domingo, 22 de octubre de 2017

Styles.



Me latía el corazón a toda velocidad mientras el ascensor escalaba por los pisos en dirección a la azotea acristalada. Hacía una semana que había salido de rehabilitación, y después de mucho pensármelo en mi reclusión, había terminado diciéndoles tanto a Tommy como a mis padres que quería hacer una entrevista explicando todo por lo que había pasado esos años.
               -¿Estás segura?-me había preguntado mi chico cuando se lo anuncié, justo después de terminar de hacerlo tan despacio que incluso me dolió. Yo había asentido con la cabeza y había jugado con le pelusilla de su pecho antes de contestar, deteniéndome en ese momento tan nuestro en el que el mundo se había detenido, el tiempo se había parado, y sólo existía todo lo que estaba en el interior de la cama, nuestros cuerpos desnudos y nuestras caricias cálidas.
               -Es lo que tengo que hacer. Es lo justo-expliqué, y él asintió con la cabeza y me dio un beso en la mía.
               -Estoy orgulloso de ti.
               -Yo también-contesté, y él me tomó de la mandíbula y me hizo mirarle.
               -Eso era justo lo que yo quería oír.
               Mis padres se habían ofrecido a poner todos los medios para que yo pudiera confesarle al mundo lo que me había pasado. No compartían la idea de que saliera a airear mis trapos más sucios, pero lo respetaban y celebraban que me viera lo suficientemente fuerte y capaz como para llevar a cabo una confesión tan importante.
               Incluso habían dicho que quizá sería mejor que lo hiciera en casa, que  se anunciara por los medios de comunicación pero yo utilizara una plataforma que pudiera controlar. Me había negado. En mi cabeza, había trazado un plan.
               El rumor de que iba a volver de la oscuridad con una entrevista en la que no iba a dejarme nada en el tintero corrió como la pólvora entre los periodistas y encargados de páginas web de cotilleos. Nadie quería perderse los entresijos de la complicada y glamurosa vida de Diana Styles, la heredera de un imperio musical y de la moda cuyas fronteras se extendían hasta el último rincón del mundo. ¿Qué tendría que decir la niña mimada de la ciudad más consentida del mundo?
               Se habían lanzado como auténticos perros sobre mi agente, que no pudo hacer nada más que ir anotando cifras astronómicas hasta que llegaron tan arriba que le fue imposible seguir aceptando ofertas, por temor a que la economía neoyorquina acabara colapsando ante tal afluencia de dinero.
               La ganadora había sido Miranda Wildcox, una de las periodistas más poderosas de la ciudad, a la que le habían ofrecido su propio canal de televisión pero que había rechazado para poder seguir disfrutando de cenas caras en los restaurantes más exclusivos del mundo y vacaciones de lujo en hoteles y resorts de siete estrellas en los que habíamos coincidido en un par de ocasiones. Me alegré de que ella hubiera sido la que más pujara por mi verdad, no tenía por costumbre manipular a la gente.
               Su compañía llevaba interesada por mí desde mis inicios y fue la que más promoción me dio cuando mi carrera comenzó, así que no era de extrañar que quisiera continuar explotando la mina de oro que encontraban en una muchacha de 17 años que se moría de ganas por comerse el mundo y seducirlo con su sinceridad… o eso creían, al menos.
               Tommy me puso una mano en la cintura, acariciándome despacio la zona de los lumbares, a modo de tranquilizador. Tomé aire y lo expulsé mientras los números iban mudando a toda velocidad, hasta que el ascensor aminoró su marcha y se detuvo con un pitido.
               -Lo harás bien-me animó Zoe, y yo asentí con la cabeza. Eso esperaba. Por eso les había pedido que vinieran conmigo, para que me apoyaran.
               Un hervidero de gente se desató a mi alrededor mientras me preparaban para salir. Había pedido que el maquillaje fuera lo más discreto posible, y Miranda había accedido a no ponerme más que polvos para evitar los tan molestos brillos en la cara. Al cabo de un cuarto de hora, me sentaba en el sillón blanco de tela con una mantita de pelo de visón color crema que habría hecho juego con mi pelo de no habérmelo vuelto a teñir de dorado. No me sentía yo siendo castaña. Estaba tan acostumbrada a que mi reflejo fuera rubio que, cuando me miraba en el espejo con la melena de un tono chocolate, no terminaba de casar con mis expectativas.
               Las cámaras enfocaron el momento en que yo tomaba asiento y me apartaba el pelo de la cara bajo la atenta mirada de Miranda, que asintió con aprobación al estudiar mi atuendo. Llevaba puesta una blusa blanca de mangas japonesas, unos vaqueros grises de pitillo que se ceñían a mi piel como si fueran parte de mi cuerpo, pero eran increíblemente cómodos, y unos botines de tacón con tachuelas que me sumaban varios centímetros en los que me acercaba peligrosamente a los ojos de Tommy cada vez que él y yo estábamos frente a frente y nos mirábamos. Tomé aire y le dediqué una sonrisa tímida mientras los focos terminaban de encenderse, sabedora de que el mundo me observaba.
               Mi única condición con respecto a mi sinceridad había sido que la entrevista no fuera gratis. Las cadenas habían insistido en que pagarían lo que fuera, cantidades astronómicas, pero yo me había negado en redondo. Todos los que quisieran conocer mi verdad tendrían que aportar un dólar a mi cruzada particular contra el acoso y las drogas. Los beneficios irían destinados tanto a la fundación que había creado con Chasing the stars para la prevención de las drogas y mi propia fundación, con el nombre de la chica que me había mandado a Inglaterra, que luchaba precisamente contra lo que yo le había hecho a esa pobre chiquilla que tenía toda la vida por delante.
               -Diana-sonrió Miranda, alzando las cejas y cruzando las piernas mientras jugueteaba con sus tarjetas de preguntas-, muchísimas gracias por concedernos esta entrevista y darnos la oportunidad de verte mejor.
               Respondí con la típica fórmula del famoso agradecido por las atenciones que el mundo le está prestando.
               -Muchísimas gracias a vosotros por tenerme, de verdad. Me encanta el set, por cierto.
               -¿De verdad te gusta? Hemos estado 3 días preparándolo para ti. Nos pareció que te sentirías más cómoda en un sitio más similar a tu hogar.
               -Es un detalle-sonreí, revolviéndome en el asiento y observando las paredes de ladrillo visto, las inmensas cristaleras con vistas a la Gran Manzana y Central Park. Me percaté de que  se veía mi edificio desde allí, y me pregunté si sería casualidad o lo habrían hecho a posta. Quizás pretendieron que mirara en dirección a mi cama en los momentos en que me preguntaran por mi vida sexual.
               Porque oh, sí, me iban a preguntar por mi vida sexual.
               -Antes de comenzar-dije, atusándome el pelo e inclinándome hacia delante-, quiero darte las gracias por esta increíble oportunidad. Sé que hay un montón de gente que merece más atención que yo ahora mismo, pero el hecho de que hayas accedido no sólo a hacerme esta entrevista sino que no te importe que todas las plataformas de streaming mundial estén en este momento emitiéndola en directo para miles de espectadores dice mucho de ti.
               -Cariño, el placer es mío. Además, estás pecando de humilde, ¿no te parece? Hay millones de personas pendientes de ti.
               -Es una locura.
               -No es para menos-sonrió, mirando a cámara-. Les recuerdo a todos nuestros espectadores que la pequeña tasa que han tenido que pagar  no es más que una donación cuyo contenido se dividirá en dos partes iguales destinados a las fundaciones de Chasing the stars contra la drogadicción juvenil y la fundación Penélope Archibald-se volvió hacia mí-. Bien, Diana, creo que la pregunta es obligada: ¿a qué se debe el nombre de tu fundación? ¿Por qué no ponerle simplemente tu nombre para darle más prestigio?
               -Digamos que es un regalo, una compensación por lo que le sucedió a una chica de mi instituto debido al acoso escolar.
               -Comprendo-asintió-. ¿Era amiga tuya?
               -No-admití-. Más bien, era… por así decirlo, mi víctima.
               Miranda alzó las cejas.
               -¿Podrías explicarte?
               -Bueno, seguramente que todo el mundo sabe que yo antes eran muy egoísta y tremendamente caprichosa. Creo que sigo siendo mucho de lo primero y todo de lo segundo-miré a Tommy y Zoe. Él se tapaba una sonrisa con el dedo índice, como si estuviera guardando un secreto, mientras ella se atusaba el pelo y sacudía la cabeza ligeramente-. Tenía mucho poder en mi instituto. Era la persona más poderosa entre los alumnos. Yo podía hacer todo lo que ellos quisieran.
               -Algo así como la reina del instituto.
               -Efectivamente. Era así, tal cual. Entre mi amiga Zoe y yo, dirigíamos aquel lugar. A todo el mundo le fue un poco mejor cuando me marché. A todo el mundo menos a esta chica.
               -¿Qué le ocurrió?
               -Se suicidó.
               Miranda parpadeó, impresionada por lo directo de mi respuesta. Lo cierto era que yo tampoco me esperaba que la entrevista comenzara por ahí, pero creo que era lo mejor. Que la gente conociera qué era capaz de hacer desde el primer momento.
               Además, puede que así subiera la audiencia, y a más  audiencia, más recaudación.
               Lo único que me había echado un poco para atrás había sido el hecho d tener que hablar de una chica a la que yo apenas conocía pero cuya muerte había propiciado de una forma directa y definitiva sin saber cómo reaccionaría su familia. A aquellas dudas, Zoe había respondido colándose en el instituto y accediendo al expediente que aún conservaban de Penélope para tener sus datos. Tommy se encargó de marcar el número en mi teléfono móvil y salió de la habitación mientras yo hablaba con sus padres, pidiéndoles permiso para lo que iba a hacer y disculpas por lo que había hecho.
               -Fue trágico.
               -Era una buena persona-asentí, jugando con mi anillo-. Era guapa e inteligente y buena, pero nosotros la echamos a perder. Yo la eché a perder.
               -¿Cómo fue?
               -Sufrió muchísimo acoso. Y yo no lo paré. Dejémoslo en que yo soy responsable de que ella no disfrutara de su penúltimo año en el instituto como una chica de 16 años quiere hacerlo-me encogí de hombros-. Y mi indiferencia ante lo que había sucedido con ella fue lo que hizo que mis padres me enviaran a Inglaterra-me miré las uñas, perfectamente pintadas con un suave tono rosáceo. Me había hecho la manicura yo misma.
               -No pareces muy indiferente ahora.
               -Ahora soy una persona diferente-respondí, encogiéndome de hombros-. Estoy mucho más centrada y soy mucho más consciente de mis actos que hace un año. O incluso hace 6 meses. Es lo que te hacen las drogas-admití-, te nublan la mente y sólo te puedes concentrar en las ganas que tienes de tomar más y más. La época en la que Penélope murió fue muy oscura en mi vida. La que más, me atrevería a decir. Yo no pensaba nada más que en fiestas, ya sabes, la típica vida de la estrella adolescente: sexo, drogas y rock and roll. La muerte de una chica que no estaba en mi círculo directo de amigas era algo muy lejano para mí. Incluso aunque muriera delante de mí, yo no sentiría el más mínimo remordimiento. Creo que sólo si mi mejor amiga hubiera sido la que hubiera pasado por ello sí que habría sentido algo, pero, desde luego, no habría sido tanto como siento ahora lo que hice que le pasara a Penélope.
               -Tus padres decidieron mandarte a Inglaterra. Háblame de ese momento.
               -Dios, me puse furiosa-sonreí, mirándola. Me recliné en el asiento y miré por la ventana, clavé los ojos en mi casa, en mi habitación, que apenas se intuía entre los edificios y la contaminación. Recordé lo que había llorado de rabia, cómo me había puesto a hacer la maleta dando todos los golpes que podía y más, con la intención de hacer que mis padres supieran cuán en desacuerdo estaba con esa decisión-. Llegué a romper cosas sólo por el mero placer de romperlas. En aquella época, me parecía que todo lo que estaba haciendo estaba bien, o por lo menos en el espectro de lo moralmente bueno. Nunca creí realmente que estuviera haciendo las cosas mal. Era tan egoísta que ni se me pasaba por la cabeza que el mero hecho de que una chica hubiera muerto por mi culpa me hiciera merecerme que me sacaran de casa. Y, desde luego, no me merecía a mis padres. Ahora sé lo mucho que sufrieron, teniendo que mandarme a la otra esquina del mundo sólo para sacarme de esa espiral de autodestrucción en la que me había tirado de cabeza.
               -¿Funcionó?
               -¿Más o menos?-respondí, en tono de pregunta.
               -¿Continuaste consumiendo drogas?
               -Sí. Hay drogas en todas partes.
               -¿Y pensabas en lo que había sucedido?
               -¿En Penélope? Al principio, no. Lo único que quería era marcharme de allí.
               -Tienes dinero de sobra para haberte ido y vivir cómodamente hasta tu mayoría de edad. ¿Qué te lo impidió?
               Me mordisqueé el labio.
               -El hijo de mis padres postizos-admití, y miré a Tommy-. Sería una drogadicta y una caprichosa, pero también soy bisexual-contesté, y las comisuras de los labios de Miranda se elevaron ligeramente, en un microsegundo que yo capté a la perfección. Vaya, vaya, acaba de salir del armario en mi entrevista, ¿cuánta rentabilidad podré sacarle a esto?-. Y siempre he sabido apreciar a un chico guapo cuando me lo ponen delante. En cuanto posé los ojos en él, supe que me lo iba a terminar tirando. Y estaba ansiosa por ver cuánto tardaba en caer.
               -¿Tardó mucho?
               -Tres días-admití, orgullosa, cruzándome de brazos y lanzándole una mirada cargada de intención a Tommy mientras me recostaba obre el respaldo del sillón. Él se mordió el pulgar y yo noté cómo me recorría un estremecimiento que nada tenía que ver con la temperatura de la habitación.
               -Confío en que la espera mereciera la pena.
               -Él es un digno caballero inglés y jamás te lo diría, pero como yo no tengo ningún tipo de honor y soy americana, te diré que con él descubrí que puedo ser multiorgásmica.
               -Vaya-Miranda se echó a reír-. Así que el destierro mereció la pena.
               -Ya lo creo-asentí-. Pero no sólo por él, sino por cómo cambié. Es cierto que continuaba tomando drogas…
               -¿A cuáles nos estamos refiriendo?
               -Aquí tomaba todo lo que se me pusiera por delante, siempre y cuando no hubiera que pincharse. Probé una vez la heroína y lo pasé lo bastante mal como para saber que no iba a volver a tomarla. Además, deja marcas-dije-, y no podía permitirme eso en el trabajo. No era estúpida. Siempre he valorado mi carrera, siempre he estado agradecida por lo que tengo y he sido plenamente consciente de que soy una privilegiada, dedicándome a  lo que me gusta desde pequeña.
               -¿Qué cambios sufriste en Inglaterra?
               -Principalmente eso, mi consumo-tragué saliva-. Seguía tomando drogas en las fiestas, pero ya no lo hacía entre semana porque no tenía un acceso tan claro a ellas.
               -¿Llegaste a tomar entre semana en Nueva York?
               -Hubo días en que la tomaba en el coche de camino al instituto. Tengo lagunas de clases sobre la que no recuerdo absolutamente nada por estar puesta hasta el culo de cualquier mierda a la que pudiera echarle el guante. Y claro, eso, en Londres, se acabó. No porque no la tuviera a mi alcance, sino porque no tenía la riada constante de sustancias que tomarme. Tuve que ir reduciendo, y eso tuvo efectos en mí.
               -¿Qué tipo de efectos?
               -Empecé a sentir. Cosas. Formé lazos con gente nueva. Aprendí un montón. De la vida y de lo que te exigen en el instituto.
               -¿Crees que esos lazos te han ayudado a la hora de admitir que tenías un problema?
               -Sí. Sin duda. Yo no quería verlo. De hecho, me decía a mí misma que lo tenía bajo control. Siempre intentaba tomar la dosis justa para no hacerme drogadicta y engancharme a las drogas, pero, claro, el problema era que tomaba la dosis justa una vez, las demás ya me desmadraba, no esperaba el tiempo que hay que esperar… estos temas son peligrosos y complicados. Y yo no sabía llevarlos bien.
               -Así que, en cierto sentido, el cambio fue bueno para ti.
               -En todos los sentidos-asentí con la cabeza-. Yo diría que… no fueron sólo las drogas. Fueron las personas. El hecho de estar con gente a la que yo le importaba al margen de lo que yo fuera o dejara de ser… que se interesaran por mí, por Diana-me llevé una mano al pecho-, y no por Diana Styles supuso un punto de inflexión para mí. Comencé a valorarme como persona al margen de mi cuerpo. Empecé a comprenderme a mí misma, a ver las cosas que eran buenas en mí y las que no lo eran tanto, y trabajé para mejorar.
               -Me imagino que tuviste ayuda en el proceso.
               -¿Me estás preguntando si me enamoré y por eso cambié?-respondí, y ella se echó a reír.
               -Sí. Al final, es cierto lo que dicen de que el amor mueve montañas, ¿verdad?
               -Totalmente-asentí, mirando a Tommy-.  También es verdad lo de que el roce hace el cariño. Yo no quería ningún tipo de relación, odiaba a los chicos por… bueno, por motivos que te explicaré luego. Pero me encantaba estar con Tommy. Desnuda o vestida. Me daba igual. Me parecía una persona fascinante… aún me lo parece-sonreí, mirándole, y vi cómo se metía las manos en los bolsillos y separaba un poco los pies, orgulloso-. El sexo con él era el mejor que había tenido nunca, y él fue el primer chico que realmente se preocupó de mi placer más allá de es estúpido ego masculino que les hace prácticamente forzarte a llegar al orgasmo todo con tal de fardar con sus amigotes. Él me entendía. Me daba espacio cuando yo lo necesitaba y no me dejaba sola cuando yo necesitaba a alguien. Era como si nos conociéramos de toda la vida, como si pudiera leer en mi cara lo que yo precisaba en cada momento-me miré las manos, jugué con el anillo que él me había regalado, en nuestra primera reconciliación-. Fue bonito-asentí, mirando a Miranda-. Muchas chicas detestarían empezar con su novio como lo hicimos Tommy y yo, pero no me arrepiento de nada. Era lo que yo necesitaba en ese momento para fijarme en alguien, y gracias a Dios, también era lo que a él le apetecía.
               -¿Cómo fue?
               -¿Nuestro principio? Sólo sexo. Atracción animal. Un sexo bastante sucio, he de decir-añadí, notando cómo se me teñían un poco las mejillas-. Pero me gustaba. Me gustaba porque él no me trataba con la delicadeza y la adoración de los otros chicos, que parecía que tenían miedo de hacerme algo y a la vez me trataban como un objeto. Los demás me adoraban y apenas me hacían nada, pero Tommy me tenía en un pedestal y a la vez se atrevía a tocarme de verdad. No como lo haces con una escultura, sino como tienes que tocar a una mujer. Eso me hacía sentir él. Una mujer. Su mujer.
               -Y todo eso fue creciendo.
               -Pues sí. Al principio eran encuentros casuales, yo iba a su cama, él venía a la mía, follábamos, nos vestíamos, y nos separábamos, pero luego… no sé, empezó a apetecernos hablar. Nos quedábamos juntos. A veces podíamos estar una hora callados, pensando, el uno al lado del otro, sin vestirnos. Es increíble la intimidad y la confianza que puedes tener con una persona sólo por el hecho de estar metida en una cama sin ropa. Yo me sentía bien. Estuve dos semanas sin tomar nada, las últimas semanas que pasamos juntos antes de que yo regresara a Nueva York. Y me di cuenta de que le quería. Me había enamorado de él.
               -Vaya, sí que debe de ser bueno.
               -Es increíble-aseguré, tajante-. El mejor con el que he estado. Tanto física como psicológicamente. Todo el mundo que le conoce le adora. Es imposible no hacerlo.
               -Y él, ¿tuvo algo que ver en que reconocieras que tenías un problema?
               -De hecho, sí. Me puso en una especie de encrucijada. A alguna gente no le funcionará, y sólo le pondrá más presión, pero era justo lo que yo necesitaba. Cuando entramos a The Talented Generation, teníamos tanta presión encima que yo no podía trabajar  y luchar contra las voces que me decían que me tomara algo para mejorar mi rendimiento.
               -Empezaste a consumir de forma más regular.
               -Sí. Volví a tomar cocaína y… bueno, tuvimos un problema dentro por mi adicción. Las cosas se torcieron bastante a eso de la mitad del programa. Fue cuando Scott y Eleanor rompieron. En cierto sentido, yo lo provoqué.
               -¿Qué ocurrió?
               -No puedo contarte eso-negué con la cabeza-. No es una historia que me pertenezca como para contarla. El caso es que por mi culpa sucedió algo horrible y Tommy estuvo bastante molesto conmigo. Y yo empecé a tomar más y más. No pasaba un día sin que yo no tomara, hasta que él me cogió, me sentó y me dijo que las cosas no podían seguir así.
               -Te dio un ultimátum.
               -Sí. O él o las drogas. No podría tener las dos cosas.
               -Y le elegiste a él.
               -Sorprendentemente, conseguí darme cuenta de que él era demasiado valioso para dejarle escapar-me aparté un mechón de pelo de la cara y lo coloqué tras mi oreja-. Así que intenté rebajar mi consumo, pero no me salió del todo bien.
               -¿Y eso?
               -El tour fue durísimo. Exigía tremendamente, tanto a nivel físico como psicológico. Había que salir con una sonrisa a pesar de que lo único que quería era tirarte a dormir dos días seguidos, una y otra vez, una y otra vez. No me malinterpretes, me encantan los conciertos-dije-, pero no podía con el nivel de exigencia que había a la hora de ir de un sitio a otro. Porque no son solo los conciertos, son las horas en la carretera, los ensayos, el entrenamiento para estar en forma…
               -Comprendo.
               -Era demasiado para mí. Así que volví a tomar drogas. El problema era que mi cuerpo ya no estaba tan acostumbrado como antes, tomé la misma dosis que solía tomarme en Nueva York, y perdí el conocimiento-Miranda alzó las cejas-. Sí, fue bastante fuerte. Y ése fue el punto de inflexión. Me hizo darme cuenta de que se me había ido de las manos y no iba a poder llevarlo sola.  Y decidí pedir ayuda.
               -Fue muy valiente por tu parte.
               -¿Sabes? Creo que fue la primera cosa en muchos años que no hice solamente por mí. Lo hice por los demás: Tommy, Scott, Chad, Layla. Todos confiaban en mí y me necesitaban, y yo no quería defraudarlos. Así que cuando nos sentamos a hablar del futuro, y salió el tema, yo fui la primera en decir que sí, que me iba a rehabilitación, que necesitaba parar un poco. Además, el momento era perfecto. Chad acababa de tener a su hermana y todos estábamos un poco cansados. En ese sentido, tuvimos mucha más suerte que ningún otro. Nadie nos presionó para que sacáramos disco. Nos dejaron libertad para que nos recompusiéramos y poder volver más fuertes que nunca.
               -¿Y lo estáis?
               -Confío en eso. Yo me siento renovada-sonreí, y Miranda sonrió.
               -¿Cómo ha sido estar en la clínica?
               -Intenso. Muy intenso. Siempre tratan de tenerte… entretenida para que no pienses en lo que te falta. Pero juega un poco en su contra porque estás con gente a la que no conoces, por lo menos los primeros días, lejos de tu familia y de la gente que te importa-miré a Zoe y Tommy-. Por suerte o por desgracia, Zoe, mi mejor amiga, estaba allí conmigo. Eso lo hizo todo un poco más llevadero. Así que por lo menos tenía alguien con quien estar.
               -¿Qué te ha parecido lo más complicado?
               -Los cambios de humor-asentí, y miré de reojo a Tommy, que asintió con la cabeza y se giró para decirle algo a Zoe, quien le escuchó con atención-. Te conviertes en otra persona cuando te quitan eso que te lleva controlando durante tanto tiempo. Mi chico venía a verme y yo le notaba nervioso, porque era como jugar a la ruleta: no sabía con qué Diana se iba a encontrar hoy, si la Diana mimosa, la Diana aburrida de la vida, la Diana ansiosa por tener sexo con él o la que le iba a suplicar que le trajera droga.
               -¿Cuál era la más común?
               -La Diana aburrida-respondí, viéndome catapultada al pasado, a uno de esos días milagrosos en que la rutina cambiaba gracias a él. Sólo que ese día no me parecía nada milagroso.
               Me moría de ganas de verlo y a la vez una parte de mí, una parte tremendamente poderosa, no quería que viniera. Deseaba con todas mis fuerzas que no pudiera venir y yo tener que quedarme esperándole, con mis palabras ensayadas atracadas en la garganta y mis lágrimas de pena sin llegar a derramarse.
               Pero él había aparecido, había oído sus pasos por el pasillo y se me había acelerado el corazón. Por supuesto que vendría, me seguiría hasta el fin del mundo, igual que yo a él.
               Venía con un par de flores que me entregó con una sonrisa justo antes de preguntarme si estaba bien. Y, para disipar mis dudas, le agarré del pelo y tiré de él, me tumbé en la cama y disfruté de la presión de su cuerpo contra el mío, su calidez contra la mía, su boca en mis labios y su pelo en mis dedos.
               Él respondió con el entusiasmo de siempre y con la misma pasión de todos los días. Me echaba de menos. Me echaba de menos aunque yo lo estaba consumiendo por dentro. Lo notaba en sus ojeras, en su cansancio al sonreír y en cómo trataba de llenar unos silencios que antes no habían sido nada incómodos, pero en los que ahora nos asfixiábamos los dos. Mi pasividad lo mataba y mi negativa a luchar le hacía perder la paciencia, pero jamás la perdería conmigo delante.
               Se desabrochó los pantalones con urgencia y comenzó a besarme la tripa, preparándome para lo que venía, aquello que yo había empezado a pedirle y que ya no me entusiasmaba tanto.  Pero separé las piernas en un movimiento instintivo y animal. Él metió los dedos por el elástico de mis bragas y acarició un sexo que le deseaba pero no lo bastante. Tenía las manos heladas, y yo cerré los ojos, tragué saliva y aparté la cara. Me sentía desnuda y humillada y totalmente inútil, porque yo había provocado eso, él nunca me haría nada estando en mi situación, jamás me presionaría.
               Era tan bueno… no se merecía lo que yo le estaba haciendo.
               -¿Qué ocurre?-me preguntó, porque él se percataba siempre de todo. En su boca se había instalado una mueca de preocupación. Algo húmedo se deslizó por mi mejilla y yo noté que estaba llorando.
               -Ésta es la última vez que lo hacemos-le dije, y él parpadeó, sus pupilas ligeramente delatadas, considerando una inmensidad de posibilidades, a cada cual más remota que la anterior.
               -¿Qué?
               -No quiero que vuelvas-se lo repetiría una segunda vez y a él le pillaría por sorpresa. Llevaba un mes en la clínica y yo ya notaba los efectos que los continuos viajes y la preocupación ocasionaban en él.
               -¿Por qué?
               No había podido contestarle.
               -¿Hay otro?-preguntó sin aliento, y no supe muy bien cómo reaccionar. Me divirtió que pensara que podría haber otra persona, y a la vez me entristeció la desilusión con la que hizo la pregunta.
               -Me conoces-respondí-. Sabes que jamás habrá otro. Te amo-le dije, acariciándole la cara.
               -Entonces, ¿por qué me apartas de tu lado?
               -No quiero que vengas porque sientas lástima por mí.
               -No siento lástima. Me preocupo. No es lo mismo. Te amo. Y te extraño cada minuto, desde que salgo hasta que vuelvo a entrar.
               -Soy patética-me lamenté, para el universo y para que él se diera cuenta de una vez de que yo no era la chica perfecta con la que había creído estar durante tanto tiempo.
               Había tenido una semana horrible. Había sufrido recaídas y me había sentido como una mierda, subida a una montaña rusa emocional que no paraba de dar vueltas y más vueltas, bajando y bajando y bajando hasta que creía que tocaba fondo, y entonces descubría con un nuevo giro un pozo en el que hundirme con más profundidad.
               -Eres humana-había respondido él, acariciándome la nariz-. Y yo también. Soy humano, Diana, y no puedo amar a una diosa. Necesito a la humana en la que te están convirtiendo-me dijo, acariciándome el rostro, y yo me había echado a llorar, emocionada. Le dije que le amaba en la lengua de nuestras madres, sabedora del matiz que había en ella en las dos acepciones que aunaba el verbo inglés. Y él me amó con una sonrisa en los labios, curándome de aquella horrible semana. Fue entonces cuando deseé curarme de verdad, cuando comencé a amar a la persona que se había escondido detrás de aquellas capas de cinismo y chulería impostada, sólo para que no le hicieran daño y no descubrieran jamás sus inseguridades.
               -¿Qué has sacado de la rehabilitación?-preguntó Miranda, arrancándome de mi ensoñación. La miré y me aparté de nuevo el pelo de la cara, plenamente consciente del anillo que cubría mi mano y de los ojos de Tommy fijos en mí, estudiando la más mínima señal de peligro y necesidad de rescate por mi parte.
               -Me he sacado a mí misma. Y he aprendido muchísimas lecciones valiosísimas. Sobre superación y la capacidad del ser humano de mejorarse. Creo que soy mejor persona no sólo por lo que he superado, sino por cómo lo he superado. He aprendido a quererme a mí misma y a las cosas que antes me repugnaban de mí.
               -¿Te sientes en paz contigo misma, Diana?
               Me froté las manos.
               -Si me estás preguntando si hay cosas que cambiaría de mi pasado y de las que me arrepiento, la respuesta es sí-asentí con la cabeza-. Lo de Penélope. Aunque me han pasado cosas buenas gracias a eso… creo que parte de lo que he cambiado ha sido que no permitiría que las cosas fueran como son de haber tenido la capacidad de reaccionar.
               -¿Crees que estás curada?
               -Creo que voy a estar curándome toda mi vida. Ahora mismo estoy presentando batalla, sentándome aquí, hablando contigo sobre las drogas y soportando la necesidad imperiosa de mi cuerpo de meterse más de eso. Las echo de menos-confesé-. Pero sé que no puedo tenerlas. Eso sería una decepción para todos los que me importan. Y me decepcionaría a mí misma, también.
               -Me imagino que es difícil abandonar algo así.
               -Para mí llegó a ser como una costumbre. No le daba importancia. Salía de fiesta, bebía, me drogaba, me acostaba con algún chico y repetía la operación al día siguiente. Lo hice tantísimas veces que se convirtió en algo cotidiano para mí. De hecho, recuerdo que me chocaba cuando alguien se negaba a tomarse algo conmigo, por…
               -Con tomarse algo, ¿te refieres a consumir?
               -Sí, exacto-junté las manos y expulsé el aire por un agujerito de los labios, como si quisiera silbar-. Cuando yo le ofrecía a alguien, y le ofrecían delante de mí, y esa persona se negaba, yo siempre me preguntaba por qué no querían pasárselo bien. Las tenía totalmente trivializadas. Para mí, meterme una raya de cocaína era como dar un trago a un chupito-me encogí de hombros-. Conocía sus efectos secundarios, al menos los del libro, pero en ningún momento se me ocurrió que pudiera estar enganchada o que fuera normal que la gente se negara. Llevaba años haciéndolo.
               -¿Cuándo empezaste?
               Tragué saliva y miré en dirección a Zoe, que asintió con la cabeza, animándome a continuar.
               Contuve el aliento un segundo, carraspeé y me obligué a mirar a la entrevistadora cuando contesté:
               -Trece años.
               -¿Trece años?-respondió, estupefacta, y noté cómo me ruborizaba y asentí con la cabeza.
               -Sí. Empecé bastante joven.
               -Perdona, Diana, pero es que no me entra en la cabeza cómo una niña de 13 años de la alta sociedad de Nueva York puede ir a fiestas en las que la animen a drogarse.
               -¿De la alta sociedad?-repetí, riéndome-. Te sorprendería lo parecidas que son las fiestas del Upper East Side y el Bronx. En cuanto a música, alcohol y drogas, no hay manera de distinguirlas. Bueno, sí-admití, pensativa-. Las del Bronx son más movidas y entretenidas.
               -¿Estabas en el Bronx cuando consumiste por primera vez?
               -No. Tomé en casa de una amiga. Ella me consiguió las drogas. Sabía que las necesitaba y se encargó de hacerse con ellas.
               -¿Por qué iba una niña a necesitar consumir cocaína?
               Tomé aire, me aparté el pelo de la cara y luché por deshacer el nudo en mi estómago.
               -Yo ya no era una niña cualquiera. Sufrí… una experiencia bastante traumática.
               Miranda parpadeó, se inclinó ligeramente en el asiento, el ceño fruncido.
               -¿Qué te sucedió?
               Inhalé profundamente, cerré los ojos, atragantándome con las palabras. Dilo, Diana, dilo, parecía decirme el universo.
               Y, por primera vez, me sentí un poco más preparada que en las otras ocasiones. Un poco más entera y un poco más valiente. Sabía que aquella niña del armario a la que amordazaron y violaron hasta dejarla prácticamente sin sentido no era estúpida. Era inocente. Era una niña. Creía en lo bueno del mundo, no era una niñata tonta que en cierto sentido se lo había buscado por no ser lo bastante lista como para verlo venir, interpretar las señales.
               -Nunca he hablado de esto con más de dos personas en la habitación-susurré, notando cómo se me empañaban los ojos-. Mis padres ni siquiera lo saben-añadí, mirándolos. Mamá y papá estaban de pie al lado de otra cámara, separados de Tommy y Zoe por un foco-. Verás, en mi primera semana de la moda, fui víctima de abusos sexuales.
               -Qué horrible.
               -Sí. Bueno. Digamos que mi iniciación en el sexo no fue precisamente de cuento de hadas-susurré, con la voz rota. Me picaban los ojos y sentía que la garganta se me encogía y me ardía, como queriendo compensar la humedad de mi mirada-. Es bastante irónico que ahora me guste tanto, teniendo en cuenta cómo empecé.
               -No quiero presionarte, Diana, pero no sé si te entiendo del todo.
               -En la semana de la moda de Nueva York, la primera en la que yo desfilé, me violaron-confesé, y en el plató se cargó el ambiente con un silencio sepulcral que lo devoró absolutamente todo. Noté cómo la primera lágrima se deslizaba por mi mejilla.
               -No sabes cuánto lo lamento-dijo Miranda después de un incomodísimo silencio.
               -No tienes por qué. No fue culpa tuya-respondí, aceptando la caja de pañuelos preparada para la ocasión que ella me acercó, cogiendo uno y dándome toquecitos en el lagrimal con él-. ¿Sabes? Fue una verdadera pesadilla. Estuve semanas, meses sin poder dormir bien. Cerraba los ojos, y lo veía delante de mí. Tocándome y masturbándome y…-cerré los ojos y me estremecí, sintiéndolo de nuevo contra mí, su pecho contra mi espalda, separándome las nalgas, aquel arma de destrucción masiva entrando en mi interior y propagando una infección por mi cuerpo. Me quedé callada un momento y negué con la cabeza, me limpié las lágrimas con el dorso de la mano y luché por inhalar.
               -¿Quieres que venga tu novio?-me preguntó Miranda, y yo asentí con la cabeza, y al segundo Tommy estaba a mi lado, abrazándome los hombros, dándome un beso en la cabeza y acariciándome la cintura. Tommy se sentó a mi lado y me cogió la mano y me acunó contra su pecho, buscando que me calmara y me sintiera protegida.
               -No tienes que hablar de esto si tú no quieres-me susurró al oído, y yo asentí. Pero tenía que decirlo, tenía que quitarme de encima aquel yugo que llevaba arrastrando durante casi cinco años, debía eliminar cualquier reducto de su poder. Me aferré a la mano de Tommy con fuerza, como si de él dependiera mi estancia en aquel mundo, y me volví hacia Miranda con fingida determinación.
               -No me atreví a contarlo en la final de The Talented Generation porque aún no me sentía preparada. Pero ahora lo estoy. Es una de las cosas buenas que me llevo de mi paso por la clínica de desintoxicación. He tenido tiempo más que de sobra para reflexionar sobre todo lo que me ha pasado. Me culpé durante muchísimo tiempo-confesé-. Me creí que podría haberlo evitado, me consideré estúpida, hasta llegué a decirme que me lo tenía bien merecido, por ingenua. ¿Qué modelo se fija en una niña de 13 años a la que no conocen ni en casa?
               -Tú no eras una niña de 13 años cualquiera-me susurró Tommy al oído, y yo le sonreí con timidez.
               -Permíteme que te interrumpa, Diana, pero tú a los 13 años ya eras preciosa. Cualquier persona se habría fijado en ti. Y ojo, no lo estoy justificando, en absoluto. Lo que te ocurrió es horrible y el que haya sido se merece pagar por ello.
               -Ya lo hizo. Aunque, desgraciadamente, no fue cosa mía. Murió de una sobredosis el verano del año en que Penélope falleció-admití.
               Miranda entrecerró los ojos.
               -¿Eso quiere decir que…?
               -Chace Archibald-asentí-. Sí.
               -Esto que me estás contando es extremadamente grave.
               -Pues ojalá fuera mentira-respondí-, pero es la verdad.
               -¿Por qué no lo contaste? ¿Ni siquiera a tus padres?
               -Pf-me pasé una mano por la cabeza y me encogí de hombros-. No lo sé. Me sentía profundamente avergonzada. Ellos nunca me echarían la culpa de algo así, yo lo sé, pero una parte de mí estaba aterrorizada ante la posibilidad de que me equivocara. Y luego estaba su influencia. Era uno de los mejores modelos del mundo. Y yo no tenía ningún poder. Sólo era la hija de una estrella del rock que se había encaprichado del mundo de la moda. Imagínate cómo me vería la gente, como la niñata con el berrinche que acusa al niño consentido de la industria sólo para escalar más rápidamente.
               -Retratas un mundo horrible.
               -La moda es tremendamente cruel. Te comerá vivo si tú le das la oportunidad. Conmigo sucedió algo parecido. No quería que el mundo me retratara como algo que yo no era, como una especie de aprovechada, una “víctima forzada”-hice el gesto de las comillas-, o algo así. Mamá ya tenía su propia línea y conocía más o menos el mundo en el que me movía, pero, aun por si se me olvidaba, él me lo recordó.
               -¿En qué sentido?
               Miré a Tommy en busca de un poco de apoyo. Él asintió con la cabeza, parpadeó despacio, esperando a que yo me armara de valor para repetir las palabras que aquel monstruo había vertido sobre mí.
               -Me dijo que no me molestara en contárselo a nadie, que nadie me creería. ¿Quién iba a creer a una niña de 13 años que acusa de algo como lo que me acababa de hacer a uno de los modelos mejor pagados del momento?-me limpié una lágrima y clavé las uñas en la palma de la mano de Tommy-. Fue horrible y tremendamente cruel. Me dijo que debería sentirme agradecida de que se hubiera fijado en mí en ese sentido.
               Noté cómo el miedo se me clavaba en la garganta y me impedía respirar. Tommy me acarició la mejilla con la mano que había rodeado mi cuerpo y me dio un beso en la sien.
               -No puede hacerte daño-me recordó, y yo asentí con la cabeza.
               -Dios mío, no puedo creer que nadie te dijera algo así-comentó Miranda, aterrorizada.
               -Pues sí-asentí, haciendo una bola con el pañuelo que había cogido antes y golpeándome los muslos, intentando concentrarme en el presente, en las manos de Tommy, en su presencia tranquilizadora, en la luz de aquella habitación de cristales tan grandes que no se parecía en nada al lugar al que yo estaba volviendo sin querer-. Y lo peor no es que me dijera eso, sino la forma en que lo hizo.
               -Sí, tanta condescendencia…
               -No-sacudí la cabeza-, no fue condescendiente. Me lo dijo tranquilo, como si ya lo hubiera hecho más veces. Creo que no que más miedo me dio fue la tranquilidad con que lo hizo. Estoy segura de que yo no fui la primera-murmuré, apartándome el pelo de la cara-, y creo que tampoco fui la última. Ojalá yo sea la excepción y todo fuera un caso aislado, pero yo no… no fui el principio y creo que tampoco fui el final.
               Miranda guardaba silencio, esperando a que yo continuara.
               -Por eso comencé a drogarme. Se lo conté a mi mejor amiga, cómo no iba a hacerlo… aunque me costó lo suyo, he de admitir-sonreí con tristeza, mirando a Zoe-. Por suerte, ella no me juzgó en ningún momento. Estuvo ahí siempre que yo la necesité. Así que… lo único que puedo decir en mi defensa es que yo no entré en una espiral de autodestrucción. A mí me arrojaron a ella.
               -No sabes cuánto lo lamento.
               -Sé de sobra que eso no justifica mis actos y todo lo que hice. Lamento profundamente lo que sucedió con Penélope, y ojalá pudiera echarle la culpa a mi pasado y a lo que era en aquel momento, una chica con más droga en sangre que glóbulos rojos, pero… lo que hice estuvo mal. Tremendamente mal. Debería haber sido capaz de controlarlo, y de pararlo, pero… me daba igual todo-suspiré-. Me daba igual ella y me daban igual mis amigos y me daba igual mi familia. Yo lo único que quería era pasármelo bien. Y sólo podía pasármelo bien si estaba colocada hasta arriba.
               -¿Tuvo algún mal momento estando en tu casa, Tommy?-preguntó Miranda, volviéndose hacia él, que se puso tenso.
               -Se convirtió en una persona diferente-respondió mi inglés-. A veces incluso llegamos a hablarlo. No parecía la misma chica que había venido en noviembre, ni parecía la misma que había vuelto en las vacaciones de Navidad. Es como si fuera dos personas diferentes.
               -¿Querrías a la chica que ella está describiendo ahora?
               -No lo sé-respondió él con sinceridad-. No la conocí. Pero sí conozco a ésta-añadió dándome un ligero apretón en la cintura-. Y creo que esta chica también estaba escondida cuando todo pasó. Muy, muy al fondo. Creo que está siendo dura consigo misma. Sí, lo que pasó fue algo horrible, trágico, estuvo mal, ella podría haberlo parado… pero, si le hubiera dado igual, me lo habría dicho nada más llegar a casa.
               -¿Y no fue así?
               -No. Tardó varios meses. Necesitaba coger confianza conmigo.
               -Yo ya confiaba en ti a la semana de conocerte-respondí, y él me miró.
               -Ya lo sé, mi amor, pero hay cosas que simplemente no se las puedes decir a tu novio de tres días-me acarició la nuca y me apartó el pelo.
               -He de decir que me sorprende muchísimo la madurez con que estás llevando esta situación, Diana.
               -Se lo debo a Penélope, y a todas las chicas que estuvieron en mi situación. Es por eso que empecé la fundación, y por lo que hago la entrevista
               -Déjame decirte que es muy valiente la confesión que acabas de hacer.
               -Gracias-respondí, jugueteando con mi anillo.
               -Ella es valiente-respondió Tommy con un deje de orgullo en la voz, y yo le miré, agradecida, con los ojos un poco húmedos todavía por las emociones evocadas en los recuerdos.
               -Cambiando un poco de tema, ¿tengo entendido que vais a donar los beneficios de vuestro primer disco a estas fundaciones?
               -Pues sí-asentí-. He escrito mucho estando en la clínica.
               -Yo también-se apuntó Tommy-. Y Chad. Éramos los que más tiempo libre teníamos.
               -Así que me parece adecuado el hacer una ofrenda a lo que sucedió y darle las gracias a Penélope por todo lo que tuvo que aguantar por mi culpa poniendo todo lo que saquemos de ese disco en manos de la fundación que lleva su nombre.
               -Estamos muy concienciados con estas cosas-añadió Tommy, asintiendo con la cabeza.
               -¿Ya tenéis más o menos una idea general?
               -Hemos estado hablando de cómo va a ser el disco y tenemos la suerte de que todos coincidimos en gustos. Creo que  si tuviéramos que empezar carreras en solitario, haríamos más o menos el mismo tipo de música.
               -No como otros-sonrió Tommy-. Aunque, si te soy sincero, Didi, creo que Scott y yo tiraríamos más por el ruido y la electrónica y Layla y tú iríais más a lo acústico.
               -A mí me encanta el ruido, ¿qué dices?-protesté, riéndome-. Y a Scott le encanta el R&B.
               -Uf-bufó Tommy, volviéndose hacia Miranda-. De verdad, me tiene frito con la música de su padre. Jamás había cantado nada de Zayn hasta el día de The Talented Generation. Y ahora, es que no calla. Sobre todo con Cruel y Still got time. Me tiene la cabeza como un bombo.
               -¿Qué os depara el futuro?
               -Mucho trabajo, espero-contesté, recomponiéndome un poco y agradeciendo el giro de la conversación.
               -Café. Horas sin dormir por grabar el disco. Y lluvia, por dios, mucha lluvia. No sabes cómo echo de menos el clima inglés.
               -¿Vais a volver a Inglaterra?
               -Este calor es insoportable. ¿A cuántos grados estamos? No se puede ni salir a la calle.
               -Pues hace bastante fresquito para ser ya junio-respondí yo, encogiéndome de hombros, y Tommy me miró con pánico.
               -Te juro por dios que me siento como un helado olvidado al sol. Madre mía. ¿Cómo hacéis para que los coches no se os derritan? Es insoportable.
               -¿Me imagino que no tendréis aún nombre para el disco?
               -No-contesté yo.
               -Sí-contestó Tommy, repantigándose en el asiento y guiñándole un ojo a Miranda. Me volví para mirarle.
               -No me habíais dicho nada.
               -El nombre me parece evidente, nena-jugueteó con mi pelo, me lo apartó del hombro-. Seguro que a ti se te ocurre.
               -A ella, no sé, pero ni a mí ni a mi audiencia se nos pasa nada por la cabeza, Tommy, ¿nos darías una pista?
               -Heirs of the universe-soltó Tommy con una sonrisita de suficiencia-. Porque, ya sabes. Nosotros somos Chasing the stars, de ahí lo de universo… y somos los hijos de One Direction.
               -Me encanta-admiré.
               -No me extraña-respondió él-, se me ocurrió a mí.
               -Te morirás de ganas de volver a reunirte con ellos, ¿no es así, Diana?
               -Claro-sonreí, de repente entusiasmada-. Echo de menos verlos, estar juntos, aunque sea no haciendo nada. Me gusta muchísimo cantar con lo demás. He tenido mucha suerte encontrándomelos en el camino. Lo único que me falta ahora mismo es convencer a Zoe para que se venga conmigo a Inglaterra, pero ya la tengo medio convencida.
               -¿Y eso?
               -Es que su novio también es inglés.
               -Los presenté yo-se jactó Tommy. Miranda se echó a reír.
               -Vaya, vaya; quizás deberíamos estrechar relaciones internacionales, ¿no es así?
               Tommy y yo nos miramos un momento, de vuelta a aquel sofá en el que había empezado todo, conmigo provocándole y con él dejándose provocar, ambos hablando de mejorar las relaciones entre nuestros países, empezando por nuestros cuerpos.
               -Es que una vez que cruzas el océano, ya no te apetece volver-contestó Tommy, un tanto gallito, y yo me eché a reír y le cogí la cara.
               -¡Mira qué acento tiene, Miranda! ¿No te dan ganas de achucharlo?
               Tommy acabó preguntándole a Miranda si se podía marchar, pero ella le dijo que de eso ni hablar. Terminamos la entrevista hablando un poco de todo, de mis proyectos futuros, recordando momentos tanto del concurso como de mi carrera y de lo que esperaba que me deparara la vida. Yo sólo le dije que quería seguir en paz conmigo misma y con la gente que me rodeaba, seguir teniendo la oportunidad de quererles y ser querida y continuar dedicándome a lo que me gustaba mucho tiempo más.
               -¿Y en lo personal?-inquirió Miranda, alzando una ceja. Tommy me cogió la mano y me miró.
               -Me gusta como estoy. Seguro que piensas que mi situación con Tommy y Layla no es plato de buen gusto, pero para nada. Tenemos una relación muy sana. Confiamos muchísimo los unos en los otros. Me siento respetada y querida en este triángulo-bromeé, y Tommy se mordió el labio, conteniendo una sonrisa.
               Miranda cogió la última de sus tarjetas.
               -Bien, Diana, para despedirnos, sabes que yo suelo hacer un mini resumen de lo que me han dicho mis invitados. Tienes que definirme en tres palabras las cosas que yo te pida, ¿de acuerdo?
               -Vale.
               -¿Cómo te sientes respecto a tu paso por rehabilitación?
               -Orgullosa. En proceso-añadí, y ella asintió, y Tommy asintió, me masajeó la palma de la mano con el pulgar.
               -¿Qué esperas del disco?
               -Que tenga verdad.
               -¿Cómo ha sido estar en el programa?
               -Divertido. Intenso… agotador.
               -Chad.
               -Feliz. Musical. Extremadamente irlandés.
               -Eso son cuatro palabras.
               -Pues… irlandesísimo.
               -Scott.
               -Tocapelotas.
               -Doy fe-sonrió Tommy, y yo le di un codazo y él se echó a reír.
               -Trabajador. Y centrado.
               -Layla.
               -Hermana. Comprensiva. Buenísima.
               -Zoe.
               -Mi mejor amiga-la miré y ella se rió-. Y la mayor zorra de todo Nueva York… cuando yo no estoy.
               Miranda sonrió.
               -Tommy.
               Me volví y le miré a los ojos, nadé en aquellos océanos azules mientras él esperaba.
               -Confianza. Sexo. El amor de mi vida.
               -Eso son más de tres palabras.
               -Es que tres se le quedan cortas.
               -Tommy-Miranda se volvió hacia él-, ¿y las tuyas para Diana?
               -Confianza. Amor. Y sexo.
               -Qué original-me burlé.
               -Calla-respondió él, callándome con un beso. Miranda nos observó complacida.  
               -Si te pidiera que me definieras lo que esperas del futuro con tres palabras, ¿cuáles serían?
               -Sentirme como ahora-respondí después de encogerme de hombros y pensármelo un momento. Quería seguir sintiéndome protegida, quería seguir mirando el cielo azul muchísimo más tiempo. Quería continuar perdiéndome entre los rascacielos y orientándome en cada uno de ellos. Quería seguir lamentando no haber cogido el paraguas en Inglaterra cuando empezara a llover sin previo aviso.
               Quería sentirme querida, y seguir con Tommy. Sentirme ilusionada y no olvidar mi pasado. Echar a volar sin olvidar mis raíces. Mirar hacia delante aun contemplando las huellas que iba dejando en la arena.
               Quería seguir sintiéndome en paz.


Pudimos quedarnos un par de días en mi ciudad antes de regresar a Londres y empezar con los preparativos del disco. Tommy se tomó como un ataque personal el “calor sofocante”, según él, que hacía en Nueva York, y en varias ocasiones protestó cuando yo le sugerí salir a dar una vuelta, enseñarle mi ciudad como sólo una neoyorquina podía hacerlo. Entonces, yo me veía en la obligación de colmarlo de mimos y carantoñas hasta que se le hiciera imposible decirme que no.
               -Déjame enseñarte mi ciudad-le decía mientras me acurrucaba y me frotaba contra él, siendo la más mimosa de las gatitas. Incluso ronronearía si con eso consiguiera que él finalmente se levantara de la cama.
               Y, cuando él suspiraba y asentía con la cabeza, se ponía una camiseta de tirantes y una gorra, yo quería comérmelo a besos. Me lo llevaba por las calles, nos colábamos entre la gente y nos besábamos en puntos aleatorios, nos hacíamos fotos y volvíamos a besarnos, paseábamos por Central Park y comprábamos bolsas con migas de pan que tirarles a los patos o a las ardillas, nos deteníamos en pequeños puestos con helados y yo le obligaba a probar nuevos sabores, y siempre pagaba yo por mucho que a él le fastidiara, pero es que a mí me apetecía. Me apetecía y quería tenerlo tremendamente consentido y ser yo por una vez la que invitaba, y no a la inversa. Él se compraba cucuruchos de varios sabores y yo tarrinas gigantes de uno solo, y nos sentábamos en la hierba sobre una toalla que llevaba en el bolso para no mancharnos los pantalones, mirando a la gente pasear, saludando a fans, haciéndonos fotos y pidiéndoles que nos dejaran solos cuando se ponían pesados.
               Puede que sí que hiciera calor. Al menos, el suficiente como para que él no diera abasto con sus bolas de helado y éstas le bajaran en regueros por la parte de galleta, y él terminaba chupando el cucurucho, agobiado, olvidándose de las bolas, que se derretían a marchas forzadas, hasta que yo me terminaba mi tarrina y me inclinaba para ayudarlo. Me comía sus bolas de avellana o almendras hasta que él protestaba, y entonces yo pasaba la lengua por el cucurucho, por sus dedos, y me abalanzaba sobre él, le pegaba el helado en la nariz y me tiraba, literalmente, sobre su pecho, poniéndonos perdidos de helado. Pero no nos molestaba. Nos hacía gracia, y nos reíamos y nos besábamos y él me manchaba la ropa a pesar de mis protestas mientras me acariciaba la cintura y me pegaba contra él, haciéndome cosquillas sólo por el placer de escucharme reír.
               -Nunca he sido así de feliz-dije en un momento de tregua, en el que el helado se deshacía en un rincón de la toalla y las ardillas más atrevidas se acercaban a hundir sus manitas en la masa gelatinosa y chuparse los dedos.
               -Yo tampoco-me confiaba él. Y entonces, después de que las ardillas dieran buena cuenta de lo que quedaba de su postre, yo me lo llevaba del brazo a un nuevo lugar a visitar.
               Tommy se convirtió en mi excusa perfecta para subir a la estatua de la libertad, algo demasiado estrambótico si nacías en Nueva York y decidías ir a visitarlo por tu cuenta, sin el colegio o sin amigos que estuvieran de visita. Me asomé al mirador y saludé a los barcos que, acostumbrados a mi comportamiento, hicieron bramar sus sirenas de la que pasaban al lado de la estatua.
               El último día fue tremendamente triste. Mi madre se tomó el día libre del trabajo y mi padre fue a primera hora de la mañana por unos buñuelos en la cafetería donde Tommy me compraba los bombones cuando estaba en la clínica, y los trajo, recién hechos y aún humeantes, a nuestra casa en el momento en que yo me despertaba y comenzaba a desperezarme. Tommy descorrió las cortinas y parpadeó, murmurando una maldición para sí mismo cuando el sol reflejado y amplificado en cada edificio colindante impactó en nuestras retinas.
               -T…-murmuré, revolviéndome, estirándome y bostezando, y él se volvió y puso los brazos en jarras.
               -Arriba, dormilona. Dijiste que hoy me llevarías al museo, a ver dinosaurios.
               -Odio mis planes-jadeé, arrastrándome fuera de la cama. Tommy se puso unos pantalones y abrió la puerta de la habitación.
               Fue entonces cuando el aroma de los buñuelos inundó la habitación. Y yo me levanté con ánimos renovados y bajé a la cocina prácticamente dando brincos. Dorotta estaba preparando la mesa de cristal, la que dejábamos en un rincón del piso y tenía vistas tanto al asfalto como a lo poco que teníamos de parque en aquella zona de la ciudad. Dejó un montón de frutas encima de la mesa, colocó con esmero los platos y le sonrió con agradecimiento a Tommy cuando éste le pasó las jarras con zumo recién exprimido y se puso a colocar los vasos.
               Me percaté de que Dorotta colocaba un plato extra, con cierto reparo. Cuando me pilló mirándola sin comprender, se puso colorada y no dijo nada.
               -Dorotta va a comer con nosotros hoy-explicó papá, dejando la bolsa de papel en la mesa y colocando los buñuelos, dos docenas, en una bandeja de plata.
               -Eso es genial-celebré, y la criada terminó de traer el desayuno y la mermelada aún más colorada.
               -Queríamos que tu último día en casa fuera especial-explicó mamá, viniendo a abrazarme-. Y ella es parte de la familia.
               Tommy le dedicó una sonrisa tímida cuando se sentó al lado de ella, le pasó la bandeja con los buñuelos y ella cogió un par. Comimos con los ruidos de la ciudad de fondo y una conversación ligera, como si no quisiéramos hacer mención al hecho de que probablemente esta fuera la última vez que yo desayunaba en casa de mis padres considerando aquel ático mi casa también.
               -Diana…-mamá dejó el cuchillo con el que estaba pelando una pera encima de la mesa y me miró. Papá también dejó la su buñuelo a medio comer sobre su plato, masticó y juntó las manos frente a la cara. Dorotta también se detuvo y Tommy desistió de su intento por alcanzar el cuenco de los cereales para echarse otro puñadito de Frosties con chocolate-. Hay una cosa que tu padre y yo queremos decirte.
               -Es sobre lo que pasó hace un par de años. Cuando te mandamos a Inglaterra.
               Asentí con la cabeza.
               -No pasa nada. Yo… os perdoné hace tiempo. Lo entendí. Estabais en una situación complicada y tratasteis de buscar lo mejor para mí. Y os lo agradezco mucho.  Toda mi vida cambió con esa decisión.
               -Nos alegra muchísimo que te lo tomes con tanta bondad, tesoro-sonrió mamá, estirando la mano y tocando la mía. Asentí sin comprender, sonriendo.
               -El caso-papá carraspeó-, es que no te hemos contado la razón por la que te enviamos lejos.
               -No nos avergonzabas. No era que no te quisiéramos.
               -Lo sé.
               -Estábamos preocupados por ti.
               -Sí, lo sé. Lo entiendo. Yo habría reaccionado igual. Estaba descontrolada, podía pasarme cualquier cosa en cualquier momento…
               -No-papá negó con la cabeza-. Verás, en el sobre que recibimos con las fotos de la chica y tus… fiestas-buscó la palabra un momento hasta dar con algo que catalogara, más o menos, lo que había sido mi vida hasta entonces-, venía algo más.
               -¿Algo más?-pregunté, frunciendo el ceño, mis ojos saltando de la cara de mi madre a la de mi padre.
               -Sí. Una… carta.
               -¿Una carta? ¿Y por qué no me la enseñasteis?
               -No nos pareció lo mejor.
               -No entiendo.
               -Diana, en esa carta te amenazaban de muerte.
               Toda la calidez de mi rostro se evaporó al escuchar esa frase.
               -¿Qué?
               -Cuando la recibimos, estábamos tan en shock que ni siquiera pudimos reaccionar de otra manera. Cedimos a las peticiones de los que nos la habían enviado: tenías que marcharte, lejos, perder tu vida. Era la única solución.
               -Pero, ¿por qué no me lo dijisteis?-espeté-. ¡No lo entiendo! ¡Dejasteis que creyera que no me queríais!
               -Nosotros nunca te dimos a entender que nos avergonzáramos de ti.
               -Yo estaba allí-espeté-, estaba allí cuando me dijisteis que me mandabais a Inglaterra-se me formó un nudo en la garganta-. No… no… no fuisteis buenos conmigo.
               -Teníamos que ser duros para que supieras que la situación era grave-dijo papá.
               -Diana, mi niña, si te hubiéramos dicho la verdad desde el principio, ¿habrías accedido a marcharte?-preguntó mamá, acariciándome de nuevo la mano. Quise apartar la mano, alejarme de ella, pero eso era lo que la antigua Diana habría hecho, y yo ya no era esa chica.
               Busqué a Tommy con la mirada, y vi que no estaba sorprendido ni un ápice. Examinaba mis facciones como el científico que estudia a un animal exótico, pero con mucho interés y cariño. Quería lo mejor para mí.
               -Tú lo sabías-dije, y él asintió con la cabeza.
               -Me lo dijeron la semana en que no me dejaron ir a verte. Estaba furioso. No lo entendía. Pero, cuando me lo explicaron, todo cobró sentido. Todo, Diana.
               -Diana-intervino Dorotta-. Deberías escuchar a tus padres. Mandarte lejos les causó muchísimo dolor. Jamás había sentido tan mío el sufrimiento de otras personas. Tus padres te quieren.
               -Siempre te quisimos, mi amor-aseguró mamá, besándome los nudillos-. Siempre. Pero era lo mejor para ti. Tenías que marcharte, y sólo te quedarías lejos si creías que estábamos hartos de ti.
               -Pero…
               -Te habrías revuelto. Habrías querido demostrar que nada te daba miedo. Y no podíamos permitirnos eso. Eres demasiado valiosa para apostarte en un todo o nada.
               Tomé aire y asentí con la cabeza.
               -Está bien-dejé los cubiertos y me limpié con la servilleta-. Contádmelo todo.
               -Vamos al sofá-sugirió papá, y mamá y él se levantaron. Miré a Tommy, que asintió con la cabeza, y seguí a mis padres en dirección al salón. Tomé asiento en el sillón frente a ellos, que se sentaron juntos en el sofá de cuero, las manos cogidas, y comenzaron a hablar. A contarme todo, el miedo, el dolor, el pánico a perderme, la rabia y la tristeza al no querer hablar con ellos.
               Fueron sinceros, yo ya no era una niña rota que no podía manejar los problemas si no estaba colocada hasta arriba. Estuvieron hablando cerca de 45 minutos, contándome las investigaciones, los detectives, las pistas falsas hasta que consiguieron dar con el que había entregado el mensaje, un pobre chico de los barrios más pobres de Nueva York que había seguido las órdenes del hermano mediano de Penélope, alguien de cuya existencia yo no sabía nada hasta ese mismo momento. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
               -¿Por qué me lo contáis ahora?-quise saber, y ellos intercambiaron una mirada.
               -Porque ayer, la familia se puso en contacto con nosotros. Dijeron que te perdonaban. Y nos aseguraron que ya no corrías peligro. El chico se disculpó con nosotros, e incluso nos dijo que te pediría perdón si se le presentaba la ocasión. Tanto por lo de la carta como por las cosas horribles que te hizo su hermano mayor.
               -¿Cómo se llama?
               -Hugh.
               -Hugh Archibald… nunca he oído hablar de él.
               -No iba con vosotras al instituto. Le habían mandado a un internado de Dubái.
               Parpadeé.
               -Bueno, pues me gustaría conocerlo. A él también le debo una disculpa.
               Escuché cómo Tommy arrastraba la silla para levantarse y venía hacia el salón hecho una furia mientras mis padres trataban de disuadirme.
               -¿Es que estás puto loca?
               -Se lo debo a su hermana. Tengo que pedirle perdón.
               -No voy a dejar que vayas sola.
               -¿No vas a acompañarme?-pregunté, alzando una ceja. Tommy apretó un puño.
               -¿A ver al gilipollas que amenazó de muerte a mi chica? Joder, iré delante de ti a partirle la boca a ese desgraciado.
               -No vamos a partirle la boca a nadie.
               -No se la irás a partir tú.
               -¿No entiendes su postura? Porque yo sí. Mataría a cualquiera que les hiciera daño a tus hermanos-aseguré. Tommy se quedó callado un momento, pensativo.
               -¿Qué sacas de verle?-preguntó después de su instante de reflexión.
               -Su perdón-respondí.
               -Es demasiado arriesgado-dijo papá.
               -Y saber que no me va a hacer nada. Si me tiene a tiro y no me hace nada, podré vivir tranquila el resto de mi vida. Pero, si no le veo, si no me aseguro de que no quiere hacerme daño… tendré que pasarme todos mis días mirando por encima del hombro. Y ya no quiero mirar más por encima del hombro, papá.
               Mis padres se miraron un instante.
               -Podríamos ir con ella…
               -Noemí-advirtió papá.
               -Escúchame, Harry. Tiene razón. Es la oportunidad de saber si todo va en serio o si es un farol. Vamos con ella. Nos aseguramos de que está bien. Hablan, aclaran las cosas, el chico no se le vuelve a acercar nunca…
               -No lo va a hacer, porque me lo voy a cargar en cuanto le vea-cortó Tommy, y yo me volví hacia él.
               -Prácticamente deberíamos darle las gracias. De no ser por él, no nos conoceríamos.
               -Preferiría no conocerte y saber que estás a salvo que…
               -Y puede que me hubiera muerto de una sobredosis o me hubiera hecho daño de todos modos-atajé. Y le toqué la fibra sensible, el lado protector. Tommy asintió con la cabeza y se vistió para ir a casa de los padres de Penélope, con los que me disculpé por enésima vez. Nos condujeron al salón y nos dejaron solos con su hijo, que se las había apañado para cambiar por completo mi vida sin que sus padres supieran nada.
               Un chico un poco más alto que Tommy se levantó. Sus ojos inteligentes relucían con un tono ambarino mientras me escudriñaban al acercarme. Tenía el pelo marrón y rizado, con una barba cuidada de dos días que, a juzgar por lo terso de sus mejillas, probablemente se afeitaría a la mañana siguiente.
               Su expresión me resultaba familiar.
               -¿Hugh?-pregunté. Él se metió una mano en el bolsillo de la chaqueta del traje que llevaba puesto. Parecía el corredor de bolsa que había ganado el premio al empleado del mes.
               -¿En serio no me recuerdas?
               -¿Nos hemos visto antes?
               Se echó a reír con una risa un tanto cruel. Un escalofrío me recorrió la cabeza.
               -Tengo que decir que no me sorprende. Después de todos los chicos con que has debido estar… y con lo vestido que estoy…
               Fruncí el ceño.
               -¿Yo… tú…?
               -Tu última fiesta en Nueva York-informó-. Yo fui el primero de los dos con el que te fuiste a la cama.
               Parpadeé, echando la memoria hacia atrás, pero negué con la cabeza.
               -Lo siento, pero no…
               -Lo último que te dije fue que tenía marcas de pintalabios alrededor de…
               Diana, tengo las marcas de tu pintalabios alrededor de la polla.
               No te la voy a chupar de nuevo, por mucho que me insistas en ello, amor, me escuché decir en tono condescendiente, arrancando una sonrisa al chico que tenía delante, vestido sólo con su ropa interior…
               … y que me miraba con los mismos ojos con los que me miraba el hermano de la chica a la que había empujado al borde de un edificio.
               -Veo que ahora ya sabes quién soy.
               -Yo… tú… me odiabas, ¿por qué?
               -Quería ver si te arrepentías lo más mínimo. No fue difícil enterarme de dónde era la siguiente fiesta a la que acudiría la gran Diana Styles. Esa noche fue decisiva para que el sobre apareciera en tu casa, preciosa.
               -No la llames así-advirtió Tommy, y Hugh alzó las manos a ambos lados de la cabeza.
               -Ahora tienes dueño y pareces una tía medianamente decente. Aprecio lo que estás haciendo por la memoria de Penn, por cierto. Es un detalle. No nos la va a devolver, pero…
               -No era mi intención que muriera.
               -Tampoco era la mía hacerte el favor de tu vida. Yo sólo quería que desaparecieras y aparecieras muerta en algún callejón de Londres-espetó-. Y no mentiré si te digo que no me habría causado satisfacción enterarme de que te habrían violado antes de…
               -Hugh-espetó su madre, escandalizada. El chico asintió con la cabeza y se pasó una mano por el pelo.
               -Pero mira, resulta que yo también estaba lidiando con mis propios demonios en aquella época. Me hiciste mucho daño, dejando que mi preciosa hermana acabara con su vida.
               -Y lo lamento muchísimo.
               Su semblante se reblandeció un poco. El ámbar de sus ojos se tornó un poco más líquido, más dorado.
               -Lo sé. Vi tu entrevista. Y tu amiga, Zoe, vino a hablar conmigo. Puede ser muy convincente con la ropa puesta-dio un sorbo de un whisky que ni siquiera nos ofreció-. Parecía sincera en sus disculpas.
               -¿Zoe se disculpó contigo?
               -Ella también tenía poder en ese instituto. Que una de las dos hubiera dado un paso para defender a Penn habría sido suficiente para salvarla. Pero supongo que las dos estabais igual de jodidas.
               -Yo…
               -También me contó lo de mi hermano. Para ser justos, siempre me pareció un capullo, pero no pensé que pudiera llegar a ese extremo. Eso me hizo reflexionar sobre muchas cosas-se encogió de hombros-. Puede que no seas más que la víctima del sistema podrido en el que te has criado. Tus manos estarán manchadas de la sangre de una niña inocente, pero tú también eras una niña inocente cuando Chace te corrompió. Sangre por sangre-dio otro sorbo y dejó la copa encima de una mesa.
               -Sigo sin entender…
               -Diana-me interrumpió-, he vivido dos años ansioso porque cometieras un error y así poder matarte. He vivido dos años demonizándote y culpando a la chica que no era. Tú ni siquiera le hiciste nada a mi hermana. Sólo estuviste callada y no la defendiste, ¿no es así?
               -Yo… podría haber…
               -No la defendiste-cortó Hugh-. Pero tampoco le hiciste nada. Y no lo entendí hasta que vi tu entrevista. No serás la heroína de esta historia, pero tampoco eres la villana. Mi hermana te tenía mucho aprecio, ¿sabes? No paraba de hablar de ti, Diana Styles esto, Diana Styles lo otro. Y yo te odiaba por ello, porque ella te consideraba su modelo a seguir y no conseguiste estar a la altura.
               -¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión sobre mí ahora?
               -Que te he visto llorar-contestó, metiéndose las manos en los bolsillos-. Y los monstruos no lloran. Tienes algo de humanidad. Algo de decencia, la suficiente como para trabajar por preservar la memoria de Penn. Y yo eso lo respeto. Por eso ya no quiero que te pase nada malo. Mientras sigas dándole voz a su nombre, ella seguirá viva.
               -Y, ¿es sólo eso?
               -Y también pienso que sería tremendamente mezquino castigar a alguien por cómo supera un trauma-añadió-. Le has hecho daño a mi familia, Diana. Pero también mi familia te lo ha hecho a ti. Eres diferente a como eras cuando Penn… la veo en ti-admitió después de un momento de silencio. Lo dijo con la voz rota-. La vi en ti en la entrevista y la veo en ti ahora, viniendo aquí, siendo valiente, a pedir perdón. Era su palabra favorita, después de gracias.  Perdón-confesó, con los ojos húmedos. Me tragué el nudo en la garganta y di un paso hacia él.
               -¿Puedo abrazarte?-pregunté, y él no dijo nada. Cuando me acerqué, dio un paso atrás. Pero luego me dejó acercarme más. Le puse una mano en la mejilla y asentí con la cabeza-. Te prometo que voy a trabajar por hacerle justicia. Siento muchísimo lo que, entre todos, le hicimos a tu hermana.
               Él tragó saliva, y con un hilo de voz, respondió:
               -Y yo siento muchísimo lo que tu hermano te hizo a ti.
               Asentí con la cabeza y le estreché entre mis brazos. Noté la tensión que irradiaba de Tommy como si fuera verdadero calor. Cuando me separé de Hugh y regresé a su lado, Tommy me cogió la mano y me la apretó con fuerza, asegurándose de que estaba allí.
               -Cuida de ella-le dijo Hugh cuando atravesábamos la puerta-. Ha costado desenterrarla, pero ha merecido la pena.
               Tommy no dijo nada, pero asintió con la cabeza y una fugaz sonrisa se instauró en sus labios.
               Cuando él y Scott volvieran al año siguiente para continuar la carrera de T, yo volvería con ellos y me instalaría en Nueva York. Porque seguía siendo mi casa. Y podía hacer más cosas desde allí.



El avión tocó tierra con una incómoda sacudida que hizo que mi pelo bailara un instante de ingravidez alrededor de mi cara, y luego, por fin, las ruedas volvieron a entrar en contacto con el pavimento del aeropuerto y el impulso del avión comenzó a disminuir. Cerré el libro que estaba leyendo y lo guardé en mi bolso de mano mientras me recolocaba la camiseta y comprobaba en el espejo que mi maquillaje estuviera perfecto.
               Hacía mes y medio que me había ido de Londres para ocuparme de unas cuantas campañas de publicidad y de varios diseños que mamá me había dejado llevar a cabo. Ahora, cuando no estaba recorriendo el mundo con los demás, haciendo conciertos, grabando o posando en exóticas sesiones de fotos, me dedicaba a trazar bosquejos de diseños que me aparecían en la mente para llevarlos a cabo más tarde con mamá. A lo único a lo que ella se había negado en redondo había sido a trasladar la sede de su firma a Londres para que yo pudiera trabajar desde casa, porque “en el momento en que lo hiciera, yo dejaría de ira Nueva York”.
               Es increíble cómo te conoce una madre.
               Así que allí estaba, de vuelta en casa, muriéndome de ganas por reunirme de nuevo con Layla y Tommy, ver cuánto le había crecido la tripa del embarazo a mi amiga, abrazar de nuevo a mi chica y jugar con mi sobrinita Aisha, que chillaba de emoción cada vez que regresaba de uno de esos viajes.
               Las mejores cosas de irse de casa son los reencuentros. No hay nada como la sensación de cosquillas en la boca del estómago mientras te acercas a tus seres queridos y un torrente de emociones limpia todo el estrés y se lleva el cansancio de un viaje tremendamente largo.
               Con aquellos deliciosos nervios por la anticipación, me dirigí a la cinta transportadora que me traería las maletas en las que traía la infinidad de regalos para mi entorno, desde camisetas de YO NY con las que Tommy dormía en invierno y que todas terminábamos robándole hasta cuadros callejeros que a Scott le gustaba imitar, pasando por los típicos ositos de peluche con la misma camiseta que traía para mi chico con gafas de sol y la diadema de la estatua de la libertad para la pequeña Aisha. Uno de los chicos que había viajado detrás de mí en primera clase me ayudó a bajar mi inmensa maleta de la cinta y me sonrió cuando le di las gracias. Esperé por la otra, me cargué bien el bolso sobre el hombro, y salí de la zona de recogidas con el corazón en un puño.
               A la primera a la que vi fue a Layla, con el pelo recogido en ese moño suyo tan característico, con el que se apartaba los mechones más rebeldes de la cara pero a la vez dejaba su melena caer en cascada por su espalda, buscándome entre la multitud. Conseguí abrirme paso a duras penas entre una manada de turistas asiáticos y caminé con decisión hacia ella, sabedora de que a su lado estaría el amor de mi vida.
               Layla clavó los ojos en mí por fin, esbozó una radiante sonrisa y le dio un codazo a Tommy para que mirara en mi dirección.
               Él me buscó con la mirada y nuestros ojos se encontraron finalmente. Me recorrió un escalofrío y noté cómo una sonrisa tonta se me extendía por la cara mientras apretaba el paso en dirección a mis ingleses favoritos en el mundo.
               Tommy se revolvió en su sitio, nervioso, y se giró en redondo cuando Layla le dijo algo. La chica se acarició el vientre y asintió con la cabeza.
               -Ve-le animó-. Corre a por tu americana.
               Y a mi inglés no tuvieron que decírselo dos veces. Le dio un beso rápido en los labios a Layla, le dijo que la quería y echó a correr a mi encuentro.
               Tuve que recordarme que en las maletas había cosas demasiado valiosas como para abandonarlas así como así.
               Me costó horrores no hacerlo.
               Siempre nos decía que nos quería cuando iba a pasar la noche con la otra o la iba a regalar una muestra de cariño extra a la otra. No quería que nos olvidáramos de que podía tener una predilección por un momento, que se inclinara por una a favor de la otra, pero nos amaba por igual y era incapaz de vivir sin nosotras de la misma manera que nosotras no podíamos vivir sin él.
               Eché a correr yo también, arrastrando las maletas con todas mis fuerzas, hasta que lo tuve a un metro y pude soltarlas sin miedo. Las dejé caer y salté sobre su pecho, que me recibió gustoso. Me cogió con sus musculosos brazos y me agarró por los muslos mientras yo le rodeaba la cintura por las piernas. Giramos un momento, compensando la velocidad a la que se habían acercado nuestros cuerpos, nos sonreímos y nos besamos con tanta pasión que llegó a resultar obsceno.
               Me besó como la primera vez que nos declaramos nuestros sentimientos, como en aquel primer te quiero pronunciado en aquel mismo aeropuerto. Hundí la cara en su cuello, inhalé su colonia, besé su piel y froté la mejilla contra la suya, con un principio de barba que me dio ganas de comérmelo a besos, que fue exactamente lo que volvía a hacer. Le noté sonreír en mi boca mientras mis labios no hacían más que reclamar los suyos y no pude hacer nada más que echarme a reír.
               -Te he echado tantísimo de menos-susurró, acariciándome la cara y besándome los párpados.
               -Imagínate si hubieras tenido que esperar tú solo-bromeé, y él se echó a reír, sabiendo que no era con mala intención, que nunca sería con mala intención. Me cogió de la mano y me besó los nudillos en su gesto más inglés y caballeroso, y me llevó con Layla, que esperaba con paciencia mientras nos acercábamos, saliendo de nuestra pequeña burbuja de intimidad.
               Recordé nuestra primera vez, y cuando me hundí en aquellos océanos azules descubrí que él también la estaba rememorando. Ninguno de los dos podía dejar de pensar en cómo cambiaban las cosas: la primera vez que él me esperó en el aeropuerto, tardamos varias horas en tocarnos estando una vez juntos.
               Qué tontos habíamos sido desaprovechando lo que teníamos cuando todavía no teníamos que compartirnos.
               Y ahora, apenas tardábamos segundos, cada instante por valor del oro, cada beso soñado y anhelado y rememorado, cada caricia reproducida en la oscuridad.
               -Bienvenida a casa, Didi-sonrió Layla, abriendo los brazos y estrechándome con cuidado entre ellos, pero tirando de mí lo suficiente como para hacerme saber que había tenido muchísimas ganas de que llegara este momento y lo había estado anticipando con muchísima expectación. Me acarició la espalda y me dio un beso en la mejilla mientras yo me colgaba de su cuello con un brazo y con el otro le acariciaba la tripa.
               Sí, pensé al oír su tono de voz dulce y la forma tan tierna de pronunciar la palabra “casa”, estoy en casa. Soy americana, pero estoy en casa.
               -Estás preciosa, Lay-susurré cuando nos separamos, entrelazando una mano con la de ella y mirándole la tripa, que ya tenía una curva prominente, muy generosa.
               -¿Quién quiere tener un 90-60-90 pudiendo tener una tripa como excusa para comer cochinadas a horas intempestivas?-respondió ella, riéndose y colocando una mano en su vientre. Me eché a reír y volví a estrecharla entre mis brazos, deleitándome en el calorcito que manaba de su barriga.
               -Felicidades por la portada de Vogue, por cierto-añadió, apartándose un mechón rebelde de la cara. Puse los ojos en blanco mientras Tommy se me adelantaba con un:
               -Ya está acostumbrada, no se lo recuerdes.
               -No me hables de eso-respondí-. Me quitaron todos los lunares. Fue muy insultante.
               -Qué atropello-se rió T.
               -¡Te encantan mis lunares!-acusé, y él se vio obligado a sentir. Llevamos las maletas hasta el coche y me acurruqué en el asiento del copiloto mientras Layla iba detrás, para darnos un poco más de intimidad y poder estirar más las piernas, si le apetecía.
               Acaricié el pomo de la puerta de casa cuando llegamos y cerré los ojos al entrar, inhalando el aroma a ambientador y el inconfundible toque salino del mar. Además, un olor a comida recién hecha y calentita me estaba esperando. Colgué el bolso del perchero de la puerta y me acerqué a la cocina.
               -¿Has hecho carrilleras?-exclamé al levantar la tapa de una olla y echar un vistazo a su interior, volviéndome hacia Tommy, que se había pasado una mano por el pelo y asentía con la cabeza.
               -El pobre ha cogido el día libre en el restaurante para poder venir antes y prepararlo todo como a ti te gusta-rió Layla, abriendo la nevera y sacando una botella de cristal con leche de coco, de la que comenzó a beber a morro.
               -Lay-protestó Tommy, y ella se relamió el bigote.
               -La niña-explicó, cerrando la puerta con las caderas y echando a nadar con la botella de cristal en una mano, la otra apoyada sobre su tripa.
               -¿Cómo lo lleva?
               -Bien-sonrió Tommy-. A veces se despierta por la noche, y le cuesta dormir, y se cansa al estar de pie, y tiene antojos muy raros, y…
               -Eso no me parece estar bien-me eché a reír y Tommy negó con la cabeza, sus ojos chispeando con verdadera felicidad. Me acerqué a saludar a Scott, Eleanor y Aisha, sólo para descubrir que la última estaba jugando en casa de una amiga, lo cual supuso una decepción para mí.
               -Ya era hora de que volvieras-me recibió Scott, abrazándome-. Tommy no hacía más que lloriquear sobre lo lejos que estabas y lo mal que funciona Skype.
               -Es que funciona muy mal, tío. Como tú pasas de tu hermana, no sabes que la última actualización es una mierda-acusó Tommy. Eleanor me estrechó entre sus brazos y me dedicó un feliz “bienvenida de vuelta, Didi”.
               Su hija chilló de alegría al verme en casa. Se bajó del coche en marcha en el típico gesto que tenía también Scott cuando era pequeño (ahora ya no podía hacerlo, por eso de que era padre y debía dar ejemplo) y corrió hacia mí, alzó los puños al aire cuando le entregué el osito y se pasó la siguiente media hora poniéndole y quitándole la camiseta mientras decidía si lo llamaba Señor Manhattan o Señor Nueva York.
               Sólo cuando nos sentamos a la mesa y nos pusimos a cenar Eleanor consiguió que dejara a un lado el peluche, y después de decirle que no pensaba lavárselo si se le manchaba de comida.
               -Te lo lavo yo, mi amor-le había dicho Scott.
               -Tú te callas-había contestado Eleanor, y Scott había hecho una mueca de disgusto acompañada de un puchero.
               Aisha había colocado el peluche a un lado de la mesa y se empecinaba en llenarle el vaso de agua cada vez que éste se evaporaba mágicamente, debido a que la niña intercambiaba los vasos cuando se había terminado uno.
               Nos quedamos hablando, poniéndonos al día, riéndonos y jugando con la niña hasta que ésta se quedó dormida en brazos de su tío.
               -T, límpiate las babas, que no quiero que me la manches-había bromeado Scott, lanzándole una servilleta. Tommy puso los ojos en blanco y vocalizó un silencioso gilipollas. Eleanor cogió en brazos a su hija y Scott y ella se marcharon, dejándonos a los tres de nuevo solos en nuestra casa. Empecé a recoger los platos pero Tommy insistió en que lo haría él, ya me esclavizaría el segundo día en casa, a lo que yo contesté con una carcajada y un amoroso tú mandas mientras le daba un beso en la mejilla y acompañaba a Layla al salón. Encendí la televisión y me hice un ovillo a los pies de Layla, que se estiró cuan larga era después de colocar un cojín a su espalda y revolverse hasta conseguir la postura perfecta. Abrió un libro y comenzó a leer sin ningún problema, ya acostumbrada al estruendo de otras personas y de una niña que correteaba por todos lados y pintarrajeaba las paredes en cuanto se le presentaba la oportunidad.
               Me concentré en ir cambiando de canal, buscando algo que nos interesara a los tres para poder ver la televisión juntos, cuando Layla exhaló un gemido y yo me volví como un resorte hacia ella.
               -Diana-dijo, y yo clavé los ojos en ella, alarmada.
               -¿Qué ocurre? ¿Te encuentras mal?-pregunté, incorporándome un poco, tocando el suelo con los pies-. ¿Quieres que vayamos…?
               Layla sonrió y negó con la cabeza, pensando que era incluso más mona que Tommy. Y hasta cierto punto, así era: yo me preocupaba más que él, porque podía hacerme una idea más cercana de lo que es tener una vida creciendo dentro de ti.
               No es que yo supiera lo que era quedarse embarazada, pero sí que sabía lo que era sentir algo en tu interior y estar tremendamente a gusto con ese contacto.
               Layla se incorporó ligeramente, separó un poco las piernas para poder doblarse y cogerme una mano. La colocó sobre su vientre y esperó hasta que una ligera presión me acarició la palma de la mano, empujándomela unos centímetros por encima de su posición original.
               Abrí los ojos, impresionada.
               -La pequeña…
               -Se mueve-anunció Layla, orgullosa. Sin poder evitarlo, coloqué las dos manos alrededor de su tripa, buscando el contacto de la niña aún no nacida y averiguar exactamente en qué lugar se encontraba. El bebé se movió de nuevo, quizás estirándose o quizás respondiendo a mis deseos silenciosos de dejarme entreverla aunque sólo fuera un poco-. ¿La notas?
               Asentí con la cabeza, maravillada.
               -¿Cómo es?-quise saber, porque una cosa era mantener sexo con un hombre y otra muy diferente era aquello, que tu hijo se moviera dentro de ti, sentir sus movimientos y sus patadas, que yo creía que serían tímidas y no tan jubilosas, en la parte baja del vientre.
               -A veces me despierta por la noche-admitió Layla, encogiéndose de hombros y acariciándose la tripa, tranquilizando a su pequeña-. Quiere ser futbolista, en mi opinión. Tommy dice que baila-añadió, riéndose, y noté cómo el bebé se detenía un momento, puede que escuchando las risas de su madre-. Lleva unos días que no para. Creo que sabía que venías y tenía ganas de que te dijéramos cómo hemos decidido llamarla.
               -¿Cómo?-inquirí, porque realmente no tenía ni idea de qué nombre habían decidido ponerle ni qué importancia debía tener eso para mí (al margen, claro, de  lo que me importaba el nombre de la hija de mi chico y una de mis mejores amigas).
               Layla me sonrió, acariciándose la tripa con un amor que me morí por sentir en ese preciso instante. Deseé estar en su posición.
               -Olivia-anunció-. Porque tú eres Diana. Ella va a ser Olivia.
               Sentí una primavera floreciendo en mi interior, emociones preciosas explotando dentro de mí como fuegos artificiales.
               -Layla… es precioso. Muchísimas gracias-dije, abriéndome paso por entre sus piernas y estrechándola contra mí. Ella se rió mientras me sentía sollozar, acariciándome la espalda y limpiándome las lágrimas de felicidad.
               -Ha sido idea de los dos. A Tommy le encantó cuando se acepté. Está muy ilusionado, Didi.
               -No veo cómo no podría-respondí, riéndome y acariciándole la tripa.
               -Menos mal que se acabó lo de las canciones con nombre de chica, ¿verdad?
               -Siempre nos queda Avery.
               -Chad nos mataría si le pusiéramos el nombre de su hermanita a una de nuestras niñas y le dijéramos que es por una canción y no por ella-se echó a reír, y su mano voló a su tripa como por casualidad.
               -Me das una envidia, Lay…-exhalé un suspiro y le cogí una mano.
               -Pues ya sabes cómo se consigue esto-respondió, y yo me la quedé mirando-. Y me consta que te encanta el proceso-añadió. Yo la estudié, me mordí el labio.
               No era el mejor momento para ser madre, me quedaba aún un montón de tiempo, tenía muchísimas cosas que hacer… y sin embargo, me apetecía tremendamente. Quería que Tommy me mirara como miraba a Layla, quería regalarle algo a lo que adorar como Scott adoraba a Aisha.
               -Es precioso sentirla dentro, Didi-Layla me apretó la mano-. Y Tommy está deseando que se lo pidas. Dale un niño. Tendrá la parejita ¿Qué más quiere? Ya nos tiene a las dos, ahora, si le damos un hijito cada una… un hermanito para mi pequeña-festejó.
               -¿Te lo ha dicho él?-respondí sin aliento-. ¿Que quiere un hijo conmigo?
               Recordé las veces en que me lo había dicho después de acostarnos, de adolescentes, o medio en broma cuando íbamos a dar una vuelta y yo me quedaba mirando a una madre con sus hijos. Me había convencido a mí misma de que no lo decía en serio, sino por tomarme no poco el pelo, pero una parte de mí, una parte tremendamente poderosa e instintiva me decía que no, que él iba en serio, que era lo normal. Que la llamada que sentía en mi interior y que había en sus ojos no me la estaba imaginando.
               -No abiertamente-admitió-, porque eso es algo que sólo tiene que hablar contigo. Pero me lo dice cuando está distraído pensando en qué punto del océano estarás sobrevolando. Me lo dice cuando tengo que frenarlo para que no se plante a esperarte en la terminal antes incluso de que tu vuelo despegue. Me lo dice cuando te da un beso antes de acostarse conmigo o me pregunta si me parece mal ponerle a nuestra hija tu nombre en tu honor. Sabes que Tommy nos quiere, sabes que le gusta decírnoslo… y también sabes que él no se da cuenta de hasta qué punto son profundos sus sentimientos por nosotras. Sabes que  somos nosotras las únicas que sabemos realmente hasta qué extremo nos ama-me acarició la mandíbula, sonriendo.
               -Haces que suene tan bonito…-suspiré. A mí me parecía todo mucho más complicado, él con su vida, yo con la mía; él con su trabajo, sus horas laborales, y yo con mis viajes a todas partes y mis horarios enloquecedores.
               -Es que lo es-respondió, feliz.
               Me aparté un mechón de pelo de la cara y me lo coloqué detrás de la oreja.
               -En realidad-susurré-, me lleva apeteciendo desde que supe que ibais a intentarlo. Desde que vi a Eleanor con Scott.
               -También es tu marido-respondió ella.
               -No estamos casados-respondí-. Ni vosotros.
               -No importa-agitó una mano en el aire-. Es el padre de mi hija. Vivo con él. Lo comparto con otra, y no me importa. Estamos casados, a mi modo de ver. Y tú y él, también. Aunque os veáis menos.
               Vi que nos miraba mientras terminaba de fregar los platos. El ruido del grifo le impedía escuchar nuestra conversación, pero podía ver el aire íntimo que se había alzado entre nosotras, como el aura de una iglesia.  Mis mujeres, parecía estar pensando, con infinito cariño.
               -Es que… tendrían que cambiar tantas cosas…-suspiré. Ella sonrió.
               -Si te apetece que cambien, es porque en realidad ya tienes la idea formada en la cabeza-me acarició los nudillos-. ¿Quieres un consejo? Dale una oportunidad. Te aseguro que no hay cosa más bonita que el que él te ponga la mano en la tripa y te bese la espalda y te haga masajes y pensar en que tú eres un nosotros en el que ha participado él. Y tumbarte a su lado en la cama y apoyar la tripa sobre su vientre, uf… eso es de otro mundo-agitó la mano y se apartó el pelo de la cara, apoyó la cabeza en el reposabrazos del sofá y me miró.
               Me mordí el labio, pensativa.
               -No tiene por qué ser ahora-añadió, tranquilizándome-. Si te apetece pero crees que ahora no es el momento…
               -Es que me apetece ahora-respondí, y ella sonrió-. Pero todo está un poco en contra.
               -También estaba con mi graduación y demás. Y con los estudios de Sher. Si ella y yo lo conseguimos, ¿por qué no tú?
               Parpadeé, clavando la vista en la tele, visualizándome en la misma posición que Layla, embarazada de Tommy, descansando nueve meses, dejando que él me mimara y me consintiera… y debía decir que no tenía tan mala pinta.
               -Estás en lo más alto de tu carrera. Y las mujeres embarazadas estamos aún más guapas. Imagínate a ti, con las hormonas del embarazo, o con tu tripita en la portada de las revistas. Y desfilando con tu barriga-sonrió, acariciándose la suya. Olivia dio una patada en su interior, como asintiendo a lo que decía su madre-. Ya te has vestido de novia-me recordó, y yo asentí, rememorando el desfile de Pronovias, la cara de Tommy al verme salir y pasar delante de él-, lo natural ahora es que te vistas de premamá.
               Se acurrucó de nuevo sobre el sofá y no dijo nada más. Se cubrió con la manta y me dejó acariciarle la tripa, incluso se quedó dormida. Cuando llegó Tommy, respiraba profundamente. Él le dio un beso en el vientre y Layla abrió un ojo.
               -¿Me he quedado dormida?
               -¿Intento llevarte a la cama?
               -No. Tengo que hacer pis. Pero gracias por la oferta, amor-sonrió, dándole un beso en los labios. Se acercó y depositó uno sobre mi mejilla que, distraída, tardé en devolverle-. Considera lo que te he dicho-me susurró al oído antes de erguirse, ponerse una mano en los lumbares y echar a andar en dirección a las escaleras, palmeándose el vientre-. Vamos, pequeña. Es hora de dormir. Tenemos toda la cama para nosotras, ¿qué te parece?-le susurró a su barriga, que se agitó con diversión. Layla se echó a reír y comenzó a subir trabajosamente. Los ojos de Tommy no se apartaron de ella hasta que desapareció. Se sentó a mi lado en el sofá y se cubrió con la manta, sonrió cuando yo me revolví y me acurruqué contra él.
               -Hola-saludé con un ronroneo.
               -Vaya, hola-coqueteó él, acariciándome la pierna por debajo de la manta-. Por fin solos, ¿eh?
               -Dios mío-cerré los ojos y respiré el aroma de su piel-. Cómo te he echado de menos. Jamás pensé que este olor a fritanga pudiera añorarse tanto.
               -Yo no huelo a fritanga, niña-respondió él, fingiéndose ofendido-. Soy una puta delicatesen.
               Busqué sus labios con los míos, le acaricié la mandíbula y comencé a besarlo lenta pero profundamente.
               -T…-susurré en su boca, con sus manos por todo mi cuerpo, una de mis zapatillas perdida por ahí.
               -Mm…-respondió, indicándome que tenía toda mi atención, tanto física como mental.
               -Creo que voy a ir a que me quiten el DIU.
               Él me miró un momento. Una chispa recorrió sus ojos, estallando un fuego artificial.
               -Si te apetece-respondió-, por mí está bien.
               Una sonrisa bailaba en sus labios, las comisuras de su boca semielevadas tratando de no echarse a reír de felicidad. Había ido conmigo el día que me lo pusieron y supuse que también querría venir a que me lo quitaran. Todo había sido más fácil así. Yo no quería tomar la píldora, te dejaba hecha un asco hormonalmente y mi tren de vida no me permitía tomar una pastilla siempre a la misma hora.
               -¿Vendrás conmigo?
               -¿No lo hago siempre?-contestó, acariciándome la cintura. Eché la manta a un lado y le miré a los ojos mientras me quitaba la camiseta. Me peleé con la suya y pegué mi torso desnudo, cubierto sólo por el sujetador, contra su pecho. Él me bajó la mano por la espalda y atravesó la frontera de mis pantalones y mis bragas. Me quitó el sostén y me besó los pechos mientras una erección crecía en sus pantalones y presionaba mi centro nervioso. Le acaricié la boca mientras él me quitaba los pantalones y se desnudaba también, peleándose con ellos hasta conseguir liberar sus tobillos. Acarició mi sexo y me susurró palabras preciosas para que yo me abriera como una flor para él.
               Y, como la más hermosa de las flores cubierta por el rocío de una noche de verano, mis pétalos se separaron y él penetró en mi interior, como la más valiente de las abejitas que inician los viajes en busca de polen. Disfruté de la sensación de presión en mi interior, de la fricción de nuestros cuerpos, de sus caderas contra las mías y sus músculos frotando mi clítoris. Le acaricié la espalda mientras lo hacíamos en silencio, como si quisiéramos evitar que Layla se despertara.
               -Ahora sí que estoy en casa-comenté, y le noté sonreír.
               -Cómo echaba de menos esto-murmuró contra mis senos-. Sentirte aquí. Conmigo. Los dos juntos.
               -Desnudos-coincidí yo.
               -Unidos.
               -Te amo.
               -Mi diosa-contestó él, besándome lentamente. Me detuve un segundo, disfrutando de la tensión en el ambiente. Su miembro latía en mi hambriento interior.
               -¿Tom?-pedí.
               -¿Didi?-contestó.
               -Hazme lo que le has hecho a Layla. Conviérteme en madre-le pedí, acariciándole la cara, y una sonrisa se extendió por su precioso rostro haciéndole incluso más atractivo y guapo de lo que ya era-. No te separes de mí durante 9 meses.
               -Yo no me separo de ti nunca. Ni cuando estoy en tus antípodas-contestó. Le dediqué una sonrisa y continué balanceándome sobre su placer-. Vamos a la cama-pidió, besándome la mano-. No te voy a hacer un hijo en el sofá.
               -¿Por qué no?-contesté, disfrutando de cada centímetro de nuestra unión-. Me hiciste el amor por primera vez en uno. Funcionamos muy bien en sofás.
               Él se rió y ambos gemimos en silencio. Asintió con la cabeza y continué besándolo, sus manos veloces me acariciaban por todo el cuerpo. Me eché a temblar y me rompí sobre él, recibiéndolo con un calor líquido que le hizo perder el control, tener sed, querer más. Acarició nuestra unión y salió un segundo de mí para permitir que mi calidez se escurriera por entre mis muslos y poder recibirla con los dedos. Me masajeó lentamente las puertas de mi cielo y se llevó los dedos a la boca.
               -Adoro cómo sabe tu placer, Didi. Cada día sabes mejor-admiró, y yo sonreí. Me gustaba que me dijera esas cosas y que lo hiciera en ese tono, que comentara verdaderas guarradas como quien te recita un poema de amor. Me pasó el pulgar por los labios y yo lamí los restos de mi orgasmo salado.
               -Ponte encima-le pedí-. Tómame toda la noche.
               Él obedeció, me sentó sobre el sofá y abrió mis piernas como hiciera la primera vez. Contemplé sus abdominales mientras se contraían y relajaban al embestirme lentamente, deleitándose en cada milímetro de nuestros cuerpos juntos. Recordé el vídeo que había hecho para una versión de New Rules de Dua Lipa, en la que había dado la vuelta al concepto de la canción y había salido en la cama con él, mirando a la cámara mientras él tapaba todo mi cuerpo salvo mi cara a la hora de decir “and if you’re under him, you ain’t getting over him”.
               La gente había comentado mucho esa escena, de lejos la más subidita de tono de todo lo que había hecho nadie en Chasing the stars. Mucha gente había aclamado la espalda de Tommy, que se veía incluso más musculosa durante el sexo, a lo que él había terminado respondiendo:
               -Sí, sí, sí, sí, estoy muy de acuerdo en que estoy de toma pan y moja. Y eso que sólo me habéis visto por detrás; yo, por delante, gano mucho.
               Se inclinó para besarme, y aceleró un poco su ritmo. Le pasé los dedos por el pelo y jadeé al notar cómo se tensaba.
               -Mi amor…
               -Sí, por favor, sigue hablándome-pidió.
               -Mi inglés. Te amo. Córrete para mí. Mírame a los ojos-le pedí-. Rómpete. Déjame embarazada. Quiero llevar a tu hijo dentro.
               -Diana…
               -Tommy…
               -Di… a… na…
               -Te amo. Te amo. Te amo-le dije, y él se rompió, se detuvo de repente y noté su calor líquido derramándose por mi interior.
               A la mañana siguiente, pedí cita con el ginecólogo.
               Y tardamos un poco, pero por fin, después de mucho esfuerzo, conseguimos darle la bienvenida a una niña de preciosos ojos azules, naricita de botón y pelo de un ligero tono chocolate. Me costó traerla al mundo, me dolió cada empujón, pero se me olvidó todo, el dolor, las dudas, las noches pensando si no me estaría equivocando, cuando ella me miró con aquellos ojazos suyos y se agitó en mis brazos, celebrando estar viva.
               La pegué a mi pecho y ya no quise soltarla nunca más, me recriminé a mí misma haber tardado tanto, cuando era preciosa, perfecta, buena, todo lo que yo jamás podría conseguir en su máxima expresión. Penélope era una versión mejorada de mí misma a la que yo no podía ni aspirar.
               Dormí varios días con ella en mis brazos, y en muchas ocasiones soñé con el momento en que nos dijeron que iba a ser una niña. Tommy en ningún momento se mostró decepcionado. Teníamos toda la vida por delante para conseguir un niño al que llamar Scott.
               -La pena de que sea niña es que tenemos que buscar nombres para ella-bromeé, aunque tenía una idea rondándome la cabeza, una idea que no sabía cómo plantear.
               Pero mi inglés, como siempre, me había leído el pensamiento y le puso voz a mis deseos.
               -¿Por qué no le ponemos Penélope?
               Yo me había lanzado a sus brazos, le había besado en los labios y le había estrechado con fuerza, temiendo que se me escapara.
               Penélope. Mi pequeña redención.
              


Mi niña se agitaba y bailaba enloquecida con las canciones que el artista invitado de esta edición del desfile más importante y famoso del mundo entonaba mientras las modelos desfilaban. Yo había salido ya una vez, abriendo el desfile de la lencería más elaborada, y ella se había puesto a dar saltos de alegría y a saludarme con la mano mientras su padre la sujetaba para que no saliera corriendo y se colara entre los fotógrafos, que podrían hacerle daño.
               Me moría de ganas por ver su reacción cuando saliera con el Fantasy Bra. A Penélope le encantaban las joyas; en cuanto podía, se colaba en mi tocador y se dedicaba a probarse los pendientes más caros que encontraba, los collares más largos y las pulseras más brillantes y elaboradas.
               El artista terminó la canción e inició la última mientras la penúltima modelo atravesaba la pasarela. Realizó varios movimientos coreografiados al ritmo de la música y desapareció entre bastidores. Yo tomé aire, comprobé por última vez mi atuendo, asegurándome de que todo estaba en orden, me atusé el pelo y asentí con la cabeza.
               Mis alas de ángel al más puro estilo bíblico medían tres metros y pesaban casi 40 kilos. Había tenido que estar entrenando más de 6 meses para estar en forma suficiente como para poder llevarlas.
               Y el sujetador, compuesto de diamantes pulidos de tonos blancos, azules y verdes, se me ceñía al cuerpo como tallado por los dioses y preparado para mí. Los maquilladores me retocaron el maquillaje y en control le dieron la señal al artista para que anunciara mi nombre y se apartara de mi camino.
               -Damas y caballeros-anunció el cantante-, el momento más importante de la noche, ¡el Fantasy Bra, portado por nuestro ángel, Diana Styles!
               Cerré los ojos, asentí con la cabeza y eché a andar por los bastidores. Salí a la pasarela y esbocé una sonrisa. Lo que más me gustaba de Victoria’s Secret era que podías sonreír y saludar al público al pasar. No me gustaba que las modelos tuviéramos que ser tan frías en los desfiles aunque, por suerte, eso había ido cambiando con el tiempo, y ahora teníamos más libertad. Subida a mis tacones, desfilé por el larguísimo pasillo mientras los flashes me cegaban y cegaban a todo el que se encontrara en un radio de dos kilómetros, arrancando destellos a mi atuendo celestial mientras yo me movía al ritmo de la música. El cantante aplaudió y me hizo una reverencia cuando pasé a su lado y le lancé un beso. Seguí caminando y me planté al final de la pasarela, con todos los flashes apuntándome y todo el mundo de pie y aplaudiendo la nueva creación de la casa de lencería más famosa del mundo. Busqué a Penélope por el suelo y me la encontré subida a hombros de Tommy mientras Olivia se revolvía sobre los de Scott, todos sentados en primera fila y aplaudiendo como locos. Les tiré un beso a las niñas y ellas se revolvieron, extasiadas, celebrando que les había prestado atención.
               -¡Mamá, guapa! ¡Mamá!-brama Penélope-. ¡MAMÁ!-gritaba, agitando sus manos en el aire y las alitas de juguete colgadas de la espalda que se había llevado para la ocasión. Me reí y le tiré más y más besos, hasta que la canción comenzó a decaer y yo tuve que darme la vuelta y regresar con las demás modelos para el desfile de despedida. Vi una sombra que corría a mi lado y me volví para ver a mi hija correteando por el borde del escenario, buscando subirse. Me detuve y le pedí a los de seguridad que me la subieran, y al poco, Olivia se escapó y vino también a nuestro encuentro.
               -¿Queréis ser modelos también?-les pregunté, y ellas asintieron. Así que me las llevé con las demás y las agarré de la mano para que vinieran conmigo, y una última vez, cuando pidieron que el Fantasy Bra volviera a pasearse. Cogí a Penélope en brazos y la llevé conmigo, le di un beso en la mejilla mientras Olivia, mucho más mayor, venía de la mano con nosotras, procurando no pisar las plumas de mis alas. Mis niñas sacudieron las manos a modo de saludo y comenzaron a posar, para delicia de todos los presentes, la mía incluida. Me agaché y les di un beso a cada una y luego les di una palmada para regresar y despedirnos con el diseñador, mientras una explosión de confeti llenaba la estancia de tonos púrpura y azul. Capturamos varios papelitos de confeti mientras el resto de modelos subían con sus hijas o sobrinas y realizaban el último pase, apelotonándose al final, dejándome a mí en el centro por ser la estrella de la noche. Vi el orgullo en los ojos de Tommy y la felicidad en los ojos de mis niñas, y supe que aquel sería uno de los días más felices de mi vida.
               Estábamos en una montaña rusa que no hacía más que subir, y acabábamos de tocar el punto más alto.
               A partir de entonces, comenzó el descenso.
              

-Espero que te queden pocas cosas que hacer con él-me dijo Chad, mirando cómo Tommy se dedicaba a recoger los juguetes de las niñas, con un aire cansado y derrotado que llevaba arrastrando desde el funeral de Scott-, porque te queda poco tiempo.
               -¿Tú también lo crees?-pregunté, untando un poco de manteca de cacao en dos tostadas de pan de molde y cerrando los sándwiches que las niñas iban a merendar.
               -Sinceramente, me parece un milagro que no se haya muerto ya.
               Yo asentí con la cabeza, cerrando el cacao y metiéndolo de nuevo en la nevera. Chad hizo una mueca.
               -Lo siento, ¿estoy siendo cruel?
               -Para nada. Cruel es lo que nos está pasando. Y estoy totalmente de acuerdo contigo. No sé cuánto nos queda con él, pero me sorprendería que aguantara un mes-murmuré, mirando a mi inglés, que ahora arrastraba la caja con un pie para seguir guardando juguetes. Cuántas veces les habríamos dicho a las niñas que recogieran lo que desordenaban, pero nada, que no había manera con ellas-. Layla cree que aún hay esperanza, pero…-sacudí la cabeza-. A mí me parece que depende más de Eleanor que de nosotras.
               -¿De Eleanor?
               -Tiene un retraso. A su hermana le ha dicho que cree que está embarazada.
               -¿Y tú, qué crees?
               -Que sería un milagro que tuviera ese bebé con el disgusto que se acaba de llevar.
               -Igual que tú, entonces-acusó el irlandés, y yo me lo quedé mirando.
               -¿Qué?
               -Vamos, Diana, que no soy imbécil. ¿De cuánto estás?
               Me eché a reír.
               -No sé de qué me hablas.
               -Diana.
               -Tres semanas-admití, encogiéndome de hombros.
               -¿Y no se lo has dicho a Tommy?
               -No-respondí-. Bastante tiene él con lo que tiene.
               -Merece saber que va a ser padre.
               -Él ya es padre-ladré-. De dos niñas. Preciosas. Y acaba de perder a su mejor amigo. A su alma gemela. Créeme, no necesita que yo le ilusione con algo que puede no salir bien.
               Chad parpadeó mientras yo me apartaba el pelo de la cara, concluidos ya los sándwiches.
               -Lo siento-me disculpé-. Yo… estos días están siendo muy duros. Llevamos unas semanas de locos.
               -Lo sé. Yo también. También era mi amigo, ¿sabes?
               -Ya, C, pero no esperarás estar tan unido a él como lo estábamos nosotros. Vives en Irlanda. Yo vivía a seis metros de él.
               -Hablábamos todos los días-recordó con paciencia Chad, y yo asentí con la cabeza.
               -Sí, pero una cosa es hablar y otra cosa es verlo. Ha sido horrible, C. Horrible. Le ha hecho muchísimo mal a Tommy. Incluso cuando parecía que estaba bien. Y estos meses han sido tan increíbles-suspiré-. Creo que no hemos hecho más que reforzar la sensación de pérdida.
               -Scott se marchó como llegó al mundo-contestó Chad-. En una puta fiesta.
               Me reí. La verdad es que me hacía falta reírme últimamente. Las niñas preguntaban mucho por Scott y a mí me costaba hacerles comprender que su querido tío no iba a volver. Por suerte, los amigos de Tommy y Scott habían venido y las tenían lo bastante distraídas como para que las niñas no acusaran la pérdida a menudo. Las tías de las pequeñas no dejaban de programar excursiones a la playa o por el bosque para distraerlas cuando los otros decidían quedarse con Tommy y tratar de animar a la viuda.
               Se repartían a los hermanos como podían, cada uno diciendo que no sabía quién estaba peor de los dos. Pero Alec y yo lo sabíamos de sobra. Incluso lo habíamos comentado la noche en que enterramos a Scott, contemplando el acantilado, los dos con los ojos secos de tanto llorar.
               A Eleanor había que apoyarla para conseguir que saliera de ésta.
               A Tommy había que apoyarle para que estos últimos días con nosotras fueran lo más cómodos y felices posible, igual que habían sido los de Scott.
               -No ha sido justo para ninguno-me había comentado Alec-. Scott no se merecía morir tan joven, y Tommy no se merece sobrevivirle.
               -¿No queda ninguna oportunidad?
               -Todo depende de que Eleanor dé a luz a un bebé idéntico a su padre. Así Tommy tendrá a su Scott, podría engañarse diciendo que es él.
               -No pareces tener mucha fe-le había dicho, sintiendo que en mi interior también se gestaba una pequeña revolución. Alec se había encogido de hombros.
               -He asistido a demasiados abortos como para confiar en las probabilidades de un embrión de varias semanas, Diana. A estas alturas, y visto lo visto, prefiero ponerme en lo peor y sorprenderme gratamente a ilusionarme y llevarme la hostia.
               Nos habíamos quedado un rato en silencio, contemplando las estrellas que tanto le gustaban a Scott.
               -Yo también tengo miedo-dijo después. Le miré.
               -¿De qué?
               -De que consiga sobrevivir y jamás vuelva a reírse.
               Cerré los ojos y arrojé el cuchillo sobre el fregadero.
               -¿Y no hay manera de hacer que Layla entre en razón?-preguntó Chad, y yo negué con la cabeza.
               -No quiero que cambie de idea. ¿Y si la clave está en ella y yo la detengo? Puede que le salvemos. La gente se muere todo el rato y… la vida sigue adelante.
               -No cuando la conexión es tan fuerte.
               -Sé que hay algo en Tommy que ha muerto con Scott. Lo sé de sobra, C. Pero eso no implica que no se pueda tener esperanza. Y quiero que Layla tenga esperanza. Para alguien con un poco de ilusión aún…
               -¿De qué sirve la ilusión fuera de Disneyland?-respondió Chad-. Parece un zombie. Está casi muerto. Lo mejor que podéis hacer por él es dejarle marchar.
               -Para ti es fácil decirlo-murmuré.
               -¿Por qué?
               -Porque no es Aiden.
               Chad se quedó callado y asintió con la cabeza.
               -Ojalá me equivoque y ojalá lo hagas tú también, y Eleanor tenga a una especie de reencarnación de Scott dentro, pero… creo que las cosas van a ser mucho más difíciles para todos nosotros.
               -No quiero que mi hijo crezca sin padre-solté, y de repente me descubrí llorando-. No se lo merece. Se merece tener a Tommy igual que lo han tenido Penélope y Olivia… ellas se merecen y crecer con él. Eris y Aisha se merecían tener a Scott, hacerle sentir orgulloso cuando se graduaran, pelearse con él por elegir una carrera… mis hijas se merecen algo mejor. Las hijas de Eleanor se merecen algo mejor. Tommy Tomlinson se merece algo mejor. Scott Malik se merecía algo mejor.
               Chad se levantó y vino a abrazarme, me acarició la cabeza y me frotó los hombros.
               -Los dos se merecen muchísimo más de lo que les han dado-asintió Chad-. Pero lo que está escrito, está escrito, Diana. Nadie tiene control sobre las vidas de ellos dos. Ni sobre las nuestras. Nadie decide para nosotros cómo vivimos y cuándo vivimos. Hasta las moiras griegas que cortaban los hilos de la vida no hacían más que seguir órdenes.
               Me lo quedé mirando.
               -Tú y tu mitología-sonreí, negando con la cabeza. Chad se encogió de hombros.
               -Uno, que tiene mundo. Pero… eh. Creo que deberías aceptarlo.
               -Lo he hecho.
               -Da las gracias por el tiempo extra que has tenido con Tommy. Eleanor no tiene esa suerte. Disfruta de él mientras lo tengas, hazle feliz… concéntrate en que tus hijas terminen de estrechar lazos con él antes de que se vaya. Y después… déjalo libre, Didi. Es mejor así, créeme. Lo sabes.
               -Pero Layla…
               -Yo hablaré con Layla. Conseguiré que lo entienda como lo haces tú. Necesita prepararse para el día en que Tommy decida que no quiere volver a ver un amanecer.
               Ese día llegó antes de lo que esperábamos. Tommy se pasó por casa de Eleanor para ver cómo estaba y ella, hecha un manojo de lágrimas, el corazón más roto que nunca, le confesó que su sobrino en camino ya no iba a llegar. Tommy asintió con la cabeza, trató de consolarla, de decirle que no pasaba nada, pero cuando regresó a casa en sus ojos había una oscuridad que yo nunca le había visto. La oscuridad que hay cuando se pierde todo tipo de ilusión.
               Alec se lo llevó de paseo por la playa, y cuando volvió, algo había cambiado entre los dos. Tuve que preguntárselo, tenía que confirmarlo, saberlo de primera mano. Sólo él conocía sus deseos más secretos y oscuros.
               -¿Quieres morir?-le pregunté en la oscuridad de nuestro cuarto.
               -Ya lo estoy-contestó-. Sólo estoy respirando.
               -Te perdonaremos. Todos-le prometí, besándole las manos como él había hecho conmigo tantísimas veces-. Los que están, y los que vienen-prometí, sonriendo, sintiendo en mi interior algo importante, un regalo especial, el último de todos.
               No le había dicho que estaba en estado, pero él había sabido leerme, como siempre me leía. Como siempre hacía. No tenía secretos, no con él.
               -Siento que vayas a tener que criarlo tú sola-se disculpó, porque era un verdadero sol. Me pregunté qué sería de mí, si me moriría de frío, si me acostumbraría a la oscuridad, la mañana en que su corazón ya no latiera.
               -No pasa nada-le consolé. No quería que sufriera más. Que se marchara si quería, pero que fuera a un lugar donde fuera feliz-. Tengo a Layla. Y te tendré a ti, vigilándome, ¿verdad?
               -Verdad-asintió, acariciándome la mano. Le di un beso y él me correspondió, más o menos.
               Fue un día especial, nos bañamos en la playa, jugamos y nos reímos, y por un momento consiguió engañarnos y todo pareció normal. Tommy accedió a pasar la noche con Layla y conmigo, y nosotras disfrutamos de cada instante que tuvimos con él, sabedoras de que no podíamos desperdiciar ni un segundo. Él por un momento pareció feliz, nuestro, casi curado, pero cuando nos tumbamos a su lado y pegamos la cabeza a su pecho, descubrimos que su corazón latía despacio y su respiración era superficial, como si su cuerpo se negara a funcionar y él, a base de fuerza de voluntad, fuera el que se mantenía vivo, despierto, nuestro.
               Nos quedaba poco tiempo. Yo lo sabía. Tommy me miró en silencio, suplicándome. Desperté a Layla y le dije que se quedara con él, que no dejara que se fuera aún. Y me levanté y fui a por las niñas.
               -Hijas-dije, encendiendo la luz-. Venid. Papá se va con el tío Scott. Van a jugar con las estrellas-les dije, y ellas se levantaron, frotándose los ojos, somnolientas.
               -¿Qué?
               -¿El tío Scott? ¿Ha vuelto?-preguntó Olivia, y yo negué con la cabeza.
               -No, cariño. Le ha llamado. Papá se va con él.
               -¿Nos deja solas?-inquirió Penélope, y eso me rompió el corazón.
               -No, cielo. Papá jamás os dejará solas. Estará con vosotras, aquí-les toqué el pecho y ellas se miraron entre sí, hermanas de distinta madre que estaban a punto de perder a la única persona que tenían en común. Me juré que no dejaría que eso las separara.
               Ahora más que nunca necesitaban a una hermana.
               Me las llevé a la habitación, donde Layla le acariciaba el pecho a Tommy, que respiraba con dificultad, en silencio.
               -Despídete de papá, Liv-pidió Layla, cogiéndola en brazos. Olivia abrazó a su padre y se echó a llorar en su hombro.
               -Papá… no… no te vayas. Quédate con nosotras. Seguiremos buscándole con el telescopio hasta dar con él.
               -No puedo, mi amor. No puedo, reina. Lo siento, tesoro-le besó la cabeza y le acarició el pelo-. Te quiero muchísimo.
               Olivia no contestó.
               -Olivia, dile a papá que le quieres.
               -Si te lo digo, ¿te irás?
               -Sí-asintió Tommy, y Olivia negó con la cabeza. Penélope sollozaba en mis brazos, asustada.
               -¡No! No quiero que te vayas.
               -Olivia, díselo. Díselo o te arrepentirás toda la vida-la urgió Layla, pero la niña negó con la cabeza y echó a andar en dirección a la puerta.
               -Olivia, por favor-suplicó Tommy, y Olivia se giró, abrazándose a sí misma.
               -No te mueras, papá-urgió ella-. No te mueras, por favor.
               -Olivia, por favor. Mi niña. Por favor, dímelo. No me iré tranquilo si no me lo dices.
               -Liv-le pidió Penélope, y Olivia la miró. Penélope se retorció en mis brazos, sollozando-. Está sufriendo. Tiene que encontrar la constelación del tío Scott.
               Olivia la miró un momento, luego, miró a su padre. Se subió a la cama de nuevo y se colgó de sus brazos. Lloró y lloró y lloró hasta que no le quedaron lágrimas, y se quedó acurrucada en su pecho.
               -Te quiero, papá-cedió por fin, y Layla le acarició la espalda y le dio las gracias mientras Tommy le besaba la cabeza.
               -Y yo a ti, mi niña, mi reina, mi sol.
               Empujé a Penélope en dirección a la cama, pero la niña se resistió.
               -Penn, por favor. Despídete de papá. Dile a papá que le quieres.
               -Adiós, papá-concedió mi hija, más solícita-. Te quiero.
               -Adiós, mi amor-se despidió Tommy, acariciándole la espalda-. Te quiero muchísimo, nunca lo olvides.
               -Tú no te olvides de mí-le pidió Penélope, dándole un último beso.
               -Jamás-le prometió él-. Allí donde vaya, os recordaré y os querré con todo lo que sea, a las dos. A las cuatro-dijo, mirándonos a mí y a Layla. Layla recogió a las niñas y se las llevó a su habitación mientras Tommy se volvía hacia mí-. Pídele perdón a mi padre. Ya les he dicho adiós, pero pídele perdón por lo que va a tener que hacer.
               -Él lo entiende.
               Tommy jadeó, luchando por respirar por encima de sus sollozos.
               -Nunca me perdonaré el dejarlas solas.
               -No están solas-respondió Layla-, están con nosotras. Duerme, mi amor. Cuidaremos de ellas.
               Tommy nos cogió las manos y nos miró a los ojos, primero a una, luego a otra.
               -Ha sido un honor traer al mundo a tu hija-le dije, y él me besó, desesperado, urgente.
               -Lo que ha sido un honor ha sido engendrarla en tu interior. Sed felices-nos pidió. Layla posó sus manos en las de él.
               -Y tú. Donde quiera que vayas.
               Me incliné y le besé. Layla hizo lo mismo. Lo hicimos una última vez antes de separarnos para siempre.
               Cuando nos despertamos, a la mañana siguiente, sus brazos seguían rodeándonos. Ni en la muerte Tommy dejaría de protegernos. Hice lo que nos pidió cuando ya no soporté estar más sobre su pecho inerte y silencioso, tremendamente estático.
               Louis no lloró cuando se lo anuncié. Tommy ya se lo había dicho la tarde anterior.
               Eso no impidió que sus padres no derramaran lágrimas suficientes para crear un nuevo océano. Porque Scott le había hecho lo más horrible del mundo a Zayn y Sher, y ahora Tommy se lo había hecho a Eri y Louis.
               Esa noche, me dormí mirando nuestro álbum de fotos, al más puro estilo nostálgico. Contemplé cada una de las fotografías que nos habíamos hecho e impreso, los recuerdos hechos, las canciones grabadas y las burlas por la canción que Scott se había empeñado en grabar con Eleanor antes de morir, como si eso no fuera lo más romántico del mundo.
               Cogí entre los dedos la pequeña flor de hibisco que la sacerdotisa hawaiana le había puesto a Tommy en el pelo, la que nuestras hijas no habían dejado en el mar.
               Estaba seca, muerta, como mi relación con el hombre de mi vida, el padre de mis hijos. Pero aun así, no dejaba de ser hermosa, su recuerdo brillante y su olor aún grabado en mi memoria.
               Me desperté en un claro, bañado por una extraña luz que no parecía provenir de ningún punto en particular. Estaba al lado de un arroyo, de pie, y supe que no estaba en el exterior por las figuras que vi de pie junto a un árbol, hablando, riéndose, con aquellas risas que tanto me había gustado escuchar y tanto habían llegado a fastidiarme de madrugada en los tours.
               -Tengo un plan-le respondió Scott-, ¿quieres oírlo?
               -Depende-le dijo Tommy, un Tommy guapísimo, idéntico al que yo había conocido en el aeropuerto hacía ya tantos años.
               -Sé cómo hacer que consigamos lo que siempre habíamos querido, T.
               -Bueno, chaval, concédeme un momento, ¿quieres? Quiero ver cómo funciona esto del Más Allá-se burló Tommy, y eso me arrancó una sonrisa. Cómo echaría de menos aquellas coñas entre él y su mejor amigo-. ¿Has probado a mover objetos ya? ¿Te ha contactado alguna ouija?
               Scott puso cara de fastidio, puso los ojos en blanco y espetó:
               -Tienes unos meses para averiguar las reglas.
               No recordé nada del sueño cuando me desperté a la mañana siguiente, con la flor caída sobre el suelo de la habitación que Layla había dejado ya vacía. Supuse que se había llevado a las niñas a algún sitio, tratando de distraerlas del funeral. Caminé en dirección al acantilado donde habíamos enterrado también a Tommy, al lado de la tumba recién excavada de Scott, con una nueva semilla sobre él, y deposité la flor encima de la tierra recién recolocada. La flor vibró un momento, y luego, se la llevó el viento, reclamándola por fin el mar.
               Pero a mí me dio igual. Sus ojos eran como aquel océano que se extendía a mis pies.
               En cierto sentido, la había reclamado para sí Tommy.
               Y yo estaba dispuesta a dárselo todo.


17 AÑOS DESPUÉS

La hierba seca de finales del verano crujió bajo mis pies mientras me encaminaba de vuelta hacia aquellos árboles entrelazados. Era momento de quitarles la maleza y cuidar de que continuaran creciendo sanos y fuertes.
               Hacía años de la última vez que Layla había sido capaz de subir allí. Dolía demasiado. Y yo no podía culparla. Pero alguien tenía que hacerlo, y no podía pedírselo a Alec. Bastante había hecho él ya por nosotras, cuidándonos y recogiendo nuestros cachitos desperdigados por el suelo hasta terminar de recomponerlos.
               Tampoco podía pedírselo a Eleanor. Aquellos árboles eran el amor de su vida y su hermano. Sería demasiado cruel obligarla a ver cómo el bosque trataba de reclamarlos a pesar de que con ello no conseguiría más que asfixiar el tronco, marchitar las hojas y secar las raíces. Así que me arrodillé y comencé a limpiar aquellos dos troncos enredados hasta que la copa se convertía en el resultado de una fusión de dos preciosos robles que habían crecido con la fuerza y el poder de los años y del amor con el que se habían ido regando.
               Me gustaba cuidar de aquellas plantas majestuosas y sobrias. Me gustaba el color cobrizo de sus hojas cuando llegaba el otoño, verlos desde casa y observar su silueta recortándose contra el cielo del crepúsculo.
               Escuché unos pasos a mi espalda, acercándose, cuando terminaba con la parte del tronco a la que tenía alcance. Me volví y me encontré con los ojazos verdes con motitas doradas y marrones de mi Tommy.
               -¿Necesitas ayuda?
               -Quita la hiedra, tú que eres más alto-indiqué, y él sonrió, asintió con la cabeza y se afanó en arrancar las plantas venenosas que rodeaban el tronco.
               -¿Sabes? Creo que papá no estaría muy de acuerdo con esto de que limpiemos el árbol cada verano. Es el ciclo de la vida.
               -Qué sabrás tú del ciclo de la vida, niño-sonreí, negando con la cabeza. Empezó a escalar por las ramas-. Tommy. El acantilado.
               -Relájate, mamá, que no me va a pasar nada.
               -Tommy, tronco-protestó una voz a nuestra espalda-. A ver si te resbalas por accidente y me termino quedando con la mitad de la herencia para mí solito.
               Tommy le sacó la lengua a su hermano. Scott lo recorrió con la mirada, divertido, sus ojos azul cielo brillando a juego con el hogar del sol.
               -Tú no ayudes a tu hermano, ¿eh?
               -Vamos, mamá. Que por que estemos separados dos segundos tampoco va a pasarnos nada.
               Alcé las cejas y él suspiró.
               -Bájate de ahí, so cafre. Ya has oído a la jefa. A ver si te nos caes y te quedas incluso más gilipollas de lo que ya eres.
               -¿Gilipollas, yo? Sube a decírmelo, subnormal.
               -¿Qué me has llamado?
               -Subnormal, ¿qué pasa, encima eres sordo?
               -¡Espera, que subo, so gilipollas! ¡Tú no sabes quién soy yo! ¡Ven aquí!-ladró Scott, escalando por las ramas, que bailaron bajo sus pies. Los dos chicos comenzaron a forcejear hasta que yo les grité que bajaran. Lo hicieron de un salto que a mí me produjo un ataque al corazón.
               -Casi, mamá-se burló Tommy-. La próxima vez conseguiré empujarlo, no te preocupes.
               -Qué va a hacer ella sin mí-respondió Scott-. Si soy su favorito. Ve a hacerle la pelota a mamá Layla, que aquí no tienes nada que hacer.
               -Eres un imbécil.
               -Y tú un retrasado.
               -Sí, tan retrasado que nací tres minutos antes que tú.
               -Eso es porque te formaste más tarde, gilipollas. Todo me lo tienes que quitar. La tele, el ordenador, las llaves del coche… hasta el útero de mamá. Desgraciado, que eres un desgraciado.
               -A ti lo que te pasa es que te mueres de envidia porque yo soy el gemelo guapo-se burló Scott.
               -Pero, ¿qué me estás contando, pavo? Con esos putos ojos azules. Anda que no habrá gente con ojos azules. Los ojos verdes son lo que se lleva, pringado.
               -¿Quién tenía los ojos azules, payaso? Papá. Y el abuelo. Y los genes son de ellos. Tú eres una mutación.
               -¿Sí? Pues tú eres una abominación.
               -Pues tú un…
               -Chicos-protesté, masajeándome las sienes-. Ahora no. De verdad-susurré, acariciando el tronco del árbol. Scott le dio un codazo a Tommy y Tommy trató de pellizcar a Scott-. Chicos-siseé.
               -Te estás cargando el momento místico de mamá-gruñó Tommy.
               -Tú sí que te cargaste al momento místico de mamá. Al nacer. Gilipollas.
               -Subnormal.
               -Te odio.
               -Yo te odio más.
               -¡SE ACABÓ!-rugí-. ¡SI NO OS VAIS A ESTAR CALLADOS, OS VAIS A CASA!
               Tommy fingió sellarse los labios con una cremallera y Scott se quedó en el sitio. Uno de los dos siseó un pringao. Me volví y los fulminé con la mirada, pero no se señalaron entre sí como solían hacer, así que no pude adivinar cuál de los dos fue.
               Después de acariciar el tronco del árbol un poco más, terminar de arreglarlo y limpiarlo, me senté en el suelo, a su lado. Cerré los ojos y dejé que la energía que fluía por aquel lugar me llenara de fuerzas. Tommy y Scott se miraron un segundo entre ellos antes de echar a andar y ponerme las manos sobre los hombros, compartiendo ese momento.
               Tambaleándome, sintiéndome llena y limpia, pura y feliz de nuevo, me incorporé. Tommy me arregló la camiseta y Scott me ofreció el brazo, el cual acepté.
               No sueles tener mucha suerte si entierras a tu novio antes de poder darle hijos, pero las cosas cambian si consigues dar a luz a dos bebés que son la perfecta mezcla del hombre de tu vida y su alma gemela. Los ojos de uno y la actitud del otro. La mirada del segundo y el nombre del primero.
               Es la recompensa por el disgusto, el honor del milenio por el sacrificio del siglo.
               Tommy, con los ojos de su tío Scott, me miró a los ojos y me dio un beso en la frente antes de darme la mano. Y Scott, con los ojos del amor de mi vida, me agarró la mano y me dio un beso en los nudillos, igual que había hecho su padre, sólo que sin saberlo.
               Regresamos paseando por el bosque en silencio, escuchando el bramido de las olas de la playa de más allá. Y, como todas las noches del aniversario de la muerte de mi inglés, me acurruqué en aquella cama en que había amado y llorado a tanta gente por primera y última vez.
               Pero ya no. Esos tiempos ya pasaron. Estaría sola en cuerpo, pero no en espíritu.
               Y estaba en casa.



15 comentarios:

  1. Joder. Esa es la única palabra que define ahora mismo lo que siento. Llevo leyendo esta novela desde que la empezaste a escribir, llevo leyendo y viviendo con Chasing the stars casi 4 años CUATRO PUTOS AÑOS, y mi cerebro no es capaz de procesar que ya se haya acabado. He llorado con estos últimos capítulos como hace tiempo que no lloraba con nada, ya no solo por lo que pasaba en ellos (que joder nos has hecho sufrir) sino porque eran los últimos capítulos de algo maravilloso.
    Después de toda esta historia y de todos estos años solo puedo hacer una cosa, y es darte las gracias.
    Gracias por hacer personajes tan humanos y a la vez tan perfectos, gracias por dar visibilidad a todo aquello que el resto del mundo intenta esconder, gracias por tratar los temas como los tratas, gracias por crear personajes femeninos tan fuertes y valientes, gracias por crear personajes que estan dispuestos a experimentar sin miedo, gracias por crear personajes gays y bisexuales sin estereotiparlos, gracias por crear relaciones sanas, gracias por crear relaciones fuera de lo común, relaciones de poliamor y relaciones mas abiertas, gracias por crear a personajes que luchan cada día. Gracias por crear a Chad. Gracias por crear a Layla. Gracias por crear a Diana. Gracias por crear a Sabrae. Gracias por crear a Alec (que es sabido por todo el mundo que es el mejor personaje��). Gracias por crear a Tommy y a Scott (que no los separo ni escribiendo sus nombres) y por crear su conexión. Gracias por crear a todos y cada uno de tus personajes, a los malos y a los buenos, porque de todos hemos aprendido algo.
    Pero sobre todo, y más importante, gracias por crear Chasing the stars. Te debemos una����

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  2. Muy valiente Diana por esa entrevista y porque todo fuera a ambas fundaciones y la madurez con la que tomo la decisión de Tommy, aunque al principio mientras hablaba con Chad lo tomara mal, pero ha sido un gran ejemplo.

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  3. Aun me acuerdo cuando meses después de acabar I1DB me acordé de pronto de ti y de tu blog y cuál fue mi sorpresa cuando al entrar vi que habías "continuado" con la historia. Comenzar a leerla fue lo mejor que podía haber hecho en ese momento. Parece que fue ayer cuando empecé leyendo a Tommy y hoy se termina todo con la americana caprichosa y engreída que llegó de Nueva York hace cuatro años.
    Estoy sin palabras y sin lágrimas porque las he gastado todas. Cuando dijiste que el final nos iba a gustar una parte de mí pensaba que de una forma u otra Scott y Tommy iban a resucitar. Si no, no me entraba en la cabeza cómo podría gustarme otro final. Sin embargo tú lo has conseguido. No es que me haya gustado, es que me ha encantado. Lo mejor que puede pasar después de que Scott y Tommy resuciten es que Scott y Tommy se reinventen. Un final mágico, de diez, para una novela mágica y de diez. Leyendo chasing the stars me he dado cuenta de que un alma gemela no necesariamente tiene que ser alguien con quien compartir tu vida en el ámbito amoroso/romántico. Puede ser un hermano, un amigo, un familiar, o una pareja. Y ha sido aquí, en el último párrafo cuando he terminado de entender que Tommy no es de Layla o de Diana. Ni Scott es de Eleanor. Tommy y Scott se pertenecen el uno al otro y están justo donde tenían que estar.
    Gracias por haberles hecho el mejor regalo que nadie podría haberles hecho jamás: La eternidad el uno junto al otro.

    "No sueles tener mucha suerte si entierras a tu novio antes de poder darle hijos, pero las cosas cambian si consigues dar a luz a dos bebés que son la perfecta mezcla del hombre de tu vida y su alma gemela. Los ojos de uno y la actitud del otro. La mirada del segundo y el nombre del primero.
    Es la recompensa por el disgusto, el honor del milenio por el sacrificio del siglo.
    Tommy, con los ojos de su tío Scott, me miró a los ojos y me dio un beso en la frente antes de darme la mano. Y Scott, con los ojos del amor de mi vida, me agarró la mano y me dio un beso en los nudillos, igual que había hecho su padre, sólo que sin saberlo."

    -María 💜

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  4. Lo leí ayer por la noche y todavía no lo asimilo. Y desde ayer pienso en cómo darle una respuesta justa a este final.
    Gracias. Gracias por hacer que la última fuera Diana. Es un personaje que me flipa como ha evolucionado en la novela. Puedes amarla u odiarla pero que la tía consigue atraparte en su historia, lo consigue. Ha ido al infierno y ah vuelto y vaya cómo lo ha hecho.
    El corazón me ha ido a mil al tener un poquito más de Scott y Tommy. Ese poquito ha bastado. Ver ese pequeño trazo de lo que fueron sus vidas adultas y como padres y maridos es maravilloso.
    Y pensaba que ya no habría más plot twists en esta novela y nos lanzas los bebés de Diana.
    Gracias, gracias, gracias, gracias y gracias al cuadrado por hacer eso. Cuando ese par hablaron... Oh Joder! no creo haber sonreído más en toda mi vida. Solté más lágrimas cuando se pusieron a dar por saco y Diana que ya estaba hasta el coño pero a mí me ha sabido a pura gloria.
    Gracias por crear estos personajes. Al comienzo todos estaba de una manera u otra rotos (unos más que otros) y se han ido recomponiendo entre todos y entre ellos mismos y verles crecer y vivir ha sido épico.
    Debo decir que soy muy fan de como consigues meterme en la mente de cada uno y ver el mundo como lo hacen ellos. Gracias por hacer que crea un poquito más en el amor. Ojalá y existan alguno de estos personajes en la vida real y ojalá que me enamore de alguno de ellos.
    Quisiera mil cosas más pero no quiero ser más melosa de lo que estoy siendo y buah todavía queda Sabrae (chillando en griego antiguo) y chica que quieres que que diga, no puedo esperar a seguir leyéndola.
    Por último muchas gracias por hacer spam de la novela. Mil millones de gracias.
    Con todo el cariño del mundo, young_bloodx.
    P.D. Impresionante que de tu sueño haya salido todo el mundo. Debemos preservar tu cerebro en un museo de ciencia.

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  5. Ya sabes donde voy a dejar el comentario bonito asique comento el capitulo como lo hacia antes:
    1. NO ME CREO QUE LA DIANA DE LA ENTREVISTA SEA LA MISMA DIANA QUE YO ODIABA POR HACER SUFRIR A TOMMY ES QUE ME MUERO CON LA EVOLUCIÓN QUE HA CONSEGUIDO DAR EN TODA LA NOVELA O SEA FLIPANDO
    2. Cuando Tommy sale a abrazar a diana es que decimos de Scott pero él podrá hablar mucho pero no trata ni la mitad de bien a eleanor que tommy a diana o a layla
    3. Diana yendo a ver al hermano de penelope y poniendole su nombre a su hija PROUD OF MY BABY
    4. SCOTT CONSINTIENDOSELO TODO A AISHA ME DA UN PARRAQUE CON ESTE HOMBRE TE LO JURO
    5. "yo no huelo a fritanga, niña" JAJAJAJAJAJAJJJAJAJAJAJAJAJSJJSJSJSJSJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAAJAJJAJAAJJSJAJJAJAJAJAJA
    6. DIANA SUBE A LAS NIÑAS A LA PASARELA AAAAAHHHHHHHHHHH
    7. Cuando layla le dice a olivia que le diga que le quiere a su padre que se va a arrepentir toda la vida mira llorando te lo juro casi peor que la despedida a scott
    8. "subnormal, ¿qué pasa, encima eres sordo?" ES EL SCOTT 1 LITERAL LLORANDO
    ESTOY MUY TRISTE

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  6. No me puedo creer que ya se haya acabado ya. De verdad que no. Ha estado increíble Erika. Has cerrado el círculo de una manera preciosa que ni de lejos me imaginaba hace unas semanas. Ver a todos por fin siendo felices a pesar de todo me hace a mí extremadamente feliz. Tommy dejó este mundo porque no podía haber un Tommy sin un Scott y porque sabía que venían en camino un Tommy y un Scott y el no tenía espacio en la ecuación. Saber que al final lo dos consiguieron lo que querían, que eran hacer eterno su vínculo me parece una manera preciosa de cerrarlo del todo. Gracias por la novela Erika. Enhorabuena por crear esto tan especial.

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  7. Tommy es el mejor novio del mundo

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  8. Alec y Chad son los mejores amigos del mundo

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  9. Diana es la mejor Diana que en ningún momento

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  10. Scommy son la mejor pareja de todas

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  11. Tommy, Scott, Diana, Layla, Eleanor, Aisha, Eris, Olivia, Penelope, Mini Scott and Mini tommy deserved better

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  12. ¿Te imaginas a Scommy puteándose por los gemelos?

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  13. CTS es la mejor historia que he leído en mucho tiempo

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  14. Eri, llegas al corazón de todas y cada una de tus lectoras.

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  15. La entrevista a Diana me ha encantado, siempre ha sido la que más fuerte parecía pero la que más rota a estado. Es admirable cómo lo ha afrontado todo y cuánto ha evolucionado.
    Cuando le dicen a Diana que van a llamar al bebé Olivia ❤
    Penélope y Diana ❤

    "-Hijas-dije, encendiendo la luz-. Venid. Papá se va con el tío Scott. Van a jugar con las estrellas-les dije, y ellas se levantaron, frotándose los ojos, somnolientas." Ahí me he derrumbado del todo ya uff

    Que Diana haya dado a luz a unos gemelos que son la mezcla perfecta de Scommy es precioso y maravilloso ❤

    "Sentirme ilusionada y no olvidar mi pasado. Echar a volar sin olvidar mis raíces. Mirar hacia delante aun contemplando las huellas que iba dejando en la arena. Quería seguir sintiéndome en paz." ❤

    No puedo creer que ya haya acabado la novela. Tengo el consuelo de saber que voy a poder seguir leyendo lo que escribes gracias a Sabrae, pero me entristece muchísimo saber que ya no me llegarán más notificaciones avisando de nuevos capítulos de cts :(
    Muchísimas gracias por darnos esta novela Eri ❤
    Bueno y ya no digo más porque quiero comentarte en los agradecimientos

    - Ana

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