Unos firmes toques en la puerta me arrancaron de la
tranquilidad de mi sueño con la crueldad del despertador que se te olvida
apagar el fin de semana y te obliga a madrugar cuando llevas apenas dos horas
durmiendo. Me quedé quieto un momento, con todo el cuerpo en tensión,
asimilando dónde estaba.
La
habitación no me sonaba, porque no había estado en ella antes de esa noche. La
música me resultaba vagamente familiar, como si fuera parte de un lugar de
vacaciones de mi infancia olvidado por el tiempo que hacía que no lo visitaba.
La
presión en mi pecho era lo más familiar. Tenía una mano puesta sobre mi camisa,
y la otra sobre su cabeza. Sabrae.
Sonreí. ¿Me había quedado
frito con ella encima? No me extrañaba, la verdad. Estaba comodísimo, incluso
con el peso de su cuerpo aplastándome ligeramente y haciendo que me fuera un
pelín más complicado respirar. Podría acostumbrarme a ser como un colchón.
Los
toques volvieron, insistentes. Chasqueé
la lengua: cualquiera que fuera el imbécil que estuviera intentando molestarme,
lo llevaba claro. Le castigaría con mi furia silenciosa si se atrevía a abrir
la puerta.
-Ocupado-gruñí,
odiando tener que hacer más ruido y así poner en peligro el sueño de Sabrae.
Cuando ella se revolvió ligeramente sobre mi pecho, yo la abracé para impedir
que se moviera, haciendo una burbuja protectora con mis brazos alrededor de su
cuerpo. Si alguien hubiera venido a reclamarla en ese momento, se habría
encontrado con un pseudo novio posesivo que no la dejaría marchar sin pelear.
Ya me
había peleado por ella una vez esa noche. No me importaba que fueran dos. Lo
difícil es empezar a delinquir, no reincidir.
-Soy
Bey-respondió mi amiga al otro lado de la puerta, y yo me mordí la sonrisa. ¿De
verdad había estado a punto de liarme a leches con ella?
-Pasa.
Ella
abrió la puerta, y su melena afro de siempre, a la que ya había recuperado, se
difuminó como un halo dorado con las luces del pasillo.
-Me
quedé esperando un ratito, a ver si escuchaba ruido. No quería
interrumpir-explicó, cerrando de nuevo la puerta y encendiendo la luz del
techo, a la que yo no recordaba haber apagado. Puede que la casa tuviera uno de
esos sistemas inteligentes que hace que todos los electrodomésticos se apaguen
si detecta que hay alguien durmiendo en la cama. Quizá tuviera algún sensor de
pulsaciones.
Me
pregunté si la casa también haría algo especial si notaba que las pulsaciones
se aceleraban en vez de ralentizarse. Si prepararía algún desfibrilador por si
me daba una taquicardia al notar que estaba al borde del infarto por ver a
Sabrae desnuda.
O si
pondría música sensual si por un casual adivinaba que estábamos follando.
Bey
se detuvo en seco a los pies de la cama, su vestido negro ciñéndose a sus
curvas y mostrándome a la perfección cómo su pecho se hinchaba al tomar aire al
darse cuenta de que yo no llevaba puesta la camisa, sino que lo hacía Sabrae,
que estaba tumbada encima de mí.
-No
hemos hecho nada-le dije, y ella asintió con la cabeza, mordiéndose el labio, y
dejó unas cuantas botellas de agua a mis pies, aún sobre el colchón.
-Lo
sé.
Sabrae
se removió en mi pecho y se giró para mirar a Bey. Se frotó la cara y rodó
encima de mí, cayendo a mi lado.
Le
habíamos desabrochado la camisa para poder estar los dos más cómodos, así que
ahora tenía los pechos al aire. Dobló las piernas, retorciéndose mientras
trataba de adivinar qué era lo que tenía delante.
-¿Bey?-abrió
los brazos para estirarse y yo clavé los ojos en Bey, decidido a no mirarle
bajo ningún concepto las tetas a Sabrae. Se podía liar en cualquier momento.
Bey sí se las miró, puso los brazos en jarras y alzó las cejas en mi dirección.
Aparté la mirada y me concentré en la televisión apagada en una esquina de la
habitación, decidido a considerarla lo más interesante de la estancia.
Lo
era, a su manera. Nunca había visto una televisión curva colocada en una
esquina. Debías de pillar un mareo bestial mirándola.
-¿Has
venido a unirte a la fiesta?-preguntó Sabrae, y Bey dulcificó su mirada. Yo
todavía no lo sabía, pero Sabrae era un poco su ojito derecho. Cuando empezara
a salir con todo el grupo, siempre sería la que más se preocuparía por ella,
siempre por detrás de mí.
Lo
cual decía bastante del tipo de hermano de mierda que era Scott.
-No,
cariño-sonrió, y yo noté cómo una gota de sudor se me resbalaba por la columna
vertebral. Como Bey le hubiera dicho que sí y hubiera gateado hasta ponerse
encima de Sabrae y hubieran empezado a besarse, a mí me habría dado un patatús.
Me
las imaginé tumbadas en la cama, acariciándose mientras se besaban, pegándose
la una a la otra, y…
No pienses en eso, Alec, no pienses en eso.
No pienses en eso. Piensa en gatitos. En vídeos de focas bebés palmeándose la barriga.
Bombardeé
mi mente con los típicos vídeos que veía cuando estaba aburrido o un poco
tristón, de científicos acercándose a tocas y tocándoles el morro y haciéndoles
cosquillas en sus inmensas tripas mientras los animales meneaban sus aletas
como pidiendo que no se detuvieran.
-Jo.
Qué mal-Sabrae chasqueó la lengua-. Alec tiene el día tiquismiquis.
Bey
alzó una ceja, mirándome.
-¿Tienes
el día tiquismiquis?-rió, y yo me encogí de hombros. Dejé reposar mis manos
sobre mi vientre, rezando porque ninguna de las dos se fijara en mi erección.
Eso de tener fantasías lésbicas mientras las dos chicas más importantes de tu
vida están en la misma habitación que tú, una prácticamente desnuda y la otra
con un vestido que le tapaba poco más que a la primera, era de ser un
principiante en temas de sexo.
Pero,
joder, es que estaba muy cachondo. Llevaba tiempo esperando esa noche, tenía
las hormonas revolucionadas, y lo que había hecho con Sabrae el día anterior en
el iglú no es que contribuyera, precisamente, a mi tranquilidad emocional.
Estaba reaccionando de una manera adecuada a mi edad y mi condición de tío.
Además,
¿qué cojones? Sabrae y Bey están buenísimas. Fijo que Logan, siendo maricón
perdido, también se empalmaría si estuviera en mi situación. Seguro que
descubriría que, después de todo, sí que le iban las tías, aunque fuera sólo un
poco.
-Tengo
el día tiquismiquis-me encogí de hombros e ignoré deliberadamente a Sabrae, que
en ese momento se colocó sobre su costado, me agarró un brazo y empezó a besármelo
mientras se aferraba a él como un panda se aferraría a la última caña de bambú.
-¿Por
qué?
-No
quiero hacerlo con ella así-susurré con un hilo de voz. Sabía que Bey no me
diría nada respecto de mi sentido del honor, pero siempre había un margen de error
en tu forma de conocer a una persona. Si incluso tú mismo podías sorprenderte a
veces reaccionando de forma completamente ilógica en algunas circunstancias,
¿qué no podía hacer una persona totalmente diferente a ti?
Pero,
por suerte, Bey no me defraudó. Simplemente esbozó una sonrisa paciente con
tintes de ternura y orgullo en los bordes, y se sentó en la cama. Le acarició
el tobillo a Sabrae, que había vuelto a quedarse dormida, abrazada a mi brazo.
Tiré de ella con todas mis fueras para pegarla a mi pecho, con la excusa de que
no quería que pasara frío en la punta de la lengua por si Bey me obligaba a
esgrimirla, cuando la realidad era un poco diferente: quería tenerla todo lo
cerca que pudiera. Ella necesitaba del calor de mi cuerpo, y yo necesitaba de
su calor y su cercanía.
-¿Quieres
darte una vuelta?-inquirió con un hilo de voz, y yo la miré-. Yo la cuidaré.
-No
hace falta-contesté, celoso de que quisiera quitármela (aunque yo sabía que ésa
no era su intención, sino más bien una consecuencia de lo que verdaderamente
deseaba: hacerme un favor). Me zafé del abrazo de Sabrae y le rodeé la cintura
mientras ella me pasaba los brazos recién vacíos por el torso, en busca siempre
de algo a lo que aferrarse. Yo sería su tabla de salvación. Yo sería su roca.
Yo.
Nadie más. Nadie tenía más derecho a estar con ella en esa casa que yo.
-Al,
de verdad que no me importa. Podemos turnarnos, tú puedes ir a pasártelo bien…
no me refiero a eso-añadió cuando vio mi cara estupefacta, “¿cómo te atreves?”,
le decían mis facciones. Se sentó a mi lado, las piernas cruzadas y las manos
sobre el regazo-. Simplemente beber con los chicos, jugar, bailar… es
Nochevieja. Tu fiesta preferida. No deberías verte obligado a pasártela en una
cama.
Sacudí
la cabeza y Sabrae suspiró cuando yo la pegué un poco más a mí. Si seguía
hablando con Bey, puede que me rompiera las costillas de tanto que estaba
acercándome a Sabrae. Parecía que quisiera fusionar nuestros cuerpos. Si
fuéramos dos esqueletos y nada más, no habría parado hasta que nuestras cajas
torácicas estuvieran acopladas la una con la otra, las costillas enredadas de
tal forma que sería imposible separarnos.
No
quería que nada se interpusiera entre Sabrae y yo. Nada. Ni siquiera los
millones de átomos que había en la camisa, la única barrera de nuestras pieles.
Se me estaba clavando uno de los botones en el costado, pero me daba lo mismo.
No renunciaría a ese ligero pellizco de dolor, porque significaba que Sabrae
estaba conmigo.
-Lo
que quiero decir es que no quiero. Ella está aquí-contesté, mirando su cara.
Sus pestañas proyectaban una ligera sombra sobre sus mejillas, los ojos
cerrados en una pose pacífica. No había ni rastro de la joven mujer sensual que
me había vuelto loco en el piso de abajo, de cuyo cuerpo había tomado un
aperitivo en un rincón oscuro, y al que habría poseído de no habernos
interrumpido. Ahora, la raya de su mirada no era más que eso: una raya. No
prometía guerra, no prometía darle la vuelta a mi vida, y su pintalabios
difuminado por nuestros besos ya no era una promesa de lo que vendría después.
Estábamos en el después.
Era
una niña adorable por la que yo estaba dispuesto a morir, a ser lo que fuera
con tal de que fuera feliz. No me movería del sitio mientras Sabrae estuviera
dormida, me daba igual que se hubiera convertido silenciosamente en la bella
durmiente y eso me terminara matando de hambre. No le fallaría.
-No
quiero estar en ningún otro sitio.
Bey
esbozó una sonrisa orgullosa, me cogió la mano y me dio un suave apretón.
-¿Necesitas
algo más?-preguntó tras ponerse en pie y tirar un poco del bajo de su vestido,
que se había deslizado por sus muslos de caramelo hasta dejar tanta piel
visible que seguro que la detendrían por escándalo público… o por cargarse a la
mitad de la población de la fiesta.
Le
dediqué mi sonrisa más seductora y puse ojitos.
-¿Me
traes el iPad?
Ella
puso los ojos en blanco, sacó la lengua y asintió con la cabeza.
-Soy
la recadera oficial de Alec Whitelaw.
Me entendía mejor de lo que yo podía
entenderme incluso a mí mismo. Olvídate de lo que he dicho antes.
Bey
se esperaba que le pidiera el iPad, o algo con lo que entretenerme. Por mucho
que Sabrae estuviera conmigo y estuviera mal, seguíamos estando en Nochevieja.
Yo seguía sintiendo la urgencia del fin de año, la electricidad flotando en el
ambiente en la noche en la que todo era posible. Me encantaba Nochevieja porque
en ese lapso de tiempo en el que cambias de día, mes, y año, no existe pasado
ni existe futuro. Sólo hay presente, y todo el mundo decide aprovecharlo. No
hay inhibiciones, no hay peleas, no hay contratiempos ni hay disputas. Te
entregas al placer más absoluto y a tus deseos, porque sabes que nadie podrá
reprocharte que te vuelvas completa y absolutamente loco: por una vez, no estás
siendo tú de una forma casi desafiante, sino que sigues a la corriente… o dejas
que ella te siga a ti.
Quedándome
con Sabrae, yo elegía fingir que esa noche no estaba pasando. Que no estaba
saltando una página de mi diario, la que tenía los bordes dorados y la fecha
señalada con rotulador metálico, como el asterisco divino que nuestro planeta
nos ofrecía con cada transición de enero a diciembre. Estaba quedándome con la
obra al completo. Estaba dándole continuidad.
Estaba
viendo desde fuera, con las ataduras de la civilización y las convenciones
sociales, cómo la gente echaba a volar y se sentía libre, mientras yo
continuaba con los pies en el suelo.
No me
cambiaría con ellos por nada del mundo. Mi suelo y mis ataduras eran mil veces
mejores que ese cielo que los demás estaban surcando. Olía a maracuyá y a
manzana, sabía a frambuesas y alcohol, y era suave y cálida y cómoda y estaba
bien, todo lo bien que puede estarlo la única pieza en la que tu cuerpo puede
encajarse a la perfección.
No
sabía si los envidiaría, aunque sospechaba que no. Cuando tus planes para
quedarte en casa un sábado por la noche, viendo películas y acurrucado bajo una
manta, son con la persona que más te importa en el mundo, el salir de fiesta
pasa a un segundo plano.
Pero,
claro… Sabrae y yo no teníamos ninguna manta. No estábamos compartiendo la
noche. Ella me estaba dejando pasarla junto a ella. No existía un nosotros.
Sólo ella, yo, y el resto del mundo, que continuaba girando a pesar de que yo
quería que se parara y poder luchar contra el tiempo.
Los
árboles no envidian a los pájaros que emigran cada otoño porque ellos sean
libres. Eso les da lástima, porque no tienen hogar, un asentamiento, unas
raíces que hundir en la tierra y un espacio reservado para ellos.
Los
envidian porque incluso en lo más frío del invierno, los pájaros siguen
conservando sus vivos colores, y siguen siendo capaces de cantar.
Sabrae
se removió a mi lado y musitó algo que yo no entendí. Debía de estar soñando,
acunada por mi respiración. Le di un beso en la punta de la nariz y apoyé mi
frente en la suya. Ojalá estuvieras aquí,
conmigo. Ojalá me pudieras cantar.
Los árboles odian el otoño no
porque pierdan sus hojas, sino porque es lo que les confirma que no son un
hogar, sino una casa de vacaciones. Y yo quería ser el hogar de Sabrae. Así que
me tocaría esperar pacientemente a que volviera conmigo.
-Te
traeré regalices-añadió mi amiga, caminando hacia la puerta con la
determinación de una modelo de bañadores. Agitaba las caderas como si estuviera
en alguna pasarela equivalente a la de Victoria’s Secret, y sonrió cuando yo
gemí y le dije que la quería.
-Te
quiero, Bey. Eres la mejor chica del mundo. La más guapa, la mejor amiga de la
historia. Nadie te merece. Nadie es
digno de tu bondad. Si los que redactaron la Biblia te hubieran visto la cara,
habrían escrito los pronombres de Dios en femenino. Ariana Grande es la única
profeta que no se equivocó: Dios es mujer. Eres tú.
-Eres
un pelota-se echó a reír Bey, negando con la cabeza.
-¿Te
he dicho ya que te quiero? Quiero darte hijos. Tendremos bebés mulatitos. Serán
muy monos. Te prometo que te daré mis mejores espermatozoides. Nos saldrían
genios.
-Pelota-Bey
me sacó la lengua y comenzó a cerrar la puerta.
-Joder,
incluso me quedaría yo embarazado de ellos, si pudiera, para que tú no tuvieras
que pasar por el parto. Eres la mejor. Recuérdame que te bese los pies.
-Tienes
a Sabrae encima.
-Sabrae
no es celosa. Y entiende que tengo que tratar al oro como se merece.
Bey
se echó a reír y cerró la puerta.
-Eres
la mejor Beyoncé, Bey. La otra lloraba por las noches porque no te llegaba ni a
la suela de los zapatos.
Abrió
la puerta y asomó la mano, que se agitó arriba y abajo como si botara una
pelota imaginaria.
-Te
quiero.
Levantó
el dedo pulgar, sacudió la mano a modo de despedida y cerró la puerta.
-Yo
también, Al-musitó Sabrae en sueños, y yo me eché a reír y le di un beso en la
cabeza. Abrió los ojos y se me quedó mirando, somnolienta-. ¿Qué pasa?
-Nada.
Nada, es sólo que… me alegro muchísimo de estar aquí contigo, bombón.
-Aw-respondió
ella, poniéndome una mano en la mejilla y acercando mi cara a la suya para
darme un beso-. Eres el mejor-frotó su nariz contra la mía y yo me estremecí.
Me incorporé para pasarle una botella de agua y ella bostezó sonoramente-.
Estoy un poco cansada. Me echaré una cabezadita y luego ya echamos ese polvo
que tenemos pendiente, ¿vale?
-Bueno,
pero primero bebe un poco.
-Ya
he bebido bastante, ¿te quieres aprovechar de mí?-sonrió, abriendo los ojos
todo lo que pudo… lo cual no pasaba de una pequeña rendija-. Porque me
desmeleno un poco cuando me emborracho.
¿Un poco? Me has pedido que me corra en tu
cara.
-Tentador-contesté, echándome
encima de ella y acariciándole la pierna. Sabrae ronroneó y asintió con la
cabeza, complacida con mis atenciones-, pero no. Ya te desmelenaré yo.
-Eres
tan guapo-gimoteó-. Hagámoslo un poco. Hasta que me quede dormida. Si ronco en
medio del polvo, me perdonas y me despiertas, ¿eh?
Y
empezó a tirar de sus bragas, pero yo estaba encima de ella y no podía llevarlas
muy lejos.
-Uy.
¿Qué pasa? No puedo desvestirme. Alec…
-Déjate
las bragas en su sitio, Sabrae-le di un mordisquito en el hombro y le tendí una
botella, que ella cogió y olisqueó con desconfianza. Hizo un mueca de asco al
ver que no era más que agua y trató de apartarla, pero yo la obligué a beber.
Me empujó para levantarse y se bajó de la cama-. ¿Adónde vas?
-Tengo
que ir al baño-explicó, y se fue tambaleándose, con la camisa abierta y las
manos por delante, como si estuviéramos jugando a la gallinita ciega y temiera golpearse contra algo. Dio varios pasos
vacilantes en dirección al baño, escorándose a uno y otro lado como la
tripulación de un velero en plena tormenta.
-¿Quieres
que te acompañe?
-¡No
querrás verme hacer pis, pervertido!
Me quedé
echado en la cama, mirando cómo se agarraba a los muebles para no caerse, y
esperé con impaciencia a escuchar el sonido de la cadena. Sabrae abrió la
puerta y me sonrió, sentada en la taza del váter.
-Alec…
-No
puedes levantarte, ¿a que no?-adiviné, y ella negó con la cabeza e hizo el
símbolo de la victoria con las manos. Me incorporé, tiré de ella, le subí las
bragas pese a sus protestas, y me la eché a la espalda. Cuando ella me pellizcó
el culo yo giré la cara y le di un mordisco en el muslo, y ella ahogó un
gritito y volvió a pellizcarme, seguramente porque le había encantado la
jugada.
La
coloqué despacio sobre la cama y, cuando Sabrae se cogió los bordes de la
camisa para enseñarme las tetas, al grito de “¡Mira qué tetas más bonitas
tengo, Al! ¿Por qué no me las tocas?”, yo me centré en traducir nuestro himno
al ruso, incluso escribiéndolo en el alfabeto cirílico, para no tener que
pensar en lo bonitas que tenía las tetas y en las ganas que tenía de
tocárselas.
Le
abroché los dos botones y me eché a su lado. Diez segundos después Sabrae
dormitaba otra vez a mi lado.
Bey
no se hizo de rogar mucho tiempo más. Irrumpió en la habitación como en aquella
escena de Modern Family en la que
Cameron presentaba a su hija recién adoptada como Rafiki a Simba en El Rey León, con el iPad y una bolsa
transparente en alto.
-Joder…
lo que te quiero, tía-gruñí cuando me lanzó la bolsa-. Avísame si no te come
nadie el coño esta noche, que lo hago yo.
Bey
alzó una ceja.
-¿Es
que no te cansas de pedirme favores?
Me
entregó el iPad y unos auriculares que yo no sabía de dónde había sacado y se
quedó mirando a Sabrae, que no se había dado cuenta de que la población en la
habitación había aumentado en una persona. Activé el iPad y le puse un
auricular a Sabrae en la oreja (acababa de ocurrírseme ponerle música relajante
para que no le molestaran los ruidos de la fiesta) y me quedé mirando a Bey
cuando ésta extendió algo negro ante mí.
-¿Qué
es?
-Su
sujetador. Me fijé en que no estaba por el suelo, así que… me supuse que se lo
habría quitado.
-¿No
puede habérsele caído, o algo así?
Bey
alzó una ceja.
-Para
ser un follador de manual, eres bastante tonto. ¿Crees que a las chicas se nos
van cayendo sujetadores por ahí?
-Sujetadores,
no sé, pero algunas deberían llevar las bragas pegadas con pegamento-puse los
ojos en blanco y Bey me miró un momento, y luego se echó a reír.
-Estas
mierdas son jodidamente incómodas-comentó, estirando el sujetador sobre el mono
extendido que había dejado colgado de una de las sillas del tocador.
-Por
mí podéis dejar de llevarlos cuando queráis-alcé una mano y me encogí de
hombros, y Bey chasqueó la lengua.
-Qué
detalle por tu parte, Al.
Cubrió
a Sabrae con una manta de pelo blanco y se sentó a los pies de la cama, a
mirarla. A mirarnos. Sus ojos saltaban de ella a mí, y de mí, de nuevo a ella.
Esbozó una sonrisa enamorada que me hizo pensar que estaba a punto de pedirme
que la dejara ocupar mi puesto.
Ni de
coña.
Acerqué
un poco más a Sabrae a mi pecho, encajándola un poco mejor en el hueco bajo mi
hombro, y Sabrae sonrió, la cabeza apoyada justo sobre la articulación, y el
cuerpo encajado en ese hueco del que no se podría escapar. Se revolvió para
coger mejor postura y dejó escapar un suspiro de satisfacción.
Noté
que algo me resbalaba por la barbilla.
Se me
estaba cayendo la baba.
(Es
coña)
(Vale,
no. No es coña. Por favor, no se lo cuentes a mis amigos. Me martirizarán con
ello hasta el día en que todos nos muramos. Porque estoy seguro de que, si yo
la palmo antes que ellos, buscarán rituales de invocación a espíritus para
recordármelo. Y, si mueren antes que yo, se asegurarán de traerme ouijas de la tienda de misterios más
cercana para seguir riéndose hasta la eternidad)
-No
me extraña-susurró Bey con un hilo de voz, como si temiera romper la magia del
momento.
-¿El
qué?
-Que
cambies así por ella. Y que hagas cosas que jamás harías por otra persona. Que
estés aquí, ahora, por ejemplo-me miró un momento y sonrió, y luego sus ojos
volvieron hacia la carita de felicidad de Sabrae-. Es hermosa. Lo suficiente
como para empezar guerras entre imperios en la antigüedad… y para que tú te
enamores de ella.
Tomé
aire y me quedé mirando a Sabrae. Respiraba profundamente, sumida en un sueño
apacible en la que nada ni nadie podría molestarla. Sus ojos estaban cerrados,
sus pestañas acariciaban sus mejillas y las pecas que salpicaban su nariz
apenas se movían. Tenía los labios ligeramente curvados en una sonrisa, jugosos
como la fruta prohibida por la que Adán y Eva sacrificarían gustosos su paraíso.
La mano que reposaba sobre mi pecho estaba cerrada en un puño, aferrándose a la
nada en un intento por encontrar algo con lo que evitar que me escapara, como
si eso fuera factible. Su rodilla se apoyaba en mi cintura, y sus piernas se
enredaban en las mías, mezclando nuestros cuerpos en una maraña imposible de
deshacer incluso aunque nosotros quisiéramos.
Jamás
habría creído que Sabrae era de las que se quedaban dormidas abrazando a la
persona con la que compartieran cama. Siempre la había visto tan independiente
en ese sentido… y sin embargo, así, enredada conmigo como lo estaba y
disfrutando de su sueño, saltaba a la vista que estaba más que acostumbrada a
estar en esa posición.
Deseé
que la fiesta se acabara para poder llevarla a casa y dejar que me convenciera
de dormir con ella. No quería dormir solo. No viendo que las noches con ella
podían ser así. Me condenaría a un infierno constante en el que de vez en
cuando se abriría el techo de lava y podría ver el paraíso, en las poquísimas
ocasiones en que ella se quedara dormida a mi lado.
Y pensar que Scott la tenía disponible cuando
él quisiera para que se le acurrucara… algunos nacen con suerte. Menudo hijo de
puta. Jamás había sentido tantos celos de él como en ese momento.
-Yo
no estoy enamorado de ella sólo porque sea hermosa-le dije a Bey, y ella me
sonrió con nostalgia. Ojalá Sabrae fuera sólo
hermosa. Eso haría que me fuera factible resistirme a ella.
Pero
si era increíblemente bonita por fuera, la belleza de la persona que ella era… era incomparable. Como una obra
maestra para un crítico de arte. La pirueta perfecta de una bailarina a los
ojos de su coreógrafo. La nota indicada en el violín más afinado del mundo. Un
cielo cuajado de estrellas para un astrónomo.
El
mejor KO que puede hacer un boxeador.
La
mujer más increíble atrapada en el cuerpo de una niña, descubierta por un chico
que ha estado con cientos con las que compararla.
La
única persona que puede hacer que cambies de opinión. Los 17 son una buena edad
para plantearte si quieres tener hijos. Y sí.
Lo
quieres.
-Y no
estoy haciendo esto por ella porque esté enamorado.
Lo estoy haciendo porque soy buena persona.
Porque ella me necesita. Y yo
quiero estar ahí todas las veces que me necesite. Estaré ahí todas las veces que me necesite.
Bey
se mordisqueó la sonrisa.
-Sí…
está claro. Dios os cría, y vosotros os juntáis.
-¿Lo
dices porque ella también me cuidaría?
-No-Bey
se levantó y se limpió una pelusilla de los muslos-. Lo digo porque sois los
dos igual de tontos. Sólo tú puedes ser tan tonto como para decir que el hecho
de que la ames no tiene nada que ver con que renuncies a tu Nochevieja por
ella. Y sólo ella puede ser tan tonta como para pensar que no te la mereces. Ni
viviendo cien vidas, cada uno en un extremo del planeta, seríais capaces de
dejar de ser tan iguales como lo sois ya.
Me
dejó totalmente desarmado escuchar a Bey decir aquello. Me quedé mirando a
Sabrae, que continuaba dormida, ajena a aquella revelación cósmica: haríamos
que funcionara. Era nuestro deber. No podíamos hacer otra cosa. Conseguiríamos
que funcionara no porque tuviéramos que luchar contra viento y marea… sino
porque el viento y la marea soplaban en la dirección buena. Éramos nosotros los
que estábamos mal orientados.
Si
todo apuntaba a la tierra prometida, lo único que teníamos que hacer era virar
el timón.
Bey
alzó las cejas, escuchando unos ruidos que nos llegaban de la habitación más
cercana. Sonrió y sacudió la cabeza.
Eran
gemidos.
De
una chica.
A la
que los dos conocíamos muy bien.
-Tam
lo está fingiendo. Pobrecita-me burlé, y Bey se echó a reír.
-Es
escandalosa, la pobre-chasqueó la lengua-. Lo pasa mal cuando papá y mamá
cancelan salida a última hora. No se puede traer a sus rollos.
-La
gente no tiene respeto ya por nada, ¿eh?
-Como
si tú no hubieras follado en una casa llena de gente.
-Lo
digo por el escándalo que está montando tu querida hermana-me burlé, y Bey me
taladró con la mirada con intención.
-Supongo
que lo dirás con conocimiento de causa, ¿no? Contigo hacían incluso más ruido.
-Me
gusta que gritéis. Sobre todo cuando está Scott en casa-le dediqué una sonrisa
oscura-. Así le queda clarito que puede que él se haya tirado a más tías, pero
el marcador de orgasmos femeninos me da ventaja. Así que no tengo motivos para taparos
la boca.
-¿Taparnos…
o taparle?-preguntó Bey, señalando
con un dedo a Sabrae.
-Con
ella tendré que hacer una excepción-dije, después de mirarla-. Por muy bien que
folle, no creo que me perdone fácilmente que me cargue a su hermano por venir a
interrumpirnos un polvo.
-Porque
oh, sí-Bey se apoyó en la puerta y cruzó los brazos y los pies-.
Definitivamente te cargarías a Scott.
-Definitivamente
vendrá a cortarnos el rollo. ¿Qué quieres que haga? ¿Que le dé las gracias?
Bey
rió entre dientes.
-Pf.
Machitos. No valoráis nada la amistad cuando se os ponen dos tetas delante.
-No
me hables del valor de las tetas, Beyoncé, o tendré que sacarte a colación la
confesión que nos has hecho a todos, Scott incluido, sobre lo que hiciste una
vez pensando en cierta suegra mía.
Bey
se echó a reír.
-La
única razón de que existan tías heterosexuales en el mundo es que no han visto
a Sherezade Malik. Es la única persona que me hace pensar que las pollas están
sobrevaloradas.
-Eso
es porque no has probado la adecuada; yo ahora mismo estoy un poco ocupado,
pero si quieres…
-Adiós,
Alec-Bey me enseñó la palma de su mano mientras salía por la puerta.
-¡Llámame!-le
grité mientras los gemidos aumentaban, y ahora un tío se unía a ellos-. Sí,
hermano, pásatelo bien con ella-asentí con la cabeza y me encendí un cigarro-.
Ponla de buen humor, que así invita a unas copas.
Miré
vídeos de animales monos haciendo cosas graciosas en Youtube. Me metí en vídeos
musicales y creé listas de reproducción en Spotify, sólo por el mero placer de
poder escucharlas más tarde y recordar la noche que pasé con Sabrae acurrucada
a mi lado.
Cuando
no se me ocurrió qué más hacer, empecé a ver una serie, Sabrae aún sumida en un
profundo sopor.
Casi
se podría decir que estaba aburrido cuando la noche tomó un giro inesperado.
Vinieron a visitarnos de nuevo, pero esta vez, no era Bey.
Sino
Scott.
Entró
como un vendaval, con la fuerza de una tormenta de verano que se gesta en
apenas unos segundos y de repente estalla y descarga toda su furia durante
varias horas. Estaba agitado y respiraba entrecortadamente; seguro que había
abierto todas las puertas de la casa buscándonos a mí y a Sabrae, sospechando
de lo que estaríamos haciendo, lo que él
mismo había estado haciendo hasta hacía nada.
Nuestras
miradas se encontraron un instante; dejé de prestarle atención a Annalise
Keating mientras me enfrentaba a él. Scott me estudió con el ceño fruncido, una
ira silenciosa que todavía tenía la decencia de mantener bajo control ardiendo
en el fondo de su mirada. Sus ojos pasaron a Sabrae, a la que inspeccionó desde
la distancia, con el ceño profundizándose más y más al verla casi encogida en
posición fetal a mi lado, con unas prendas cuyo color no se correspondía con
aquellas que le había visto llevando la última vez…
… su
mente sumó dos y dos. Yo estaba sin camisa y Sabrae llevaba puesto algo blanco
con lo que no había salido de casa. O más bien sí había salido de casa con ello, pero no vistiéndolo ella: lo iba
vistiendo Scott.
Y lo
había estado vistiendo yo.
Scott
giró la cabeza, siguiendo su instinto en dirección al rojo, como un toro de
miura que va a cargar contra el capote del torero en cuyas manos morirá, y
apretó la mandíbula al descubrir el mono rojo de su hermana reposando sobre la
silla de plástico y patas de metal en la que lo había dejado yo, con su
sujetador negro encima.
No
había que ser un genio para deducir por qué le había quitado eso. Pero es que
encima Scott era como yo. Teníamos una especie de comprensión de seductores que
sólo se comparaba a ese honor férreo entre ladrones.
De
todas las personas que me esperaba que llegaran a esa conclusión, Scott se
alzaba como rey… porque, hace dos meses, yo habría hecho lo mismo. Yo también
habría pensado que él se había follado a una chica que ahora llevaba puesta su
camisa.
Eso,
antes de Eleanor.
Claro
que él no sabía que yo había pasado por mi propia metamorfosis. Sabrae había
sido mi propia crisálida.
-¿Qué
hacéis?-ladró como un perro de presa que consigue acorralar a la liebre. El
animalito no tiene escapatoria.
Había
un problema: yo no era una liebre.
Era
un zorro de cola alargada (¿lo pillas?) y tremendamente cotizada que se las
sabía todas para eludir al cazador.
-Ver How to get away with murder-dije contoda
la calma del mundo-. Bueno; eso, yo. Sabrae duerme.
-¿No
te habrás aprovechado de ella?-tronó Scott, y que me creyera capaz de una cosa
semejante me jodió. Vale que pensara que habíamos follado por la ropa que
llevaba puesta Sabrae y la que nos
faltaba a ambos. Vale que el encontrarnos metidos en una cama no ayudara. Vale
que ella estaba prácticamente encima de mí. Vale que tenía su pintalabios por
todo el cuello. Vale que tuviera el pelo alborotado. Vale que…
Joder,
había muchas cosas que excusaban a Scott.
Pero
a mí me seguía molestando que hubiera usado esas palabras, porque eso implicaba
que él sabía que Sabrae estaba
borracha. Muy borracha. Y, si ella
estaba borracha, debería tenerme en suficiente estima como para darme ese voto
de confianza que supondría el asumir que yo no habría hecho nada con ella.
Si
hubiera sido Sabrae quien me lo hubiera dicho, habría sido elocuente y habría
conseguido convencerla de que su idea era completamente absurda. De que me
conocía bien y sabía que yo era bueno y que eso no entraba dentro del espectro
de lo que yo consideraba moralmente aceptable, el único sitio por el que yo
estaba dispuesto a moverme.
Pero,
claro, no había sido Sabrae; había sido Scott. Competencia en algunas
ocasiones. Un amigo mío, siempre.
Y
otro tío.
El
nivel de testosterona en la habitación se había disparado y, ¿qué pasa cuando
la testosterona sube?
Que
los cerebros se desconectan. Concretamente, el mío.
-En todo caso se aprovecharía ella de mí-solté
antes de poder frenarme, pensando en que era incapaz de contar con todos los
dedos del cuerpo las veces en que Sabrae me había pedido follar y yo le había
dicho que no. ¿Y todavía tenía que aguantar que Scott me tratara de puto baboso
aprovecha-borracheras? ¡Venga! ¿Has visto mi cara, so cabrón? No necesito que una tía se emborrache para que se le caigan
las bragas conmigo. Normalmente se las bajan solas estando sobrias con mucho
gusto. Y más tu hermana. Gilipollas—. Porque, S, si vieras las cosas que sabe
hacer y las cosas que me pide que le haga… Conoce cosas que ni tú ni yo sabemos
que existen, chaval-bromeé en tono místico, porque si entre Scott y yo no
conocíamos algo sexual, es que no estaba inventado. Nosotros éramos al sexo lo
que Einstein a la física.
Algo
dentro de Scott se desconectó. Si había tenido deferencia conmigo porque éramos
amigos, eso se había acabado. La verdad es que sólo se me ocurría a mí elegir
vacilarle en un momento de tensión como aquel: sí, vale, éramos amigos y se
suponía que tenía que confiar en mí y creer lo mejor de mí por lo menos desde
un principio, pero si me ponía en sus zapatos, le entendía. A mí tampoco me
haría gracia encontrarme a mi hermana semidesnuda compartiendo cama con otro
tío, especialmente si ella estaba borracha e inconsciente y el otro tío en
cuestión tenía una reputación de follador que trascendía el código postal de
Londres.
-¡¿QUÉ
COJONES HABÉIS HECHO, ALEC?!-tronó, y yo cerré el brazo un poco más en torno a
Sabrae. Como la despertara, me lo cargaría.
Por
suerte, ella estaba sumida en un sueño tan profundo que ni siquiera parecía
darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor.
-Nada-respondí,
sosteniéndole la mirada.
-ALEC.
-¡Nada,
joder!-estallé, incorporándome un poco y dejando que Sabrae se escurriera por
mi pecho-. ¿Cuándo me has visto a mí vestirme tanto después de follar en una
cama?-gruñí. Cuando habíamos ido a Chipre, yo me había pasado las mañanas
apostando en los casinos, las tardes bebiendo, y las noches follando con
turistas increíbles. Para lo único que salía de mi círculo de vicios era para
ir al baño. Por Dios, si todos mis amigos, Scott incluido, me habían visto
salir de mi habitación en la suite en calzoncillos, dejando a las chicas con
las que hubiera pasado la noche (sí, a veces eran varias; muérete de envidia)
desnudas en la cama mientras yo me iba a desayunar con los demás. Y lo único
que despertaba mi atuendo entre los demás era un correcto “buenos días”.
-¡NUNCA!
¡PORQUE NUNCA HE ESTADO CONTIGO! ¡ESO LO SABRÁN LAS DEMÁS!
-Ya,
también es verdad-decidí pasar por alto el detalle de Chipre, porque había
pocas cosas que a Scott le molestasen más que el que le llevaran la contraria.
Cosa que Tommy hacía muy a menudo. A veces me preguntaba por qué esos dos eran
amigos. Me pasé una mano por la mandíbula, fingiendo que no recordaba nada del
verano pasado, y continué-: De todas maneras, ¡está borracha, por Dios!
-¿Y?-atacó
él-. ¿Cuándo te ha importado a ti eso? Te tiras a tías borrachas todos los
fines de semana.
Ah. No. Ni de coña voy a pasar yo por ese
aro. No voy a dejar que me quites mis méritos, Scott.
Si estaba insinuando que las
chicas se iban conmigo porque no se daban cuenta de que él estaba disponible,
iba listo. Yo tenía una tasa de polvos semanales más alta que él. Todas las
tías que probaban conmigo querían repetir. Que me hubiera tirado a menos
chicas, pero aun así follara más que Scott, decía más en mi favor que en el
suyo.
-No
están borrachas, están contentillas. Saben perfectamente lo que hacen. Tu
hermana no sabe ni dónde está. Y yo suelo estar también un poco borracho cuando
hago eso, para empezar-gruñí-. Me gusta que sepan qué están haciendo, con quién
lo están haciendo. Llámame fetichista, no sé, pero me pone a mil que digan
mi nombre cuando se corren. Puede que te hagas una idea de lo perversa que
puede llegar a ser mi alma si me gustan abominaciones semejantes-incliné la
cabeza hacia un lado y Scott me fulminó con la mirada, con ese gesto tan
típicamente suyo que denotaba que sabía que tú tenías razón y él no, ese gesto
que delataba la poca gracia que eso le hacía.
Scott
no dijo nada, y se acercó para inspeccionarnos a ambos (aunque seguro que él
habría dicho que sólo estaba comprobando que su hermana estaba bien) como si
fuéramos una caja con una camada de cachorros dentro, y estuviera decidiendo a
cuál le arreglaba la vida llevándoselo a casa.
Yo
también me fijé en él. Tenía el pelo un poco alborotado, marcas de besos en el
cuello y los ojos brillantes. Hacía poco que había salido de la cama con
Eleanor. Era increíble cómo pasaba el tiempo: a mí me parecía que había pasado
una vida entera desde que le di el condón y, con una palmada en la espalda, le
dije que se portara mal y que se lo pasara muy bien mientras lo hacía. Para él,
seguramente no habría pasado ni un suspiro.
Supongo
que es lo que pasa cuando estás con la chica que te gusta, haciendo lo que más
te gusta con ella: que el tiempo, literalmente, vuela.
Scott
se mordisqueó el labio, pensativo, mientras comprobaba que todo en Sabrae
estuviera en orden. No sé si buscaba marcas de una lucha o arañazos míos, ¿es
que no se fiaba de mi palabra? Si yo le decía que no había tocado a una chica
es que no había tocado a una chica, hostia.
Por muy buena que ella estuviera, yo…
Un
momento…
-¿Dónde
tienes el piercing?
-¿Qué?-se
puso rígido al instante, e incluso dio un brinco. Le dediqué mi mejor sonrisa
de Fuckboy®.
-El
piercing. Que dónde lo tienes.
-Lo
he perdido.
Entrecerré
los ojos, mi sonrisa curvándose un poco más.
-¿Dentro
de Eleanor?
-¿Qué
cojones ladras?
-Sabes
que sé que te estás tirando a Eleanor, ¿verdad?
Scott rechinó los dientes.
-Lo
tiene Eleanor, vale-admitió a regañadientes-. Pero no me la estoy
tirando-añadió con dignidad, como si lo que hiciera con ella no fuera lo mismo
que yo hacía con su hermana. La única diferencia que había entre él y yo, era
que él había tenido un fin de semana lleno de sexo mientras yo me tenía que
conformar con pajearme mientras escuchaba a Sabrae hacerse dedos al otro lado
de la línea.
-Te
acuestas con ella-le recordé, alzando una ceja.
-Sí.
-Te
la estás tirando, hermano; me da igual que la lleves a restaurante-cosa que hago yo-, o de fin de semana-cosa que haría yo-, o le digas que la
quieres mientras te la follas-cosa que
haré yo-. Te la estás tirando, igual que yo me tiro a tu hermana.
-Alec-bufó,
molesto.
-Me
la tiro a veces. No es de continuo, tranqui-añadí, porque, bueno, eso de
decirle que me tiraba a su hermana cuando hacía dos minutos le había negado que
hubiéramos hecho nada minaba mi credibilidad. Esa noche no habíamos hecho nada,
pero aquello no quitaba que Sabrae gritara mi nombre muy alto cuando me tenía
dentro.
Y lo
que me gustaba que lo gritara tan fuerte.
-Alec,
la estás arreglando.
-Ha
habido otras-me escuché decir, supongo que porque no quería que Sabrae le fuera
con el cuento y que él me juzgara. Me arrepentía de eso, pero era mi pasado, y
tenía que aprender de él.
-¡Que
te calles, Alec, me cago en dios!
Le
dediqué mi sonrisa patentada y Scott puso los ojos en blanco. Una voz tenue
como el brillo de una vela colándose por debajo de la puerta de una habitación
cerrada nos detuvo.
-¿Scott?-preguntó
Sabrae, que había reconocido la voz de su hermano.
Y él,
ni corto ni perezoso, se inclinó hacia ella, me agarró del hombro y me tiró de
la cama.
-¡Eh!-protesté,
pero los dos hermanos me ignoraron. Scott se puso de rodillas al lado de la
cama, colocando su cara a la altura de la de Sabrae, y le cogió una mano.
-Hola,
Saab.
-¿Crees
que los tulipanes están floreciendo?-preguntó ella, y yo alcé las cejas,
incrédulo. ¿Acaso era esto un código secreto que tenían los dos para
comunicarse cosas malas delante de quienes se las habían hecho? ¿Tenía Sabrae
la cabeza lo bastante despejada como para hablar en clave?
Scott
se mordisqueó el labio.
-No
lo sé, mi pequeña-respondió en un susurro, acariciándole la mano-. ¿Cómo estás?
Sabrae
se incorporó un poco y giró la cabeza a ambos lados, mirando la almohada sobre
la que reposaba. Sus dedos recorrieron la cama, buscando algo… buscándome a mí.
Cuando sus ojos se encontraron con los míos, aparté a Scott de un empujón y me
tendí de nuevo a su lado, de donde nunca debía haberme marchado. Sabrae me
sonrió y sus dedos acariciaron mi pecho mientras mis manos recorrían su
cintura. Le di un beso en la mejilla y Sabrae miró a Scott.
-Alec
me está cuidando.
Le
dediqué una sonrisa triunfal a Scott, como diciendo “¿lo ves?”, antes de
volverme y mirar a Sabrae. Me miraba con infinita confianza y amor en la
mirada. Dios, ojalá pudiera sentirme tan invencible siempre como sus ojos me lo
hicieron sentir entonces.
-Pues
claro, bombón.
-Al
se tiene que ir-soltó Scott, quien claramente no soporta no ser el centro de
atención. Parecía el típico personaje principal que, cuando pasaba a
secundario, decidía boicotear la novela en la que existiera.
Literalmente estás
narrando gracias a que yo existo, Alec, cállate dos años.
Cállate tú, Scott.
-Ahora
te voy a cuidar yo, ¿vale?
-¿Por
qué?-preguntó Sabrae con un deje de desesperación en la voz. Nos habíamos
prometido esa noche, y la pasaríamos juntos, y ni el puñetero Scott Malik ni la
Reina de Inglaterra conseguirían separarnos.
-No
sé, ¿porque yo soy tu hermano, y Alec no, tal vez? Además… Alec querrá un poco
de fiesta, ¿eh, Al?-me miró como si no me dejara escapatoria, pero yo no iba a
renunciar a Sabrae tan fácilmente.
-La
verdad…-empecé, frunciendo el ceño, pensando qué le decía. Me había pillado tan
de sorpresa descubrir que Scott había venido a separarnos que mi cerebro se
había quedado colgado y ahora estaba reiniciando, así que no se me ocurría
ninguna excusa para intentar quedarme con ella.
-¿Ves?-me
interrumpió el mayor de los Malik-, Al se va, S se queda, y La casa de la pradera sigue en emisión.
-Pero…
¡yo no quiero que se vaya!-protestó Sabrae, que incluso estando borracha, medio
dormida, y agotada por toda una noche bailando y tratando de que yo accediera
en meterme en sus manos, seguía teniendo más recursos que yo. Me la quedé
mirando con una sonrisa en los labios.
Te quiero, tía. Vamos a hacer bebés
mulatitos tú y yo, algún día.
-Ni yo quiero que me
confundan con papá viajando en el tiempo cuando voy por la calle, pero me tengo
que joder-ladró Scott, cuyo trauma más grave era lo mucho que se parecía a su
padre. Ni que Zayn fuera feo, macho. A veces me pregunto por qué somos amigos.
Porque soy
adorable.
Que te pires a tu
puta novela, Scott.
-Dale su camisa, venga.
-Sí,
Saab-sonreí-. Dame mi camisa.
Ya
que Scott me echaba de la habitación, por lo menos me daría el gustazo de verle
las tetas una última vez, ¿no? Además, si la veía desnuda, seguramente me
espabilaría lo suficiente como para que se me ocurriera una idea para volver
con ella.
Sabrae
se dio la vuelta para empezar a quitársela, pero Scott le agarró los botones,
impidiéndoselo, y me tendió la suya.
-Sabes
que yo uso una talla más porque tú eres un enclenque, ¿verdad?
-Sigue
por ese camino y todavía te doy tal rodillazo en la cara que no te reconoce ni
tu madre.
-Mi
madre no sé, pero ya te digo yo que mientras no me toques la polla, Sabrae
seguirá sabiendo quién soy-me burlé, poniéndome en pie y abrochándome su camisa,
que me quedaba apretada tanto en los brazos como en la espalda. Scott era un
par de centímetros más bajo que yo, pero había casi 10 kilos de diferencia
entre los dos, básicamente porque yo era deportista y Scott, bueno… digamos que
el deporte que más practicaba era el sexo.
-Alec…
-¿Sí?
-Deja
de hablar. En esta economía… deja de hablar. Inglaterra no puede permitírselo.
Sonreí,
me incliné a darle un beso en la frente a Sabrae, que había mirado cómo me
vestía con cara de cachorrito abandonado, y froté la nariz con la suya cuando
ella se despidió con un lastimero “adiós, Al”.
Me
miró un segundo a los ojos y, a través de las brumas que el alcohol y el
cansancio habían colocado en su mirada, vi lo que deseaba ahora más que nunca.
Había un mensaje en el fondo de su alma, a la que le estaba echando un vistazo,
escrito en letras brillantes como el faro que anuncia la costa en una noche de
tormenta.
Vuelve conmigo.
Deseé besarla.
Deseé
besarla y tuve la precaución de no hacerlo, porque sabía que si probaba su boca
de nuevo sería incapaz de marcharme de aquella habitación, ni de dejar que
nadie me echara. Ni siquiera Scott. Ni siquiera Zayn. Ni siquiera todos los
dioses del mundo, los que estaban en el Olimpo, a los que se dedicaban las
pirámides, o los que vivían en el sótano del Vaticano, como aseguraban en la
saga de Assassin’s Creed.
Le
apreté la mano y salí por la puerta, abatido pero decidido a que nuestra
separación durara poco.
Bajé
a ver a los demás, que me recibieron con vítores y ofrecimientos de alcohol.
-¿Y
Sabrae?-preguntó Logan, y yo negué con la cabeza.
-Scott.
-A
veces no lo soporto.
-Bienvenido
al club.
-Scott
es un ser muy puro-aseguró Tommy, arrastrando más las palabras de lo que lo
había hecho la última vez que lo vi. Hipó-. No nos lo merecemos.
-Dejad
de darle alcohol a este animal, por Dios-les dije a los chicos, que no me
hicieron el más mínimo caso. Sólo Bey tenía la suficiente lucidez como para
darse cuenta de que darle más y más alcohol a un borracho era una pésima idea
que lo acercaba cada vez más y más al hospital.
Me
levanté para ir a la cocina a por algo de beber y así aclarar mis ideas, y me
la encontré de la que iba. Frunció el ceño.
-¿Por
qué no estás con Sabrae?
-Scott
me ha echado.
-Voy
a tener más que palabras con él-amenazó, ofuscada.
-Primero
que quita a Sabrae, ¿y ahora tú me dices eso? ¿Qué ha hecho Scott para merecer
tanta suerte?
Bey
se echó a reír, se colgó de mi cuello y me dio un beso en la mejilla.
-Esa
camisa te queda enana.
-Igual
que sus condones. Por eso no se los pido.
Bey
volvió a reírse y sacudió la cabeza.
-Tienes
que volver con ella.
-Eres
un genio, Beyoncé. ¿Cómo no se me habría ocurrido a mí?
-Eh,
sólo te estoy dando una excusa para que cojas algo ahí-señaló la cocina con la
cabeza-, y te plantes de nuevo en la habitación-dio un sorbo de su vaso de
plástico y sus dos hoyuelos se asomaron en sus mejillas mientras sonreía,
oculta tras el borde del vaso.
-Bey…
te quiero-le dije, cogiéndola de los hombros-. Y mi proposición de matrimonio
sigue en pie.
-¿Y
mi pedrusco?
Se me
borró la sonrisa de la cara.
-Eres
una zorra materialista, ¿lo sabías?
-Y tú
un muerto de hambre-atacó, riéndose.
-¿Quieres
que te atropelle con mi moto?
-Alec-susurró.
-¿Qué?
-Ve
ahí, bebe un poco, estate un rato con nosotros, y luego sube a recuperar a
Sabrae…
-…
¿vas a decir “de las garras de Scott”?
Bey
puso los ojos en blanco y alzó una ceja.
-Dilo,
porfa. Necesito sentirme como cuando Shrek fue a por Fiona.
-¿Y
quién es Shrek?
Me
pasé la lengua por las muelas y ella se echó a reír.
-¿Yo
soy Shrek?
-Cómeme
la polla, Bey.
-Porque
tú eres más bien Asno, ¿lo sabes, verdad?
-Que
me comas la polla, Bey-gruñí, echando a andar en dirección a la cocina.
-Aunque
tú eres más gracioso que Asno-comentó, siguiéndome, y yo me volví, la señalé,
me señalé la boca, y luego me señalé la entrepierna, y Bey se rió con más
fuerza. Esperó a que yo me sirviera un 43 melocotón. Chocamos nuestros vasos,
dimos un trago y Bey se echó a reír cuando yo me estremecí por el tiempo que
había pasado sin beber. Me dio un beso en la mejilla y me arrastró hasta el
sofá después de limpiarme las marcas de pintalabios. Apartó a Tommy a un lado,
le quitó el vaso de chupito que le habían dado y me lo entregó a mí, y se
acomodó entre nosotros a ver a los demás bailar.
Empecé
a contar los minutos para volver con Sabrae, decidiendo qué excusa esgrimir
para que Scott me dejara entrar y quedarme en la habitación. Tommy sería mi as
en la manga para conseguir que se fuera, pero, ¿cómo hacer para que él no
protestara cuando regresara?
Estaba
meditando sobre ello cuando empezó a sonar una voz familiar en tonos agudos.
-Imma care for you. Imma care for you, you,
you, you…
La
poca gente que quedaba bailando se estremeció y levantó las manos al aire. Por
una esquina de la pista entró una melena pelirroja ataviada con un vestido
verde. Mimi se quitó los zapatos y empezó a bailar, en la coreografía que tenía
tan estudiada y que incluso yo había edulcorado desde una esquina de la sala de
baile de nuestra casa. No era la primera vez que la veía bailar Earned it, una de las canciones que
estaba barajando para presentarse al examen de acceso a la Academia Real de
Ballet, pero eso no quitaba de que yo me quedara embobado mirándola. Mimi
bailaba genial. No lo decía porque fuera mi hermana: lo decía porque tenía ojos
en la cara y había pasado el suficiente tiempo en mis años de boxeador viendo
el talento en estrellas incipientes, y simplemente la suerte de aquellos que no
tenían un gramo de valor en su cuerpo.
Sabía
que Mimi llegaría lejos. Tenía talento y era muy trabajadora y perfeccionista.
Había llegado a pasarme tardes enteras con ella, ayudándola a perfeccionar su
postura en los portés, aquellos pasos donde las bailarinas se levantan
totalmente del suelo y deben tener cada músculo perfectamente coordinado con
los demás.
Mimi
se agitó a un lado y a otro, moviendo las manos y vibrando con la música, como
si fuera la imagen de un disco rayado que se mueve sólo por etapas. Tenía
fluidez en sus manos y sus piernas cuando tenía que tenerla, y cuando The
Weeknd hablaba de cómo iba a cuidar a la chica a la que le dedicaba la canción,
ella interrumpía su movimiento.
Nos
recordé a los dos bailando delante del espejo, haciendo el chorras, gritándoles
a nuestros reflejos o el uno al otro la letra de la canción: ella, contenta de
que yo hubiera dado un paso al frente y de tener alguien con quien bailar; yo,
extasiado de lo bien que me lo había pasado con Sabrae, cuando ella había
empezado a cambiarme.
-VOY A CUIDAR DE TI, DE TI, DE TI-no
habíamos gritado Mimi y yo, riéndonos, y entonces a mí se me ocurrió.
Tenía
que cuidar de Sabrae.
Sabrae
estaba borracha.
Y la
mejor manera de cuidarla era conseguir que la resaca se le hiciera más
llevadera.
Me
levanté y Bey se me quedó mirando.
-¿Adónde
vas?
-A
por comida para Sabrae.
Sonrió
y cruzó las piernas.
-Ya
pensaba que no se te ocurriría solito. Estaba a una canción de chivártelo yo.
-Sí,
bueno-miré a mi hermana, que giraba sobre sí misma con la muerte de la
canción-. Supongo que he tenido otra musa.
Su
sonrisa se rizó un poco más en sus labios, me levantó la copa a modo de
despedida, y contempló cómo desaparecía entre la gente.
Cinco
minutos después, abría la puerta de la habitación con una bolsa de plástico
cargada de bocadillos, palomitas, palitos de queso y bolsas de comida basura.
Había ido al encuentro de mi hermana, que se había retirado a un rincón de la
pista de baile y trataba de que la tanda de halagos por su baile se terminara
ya. Tenía las mejillas rojas de vergüenza, y un ligero brillo en la mirada por
el alcohol. Me sonrió con felicidad cuando me vio aparecer, abriéndome un hueco
entre los cuerpos de sus admiradores, y se fue a un rincón para poder hablar
conmigo con calma, ignorando la música. Cogió el billete de veinte libras que
le tendí para que se pudiera ir cuando quisiera, y su sonrisa se amplió cuando
le dije adónde iba. Sólo si iba con Sabrae me perdonaría que la dejara sola y
no pudiera acompañarla a casa, como hacíamos siempre que salíamos de fiesta y
coincidíamos en el último sitio.
-¡ALEC!-festejó
Sabrae, feliz, sonriendo y tratando de incorporarse, en lo que fracasó
estrepitosamente. Scott se me quedó mirando con una mirada glacial mientras me
quitaba su camisa y se la lanzaba. La cogió al vuelo y la estrujó entre sus
manos.
-Tío,
a ver si nos duchamos más a menudo-bromeé, y él apretó la mandíbula. Vaya,
parece que no iba a perdonarme tan fácilmente que hubiera vuelto para un
segundo asalto disputándonos a Sabrae-. ¿Y ese morro, S?
-Me
tiene hasta la polla-gruñó, frotándose la cara.
-¿Tienes
celos? ¿De mí? Eso es nuevo-le
pinché, porque solíamos coincidir en gustos de tías, y el marcador estaba
igualado porque nos guiábamos por la misma máxima: que gane el mejor. No
pisábamos el terreno del otro ni nos desmerecíamos, pero cuando una chica nos
gustaba íbamos a por ella a saco, y tonto el último.
-Prefiere
estar contigo, la imbécil ésta-se cruzó de brazos.
-S,
S, S-canturreé mientras sacudía la cabeza-. Es una edad muy crítica. La
atracción prima sobre la sangre. No te preocupes-le di una palmada en el
hombro-. Se termina pasando. Creo-sonreí con maldad-. Y si no, bueno… soy
hombre de una sola mujer. Te quedan otras dos hermanas-él hizo una mueca-. No
seas crío, Scott, vamos. Yo le atraigo, a ti te quiere. Tú eres su hermano, yo
soy su…-me quedé mirando a Sabrae, pensando en con qué nombre debía llamarme a
mí mismo. Joder, eso de “novio en funciones”, como ella lo había llamado,
sonaba muy formal y, a la vez, precario. Y era todo lo contrario: de andar por
casa y consolidado, con vocación a seguir y a aumentar en el tiempo.
Me
había dado todo el trabajo, pero se había negado a ponerle nombre a mi puesto.
-No
sé qué soy suyo, la verdad-razoné-. Dejémoslo en Follamigo Premium.
A
Sabrae le gustaría esa denominación, estaba seguro. Al fin y al cabo, resumía
bastante bien nuestra relación: sin ataduras pero a la vez basada en la
fidelidad, con la amistad como nudo principal, y el sexo como la base sobre la
que se cimentaba todo lo demás. Éramos especiales el uno para el otro, únicos e
irrepetibles… y sólo nos decíamos que nos queríamos cuando estábamos solos,
igual que los follamigos sólo dan rienda suelta a tu tensión sexual cuando
están solos.
-¿Cómo
te sentirías si ella fuera Mary?-acusó Scott-. ¿Si cuando se echara novio, te
diera de lado?
-No
soy su novio, S-cogí un regaliz de la bolsa que me había traído Bey y le di un
mordisco.
-Alec-suspiró.
-Buena
suerte al gilipollas que intente meterse entre ella y yo. Ya le tengo dicho que
las piernas cerraditas, que primero me los tiene que traer a casa para que yo
les dé el visto bueno.
Cogí
la bolsa y se la acerqué a Sabrae, que se dio la vuelta en la cama, alejándose
delruido.
-¿Qué
es eso?-preguntó Scott.
-Comida.
Palomitas, Doritos, un poco de tortilla precocinada que encontré en la nevera,
Pepsi y agua. Ah, y bocadillos. Estaban en la nevera, al lado de la tortilla.
No sé si venía con la casa o pensaban usarlos otro día. Espero que estén bien.
Son de Tesco-comprobé-. Atún y lechuga y ensalada de gambas.
-¿Te
vas a ir de picnic con ella?
-Le
vendrá bien comer-contesté, poniéndome rígido. No iba a consentir que pisoteara
mis dotes de cuidador profesional-. Son para ella, por si se pone peor. No voy
a volver a dejarla sola, S. Me como demasiado la cabeza, pensando en lo que
hará. Y cuando se duerme… ya ni te cuento-suspiré-. Me raya pensar que puede
que esté dejándola entrar en un coma, pero si no la dejo dormir, creo que la
agotaré, y será todavía peor. Así que le traigo comida y cafeína, para que esté
distraída. Sabrae-le cogí un pie-. Sabrae, mira, te he traído comida.
Ella
abrió un ojo con muchísima dificultad.
-¿Al?
-Sí,
nena, soy yo. Mira, te he traído palomitas-saqué el paquete de palomitas con
kétchup de la bolsa de plástico y lo agité en el aire.
-¿Con
queso?
-Eh…-le
di la vuelta para mirar los anuncios, pero no ponía nada de queso, así que me
imaginé que ése no era su atractivo principal. La verdad es que nunca me había
planteado que no hubiera palomitas con kétchup y queso. Estaban privándole a la
humanidad de un gran placer, en mi opinión-. No, queso no tienen, pero se lo
podemos echar, si quieres.
Puse
a Scott al día de lo que había sucedido durante la noche, mientras él estaba
ocupado metiéndosela y sacándosela a Eleanor, y me tumbé al lado de Sabrae, que
había abierto la bolsa de las palomitas y se había empezado a meter puñados en
la boca. Ella me pasó una pierna por encima en actitud posesiva, y la cerró en
torno a la mía con tanta fuerza que me sorprendió que no me la dislocara de la
pelvis.
-¿Ves
lo que te decía? No me estaría aprovechando de ella. Es más, casi estaría
dejándome llevar-sonreí, acariciándole a Sabrae la cabeza, maravillado con su
recién descubierto talento para estar semiinconsciente y a la vez comiendo.
-Voy
a matarla en cuanto se ponga bien para enterarse de que la estoy matando-bufó.
-Alec-me
llamó ella, y yo le acaricié la espalda-. No quiero que esta noche acabe nunca.
-Yo
tampoco, bombón-le besé la frente y ella sonrió, satisfecha con las atenciones
que le brindaba-. Tengo un par de series pendientes-informé a Scott-. Y tu
hermana es calentita y cómoda.
-Ya-él
alzó las cejas.
-Vete,
S. Estaremos bien. No voy a empalmarme, te lo prometo.
-Más
te vale.
-Yo
ya estoy cuidando de ella, ¿quién está cuidando de Tommy? ¿Karlie? ¿Vas a
confiar en Karlie para cuidar de un borracho?
-Vale,
Al, lo pillo-Scott alzó las cejas-. No me queréis aquí. Me marcho antes de que
me propongáis un trío o alguna aberración por el estilo; bien sabe Dios que a
ti te da todo te da igual-se puso la camisa y comenzó a abrochársela-. Si
necesitáis algo…
-Que
sí. Ve. Cuida de Tommy. Estaremos bien, ¿eh, Saab?
Ella
asintió.
-Me
gusta el ritmo que tiene tu corazón, Al-comentó, mimosa, y los dos nos echamos
a reír.
-Es adorable-comenté-. Deberíamos
emborracharla más a menudo.
-Estoy
bastante seguro de que tú no necesitas que esté borracha para que se te tire
encima.
-Me
encanta que se me ponga chula, pero también me gusta esto-admití, pasándole los
dedos por la cintura a Sabrae, que cerró los ojos un momento, disfrutando del
contacto. Era verdad. Me encantaba que me hiciera de rabiar. Que no me diera la
razón nunca y que siempre estuviera dispuesta a discutir, incluso a gritos. Me
encantaba la intensidad con que sentía cada una de las cosas que sentía, y que
defendiera a capa y espada sus ideales. Me gustaba que me vacilara y que me
dejara con ganas, porque eso era una promesa de que nos lo pasaríamos mejor más
tarde.
Pero
también me encantaba esto. Me encantaba dócil, me gustaba mimosa, me gustaba
que lo único que necesitara fuera yo. Me encantaba que lo único que necesitara
para dormir fuera mi pecho, y que estuviera tan cansada que no pudiera mantener
los ojos abiertos. Me encantaba que se dejara llevar, que confiara en mí a ciegas,
y que susurrara lo primero que se le pasaba por la cabeza sin temor a que yo la
juzgara de alguna forma. Me encantaba su ternura, y que una noche juntos fuera
eso, una noche juntos, incluso cuando nuestros cuerpos no estaban enmarañados.
Me encantaba tener que cuidarla y que ella se dejara cuidar.
Scott
se puso lívido un momento cuando sus ojos se deslizaron de mis dedos en la
cintura de su hermana a sus muslos.
-Alec…
-Scott.
-Dime
que no es tu puta corbata lo que mi hermana tiene atado a la pierna.
-Lo
que tu hermana tiene atado a la pierna no es mi puta corbata.
-Gracias,
tío. Eres un amigo.
-¿Sabes
que…?-empecé, sonriendo con maldad, porque me encantaba picar a Scott. Él bufó
como un toro a punto de cargar.
-Ya
sé que es tu putísima corbata, Alec; por favor, no hagas que quiera asesinarte.
-De
alguna manera tenía que atarle las rodillas para que dejara de abrírseme de
piernas. Parecía una gimnasta olímpica.
Scott
apretó la mandíbula, pero yo no le hice caso. Sabrae se estaba espabilando, y no
tenía ganas de prestarle atención a nada que no fuera ella. Se había acurrucado
de nuevo contra mí, acomodándose sobre mi pecho, y se había puesto uno de los
auriculares.
Incluso
así, no haciéndome el más mínimo caso y usándome como su almohada gigante
customizada, seguí estando preciosa y yo seguía queriendo darle el mundo.
-Al…-susurró
Scott, sacándome de nuevo del pequeño paraíso que era admirar a Sabrae.
-S…
-No
haces todo esto por las demás-sacudió la cabeza, señalando la comida, pero yo
sabía que se refería a mucho más. A la habitación. A la fiesta. A todo. Y tenía
razón.
No,
no hacía todo de eso por las demás. No hacía nada de eso por las demás. Pero eso era porque las demás eran
millones, y Sabrae sólo había una.
-Las
demás no son hermanas de mis amigos-me escuché decir, porque una cosa es
decirle a la chica de la que estás enamorado que la quieres (¿puedes decirle
algo diferente?) y otra muy distinta admitirla delante de uno de tus mejores
amigos. Por mucho que Scott fuera su hermano, seguía perteneciendo a una parte
de mí que todavía no quería, o más bien no estaba preparada, para abrirle la
puerta a Sabrae y dejar que ella se hiciera con todo.
-¿No
son hermanas de tus amigos… o no son mi hermana?
Me
reí, la piel de Sabrae aún en las yemas de mis dedos. A veces se me olvidaba
que Scott era más que una cara bonita, y
que detrás de su actitud pasota se escondía alguien que sabía mirar, e
interpretar lo que sus ojos veían.
-No
sé qué quieres que te responda a eso.
-La
verdad, Al. ¿Mi hermana te gusta?-soltó a bocajarro, y yo incliné un poco en la
cabeza, con los ojos fijos en él. Si la miraba a ella, toda esa maniobra sería
para nada. Se me notaría.
-Tu
hermana es una mujer-respondí, utilizando mi mejor talento: dar un rodeo y
librarme de lo más gordo-, y a mí me encantan las mujeres. Ya lo sabes.
Scott
sonrió y se agarró al pomo de la puerta, con su equivalente a mi sonrisa de
Fuckboy®, su sonrisa de Seductor™, brillando en su boca.
-El
hecho de que la consideres una mujer cuando tiene 14 años ya me da más
respuestas que tú diciéndolo claramente.
-Como
si no os lo hubiera dicho claramente varias veces esta noche-sonreí.
La siguiente vez
que la puerta de la habitación se abrió, fue la última en la que estábamos
Sabrae y yo dentro para recibir a las visitas. Scott venía acompañado de Tommy,
con la intención de llevársela a casa; Tommy ya quería marcharse porque “echaba
de menos a su madre”, y él no tenía más remedio que acompañarlo. La noche
empezaba a teñirse de ese sucio tono magenta que precede al dorado del
amanecer, y el nuevo año se alzaba victorioso en la primera y única batalla a
la que se enfrentaría y de la que saldría vivo. Los chicos me ayudaron a
despertar a Sabrae, que había vuelto a quedarse dormida después de darle una
oportunidad a la serie que yo estaba viendo, y ella se deslizó por la cama con
la gracilidad de un hada con alas de mariposa. Sus pies tocaron el suelo y ella
se estremeció, concentrada en las sensaciones que le llegaban amplificadas en
el cerebro. Acarició la alfombra de pelo sintético con los dedos de los pies,
mordiéndose el labio, y se afianzó mi camisa alrededor de su pecho. Tiró de las
mangas y hundió la nariz en el cuello, que ya no olía completamente a mí pero
tampoco olía completamente a ella, sino a una deliciosa mezcla que a mí me
encantaría oler cuando estuviera tirado en mi cama, demasiado sobrio para
abandonarme al sueño profundo de inicios del año, pero sí lo bastante borracho
de su compañía como para poder dormir bien.
Estaba
deseando llegar a mi cama, tumbarme sobre ella y dormirme pensando en Sabrae.
Sabía que soñaría con ella. Lo sabía.
Sabrae
notó mis ojos sobre ella mientras olfateaba la camisa, y me miró por debajo de
sus trenzas, un ligero rubor tiñéndole las mejillas de un delicioso tono sonrosado
que me dio ganas de mordérselas. Me sonrió con timidez, oculta tras la camisa,
y se levantó sin esperar a que yo reaccionara. Sabía que no podía. Sabía que
nuestra primera noche juntos tendría estos efectos en mí.
Lo
primero que buscó fueron sus zapatos. Se sentó en el borde de la cama y se los
puso con gesto concentrado, y por un breve instante se giró hacia mí, sin
percatarse de lo que hacía. Buscaba su sujetador, que no recordaba haber
perdido y mucho menos que hubiera sido rescatado, y mientras lo hacía, yo pude
admirarla.
Se
había dado la vuelta y me había ofrecido una vista perfecta de un escote
improvisado por la acción de sólo dos botones abrochados. Sus trenzas le caían
sobre sus pechos, que campaban libremente debajo de la camisa blanca, la cual
hacía destacar el goloso tono chocolate de su piel ligeramente brillante. Por
la abertura de la camisa asomaban unas bragas de encaje negras que guardaban el
lugar más preciado del universo, la fruta más deliciosa y mi paraíso
particular. Sus piernas estaban estiradas y ligeramente separadas mientras se
giraba, alargadas y estilizadas aún más por la acción del dorado de las botas
de tacón y los propios tacones.
No
soy de esos estudiantes privilegiados que tienen memoria fotográfica y que con
mirar una vez un tema ya se lo saben (me iría mucho mejor en el instituto de
ser un genio), pero sí que tengo un gran talento: mi cerebro escoge a la
perfección la información importante.
Y esa
visión de Sabrae, aunque breve, era lo más importante que había visto jamás.
Parecía
desorientada y muy nerviosa por la cantidad de gente que había en la
habitación; se sentía más desnuda incluso de lo que ya estaba e, incómoda,
trató de escapar.
Decidí
recordarle que yo estaba allí y que no tenía nada por lo que sentirse mal, de
una forma tan sutil que nadie más que ella se daría cuando de lo que yo estaba
haciendo: le tomaría un poco el pelo.
-Sabrae.
Ella
se giró, y lo hizo como a cámara lenta. Alcé una ceja y la señalé con el dedo
índice de la mano que tenía detrás de la cabeza.
-Llevas
puesta mi camisa.
Se
miró un momento, como comprobando que lo que yo decía era verdad: al verse
vestida con mi ropa, se puso más colorada aún, seguro que deduciendo lo que
habíamos hecho (o, más bien, lo que no)
y asintió, sin mediar palabra. Se la desabotonó y me la tendió con el brazo
completamente estirado mientras con el otro se tiraba por encima la manta con
la que la habíamos tapado Bey y yo para cubrir su desnudez.
Empecé
a salivar. Ahora que no tenía que preocuparme por el sexo, podía fantasear con
él. Y, joder, vaya si tenía pensado fantasear. Nunca había estado tan cerca de
ella mientras ella llevaba tan poca ropa.
Se
acercó a su mono y se lo tendió por encima, pensando en cómo ponérselo mientras
disponía de una sola mano. No se me escapó que no había mirado a Scott en todo
el tiempo que transcurrió desde que Tommy consiguió despertarla haciéndole
cosquillas en los pies. La verdad es que la entendía: tiene que ser muy
violento descubrirte semidesnuda en una cama a cuyos pies te está mirando tu
hermano.
-¿Quieres
que te ayudemos a vestirte?-preguntó Scott al verla dudar tanto, y ella se giró
y clavó la mirada en mí.
-¿Hemos
follado?
Me
eché a reír. Vale, puede que el insistir tanto no fuera cosa sólo de la
borrachera. Me hizo gracia que siguiera con el cuento incluso cuando la
habitación estaba llena de gente, incluso cuando se notaba que no podía con la
vida.
-Estás
borracha, Saab.
-¿Y
no quieres hacer nada?-profundizó, e hizo una mueca que me hizo saber que
estaba profundamente disgustada.
-Sí,
pero yo no follo de día-señalé la ventana, por la que se veía el cambio de
vestuario del cielo, y ella la miró también, calculando si lo que decía era
verdad. Nunca nos habíamos enrollado sin que fuera de noche; incluso cuando lo
habíamos hecho más pronto, a las 5, seguíamos estando sometidos a la
jurisdicción de la luna por el mero hecho de que estábamos en invierno. En lo
que a ella respectaba, podría ser un vampiro.
-Sí
que follas de día-contestaron Scott y Tommy al unísono; el primero de pie, el
segundo con la cara pegada al colchón, incapaz de levantarse después de haber
despertado a Sabrae con un truco de magia.
-¿Qué
os dije a los dos de mantener el pico cerrado mientras hablamos los adultos?
Venga, Saab-me di una palmada en las pantorrillas y me levanté-, si tu hermano
no quiere serle útil a la sociedad, ya te ayudo a vestirte yo. Será un capítulo
interesante en mis memorias de dominación mundial. Creo que lo titularé “la
noche en que hice justo lo contrario a
lo que suelo hacer siempre”.
Ella
se sentó en el borde de la cama y me permitió llegar a su lado. Me miró con
expresión ausente mientras yo le ayudaba a meter las piernas por los agujeros
del mono, aprovechando para acariciarle su hermosa piel. Ella me puso una mano
en la cara cuando subí por su torso, diciéndome que podía seguir ella, y no
aparté los ojos de su mirada cuando dejó caer a un lado la manta que la tapaba,
dejando al descubierto sus pechos. No podía mirarla. Me quedaría ciego de lo
hermosa que era, como en aquella fábula de la mitología griega. Notaba que
Scott no dejaba de mirarnos mientras Sabrae se ponía el sujetador y se subía
los tirantes del mono, tapando por fin sus atributos femeninos y permitiéndome
respirar. Tommy, por el contrario, continuaba tumbado con la cara pegada al
colchón, lo cual hizo que me preocupara por si se ahogaba.
-¿Me
das un…?-empezó ella, la señal que yo estaba esperando para probar su boca. Me
incliné y le di un suave beso en los labios, sintiendo su desnudez en mi lengua
y la mía en la suya. Sabrae abrió la boca para dejarme entrar a explorar, y yo
tiré de ella hacia mí, negándome a que se fuera a ningún sitio. El hecho de que
fuéramos a separarnos en nada (tenía claro que Scott me mandaría irme a casa
después de acompañarla) me dolía como un puñal helado clavado en el corazón.
-Idos
a una cama-rió Tommy, que había rodado hasta colocarse sobre su costado.
-Ya
están en una cama.
-¿Saab?
¿Nos vamos?-apuró Scott, y Sabrae pidió que yo fuera con ellos.
Cosa
que hice.
Le daría
todo lo que ella quisiera. Si me pedía a mi primogénito para un sacrificio, yo
se lo entregaría.
Después
de ocuparme de avisar a Annie, la madre de Jordan, de que su hijo estaba
durmiendo la mona en un jardín cubierto por el rocío y de echarle una manta a
mi mejor amigo para que no se muriera de hipotermia (no podía pararme a
llevarlo a casa, aunque a pesar de que le dije a su madre en realidad sí sentía
que fuera un poco problema mío), fuimos a llevar a Tommy a casa. Pretendíamos
dejarlo en su habitación, pero su madre salió a abrirnos la puerta cuando nos
escuchó tratar de meter a llave en la cerradura. Eri hizo una mueca al ver cómo
venía su primogénito, y aceptó a regañadientes que él se le tirara encima,
apestando a alcohol, y le chupara la cara intentando darle un beso.
El
momento culmen de nuestro viaje en dirección a casa de los Malik fue cuando
Sabrae decidió que estaba cansada de caminar y tuve que echármela en brazos
para que no se cayera. La llevé en volandas durante todo el trayecto a su casa,
aunque Scott seguramente diría que habíamos compartido funciones porque él se
dedicó a pasear su bolso.
También la llevé un
poco, no te flipes. Me estás haciendo quedar como un hermano de mierda.
Te he dicho que te
vayas a tu puta novela. Aquí el rey soy yo. Pírate. Fus. Fus.
...
Deja de perder el tiempo leyendo las payasadas de este memo y lee [censurado].
¿Alec? ¿Qué cojones? ¿Acabas de censurarme?
Y lo volveré a hacer como no te calles.
Eres un [censurado]. Te voy a [censurado].
¡JAJAJAJAJA!
¿Por dónde iba?
Ah. Sí.
Después
de que Scott le metiera mano a Sabrae (sin intenciones sexuales, que Scott
puede ser muchas cosas, pero no es tan vicioso) en busca de las llaves, Shasha
nos abrió la puerta y se relamió al ver cómo venía su hermana.
-Menudo
regalito me traéis-ronroneó en tono lascivo, lo cual me sorprendió. Según tenía
entendido, Shasha y Sabrae se llevaban muy bien. Quiero decir, todo lo bien que
pueden llevarse dos hermanas de casi la misma edad. Sabrae me hablaba muchas
veces de las tardes vagas que se pasaba con Shasha metida en casa, viendo
películas y tomando helados y jaleando a las participantes de los reality shows de turno. Aunque también
me hablaba de las peleas repentinas que tenía con ella por tonterías, pensaba
que Shasha la apoyaría en un momento como éste.
Sherezade
salió a nuestro encuentro, con una taza de café en la mano. Incluso recién
levantada, con el pelo revuelto y sin una gota de maquillaje, era de las
mujeres más guapas que había visto en mi vida.
Nótese
que he dicho “de las mujeres más guapas”. Eso es porque a la más guapa la
estaba sosteniendo en brazos.
-Y yo
que me había levantado tarde para no tener que veros así… buenos días, Al.
-Buenos
días.
-¿A
ella no le dices “mira cómo vienes”?-acusó Scott, que es un envidioso y un
metemierda de cuidado; toda la vida lo fue y toda la vida lo sería.
-No
tiene gracia si viene acompañada-Sherezade me dirigió una mirada cargada de
intención, y volvió la vista a su hijo-. ¿Qué te ha pasado en la boca? Te veo
raro, Scott.
-No llevo
el piercing.
-¿Y
cómo se supone que voy a distinguirte ahora de tu padre?-preguntó Sher, alzando
las cejas. Scott puso los ojos en blanco.
-Adiós,
mamá.
Subimos
a Sabrae al piso superior, y la metimos en la habitación de Scott. Aunque tenía
ganas de ver dónde dormía y hablaba conmigo de madrugada ella, la verdad es que
me alegré de que Scott quisiera dormir a su lado, por si necesitaba algo. Decía
que dormiría mejor estando acompañada (lo cual, después de ver que había
dormido como un tronco estando conmigo, yo me creía perfectamente), y que él
también dormiría mejor porque no estaría tan preocupado por ella.
La
dejé boca abajo sobre la cama y ella la acarició.
-Mi
camita. Te he echado de menos-susurró, y le dio un beso al colchón en el que
dejó una marca muy parecida a las que a mí me cubrían el cuello.
-Es
mi cama, Sabrae-bufó Scott, sentándose al lado de su hermana.
-Mi
camita-fue lo último que dijo ella, cerrando los ojos y poniéndose a dormir de
nuevo. Parecía tan tranquila y cómoda que me dio lástima molestarla, pero
sospechaba que no debíamos dejar que durmiera con el mono puesto (me apetecía
que lo llevara en alguna otra ocasión, y si se movía demasiado y lo rompía se
vería obligada a tirarlo), ni tampoco con el maquillaje que le cubría la cara.
El
peso de toda la noche comenzaba a instalarse sobre mis hombros, recordándome el
tiempo que llevaba despierto y todo lo que había tenido que hacer. Tenía
pensado ir a boxear un poco antes de acostarme para limpiar toxinas, pero ni de
coña me metía yo ahora en el gimnasio a que Sergei me pegara una paliza. Había
tenido bastante con bailar con Max, Jordan, Logan, Scott, Tommy, Karlie, Bey y
Tam, beber con ellos, jugar con ellos, y meterme y dejar que se metieran
conmigo. Claro que eso era una noche normal para mí, y tras cada salida de
fiesta yo me iba a entrenar con Sergei, pero a todo eso teníamos que añadirle
la noche que había compartido con Sabrae, digna en sí misma de una
enciclopedia.
Y, a
pesar del cansancio, no quería dejarla. Quería sentarme en el sofá de la
habitación de Scott, ése que con tan buen criterio había decidido poner en una
esquina, y mirar cómo dormía hasta que se despertara lentamente, como una flor
abre sus pétalos con la llegada de la mañana. Quería ver los reflejos del amanecer
en su cuerpo. Quería escucharla susurrar cosas sin sentido en sueños. Quería
que sus ojos me buscaran en ese breve lapso de tiempo en que la felicidad más
absoluta te embarga, porque no eres consciente de nada de lo malo que pesa
sobre tu vida, y se encontraran con los míos. Quería que me sonriera desde su
somnolencia, se estirara y me diera los buenos días, aunque volviera a ser
noche cerrada.
Quería
que estirara una mano hacia mí. Quería cogérsela. Quería que Sabrae tirara
ligeramente de mí para pegarme a su rostro y besarme.
Quería
poseerla.
En
una cama.
Puede
que no fuera ninguna de las camas en las que habíamos pensado cuando habíamos
hablado de hipotéticos polvos así, pero nos serviría.
-Ayúdame
a soltarle el pelo-me dijo Scott, sacándome de mi ensoñación, probablemente
porque me había visto la cara y sabía las ganas que tenía de quedarme un poco
más. Me acerqué a la cama y cogí una de las trenzas de Sabrae entre mis manos.
Le quité la goma con la que Bey y Tam se la habían hecho y empecé a deshacérsela
muy, muy despacio. No quería hacerle daño y despertarla. Y tampoco quería
apresurarme y dejar de disfrutar de la suavidad de su pelo en las yemas de mis
dedos.
Scott
me estaba mirando cuando terminé de extenderle el pelo, y Sabrae se dio la vuelta.
Su melena rizada y negra ahora parecía el halo de una virgen oscura, repartido
por su almohada como en un cuadro religioso.
-¿No
deberíamos… no sé, desmaquillarla, o algo así?-pregunté, porque no quería
alejarme de ella. Aún no. Scott hizo un gesto con la mano, desechando la idea.
-Que
se lo quite ella cuando se despierte.
-Pero,
¿las chicas no tienen que desmaquillarse siempre antes de dormir? ¿No les
fastidia la cara? Eso es lo que dice Mimi. No quiero que se le fastidie la
piel. La tiene tan bonita…-casi me escuché gemir, pero pude reprimirme en el
último segundo. Scott se me quedó mirando, estupefacto.
-Es
la mayor gilipollez que te he oído decir en la vida.
-Una
vez os pregunté si los vegetarianos comían pescado-me defendí, y Scott asintió
con la cabeza.
-Vale,
es la segunda mayor gilipollez que te he oído decir en la vida.
-La
pregunta tenía sentido. El pescado no es carne.
-Siguen
siendo animales.
-¿Podemos
centrarnos, por favor?-pregunté, angustiado porque Scott trataba de llevar el
tema a un punto del que yo no fuera capaz de volver. Quería quitarle el
maquillaje a Sabrae. Ya que no íbamos a dormir juntos esa noche, por lo menos
que me dejara verla dormir como si lo estuviéramos haciendo de verdad-. ¿La
sujetas tú o la sujeto yo?
-La sujeto
yo; mañana te la entrego en el altar-Scott sonrió, burlón.
-No
eres más imbécil porque no puedes, Scott-gruñí, y me quedé cuidándola mientras
Scott buscaba los productos. Después de ver que el algodón no le hacía efecto,
optamos por tirarle el agua desmaquillante encima y a ver qué pasaba. Tuvimos
que taparle la boca cuando Sabrae creyó que le estábamos echando agua normal
encima, y conseguimos quitarle todo el maquillaje por fin.
Me la
quedé mirando un rato, pensando en que sólo me quedaba una excusa para seguir
allí un rato más: no le habíamos puesto el pijama.
Pero
Scott tenía otros planes.
-Debería
quitarle el mono, ¿no crees?-a mí no se me escapó que lo dijo en singular,
excluyéndome ya de la ecuación. Me mordí el labio, y asentí, dejando que Sabrae
reposara sobre la cama como una princesa de cuento de hadas esperando el beso
de su príncipe azul-. Ya me ocupo yo desde aquí, Al.
Después
de dedicarle una sonrisa pícara haciéndole saber que no había cambiado tanto
como ellos pensaban, y que seguía dando lo que fuera por quedarme con una chica
y verla desnuda, me levanté a regañadientes de la cama y acepté mi derrota. Me
despedí de Scott y bajé las escaleras de su casa, en dirección a la puerta.
Sher
vino a mi encuentro cuando yo estaba a punto de abrir la de la calle.
-¿No
te quedas, Alec?
Negué
con la cabeza.
-Sabrae
va a dormir con Scott. Es mejor para ella.
-Y
para él-sonrió Sher, poniendo los ojos en blanco-. Acuérdate de esto: Scott te
debe una noche con ella. Cuando entrasteis, di por sentado que quien dormiría
con ella hoy, serías tú.
Sonreí.
-Se
me han adelantado, Sher.
Ella
me guiñó un ojo.
-Ya
hablaré yo con mi hijo sobre no meterse donde no le llaman. Que descanses, Al.
Fui
prácticamente brincando hacia mi casa, con las palabras de Sher reverberándome
en la cabeza. Ya hablaré yo con mi hijo
sobre no meterse donde no le llaman.
Sher
estaba de acuerdo en lo que yo tenía con Sabrae. Puede que no supiera su nombre
ni su alcance, pero parecía gustarle para ella, lo cual me hacía muy feliz.
Saber que tenía la bendición de mi suegra, que cuidaba de sus hijas con la
fiereza de una leona y la delicadeza del jardinero que se ocupa de una flor
exótica, hacía que me sintiera mucho más digno de Saab. Al fin y al cabo, si su
madre, que siempre velaría por ella, quería que estuviéramos juntos, por algo
sería.
Entré
en mi casa y fui derecho a la cocina, donde me abracé a la cintura de mi madre
y le di un beso en el hombro.
-¿Alec?
¿Estás borracho?
-Vengo
bien. Mira-le demostré, caminando en línea recta como un trapecista, y mamá se
echó a reír. Me frió un par de huevos con beicon y se me quedó mirando mientras
los devoraba, famélico. Me tendió una taza de cacao que me bebí de un trago y
rió cuando le di un beso en la mejilla, aprovechando que le quedaría la marca
de mi boca como si hubiera llevado un pintalabios muy caro.
-Nunca
te había visto venir tan contento después de Nochevieja.
-Puede
que deba dejar de beber, después de todo. Me lo paso bien sin necesidad de
emborracharme.
La
sonrisa de ella se hizo más amplia, asintió con la cabeza y guardó las
pastillas que tenía preparadas para reducirme la resaca. Normalmente no me
dejaba tomar nada porque pensaba que así me arrepentiría de beber y me
controlaría más la próxima vez; cosa que nunca sucedía, pero no hay que perder
la esperanza. Sin embargo, en
Nochevieja, como sabía que todo el mundo bebía y que todo el mundo llegaba a
casa sin casi recordar su nombre, mamá decidía ser más indulgente conmigo.
-Si
quieres, cuando te levantes me cuentas qué has hecho para pasártelo tan bien… y
perder la corbata-me señaló el cuello y yo me llevé la mano a él. Mierda. No me
había dado cuenta de que se la había atado a la pierna a Sabrae, y ahora
probablemente reposara sobre la mesita de noche de Scott… eso, si ella no se
había resistido a que se la quitara. Sonreí. Yo no sería el único que dormiría
con algo del otro.
Subí
las escaleras de dos en dos, ansioso por quitarme la camisa, que olía a
Sabrae, y pegármela a la cara hasta
quedarme dormido, seguro de que ahora soñaría con ella llevando mi corbata.
-¿Al?-llamó
mamá cuando estaba arriba, y yo me volví-. Esta noche me voy con tu padre a dar
una vuelta. Vamos a ver las luces de Navidad, antes de que las quiten. Puede
que tu hermana se venga con nosotros también. Te he dejado albóndigas en la
nevera, por si te despiertas y tienes hambre.
-¿Te
he dicho alguna vez que eres la mujer de mi vida?-pregunté, tamborileando con
los dedos en el pasamanos. Mamá se echó a reír y negó con la cabeza.
-¿Y
yo que tú eres un pelota?
-Te
quiero mucho, mami-ronroneé como un gatito, incluso sonreí como el de Chesire.
-Ya.
Vete a dormir, venga.
-Dime
que me quieres.
-Te
quiero, cariño.
-Buenas
noches, mami-ronroneé, y empujé la puerta de mi habitación, que estaba entreabierta.
Me desabotoné la camisa y la lancé hacia el centro de la cama mientras me
quitaba los pantalones, pero ésta cambió de dirección en el aire-. ¿Qué
coño…?-bufé, y cuando me acerqué a la cama, lo vi mejor. Trufas se había acurrucado sobre la colcha oscura, de tal forma que
estaba camuflado en el centro de la cama… justo en el único punto en el que yo
no podría echarme sin aplastarlo-. Caballero-le toqué el lomo con un dedo y Trufas ni se inmutó-. Caballero-insistí,
rascándole entre las orejas, pero ni por esas el conejo dio señales de no estar
en coma-. Discúlpeme, caballero. Está usted en mi cama. Si pudiera…
Trufas abrió los ojos, meneó la naricita
mientras me miraba, se estiró, bostezó y giró sobre sí mismo, de forma que
ahora estuviera mirando hacia la almohada, cuando antes había estado mirando
hacia la puerta. Se hizo una bola obesa de pelo, aplastó las orejas contra
su cuerpo y volvió a cerrar los ojos.
Valiente
bicho, ¿somos muy valientes, no? Claro. Como tenemos una cama que defender y
literalmente nada que perder, pegaremos un mordisco a quien nos incordie, ¿no?
-Puto
conejo de los cojones. Me voy a tumbar encima de ti y me haré una empanada
contigo. Quítate de ahí-ladré, metiendo la mano por debajo de su cuerpo obeso y
haciendo que rodara contra la pared. Trufas
abrió muchísimo los ojos, puso cara de velocidad, apoyó las patas traseras en
la pared y salió disparado hacia mí como el torpedo de un submarino. Me golpeó
en el vientre como el gancho de un boxeador experto, y dio un brinco en la cama
para colocarse frente a mí, preparado para luchar.
Yo me
doblé sobre mi vientre. Quizá era un buen momento para una tregua. Cogí al
animal, que manaba hostilidad por los cuatro costados, y lo deposité suavemente
sobre un extremo de la almohada. Trufas
me miró con desconfianza mientras yo me metía dentro de las mantas y cogía la
camisa.
Cuando
vio que yo me acomodaba y me quedaba quieto, preparado para dormirme, se colocó
de un brinco sobre mi vientre. Y así, con la esencia de frutas y felicidad de
Sabrae manándome de la camisa, me quedé dormido.
No
soñé con nada, y de hecho creí por un breve instante que no había dormido por
lo rápido que me había pasado la cabezada. Sólo el color del cielo, que volvía
a ser negro sin aquellos tintes de morado previos al amanecer, me hizo saber
que había dormido todo el día. Mi estómago rugió y Trufas abrió un ojo y me lanzó una mirada asesina, como diciendo cómo te atreves a despertarme, humano.
Me
quité al conejo de encima, me puse unos pantalones y una sudadera, y bajé las
escaleras. Mamá y Dylan estaban en el salón, ella leyendo y él acariciándole el
pelo, ajeno a todo menos a su mujer… y a mí. Cuando terminé de bajar las
escaleras, él se volvió.
-¿Has
dormido bien?
-Como
un bebé-me palmeé la barriga-. Voy a comer algo. ¿No ibais a salir?
-Estamos
esperando a tu hermana-respondió mamá, pasando una página-. Se está duchando.
Estaba en la cocina cuando llamaron a la
puerta. Me levanté del taburete y fui rumiando el pan, seguro de que tendría
que despachar a alguna de las amigas de Mimi, decirles que mi hermana no podía
salir esa noche porque había hecho planes con mis padres…
Lo
último que me esperaba era encontrarme a Bey en la puerta de entrada. Si había
tenido algunas dudas respecto de lo que pretendía mi mejor amiga, cuando esbozó
una sonrisa tímida, casi a modo de disculpa, todas se despejaron.
-Hola.
-Hola.
-¿Puedo…?
-Yo…
claro, reina B.
Bey
sonrió al escuchar mi mote cariñoso, entró en el vestíbulo y esperó con las
manos unidas por las palmas a que yo terminara de cerrar la puerta y me
volviera hacia ella.
-Espero
no venir en mal momento.
-No
podrías ni aunque quisieras, nena.
-Al…-dio
un paso al frente y me acarició la cara. Su aliento quemaba en mis labios-.
Verás. Yo… lo que he visto esta noche me ha gustado. Muchísimo. Sabes lo que
siento por ti, sabes lo mucho que te quiero, pero… lo de esta noche ha sido
diferente. Tú has sido diferente.
-Bey…
-Sé
lo que estás pensando. He tenido años para armarme de valor y venir aquí y
hacer esto, pero… nunca había sentido que tuviera que hacerlo. Siempre había
pensado que tendría una ocasión mejor. Ahora sé que no la tengo. Si espero
hasta mañana, a que a los dos se nos termine de pasar la borrachera, será
demasiado tarde.
Le cogí
las manos por las muñecas y me las quedé mirando. Lo que habría dado en otra
vida porque me hiciera la proposición que me hacía ahora. Negué con la cabeza. No
podía quitarme a Sabrae de la cabeza. No podía dejar de pensar que estaba
haciendo lo mismo que le había hecho antes. La razón de que su no fuera un no en vez de un sí.
-No
quiero hacerte daño, Bey, pero menos quiero hacérselo a Sabrae. Y esto le haría
mucho, mucho daño. La estaría traicionando.
La
miré a sus preciosos ojos, que me miraban con compasión, e incluso un deje de
desesperación. Pobre iluso, parecía
estar pensando. Le es fiel a una chica
que ni siquiera quiere que se lo sea.
-Ella sabía que esto
terminaría pasando incluso antes de que yo me decidiera. No la estás
traicionando. Te estás liberando. No puedes ser completamente suyo hasta que no
dejes de ser un poco mío-me acarició los nudillos y se mordió el labio.
-¿Cómo
no voy a traicionarla? Le prometí que le sería fiel, que no me acostaría con
otras, y…
-Le
dijiste que no te acostarías más con otras chicas, pero que necesitabas un polvo
de despedida de tus chicas. Te has despedido de Chrissy. Te has despedido de Pauline.
Pero te falta una.
Me la
quedé mirando, estupefacto. Lo que decía no tenía ningún sentido… y, sin
embargo, tenía razón.
Había
una parte de mí que siempre le pertenecería a Bey por el mero hecho de haber
sido la primera chica de la que me había enamorado. Mi amor platónico. Mis sueños
frustrados. Yo no estaba entero, porque las partes que les pertenecían a Chrissy
y Pauline se habían quedado con ellas incluso después de que yo atravesara las
puertas de sus dormitorios. Pero incluso ahora, había una parte de mí que no
era de Sabrae, ni podría serlo nunca.
La parte
de Bey. La que ella había venido a reclamar.
Por favor, por favor, que ella lo entienda,
y que me perdone, le imploré a los cielos, con la imagen de Sabrae sonriendo
en mi cabeza. Esto era lo que tenía que hacer, e incluso lo que quería hacer, pero seguía corriendo
peligro de hacerle daño a Sabrae.
El proceso
de purificarme para poder ser íntegramente suyo era muy peligroso, y los dos
podíamos cortarnos con mis aristas. Me había despedido de dos de mis chicas con
éxito, de una forma limpia y pura, pero Bey también era una de mis chicas, y no
le había dicho adiós. Tenía que despedirme de ella.
-¿Estás
segura de esto?-le pregunté en un susurro, y Bey tragó saliva y sonrió con
tristeza. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Sabía que yo sólo podía darle esa
noche, y el tiempo había querido que los dos ansiáramos una eternidad el uno
junto al otro… pero en momentos diferentes. Y, aunque aquello era parte de mi
pasado, para Bey era el presente.
-Estoy
cansada de vestirme para ti-me susurró-. Hoy quiero desvestirme para ti.
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“Parecía el típico personaje principal que, cuando pasaba a secundario, decidía boicotear la novela en la que existiera.
ResponderEliminarLiteralmente estás narrando gracias a que yo existo, Alec, cállate dos años.
Cállate tú, Scott.”
Voy a pasar por alto el hecho de que el capítulo ha acabado de una forma que no me ha gustado una mierda y centrarme que aunque haya sido mínimamente mi hijito ha vuelto a narrar después de un año y pico. Mi corazón está lleno de amor por este acontecimiento.
Pd:Me niego a leer el polvo de Bey y Alec.
Me DESCOÑO en el momento en que se me ocurrio decir eso y lo escribi yo SUPE que lo ibas a citar es que el peak de la novela no voy s poder superarlo en la vida JSJSJSJSJSJSJSJS
EliminarVas a leerlo y lo sabes