miércoles, 23 de enero de 2019

Follamigo premium.


Unos firmes toques en la puerta me arrancaron de la tranquilidad de mi sueño con la crueldad del despertador que se te olvida apagar el fin de semana y te obliga a madrugar cuando llevas apenas dos horas durmiendo. Me quedé quieto un momento, con todo el cuerpo en tensión, asimilando dónde estaba.
               La habitación no me sonaba, porque no había estado en ella antes de esa noche. La música me resultaba vagamente familiar, como si fuera parte de un lugar de vacaciones de mi infancia olvidado por el tiempo que hacía que no lo visitaba.
               La presión en mi pecho era lo más familiar. Tenía una mano puesta sobre mi camisa, y la otra sobre su cabeza. Sabrae.
               Sonreí. ¿Me había quedado frito con ella encima? No me extrañaba, la verdad. Estaba comodísimo, incluso con el peso de su cuerpo aplastándome ligeramente y haciendo que me fuera un pelín más complicado respirar. Podría acostumbrarme a ser como un colchón.
               Los toques  volvieron, insistentes. Chasqueé la lengua: cualquiera que fuera el imbécil que estuviera intentando molestarme, lo llevaba claro. Le castigaría con mi furia silenciosa si se atrevía a abrir la puerta.
               -Ocupado-gruñí, odiando tener que hacer más ruido y así poner en peligro el sueño de Sabrae. Cuando ella se revolvió ligeramente sobre mi pecho, yo la abracé para impedir que se moviera, haciendo una burbuja protectora con mis brazos alrededor de su cuerpo. Si alguien hubiera venido a reclamarla en ese momento, se habría encontrado con un pseudo novio posesivo que no la dejaría marchar sin pelear.
               Ya me había peleado por ella una vez esa noche. No me importaba que fueran dos. Lo difícil es empezar a delinquir, no reincidir.
               -Soy Bey-respondió mi amiga al otro lado de la puerta, y yo me mordí la sonrisa. ¿De verdad había estado a punto de liarme a leches con ella?
               -Pasa.
               Ella abrió la puerta, y su melena afro de siempre, a la que ya había recuperado, se difuminó como un halo dorado con las luces del pasillo.
               -Me quedé esperando un ratito, a ver si escuchaba ruido. No quería interrumpir-explicó, cerrando de nuevo la puerta y encendiendo la luz del techo, a la que yo no recordaba haber apagado. Puede que la casa tuviera uno de esos sistemas inteligentes que hace que todos los electrodomésticos se apaguen si detecta que hay alguien durmiendo en la cama. Quizá tuviera algún sensor de pulsaciones.
               Me pregunté si la casa también haría algo especial si notaba que las pulsaciones se aceleraban en vez de ralentizarse. Si prepararía algún desfibrilador por si me daba una taquicardia al notar que estaba al borde del infarto por ver a Sabrae desnuda.
               O si pondría música sensual si por un casual adivinaba que estábamos follando.
               Bey se detuvo en seco a los pies de la cama, su vestido negro ciñéndose a sus curvas y mostrándome a la perfección cómo su pecho se hinchaba al tomar aire al darse cuenta de que yo no llevaba puesta la camisa, sino que lo hacía Sabrae, que estaba tumbada encima de mí.
               -No hemos hecho nada-le dije, y ella asintió con la cabeza, mordiéndose el labio, y dejó unas cuantas botellas de agua a mis pies, aún sobre el colchón.

               -Lo sé.
               Sabrae se removió en mi pecho y se giró para mirar a Bey. Se frotó la cara y rodó encima de mí, cayendo a mi lado.
               Le habíamos desabrochado la camisa para poder estar los dos más cómodos, así que ahora tenía los pechos al aire. Dobló las piernas, retorciéndose mientras trataba de adivinar qué era lo que tenía delante.
               -¿Bey?-abrió los brazos para estirarse y yo clavé los ojos en Bey, decidido a no mirarle bajo ningún concepto las tetas a Sabrae. Se podía liar en cualquier momento. Bey sí se las miró, puso los brazos en jarras y alzó las cejas en mi dirección. Aparté la mirada y me concentré en la televisión apagada en una esquina de la habitación, decidido a considerarla lo más interesante de la estancia.
               Lo era, a su manera. Nunca había visto una televisión curva colocada en una esquina. Debías de pillar un mareo bestial mirándola.
               -¿Has venido a unirte a la fiesta?-preguntó Sabrae, y Bey dulcificó su mirada. Yo todavía no lo sabía, pero Sabrae era un poco su ojito derecho. Cuando empezara a salir con todo el grupo, siempre sería la que más se preocuparía por ella, siempre por detrás de mí.
               Lo cual decía bastante del tipo de hermano de mierda que era Scott.
               -No, cariño-sonrió, y yo noté cómo una gota de sudor se me resbalaba por la columna vertebral. Como Bey le hubiera dicho que sí y hubiera gateado hasta ponerse encima de Sabrae y hubieran empezado a besarse, a mí me habría dado un patatús.
               Me las imaginé tumbadas en la cama, acariciándose mientras se besaban, pegándose la una a la otra, y…
               No pienses en eso, Alec, no pienses en eso. No pienses en eso. Piensa en gatitos. En vídeos de focas bebés palmeándose la barriga.
               Bombardeé mi mente con los típicos vídeos que veía cuando estaba aburrido o un poco tristón, de científicos acercándose a tocas y tocándoles el morro y haciéndoles cosquillas en sus inmensas tripas mientras los animales meneaban sus aletas como pidiendo que no se detuvieran.
               -Jo. Qué mal-Sabrae chasqueó la lengua-. Alec tiene el día tiquismiquis.
               Bey alzó una ceja, mirándome.
               -¿Tienes el día tiquismiquis?-rió, y yo me encogí de hombros. Dejé reposar mis manos sobre mi vientre, rezando porque ninguna de las dos se fijara en mi erección. Eso de tener fantasías lésbicas mientras las dos chicas más importantes de tu vida están en la misma habitación que tú, una prácticamente desnuda y la otra con un vestido que le tapaba poco más que a la primera, era de ser un principiante en temas de sexo.
               Pero, joder, es que estaba muy cachondo. Llevaba tiempo esperando esa noche, tenía las hormonas revolucionadas, y lo que había hecho con Sabrae el día anterior en el iglú no es que contribuyera, precisamente, a mi tranquilidad emocional. Estaba reaccionando de una manera adecuada a mi edad y mi condición de tío.
               Además, ¿qué cojones? Sabrae y Bey están buenísimas. Fijo que Logan, siendo maricón perdido, también se empalmaría si estuviera en mi situación. Seguro que descubriría que, después de todo, sí que le iban las tías, aunque fuera sólo un poco.
               -Tengo el día tiquismiquis-me encogí de hombros e ignoré deliberadamente a Sabrae, que en ese momento se colocó sobre su costado, me agarró un brazo y empezó a besármelo mientras se aferraba a él como un panda se aferraría a la última caña de bambú.
               -¿Por qué?
               -No quiero hacerlo con ella así-susurré con un hilo de voz. Sabía que Bey no me diría nada respecto de mi sentido del honor, pero siempre había un margen de error en tu forma de conocer a una persona. Si incluso tú mismo podías sorprenderte a veces reaccionando de forma completamente ilógica en algunas circunstancias, ¿qué no podía hacer una persona totalmente diferente a ti?
               Pero, por suerte, Bey no me defraudó. Simplemente esbozó una sonrisa paciente con tintes de ternura y orgullo en los bordes, y se sentó en la cama. Le acarició el tobillo a Sabrae, que había vuelto a quedarse dormida, abrazada a mi brazo. Tiré de ella con todas mis fueras para pegarla a mi pecho, con la excusa de que no quería que pasara frío en la punta de la lengua por si Bey me obligaba a esgrimirla, cuando la realidad era un poco diferente: quería tenerla todo lo cerca que pudiera. Ella necesitaba del calor de mi cuerpo, y yo necesitaba de su calor y su cercanía.
               -¿Quieres darte una vuelta?-inquirió con un hilo de voz, y yo la miré-. Yo la cuidaré.
               -No hace falta-contesté, celoso de que quisiera quitármela (aunque yo sabía que ésa no era su intención, sino más bien una consecuencia de lo que verdaderamente deseaba: hacerme un favor). Me zafé del abrazo de Sabrae y le rodeé la cintura mientras ella me pasaba los brazos recién vacíos por el torso, en busca siempre de algo a lo que aferrarse. Yo sería su tabla de salvación. Yo sería su roca.
               Yo. Nadie más. Nadie tenía más derecho a estar con ella en esa casa que yo.
               -Al, de verdad que no me importa. Podemos turnarnos, tú puedes ir a pasártelo bien… no me refiero a eso-añadió cuando vio mi cara estupefacta, “¿cómo te atreves?”, le decían mis facciones. Se sentó a mi lado, las piernas cruzadas y las manos sobre el regazo-. Simplemente beber con los chicos, jugar, bailar… es Nochevieja. Tu fiesta preferida. No deberías verte obligado a pasártela en una cama.
               Sacudí la cabeza y Sabrae suspiró cuando yo la pegué un poco más a mí. Si seguía hablando con Bey, puede que me rompiera las costillas de tanto que estaba acercándome a Sabrae. Parecía que quisiera fusionar nuestros cuerpos. Si fuéramos dos esqueletos y nada más, no habría parado hasta que nuestras cajas torácicas estuvieran acopladas la una con la otra, las costillas enredadas de tal forma que sería imposible separarnos.
               No quería que nada se interpusiera entre Sabrae y yo. Nada. Ni siquiera los millones de átomos que había en la camisa, la única barrera de nuestras pieles. Se me estaba clavando uno de los botones en el costado, pero me daba lo mismo. No renunciaría a ese ligero pellizco de dolor, porque significaba que Sabrae estaba conmigo.
               -Lo que quiero decir es que no quiero. Ella está aquí-contesté, mirando su cara. Sus pestañas proyectaban una ligera sombra sobre sus mejillas, los ojos cerrados en una pose pacífica. No había ni rastro de la joven mujer sensual que me había vuelto loco en el piso de abajo, de cuyo cuerpo había tomado un aperitivo en un rincón oscuro, y al que habría poseído de no habernos interrumpido. Ahora, la raya de su mirada no era más que eso: una raya. No prometía guerra, no prometía darle la vuelta a mi vida, y su pintalabios difuminado por nuestros besos ya no era una promesa de lo que vendría después. Estábamos en el después.
               Era una niña adorable por la que yo estaba dispuesto a morir, a ser lo que fuera con tal de que fuera feliz. No me movería del sitio mientras Sabrae estuviera dormida, me daba igual que se hubiera convertido silenciosamente en la bella durmiente y eso me terminara matando de hambre. No le fallaría.
               -No quiero estar en ningún otro sitio.
               Bey esbozó una sonrisa orgullosa, me cogió la mano y me dio un suave apretón.
               -¿Necesitas algo más?-preguntó tras ponerse en pie y tirar un poco del bajo de su vestido, que se había deslizado por sus muslos de caramelo hasta dejar tanta piel visible que seguro que la detendrían por escándalo público… o por cargarse a la mitad de la población de la fiesta.
               Le dediqué mi sonrisa más seductora y puse ojitos.
               -¿Me traes el iPad?
               Ella puso los ojos en blanco, sacó la lengua y asintió con la cabeza.
               -Soy la recadera oficial de Alec Whitelaw.
                Me entendía mejor de lo que yo podía entenderme incluso a mí mismo. Olvídate de lo que he dicho antes.
               Bey se esperaba que le pidiera el iPad, o algo con lo que entretenerme. Por mucho que Sabrae estuviera conmigo y estuviera mal, seguíamos estando en Nochevieja. Yo seguía sintiendo la urgencia del fin de año, la electricidad flotando en el ambiente en la noche en la que todo era posible. Me encantaba Nochevieja porque en ese lapso de tiempo en el que cambias de día, mes, y año, no existe pasado ni existe futuro. Sólo hay presente, y todo el mundo decide aprovecharlo. No hay inhibiciones, no hay peleas, no hay contratiempos ni hay disputas. Te entregas al placer más absoluto y a tus deseos, porque sabes que nadie podrá reprocharte que te vuelvas completa y absolutamente loco: por una vez, no estás siendo tú de una forma casi desafiante, sino que sigues a la corriente… o dejas que ella te siga a ti.
               Quedándome con Sabrae, yo elegía fingir que esa noche no estaba pasando. Que no estaba saltando una página de mi diario, la que tenía los bordes dorados y la fecha señalada con rotulador metálico, como el asterisco divino que nuestro planeta nos ofrecía con cada transición de enero a diciembre. Estaba quedándome con la obra al completo. Estaba dándole continuidad.
               Estaba viendo desde fuera, con las ataduras de la civilización y las convenciones sociales, cómo la gente echaba a volar y se sentía libre, mientras yo continuaba con los pies en el suelo.
               No me cambiaría con ellos por nada del mundo. Mi suelo y mis ataduras eran mil veces mejores que ese cielo que los demás estaban surcando. Olía a maracuyá y a manzana, sabía a frambuesas y alcohol, y era suave y cálida y cómoda y estaba bien, todo lo bien que puede estarlo la única pieza en la que tu cuerpo puede encajarse a la perfección.
               No sabía si los envidiaría, aunque sospechaba que no. Cuando tus planes para quedarte en casa un sábado por la noche, viendo películas y acurrucado bajo una manta, son con la persona que más te importa en el mundo, el salir de fiesta pasa a un segundo plano.
               Pero, claro… Sabrae y yo no teníamos ninguna manta. No estábamos compartiendo la noche. Ella me estaba dejando pasarla junto a ella. No existía un nosotros. Sólo ella, yo, y el resto del mundo, que continuaba girando a pesar de que yo quería que se parara y poder luchar contra el tiempo.
               Los árboles no envidian a los pájaros que emigran cada otoño porque ellos sean libres. Eso les da lástima, porque no tienen hogar, un asentamiento, unas raíces que hundir en la tierra y un espacio reservado para ellos.
               Los envidian porque incluso en lo más frío del invierno, los pájaros siguen conservando sus vivos colores, y siguen siendo capaces de cantar.
               Sabrae se removió a mi lado y musitó algo que yo no entendí. Debía de estar soñando, acunada por mi respiración. Le di un beso en la punta de la nariz y apoyé mi frente en la suya. Ojalá estuvieras aquí, conmigo. Ojalá me pudieras cantar.
               Los árboles odian el otoño no porque pierdan sus hojas, sino porque es lo que les confirma que no son un hogar, sino una casa de vacaciones. Y yo quería ser el hogar de Sabrae. Así que me tocaría esperar pacientemente a que volviera conmigo.
               -Te traeré regalices-añadió mi amiga, caminando hacia la puerta con la determinación de una modelo de bañadores. Agitaba las caderas como si estuviera en alguna pasarela equivalente a la de Victoria’s Secret, y sonrió cuando yo gemí y le dije que la quería.
               -Te quiero, Bey. Eres la mejor chica del mundo. La más guapa, la mejor amiga de la historia.  Nadie te merece. Nadie es digno de tu bondad. Si los que redactaron la Biblia te hubieran visto la cara, habrían escrito los pronombres de Dios en femenino. Ariana Grande es la única profeta que no se equivocó: Dios es mujer. Eres tú.
               -Eres un pelota-se echó a reír Bey, negando con la cabeza.
               -¿Te he dicho ya que te quiero? Quiero darte hijos. Tendremos bebés mulatitos. Serán muy monos. Te prometo que te daré mis mejores espermatozoides. Nos saldrían genios.
               -Pelota-Bey me sacó la lengua y comenzó a cerrar la puerta.
               -Joder, incluso me quedaría yo embarazado de ellos, si pudiera, para que tú no tuvieras que pasar por el parto. Eres la mejor. Recuérdame que te bese los pies.
               -Tienes a Sabrae encima.
               -Sabrae no es celosa. Y entiende que tengo que tratar al oro como se merece.
               Bey se echó a reír y cerró la puerta.
               -Eres la mejor Beyoncé, Bey. La otra lloraba por las noches porque no te llegaba ni a la suela de los zapatos.
               Abrió la puerta y asomó la mano, que se agitó arriba y abajo como si botara una pelota imaginaria.
               -Te quiero.
               Levantó el dedo pulgar, sacudió la mano a modo de despedida y cerró la puerta.
               -Yo también, Al-musitó Sabrae en sueños, y yo me eché a reír y le di un beso en la cabeza. Abrió los ojos y se me quedó mirando, somnolienta-. ¿Qué pasa?
               -Nada. Nada, es sólo que… me alegro muchísimo de estar aquí contigo, bombón.
               -Aw-respondió ella, poniéndome una mano en la mejilla y acercando mi cara a la suya para darme un beso-. Eres el mejor-frotó su nariz contra la mía y yo me estremecí. Me incorporé para pasarle una botella de agua y ella bostezó sonoramente-. Estoy un poco cansada. Me echaré una cabezadita y luego ya echamos ese polvo que tenemos pendiente, ¿vale?
               -Bueno, pero primero bebe un poco.
               -Ya he bebido bastante, ¿te quieres aprovechar de mí?-sonrió, abriendo los ojos todo lo que pudo… lo cual no pasaba de una pequeña rendija-. Porque me desmeleno un poco cuando me emborracho.
               ¿Un poco? Me has pedido que me corra en tu cara.
               -Tentador-contesté, echándome encima de ella y acariciándole la pierna. Sabrae ronroneó y asintió con la cabeza, complacida con mis atenciones-, pero no. Ya te desmelenaré yo.
               -Eres tan guapo-gimoteó-. Hagámoslo un poco. Hasta que me quede dormida. Si ronco en medio del polvo, me perdonas y me despiertas, ¿eh?
               Y empezó a tirar de sus bragas, pero yo estaba encima de ella y no podía llevarlas muy lejos.
               -Uy. ¿Qué pasa? No puedo desvestirme. Alec…
               -Déjate las bragas en su sitio, Sabrae-le di un mordisquito en el hombro y le tendí una botella, que ella cogió y olisqueó con desconfianza. Hizo un mueca de asco al ver que no era más que agua y trató de apartarla, pero yo la obligué a beber. Me empujó para levantarse y se bajó de la cama-. ¿Adónde vas?
               -Tengo que ir al baño-explicó, y se fue tambaleándose, con la camisa abierta y las manos por delante, como si estuviéramos jugando a la gallinita ciega y temiera golpearse contra algo. Dio varios pasos vacilantes en dirección al baño, escorándose a uno y otro lado como la tripulación de un velero en plena tormenta.
               -¿Quieres que te acompañe?
               -¡No querrás verme hacer pis, pervertido!
               Me quedé echado en la cama, mirando cómo se agarraba a los muebles para no caerse, y esperé con impaciencia a escuchar el sonido de la cadena. Sabrae abrió la puerta y me sonrió, sentada en la taza del váter.
               -Alec…
               -No puedes levantarte, ¿a que no?-adiviné, y ella negó con la cabeza e hizo el símbolo de la victoria con las manos. Me incorporé, tiré de ella, le subí las bragas pese a sus protestas, y me la eché a la espalda. Cuando ella me pellizcó el culo yo giré la cara y le di un mordisco en el muslo, y ella ahogó un gritito y volvió a pellizcarme, seguramente porque le había encantado la jugada.
               La coloqué despacio sobre la cama y, cuando Sabrae se cogió los bordes de la camisa para enseñarme las tetas, al grito de “¡Mira qué tetas más bonitas tengo, Al! ¿Por qué no me las tocas?”, yo me centré en traducir nuestro himno al ruso, incluso escribiéndolo en el alfabeto cirílico, para no tener que pensar en lo bonitas que tenía las tetas y en las ganas que tenía de tocárselas.
               Le abroché los dos botones y me eché a su lado. Diez segundos después Sabrae dormitaba otra vez a mi lado.
               Bey no se hizo de rogar mucho tiempo más. Irrumpió en la habitación como en aquella escena de Modern Family en la que Cameron presentaba a su hija recién adoptada como Rafiki a Simba en El Rey León, con el iPad y una bolsa transparente en alto.
               -Joder… lo que te quiero, tía-gruñí cuando me lanzó la bolsa-. Avísame si no te come nadie el coño esta noche, que lo hago yo.
               Bey alzó una ceja.
               -¿Es que no te cansas de pedirme favores?
               Me entregó el iPad y unos auriculares que yo no sabía de dónde había sacado y se quedó mirando a Sabrae, que no se había dado cuenta de que la población en la habitación había aumentado en una persona. Activé el iPad y le puse un auricular a Sabrae en la oreja (acababa de ocurrírseme ponerle música relajante para que no le molestaran los ruidos de la fiesta) y me quedé mirando a Bey cuando ésta extendió algo negro ante mí.
               -¿Qué es?
               -Su sujetador. Me fijé en que no estaba por el suelo, así que… me supuse que se lo habría quitado.
               -¿No puede habérsele caído, o algo así?
               Bey alzó una ceja.
               -Para ser un follador de manual, eres bastante tonto. ¿Crees que a las chicas se nos van cayendo sujetadores por ahí?
               -Sujetadores, no sé, pero algunas deberían llevar las bragas pegadas con pegamento-puse los ojos en blanco y Bey me miró un momento, y luego se echó a reír.
               -Estas mierdas son jodidamente incómodas-comentó, estirando el sujetador sobre el mono extendido que había dejado colgado de una de las sillas del tocador.
               -Por mí podéis dejar de llevarlos cuando queráis-alcé una mano y me encogí de hombros, y Bey chasqueó la lengua.
               -Qué detalle por tu parte, Al.
               Cubrió a Sabrae con una manta de pelo blanco y se sentó a los pies de la cama, a mirarla. A mirarnos. Sus ojos saltaban de ella a mí, y de mí, de nuevo a ella. Esbozó una sonrisa enamorada que me hizo pensar que estaba a punto de pedirme que la dejara ocupar mi puesto.
               Ni de coña.
               Acerqué un poco más a Sabrae a mi pecho, encajándola un poco mejor en el hueco bajo mi hombro, y Sabrae sonrió, la cabeza apoyada justo sobre la articulación, y el cuerpo encajado en ese hueco del que no se podría escapar. Se revolvió para coger mejor postura y dejó escapar un suspiro de satisfacción.
               Noté que algo me resbalaba por la barbilla.
               Se me estaba cayendo la baba.
               (Es coña)
               (Vale, no. No es coña. Por favor, no se lo cuentes a mis amigos. Me martirizarán con ello hasta el día en que todos nos muramos. Porque estoy seguro de que, si yo la palmo antes que ellos, buscarán rituales de invocación a espíritus para recordármelo. Y, si mueren antes que yo, se asegurarán de traerme ouijas de la tienda de misterios más cercana para seguir riéndose hasta la eternidad)
               -No me extraña-susurró Bey con un hilo de voz, como si temiera romper la magia del momento.
               -¿El qué?
               -Que cambies así por ella. Y que hagas cosas que jamás harías por otra persona. Que estés aquí, ahora, por ejemplo-me miró un momento y sonrió, y luego sus ojos volvieron hacia la carita de felicidad de Sabrae-. Es hermosa. Lo suficiente como para empezar guerras entre imperios en la antigüedad… y para que tú te enamores de ella.
               Tomé aire y me quedé mirando a Sabrae. Respiraba profundamente, sumida en un sueño apacible en la que nada ni nadie podría molestarla. Sus ojos estaban cerrados, sus pestañas acariciaban sus mejillas y las pecas que salpicaban su nariz apenas se movían. Tenía los labios ligeramente curvados en una sonrisa, jugosos como la fruta prohibida por la que Adán y Eva sacrificarían gustosos su paraíso. La mano que reposaba sobre mi pecho estaba cerrada en un puño, aferrándose a la nada en un intento por encontrar algo con lo que evitar que me escapara, como si eso fuera factible. Su rodilla se apoyaba en mi cintura, y sus piernas se enredaban en las mías, mezclando nuestros cuerpos en una maraña imposible de deshacer incluso aunque nosotros quisiéramos.
               Jamás habría creído que Sabrae era de las que se quedaban dormidas abrazando a la persona con la que compartieran cama. Siempre la había visto tan independiente en ese sentido… y sin embargo, así, enredada conmigo como lo estaba y disfrutando de su sueño, saltaba a la vista que estaba más que acostumbrada a estar en esa posición.
               Deseé que la fiesta se acabara para poder llevarla a casa y dejar que me convenciera de dormir con ella. No quería dormir solo. No viendo que las noches con ella podían ser así. Me condenaría a un infierno constante en el que de vez en cuando se abriría el techo de lava y podría ver el paraíso, en las poquísimas ocasiones en que ella se quedara dormida a mi lado.
                Y pensar que Scott la tenía disponible cuando él quisiera para que se le acurrucara… algunos nacen con suerte. Menudo hijo de puta. Jamás había sentido tantos celos de él como en ese momento.
               -Yo no estoy enamorado de ella sólo porque sea hermosa-le dije a Bey, y ella me sonrió con nostalgia. Ojalá Sabrae fuera sólo hermosa. Eso haría que me fuera factible resistirme a ella.
               Pero si era increíblemente bonita por fuera, la belleza de la persona que ella era… era incomparable. Como una obra maestra para un crítico de arte. La pirueta perfecta de una bailarina a los ojos de su coreógrafo. La nota indicada en el violín más afinado del mundo. Un cielo cuajado de estrellas para un astrónomo.
               El mejor KO que puede hacer un boxeador.
               La mujer más increíble atrapada en el cuerpo de una niña, descubierta por un chico que ha estado con cientos con las que compararla.
               La única persona que puede hacer que cambies de opinión. Los 17 son una buena edad para plantearte si quieres tener hijos. Y sí.
               Lo quieres.
               -Y no estoy haciendo esto por ella porque esté enamorado.
               Lo estoy haciendo porque soy buena persona.
               Porque ella me necesita. Y yo quiero estar ahí todas las veces que me necesite. Estaré ahí todas las veces que me necesite.
               Bey se mordisqueó la sonrisa.
               -Sí… está claro. Dios os cría, y vosotros os juntáis.
               -¿Lo dices porque ella también me cuidaría?
               -No-Bey se levantó y se limpió una pelusilla de los muslos-. Lo digo porque sois los dos igual de tontos. Sólo tú puedes ser tan tonto como para decir que el hecho de que la ames no tiene nada que ver con que renuncies a tu Nochevieja por ella. Y sólo ella puede ser tan tonta como para pensar que no te la mereces. Ni viviendo cien vidas, cada uno en un extremo del planeta, seríais capaces de dejar de ser tan iguales como lo sois ya.
               Me dejó totalmente desarmado escuchar a Bey decir aquello. Me quedé mirando a Sabrae, que continuaba dormida, ajena a aquella revelación cósmica: haríamos que funcionara. Era nuestro deber. No podíamos hacer otra cosa. Conseguiríamos que funcionara no porque tuviéramos que luchar contra viento y marea… sino porque el viento y la marea soplaban en la dirección buena. Éramos nosotros los que estábamos mal orientados.
               Si todo apuntaba a la tierra prometida, lo único que teníamos que hacer era virar el timón.
               Bey alzó las cejas, escuchando unos ruidos que nos llegaban de la habitación más cercana. Sonrió y sacudió la cabeza.
               Eran gemidos.
               De una chica.
               A la que los dos conocíamos muy bien.
               -Tam lo está fingiendo. Pobrecita-me burlé, y Bey se echó a reír.
               -Es escandalosa, la pobre-chasqueó la lengua-. Lo pasa mal cuando papá y mamá cancelan salida a última hora. No se puede traer a sus rollos.
               -La gente no tiene respeto ya por nada, ¿eh?
               -Como si tú no hubieras follado en una casa llena de gente.
               -Lo digo por el escándalo que está montando tu querida hermana-me burlé, y Bey me taladró con la mirada con intención.
               -Supongo que lo dirás con conocimiento de causa, ¿no? Contigo hacían incluso más ruido.
               -Me gusta que gritéis. Sobre todo cuando está Scott en casa-le dediqué una sonrisa oscura-. Así le queda clarito que puede que él se haya tirado a más tías, pero el marcador de orgasmos femeninos me da ventaja. Así que no tengo motivos para taparos la boca.
               -¿Taparnos… o taparle?-preguntó Bey, señalando con un dedo a Sabrae.
               -Con ella tendré que hacer una excepción-dije, después de mirarla-. Por muy bien que folle, no creo que me perdone fácilmente que me cargue a su hermano por venir a interrumpirnos un polvo.
               -Porque oh, sí-Bey se apoyó en la puerta y cruzó los brazos y los pies-. Definitivamente te cargarías a Scott.
               -Definitivamente vendrá a cortarnos el rollo. ¿Qué quieres que haga? ¿Que le dé las gracias?
               Bey rió entre dientes.
               -Pf. Machitos. No valoráis nada la amistad cuando se os ponen dos tetas delante.
               -No me hables del valor de las tetas, Beyoncé, o tendré que sacarte a colación la confesión que nos has hecho a todos, Scott incluido, sobre lo que hiciste una vez pensando en cierta suegra mía.
               Bey se echó a reír.
               -La única razón de que existan tías heterosexuales en el mundo es que no han visto a Sherezade Malik. Es la única persona que me hace pensar que las pollas están sobrevaloradas.
               -Eso es porque no has probado la adecuada; yo ahora mismo estoy un poco ocupado, pero si quieres…
               -Adiós, Alec-Bey me enseñó la palma de su mano mientras salía por la puerta.
               -¡Llámame!-le grité mientras los gemidos aumentaban, y ahora un tío se unía a ellos-. Sí, hermano, pásatelo bien con ella-asentí con la cabeza y me encendí un cigarro-. Ponla de buen humor, que así invita a unas copas.
               Miré vídeos de animales monos haciendo cosas graciosas en Youtube. Me metí en vídeos musicales y creé listas de reproducción en Spotify, sólo por el mero placer de poder escucharlas más tarde y recordar la noche que pasé con Sabrae acurrucada a mi lado.
               Cuando no se me ocurrió qué más hacer, empecé a ver una serie, Sabrae aún sumida en un profundo sopor.
               Casi se podría decir que estaba aburrido cuando la noche tomó un giro inesperado. Vinieron a visitarnos de nuevo, pero esta vez, no era Bey.
               Sino Scott. 
               Entró como un vendaval, con la fuerza de una tormenta de verano que se gesta en apenas unos segundos y de repente estalla y descarga toda su furia durante varias horas. Estaba agitado y respiraba entrecortadamente; seguro que había abierto todas las puertas de la casa buscándonos a mí y a Sabrae, sospechando de lo que estaríamos haciendo, lo que él mismo había estado haciendo hasta hacía nada.
               Nuestras miradas se encontraron un instante; dejé de prestarle atención a Annalise Keating mientras me enfrentaba a él. Scott me estudió con el ceño fruncido, una ira silenciosa que todavía tenía la decencia de mantener bajo control ardiendo en el fondo de su mirada. Sus ojos pasaron a Sabrae, a la que inspeccionó desde la distancia, con el ceño profundizándose más y más al verla casi encogida en posición fetal a mi lado, con unas prendas cuyo color no se correspondía con aquellas que le había visto llevando la última vez…
               … su mente sumó dos y dos. Yo estaba sin camisa y Sabrae llevaba puesto algo blanco con lo que no había salido de casa. O más bien había salido de casa con ello, pero no vistiéndolo ella: lo iba vistiendo Scott.
               Y lo había estado vistiendo yo.
               Scott giró la cabeza, siguiendo su instinto en dirección al rojo, como un toro de miura que va a cargar contra el capote del torero en cuyas manos morirá, y apretó la mandíbula al descubrir el mono rojo de su hermana reposando sobre la silla de plástico y patas de metal en la que lo había dejado yo, con su sujetador negro encima.
               No había que ser un genio para deducir por qué le había quitado eso. Pero es que encima Scott era como yo. Teníamos una especie de comprensión de seductores que sólo se comparaba a ese honor férreo entre ladrones.
               De todas las personas que me esperaba que llegaran a esa conclusión, Scott se alzaba como rey… porque, hace dos meses, yo habría hecho lo mismo. Yo también habría pensado que él se había follado a una chica que ahora llevaba puesta su camisa.
               Eso, antes de Eleanor.
               Claro que él no sabía que yo había pasado por mi propia metamorfosis. Sabrae había sido mi propia crisálida.
               -¿Qué hacéis?-ladró como un perro de presa que consigue acorralar a la liebre. El animalito no tiene escapatoria.
               Había un problema: yo no era una liebre.
               Era un zorro de cola alargada (¿lo pillas?) y tremendamente cotizada que se las sabía todas para eludir al cazador.
               -Ver How to get away with murder-dije contoda la calma del mundo-. Bueno; eso, yo. Sabrae duerme.
               -¿No te habrás aprovechado de ella?-tronó Scott, y que me creyera capaz de una cosa semejante me jodió. Vale que pensara que habíamos follado por la ropa que llevaba puesta  Sabrae y la que nos faltaba a ambos. Vale que el encontrarnos metidos en una cama no ayudara. Vale que ella estaba prácticamente encima de mí. Vale que tenía su pintalabios por todo el cuello. Vale que tuviera el pelo alborotado. Vale que…
               Joder, había muchas cosas que excusaban a Scott.
               Pero a mí me seguía molestando que hubiera usado esas palabras, porque eso implicaba que él sabía que Sabrae estaba borracha. Muy borracha. Y, si ella estaba borracha, debería tenerme en suficiente estima como para darme ese voto de confianza que supondría el asumir que yo no habría hecho nada con ella.
               Si hubiera sido Sabrae quien me lo hubiera dicho, habría sido elocuente y habría conseguido convencerla de que su idea era completamente absurda. De que me conocía bien y sabía que yo era bueno y que eso no entraba dentro del espectro de lo que yo consideraba moralmente aceptable, el único sitio por el que yo estaba dispuesto a moverme.
               Pero, claro, no había sido Sabrae; había sido Scott. Competencia en algunas ocasiones. Un amigo mío, siempre.
               Y otro tío.
               El nivel de testosterona en la habitación se había disparado y, ¿qué pasa cuando la testosterona sube?
               Que los cerebros se desconectan. Concretamente, el mío.
                -En todo caso se aprovecharía ella de mí-solté antes de poder frenarme, pensando en que era incapaz de contar con todos los dedos del cuerpo las veces en que Sabrae me había pedido follar y yo le había dicho que no. ¿Y todavía tenía que aguantar que Scott me tratara de puto baboso aprovecha-borracheras? ¡Venga! ¿Has visto mi cara, so cabrón? No necesito que  una tía se emborrache para que se le caigan las bragas conmigo. Normalmente se las bajan solas estando sobrias con mucho gusto. Y más tu hermana. Gilipollas—. Porque, S, si vieras las cosas que sabe hacer y las cosas que me pide que le haga… Conoce cosas que ni tú ni yo sabemos que existen, chaval-bromeé en tono místico, porque si entre Scott y yo no conocíamos algo sexual, es que no estaba inventado. Nosotros éramos al sexo lo que Einstein a la física.
               Algo dentro de Scott se desconectó. Si había tenido deferencia conmigo porque éramos amigos, eso se había acabado. La verdad es que sólo se me ocurría a mí elegir vacilarle en un momento de tensión como aquel: sí, vale, éramos amigos y se suponía que tenía que confiar en mí y creer lo mejor de mí por lo menos desde un principio, pero si me ponía en sus zapatos, le entendía. A mí tampoco me haría gracia encontrarme a mi hermana semidesnuda compartiendo cama con otro tío, especialmente si ella estaba borracha e inconsciente y el otro tío en cuestión tenía una reputación de follador que trascendía el código postal de Londres.
               -¡¿QUÉ COJONES HABÉIS HECHO, ALEC?!-tronó, y yo cerré el brazo un poco más en torno a Sabrae. Como la despertara, me lo cargaría.
               Por suerte, ella estaba sumida en un sueño tan profundo que ni siquiera parecía darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor.
               -Nada-respondí, sosteniéndole la mirada.
               -ALEC.
               -¡Nada, joder!-estallé, incorporándome un poco y dejando que Sabrae se escurriera por mi pecho-. ¿Cuándo me has visto a mí vestirme tanto después de follar en una cama?-gruñí. Cuando habíamos ido a Chipre, yo me había pasado las mañanas apostando en los casinos, las tardes bebiendo, y las noches follando con turistas increíbles. Para lo único que salía de mi círculo de vicios era para ir al baño. Por Dios, si todos mis amigos, Scott incluido, me habían visto salir de mi habitación en la suite en calzoncillos, dejando a las chicas con las que hubiera pasado la noche (sí, a veces eran varias; muérete de envidia) desnudas en la cama mientras yo me iba a desayunar con los demás. Y lo único que despertaba mi atuendo entre los demás era un correcto “buenos días”.
               -¡NUNCA! ¡PORQUE NUNCA HE ESTADO CONTIGO! ¡ESO LO SABRÁN LAS DEMÁS!
               -Ya, también es verdad-decidí pasar por alto el detalle de Chipre, porque había pocas cosas que a Scott le molestasen más que el que le llevaran la contraria. Cosa que Tommy hacía muy a menudo. A veces me preguntaba por qué esos dos eran amigos. Me pasé una mano por la mandíbula, fingiendo que no recordaba nada del verano pasado, y continué-: De todas maneras, ¡está borracha, por Dios!
               -¿Y?-atacó él-. ¿Cuándo te ha importado a ti eso? Te tiras a tías borrachas todos los fines de semana.
               Ah. No. Ni de coña voy a pasar yo por ese aro. No voy a dejar que me quites mis méritos, Scott.
               Si estaba insinuando que las chicas se iban conmigo porque no se daban cuenta de que él estaba disponible, iba listo. Yo tenía una tasa de polvos semanales más alta que él. Todas las tías que probaban conmigo querían repetir. Que me hubiera tirado a menos chicas, pero aun así follara más que Scott, decía más en mi favor que en el suyo.
               -No están borrachas, están contentillas. Saben perfectamente lo que hacen. Tu hermana no sabe ni dónde está. Y yo suelo estar también un poco borracho cuando hago eso, para empezar-gruñí-. Me gusta que sepan qué están haciendo, con quién lo están haciendo. Llámame fetichista, no sé, pero me pone a mil que digan mi nombre cuando se corren. Puede que te hagas una idea de lo perversa que puede llegar a ser mi alma si me gustan abominaciones semejantes-incliné la cabeza hacia un lado y Scott me fulminó con la mirada, con ese gesto tan típicamente suyo que denotaba que sabía que tú tenías razón y él no, ese gesto que delataba la poca gracia que eso le hacía.
               Scott no dijo nada, y se acercó para inspeccionarnos a ambos (aunque seguro que él habría dicho que sólo estaba comprobando que su hermana estaba bien) como si fuéramos una caja con una camada de cachorros dentro, y estuviera decidiendo a cuál le arreglaba la vida llevándoselo a casa.
               Yo también me fijé en él. Tenía el pelo un poco alborotado, marcas de besos en el cuello y los ojos brillantes. Hacía poco que había salido de la cama con Eleanor. Era increíble cómo pasaba el tiempo: a mí me parecía que había pasado una vida entera desde que le di el condón y, con una palmada en la espalda, le dije que se portara mal y que se lo pasara muy bien mientras lo hacía. Para él, seguramente no habría pasado ni un suspiro.
               Supongo que es lo que pasa cuando estás con la chica que te gusta, haciendo lo que más te gusta con ella: que el tiempo, literalmente, vuela.
               Scott se mordisqueó el labio, pensativo, mientras comprobaba que todo en Sabrae estuviera en orden. No sé si buscaba marcas de una lucha o arañazos míos, ¿es que no se fiaba de mi palabra? Si yo le decía que no había tocado a una chica es que no había tocado a una chica, hostia. Por muy buena que ella estuviera, yo…
               Un momento…
               -¿Dónde tienes el piercing?
               -¿Qué?-se puso rígido al instante, e incluso dio un brinco. Le dediqué mi mejor sonrisa de Fuckboy®.
               -El piercing. Que dónde lo tienes.
               -Lo he perdido.
               Entrecerré los ojos, mi sonrisa curvándose un poco más.
               -¿Dentro de Eleanor?
               -¿Qué cojones ladras?
               -Sabes que sé que te estás tirando a Eleanor, ¿verdad?
                Scott rechinó los dientes.
               -Lo tiene Eleanor, vale-admitió a regañadientes-. Pero no me la estoy tirando-añadió con dignidad, como si lo que hiciera con ella no fuera lo mismo que yo hacía con su hermana. La única diferencia que había entre él y yo, era que él había tenido un fin de semana lleno de sexo mientras yo me tenía que conformar con pajearme mientras escuchaba a Sabrae hacerse dedos al otro lado de la línea.
               -Te acuestas con ella-le recordé, alzando una ceja.
               -Sí.
               -Te la estás tirando, hermano; me da igual que la lleves a restaurante-cosa que hago yo-, o de fin de semana-cosa que haría yo-, o le digas que la quieres mientras te la follas-cosa que haré yo-. Te la estás tirando, igual que yo me tiro a tu hermana.
               -Alec-bufó, molesto.
               -Me la tiro a veces. No es de continuo, tranqui-añadí, porque, bueno, eso de decirle que me tiraba a su hermana cuando hacía dos minutos le había negado que hubiéramos hecho nada minaba mi credibilidad. Esa noche no habíamos hecho nada, pero aquello no quitaba que Sabrae gritara mi nombre muy alto cuando me tenía dentro.
               Y lo que me gustaba que lo gritara tan fuerte.
               -Alec, la estás arreglando.
               -Ha habido otras-me escuché decir, supongo que porque no quería que Sabrae le fuera con el cuento y que él me juzgara. Me arrepentía de eso, pero era mi pasado, y tenía que aprender de él.
               -¡Que te calles, Alec, me cago en dios!
               Le dediqué mi sonrisa patentada y Scott puso los ojos en blanco. Una voz tenue como el brillo de una vela colándose por debajo de la puerta de una habitación cerrada nos detuvo.
               -¿Scott?-preguntó Sabrae, que había reconocido la voz de su hermano.
               Y él, ni corto ni perezoso, se inclinó hacia ella, me agarró del hombro y me tiró de la cama.
               -¡Eh!-protesté, pero los dos hermanos me ignoraron. Scott se puso de rodillas al lado de la cama, colocando su cara a la altura de la de Sabrae, y le cogió una mano.
               -Hola, Saab.
               -¿Crees que los tulipanes están floreciendo?-preguntó ella, y yo alcé las cejas, incrédulo. ¿Acaso era esto un código secreto que tenían los dos para comunicarse cosas malas delante de quienes se las habían hecho? ¿Tenía Sabrae la cabeza lo bastante despejada como para hablar en clave?
               Scott se mordisqueó el labio.
               -No lo sé, mi pequeña-respondió en un susurro, acariciándole la mano-. ¿Cómo estás?
               Sabrae se incorporó un poco y giró la cabeza a ambos lados, mirando la almohada sobre la que reposaba. Sus dedos recorrieron la cama, buscando algo… buscándome a mí. Cuando sus ojos se encontraron con los míos, aparté a Scott de un empujón y me tendí de nuevo a su lado, de donde nunca debía haberme marchado. Sabrae me sonrió y sus dedos acariciaron mi pecho mientras mis manos recorrían su cintura. Le di un beso en la mejilla y Sabrae miró a Scott.
               -Alec me está cuidando.
               Le dediqué una sonrisa triunfal a Scott, como diciendo “¿lo ves?”, antes de volverme y mirar a Sabrae. Me miraba con infinita confianza y amor en la mirada. Dios, ojalá pudiera sentirme tan invencible siempre como sus ojos me lo hicieron sentir entonces.
               -Pues claro, bombón.
               -Al se tiene que ir-soltó Scott, quien claramente no soporta no ser el centro de atención. Parecía el típico personaje principal que, cuando pasaba a secundario, decidía boicotear la novela en la que existiera.
Literalmente estás narrando gracias a que yo existo, Alec, cállate dos años.
Cállate tú, Scott.
               -Ahora te voy a cuidar yo, ¿vale?
               -¿Por qué?-preguntó Sabrae con un deje de desesperación en la voz. Nos habíamos prometido esa noche, y la pasaríamos juntos, y ni el puñetero Scott Malik ni la Reina de Inglaterra conseguirían separarnos.
               -No sé, ¿porque yo soy tu hermano, y Alec no, tal vez? Además… Alec querrá un poco de fiesta, ¿eh, Al?-me miró como si no me dejara escapatoria, pero yo no iba a renunciar a Sabrae tan fácilmente.
               -La verdad…-empecé, frunciendo el ceño, pensando qué le decía. Me había pillado tan de sorpresa descubrir que Scott había venido a separarnos que mi cerebro se había quedado colgado y ahora estaba reiniciando, así que no se me ocurría ninguna excusa para intentar quedarme con ella.
               -¿Ves?-me interrumpió el mayor de los Malik-, Al se va, S se queda, y La casa de la pradera sigue en emisión.
               -Pero… ¡yo no quiero que se vaya!-protestó Sabrae, que incluso estando borracha, medio dormida, y agotada por toda una noche bailando y tratando de que yo accediera en meterme en sus manos, seguía teniendo más recursos que yo. Me la quedé mirando con una sonrisa en los labios.
               Te quiero, tía. Vamos a hacer bebés mulatitos tú y yo, algún día.
               -Ni yo quiero que me confundan con papá viajando en el tiempo cuando voy por la calle, pero me tengo que joder-ladró Scott, cuyo trauma más grave era lo mucho que se parecía a su padre. Ni que Zayn fuera feo, macho. A veces me pregunto por qué somos amigos.
Porque soy adorable.
Que te pires a tu puta novela, Scott.
               -Dale su camisa, venga.
               -Sí, Saab-sonreí-. Dame mi camisa.
               Ya que Scott me echaba de la habitación, por lo menos me daría el gustazo de verle las tetas una última vez, ¿no? Además, si la veía desnuda, seguramente me espabilaría lo suficiente como para que se me ocurriera una idea para volver con ella.
               Sabrae se dio la vuelta para empezar a quitársela, pero Scott le agarró los botones, impidiéndoselo, y me tendió la suya.
               -Sabes que yo uso una talla más porque tú eres un enclenque, ¿verdad?
               -Sigue por ese camino y todavía te doy tal rodillazo en la cara que no te reconoce ni tu madre.
               -Mi madre no sé, pero ya te digo yo que mientras no me toques la polla, Sabrae seguirá sabiendo quién soy-me burlé, poniéndome en pie y abrochándome su camisa, que me quedaba apretada tanto en los brazos como en la espalda. Scott era un par de centímetros más bajo que yo, pero había casi 10 kilos de diferencia entre los dos, básicamente porque yo era deportista y Scott, bueno… digamos que el deporte que más practicaba era el sexo.
               -Alec…
               -¿Sí?
               -Deja de hablar. En esta economía… deja de hablar. Inglaterra no puede permitírselo.
               Sonreí, me incliné a darle un beso en la frente a Sabrae, que había mirado cómo me vestía con cara de cachorrito abandonado, y froté la nariz con la suya cuando ella se despidió con un lastimero “adiós, Al”.
               Me miró un segundo a los ojos y, a través de las brumas que el alcohol y el cansancio habían colocado en su mirada, vi lo que deseaba ahora más que nunca. Había un mensaje en el fondo de su alma, a la que le estaba echando un vistazo, escrito en letras brillantes como el faro que anuncia la costa en una noche de tormenta.
               Vuelve conmigo.
               Deseé besarla.
               Deseé besarla y tuve la precaución de no hacerlo, porque sabía que si probaba su boca de nuevo sería incapaz de marcharme de aquella habitación, ni de dejar que nadie me echara. Ni siquiera Scott. Ni siquiera Zayn. Ni siquiera todos los dioses del mundo, los que estaban en el Olimpo, a los que se dedicaban las pirámides, o los que vivían en el sótano del Vaticano, como aseguraban en la saga de Assassin’s Creed.
               Le apreté la mano y salí por la puerta, abatido pero decidido a que nuestra separación durara poco.
               Bajé a ver a los demás, que me recibieron con vítores y ofrecimientos de alcohol.
               -¿Y Sabrae?-preguntó Logan, y yo negué con la cabeza.
               -Scott.
               -A veces no lo soporto.
               -Bienvenido al club.
               -Scott es un ser muy puro-aseguró Tommy, arrastrando más las palabras de lo que lo había hecho la última vez que lo vi. Hipó-. No nos lo merecemos.
               -Dejad de darle alcohol a este animal, por Dios-les dije a los chicos, que no me hicieron el más mínimo caso. Sólo Bey tenía la suficiente lucidez como para darse cuenta de que darle más y más alcohol a un borracho era una pésima idea que lo acercaba cada vez más y más al hospital.
               Me levanté para ir a la cocina a por algo de beber y así aclarar mis ideas, y me la encontré de la que iba. Frunció el ceño.
               -¿Por qué no estás con Sabrae?
               -Scott me ha echado.
               -Voy a tener más que palabras con él-amenazó, ofuscada.
               -Primero que quita a Sabrae, ¿y ahora tú me dices eso? ¿Qué ha hecho Scott para merecer tanta suerte?
               Bey se echó a reír, se colgó de mi cuello y me dio un beso en la mejilla.
               -Esa camisa te queda enana.
               -Igual que sus condones. Por eso no se los pido.
               Bey volvió a reírse y sacudió la cabeza.
               -Tienes que volver con ella.
               -Eres un genio, Beyoncé. ¿Cómo no se me habría ocurrido a mí?
               -Eh, sólo te estoy dando una excusa para que cojas algo ahí-señaló la cocina con la cabeza-, y te plantes de nuevo en la habitación-dio un sorbo de su vaso de plástico y sus dos hoyuelos se asomaron en sus mejillas mientras sonreía, oculta tras el borde del vaso.
               -Bey… te quiero-le dije, cogiéndola de los hombros-. Y mi proposición de matrimonio sigue en pie.
               -¿Y mi pedrusco?
               Se me borró la sonrisa de la cara.
               -Eres una zorra materialista, ¿lo sabías?
               -Y tú un muerto de hambre-atacó, riéndose.
               -¿Quieres que te atropelle con mi moto?
               -Alec-susurró.
               -¿Qué?
               -Ve ahí, bebe un poco, estate un rato con nosotros, y luego sube a recuperar a Sabrae…
               -… ¿vas a decir “de las garras de Scott”?
               Bey puso los ojos en blanco y alzó una ceja.
               -Dilo, porfa. Necesito sentirme como cuando Shrek fue a por Fiona.
               -¿Y quién es Shrek?
               Me pasé la lengua por las muelas y ella se echó a reír.
               -¿Yo soy Shrek?
               -Cómeme la polla, Bey.
               -Porque tú eres más bien Asno, ¿lo sabes, verdad?
               -Que me comas la polla, Bey-gruñí, echando a andar en dirección a la cocina.
               -Aunque tú eres más gracioso que Asno-comentó, siguiéndome, y yo me volví, la señalé, me señalé la boca, y luego me señalé la entrepierna, y Bey se rió con más fuerza. Esperó a que yo me sirviera un 43 melocotón. Chocamos nuestros vasos, dimos un trago y Bey se echó a reír cuando yo me estremecí por el tiempo que había pasado sin beber. Me dio un beso en la mejilla y me arrastró hasta el sofá después de limpiarme las marcas de pintalabios. Apartó a Tommy a un lado, le quitó el vaso de chupito que le habían dado y me lo entregó a mí, y se acomodó entre nosotros a ver a los demás bailar.
               Empecé a contar los minutos para volver con Sabrae, decidiendo qué excusa esgrimir para que Scott me dejara entrar y quedarme en la habitación. Tommy sería mi as en la manga para conseguir que se fuera, pero, ¿cómo hacer para que él no protestara cuando regresara?
               Estaba meditando sobre ello cuando empezó a sonar una voz familiar en tonos agudos.
               -Imma care for you. Imma care for you, you, you, you…
               La poca gente que quedaba bailando se estremeció y levantó las manos al aire. Por una esquina de la pista entró una melena pelirroja ataviada con un vestido verde. Mimi se quitó los zapatos y empezó a bailar, en la coreografía que tenía tan estudiada y que incluso yo había edulcorado desde una esquina de la sala de baile de nuestra casa. No era la primera vez que la veía bailar Earned it, una de las canciones que estaba barajando para presentarse al examen de acceso a la Academia Real de Ballet, pero eso no quitaba de que yo me quedara embobado mirándola. Mimi bailaba genial. No lo decía porque fuera mi hermana: lo decía porque tenía ojos en la cara y había pasado el suficiente tiempo en mis años de boxeador viendo el talento en estrellas incipientes, y simplemente la suerte de aquellos que no tenían un gramo de valor en su cuerpo.
               Sabía que Mimi llegaría lejos. Tenía talento y era muy trabajadora y perfeccionista. Había llegado a pasarme tardes enteras con ella, ayudándola a perfeccionar su postura en los portés, aquellos pasos donde las bailarinas se levantan totalmente del suelo y deben tener cada músculo perfectamente coordinado con los demás.
               Mimi se agitó a un lado y a otro, moviendo las manos y vibrando con la música, como si fuera la imagen de un disco rayado que se mueve sólo por etapas. Tenía fluidez en sus manos y sus piernas cuando tenía que tenerla, y cuando The Weeknd hablaba de cómo iba a cuidar a la chica a la que le dedicaba la canción, ella interrumpía su movimiento.
               Nos recordé a los dos bailando delante del espejo, haciendo el chorras, gritándoles a nuestros reflejos o el uno al otro la letra de la canción: ella, contenta de que yo hubiera dado un paso al frente y de tener alguien con quien bailar; yo, extasiado de lo bien que me lo había pasado con Sabrae, cuando ella había empezado a cambiarme.
               -VOY A CUIDAR DE TI, DE TI, DE TI-no habíamos gritado Mimi y yo, riéndonos, y entonces a mí se me ocurrió.
               Tenía que cuidar de Sabrae.
               Sabrae estaba borracha.
               Y la mejor manera de cuidarla era conseguir que la resaca se le hiciera más llevadera.
               Me levanté y Bey se me quedó mirando.
               -¿Adónde vas?
               -A por comida para Sabrae.
               Sonrió y cruzó las piernas.
               -Ya pensaba que no se te ocurriría solito. Estaba a una canción de chivártelo yo.
               -Sí, bueno-miré a mi hermana, que giraba sobre sí misma con la muerte de la canción-. Supongo que he tenido otra musa.
               Su sonrisa se rizó un poco más en sus labios, me levantó la copa a modo de despedida, y contempló cómo desaparecía entre la gente.
               Cinco minutos después, abría la puerta de la habitación con una bolsa de plástico cargada de bocadillos, palomitas, palitos de queso y bolsas de comida basura. Había ido al encuentro de mi hermana, que se había retirado a un rincón de la pista de baile y trataba de que la tanda de halagos por su baile se terminara ya. Tenía las mejillas rojas de vergüenza, y un ligero brillo en la mirada por el alcohol. Me sonrió con felicidad cuando me vio aparecer, abriéndome un hueco entre los cuerpos de sus admiradores, y se fue a un rincón para poder hablar conmigo con calma, ignorando la música. Cogió el billete de veinte libras que le tendí para que se pudiera ir cuando quisiera, y su sonrisa se amplió cuando le dije adónde iba. Sólo si iba con Sabrae me perdonaría que la dejara sola y no pudiera acompañarla a casa, como hacíamos siempre que salíamos de fiesta y coincidíamos en el último sitio.
               -¡ALEC!-festejó Sabrae, feliz, sonriendo y tratando de incorporarse, en lo que fracasó estrepitosamente. Scott se me quedó mirando con una mirada glacial mientras me quitaba su camisa y se la lanzaba. La cogió al vuelo y la estrujó entre sus manos.
               -Tío, a ver si nos duchamos más a menudo-bromeé, y él apretó la mandíbula. Vaya, parece que no iba a perdonarme tan fácilmente que hubiera vuelto para un segundo asalto disputándonos a Sabrae-. ¿Y ese morro, S?
               -Me tiene hasta la polla-gruñó, frotándose la cara.
               -¿Tienes celos? ¿De ? Eso es nuevo-le pinché, porque solíamos coincidir en gustos de tías, y el marcador estaba igualado porque nos guiábamos por la misma máxima: que gane el mejor. No pisábamos el terreno del otro ni nos desmerecíamos, pero cuando una chica nos gustaba íbamos a por ella a saco, y tonto el último.
               -Prefiere estar contigo, la imbécil ésta-se cruzó de brazos.
               -S, S, S-canturreé mientras sacudía la cabeza-. Es una edad muy crítica. La atracción prima sobre la sangre. No te preocupes-le di una palmada en el hombro-. Se termina pasando. Creo-sonreí con maldad-. Y si no, bueno… soy hombre de una sola mujer. Te quedan otras dos hermanas-él hizo una mueca-. No seas crío, Scott, vamos. Yo le atraigo, a ti te quiere. Tú eres su hermano, yo soy su…-me quedé mirando a Sabrae, pensando en con qué nombre debía llamarme a mí mismo. Joder, eso de “novio en funciones”, como ella lo había llamado, sonaba muy formal y, a la vez, precario. Y era todo lo contrario: de andar por casa y consolidado, con vocación a seguir y a aumentar en el tiempo.
               Me había dado todo el trabajo, pero se había negado a ponerle nombre a mi puesto.
               -No sé qué soy suyo, la verdad-razoné-. Dejémoslo en Follamigo Premium.
               A Sabrae le gustaría esa denominación, estaba seguro. Al fin y al cabo, resumía bastante bien nuestra relación: sin ataduras pero a la vez basada en la fidelidad, con la amistad como nudo principal, y el sexo como la base sobre la que se cimentaba todo lo demás. Éramos especiales el uno para el otro, únicos e irrepetibles… y sólo nos decíamos que nos queríamos cuando estábamos solos, igual que los follamigos sólo dan rienda suelta a tu tensión sexual cuando están solos.
               -¿Cómo te sentirías si ella fuera Mary?-acusó Scott-. ¿Si cuando se echara novio, te diera de lado?
               -No soy su novio, S-cogí un regaliz de la bolsa que me había traído Bey y le di un mordisco.
               -Alec-suspiró.
               -Buena suerte al gilipollas que intente meterse entre ella y yo. Ya le tengo dicho que las piernas cerraditas, que primero me los tiene que traer a casa para que yo les dé el visto bueno.
               Cogí la bolsa y se la acerqué a Sabrae, que se dio la vuelta en la cama, alejándose delruido.
               -¿Qué es eso?-preguntó Scott.
               -Comida. Palomitas, Doritos, un poco de tortilla precocinada que encontré en la nevera, Pepsi y agua. Ah, y bocadillos. Estaban en la nevera, al lado de la tortilla. No sé si venía con la casa o pensaban usarlos otro día. Espero que estén bien. Son de Tesco-comprobé-. Atún y lechuga y ensalada de gambas.
               -¿Te vas a ir de picnic con ella?
               -Le vendrá bien comer-contesté, poniéndome rígido. No iba a consentir que pisoteara mis dotes de cuidador profesional-. Son para ella, por si se pone peor. No voy a volver a dejarla sola, S. Me como demasiado la cabeza, pensando en lo que hará. Y cuando se duerme… ya ni te cuento-suspiré-. Me raya pensar que puede que esté dejándola entrar en un coma, pero si no la dejo dormir, creo que la agotaré, y será todavía peor. Así que le traigo comida y cafeína, para que esté distraída. Sabrae-le cogí un pie-. Sabrae, mira, te he traído comida.
               Ella abrió un ojo con muchísima dificultad.
               -¿Al?
               -Sí, nena, soy yo. Mira, te he traído palomitas-saqué el paquete de palomitas con kétchup de la bolsa de plástico y lo agité en el aire.
               -¿Con queso?
               -Eh…-le di la vuelta para mirar los anuncios, pero no ponía nada de queso, así que me imaginé que ése no era su atractivo principal. La verdad es que nunca me había planteado que no hubiera palomitas con kétchup y queso. Estaban privándole a la humanidad de un gran placer, en mi opinión-. No, queso no tienen, pero se lo podemos echar, si quieres.
               Puse a Scott al día de lo que había sucedido durante la noche, mientras él estaba ocupado metiéndosela y sacándosela a Eleanor, y me tumbé al lado de Sabrae, que había abierto la bolsa de las palomitas y se había empezado a meter puñados en la boca. Ella me pasó una pierna por encima en actitud posesiva, y la cerró en torno a la mía con tanta fuerza que me sorprendió que no me la dislocara de la pelvis.
               -¿Ves lo que te decía? No me estaría aprovechando de ella. Es más, casi estaría dejándome llevar-sonreí, acariciándole a Sabrae la cabeza, maravillado con su recién descubierto talento para estar semiinconsciente y a la vez comiendo.
               -Voy a matarla en cuanto se ponga bien para enterarse de que la estoy matando-bufó.
               -Alec-me llamó ella, y yo le acaricié la espalda-. No quiero que esta noche acabe nunca.
               -Yo tampoco, bombón-le besé la frente y ella sonrió, satisfecha con las atenciones que le brindaba-. Tengo un par de series pendientes-informé a Scott-. Y tu hermana es calentita y cómoda.
               -Ya-él alzó las cejas.
               -Vete, S. Estaremos bien. No voy a empalmarme, te lo prometo.
               -Más te vale.
               -Yo ya estoy cuidando de ella, ¿quién está cuidando de Tommy? ¿Karlie? ¿Vas a confiar en Karlie para cuidar de un borracho?
               -Vale, Al, lo pillo-Scott alzó las cejas-. No me queréis aquí. Me marcho antes de que me propongáis un trío o alguna aberración por el estilo; bien sabe Dios que a ti te da todo te da igual-se puso la camisa y comenzó a abrochársela-. Si necesitáis algo…
               -Que sí. Ve. Cuida de Tommy. Estaremos bien, ¿eh, Saab?
               Ella asintió.
               -Me gusta el ritmo que tiene tu corazón, Al-comentó, mimosa, y los dos nos echamos a reír.
                -Es adorable-comenté-. Deberíamos emborracharla más a menudo.
               -Estoy bastante seguro de que tú no necesitas que esté borracha para que se te tire encima.
               -Me encanta que se me ponga chula, pero también me gusta esto-admití, pasándole los dedos por la cintura a Sabrae, que cerró los ojos un momento, disfrutando del contacto. Era verdad. Me encantaba que me hiciera de rabiar. Que no me diera la razón nunca y que siempre estuviera dispuesta a discutir, incluso a gritos. Me encantaba la intensidad con que sentía cada una de las cosas que sentía, y que defendiera a capa y espada sus ideales. Me gustaba que me vacilara y que me dejara con ganas, porque eso era una promesa de que nos lo pasaríamos mejor más tarde.
               Pero también me encantaba esto. Me encantaba dócil, me gustaba mimosa, me gustaba que lo único que necesitara fuera yo. Me encantaba que lo único que necesitara para dormir fuera mi pecho, y que estuviera tan cansada que no pudiera mantener los ojos abiertos. Me encantaba que se dejara llevar, que confiara en mí a ciegas, y que susurrara lo primero que se le pasaba por la cabeza sin temor a que yo la juzgara de alguna forma. Me encantaba su ternura, y que una noche juntos fuera eso, una noche juntos, incluso cuando nuestros cuerpos no estaban enmarañados. Me encantaba tener que cuidarla y que ella se dejara cuidar.
               Scott se puso lívido un momento cuando sus ojos se deslizaron de mis dedos en la cintura de su hermana a sus muslos.
               -Alec…
               -Scott.
               -Dime que no es tu puta corbata lo que mi hermana tiene atado a la pierna.
               -Lo que tu hermana tiene atado a la pierna no es mi puta corbata.
               -Gracias, tío. Eres un amigo.
               -¿Sabes que…?-empecé, sonriendo con maldad, porque me encantaba picar a Scott. Él bufó como un toro a punto de cargar.
               -Ya sé que es tu putísima corbata, Alec; por favor, no hagas que quiera asesinarte.
               -De alguna manera tenía que atarle las rodillas para que dejara de abrírseme de piernas. Parecía una gimnasta olímpica.
               Scott apretó la mandíbula, pero yo no le hice caso. Sabrae se estaba espabilando, y no tenía ganas de prestarle atención a nada que no fuera ella. Se había acurrucado de nuevo contra mí, acomodándose sobre mi pecho, y se había puesto uno de los auriculares.
               Incluso así, no haciéndome el más mínimo caso y usándome como su almohada gigante customizada, seguí estando preciosa y yo seguía queriendo darle el mundo.
               -Al…-susurró Scott, sacándome de nuevo del pequeño paraíso que era admirar a Sabrae.
               -S…
               -No haces todo esto por las demás-sacudió la cabeza, señalando la comida, pero yo sabía que se refería a mucho más. A la habitación. A la fiesta. A todo. Y tenía razón.
               No, no hacía todo de eso por las demás. No hacía nada de eso por las demás. Pero eso era porque las demás eran millones, y Sabrae sólo había una.
               -Las demás no son hermanas de mis amigos-me escuché decir, porque una cosa es decirle a la chica de la que estás enamorado que la quieres (¿puedes decirle algo diferente?) y otra muy distinta admitirla delante de uno de tus mejores amigos. Por mucho que Scott fuera su hermano, seguía perteneciendo a una parte de mí que todavía no quería, o más bien no estaba preparada, para abrirle la puerta a Sabrae y dejar que ella se hiciera con todo.
               -¿No son hermanas de tus amigos… o no son mi hermana?
               Me reí, la piel de Sabrae aún en las yemas de mis dedos. A veces se me olvidaba que Scott era  más que una cara bonita, y que detrás de su actitud pasota se escondía alguien que sabía mirar, e interpretar lo que sus ojos veían.
               -No sé qué quieres que te responda a eso.
               -La verdad, Al. ¿Mi hermana te gusta?-soltó a bocajarro, y yo incliné un poco en la cabeza, con los ojos fijos en él. Si la miraba a ella, toda esa maniobra sería para nada. Se me notaría.
               -Tu hermana es una mujer-respondí, utilizando mi mejor talento: dar un rodeo y librarme de lo más gordo-, y a mí me encantan las mujeres. Ya lo sabes.
               Scott sonrió y se agarró al pomo de la puerta, con su equivalente a mi sonrisa de Fuckboy®, su sonrisa de Seductor™, brillando en su boca.
               -El hecho de que la consideres una mujer cuando tiene 14 años ya me da más respuestas que tú diciéndolo claramente.
               -Como si no os lo hubiera dicho claramente varias veces esta noche-sonreí.

 La siguiente vez que la puerta de la habitación se abrió, fue la última en la que estábamos Sabrae y yo dentro para recibir a las visitas. Scott venía acompañado de Tommy, con la intención de llevársela a casa; Tommy ya quería marcharse porque “echaba de menos a su madre”, y él no tenía más remedio que acompañarlo. La noche empezaba a teñirse de ese sucio tono magenta que precede al dorado del amanecer, y el nuevo año se alzaba victorioso en la primera y única batalla a la que se enfrentaría y de la que saldría vivo. Los chicos me ayudaron a despertar a Sabrae, que había vuelto a quedarse dormida después de darle una oportunidad a la serie que yo estaba viendo, y ella se deslizó por la cama con la gracilidad de un hada con alas de mariposa. Sus pies tocaron el suelo y ella se estremeció, concentrada en las sensaciones que le llegaban amplificadas en el cerebro. Acarició la alfombra de pelo sintético con los dedos de los pies, mordiéndose el labio, y se afianzó mi camisa alrededor de su pecho. Tiró de las mangas y hundió la nariz en el cuello, que ya no olía completamente a mí pero tampoco olía completamente a ella, sino a una deliciosa mezcla que a mí me encantaría oler cuando estuviera tirado en mi cama, demasiado sobrio para abandonarme al sueño profundo de inicios del año, pero sí lo bastante borracho de su compañía como para poder dormir bien.
               Estaba deseando llegar a mi cama, tumbarme sobre ella y dormirme pensando en Sabrae. Sabía que soñaría con ella. Lo sabía.
               Sabrae notó mis ojos sobre ella mientras olfateaba la camisa, y me miró por debajo de sus trenzas, un ligero rubor tiñéndole las mejillas de un delicioso tono sonrosado que me dio ganas de mordérselas. Me sonrió con timidez, oculta tras la camisa, y se levantó sin esperar a que yo reaccionara. Sabía que no podía. Sabía que nuestra primera noche juntos tendría estos efectos en mí.
               Lo primero que buscó fueron sus zapatos. Se sentó en el borde de la cama y se los puso con gesto concentrado, y por un breve instante se giró hacia mí, sin percatarse de lo que hacía. Buscaba su sujetador, que no recordaba haber perdido y mucho menos que hubiera sido rescatado, y mientras lo hacía, yo pude admirarla.
               Se había dado la vuelta y me había ofrecido una vista perfecta de un escote improvisado por la acción de sólo dos botones abrochados. Sus trenzas le caían sobre sus pechos, que campaban libremente debajo de la camisa blanca, la cual hacía destacar el goloso tono chocolate de su piel ligeramente brillante. Por la abertura de la camisa asomaban unas bragas de encaje negras que guardaban el lugar más preciado del universo, la fruta más deliciosa y mi paraíso particular. Sus piernas estaban estiradas y ligeramente separadas mientras se giraba, alargadas y estilizadas aún más por la acción del dorado de las botas de tacón y los propios tacones.
               No soy de esos estudiantes privilegiados que tienen memoria fotográfica y que con mirar una vez un tema ya se lo saben (me iría mucho mejor en el instituto de ser un genio), pero sí que tengo un gran talento: mi cerebro escoge a la perfección la información importante.
               Y esa visión de Sabrae, aunque breve, era lo más importante que había visto jamás.
               Parecía desorientada y muy nerviosa por la cantidad de gente que había en la habitación; se sentía más desnuda incluso de lo que ya estaba e, incómoda, trató de escapar.
               Decidí recordarle que yo estaba allí y que no tenía nada por lo que sentirse mal, de una forma tan sutil que nadie más que ella se daría cuando de lo que yo estaba haciendo: le tomaría un poco el pelo.
               -Sabrae.
               Ella se giró, y lo hizo como a cámara lenta. Alcé una ceja y la señalé con el dedo índice de la mano que tenía detrás de la cabeza.
               -Llevas puesta mi camisa.
               Se miró un momento, como comprobando que lo que yo decía era verdad: al verse vestida con mi ropa, se puso más colorada aún, seguro que deduciendo lo que habíamos hecho (o, más bien, lo que no) y asintió, sin mediar palabra. Se la desabotonó y me la tendió con el brazo completamente estirado mientras con el otro se tiraba por encima la manta con la que la habíamos tapado Bey y yo para cubrir su desnudez.
               Empecé a salivar. Ahora que no tenía que preocuparme por el sexo, podía fantasear con él. Y, joder, vaya si tenía pensado fantasear. Nunca había estado tan cerca de ella mientras ella llevaba tan poca ropa.
               Se acercó a su mono y se lo tendió por encima, pensando en cómo ponérselo mientras disponía de una sola mano. No se me escapó que no había mirado a Scott en todo el tiempo que transcurrió desde que Tommy consiguió despertarla haciéndole cosquillas en los pies. La verdad es que la entendía: tiene que ser muy violento descubrirte semidesnuda en una cama a cuyos pies te está mirando tu hermano.
               -¿Quieres que te ayudemos a vestirte?-preguntó Scott al verla dudar tanto, y ella se giró y clavó la mirada en mí.
               -¿Hemos follado?
               Me eché a reír. Vale, puede que el insistir tanto no fuera cosa sólo de la borrachera. Me hizo gracia que siguiera con el cuento incluso cuando la habitación estaba llena de gente, incluso cuando se notaba que no podía con la vida.
               -Estás borracha, Saab.
               -¿Y no quieres hacer nada?-profundizó, e hizo una mueca que me hizo saber que estaba profundamente disgustada.
               -Sí, pero yo no follo de día-señalé la ventana, por la que se veía el cambio de vestuario del cielo, y ella la miró también, calculando si lo que decía era verdad. Nunca nos habíamos enrollado sin que fuera de noche; incluso cuando lo habíamos hecho más pronto, a las 5, seguíamos estando sometidos a la jurisdicción de la luna por el mero hecho de que estábamos en invierno. En lo que a ella respectaba, podría ser un vampiro.
               -Sí que follas de día-contestaron Scott y Tommy al unísono; el primero de pie, el segundo con la cara pegada al colchón, incapaz de levantarse después de haber despertado a Sabrae con un truco de magia.
               -¿Qué os dije a los dos de mantener el pico cerrado mientras hablamos los adultos? Venga, Saab-me di una palmada en las pantorrillas y me levanté-, si tu hermano no quiere serle útil a la sociedad, ya te ayudo a vestirte yo. Será un capítulo interesante en mis memorias de dominación mundial. Creo que lo titularé “la noche en que hice justo lo contrario a lo que suelo hacer siempre”.
               Ella se sentó en el borde de la cama y me permitió llegar a su lado. Me miró con expresión ausente mientras yo le ayudaba a meter las piernas por los agujeros del mono, aprovechando para acariciarle su hermosa piel. Ella me puso una mano en la cara cuando subí por su torso, diciéndome que podía seguir ella, y no aparté los ojos de su mirada cuando dejó caer a un lado la manta que la tapaba, dejando al descubierto sus pechos. No podía mirarla. Me quedaría ciego de lo hermosa que era, como en aquella fábula de la mitología griega. Notaba que Scott no dejaba de mirarnos mientras Sabrae se ponía el sujetador y se subía los tirantes del mono, tapando por fin sus atributos femeninos y permitiéndome respirar. Tommy, por el contrario, continuaba tumbado con la cara pegada al colchón, lo cual hizo que me preocupara por si se ahogaba.
               -¿Me das un…?-empezó ella, la señal que yo estaba esperando para probar su boca. Me incliné y le di un suave beso en los labios, sintiendo su desnudez en mi lengua y la mía en la suya. Sabrae abrió la boca para dejarme entrar a explorar, y yo tiré de ella hacia mí, negándome a que se fuera a ningún sitio. El hecho de que fuéramos a separarnos en nada (tenía claro que Scott me mandaría irme a casa después de acompañarla) me dolía como un puñal helado clavado en el corazón.
               -Idos a una cama-rió Tommy, que había rodado hasta colocarse sobre su costado.
               -Ya están en una cama.
               -¿Saab? ¿Nos vamos?-apuró Scott, y Sabrae pidió que yo fuera con ellos.
               Cosa que hice.
               Le daría todo lo que ella quisiera. Si me pedía a mi primogénito para un sacrificio, yo se lo entregaría.
               Después de ocuparme de avisar a Annie, la madre de Jordan, de que su hijo estaba durmiendo la mona en un jardín cubierto por el rocío y de echarle una manta a mi mejor amigo para que no se muriera de hipotermia (no podía pararme a llevarlo a casa, aunque a pesar de que le dije a su madre en realidad sí sentía que fuera un poco problema mío), fuimos a llevar a Tommy a casa. Pretendíamos dejarlo en su habitación, pero su madre salió a abrirnos la puerta cuando nos escuchó tratar de meter a llave en la cerradura. Eri hizo una mueca al ver cómo venía su primogénito, y aceptó a regañadientes que él se le tirara encima, apestando a alcohol, y le chupara la cara intentando darle un beso.
               El momento culmen de nuestro viaje en dirección a casa de los Malik fue cuando Sabrae decidió que estaba cansada de caminar y tuve que echármela en brazos para que no se cayera. La llevé en volandas durante todo el trayecto a su casa, aunque Scott seguramente diría que habíamos compartido funciones porque él se dedicó a pasear su bolso.
También la llevé un poco, no te flipes. Me estás haciendo quedar como un hermano de mierda.
Te he dicho que te vayas a tu puta novela. Aquí el rey soy yo. Pírate. Fus. Fus.
... Deja de perder el tiempo leyendo las payasadas de este memo y lee [censurado]. ¿Alec? ¿Qué cojones? ¿Acabas de censurarme?
Y lo volveré a hacer como no te calles.
Eres un [censurado]. Te voy a [censurado].
¡JAJAJAJAJA!
               ¿Por dónde iba?
               Ah. Sí.
               Después de que Scott le metiera mano a Sabrae (sin intenciones sexuales, que Scott puede ser muchas cosas, pero no es tan vicioso) en busca de las llaves, Shasha nos abrió la puerta y se relamió al ver cómo venía su hermana.
               -Menudo regalito me traéis-ronroneó en tono lascivo, lo cual me sorprendió. Según tenía entendido, Shasha y Sabrae se llevaban muy bien. Quiero decir, todo lo bien que pueden llevarse dos hermanas de casi la misma edad. Sabrae me hablaba muchas veces de las tardes vagas que se pasaba con Shasha metida en casa, viendo películas y tomando helados y jaleando a las participantes de los reality shows de turno. Aunque también me hablaba de las peleas repentinas que tenía con ella por tonterías, pensaba que Shasha la apoyaría en un momento como éste.
               Sherezade salió a nuestro encuentro, con una taza de café en la mano. Incluso recién levantada, con el pelo revuelto y sin una gota de maquillaje, era de las mujeres más guapas que había visto en mi vida.
               Nótese que he dicho “de las mujeres más guapas”. Eso es porque a la más guapa la estaba sosteniendo en brazos.
               -Y yo que me había levantado tarde para no tener que veros así… buenos días, Al.
               -Buenos días.
               -¿A ella no le dices “mira cómo vienes”?-acusó Scott, que es un envidioso y un metemierda de cuidado; toda la vida lo fue y toda la vida lo sería.
               -No tiene gracia si viene acompañada-Sherezade me dirigió una mirada cargada de intención, y volvió la vista a su hijo-. ¿Qué te ha pasado en la boca? Te veo raro, Scott.
               -No llevo el piercing.
               -¿Y cómo se supone que voy a distinguirte ahora de tu padre?-preguntó Sher, alzando las cejas. Scott puso los ojos en blanco.
               -Adiós, mamá.
               Subimos a Sabrae al piso superior, y la metimos en la habitación de Scott. Aunque tenía ganas de ver dónde dormía y hablaba conmigo de madrugada ella, la verdad es que me alegré de que Scott quisiera dormir a su lado, por si necesitaba algo. Decía que dormiría mejor estando acompañada (lo cual, después de ver que había dormido como un tronco estando conmigo, yo me creía perfectamente), y que él también dormiría mejor porque no estaría tan preocupado por ella.
               La dejé boca abajo sobre la cama y ella la acarició.
               -Mi camita. Te he echado de menos-susurró, y le dio un beso al colchón en el que dejó una marca muy parecida a las que a mí me cubrían el cuello.
               -Es mi cama, Sabrae-bufó Scott, sentándose al lado de su hermana.
               -Mi camita-fue lo último que dijo ella, cerrando los ojos y poniéndose a dormir de nuevo. Parecía tan tranquila y cómoda que me dio lástima molestarla, pero sospechaba que no debíamos dejar que durmiera con el mono puesto (me apetecía que lo llevara en alguna otra ocasión, y si se movía demasiado y lo rompía se vería obligada a tirarlo), ni tampoco con el maquillaje que le cubría la cara.
               El peso de toda la noche comenzaba a instalarse sobre mis hombros, recordándome el tiempo que llevaba despierto y todo lo que había tenido que hacer. Tenía pensado ir a boxear un poco antes de acostarme para limpiar toxinas, pero ni de coña me metía yo ahora en el gimnasio a que Sergei me pegara una paliza. Había tenido bastante con bailar con Max, Jordan, Logan, Scott, Tommy, Karlie, Bey y Tam, beber con ellos, jugar con ellos, y meterme y dejar que se metieran conmigo. Claro que eso era una noche normal para mí, y tras cada salida de fiesta yo me iba a entrenar con Sergei, pero a todo eso teníamos que añadirle la noche que había compartido con Sabrae, digna en sí misma de una enciclopedia.
               Y, a pesar del cansancio, no quería dejarla. Quería sentarme en el sofá de la habitación de Scott, ése que con tan buen criterio había decidido poner en una esquina, y mirar cómo dormía hasta que se despertara lentamente, como una flor abre sus pétalos con la llegada de la mañana. Quería ver los reflejos del amanecer en su cuerpo. Quería escucharla susurrar cosas sin sentido en sueños. Quería que sus ojos me buscaran en ese breve lapso de tiempo en que la felicidad más absoluta te embarga, porque no eres consciente de nada de lo malo que pesa sobre tu vida, y se encontraran con los míos. Quería que me sonriera desde su somnolencia, se estirara y me diera los buenos días, aunque volviera a ser noche cerrada.
               Quería que estirara una mano hacia mí. Quería cogérsela. Quería que Sabrae tirara ligeramente de mí para pegarme a su rostro y besarme.
               Quería poseerla.
               En una cama.
               Puede que no fuera ninguna de las camas en las que habíamos pensado cuando habíamos hablado de hipotéticos polvos así, pero nos serviría.
               -Ayúdame a soltarle el pelo-me dijo Scott, sacándome de mi ensoñación, probablemente porque me había visto la cara y sabía las ganas que tenía de quedarme un poco más. Me acerqué a la cama y cogí una de las trenzas de Sabrae entre mis manos. Le quité la goma con la que Bey y Tam se la habían hecho y empecé a deshacérsela muy, muy despacio. No quería hacerle daño y despertarla. Y tampoco quería apresurarme y dejar de disfrutar de la suavidad de su pelo en las yemas de mis dedos.
               Scott me estaba mirando cuando terminé de extenderle el pelo, y Sabrae se dio la vuelta. Su melena rizada y negra ahora parecía el halo de una virgen oscura, repartido por su almohada como en un cuadro religioso.
               -¿No deberíamos… no sé, desmaquillarla, o algo así?-pregunté, porque no quería alejarme de ella. Aún no. Scott hizo un gesto con la mano, desechando la idea.
               -Que se lo quite ella cuando se despierte.
               -Pero, ¿las chicas no tienen que desmaquillarse siempre antes de dormir? ¿No les fastidia la cara? Eso es lo que dice Mimi. No quiero que se le fastidie la piel. La tiene tan bonita…-casi me escuché gemir, pero pude reprimirme en el último segundo. Scott se me quedó mirando, estupefacto.
               -Es la mayor gilipollez que te he oído decir en la vida.
               -Una vez os pregunté si los vegetarianos comían pescado-me defendí, y Scott asintió con la cabeza.
               -Vale, es la segunda mayor gilipollez que te he oído decir en la vida.
               -La pregunta tenía sentido. El pescado no es carne.
               -Siguen siendo animales.
               -¿Podemos centrarnos, por favor?-pregunté, angustiado porque Scott trataba de llevar el tema a un punto del que yo no fuera capaz de volver. Quería quitarle el maquillaje a Sabrae. Ya que no íbamos a dormir juntos esa noche, por lo menos que me dejara verla dormir como si lo estuviéramos haciendo de verdad-. ¿La sujetas tú o la sujeto yo?
               -La sujeto yo; mañana te la entrego en el altar-Scott sonrió, burlón.
               -No eres más imbécil porque no puedes, Scott-gruñí, y me quedé cuidándola mientras Scott buscaba los productos. Después de ver que el algodón no le hacía efecto, optamos por tirarle el agua desmaquillante encima y a ver qué pasaba. Tuvimos que taparle la boca cuando Sabrae creyó que le estábamos echando agua normal encima, y conseguimos quitarle todo el maquillaje por fin.
               Me la quedé mirando un rato, pensando en que sólo me quedaba una excusa para seguir allí un rato más: no le habíamos puesto el pijama.
               Pero Scott tenía otros planes.
               -Debería quitarle el mono, ¿no crees?-a mí no se me escapó que lo dijo en singular, excluyéndome ya de la ecuación. Me mordí el labio, y asentí, dejando que Sabrae reposara sobre la cama como una princesa de cuento de hadas esperando el beso de su príncipe azul-. Ya me ocupo yo desde aquí, Al.
               Después de dedicarle una sonrisa pícara haciéndole saber que no había cambiado tanto como ellos pensaban, y que seguía dando lo que fuera por quedarme con una chica y verla desnuda, me levanté a regañadientes de la cama y acepté mi derrota. Me despedí de Scott y bajé las escaleras de su casa, en dirección a la puerta.
               Sher vino a mi encuentro cuando yo estaba a punto de abrir la de la calle.
               -¿No te quedas, Alec?
               Negué con la cabeza.
               -Sabrae va a dormir con Scott. Es mejor para ella.
               -Y para él-sonrió Sher, poniendo los ojos en blanco-. Acuérdate de esto: Scott te debe una noche con ella. Cuando entrasteis, di por sentado que quien dormiría con ella hoy, serías tú.
               Sonreí.
               -Se me han adelantado, Sher.
               Ella me guiñó un ojo.
               -Ya hablaré yo con mi hijo sobre no meterse donde no le llaman. Que descanses, Al.
               Fui prácticamente brincando hacia mi casa, con las palabras de Sher reverberándome en la cabeza. Ya hablaré yo con mi hijo sobre no meterse donde no le llaman.
               Sher estaba de acuerdo en lo que yo tenía con Sabrae. Puede que no supiera su nombre ni su alcance, pero parecía gustarle para ella, lo cual me hacía muy feliz. Saber que tenía la bendición de mi suegra, que cuidaba de sus hijas con la fiereza de una leona y la delicadeza del jardinero que se ocupa de una flor exótica, hacía que me sintiera mucho más digno de Saab. Al fin y al cabo, si su madre, que siempre velaría por ella, quería que estuviéramos juntos, por algo sería.
               Entré en mi casa y fui derecho a la cocina, donde me abracé a la cintura de mi madre y le di un beso en el hombro.
               -¿Alec? ¿Estás borracho?
               -Vengo bien. Mira-le demostré, caminando en línea recta como un trapecista, y mamá se echó a reír. Me frió un par de huevos con beicon y se me quedó mirando mientras los devoraba, famélico. Me tendió una taza de cacao que me bebí de un trago y rió cuando le di un beso en la mejilla, aprovechando que le quedaría la marca de mi boca como si hubiera llevado un pintalabios muy caro.
               -Nunca te había visto venir tan contento después de Nochevieja.
               -Puede que deba dejar de beber, después de todo. Me lo paso bien sin necesidad de emborracharme.
               La sonrisa de ella se hizo más amplia, asintió con la cabeza y guardó las pastillas que tenía preparadas para reducirme la resaca. Normalmente no me dejaba tomar nada porque pensaba que así me arrepentiría de beber y me controlaría más la próxima vez; cosa que nunca sucedía, pero no hay que perder la esperanza.  Sin embargo, en Nochevieja, como sabía que todo el mundo bebía y que todo el mundo llegaba a casa sin casi recordar su nombre, mamá decidía ser más indulgente conmigo.
               -Si quieres, cuando te levantes me cuentas qué has hecho para pasártelo tan bien… y perder la corbata-me señaló el cuello y yo me llevé la mano a él. Mierda. No me había dado cuenta de que se la había atado a la pierna a Sabrae, y ahora probablemente reposara sobre la mesita de noche de Scott… eso, si ella no se había resistido a que se la quitara. Sonreí. Yo no sería el único que dormiría con algo del otro.
               Subí las escaleras de dos en dos, ansioso por quitarme la camisa, que olía a Sabrae,  y pegármela a la cara hasta quedarme dormido, seguro de que ahora soñaría con ella llevando mi corbata.
               -¿Al?-llamó mamá cuando estaba arriba, y yo me volví-. Esta noche me voy con tu padre a dar una vuelta. Vamos a ver las luces de Navidad, antes de que las quiten. Puede que tu hermana se venga con nosotros también. Te he dejado albóndigas en la nevera, por si te despiertas y tienes hambre.
               -¿Te he dicho alguna vez que eres la mujer de mi vida?-pregunté, tamborileando con los dedos en el pasamanos. Mamá se echó a reír y negó con la cabeza.
               -¿Y yo que tú eres un pelota?
               -Te quiero mucho, mami-ronroneé como un gatito, incluso sonreí como el de Chesire.
               -Ya. Vete a dormir, venga.
               -Dime que me quieres.
               -Te quiero, cariño.
               -Buenas noches, mami-ronroneé, y empujé la puerta de mi habitación, que estaba entreabierta. Me desabotoné la camisa y la lancé hacia el centro de la cama mientras me quitaba los pantalones, pero ésta cambió de dirección en el aire-. ¿Qué coño…?-bufé, y cuando me acerqué a la cama, lo vi mejor. Trufas se había acurrucado sobre la colcha oscura, de tal forma que estaba camuflado en el centro de la cama… justo en el único punto en el que yo no podría echarme sin aplastarlo-. Caballero-le toqué el lomo con un dedo y Trufas ni se inmutó-. Caballero-insistí, rascándole entre las orejas, pero ni por esas el conejo dio señales de no estar en coma-. Discúlpeme, caballero. Está usted en mi cama. Si pudiera…
               Trufas abrió los ojos, meneó la naricita mientras me miraba, se estiró, bostezó y giró sobre sí mismo, de forma que ahora estuviera mirando hacia la almohada, cuando antes había estado mirando hacia la puerta. Se hizo una bola obesa de pelo, aplastó las orejas contra su  cuerpo y volvió a cerrar los ojos.
               Valiente bicho, ¿somos muy valientes, no? Claro. Como tenemos una cama que defender y literalmente nada que perder, pegaremos un mordisco a quien nos incordie, ¿no?
               -Puto conejo de los cojones. Me voy a tumbar encima de ti y me haré una empanada contigo. Quítate de ahí-ladré, metiendo la mano por debajo de su cuerpo obeso y haciendo que rodara contra la pared. Trufas abrió muchísimo los ojos, puso cara de velocidad, apoyó las patas traseras en la pared y salió disparado hacia mí como el torpedo de un submarino. Me golpeó en el vientre como el gancho de un boxeador experto, y dio un brinco en la cama para colocarse frente a mí, preparado para luchar.
               Yo me doblé sobre mi vientre. Quizá era un buen momento para una tregua. Cogí al animal, que manaba hostilidad por los cuatro costados, y lo deposité suavemente sobre un extremo de la almohada. Trufas me miró con desconfianza mientras yo me metía dentro de las mantas y cogía la camisa.
               Cuando vio que yo me acomodaba y me quedaba quieto, preparado para dormirme, se colocó de un brinco sobre mi vientre. Y así, con la esencia de frutas y felicidad de Sabrae manándome de la camisa, me quedé dormido.
               No soñé con nada, y de hecho creí por un breve instante que no había dormido por lo rápido que me había pasado la cabezada. Sólo el color del cielo, que volvía a ser negro sin aquellos tintes de morado previos al amanecer, me hizo saber que había dormido todo el día. Mi estómago rugió y Trufas abrió un ojo y me lanzó una mirada asesina, como diciendo cómo te atreves a despertarme, humano.
               Me quité al conejo de encima, me puse unos pantalones y una sudadera, y bajé las escaleras. Mamá y Dylan estaban en el salón, ella leyendo y él acariciándole el pelo, ajeno a todo menos a su mujer… y a mí. Cuando terminé de bajar las escaleras, él se volvió.
               -¿Has dormido bien?
               -Como un bebé-me palmeé la barriga-. Voy a comer algo. ¿No ibais a salir?
               -Estamos esperando a tu hermana-respondió mamá, pasando una página-. Se está duchando.
                Estaba en la cocina cuando llamaron a la puerta. Me levanté del taburete y fui rumiando el pan, seguro de que tendría que despachar a alguna de las amigas de Mimi, decirles que mi hermana no podía salir esa noche porque había hecho planes con mis padres…
               Lo último que me esperaba era encontrarme a Bey en la puerta de entrada. Si había tenido algunas dudas respecto de lo que pretendía mi mejor amiga, cuando esbozó una sonrisa tímida, casi a modo de disculpa, todas se despejaron.
               -Hola.
               -Hola.
               -¿Puedo…?
               -Yo… claro, reina B.
               Bey sonrió al escuchar mi mote cariñoso, entró en el vestíbulo y esperó con las manos unidas por las palmas a que yo terminara de cerrar la puerta y me volviera hacia ella.
               -Espero no venir en mal momento.
               -No podrías ni aunque quisieras, nena.
               -Al…-dio un paso al frente y me acarició la cara. Su aliento quemaba en mis labios-. Verás. Yo… lo que he visto esta noche me ha gustado. Muchísimo. Sabes lo que siento por ti, sabes lo mucho que te quiero, pero… lo de esta noche ha sido diferente. Tú has sido diferente.
               -Bey…
               -Sé lo que estás pensando. He tenido años para armarme de valor y venir aquí y hacer esto, pero… nunca había sentido que tuviera que hacerlo. Siempre había pensado que tendría una ocasión mejor. Ahora sé que no la tengo. Si espero hasta mañana, a que a los dos se nos termine de pasar la borrachera, será demasiado tarde.
               Le cogí las manos por las muñecas y me las quedé mirando. Lo que habría dado en otra vida porque me hiciera la proposición que me hacía ahora. Negué con la cabeza. No podía quitarme a Sabrae de la cabeza. No podía dejar de pensar que estaba haciendo lo mismo que le había hecho antes. La razón de que su no fuera un no en vez de un sí.
               -No quiero hacerte daño, Bey, pero menos quiero hacérselo a Sabrae. Y esto le haría mucho, mucho daño. La estaría traicionando.
               La miré a sus preciosos ojos, que me miraban con compasión, e incluso un deje de desesperación. Pobre iluso, parecía estar pensando. Le es fiel a una chica que ni siquiera quiere que se lo sea.
               -Ella sabía que esto terminaría pasando incluso antes de que yo me decidiera. No la estás traicionando. Te estás liberando. No puedes ser completamente suyo hasta que no dejes de ser un poco mío-me acarició los nudillos y se mordió el labio.
               -¿Cómo no voy a traicionarla? Le prometí que le sería fiel, que no me acostaría con otras, y…
               -Le dijiste que no te acostarías más con otras chicas, pero que necesitabas un polvo de despedida de tus chicas. Te has despedido de Chrissy. Te has despedido de Pauline. Pero te falta una.
               Me la quedé mirando, estupefacto. Lo que decía no tenía ningún sentido… y, sin embargo, tenía razón.
               Había una parte de mí que siempre le pertenecería a Bey por el mero hecho de haber sido la primera chica de la que me había enamorado. Mi amor platónico. Mis sueños frustrados. Yo no estaba entero, porque las partes que les pertenecían a Chrissy y Pauline se habían quedado con ellas incluso después de que yo atravesara las puertas de sus dormitorios. Pero incluso ahora, había una parte de mí que no era de Sabrae, ni podría serlo nunca.
               La parte de Bey. La que ella había venido a reclamar.
               Por favor, por favor, que ella lo entienda, y que me perdone, le imploré a los cielos, con la imagen de Sabrae sonriendo en mi cabeza. Esto era lo que tenía que hacer, e incluso lo que quería hacer, pero seguía corriendo peligro de hacerle daño a Sabrae.
               El proceso de purificarme para poder ser íntegramente suyo era muy peligroso, y los dos podíamos cortarnos con mis aristas. Me había despedido de dos de mis chicas con éxito, de una forma limpia y pura, pero Bey también era una de mis chicas, y no le había dicho adiós. Tenía que despedirme de ella.
               -¿Estás segura de esto?-le pregunté en un susurro, y Bey tragó saliva y sonrió con tristeza. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Sabía que yo sólo podía darle esa noche, y el tiempo había querido que los dos ansiáramos una eternidad el uno junto al otro… pero en momentos diferentes. Y, aunque aquello era parte de mi pasado, para Bey era el presente.
               -Estoy cansada de vestirme para ti-me susurró-. Hoy quiero desvestirme para ti.
                




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2 comentarios:

  1. “Parecía el típico personaje principal que, cuando pasaba a secundario, decidía boicotear la novela en la que existiera.
    Literalmente estás narrando gracias a que yo existo, Alec, cállate dos años.
    Cállate tú, Scott.”
    Voy a pasar por alto el hecho de que el capítulo ha acabado de una forma que no me ha gustado una mierda y centrarme que aunque haya sido mínimamente mi hijito ha vuelto a narrar después de un año y pico. Mi corazón está lleno de amor por este acontecimiento.
    Pd:Me niego a leer el polvo de Bey y Alec.

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    Respuestas
    1. Me DESCOÑO en el momento en que se me ocurrio decir eso y lo escribi yo SUPE que lo ibas a citar es que el peak de la novela no voy s poder superarlo en la vida JSJSJSJSJSJSJSJS
      Vas a leerlo y lo sabes

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