­

martes, 17 de octubre de 2017

Tomlinson.

Ya sé todo lo que dije en Agosto y el tute a capítulos que llevo, pero al final, Chasing the stars no se acabará hoy. Este tampoco es el último capítulo de Tommy; todavía quedan otros dos capítulos (el último será el sábado) para que la novela se dé por concluida.
¡Muchísimas gracias por la avalancha de comentarios en el último capítulo! Os echaba mucho de menos, me alegro de saber que aún seguís ahí.
Dicho todo esto, ¡que disfrutéis!



Siempre se me aceleraba un poco el corazón cada vez que tenía que atravesar esas verjas de hierro, sin importar lo que tuviera que hacer ese día.
               Dependiendo del humor de mi chica, pero sobre todo, de cómo le hubiera ido esa semana, podíamos vernos en su habitación y disfrutar de mucha más privacidad, o tendríamos que encontrarnos en la sala común, con vigilantes por todas partes, sin poder hacer otra cosa que no fuera cogernos de las manos y mirarnos a los ojos.
               En el mejor de los casos, me hacían pasar a una sala y esperar casi 10 minutos a que la habitación contigua estuviera libre para que me hicieran un chequeo completo y comprobar que no llevaba drogas encima, lo cual incluía desnudarme para asegurarse los enfermeros de que no llevaba nada escondido debajo de una camiseta o en los calzoncillos. Eso significaba que Diana me estaba esperando en su habitación, que yo podría suponer un peligro (como si fuera lo bastante imbécil como para mandarla a rehabilitación y luego dedicarme a pasarle droga como un vulgar camello o algo así.
               En el peor de los casos, me hacían acceder directamente a la sala común, examinaban la bolsa que llevaba para Diana de manera menos minuciosa y me dejaban entrar y pasar por las sillas blancas hasta donde estaba ella.
               No sabía qué me ponía más nervioso, si el tener que quitarme la ropa y dejar que un desconocido me toqueteara, porque así sabría que tenía a Diana para mí solo, con todas sus consecuencias; o el que me dejaran pasar directamente, porque eso significaba que Diana se había portado mal, o había recaído. 
               La enfermera de recepción se me quedó mirando un momento, comprobando que yo era el chico del carnet de identidad (por favor, si llevaba viniendo varios meses ya, debería saberse incluso mi número de la seguridad social). Finalmente, asintió con la cabeza, escribió mi nombre (Thomas Louis Tomlinson) con la misma letra redondeada y grande que tenía mi americana, y me indicó que pasara a la sala de los desnudos.

               Un cuarto de hora después, atravesaba el pasillo en dirección a la habitación de Diana, con los ojos fijos en el suelo, sin atreverme a mirar a nadie. Habían pasado 3 meses desde el vídeo en el que Diana confesó que era adicta a la cocaína, entre otras sustancias, y explicara que el grupo tenía que posponer la gira y el disco por su culpa: iba a regresar en una clínica de desintoxicación y quería estar “perfecta para dar el 110% en nuestro primer disco”. Incluso había pedido perdón al público frente al que habíamos actuado hasta la fecha por herir su sensibilidad al haber salido drogada, aunque eso no se le notaba nunca y rara vez había saltado al escenario bajo los efectos de alguna droga.
               En esos tres meses, toda mi vida había dado un giro de 180º. Me sentía como si nada, absolutamente, estuviera en su lugar: Scott y yo compartíamos piso en Washington, a casi dos horas en tren de la clínica a la que yo iba una vez por semana a ver a Diana; Chad había vuelto a Irlanda para terminar sus estudios, Layla cursaba su segundo año de carrera y venía a ver cómo estaba yo y cómo estaba Diana cada vez que podía, y Eleanor estaba ultimando los detalles de su primer disco en un estudio de Londres, bajo la cuidadosa supervisión de papá.
               Y Diana estaba encerrada en una especie de mansión-cárcel en la que los pacientes, que eran jóvenes de la alta sociedad americana, se ofrecían a hacerte cualquier cosa con tal de que les pasaras un poco de la mierda que les había mandado a ese agujero en primer lugar.
               Por suerte, Diana todavía no había llegado a la fase de las súplicas desesperadas. La mayor parte del tiempo se mostraba lúcida, o por lo menos no del todo ausente, hablando conmigo con tono cansado y adormilado. Me daba la sensación de que le daban algún tipo de medicación para mantenerla tranquila y manejable: había algo en ella que no terminaba de encajar del todo.
               Podías preguntarle por cosas y ella te contestaba, pero en la inmensa mayoría de los casos lo hacía sin una pizca de emoción en la voz, como si fuera lo que se esperara de ella, que mostrara que recordaba pero no supiera bien qué emoción debían despertarle los recuerdos que evocaba.
               Llamé con los nudillos a la puerta de la habitación y la empujé suavemente. Había aprendido por las malas que, si esperaba a que me dieran paso, perdería unos buenos cinco minutos que serían muy valiosos.
               Me la encontré sentada en la cama, abrazada a sus piernas, con la barbilla en las rodillas y mirando por la ventana hacia el cielo azul y blanco, tiznado de nubes y de la estela de algún que otro avión.
               Como siempre, me detuve. Su pelo de un feo tono caramelo espeso, no del dorado de los rayos del sol, era lo que más me chocaba cuando iba a verla. Siempre le decía que me gustaría verla con su castaño natural (me moría de curiosidad por ver cómo sería), pero ella negaba con la cabeza y decía que no era el momento de experimentar aún más, que la clínica le estaba quitando demasiado, que no podía renunciar al color de su melena ahora. Y yo asentía y le decía que no pasaba nada, que lo entendía, le besaba la sien y comenzaba a quitarme la ropa si me daba la impresión de que era eso lo que ella quería.
               Pero no era sólo su melena lo que me detenía en seco. Sentía que ese lugar le estaba robando la vitalidad: sus mejillas habían perdido color por el tiempo que se pasaba dentro de la casa, negándose a salir; sus ojos se mostraban siempre cansados y tristes, ocultos tras unas ojeras ocasionadas por el insomnio y el mono; movía las manos en ademanes nerviosos, y se mordisqueaba la cara interna de la mejilla tan fuerte que la mayor parte del tiempo sus besos sabían a sangre.
               No era Diana. Pero olía como Diana, se sentía como Diana, se veía como ella.
               Pero no lo era. No del todo.
               -Hola-saludé, y ella se volvió, agotada.
               -Tommy-respondió, en un tono cansado pero agradecido. Levanté la bolsa que llevaba arrastrando medio Estados Unidos: bombones de la confitería más cara de todo Washington, de la misma cadena que había en la esquina de su calle, a pocas manzanas de su casa, cuyos cruasanes eran la comida obligada después de una juerga, cuyos bombones eran la forma de celebración de un nuevo contrato.
               -Te he traído bombones.
               Esbozó una sonrisa cansada.
               -Gracias-respondió, cogiendo la bolsa, sacando la caja y abriéndola. Me senté a su lado e inhalé el aroma de su cuello mientras ella se inclinaba a olfatear la caja de bombones.
               -¿No te los comes?
               -Estoy a régimen-explicó, y yo asentí con la cabeza.
               -Ah. Vale. Pero… ¿por qué?
               -Estoy engordando-respondió, señalando su sudadera, la sudadera con la que dormía, que olía a sudor y desodorante-. Ahora llevo tu ropa.
               -No me importa que lleves mi ropa. Es más, me gusta.
               -Estoy engordando-repitió, encogiéndose de hombros y dejando la caja encima de la mesilla de noche-. Pero gracias por el detalle. Es muy dulce por tu parte. Los repartiré entre las chicas. Ya piensan que eres un sol, ahora te las meterás en el bolsillo-bromeó, y yo me reí.
               -Como quieras, mi amor. ¿Qué tal te encuentras?
               -Apenas duermo-susurró, inclinando la cabeza y apoyándola en mi hombro. Me miró a los ojos, examinó mis pupilas-. Oh, dios, lo siento. Te apetece follar, ¿no es así? Claro, venga-asintió, y aquello me asustó. ¿Por qué se había vuelto tan dócil de repente? No me gustaba que no tuviera iniciativa, no me gustaba que quisiera reaccionar a mis comportamientos; prefería mil veces que estuviera vegetal porque le apetecía en lugar de que fuera muy activa a modo de respuesta a su entorno.
               Negué con la cabeza y la tomé de la mandíbula.
               -Sólo si tú quieres.
               -Te echo de menos-respondió, acariciándome el cuello-. Pero… estoy tan cansada.
               -Podemos acurrucarnos en la cama, y me cuentas qué tal tu semana, ¿qué te parece?
               -No estoy de humor para hablar-respondió, apoyándose sobre mi pecho y deslizándose por la cama, a mi lado. Le rodeé la cintura y esperé a que se girara para descansar su cabeza en mi hombro, su mejilla en mi clavícula y su respiración agitándome la piel del cuello-. ¿Cómo está Scott?
               -Está bien. Como siempre. Hasta arriba con sus numeritos.
               Diana sonrió.
               -¿Y Chad?
               -Sigue en Irlanda. Adelantando materia.
               -¿Y Lay?
               -Encantada, con las prácticas.
               -¿Y Eleanor?
               -Acabando su disco.
               Me miró.
               -¿Y tú?
               -Yo, aquí-sonreí-, con mi chica favorita en el mundo entre los brazos.
               Exhaló un lastimero suspiro.
               -Qué zalamero eres.
               -Sabes que es la verdad-contesté, dándole un beso en la cabeza. Ella cerró los ojos un momento.
               -Debes odiarme-espetó después de diez minutos en los que no dijo nada. Creo que incluso se durmió.
               -¿Cómo lo has averiguado?
               -Echas 5 horas todas las semanas para verme, y yo me dedico a dormir sobre tu pecho.
               -Me gusta que duermas sobre mi pecho. Creo que me sale rentable.
               -He estado pensando un montón en el baile últimamente-confesó. Fruncí el ceño y pregunté por qué-. Están preparando un baile de primavera entre todos. Quieren que me presente a reina.
               -¿Y no lo vas a hacer?
               -Yo ya no me siento reina de nada, T-respondió, quejumbrosa, y yo le acaricié la cintura.
               -Sí, bueno, se te queda un poco pequeño el título, pero por algo se empieza, ¿no crees? Al fin y al cabo, eres la reina de mi corazón.
               -Ojalá pudiéramos volver a tu fiesta de graduación-se lamentó, suspirando. Me acarició el pecho, catapultándome atrás en el tiempo.
               Scott y yo nos habíamos graduado por los pelos. Habíamos hecho los exámenes de recuperación con los demás, puestos hasta arriba de cafeína y azúcar, y habíamos conseguido sacar el curso por los pelos, con gran debilitamiento de nuestra nota media, sí, pero lo habíamos conseguido. Habíamos ido a la graduación y también al baile de fin de curso.
               Yo casi ni voy, tal era la angustia que me producía el saber que no tenía manera de ir con Diana y Layla a la vez, hasta que la mayor se me acercó y me dijo sin rodeos que eligiera a la americana.
               -No pienso quitarle eso también a la americana-explicó-. Yo ya tuve mi fiesta de graduación, y a todas luces, ella va a perderse el baile.
               Recordé cómo los ojos de Diana habían brillado cuando le pregunté si vendría conmigo, la forma en que se puso a aplaudir y dar brincos, sus besos de agradecimiento y los gemidos de repulsa mirando el vestido por Internet, hasta que consiguió que su madre le hiciera uno, cómo no, con espejos y cristales que la hacían brillar como con luz propia.
               -Seguro que las chicas de Nueva York respiraron tranquilas al saber que venías-le había dicho al oído mientras bailábamos una canción lenta, sus manos en mi cuello y las mías en su cintura, su perfume en mi nariz y mi pelo entre sus dedos-, y que tenían una mínima posibilidad de que las coronaran reinas del baile.
               Diana se había echado a reír y había mirado alrededor, observándolo todo, empapándose de una celebración robada de su país. Yo la había cogido de la mandíbula y la había obligado a mirarme.
               -Y seguro que no saben que van a elegirte reina incluso cuando no estás en él.
               Ella había esbozado una sonrisa tan deliciosa que yo no había podido resistirme a besarla y probar su pintalabios.
               -Eres el amor de mi vida, Tommy-me había dicho, mirándome a los ojos.
               -Siento que tengas que compartirme-le había respondido yo, y ella me acarició la boca con el dedo índice, como había hecho la vez e que nos declaramos, desnudos en su cama.
               -Y yo siento que sienta que te estoy compartiendo. Esta noche, eres sólo mío-me pasó una mano por el cuello y hundió los dedos en mi pelo, volviéndome loco, encendiendo cada rincón de mi ser-. Mi inglés-paladeó.
               -Llévame al baile-respondí-. ¿O tienes que ir con internos?
               -No me apetece ir a ese estúpido baile-respondió, pegándose más a mí.
               -¿Por qué? ¿No quieres que nos metamos mano en una sala oscura y llena de gente? ¿No quieres bailar pegadita a mí? ¿No quieres que bebamos ponche a escondidas después de echarle alcohol? ¿No te gusta la forma en que te cojo de las caderas cuando la canción es lenta y tú te empeñas en bailar lejos? Porque a mí sí. Me encanta la forma en que nuestros cuerpos se acompasan, Didi-susurré, besándole el cuello-. Adoro la manera en que tus curvas se pegan a mi cuerpo y se balancean al son de la misma música.
               -Ah-respondió ella-. Mi inglés. Cómo sabes hacer que te diga que sí a todo, ¿mm?
               -¿Voy reservando el traje, entonces?
               Ella esbozó una sonrisa.
               -Me lo pensaré.
               -Eso es estar más cerca del sí de lo que estabas hace un par de minutos.
               Ella puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
               -Eres bobo.
               Seguimos así un rato, callados, escuchando el tic tac del reloj.
               -¿Cuánto nos queda?
               -Poco menos de una hora, ¿por qué?
               Empezó a tirar de los cordones de su sudadera.
               -¿Tienes preservativos?
               -Ajá-le di un beso en la nariz.
               -Me apetece hacerlo contigo-confesó en tono dulce, azorado, y yo asentí, la ayudé a quitarse la sudadera y empecé a quitarme la ropa. Ella se tumbó sobre la cama, los pantalones aún puestos, la camiseta tapando sus pechos. Terminé de desnudarla, adoré sus senos con la boca y con las manos, separé sus piernas y me introduje en su interior, el único rincón en que seguía siendo ella.
               Apenas se movió. Me pidió disculpas, me dijo que no pretendía cortarme el rollo ni nada por el estilo, pero estaba cansada y a la vez me deseaba. Yo le dije que no importaba y puse más entusiasmo que nunca. Me corrí y ella no se había corrido, seguí embistiéndola hasta que me pidió que parara.
               -Pero…
               -Es igual-susurró-. Es igual-me acarició la cara.
               -No tenías por qué hacerlo, ¿sabes? Yo puedo…
               -Quiero sentirte dentro-contestó-. Es lo único que me importa. No te agobies. Me está gustando. Que no me llegue no significa que no me guste-reflexionó, y yo asentí con la cabeza. La embestí un par de veces más, pero ella me repitió que no me preocupara y que, por favor, parara.
               Me sentí una mierda cuando salí de la clínica, con las manos vacías y una sensación horrible de haber utilizado a Diana para correrme.
               Y lo peor de todo era que no podía comentarlo con Scott, porque ella me necesitaba. Si le decía a él cómo me sentía, rápidamente llegaría a la conclusión de que lo que tenía que hacer era dejar de ir a verla, y yo no podía permitirme eso, no podía abandonarla allí, dejarla tirada como si fuera un pañuelo usado, abandonarla a su suerte y no volver a ir.
               Si tenía que sufrir, sufriría por los dos. Pero Diana tenía que curarse. A toda costa. A cualquier precio.
               Y, la semana siguiente, sucedió.
               Como si intuyera a lo que me iba a enfrentar ese día, se me empezó a retorcer el estómago mucho antes de llegar a las puertas de hierro. Prácticamente, a la llegada del tren a su estación. Me quité los cascos y me masajeé las sienes, diciéndome que eso era cosa mía, que había dormido mal pensando en lo que había ocurrido la semana anterior, que no tenía por qué haber cambiado nada. Que me avisarían si veían a Diana mal.
               Me metí la cajita con el llavero que había conseguido que me enviaran de casa, con las llaves de mi hogar y los muñequitos a mono de adorno en el bolsillo interior de la chaqueta y tomé aire. Atravesé la seguridad, nadie me detuvo, y se suponía que eso era buena señal, pero yo no me lo tomé así.
               Abrí la puerta de su habitación y me la encontré con las piernas cruzadas, un top de tirantes que apenas dejaba nada a la imaginación, y una falda corta que casi no le cubría ni los muslos. Cerré la puerta detrás de mí y me quedé mirándola, con la espalda pegada a la pared y el aliento arremolinándoseme en los pulmones, el calor subiéndome por las mejillas mientras recorría su anatomía.
               ¿Se suponía que estaba engordando?
               Porque a mí me parecía que estaba buenísima, más buena que nunca.
               En silencio, Diana se levantó, se acercó a mí como una gatita, subida a unos tacones con los que podría atravesarme el corazón (no es coña, eran afilados y escandalosamente altos) y sonrió con malicia cuando su cuerpo se detuvo dolorosamente cerca del mío.
               -Hola-ronroneó, y cada terminación de mi cuerpo se retorció de un placer oscuro, primario, cuando su lengua acarició sus labios mientras pronunciaba la L de la palabra. Noté cómo me endurecía, noté cómo la cajita se clavaba contra mi pecho, las esquinas arañándome la piel por encima de la camisa.
               -Ho… hola-tartamudeé mientras ella me recorría con la mirada. Noté que se había puesto un poco de maquillaje, ocultando aquel aspecto enjaulado que solía lucir, pareciéndose más de lo que se había parecido en todos aquellos meses de cautiverio a la Diana que había entrado a principios de año.
               -Me moría de ganas de que llegaras-susurró, pasándome los dedos por el cuello de la camisa-. Te he echado de menos.
               -Yo también te he echado de menos-respondí, sin poder escuchar las alertas de peligro que se encendían en la parte más profunda de mi subconsciente.
               -Qué guapo estás-alabó, desabotonándome el cuello de la camisa y hundiendo la nariz en mi nuez. Me dio un mordisquito y yo cerré los ojos, pegándola instintivamente a mi cuerpo, mis caderas, mi erección.
               -Tú estás… increíble.
               -¿De veras lo crees?-murmuró con la voz sensual de una gatita, frotándose contra mí, acariciando despacio mi punto más sensible en aquel momento. Tragué saliva y asentí, mirándola con las pupilas dilatadas, tanto que de mis ojos desapareció todo rastro de azul heredado, y una tenebrosa oscuridad se adueñó de las ventanas de mi alma, como anticipando las cosas tan nocturnas que quería hacerle, las cosas que ella me quería hacer a mí-. Me alegro de que te guste. Espero que eso te haga estar más… a mi favor.
               Enredó los dedos en mi pelo y yo vacilé.
               -¿Cómo dices?
               -Verás, T… quiero pedirte algo. Espero que no te importe que yo elija mi siguiente regalo.
               -Claro que no. Tú pide por esa boquita. Te traeré lo que tú quieras.
               Diana sonrió.
               -Mi inglés-me mordisqueó la mandíbula, haciendo que perdiera el control de mi cuerpo por un momento. Era como un robot sin configurar, me dejaba guiar por las instrucciones que su boca mandaba a diestro y siniestro por mis nervios-. Siempre tan dispuesto a… complacerme-coqueteó, pronunciando la última palabra en un tono tremendamente erótico.
               Sentía que iba a explotar, pero tenía que preguntárselo, algo en mi interior me confería una extraña urgencia.
               -¿Qué… qué es exactamente lo que quieres que te traiga?-pregunté, y ella negó con la cabeza, colocando una de mis manos en su pecho y una de las suyas en mi paquete.
               -Ahora no-respondió-. Después. Cuando saciemos nuestra sed.
               Me desabrochó los pantalones y yo jadeé.
               -Diana…
               -Quiero pedírtelo después-respondió ella-. Ahora, lo único que me apetece es sentir tu polla en mi interior-espetó, y yo cerré los ojos, tragué saliva, intenté concentrarme, decantarme por la voz que insistía con un “pregúntaselo, pregúntaselo” en lugar de por aquella que gritaba “fóllatela, fóllatela”.
               -Vamos, Didi, sabes que puedo cumplir. No podré concentrarme-respondí, y ella comenzó a besarme, siguió bajándome la cremallera de los pantalones. Metió la mano por dentro de mis bóxers y agarró mi miembro duro. Noté su sonrisa en mi boca.
               -Creo que no vamos a necesitar que te concentres.
               Me dejé llevar un segundo. Le desanudé el top y le acaricié los pechos mientras ella me besaba y acariciaba tremendamente despacio mi erección.
               Me separó de la pared, me acercó a la cama, gimió cuando una de mis manos se metió por debajo de su falda y acarició el elástico de su ropa interior. Creo que llevaba un tanga.
               Eso me puso nervioso y me bajó a la tierra a la vez. Como si fuera un espectador de mi propia vida en lugar de su protagonista, vi desde arriba cómo Diana me pasaba las piernas por ambos lados de la cintura, liberaba mi miembro hambriento de ella y se bajaba lentamente el tanga de encaje, de esos que las chicas se ponen cuando quieren volverte loco y hacer que vendas tu alma al diablo por ellas.
               Peligro. Peligro. ¡Peligro!
               No dejes que te meta dentro de ella. No se lo permitas. Te tendrá en la palma de la mano  en el momento que os juntéis.
               -Diana-pedí mientras ella se peleaba con mis pantalones, intentando empujarlos más abajo-. Diana, Diana, Diana. Para. Venga, dime, ¿qué quieres que te traiga?
               Ella se me quedó mirando. Su semblante se endureció.
               No. No me pidas eso.
               -¿De verdad no puedes esperar?
               -No. Dímelo ahora.
               -Dios-bufó, negando con la cabeza, subiéndose el tanga y bajándose la falda. Se cubrió los pechos con rapidez con el top, avergonzada por el rechazo y furiosa a la vez-. Casi te tenía…
               -¿Qué?
               Diana clavó sus ojos en mí. El brillo verde había desaparecido de ellos; en su lugar, un tono mate y calculador se había instalado en aquellas selvas.
               -Sé que no puedes decirme que no a nada después de follar-dijo, y yo me quedé esperando-. Venga, Tommy, ¿de veras no se te ocurre qué es lo que quiero que me traigas?
               -Quiero que lo digas en voz alta-respondí, subiéndome los calzoncillos, abrochándome los pantalones-. Quiero que lo digas en voz alta para escuchar lo absurdo y lo malo que es lo que estabas a punto de pedirme.
               -No iba a meterme tanto como para que me diera una sobredosis. Mi vida aquí es una mierda. Tú vienes a verme una vez por semana, vienes, echas un polvo, y te piras, así hasta el miércoles siguiente, en el que se repite la historia. En las relaciones se da tanto como se recibe, ¿sabes?
               -¿Y yo no estoy dando?
               -Para una cosa que te pido en cuatro meses, y tú te cierras en banda antes de que…
               -¡Eres drogadicta, Diana! ¡Estás en rehabilitación!-grité, y ella dio un respingo y clavó sus ojos en mí. Una furia animal, ciega y  descorazonadora ardió en su mirada-. ¡No puedo traerte drogas como quien te trae golosinas! ¡Estás aquí para dejar de tomarlas!
               -No puedo dormir-acusó-. No puedo pensar, no puedo respirar. Me dedico a comer y a vomitarlo en cuanto puedo. ¿Tienes idea de lo que eso me está haciendo?
               -¿Y no hay nadie que controle…?
               -A ellos les importa una mierda todo. Les importa una mierda que yo me encuentre bien o me encuentre mal, que coma y vomite o que no duerma o que duerma 15 horas al día. Lo que ellos quieren es tenernos aquí encerrados todo el tiempo posible, sacarnos el dinero, chuparnos la vida. Tommy, por favor, estoy perdiendo a la persona que era antes de entrar aquí.
               -Entraste aquí precisamente para perder a esa persona, Diana.
               -Sueño con ella-espetó-. Todas las noches. Con Penélope. Sueño que estoy en la azotea y yo la empujo o la miro caerse y me río y me meto un montón de mierda y...  Eso me lo está haciendo la falta de droga y este sitio. No puedo seguir aquí. No puedo dormir por las putas pesadillas, Tommy. Tienes  que ayudarme. Tienes que ayudarme a hacer que todo esto pare.
               -¡Lo estoy haciendo, Diana! ¡Si te traigo algo, todo lo que has pasado estos meses se habrá ido a la mierda! ¡Tendrás que empezar de cero!
               -Tommy, por favor. Son sólo unos gramitos. Me los racionaré. Nadie sabrá que me los has traído tú. Nadie sabrá que me los estoy tomando. Por favor-juntó las manos, clavó las rodillas en el colchón, sus ojos estaban anegados en lágrimas-. Por favor, Tommy, haré lo que sea. Lo que sea. Follaré contigo y con tus amigos-ofreció, cogiéndome las manos, pero yo me aparté-. Podréis tomar turnos, si queréis, o follarme todos a la vez, si queréis. Podéis probar conmigo todo lo que os dé la gana. Scott y tú-soltó de repente, como si se le acabara de ocurrir la idea-. Podéis follarme Scott y tú a la vez si queréis, nos gustó la otra vez… O, si lo prefieres, puedo conseguirte a otra chica. Puedo conseguirte a quien tú quieras. Pelirrojas, rubias, morenas… todas las que quieras, tienes dónde elegir. Pero, por favor, tráeme cocaína-suplicó-. Un poco, nada más. Un sobrecito, nadie se enterará.
               -No, Diana-gruñí, incorporándome, y ella tiró de mis manos para evitar que me marchara.
               -¿Quieres follarte a Zoe?-espetó-. ¿Te gustaría eso? ¿Follarnos a las dos a la vez?
               -Diana…
               -¿O quieres que me la folle yo y tú mirar? Podrías grabarnos-sugirió a la desesperada-, podrías grabarnos para hacerte pajas después mirándonos. Podrías hacernos lo que tú quisieras. Puedes hacérmelo a mí.
               -Diana…
               -Fóllame la boca, el culo, el coño, lo que prefieras, como prefieras, pero, por favor, Tommy, por favor… si alguna vez me quisiste, tráeme un poco, no lo soporto más…
               -Precisamente porque te quiero no te voy a traer nada.
               -Estoy sufriendo, Tommy, lo estoy pasando fatal…
               -¿Y yo no?-ladré-. ¿Yo no lo estoy pasando mal, viniendo cada semana a verte, viendo cómo te marchitas ante mis ojos, Diana? ¿Sabes la lástima que me da ver en lo que te estás convirtiendo? ¿Sabes qué rabia me da al verte así, apagándote poco a poco, cada vez más y más lejos de ser la chica de la que me enamoré? Todo esto te lo está haciendo la droga, no este lugar. Te lo va a quitar todo. Te quitó tu autocontrol y, ahora que lo estás recuperando, te está intentando matar desde dentro. No va a parar nunca. Destruirá todo lo que toques porque te convertirá a ti en la destrucción hecha persona. No voy a dejar que te conviertas en eso. No voy a dejar que mandes a la mierda todo lo que has sufrido sólo por un momento de debilidad.
               -No es un momento de debilidad-espetó-. Llevo débil desde que entré. Y me doy asco, Tommy, mucho asco. No soy la persona que era, yo no… ya no soy como antes. Ya no brillo como antes. Ya no importo como antes.
               -Tú siempre vas a ser la persona más importante de mi vida.
               -Eso es mentira.
               -¿Cómo te atreves a…?
               -¡¿Qué hay de Scott?!-bramó-. ¿Qué hay de Layla? ¿Cómo puedes decir que yo soy la más importante cuando te pones físicamente enfermo si estás más de 3 días lejos de Scott, cómo puedes decir que yo soy la más importante cuando vienes con una sonrisa de oreja a oreja los días que Layla ha venido a visitarte porque habéis follado antes de venir aquí?-bramó-. ¿CÓMO COJONES PRETENDES QUE ME LO TRAGUE, TOMMY? ¡Soportaría todo, soporto que te tires a otra, que me trates como a una niña pequeña y rota cada vez que vienes, pero que me mientas… que me mientas no te lo voy a consentir!
               -No puedes pretender ser la única persona de mi vida.
               -Es verdad, yo no soy Scott-espetó en tono cortante. Tomé aire.
               -Diana…
               -Quiero que te vayas.
               -Diana, escucha…
               -He dicho “vete”.
               -No me voy a mover de aquí hasta que solucionemos…
               -¡MÁRCHATE!-bramó, empujándome hacia la puerta, arañándome y golpeándome y dándome manotazos y bofetadas, intentando arrancar una respuesta de mí, pero yo conseguí mantenerme quieto y totalmente estoico, me repetí a mí mismo que ella no era eso, que aquello era el mono, que Diana no era tóxica, que lo eran las drogas que la reclamaban con tanta desesperación. Eso tenía que ser bueno, ¿no? La noche siempre es más oscura justo antes del amanecer.
               Diana fue cansándose, sus golpes ya no eran tan fuertes, sus sollozos tomaron control de su cuerpo. Empezó a temblar como una hoja.
               -Vete…-gemía, con cada patético golpecito-. Fuera… no quiero… vete.
               -No voy a dejarte-le aseguré, pasándole las manos por los hombros, pegándola a mí y besándole la cabeza. Ella me dio un último puñetazo en el costado antes de dejar caer los brazos a ambos lados de mi cuerpo-. No voy a dejarte nunca, superaremos esto juntos, te lo prometo.
               -Tommy-gimió, sollozando sobre mi pecho. Se abrazó a mi cintura-. Tommy, lo siento, por favor, perdóname…
               -Shh. Ya está. Ya está. Ya pasó, mi niña. Mi princesita americana. Ya pasó-susurré, acariciándole la espalda, besándole la cabeza, cerrando los ojos para detener las lágrimas de rabia que amenazaban con desbordarse en mis ojos. Me quedé con ella hasta que pasaron avisando de que faltaban cinco minutos. Le entregué la caja, le dije que fuera fuerte, que a la semana volvería, y la besé con insistencia, con pasión, en un hasta pronto que no iba a ser tan pronto.
               -No me dejes. No me dejes, Tommy, por favor, no me dejes-me pidió, cogiéndome de la mano cuando vinieron a llamarnos, llorando a mares, su maquillaje cayendo en cascada por sus mejillas.
               -Ven conmigo. Ven a la puerta-le dije, besándola-. Nos despedimos en la puerta, ¿vale? Nos vemos la semana que viene. La semana que viene vuelvo. Estaré aquí a primera hora. Entraré el primero. Te lo prometo, te lo juro.
               -Te quiero-dijo a la desesperada cuando me tocó cruzar la valla-. Te quiero. No te olvides de mí, por favor-me suplicó, y yo la besé en los labios a través de la verja, le prometí que volvería.
               Lloré como un niño pequeño en el tren de vuelta. Scott me dijo que quizás debería dejar de ir a verla.
               A la semana que viene, volví.
               Pero no me dejaron entrar.
               La crisis había llegado a oídos de los supervisores y estaban tratándola. En aislamiento. Nada de visitas. Había que fortalecer su fuerza de voluntad… y parece que aquello se hacía, precisamente, rompiéndola.
               -Pero… ¡si no le hago mal!-protesté, pero los enfermeros se encogieron de hombros.
               -Lo siento, chico. Sus padres han aceptado las medidas. La semana que viene quizás tengas más suerte-dijeron, y a mí me hirvió la sangre. Sus padres han aceptado las medidas.
               Llamé a Scott y le dije que cogiera comida en la facultad. Que no iba a llegar para hacer el almuerzo.
               -¿Qué? ¿Por qué? ¿Se ha puesto peor?
               -No me han dejado verla.
               -No entiendo lo que tiene que ver con…-comenzó él, y yo le corté.
               -Estoy de camino a Nueva York.
               Y colgué sin más, temblando de rabia, dispuesto a buscar pelea, sediento de un poco de sangre. Sangre inglesa, americana, o española, me daba igual.
               Sus padres tenían que saber que mis visitas le hacían bien a Diana, que ella las esperaba con ilusión, aunque esta ilusión a veces no conseguía superar las capas de tristeza y soledad que le cubrían la piel. Pero se le veía en los ojos, se le veía en cómo intentaba sonreír y cómo se acercaba a mí con una sonrisa tímida en los labios, agradeciendo mi presencia aun sabiendo que podría estar en cualquier otro lugar, que puede que ir a cualquier otro sitio me apeteciera más que estar ahí… aunque la verdad era diferente, muy distinta en realidad de todo lo que Diana podía pensar en el fondo de su subconsciente.
               No tenía otro sitio al que ir, no había otro lugar en que me apeteciera estar más que a su lado.
               Y ahora nos habían quitado lo único que teníamos, ese par de horas a la semana, ese rayito de esperanza entre la tormenta, el tenue fulgor del faro entre el chaparrón que estaba cayendo contra la costa y que hacia zozobrar nuestro barco.
               Le habían quitado su vida. Le habían quitado su carrera. Le habían quitado su mundo. Le habían quitado todo.
               No iba a consentir que también le quitaran a su inglés.
               Caminé decidido por las calles  de la Gran Manzana, atravesando pasos de cebra en cuanto veía a los neoyorquinos lanzarse contra el duro asfalto entre coche y coche con la convicción de quien ya se sabe no suicida. Me quedé mirando un momento el edificio en el que Diana nos había dicho que vivía, el edificio al que me había llevado en un descanso tras confesarme que se moría de ganas de volver un día a casa y pensar que yo había estado, siquiera una vez, allí.
               Clavé los ojos en la esquina de cristal, desde la que no se veía nada más que el reflejo del cielo arrancado en un ángulo extraño. Allí estaba su habitación, desde la que dominaba todo su imperio.
               La habitación, con sus coloridos cuadros, su gran armario, y la inmensa cama en la que la había poseído y ella me había poseído a mí durante un glorioso atardecer.
               Decidido, eché a andar en dirección a la puerta, confiado en que me abrirían, en que el portero me reconocería.
               Todo mi mundo trastabilló cuando alguien impactó contra mí sin ningún tipo de pudor. Al principio, cuando conocí a Diana, no entendía por qué era tan celosa de su espacio y cómo tenía esa necesidad imperiosa de imponerse a todo lo que la rodeaba. Pero una vez que pasabas un par de horas en Nueva York, te descubrías comportándote igual que ella. No pedías perdón ni te hacías a un lado; lanzabas miradas envenenadas y dabas codazos para hacerte paso, luchando por tu supervivencia.
               Así que me giré en redondo para enfrentarme el transeúnte que se me había echado encima y gritarle el típico “¡Eh, que estoy caminando por aquí!” cuando el transeúnte se me encaró.
               -¿Adónde cojones te crees que vas, gallito de corral?-espetó Scott, y yo le lancé una mirada asesina. Scott me empujó por los hombros para llevarme de vuelta sobre las baldosas de la acera, lejos de los taxis que nos pasarían por encima por una propina de 5 dólares.
               -¿Qué hostias haces aquí? Vuelve a Washington-ordené, cruzando la calle a toda velocidad, casi consiguiendo que me atropellaran (dos veces) y estirando la mano para abrir la puerta del edificio de Diana.
               -¿Salvarte el culo, tal vez? Vengo a vigilar que no hagas una gilipollez-ladró Scott en mi oído, y yo empujé la puerta con la fuerza suficiente para hacer que le diera en la nariz y así se estuviera calladito-. ¡AU! ¿A qué ha venido eso? ¿Tú eres tonto, o persigues coches aparcados?
               -No me toques los huevos, Scott. Tengo que ver a Harry y Noemí.
               -¿Y eso por qué? Tío, mira, a mí me encantan tus padres, pero cuando voy a verlos en el papel de yerno, me muero de miedo. ¿Tú sabes cómo intimida Louis cuando se pone en modo suegro? Menudas miraditas me echa, el tío… sí, muy bien, básicamente, como lo estás haciendo tú ahora.
               Hice rechinar los dientes y suspiré.
               -Tienen a Diana en aislamiento.
               -Joder, ¿y eso?-espetó, y yo me encogí de hombros, caminando en dirección al ascensor. El portero se tocó la gorra cuando vino a abrirnos la puerta: sí, nos había reconocido. Al menos algo salía bien ese día.
               -La semana pasada, tuvo una crisis. Me pidió droga. Me ofreció todo lo que yo quisiera a cambio de que le llevara unos gramos-expliqué, y Scott frunció el ceño.
               -¿Por eso estabas tan plof cuando llegué a casa?
               -¿Sabes lo que es ver cómo tu chica te suplica? Está hecha mierda, Scott. Se trata como un saco de mierda, ahí dentro la tratan como un saco de basura, y ella se lo está empezando a creer.
               -Vamos, T, ya será para menos. Mira, yo te quiero un montón, bien lo sabes, pero toda tu vida has sido un melodramático de mucho cuidado, seguro que Diana tenía una revisión o algo así y esto es perfectamente normal, si quieres le pido a Shasha que se infiltre en el sistema de seguridad de la clínica, pero estoy seguro de que todos los ingresados han pasado por…
               -Se ofreció a dejar que tú, yo, y los demás, nos la folláramos por turnos. O a la vez-Scott se quedó callado, y yo aproveché-. Los seis a la vez, Scott.
               -Bueno, seríamos cinco, en todo caso. A Logan no le gustan las chicas.
               Clavé los ojos en él.
               -A veces me apetece pegarte un puñetazo en toda la cara y dejártela arreglada, así de gratis.
               Tragó saliva y asintió.
               -No estoy de coña, ¿sabes, tío? Y tú me vienes con la puta sexualidad de Logan. Vete a la mierda. Vete a la puta mierda-le empujé, chocó contra la pared del ascensor, y éste se sacudió un momento antes de continuar la marcha. Scott se quedó callado, aceptando estoicamente ser el saco de boxeo sobre el que yo descargaba mi tensión.
               Cuando se abrieron las puertas, me agarró del brazo y me pidió que me calmara.
               -No puedes entrar así, hecho un basilisco; deberías intentar razonar con ellos, ir más tranquilito…
               -¿Más tranquilito? Yo soy lo único que impide que Diana se mate de una sobredosis estando ahí dentro. Imagínate lo que podría estar haciendo ahora mismo con tal de conseguir algo que la haga no sentirse tan sola como está.
               -Mira, pavo-Scott me estampó contra la pared-. Bien sabes tú que Harry y Noemí no son santo de mi devoción, precisamente, pero tienes que pensar con la cabeza y no con la polla, por una vez en tu vida. Confío en ti, sé que lo conseguirás-espetó, irónico, y yo pasé ganas de escupirle en un ojo-. Sólo te pido que seas un poquito inteligente. Si entras ahí-señaló la puerta- como si fueras el amo y señor del lugar, lo único que conseguirás es que se cierren en banda antes de escucharte, y todo lo que les digas irá en detrimento de Diana. Si les pides que la dejen libre, la mandarán a Guantánamo… o a cualquier mierda que tengan abierta en este puto país dictatorial-Scott miró en derredor-, quién sabe si no tendrán microcámaras vigilando todos nuestros movimientos…
               -Scott, tío, en serio, si no fuera porque crecimos juntos, creería que te falta un hervor.
               Él sonrió y me soltó la camisa.
               -Así que no lo sospechas por los lazos que nos unen, ¿no?
               -No-discutí-. Por los lazos que nos unen, que te falta, no lo sospecho.
               -Gilipollas. Y pensar que me he dejado medio sueldo del disco que todavía ni hemos grabado cogiendo un Uber para venir a esta ciudad infernal y cogerte de la manita en los pasos de cebra. Qué poco me mereces. Si yo soy un sol.
               Llamé a la puerta y esperé con Scott susurrándome que me tranquilizara en el oído. Abrió la criada, que asomó la cabeza por el hueco de la puerta y nos miró a mí y a Scott.
               -¿Sí?
               -Venimos a ver a Harry y Noemí. ¿Están en casa?
               -Depende, ¿de parte de quién?
               -Tía-espeté, hiriente-, haz memoria. Somos fotocopias de nuestros padres a nuestra edad, es imposible que no sepas quiénes somos.
               -Somos amigos de su hija-sentenció Scott, y la criada dudó-. Scott y Tommy. Malik. Tomlinson-especificó cuando ella parpadeó. La mujer se mordió el labio y asintió con la cabeza.
               -Un momento, por favor.
               Cerró la puerta, se fue taconeando por el vestíbulo, y regresó al minuto.
               -Los señores Styles les recibirán ahora.
               O sea, que están los dos en casa, tomando el té mientras su hija las pasa canutas en el lugar más recóndito del país. Qué bien.
               Empecé a irradiar tensión como una central nuclear irradia radiación. Atravesamos la puerta y seguimos las indicaciones de la criada, que nos guió hasta el espacioso y luminoso salón. Harry estaba examinando la ciudad desde su posición privilegiada de dueño y señor del universo, mientras Noemí terminaba de examinar un libro. El padre de Diana se volvió.
               -Chicos, no sabíamos que estabais por la ciudad. ¿Qué os ha traído hasta…?
               -Déjate de gilipolleces, Harry-ladré, y escuché la palmada que se dio Scott en plena cara como diciendo este niño es tonto-. ¿Por qué habéis firmado el papel para que aíslen a Diana?
               -¿Qué?-respondió él, y Noemí cerró el libro y se nos quedó mirando, con el ceño fruncido.
               -Didi está hecha mierda, lo único que la anima un poco son mis visitas. Y ahora vosotros le quitáis eso también. ¿Qué clase de psicópatas sois?
               -Thomas-advirtió Scott, pero le hice caso omiso.
               -No tienes ni idea de lo que está pasando con ella.
               -Creo que sí-ladré-. Yo por lo menos le hago el favor de escucharla. Seguro que vosotros vais allí a parlotear sobre lo perfectas que son vuestras vidas ahora que no tenéis que lidiar con sus mierdas, porque, ¡oh, sí! ¡La mandasteis a la otra punta del mundo para que otra mujer se encargara de arreglarla en lugar de ocuparos vosotros!-bramé, fuera de mí. Noemí suspiró trágicamente.
               -No la mandamos con otra mujer, la mandamos con tu madre.
               -¡Pues con más razón tenéis que escucharme!
               -La mandamos con tu madre porque tu madre intentó suicidarse-acusó la española.
               -Noemí-siseó Harry, y Scott tuvo que sujetarme para que no me abalanzara sobre ella.
               -¿Eso es lo que te dices por las noches? ¿Eso es lo que te consuela? ¿Mi madre es peor persona que tú por haber intentado matarse, tus acciones, que abandones a tu hija, está justificado porque mi madre se rajó las venas cuando tenía la edad de mi hermana?
               -Sólo tu madre podría enseñar a Diana a quererse a sí misma como ahora lo hace.
               -Diana se da asco, no soporta estar sola, y ahora vosotros habéis dejado que la encierren. Le habéis jodido la vida.
               -Qué sabrás tú de ella-ladró Harry-, que no hace ni un año que la conoces. ¿Te crees, niñato, que por saber cuál es su postura favorita del Kama Sutra ya la conoces mejor que nosotros?
               -¿A quién cojones estás llamando tú niñato, puto fantasma?-espeté, encarándome a él.
               -Tommy-advirtió Scott.
               -Nosotros sabemos lo que es mejor para ella.
               -Me sorprende que lo sepáis estando a cinco mil kilómetros de distancia. Os la suda vuestra hija. Cuando era pequeña todo iba de puta madre porque era mona y podíais sacar dinerito de ella, cuando creció siguió estando bien porque sacabais incluso más pasta gracias a su carrera, pero en cuanto descubristeis que se había roto, la mandasteis al otro lado el océano como quien tira un juguete estropeado al contenedor de basura con la esperanza de que se lo lleven a un vertedero de África y no tener que volver a lidiar con él.
               -No tenemos por qué darte explicaciones de nuestras decisiones, Tommy-advirtió Noemí-. Pero deberías saber que sufrimos muchísimo con nuestra decisión.
               -Oh, sí, estoy seguro de que lo pasasteis fatal en esas fiestas tan elegantes a las que ibais mientras Diana se metía cocaína en el baño y bajaba a mi habitación para que yo me la follara duro, justo como le habían hecho perder la virginidad-acusé. Noemí se puso pálida y Harry se envaró.
               -Dices que no la queremos, pero, ¿te estás oyendo? Hablas de ella como si fuera un puto trozo de carne.
               -Que me guste muchísimo hacerla gritar y que follemos fuerte no significa que nos queramos menos. Pero qué cojones sabréis vosotros de pasión, si fijo que lleváis sin besaros desde Año Nuevo, y eso por cumplir con la tradición-espeté. Harry dio un paso hacia mí, encarándose, y noté cómo Scott se pegaba instintivamente a mi cuerpo, haciendo presión contra el rival y apoyándome a la vez, recordándome que no estaba solo.
               -No te consiento que vengas a mi casa como si fueras el elegido por dios para venir a salvar el mundo, cuando ni nos conoces a mi mujer ni a mí, ni tampoco conoces a mi hija.
               -Al menos la conozco-rebatí-, que vosotros, ni siquiera eso. Como para que encima la queráis. Menudo favor le hicisteis, alejándola de vosotros-gruñí-. Diana nunca habría podido sentirse querida en esta casa.
               -Habría que ver si tú la querrías, si supieras qué monstruo era antes de que la enviáramos a…
               Esa palabra.
               Monstruo.
               Algo dentro de mí se desató, mi propio monstruo interior.
               Y, antes de que pudiera darme cuenta de lo que hacía, me descubrí soltándole el derechazo de mi vida a Harry, directamente contra su mandíbula, que crujió bajo el poder de mi puño y arrancó un alarido de la garganta de Noemí.
               -Joder, ¡TOMMY!-exclamó Scott, cogiéndome de los brazos y tirando de mí para que no repitiera la hazaña, y menos mal que lo hizo, porque sentía bullir en mi interior una rabia que me habría hecho arrancarle la cabeza a Harry.
               Y ojalá estuviera de coña, o exagerando, pero era lo único que me apetecía: o arrancarle la cabeza o reventársela contra el suelo.
               -¡Estás mal de la cabeza!-me gritó Noemí.
               -¡Esto es lo que haces cuando alguien te importa-bramé-: le defiendes! ¡A muerte!
               -¡Eso estábamos haciendo nosotros cuando la mandamos a tu casa!
               -¿Cómo podéis…?
               -¡RECIBIMOS UNA CARTA AMENAZANDO CON MATARLA!-chilló Noemí, y por el rabillo del ojo vi el uniforme negro y blanco de la criada, que sostenía en alto un teléfono.
               Mi expresión de incredulidad hizo que Noemí indicara con un gesto que no llamara a nadie.
               -¿Qué?
               -La mandamos a Inglaterra porque su vida corría peligro-explicó ella en tono mordaz, comprobando la mandíbula de su marido-. No esperamos que lo entiendas.
               -Qué coño va a entender de la vida un mocoso como él-espetó Harry, escupiendo en su mano un poco de sangre.
               -Dorotta-pidió Noemí-, ¿podrías traernos un pañuelo y un poco de agua, por favor?
               -Enseguida-respondió la criada, y Scott y yo nos miramos un momento antes de aceptar la proposición de Noemí y sentarnos en el sofá. Dorotta regresó enseguida con una cajita de pañuelos y un vaso de agua lleno hasta arriba, colocado en una bandeja al lado de una botella de agua mineral a la que le faltaba medio contenido.
               -Y hielo-añadió Harry-, si eres tan amable.
               Por supuesto.
               -No queríamos decírtelo porque ahora le irás con el cuento a Diana-aclaró Noemí-, pero supongo que ya no importa-suspiró-. Una noche en que Diana estaba de fiesta, una de esas fiestas en las que se metía todo lo habido y por haber, recibimos un sobre marrón. No tenía remitente-aclaró Noemí antes de que yo pudiera preguntar de quién-. Dentro del sobre había como unas… diez fotos, quizás doce. La gran mayoría de ellas eran fotos sacados de un archivo policial. En ellas aparecía el cuerpo reventado de una chica que se había lanzado al vacío, o a la que habían empujado. Era horrible. Horrible. Tanta sangre, el cráneo…-Noemí cerró los ojos y se llevó una mano a la boca-, cuánto dolor en un par de imágenes…
               -Con las fotos, venía una carta-explicó Harry-. Noe y yo pudimos leerla antes de que Diana llegara a casa.
               -Y menos mal-respondió su mujer.
               -¿Qué había en la carta?
               -La explicación. De las fotos. La forma de interpretarlas y una promesa. Si Diana se quedaba en la ciudad, si Diana seguía viviendo su vida, la persona que nos había enviado las fotos se encargaría personalmente de que ella tuviera una sesión así. Su última sesión.
               -Iban a matarla-respondió Harry con voz de ultratumba-. Iban a matarla, a nuestra única hija, a nuestra princesita. La matarían si no le hacíamos dar un cambio radical en su vida.
               -O acabábamos nosotros con la vida que había estado llevando, o alguien se la quitaría.
               -¿Y por qué no lo habéis llevado a la policía?-inquirió Scott-. Eso es extorsión. Seguro que mamá…
               -Tu madre aquí no tiene autoridad, Scott-zanjó Noemí-. Además, ¿qué crees que pasaría? Se descubriría que Diana era una abusona, que es adicta al sexo, al alcohol y a las drogas, que…
               -Diana no es adicta al sexo. Tiene 17 años, por amor de dios, a todos nos gusta follar-rebatí.
               -Que ahora tenga sexo sólo contigo no significa que antes no tuviera problemas-sentenció Noemí.
               -Problemas del tipo tirarse a cuatro chicos en la misma noche, en la misma fiesta.
               -¿Eso os dijo ella?
               -No. Nos lo dijo Zoe-respondió Noemí-. Cuando recibimos las cartas y Diana se marchó, Zoe siguió viniendo a casa, tratando de convencernos, hasta que nos vimos en el apuro de tener que contarle por qué se había marchado realmente. Trató de convencernos de que la dejáramos quedarse en Navidad, dijo que había cambiado, que había conocido a un chico, que ahora sonaba diferente, feliz, que ya no volvería a hacer lo que hizo…
               -Le cambiaste la vida-aclaró Harry.
               -Y ahora no me dejáis verla-repliqué yo.
               -Diana intentó liarla en enero para que volviéramos a llevarla a tu casa-informó Noemí-. Nada serio, nada comparado con lo que había hecho hasta ahora, al menos. Vino borracha y un poco fumada a casa.
               -Hasta yo había venido un par de veces como vino ella.
               -Estaba mucho mejor.
               -Si estaba tan bien, ¿por qué la mandasteis de nuevo a Inglaterra?
               -Porque tú la estabas cambiando-respondió Noemí, tocándome la mano-. El mero hecho de que venir un poco drogada a casa fuera a lo único a lo que se atrevía ahora, lo que más fuerte le parecía que podía hacer, nos indicaba lo bien que estaba sentándole estar lejos de esta ciudad. De este ambiente. Sabíamos que quería volver por ti. Y la dejamos. Porque era feliz. Y te echaba de menos.
               -Eso no hace más que darme la razón para que…
               -Diana era feliz contigo porque tú no le consentías drogarse, no delante de ti, al menos-soltó Harry.
               -Pues claro, ¡tengo hermanos pequeños! ¿Cómo reaccionaríais si…?
               -Pero luego, entrasteis en ese dichoso programa, y permitiste que volviera a meterse como se había metido hasta entonces, contigo delante, incluso tomaste drogas con ella, y…
               -La resucitasteis entre los dos-dijo Noemí, y Scott y yo nos miramos-. Sí. Sabemos lo del trío.
               -Orgía-aclaró Scott, y Harry alzó las cejas, y Scott le sonrió-. Para una orgía que hago, no voy a dejar que me la obvien.
               -Sabemos lo de la orgía. Sabemos lo que le hicisteis después en el programa. Sabemos lo que os pasó.
               -¿Eso también os lo contó nuestra querida amiga Zoe?
               -No. Somos sus padres. Lo vimos en sus ojos.
               -¿Qué visteis?
               -Que volvía a ser la Diana capaz de empujar a alguien al suicidio. La Diana que no siente nada porque está demasiado puesta de cocaína como para hacerlo.
               -Ella necesita esto, Tommy. Necesita curarse, necesita estar lejos, no necesita que nadie le recuerde lo que es capaz de hacer.
               -Yo no se lo recuerdo. Jamás le haría algo así.
               -Tiene que pasar por esto sola. No puede depender siempre de alguien para que la salve. ¿Qué será de ella si a vosotros os pasa algo? ¿Y si tiene una recaída?
               -Nosotros nunca nos separaremos-aseguré.
               -Eso dices ahora, pero, ¿qué dirás cuando llevéis varios años juntos? ¿Una década? ¿Cuando ella ya no te haga el caso que ahora te hace? ¿Cuando tenga su propia vida, sus propias fiestas, sus propios amigos al margen de ti?
               -Es que en eso se basa una relación. En ser dos personas, no una sola. Para tener un clon, ya tengo a Scott. No necesito que Diana sea también una copia de mí.
               -Tienes que dejar que se salve a sí misma.
               -Para salvarse ella sola, primero tiene que quererse. Y ahora no lo hace. Ahora necesita que le recordemos que es digna de tener amor-sus padres se miraron-. No os pido que la dejéis salir. No os pido que la saquéis de ese sitio ni que le deis nada que pueda hacerle mal. Sólo os pido que me dejéis ir a verla. Por favor. Ella me necesita. Yo la necesito. Está sufriendo ahí dentro, y yo estoy sufriendo aquí fuera, sabiendo que no voy a poder ir a cuidarla y a recordarle quién es durante al menos dos horas a la semana.
               -Es que eso es justo lo que menos necesita: que le recuerden quién es-sentenció Noemí.
               -No voy a ir a recordarle que es Diana Styles. Voy a recordarle que es mi Diana, Didi, mi americana, la chica de la que estoy enamorado-respondí, y me incliné hacia delante-. He cruzado el océano por ella. No quiero que llegue el próximo miércoles y piense que me he rendido. No quiero que piense que estoy a cinco mil kilómetros de distancia. Yo ya no soporto estar a cinco mil kilómetros de distancia de ella-negué con la cabeza-. Decís que queréis a vuestra hija. Vale. Pues dejad que la quiera yo también. La querré tanto que ella cogerá un poco del amor que le sobre y lo utilizará para sí misma. Yo no voy a curarla, pero la voy a querer hasta que ella recuerde que se merece que lo hagan.
               Noemí y Harry se miraron un momento. Asintieron con la cabeza y dijeron que mañana, a primera hora, irían a hablar con los responsables de la clínica para que nos dejaran visitarla.
               Seguía echando humo en el tren de vuelta a casa, pero por lo menos ya no estaba tan cabreado con la vida. Había apoyado la cabeza en la ventana del tren y miraba pasar los árboles, los edificios, las personas y las ciudades como borrones ante mis ojos, sin verlas realmente. Sólo podía pensar en sus ojos, sólo podía torturarme preguntándome qué estaría haciendo, si me echaría de menos, si estaría sola, si estaría acompañada, si habría sufrido otra recaída o estaría bien y participando en las actividades grupales, quizás pintando los anuncios del baile de primavera, o paseando por el jardín, o cotilleando y riéndose con Zoe…
               -Estoy orgulloso de lo que has conseguido hoy-me dijo Scott, y yo le miré.
               -¿Pegarle a mi suegro?-sonreí.
               -Es el sueño de todo tío-me aseguró él, y yo me reí-. Pero… en serio, T, me ha gustado esta actitud de machito alfa que has tenido toda la mañana. Pareces otra persona.
               -Me siento otra persona-respondí, y noté los ojos de Scott sobre mí durante mucho tiempo, tanto que incluso tuve que girarme y mirarle-. ¿Qué?
               -Nada.
               -Algo será, S. Venga, ¿qué?
               -Prométeme que no se lo dirás a tu hermana.
               -Por favor, si fijo que lo estás deseando. ¿Recuerdas cuando viniste un día de clase y lo primero que me dijiste fue “por dios, me muero por comerle el coño a tu hermana”, y yo le pedí que viniera y a los dos días la tenías aquí?
               -Tenía antojo de coño, ¿vale? Ni que a ti nunca te apeteciera. Por favor, T, que te oía comiéndoselo a Diana de camino a la siguiente parada del tour.
               -Los fluidos vaginales son buenos para salud-respondí-. Se han hecho estudios.
               -Pues pobres gays.
               -Sí, pobres gays-asentí, riéndome.
               -Ellos se lo pierden.
               -¿Qué era eso que me querías decir?
               -Que me has puesto un pelín cachondo cuando le has pegado el puñetazo a Harry-confesó, y yo me eché a reír.
               -¿¡Qué!?
               -A ver, que ha sido un nanosegundo, una microerección, nada serio-protestó él mientras yo me descojonaba en su cara.
               -Seguro que tú has orquestado toda esta movida con el aislamiento de Diana para tenerme para ti solo.
               -Esta noche caes; cuando veas cómo he dejado la habitación, con velitas y pétalos de rosa… no te me vas a resistir-bromeó, y yo puse los ojos en blanco.
               -¿Por qué esperar a la noche, cuando tenemos toda la casa para nosotros solos ya por la tarde?
               -Por esas cosas eres el hombre de mi vida-espetó Scott, y yo me eché a reír, negué con la cabeza y le saqué la lengua. Nos dedicamos a jugar a videojuegos y Scott incluso se atrevió a hacerme una tortilla de jamón para animarme (aunque el pobre más bien, se dedicó a torturarla).
               A la semana siguiente, Diana me esperaba en la sala común, la de las mesas blancas de plástico. Me sonrió con cansancio y se levantó y me abrazó mientras yo la besaba.
               -Estás muy guapa-le dije.
               -Estoy horrible-discutió ella-, parezco un osito panda.
               -Los ositos panda son monos.
               Diana se echó a reír, se sentó en la silla un momento, me cogió la mano y me miró a los ojos. Durante un instante, no dijimos nada. Se inclinó sobre la silla hasta estar prácticamente sentada en el aire y me acarició la mandíbula.
               -Eres tan guapo-murmuró, admirada, y yo me reí, un poco avergonzado. Me pasó los dedos por el mentón, las cejas, la nariz y los ojos-. Dios mío, eres perfecto, Tommy-gimoteó, haciendo un puchero, y me acarició las manos y sus ojos se humedecieron. Tragó saliva y se apartó, se apoyó en el respaldo de su silla y se tapó la boca con la mano.
               -Eh, eh. Vamos, mi amor. Que ya ha pasado todo. Estoy aquí.
               Se pasó una mano por su pelo sucio, de un apagado color tofe. Tiró de la manga de su chaqueta y subió un pie a la silla. Miró un momento a los de control y clavó sus ojos verdes en mí.
               -Demos un paseo-dijo de repente, saltando de la silla y echando a andar en dirección a la puerta. No sabía si podíamos hacer aquello: era nuevo para mí. Los únicos sitios que yo conocía de aquel lugar eran la sala común, toda blanca, y la habitación de Diana.
               Diana se volvió y me tendió la mano, que yo le estreché entre mis dedos y besé. Ella sonrió, triste, y echó a andar por el pasillo, guiándome.
               Atravesamos una puerta de madera y el sol nos cegó por un momento. Ambos levantamos las manos para hacernos sombrilla y dimos un par de pasos, vacilantes, sobre una gravilla que crujió bajo nuestros pies.
               Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, lancé una exclamación.
               -Vaya.
               -Sí, es bastante impresionante-asintió Diana cuando hubimos dado un par de pasos en dirección a la luz. Se trataba de un jardín inmenso, lleno de estatuas imitando a la escultura griega con caminos de grava dibujando intrincados diseños en el suelo, rodeando setos que hacían de muralla a pequeños parterres de flores tan coloridas como exóticas. En el centro del jardín había una fuente redondeada con estatuas de mármol de los principales dioses grecorromanos.
               Los dedos de Diana buscaron los míos, y yo la miré, orgulloso. Esto tenía que ser un avance, que quisiera hacer algo que no fuera sentarse en una cama o en una silla y hablar, o desnudarse y hacer el amor, tenía que ser bueno, por fuerza.
               Echamos a andar, en silencio. Diana miraba en todas direcciones, me guiaba hacia flores que quería toquetear y oler. Cerraba los ojos para inhalar su perfume, y yo me la quedaba mirando y me preguntaba cómo alguien podía estar tan hundido y seguir siendo así de precioso, cómo alguien podía ser tan vulnerable y fuerte a la vez.
               Cómo podías querer a alguien que estaba tan roto sin preocuparte de que te cortara con sus aristas.
               Cómo alguien así de destrozado podía amar con la intensidad con la que ella me amaba a mí.
               -T…
               -Mm-respondí, y ella sonrió, tímida.
               -Quería disculparme por lo que sucedió el otro día.
               -No es nada, en serio. Son cosas que pasan-me encogí de hombros, pero ella me miró. Me pasó la mano por la mandíbula, justo donde me había hecho los arañazos hacía un par de semanas.
               -Sí que fue-contestó-. Yo… no debería haberme puesto así. No debería haberte pegado. Después de todo lo que haces por mí… y yo voy, y te doy una paliza-se rascó un brazo y miró al suelo, con las mejillas coloradas.
               -Que no fue nada, Didi, en serio. Es más, incluso me gustó-le dije, y ella me miró con el ceño fruncido-. Quiero decir, sólo un poquito. Estás muy sexy cuando te cabreas y me pegas. Deberíamos probarlo más a menudo. Cuando salgas de aquí, claro. ¿Quién sabe? Puede que me vaya el sado y nosotros dos aquí, haciendo el amor despacito-me encogí de hombros de nuevo y ella se echó a reír. Se mordió el labio.
               -Quizás tengas razón con respecto a lo del sado-aludió, críptica, y yo alcé una ceja y detuve mi paseo, pero ella enseguida tiró de mí para ponerme de nuevo en marcha-. ¿Te parece si nos sentamos?-señaló unos bancos al fondo del jardín, todos ocupados por parejas hablando en voz baja o chicas leyendo o sentadas disfrutando del suave sol. Tragué saliva. No me apetecía tener que compartirla con nadie; bastante poco tiempo teníamos ya como para que encima vinieran a quitarnos algo que nos pertenecía por derecho, tan escaso como valioso.
               -Prefiero que sigamos dando una vuelta, si no te importa.
               -Es que…-susurró, mordiéndose el labio, pero miró en dirección a los bancos.
               -No quiero compartirte-le dije en tono dulce, acariciándole la barbilla con el pulgar, y ella asintió. Echó a andar a mi lado, pero con los brazos cruzados, como si tuviera frío. Le pregunté si quería mi chaqueta y me dijo que no, que estaba bien, aunque a mí no se me escapaba el ligero temblor de sus brazos y la forma en que fruncía el ceño, exactamente igual a como lo hacía en pleno invierno.
               -Mis padres vinieron a verme el jueves-dijo, y yo la miré-. Estuvimos hablando más de una hora…
               -¿Qué te contaron?
               -Que fuiste a verlos, y les convenciste para que me sacaran del programa de aislamiento en el que me tenían. También te lo agradezco. Era experimental, así que no sabían si daría resultado…
               -Didi, en serio, para. No me lo agradezcas. No sabes cómo les convencí. Le pegué un puñetazo a tu padre-confesé, pero ella no parpadeó-. Y, de no ser por Scott, habría sido más que un puñetazo, créeme.
               -No me dijeron nada del puñetazo-comentó en tono neutro, y yo fruncí el ceño. Eso no me casaba con la imagen que Noemí y Harry habían forjado a fuego en mi cabeza-. Aunque supuse que se lo habías hecho tú. Le vi el moratón-se encogió de hombros-. Simplemente sumé dos y dos. Está bien saber que le has hecho un moratón a mi padre.
               -Sí-susurré, sin saber muy bien qué decir. Diana sonrió.
               -Se lo merecía. A veces, papá puede ser un verdadero capullo.
               -Pues un poco, la verdad-asentí, respondiendo a su sonrisa con otra, que le arrancó una carcajada.
               -Me habría gustado estar ahí para verlo. Seguro que tú sí que te pusiste sexy-rió, mirándome-. Me gusta cuando te pones en modo machito. La de cosas que me apetece hacerte cuando te enfadas… aunque sea conmigo… y pensar en ti peleándote por mí, con esos brazos, uf-se llevó una mano a la frente y se tapó la cara con la mano.
               -¿Quieres que me apunte a boxeo y me grabe?
               -No será necesario-sonrió, apartándose el pelo de la cara. Me detuve, me acerqué a ella, que levantó la vista, y la besé. Ella abrió la boca por puro instinto e inercia, me dejó jugar con su lengua, me dejó beber de ella y morder su boca hasta saciar mi hambre y su sed. Adoraba su sabor, familiar y desconocido, prohibido y estudiado, estático y a la vez tremendamente cambiante. La atraje hacia mí, deseoso de que cada fibra de mi ser hablase por mí y le transmitiera lo mucho que la quería, lo dispuesto que estaba a cruzar fronteras por ella.
               Diana se apartó de mí y se relamió los labios, degustando el sabor de mis besos en su boca. Me miró a los ojos y se abrazó a sí misma.
               -Tommy… eso me ha dejado preocupada.
               -¿El qué?
               -Que te hayas enfadado tanto.
               -¿Por qué?
               No contestó.
               Oh, dios, no contestó. ¿Y si le daba miedo? ¿Y si temía que pudiera explotar con ella? Hasta yo me lo había planteado en una ocasión, de noche, y se lo había preguntado a Scott, pero él sólo veía lo bueno en mí, confiaba tanto en mí que había soltado:
               -A ver, T, que estés dispuesto a matar por Diana no significa que vayas a matarla a ella. Es decir, yo puedo pegarle una paliza a alguien por defender a tu hermana, pero ni se me ocurriría ponerle la mano encima. No me parece comparación.
               -Yo jamás te haría daño-le aseguré, cogiéndole las manos y pegándolas a mi pecho-. Sabes lo muchísimo que te quiero y lo muchísimo que me importas. Es verdad que a veces te pones tozuda y a mí me cabreas, pero jamás me pondría furioso contigo, no como me lo puse con tu padre, sólo estaba…
               -No quiero que vuelvas-dijo en tono suplicante, y yo me quedé callado, mirándola.
               -¿Qué?
               -No quiero que vuelvas-repitió, negando con la cabeza, abrazándose la cintura-. Te mereces ser feliz, Tommy. Eres la mejor persona que conozco. Te mereces ser feliz, y está claro que conmigo, no vas a serlo.
               -Pero… pero yo te amo, ¿qué estás diciendo?
               Diana empezó a llorar en cuanto le confesé mis sentimientos a la desesperada.
               -Por favor, no me hagas esto más difícil de lo que ya es-me pidió, apartándose el pelo enmarañado de la cara-. Hoy pediré que quiten tu nombre de mi lista de visitas-informó, y yo notaba el dolor que le ocasionaba cada palabra que pronunciaba, cada sílaba, cada aliento.
               -Diana, por favor…
               -Ve a casa con Lay-me pidió-. Ella está bien. Cuidará de ti. Yo no voy a recuperarme-dijo, y puede que yo lo hubiera pensado en varias ocasiones, puede que hubiera pensado “Diana nunca va a salir de aquí”, pero una cosa era esa vocecita sonando en un rincón de mi cabeza, con tan poca fuerza que no era más que un susurro, y otra muy diferente era que Diana misma me lo dijera, que ella en persona fuera la que me cortara las alas-. No voy a ponerme bien. Estoy jodida a demasiados niveles.
               -Yo puedo ayudarte, Didi.
               -No quiero que me ayudes, T. Eres demasiado bueno para estar cerca de mí. Te terminaría estropeando. Te envenenaría. Eres la persona más pura que he conocido. No te mereces que yo te manche.
               -No puedes mancharme.
               -Eso no lo sabes. Yo ensucio todo lo que toco. Que no lo haya hecho contigo aún es un milagro. Soy una granada, ¿vale? Voy a explotar. No sé cuándo, no sé cómo, no sé con quién… pero no quiero que tú estés cerca. Me moriría de pena si te causara algún daño, T.
               -Pues no hagas esto, Diana-le pedí, cogiéndole las manos de nuevo, buscando contacto, pero ella bajó la cabeza-. Vamos, por favor. Te necesito-Diana negó con la cabeza-. Es verdad, es verdad, te necesito…
               -Quiero romper.
               -Diana…
               -Por favor, Tommy-gimió-. Quiero romper. Vete con Layla. Vete con Layla antes de que enfermes. Has perdido peso. Estás más viejo. Y todo eso te lo estoy haciendo yo.
               -Ha sido esta semana. Lo sabes. Ha sido esta semana en la que hemos estado…
               -No voy a matarte. Ya tengo bastante sangre en las manos, no quiero llevar la tuya también. Por favor. Márchate. Vuelve a casa. Sé feliz-se soltó de mi abrazo-. Lo siento, pero es lo mejor para ti.
               -Me da igual lo que sea mejor para mí, Diana. ¿Qué hay de ti?
               -No importa si yo no salgo de aquí. Da igual si me muero aquí dentro.
               -¿Tú te estás oyendo? A mí me importa. A mí no me da igual. Voy a sacarte de aquí, aunque sea lo último que haga.
               -Ese es el problema, Tommy: que yo no me merezco ser lo último que hagas.
               Se separó de mí un par de pasos. El agua de la fuente acallaba los murmullos de las personas sentadas en los bancos que estaban contemplando y cotilleando sobre cómo todo mi mundo se desmoronaba. Diana se limpió otra lágrima y negó con la cabeza.
               -Adiós, T.
               -Diana…
               Echó a correr en dirección a la mansión, en una carrera tan grácil que parecía que sus pies no tocaban el suelo. Se llevó una mano a la cara y se limpió de nuevo las lágrimas cuando se giró para mirarme.
               Dime que me quieres, le pedí al viento, para que se lo llevara a ella, para que cumpliera mi deseo. Diana dudó un momento, su pelo alborotado convirtiéndola en una aparición.
               Dime que me quieres.
               Dime que me quieres. Por favor, por favor, no dejes que me vaya sin decirme que me quieres.
               Creeré que has dejado de hacerlo y no tendré fuerzas para volver.
               -Te quiero-susurró en voz baja, tan baja que nadie pudo oírla más que sí misma, tan lejos que yo no pude leerle los labios, pero el rayo de esperanza que estalló en mi interior me transmitió sus palabras. No todo estaba perdido. No todo se había ido a la mierda.
               Vi cómo se limpiaba las lágrimas con la mano en la que tenía aún puesto el anillo que yo le había regalado, y entró en la clínica mirando atrás una última vez.
               Y fue ese anillo y ese te quiero el que me dio el último aliento. Me pasé la semana entera decidiendo si debía ir o no, Scott se la pasó convenciéndome de que lo dejara estar, ya vería cómo me llamaban el jueves pidiendo que fuera a verla… pero yo no podía. No podía, no podía, no podía, se me caía la casa encima.
               No me dejaron ni atravesar la verja de hierro, como es natural. Tuve que rodear todo el complejo con gesto de resignación por si alguien me veía hasta que encontré un agujero entre los setos, lo bastante pequeño como para pasar desapercibido, pero lo suficiente grande a la vez como para ser un buen candidato para mi plan estelar. Después de dar dos vueltas alrededor de la finca, decidí que aquella era mi única oportunidad.
               Me puse a escarbar. No sabría cuánto tiempo estuve hundiendo las uñas en la tierra húmeda, pero, cuando conseguí hacer un hueco lo bastante grande, no dudé en arrastrarme dentro, a la mierda mi camisa, a la mierda mis vaqueros, a la mierda la colonia que me había echado por la mañana, la que a ella más le gustaba. Me arrastré como en un campamento militar y estuve dentro en un santiamén. Rodeé la casa procurando no acercarme demasiado a las ventanas, que estaban cerradas en su totalidad debido al cielo encapotado que en ocasiones arrojaba lluvia sobre la tierra verde.
               Me giraba cada pocos metros, buscando la misma vista con diferente ángulo, que se disfrutaba desde su habitación. Por fin, después de lo que me pareció una eternidad, y de tener el corazón desbocado, di con la que creí que era su ventana.
               Me lo jugué todo a una carta. Si no era su habitación y me pillaban tratando de colarme en un cuarto que no era el de Diana, y el dueño del cuarto daba la voz de alarma, estaba jodido.
               Recogí una piedra blanca del suelo, le di un beso, cerré los ojos, recité una plegaria y la lancé contra el cristal. Por favor, por favor.
               Nada. Rebotó contra el cristal y cayó sobre el pequeño balcón de la ventana, y el silencio la siguió.
               Recogí otra. Por favor, por favor.
               La volví a lanzar.
               Una sombra se movió tras el cristal.
               Se me cayó el alma a los pies.
               Aquel pelo era de mi tono, no del de Diana.
               La moradora de la habitación se inclinó hacia el cristal y pegó la cara a él, su aliento dibujaba nubes de vapor sobre la superficie fría.
               Tiré una nueva piedra, a la desesperada. Puede que la chica me ayudara, Diana se llevaba bien con sus vecinas, quizás les hubiera dicho lo de nuestra ruptura, o quizás no, y yo tuviera aún una posibilidad.
               La muchacha orientó la cara hacia mí, y mi petición de ayuda murió en mi garganta.
               Diana frunció el ceño y abrió la ventana. Una cascada de rizos chocolate enmarcaba su rostro.
               Se tiñe, recordé de repente. No es rubia natural. Es castaña, como Layla. Es castaña como tú.
               -¿Tommy?-preguntó, y yo abrí los brazos. Ella se volvió hacia la puerta y afianzó su agarre sobre la ventana, apoyó su cadera en el cristal, su mano aún en el pomo de hierro dorado-. ¿Qué haces aquí?
               -He venido a recuperarte.
               -¿Qué?
               -¿Vas a obligarme a escalar tu venta o vas a poner algo de tu parte?
               Diana no dijo nada, estupefacta. Observó sin palabras cómo yo me acercaba a la pared de hiedra y tiraba de un par de ramitas, preguntándome si soportarían mi cuerpo. Sólo hay una forma de averiguarlo, T, escuché a Scott en mi cabeza. Así que me encaramé a la pared y recé a todos los dioses, por si alguno estaba aburrido y sentía curiosidad por lo que estaba a punto de hacer, y me impulsé hacia arriba.
               Las plantas crujieron.
               Pero, gracias a dios, soportaron mi peso.
               Estaban resbaladizas por la lluvia, eso sí, así que el ascenso fue más complicado, lento y peligroso de lo que en un principio podría esperar.
               Sin embargo, yo era el rey de escalar la cuerda en gimnasia, así que logré llegar a la superficie de cemento del pequeño balcón, y Diana me agarró del hombro y tiró de mí en cuanto me tuvo al alcance de su mano.
               Uno de mis pies se enganchó con la hiedra y nos hizo trastabillar. Ella se cayó de culo y yo me caí encima de ella. Nos miramos a los ojos un momento, y luego yo la atraje hacia mí y ella se entregó gustosa, hundiendo sus manos en mi pelo húmedo por la tierra y el sudor.
               -Sabes a… topo-dijo, curiosa, riéndose.
               -Es que he tenido que colarme por debajo de los setos. Anda que te gusta hacerte de rogar, ¿eh?
               Diana se echó a reír.
               -Iba a bajar, no hacía falta que te pusieras a escalar como un monito.
               -Quería que vieras que iba en serio-sonreí, volviendo a buscar su boca. Diana se echó a reír.
               -Estás loco-dijo entre risas y besos.
               -Sí. Por ciertos ojos verdes.
               Se mordió los labios y sus mejillas se encendieron.
               -¿No tienes algo más que comentarlo?
               -Pues sí, ahora que lo dices: tienes un grano. Justo aquí-le señalé la nariz-, ¿quieres que te lo reviente?
               -¡Eres un capullo!-respondió, empujándome y haciendo que cayera de costado a su lado. Tiré de ella y me la comí a besos, y ella de repente se apartó, cohibida y plenamente consciente de su cuerpo-. ¿Te… gusta?-dijo, cogiendo un mechón de pelo entre sus dedos-. Es mi color de verdad.
               -Estás… diferente.
               No podía decirle que me flipaba la manera en que sus ojos parecían más oscuros ahora que su pelo lo era, que se le marcaba más la rojez de sus pómulos tiznados de vergüenza, que su pelo se veía más espeso y abundante No podía decirle que su melena ahora me daba hambre, por el tono del chocolate en cacao extendido en una tostada para desayunar que ahora llevaba en el pelo.
               No podía decirle que me encantaría aunque tuviera el pelo de color verde fosforito porque era preciosa, por el mero hecho de que acababa de escalar una pared por ella.
               Y hay una línea muy, muy fina entre estar enamorado de una chica y ser un novio cariñoso y estar obsesionado con una chica y no tener amor propio y ser jodidamente patético y babear en su presencia, y…
               Oh, joder. ¿Eso que me caía por la mandíbula eran babas?
               -¿Diferente, en qué sentido? ¿En plan qué guapa, se lo hacía duro o en plan me la quiero merendar?
               -Diferente en plan qué guapa, me la quiero merendar, después hacérselo duro y luego, si acaso, cenarla también-sonreí, y ella me dio un empujón, riéndose-. Tengo curiosidad, ¿quién ha provocado el cambio?
               -¿Qué?
               -Cuando las chicas os cambiáis de peinado es porque habéis cambiado de chico. Es ley-asentí con la cabeza, y ella jugó con su melena marrón.
               -Nadie ha provocado el cambio.
               -¿Tienes miedo de que lo mate? Porque, ya sabes, tengo problemas de ira, y tal-sonreí, y ella negó con la cabeza.
               -Búscame un chico con el que creas que yo podría cambiarte, y yo encontraría diez razones por las que tú siempre serías mejor que él-se inclinó y me besó, y sonrió cuando yo sonreí-. Jamás habrá otro, T. Eres el hombre de mi vida-susurró, acariciándome la mejilla.
               -Menos mal-contesté, incorporándome-, porque tú eres la mujer de la mía.
               Diana sonrió, me acarició la cara, me limpió un poco de tierra y me besó en los labios. Me metió en su habitación y cerró la ventana. Me tapó la boca mientras me desnudaba: teníamos que hacerlo en silencio, se suponía que no debía estar allí, con ella.
               Cuando me introduje en su interior, me sentí como si llevara años sin poder caminar y de repente me diera por correr una maratón. Diana se estremeció de placer y cerró los ojos, mordiéndose los labios, ensuciándose su cuerpo con el mío, pero todo estaba bien, todo volvía a la normalidad.
               -¿Me he ganado ya el que vuelvas a ponerme en tu lista de invitados?-pregunté, entrelazando mis dedos con los suyos cuando se acercó al orgasmo.
               -Lo pensaré.
               -Vamos, mujer, ¿qué más quieres que haga?
               -Ven en parapente-sugirió sin aliento.
               -¿Es eso un reto?-se echó a reír y gimió, abrió los ojos y asintió con la cabeza.
               -Vale, luego lo haré.
               -Que no se te olvide.
               -Tom, por favor, estoy haciendo el amor con mi chico. ¿Podría tener un descanso? Dos minutitos. No te pido más. Oh…
               Me detuve.
               -¿Qué ocurre?
               -Me has llamado Tom.
               -¿Y?
               -Eso sólo me lo llama mi madre cuando está con la regla, y Scott cuando está borracho.
               -Lo siento-susurró, agitando despacio las caderas.
               -No te disculpes. Me encanta-sonreí-. Quiero decir, hay cosas que me gustan más, pero…
               -De acuerdo, T. Te llamaré así más a menudo, si es lo que te gusta. Y ahora… ¿por favor, mi inglés?-pidió, cerrando los ojos de nuevo. Sonreí y comencé a besarla, empujándola despacio, haciéndome hueco en su interior.
               No sabía cómo, pero íbamos a superarlo.
               Juntos. 

6 comentarios:

  1. Ayyyyy pobre diana de verdad, solo quiero abrazarla y darle mucho amoooor para que tenga el de tommy, el de los demás y el mío y pueda recuperar.!!
    Ya tenía ganas de que dejara el rubio a un lado y fuera todo un poco más natural en ella, menos Diana estrella y más Diana humana

    ResponderEliminar
  2. OLE LA POLLA DE THOMAS LOUIS TOMLINSON DANDOLE EL PUÑETAZO A HARRY!!!
    mE HE PUESTO CACHONDA HASTA YO JODR

    ResponderEliminar
  3. Ufffff....y lo que he llorado cuando Diana ha querido romper y se va y tdo, así no hay quién levante cabeza la verdad...

    ResponderEliminar
  4. Me ha dado una pena terrible mi niña y me la he imaginado de morena y me h muerto de ternura, de verdad que Tiana son mis putos padres. Me he quedado feliz con el capítulo, luego he recordado que seguramente en el siguiente Tommy narre la muerte de Scott y he querido apuñalarme mil veces :):):):):):):):):):):)

    ResponderEliminar
  5. A ver Erika yo no sé que coño haces que quedan dos capítulos y aun no has puesto a scommy a follar no lo entiendo si es que scott le tiene ganas a tommy que lo acepten ya
    Tommy super preocupado por diana y scott haciendo coñas de logan zayn y sher le hicieron tonto con ganas
    Pobre diana en serio que salga ya de ahi que se está consumiendo no puedo verla asi :(((((
    Scott como te mueras y tommy tenga que narrar tu muerte te mato te lo juro

    ResponderEliminar
  6. Me mata ver así a Diana, pobre angelito ❤
    TIANA SON DE LO MÁS ADORABLE
    Tranquilo Scott, que a mi también me ha puesto cachonda el puñetazo de Tommy a Harry

    "La querré tanto que ella cogerá un poco del amor que le sobre y lo utilizará para sí misma. Yo no voy a curarla, pero la voy a querer hasta que ella recuerde que se merece que lo haga" ❤

    "Búscame un chico con el que creas que yo podría cambiarte, y yo encontraría diez razones por las que tú siempre serías mejor que él" ❤

    - Ana

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤