En cuanto se bajó del bus y se
giró para encontrarse conmigo, su sonrisa se convirtió en la mueca que hacen
las bocas cuando se convierten en la cárcel de una carcajada.
-Ni se te ocurra-le avisé, pero Tommy era un
gilipollas de primera que no iba a dejar pasar la oportunidad de meterse
conmigo.
-Joder, y yo que pensaba que lo que me ha pasado esta
noche no se podría superar por nada-señaló, y se echó a reír abiertamente
mientras varias personas, los madrugadores del barrio, se bajaban del bus y nos
rodeaban con curiosidad. Me planteé seriamente la posibilidad de empujar a
Tommy contra el bus en el momento en el que éste arrancara, pero enseguida la
deseché.
No porque no se lo mereciera (créeme, lo hacía).
Sino porque luego yo tendría que buscarme mi propio
bus para saltar.
-¿Tengo que empezar a llamarte Piolín ahora?
-Cierra la puta boca-gruñí, pasándome una mano por el
pelo, mi precioso pelo, que antes había sido un hermoso color azabache y que
las hijas de puta que tenía por hermanas me habían teñido de un rubio casi
platino mientras dormía.
Lo malo de tener el sueño más profundo que las fosas
abisales era que no te enterabas de absolutamente nada de lo que te hacían, así
que cuando ellas decidieron que hacerme una de nuestras típicas putadas sería
una buena forma de celebrar que estaba en casa y convencerme de que no me
marchara, yo había sido dócil cual cordero y no había movido un músculo
mientras me levantaban la cabeza, me pasaban agua por el pelo y empezaban a
pintármelo con una de esas brochas de plástico cutre que vienen con los
paquetes de tinte.
Me había despertado como siempre, aunque sintiendo la
cabeza un poco húmeda pero no le di más importancia. Supuse que serían
imaginaciones mías debido a la resaca.
Pero, cuando vi mi reflejo en el espejo, los ojos
mucho más oscuros debido al contraste con mi pelo, las motitas verde y dorado
prácticamente desaparecidas por la luz que acaparaban mis mechones, me quedé a
cuadros.
Y luego bajé corriendo las escaleras hecho una furia.
-¡HIJAS DE PUTA!-grité nada más entrar en la cocina.
Mamá dio un brinco, terminando de pasar un poco de zumo de naranja a la nevera,
mientras Shasha se echaba a reír y se llevaba una de las fuentes de patatas-.
¿SOIS IMBÉCILES? ¡YO OS MATO! ¡QUE TENGO UNA IMAGEN DE CARA AL PÚBLICO, COÑO!
¿CÓMO MIERDA PRETENDÉIS QUE SALGA ASÍ A LA CALLE?
-Pero si estás muy mono, pareces papá en el reportaje
que le hicieron para GQ-contestó la cabrona de la mediana de mis hermanas, y
mamá tuvo que cogerme del brazo para que no le soltara un bofetón.
-Yo creo que te queda muy bien-me había dicho, pero su
boca hizo el mismo gesto que estaba haciendo la de Tommy ahora.
Comencé a planear mi venganza contra Shasha y Sabrae
mientras recogía los vasos y me los llevaba al comedor. Hasta consideré el
introducir a Duna en nuestros juegos de bromas que no hacían ni puta gracia a
la víctima, pero entonces, algo sucedió.
Bueno, más bien dos cosas.
La primera: me di cuenta de que Sabrae no estaba en
casa. Había pasado la noche con Alec, aprovechando el poco tiempo que él
pasaría en Inglaterra antes de regresar a África.
La idea de teñirme de rubio no había sido de ella, a
pesar de que era la sospechosa número uno, por eso de cómo había reaccionado
cuando vio a Alec.
Estábamos yendo en dirección al restaurante de Jeff
cuando a todos nos vibró el teléfono. Karlie fue la que se lo sacó del bolsillo
y lo miró.
-¿No venís a buscarme?-leyó en voz alta. Todos nos
giramos hacia ella, que, sin entender, toqueteó su teléfono-. Es Alec-dijo,
frunciendo el ceño.
-¿A buscarle a dónde?-preguntó Jordan, y Karlie
comenzó a teclear. Sus ojos se abrieron de par en par.
-Está en el aeropuerto-anunció. Y dejamos a un lado
nuestro plan de ir a cenar pronto y nos largamos corriendo al aeropuerto de
Heathrow, sólo para encontrárnoslo sentado sobre sus maletas, comiéndose un
bocadillo y consultando la hora. Sacudió la cabeza cuando nos vio llegar.
-Y yo que he cruzado medio mundo para venir a
veros-acusó-, y ni un poco de prisita os dais.
Habíamos avisado de que Alec estaba con nosotros a mi
hermana y ella se plantó en la parada de bus a esperarnos. Exhaló un gritito al
verlo: un poco más alto, un poco más fuerte, muchísimo más moreno, con el pelo
de un tono paja que (qué hijo de puta) le sentaba genial.
Sólo a Alec podía sentarle bien tener el pelo así de
quemado.
-¡Qué guapo estás!-gritó ella, lanzándose a sus
brazos-. ¡Me encanta cómo tienes el pelo! ¡Estás súper sexy!-dijo, y
literalmente, le lamió la cara. Ojalá estuviera de puta coña, pero mi hermana
le lamió la puta cara.
-Menos mal-replicó él-, porque me he dejado un
pastizal en las peluquerías de África para este cambio de look. Me alegro de
que te guste, bombón-y le metió la lengua hasta el esófago mientras le
masajeaba el culo como si pretendiera encontrarle un tumor en las nalgas.
A veces me apetecía vomitar mirándolos.
Así que no: Sabrae estaba con Alec, no había hablado
con nuestras hermanas (tenía poca batería en el teléfono y se lo había dejado
en casa y, que yo supiera, sólo se sabía de memoria mi número, el de casa, y da
gracias), y, seamos francos: a Sabrae se la sudaba lo que hiciera yo en el
momento en que Alec entraba en escena.
Yo era como el firmamento cuajado de estrellas y Alec
era el puto sol. En el momento en que él aparecía, a Sabrae se le olvidaba el
nombre de cada constelación.
Y la segunda cosa: Duna sonrió. Se mordió el labio con
los dos paletos mientras me observaba sentarme, y soltó una risita mientras me
toqueteaba el pelo.
Y lo supe.
Qué desgraciadas.
Sabrae y Shasha me la habían echado a perder. Sabía
que lo del concurso no había sido buena idea.
Había ayudado a Shasha.
-¿A ti no te da vergüenza?-acusé, mirando a la
mediana, que sonreía con suficiencia mientras se servía patatas-. Que tiene
nueve años, joder.
-Yo soy una mandada-respondió Shasha, metiéndose una
patata en la boca y sonriendo en mi dirección. Duna me tocó el brazo e hizo que
me volviera hacia ella.
-¿Te gusta tu cambio de look? Ha sido idea mía.
Sentí cómo me clavaban una daga en el corazón.
Traición.
Mentira.
Engaños.
Conjuras.
Mi niña.
Qué le habían hecho.
Qué mundo más cruel.
-Sí, ¿eh?-espeté, sacudiéndome su manita de mi brazo,
fingiéndome más enfadado de lo que estaba (pero, sí, estaba enfadado)-. No te
preocupes, Dunita, que esta te la guardo. Joder, no me esperaba esto de ti. Creía
que teníamos una conexión especial. Que sepas que ya no eres mi favorita-acusé.
Duna abrió mucho los ojos, herida, y se puso a berrear como la víbora que era.
Sus lágrimas de cocodrilo se le bajaban por las mejillas en verdaderas cascadas
de dramatismo y arrepentimiento.
Pero cuando le dije que la perdonaba, se puso a
toquetearme el pelo de una manera que me hizo sospechar que no le importaba en
absoluto aquel despliegue de ofensa del que me estaba rodeando yo.
-¿Vida nueva, pelo nuevo?-me picó Tommy, y yo le di un
empujón.
-Te lo juro por mi madre, Thomas, como no cierres la
boca, te pego una paliza y te dejo aquí tirado, en medio de la calzada, para
que el camión de la basura termine el trabajo por mí.
-A ver, que a mí me va todo: pelirrojas, rubias,
castañas, morenas. No había necesidad de teñirse-respondió, dándome una
palmadita en la parte baja de la espalda-, que yo te voy a seguir queriendo
igual.
Le pegué un empujón y él se cayó de culo sobre la
calle, riéndose. Ni me molesté en ofrecerle la mano para ayudarlo a levantarse:
seguí caminando, con las manos en los bolsillos y los hombros cuadrados,
asegurándome de que cada persona con la que me cruzaba se percatara de que odiaba en qué me habían convertido. Me
parecía a una edición limitada árabe del Ken de la Barbie. Estaba seguro de
que, en cualquier momento, una mano gigantesca y divina descendería de los
cielos y me pondría uno de esos pañuelos que llevan los jeques árabes en cada
puta película americana, no vaya a ser que la audiencia crea que el personaje
no se ducha y por eso es marrón, en lugar de que es extranjero.
-¿A qué tanta prisa, Piolín? ¿Has visto por aquí a
Silvestre?
-Mira-ladré, girándome y encarándome a él-, como no
cierres ya la boca, vas a tatuarte con tu puta madre.
-Tampoco hace falta ponerse así, Scott-gruñó Tommy, de
repente muy serio, soltándome un empujón para ponerme en mi sitio, para ganar
terreno y, de paso, para poder respirar también. Exhalé un suspiro, no dije
nada y me di la vuelta de nuevo. Él se giró, abrió la boca, yo le dije que como
estuviera preparando otra pullita se fuera preparando, y él continuó:
-¿Te quieres callar? Sólo quiero saber por qué vamos a
casa en lugar de al centro.
Su obstinación con ir a tatuarnos era graciosa: se iba
a poner a llorar en cuanto la aguja tocara su piel, yo lo sabía. Lo conocía
como si lo hubiera parido.
Y ya ayer había tenido que disuadirle, casi tuve que
contarle que Diana y Layla querían hacer un trío con él y no era muy
recomendable ir recién tatuado, pero nada, él seguía erre que erre, hasta que
tuve que mentirle y decirle que estaba acojonado y que no me parecía que fuera
a poder irme de fiesta después de permitir que alguien taladrara mi precioso
cuerpo y me hiciera un grafiti en él.
Tommy se me había quedado mirando con el ceño
fruncido.
-Y luego te molesta que dijeran que tu padre era el
vanidoso de la banda.
Señor, santa paciencia había que tener con toda esta
gente, de verdad.
-Vamos a por consejo experto-expliqué, y él me
alcanzó, se metió las manos en los bolsillos y acomodó su paso al mío. Vi por
el rabillo del ojo cómo nuestros pies se movían en sincronización, y disimulé
una sonrisita. Scommy, haciéndolo todo
juntos, pensé.
-¿A nuestras casas?
-Hijo, Tommy, a ti follar, te afecta a la cabeza. ¿Qué
tenemos en casa?
-Nuestras camas.
-Aparte-puse los ojos en blanco.
-A nuestros padres-cedió.
-¿Y qué tienen nuestros padres?
-Tatuajes.
-¡Muy bien!-festejé. Tommy se detuvo.
-Tío, Scott, ¿por qué estás así hoy? ¿Es por tu pelo?
Porque te queda bien.
-A mí todo lo que me haga me queda bien. Hasta
agujerearme la puta cara y ponerme un aro negro en la boca. Yo puedo hacer
elegante algo que los demás convertiríais en un icono cani.
-¿Es por mi hermana?
Me detuve en seco y le miré.
-No-dije.
Pero sí.
Claro que era por Eleanor. A Eleanor le encantaba mi pelo. Le encantaba lo
rápido que podía crecer cuando me lo cortaba, lo tupido y suave que era y el
frufrú que hacía cuando pasaba sus dedos por él. Adoraba lo negro que era.
Adoraba que fuera herencia de mi madre y no de mi padre. Adoraba lo bien que
encajaba con el resto de mis facciones.
Y ahora se notaba un huevo que no era mi pelo. Sí,
pero no. Parecía Piolín. Y yo no quería ser Piolín. Quería ser yo.
-Porque le va a encantar. Te queda bien, S. En serio.
-Lo que tú digas.
-¿Quieres un achuchón?
-Quiero volver a ser moreno-sentencié. Tommy se rió.
-Eres rubio de bote, no moreno. Mira de qué color
tienes los pelos del rabo si no me crees.
-Me fascina la capacidad que tienes para tener dos
novias-dije-, y no doscientas, con esa vena poética que te corre por las venas.
-Es que soy muy romántico-respondió, abriendo los
brazos. Nos echamos a reír, negué con la cabeza, dejé que me revolviera el pelo
(un poco, nada más) y continuamos en dirección a nuestra casa.
Nuestros padres ya nos estaban esperando allí. Papá
estaba paseándose por el salón de casa de Louis mientras éste permanecía
sentado, moviendo algo a la velocidad del rayo entre los dedos y mirándolo
fijamente, como si del movimiento caótico dependiera su mismísima vida. Ambos
se quedaron quietos con los ojos fijos en nosotros. Louis parpadeó al ver mi
pelo teñido, pero no dijo nada, siguiendo la señal de Tommy.
Astrid y Dan se levantaron y se fueron a sus
habitaciones por orden de su padre. Tommy y yo nos quedamos plantados en la
puerta del salón un momento, hasta que éste tomó aire, asintió con la cabeza y
me dio un suave empujoncito en la parte baja de la espalda, animándome a echar
a andar. Nos sentamos en los sofás de cuero blanco y esperamos a que nuestros
padres se acomodaran.
-No os cabreéis-empecé, recordando cómo se había
puesto papá el día que aparecí con el piercing en el labio (qué co-jo-nes llevas en la boca, Scott, te
lo quitas ahora mismo) y mordisqueándome el arito inconscientemente. Louis
y papá se miraron un segundo.
-Habéis hecho un trío y no sabéis quién es el
padre-aventuró Louis. Papá se mordió los labios y se miró las palmas de las
manos, considerando seriamente esa posibilidad.
-Claro que no-espeté.
-A lo último-añadió Tommy, esbozando una sonrisa
orgullosa y cruzándose de brazos. Louis alzó las cejas y Tommy asintió con la
cabeza, satisfecho con su recién adquirida experiencia. Le di un codazo y
recuperó la postura tensa y preocupada de antes.
-Queremos hacernos un tatuaje.
Papá y Louis se volvieron a mirar.
-¿Podéis parar de hacer eso?-protesté.
Papá y Louis se miraron otra vez y, ante nuestra mueca
de fastidio, se echaron a reír.
-¿Queréis o quieres?-quiso
aclarar papá, y Tommy carraspeó.
-La idea ha sido mía.
-Fue de los dos-respondí.
-Bueno, sí, fue de los dos, nos llevaba rondando la
idea un tiempo, pero fui yo quien
decidí el momento indicado.
-¿Que es…?-inquirió Louis, reclinándose en su asiento.
Tommy tragó saliva.
-Hoy hace 18 años que Scott y yo nos conocimos.
-Tenéis que estar seguros-dijo una voz a nuestra
espalda, y Eri apareció por la puerta, la sudadera más vieja y ajada de Tommy
cubriéndole los hombros y llegándole hasta las piernas-. Los tatuajes son para
toda la vida.
-Nosotros también somos para toda la vida,
mamá-respondió mi mejor amigo, y en ese momento me pregunté por qué era
heterosexual y me gustaban las tías, cuando ninguna había dicho sobre mí algo
tan bonito como lo que acababa de decir Tommy.
-Suena bien-respondió Eri, sentándose en el reposabrazos
al lado de Louis. Cruzó las piernas mientras él le rodeaba la cintura.
-¿Dónde queréis hacéroslo?-preguntó papá, y yo me lo
quedé mirando.
-Aquí, en Londres.
Eri frunció el ceño, Louis esbozó una sonrisa, papá
parpadeó… y los tres se echaron a reír.
-No, Scott, que en qué parte del cuerpo-respondió la
madre de Tommy, y él y yo nos pusimos colorados. Que no hubiéramos entendido
bien a qué se referían daba idea de lo pez que estábamos en el asunto. Sólo
teníamos una idea de lo que queríamos y en qué zona lo queríamos, pero lo demás
estaba en el aire. Por eso, en parte, habíamos decidido acudir a nuestros
padres antes que ir a la aventura. Porque un piercing no era lo mismo que un
tatuaje. Yo podía quitarme el piercing y esperar (más bien rezar) porque el
agujero se cerrara, pero el tatuaje era permanente en el momento en que una
gotita te entraba en la piel.
-En el costado izquierdo.
-Vaya, sí que lo tenéis pensado-respondió Eri,
sorprendida, asintiendo con la cabeza y abrazándose a sí misma. Papá exhaló un
“uf”.
-¿Seguro que queréis haceros el primero en ese sitio?
Es de los más sensibles del cuerpo.
-No queremos hacernos más-respondió Tommy.
-Eso dije yo-le contestó su padre, remangándose-, y
mírame ahora. Tengo hasta un gorrión gordo tatuado.
-A mí me gusta el gorrión-respondió Eri.
-No es verdad.
-No, no lo es, cariño-asintió ella, riéndose y
cogiéndole la cara a su marido.
-¿Qué queréis haceros?
-Un 23-dijo Tommy.
-Un 17-dije yo. Papá esbozó una sonrisa que ocultó
acariciándose la barba.
-¿A juego?
-En realidad-respondió Tommy-, yo quiero una
almohadilla y un 23 redondito, como los de las camisetas de baloncesto.
Todos los ojos se volvieron hacia mí.
-Yo lo quiero en romanos-me encogí de hombros y papá
se echó a reír.
-Puede funcionar, ¿habéis mirado algún sitio?
-Bueno…-Tommy se frotó las manos-, habíamos pensado
que pediros consejo sería mucho más rápido. ¿Dónde nos…sugerís…?
-Donde se hizo el piercing tu hermana-contestó papá-.
El sitio parecerá un antro, pero trabajan que da gusto. Es un milagro que no se
le infectara, la verdad.
-¿Tú sabes dónde lo tiene?
Papá sonrió, con la misma sonrisa que en mí tenía un
nombre, pero que en él sólo podía describirse con varios adjetivos, entre los
que destacaban “traviesa” y “torcida”.
-Échale imaginación, S.
-Me imagino que no habréis pedido cita.
-Eh…
Louis suspiró, negó con la cabeza y miró a papá.
-¿Vamos con ellos para que se lo hagan hoy, Z?
-Hace un montón que no me tatúo.
-No jodas, ¿vas a honrarnos con una nueva tontería en
tu piel?
-Llevo varios años pensando en hacerme un pequeño
tatuaje de Campanilla en los lumbares.
-Qué guay, porque yo tengo ganas de ponerme un Peter
Pan en la nalga derecha.
Eri puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y nos
dio a cada uno un beso en la frente.
-En estas circunstancias-nos susurró antes de
marcharse-, es aceptable llorar.
Y se marchó sin decir nada más, sacudiendo la cabeza y
amenazando a su marido con que dormiría en el sofá por el resto de la eternidad
si se atrevía a hacerse un tatuaje en el culo.
-Esta mujer está loca si piensa de verdad que lo voy a
hacer.
-Poneos ropa cómoda-aconsejó papá, y Tommy me prestó
una camiseta de baloncesto con su dorsal que me puse por debajo de una sudadera
ancha, en vías de convertirse en ropa de dormir de su madre o directamente en
trapos.
Bajamos las escaleras y de hecho íbamos de camino a la
puerta cuando oímos pasos por el pasillo. Me giré instintivamente para mirarla
y ver en sus ojos el amor que me profesaba, aunque fuera un segundo antes de
que éste se desvaneciera al ver el estropicio que me habían hecho en la cabeza.
-S-susurró Eleanor, deteniéndose en seco al instante,
observándome el pelo.
-Hola-susurré con timidez, de repente consciente de
cada uno de mis defectos, aquellos que Eleanor elegía pasar por alto cuando
estábamos juntos o cada vez que nos cruzábamos. Tenía los brazos más delgados
que Tommy, la barba peor afeitada (no me había visto con fuerzas de pasarme la
cuchilla hoy), y el piercing con zonas desconchadas, en las que se veía el
metal por debajo de la pintura.
-¿Qué te has hecho en el pelo?-preguntó mi chica,
bajando las escaleras en silencio, con pasos firmes pero cautelosos. Era como
una pantera que estudiaba las profundidades de la jungla en busca de su presa.
-Qué me han hecho, dirás-puse los ojos en blanco y me
mordisqueé el piercing. Eleanor se detuvo a un paso de mí, estudiando mi
melena. Luego, levantó la mano, me la pasó por el pelo, y me hizo revivir.
Cerré los ojos, disfrutando del contacto de las yemas de los dedos contra mi
piel y mi pelo, de su mano en mi cabeza, de la calidez que manaba de su dulce
cuerpo y del gracioso frufrú de nuestra inercia.
Eleanor sonrió.
-Te queda genial-susurró, y se puso de puntillas para
darme un suave beso en los labios con el que selló su cumplido. La atraje
instintivamente hacia mí, regañándome a mí mismo por haber sido tan estúpido de
pensar que a ella no le gustaría mi pelo así, que me aniñaba los rasgos, que me
hacía parecer un ángel, que me oscurecía la piel y los ojos… con lo que a ella
le gustaba mi piel, con lo que a ella le gustaban mis ojos.
Si ella me lo pidiera, me seguiría tiñendo de rubio
hasta el día en que me muriera.
O me quedara calvo.
Eleanor sonrió en mi boca, notando mi cambio de humor
con su mera presencia. Disparé el puño a un lado, sintiendo la forma en que
Tommy se reía en silencio con la satisfacción de quien sabía los resultados de
una prueba antes incluso de que ésta tuviera lugar.
-¿Dónde vas?-preguntó ella, acariciándome los brazos.
-A hacerme un tatuaje-respondí, encogiéndome de
hombros, no dándole demasiada importancia. Eleanor alzó las cejas y se rió.
-¿Te vas a poner mi nombre?
-Quizás otro día-respondí, besándole la frente-. ¿Te
veo de tarde?
-Sí, por favor-asintió, mimosa, abrazándose a mi
cintura, dándome un beso en el esternón y separándose de mí-. Scott-me llamó
cuando ya había atravesado la puerta.
-¿Sí?
-Nada de tatuarse la cara. Tienes una cara preciosa.
-Vaya, ¿y dónde quieres que se tatúe la calavera
pirata si no es debajo del ojo, niña?-quiso saber Tommy. Nos echamos a reír y
le guiñé un ojo.
Ojalá hubiéramos conservado el buen humor mientras nos
tatuaban, pero no fue así. Tommy fue el primero en hacerlo, e iba con la idea
de hacerse la almohadilla y los dos números en un negro oscuro como mi pelo,
pero el tatuaje le dolía tantísimo (llorón)
que creía que iba a pasar, fijo que quedaba mejor con el contorno, y ya estaba
(quejica); además, así podría
rellenárselo con bolígrafo (gallina)
y ver si su imaginación era acertada (cagado).
Cuando terminaron de hacerle el contorno del asterisco
él ya se había rendido y había tomado dos chupitos de la botella que papá y
Louis le pusieron delante, divertidos, con un críptico “toma, chaval, la vas a
necesitar”.
Consiguió tragar saliva y no echarse a llorar.
Qué hijo de puta. Cómo se lo tuvo de callado, el
desgraciado. Cuando me tumbé en la camilla negra noté que estaba resbaladiza
por su sudor. Tommy trataba de no poner mala cara, pero su tez blanquecina le
delataba, mientras le echaban una crema y le tapaban el tatuaje con un film
transparente y esparadrapo. Se quedó mirando un momento en el espejo el reflejo
brillante de mi número en su costado, justo del lado de su corazón, como
hipnotizado… hasta que le dio por tocárselo y soltó una maldición por lo bajo.
-¿Duele?-sonrió Louis, a lo que Tommy respondió
quedándose a mi lado, con los codos apoyados en una mesa para no hacer contacto
con la piel enrojecida, sin ponerse la camiseta porque “hacía calor” (en
realidad era porque el contacto de la tela dolía
horrores).
Iba a hacerme el número diecisiete lo bastante grande
como para que me abarcara toda la caja torácica, de arriba abajo, pero en
cuanto la aguja entró en contacto con la piel, di un brinco, sintiendo una
presión y un calor abrasadores recorrerme de la cabeza a los pies y un latigazo
impresionante hacer que me doblara en dos.
-Necesito que te estés quieto, chico-me dijo el
tatuador, Luke, y yo puse los ojos en blanco y asentí, mordiéndome la cara
interna de la mejilla tan fuerte que noté el sabor metálico de la sangre
mezclándoseme con el de la saliva y bailando en mi lengua. Al final, le pedí
que me lo hiciera mucho más pequeño y discreto, del grosor de un pulgar,
mientras Tommy sonreía, satisfecho.
-¿Cómo vas, S?-sonrió papá.
-De puta madre-gruñí entre dientes, luchando por no
gritar, sintiendo cada pinchazo en mi piel como si me estuvieran arrancando las
costillas y prendiéndole fuego al interior de mi cuerpo con cada golpecito de
la aguja.
-¿Ya sientes las ganas del segundo?-me picó Louis.
-Oh, sí. Me voy a tatuar los morros de tu hija-solté,
mirando a papá, que se echó a reír.
-¿Dónde va a ser eso?-preguntó Tommy, divertido, con
una mueca lobuna tan sarcástica que me dieron ganas de cargármelo.
-Seguramente en la polla; le pediré que me haga una
mamada aquí y que se tatúen las manchas de pintalabios-respondí, y Tommy se
echó a reír.
-¿Para qué quieres tatuarte algo de Eleanor en la
polla, si se pasa media vida ahí?
-Gilipollas-rezongué entre dientes, rezando para que
el suplicio terminara pronto. Louis me invitó a sentarme detrás de papá en el
coche, pero papá me obligó a hacerlo en el medio, de modo y manera que tanto
Tommy como yo sintiéramos el cinturón abrasándonos la piel con cada curva y
movimiento del volante.
-¿Por qué a vosotros no os duele?-escupió Tommy. Papá
y Louis se habían hecho un tatuaje nuevo cada uno, ambos en zonas que ya tenían
ocupadas pero con huecos libres que se habían propuesto rellenar. Papá se
remangó la camisa y nos mostró su nueva adquisición, un símbolo de Ohm rodeado
de golondrinas, el yin y el yan y varios tatuajes sin sentido.
-Porque nos echamos crema anestésica.
Tommy y yo nos miramos. Seríamos imbéciles.
Louis nos dejó en casa a papá y a mí y continuó con un
convaleciente Tommy en dirección a su hogar. Papá me abrió la puerta y llamó a
mis hermanas, como el buen cabrón que era, para que vinieran a ver la nueva
adquisición de la familia. Sabrae, que ya conocía el dolor de las
intervenciones en el cuerpo, tuvo la delicadeza de no intentar tocarme, pero
Shasha y Duna se tomaron como misión personal el conseguir que yo me
estremeciera de dolor.
Mamá negó con la cabeza y exhaló un suspiro.
-Menuda forma de estropearse uno el cuerpo, con lo
guapo que estabas antes.
-Mamá, por favor, que sólo es un número.
-Ya, pero así es como se empieza, y cuando te quieras
dar cuenta vas a parecer el muro trasero de algún centro comercial de los
suburbios, lleno de palabras raras y dibujos tontos, igual que tu padre.
-¿Voy cancelando lo del tatuaje relacionado
contigo?-preguntó papá, y ella parpadeó en su dirección.
-Ni se te ocurra, Zayn. Por cierto, S: tienes visita.
Eleanor ha venido a verte.
Se me cayó el mundo al suelo. No podría hacer nada con
ella, no en mi patético estado. Aun así, subí a verla.
Me esperaba en la cama, con una camiseta de jugar al
baloncesto mía cubriéndole el torso y los muslos, unos calcetines largos
subidos hasta las rodillas, el pelo recogido en una coleta alta, y el sujetador
de color carne exhibiéndose con entusiasmo por debajo de la tela de la
camiseta. Tenía mi ordenador sobre las rodillas, y me sonrió.
-No estaba mirando la carpeta del porno, ni
nada-bromeó al ver mi expresión sorprendida al verla de un modo tan doméstico,
tan cómoda en mi habitación. En cierto modo, la había hecho suya, yo era el
visitante.
-No pasa nada; aunque la encontraras, no podrías
abrirla. Tiene contraseña-me recompuse, carcajeándome. Me senté a su lado y la
besé en los labios.
-¿Y cuál es?-ronroneó.
-Scommymandaynotubanda-contesté,
besándole el hombro. Se echó a reír.
-Es demasiado larga. Venga, dime, S, ¿cuál es?
-No tengo-reconocí-. No veo porno. Te lo había dicho.
-Jo-hizo un puchero-. Con lo mucho que me gustaría
venir un día y pillarte en plena faena…
-Todo puede arreglarse, mi amor.
Aparté el ordenador a un lado y comencé a besarla.
Ella me pasó las manos por la espalda y yo me puse tenso, pero, de momento,
sólo me quitó la camiseta. Me quedé sentado a su lado mientras ella se hacía un
ovillo e inclinaba la cara hacia la superficie de plástico. Me estremecí
inconscientemente, notando su aliento en mi piel, y cerré los ojos.
-¿Me dejas verlo?
Puede que no estuviera bien lo que hice, o que no
fuera sensato, pero el caso es que la idea de que Eleanor me tocara la piel
desnuda, enrojecida y abultada en la parte del nuevo tatuaje me parecía
tremendamente íntima. Serían sus dedos sobre mi piel más vulnerable.
Así que, lentamente, retiré el esparadrapo y tiré del
film para que Eleanor pudiera verlo bien. El tatuaje ya había pasado a una
extraña negrura brillante, allá donde la tinta emitía el leve resplandor de la
crema calmante para la piel de alrededor.
Eleanor me miró un segundo, sus pestañas rizándose
sobre sus párpados mientras consideraba su siguiente movimiento. Me cogió el
brazo, se lo pasó por encima de los hombros, e inclinó el rostro hacia delante.
Depositó un suave beso allá donde la piel estaba más dolorida, y yo contuve un
gemido.
No me costó mucho.
Me sentó bien.
Me sentó genial.
Era dolor, sí, un dolor punzante e hiriente y
ardiente, como un incendio que se propaga por el bosque que es tu cuerpo, pero
aquel fuego venía de su boca, así que, a la vez, era placentero. Eleanor volvió
a posar sus labios sobre la piel y se fue alejando de la mancha oscura que para
siempre adornaría mi costado. Subió por mi pecho, me besó el corazón, la
clavícula, y poco a poco, muy poco a poco, besito a besito, continuó
ascendiendo hasta mis labios. Depositó un suave beso en ellos y sonrió cuando
yo la busqué, devolviéndole cada uno de los besos que me había dado
multiplicados por mil, atrayéndola instintivamente hacia mí.
Eleanor me rodeó el torso con los brazos y yo di un
brinco.
-Lo siento-susurró, apartándose un poco de mí en un
doloroso intento por poner tierra de por medio entre nosotros. Negué con la
cabeza y volví a las andadas en cuanto terminé de recolocarme el film
transparente, que se estaba volviendo un poco gris debido a los pigmentos que
se me escapaban entre los poros.
-¿Te apetece…?-susurré, y sus ojos de gacela preciosa
chispearon.
-A mí siempre me apetece hacer el amor contigo, S.
Continuamos besándonos, quitándonos la ropa. Primero
fueron sus calcetines, luego mis pantalones, luego su camiseta, luego mis
bóxers y sus bragas. Ella misma se liberó los pechos y exhaló un gemido cuando,
encima de mí, comencé a besárselos. Apoyó las rodillas a ambos lados de mi
pecho y yo contuve la respiración. Estaba demasiado cerca.
-Déjame ponerme encima-le pedí, y ella asintió,
mirando mi tatuaje, se hizo a un lado con cautela y se tumbó sobre su espalda,
cubriéndose con el pudor de siempre los pechos y el sexo hasta que yo comencé a
besarla, le aparté las manos con delicadeza y le dije que era preciosa. Se
ruborizó y separó las piernas, sonrió y cerró los ojos cuando me introduje en
su interior.
Me deleité en cada una de las sensaciones que nos
envolvían. Eleanor abrió los ojos y los clavó en los míos mientras la embestía
despacio, jugando con mi pelo rubio entre sus dedos de uñas perfectamente
pintadas y limitadas. Adoraba el olor de hacerlo en mi cama, me parecía que
estábamos volviendo al principio, cuando las emociones eran aún más intensas
porque no les habíamos puesto nombre.
Me encantaba el modo en que su cuerpo se balanceaba
suavemente sobre las sábanas y el colchón, la forma en que clavaba las uñas en
el cabecero de la cama cuando yo me movía un poco más profundo que le resto de
las veces, la manera en que su sexo se aferraba al mío, sus ojos volando por
todas partes y por ninguna.
La sensación de estar creando una obra maestra cada
vez que me recibía en su interior.
Miré hacia la ventana redondeada donde ella se había
sentado por primera vez, donde yo le había hecho el primer boceto, totalmente
desnuda, sólo cubierto su pequeño rincón especial por una manta que yo no tardé
en tirar. Cómo me había parecido que no era de este mundo y me lo seguía
pareciendo cuando la miraba, desnuda, debajo de mí, o cuando miraba esa ventana
y la recordaba allí, mirando la silueta de la ciudad que nos había visto
crecer, aunque fuera desde la distancia.
Recordé cómo me había acercado a ella, cómo ella había
separado las piernas para recibirme, lanzada y a la vez tímida, fuerte y a la
vez frágil. Cómo le había dicho que creía que me estaba enamorando de ella.
Si tú supieras,
S, sonreí para mis adentros, viéndome ahora, comiendo de su mano, cambiando
toda mi vida sólo para adaptarme a la de ella, alegrándome de haber quedado
segundo en un concurso porque así no le había quitado lo que le pertenecía por
derecho.
-Scott…-me llamó, como sólo ella podía hacerlo, y yo
volví la vista hacia su rostro, enrojecido y brillante-. ¿En qué piensas?
-En nosotros, mi amor. Siempre en nosotros-le
respondí, dándole un beso en la frente y disfrutando de cómo se rompía con
tranquilidad a mi alrededor. Me detuve un momento, dándole tiempo para
recomponerse y, de paso, poder mirarla bien. Me acarició el mentón.
-Te quiero-susurró.
-Yo también te quiero, preciosa.
Sus mejillas se tiñeron un poco y sus caderas me
incitaron a continuar. Terminé sobre ella, mezclando nuestros placeres por un
glorioso momento que me habría gustado alargar para siempre.
Me había sabido a despedida, y eso que todavía nos
quedaba mucho tiempo juntos.
Pero era mejor decírselo cuando estuviera en casa,
rodeada de los suyos, con un entorno amigable que la apoyara y le dijera que yo
jamás me alejaría de ella, o que yo no me merecía sus lágrimas.
-Tengo que decirte algo-dije, apoyado sobre el costado
bueno, con su cuerpo acurrucado a mi lado. Alzó la vista y se me quedó mirando,
a la expectativa. Sus ojos tenían esos surcos que tanto me recordaban a la
madera, ligeras depresiones o montañas doradas en un mar de chocolate en el que
no me importaría ahogarme-. Diana va a ir a rehabilitación.
-Lo sé-asintió, cauta.
-Va a ser cuando terminemos todos los tours, pero…
quiero que lo sepas ahora. Para ir digiriéndolo.
-Ya lo sabía-repitió.
-Tommy va a ir con ella.
Una alarma creciente se instaló en sus pupilas.
-No, no, no te preocupes. Tommy está bien. Lo que
quiero decirte es que Tommy se va a Estados Unidos para estar cerca de ella,
por si le necesita. No va a entrar a nada. Tommy no es adicto. O sea, ninguno
de los dos lo es. Hemos consumido un par de veces, pero…
Noté cómo se le aceleraba el corazón, y eso me puso
aún más nervioso.
-Yo…
-Scott. Me estás poniendo de los nervios. ¿Qué pasa?
-Me voy con tu hermano. A Estados Unidos.
Se separó de mí. Un simple centímetro.
Pero había centímetros que parecían fronteras
insalvables.
-No quería decírtelo así-aseguré, levantándome-.
Quería prepararte más para ello, pero es que… me pones nervioso, El. No atino
bien con las palabras cuando tú y yo estamos juntos.
-Atinas de sobra-respondió ella, apartando la vista y
dándose la vuelta.
-Nena. Nena, por favor, no me des la espalda. Vamos,
nena-le pedí, tomándola de la cintura y tirando de ella para tumbarla. Eleanor
suspiró. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
-Es lo mejor para nosotros. Debería dejar de
ilusionarme así-respondió-. Me evitaría un montón de tortazos en el futuro-se
llevó una mano a los ojos y se limpió las lágrimas con los dedos.
-¿Qué pasa?-pregunté, estupefacto. Vale que me
marchara y eso la disgustara pero, joder, todavía quedaban varios meses.
Seguramente Diana no entrara en la clínica hasta después de navidades.
-Mi hermano y tú. Tú y mi hermano. Eso es lo que pasa,
S-respondió ella, buscando su ropa interior y pasándose las bragas por los
pies-. Es siempre lo que pasa.
-¿Qué?
-Te has tatuado algo relacionado con él-sollozó,
negando con la cabeza y pasándose la camiseta de baloncesto por los hombros-. Y
ahora me dices que te marchas para estar con él, justo cuando yo… cuando tendré
más tiempo que nunca y te necesitaré para poder pasar por todo eso. Scott, por
favor, intenta disimular, aunque sólo sea un poco.
-¿Que disimule qué?
-Que le prefieres-sentenció ella, dolida y herida por
tener que decir aquello en voz alta. Negué con la cabeza.
-Sois diferentes para mí. Él es mi mejor amigo. Tú
eres mi novia.
-Pero me dejas aquí, y te marchas con él.
-Sabes cómo nos ponemos cuando estamos tiempo
separados. Joder, Eleanor, a los tres días yo ya me habría vuelto insoportable
y tú te arrepentirías de haberme pedido que me quedara.
-Eso no lo sabes.
-Yo sí. Vivo conmigo las 24 horas del día. Me conozco.
Y, lo que es más, conozco a Tommy. Sé lo que le va a hacer que Diana entre en
rehabilitación. Sé lo que esa mierda le hace a la gente-Eleanor puso mala
cara-. Me necesitará.
-Yo también te necesitaré.
-Tú puedes vivir sin él. Y sin mí. Yo no puedo vivir
sin ninguno. Pero puedo pasar más tiempo separado de ti.
-Eso no debería ser así.
-Lleva siendo así toda la vida. Me pasé más de dos
años sin conocerte. Me acuerdo de mi
vida antes de ti. No me acuerdo de la de Tommy. No tuve vida antes de Tommy. Empecé a vivir en el momento en que él
nació, El. No puedes pedirme que renuncie a eso.
-No, pero… entiéndeme, Scott. ¿Cómo te parecería a ti
que ahora Mimi me dijera que se marcha a Rusia a bailar y que quiere que la
siga, que yo ni pestañeara al decirle que sí? Estoy segura de que ni lo habéis
hablado. No habéis considerado el quedarte tú aquí y marcharse sólo él. Podría
ir con Layla. Podría ir solo. Podría hacer un montón de cosas, pero lo que a mí
me importa es que a vosotros no se os ocurre ninguna otra opción. Tenéis que ir
en paquete. Como si le pertenecierais a la misma persona.
Negó con la cabeza y se abrazó las rodillas, los ojos
cerrados. Le puse una mano en el hombro, pero ella se la sacudió.
-Puedo hacerme más tatuajes-le dije-, llevarte en mi
piel cuando estemos…
-No es por el tatuaje. Me da igual el tatuaje. Es el
hecho de que siempre piensas primero en Tommy, y luego, ya, si eso, en mí.
-Vamos, El. No estás siendo justa conmigo. Lo dices
como si creyeras que no me importas.
Se encogió de hombros, sin mirarme.
-¿Quieres que te demuestre que me importas?
-Sé que te importo, Scott-respondió-. Ya lo haces.
Pero yo, lo que quiero, es importarte más que nadie. Creo que no te estoy
pidiendo la Luna.
-Eso es mentira-discutí-. Te amo. Sólo te amo a ti. Me
importas más que nadie, pero necesito a Tommy, ¿entiendes? A él es a quien más
necesito, pero a ti también. No quiero que esto se acabe-le cogí una mano y se
la besé, la acuné contra mi rostro-. No quiero que se acabe-repetí-. Es el
principio de una historia muy larga.
-No es ése el mensaje que me estás dando-contestó,
girando la cara y mirando la pared de la habitación.
Suspiré.
¿Esas teníamos?
Vale.
-Creo que debería mar…-comenzó.
-Cásate conmigo-respondí yo. Ella se volvió y exhaló
un suspiro exasperado.
-No estoy de humor, Scott.
-Lo digo en serio-repliqué-. Cásate conmigo. ¿Quieres
una muestra de que para mí vamos en serio? ¿Quieres compromiso? Conviérteme en
tu marido. Bueno, legalmente, ya me entiendes. Ya sabes que yo ya te considero
mi mujer.
Esbozó una tímida sonrisa, muy a su pesar
-Tengo 16 años-me recordó.
-Y yo 18, y te amo, y estoy enamorado de ti-respondí,
deslizándome por la cama hasta que mis pies tocaron el suelo-, y voy a empezar
una familia contigo, sé que mis hijos
van nacer de tu vientre. Es lo único que sé en esta vida, El-le acaricié la
mejilla-. No sé dónde voy a estar a final de año, no sé si me cogerán en las
facultades que quiero, ni siquiera sé si al final sacaremos un disco-respondí-,
pero sé que quiero estar contigo. Sé que eres para mí. Sé que voy a estar contigo todo el tiempo que
tú me dejes. Aunque nos separe un océano. Seguiremos juntos.
Eleanor se me quedó mirando, los ojos húmedos pero una
sonrisa bailando en su boca, una sonrisa que trataba por todos los medios de
ocultar.
-Y luego dices que se te dan mal las palabras.
Sonreí, noté cómo el piercing chocaba contra los
dientes.
-Es que tengo una muy buena musa.
Eleanor se mordió el labio, negándose a concederme lo
que yo más quería: una sonrisa suya. Me deslicé por la cama y me arrodillé en
el borde, entre sus rodillas. Le di un beso en la cara interna de los muslos y
le pregunté:
-Así que, ¿te casas conmigo, sí o no?
-¿Y mi anillo?-contestó ella, divertida. Me eché a
reír y ella fingió una mueca de mal humor, pero no le salió mal. Daba igual;
hasta poniendo mala cara estaba preciosa.
-Te haré lo que quieras-le prometí-, escribiré nuestro
nombre en el cielo. Te pondré entre las estrellas. Me aseguraré de que todo el
mundo sepa lo perfecta y especial que eres. No habrá nadie en este mundo que
quiera como yo te voy a querer a ti, aunque la verdad es que no tiene mérito,
El. Te lo pido así porque así es como te dije que estaba enamorado de ti-hice
un gesto con la barbilla hacia la cama-. Viene de lo mismo. Tú eres mi hogar.
Tu cuerpo es mi templo. Tu boca es mi perdición y tus ojos son lo que me salva
cada día, El.
Ella sonrió, asintió con la cabeza y tiró de mí para
levantarme y volver a meterme en la cama.
-Está bien-cedió-. Pero, como encuentres a una
americana a la que decirle esas cosas, me enteraré. Y te mato, Scott-me eché a
reír-. Voy muy en serio, te mato por decirme esto y luego cambiar de chica. A
ver a quién encuentro yo después de a ti.
-Por eso te lo digo-le guiñé un ojo-, para que no
puedas olvidarme.
-Espero no tener que hacerlo nunca.
-Yo tampoco, mi amor.
Sonrió y se abrazó a mí.
-Tonto-replicó, pasándome incluso una pierna por la
cintura y rodeándome cual koala. Suspiró y cerró los ojos, creo que incluso se
quedó dormida. Uno de sus brazos me rodeaba el costado y me hacía daño en el
tatuaje, pero me sentía tan bien con ella pegada a mi cuerpo que el dolor se
volvió algo nimio, soportable, una ligera presión en un órgano que por lo demás
trabajaba al 110%. Yo también cerré los ojos y también me quedé dormido.
Cuando me desperté, ella se había marchado. Había
dejado una nota al lado de mi cabeza, en la almohada. Su letra redondeada y
dulce contrastaba con el mensaje fuerte que redactaba:
-Tienes que ganarte el sí. Pídemelo en condiciones.
Me eché a reír, negué con la cabeza y guardé la notita
en un cajón, seguro de que aquello era un reto que yo me obligaría a superar
con creces.
La casa estaba vacía salvo por la presencia de papá,
que corregía exámenes en el comedor, aprovechando la luz del crepúsculo que iba
desgarrando jirones anaranjados en las inofensivas nubes. Me apoyé en la puerta
y él levantó la vista. Me pareció increíble cuántas cosas habían cambiado en mi
vida y cuántas se mantenían igual.
Yo me iba a viajar por el mundo, dando conciertos,
viviendo de algo tan puro y mágico que no debería soportar la carga de dar de
comer a tanta gente, y mi padre, el que había conseguido todo aquello tiempo
atrás, aquel cuya fama se había consolidado con los años, se quedaba en casa,
corrigiendo exámenes.
Su tiempo había pasado.
Había llegado el mío.
-¿Ha salido el sol?
-Algo así-susurré, bostezando y sentándome a su lado.
Papá continuó leyendo un examen y, a continuación, cerró el pliego. Me miró un
momento y me sacudió el pelo.
-Te acostumbrarás a tus horarios.
-No son mis horarios-respondí-. Es que… Eleanor y yo
nos dormimos abrazados.
-Ah, sí-papá sonrió-. Sé lo que se siente.
No cogió ningún otro papel, lo cual yo le agradecí.
Era mío, sólo mío, lo tenía todo para mí, como no lo había tenido desde que encontráramos
a Sabrae.
-Así que… ¿tengo que asumir que Eleanor y tú habéis
arreglado lo que sea que os hiciera discutir?
-Tuvimos un… pequeño choque.
-Los choques son buenos, S. Si no los tienes con tu
mujer, es porque ya no lo es. ¿Cuánto crees que discutimos tu madre y yo?
-¿Bastante?-inquirí.
-Muchísimo. Yo no sé por qué me meto, si ella siempre
gana. Es decir, es abogada. E, incluso, aunque no lo fuera, seguiría ganando.
Las mujeres tienen ese as en la manga que las hace ganar incluso cuando no llevan
la razón… porque siempre la llevan.
Ya lo aprenderás.
-Me gusta que Eleanor gane nuestras
discusiones-confesé, y él rió entre dientes-. ¿Qué?
-Nada. Que, si estuvieras más enamorado de esa chica,
yo creo que incluso dejarías de respirar.
Noté cómo me sonrojaba un poco.
-Es increíble, papá.
-Lo sé. Aunque no te lo creas, la conozco bastante.
-No. Nadie la conoce como la conozco yo-respondí, y él
asintió con la cabeza, alzó las manos y musitó un suave “tienes razón”.
-¿Puedo saber por qué discutíais?
-Me voy a Estados Unidos-anuncié. Papá asintió-. Y no
es de tour. Diana tiene… problemas.
-Con las drogas. Sí. Harry nos lo contó.
-Va a ir a desintoxicarse. Tommy quiere ir con ella. Y
yo tengo que ir con él. Y Eleanor…
-… Eleanor se queda.
-Sí.
-Y eso la preocupa.
-Nos preocupa a ambos-admití-, pero, ¿qué podemos
hacer? No vamos a dejar de vivir nuestras vidas sólo porque… estemos separados.
¿Verdad?-pregunté, y papá se encogió de hombros.
-Eso lo tienes que ver tú, hijo.
-Quiero estar con ella-le aseguré-. Me veo
envejeciendo a su lado. Teniendo hijos. Tus nietos-sonreí, y él puso los ojos
en blanco y también sonrió, como diciendo por
favor, chaval, no me recuerdes que soy un vejestorio-, pero a la vez, creo
que esto es una oportunidad. Para los dos y para la relación. Nos hará más
fuertes.
-Estoy de acuerdo.
-Además, no está mal tener un poco de espacio para ti
mismo dentro de tu pareja, ¿verdad?
-¿Por qué crees que tu madre tiene su despacho, o yo
tengo la sala de los grafitis? Una pareja no deja de ser la unión de dos
personas, S. Necesitáis tener vuestro propio espacio. Mira, yo estoy loco por
tu madre, y ella por mí, pero, por mucho que nos queramos, acabaríamos mal si
estuviéramos las 24 horas del día juntos.
-Ya, si lo entiendo-respondí-. El problema es que a mí
no me importa estar las 24 horas del día con Tommy. Y eso, a Eleanor, le duele.
-Piensa que le quieres más que a ella, ¿verdad?
-Ni yo mismo sé si le quiero más que a ella,
papá-admití-. Lo que tengo con Tommy… no tiene precedentes. Es como… como si
fuera una extensión de mí mismo.
-Dale tiempo. Aprenderá a digerirlo. Lleva toda su
vida deseándote, simplemente le choca un poco que no hayas cambiado a su
hermano por ella.
-¿Ella quería ser como Tommy antes de estar conmigo?
-Creo que la razón de que se enamorara de ti era que
veía lo mucho que os queríais Tommy y tú mientras ella crecía. Creo que quería
la fantasía de lo que vosotros dos tenéis.
Tragué saliva, preocupado.
-¿Y… qué pasará cuando se dé cuenta de que yo no voy a
poder cambiarla por su hermano?
-Nada. Porque ya está enamorada de lo que tú eres. Ya
te ve como algo más que la extensión del cuerpo de Tommy. Lo cual, si me
permites, creo que os define bastante bien. Sois parte del otro. Igual la culpa
la tenemos nosotros-se llevó una mano al pecho-, por criaros como lo hicimos,
pero…
-Nos hicisteis un favor-atajé. No iba a permitir que
lo mejor que había tenido nunca me lo quitaran así como así, me lo redujeran a
un error o a una pregunta cuando estaba claro que era una rotunda exclamación.
Papá sonrió.
-… pero no me arrepiento de las decisiones que tomamos
respecto a ti y a Tommy cuando erais pequeños. Me enorgullece ver lo generosos
que sois con el otro. Para ti, antes que tú va siempre él, y para él es al revés
también. Creo que Eleanor tiene un poco de celos de Tommy, pero porque todavía
no se ha dado cuenta de lo buenos que sois el uno para el otro. Cuando lo haga,
todo será más fácil.
-Voy a echarla de menos.
-Es parte del amor, Scott: tienes que echar de menos a
la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida para aprender a valorar
esos días que estaréis juntos.
-¿Crees que me esperará?
-Lo hizo durante quince años, hijo. Unos cuantos meses
no serán nada. Además, siempre están los aviones. Podéis ir a veros. Puedes
venir a visitarnos-se encogió de hombros-. Me da igual los años que tengas,
ésta será siempre tu casa y tu habitación será siempre tu habitación.
-¿Papá?
-¿Sí?
-Le he pedido que se case conmigo.
Parpadeó.
-¿Y qué te dijo?
-¿La primera, o la segunda vez?-pregunté, y él sonrió.
-Estás hecho todo un Don Juan, ¿eh, chaval? Las dos,
venga.
-La primera, que sí. Y ahora… que me lo currara más.
-Seguro que lo hiciste en la cama.
Me mordí la sonrisa.
-¿Tan evidente es?
-Tienes que pedírselo en condiciones, S-se reclinó en
el asiento-. Por Dios, aún me acuerdo de cómo se lo pedí a tu madre. Llevaba
muriéndome por hacerlo desde que te tuvimos y vi cómo te miraba. Quería formar
parte de esa conexión a toda costa, que ella me mirara como te miraba a ti-sus
ojos se perdieron en las brumas del pasado-. La llevé al teatro, y luego a
cenar. Estaba tan guapa…se puso el vestido con el que la había conocido. Era un
milagro que le quedara bien en tan poco tiempo. Tiene gracia: el vestido con el
que te hicimos y con el que empezamos a escribir nuestra vida juntos fue
también con el que sellamos nuestro destino.
-¿Y cómo se lo pediste?
-Llevaba el discursito preparado de casa. Pero me
moría de los nervios y se me olvidó todo.
Alcé las cejas. La versión oficial no era así.
Aunque, claro, la versión oficial no suele ser la
auténtica.
-¿Y qué hiciste?
-La miré a los ojos. Y le dije lo que me salió de
dentro. Creo que fui un desastre, pero a ella le gustó. Les gusta la pompa pero
también la sencillez. Creo que Eleanor es así, también. ¿Quieres un consejo, S?
-Claro.
-Pedirle la mano a tu chica es la decisión más
importante que vas a tomar en tu vida. Va a ser especial para los dos.
Cúrratelo un poco, no sólo por presumir ante tus hijos como yo lo hago contigo,
sino porque el recuerdo va a ser tan especial que te hará pensar que mereció la
pena incluso cuando quieras mandarlo todo a la mierda. Cómprale un anillo,
prepara algo especial, deja que ella se ponga un vestido que la haga estar aún
más preciosa, sólo para tener el placer de recordar ese momento en que tu vida
cambió para siempre como lo que es: la decisión más importante que has tomado
nunca. O una de ellas, al menos-sonrió, acariciándome el pelo. Me recorrió un nuevo estremecimiento, parecido
al que había sentido con Eleanor, pero un poco menos potente.
Me pellizcó la mejilla y volvió a sus correcciones. Me
quedé mirándolo mientras continuaba leyendo y marcando en rojo errores que
otros habían cometido. Ojalá lo míos pudieran eliminarse de manera tan fácil.
Lo recordé entre bastidores, la noche en que canté su
canción, con una expresión de orgullo y sorpresa que no le había visto nunca
antes y puede que jamás volviera a verle, sus ojos chispeando al ver que no le
detestaba, no lo suficiente para evitar que el mundo me escuchara poniendo voz
a una de sus canciones, al menos.
-Papá-susurré, mirando cómo se mordisqueaba el pulgar
y fruncía el ceño, en el mismo gesto concentrado que mis amigos decían que
ponía yo cuando estaba estudiando. Aquella vida en la que me había sentado a su
lado y me había quejado porque no entendía las diferencias entre el realismo
inglés y el romanticismo francés se me antojó vivida hacía mil años, tan lejana
como la propia luna. Papá levantó la cabeza y se me quedó mirando, expectante.
Emitió un suave murmullo de mm para
hacerme saber que me prestaba toda su atención-. Siento… siento lo mal que te
he tratado todos estos años-dejo el bolígrafo y frunció el ceño, quizás
preguntándose a qué venía eso precisamente ahora.
Pero es que tenía que decírselo. Tenía que decírselo
antes de marcharme y que él pensara que mi ausencia me había hecho cambiar como
persona, dejar de ser su hijo, el hijo que había conocido durante toda mi vida.
Quería que supiera que el que hablaba era su Scott, el
Scott de Inglaterra, no el Scott en que me iba a convertir en el momento en que
pusiera el pie en un continente diferente.
-Siento todo lo que nos hice. Todas las veces en que
me tomaba tan a malas que me dijeran que era igual que tú. Yo no quería… no
quería que me relacionaran contigo, te… no te detestaba, pero no quería…
-Yo era una mierda de persona antes de conocer a tu
madre-aseguró papá-. Te prometo que entiendo que te comportaras así.
-Cuando le hice eso a Eleanor…-comencé, y tragué saliva-,
una de las cosas que más me dolió fue que me dijera que era exactamente igual
que tú. Pero tú y yo no somos iguales, papá. Yo he sido egoísta toda mi vida y
tú me has aguantado día sí, día también. Y quiero que sepas que lo aprecio un
montón. Sé que me estaba comportando como un niñato, pero tú no me dijiste en
ningún momento que parara. Ojalá pudiera decir que era la edad del pavo-sonreí,
y él también-, pero… he sido un gilipollas. Toda la vida. Hasta hace nada.
Quiero que sepas que ser tu hijo es un orgullo, y cantar tus canciones es todo
un honor para mí.
Sonrió. Noté cómo se me subían los colores mientras
pensaba en lo gilipollas que había sido con él, que me había dado literal y
metafóricamente la vida. Gracias a todo lo que había conseguido él en el pasado
y a lo mucho que me parecía yo ahora a él, había llegado hasta donde estaba.
-Y, bueno, que te quiero, y tal.
Me miré las manos y tragué saliva. Papá me acarició la
mejilla y yo me incliné instintivamente hacia él, lamentando el tiempo que
habíamos perdido, lo mucho que había desperdiciado el tiempo haciéndome el
gallito independiente.
-Yo también te quiero, hijo-susurró-. Y creo que
deberías pelearte con Eleanor más a menudo.
Me eché a reír y él cerró la carpeta con los exámenes.
Nos pasamos el resto de la tarde jugando a videojuegos y pintando en la pared
de los graffitis, disfrutando de tiempo de chicos como llevábamos sin tenerlo
hacía eones.
Quién sabía cuándo podríamos volver a disfrutar de un
momento así.
-Cariño-canturreé, empujando
la puerta con un hombro, los pies y la cadera-, ya estoy en casa.
El olor de las especias mezcladas, la carne guisada,
las patatas fritas y una salsa nueva, aún por descubrir, me inundó. Cerré los
ojos, disfrutando de los miles de aromas mezclados en mi nariz, y empujé con el
talón la puerta, que se cerró dando un golpe seco que retumbó en toda la pared.
Me asomé a la cocina y me encontré a Tommy,
concentradísimo, removiendo en una olla con una mano mientras con la otra
sostenía un botellín de cerveza. Tenía los ojos entrecerrados y el ceño
fruncido, concentrado en sus quehaceres hasta el punto de que ni se había
enterado de que había llegado a casa.
Había encontrado la solución a nuestros problemas.
Después de que él dejara la carrera, a la que nos costó Dios y ayuda conseguir
entrar, por hacérsele imposible poner algo más que su nombre en los exámenes,
había estado devanándome los sesos para idear la forma de conseguir que se
graduara y viniera a las prácticas en la NASA conmigo.
Nos habíamos mudado a la costa este de Estados Unidos
hacía ahora casi cuatro meses. Habíamos encontrado un piso de alquiler en una
zona cercana a la facultad de Ciencias de la Universidad de Columbia, a un par
de paradas de autobús de la sede de la NASA, que brillaba en mitad de una
llanura con la apariencia del hospital más futurista del mundo, lejos, muy
lejos del resto de la población.
Las oficinas estaban a un par de kilómetros del centro
de la ciudad, distancia más que suficiente para que me mereciera la pena suplicarle
de rodillas a Tommy que nos quedáramos con aquel piso minúsculo cuyo centro
comercial más cercano estaba a 15 minutos en coche.
Diana había entrado en rehabilitación a los tres días
de firmar el contrato de arrendamiento nosotros.
Le tiré una miguita de pan a Tommy, que dio un brinco
y se me quedó mirando.
-Hola-saludé, sonriendo y acercándome a los fogones.
-Hola-respondió en tono cansado, pasándose una mano
por el pelo y suspirando trágicamente. Entonces, lo recordé.
Hoy le tocaba ir a ver a su americana.
-¿Qué tal?
-Seguimos igual-respondió, encogiéndose de hombros-.
Se aburre y se deprime y se aburre más y se deprime todavía más y… y yo no
puedo ayudarla-suspiró.
-¿Os habéis acostado?-pregunté. Tommy puso los ojos en
blanco.
-No entiendo la relevancia de…
-¿Os habéis acostado, sí o no?-gruñí. Él volvió a
poner los ojos en blanco.
-Sí, pero no sé qué tiene eso que ver con…
-Entonces estáis bien. En el momento en que a ella no
le apetezca hacer nada, es cuando deberás empezar a preocuparte.
-Supongo que tienes razón, S-miró mi mochila, abultada
por los libros y el iPad en que llevaba al día todos los cálculos-. ¿Qué tal
por clase?
-Genial. Nos han avisado para una charla de ingeniería
molecular. Podrías venir, si te aburres.
Odiaba lo que nuestra estancia en Washington le estaba
haciendo a Tommy. Se aburría. Se sentía solo por el tiempo que yo me pasaba en
clase y luego, estudiando, machacando todos
los conocimientos adquiridos. No podía permitirme suspender ni un puto
examen, bastante tenía ya con que los empollones de turno me miraran mal cada
vez que entraba en clase por ser “el enchufado”. Pero, cuando yo cerraba un
libro y le sugería ir a dar una vuelta, hacer algo, divertirnos, él respondía
negando con la cabeza y preguntando si ya había terminado de repasar.
Tommy creía que yo no me daba cuenta, pero no era
gilipollas. No era feliz allí, y eso se veía. Me dolía en el alma haberlo
separado de Layla y de Diana, pero la inglesa apenas tenía tiempo para respirar
por la carrera, y Diana bastante tenía con lo suyo como para encima preocuparse
de cómo el mundo exterior seguía rodando, me recordaba él cada vez que le
sacaba el tema de regresar a casa y olvidarnos de nuestra (mi) estúpida
carrerita espacial.
-De momento duermo de puta madre, pero gracias por tu
oferta-sonrió, y yo me eché a reír. Sí, lo cierto era que dormíamos como bebés
a pesar de los ruidos de la ciudad, a los que no estábamos acostumbrados, y de
los vecinos, una experiencia nueva para nosotros. Habíamos cogido las dos minúsculas
camas del piso en la única habitación en que se podía respirar y las habíamos
empujado hasta hacer una de tamaño medio en el centro de la habitación, en la
que nos acurrucábamos cada noche, nos deseábamos dulces sueños y nos poníamos a
dormir.
Vivíamos entre la mierda, no parábamos de pelearnos
porque a mí se me olvidaba hacer las tareas y él estaba hasta los cojones de
limpiar, pero nos gustaban nuestras broncas. Éramos hermanos, al fin y al cabo:
se suponía que teníamos que discutir.
-Tengo algo que contarte-dijo, apoyando la cuchara en
el mármol de la encimera y girándose hacia mí. Alcé las cejas, expectante.
-Me vas a dejar por otro que sea más
cariñoso-aventuré, y él se rió. Negó con la cabeza.
-Voy a buscar trabajo.
Parpadeé, estupefacto.
-Pero… no lo necesitamos, T.
-Ya lo sé. Bueno, es sólo que… me aburro mucho por las
mañanas, cuando tú te vas a clase.
-Puedes venir conmigo.
-Me aburriría aún más y no haría más que distraerte a
ti. No es solución, S, ya lo hemos hablado. Me he desmatriculado, es oficial,
no soy alumno de la facultad de Ingeniería.
Me apoyé en la nevera.
-¿Te parece egoísta?
-Me parece… bien. Dependiendo d lo que quieras hacer,
claro.
-Algo por la mañana. Para no estar tan aburrido.
Tampoco quiero que nos dejemos de ver-dijo, colocando los platos sobre la mesa
desconchada-, es sólo que he visto un anuncio de la que iba comprar la comida y
he pensado “oye, ¿por qué no?” al fin y al cabo, tampoco me lleva tanto tiempo…
podría currar en una librería, o…
Coloqué los cubiertos y los vasos y dejé la olla
encima de la mesa. Así empezamos a discutir los pros y los contras de que se
buscara un trabajo, que dejó a las dos semanas porque le quitaba tiempo, y que
recuperó, esta vez con más entusiasmo, cuando éste se convirtió en un puesto de
camarero en un bar cercano al restaurante de un chef español en la ciudad.
Eso le hizo más feliz, porque le ofreció
oportunidades. Un día estaba trabajando
sirviendo mesas en un bar, al siguiente pasó a la cocina, y al siguiente le
sirvió una de las mejores hamburguesas estilo americano que había probado nunca
a un chef internacional, a quien Tommy ni siquiera reconoció. Cuando llegué a
casa y vino a contármelo, tenía el pelo revuelto, como si hubiera estado
saltando de alegría o algo así. Nos abrazamos y le dije que esto era el
principio de todo lo que el universo empezaría a enviarle en forma de regalos y
buenas vibraciones, como compensación por todos y cada uno de los sacrificios
que había hecho por mí. Incluso Diana se animó cuando él se lo dijo, a pesar de
estar en una espiral de autodestrucción pendiente de cómo terminaría.
Tommy empezó a ser feliz y eso me hizo feliz a mí
también. Me hizo pensar y desear y meditar sobre cómo podía hacer que todo
siguiera como había estado hasta entonces.
Se le veía incluso en la forma de dormir, ya
despatarrado, como si quisiera comerse el mundo. Luchó por conseguir un puesto
sin tener que renunciar a las tardes de descanso a mi lado, y lo consiguió. Tommy
podía conseguir todo lo que se le proponía.
Incluso se puso a dar saltos de alegría cuando le
conté que me habían preseleccionado para el programa de becarios de la misión a
la Estación Espacial Internacional. No le dije lo mucho que había tenido que suplicar
y casi lloriquear en el despacho del director de la facultad, incluso le había prometido
un concierto privado para su hija que no estaba seguro de poder cumplir. Al final,
se lo cambié por un día en nuestra casa, y pareció dar buen resultado por la carta
que me enviaron de la NASA invitándome formalmente a participar en la próxima
expedición espacial.
Eso me dio una idea genial. Llevaba mucho tiempo sin
ver a Eleanor más que en las vacaciones, que cada vez eran más espaciadas entre
sí y mucho menos abundantes, por nuestros propios compromisos profesionales y
todo lo que ella tenía que hacer. Así que, cuando llegó aquella carta, se me
abrió el cielo. Me quedé mirando un momento el edificio de la sede, alto,
blanco, imponente como un satélite natural, y pensé que no perdía nada,
absolutamente nada, por llevar mi plan a cabo.
Pero, primero, tenía que conseguir que Tommy se sacara
la carrera, o como mínimo llegara hasta tercer curso.
No me costó convencer a Shasha para que hackeara el
sistema operativo de la agencia (me dijo que lo había hecho ya varias veces,
para controlar que estuviera haciendo los deberes y no estuviera remoloneando
como en el instituto) y robara los exámenes de las convocatorias a las que Tommy
se tenía que presentar. Le rogué y le supliqué y le chantajeé hasta que logré
que se aprendiera de memoria las soluciones a las pruebas, que yo mismo
realizaba delante de él en bucle para que recordara en qué orden tenía que
poner las cosas, y casi me da un ataque al corazón cuando vi su modesto cinco
en el programa informático que le acreditaba para entrar como becario a formar
parte del programa espacial.
Pero, antes, tenía que ir a Inglaterra, ver a mi
chica, dejar unas cuantas cosas bien atadas y pedir permiso.
No me podía que me estuviera yendo tan bien con tan
sólo 22 años. Tommy apenas podía contener la emoción; atrás habían quedado las
tardes discutiendo, yo echándole en cara que no quisiera salir de la atmósfera
conmigo, él echándome a mí que yo no diera mi brazo a torcer.
Ahora sólo éramos anticipación de lo que iba a
suceder. Todo felicidad, como había sucedido el primer día en que habíamos
desembarcado en Estados Unidos y nos habíamos ido derechos al museo espacial. Recordé
con una sonrisa cómo había corrido de un lado a otro, estudiando mapas de
constelaciones, consultando la guía y parándome a leer cada panel con
información. Pasé de largo de la tienda de regalos, apenas miré de reojo un par
de sudaderas que me moría por comprar en cantidades industriales, pero me daba
demasiada vergüenza para llevarme siquiera una, igual que me la había dado ir
allí con mi camiseta con el logo de la NASA en una esquina.
Me había quedado sentado esperando a Tommy, demasiado
cohibido por la presencia de niños pequeños que toqueteaban las cosas que me
moría por llevarme a casa, y casi me echo a llorar cuando lo veo aparecer con
una bolsa de papel y saca una cajita de plástico, diciendo que es para mí.
A veces pienso que tengo el mejor amigo del mundo.
Otras veces estoy seguro de ello. Y una de esas veces
fue cuando saqué el pequeño astronauta cabezudo, de escafandra bailarina, que se
agitaba al ritmo de las sacudidas que le dieras, como asintiendo a todo lo que
dijeras o negando con la cabeza a cada contestación.
Me abracé a él y le susurré al oído lo mucho que le
quería, a lo que él me respondió que más me valía porque Tommy había cruzado el
mundo por mí, igual que lo estaba haciendo ahora, igual que se sentaba ahora a
mi lado, cara a cara frente a Louis, nuestros padres a un lado de la mesa y
nosotros, al otro, como un equipo.
Le había pedido a Eri que se llevara lejos a Eleanor para
que no pudiera escuchar la conversación ni aunque fuera por casualidad. No
quería que supiera que me iba una semana gloriosa al espacio porque estaba convencido de que eso la iba a cabrear y
entristecer sobremanera.
Por favor, si había tenido que apartar a una
sollozante Shasha de mi cintura para conseguir salir de casa. Ella seguía
llorando y llorando como una magdalena cuando les anuncié que me habían
aceptado en el programa de becarios y que Tommy iba a subir allá arriba
conmigo. ¿Tienes idea de las cosas que
pueden salir mal, Scott?
Sí, claro que la
tengo, pero si desaprovecho esta oportunidad, no se me volverá a presentar en
la vida.
Y más vale morir en
el intento que vivir toda la vida torturándote por lo que pudo ser y no fue.
Miré a Tommy,
tomé aire, cerré los ojos un segundo, ordenando mis ideas, y clavé los ojos en Louis.
-Louis-dije, armándome de valor, pensando que esto era
lo que quería, que cada segundo pasado con ella había conducido
irremediablemente a este momento, que cada beso, cara caricia, cada embestida
en su interior eran la causa directa de lo que sentía dentro de mí. Papá me
había dicho que tenía que pedírselo de manera decente, darle un buen recuerdo,
no hacerlo simplemente en una cama-, quiero tu permiso para casarme con tu hija.
Tommy sonrió, divertido y feliz, pensando que por fin
íbamos a ser familia de verdad, sin ningún tipo de restricción, sin nadie que
pudiera venir a decirnos que nosotros no teníamos ningún vínculo real que nos
uniera.
Louis parpadeó, se inclinó hacia delante y dio un
trago de la cerveza.
-¿Y si no te lo doy?
-¿Por qué habrías de hacerlo?
-Porque le perteneces a mi hijo-respondió, divertido,
posando el botellín de nuevo sobre la mesa. Mamá disimuló una sonrisa antes de que
todos nos echáramos a reír.
-¿Me concederías su mano, Louis?
Louis sonrió.
-¿Se lo has pedido a ella?
-No, pero pienso hacerlo.
-¿Y por qué me lo pides antes a mí?
-Porque lo voy a hacer de una manera en que le va a
ser imposible no decirme que sí-respondí, confiado pero sereno. Louis sonrió.
-Scott-respondió él-, eres como un hijo para mí. ¿Qué
posibilidades crees que hay de que yo me interponga entre tu felicidad y tú,
si, para colmo, esa felicidad haría a mi niña la más afortunada del planeta?
-Soy un hombre de costumbres. Y quiero hacer las cosas
bien.
Louis levantó su cerveza y brindó conmigo, asintiendo
con la cabeza, concediéndome su permiso. Esa misma noche, hice el amor con Eleanor.
Al mes siguiente, conectaba con ella desde el espacio,
una bóveda negra como la más oscura de las noches, en que no se encendía
ninguna luz más que su sonrisa cuando me tocaba una videoconferencia. Le decía
que la quería y que no podía dejar de pensar en ella y que estuviera atenta a
la siguiente conexión.
Tommy y yo fuimos los primeros artistas en conectar
con sus fans desde el espacio. Layla, Diana y Chad lo hicieron desde la Tierra,
en puntos diferentes, en una especie de conexión gigante entre todos que se
retransmitió en las pantallas más grandes del planeta.
Cuando me llegó el mensaje de Eleanor, sentada con sus
amigas en Picadilly Circus, mirándonos mientras comía palomitas, yo cogí la
libreta que iba flotando por la nave y empecé a escribir en ella.
-Eleanor-escribí en una hoja, y vi gracias a las
cámaras de Mimi y sus amigas cómo se levantaba y avanzaba entre la multitud-.
Te quiero-otra hoja-. Eres mi sol-añadí-. ¿Te casas conmigo?
Incluso le dibujé un anillo con un diamante brillando
en la esquina de la hoja. Le guiñé un ojo y me reí mientras ella lloraba. Se cortó
la conexión; Tommy y yo habíamos hablado de hacerlo en los últimos minutos para
que el efecto fuera más dramático.
Las turbulencias de la reentrada fueron horribles.
Pero, cuando la vi esperándome en la sala de
recepción, apartada en un rincón mientras mis compañeros atendían a los medios
de comunicación, se me olvidó todo. Me acerqué a ella y ella se sacó un papel
del bolsillo de la chaqueta. Lo desdobló y lo sostuvo frente a sí, sobre su
vientre, como si fuera una empleada de una agencia de viajes esperando por su
cliente.
Las tres letras estaban escritas con trazos amplios y
acelerados, como si hubiera intentado mandar el mensaje antes de que yo me
desconectara.
-La escribí ayer-me confesó, cuando me la quedé
mirando, maravillado-. Pero te marchaste antes.
Es cierto que lo bueno viene en primeras dosis.
La estreché entre mis brazos y la devoré,
prometiéndole que ya se había terminado la época de separarnos.
La hoja de libreta arrancada y arrugada se deslizó por
nuestro torso, hasta caer al suelo, entre nuestros pies.
Pero yo no dejaría que nadie le hiciera daño a ese
enorme y perfecto yes. Mucho menos al
signo de exclamación que acompañaba a la última letra. Como si no se dudara. Como
si ya estuviera hecho.
Como si ya fuera mía y yo ya fuera suyo.
SCOTT TEÑIDO
ResponderEliminarDUNA TENIENDO LA IDEA DE TEÑIRLO
SCOMMYVTATUANDOSR COMO UNA PAR DE GALLINAS INTENTANDO SER FUERTES Y DSNDOSE CUENTA WUE ZOUIS SON MAS LISTOS QUE ELLOS
LA DISCUSIÓN DE SCELEANOR POR SCOMMY Y ELLA ASÍ NO SE PUEDE JODER
LA CONVERSACIÓN DE ZAYN Y SCOTT!!!!! YO ME MUERO JODER ME MUERO
LA MANERA EN LA QUE LE.PIFE MATRIMONIO A ELEANOR ES LO MAS BOMITO Y ORIGIANL WUE HE VISTO EN MI VIDA Y QUIERO UN SCOTT EN MI VIDA QUE ME HAGA TAN ESCPECIAL COML LE HACE A ELANOR. ME MUERO DE AMOR JODER
Estoy llorando muchisimo. No puedo. Quiero un Scott en mi vida, un Zayn en mi vida, un puto Malik en mi vida quiero. De verdad, juro que estoy super enamorada.
ResponderEliminarLe ha pedido puto matrimonio desde el puto espacio, desde las estrellas. No puedo digerir esto. NO PUEDO.
La charla de Zayn y Scott, madre mia. MADRE MÍA. Ya sabes que he tenido que parar porque me he puesto a llorar y no podia seguir leyendo. Cuando le dice que le quiere y Zayn le sonríe y le dije ’Yo también te quiero hijo' SI FUESE MAS SU HIJO FAVORITO EXPLOTABAN LOS DOS. NO PUEDO. NECESITO QUE S ELO DIGA JODER. NECESITO QUE SCOTT SEPA QUE ES EL HIJO FAVORITO DE SU PADRE COJONES. Encima es que me imagino esto en la vida real, cuando Zayn tenga hijo y lloro mas.
Erika de verdad: G R A C I A S.
-Patricia
SCOTT DE RUBIO GRACIAS DUNA ERES LA PUTISIMA AMA. POBRECITA MI NIÑA QUE SE PONE A LLORAR PORQUE SCOTT LE DICE QUE YA NO ES SU FAVORITA SCOTT TE ODIO
ResponderEliminarSABRAE CHUPANDOLE LA CARA A ALEC SABRAE I FEEL YOU
Eleanor con la tonteria de prefieres a mi hermano es que le quieres más que a mi blablabla menos mal que al final scott sabe manejar la situación porque ya me veia otra vez como cuando la pelea de scommy uf
LA CHARLA DE ZAYN CON S HABLANDO SOBRE ELEANOR Y LUEGO SCOTT DICIENDOLE QUE LO SIENTE Y QUE LE QUIERE MUCHO ESTOY MUY TRISTE NECESITO QUE ZAYN LE DIGA QUE ES SU FAVORITO SCOTT TIENE QUE SABERLO
SCOMMY TATUANDOSE ALELUYA QUE SE CASEN YA ERIKA POR FAVOR
Y LUEGO QUE SE VAN A VIVIR A AMERICA Y TOMMY ESTA SUPER POCHO POR DIANA POBRECITO :(((((
ES QUE SE VAN AL PUTO ESPACIO Y LE PIDE MATRIMONIO DESDE LA ESTRELLAS SE PUEDE TENER MÁS SUERTE EN LA VIDA
LA CONVERSACIÓN ENTRE SCOTT Y ZAYN HA SIDO TAN BONITA JODER ❤
ResponderEliminarSCELEANOR Y SCOMMY ME DAN LA VIDA
LA FORMA EN QUE SCOTT LE PIDE MATRIMONIO A ELEANOR HA SIDO MARAVILLOSA ❤
Cuando te digo que he llorado con un capítulo o que necesito pañuelos no es broma, más de una vez he tenido que parar de leer para ir a por un paquete de pañuelos, y este capítulo no iba a ser menos. GRACIAS POR TANTO.
"Tú eres mi hogar. Tu cuerpo es mi templo. Tu boca es mi perdición y tus ojos son lo que me salva cada día, El." ❤
- Ana
NO ME PUEDO CREER QUE ACABE DE LEER POR ÚLTIMA VEZ A SCOTT MALIK!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ESTOY TRISTÍSMA DE VERDAD ME DA TANTA PENA QUE ESTO ACABE... ANTES DE NADA SIENTO NO HABER COMENTADO LOS ÚLTIMOS CAPÍTULOS PERO LA UNI ME TIENE HASTA ARRIBA, PERO QUE CONSTE QUE LOS HE LEÍDO Y QUE ME MUERTO DE AMOR CON CHAD Y CON LAYLA
ResponderEliminarY ESTO.. PFFF IMPRESIONANTE, DE PRINCIPIO A FIN. NO PODÍAN FALTAR LAS HERMANAS DE SCOTT Y ESAS ESCENAS TAN CASERAS SUYAS...
LO DE LOS TATUAJES MIRA ME ESTALLO DE AMOR Y DE RISA AL VER A LOS POBRES SUFRIR TANTO PARA HACÉRSELOS. NUNCA ME CANSARÉ DE DECIR QUE SCOMMY ES LA OTO DE ESTA HISTORIA, LO MEJOR QUE CHASING THE STARS NOS HA PODIDO DEJAR, NUNCA HABÍA LEÍDO UNA HISTORIA DE AMOR (PORQUE LA DE SCOMMY ES UNA HISTORIA DE AMOR) TAN BONITA ENTRE DOS PERSONAS QUE NO ESTÁN ROMÁNTICAMENTE RELACIONADAS PERO QUE SON COMPLETAMENTE ALMAS GEMELAS... NO PODÍA HABER UN CIERRE MEJOR PARA SCOTT QUE SUBIENDO AL ESPACIO CON TOMMY, CON SU HERMANO.
SCELANOR ME REGALA AÑOS DE VIDA TE LO JURO, NO PUEDO CON SCOTT QUERIENDO QUE EL LE TOQUE EL TATUAJE Y PIDIÉNDOLE LA MANO A LOUIS SI ES QUE ME MUERO. LE HA PEDIDO MATRIMONIO DESDE LAS ESTRELLAS CUÁNDO NADIE HARÁ ESO NUNCA?
HABLEMOS DE LO MEJOR QUE HA TENIDO ESTE CAPÍTULO QUE HA SIDO LA CHARLA DE ZAYN Y SCOTT. SCOTT HA ESTADO TAN MADURO, TAN SINCERO... RECONOCIENDO QUE SE HABÍA EQUIVOCADO Y QUE ES UN ORGULLO Y NO UN LASTRE PARECERSE A ZAYN.
QUE ME MUEROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
LIKE POR LA APARICIÓN DE ALEC Y EL MINI MOMENTO CON SABRAE
MI DIDI PASÁNDOLO MAL NO PUEDO DE VERDAD, NO PUEDO, ME MUERO POR LEER EL CAPÍTULO DE TOMMY Y DIANA, AUNQUE ESPERO QUE EL DE TOMMY SEA EL ÚLTIMO PORQUE ÉL EMPEZÓ ESTO Y ÉL TIENE QUE TERMINARLO
-María 💜💜💜
"-Eso no debería ser así.
Eliminar-Lleva siendo así toda la vida. Me pasé más de dos años sin conocerte. Me acuerdo de mi vida antes de ti. No me acuerdo de la de Tommy. No tuve vida antes de Tommy. Empecé a vivir en el momento en que él nació, El. No puedes pedirme que renuncie a eso."
LLORANDOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
ESTOY LLORANDO Y GRITANDO A PARTES IGUALES
ResponderEliminarEs que en este cap hay tantas cosas bonitas... El tatuaje de Scommy, que cosa tan preciosa. Y que tontos son por lo de la crema es que xd
La charla de Scott y Zayn dios... y cuando le dice S que le quiere ay yo es que me muero
Y LA PEDIDA ES TAAAN ORIGINAL Y TAN BONITA. Que S siempre le dice a Eleanor cosas del espacio, las estrellas... y que se lo pida así mira yo dimito (y bueno que le haya pedido permiso a Louis ahí tan tradicional he llorado vale)
lo he dicho antes por el grupo: te culpo por mis altas expectativas respecto a los hombres
pd: QUÉ GANAS DE LEER LA BODA!!!!!!
No pueden faltar dos días, no puedes hacerme esto Erika 😭😭😭😭😭
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