pero no fue así. Tommy fue el primero en hacerlo, e iba con la idea de hacerse la almohadilla y los dos números en un negro oscuro como mi pelo, pero el tatuaje le dolía tantísimo (llorón) que creía que iba a pasar, fijo que quedaba mejor con el contorno, y ya estaba (quejica); además, así podría rellenárselo con bolígrafo (gallina) y ver si su imaginación era acertada (cagado).
               Cuando terminaron de hacerle el contorno del asterisco él ya se había rendido y había tomado dos chupitos de la botella que papá y Louis le pusieron delante, divertidos, con un críptico “toma, chaval, la vas a necesitar”.
               Consiguió tragar saliva y no echarse a llorar.
               Qué hijo de puta. Cómo se lo tuvo de callado, el desgraciado. Cuando me tumbé en la camilla negra noté que estaba resbaladiza por su sudor. Tommy trataba de no poner mala cara, pero su tez blanquecina le delataba, mientras le echaban una crema y le tapaban el tatuaje con un film transparente y esparadrapo. Se quedó mirando un momento en el espejo el reflejo brillante de mi número en su costado, justo del lado de su corazón, como hipnotizado… hasta que le dio por tocárselo y soltó una maldición por lo bajo.
               -¿Duele?-sonrió Louis, a lo que Tommy respondió quedándose a mi lado, con los codos apoyados en una mesa para no hacer contacto con la piel enrojecida, sin ponerse la camiseta porque “hacía calor” (en realidad era porque el contacto de la tela dolía horrores).
               Iba a hacerme el número diecisiete lo bastante grande como para que me abarcara toda la caja torácica, de arriba abajo, pero en cuanto la aguja entró en contacto con la piel, di un brinco, sintiendo una presión y un calor abrasadores recorrerme de la cabeza a los pies y un latigazo impresionante hacer que me doblara en dos.
               -Necesito que te estés quieto, chico-me dijo el tatuador, Luke, y yo puse los ojos en blanco y asentí, mordiéndome la cara interna de la mejilla tan fuerte que noté el sabor metálico de la sangre mezclándoseme con el de la saliva y bailando en mi lengua. Al final, le pedí que me lo hiciera mucho más pequeño y discreto, del grosor de un pulgar, mientras Tommy sonreía, satisfecho.
               -¿Cómo vas, S?-sonrió papá.
               -De puta madre-gruñí entre dientes, luchando por no gritar, sintiendo cada pinchazo en mi piel como si me estuvieran arrancando las costillas y prendiéndole fuego al interior de mi cuerpo con cada golpecito de la aguja.
               -¿Ya sientes las ganas del segundo?-me picó Louis.
               -Oh, sí. Me voy a tatuar los morros de tu hija-solté, mirando a papá, que se echó a reír.
               -¿Dónde va a ser eso?-preguntó Tommy, divertido, con una mueca lobuna tan sarcástica que me dieron ganas de cargármelo.
               -Seguramente en la polla; le pediré que me haga una mamada aquí y que se tatúen las manchas de pintalabios-respondí, y Tommy se echó a reír.
               -¿Para qué quieres tatuarte algo de Eleanor en la polla, si se pasa media vida ahí?
               -Gilipollas-rezongué entre dientes, rezando para que el suplicio terminara pronto. Louis me invitó a sentarme detrás de papá en el coche, pero papá me obligó a hacerlo en el medio, de modo y manera que tanto Tommy como yo sintiéramos el cinturón abrasándonos la piel con cada curva y movimiento del volante.
               -¿Por qué a vosotros no os duele?-escupió Tommy. Papá y Louis se habían hecho un tatuaje nuevo cada uno, ambos en zonas que ya tenían ocupadas pero con huecos libres que se habían propuesto rellenar. Papá se remangó la camisa y nos mostró su nueva adquisición, un símbolo de Ohm rodeado de golondrinas, el yin y el yan y varios tatuajes sin sentido.
               -Porque nos echamos crema anestésica.
               Tommy y yo nos miramos. Seríamos imbéciles.
               Louis nos dejó en casa a papá y a mí y continuó con un convaleciente Tommy en dirección a su hogar. Papá me abrió la puerta y llamó a mis hermanas, como el buen cabrón que era, para que vinieran a ver la nueva adquisición de la familia. Sabrae, que ya conocía el dolor de las intervenciones en el cuerpo, tuvo la delicadeza de no intentar tocarme, pero Shasha y Duna se tomaron como misión personal el conseguir que yo me estremeciera de dolor.
               Mamá negó con la cabeza y exhaló un suspiro.
               -Menuda forma de estropearse uno el cuerpo, con lo guapo que estabas antes.
               -Mamá, por favor, que sólo es un número.
               -Ya, pero así es como se empieza, y cuando te quieras dar cuenta vas a parecer el muro trasero de algún centro comercial de los suburbios, lleno de palabras raras y dibujos tontos, igual que tu padre.
               -¿Voy cancelando lo del tatuaje relacionado contigo?-preguntó papá, y ella parpadeó en su dirección.
               -Ni se te ocurra, Zayn. Por cierto, S: tienes visita. Eleanor ha venido a verte.
               Se me cayó el mundo al suelo. No podría hacer nada con ella, no en mi patético estado. Aun así, subí a verla.
               Me esperaba en la cama, con una camiseta de jugar al baloncesto mía cubriéndole el torso y los muslos, unos calcetines largos subidos hasta las rodillas, el pelo recogido en una coleta alta, y el sujetador de color carne exhibiéndose con entusiasmo por debajo de la tela de la camiseta. Tenía mi ordenador sobre las rodillas, y me sonrió.
               -No estaba mirando la carpeta del porno, ni nada-bromeó al ver mi expresión sorprendida al verla de un modo tan doméstico, tan cómoda en mi habitación. En cierto modo, la había hecho suya, yo era el visitante.
               -No pasa nada; aunque la encontraras, no podrías abrirla. Tiene contraseña-me recompuse, carcajeándome. Me senté a su lado y la besé en los labios.
               -¿Y cuál es?-ronroneó.
               -Scommymandaynotubanda-contesté, besándole el hombro. Se echó a reír.
               -Es demasiado larga. Venga, dime, S, ¿cuál es?
               -No tengo-reconocí-. No veo porno. Te lo había dicho.
               -Jo-hizo un puchero-. Con lo mucho que me gustaría venir un día y pillarte en plena faena…
               -Todo puede arreglarse, mi amor.
               Aparté el ordenador a un lado y comencé a besarla. Ella me pasó las manos por la espalda y yo me puse tenso, pero, de momento, sólo me quitó la camiseta. Me quedé sentado a su lado mientras ella se hacía un ovillo e inclinaba la cara hacia la superficie de plástico. Me estremecí inconscientemente, notando su aliento en mi piel, y cerré los ojos.
               -¿Me dejas verlo?
               Puede que no estuviera bien lo que hice, o que no fuera sensato, pero el caso es que la idea de que Eleanor me tocara la piel desnuda, enrojecida y abultada en la parte del nuevo tatuaje me parecía tremendamente íntima. Serían sus dedos sobre mi piel más vulnerable.
               Así que, lentamente, retiré el esparadrapo y tiré del film para que Eleanor pudiera verlo bien. El tatuaje ya había pasado a una extraña negrura brillante, allá donde la tinta emitía el leve resplandor de la crema calmante para la piel de alrededor.
               Eleanor me miró un segundo, sus pestañas rizándose sobre sus párpados mientras consideraba su siguiente movimiento. Me cogió el brazo, se lo pasó por encima de los hombros, e inclinó el rostro hacia delante. Depositó un suave beso allá donde la piel estaba más dolorida, y yo contuve un gemido.
               No me costó mucho.
               Me sentó bien.
               Me sentó genial.
               Era dolor, sí, un dolor punzante e hiriente y ardiente, como un incendio que se propaga por el bosque que es tu cuerpo, pero aquel fuego venía de su boca, así que, a la vez, era placentero. Eleanor volvió a posar sus labios sobre la piel y se fue alejando de la mancha oscura que para siempre adornaría mi costado. Subió por mi pecho, me besó el corazón, la clavícula, y poco a poco, muy poco a poco, besito a besito, continuó ascendiendo hasta mis labios. Depositó un suave beso en ellos y sonrió cuando yo la busqué, devolviéndole cada uno de los besos que me había dado multiplicados por mil, atrayéndola instintivamente hacia mí.
               Eleanor me rodeó el torso con los brazos y yo di un brinco.
               -Lo siento-susurró, apartándose un poco de mí en un doloroso intento por poner tierra de por medio entre nosotros. Negué con la cabeza y volví a las andadas en cuanto terminé de recolocarme el film transparente, que se estaba volviendo un poco gris debido a los pigmentos que se me escapaban entre los poros.
               -¿Te apetece…?-susurré, y sus ojos de gacela preciosa chispearon.
               -A mí siempre me apetece hacer el amor contigo, S.
               Continuamos besándonos, quitándonos la ropa. Primero fueron sus calcetines, luego mis pantalones, luego su camiseta, luego mis bóxers y sus bragas. Ella misma se liberó los pechos y exhaló un gemido cuando, encima de mí, comencé a besárselos. Apoyó las rodillas a ambos lados de mi pecho y yo contuve la respiración. Estaba demasiado cerca.
               -Déjame ponerme encima-le pedí, y ella asintió, mirando mi tatuaje, se hizo a un lado con cautela y se tumbó sobre su espalda, cubriéndose con el pudor de siempre los pechos y el sexo hasta que yo comencé a besarla, le aparté las manos con delicadeza y le dije que era preciosa. Se ruborizó y separó las piernas, sonrió y cerró los ojos cuando me introduje en su interior.
               Me deleité en cada una de las sensaciones que nos envolvían. Eleanor abrió los ojos y los clavó en los míos mientras la embestía despacio, jugando con mi pelo rubio entre sus dedos de uñas perfectamente pintadas y limitadas. Adoraba el olor de hacerlo en mi cama, me parecía que estábamos volviendo al principio, cuando las emociones eran aún más intensas porque no les habíamos puesto nombre.
               Me encantaba el modo en que su cuerpo se balanceaba suavemente sobre las sábanas y el colchón, la forma en que clavaba las uñas en el cabecero de la cama cuando yo me movía un poco más profundo que le resto de las veces, la manera en que su sexo se aferraba al mío, sus ojos volando por todas partes y por ninguna.
               La sensación de estar creando una obra maestra cada vez que me recibía en su interior.
               Miré hacia la ventana redondeada donde ella se había sentado por primera vez, donde yo le había hecho el primer boceto, totalmente desnuda, sólo cubierto su pequeño rincón especial por una manta que yo no tardé en tirar. Cómo me había parecido que no era de este mundo y me lo seguía pareciendo cuando la miraba, desnuda, debajo de mí, o cuando miraba esa ventana y la recordaba allí, mirando la silueta de la ciudad que nos había visto crecer, aunque fuera desde la distancia.
               Recordé cómo me había acercado a ella, cómo ella había separado las piernas para recibirme, lanzada y a la vez tímida, fuerte y a la vez frágil. Cómo le había dicho que creía que me estaba enamorando de ella.
               Si tú supieras, S, sonreí para mis adentros, viéndome ahora, comiendo de su mano, cambiando toda mi vida sólo para adaptarme a la de ella, alegrándome de haber quedado segundo en un concurso porque así no le había quitado lo que le pertenecía por derecho.
               -Scott…-me llamó, como sólo ella podía hacerlo, y yo volví la vista hacia su rostro, enrojecido y brillante-. ¿En qué piensas?
               -En nosotros, mi amor. Siempre en nosotros-le respondí, dándole un beso en la frente y disfrutando de cómo se rompía con tranquilidad a mi alrededor. Me detuve un momento, dándole tiempo para recomponerse y, de paso, poder mirarla bien. Me acarició el mentón.
               -Te quiero-susurró.
               -Yo también te quiero, preciosa.
               Sus mejillas se tiñeron un poco y sus caderas me incitaron a continuar. Terminé sobre ella, mezclando nuestros placeres por un glorioso momento que me habría gustado alargar para siempre.
               Me había sabido a despedida, y eso que todavía nos quedaba mucho tiempo juntos.
               Pero era mejor decírselo cuando estuviera en casa, rodeada de los suyos, con un entorno amigable que la apoyara y le dijera que yo jamás me alejaría de ella, o que yo no me merecía sus lágrimas.
               -Tengo que decirte algo-dije, apoyado sobre el costado bueno, con su cuerpo acurrucado a mi lado. Alzó la vista y se me quedó mirando, a la expectativa. Sus ojos tenían esos surcos que tanto me recordaban a la madera, ligeras depresiones o montañas doradas en un mar de chocolate en el que no me importaría ahogarme-. Diana va a ir a rehabilitación.
               -Lo sé-asintió, cauta.
               -Va a ser cuando terminemos todos los tours, pero… quiero que lo sepas ahora. Para ir digiriéndolo.
               -Ya lo sabía-repitió.
               -Tommy va a ir con ella.
               Una alarma creciente se instaló en sus pupilas.
               -No, no, no te preocupes. Tommy está bien. Lo que quiero decirte es que Tommy se va a Estados Unidos para estar cerca de ella, por si le necesita. No va a entrar a nada. Tommy no es adicto. O sea, ninguno de los dos lo es. Hemos consumido un par de veces, pero…
               Noté cómo se le aceleraba el corazón, y eso me puso aún más nervioso.
               -Yo…
               -Scott. Me estás poniendo de los nervios. ¿Qué pasa?
               -Me voy con tu hermano. A Estados Unidos.
               Se separó de mí. Un simple centímetro.
               Pero había centímetros que parecían fronteras insalvables.
               -No quería decírtelo así-aseguré, levantándome-. Quería prepararte más para ello, pero es que… me pones nervioso, El. No atino bien con las palabras cuando tú y yo estamos juntos.
               -Atinas de sobra-respondió ella, apartando la vista y dándose la vuelta.
               -Nena. Nena, por favor, no me des la espalda. Vamos, nena-le pedí, tomándola de la cintura y tirando de ella para tumbarla. Eleanor suspiró. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
               -Es lo mejor para nosotros. Debería dejar de ilusionarme así-respondió-. Me evitaría un montón de tortazos en el futuro-se llevó una mano a los ojos y se limpió las lágrimas con los dedos.
               -¿Qué pasa?-pregunté, estupefacto. Vale que me marchara y eso la disgustara pero, joder, todavía quedaban varios meses. Seguramente Diana no entrara en la clínica hasta después de navidades.
               -Mi hermano y tú. Tú y mi hermano. Eso es lo que pasa, S-respondió ella, buscando su ropa interior y pasándose las bragas por los pies-. Es siempre lo que pasa.
               -¿Qué?
               -Te has tatuado algo relacionado con él-sollozó, negando con la cabeza y pasándose la camiseta de baloncesto por los hombros-. Y ahora me dices que te marchas para estar con él, justo cuando yo… cuando tendré más tiempo que nunca y te necesitaré para poder pasar por todo eso. Scott, por favor, intenta disimular, aunque sólo sea un poco.
               -¿Que disimule qué?
               -Que le prefieres-sentenció ella, dolida y herida por tener que decir aquello en voz alta. Negué con la cabeza.
               -Sois diferentes para mí. Él es mi mejor amigo. Tú eres mi novia.
               -Pero me dejas aquí, y te marchas con él.
               -Sabes cómo nos ponemos cuando estamos tiempo separados. Joder, Eleanor, a los tres días yo ya me habría vuelto insoportable y tú te arrepentirías de haberme pedido que me quedara.
               -Eso no lo sabes.
               -Yo sí. Vivo conmigo las 24 horas del día. Me conozco. Y, lo que es más, conozco a Tommy. Sé lo que le va a hacer que Diana entre en rehabilitación. Sé lo que esa mierda le hace a la gente-Eleanor puso mala cara-. Me necesitará.
               -Yo también te necesitaré.
               -Tú puedes vivir sin él. Y sin mí. Yo no puedo vivir sin ninguno. Pero puedo pasar más tiempo separado de ti.
               -Eso no debería ser así.
               -Lleva siendo así toda la vida. Me pasé más de dos años sin conocerte. Me acuerdo de mi vida antes de ti. No me acuerdo de la de Tommy. No tuve vida antes de Tommy. Empecé a vivir en el momento en que él nació, El. No puedes pedirme que renuncie a eso.
               -No, pero… entiéndeme, Scott. ¿Cómo te parecería a ti que ahora Mimi me dijera que se marcha a Rusia a bailar y que quiere que la siga, que yo ni pestañeara al decirle que sí? Estoy segura de que ni lo habéis hablado. No habéis considerado el quedarte tú aquí y marcharse sólo él. Podría ir con Layla. Podría ir solo. Podría hacer un montón de cosas, pero lo que a mí me importa es que a vosotros no se os ocurre ninguna otra opción. Tenéis que ir en paquete. Como si le pertenecierais a la misma persona.
               Negó con la cabeza y se abrazó las rodillas, los ojos cerrados. Le puse una mano en el hombro, pero ella se la sacudió.
               -Puedo hacerme más tatuajes-le dije-, llevarte en mi piel cuando estemos…
               -No es por el tatuaje. Me da igual el tatuaje. Es el hecho de que siempre piensas primero en Tommy, y luego, ya, si eso, en mí.
               -Vamos, El. No estás siendo justa conmigo. Lo dices como si creyeras que no me importas.
               Se encogió de hombros, sin mirarme.
               -¿Quieres que te demuestre que me importas?
               -Sé que te importo, Scott-respondió-. Ya lo haces. Pero yo, lo que quiero, es importarte más que nadie. Creo que no te estoy pidiendo la Luna.
               -Eso es mentira-discutí-. Te amo. Sólo te amo a ti. Me importas más que nadie, pero necesito a Tommy, ¿entiendes? A él es a quien más necesito, pero a ti también. No quiero que esto se acabe-le cogí una mano y se la besé, la acuné contra mi rostro-. No quiero que se acabe-repetí-. Es el principio de una historia muy larga.
               -No es ése el mensaje que me estás dando-contestó, girando la cara y mirando la pared de la habitación.
               Suspiré.
               ¿Esas teníamos?
               Vale.
               -Creo que debería mar…-comenzó.
               -Cásate conmigo-respondí yo. Ella se volvió y exhaló un suspiro exasperado.
               -No estoy de humor, Scott.
               -Lo digo en serio-repliqué-. Cásate conmigo. ¿Quieres una muestra de que para mí vamos en serio? ¿Quieres compromiso? Conviérteme en tu marido. Bueno, legalmente, ya me entiendes. Ya sabes que yo ya te considero mi mujer.
               Esbozó una tímida sonrisa, muy a su pesar
               -Tengo 16 años-me recordó.
               -Y yo 18, y te amo, y estoy enamorado de ti-respondí, deslizándome por la cama hasta que mis pies tocaron el suelo-, y voy a empezar una familia contigo, que mis hijos van nacer de tu vientre. Es lo único que sé en esta vida, El-le acaricié la mejilla-. No sé dónde voy a estar a final de año, no sé si me cogerán en las facultades que quiero, ni siquiera sé si al final sacaremos un disco-respondí-, pero sé que quiero estar contigo. Sé que eres para mí. Sé que voy a estar contigo todo el tiempo que tú me dejes. Aunque nos separe un océano. Seguiremos juntos.
               Eleanor se me quedó mirando, los ojos húmedos pero una sonrisa bailando en su boca, una sonrisa que trataba por todos los medios de ocultar.
               -Y luego dices que se te dan mal las palabras.
               Sonreí, noté cómo el piercing chocaba contra los dientes.
               -Es que tengo una muy buena musa.
               Eleanor se mordió el labio, negándose a concederme lo que yo más quería: una sonrisa suya. Me deslicé por la cama y me arrodillé en el borde, entre sus rodillas. Le di un beso en la cara interna de los muslos y le pregunté:
               -Así que, ¿te casas conmigo, sí o no?
               -¿Y mi anillo?-contestó ella, divertida. Me eché a reír y ella fingió una mueca de mal humor, pero no le salió mal. Daba igual; hasta poniendo mala cara estaba preciosa.
               -Te haré lo que quieras-le prometí-, escribiré nuestro nombre en el cielo. Te pondré entre las estrellas. Me aseguraré de que todo el mundo sepa lo perfecta y especial que eres. No habrá nadie en este mundo que quiera como yo te voy a querer a ti, aunque la verdad es que no tiene mérito, El. Te lo pido así porque así es como te dije que estaba enamorado de ti-hice un gesto con la barbilla hacia la cama-. Viene de lo mismo. Tú eres mi hogar. Tu cuerpo es mi templo. Tu boca es mi perdición y tus ojos son lo que me salva cada día, El.
               Ella sonrió, asintió con la cabeza y tiró de mí para levantarme y volver a meterme en la cama.
               -Está bien-cedió-. Pero, como encuentres a una americana a la que decirle esas cosas, me enteraré. Y te mato, Scott-me eché a reír-. Voy muy en serio, te mato por decirme esto y luego cambiar de chica. A ver a quién encuentro yo después de a ti.
               -Por eso te lo digo-le guiñé un ojo-, para que no puedas olvidarme.
               -Espero no tener que hacerlo nunca.
               -Yo tampoco, mi amor.
               Sonrió y se abrazó a mí.
               -Tonto-replicó, pasándome incluso una pierna por la cintura y rodeándome cual koala. Suspiró y cerró los ojos, creo que incluso se quedó dormida. Uno de sus brazos me rodeaba el costado y me hacía daño en el tatuaje, pero me sentía tan bien con ella pegada a mi cuerpo que el dolor se volvió algo nimio, soportable, una ligera presión en un órgano que por lo demás trabajaba al 110%. Yo también cerré los ojos y también me quedé dormido.
               Cuando me desperté, ella se había marchado. Había dejado una nota al lado de mi cabeza, en la almohada. Su letra redondeada y dulce contrastaba con el mensaje fuerte que redactaba:
               -Tienes que ganarte el sí. Pídemelo en condiciones.
               Me eché a reír, negué con la cabeza y guardé la notita en un cajón, seguro de que aquello era un reto que yo me obligaría a superar con creces.
               La casa estaba vacía salvo por la presencia de papá, que corregía exámenes en el comedor, aprovechando la luz del crepúsculo que iba desgarrando jirones anaranjados en las inofensivas nubes. Me apoyé en la puerta y él levantó la vista. Me pareció increíble cuántas cosas habían cambiado en mi vida y cuántas se mantenían igual.
               Yo me iba a viajar por el mundo, dando conciertos, viviendo de algo tan puro y mágico que no debería soportar la carga de dar de comer a tanta gente, y mi padre, el que había conseguido todo aquello tiempo atrás, aquel cuya fama se había consolidado con los años, se quedaba en casa, corrigiendo exámenes.
               Su tiempo había pasado.
               Había llegado el mío.
               -¿Ha salido el sol?
               -Algo así-susurré, bostezando y sentándome a su lado. Papá continuó leyendo un examen y, a continuación, cerró el pliego. Me miró un momento y me sacudió el pelo.
               -Te acostumbrarás a tus horarios.
               -No son mis horarios-respondí-. Es que… Eleanor y yo nos dormimos abrazados.
               -Ah, sí-papá sonrió-. Sé lo que se siente.
               No cogió ningún otro papel, lo cual yo le agradecí. Era mío, sólo mío, lo tenía todo para mí, como no lo había tenido desde que encontráramos a Sabrae.
               -Así que… ¿tengo que asumir que Eleanor y tú habéis arreglado lo que sea que os hiciera discutir?
               -Tuvimos un… pequeño choque.
               -Los choques son buenos, S. Si no los tienes con tu mujer, es porque ya no lo es. ¿Cuánto crees que discutimos tu madre y yo?
               -¿Bastante?-inquirí.
               -Muchísimo. Yo no sé por qué me meto, si ella siempre gana. Es decir, es abogada. E, incluso, aunque no lo fuera, seguiría ganando. Las mujeres tienen ese as en la manga que las hace ganar incluso cuando no llevan la razón… porque siempre la llevan. Ya lo aprenderás.
               -Me gusta que Eleanor gane nuestras discusiones-confesé, y él rió entre dientes-. ¿Qué?
               -Nada. Que, si estuvieras más enamorado de esa chica, yo creo que incluso dejarías de respirar.
               Noté cómo me sonrojaba un poco.
               -Es increíble, papá.
               -Lo sé. Aunque no te lo creas, la conozco bastante.
               -No. Nadie la conoce como la conozco yo-respondí, y él asintió con la cabeza, alzó las manos y musitó un suave “tienes razón”.
               -¿Puedo saber por qué discutíais?
               -Me voy a Estados Unidos-anuncié. Papá asintió-. Y no es de tour. Diana tiene… problemas.
               -Con las drogas. Sí. Harry nos lo contó.
               -Va a ir a desintoxicarse. Tommy quiere ir con ella. Y yo tengo que ir con él. Y Eleanor…
               -… Eleanor se queda.
               -Sí.
               -Y eso la preocupa.
               -Nos preocupa a ambos-admití-, pero, ¿qué podemos hacer? No vamos a dejar de vivir nuestras vidas sólo porque… estemos separados. ¿Verdad?-pregunté, y papá se encogió de hombros.
               -Eso lo tienes que ver tú, hijo.
               -Quiero estar con ella-le aseguré-. Me veo envejeciendo a su lado. Teniendo hijos. Tus nietos-sonreí, y él puso los ojos en blanco y también sonrió, como diciendo por favor, chaval, no me recuerdes que soy un vejestorio-, pero a la vez, creo que esto es una oportunidad. Para los dos y para la relación. Nos hará más fuertes.
               -Estoy de acuerdo.
               -Además, no está mal tener un poco de espacio para ti mismo dentro de tu pareja, ¿verdad?
               -¿Por qué crees que tu madre tiene su despacho, o yo tengo la sala de los grafitis? Una pareja no deja de ser la unión de dos personas, S. Necesitáis tener vuestro propio espacio. Mira, yo estoy loco por tu madre, y ella por mí, pero, por mucho que nos queramos, acabaríamos mal si estuviéramos las 24 horas del día juntos.
               -Ya, si lo entiendo-respondí-. El problema es que a mí no me importa estar las 24 horas del día con Tommy. Y eso, a Eleanor, le duele.
               -Piensa que le quieres más que a ella, ¿verdad?
               -Ni yo mismo sé si le quiero más que a ella, papá-admití-. Lo que tengo con Tommy… no tiene precedentes. Es como… como si fuera una extensión de mí mismo.
               -Dale tiempo. Aprenderá a digerirlo. Lleva toda su vida deseándote, simplemente le choca un poco que no hayas cambiado a su hermano por ella.
               -¿Ella quería ser como Tommy antes de estar conmigo?
               -Creo que la razón de que se enamorara de ti era que veía lo mucho que os queríais Tommy y tú mientras ella crecía. Creo que quería la fantasía de lo que vosotros dos tenéis.
               Tragué saliva, preocupado.
               -¿Y… qué pasará cuando se dé cuenta de que yo no voy a poder cambiarla por su hermano?
               -Nada. Porque ya está enamorada de lo que tú eres. Ya te ve como algo más que la extensión del cuerpo de Tommy. Lo cual, si me permites, creo que os define bastante bien. Sois parte del otro. Igual la culpa la tenemos nosotros-se llevó una mano al pecho-, por criaros como lo hicimos, pero…
               -Nos hicisteis un favor-atajé. No iba a permitir que lo mejor que había tenido nunca me lo quitaran así como así, me lo redujeran a un error o a una pregunta cuando estaba claro que era una rotunda exclamación.
               Papá sonrió.
               -… pero no me arrepiento de las decisiones que tomamos respecto a ti y a Tommy cuando erais pequeños. Me enorgullece ver lo generosos que sois con el otro. Para ti, antes que tú va siempre él, y para él es al revés también. Creo que Eleanor tiene un poco de celos de Tommy, pero porque todavía no se ha dado cuenta de lo buenos que sois el uno para el otro. Cuando lo haga, todo será más fácil.
               -Voy a echarla de menos.
               -Es parte del amor, Scott: tienes que echar de menos a la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida para aprender a valorar esos días que estaréis juntos.
               -¿Crees que me esperará?
               -Lo hizo durante quince años, hijo. Unos cuantos meses no serán nada. Además, siempre están los aviones. Podéis ir a veros. Puedes venir a visitarnos-se encogió de hombros-. Me da igual los años que tengas, ésta será siempre tu casa y tu habitación será siempre tu habitación.
               -¿Papá?
               -¿Sí?
               -Le he pedido que se case conmigo.
               Parpadeó.
               -¿Y qué te dijo?
               -¿La primera, o la segunda vez?-pregunté, y él sonrió.
               -Estás hecho todo un Don Juan, ¿eh, chaval? Las dos, venga.
               -La primera, que sí. Y ahora… que me lo currara más.
               -Seguro que lo hiciste en la cama.
               Me mordí la sonrisa.
               -¿Tan evidente es?
               -Tienes que pedírselo en condiciones, S-se reclinó en el asiento-. Por Dios, aún me acuerdo de cómo se lo pedí a tu madre. Llevaba muriéndome por hacerlo desde que te tuvimos y vi cómo te miraba. Quería formar parte de esa conexión a toda costa, que ella me mirara como te miraba a ti-sus ojos se perdieron en las brumas del pasado-. La llevé al teatro, y luego a cenar. Estaba tan guapa…se puso el vestido con el que la había conocido. Era un milagro que le quedara bien en tan poco tiempo. Tiene gracia: el vestido con el que te hicimos y con el que empezamos a escribir nuestra vida juntos fue también con el que sellamos nuestro destino.
               -¿Y cómo se lo pediste?
               -Llevaba el discursito preparado de casa. Pero me moría de los nervios y se me olvidó todo.
               Alcé las cejas. La versión oficial no era así.
               Aunque, claro, la versión oficial no suele ser la auténtica.
               -¿Y qué hiciste?
               -La miré a los ojos. Y le dije lo que me salió de dentro. Creo que fui un desastre, pero a ella le gustó. Les gusta la pompa pero también la sencillez. Creo que Eleanor es así, también. ¿Quieres un consejo, S?
               -Claro.
               -Pedirle la mano a tu chica es la decisión más importante que vas a tomar en tu vida. Va a ser especial para los dos. Cúrratelo un poco, no sólo por presumir ante tus hijos como yo lo hago contigo, sino porque el recuerdo va a ser tan especial que te hará pensar que mereció la pena incluso cuando quieras mandarlo todo a la mierda. Cómprale un anillo, prepara algo especial, deja que ella se ponga un vestido que la haga estar aún más preciosa, sólo para tener el placer de recordar ese momento en que tu vida cambió para siempre como lo que es: la decisión más importante que has tomado nunca. O una de ellas, al menos-sonrió, acariciándome el pelo.  Me recorrió un nuevo estremecimiento, parecido al que había sentido con Eleanor, pero un poco menos potente.
               Me pellizcó la mejilla y volvió a sus correcciones. Me quedé mirándolo mientras continuaba leyendo y marcando en rojo errores que otros habían cometido. Ojalá lo míos pudieran eliminarse de manera tan fácil.
               Lo recordé entre bastidores, la noche en que canté su canción, con una expresión de orgullo y sorpresa que no le había visto nunca antes y puede que jamás volviera a verle, sus ojos chispeando al ver que no le detestaba, no lo suficiente para evitar que el mundo me escuchara poniendo voz a una de sus canciones, al menos.
               -Papá-susurré, mirando cómo se mordisqueaba el pulgar y fruncía el ceño, en el mismo gesto concentrado que mis amigos decían que ponía yo cuando estaba estudiando. Aquella vida en la que me había sentado a su lado y me había quejado porque no entendía las diferencias entre el realismo inglés y el romanticismo francés se me antojó vivida hacía mil años, tan lejana como la propia luna. Papá levantó la cabeza y se me quedó mirando, expectante. Emitió un suave murmullo de mm para hacerme saber que me prestaba toda su atención-. Siento… siento lo mal que te he tratado todos estos años-dejo el bolígrafo y frunció el ceño, quizás preguntándose a qué venía eso precisamente ahora.
               Pero es que tenía que decírselo. Tenía que decírselo antes de marcharme y que él pensara que mi ausencia me había hecho cambiar como persona, dejar de ser su hijo, el hijo que había conocido durante toda mi vida.
               Quería que supiera que el que hablaba era su Scott, el Scott de Inglaterra, no el Scott en que me iba a convertir en el momento en que pusiera el pie en un continente diferente.
               -Siento todo lo que nos hice. Todas las veces en que me tomaba tan a malas que me dijeran que era igual que tú. Yo no quería… no quería que me relacionaran contigo, te… no te detestaba, pero no quería…
               -Yo era una mierda de persona antes de conocer a tu madre-aseguró papá-. Te prometo que entiendo que te comportaras así.
               -Cuando le hice eso a Eleanor…-comencé, y tragué saliva-, una de las cosas que más me dolió fue que me dijera que era exactamente igual que tú. Pero tú y yo no somos iguales, papá. Yo he sido egoísta toda mi vida y tú me has aguantado día sí, día también. Y quiero que sepas que lo aprecio un montón. Sé que me estaba comportando como un niñato, pero tú no me dijiste en ningún momento que parara. Ojalá pudiera decir que era la edad del pavo-sonreí, y él también-, pero… he sido un gilipollas. Toda la vida. Hasta hace nada. Quiero que sepas que ser tu hijo es un orgullo, y cantar tus canciones es todo un honor para mí.
               Sonrió. Noté cómo se me subían los colores mientras pensaba en lo gilipollas que había sido con él, que me había dado literal y metafóricamente la vida. Gracias a todo lo que había conseguido él en el pasado y a lo mucho que me parecía yo ahora a él, había llegado hasta donde estaba.
               -Y, bueno, que te quiero, y tal.
               Me miré las manos y tragué saliva. Papá me acarició la mejilla y yo me incliné instintivamente hacia él, lamentando el tiempo que habíamos perdido, lo mucho que había desperdiciado el tiempo haciéndome el gallito independiente.
               -Yo también te quiero, hijo-susurró-. Y creo que deberías pelearte con Eleanor más a menudo.
               Me eché a reír y él cerró la carpeta con los exámenes. Nos pasamos el resto de la tarde jugando a videojuegos y pintando en la pared de los graffitis, disfrutando de tiempo de chicos como llevábamos sin tenerlo hacía eones.
               Quién sabía cuándo podríamos volver a disfrutar de un momento así.


-Cariño-canturreé, empujando la puerta con un hombro, los pies y la cadera-, ya estoy en casa.
               El olor de las especias mezcladas, la carne guisada, las patatas fritas y una salsa nueva, aún por descubrir, me inundó. Cerré los ojos, disfrutando de los miles de aromas mezclados en mi nariz, y empujé con el talón la puerta, que se cerró dando un golpe seco que retumbó en toda la pared.
               Me asomé a la cocina y me encontré a Tommy, concentradísimo, removiendo en una olla con una mano mientras con la otra sostenía un botellín de cerveza. Tenía los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, concentrado en sus quehaceres hasta el punto de que ni se había enterado de que había llegado a casa.
               Había encontrado la solución a nuestros problemas. Después de que él dejara la carrera, a la que nos costó Dios y ayuda conseguir entrar, por hacérsele imposible poner algo más que su nombre en los exámenes, había estado devanándome los sesos para idear la forma de conseguir que se graduara y viniera a las prácticas en la NASA conmigo.
               Nos habíamos mudado a la costa este de Estados Unidos hacía ahora casi cuatro meses. Habíamos encontrado un piso de alquiler en una zona cercana a la facultad de Ciencias de la Universidad de Columbia, a un par de paradas de autobús de la sede de la NASA, que brillaba en mitad de una llanura con la apariencia del hospital más futurista del mundo, lejos, muy lejos del resto de la población.
               Las oficinas estaban a un par de kilómetros del centro de la ciudad, distancia más que suficiente para que me mereciera la pena suplicarle de rodillas a Tommy que nos quedáramos con aquel piso minúsculo cuyo centro comercial más cercano estaba a 15 minutos en coche.
               Diana había entrado en rehabilitación a los tres días de firmar el contrato de arrendamiento nosotros.
               Le tiré una miguita de pan a Tommy, que dio un brinco y se me quedó mirando.
               -Hola-saludé, sonriendo y acercándome a los fogones.
               -Hola-respondió en tono cansado, pasándose una mano por el pelo y suspirando trágicamente. Entonces, lo recordé.
               Hoy le tocaba ir a ver a su americana.
               -¿Qué tal?
               -Seguimos igual-respondió, encogiéndose de hombros-. Se aburre y se deprime y se aburre más y se deprime todavía más y… y yo no puedo ayudarla-suspiró.
               -¿Os habéis acostado?-pregunté. Tommy puso los ojos en blanco.
               -No entiendo la relevancia de…
               -¿Os habéis acostado, sí o no?-gruñí. Él volvió a poner los ojos en blanco.
               -Sí, pero no sé qué tiene eso que ver con…
               -Entonces estáis bien. En el momento en que a ella no le apetezca hacer nada, es cuando deberás empezar a preocuparte.
               -Supongo que tienes razón, S-miró mi mochila, abultada por los libros y el iPad en que llevaba al día todos los cálculos-. ¿Qué tal por clase?
               -Genial. Nos han avisado para una charla de ingeniería molecular. Podrías venir, si te aburres.
               Odiaba lo que nuestra estancia en Washington le estaba haciendo a Tommy. Se aburría. Se sentía solo por el tiempo que yo me pasaba en clase y luego, estudiando, machacando todos  los conocimientos adquiridos. No podía permitirme suspender ni un puto examen, bastante tenía ya con que los empollones de turno me miraran mal cada vez que entraba en clase por ser “el enchufado”. Pero, cuando yo cerraba un libro y le sugería ir a dar una vuelta, hacer algo, divertirnos, él respondía negando con la cabeza y preguntando si ya había terminado de repasar.
               Tommy creía que yo no me daba cuenta, pero no era gilipollas. No era feliz allí, y eso se veía. Me dolía en el alma haberlo separado de Layla y de Diana, pero la inglesa apenas tenía tiempo para respirar por la carrera, y Diana bastante tenía con lo suyo como para encima preocuparse de cómo el mundo exterior seguía rodando, me recordaba él cada vez que le sacaba el tema de regresar a casa y olvidarnos de nuestra (mi) estúpida carrerita espacial.
               -De momento duermo de puta madre, pero gracias por tu oferta-sonrió, y yo me eché a reír. Sí, lo cierto era que dormíamos como bebés a pesar de los ruidos de la ciudad, a los que no estábamos acostumbrados, y de los vecinos, una experiencia nueva para nosotros. Habíamos cogido las dos minúsculas camas del piso en la única habitación en que se podía respirar y las habíamos empujado hasta hacer una de tamaño medio en el centro de la habitación, en la que nos acurrucábamos cada noche, nos deseábamos dulces sueños y nos poníamos a dormir.
               Vivíamos entre la mierda, no parábamos de pelearnos porque a mí se me olvidaba hacer las tareas y él estaba hasta los cojones de limpiar, pero nos gustaban nuestras broncas. Éramos hermanos, al fin y al cabo: se suponía que teníamos que discutir.
               -Tengo algo que contarte-dijo, apoyando la cuchara en el mármol de la encimera y girándose hacia mí. Alcé las cejas, expectante.
               -Me vas a dejar por otro que sea más cariñoso-aventuré, y él se rió. Negó con la cabeza.
               -Voy a buscar trabajo.
               Parpadeé, estupefacto.
               -Pero… no lo necesitamos, T.
               -Ya lo sé. Bueno, es sólo que… me aburro mucho por las mañanas, cuando tú te vas a clase.
               -Puedes venir conmigo.
               -Me aburriría aún más y no haría más que distraerte a ti. No es solución, S, ya lo hemos hablado. Me he desmatriculado, es oficial, no soy alumno de la facultad de Ingeniería.
               Me apoyé en la nevera.
               -¿Te parece egoísta?
               -Me parece… bien. Dependiendo d lo que quieras hacer, claro.
               -Algo por la mañana. Para no estar tan aburrido. Tampoco quiero que nos dejemos de ver-dijo, colocando los platos sobre la mesa desconchada-, es sólo que he visto un anuncio de la que iba comprar la comida y he pensado “oye, ¿por qué no?” al fin y al cabo, tampoco me lleva tanto tiempo… podría currar en una librería, o…
               Coloqué los cubiertos y los vasos y dejé la olla encima de la mesa. Así empezamos a discutir los pros y los contras de que se buscara un trabajo, que dejó a las dos semanas porque le quitaba tiempo, y que recuperó, esta vez con más entusiasmo, cuando éste se convirtió en un puesto de camarero en un bar cercano al restaurante de un chef español en la ciudad.
               Eso le hizo más feliz, porque le ofreció oportunidades.  Un día estaba trabajando sirviendo mesas en un bar, al siguiente pasó a la cocina, y al siguiente le sirvió una de las mejores hamburguesas estilo americano que había probado nunca a un chef internacional, a quien Tommy ni siquiera reconoció. Cuando llegué a casa y vino a contármelo, tenía el pelo revuelto, como si hubiera estado saltando de alegría o algo así. Nos abrazamos y le dije que esto era el principio de todo lo que el universo empezaría a enviarle en forma de regalos y buenas vibraciones, como compensación por todos y cada uno de los sacrificios que había hecho por mí. Incluso Diana se animó cuando él se lo dijo, a pesar de estar en una espiral de autodestrucción pendiente de cómo terminaría.
               Tommy empezó a ser feliz y eso me hizo feliz a mí también. Me hizo pensar y desear y meditar sobre cómo podía hacer que todo siguiera como había estado hasta entonces.
               Se le veía incluso en la forma de dormir, ya despatarrado, como si quisiera comerse el mundo. Luchó por conseguir un puesto sin tener que renunciar a las tardes de descanso a mi lado, y lo consiguió. Tommy podía conseguir todo lo que se le proponía.
               Incluso se puso a dar saltos de alegría cuando le conté que me habían preseleccionado para el programa de becarios de la misión a la Estación Espacial Internacional. No le dije lo mucho que había tenido que suplicar y casi lloriquear en el despacho del director de la facultad, incluso le había prometido un concierto privado para su hija que no estaba seguro de poder cumplir. Al final, se lo cambié por un día en nuestra casa, y pareció dar buen resultado por la carta que me enviaron de la NASA invitándome formalmente a participar en la próxima expedición espacial.
               Eso me dio una idea genial. Llevaba mucho tiempo sin ver a Eleanor más que en las vacaciones, que cada vez eran más espaciadas entre sí y mucho menos abundantes, por nuestros propios compromisos profesionales y todo lo que ella tenía que hacer. Así que, cuando llegó aquella carta, se me abrió el cielo. Me quedé mirando un momento el edificio de la sede, alto, blanco, imponente como un satélite natural, y pensé que no perdía nada, absolutamente nada, por llevar mi plan a cabo.
               Pero, primero, tenía que conseguir que Tommy se sacara la carrera, o como mínimo llegara hasta tercer curso.
               No me costó convencer a Shasha para que hackeara el sistema operativo de la agencia (me dijo que lo había hecho ya varias veces, para controlar que estuviera haciendo los deberes y no estuviera remoloneando como en el instituto) y robara los exámenes de las convocatorias a las que Tommy se tenía que presentar. Le rogué y le supliqué y le chantajeé hasta que logré que se aprendiera de memoria las soluciones a las pruebas, que yo mismo realizaba delante de él en bucle para que recordara en qué orden tenía que poner las cosas, y casi me da un ataque al corazón cuando vi su modesto cinco en el programa informático que le acreditaba para entrar como becario a formar parte del programa espacial.
               Pero, antes, tenía que ir a Inglaterra, ver a mi chica, dejar unas cuantas cosas bien atadas y pedir permiso.
               No me podía que me estuviera yendo tan bien con tan sólo 22 años. Tommy apenas podía contener la emoción; atrás habían quedado las tardes discutiendo, yo echándole en cara que no quisiera salir de la atmósfera conmigo, él echándome a mí que yo no diera mi brazo a torcer.
               Ahora sólo éramos anticipación de lo que iba a suceder. Todo felicidad, como había sucedido el primer día en que habíamos desembarcado en Estados Unidos y nos habíamos ido derechos al museo espacial. Recordé con una sonrisa cómo había corrido de un lado a otro, estudiando mapas de constelaciones, consultando la guía y parándome a leer cada panel con información. Pasé de largo de la tienda de regalos, apenas miré de reojo un par de sudaderas que me moría por comprar en cantidades industriales, pero me daba demasiada vergüenza para llevarme siquiera una, igual que me la había dado ir allí con mi camiseta con el logo de la NASA en una esquina.
               Me había quedado sentado esperando a Tommy, demasiado cohibido por la presencia de niños pequeños que toqueteaban las cosas que me moría por llevarme a casa, y casi me echo a llorar cuando lo veo aparecer con una bolsa de papel y saca una cajita de plástico, diciendo que es para mí.
               A veces pienso que tengo el mejor amigo del mundo.
               Otras veces estoy seguro de ello. Y una de esas veces fue cuando saqué el pequeño astronauta cabezudo, de escafandra bailarina, que se agitaba al ritmo de las sacudidas que le dieras, como asintiendo a todo lo que dijeras o negando con la cabeza a cada contestación.
               Me abracé a él y le susurré al oído lo mucho que le quería, a lo que él me respondió que más me valía porque Tommy había cruzado el mundo por mí, igual que lo estaba haciendo ahora, igual que se sentaba ahora a mi lado, cara a cara frente a Louis, nuestros padres a un lado de la mesa y nosotros, al otro, como un equipo.
               Le había pedido a Eri que se llevara lejos a Eleanor para que no pudiera escuchar la conversación ni aunque fuera por casualidad. No quería que supiera que me iba una semana gloriosa al espacio porque estaba convencido de que eso la iba a cabrear y entristecer sobremanera.
               Por favor, si había tenido que apartar a una sollozante Shasha de mi cintura para conseguir salir de casa. Ella seguía llorando y llorando como una magdalena cuando les anuncié que me habían aceptado en el programa de becarios y que Tommy iba a subir allá arriba conmigo. ¿Tienes idea de las cosas que pueden salir mal, Scott?
               Sí, claro que la tengo, pero si desaprovecho esta oportunidad, no se me volverá a presentar en la vida.
               Y más vale morir en el intento que vivir toda la vida torturándote por lo que pudo ser y no fue.
               Miré a Tommy, tomé aire, cerré los ojos un segundo, ordenando mis ideas, y clavé los ojos en Louis.
               -Louis-dije, armándome de valor, pensando que esto era lo que quería, que cada segundo pasado con ella había conducido irremediablemente a este momento, que cada beso, cara caricia, cada embestida en su interior eran la causa directa de lo que sentía dentro de mí. Papá me había dicho que tenía que pedírselo de manera decente, darle un buen recuerdo, no hacerlo simplemente en una cama-, quiero tu permiso para casarme con tu hija.
               Tommy sonrió, divertido y feliz, pensando que por fin íbamos a ser familia de verdad, sin ningún tipo de restricción, sin nadie que pudiera venir a decirnos que nosotros no teníamos ningún vínculo real que nos uniera.
               Louis parpadeó, se inclinó hacia delante y dio un trago de la cerveza.
               -¿Y si no te lo doy?
               -¿Por qué habrías de hacerlo?
               -Porque le perteneces a mi hijo-respondió, divertido, posando el botellín de nuevo sobre la mesa. Mamá disimuló una sonrisa antes de que todos nos echáramos a reír.
               -¿Me concederías su mano, Louis?
               Louis sonrió.
               -¿Se lo has pedido a ella?
               -No, pero pienso hacerlo.
               -¿Y por qué me lo pides antes a mí?
               -Porque lo voy a hacer de una manera en que le va a ser imposible no decirme que sí-respondí, confiado pero sereno. Louis sonrió.
               -Scott-respondió él-, eres como un hijo para mí. ¿Qué posibilidades crees que hay de que yo me interponga entre tu felicidad y tú, si, para colmo, esa felicidad haría a mi niña la más afortunada del planeta?
               -Soy un hombre de costumbres. Y quiero hacer las cosas bien.
               Louis levantó su cerveza y brindó conmigo, asintiendo con la cabeza, concediéndome su permiso. Esa misma noche, hice el amor con Eleanor.
               Al mes siguiente, conectaba con ella desde el espacio, una bóveda negra como la más oscura de las noches, en que no se encendía ninguna luz más que su sonrisa cuando me tocaba una videoconferencia. Le decía que la quería y que no podía dejar de pensar en ella y que estuviera atenta a la siguiente conexión.
               Tommy y yo fuimos los primeros artistas en conectar con sus fans desde el espacio. Layla, Diana y Chad lo hicieron desde la Tierra, en puntos diferentes, en una especie de conexión gigante entre todos que se retransmitió en las pantallas más grandes del planeta.
               Cuando me llegó el mensaje de Eleanor, sentada con sus amigas en Picadilly Circus, mirándonos mientras comía palomitas, yo cogí la libreta que iba flotando por la nave y empecé a escribir en ella.
               -Eleanor-escribí en una hoja, y vi gracias a las cámaras de Mimi y sus amigas cómo se levantaba y avanzaba entre la multitud-. Te quiero-otra hoja-. Eres mi sol-añadí-. ¿Te casas conmigo?
               Incluso le dibujé un anillo con un diamante brillando en la esquina de la hoja. Le guiñé un ojo y me reí mientras ella lloraba. Se cortó la conexión; Tommy y yo habíamos hablado de hacerlo en los últimos minutos para que el efecto fuera más dramático.
               Las turbulencias de la reentrada fueron horribles.
               Pero, cuando la vi esperándome en la sala de recepción, apartada en un rincón mientras mis compañeros atendían a los medios de comunicación, se me olvidó todo. Me acerqué a ella y ella se sacó un papel del bolsillo de la chaqueta. Lo desdobló y lo sostuvo frente a sí, sobre su vientre, como si fuera una empleada de una agencia de viajes esperando por su cliente.
               Las tres letras estaban escritas con trazos amplios y acelerados, como si hubiera intentado mandar el mensaje antes de que yo me desconectara.
               -La escribí ayer-me confesó, cuando me la quedé mirando, maravillado-. Pero te marchaste antes.
               Es cierto que lo bueno viene en primeras dosis.
               La estreché entre mis brazos y la devoré, prometiéndole que ya se había terminado la época de separarnos.
               La hoja de libreta arrancada y arrugada se deslizó por nuestro torso, hasta caer al suelo, entre nuestros pies.
               Pero yo no dejaría que nadie le hiciera daño a ese enorme y perfecto yes. Mucho menos al signo de exclamación que acompañaba a la última letra. Como si no se dudara. Como si ya estuviera hecho.
               Como si ya fuera mía y yo ya fuera suyo.

8 comentarios:

  1. SCOTT TEÑIDO
    DUNA TENIENDO LA IDEA DE TEÑIRLO
    SCOMMYVTATUANDOSR COMO UNA PAR DE GALLINAS INTENTANDO SER FUERTES Y DSNDOSE CUENTA WUE ZOUIS SON MAS LISTOS QUE ELLOS
    LA DISCUSIÓN DE SCELEANOR POR SCOMMY Y ELLA ASÍ NO SE PUEDE JODER
    LA CONVERSACIÓN DE ZAYN Y SCOTT!!!!! YO ME MUERO JODER ME MUERO
    LA MANERA EN LA QUE LE.PIFE MATRIMONIO A ELEANOR ES LO MAS BOMITO Y ORIGIANL WUE HE VISTO EN MI VIDA Y QUIERO UN SCOTT EN MI VIDA QUE ME HAGA TAN ESCPECIAL COML LE HACE A ELANOR. ME MUERO DE AMOR JODER

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  2. Estoy llorando muchisimo. No puedo. Quiero un Scott en mi vida, un Zayn en mi vida, un puto Malik en mi vida quiero. De verdad, juro que estoy super enamorada.
    Le ha pedido puto matrimonio desde el puto espacio, desde las estrellas. No puedo digerir esto. NO PUEDO.
    La charla de Zayn y Scott, madre mia. MADRE MÍA. Ya sabes que he tenido que parar porque me he puesto a llorar y no podia seguir leyendo. Cuando le dice que le quiere y Zayn le sonríe y le dije ’Yo también te quiero hijo' SI FUESE MAS SU HIJO FAVORITO EXPLOTABAN LOS DOS. NO PUEDO. NECESITO QUE S ELO DIGA JODER. NECESITO QUE SCOTT SEPA QUE ES EL HIJO FAVORITO DE SU PADRE COJONES. Encima es que me imagino esto en la vida real, cuando Zayn tenga hijo y lloro mas.
    Erika de verdad: G R A C I A S.

    -Patricia

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  3. SCOTT DE RUBIO GRACIAS DUNA ERES LA PUTISIMA AMA. POBRECITA MI NIÑA QUE SE PONE A LLORAR PORQUE SCOTT LE DICE QUE YA NO ES SU FAVORITA SCOTT TE ODIO
    SABRAE CHUPANDOLE LA CARA A ALEC SABRAE I FEEL YOU
    Eleanor con la tonteria de prefieres a mi hermano es que le quieres más que a mi blablabla menos mal que al final scott sabe manejar la situación porque ya me veia otra vez como cuando la pelea de scommy uf
    LA CHARLA DE ZAYN CON S HABLANDO SOBRE ELEANOR Y LUEGO SCOTT DICIENDOLE QUE LO SIENTE Y QUE LE QUIERE MUCHO ESTOY MUY TRISTE NECESITO QUE ZAYN LE DIGA QUE ES SU FAVORITO SCOTT TIENE QUE SABERLO
    SCOMMY TATUANDOSE ALELUYA QUE SE CASEN YA ERIKA POR FAVOR
    Y LUEGO QUE SE VAN A VIVIR A AMERICA Y TOMMY ESTA SUPER POCHO POR DIANA POBRECITO :(((((
    ES QUE SE VAN AL PUTO ESPACIO Y LE PIDE MATRIMONIO DESDE LA ESTRELLAS SE PUEDE TENER MÁS SUERTE EN LA VIDA

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  4. LA CONVERSACIÓN ENTRE SCOTT Y ZAYN HA SIDO TAN BONITA JODER ❤
    SCELEANOR Y SCOMMY ME DAN LA VIDA
    LA FORMA EN QUE SCOTT LE PIDE MATRIMONIO A ELEANOR HA SIDO MARAVILLOSA ❤
    Cuando te digo que he llorado con un capítulo o que necesito pañuelos no es broma, más de una vez he tenido que parar de leer para ir a por un paquete de pañuelos, y este capítulo no iba a ser menos. GRACIAS POR TANTO.

    "Tú eres mi hogar. Tu cuerpo es mi templo. Tu boca es mi perdición y tus ojos son lo que me salva cada día, El." ❤

    - Ana

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  5. NO ME PUEDO CREER QUE ACABE DE LEER POR ÚLTIMA VEZ A SCOTT MALIK!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ESTOY TRISTÍSMA DE VERDAD ME DA TANTA PENA QUE ESTO ACABE... ANTES DE NADA SIENTO NO HABER COMENTADO LOS ÚLTIMOS CAPÍTULOS PERO LA UNI ME TIENE HASTA ARRIBA, PERO QUE CONSTE QUE LOS HE LEÍDO Y QUE ME MUERTO DE AMOR CON CHAD Y CON LAYLA
    Y ESTO.. PFFF IMPRESIONANTE, DE PRINCIPIO A FIN. NO PODÍAN FALTAR LAS HERMANAS DE SCOTT Y ESAS ESCENAS TAN CASERAS SUYAS...
    LO DE LOS TATUAJES MIRA ME ESTALLO DE AMOR Y DE RISA AL VER A LOS POBRES SUFRIR TANTO PARA HACÉRSELOS. NUNCA ME CANSARÉ DE DECIR QUE SCOMMY ES LA OTO DE ESTA HISTORIA, LO MEJOR QUE CHASING THE STARS NOS HA PODIDO DEJAR, NUNCA HABÍA LEÍDO UNA HISTORIA DE AMOR (PORQUE LA DE SCOMMY ES UNA HISTORIA DE AMOR) TAN BONITA ENTRE DOS PERSONAS QUE NO ESTÁN ROMÁNTICAMENTE RELACIONADAS PERO QUE SON COMPLETAMENTE ALMAS GEMELAS... NO PODÍA HABER UN CIERRE MEJOR PARA SCOTT QUE SUBIENDO AL ESPACIO CON TOMMY, CON SU HERMANO.
    SCELANOR ME REGALA AÑOS DE VIDA TE LO JURO, NO PUEDO CON SCOTT QUERIENDO QUE EL LE TOQUE EL TATUAJE Y PIDIÉNDOLE LA MANO A LOUIS SI ES QUE ME MUERO. LE HA PEDIDO MATRIMONIO DESDE LAS ESTRELLAS CUÁNDO NADIE HARÁ ESO NUNCA?
    HABLEMOS DE LO MEJOR QUE HA TENIDO ESTE CAPÍTULO QUE HA SIDO LA CHARLA DE ZAYN Y SCOTT. SCOTT HA ESTADO TAN MADURO, TAN SINCERO... RECONOCIENDO QUE SE HABÍA EQUIVOCADO Y QUE ES UN ORGULLO Y NO UN LASTRE PARECERSE A ZAYN.
    QUE ME MUEROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
    LIKE POR LA APARICIÓN DE ALEC Y EL MINI MOMENTO CON SABRAE
    MI DIDI PASÁNDOLO MAL NO PUEDO DE VERDAD, NO PUEDO, ME MUERO POR LEER EL CAPÍTULO DE TOMMY Y DIANA, AUNQUE ESPERO QUE EL DE TOMMY SEA EL ÚLTIMO PORQUE ÉL EMPEZÓ ESTO Y ÉL TIENE QUE TERMINARLO

    -María 💜💜💜

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    Respuestas
    1. "-Eso no debería ser así.
      -Lleva siendo así toda la vida. Me pasé más de dos años sin conocerte. Me acuerdo de mi vida antes de ti. No me acuerdo de la de Tommy. No tuve vida antes de Tommy. Empecé a vivir en el momento en que él nació, El. No puedes pedirme que renuncie a eso."
      LLORANDOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

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  6. ESTOY LLORANDO Y GRITANDO A PARTES IGUALES

    Es que en este cap hay tantas cosas bonitas... El tatuaje de Scommy, que cosa tan preciosa. Y que tontos son por lo de la crema es que xd

    La charla de Scott y Zayn dios... y cuando le dice S que le quiere ay yo es que me muero

    Y LA PEDIDA ES TAAAN ORIGINAL Y TAN BONITA. Que S siempre le dice a Eleanor cosas del espacio, las estrellas... y que se lo pida así mira yo dimito (y bueno que le haya pedido permiso a Louis ahí tan tradicional he llorado vale)

    lo he dicho antes por el grupo: te culpo por mis altas expectativas respecto a los hombres

    pd: QUÉ GANAS DE LEER LA BODA!!!!!!

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  7. No pueden faltar dos días, no puedes hacerme esto Erika 😭😭😭😭😭

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