domingo, 13 de enero de 2019

Fuego.


¡Toca para ir a la lista de caps!


Recordé vagamente haber hablado con Alec que quería que Annie se enterara de lo nuestro de una forma al uso. Que le había dicho que sería mejor que se lo dijera él cuando lo considerara un buen momento para ponerla al día del cambio en su soltería, o que incluso deberíamos decírselo los dos juntos.
               Lo recordé como el destello de quien recuerda una broma olvidada con otra persona cuando la palabra clave de esa broma se menciona en una conversación en el que ambas están presentes. Y, de la misma manera en que se vuelve a desechar al olvido una broma estúpida por su naturaleza, yo deseché esa idea cuando Alec pasó a mi lado, acudiendo a la llamada de su madre, y me miró de reojo, divertido.
               Que se entere ahora, pensé para mis adentros, comiéndome al primogénito de los Whitelaw con la mirada. Cómo se le marcaba el traje en los hombros. Cómo el corte se le adhería a la espalda, haciéndose a las formas de su cuerpo. Cómo los pantalones le levantaban el culo, redondo, que me estaba apeteciendo morder.
               Dios mío…
               No quería irme. No quería salir de aquella casa. No quería seguir vestida. Quería que Alec me arrancara el mono, con las manos o con la boca, rasgándolo o quitándomelo de alguna forma mágica en la que se las apañara para liberar mis curvas y no romperlo, y me poseyera. En el suelo. En la cocina, que aún no había visto. En aquellas escaleras. Contra la puerta de la calle. En el sofá en L, donde estaban sus padres sentados mirando la televisión.
               En su habitación, donde se había quitado la toalla nada más entrar, estaba segura, y había caminado desnudo, con su miembro balanceándose en su desnudez, terriblemente apetecible y deliciosamente grande. Donde había elegido con cuidado la ropa interior de la misma forma en que lo había hecho yo. Donde había cogido el traje y lo había dejado encima de la cama mientras comenzaba a vestirse. Donde había cogido su cartera y se la había guardado en el bolsillo interior de la americana, rebosante de preservativos que nos garantizaran el placer.
               Ojalá hubiera tenido el valor de seguir los instintos más primarios de mi cuerpo y haber subido las escaleras tras él. Ojalá hubiera abierto la puerta mientras él se inclinaba hacia su armario y elegía con cuidado la ropa que ponerse. Ojalá la hubiera cerrado a mi espalda y me hubiera relamido. Ojalá él se hubiera dado la vuelta y yo hubiera disfrutado de la visión de su cuerpo desnudo por fin, en una cama a la que podríamos regresar cuando quisiéramos, y el poder de su hombría acrecentándose al darse cuenta de que estábamos solos.
               -¿Ansiosa por tu noche, bombón?-preguntaría Alec con ese tono chulo suyo que hacía que mi entrepierna se humedeciera, ansiosa de sus expertas atenciones. A modo de respuesta yo me bajaría los tirantes del mono de los hombros y éste lamería mi piel al caerse.
               En mis ensoñaciones, yo no llevaba bragas. En mis ensoñaciones, Alec me devoraba con la mirada mientras el frío aire de su habitación se encargaba de vestirme apresuradamente. En mis ensoñaciones, mis pezones estaban duros por la anticipación; mis muslos, mojados a causa de la excitación; y la polla de Alec, enhiesta, impaciente por complacerme.
               -Ya es de noche-le contestaría. Y ninguno de los dos dejaría pasar un segundo más sin nuestros cuerpos en contacto. Alec avanzaría hacia mí y yo avanzaría hacia él y chocaríamos con la violencia de dos trenes a plena potencia; nos mezclaríamos con la intensidad de dos galaxias que por fin se encuentran, tras millones de años precipitándose la una hacia la otra.
               Le mordería la boca.
               Me empujaría contra su puerta.
               Le arañaría la espalda.
               Me separaría las piernas.
               Le rodearía las caderas con mis piernas.
               Manosearía mis pechos, pellizcando el del pezón.
               Me frotaría contra él.
               Y me penetraría.
               Duro. Sucio. Saciante. Su miembro estaría a pleno rendimiento, más grande que nunca, y mi interior lo recibiría con la pompa que se merecía: con la más deliciosa calidez líquida, acomodándome a él, rindiéndome a su presencia invasiva. Alec, sí…
               -Qué guapo, cariño-ronronearía Annie desde el sofá, estirando una mano en dirección a su hijo-. Deja que te vea.

                Y Alec se acercaría a su madre, contoneándose frente a mí como un modelo de trajes para ejecutivos de éxito, de esos cuyas vidas habían inspirado las películas de corredores de bolsa; los que, en sus vacaciones, esnifaban cocaína de entre los pechos desnudos de modelos, en algún yate que navegara apaciblemente por algún mar de aguas cristalinas y olas que lo mecieran en dirección a algún islote griego.
               Quería que Alec esnifara cocaína sobre mi cuerpo desnudo, a pesar de que yo detestaba las drogas y todo lo que le hacían a las personas. Quería que me tomara y me hiciera suya de forma que jamás pudiera ser de nadie más, ni aun queriéndolo yo.
               Me había hecho perder la razón. Ese puto traje, esa puta mirada, esa puta sonrisa… esa puta promesa que nos habíamos hecho el uno al otro y que nos estábamos provocando para ver quién caía primero y era el que empezaba a cumplir.
               Nunca en mi vida había estado tan cachonda.
                Annie celebró lo bien que le quedaba el traje a su hijo, pasándole la mano por las solapas de la americana y sonriendo cuando él le dio un beso en la mejilla. Le acarició el cuello con cariño y le dijo que esperara con paciencia a su hermana, que bajaría antes de lo que él creía, y así podríamos hacernos una foto todos juntos.
               Alec asintió, le besó los nudillos y se alejó de ella para volver con nosotros. Ni siquiera intenté disimular la forma en que me lo comí con los ojos, especialmente cuando se pasó una mano por el pelo y se mordió el labio, fingiendo que no se daba perfecta cuenta de lo que hacía…
               … y me lo habría creído, porque Alec tenía esa capacidad de encenderme incluso sin pretenderlo. Todo él estaba hecho del erotismo más puro; era capaz de rezumar sensualidad en cada ocasión, sin importar la ropa que llevara puesta en ese momento o lo que hubiera estado haciendo hasta que nuestras miradas se encontraron…
               … pero la sonrisa satisfecha que me dedicó cuando me miró de reojo, como diciendo tú no eres la única que sabe poner cachonda a la gente, le delató. Lo había hecho a propósito y quería que yo lo supiera.
               Me relamí, estudiándolo de arriba abajo, sin importarme que su madre estuviera a escasos metros de nosotros y pudiera verlo perfectamente todo, y decidí jugar un poco con él. Me eché el pelo sobre los hombros, dejando al descubierto mi escote, y me giré para hablar con Eleanor, ofreciéndole a Alec una vista perfecta de mi canalillo. Nos comimos con miradas robadas y pulgares que se limpiaban las ganas de los labios mientras Mimi terminaba de  cambiarse. Alec comenzó a quejarse en voz cada vez más alta, y yo estaba segura de que ya no le importaba tanto llegar tarde y perderse los fuegos artificiales de fin de año como las ganas que me tenía y lo agotador que nos estaba resultando comportarnos.
               Por fin, Mimi abrió la puerta de su habitación y se anunció como si fuera la princesa de un reino olvidado. Empezó a bajar las escaleras agarrándose la cola del vestido y saludándonos como si fuéramos sus cortesanos preferidos o sus súbditos más leales, hasta que su hermano se cansó de sus tonterías y subió las escaleras acompañado de sus protestas.
               -Mary Elizabeth, no me jodas… Estoy de tus polladas hasta la polla, valga la redundancia. Cualquier día te subo a la moto y te abandono debajo de un puente en Italia, y a ver cómo cojones te arreglas para volver…-empezó, y la agarró del antebrazo para arrastrarla escaleras abajo, mientras todos nos reíamos. Mimi se acercó a Eleanor y a mí y nos abrazó; primero a su amiga, después, a mí. Le dedicó una sonrisa satisfecha con la lengua en las muelas superiores a Alec cuando éste la fulminó con la mirada, celoso porque ella pudiera tocarme así y él no. Resultaría sospechoso para sus padres.
               Yo nunca le había tolerado cerca.
               Que ahora no soportara tenerlo en traje y que no estuviera dentro de mí era una novedad demasiado complicada de explicar en los pocos minutos que nos quedaban en su casa, en presencia de su familia.
               -¿Qué os parece?-preguntó Mimi mientras Annie se envolvía más en su chaqueta de lana de estar por casa y cogía su móvil. Estiró las manos y una pierna para mostrarnos el corte y la caída del vestido: era de manga larga y hombros descubiertos, y se adhería a su cuerpo perfectamente tonificado como una segunda piel. La tela era lo bastante suave como para permitirle libertad de movimientos, muy adecuado a su condición de bailarina. Era de un verde botella oscuro que hacía juego con su melena caoba, y me recordaba a Ariel, la sirenita.
               -Es precioso-dije yo.
               -Estás genial, Mím-añadió Eleanor, sonriendo satisfecha. Conociendo a Mimi, seguro que había tenido muchas dudas respecto a su vestido, pero Eleanor habría conseguido que se lo comprara después de mucho insistirle en que se arrepentiría si llevaba algo un poco más recatado que la hiciera pasar desapercibida. Mimi era tan tímida que era de las típicas chicas que adoraban las minifaldas y tenían un cuerpo que podía lucirlas como pocas, pero que no se las ponía porque lo pasaban mal con las miradas que sus perfectas piernas atraían.
               Si Mimi tuviera mi personalidad, o yo tuviera su cuerpo, no habría quien nos parara. Todo Londres caería rendida a nuestros pies.
               Supongo que en eso consiste la diversidad: en que nadie sea perfecto del todo para que todo el mundo pueda regodearse en su imperfección.
               -¿No creéis que es un poco… ajustado?-preguntó, pasándose la mano por un vientre tan plano que me hizo preguntarme cuánto tiempo hacía que no comía nada.
               -Sí-gruñó Alec, con una mano en el bolsillo del pantalón-. Pero ahora no vas a ir a cambiarte.
               -Estás muy guapa, Mimi-alabó Scott, y Mimi se puso colorada.
               -Es perfecto, tía, en serio-Eleanor asintió.
               -Te queda genial. A ver… ajustado es. Pero te queda muy bien.
               -Es que tengo la sensación de que es tan apretado que resulta soez.
               -Lo es-terció Alec, rechinando los dientes. Mimi se giró para mirarlo, y él continuó-. Me he puesto condones que me quedaban más holgados.
               -¡Alec!-le recriminó Annie, mientras Scott y Tommy se miraban y se echaban a reír.
               -¿Sabes por qué es eso, Al?-le picó Tommy, y Alec puso los ojos en blanco-. Por tu estúpida manía de comprarlos XL.
               -Sinceramente, compadezco a Diana porque tú pienses que los condones no tienen talla. Cómo se nota que con la más pequeña te basta y te sobra.
               Scott no podía parar de reír.
               -Lo que cuenta no el tamaño, tío, sino la maña con la que manejes tus herramientas.
               Mimi estaba tan roja que me estaba empezando a preocupar. Estaba a otro comentario en referencia a las pollas de explotar.
               -Déjamela una noche, a ver si sigue tan convencida de eso-bromeó Alec.
               -Eres gilipollas, Alec.
               -Igual no es tan mala idea, T. Al fin y al cabo, te saca tanto brillo que estoy empezando a preocuparme por ti-intervino Scott.
               -¿Puedes culparme, S? Sinceramente.
               -Ojalá. Pero no. Supongo que no tendrá tiempo de decir las gilipolleces que dice cuando estáis juntos.
               -¿Está calladita contigo, T?-se burló Alec, y Tommy lo fulminó con la mirada-. Uh. Mal asunto. Si no hacen ruido es que no se lo están pasando bien. ¿Alguna vez se ha quedado frita mientras…?
               -Me has visto en bolas, chaval. ¿Crees que sería capaz de quedarse frita? Si no hiciera ruido puede ser porque no pudiera. Aunque déjame decirte que es bastante vocal, y…
               -¿Podéis dejar de hablar así de Diana?-espeté, y los tres se me quedaron mirando-. No está aquí para defenderse. Y no es un agujero que os podáis sortear para meterle la polla. Joder.
               Tommy y Scott se miraron con expresión afligida. Me pregunté cuántas veces habrían tenido conversaciones así sin darse cuenta del componente machista que había en sus palabras, machismo contra el que nuestras madres habían luchado desde que nosotros teníamos uso de razón.
               Alec, por el contrario, hizo un mohín.
               -Vaya, vaya. ¿Estás celosa, Saab?
               -En absoluto-me crucé de brazos-. Lo que estoy es cabreadísima porque mis hermanos-procuré incluir a Tommy dentro de mi familia, tanto porque así lo consideraba como porque quería que se sintiera mal por lo que acababa de hacer- participen en conversaciones tan machistas. Nunca pensé que fuerais capaces de hablar así de una mujer.
               -Son tíos-Mimi suspiró y yo la miré.
               -Eso no es excusa, Mary.
               -Sí que lo es. Ten en cuenta que entre los tres, no son capaces de juntar ni una mísera neurona-atacó, y miró a Alec-. No les da para más. Mira lo que han liado por mi vestido. En fin… dado que a mi hermano le gusta tan poco, definitivamente me lo llevo.
               -Oh, menos mal-rió Alec-. Porque, si no quisieras llevarlo, irías desnuda.
               -Bueno, así podrías ver qué te hizo ir a buscar a mi casa-arguyó Eleanor, echándose a reír. Mimi se volvió hacia ella.
               -¡TÍA!
               -¿Qué?-inquirió Alec, con las cejas entrecerradas.
               -Nada.
               -Vamos, Al. ¿No te das cuenta de que ya tenía este vestido antes de que tú vinieras a mi casa?
               Annie nos miraba a todos alternativamente, preguntándose cuándo coño teníamos pensado dejar el debate en la puerta de su casa y marcharnos de fiesta. Su móvil se había bloqueado por tanto tiempo de espera.
               Alec frunció el ceño y se volvió hacia su hermana.
               -¿Qué me hiciste ir a buscar?
               -Nada.
               -Mary Elizabeth.
               -Nada.
               -Mary. Elizabeth.
               -¡Nada!
               -Unas bragas-reveló Eleanor, poniendo los brazos en jarras e hinchando el pecho.
               -¡NO TE HABLO MÁS!-ladró Mimi, dándole un empujón.
               -¿CÓMO QUE UNAS BRAGAS? ¿ES QUE NO TIENES BASTANTES? ¿NO LAS ESTARÁS PERDIENDO POR AHÍ, MARY ELIZABETH?-le gritó Alec.
               -¡ES TRADICIÓN!
               -¿EL QUÉ? ¿LLEVAR BRAGAS? MENOS MAL.
               -¡NO, GILIPOLLAS! ¡LLEVAR UNAS ESPECIALES!
               -¿Y CÓMO SE SUPONE QUE SON ESAS BRAGAS?
               -No quiero peleas-gruñó Annie, pero sus hijos no le estaban haciendo caso.
               -¡¿A ti qué te importa?! ¡¡Eres un cotilla!!
               -¡Joder, Mimi! ¿Me has hecho cruzar el barrio por unas putas bragas?
               -Son bragas rojas-explicó Eleanor, y Scott frunció el ceño, Tommy abrió la boca y asintió con la cabeza, y los dos hermanos Whitelaw se la quedaron mirando: Alec, estupefacto; Mimi, furiosa.
               -¡Eleanor, que te calles ya!
               -¿Para qué quieres tú unas putas bragas rojas?
               -¿A ti qué coño te importa? Pregunto, vaya.
               -Traen buena suerte-intervino Tommy, y Alec lo miró.
               -¿Cómo que buena suerte?
               -Sí. Es tradición. De España. Hay que llevar ropa interior roja el día de Nochevieja. Eso, y comerse todas las uvas. Cuantas más cosas hagas, más buena suerte tendrás.
               Y entonces, algo en el campo de visión de Alec atrajo su atención.
               Yo.
               En mi mono rojo.
               La mención del color rojo y la fusión que Tommy había hecho de éste con el concepto de ropa interior hicieron que el cerebro de Alec cortocircuitara un momento. Se olvidó de dónde estaba, se olvidó de con quién estaba… como le había sucedido en casa de Tommy, cuando me vio ataviada con mi mono por primera vez.
               Y sonrió, complacido.
               -¿Tú también llevas bragas rojas, bombón?
               Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos. Iba a hablar, pero Mimi se me adelantó.
               -Ojalá te calce una hostia, ya que yo no puedo porque mamá está aquí.
               -Cállate, Mary Elizabeth, si le puedes hacer ese favor a tu país-ladró su hermano, y ella le hizo un corte de manga-. ¿Sabrae?
               Sonreí.
               -¿Quién dice que yo lleve bragas hoy, Alec?
               Annie se echó a reír al ver cómo su hijo se quedaba sin ningún tipo de contestación. Seguro que era lo último que se esperaba que yo le dijera: podría haberle salido por cualquier otro sitio y Alec se las habría apañado para contestarme… excepto por el recoveco por el que me colé.
               Finalmente, Alec se llevó las manos a la cara y se la frotó.
               -A ver esa foto, mamá-urgió-. Que estos cabrones están decididos a que no llegue a 2035.
                Posamos, cada hermano con su hermana, y la mano de Alec planeando sobre mi culo. Le di un manotazo como diciendo compórtate y lo fulminé con la mirada, y él se echó a reír, asintió con la cabeza y la dejó en mi cadera. Salimos de su casa y nos encontramos con Jordan, que nos esperaba sentado en la acera y nos recriminó que llegáramos tarde.
               -¿Vamos tarde? ¡Hostia, Jordan! ¿De veras?-ladró Alec, molesto-. ¿Pero qué me dices? ¿Por qué no tienes ya un Nobel? ¡Eres un revolucionario, Einstein a tu lado era un analfabeto de mierda, ¿cómo no nos habremos dado cuenta antes de que ya vamos tarde?! ¿Qué descubrimiento que romperá todos nuestros esquemas nos reserva tu mente cósmica para mañana? ¿La Tierra es redonda? ¿El sol no gira en torno a nosotros? ¡No me digas que venimos del mono!
               -Vete a la mierda, si haces el favor, Alec.
               -Oh, créeme, terminaré haciéndolo: fijo que allí me tratan mejor que aquí.
               -¿Pero qué bicho le ha picado?-les preguntó Jordan a Tommy y Scott, y estos se encogieron de hombros.
               -Mimi me ha hecho ir a por unas bragas para esta noche, discúlpame si estoy un poco irascible.
               -¡Alec!-protestó su hermana, y él chasqueó la lengua.
               -Unas bragas rojas-añadió, y Mimi lo empujó. No sabría decir quién estaba más colorado, si sus mejillas, su pelo, o su ropa interior.
               -¡A Jordan no le interesa!
               -Sí que le interesa. Es un puto pajillero. Venga, Jordan, a ver si conseguimos que esta noche eches un polvo-empezó a tirar de él en dirección a la casa donde se celebraba la fiesta de Nochevieja.
               -Pero mira que eres gilipollas, chaval.
               Echamos a andar en dirección a la casa, nosotras por delante y ellos por detrás. Mimi me preguntó qué tal con mi hermano en alusión a lo que nos había pasado hacía dos días, y yo la puse al corriente de todo. Eleanor hizo una mueca cuando llegué a la parte de mi negativa, pero Mimi se mostró conforme.
               -Has hecho bien.
               -¿De veras?-pregunté, sorprendida, y Mimi asintió con la cabeza.
               -Sí. No te voy a mentir: mi hermano lo pasó un poco mal, pero creo que os merecerá la pena esperar. Especialmente por lo mucho que ha cambiado ya para adaptarse a ti.
               -Yo no quiero que cambie. Me gusta como es.
               -Permite que lo dude, Saab. Casi te lo comes con la conversación sobre Diana.
               -Es que ha sido horrible.
               -Pues se ha cortado bastante, te lo digo yo. Además, se nota mucho el cambio. Diría que incluso estaba dispuesto a pedirte disculpas.
               -Sí, parecía arrepentido.
               -Y el caso es que, si le hubieras dicho que sí ayer, ya le estarías dando el visto bueno a cómo es ahora. Y  tú eres la única que puede conseguir que deje de ser tan…-lo miró por encima de hombro. Le estaba dando un empujón a Jordan mientras los dos se reían-. Machito neandertal. Estoy cansada de hablar en unga, unga.
               -Eres muy dura con él, Mím-rió Eleanor.
               -Es mi hermano. Es mi obligación. Mira, hagamos una prueba. ¿De qué están hablando…? Trajes-puso los ojos en blanco-. Guay. Date la vuelta. Y métete en la conversación.
               Hice lo que Mimi me pedía, poniendo la oreja. Alec parecía estar quejándose de su traje, y Tommy le había contestado que siempre que había ocasión de ponerse uno, él lo hacía (vaya, parece que tendré que salir más con ellos, después de todo).
               Me di la vuelta y empecé a caminar de espaldas, con Mimi y Eleanor atentas a mis movimientos. Las dos sonrieron y se miraron los pies para intentar ocultar sus sonrisas con la satisfacción de quien ve confirmadas sus teorías, cuando Alec clavó los ojos en mí y los deslizó como la caricia de un amante de mis ojos, a mis labios, a mi escote… y ahí se quedaron.
               -Pues a ti te quedan genial los trajes, Al-me metí las manos por los costados del abrigo, tirando un poco del mono para exhibir más piel. Alec se relamió.
               -A ti te queda bien todo, Saab-respondió él-. Hasta estar deliciosamente desnuda.
               Deliciosamente desnuda. Definitivamente, sabía cómo  hacer para que todo mi cuerpo erupcionara de pura expectación. Se me olvidó la conversación que había tenido con Scott y Tommy sobre Diana. Se me olvidó todo salvo la poca ropa que me separaba de sus ojos: un abrigo de pelo blanco que Eri me había prestado, mi mono y mi ropa interior. Tampoco me olvidé de las prendas que lo cubrían, como si fuera un regalo carísimo cuyo envoltorio era acorde a su estatus.
               El traje era como el estuche de cuero, la cajita de cartón, el envoltorio, el lazo y la bolsita azul de Tiffany’s que precedía a un anillo de pedida. Como la caja de plástico, el faldón y el papel dorado de un Ferrero, que ocultaba en su interior un corazón de avellana rodeado de praliné.
               Tenía muchas ganas de darle un mordisco y deleitarme con su apetitoso sabor. De quitarle todas sus capas y probármelo para ver cómo me quedaba.
               -Vas por buen camino así, cariño-ronroneé cual gatita, y Alec acentuó su sonrisa de Fuckboy® como el niño malo que está a punto de cometer otra travesura.
               -Llámame así de nuevo y llegaremos antes de tiempo a la meta, nena.
               Me eché a reír, sacudí la cabeza (te deseo ahora, te deseo aquí, te deseo en el suelo, pero quiero verte entero, y no sólo tu cara mientras te corres) y me di la vuelta. Los chicos retomaron su conversación, igual que nosotras.
               -¿Ves?-rió Mimi-. No es capaz de pensar en otra cosa.
               -Sinceramente, Mimi, si yo estuviera así vestida y no pensara en lo mucho que le apetece follarme, creo que me dolería bastante.
               Mimi se echó a reír y sacudió la cabeza. Caminaba como una supermodelo.
               -Dios os cría, y vosotros os juntáis.
               -Sí, y de qué manera se juntan-se burló Eleanor, y yo siseé para hacerlas callar. Las tres estallamos en carcajadas, y en el silencio que sigue a una risa, yo me volví a meter en la conversación de Alec y los demás.
               -… los trajes son un símbolo de sexualidad-decía Alec, y los chicos bufaron, como si Alec sólo fuera capaz de hablar de sexo. Me dio lástima; estaba segura de que no se habían molestado en pulirlo un poco para descubrir la cantidad de matices que tenía. Cuando hablaba con él, se explicaba con una torpeza que me hacía pensar que muchas cosas que comentábamos, nunca las había comentado con nadie más. En cierto sentido, yo disfrutaba de la dificultad que tenía expresándose: me hacía sentir que lo estaba desvirgando de alguna forma, que accedía a territorio puro y desconocido como el explorador que se adentra en la jungla de una isla que acaba de descubrir-. Si te pones un traje, estás diciendo “nena, ven aquí, pasa conmigo la mejor noche de tu vida. Deja que te folle como no te han follado nunca”.
               -A mí me gustan los trajes porque son sexys cuando los ves-dije, y Alec sonrió. Estaba segura de que había captado la indirecta. Sí. Especialmente cuando quien los lleva puestos eres tú-, y más aún cuando se los quitas a un tío.
               -Ni que tú hubieras visto  muchos tíos en traje-protestó Scott, pero yo no le hice caso.
               -Esperemos que quites algún que otro traje hoy, Saab-coqueteó.
               -Depende de cómo te portes-sonreí.
               -Yo siempre me porto bien; sabes de sobra cuál es el único sitio en el que me porto mal. Muy mal-y me dedicó su sonrisa más lasciva. Sí, lo sabía de sobra.
               Y no, no era un sitio.
               Era cuando nuestras bocas estaban unidas. En ese rincón al que nuestros cuerpos viajaban cuando estábamos juntos. El cielo al que me enviaba con las embestidas de su cuerpo y la invasión de su miembro dentro de mí.
               Me detuve en seco. Dios mío, cómo le necesitaba. Ahora. Allí. Ya estaba bien de esperar. Habíamos esperado mucho tiempo por esa noche, y no se veía el sol por ninguna parte. Las estrellas dominaban el cambio de año, como llevaban haciendo desde que el mundo comenzó a ser consciente de su propia existencia y de la de ellas.
               Y sé que él se dio cuenta también. Nuestra noche había llegado. Ya estábamos en ella.
               Podíamos empezarla ya mismo.
               Lo probé en la urgencia de sus labios, en la forma en que me pegó contra él y jadeó cuando nuestras bocas se encontraron y mis curvas hallaron la manera de encajarse en sus ángulos. Sus manos recorrieron todo mi cuerpo; las mías, el suyo. Enredé mis dedos en su pelo y jadeé. Nuestra noche. Nuestra noche. Nuestra noche.
               Ya estaba aquí. Ya estaba aquí.
               Sus manos descendieron hasta mi cintura, pegándome tanto a él que por un momento me pareció imposible que no termináramos fusionándonos por las caderas y convirtiéndonos en los dos siameses más funcionales del mundo. Mis dedos crearon nuevas rutas en su cuero cabelludo mientras lo atraía hacia mí, la promesa de la noche que estábamos a punto de pasar juntos chispeando en mi boca, boca que él no era capaz de dejar de probar.
               -Si estáis haciendo esto para sacar de mí la misma respuesta que Eleanor y yo sacamos de Tommy, os informo de que vais de culo-comentó Scott después de varios carraspeos a los que Alec y yo no hicimos el más mínimo caso, en parte porque no lo habíamos escuchado.
               Me separé un poco de Alec, sonriendo, todavía con el olor embriagador de su colonia y su loción para el afeitado emborrachándome de su presencia. Me mordí el labio para probar los vestigios que su boca dejó en la mía.
               -Me pregunto por qué-me burlé, como si ninguno de nosotros supiera por qué Scott se tomaba de una manera tan diferente mi relación con Alec a como Tommy se tomaba la suya con Eleanor. Se basaba, principalmente, en el hecho de que Tommy veía un peligro en Scott que mi hermano no era capaz de ver en Alec: Scott podía destrozarle el corazón a Eleanor porque ella lo amaba.
               Scott no se daba cuenta de que Alec podía destrozarme el corazón a mí porque yo también lo amaba.
               Además, Alec y yo no estábamos haciendo nada por hacerle la puñeta a mi hermano, como sí hacían él y Eleanor. Mientras que Scott y Eleanor tonteaban a saco cuando estaba Tommy delante, y hasta hacía nada lo hacían exclusivamente en presencia de él, Alec y yo nos habíamos mostrado bastante comedidos cuando mi hermano estaba con nosotros. Ésta era, de hecho, la primera vez que mi hermano nos veía compartir un beso que fuera más allá de un piquito de despedida.
               Que Scott supiera lo que Alec y yo nos traíamos entre manos no quería decir que dejara de ser un poco chocante cuando lo presenciaba. Pero ni de coña implicaba todas las cosas que implicaría ahora un beso entre Eleanor y él.
               -Puede que no lo estemos haciendo del todo bien, ¿eh, Saab?-rió Alec, chasqueando la lengua, tomándome de la mandíbula, dándome una palmada en el culo y reclamándome de nuevo como suya. Me comió la boca de una forma en que no pensé que pudiera comérsele a nadie en un beso que durara menos de 30 segundos.
               Porque fue eso, 30 segundos, lo que Scott aguantó antes de empezar a protestar.
               -Estáis en la puta calle.
               Apenas nos quedaban cien metros para llegar a la puerta de casa, donde Bey salió a recibirnos con su melena afro más alocada que nunca. Estaba preciosa, con pequeñas tiras doradas y plateadas enredadas en sus bucles. Regañó a los chicos por lo tarde que habíamos llegado, a pocos minutos de que el Big Ben diera las 12, y después se echó a reír cuando Alec la llamó por el nombre de su hermana.
               -Sabía que podías distinguirnos, Al. Bey me debe 50 libras.
               Resultó que las gemelas habían apostado dinero a que conseguirían engañar a todos sus amigos, y si no fuera por Alec, lo habrían conseguido. La forma que tenía el mundo de distinguir a Bey de Tamika era su peinado: mientras Bey siempre llevaba la melena suelta en un afro perfecto que a mí me despertaba una envidia poco sana, Tam domaba su pelo en dos trenzas larguísimas, normalmente de boxeadora, que le caían sobre el pecho hasta casi la cintura. Me pregunté lo largo que tendría el pelo Bey, hasta dónde le llegaría si algún día cometiera la aberración de alisárselo.
               Sorteamos a la gente y nos dirigimos con la marea hacia el jardín de la casa, que estaba situada en una colina y desde el que se podía ver perfectamente el skyline dorado de Londres. El edificio era de diseño moderno, de dos plantas, y amplias cristaleras que permitían acceder a cualquier parte de la casa desde el espacioso jardín, en el que había una piscina ocupada por gente que no sabía lo que era el frío ni lo había conocido nunca.
               Saqué el teléfono de mi bolsillo y les envié un mensaje a las chicas, preguntándoles dónde estaban, y girándome sobre mis talones. En el piso superior había también un amplio balcón que recorría la casa de un extremo a otro, tan atestado de gente que me parecía increíble que las barreras de cristal pudieran soportar la presión de tantos cuerpos. Deseé con todas mis fuerzas que las chicas no estuvieran allí; no me apetecía pasar el fin de año lejos de Alec, que ya se había sentado en una de las toallas que sus amigos habían dispuesto en el jardín, reservando uno de los mejores sitios con la previsión de quien organiza una fiesta, y le tomaba el pelo a Bey sobre su patético intento de engañarlo.
Estamos arriba, ¡te estamos viendo! Pide que nos hagan sitio, que ya vamos 😉
               Me arrodillé al lado de Bey, que me dedicó una sonrisa.
               -Bey, ¿hay sitio para tres amigas mías? Están en el piso de arriba, y…
               -Sólo si te sientas en mi regazo, bombón-cortó Alec, y Bey le dio un empujón y se echó a reír.
               -Para ti siempre, Saab-me sonrió con calidez, con más calidez de la que lo habría hecho de no haber mantenido la conversación con respecto a Alec que habíamos mantenido hacía dos días. No sólo nos habíamos cogido especial cariño por lo que sabíamos que la otra significaba para él, sino que ahora nos respetábamos más que nunca: el hecho de que hubiéramos podido hablar como amigas lejanas en lugar de como las rivales que todo el mundo debía de considerarnos decía mucho de nosotras dos y la relación que queríamos mantener. No sólo por la felicidad de Alec, sino también por la nuestra-. Como si tengo que tirar a este bobo a la piscina.
               -¿Tantas ganas tienes de verme mojadito, nena?-Alec le sacó la lengua y yo me eché a reír. Me senté con las piernas cruzadas al lado de Tam y le hice prometerme que me enseñarían a ponerme el pelo así, a lo que me respondió que no había problema, aunque tendría que consultarlo mejor con la experta.
               Cuando llegaron Momo, Taïssa y Kendra, todo el grupo de amigos se apretujó para hacerles un hueco. Nos sentamos en una esquina de las toallas, y nos miramos con intención, sin atrevernos a comentar nada sobre lo que ellas sospechaban que había pasado entre Alec y yo en el camino a casa: como habíamos tardado en llegar, sospechaban que había sido culpa nuestra. No sabían nada de lo que había sucedido antes, incluido que él había ido a casa de Tommy y nos habíamos visto allí, así que decidí que las pondría al día en cuanto tuviéramos ocasión.
               Me sorprendió escuchar el aviso de alguien anunciando que quedaba un minuto por encima de las risas, los gritos y el tintineo de las botellas que se empinaban. Nos levantamos como resortes (Logan y Max incluso se agarraron el uno al otro del traje, porque tenían algo así como un juego en el que el primero en levantarse, ganaba un premio que yo no sabía en qué consistía), y las chicas y yo nos pusimos de puntillas para ver la silueta de Londres. La gente comenzó a salir en tromba hacia el jardín, decidiendo los que estaban en el interior de la casa que era mejor ver los fuegos a lo lejos y en directo que en alta definición y a todo color, desde ángulos privilegiados, en televisión.
               Momo me agarró de la mano para tirar de mí y sacarme de la marabunta de gente en el momento en que empezaba la cuenta atrás de veinte. Nos escurrimos como buenamente pudimos entre los cuerpos apelotonados, y llegamos a un rincón del jardín donde había apiladas unas tumbonas de plástico. Nos ayudamos las unas a las otras para subir sin caernos en el momento en que la cuenta llegaba a doce.
               Tiré de mi abrigo para cobijarme un poco más en su calidez, echando de menos la sensación de calor que me producía el mero hecho de saberme cerca de Alec, y lo busqué entre la multitud.
               No me costó mucho dar con él, y ojalá pudiera achacarlo a alguna especie de don paranormal mío que consistiera en encontrarlo en cualquier sitio…
               … pero es que es muy difícil no dar con la única persona que te está mirando en un mar de cabezas vueltas hacia el mismo punto.
               -¡Diez!-empezó a gritar todo el mundo, mis amigas incluidas. Alec ni se inmutó. Esbozó una sonrisa torcida.
               -¡Nueve!
               Miró con énfasis el rincón en el que habíamos estado hacía unos segundos Taïssa, Kendra, Momo, y yo. Su sonrisa se torció un poco más cuando nuestros ojos se encontraron de nuevo.
               -¡Ocho!
               Me has dejado solo.
               -¡Siete!
               Junté las palmas de las manos en un gesto de súplica y esbocé una sonrisa inocente. Le pedía que me perdonara.
               -¡Seis!
               Alec inclinó ligeramente la cabeza. Me lo estoy pensando.
               -¡Cinco!
               Alcé las cejas y entrelacé mis dedos. Porfitas.
               -¡Cuatro!
               Alec rió entre dientes y apartó un segundo la mirada, sacudiendo la cabeza.
               -¡Tres!
               Volvió a mirarme.
               -¡DOS!
               Asintió.
               -¡¡UNO!!
               No pude mirar a la cara al nuevo año, como sí hicieron todas las personas en aquel jardín, excepto otra que estaba igual que yo: él. Mientras todo el mundo explotaba en aplausos y vítores, y el cielo se llenaba de los estallidos de color que sólo los fuegos artificiales podían invocar, Alec y yo nos sonreímos desde lejos.
               -Me apeteces-nos dijimos en la distancia, y nos leímos los labios y nos sonreímos y nos mordimos las sonrisas, porque a falta de su boca, buena era la mía. Alec no rompió el contacto visual conmigo, sino que lo rompí yo: Taïssa y Kendra se estaban dando un sonoro beso en la mejilla, y Momo me había tocado el hombro y, dado que yo llevaba varios segundos del nuevo año sin prestarle atención, me agarró con decisión y me giró para mirarla.
               -¿Me das tu primer beso de fin de año de fuera de la familia?-preguntó Momo, sonriéndome con cariño. Con esa pregunta me estaba pidiendo un gran favor, pero a la vez me daba la posibilidad de decir que no. No estaba presionándome de ninguna forma.
               Es por eso que la cogí de las mejillas, le sonreí y le di un sonoro beso en los labios.
               -¡Mmmmuuuaaa!-dije mientras nuestras bocas estaban juntas, y Momo se echó a reír, me cogió una mano y me la apretó, conmovida por mi gesto. No sólo le había dado mi primer beso de fin de año de fuera de mi familia, sino que le había dado el primer beso en los labios. Alec, por muy importante que fuera para mí, ya no tendría ese privilegio. Sólo Momo. Ella era, de entre todas las personas del mundo, quien más se lo merecía.
               La única que estaría conmigo en las buenas, en las malas y en las mil veces peores. El único para siempre que yo sentía garantizado.
               Además… si Momo había sido la persona a la que le había dado mi primer beso, sin más, era justo que también tuviera mi primer beso de fin de año.
               Repartí besos entre mis amigas, nos abrazamos y empezamos a dar saltitos, emocionadas por la primera fiesta de Nochevieja a la que íbamos. Estábamos decididas a pasárnoslo en grande, y yo les estaba tremendamente agradecida por comprender que fuera a compartir parte de la noche con Alec, sustrayéndome de su compañía.
               Empezaron a saltar de las hamacas y dieron las gracias a los chicos que no conocíamos y que amablemente se ofrecieron a tendernos las manos y ayudarnos a bajar con más cuidado, para no caernos. Yo fui la última. Estaba mirando en dirección a Alec, buscándolo entre la gente que no paraba de moverse. Ahora que sus ojos no estaban sobre mí, se me hacía mucho más difícil, pero conseguí localizarlo por la melena afro que Bey (no, Tam, me obligué recordarme) lucía. ¡Allí estaba, abrazándose a Tommy y revolviéndole el pelo a Scott! Le pidió a las gemelas que le dieran un beso a la vez, cada una en una mejilla, y se echó a reír cuando las dos le pidieron le devolviera el favor. Posaron para una foto improvisada y se echaron a reír.
               Como sintiendo mi mirada sobre él, Alec clavó los ojos en mí, seguro de dónde estaría. Sonrió, me guiñó un ojo, me señaló y se limpió los labios. Yo imité su gesto, y descubrí un poco del pintalabios de Momo arrastrado de mi boca al pulgar.
               Me eché a reír al ver mi pulgar y levanté la mirada, mordiéndome el labio. Alec sacudió la cabeza, chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco. ¡Hay que ver, Sabrae!
               -Saab-urgió Taïssa. Había un chico esperando para ayudarme a bajar. Le di las gracias con una sonrisa y acepté su mano, ya echando de menos a Alec a mi lado y sintiendo en mi interior el dulce nerviosismo que acompaña a la anticipación.
               Ya estábamos en nuestra noche. En nuestro año. Fuera lo que fuera lo que pasara a continuación, estaba segura de que esa noche marcaría un antes y un después no sólo en mi relación con Alec, sino también en mi propia vida.
               Dejé que Kendra me guiara entre la gente en dirección a la cocina, dócil como una ovejita: me estaba regodeando en el pensamiento de que puede que aquel fuera el último año que empezaba soltera en lo que esperaba que fuera mucho, pero que mucho tiempo.
               2035 sería nuestro año. De Alec y mío. Estaba segura. Si ya estábamos tan unidos que era casi imposible tocarlo sin afectarme, o cogerme a mí y no llevarse a un pedacito de él, en el momento en que nos viéramos desnudos, en el momento en que lo hiciéramos en una cama, en el momento en que empezáramos a cumplirnos las promesas, nuestra relación daría un paso de gigante.
               Puede que yo no tuviera más excusas para decirle que no.
               Puede que empezara a desear que me lo preguntara de nuevo y poder cambiar mi respuesta.
               O puede que, simplemente, decidiera no esperarle y abordarle un día, siendo yo quien hacía la pregunta y Alec quien la contestaba.
               Nos dirigimos a la cocina, con una isla de metal abarrotada de las bebidas más variadas: desde botellas de cristal de vodka, ron y todas las bebidas alcohólicas que podías imaginarte, hasta bricks con zumos de frutas metidos en baldes con hielo y agua, pasando por botellas de plástico de Pepsi o botellines de cerveza aún en sus cajas de cartón. Nos quedamos mirando cómo la gente se servía vasos de plástico de diversos colores y se echaban las mezclas más exóticas que te pudieras imaginar en su interior.
               -¿Qué bebemos?-preguntó Taïssa, y yo me encogí de hombros. La verdad era que ni siquiera había pensado en lo que tomaría durante la noche, pero no quería que fuera algo con demasiado alcohol. Lo máximo que quería estar era un poco achispada: no quería olvidarme, bajo ninguna circunstancia, de cómo sería desnudarme para Alec, y que él se desnudara para mí, por primera vez.
               -¿Tequila?-sugirió Kendra, y Momo asintió.
               -Chicas… ¿no deberíamos empezar un poco más… no sé… despacio?-me mordí el labio y me las quedé mirando. Las chicas se giraron para observarme-. Es decir… ya sabéis cómo nos sienta.
               -Es verdad-asintió Taïssa-. ¿Agua de Valencia, por ejemplo?
               -Dios, ¡sí!-celebró Momo, levantando las cejas, y yo me callé. No es que el agua de Valencia tuviera mucho alcohol, precisamente, pero el problema era su sabor: como sabía igual que el zumo de naranja, bebías con tanta ansia y sin control que era muy fácil que cogieras una borrachera.
               Lo habíamos aprendido por las malas durante el verano, en una de las fiestas a las que había ido con las chicas y donde nos encontrábamos con Hugo. Habíamos descubierto allí el agua, y nos había parecido tan deliciosa que nos habíamos ventilado casi seis litros entre las cuatro.
               Todavía no me explicaba cómo lo habíamos contado.
               Me deslicé hacia ellas con parsimonia, pensando en cómo decirles que yo lo que quería era tener mi techo en el agua de Valencia, y no mi base, y miré cómo empezaban a buscar los ingredientes en la mesa.
               -No habrá naranjas para hacer zumo natural, ¿no?-preguntó Taïssa, y Kendra y Momo se volvieron para mirarla.
               -Taïs-protestaron las dos, y Taïssa hundió los hombros en actitud derrotada. Después de aquella noche habíamos probado a hacerlo en casa con más control, y siguiendo la receta original, con zumo de naranja natural en lugar del que salía del supermercado, y estaba mil veces más rico.
               -Sólo preguntaba…-musitó, y yo cogí una botella de vodka para tendérsela a las chicas, que habían alcanzado una jarra de los estantes superiores de las alacenas que rodeaban la cocina. Nos quedamos mirando las botellas, y nos estudiamos las unas a las otras. Sabíamos que teníamos que utilizar champán, vodka, ginebra y zumo de naranja, pero no recordábamos las cantidades.
               -¿Necesitáis ayuda, chicas?-preguntó una voz a mi costado, y yo me giré. Una chica de pelo negro, cortado por los hombros y rizado, nos miraba con una sonrisa tierna en los labios, como quien mira a los cachorros de panda del zoo mientras estos intentan escalar a un árbol.
               -Esto… no hace falta, gracias-musité, porque aunque me sonaba su cara, no la conocía y no sabía qué podía echarnos en la bebida. La sonrisa de la chica danzó en su boca.
               -¿Seguro? Es decir… a mi jefe no le gustaría que la chica de su amigo se pegue un chute por accidente-me guiñó un ojo y las chicas se echaron a reír.
               -¿Qué?
               -Eres Sabrae, ¿no? La de Alec-me señaló con un vaso cargado de una bebida azul y yo procuré no estremecerme. Sabrae, la de Alec. No Sabrae, la hermana de Scott; no. Sabrae, la de Alec.
               Me gustaba ser Sabrae, la de Alec. Más de lo que me esperaba, incluso teniendo en cuenta lo que pensaba hacer con él esa noche.
               -¿Te conozco?
               -Oh, perdona-dejó el vaso sobre la mesa abarrotada e hizo una mueca; se llevó una mano al escote de triángulo de su mono azul noche-. Soy Patri. Trabajo para Jordan. En mi contrato se encuentra, entre otras cosas, aguantar las peroratas de Alec sobre lo increíble que eres, lo bien que lo haces y lo deliciosos que tienes los labios, cuando se emborracha.
               Noté que me ponía roja como un tomate.
               -¿Alec habla de lo deliciosos que son mis labios con desconocidas?
               -A ver, yo no soy una desconocida, pero… cuando se emborracha, hemos descubierto que se le va mucho la lengua. Mucho. Pero tranquila, yo soy discreta-me guiñó un ojo y estiró las manos para que le tendiéramos las botellas, como así hicimos.
               -Esto… siento que tengas que aguantar a Alec.
               -No pasa nada. Es gracioso. Me parece una fantasía que hable de ti estando borracho, sinceramente. ¿Sabes lo que hace mi novio cuando se emborracha? Me lame la cara-puso los ojos en blanco y empezó a mezclar las bebidas con maestría, vertiendo dos chorros a la vez en la jarra, calculándolo a ojo como sólo un camarero con experiencia puede hacerlo. Nos tendió la jarra, nos sonrió, nos deseó que disfrutáramos de la noche y se marchó.
               -Adivina quién va a ser la que más disfrutará hoy-rió Kendra, dando un sorbo de su bebida, y yo le pegué un empujón.
               -Eres lerda, así de claro te lo digo.
               Hicimos chocar nuestros vasos de plástico, Amoke cogió la jarra y salimos de la cocina, con la intención de encontrar un sofá donde sentarnos y hacer que sólo la parte superior de nuestro cuerpo bailara al ritmo de la música, al menos hasta que ésta empezara a interesarnos más.
               Yo no llegué muy lejos. En cuanto salimos de la cocina y comenzamos a atravesar los habitáculos de la casa en dirección al pasillo, alguien me dio una palmada en el culo. Me volví con la mano preparada para soltarle una bofetada al machito de turno que había creído gracioso tocarme sin mi permiso…
               … y mi mano se quedó a medio camino en el aire, porque el machito de turno no podría tocarme sin mi permiso ni aunque él quisiera.
               Alec sonrió, apoyado en la pared, con una mano en el bolsillo del pantalón de su traje y la otra ocupada acercándole una bebida a la boca. Dio un sorbo bajo mi atenta mirada.
               -Luego te vemos, Saab-se despidieron las chicas, y desaparecieron entre la gente como si hubieran escuchado el aviso de que se acercaba un profesor mientras presenciaban una pelea en el patio.
               Alec se relamió y me escaneó con la mirada.
               -¿Qué bebes?
               -Ron cola. ¿Tú?
               -Agua de Valencia.
               Él sonrió, impresionado.
               -La niña tiene estilo.
               -La niña tiene buen gusto-le corregí, y él se echó a reír.
               -Sí, y no sólo en el alcohol. ¿Puedo probar?-pidió, y yo salvé la poca distancia que nos separaba. Apoyé las caderas contra las suyas y levanté el vaso para darle de beber. Él ni siquiera o cogió. Me miró a los ojos mientras probaba un sorbo, y siguió mirándome mientras lo saboreaba y lo tragaba-. No está mal. De hecho, está bastante bien mezclado.
               -El mérito no es mío. Me lo ha mezclado Patri. ¿La conoces, o sólo hablas con ella cuando estás borracho?
               Alec se echó a reír.
               -No sé qué te habrá contado de mí, bombón, pero si es bueno… es mentira. Y si es malo, es verdad.
               -Me ha dicho que le das la turra conmigo y con mis deliciosos labios cuando te emborrachas.
               Alec sonrió, se mordisqueó el labio y acarició los míos, capturando una gotita de agua de Valencia que todavía estaba en mi boca. Asintió con la cabeza.
               -Es que los tienes verdaderamente deliciosos.
               -¿Por qué no los pruebas?
               -Me estoy reservando.
               -¿Para qué?
               -Para que me lo pidas-contestó, llevándose de nuevo su vaso a la boca y bebiendo otro trago. Le cogí la mano y le bajé el vaso.
               -No bebas demasiado. Quiero que rindas.
               Y traté de alejarme de él, porque me encantaba ese juego antes de empezar a enrollarnos. Hacía que me impacientara, que lo cogiera con más ganas una vez lo tenía entre mis manos.
               -Yo siempre rindo, nena-replicó, cogiéndome de la mano para impedir que me fuera-. Incluso cuando no me acuerdo de cómo me llamo. Se me olvidará antes mi nombre que mi manera de follar.
               Pues menos mal, me escuché ronronear para mis adentros.
               -¿Y el mío?
               Me dedicó su sonrisa de Fuckboy®. Estaba llevando la conversación por donde él quería.
               Lo mejor de todo era que por esos derroteros también quería pasar yo.
               -A estas alturas de la película, nena, si se me olvidara tu nombre sería porque también se me ha olvidado follar.
               -No queremos eso-ronroneé como una gatita, poniéndome de puntillas y acercándome a sus labios. Él se relamió, cerró los ojos y entreabrió los suyos, inclinándose hacia mí, pero yo me aparté en el último momento y le di un beso en la mejilla. Se rió, estupefacto-. Sé un caballero y déjame probar tu bebida, anda.
               -¿Esas tenemos?-se burló él, y entonces…
               … dio un sorbo a su ron cola, me agarró de la mano y tiró de mí para posar sus labios en los míos. Entreabrió la boca y dejó que la bebida inundara la mía, inundando mis papilas gustativas de un sabor dulzón y a la vez ardiente, y tremendamente erótico. Su lengua se aseguró de que hasta la última gota del ron descendiera por mi garganta, y noté cómo una de sus manos me sujetaba por la mandíbula para que no me escapara e interrumpiera ese beso sucio, primitivo, animal.
               Alec a veces puede ser tremendamente estúpido. Haciendo lo que me estaba haciendo ahora, no necesitaba sujetarme para evitar que huyera. Necesitaba sujetarme para que no me pusiera de rodillas frente a él y empezara a chupársela.
               Cuando se dio por satisfecho de devorarme, se separó de mí y siguió sujetándome la cara. Sonreí como una salvaje y él me imitó. Se inclinó de nuevo hacia mí y lamió las gotitas de bebida que se me habían escapado por la comisura de los labios, en una forma tan obscena que despertó mi entrepierna e hizo que mis muslos se humedecieran. Le agarré de los antebrazos para que no se me escapara.
               -Ahí tienes mi primer beso del año, bombón. ¿Me prometes el tuyo del año que viene?
               Sonreí, frotándome contra él, y su miembro también despertó. Sí. Así me gusta. Que seamos uno, incluso cuando estamos rodeados de gente.
               -Puedo darte mi primer beso con un chico, si quieres.
               -El segundo-respondió-. El primero acabas de dármelo.
               -Me has besado tú a mí. No al revés. Tú has tomado la iniciativa.
               -No me ha parecido que estuvieras muy pasiva.
               -No te gusto pasiva-respondí, acariciándole el brazo-. ¿A que no?
               Alec chasqueó la lengua.
               -Ah-ah.
               -Así que… ¿quieres mi beso, sí o no?
               Se echó a reír, sacudió la cabeza, miró en derredor, dejó su vaso a mi lado y entonces posó ambas manos en mi culo, pegándome más a él.
               -Yo lo quiero todo de ti, bombón. Todo.
               Eso era lo que yo quería oír. Me puse de puntillas y abrí la boca para comérmelo. Dios, qué bueno estaba. Qué bien sabía. Cuántas promesas había en sus labios. Cuántas formas de pasárnoslo bien. Sobre todo bajo aquellas luces. Sobre todo con aquella música. Especialmente, en aquella casa donde nos tendríamos por primera vez.
               Una de mis manos bajó de su cuello a su entrepierna, deleitándose en el camino que había entre esas dos partes de su cuerpo. Le acaricié el pecho, los abdominales, y cuando finalmente llegué al bulto que había en sus pantalones y que crecía a marchas forzadas, Alec jadeó y recogió el testigo. Hizo descender sus manos de mi culo un poco más por entre mis muslos, masajeándome en el centro de mi ser por encima de la ropa. Disfrutó del suave jadeo que dejé escapar cuando sus dedos expertos alcanzaron el rinconcito de mi clítoris.
               -Voy a empaparte-me prometió Alec en un tono oscuro que desactivó todas mis inhibiciones.
               -Vámonos ya-urgí. No podía soportarlo más. Necesitaba tenerlo en mi interior. Necesitaba ser una con él. Necesitaba tenerlo desnudo debajo de mí, encima de mí, a mi lado; adorándome, usándome, poseyéndome, idolatrándome, sometiéndome. Follándome con la urgencia con la que lo hacen los animales. 
               A la mierda la música. A la mierda mis planes de estar un poco con mis amigas. A la mierda el alcohol. A la mierda los bailes. El único baile que me interesaba en ese instante era el baile del sexo, en el que Alec y yo éramos expertos.
               -No-respondió él-. Voy a castigarte-contestó, continuando con su masaje, insuflándole más profundidad a sus caricias-. ¿Lo que has hecho con Amoke? Me ha dolido. No me esperaba esa traición de tu parte.
               -No finjas que no te ha gustado ver cómo beso en la boca a otra chica-gemí, recorriendo el bulto de su erección con los dedos. Alec me tomó de la mandíbula.
               -No quiero compartirte. A ti, no. Salvo que quieras traértela con nosotros…-la buscó por entre la gente-. En ese caso, quizá haga una excepción.
               Me eché a reír.
               -Follar con mi mejor amiga no está entre mis propósitos del año nuevo, pero… gracias por la información.
               -¿Qué querías, entonces? ¿Ponerme celoso?
               -En cierta medida-respondí, frotándome contra su mano y cerrando los ojos, disfrutando el contacto-. ¿Lo conseguí?
               -¿Celoso yo, de tu mejor amiga? Estoy celoso del aire que respiras porque entra y sale de ti sin que tú te des cuenta, y estoy celoso de ese mono por acariciar tu desnudez. Por supuesto que estoy celoso de Amoke, Sabrae. Especialmente, si la besas así.
               Sonreí, separándome de él y deteniendo mi mano. La suya también se detuvo, lo cual hizo que yo sufriera y a la vez pudiera pensar con más claridad.
               -¿No quieres que me dé cuenta de cuando entres y salgas de mí?
               -Por Dios, Sabrae-gruñó, y me dio la vuelta para ponerme contra la pared. Me agarró de las caderas y me atrapó con su cuerpo. No sé si contaba con que yo le rodeara la cintura con las piernas, pero lo hice de todos modos.
               Empezamos a besarnos de nuevo, a frotarnos el uno contra el otro, a gozar de nuestra cercanía. Alec descendió por mi cuello y continuó dejando un reguero de besos urgentes en mi hombro, mi mandíbula, en dirección a mis pechos. Deslizó el tirante de mi mono que le molestaba e hizo un mohín al encontrarse con su sujetador.
               Me miró.
               -Antes no llevabas sujetador.
               Detesté a Eleanor por no haberme convencido de que me lo quitara. Podría haber tenido su boca adorando mis senos en ese instante, de no ser por mi estúpida obsesión con tener la ropa interior perfecta, modulando mis curvas.
               -Sí. Quería ponerte cachondo.
               -Joder, Sabrae, ojalá no lo llevaras ahora mismo y pudiera sentirte y probarte debajo de ese mono-me dio un mordisquito en la piel que quedaba en la frontera del sostén y lo deslizó despacio hacia abajo.
               -Alec… pueden vernos.
               -Me da igual. Y a ti también-contestó, y yo miré en derredor. Nadie nos estaba haciendo caso, cada grupo de gente estaba sumido en su competición por beber particular, encerrados en su burbuja sin hacer caso a las demás. Alec deslizó el pulgar por el tirante de mi sujetador y consiguió liberar uno de mis pezones; por suerte o por desgracia, no fue el del piercing.
               Arqueé la espalda.
               -Alec. Dios mío-gemí cuando su boca encontró mi piel sensible y sus labios succionaron mi pezón. Él y yo reinventaríamos esa noche el concepto de sexo, estaba segura.
               Le di las gracias a Dios por no haberme puesto ante los ojos un vestido que me gustara más que el traje. Estaba tan necesitada de él que habría dejado que me poseyera allí mismo, contra la pared, donde cualquiera podría vernos… e interrumpirnos.
               -Alec… no pares. Por favor. No pares-gimoteé, clavándole las uñas en el cuero cabelludo. Me gustaba tanto… me gustaba su lengua, me gustaban sus dientes, me gustaban sus labios, y me gustaban los gruñidos de pura satisfacción que salían de su garganta.
               -Esto… ¿Alec?-preguntó alguien a nuestro costado, y él se separó de mí tan rápido que por un momento creí que dejaría mi pecho al aire, pero fue lo bastante precavido como para cubrirme con el tirante del mono. Jadeamos y nos quedamos mirando al chico, que estaba visiblemente avergonzado. No sabría decir quién de los dos lo estaba pasando mal.
               -Rick, estoy en medio de algo ahora mismo-gruñó Alec con voz ronca y autoritaria, y anoté mentalmente que usara ese tono conmigo. Ábrete de piernas, Sabrae. Grita para mí, Sabrae. Córrete para mí, Sabrae.
               Sabrae. Tía. Basta ya. Parece que estás en celo.
               No lo estoy.
               Creo.
               … ¿espero?
               -Es que… queríamos pedir unas canciones.
               Alec puso los ojos en blanco y apretó la mandíbula.
               -Hay un iPad. En el salón. Encima de la chimenea. Servíos-volvió su boca a mi cuello y yo me estremecí. El chico carraspeó y Alec rechinó los dientes-. ¿Qué, Rick?
               -Es que está bloqueado con contraseña. Y Jordan no se acuerda.
               -¿Que Jordan no se…?
               -Y no encontramos a Bey.
               -Joder. Siempre me tengo que ocupar yo de las mierdas de la gente. Es la fecha de mi cumpleaños.
               -Vale. Guay. Gracias, tío. Lo siento.
               -Ya.
               -Sigue a lo tuyo.
               -Eso pensaba. Adiós, Rick.
               -Sí, adiós. Adiós, Sabrae-añadió atropelladamente antes de marcharse, y yo sacudí la mano en su dirección. Me pasé una mano por la cara y suspiré.
               -Siento esto, bombón. No sé qué coño me ha… en fin. Creo que es evidente que me pones muchísimo, pero que me ponga a hacerte eso cuando puede venir cualquiera y vernos… verte…
               Le puse el dedo índice en los labios y sacudí la cabeza.
               -Discúlpate por la interrupción, no por lo que estabas haciendo-le cogí de la corbata y lo miré a los ojos con expresión llameante-. Eres mío, Alec Whitelaw. Esta noche, sobre todo. Te voy a quitar ese traje, y te voy a follar como no te han follado nunca.
               Alec sonrió y me agarró la cara como lo había hecho antes.
               -Prométemelo-me suplicó-. Prométeme que vas a quitarme el traje. Necesito una excusa para quitarte el tuyo. Prométeme que vas a follarme-se frotó contra mí, su entrepierna haciendo presión en mi zona más sensible, acariciando mis ganas de él-. Necesito una excusa para follarte toda la noche, y dejarte afónica de tanto gritar. Eres mía, Sabrae Malik-me imitó, pegándose contra mí-. Y nada ni nadie conseguirá que te me escapes hoy.
               Hundí mi lengua en su boca y estuvimos enrollándonos hasta que el tal Rick, al que yo asesinaría con mis propias manos si seguía en ese plan, apareció de nuevo por la esquina del pasillo en el que nos habíamos metido Alec y yo.
               -Al, ¿en qué año…?
               -EL CINCO DE MARZO DEL DIECISIETE. FUERA DE AQUÍ O TE REVIENTO LA PUTA CABEZA, RICK.
               El chaval se fue a toda prisa, y Alec bufó, molesto. Se pasó una mano por el pelo y fulminó a todo el mundo con la mirada.
               Le cogí la mandíbula y le hice mirarme.
               -Nada ni nadie conseguirá que me escape hoy-le aseguré, mirándolo a los ojos, y él asintió con la cabeza, un poco más calmado. Me dio un beso suave, y luego otro, y luego otro, que fue aumentando de intensidad.
               -Alec…-murmuró una chica a nuestro lado, y Alec se separó de mí, me soltó, me dejó en el suelo y se abrió hueco entre la gente.
               Ojalá lo que hizo a continuación no me hubiera puesto tan cachonda.
               Y gracias a Dios que mis amigas vinieron a agarrarme de la mano para que no me subiera a la mesa detrás de él para seguir dándonos el lote.
               -¡A ver!-ladró, tras subirse a una mesa en la que había varios vasos y bebidas derramadas. Detuvo la música y dio una palmada-. ¡Que me tenéis hasta los cojones ya, y ni la una es aún! ¡Podéis pedir las canciones que os salgan de los huevos, o de los coños, o lo que sea que tengáis entre las piernas!-bufó, y vi cómo Scott y Tommy se reían al ver a Alec así de cabreado, y me apeteció ir y partirles la cara-. ¡Tengo metida mi cuenta de Spotify en el iPad-lo señaló con un dedo-, el código de desbloqueo es 050317! ¡Buscáis la canción que se os antoje y la añadís a la cola! No creo que sea tan jodidamente difícil. ¿Alguna pregunta?-alguien levantó una mano-. No hay preguntas, Christine, que no soy un puto oráculo. Al próximo que me corte el rollo, lo pongo de patitas en la calle personalmente, ¿estamos?
               El salón lo contempló en silencio.
               -Pues venga. Menos pedir musiquita de bandas que no conocen ni en casa y más emborracharse y follar, hostia. Que estáis amargados todos.
               Saltó de la mesa, le dio al play y me buscó entre la gente. Se pasó una mano por el pelo y se mordió el labio.
               -¿A qué hora te busco?-preguntó, y mis amigas se miraron entre sí. Vaya, parecía que Alec no era tan interesado ni tan egoísta como ellas habían pensado al principio, después de todo. Miré a las chicas.
               -¿Tres?
               -Dos y media-negoció Alec.
               -Dos-soltó Kendra, y Alec la miró.
               -¿Nada más? ¿Preferís que me la lleve ya?
               -Pues mira, sí-Taïssa me empujó para levantarme-. Necesitarás toda la noche para pulirla.
               -¡Taïssa!
               -Está mal follada-explicó Amoke.
               -¡AMOKE!
               -Pues eso es que el último polvo que ha echado no ha sido conmigo-se cachondeó Alec, echándose a reír. Lo fulminé con la mirada y le quité la cara para impedir que me diera un beso-. Pero, ¡no te enfades, mujer, que es broma! Luego te busco, venga-me dio un beso en la cabeza-. Pásalo bien.
               -Y tú.
               -Pero no demasiado.
               -Y tú tampoco.
               Me guiñó un ojo y se escurrió entre la gente. Al poco, estaba bailando y cantando con sus amigos a voz en grito la primera canción de Hércules, y eso en español. Bebí con las chicas, le miré de reojo cada vez que se me presentaba la ocasión, y me molesté por las pocas veces que miraba en mi dirección. Era como si él pudiera esperar a lo que íbamos a hacer durante años, pero la sola idea de esperar un par de horas para finalmente poder vernos a mí me volvía loca.
               Fui en busca de Eleanor con un plan trazado. Nos metimos en la cuenta de Spotify y manipulamos la cola de reproducción para poner la canción que queríamos, Side to side, de Ariana Grande y Nicki Minaj, y nos subimos a la misma mesa a la que se había subido él para dar su discursito.
               No me quitó ojo en todo lo que duró la canción, y cuando volví con mis amigas estaba mucho más animada. Pedimos una canción cada una, yo la primera, y bebimos y nos reímos y jugamos y bebimos más y más. Yo ni me daba cuenta de todo el alcohol que estaba tomando: ese era el peligro de la bebida por la que habíamos decidido empezar.
               Salimos a la pista para dejar de beber tanto, porque yo ya me notaba al borde del punto de no retorno, y cantamos, gritamos y saltamos mientras de nuestras gargantas manaban las canciones que la gente había pedido.
               Cuando sonaron unos acordes familiares, miré a las chicas y sonreí.
               Todavía no eran las dos y media. Ni siquiera eran las dos. Pero yo iba a hacer que Alec fuera a buscarme inmediatamente. Estaba cansada de esperar. Llevaba esperándolo días. Semanas. Meses. Años.
               Toda la vida.
               Así que empecé a abrirme paso entre la gente.
               Había empezado a sonar la canción que había pedido.


Acababa de sentarme después de bailar varias canciones con las chicas (no voy a decir que disfruté viendo cómo Karlie y Tam se peleaban por mí –pero sí, disfruté-) cuando empezaron a sonar esas notas que todos reconocimos. La canción explotó como una bomba nuclear, arrasándolo todo a su paso: los saxofones y la batería hicieron estragos en las gargantas de la gente, incluso en la mía.
               Y eso que todavía no había visto a Sabrae caminar agitando las caderas, con la confianza de una estrella del R&B, liderando a sus amigas para bailar Crazy in love. Agitó el pelo y se lo atusó con la mano mientras se hacía hueco entre la gente, y empezó a bailar como si hubiera ensayado la coreografía durante toda su vida con los primeros ronroneos de la voz de Beyoncé.
               Agitó las caderas, las sacudió, se balanceó adelante y atrás y se detuvo de repente, de espaldas a un público que ya estaba encantado con ella, y cantó mirando por encima del hombro.
               ­-I look and stare so deep in your eyes-se dio la vuelta con el golpe de música y yo me puse en pie. Ni de coña iba a perderme este espectáculo. Llevó las manos a su cintura y subió conforme avanzaba el siguiente verso, acariciándose la silueta con los dedos-I touch on you more and more everytime-se dejó caer al suelo, doblando las rodillas, al lado de sus amigas, y yo me hice un hueco entre la gente para poder seguir viéndola; tenía una pierna estirada, la otra, doblada para mantener el equilibrio. Que consiguiera moverse así a pesar de su calzado era algo que escapaba a mi comprensión-, when you leave I’m begging you not to go-cambió el peso de su cuerpo de una pierna a la otra, reflejando la postura en la que había estado antes-, call your name two, three times in a row.
               Se puso en pie y puso una mano en su cadera; la otra en su pecho, y se la quedó mirando mientras cantaba con Beyoncé.
               -Such a funny thing for me to try to explain how I’m feeling-la mano que estaba en su pecho se deslizó por el aire como si fuera una mariposa a la que Sabrae estuviera despidiendo-, and my pride is the one to blame.
               Sabrae clavó los ojos en mí, y se llevó las manos a la melena.
               -Cause I know I don’t understand just how your love can do what no one else can.
               Y pasó de esos movimientos estáticos, siguiendo cada golpe de la canción, a agitar las piernas y las caderas, los hombros y la cabeza para bailar incluso con su pelo mientras empezaba el estribillo.
                La gente empezó a gritar.
               Y puede que yo fuera quien más alto lo hacía.
               -When I talk to my friends so quietly-Amoke, Kendra y Taïssa la rodearon, y abrieron y cerraron sus manos como si fueran unas bocas- “Who he think he is?” Look what he did to me. Tennis shoes-se miraron los pies-, don’t even need to buy a new dress-Sabrae cogió el final de su mono-, if you ain’t there, ain’t nobody else to impress-agitó la mano, como desechando la idea de ir siquiera a un sitio en el que yo no estuviera, y sonrió cuando la levantó para seguir con la canción-. It’s the way that you know what I though I knew, it’s the beat that my heart skips-abrió los ojos y me miró- when I’m with you.
               Sus manos volaron a su pecho, como si su propio cuerpo fuera una prisión.
               -But I sill don’t understand just how your love can do what no one else can.
               Se balancearon de nuevo durante el estribillo y se pasearon por la casa, gritándose las unas a las otras la parte de Jay Z.
               Sabrae rescató una botella de cerveza de algún sitio, se bebió su contenido y se subió a la mesa a la que había tenido que subirme yo antes para que no me amargaran la noche; la misma mesa en que había bailado junto a Eleanor.
               Quería llevármela a mi casa, o ponerla en un museo y cobrar un extra en la entrada para que la gente la visitara. Ese sitio para mí ya era más sagrado que cualquier catedral donde se custodiaran las reliquias de cualquier profeta.
               -Got me looking-Sabrae y sus amigas dieron un paso al lado-, so crazy-otro más-¸my baby. I’m not myself-giraron sobre sí mismas y dieron un paso al lado contrario-, lately I’m foolish, I don’t do this, I’ve been playing myself, baby-Sabrae se llevó la cerveza a la boca y como si fuera un micrófono lo sostuvo ante ella-, I DON’T CARE, cause your love’s got the best of me, and baby you’re making a fool of me-se bajaron de la mesa y se sentaron en ella, Sabrae separando las piernas y apoyando el codo en una de ellas-, you got me sprung and I don’t care who sees, cause baby, you got me-Kendra, la que estaba más lejos de Sabrae, se levantó-, you got me-la siguió Taïssa-, you got me-se levantó Amoke- so crazy, baby-Sabrae se puso en pie y, en lugar de quedarse en el suelo, volvió a subirse a la mesa y se echó hacia atrás para cantar la nota alta con Beyoncé-, HE-EEE-EEE-EEEY!
               Sabrae se paseó por la mesa como si fuera su escenario, haciendo las partes en las que Beyoncé ya no obedecía al guión, siguiendo con sus notas altas, y terminando la canción subiendo a sus amigas y agitándose a su lado.
               Cuando terminó la música, todos empezamos a aplaudir y a chillar. Las chicas hicieron una reverencia y se abrazaron, dando saltitos hasta el punto de que la mesa terminó cediendo bajo su peso. Lástima. Estaba dispuesto a llevármela a casa.
               Siguieron bailando otra canción, lo dieron todo con una de Liam Payne en la que había partes en español, y luego Taïssa y Sabrae se miraron y trotaron hasta el sofá donde estaba Scott, que la fulminó con la mirada nada más llegar, la voz de su padre llenando la estancia y los gritos de la gente al reconocer la canción amenazando con echar abajo la casa.
               -¿Me cuidas los zapatos?-le preguntó Sabrae, quitándose las botas y dejándolas a los pies de Scott.
               -No-sentenció su hermano, tomándose otro chupito de fresa.
               -Vale, gracias-canturreó Sabrae, y salió disparada en dirección a un sofá libre y cantar a todo lo que daba su garganta la canción que estaba sonando ahora: Talk to me. Taïssa y ella lo dieron todo, chillando y brincando y abrazándose y meneando las caderas como si estuvieran en una película de Bollywood.
               Tommy se encendió un cigarro y empezó a darle caladas, mirando a Sabrae con orgullo fraternal.
               -Y yo que pensaba que tú eras el mejor Malik, S-bromeó, y Scott lo fulminó con la mirada. Llevaba picado con Sabrae desde que ella había subido a la mesa para bailar Side to side con Eleanor; incluso había llegado a bromear con que si le permitirían devolverla en el orfanato en el que la había encontrado. Creo que una parte de la rabia que Scott le había cogido a su hermana era porque podía pasárselo bien con la persona a la que ella más deseaba, provocarla el público y enrollarse con ella, y él no. Aunque, bueno, no es que nadie más que Scott tuviera la culpa de que no pudiera darse el lote con Eleanor, o directamente comerle las tetas, en un rincón apartado de una fiesta, como había hecho yo.
               -HÁBLAME, NENA, HÁBLAME-se gritaron Sabrae y Taïssa, meneando las manos en una coreografía mucho menos trabajada pero no por eso disfrutada. Dios, me encantaba verla así de feliz, así de libre y así de desvergonzada.
               Se acabó. La necesitaba. Ya.
               Me levanté y fui en su dirección. Cuando terminó la canción, aparecí frente al sofá y abrí los brazos.
               -¡Alec!-festejó ella, ya un poco chispa, y se dejó caer sobre mi cuerpo. Se colgó de mi cuello y me dio un beso en la oreja-. ¡Hola!
               -¿Bailas conmigo un poco, bombón?
               -¡Pues claro! ¡Adiós, Taïs!-agitó la mano en dirección a su amiga y se escurrió entre la gente, sin intención de recuperar sus zapatos. Se subió a los míos para que nadie la pisara y se acurrucó contra mi pecho, aunque estaba sonando Cheap Thrills. Pensé que se quedaría ahí toda la noche, pero cuando empezó el estribillo, con Sia cantando que no necesitaba billetes de dólar para pasárselo bien, Sabrae levantó el puño al aire y lo golpeó con furia, proclamando-: I WANT CHEAP THRILLS.
               Como tenía miedo de que la pisaran y le destrozaran esos piececitos tan bonitos que tenía, me las apañé para llevármela (me sorprendió todo lo que se resistió a salir de la pista de baile) al sofá y ponerle las botas.
               -Mira, Cenicienta, encajan a la perfección-bromeé, y Sabrae se miró los pies, estudió las botas y finalmente clavó sus ojos oscuros en mí.
               -¿Eres mi príncipe azul?
               -Voy a vomitarles encima-protestó Scott, mientras Tommy se tomaba el que yo creo que era el octavo chupito en menos de un cuarto de hora.
               -Seré lo que quieras que sea, nena-le prometí, y Sabrae se echó a reír, se sentó a horcajadas encima de mí y empezó a besarme. Oh, por fin. Ya pensábamos que nuestra noche no empezaría nunca. Le acaricié la espalda y jugueteé con sus rizos.
               Y entonces ella me chilló en el oído.
               -¡WOOOOOOOO!-bramó, y yo di un brinco y Scott se echó a reír-. THOUGHT I’D END UP WITH SEAN, BUT HE WASN’T A MATCH-tronó, y echó a correr en dirección a sus amigas para bailar Thank u, next. Justo ahora que estaba dispuesto a ponerle el nombre de Ariana Grande a mi primera hija por aquella canción que me había permitido ver a Sabrae bailando, y va la tía y me la quita. Las chicas hicieron corrillo, bailando ahora sólo para sus amigas, haciendo corazones con las manos cuando Ariana hablaba de cómo había aprendido sobre amor, juntando las palmas como si rezaran cuando Ariana mencionaba la paciencia, y llevándose las manos al pecho, acusando un golpe, cuando Ariana hablaba de dolor. Sacudieron las caderas, hicieron twerk las unas junto a las otras y gritaron que estaban jodidamente agradecidas por sus ex novios.
               Tenía muchas ganas de tenerla, pero me parecía tan tierna pasándoselo así de bien con sus amigas que decidí darles un poco más de tiempo. Al fin y al cabo, apenas eran las dos.
               Fue ella quien vino a buscarme al sofá donde estaba con mis amigos, con una canción que había bailado ayer mismo ella sola sonando. Levantó un dedo índice con timidez hacia el techo, con una voz conocidísima para ella y para su hermano saliendo por los altavoces.
               -I’m on the Earth, not leaving now. I know your friends think you fell too…
               Me disculpé con Bey, que me animó a marcharme, me levanté y me fui con Sabrae. Sabrae se colgó de mi cuello en cuanto encontramos un hueco para nosotros, y suspiró con satisfacción.
               -Me encanta esta canción-ronroneó como una gatita, y yo le acaricié la parte baja de la espalda, sin bajar hasta su culo.
               -A mí también.
               Sabrae suspiró, disfrutando el contacto.
               -¿Te lo estás pasando bien?
               -Claro, nena.
               -Siento que tengas que esperar tanto. Es que a mis amigas y a mí nos gustan muchas canciones. Y como es el primer año…
               -Eh, no te preocupes. Puedes estar con ellas el tiempo que quieras-la tomé de la mandíbula y la miré-. Con que me hagas caso de vez en cuando, estaré bien. Sólo espero que no te marches sin despedirte.
               Sabrae se echó a reír, y en sus ojos brillantes ya se notaba un poco la influencia del alcohol.
               -No voy a marcharme. Tengo muchas ganas de estar contigo. ¿Podemos quedarnos a dormir aquí?
               -Eh…
               -Porfa. Me hace mucha ilusión. Me gustó lo que hicimos esta noche. Además, sé que estaré cansada, así que no me molestarán tus ronquidos.
               ¡La madre que la parió!
               -Yo no ronco, Sabrae.
               -Sí roncas-rió-. Te escuché.
               -Respiraré como un hombre, eso sí. Pero de roncar nada.
               Sabrae sonrió, hundió las manos en mi pelo y tiró de mí para darme un beso.
               -¿Tienes algo que decir, o vas a decírmelo ya?-le pregunté. Me apetecía escucharla decir que me quería. Sobre todo con aquella canción sonando. Sospechaba que If I got you llegaría a tener mucha importancia para nosotros. Desde luego, su padre era un puto artista: no sólo haciendo música, sino también haciendo hijas.
               Puede que el físico de Sabrae no hubiera sido obra de Zayn y Sherezade, pero lo que yo más amaba de ella, lo habían creado entre los dos. De la misma forma que lo esencial de una canción no deja de ser la voz que la canta y su letra, la esencia de una persona no es su cuerpo, sino su alma.
               Sabrae sonrió.
               -Me apeteces-dijo no obstante, y yo sonreí y le di un suave beso en los labios. Ella me dio un mordisquito en la mejilla-. ¿Tienes por ahí el móvil? Quiero pedir otra canción lentita para seguir acurrucados.
               -Podemos estar acurrucados aunque esté sonando puto heavy metal.
               -Dame el móvil-ordenó, y yo se lo tendí y observé cómo entraba en Spotify para buscar una canción. Se lo pegó al pecho para que no viera-. ¿No te fías de mí?
               -¿Fiarme de ti? Te tengo pánico, Sabrae.
               Ella abrió tantísimo los ojos que se convirtió en un dibujo animado.
               -¿De veras? ¿Me tienes miedo?
               Me pasé una mano por el pelo y me mordí el labio.
               -¿Cómo no te voy a tener miedo, Sabrae, si tienes mi corazón en la mano y le clavas las uñas cada vez que sonríes así?
               Sabrae esbozó una sonrisa radiante.
               -Nada de música lentita. Pongo a The Weeknd y nos largamos a follar-sentenció, y escogió una canción que nos venía que ni pintada: Lost in the fire. Se las apañó para hacer que sonara la primera a continuación, y yo la agarré de las caderas.
               -Escúchala con atención, bombón-le urgí, y Abel comenzó a cantar sobre querer follar despacio con una chica con las luces encendidas-. ¿Oyes eso? Esa canción soy yo. Y lo que hace The Weeknd con la música es lo que yo haré con tu cuerpo.
                Sabrae se sacudió delante de mí, bailó bien pegada a mi cuerpo, toqueteándose la melena y frotándose contra mí en momentos claves. Empezamos a enrollarnos a mitad de la canción, y yo comencé a empujarla en dirección al pasillo, con la intención de llevármela ya a las habitaciones. Si sus amigas la querían, que hubieran estado espabiladas y no hubieran dejado que se me acercara. Ahora me la llevaría y la disfrutaría yo solo.
               Sabrae dejó de besarme y se puso a escuchar con atención cuando Lost in the fire terminó. Se mordió el labio y esbozó una sonrisa inocente, de disculpa.
               -¿Qué?-pregunté, y ella sacudió la cabeza, me abrazó el cuello, y me dio un beso debajo de la oreja cuando empezaron a llevársela.
               -Lo siento-vocalizó en la distancia, dejando que Amoke la arrastrara del brazo mientras Taylor Swift empezaba a cantar Love story. Me eché a reír, negué con la cabeza, y acepté que las amigas de Sabrae disfrutaran de ella un poco más antes de que yo la reclamara oficialmente. Me fui a la cocina a por un vodka negro con zumo de piña. Lo mezclé bien hasta conseguir ese toque turquesa que tanto le gustaba a Bey, y lo vertí en dos vasos.
               Scott llegó a mi encuentro y echó un vistazo por encima del hombro, nervioso. Estaba comprobando que Tommy no viera con quién tenía pensado subir las escaleras.
               Mira, si Sabrae y yo nos apresuramos un poco, dos Malik follarán a la vez en una misma casa. Seguro que eso es un acontecimiento digno de mención, pensé, y me eché a reír.
               -¿Qué?
               -¿Tienes condones?-menuda sorpresa, Scott quedándose corto y acudiendo a mí, su padrino de la salud sexual, para poder echar un polvo sin hacer un bebé o pillar algo que hiciera que se le cayera la polla a cachos.
               -¿Cuándo no los tengo, Scott?
               -Déjame uno.
               -¿Sólo uno? Creía que serías más optimista, tío.
               Yo había venido con seis. No es que pensara usarlos todos con Sabrae (sabía que eso estaba fuera incluso de mis propias posibilidades), pero quería ser precavido y no quedarme corto si Scott me pedía el inevitable favor de siempre.
               -Bastante me la voy a jugar ya, teniendo a Tommy tan cerca-arguyó-. Con uno será suficiente-me saqué la cartera y le tendí un paquetito que me granjeó una sonrisa-. Te debo una bien gorda.
               Me eché a reír e hice un gesto en dirección a la escalera, como diciéndole que se fuera. Si sólo fuera una…
               Bey me comió a besos cuando le tendí el vaso de plástico.
               -¡Eres el mejor!
               -Y, a pesar de eso, no conseguí meterme en tus bragas.
               Se echó a reír y me dio otro beso en la mejilla que hizo que me doliera la mandíbula. Yo me senté a disfrutar del espectáculo que era ver a Sabrae con una rodilla anclada en el suelo, con las manos en el pecho y gritándole a Amoke que Romeo, por favor, la salvara, que se había sentido muy sola y se estaba cansando de esperar.
               -Se lo está pasando muy bien-comentó Bey, cruzando las piernas.
               -Y yo también-contesté-. Me gusta verla disfrutar.
               -Y a mí. Es contagioso.
               Tommy se levantó con el móvil en la mano. Ay, Dios mío, la que se podía liar. La última vez que había cogido el teléfono borracho, Max y yo habíamos tenido que arrancárselo de las manos para que no le dejara el decimotercer mensaje de voz a Megan suplicándole que volviera con él.
               -¿Adónde vas?
               -A hablar por teléfono.
               -Tommy Tomlinson, genio y figura, el primero de su promoción.
               -Tengo que hablar con Layla. Y con Diana-explicó. Bey y yo alzamos las cejas, impresionados por su arranque de sinceridad. Aún no nos había contado que estaba iniciando una relación a dos bandas, con Diana y Layla como vértices del triángulo que él terminaba de componer, pero Bey ya sospechaba que algo sucedía. Bey siempre sospechaba que algo estaba pasando, incluso antes de que sucediera.
               Puede que fuera el alcohol el que le había soltado la lengua a Tommy, pero Bey ya estaba alerta incluso antes.
               Nos quedamos en el sofá y en sus alrededores, levantándonos cuando nos apetecía y sentándonos de nuevo para beber más y más. No quería beber demasiado y acabar tan borracho que no me acordara de cómo sería ver a Sabrae desnuda ante mí por primera vez, de cómo sería poseerla en una cama, nuestros dos mundos fusionándose mientras el resto de gente permanecía ajena a ese pequeño vínculo entre los dos universos que éramos ella y yo.
               Pero es que no podía parar. Tenía en el cuerpo una sensación de silenciosa angustia, aprisionándome el alma como si de un gancho mecánico se tratara, y sacándome jugo de una forma oscura. A medida que las agujas de mi reloj avanzaban, extenuantemente despacio, esa ansiedad crecía y la incómoda sensación de que algo saldría mal (porque no podía salirme bien todo) se hacía cada vez más y más patente. Bey, Logan y Max hicieron lo imposible por mantener a mis demonios a raya, y se las apañaron bastante bien, distrayéndome lo suficiente como para que yo obviara un detalle crucial de la noche: pasaban las dos y media, y yo no veía rastro de Sabrae ni de sus amigas.
               Podrían haberse ido.
               O podrían haberse separado.
               Que es lo que les terminó pasando. No estaban acostumbradas a beber tanto y en un período de tiempo tan corto, y la música y el sabor de la bebida que habían elegido no ayudaba. Las chicas estaban fuera de juego, y apenas conseguían articular una frase coherente. Las cuatro.
               Bueno, no, las tres.
               Porque cuando se plantaron delante de nosotros, muertas de la risa y con las melenas revueltas, el maquillaje ya un poco corrido y los ojos vidriosos, sólo eran tres.
               Y sí, mis demonios hacían bien susurrándome que algo no iba bien.
               Eran Taïssa, Amoke y Kendra.
               De Sabrae no había ni rastro.
               -¿Dónde está Tommy?-le preguntaron a Logan, que estaba loco de euforia. Había salido del armario delante de todos esa misma noche, aprovechando que estábamos de muy buen humor y que las reacciones estaban abocadas irremediablemente a ser buenas (no es que Logan pensara que fuéramos a reaccionar mal cuando nos contara que le iban los tíos, pero cuando estás en una situación como la suya siempre hay un miedo irracional que te hace ponerte en lo peor, incluso cuando sabes que lo peor es imposible), y hablaba con todo el mundo y se reía de todos los chistes, alentado tanto por el alcohol que tenía en sangre como por su felicidad de poder ser quien era sin tener que pedir perdón ni tener que cortarse las alas.
               Me erguí en el asiento, presto a preguntarles dónde estaba Sabrae, desconfiando de que ella estuviera al cien por cien si sus amigas estaban así. Era imposible que Sabrae no estuviera igual de afectada que ellas, teniendo en cuenta que, salvo aquellos minutos que había pasado con sus tetas en mi boca, había estado la noche entera con ellas.
               Bey me puso una mano en el antebrazo y me acarició la cara interna, llamándome a la calma. Tenía ese don especial de tranquilizarme o sacarme de quicio a voluntad, arrastrándome de mi humor del momento por mucho que yo me resistiera a salir de él.
               Esa vez, sin embargo, funcionó a medias. Consiguió tranquilizarme lo suficiente para que no les dijera nada, pero no detuvo la arritmia de mi corazón.
               -En el jardín, ¿qué necesitabais?
               Las chicas se volvieron, se llevaron un dedo a la boca, Amoke se mordió la uña de su dedo índice, gimieron y se echaron a reír.
               -¡Está muy lejos! Jo-protestaron, y Taïssa empezó a jugar con sus trenzas, de un azul eléctrico a juego con su vestido. Amoke iba de amarillo; Kendra, de rojo.
               -Queremos enseñarle algo-explicó Amoke, sonriendo y colocándose en el centro de las tres. Kendra levantó las manos y se echó a reír, como si estuvieran haciendo lo más gracioso del mundo.
               -Eh… ¿y qué es ese algo, chicas?-inquirió Bey, alzando las cejas y haciendo que sus ojos saltaran de unas a otras.  Las chicas se miraron y se echaron a reír con la risa tonta e infantil de las niñas cuando cogen su primera borrachera en serio.
               -¿No lo veis, tontos?
               -¡Somos la bandera de España!-proclamó Taïssa, sacudiendo la cabeza y azotando a Amoke en la cara con sus trenzas, que se convirtieron en proyectiles improvisados.
               Eh… no es que yo sea un experto en banderas, pero juraría que la bandera de España no era azul, amarilla y roja. Es más, siempre que había partido en el mundial, Tommy se pintaba una mejilla de rojo, blanco y azul, y la otra de rojo, blanco, y rojo, acompañando a los dos equipos de los que era compatriota.
               -La bandera de España no es así-comentó Max, que no tenía paciencia con ese tipo de tonterías. Las chicas lo miraron, confundidas.
               -Pues claro que…-empezó Kendra, y miró a sus amigas y se llevó una mano a la boca-. ¡Oh! Es verdad. ¡Taïssa, quítate! Necesitamos a Sabrae. Sabrae es el otro rojo.
               Y entonces, la pregunta que hizo que me levantara como un resorte:
               -¿Dónde está Sabrae?
               -¿No está con vosotras?-pregunté, y mi voz subió varias octavas debido al pánico. Las chicas se toquetearon la cabeza, rompiéndosela, intentando averiguar dónde podría estar Sabrae.
               -¿Ha ido al baño?
               -Eso fue hace mucho. Estaba sonando Talk dirty to me, y eso fue hace… tres canciones.
               Me volví hacia Bey, que tenía los ojos grandes como los de un ciervo al que los faros de un camión pillan desprevenido mientras atraviesa la calzada de la autopista. Sus ojos color miel se clavaron en mí, y ella asintió con la cabeza, dándome cancha para irme.
               Se levantó para cogerlas y pedirle a Max que se quedara con ellas hasta que diéramos con Sabrae, mientras yo me escurría entre los cuerpos e iniciaba una búsqueda frenética que tenía toda la pinta de no terminar bien. Como en las películas y en las peores pesadillas, me movía demasiado despacio, la gente me molestaba, y mis gritos llamando a Sabrae se ahogaban por el sonido de la música. Llegué a barajar la posibilidad, cuando alcancé el pasillo, de dar media vuelta y parar la música en el iPad (en ese momento ni siquiera pensé en mi móvil), pero estaba tan abarrotado y me había costado tanto salir de él que pensar en volver a entrar hacía que me volviera loco. Perdería un tiempo precioso.
               Puede que Sabrae hubiera bebido más. Puede que lo que había tomado de mi boca hubiera sido suficiente para desencadenar una reacción en ella indeseada. Quizá estuviera con la cabeza metida en algún váter, vomitando y vomitando y vomitando, sin poder siquiera apartarse la melena de la cara y ensuciando sus preciosos bucles negros de bilis amarillenta.
               O peor. Puede que estuviera sentada tirada en algún baño, después de vomitar, a punto de entrar en alguna clase de coma sin nadie que le diera agua para beber, ni se la tirara encima para espabilarla.
               Como un ciclón, subí las escaleras de la casa y me abalancé sobre los picaportes de las puertas de los baños, sólo para encontrarme a tías inclinadas sobre la taza del váter devolviendo justo antes de acercarse al espejo y retocarse el maquillaje, tíos metiéndose rayas, tías subiéndose las bragas después de no atinar al mear o tíos desabrochándose la bragueta y metiéndoles la polla en la boca a chavalas que acababan de conocer, o que acababan de decidir que no eran tan gilipollas, después de todo.
               En un baño, incluso, presencié tres de estas cosas a la vez: una chica se tambaleaba, luchando con su vestido de tul, tratando de subirse las bragas, mientras otra cerraba los ojos y se metía hasta la garganta (con muy buena técnica por su parte, todo hay que decirlo) mientras otra chica se aplicaba un lápiz de ojos en una línea que estaba más gorda que el culo de una baronesa, ajena completamente a lo que pasaba a su alrededor. La verdad es que eso es algo muy británico; somos una nación de gente que se mete en sus asuntos como si fuera el deporte nacional.
               Bajé las escaleras corriendo, sorteando a una pareja de tíos dándose el lote de forma muy lasciva en las escaleras, y fui hacia el sofá. No había ni rastro de las amigas de Sabrae.
               -Max ha llamado a Bella y se las llevan a su casa-me explicó Bey.
               -No he encontrado a Sabrae-musité con angustia.
               -¿Buscamos a Scott?
               -Scott está con Eleanor. Arriba. Tardaremos un montón.
               -Voy a ayudarte a buscarla. Tú mira por aquí abajo… hay muchísima gente. Yo voy al jardín. Quizá esté fuera. ¿Has mirado ahí?
               Negué con la cabeza, pero dudaba bastante que Sabrae hubiera salido fuera. Había colgado el abrigo de pelo blanco que Eri le había prestado en una percha del armario-vestidor de la entrada, y estaba tan impoluto que se veía desde nuestro sofá. Hacía un frío que pelaba; no saldría ni loca afuera sin abrigarse primero.
               A no ser que estuviera tan borracha que hubiera decidido que era un buen plan tirarse a la piscina tal y como estaba vestida, con tacones incluidos… o como la habían traído al mundo.
               Intenté apartar de mis pensamientos la imagen de Sabrae quitándose la ropa ante las miradas divertidas y pervertidas de un montón de tíos, que habían decidido que necesitaban tirársela en el momento en que ella empezó a bailar Crazy in love (a la cola, hijos de puta), y lanzándose en bomba a la piscina. Recorrí los sofás, cada esquina, cada mesa. Levanté cojines como si ella fuera un pendiente y no una persona, moví muebles y trasladé abrigos que habían llegado demasiado tarde y ya no tenían percha en el vestidor.
               Incluso fui al sitio donde nos habíamos dado el lote, con la esperanza de que ella estuviera allí sentada, esperándome. No hubo suerte.
               La cocina era la última parada de mi viaje, y yo estaba tan convencido de que no la encontraría allí, que por un momento la pasé por alto. No la vi. Mi mirada registró su melena, su mono rojo sangre, el tono chocolate de su piel… pero no dedujo que aquella chica fuera Sabrae.
               Principalmente porque un puto baboso de mierda estaba pegado a ella, sujetándole una copa, y metiéndole el hocico en el cuello, dándole besos pegajosos en su delicada y preciosa piel, ignorando que ella apenas se daba cuenta de lo que estaba sucediendo.
               Noté cómo una rabia oscura me invadía por dentro, pegajosa como el petróleo que se vierte en el mar, e igual de letal.
               Sabrae, sin embargo, abrió los ojos y se me quedó mirando. Sus pupilas luchaban por enfocarme.
               -¿Alec? ¡Anda! Eres tan genial que puedes estar en dos sitios a la vez-y se echó a reír, echando la cabeza hacia atrás, su melena cayendo en cascada por su espalda. El tío intentó meterle los morros en la lengua y yo lo agarré y lo aparté con tanta fuerza que sus riñones se clavaron en la esquina de la encimera. Lanzó un quejido suave que a mí me supo a gloria, pero se recompuso enseguida.
               -¿Qué?
               -Ya me parecía a mí que estabas raro-musitó ella, cerrando los ojos y masajeándose las sienes-. Tú eres más alto.
               Me volví y fulminé con la mirada a ese puto cabrón, que se me encaró como el puto suicida que era.
               -Yo la he visto primero-gruñó con posesividad, y yo alcé las cejas y puse a Sabrae detrás de mí. Ella me acarició los brazos y siguió subiendo por mis hombros, por mi espalda.
               La sola idea de que pudiera haberle hecho eso a ese malnacido creyendo que era yo me hirvió la sangre.
               -Quítamela, entonces.
               El puto imbécil este, porque no tenía otro nombre, jodido retrasado, intentó sortear mi cuerpo y llegar hasta Sabrae, que ahora jugueteaba con mi cinturón. Estaba buscando la cremallera de mis pantalones, pero no se daba cuenta de que lo único que hacía era manosearme el culo.
               -No la toques, hijo de puta.
               El tipejo me fulminó con la mirada.
               -¿Qué más te da, pavo? Con esa cara de niñato seguro que tienes locas a varias. Vete a montártelo con ellas mientras yo cato a esta hermosura-trató de alcanzarla de nuevo y yo le solté un gancho de izquierdas que impactó en su estómago y lo dobló por la mitad. Lanzó un gemido, acusando la falta de aire.
               -No quiere contigo, jodido imbécil.
               -No parecía muy disgustada con mi forma de tocarle esas tetas tan preciosas.
               Me acerqué a él tanto que podía notar su asqueroso aliento a alcohol en mi boca.
               -Nunca he matado a nadie-gruñí-. Y mi propósito para este año es probar cosas nuevas. ¿Vas a hacer que lo cumpla a un par de horas de empezarlo? Qué detalle.
               Me fulminó con la mirada. El muy gilipollas se pensaba que me estaba tirando un farol. Podía dar gracias de que no estuviéramos en el jardín. Lo tiraría a la piscina y no le dejaría sacar la cabeza del agua hasta que no pasaran diez minutos.
               -¿Os vais a pelear por mí?-preguntó Sabrae detrás de mí, con una voz cantarina que daba fe de que no sólo no sabía lo que pasaba a su alrededor, sino tampoco lo que decía-. Porque siempre he querido que dos chicos se peleen por mí.
               -Eso está en las manos de este mamarracho, bombón.
               -No te tengo miedo-contestó el tío, alzando la mandíbula y chocando mi frente con la suya. ¿Esas tenemos?
               -Lo cual denota que eres más retrasado de lo que yo pensaba.
               -Mira la que estás montando por una tía. Ella no se merece que te parta la cara, payaso. Pírate de aquí y deja que sigamos pasándolo bien. Búscate a una propia.
               -Me gusta la que tengo-ladré, y Sabrae soltó una risita. El tío se la quedó mirando un segundo-. No sabes quién soy yo, ¿verdad?
               El tío rechinó los dientes.
               -¿Debería importarme?
               -Soy Alec-informé, y el tío entrecerró los ojos. Parecía que mi nombre significaba algo-. Sí. Parece que ya vas entrando en razón.
               -Con más razón no te la voy a prestar. Tienes tías de sobra, según he oído.
               -Soy un tío caprichoso, y estoy encaprichado de esta ahora mismo.
               Miró a Sabrae, la recorrió con la mirada de una forma en que se la imaginó desnuda, y haciéndole mil y una perversiones que ni siquiera pensaba que fueran a gustarle. Ahora que sabía quién era yo y el interés que tenía en ella, estaba seguro de que le haría cosas por el mero hecho de fastidiarme a mí.
               -De acuerdo. Vale. No quiero discutir. No merece la pena-alzó las manos con las palmas vueltas hacia mí y dio un paso atrás.
               -Chico listo.
               -Te propongo algo.
               -No estoy interesado en hacer negocios contigo.
               -Esto te gustará. Mira: seguro que es virgen-espetó, y yo me volví hacia él-. Y eso es una putada. Así que yo te hago el favor de estrenarla, y una vez que ya esté abierta, te la presto, ¿qué te…?-empezó, pero no pudo terminar la frase.
               ¿Que por qué?
               Porque le reventé la cara contra la puta encimera. Sabrae dio un brinco y ahogó un grito. El chaval soltó un alarido, con la nariz destrozada, y jadeó cuando yo lo agarré de la nuca y le levanté la cara.
               Un reguero de sangre ya le fluía de la nariz rota, y cuando escupió varios coágulos, también fueron ahí trozos de dientes.
               Creo que nunca, jamás, en mis 17 años de vida, me había alegrado tanto e ser hijo de mi padre. De tener sus genes. De poder ser tan violento como lo era él.
               De ser capaz de matar.
               Porque estaba seguro de que podría hacerlo, ahora mismo, aquí mismo.
               -Pídele perdón-rugí en tono oscuro, y Sabrae chasqueó la lengua.
               -Perdón.
               -Tú no, Sabrae.
               El tío sin cara farfulló algo.
               -¿Qué? No te entendemos.
               -Lo… ciento.
               -Con el corazón. Pídeselo de rodillas.
               Me miró con un ojo hinchado, y el otro inyectado en sangre.
               -¡De rodillas!-bramé, tirándolo al suelo. El tío empezó a llorar.
               -Lo siento.
               -¿Sabrae?
               -No pasa nada, hombre-contestó ella, y cogió una pajita de plástico y le tocó los hombros con ella, como si fuera una varita-. Mira, te he armado caballero.
               -¿Quieres que lo mate, Sabrae?-pregunté, y el tío se volvió hacia mí, temblando como una hoja. Sabrae me miró y negó con la cabeza-. ¿Fijo?-asintió.
               -Acabo de armarlo caballero.
               -Dale las gracias. Le debes la vida a esta chica.
               -Gracias. Gracias, Sabrae.
               -No digas su nombre. No te atrevas a decir su nombre-bramé, agarrándolo del cuello de la camisa y poniéndolo de pie-. Fuera de mi vista. Vete a que te miren eso. Y no te vuelvas a cruzar en mi camino. Como te vea cerca de alguna chica que yo conozca, lo que te acabo de hacer será una caricia. ¿Estamos?
               -Sí, sí-musitó, escabulléndose hacia la puerta.
               -¡Eh! No le has dado las gracias por armarte caballero, sir Gilipollas-le grité, pero él ya se había marchado. Me volví hacia Sabrae-. ¿Estás bien, nena…?
               Ella se abalanzó sobre mí y me chupó la boca.
               -Me has puesto cachondísima tirándolo así al suelo. De rodillas-me imitó-. Dímelo a mí. Me voy a poner de rodillas y te la voy a chupar.
               -Sabrae, ¿te ha hecho algo?-la agarré por los hombros y traté de conseguir que se centrara en mi cara-. ¿Estás bien?
               -Estoy muy perra, Alec. Dios mío. Te quiero comer todo-gimoteó, peleándose con mi cinturón. No, no, no.
               -¿Te ha hecho algo antes de que yo llegara? ¿Estás herida? Sabrae. Sabrae. ¡Sabrae!-la sacudí por los hombros y ella dejó de luchar con mi bragueta. Por Dios, no me hagas soltarte una bofetada para espabilar.
               -Estoy bien. La verdad, estaba un poco ofrecida, pero no demasiado, ¿sabes? Pensaba que eras tú. Porque eres tú, ¿no?-inquirió, frunciendo el ceño y mirándome de lado-. Sí, ¡claro que eres tú! Sólo tú podrías decir cosas así y ponerme así de cachonda. En el fondo yo sabía que no eras tú. No sonaba como tú. Y sé que tú no me lamerías el cuello como si fueras un camello lamiendo una colmena en busca de miel, por muy borracho que estuvieras. No voy a necesitar ducharme en dos semanas-se toqueteó el cuello-. Es más, creo que hasta me ha quitado la melanina de la piel. ¿Estoy blanca?-preguntó-. ¿Parezco una cebra? Espero seguir gustándote igual, aunque parezca una cebra.
               -Me gustarías aunque estuvieras hecha de cuadros escoceses, nena-respondí, aliviado de que no pareciera afectada por lo que acababa de sucederle.
               -Uf. Cuánto me quieres. Yo a ti también, ¿sabes? Estoy enamorada de ti. ¿Qué coño digo, enamorada? Estoy enchochada-se echó a reír-. ¿Lo pillas? ¡Enchochada! Porque follamos mucho, y tal. Por cierto, ¿a qué esperamos? Venga, jopé, que no me aguanto las ganas. Dios, dichosa cremallera. ¿Es de última generación? ¿Lleva contraseña?-preguntó, mirándome, y luego se inclinó hacia mi entrepierna-. Quizá sea mágica. Ábrete sésamo. Expecto patronum. Ay no, mierda. Ése no era el hechizo.
               -Vamos a beber algo, ven-la incité, cogiéndola de la mano y tirando de ella para incorporarla.
               -Ah, no-sacudió el dedo índice delante de mí-. De beber, nada, que estoy un poco contentilla y luego no me acuerdo de los polvazos que echemos. Porque echaremos varios, ¿no? Yo me quiero poner encima, y luego quiero que te pongas encima tú, y que me montes como a una yegua-soltó, y yo la miré, estupefacto-. No me mires así. Si te parece demasiado, echamos uno y ya está. Pero tómate tu tiempo, ¿eh? Quiero un polvo de dos horas mínimo. Sin contar el cunnilingus. Ni la felación.
               -Sabrae…
               -Tenemos que descargarnos alguna app del Kamasutra, y probar alguna postura. He estado pensando mucho en esa que me dijiste del candelabro italiano, y después de mucho reflexionar…
               -¡Vaaaaaale! ¡Y hasta aquí el debate!-salté, tapándole la boca con la mano e ignorando el incesante murmullo que seguía saliendo de sus labios. Sabrae entrecerró los ojos y me miró. Sopló en la palma de mi mano y sonrió, satisfecha, cuando yo la aparté-. Saab, nena, de verdad que necesito que bebas un poco, pero tranquila, sólo va a ser agua, es para que empieces a purificar…
               -He decidido que quiero que te corras en mi cara-dijo, y esbozó una sonrisa-. Te lo mereces. Eres muy bueno conmigo. Y sé que a los tíos os pone. Todo el puto porno está lleno de corridas en la cara, así que no sé si es que os resulta natural o porque estáis condicionados, pero...-volví a taparle la boca, porque lo último en lo que quería pensar ahora mismo era en la cara de Sabrae manchada con mi semen.
               Bueno, vale, quería pensar en eso, pero no debía. Tenía que cuidarla. Era evidente que estaba fuera de sí. No es que esta Sabrae depredadora sexual me disgustara (todo lo contrario, de hecho), pero no parecía ella. No era ella. Si hubiera estado sobria, habría estado echando pestes de aquel cabrón, o puede que estuviéramos enfilando la autopista en un coche robado con el cadáver de aquel tío en el maletero, al que habría matado ella nada más ponerle mano encima.
               Le tendí una botella de agua de la nevera y se la tendí.
               -No más vodka, gracias.
               -Es agua, Sabrae.
               -Ya, ya. Todos sabemos ese truquito-me guiñó el ojo y yo tuve que abrir la botella delante de ella, y como no me atrevía a intentar obligarla a beber (su puño estaba demasiado cerca de mis huevos, y no es que me apeteciera quedarme estéril a los 17), conseguí convencerla de que cuanto más bebiera más disfrutaría durante el sexo.
               -¿Y tú?
               -Yo disfruto siempre.
               -¿Y si hago squirting?-saltó, y yo me quedé estupefacto, sin saber qué decir.
               -Mira, nena, si haces squirting puede que llore-ella hizo una mueca-. De la felicidad-aclaré.
               -¡Ah! Guay. Vale. Dame dos botellas, venga.
               Se bebió dos botellas pequeñas de dos tragos, tan rápido que se le cayó por encima. La llevé de la mano al sofá, y Bey y Tam vinieron a nuestro encuentro cuando yo silbé.
               -¿Vamos a hacer un trío?-festejó Sabrae al verlas llegar, y las gemelas se quedaron a cuadros al verla.
               -Necesito que le hagáis dos trenzas-les dije.
               -¿Para vuestro trío?-preguntó Tamika, cuyo sentido de la oportunidad estaba en el culo.
               -Por si pota. No puedo sujetarle todo ese pelo yo solo.
               Bey la sentó entre ella y su hermana y le pidió treinta veces que se estuviera quieta. Le hicieron las trenzas a toda velocidad y Sabrae se las toqueteó.
               -¿Sabías que en Cincuenta sombras de Grey, Anastasia Steele se hace trenzas cuando va a follar con Christian Grey?-me informó.
               -Mira qué apañada ella, oye.
               Le tocó la mano a Bey y le acarició el brazo.
               -A Alec le gustas. ¿Quieres acompañarnos? Se lo merece. Se ha portado genial todos estos días conmigo.
               -Pues…
               -Bey es tímida. En otra ocasión-comenté, y Sabrae asintió con la cabeza, pegó un grito y se levantó de un salto.
               -¡Bailo esta canción y nos vamos a follar!-anunció, y empezó a dar brincos y más brincos, girando sobre sí misma. Cuando descubrió que con sus trenzas golpeaba a la gente, empezó a agitar la cabeza con violencia y a bramar-: WOOOOOOOO. ¡¡¡¡¡SOY EL SAUCE BOXEADOR!!!!! ¡STOP LOOKING FOR LOVE, GIRL YOU’VE STILL GOT TIME, GIRL YOU’VE STILL GOT TIME, GIRL YOU’VE STILL GOT…! THIS COULD BE SOMETHING IF YOU LET IT BE SOMETHING…! WOOOOOOOOOOO. WOOOOOOOOOO.
               Miré a las gemelas.
               -Voy a decirle a Tommy que está conmigo. Tengo que llevármela de aquí, antes de que le saque un ojo a alguien.
               Las chicas asintieron con la cabeza, mirando a Sabrae con los ojos abiertos como platos. Salí al exterior procurando que Sabrae no me viera para que no quisiera ir conmigo y corriera peligro de caerse a la piscina, y fui en pos de Tommy.
               Mi amigo estaba inclinado sobre su teléfono, acuclillado y arrancando hierbajos. Se despidió de la chica con la que estuviera hablando al verme llegar y sonrió:
               -Acabo de hablar con Layla.
               Oh, genial. La forma en que arrastraba las vocales me hizo saber que también estaba borracho.
               -Escúchame, T. Esto es importante-lo cogí por los hombros y lo obligué a ponerse en pie-. Habíamos perdido a Sabrae, pero ya la hemos encontrado. Cuando Scott venga contigo, dile que está muy borracha, y que la estoy cuidando, para que no se preocupe. ¿Vale? ¿Se lo dirás?
               Tommy se tocó la mandíbula.
               -Tommy. Eh. T. Necesito que me confirmes que lo has entendido. ¿Lo has entendido?
               -Estás emborrachando a Sabrae.
               -No, T. Sabrae ya estaba borracha. Presta atención. Eh-chasqueé los dedos al ver que lo perdía y él clavó los ojos en mí.
               -¿Por qué crees que las mariposas no vuelan de noche y las polillas no vuelan de día? ¿Crees que son la misma especie disfrazada?
               -¿Qué? Mira, Tommy, no tengo tiempo para tus historias. Scott-reduje-. Sabrae. Borracha. Conmigo. Arriba. Cuidándola. ¿Vale? ¿Lo captas?
               -Sí. Stop. Lo capto. Stop.
               -Repítemelo.
               -Alto secreto. Stop. Envío urgente. Stop.
               -¡TOMMY!
               -Es broma, ¡es broma!-se echó a reír-. Sabrae está borracha y tú la estás cuidando, pero… ¿qué le importa a Scott?
               -¿Cómo que “qué le importa a Scott”? ¡Es su hermana! ¡Yo querría saber si Mimi estuviera mal, igual que tú querrías saber que Eleanor está mal!
               -¡Oh! ¡Es verdad! ¡Mimi es tu hermana!
               Parpadeé y lo solté.
               -Mira macho, déjalo-Tommy se revolcó por el suelo, descojonado-. Ya se lo dirán las gemelas si ellas lo encuentran. Procura mantenerte lejos de la piscina, ¿quieres? Tommy sólo hay uno.
               -Te quiero, Al-ronroneó Tommy.
               -Yo también te quiero, T-respondí, dándole un beso en la cabeza y entrando en casa. Sabrae estaba dando brincos y golpeando el suelo con los puños, bramando:
               -¡¡GOD IS A WOOOOMAAAAN, GOD IS A WOOOOMAAAAAN, GOD IS A WOOOMAAAAAAAAN!! YUH. YUH. OOOOOOH YEAH. GOD IS A WOOOMAN. GOD IS A WOO…
               Menuda nochecita me espera.
               -¡Sabrae!-la llamé, y ella se volvió y trotó hasta mí. Saltó sobre mi torso y me rodeó como un koala.
               -¡Bien! ¡A follar!-proclamó, y yo me callé que me sorprendería que se tuviera en pie dentro de diez minutos, no ya digamos centrarse en echar un polvo. Cuando empezó a frotarse contra mí, me la eché sobre los hombros como un saco de patatas y subí las escaleras en dirección al piso superior, rezando en todos los idiomas que sabía (que no eran pocos) para que hubiera alguna habitación libre donde tumbarla.
               Y no hacerle nada. No hacerle nada. No. Hacerle. Nada.
               Me lo tuve que recordar siete veces cuando Sabrae me susurró al oído:
               -Me parece que he perdido el sujetador.
               Sí, ya lo había notado, pero había decidido ignorarlo por el bien de mi estabilidad emocional.
               Fui abriendo las puertas de las habitaciones una por una, y en todas había gente. Justo cuando ya pensaba que no iba a encontrar ningún sitio libre, recordé que había una habitación que podía cerrarse con llave, y que Jordan había cerrado para asegurarme tener un sitio en el que estar con Sabrae.
               Recordé con lágrimas en los ojos cómo él me había entregado la llave de la habitación con ceremonia, y me dije a mí mismo que me ofrecería a chupársela por aquel favor que acababa de salvarnos la vida a Sabrae y a mí.
               La dejé en el suelo para sacar las llaves e introducirlas en la cerradura, y Sabrae se tomó como su meta personal el meterme la mano en los pantalones y tratar de hacer lo mismo con su lengua en mi boca.
               -Hueles tan bien…
               -Muchas gracias.
               -A colonia cara y a limpio.
               -Pues sí.
               -Tengo que lamerte.
               -Si eso es lo que tienes que hacer…
               Sabrae me lamió la mejilla y se frotó contra mí. Me eché a reír.
               -Bombón, necesito que me dejes un momento, tengo que meter esta llave en la cerradura para poder…
               -¿Meterme la tuya en la mía? Captado-hizo el saludo militar y se apoyó en la pared a mi lado. No podía pensar con ella tan cerca, tan dispuesta y tan necesitada. Puede que si lo hacíamos un poco no pasase nada, ¿no? Es decir… ella ya tenía ganas de esto incluso cuando estaba sobria.
               La única diferencia era que ahora era un poco más vocal al respecto de lo que quería hacer.
               Me temblaban y sudaban las manos tanto que no atinaba con la cerradura. Sabrae se acercó a mí, me cogió la mano, y con los ojos fijos en los míos, introdujo con destreza la llave en la ranura, y giró mi muñeca para abrirla.
               -Gracias-musité cuando escuché el clic del pestillo al descorrerse.
               -De gracias nada. Te quiero dentro de mí inmediatamente.
               Soy una buena persona. No me merezco que la chica de la que estoy enamorado me dice que me quiere dentro de ella.
               Empujó la puerta y puso un pie en la habitación. Se volvió hacia mí y aleteó con las pestañas, y yo estaba a punto de entrar cuando una chica me llamó. Me volví para encontrarme con Lauren, una de las más guapas del instituto, y a la que había conseguido tirarme un par de veces durante el verano.
               No venía sola.
               Maldita mi suerte, joder.
               -¿Interrumpimos?-coqueteó Lauren, jugueteando con uno de los tirantes de su vestido de cuero.
               -Pues, la verdad, chicas… es que un poco. Es decir…
               -Hemos visto que estás de niñera, y nos preguntabas si tendrías un huequecito para nosotras-me guiñó un ojo verde que traía por la calle de la amargura a todos los chicos del instituto, a mí incluido hasta hacía un mes.
               -¿Para… vosotras?-pregunté con la boca seca, y las dos asintieron-. ¿En plan… las dos?
               Lauren asintió con una ceja arqueada. Su amiga asintió con la cabeza y se mordió el labio, inspeccionándome con la mirada.
               -Esto… chicas… eh…-no podía pensar, no podía hablar, no podía hacer nada. La virgen. Me estaban proponiendo un trío. Dos pivonazos, en Nochevieja. Cómo no iba a ser mi fiesta preferida.
               Consideré un segundo su propuesta, sólo un segundo. El segundo en que Sabrae desapareció de mi mente.  Hay segundos que marcan un antes y un después en tu vida.
               Y hay segundos que, simplemente, son de transición. Como aquel.
               -Yo… estoy un poquito liado ahora mismo-miré dentro de la habitación, donde Sabrae se estaba subiendo a la cama a gatas, y colocándose de rodillas sobre ella, con las piernas separadas. No íbamos a hacer nada, pero su postura provocativa me bastó para saber que aquello era lo que yo quería. Nada con ella era mil veces más que todo con las demás.
               -No pasa nada. No somos celosas. Terminas con ella y luego vienes con nosotras-Lauren me guiñó un ojo.
               -¿Cuánto tardarás?-preguntó su amiga, y yo volví a mirar a Sabrae, que se sentó sobre sus nalgas y se apartó un mechón de pelo que se le había saltado de la trenza tras la oreja.
               Sabrae había cambiado muchas cosas en mí. Era como si una nueva estrella hubiera aparecido en mi sistema solar, y me hubiera atrapado en su campo gravitatorio.
               Me encantaba tener un cielo con un nuevo sol.
               Antes no entraba en esas preguntas de mierda de metafísica sobre cuál es tu palabra favorita, y todas esas gilipolleces. Lo que te gusta, te gusta y ya está. Eres quien eres y punto. No hay explicación. Y las palabras son como la música: no te acompañan estés mal o bien. Las usas, y punto.
               Pero ahora, ella hacía que me parara a pensar en esas cosas. Supongo que mi palabra favorita hasta hacía poco sería “Mimi”. Mi persona favorita en el mundo, si me obligaran a escoger. La única por la que daría la vida. Pero ahora… ya no estaba tan seguro.
               Mi palabra favorita ya no era un nombre. Ni siquiera empezaba por mayúscula.
               Es ella. Empieza por la misma letra que el ser al que encierra.
               Me gusta pensar que Sabrae es mi ella mágico.
               Y que yo soy su él.
               Sabrae me sonrió, yo le sonreí a ella, y supe que no sólo tenía todas aquellas preguntas tontas en mi cabeza: también tenía la solución.
               Me volví hacia Lauren y su amiga.
               -Pues… toda la vida.


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3 comentarios:

  1. Sinceramente quiero llorar con el, toda la vida dice el desgraciado. ES QUE NO SE COMO SE SUPONE QUE TENGO QUE SOBREVIVIR A ESTE HOMBRE. MIRA QUE SCOTT ES SCOTT PERO JODER ES QUE ALEC ES ALEC Y MIRA AHORA MISMO LE FALTA NADA PARA SUPERAR AL PRIMERO Y YO SOLO QUIERO LLORAR PORQUE ES LA COSA MAS BONITA DE ESTE UNIVERSO.
    BUENO Y ENCIMA HE APARECIDO EN EL CAPITULO, ES QUE ME DA UN SOPONCIO. UN PARRAQUE UN CHUNGO. ME HAS HECHO LA PERSONA MAS FELIZ DEL MUNDO? SI LO DIGO. ENCIMA DIGO FANTASIA ES QUE DE VERDAD TODO BIEN HACES ERIKA, TODO BIEN TE QUIERO.
    Me da muchísima Ternura Sabrae borracha y disfrutando con sus amigas :'))))))). Es que es literalmente yo al final de la noche y me ponen los temazos en la discoteca JAJAJAJAJAJJAJA solo que yo no tengo un Alec :______. Todo desgracias.
    El pobre Scott con ataques al corazón cada vez que se acerca a Eleanor también me da mucha ternura, aún que ya haya leído su historia para mí es como si fuese la primera vez porque mira no me voy a cansar de leerla de lo bonitos que son, ay. Bueno y Tommy como siempre borrachisimo y llamando a Layla y Diana, de verdad este hombre es un cuadro.
    Necesito leer ya el siguiente capítulo y ver cómo la cuida, porque si ya en este que apenas hace nada, bUEMO SE ME OLVIDABA QUE SE HA LIADO A HOSTIAS CON UN BABOSO. SEÑOR. ESO HA SIDO ESPECTACULAR, O SEA CUANDO EL PAVO HA DICHO LO 'SEGURAMENTE ES VIRGEN YO LA ESTRENO Y LUEGO TE LA DOY' MIRA HE SENTIDO NECESIDAD DE QUE LE MATASE. Pero creo que con rompiéndole la puta cara a bastado :-).
    Bueno a lo que estaba, que necesito que subas el siguiente para asi morir en paz y en armonía. Muchas gracias por tu colaboración

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  2. No me puedo creer que esté escribiendo lo que estoy escribiendo ahora mismo, mi yo de Octubre de 2017 que se volvía a España desde Belgica en un avión llorando a moco tendido y que te escribió todo un testamento dandote las gracias por haber creado a Scott y jurando y perjurando que no habría personaje mejor que él, está ahora mismo flipando en un rincón de ese avión y tirandose de los pelos. Todavía no lo he superado, pero ya la simple posibilidad de que exista alguien que iguale a Scott como personaje ficticio me tiene flipando. El puto Alec tía, el putisimo Alec.
    No me esperaba para nada ese final, quitando el hecho de que ha sido leerlo y ponerme a chillar y rebozarme por encima de la cama, ha sido como una revelación, un punto de inflexión. No recuerdo haberme sentido tan flipada por una contestación de un personaje desde hace mucho, posiblemente fue con Scott en CTS. Me hace sentir rara el saber que considero a alguien equiparable a Scott, no lo concibo. Tu sabes todo lo que significa Scott para mí, estamos cansadas de hablar de el y de lo que nos hace sentir y saber que hay alguien que puede mejorarlo me pone la piel de gallina. Creo que pensandolo mucho Alec no va a superar a Scott, no va a superarlo ni de lejos. No creo que haya nada que tenga superar, porque ni Scott consiguió superarse a si mismo. Creo que la razón por la que todos adorabamos a Scott era porque era el puto amo, no tenía un pero, lo hacía todo jodidamente bien y aun cuando le puso los cuernos a su novia y todos queríamos verlo sufrir no tardamos ni dos líneas leyendo como lo pasaba fatal para suplicarte que parases de hacerlo sufrir. Creo que ahí esta la diferencia, Scott nunca tuvo que mejorar, nunco tuvo que pedir perdón porque era perfecto, lo teníamos idealizado e incluso tu para pararnos los pies tuviste que hacerle hacer eso para hacernos darnos cuenta de que era humano y cometía errores. Se murió de un cancer tía y se llevo a su alma gemela con él porque no era capaz de supera su muerte. Se fue cuando todo el mundo le necesitaba y llegó al mundo sin avisar, el puto Scott Malik, el personaje perfecto.
    Pero es que claro, ahí está, Alec si que hace cosas mal, Alec si que es imperfecto, Alec si que tiene y va a mejorar, Alec si que pide y va a pedir perdón, Alec si que nos cayó mal, aunque fuesen dos minutos, en algún momento. Alec no es mejor que Scott, Alec simplemente nos ha conquistado de la mejor forma que se puede hacer, sin esperarlo y arrasando con todo, algo que Scott no puede decir. Nos ha cautivado sin previo aviso, nadie lo veía venir, al contrario que Scott. Y cuando algo llega sin previo aviso, opaca a todo lo que conocías antes y ya nada es igual. Alec no es mejor que Scott, Alec no va a superar a Scott. Alec simplemente se va a convertir en el mejor personaje que hayas creado y se va a superar a si mismo haciéndonos ver que no hace falta ser perfecto, ni nunca cometer errores para conquistar a un lector. Alec se va a convertir en lo que nadie esperaba, ni tu, ni tus lectores, ni los personajes y el hecho de que vaya a cerrar la boca de tantas personas ya lo convierte en el mejor personaje.

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  3. Puede haber algo más divertido que Sabrae borracha???

    Y el final cuando Alec dice "pues... Toda la vida" mira yo me muero como se puede ser tan así es que ��

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